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Bicentenarios

Reflexiones por un cumpleaños


Juan Carlos
Bicentenarios

1.- La embajada española de


Paris

odo comienza en una sala bien iluminada en la casona de la embajada


T española en Parí s, cerca de Palacio.

Un viejo palacete algo descuidado que hace las veces de legación oficial
española, aunque la verdadera vida del embajador discurre en otro lugar, en
el palacio de Don Pedro de Alcántara, Duque del Infantado. En esa casa la
actividad polí tica es frenética y descontrolada y el embajador cela a sus
enemigos, departe con amigos y se cuida de los arribistas cuanto puede.

En estos dí as se ha apalabrando en Versalles el futuro tratado Paz, por el


cual el rey Jorge de Inglaterra reconocerá la confederación de los Estados
Unidos con independencia y desgajado de Inglaterra y renunciará a estas y a
otras posesiones. Además, Jorge III se verá obligado a firmar con España,
con Francia y con los Paí ses Bajos devoluciones de terrenos y privilegios
previamente arrebatados. El embajador del reino de España es el gran
urdidor de gran parte de estos pactos.

Jorge, aunque no viene al caso no queremos perder este detalle, ha sido un


rey de poca suerte. Poca con las trece colonias americanas que recibió en
herencia y que ahora ha perdido definitivamente; poca con Irlanda, que se le
volvió levantisca; poca por su salud y las lavativas venenosas que sus
médicos le aplican y le aplicarán hasta que se lo carguen definitivamente y
también, por qué no decirlo, poquí sima con su señora esposa, la reina, a
quien, por esas cosas de los reinados y sus peculiares costumbres, conoció el

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mismo dí a de su boda y de quien tanto se horrorizó – la princesa realmente


era espantosa.

El rey Jorge, en su estulticia, no fue capaz ni de leer los acontecimientos ni


de anteponerse a ellos. Se dice que en su diario personal escribió el dí a 4 de
Julio de 1776 “Nothing important happened today”, algo así como sin
novedad este dí a. Justo ese dí a se firmaba la declaración de independencia
de los Estados Unidos en sus colonias americanas.

En el palacio de la embajada española es aún pronto y la luz, muy matizada,


entra por un altí simo ventanal de cristales turbios y sucios.

Parí s es, para un visitante de debajo de los Pirineos un lugar agobiante y


bullicioso. Ahora hace calor, pues es aún verano y los veranos parisinos
tienen dí as tórridos, húmedos por la evaporación del Sena y abrasados de
luz. Tal vez la ciudad de las luces lo sea más por esta peculiaridad que por la
luz incandescente de los filósofos y librepensadores de moda.

Recién ha llegado un aragonés acaudalado y el choque con la ciudad ha sido


inmenso para sus costumbres. Se escandaliza de la degradación moral de las
gentes parisienses y de la menor abundancia de sotanas por las calles que por
las de su Zaragoza. Quién lo iba a decir de la capital del mundo y del que se
supone modelo de civilización. Para buen vivir su Zaragoza y su Daroca de
nacimiento.

El recién llegado se explicaba con cierto desconcierto al embajador. Su


venida a Parí s, siguiendo el ritual, lo ha llevado en primer lugar a
presentarse ante él, antes de negociar con diversos banqueros negocios de
mucha riqueza en Maracaibo.

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El embajador es un hombre desaliñado y bizco, tosco de modales y


excesivamente campechano, capaz de llegar a las manos por su vehemencia,
y poco fiable por su afabilidad. Ahora se encuentra preocupado.

El pobre Azuara, que así se llama el viajero, explica su decepción. Creí a


que Parí s serí a otra cosa. Hay mucho ruido, mucha suciedad, poca calma,
gente truhan por las calles, olores obscenos, bullicio y demasiadas prisas. Es
una ciudad abrumadora.

Don Pedro Pablo Abarca de Bolea, Conde de Aranda, embajador de España


en la corte parisina, quiere acabar este rito cuanto antes. Tiene cosas que
hacer. Azuara es un hombre con mucho dinero y debe atenderlo, no puede
ser de otro modo. Azuara es hablador. El embajador también, pero el
embajador tiene impaciencia. Tiene otras urgencias y ha dormido poco.

Con palabras gastadas recomienda al visitante que pasee y se asombre de los


monumentos que hacen de esta ciudad el principal lugar de admiración del
mundo moderno, la Catedral de Nuestra Señora, la asamblea del Clero, el
Sena, los Agustinos, el sepulcro del Cardenal Fleury, San Eustaquio, el
Liceo, la torre de San Sulpicio, los jardines del Duque de Orleans, los
inválidos, la corte, la escuela militar, la abadí a de San Germán y un largo
etcétera, sin olvidar la casa de Voltaire y algunos salones recomendados.

Pasee y hártese de la ciudad y venga el jueves conmigo a la casa del Duque


del Infantado en Issy. Yo mismo lo mandaré recoger. Allí hablaremos
despacio y además le quiero encomendar un encargo.

Se despiden. El conde se quita la peluca. Da calor y los parásitos estorban a


pesar de la bolsita con manteca que ha puesto dentro de cebo para ellos.

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El Conde está ultimando un amplio informe para el Rey. Es muy


confidencial y sabe de sus enemigos. No quiere hacerlo llegar por el
conducto regular y tal vez este Azuara le sirva a su propósito.

Se despide Aranda de Azuara e, inmediatamente, entra en su gabinete para


ponerse manos a la obra.

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2.- El visionario Aranda

A randa relee el pliego que viene componiendo.

Ahora habla de la recién creada unión de estados de América del norte a


partir de las trece colonias inglesas, en cuya aceptación por las potencias
tanto ha tenido que ver la gestión del Conde:

“Esta república federal nació pigmea, por decirlo así y ha


necesitado del apoyo y fuerza de dos Estados tan poderosos como
España y Francia para conseguir su independencia. Llegará un dí a
en que crezca y se torne gigante, y aun coloso temible en aquellas
regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido de las dos
potencias, y sólo pensará en su engrandecimiento.

La libertad de conciencia, la felicidad de establecer una población


nueva en terrenos inmensos, así como las ventajas de un gobierno
naciente, les atraerá agricultores y artesanos de todas las naciones,
y dentro de pocos años veremos con verdadero dolor la existencia
titánica de este coloso de que voy hablando”

Se detiene Aranda y toma aire. Mira el cuadro, un mal cuadro, del Rey que
lo mandó aquí . Junto del mismo un jarrón de porcelana con su imagen regia
y varios abalorios de esos que decoran con tan recargado mal gusto los
palacios parisinos de la época. Se apena su ánimo. Tal vez un mal
pensamiento le ha sorprendido. Sigue escribiendo.

“El primer paso de esta potencia será apoderarse de las Floridas a


fin de dominar el golfo de México. Después de molestarnos así y

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nuestras relaciones con la Nueva España, aspirará a la conquista de


este vasto imperio, que no podremos defender contra una potencia
formidable establecida en el mismo continente y vecina suya”.

Aranda siente la punzada de las emboscadas polí ticas. Ya lo descabalgaron


de la presidencia del Consejo de Castilla y lo empujaron aquí , a Paris, y lo
desposeyeron de su capitaní a general y tantas otras mezquinas inquinas con
las que desprestigian aún su fama.

Ahora se dispone a proponer al Rey nada menos que se desprenda de sus


colonias de ultramar. Tal vez sea esta la nueva excusa por la que se precipite
su desgracia. Tal vez lo manden envenenar, o confinar en el castillo de sus
dominios condales. Tal vez se tenga que acoplar a la idea de morir en tierra
extraña.

Pero Aranda quiere creer en su estrella. Se siente atado al monarca y desea


prestarle el servicio de su mejor consejo, aunque le cueste la desgracia.
Además goza del prestigio de haber conseguido la devolución al trono de los
terrenos de Florida, Nicaragua, Costa de Mosquitos, Campache, la colonia
Providencia y Menorca.

Con firmeza escribe el conde

“jamás han podido conservarse por mucho tiempo posesiones tan


vastas colocadas a tan gran distancia de la metrópoli. A estas
casusas generales a todas las colonias hay que agregar otros
aspectos especiales de las colonias españolas, como la dificultad de
enviar socorros necesarios”.

Quiere exponer precipitadamente su conclusión al rey. Reflexiona. Relee sus


notas. Cambia el párrafo de lugar. Ahora lo sube encima de los anteriores.
Sigue escribiendo su razonamiento.

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Al otro lado de la puerta bullicio de vencejos piando. Se dice que estas aves
anuncian los nacimientos y las muertes de las personas. Aranda piensa que
tal vez alguien dio a luz. Vuelve sobre sus pensamientos.

Aranda, ensimismado, sique adelante este doloroso parto

“Estos temores son muy fundados, Señor, y deben realizarse dentro


de breves años si no presenciamos antes otras conmociones más
funestas en nuestras Américas”

Aranda recuerda el amargor que le propició un anterior decreto que él mismo


empujó a firmar al rey. Hací a frí o aquel dí a y le costó un terrible dolor de
cabeza hacer claridad a aquel rey triste y beaturrón que temí a por la
salvación de su alma más que por la pérdida de sus reinos.

Recuerda los informes de la conspiración jesuita, cuando quisieron


independizar las regiones de los guaycurúes y fundar un imperio en
Paraguay. Sabe por aquellas pesquisas del desencuentro entre criollos y
españoles en las colonias americanas y adivina cómo los acontecimientos se
precipitarán igual que en Filadelfia con la recién independizada América del
Norte.

“Una polí tica cuerda nos aconseja que tomemos precauciones ante
los males que nos pueden sobrevenir.”

Un punzón de dolor atraviesa al Conde en su soledad. Busca el desahogo de


un vaso de agua. Sorbe despacio, como es su costumbre. El gabinete huele a
cera. Demasiada cera y aceite quemado. Demasiadas noches en vela y poca
ventilación. Vuelve a ver el cuadro de Su Majestad.

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“Creo firmemente que no nos queda, para evitar las grandes


pérdidas que nos amenazan, más que el recurso que voy a tener la
honra de exponer a VM”

Debe VM deshacerse de todas las posesiones del continente de


ambas Américas, conservando únicamente las islas de Cuba y Puerto
Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la
meridional, con el fin de que ellas sirvan de escala o depósito para
el comercio español. A fin de realizarse este vasto pensamiento de un
modo conveniente a la España se deben colocar tres infantes en
América: el uno de Rey de México, el otro de Perú y el otro de lo
restante de Costa Firme, tomando VM el tí tulo de Emperador.”

Aranda remata su exposición con clarividencia que sigue asombrando

“El comercio habrá de hacerse sobre el pié de la más estricta


reciprocidad, debiendo considerarse las cuatro naciones como
unidas por la mas estrecha alianza ofensiva y defensiva para su
conservación y prosperidad”

Pone tí tulo al pliego recién escrito. Despacio va escribiendo:

Dictamen reservado sobre la dependencia de las Colonias Inglesas


después de haber hecho el tratado de paz ajustado en Parí s el año
de 1783

Echa los últimos polvos sobre la tinta aún fresca de su rúbrica y pone fecha
en Parí s para Madrid, Septiembre del año de gracia de 1783, porque será el
dí a 3 de ese mes cuando se firmarán oficialmente los acuerdos de paz.

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Nuevo estrépito de vencejos. Aguacero. Aranda piensa proponer al rey un


nuevo censo, como el que hizo en la pení nsula, pero esta vez de sus súbditos
de Ultramar. Una obra inabarcable que nunca tendrá lugar

Deshecha la idea.

Lacra el paquete y lo guarda en su cartera.

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3.- 24 de julio de 1783


on las ocho de la tarde. Una hora ya muy tardí a para estarse despierto en
S este Parí s de finales del Siglo XVIII.

Es el dí a 24 de julio. Aranda curiosea el santoral que el Padre Don Gregorio


de Iriarte, hermano suyo de sangre, le hizo llegar en agradecimiento del
trato dado a sus hermanos de la Compañí a de Jesús, cuando se dispuso su
destierro.

Festividad de Santa Cristina de Bolsena, muerta mártir en la Toscana romana


hacia el año 300. También se dice dí a del Abad Balduino de Rieti, a donde
lo mandó a fundar un convento nada menos que el gran San Bernardo, y de
Santa Cunegunda de Hungrí a, virgen como duquesa y profesa clarisa más
tarde, a la muerte de su esposo. Y de San Estercacio de Mérida, quien
muriera martirizado con toda la ralea de prodigios que acompañan estas
sañas, y de Santa Eufrasia de Tebaida, de quien, lo confieso, no sé nada,
pero sospecho que no hay nada que saber. Pronto habrá de señalarse, en hoja
apócrifa, el natalicio de un santo americano, hombre de múltiples gestas y
milagros sin par, al estilo quijotesco, cuya impronta, para lo bueno y para lo
malo, sigue insuflando los ánimos del muy católico continente americano y
de sus muy caraduras gobernantes y aspirantes a ello.

Aranda ha tardado más de quince dí as desde que comenzó el escrito que


ahora ha finiquitado. Ahora lo ha acabado y no quiere volver sobre el
mismo. Asunto concluido. Fuma con cierta ansiedad su tabaco rapé y respira
hondo dejando caer todo el peso de su desaliñada masa corporal en un
butacón.

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Él no lo sabe aún, no lo sabrá nunca, tal vez esta coincidencia de fechas


caprichosas la desvelamos ahora y nadie reparó antes en ella, que el dí a de
hoy es un dí a de esos en que la casualidad concierta los acontecimientos de
forma voluble. El azar parece que juega estas pasadas, como quien no quiere
la cosa, en el devenir de la historia, si es que esta deviene y no es más que
sucesión de hechos sin sentido previo que luego unos señores siniestros que
se auto-refieren como historiadores se empeñan en concatenar,
contextualizar, sincronizar, anacronizar y otras magias.

El clarividente Aranda lleva consigo el paquete. Un paquete metido en


gamuza de color rojo y gualda, los colores de la enseña española. Está
satisfecho. Sabe que su idea es de las que merecerí a estar escrita con letras
de oro. Doscientos años después tal vez sesudos gobernantes se vengan a
preguntar algo parecido y a prescribir, entre grandilocuentes palabras,
remedios similares para unir los destinos de pueblos hermanos que el azar,
eso lo sabemos ahora, disgregó y separó y después, en ese vaivén de sí stole y
diástole del sucederse de los tiempos, convendrá unir.

Dará el paquete al locuaz Azuara en el palacio del duque del Infantado,


donde, como se recuerda, le ha invitado a ir el dí a pasado. Luego esperará
impaciente la decisión del Rey, aunque el rey, ya lo supone Aranda, haga
poco caso a las advertencias de su embajador. Aranda ha jugado su carta con
toda lealtad, esa es su satisfacción, la satisfacción de un servidor con
vocación de puro servicio.

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4.- Carlos III llora a Tanucci

u Serení sma Majestad es una verdadera fatalidad.

S No es la peor de las fatalidades que han bornoneado en este lugar del mundo,
pero su herencia déspota y paternalista será una pesada carga sobre las
castigadas espaldas de este sufrido mundo, de esta pequeña partí cula del
mundo.

Lo podemos decir ahora que observamos los hechos desde una cierta
distancia y lo decimos un tanto contra corriente del pensamiento oficial, que
ensalza el supuesto progresismo ilustrado de Carlos, el rey alcalde, el rey
polí tico, el de la puerta de Alcalá, el del actual museo del prado y otras
bobaliconas explicaciones.

El rey Carlos, como queda dicho, no hará caso a Aranda cuando lea, por
encima y con desdén, su dictamen. Su viejo amigo Tanucci acaba de fallecer
y el rey no piensa en otra cosa que en su sentimiento de pérdida por el
antiguo consejero y casi único amigo.

Que se vaya al diablo Aranda con sus monsergas. Tengo, dice el rey que es
quien puede, otras cosas en que pensar. Menudo fastidio. Siempre igual.

Piensa Carlos que Tanucci fue su mejor aliado y el mejor consejero que dejó
en herencia a su hijo. Desde que Fernando lo mandó despedir, su querido
reino de Nápoles se ha convertido en un lupanar de corrupción, de espionaje
y crueldad, y, sobre todo, contrario a los intereses de Carlos y tal vez a los
de toda la familia borbona.

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Este Tanucci, el verdadero mentor del rey Carlos durante su borboneo,


habí a elaborado para el monarca la doctrina absolutista, por otra parte nada
original, de lograr una tiraní a universal del Estado, con el rey en la cabeza
formal y los ministros principales como los verdaderos amos y dueños del
poder. Parece mentira, pero cuánto debemos a este Tanucci, que nunca pisó
por estos pagos, en el modelo hispánico de ejercicio del poder a uno y otro
lado del atlántico.

Tanucci, de talante anticlerical y de enérgica mala leche, influyó cuanto pudo


en Carlos para que se quitara de un plumazo a los jesuitas y para que usara
el pacto de familia de los reinos borbónicos, Francia incluida, para liquidar
la compañí a en todo el orbe. Temí a Tanucci consejeros venidos de esta élite
siniestra y no querí a competencia.

Pero volvamos a nuestro relato. El rey está melancólico y ha abandonado


hace ya tiempo el gobierno, arrojándolo en manos de su nuevo valido, Don
José Moñino, un arribista a quien su polí tica de emboscadas y de traiciones
ha puesto en el lugar preciso y en el tiempo oportuno y a quien el rey ha
nombrado Conde de Floridablanca y hecho su primer ministro con
cualidades de quitar y poner a su libre albedrí o.

Los méritos de Moñino son, como siempre ocurre en los aledaños del poder,
fruto de la conspiración y las emboscadas. Primero supo trepar al Consejo de
Estado como fiscal de lo criminal. Luego hizo del arribismo un arte en la
pura corte. Más tarde supo hacerse con la embajada en Roma y convencer al
Papa Clemente de la oportunidad de dictar la disolución de los jesuitas en el
orbe cristiano, como querí a el rey para salvar el escrúpulo de su conciencia
e implantar su poder absoluto, cuando Aranda le convenció de expulsarlos de
todos sus reinos. Luego estrechó lazos con los prí ncipes italianos de la casa
de los borbones, tan del agrado estos del rey Carlos, y siempre lisonjeando

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al monarca y creando camarillas, espionajes y clientelismos de sobra


conocidos antaño y que en el futuro imitarán todos y cada uno de los
ocupantes del poder en España.

El rey sufre la muerte de su amigo. Se desasosiega y pierde la capacidad de


concentración de la que antaño hizo gala. Y Floridablanca, astutamente, le
convence de que estas cuestiones de alta polí tica no son motivo para
preocupar el duelo del monarca. No se preocupe Su Alteza, yo los
despacharé, como siempre. Puede confiar en mí .

Floridablanca tira al suelo el legajo. Le aplica un puntapié para que su


secretario tenga claro el destino del mismo. Lo mandará archivar y acabará
en el Castillo de Simancas, donde duerme aún.

Este rey con cara de tonto y aficionado, como no podí a ser menos tratándose
de un rey tan patriota, a pegar tiros en ridí culas jornadas de caza, está en su
declive mental y fí sico. Está sólo y así se siente. Su mujer falta hace ya
tanto tiempo y el rey es tan asceta que hasta duerme en el suelo medio
desnudo y camina descalzo para despejar los tirones de la carne. La mayorí a
de sus hermanos también han desaparecido, menos ese desconsiderado de
Luis, con quien ni siquiera se hablaba, como tampoco lo hací a con el
heredero, Don Carlos, de cuyo desencuentro Floridablanca intentaba sacar
partido. Ni se lleva sino protocolariamente con su otro hijo, Fernando, ahora
rey de Nápoles y desobediente a la estrategia paterna.

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5.- Borbonear

i miramos hacia atrás, digamos que a una mirada de soslayo, veremos que
S este Carolo de numeral tercero fue, como hemos dicho más arriba, un mal,
otro más y del montón, para las colonias de ultramar y para los reinos
hispánicos.

Carlos estuvo obsesionado por fortalecer el papel de retaguardia de este


vasto imperio colonial y por darle uniformidad y disciplina bajo la bota
española. No llegó a decirle a ningún virrey eso de por qué no te callas, dado
que en sus tiempos las distancias dificultaban un trato tan directo de una a
otra costa, pero ejerció de soberbio tirano y con cierto desdén su dominio
hereditario sobre las Américas.

Igual que en sus restantes reinos hispánicos, luchó por deshacer todo atisbo
de diferenciación, de mezcla, de heterogeneidad, de libertad y de liberalidad
es esos dominios ultramarinos, donde el sol, se decí a, no se poní a.

El rey creó, a él se lo debemos recriminar y desde aquí no perdemos la


ocasión de hacerlo, la nación de España como idea y como retunda realidad
teológica donde antes no existí a sino la denominación genérica de lugares
unidos por un mismo cetro en el orto europeo. Y la hizo uniforme, monda y
lironda, antagonista, paternalista y estatalista, represora de los periféricos que
osaban protestar o de los disidentes que osaban osar.

A él se debe la ocurrencia de bandera, el himno, las ordenanzas militares, la


loterí a, la primera emisión de dinero, el primer banco estatal, las milicias
urbanas e incluso que el pueblucho madrileño, pestí fero y ocurrente,
fundado por los árabes ocho siglos antes como una mera plaza de frontera, se

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convirtiera en capitalino y se llenara de monumentos horteras y


grandilocuentes, pensados a mayor gloria de la corona, mientras que los
madrileños de batalla seguí an padeciendo pobreza cuando no miseria, que no
hay más que ver los cuadros de Goya para comprender al pueblo y a sus
aristocráticos amos en su fraternal, o confraternal, mezcla y unión.

Cuando Londres cayó en el declive por la pérdida de sus antiguas colonias y


Parí s cayó en el anatema por el pequeño detalle de hacer rodar la regia
calavera de ese cabeza loca del Luis XVI, es decir, en el pequeño espacio de
tiempo en que Carlos se creyó el rey de reyes, quiso hacer de Madrid la
capital del orbe y hubo de fingir un pasado menos bastardo a la villa paleta.
Dio pábulo a las patrañas inventadas por Jerónimo de la Quintana y otros
locos similares un siglo antes, cuando afirmaron que Madrid era la Mantua
Carpetana que la leyenda sitúa en el confí n del orbe conocido por Ptolomeo,
y cuyo nacimiento atribuye nada menos que a un legendario guerrero de la
guerra de Troya

” … Ocno Bianor, hijo de Tiberino, Rey de la Toscana y de los


latinos, y de la hada Mantho, que floreció en Tebas y como adivina,
la llevó Teseo cuando hizo guerra a Creonte; La cual, como Teseo
fue despojado del reino de Atenas, ella se lanzó al mar, y fue a
parar a las costas de Italia, y allí la recogió el rey Tiberiano y tuvo
con ella al Prí ncipe Ocno Bianor,a quien Virgilio en su Eneida
llama capitán de guerra, el cual nació después de la muerte
desgraciada de su padre, en la guerra que hizo a Glauco cretense, y
estando la victoria de su parte, cayó en el rí o Albula y se ahogó en
él, tomando por ese suceso el nombre de Tiber de allí en adelante el
rí o… ”.

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Más como Lisboa rivalizó haciendo descender su origen del propio Ulises,
hizo el rey Carlos falsificar pruebas de la fundación previa de Madrid nada
menos que por uno de los hijos de Noé, justo después del diluvio. La urbe de
urbes debí a tener mejor origen que sus hermanas competidoras. El rey de
España mejores tí tulos.

Carlos, como hemos insinuado casi de pasada, no tuvo un especial interés por
las colonias, mucho menos por sus habitantes y su porvenir. Usó de unas y
otros como moneda polí tica en su lucha por la supremací a continental frente
a Inglaterra, su rival principal, y como escenario de fogueo y disputas de sus
ambiciosos nobles y gentilhombres. También como bolsa de alivio de sus
excesos económicos y caprichos.

En aquel entonces y después también, la independencia de las Américas, ese


anhelo que está aún esperando su primavera, jugó su suerte en tableros
extraños, siempre al albur de movimientos dados en otro sitio, de
estratagemas hechas por otros, de intereses negociados en otros mercados.
Las partidas de allá se jugaban acá, qué curioso, tal que ahora.

Carlos, ofuscado en supersticiones y de un tremendo conservadurismo


piadoso, prohibió las lenguas diferentes y los trajes que distinguí an culturas
distintas. Prohibió el idioma de los guayacurúes, de los mayas, de los
quichuas, las lenguas Bora, Chibcha, Guahibo, Sáliba, Puinabe, Tuikano,
Witoto, Arawak, Karib,y tantas otras.

También en España prohibió las lenguas vernáculas y ordenó la


castellanización del reino. Que nadie osase distinguirse y diferenciarse de las
costumbres de su rey y de su forma de ver el mundo.

En repetidas reales cédulas prohí be a los vascos ser tales, y a los catalanes,
y a los gallegos, y a los murcianos, y a los gitanos (a los que persigue y

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manda constantemente a galeras o a tortura) y a los moriscos, a quienes en


sus ordenanzas asocia a gentes de mal vivir.

El rey querí a una única lengua, una única religión, una única moral y un
pueblo sometido. Más o menos la voluntad de todo rey, de todo rey
absoluto, de todo Borbón reinante, de toda idea déspota del poder, de toda
sinrazón del poder, de todo poder.

Por eso el rey enví a y reenví a reales cédulas conminatorias mandando cubrir
la enseñanza en castellano en las escuelas de indios, donde las hubiere, como
es la de mayo de 1785, que llega a la gobernación de Antioquia para estricto
cumplimiento. Su polí tica de hispanización de América recuerda que

han de establecerse casas fundadas y dotadas para recoger y


doctrinar a indias doncellas y enseñarlas otras cosas necesarias, y
que se pongan en ellas matronas de buena vida y ejemplo, para que
se comunique el fruto de tan buena palabra por todas las provincias
y les encarguen y pongan mucha atención y diligencia en enseñar a
estas doncellas en lengua española y en ella la doctrina cristiana y
oraciones y no las permitan hablar en lengua materna.

O, en otra cédula real de 1779, par que

se instruya a los indios en los dogmas de nuestra religión en


castellano y se les enseñe a leer y escribir en este idioma que debe
extenderse y hacer único y universal en los mismos dominios, por ser
el propio de los monarcas y conquistadores, para facilitar la
administración y pasto espiritual a los naturales, … para que de
una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes
idiomas que se usa en los mismos dominios y solo se hable el

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castellano, como está mandado por repetidas leyes, reales cédulas y


órdenes extendí as.

Es obvio que este odio al diferente, que este amor incondicional al


castellano, a las costumbres ancestrales de los españoles, que este
sojuzgamiento del indio, que esta deshumanización del negro hecho esclavo,
que este racismo reaccionario, que este catolicismo empedrado, que este
abuso del poder clientelar y autoritario, que esta apelación a la sabia razón
para cometer desmanes semejantes, son caracterí sticas también del criollo y
señas de la identidad americana, de la identidad española, de la identidad de
este encuentro-desencuentro que nos une y separa.

En definitiva, cuando se mata al padre suele ser para sustituirlo en la


manada.

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6.- El Mariscal Francisco de


Miranda

n los dí as en que Aranda firmó los acuerdos de Versalles, el Coronel


E Francisco de Miranda, caraqueño hijo de un blanco de orilla, masón y
perseguido por la inquisición española, soldado singular y que se ha
destacado en la lucha de la independencia de las trece colonias de
Norteamérica, donde ha recogido el respeto y la admiración del propio
George Washington, se encuentra en este nuevo mundo, huido con apoyo
del Comandante Cajigal de las garras del gobernador de Cuba y del Santo
Oficio, que lo quieren llevar encadenado a Cádiz.

Escriba vuestra merced a Aranda, dice Cajigal, pí dale ayuda para que
interese la revisión de su caso al Rey. El Conde es un hombre de bien y le
comprenderá. Y si nada consigue de esta panda de refinados, quédese en la
nueva república al servicio de su milicia, que bien que necesitará de buenos
militares para defender los derechos que recién han conquistado y, con algo
de suerte, para que éstos se extiendan y cunda el ejemplo.

Desde New Bern escribe Miranda a Aranda solicitándole su mediación en el


repugnante proceso inquisitorial que se sigue contra él por ser masón e
instándole a promover las reformas necesarias en Nueva Granada, donde una
abundante logia de patriotas tiene capacidad para llevar adelante el proyecto,
para conseguir el gobierno de la razón y la abolición de la arbitrariedad.

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La carta es, como no podí a ser menos, extensa e inflamada de las


influencias ilustradas que Miranda ha ido acumulando en su ya extensa
biblioteca.

Miranda se entiende a sí mismo como un soldado al servicio de la lucha


contra el despotismo en cualquier lugar del mundo. Ama la libertad. Ama la
independencia. Cree que todos los hombres son iguales, incluidos los negros
y esclavos. Piensa en un mundo de fraternidad.

Ama su América y sueña con que los logros de la nueva cultura se extiendan
por ella como un reguero de vino nuevo.

Miranda tiene un brazo poderoso al servicio de una causa incierta.

Y muchos enemigos dispuestos a prenderlo o a usarlo en beneficio propio.

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7. - Veinticuatro de julio en
Caracas
n la alcoba de una casa palaciega de Caracas nace un niño de sangre azul el
E mismo dí a 24 de julio en que el clarividente Aranda recomienda al rey
disgregar su reino y renunciar a las colonias.

La casa ha pasado de unos a otros entre la nobleza de sangre y de compra


caraqueña, hasta llegar, por dote de Doña Petronila de Ponte y Marí n, al
patrimonio del Marqués de San Luis, nieto de ésta y padre del recién nacido,
hombre de extensas posesiones de herencia, del que se conocen complejos
de cacao cerca de Puerto Cabello, inmuebles en Caracas y La Guaira, un
almacén de telas finas en Caracas, y otras propiedades en Suata, Caicará y
los Valles de Aragua, sin olvidarnos del ingenio azucarero de San Mateo y el
Hato de Totumo, en Tiznados.

Estas haciendas, vano es decirlo, incorporan cientos de esclavos y esclavas


para los diversos menesteres y oficios que en las mismas acontecen, así
como jornaleros y otros añadidos y una inmensa fortuna heredada de su
padre y que le valió a aquél para poder comprar por precio de veintidós mil
ducados el marquesado castellano de San Luis a los benedictinos del
madrileño monasterio de Montserrat. Por eso el marqués es marqués, pues
poder con poder se paga.

El bullicio en la casa es enorme este dí a. Fuera un aguacero baña toda


Caracas y limpia el ambiente.

A la Señora la lavan y la sirven más de doce esclavas, dirigidas por la prima


de la Señora, una colérica señora repantingada, que es quien dispone todo

23
Bicentenarios

con órdenes tajantes. La alcoba es ahora el dominio de este gineceo y el


paritorio. La marquesa jadea y, como marcan los cánones, grita
constantemente para afianzar su victoria más gloriosa, la razón de ser de una
marquesa, los hijos de la estirpe que nacen, aunque sea con tanta costra y
suciedad añadida y en la más pura de las fragilidades.

Como no puede ser menos, el marqués ha sido informado puntualmente del


inicio del parto, pero el marqués está ahora en asuntos importantes y se
mantiene alejado del lugar.

La lluvia bate contra las tejas del palacio y salpica los ventanales. Huele a
humedad y a la exuberancia de la vegetación. El viento acompaña con su
rumor al aguacero y es tanto el agua que no se ven las cimas del Ávila ni del
Atillo.

El niño recién está naciendo. Llora, o grita, con ahí nco.

El resto de la prole se encuentra en la sala a la espera. No saben muy bien


qué hacer.

Cubren al recién nacido con mantillas de encajes y valor incalculable, como


se merece quien desciende de tan importantes progenitores.

Le pondrán de nombre Pedro José, que así lo ha dispuesto su padre muy


puntualmente.

Unos dí as después el niño es bautizado en la propia catedral de San Jacinto.


El primo del Marqués, Juan Félix Jerez de Aristeguieta, canónigo de la
Catedral, bautiza al chiquillo.

Inopinadamente le cambia el nombre; Simón por Pedro:

24
Bicentenarios

Simón José Antonio de la Santí sima Trinidad Bolí var de la


Concepción y Ponte Palacios y Blanco, Ego te baptizo in nomine
Patris, et Filii, et Spiritus Sancti. Amen

Cae el agua derramada por la cabeza del pequeño Simón, que iba para
Pedro, piedra sobre la que edificar, como dice la Biblia en una interpolación
que ahora no viene al caso recriminar ni al que la hizo ni al que la permitió,
por más que suframos las consecuencias, y el crí o llora por el susto.

Las familias, selectamente elegidas, asisten emocionadas al acto del


bautismo.

Una vez en la casa, el Marqués pregunta al canónigo cómo es que le cambió


el nombre al hijo.

El canónigo explica que el nombre es el mismo, en latí n o en hebreo.


Explica y explica. Una intuición, una inspiración, un mensaje venido del
cielo. No es convincente.

25
Bicentenarios

8.- El rey ha muerto

uerto el perro, se acabó la rabia. Muere Carlos, lo sucede Carlos. A un


M padre sucede un hijo en toda organización patrimonial, desde la empresa
personal al reino, pasando por los clubs de amigos, partidos, banderí as
varias, entes de beneficencia, conventos, cuarteles y similares. Así ha sido y
será siempre y cuando se intenta un cambio de las reglas de juego que
evolucionaron y se adaptaron con nuestra biologí a a lo largo de tantos
milenios, se prepara una revolución, ilusa revolución, y, cómo no, el que
manda se revuelve contra el disoluto, el impí o, el truhan que le quiere
arrebatar lo suyo. Y si puede, lo vilipendia, lo margina, lo espachurra o lo
compra.

Carlos sucede a Carlos. Lo declara el propio rey muerto en su testamento,


donde encarga al sucesor muy particularmente el cuidado y protección de la
Religión Católica, el cuidado muy paternal de sus amados vasallos y el
amparo, amor y asistencia a la familia real, hermanos, hijos, y reyes
bobones.

Muere el rey en 1788, languidece el reino. Tiemblan sus vasallos. Viene otro
rey. Otro vendrá que bueno te hará. El reino se estremece. Sus vasallos
perecen. De mal en peor vamos y así un largo etcétera.

Si hacemos caso de las estimaciones, probablemente malintencionadas


porque vienen de los seculares enemigos de fuera y de los atávicos
antiespañoles de dentro, e incluso de separatistas de antaño o de hogaño,
cuando estira la pata Carlos, hay entre 10 y 12 millones de personas, nadie
puede saberlo a ciencia cierta, la mayorí a de las cuales no llegará a los 50

26
Bicentenarios

años desde la cuna a la tumba, en lo que un dí a fueron reinos


independientes, y antes otras muchas cosas, en fin, no volvamos sobre estas
nostalgias ni vayamos a ponernos relativistas a estas alturas.

De este tropel de gentes que perviven cuando su rey los deja solos, la
inmensí sima mayorí a eran agricultores, contando como tales tanto a la muy
mayoritaria minorí a de los jornaleros que nada tienen, a los campesinos que
deben prestaciones, rentas o privilegios a los amos, y a los agricultores
propiamente dichos y que cuentan con un pequeño terruño propio.

Tan sólo unos 200.000 individuos estaban dedicados a una débil industria
(llamada manufactura por aquel entonces, que aún no habí a llegado Prudhon
y menos aún Marx para enseñarnos que esas gentes eran una clase social y
que tení an, o más bien podí an adquirirla, una conciencia de su relevante
papel para hacer valer sus intereses y todo el raca-raca archiconocido y cada
vez más utópico y remuerto).

Luego unos 150000 clérigos, contando entre su batallón toda la cohorte de


canónigos, deanes, obispos, arzobispos, abades, cardenales, presbí teros,
monjes y monjas, novicias y novicios, y otros cargos y oficios, como si de
una corte celestial se tratara, distribuidos en más de 40 órdenes religiosas de
la más variopinta denominación y fortaleza y la tira de curatos, capellaní as,
capillas, iglesias, seos, catedrales y concatedrales.

Tras ellos podí a seguir un número de unos 30000 individuos que ni fu ni fa,
distribuidos, y quién sabe si a tiempo parcial o completo, entre funcionarios y
comerciantes.

Unos 1300 nobles de verdad, una casa real, un solo rey y un sinnúmero de
pájaros, burros, caballos, ovejas y otros bichos brutos que de un modo u otro
sentaban sus reales en suelo hispano.

27
Bicentenarios

Estamos, obvio era pero por si acaso hay duda se añade ahora, hablando de
los reinos peninsulares, es decir, las Españas que este finado rey convirtió,
por decreto y uebos (léase necesidad) en nación “una” (luego otros añadirán
otros atributos). Excluimos por ello las llamadas colonias ultramarinas que,
en tendencia centrí peta incomprendida, quieren desgajarse, abandonar el
barco, dejarlo a la deriva, darse el piro, dejar de remar en la misma
dirección y que se quede con sus ratas y su rey.

Para resumir la herencia que el rey transmite, bastarí a con decir que, como
siempre, las cosas terrenales estaban fatalmente repartidas, si nos ponemos
en el punto de vista de la mayorí a de la gente; y que respecto de las cosas
espirituales, término en el que vamos a añadir también las cuestiones relativas
a creencias generales, como por ejemplo que lo que nos sucede es una
fatalidad necesaria, que así es y será siempre y un largo etcétera que sobra
también reproducir, requeterematadamente mal dispuestas. Siempre, claro
está, puestos como estamos en el lugar de los que viví an jodidos por todo
ello, que no por ser mayorí a han de tener razón en este y otros muchos
casos y aún en otros la tienen sin siquiera saberlo ni poderlo hacer valer.

Sin querer hacer sangre, que como decimos no es el propósito, la sociedad


que agoniza cuando el rey va camino del pijama de madera, era de esas que
se llaman estamental, o de castas si queremos ser más provocadores, basada
en un inmoral derecho de tenencia de tierra y vidas en pocas manos
(casualmente no sólo pocas, sino bien avarientas y desconsideradas), en la
existencia de unos privilegios abusivos en manos de unos pocos (que por
cierto eran los pocos que tení an además la tierra y el derecho de señorí o a
que antes nos hemos referido), en el pretendido derecho natural y de
conquista que legitima la violencia, y en un patético sistema de trabajo
semiforzado que habí a llevado a esa masa inservible de personitas sin arte ni
parte al estado de semiimbecilidad que les hací a creer que este mundo era el

28
Bicentenarios

mejor de los posibles, o el peor si excluimos los otros, que no tení a más
arreglo que la resignación y al mal tiempo buena cara y que, como dijo Don
Francisco Mariano Nipho en sus cartas polí tico económicas al Conde de
Lerena

“en nuestro populacho es tan válido aquello de que el rey el señor


absoluto de las vidas, haciendas y el honor, que el ponerlo en duda
se tiene como una especie de sacrilegio”.

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Bicentenarios

PRIMERA DIGRESIÓN/DIATRIBA
DESDE ESTA ORILLA
i los súbditos (véase que no queremos hablar de pueblo donde no lo habí a o
S no se tení a por tal o, mejor dicho aún, donde este palabro se convierte en
una abstracción sujeta a tanta mala interpretación, tanta mala prensa y a tanta
interesada manipulación de tribunos sin escrúpulos y otros salvapatrias
desocupados de hacer vida honrada) viví an en tan deplorable estado, tal vez
ahora, a los más de doscientos años pasados, con la perspectiva que da el
tiempo, que todo lo cura, podrí a cabernos la tentación de compadecernos de
su mala suerte y alegrarnos de que doscientos años hayan valido para que la
nuestra se le parezca poco a la de ellos.

Joder, que mal vivió mi tatarabuelo, es un suponer, y menos mal que el


mundo cambia que es una barbaridad. Para algo valieron los desgarros, los
motines, las sublevaciones, hasta el desastre colonial, visto desde la
perspectiva oficial de los de aquí , y el fin del imperio, las dos repúblicas
fallidas, sin olvidarnos de las terribles guerras donde tal vez los parientes de
cada cual se vieron forzados a servir, unos a la causa del rey, otros a la de
sus adversarios, y toda la sarta de dictadorzuelos y jerarcas que nos ha
tocado aguantar desde que Fernando VII auspició el primer alzamiento hasta
la fecha, así como una guerra civil que segó la vida a más de dos millones
de personas y mandó al exilio a otro, y varias otras carlistas que se
cepillaron a más de 600000 combatientes y mandaron al exilio también a
otros cien mil. Para algo valieron, dirí a este supuesto español de ahora, la
hégira de una inmigración hacia América y Europa, en oleadas continuas en
esos doscientos años de perenne deserción o de hambre, de apretadas y
huidizas filas y hasta turbas de españoles que ahuecaron el ala, se bajaron de

30
Bicentenarios

la nave, abandonaron la piel de toro, dijeron chao a ese amor frú a lo


español que los aprisionaba. De esos miles y miles que abjuraron,
repudiaron, desvelaron las vergüenzas de tal reino, pueblo o sociedad cual la
que les tocó padecer en nombre de ese ideario un tanto ridí culo de lo
español y la España.

Después de tanto trauma, dirí a un observador imparcial que contemplara el


proceso de desastre no compartido y de desencuentro de los dos mundos que
están a punto de segregarse en estos finales del siglo XVIII, al menos en esta
parte de la orilla logramos una transición apañada, que sigue presentándose
como modélica ante las sociedades de la otra orilla que hace menos tiempo se
han desprendido de sus penúltimos autócratas, y esa retahí la de progresivas
vueltas al mismo sitio.

Pero no, no son tan simples las cosas. No podemos cantar victoria.

Según el punto de vista que uno acepte para ver, como por una ranurita, lo
pasado desde que estiró la pata Carolo el de la Puerta de Alcalá, e incluso
antes, hasta nuestros dí as, los acontecimientos han evolucionado como los
pimientos de padrón, que uns pican e outros non.

Porque este viaje ilustrado que prometí a prosperidad, o el viaje


regeneracionista y tradicionalista posterior que nos prometió honor y
sacarnos de la miseria, tanto la fí sica como la intelectual, no habí a
conseguido indicadores respetables ni siquiera hacia la mitad del siglo XX y,
si me apuran, no nos ha permitido, como dicen ahora las notas escolares,
progresar adecuadamente en lo que va desde entonces a nuestros dí as.

Tampoco aquí la independencia nos ha dado independencia, si por tal ha de


entenderse bienestar justamente redistribuido, justicia social, igualdad real,
democracia participativa u otras cosas de este tipo.

31
Bicentenarios

En los años del llamado desarrollismo español, ya en tiempos de Franco, la


tenencia de la tierra, como siempre, estaba concentrada en manos de la
iglesia (más de una sexta parte), del Estado (y aquí léase sobre todo de los
cuerpos represivos y de los ejércitos, incluyendo en unos y otros las rapiñas
de los generales y del general de generales) y de los grandes terratenientes;
la existencia de una dualidad social entre ricos (pocos y muy ricos) y pobres
(muchos y cada vez muchos más) es mayor que en épocas anteriores; el
analfabetismo alcanza a la mitad de la población y casi al 80% si estamos
hablando del funcional; no existen emprendedores ni sectores económicos
dinámicos, las libertades se han aniquilado por completo en un régimen
autoritario y que se proclama nacionalcatolicista, y el ejercicio del poder y
de las relaciones sociales es, como lo fue antes y lo seguirá siendo después,
paternalista, autoritario, cí nico y cargado de un formalismo tradicionalista
basado en la apariencia y el disimulo barroco. Una sociedad, por ello,
colapsada, sin futuro y en suspensión de pagos.

Pero esto, que parecen cosas superadas, ¿ no se parece a lo que vivimos en


el dí a de hoy, en una crisis que expulsa de la esperanza a una quinta parte de
su población, sobrante porque no hay empleo y el que habí a, al igual que
antaño, era malo y vinculado a la especulación y una explotación feroz e
ideológicamente integrada como algo natural?, ¿ No es similar en una
sociedad que precariza su cohesión social y se dualiza de nuevo entre los que
tienen y los que ni tienen ni se los espera?, ¿ No es semejante el problema
de vivienda de los nadie de entonces y el de los jóvenes de ahora?, ¿ no es
parecida a la de aquella época para casi una quinta parte más de su población,
amenazada desde el mismo dí a en que se jubila a perder todo medio de
vida?, ¿ no es similar en cuanto al cinismo social, el pateranlismo polí tico y
el creciente autoritarismo desde el que se entablan las relaciones sociales y
los comportamientos públicos?, ¿ no existe el mismo control ideológico

32
Bicentenarios

sobre la libertad de las personas, ahora manipuladas y llevadas al simplismo


idiotizante por el nuevo clero sacerdotal y sus púlpitos en las NTC,
televisiones, prensas, nuevas y viejas religiones y hasta el adocenamiento en
los centros de formación?, ¿ No se asemeja ésta a aquella en el elitismo
interesado de los poderes formales e informales, que ejercen una tutela sobre
todos que podemos llamar de despotismo ilustrado: todo (es decir todo todo)
por el pueblo pero sin el pueblo?...

Ostias, si que es cierto. Antes la vida era una vida de mierda… tal como
ahora.

En este horrible trance, lo confieso, porque el cronista debe ser imparcial o,


cuando menos, indicar en qué momento abandonó el relato y se incursionó
por los derroteros de la demagogia, incluso se me presentan semejantes los
personajes de entonces y de ahora:

A un Carlos, pongamos el finado o su heredero, sucede este Juan Carlos


que, bien que uno mire los cuadros de época y suponga al tatarabuelo
haciéndonos los discursos de fin de año, comido por servido: Casi igual de
aburridos, casi que suponemos la misma voz, o el mismo tono pánfilo de
ésta, casí que suponemos el mismo mensaje átono conminando con
semejantes reflejos la unidad nacional y el pacto de todos en beneficio del
bien común: más de lo mismo.

Y si miramos al actual Cañizares, quién no se reencuentra con el Obispo de


Orense, y gran inquisidor, Don Pedro de Quevedo y Quintano, o con las
barbaridades que proclamó Donoso Cortés, tales como que «Entre la razón
humana y lo absurdo hay una afinidad secreta, un parentesco estrechí simo”,
o que “entre la verdad y la razón humana, después de la prevaricación del
hombre, ha puesto Dios una repugnancia inmortal y una repulsión
invencible» , por no mencionar aquella otra de que “el Estado debe ser tan

33
Bicentenarios

religioso como el hombre,… y La autoridad pública, considerada en general,


en abstracto, viene de Dios”, o del indeseable Padre Escoí quez:

¿ Quién no recuerda las monsergas del Cardenal Rouco Varela o de su


epí gono laico el doctor Jiménez Losantos y el gordo Cesar Vidal, si lee las
diatribas de Fray Fernando de Zeballos, Fray Diego de Cadiz o del
predicador del rey D. Vicente Fernández, instigadores de las dos Españas e
inspiradores del café, perdonen el anacronismo, para la antiespaña de los que
no pensaban como ellos?.

Quién escucha ahora a la conferencia episcopal o a los periódicos


ultramontanos que la difunden, parece releer a Fray José Arnau señalando
que la causa de los infortunios presentes es la libertad para el vicio, la
incredulidad, la arrogancia, la vanagloria, la juventud corrompida…
reinantes en la ciudad.

Y quién no ve en el propio Jiménez Losantos al propio Padre Torrubia,


perseguidor de masones, que predicó incluso contra el propio rey e
infeccionó con su ponzoña, trazando un plan para exterminar a los que
pensaban diferente a él.

Si en aquel entonces la Iglesia condenó la masonerí a por contraria a la moral


y por disolver la sociedad, que parecí a que estaba a punto de su extinción,
ahora las condenas por lo mismo se hacen a otros que predican libertades
diferentes. Si se publicaron í ndices de libros prohibidos, no otra ha sido la
situación en gran parte de nuestro siglo XX.

Si entonces aparecieron los Escolapios, los redentoristas y los pasionistas,


para luchar por quedarse con la educación moral de la juventud y evitar el
programa racionalista de la ilustración y del aseguramiento de la enseñanza
pública a todas las gentes, ¿ no hay ahora sino que ver la aparición de nuevas

34
Bicentenarios

congregaciones tóxicas, como los cruzados, legionarios y toda la sarta militar


cristiana o el opus dei, y su encarnizada lucha contra el paganismo y contra
la educación cí vica? ¿ Resulta difí cil entender por qué la embestida religiosa
hacia la educación sigue bajo iguales parámetros.

Si polí ticos de moda como Godoy, Floridablanca, Campomanes y otros


practicaban un elitismo principesco y eran, en cualquier aspecto que se mire,
vividores, arribistas y hací an de las banderí as y de los partidos y facciones
su modus vivendi, qué no podemos decir ahora de personajes de sobra
conocidos en los diferentes partidos polí ticos, instrumentos que sólo
representan intereses de poder e inventados para evitar la democracia eficaz
y la participación real de la gente o al menos para adocenarla.

Incluso “cetapé”, con su absurdia ignorante y engreí da, sus aires


principescos, sus ocurrencias y su mediocridad, y Rajoy con su mala leche
resabiada y su tozuda y burda carcuncia, se nos asemejan a los principales
personajes del idiotismo polí tico de otros siglos y no ofrecen, en su
representación teatral, sino mediocridad y falta de talento. Tal vez a ellos,
debemos, como antaño a los otros, el retraso, incluso mental, de nuestro
sistema social.

Y ¿ qué no se puede decir del hacer indeseable de la reina Doña Marí a Luisa
de Parma y sus similitudes con el autoritarismo castizo de la reinona
Esperanza Aguirre?.

Incluso mantenemos intacto el folclore de la duquesa de Alba, la de antes y


la de ahora, de los torerillos y toreros de moda en uno y otro mundo, de los
aventureros, espabilaos, sabelotodos, pelotas y funcionarios de toda ralea.

Pero, alegrí a, doscientos años no es nada.

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Bicentenarios

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Bicentenarios

9.- Haití

a mecha prendida en Francia se replica en las colonias francesas. No es


L casual que el pueblo de la libertad negara la misma a sus colonias de
aprovechamiento azucarero, pues la revolución sólo hablaba de libertad,
igualdad y fraternidad abstractas y para ricos. Francia daba con una mano lo
que con otra quitaba, pero ni siquiera en esto era original.

Pero los esclavos de Haití se tomaron al pie de la letra la igualdad. Esos


esclavos siempre tan ilusos se creen todos los cuentos y a la primera de
cambio aspiran a hacer realidad los relatos teológicos,

Los esclavos de Haití se sublevan. Huyen de sus dueños. Empieza el motí n.

Toussaint, hijo de Gaou-Guinou,y esclavo liberto, y luego general de los


españoles, al frente. El estado se hace independiente y es dirigido por
negros. Nunca antes ha pasado esto. Quién te ha visto y quién te ve. Abolen
la esclavitud. Invaden Santo Domingo, el lado español de la isla. Allá irán
huyendo los criollos de Haití que temen estar en Puerto Prí ncipe por si
acaso les ajustan las cuentas. Napoleón nada puede contra esta independencia
ultramarina. Que venga aquí Napoleón a nado si quiere. Se aguanta.

Mas tarde, los espí as de Napoleón conseguirán apresar a Toussaint. El paga


por todos ellos la venganza de los gabachos.

Pero el general Jean Jeacques Dessalines arma a los esclavos. Vencen a los
franceses de nuevo y el general se proclama emperador.

37
Bicentenarios

Hagamos un alto en el camino para reparar sobre la propensión de los


generales en pasar del bando de los que buscan la libertad al de los que
buscan acabar con ella. Podrí a suponer un anacronismo, pero en este caso
lí cito cree el autor, pero conviene estar siempre prevenido contra todo
libertador, sobre todo contra todo libertador militar, y abjurar de todo
ejército, regular o irregular, como una de las peores pestes del género
humano. Digamos, para acabar el cuadro y la idea, que esta condena
irrestricta al militarismo en cualquiera de sus expresiones, se hace extensible
al poder y a toda autoridad y, para excusar al autor de ideas disolutas que no
obstante comparte, que no es originalidad suya este pensamiento. Antes
otros, entre ellos el loco ese de Einstein, ya dijeron algo muy similar y de
ellos hemos tomado ejemplar ejemplo.

Pero volvamos a nuestro cuento. Cuando, años más tarde, el enésimo intento
de liberar su patria fracase, Simón Bolí var saldrá del continente americano
y pedirá refugio en Haití y vivirá un tiempo bajo la protección de la
república recién creada. Allá encontrará a otros tantos patriotas refugiados:
A Patiño, a Piar, a Soublette y a su belle y codiciada hermana, a Holstein, a
Mariño…

Escribirá Simón al presidente Pétion en Puerto Prí ncipe y le pedirá apoyo y


armas para una nueva intentona. A cambio, impresionado Bolí var, promete
que abolirá la esclavitud en Suramérica como primer acto de su victoria.

38
Bicentenarios

10.- Amigos de logia y Américas

iranda abraza ahora a un nuevogranadino nacido en Santafé. Viene de Cádiz.


M Huyendo con la ayuda de la logia de hermanos de esta ciudad.

El prestigio del general le atrae y le arrastra.

Miranda está exaltado. Recibe mucha gente en estos dí as. El extranjero se


emociona. Lo recorre un escalofrí o y hace una reverencia ante el general.

El bueno de Francisco de Miranda, harto de esperar el cambio del humor


regio y su perdón por el tribunal inquisitorial, mandó al diablo sus galones
militares y los ejércitos hispanos y marchó a Londres a buscar ayuda. De allá
pasó a Rusia cuando sospechó que el embajador español tení a intención en
capturarlo. Luego viajó a Prusia, a Bélgica y a otros paí ses centroeuropeos,
para acabar recalando en Parí s en el momento justo.

Su ardor revolucionario, su irrestricta militancia masónica, su amor a la raza


humana, su oficio de guerrero, lo llevan a luchar en las causas donde se
decide el destino del hombre y el nuevo rumbo del viejo mundo.

Ahora cuenta su azarosa vida al extranjero recién llegado, a quien acoge en


su casa.

El buen revolucionario ha participado en la defensa de la nación francesa,


que poco antes acaba de liquidar la monarquí a en la cabeza del ciudadano
Luis Capeto, aboliendo en la picota el feudalismo y proclamado la grandiosa
declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, que aún hoy sigue
sin cumplirse en sus principales proclamas.

39
Bicentenarios

Miranda cuenta al huésped que se unió al partido de los Brissotins y que


luchó en los distintos frentes militares y subió por los escalafones del ejército
republicano hasta llegar al grado de general de la Convención. Dirigió sus
ejércitos en todas las batallas, incluido el cañoneo de Valmy, donde sufrió la
deshonrosa traición del Mariscal Doumouriez, que se pasó al enemigo en
mitad de la batalla, y se vio obligado a defender el honor republicano en
solitario. Tras la victoria de esa heroica jornada, donde derrotó nada menos
que a su admirado Federico Guillermo de Prusia, fue juzgado, junto con el
mariscal traidor, por Alta traición. Y en un juicio memorable, obtuvo su
absolución y el emocionado reconocimiento, como mariscal de la república,
por parte de la Convención, Robespierre incluido. Ese dí a fue llevado a
hombros por el pueblo hasta su habitación.

Desde entonces el Mariscal se ha dedicado a la guerra y hace la polí tica. Y


lee. Y ama.

Ahora, hace menos de un año, Robespierre lo amenazó con la deportación o


con la guillotina.

Robespierre no era un tipo de andarse con chiquitas y el general tampoco es


de quedarse manco. Tal vez por eso estuvo a punto de trincharlo como un
pollo, pues el general es impetuoso.

Ahora que la cabeza de Robespierre acaba de rodar en el cadalso, es él el


vencedor y se siente seguro. Gana dinero. Lee, ama, hace polí tica. Piensa
en la revolución. Sueña con llevar su llama a los llanos de su tierra e
incendiarla de ardor revolucionario.

Sueña con librarla del rey y de la autoridad del estado estamental.

El forastero recién venido es otro fugitivo del rey español. Tal vez eso ya
crea simpatí as en Miranda. Eso y la fama que lo precede de haber traducido

40
Bicentenarios

al español la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y de


haberla hecho circular en hojas volantes por toda la ciudad. Salvo estos
papeles clandestinos, Nueva Granada no ha podido leer el texto del
cundinamarqués, porque bien se ha cuidado la autoridad de impedirlo y de
deportar al hoy huido.

La culpa de todo, dice el cundinamarqués, es del propio Virrey, que hizo


llegar a mis manos una Nouveau histoire du revolution para la biblioteca. Yo
leí ansioso el libro y encontré entre sus páginas la transcripción de los trece
artí culos gloriosos. Quedé fascinado, hechizado. Como si se tratara de una
teofaní a. Lo traduje absorto. Lo imprimí en volantes. Lo llevé a la logia. Lo
leí . Todos callamos, sabiendo que ahí mismo se manifestaba este signo de
la nueva época.

Se trata de Don Antonio de la Santí sima Concepción Nariño Álvarez, hijo


de un gallego, de casta le viene al galgo entonces, médico, orador, y masón
como Miranda, que ha sido alcalde de Santafé de Bogotá y luego encargado
de la tesorerí a de diezmos, de donde se le acusó de fraude.

Tras la traducción del texto y su lectura en El Arcano Sublime de la


filantropí a, se extendió como la pólvora la hazaña y el Virrey lo mandó
meter preso.

Nariño pasará los dos años siguientes, hasta que se escape del presidio, en el
penal de Cádiz.

Me llevaron primero a Cartagena y de allí a Cuba y luego a Cádiz, de donde


acabo de escapar gracias a los hermanos de la logia gaditana.

Es el tiempo, dice Nariño, en que el mundo entero aspira a conseguir el


mismo destino que Francia ahora ha hecho suyo y Estados Unidos antes.

41
Bicentenarios

Este es el faro que alumbra esta lucha y yo me pongo a su disposición,


hermano Miranda, para llevar esta luz a las Américas.

Miranda tal vez sueña con liberar al mundo de sus reyes y con llevar estas
ideas a la misma España, pero desecha la idea. España es incorregible.
Centrémonos en nuestra libertad americana.

Miranda, encendido en su ilusión, explica; Al Sur del Misissipi, desde la


ribera Sur de este rí o hasta tierra de Fuego, puede crearse un nuevo imperio
federal, un imperio ilustrado, con un inca a la cabeza y un parlamento como
este francés. Al estilo, a imitación, del gobierno de las colonias del Norte que
ayudó a independizar de Inglaterra y al estilo de la Francia que se despojó de
su tirano. No necesitaremos cargarnos al Borbón. Bastará separarnos de su
reino como uña se separa de la carne.

¿ Tiene un nombre para su vasto imperio de ensueños?, pregunta Nariño


excitado. Colombia, honor de Colón, el descubridor del Nuevo Mundo.

Colombia, repite Nariño, pensando en el virreinato de Nueva Granada.

Miranda explica todo. Tiene un sueño, una obsesión, un plan: Puede


conquistar militarmente este imperio, arrebatar sus dominios a los españoles.
Los americanos, hartos de no ser nadie en su tierra, se sublevarán y se
desembarazarán del rey. Que se lo queden los españoles, si no lo guillotinan
como deben.

Necesita dinero, mucho dinero, y patriotas, muchos convencidos.

Poco después, en este mismo año de 1796, el Directorio firma un tratado con
España en la Granja de San Ildefonso. Se trata de una alianza defensiva y
establece en su clausulado

42
Bicentenarios

que las dos potencias contratantes se garantirán mutuamente sin


reserva ni excepción alguna, y en la forma más auténtica y absoluta,
todos los estados, territorios, islas y plazas que poseen y poseerán
respectivamente; y si una de las dos se viese en lo sucesivo
amenazada ó atacada bajo cualquier pretexto que sea, la otra
promete, se empeña y obliga á auxiliarla con sus buenos oficios, y
socorrerla luego que sea requerida.

Miranda comprueba que Francia no ayudará a su empresa. Sabe que la


revolución emprendida ha tocado fin. Napoleón, ese militar a quien habí a
invitado a sus fiestas en alguna ocasión, ese cónsul a quien habí a invitado a
conocer América con la esperanza de que emprendiera la marcha para su
liberación, ha terminado con la república y con el sueño de extenderla al
mundo entero. Se siente confundido y encolerizado.

Miranda critica abiertamente el tratado. Es seguido de nuevo. Esta vez va en


serio.

Ahora se dispone a prestar su capacidad al servicio de derrocar al Directorio.


Es descubierto. Sus amistades son peligrosas para el nuevo poder del
directorio. Quieren acabar con él.

Amigo Miranda, le dice alguien fiel, váyase de Parí s. Su tiempo está


vencido y no queda nada por hacer aquí .

Miranda marcha a Londres y lleva entre sus enseres un proyecto


encuadernado en tafilete verde. El proyecto de Colombia, un imperio que se
extienda desde el Misissipi hasta la tierra del fuego, exceptuando la
Guayana, con un emperador y una constitución monárquica similar al
modelo inglés.

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Bicentenarios

Cuando Pitt lo reciba, sonreirá y se tomará el proyecto como uno más para
intentar desestabilizar la alianza franco española. Pitt recuerda el papel de
España y Francia en la pérdida de las colonias inglesas. Tal vez pueda dar
con una mano lo que quita con la otra. Juega a todas las barajas y Miranda
puede serle útil. No dice sí , pero no dice no. Lo protege con nombre falso.
Le aporta algo, no mucho, para la aventura del desembarco en Venezuela.

Alienta la reunión de patriotas en Londres. El tiempo pasa.

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Bicentenarios

11.- El hijo del Marqués de San


Luis

n ese año de inicios del siglo XIX llega a la corte madrileña otro caraqueño.
E La nobleza hispana se está llenando, casi resulta curioso observarlo, de
caraqueños adinerados. Su tí o, Ministro del Supremo Consejo de guerra de
Su Majestad, Marqués de Ustáriz, Don Jerónimo de nombre, también nacido
en Caracas. lo acoge en su palacio capitalino y se hace su preceptor y
consejero.

El indiano se hace amigo de uno de los infantes. Podrí amos decir que uno
tonto, pero para el caso no saldrí amos excesivamente de dudas y no es
cuestión ahora de revolver legajos para decir a ciencia cierta su nombre y
seña, pues el número de infantes supera los doce. Con quince años, llegado a
la corte para medrar, como tantos otros, y para consolidar, a golpe de plata,
los tí tulos y blasones familiares en duda, es admitido a jugar con los hijos
del rey Carlos.

Un dí a, como tantos antes, juegan al volante en el jardí n los prí ncipes, sus
amigos y otros allegados de estos. Están en el palacio de verano de
Aranjuez. El protocolo es absurdo y decadente. El sitio palaciego imponente
y de una verticalidad humillante. Tal vez pensado para que cualquiera que
entre por alguna de sus arcadas sepa que es un gusano y que el pié sacrosanto
del rey de España podí a espachurrarle con bien poco esfuerzo.

Mientras los niños juegan en los jardines, un grupo de músicos vestidos de


forma solemne, tocan sus instrumentos para solaz de la corte, metida en

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Bicentenarios

general bajo sombrillas para eludir el ardor del sol y poder criticar a gusto.
Se oyen sonatas de Juan Oliver de Astorga y de Miguel Geminiani. Tal vez
bellas. Quién lo sabe entre esta clase de nobles que apenas saben leer o, los
que saben y de sobra, están ahora ocupados en hacerse ver y querer de la
reina, el mejor nodo de subir en el escalafón.

En este momento el indiano disputa al prí ncipe de Asturias, un niño


violento, cruel y caprichoso, a quien nadie osa ganar. Lanzan la bola, la
batean y la devuelven. El juego se complica porque ninguno pierde. Batean
una y otra vez la paloma. Diez, veinte, treinta golpes. Se enardece el juego.
Gana en emoción. El pobre diablo no quiere perder. El prí ncipe se
encoleriza. Se masca la tragedia. Los músicos tocan lento.

Los tí os de Bolí var temen lo peor. Se hace silencio.

Fernando resta de duro golpe a la bola. Esta cruza silbando. Parece que la
perderá Simón. Pero el mozo se revuelve y logra golpear con fuerza. La bola
hace un raro movimiento. Va dura. Impacta en la cabeza del prí ncipe
Fernando. Le cae al suelo la gorra.

Sonrí e la corte, pero el prí ncipe no encuentra la gracia. Se acerca a Simón.


Lo desafí a. Pero el joven no se arredra. Tal vez lleguen a las manos.

La propia reina se interpone y evita así el primer encontronazo entre el


futuro rey y el futuro libertador.

Mas tarde, el propio Marqués de Ustáriz, temiendo lo peor del orgulloso


carácter de su sobrino, concierta su boda con una prima del adolescente, una
mujer sumisa y de anchas caderas, ideal para dar reposo al guerrero e hijos a
su estirpe. Piensa que tal vez con ello desfogue al alazán. Y que casados se
vuelvan a Caracas a hacer buena prole.

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Bicentenarios

En tanto se consuma el sacramento, Ustáriz intenta, con modales blandos y


tranquilos, enderezar al terco. Le refrena en su liberalidad con el dinero, en
el dispendio del gasto y ostento con que lo hace. Le intenta sembrar cultura
donde sus lagunas son patentes. Le intenta arrimar a los intereses realistas de
su estirpe. Discuten sobre las tesis del abate Raynal. El Marqués pone en
cuarentena las ideas de aquel. Desgajar el imperio, menuda barbaridad.
Simón replica el sojuzgamiento de los indianos por petulantes peninsulares
que constriñen a todos. Intercambian ideas. Comprueba Simón la
importancia de mantener la unidad para quienes, como él, tienen riquezas
vinculadas a los privilegios reales. Simón parece comprender. Calla. Su
interés de entonces no otro que descubrir el mundo, y ha empezado por la
parte placentera de éste. Oye como quien oye llover.

Llega carta del padre de la novia apalabrada. Debe retrasarse la boda. No


queremos, no querí amos, señalar que el padre de la novia tiene razón. Los
padres siempre miran por sus hijos y el de Marí a Teresa ha tenido
conocimiento de las condiciones del testamento del padre de Simón. Simón,
menor de edad, no puede capitular y, por mandas de su herencia, no llegarí a
a ser real heredero de su padre hasta tener un bien asentado matrimonio.

Simón se aburre. Gasta demasiado, su boca proclama admiración por el paí s


vecino, que acaba de asesinar al rey Borbón, y por las tesis masónicas sobre
la independencia de América. Y además se ha peleado con el prí ncipe de
Asturias. Tenerlo en Madrid es un compromiso incluso para le marqués.

El marqués le propone un viaje a Parí s, unos meses, suficiente para preparar


la boda y necesario para que conozca su admirada revolución.

Simón parte de Madrid, destino a Parí s..

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Bicentenarios

12.- Bolívar viaja a Paris

l Condecito español se encuentra en Parí s en presencia del Cónsul


E Bonaparte. Llama la atención el porte del cónsul, su paso rápido, su
fortaleza, su gallardí a. Su soberbia. La caí da de su cabello rubio. Sus ojos
intensos y fieros. Vestido a lo militar. Sin honores ni alhajas que mostraran
su dignidad. Con su gabán de campaña y sus botas bien lustradas. Marcial y
sencillo.

Frente a los otros próceres, emperifollados a la moda y mostrando con


ostentación su poder y su orgullo, Napoleón parecí a simplemente un soldado
llevado a la magistratura arrastras a cumplir su misión y dispuesto a
devolverle, hecho el encargo, la institución al pueblo.

No le interesaba, o al menos eso parecí a en aquel entonces, ninguna de las


reverencias, ninguno de los usos, ninguno de los atributos. No le hací an
mella, eso se decí a, las adulaciones y la corrupción. Pagaba una palmada en
la espalda con el desdén y la distancia. Se dice que trabaja infatigablemente y
que revisa personalmente todos y cada uno de los papeles que entran en la
magistratura. Que no descansa. Que no duerme. Que no vive sino por
Francia.

Tal vez el pequeño cabo no reparó en el joven conde. No tení a motivo y sí


muchas preocupaciones. En cambio Simón fijó su impresión en el cónsul y
se fascinó. Pensó en su arrojo, en su magnetismo, en su obra monumental.

Esa Francia que sólo era un eco para Simón, ese eco y esa aspiración, ahora
se hací an tangibles: el mérito como criterio por encima de la sangre y la

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Bicentenarios

herencia. Los hombres iguales, sin distinción de nacimiento, color o


fortuna. La lucha contra la opresión. Los códigos monumentales. La sanidad
pública. La prosperidad del comercio. Todo un mundo nuevo que anunciaba
el fin del absolutismo.

Qué choque llenará de resentimiento al joven meses después, cuando, para


seguir la costumbre del ius prima noctis, deba solicitar, humillado, al
bobalicón Borbón, al autorización para casarse con la fémina Doña Maria
Teresa de Toro, aún tan inocente y asustadiza a pesar de sus veinte años y de
sangre azul como la de él.

Simón deberá esperar la autorización real para llevar a cabo su anhelo. Mira
que si el rey dice que no. Nunca tal ha pasado ni ha de pasar, que el rey
recibe su óbolo por la autorización de bodas de nobles, y más aún de nobles
que pertenecen a su guardia real, pero tal vez la afrenta del prí ncipe de
Asturias, si es que aún se acuerdan de ella y si es que tiene gravedad alguna,
haga al dubitativo rey, o la reina, que parece ser quien manda, cambiar de
idea.

Los tiempos están cambiando. Los reyes temen, se soliviantan, se emboscan


y se acarician el gollete como si tras cada súbdito hubiera un Robespierre
dispuesto a cambiar el orbe de lugar.

Pensó ese dí a, no lo sabemos de ciencia cierta pero es de imaginar, en la


liberalidad con que en la Francia republicana podrí a haber casado, sin
miramientos de sangre, con quien hubiere tenido en gana, sin necesidad de
amaño de matrimonio ni hacienda, y bien bonitas que, según dicen, deben
ser las lozanas mozas republicanas, con sus enaltecidos seños, tal como ya
las ha visto por las praderas parisienes, sin tener que dar cuentas al general
Bonaparte ni a ningún otro prócer de su decisión.

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Bicentenarios

Comparar a Napoleón con Carlos, menuda gracia.

Pero el joven será casado, una vez el placet real se consuma, y se allegará a
su niña esposa para yacer, hoyarla y, por ese orden, desplomarse de asombro
ante aquel arrebol desconocido.

No podemos, en contra de la épica, hablar de amor entonces, y ahí van dos


conjeturas que prueban nuestra tesis: Una, porque el amor, para empezar, no
deja de ser una explicación cultural ajena a la posición social y a las
costumbres de la nobleza española de fines del siglo XVIII, por más que
nobleza algo criolla: Una explicación en suma que nada tiene que ver con los
arreglos de familia que unen haciendas, ambiciones y poderes, verdadera
razón del matrimonio en aquel entonces.

Tampoco ha llegado aún, en aquel año de 1802, la corriente romántica,


poniendo en tela de juicio los matrimonios de conveniencia, únicos estables,
dicho sea de paso, en su corta duración, y ensalzando con devota aunque
simplona ideologí a el amor profundo, apasionado, rotundo, de un hombre y
una mujer, que se echan por montera el mundo entero y se van, como dice el
cantar, donde nadie los diga que hacen mal.

Y, por último, y aquí pasamos de la conjetura a la prueba, porque hechos de


la época nos permiten hacer un rotundo desmentido, pues, por lo que
respecta al señorito Simón Bolí var, noblecito criollo muy curioso, por aquel
entonces se andaba viendo, que es una forma muy sibilina de decir sin
decirlo lo que de verdad hacia, con la señora, casada, Doña Teresa Laisney,
esposa del coronel, de origen peruano y supuestamente emplazado en otro
lugar lejano, Don Mariano de Tristán, y en cuanto a Doña Teresa, santa
niña, porque, según dijo su padre en declaración pública previa al
matrimonio no pedida por nadie, su hija “va de estado honesto”, que querí a
decir virgen, cosa que, de no haberla explicado el padre cuando nadie le

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Bicentenarios

pidió explicación, insistimos, habrí a sido creí ble y ahora que la dio,
improbable o cosa de virgueras.

No, queridos, esto no ocurrió. No hubo amor. No amor romántico. Juramos


por ello con verdadero rigor histórico, y no conviene mentirse así , pues, a
lo sumo, nos sirve para dejar al héroe compuesto y sin esposa, siete meses
después, y descontextualizado de un mundo, el suyo, donde el amor no es
nada o es otra cosa.

Distinto es, y lo añadimos con tristeza, que el pobre de Simón era un cursi y,
si nos apuran, un plagiador de ponzoñosas ideas preconcebidas y cartas
zafias y ranciamente hispánicas de esas que se vendí an en la corte madrileña
a puñados para encandilar ingenuas, lo que va doblemente en su detrimento,
y así lo demuestra que escribió carta a su hermano, hablando de su
prometida, donde decí a que aquella era una joya sin defectos, valiosa sin
cálculos”.

Pero salvemos la inteligencia del prócer, que al fin y al cabo, por suerte o
queriendo, hizo algo grandioso. Y afirmemos que, sabiéndolo o sin saberlo,
hasta en eso atinó el chiquillo que se convertirá con el tiempo en el
indiscutible libertador de las Américas: Quizás parezca a primera vista que
esta descripción de joya sin defecto y valiosa sin cálculos, no se ajusta del
todo a la realidad, a juzgar por el pequeño detalle de no existir retrato
conocido de la susodicha y los que hay del Duque de Toro, su tí o, nos hacen
presagiar unas facciones no tan refinadas como se dice. Pero si miramos lo
dicho por el novio desde la cruda y objetiva realidad, es más que posible,
aunque ignoremos a estas alturas los conocimientos médicos del libertador,
que Doña Marí a Teresa, efectivamente, no tuviera cálculos, agenesias,
hidronefrosis, nefropatí as, ni siquiera flojera de muelle, pues murió de

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Bicentenarios

paludismo y no de otra cosa, ni se sabe de sufrimientos que nos hagan


presagiar padecimientos del tipo de los señalados.

Y en cuanto al hecho de valer cuan joya sin defecto, debió ser así , a juzgar
por la tasa hecha en las capitulaciones por la que se valoraba a la novia en
cien mil duros, aproximadamente una decena de la fortuna de Bolí var y,
volviendo a lo renal, un verdadero riñón.

Con todo, marido y mujer fueron a contraer sus nupcias en el Teatrillo del
duque de Frí as, cedido por este para parroquia de nobles, en presencia de la
más alta alcurnia madrileña, y sin otro impedimento que entorpeciera el
destino matrimonial de ambas familias. Eso sí , por beneplácito del Duque de
Frí as, invitado de honor al evento, hubieron de tragarse al final del
sacramento el stábat mater, compuesto por el prematuramente fallecido
Giovanni Battista Pergolesi, traí do nada menos que desde el Nápoles donde
aquel murió de tuberculosis y de verdadero furor en toda Europa por esta
época.

Así y todo, no amor pero sí insistencia, se cuenta que el barco donde


marido y mujer viajaron a Caracas, no vio abrirse la puerta del camarote
nupcial sino para meter por ella comida de vez en cuando con que dar algo
de sosiego a la afición que marido con mujer, o mujer con marido, no lo
sabemos, se hicieron cautivos y se dieron fructuoso placer en el vaivén del
oleaje y desde el primero hasta el último dí a de la navegación.

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Bicentenarios

13.- Un juramento solemne

olí var volvió a Europa a la muerte de su condesita. Y esto fue en el año


B 1803.

Ahora en Parí s, Bolí var entra en contacto con la élite francesa y conoce
al hijastro de Napoleón, el general Beauharnais, y a su amante, amante
compartida en este caso por el propio Bolí var, Fany, y al Cónsul
español, Madame Récamier, Madame de Staael, a Humboldt, departe con
tribunos, senadores, dignidades… Incluso va a ver al Papa acompañando
al embajador español.

Dicen las malas lenguas que Bolí var se negó a inclinarse ante el propio
Papa. Probablemente mentira. En todo caso poco relevante. Una vez que
la picias, da lo mismo como lo hagas. Rendir vasallaje a Bernabé
Chuiaramonti, de Papa Pí o VIl denota el ambiguo talante del futuro
libertador. Que se incline ante Su Santidad o lo acometa a pié firme es
pura anécdota.

Conoce también a la diáspora de patriotas venezolanos y americanos en


plena efervescencia, unidos en torno al ideal de la independencia de
América, al estilo de la de las trece colonias. Todos, o casi todos, son
charlatanes de feria. Destacan patriotas de importación, pero hay algunos
hombres de interés.

Pero el conde tiene por el momento otros intereses distintos por el momento.
Conoce Europa. Lee. Divaga. Gasta Dispendiosamente.

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Bicentenarios

Muestra en las cartas a sus amantes su sed narcisista de gloria. Se atisba un


caudillo. Quiere consagrarse a la ciencia o liberar a los pueblos, qué más da,
mezclando churras con merinas. La cosa es sobresalir.

En sus correrí as de rico extravagante ve en Milán ceñirse la corona


lombarda al emperador Napoleón y pasar revista al ejército más imponente
de la época.

Más tarde jura con patetismo sin par, en el monte Aventino, frente a Roma,
que se consagrará a la causa de romper las cadenas que nos oprimen.

El juramento, amén de la intoxicación por la coronación de Bonaparte que


debió sufrir la mente calenturienta e inquieta, justo es decir que también
irregularmente formada y caprichosa, es ciertamente equí voco.

Si atendemos a las palabras grabadas con letras de oro en los repetidos y


archirrepetidos panegí ricos de la historia heroica del susodicho, la cosa fue,
más o menos, de la siguiente guisa: Ante su antiguo preceptor Rodrí guez,
ahora reencontrado en Parí s y autodenominado Robinson, Simón se arrodilla
al estilo de los héroes de los cuadros de Delacroix, y brazo enhiesto y alzado
para juramento solemne, cual si un cesar romano fuere, húmedos los ojos,
palpitante el pecho, enardecido el rostro y emocionado en sumo grado, suelta
por su vernácula boca eso de juro delante de usted, juro por el Dios de mis
padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por la Patria, que no daré
descanso a mi brazo ni reposo a mi alma hasta que haya roto las cadenas
que nos oprimen.

Ahora bien, embriagado, como decimos, por el obsceno acto de coronación


imperial del corso, este juramento no deberí a ser excesivamente tenido en
cuenta y, sobre todo, porque ni queda claro que fuera en realidad tal y
porque, de serlo, del mismo no se desprenden todos los elementos necesarios

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Bicentenarios

para saber a quién se refiere el juramento o que pensaba en realidad el


protolibertador.

No es lo mismo, aunque sea ante la patria, Dios, los propios padres y demás
retahí la, jurar no descanso al brazo ni al alma ( que en definitiva sólo
reposan cuando uno deja de hacer uso de ellos y eso solo ocurre una vez en
la vida y cuando esta vez llega nosotros ya no estamos para contarlo) hasta
que se hayan roto las cadenas que nos oprimen, que es lo dicho, que hasta
conseguir la independencia americana, que es lo presupuesto.

Solo el contexto y la buena voluntad nos permitirí an llegar a esta conclusión


de estar Simón queriendo decir juro no descansar hasta conseguir la
independencia de América. Y aún así , no estamos seguros, porque ¿ Cuál
serí a esa libertad americana del juramento; la de todos los que habitaban
allá, la de sólo los criollos, la más extensiva de los blancos tanto criollos
como españoles de primera tierra, la de todos los que a partir de ese
momento nazcan hijos originales de aquella tierra, o sólo la de los no indios,
o también la de los que desde los otros lugares del globo lleguen a raudales a
ella?, ¿ igual de independencia para pobres y ricos (tengamos en cuenta que
el Bolí var que ahora está jurando posee una fortuna de más de cuatro
millones de reales, que es tanto como decir la pasta flora que tiene en estos
momentos el rey de España, por poner un ejemplo)? ¿ La misma para
poseedores y desposeí dos? ¿ igual de libertad de las cadenas para los que
piensan blanco o negro, azul o rojo, para hombres y mujeres, para
heterosexuales u homosexuales, tullido o sano y así un largo etcétera?

Es este, como se ve, el problema gordiano.

Cadenas ya sabemos lo que son, y muchas han caí do y otras se han unido a
las ya existentes. Incluso han sido objeto de repudio y preferencia, en uno y
otro lado, para sombro nuestro.

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Bicentenarios

Apoyo a las cadenas como el que el pueblo llano, atizado por el clero
siempre vigí a de nuestros valores y tradiciones, gritaba al rey felón de
vuelta al trono, como para complacerlo, eso de vivan las cadenas, que es
justo lo contrario de lo jurado por Bolí var.

Ahora bien, dando otra vuelta de tuerca, nos podemos preguntar quién es el
sujeto al que Bolí var consagró su destino en el monte Aventino: uno
abstracto, más o menos aleatorio, advenedizo o prét a porter, o se referí a a
uno mas concreto y concretable. Digamos por caso no tan universal y sí más
localizado.

Esta misión teofánica que aparece ante el prócer en el Aventino, como


cuando Pablo de Tarso, mal jinete, se cae del caballo y en el traste pasa a
llamarse San Pablo, ¿ ha de cumplirse necesariamente en América o es
extensible a otros lugares?, supuesto como suponemos que si el nos del voto
tiene que ver con el nos que somos nos, encadenados de estos los habí a y
sigue habiendo a lo largo y ancho de muchos caminos por todo el planeta,
merecedores todos ellos de un incansable brazo.

El caso, si es que hay caso, es que ese acto unilateral de compromiso


bolivariano debe verse luego confirmado o refutado en los hechos, y los
hechos son tozudos, porque el libertador no siempre, ni a partir de entonces
se comportó con coherencia libertadora, y sí en ocasiones con dejes
caudillistas y arrebatos autoritarios que han dejado un pose poco grato en la
hazaña y un mal ejemplo de sobra seguido por otros.

Luces y sombras de una liberación que quedó algo inconclusa, como todas
quedan y quedarán. Ya lo dijo después el propio Bolí var. Cuando me muera,
sobre mi tumba surgirán mil tiranos.

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Bicentenarios

Luces y sombras que él mismo Simón hizo saber con pensamientos de ida y
vuelta,

“yo adoraba a Napoleón como el héroe de la república, como el


genio de la libertad. En el pasado no conocí a nada que se le
igualase, ni prometí a el porvenir producir su semejante. Se hizo
emperador y desde ese dí a le mire como un tirano hipócrita,
oprobio de la libertad y obstáculo al progreso de la civilización. Me
imaginaba verle oponiéndose con éxito a los generosos impulsos del
género humano, que se adelanta hacia su felicidad, y derribando la
columna sobre la que estaba la libertad, que no volverí a a
levantarse. Desde entonces no pude reconciliarme con Napoleón. Su
gloria misma me parecí a un resplandor del infierno, las lúgubres
llamas de un volcán destructor cerniéndose sobre la prisión del
mundo”.

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Bicentenarios

14.- La tricolor viaja a


Venezuela

iranda, al fin, parte para América con varios barcos cedidos por los
M ingleses. Las noticias son confusas. Nadie sabe a ciencia cierta qué hacer.

Miranda llegó al puerto de la vela de Coro en agosto de 1806. Cuando pise


tierra llamará a la insurrección contra el rey. Iza la bandera tricolor. Espera
el mismo ardor que tuvo la insurrección de unos años atrás cuando el zambo
José Chirino se alzó allí mismo contra la esclavitud. Quiere prender un foco
y que éste incendie, que nos perdone Mao, la pradera.

Pero los venezolanos no están a la altura de su pretensión. Lo insultan. Lo


llaman jacobino y vendido. Lo acusan y lo repelen. Se apartan de su causa y
el fuego provisional se apaga dejando un tizón humeante de fracaso.

Menudo fiasco. Los partidarios de su revolución, blancos criollos todos


ellos, apenas llegan a uno de cada cinco en Venezuela y ninguno de ellos
estuvo esperando en Coro. Una gran diferencia con las colonias inglesas,
donde fueron la inmensa mayorí a de los blancos los que impulsaron la
lucha. Un error de cálculo si lo consideramos en comparación con el tercer
estado francés, interesado por completo en librarse de la opresión de unos
gremios y de un régimen que los sometí a indeseablemente.

Miranda sabe que ha perdido el referéndum de su vida y vuelve humillado a


Londres.

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Bicentenarios

Se junta con la logia que en su dí a fundó. Está hundido. Se explica. Los


hermanos discuten la estrategia. ¿ debe llevarse la libertad a quien no quiere
ni puede hacer aprecio de ella?. ¿ Y si el fallo es pensar una libertad solo
para blancos?.

No se ponen de acuerdo.

No se odia tanto al rey como ellos esperaban.

Algo falla en el entramado.

Miranda además se ha rendido. Francia no apuesta por la causa e Inglaterra


sólo presta ayuda mí nima y no con lealtad.

Un mal dí a este en que los patriotas comprueban su tremenda soledad.

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Bicentenarios

SEGUNDA DIATRIBA. LA LETRA


CON SANGRE ENTRA

qué decir de nuestra madre España,


Y este paí s de todos los demonios
en donde el mal gobierno, la pobreza
no son, sin más, pobreza y mal gobierno,
sino un estado mí stico del hombre,
la absolución final de nuestra historia?

En los tiempos de Carlos IV; que por su inepcia pasó a la historia como un
rey desapercibido y bobalicón, Borbón en el más insultante de sus
significados, parece que no pasó nada, pero si miramos despacio y sin
complejos la sutileza de los hechos, vemos cómo en este reinado, o
coincidiendo con ello y extendiéndose después al de su hijo, se fraguó el ideal
reaccionario que ha impedido la independencia y ha motivado la esperanza
de que esta sea posible. El gran propósito “desde el poder” y sus intereses,
desde entonces, ha sido el de cerrar el cí rculo nacional español bajo el ideal
reaccionario que ha sido santo y seña de dos siglos de historia de nuestra
“independencia española”.

Si la independencia, como idea, nace del sufrimiento del mal gobierno, es


ahora cuando, con la saturación de tanto mal gobierno, mejor se siente la
necesidad de independencia. Pero no sólo en América, la colonia de
ultramar, sino en la propia entraña de la vieja piel de toro, donde también se
siente el ansia de cambiar las reglas de juego.

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Bicentenarios

Pero esa independencia es a la vez ideal y anatema, propósito y escándalo,


signo de libertad y motivo de represión. Bandera y trinchera, Convocatoria y
exilio. Desde entonces nos viene acompañando, a peninsulares y
ultramarinos, como ideal, como mito, como expectativa y como tarea. Sobre
todo como tarea difí cil y llena de resistencias que, por cierto, acaban en
apaleamiento, ya que los “españoles rancios” (como se define el mentor de
la idea, Padre Alvarado) no se andan con chiquitas ni en sus métodos ni en
sus exabruptos.

Por tanto, durante el reinado de Carlos IV, y después en tiempos de su


nefasto hijo Fernando, y de la mano de algunos teólogos y juristas, se puso
la semilla del odio en la propia construcción de esa abigarrada y forzosa
identidad española y de su traslación a las identidades hispanoamericanas
(donde se puede seguir el argumento cambiando algunos términos, como
“rey” por “república”, “españoles” por el toponí mico de cada nación y
“masones”, “liberales” o similares por el antipatriota de cada paí s y
momento).

Se crearon así las condiciones para que, en la semilla del nacimiento de esa
España un poco más que bicentenaria, naciera también su antí tesis, la
antiespaña; el argumentario de la exclusión, el odio y la justificación de la
represión autoritaria.

¡ La antiespaña!: El motivo por el que de todas las historias de la historia,


como dice el poeta, la más triste sin duda es la de España.

De este modo, el monje jerónimo, Padre Fernando de Zeballos, escribe,


contra las filosofí as ilustradas de su época y critica el

“ materialismo y demás nuevas sectas convictas de crimen de Estado


contra los soberanos y sus regalí as, contra los magistrados y

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Bicentenarios

potestades legí timas. .. ascienden de las podridas lagunas de sus


corazones vapores pestí feros que se esparcen por la atmósfera
común que todos respiran. Así comunican unos a otros sus
pensamientos mortales y causan una peste en los espí ritus de todo
un grane estado, de allí se contaminan todos los reinos… ”

Acuña la idea de la carcoma “antiespañola”, pareciera Franco, o Pinochet o


Stroessner dos siglos después, de los antipatriotas que quieren el mal del
pueblo:

“… son en realidad una multitud de hombres bestiales sin ninguna


piedad natural ni sobrenatural. Su regla consiste en dar por natural
sus antojos y pasiones y reducir a arte y método la ciencia de pecar

“estos genios son en medio del pueblo una mecha que siempre
humea y está dispuesta a meterlo todo en combustión y desorden.
Desde su gabinete procuran inspirar a los que mandan ideas de
tiraní a sobre el pueblo, y en el pueblo siembran chispas de
independencia y revueltas contra los que mandan

Y el Padre Antonio Xavier Pérez y López, el gran coleccionista de los textos


legales sobre indias, explica la obediencia al trono y a la curia como
principios indisolubles de lo español, no sin cometer cierto desliz calvinista
que salta a primera vista pero que, para la época, debí a ser más aceptable
que buscar regí menes polí ticos de participación más democrática,

debemos obedecer a los reyes no solo por temor de su ira, sino


principalmente en conciencia. Y que debemos obedecer no sólo a los
Prí ncipes y Superiores justos y rectos, sino también a los dí scolos y
tiranos, siempre que no manden cosas prohibidas por el derecho
natural y por Dios. Y aún en estos casos deben los súbditos sufrir

62
Bicentenarios

con paciencia las persecuciones que les sobrevengan, por no ser


ministros ni instrumentos de la iniquidad, sin que sea lí cito
rebelarse contra las potestades legí timas....

Y también

Varios escolásticos alucinados con la demasiada sutileza con el


espí ritu de partido corrompieron la moral con la doctrina de las
posibilidades, con la falsa y sediciosa del tiranicidio, y con otras
opiniones semejantes, cayendo segunda vez en escollos por separarse
del Norte de la revelación… Sin embargo otro mal mucho peor
corrompe al mundo, pues al modo de una gangrena va inficcionando
todas sus partes. Es la llamada razón evidente y el espí ritu
filosófico… ¿ Qual puede ser la polí tica que corra de esos
manantiales emponzoñados? Falsa, errónea, perjudicial a la
humanidad, la religión y al estado. ¿ qué consecuencias tan
sangrientas pueden sacar los poderosos del sistema de Hobbes,! ¡ qué
efectos tan sediciosos puede causar la sentencia de Rouseau!

También refuerzan esta unión indisoluble de destino entre trono y curia, bajo
la aplicación de fórmulas enérgicas de disciplinamiento de la sociedad
pecadora, otros constructores de este idí lico pensamiento reaccionario que
surge en esta época. Nutren con ello la reflexión del partido tácito de la caspa
desde entonces. Un partido donde militan autoritarios que se autoproclaman
de derechas o de izquierda indistintamente, porque la caspa y el
reaccionarismo no son patente de exclusiva.

Señalemos, entre estos iniciadores del ideario el caso del teólogo y


acreditado medrador en corte, Don Antonio Vila i Camps, quien explica que

63
Bicentenarios

Esto mismo es lo que yo pretendo hacer con este librito, exponer las
verdades santas de nuestra religión, que nos mandan respetar,
obedecer y amar a los Monarcar que el Señor nos ha dado, y
manifestarles por todos aquellos medios seguros e infalibles, a fin
de que el Pueblo Español no se dexe seducir ni llevar del viento de
esas impí as máximas que los pretendidos espí ritus fuertes han
esparcido contra lo que siempre se ha creí do, y enseñado. … EL
respeto, sumisión, amor y fidelidad que todo vasallo debe a su
legitimo monarca, son unos puntos tan decididos, así en la sagrada
escritura como en la tradición, que quizá toda la moral Christiana
no se encontrarán otros más claramente enseñados. Mas tampoco
habrá otros más ignorados del común de los fieles.

“La Sacra y augusta dignidad de los Monarcas es tanto más digna


de veneración y respeto quanto que es antiguo y noble su origen. La
altí sima Providencia de Dios, que ha arreglado y dispuesto todas las
cosas con orden y concierto, conociendo la volubilidad e
inconstancia del corazón humano, que abandonado a sus caprichos y
pasiones todo lo altera y trastorna, quiso, y sabiamente dispuso, que
el hombre, a pesar de su orgullo y altivez, venerase, temiese y
respetase a otro igual suyo, en quien el Señor de antemano habí a
dignado grabar la imagen de su autoridad y poder, para que en su
nombre mandase y gobernase a todos aquellos que Dios quiso
encomendarle… es evidente que todos los reyes son santos. Pero
¿ Qué ocurre cuando a pesar de esta evidencia nos encontramos con
que un rey no es santo? Aunque es cierto que eso no puede ocurrir,
también es ciertí simo que ocurre. Cuando un rey, lejos de ser santo,
se convierte en un tirano no se debe a un error divino ni mucho
menos a un fallo de la monarquí a, sino a vicios del pueblo mismo

64
Bicentenarios

que olvida sus deberes para con el altí simo… aún en esos casos,
por ningún pretexto podremos dejar de obedecerlos, respetarlos y
venerarlos.

Y héte aquí las burdas palabras del peor de todos ellos, el capuchino Fray
Diego de Cádiz, Beato canonizado por la iglesia de Roma, y martillo de los
librepensadores y liberales durante la guerra de la independencia, quien antes
de pasarse al estado sacerdotal se llamaba José Francisco López Caamaño y
Garcí a Pérez, como se ve de ilustre y empobrecida familia. Este capuchino
pide abiertamente la lucha sin cuartel contra los enemigos de la fe y de
España y acuña el anatema de lo antiespañol, asociando el programa teórico
reaccionario con la más pragmática necesidad de aplicar garrote a los
dí scolos, incluso los dí scolos ya muertos. Estas ideas del capuchino
sirvieron años más tarde el clero embravecido para negar el entierro, por
ejemplo, de los masones, agnósticos o deí stas, liberales, homosexuales y un
amplio sinfí n de “antiespañoles”.

Dice el curita Fray Diego refiriéndose a la particularidad que hace de España


la reserva de occidente que

“Dios, su iglesia, su fe, su religión, sus leyes sus ministros, sus


templos, y todo lo más sagrado, el derecho de gentes, el respeto
debidos a los soberanos, y aun el futuro siempre inviolable de la
humanidad, se hallan injustamente violados, impí amente
desatendidos y sacrí legamente atropellados en ese desgraciado reino
por una multitud de nombres cuyo proceder los acredita de hijos de
Lucifer, y miembros perniciosos de tan infame cabeza…

El ambicioso beato, que intentó llevar a la contrición a la misma reina y


volverse su confesor para controlar sus apetitos regios, hasta que llegó
Godoy y el curita se marchó con su música a otra parte, llama a la cruzada

65
Bicentenarios

contra los antiespañoles, tanto los de fuera, normalmente asociados con


franceses, como los de dentro, afrancesados ellos, quintacolumna del mal y
cáncer a extirpar y justifica la medicina de la represión para acabar con el
cáncer de la subversión.

Y pongamos negro sobre blanco también el caso de Don José Joaquí n Colon,
alma caritativa donde las haya, que aprovecha su acreditada sabidurí a de
ratón de biblioteca para recordarnos que sólo bajo el dominio de un rey se
puede mantener la religión y la raza blanca y europea en América y que de lo
contrario nos veremos abocados a los peores males y pecados, fruto de los
principios liberales, cuna de todo mal:

No puede haber monarquí a sin nobleza: si la antigua española,


conocida en toda la redondez del globo, es aniquilada, otra cruel y
asoladora se levantará elevará sobre sus ruinas.

Monarquí a la ha de haber en España, como la ha habido desde su


más remoto origen, porque así lo ha querido la nación, y lo exigen
su extensión y localidad: en el momento que falte, las Américas
volarán a manos de quienes más puedan, o de sí propias, y no
quedara en ellas reliquia ni memoria de europeos ni criollos:
Perderán su inefable religión y su rey: serán pábulo y sangrienta
presa de negros, castizos y naciones, y quando no haya remedio
conocerán los malévolos el grado de grandeza que debió España a
sus reyes católicos y el profundo abatimiento en que la han
sumergido los principios liberales del actual siglo.

De igual modo el capuchino Padre Don Rafael de Vélez, un facineroso sin


desprecio, que en su “preservativo contra la irreligión” señala con claridad
quiénes son los enemigos y la antiespaña contra los que luchar:

66
Bicentenarios

Cuando la patria peligra todos sus hijos deben armarse para


defenderla.. De esta ley común que se extiende a todo ser racional
parece deberán eximirse ciertos hombres … Ellos mismos se
atribuyen el tí tulo de filósofos por el amor que dicen tienen a las
ciencias o por sus deseos de hallar la verdad. Se llaman espí ritus
fuertes, porque no se dexan llevar por las preocupaciones que
degradan en su opinión a los demás hombres. Se dicen liberales
porque con facilidad renuncian a las opiniones antiguas y siguen
otras nuevas de mayor ilustración. Ellos se jactan ser superiores a
todos los de su especie: su patria es todo el mundo, sus compatriotas
todos los hombres, se apellidan y titulan Cosmo-politas.

Sus mas nefandos crí menes , al parecer, son los de oponer a la credulidad la
razón y cuestionar el poder como fin y la arbitrariedad del mismo como
instrumento

En toda Europa son conocidos con los nombres de iluminados,


materialistas, ateos, incrédulos, libertinos y francmasones, impí os.
Sus doctrinas contra los reyes, autoridades y religión acreditan estos
tí tulos; y sus obras los manifiestan a lo menos como unas fanáticos,
unos misántropos enemigos de toda sociedad.

Contra tales sabios debe saber luchar y defenderse. El ideal es exterminarlos


porque impiden la armoní a y el orden querido por Dios y el rey, porque son
la antiespaña y buscan nuestro exterminio. Se fragua así la idea del enemigo
interno, encarnado en el que piensa diferente y se adhiere a ideales
antiespañoles, como la libertad, los derechos humanos y otros.

67
Bicentenarios

La patria y la religión nada deben esperar de tales sabios…


Españoles: El dulce amor a la patria por el que peleamos, las
promesas alhagueñas de la religión que defendemos, los suspiros y
clamores, que va a hacer cinco años oí mos con dolor, no hieren las
fibras, ni se insinúan en los corazones de estos hombres que por otra
parte predican dulzura, filantropí a, beneficencia y amor. Si existen
entre nosotros, en la sangrienta lid que sostenemos, de nada útil
pueden servirnos y sí debemos temer que cooperen con todas sus
luces y armas a nuestra cautividad y exterminio.

Remata el cura pidiendo drásticas medias, como la censura, la prohibición de


la difusión de las ideas u otras

Luego nuestra patria y nuestra religión están en peligro no tanto por


la irrupción que han hecho en nuestras provincias los franceses, sino
por la multitud de prosélitos que han ganado a su partido, de que es
una prueba indudable tantos periodistas y papeles públicos, que se
empeñan en … pervertirnos.

Rematemos con la idea de Alvarado, dominico él: palo y zanahoria

Quién ha dudado jamás de que el palo y el castigo son el mejor


especí fico para curar los antojos, cuando la razón no alcanza a
curarlos ...? Volverá al ejercicio de sus funciones la Inquisición ... ;
veremos a ustedes transformados de filósofos en hipócritas, de
liberales en serviles y de despreocupados en supersticiosos”.

Y más adelante, justificando la explitación

Dado que el hombre rehúsa naturalmente el trabajo, la sabidurí a


divina ha creado a los pobres para que ellos lo hagan

68
Bicentenarios

Podrí amos continuar el listado a lo largo de la historia con otros repetidores


del ideal reaccionario: unos antes, Antonio José Rodrí guez, Hervás y
Panduro, Fernández Valcarce, Peñalosa Zúñiga, otros después, Donoso,
Cánovas, Menéndez Pelayo, Ramiro de Maetzu… Jose Antonio el ausente,
el General Vigón, José Marí a Pemán, etcétera, hasta llegar, sin interrupción
del tracto sucesivo, a los actuales baluartes de la derecha reaccionaria y de la
derecha nominalmente democrática, con Pí o Moa, Cesar Vidal, José Marí a
Aznar, este a su vez gran genocida, sin olvidar el Think Tank de la FAES y
otros al frente.

69
Bicentenarios

15.- Godoy y el Príncipe de


Asturias

odoy relee informes. Sus secretarios lo abruman con malas noticias.

G Mira por la ventana de su palacio. Sonrí e, tal vez recordando las paradojas
de su azarosa vida. No escucha tanto lenguaje burocrático. Es hora del
almuerzo y su cabeza está ahora fija en ideas vagas.

Mientras tanto, Don Guillermo del Amo, uno de sus secretarios y relatores,
da lectura a la carta del fiscal del Consejo de Indias, escrita a su excelencia
con grave preocupación:

con el objeto de que los pardos no intenten generalizar estas gracias


y a su sombre, creyéndose igualados por ellas a los blancos sin otra
diferencia que la accidental de su color, se estimen capaces de
obtener todos los destinos y empleos y alcanzar con cualquier familia
legí tima y limpia de mezcla… consecuencias que es preciso evitar en
una monarquí a donde la clasificación de clases contribuye a su
mejor orden, seguridad y buen gobierno,… Los pardos o morenos
provenientes de mezclas infectas, constituyen una especie muy
inferior, y por su viciada í ndole, su orgullo y su inclinación a la
libertad, han dicho y son poco afectos a nuestro gobierno y nación”

Godoy recuerda que en marzo de 1792 la Convención de la república


francesa decretó en Parí s que ”los hombres de color y negros libres deben
tener iguales derechos polí ticos que los blancos” y en Febrero de 1794,
proclamó la abolición de la esclavitud en el mundo entero.

70
Bicentenarios

Qué paradoja: declararon el fin de la esclavitud y los esclavos de Haiti se


rebelaron contra ellos por no cumplirla. Era una declaración con
excepciones.

A juzgar por los informes que a Godoy llegan, estas ideas revolucionarias
penetran de forma ya imparable en el reino y en las propias colonias. Y ello
a pesar de todos los esfuerzos de la censura. Le parece vano el pedido del
fiscal. Pardos, blancos, morenos, mezclados, criollos, mulatos, mestizos, qué
más da todo esto cuando el mundo está cambiando y se caen los cimientos de
todo el orden.

Sonrí e y dormita a la espera del final del informe. Dirá que sí , que vale,
que se haga. Pero sabe que ya nada sirve. Sabe, lo dicen los espí as, que en
Cádiz hay sucursal de la logia de la Gran Reunión Americana, fundada en
Londres por el traidor de Miranda, y la de los Caballeros Racionales, que
también lucha por la independencia del nuevo mundo, u otra que llaman de
Lautaro, sin despreciar la primera de todas, la de la Antorcha
Resplandeciente, y las promovidas por el Conde de Aranda, finado en Épila
hace unos años. Todas ellos propagadoras de esas ideas librepensadoras y
disolventes de la moral y de la sociedad que hemos conocido.

Sabe Godoy que esta idea la apoyan también los masones franceses, que
pretenden ayudar a los masones de otros pagos en su encargo de invadir
América.

Sabe Godoy, o lo presiente, que es imparable el devenir. Que es imparable el


fin del imperio. Que es imparable el agotamiento del reino. Que es inevitable
el fin de la monarquí a. Que se acerca aterradora la revolución.

Godoy no es un estúpido. Puede parecerlo. Lo parece. Lo dicen de él porque


a su corta edad llegó donde otros con más medrar y muchos méritos no

71
Bicentenarios

pudieron ni acercarse. Es deporte nacional la envidia y con él la aplican. En


España la oposición se ejerce a patadas. Siempre tiene el mismo argumento:
la envidia, la insinuación, la calumnia, la fabulación y la maledicencia. La
gran estrategia polí tica, antaño como hogaño, consiste en la conspiración, en
la celada, en la negación de todo auxilio, en joder por joder. En derribar y
no construir.

Pero Godoy no es un estúpido. Y es orgulloso. E infatigable.

Se dice a sí mismo que donde él está ahora vio a otros antes. Cayeron,
pasaron y él continuó. Supo aferrarse. Supo ganar tiempo. Supo estar ahí . El
tiempo es el mejor aliado de los conspiradores y también de los que detentan
el poder.

Saber esperar. Saber aguantar. Saber no moverse en vano y confiar en el


error del otro. Celarlo y disimular. Ahora puede que caigan otros, que
caigan los propios reyes. El prí ncipe conspira. Quiere sustituir a su padre.
Es un animal semianalfabeto y perdidamente ambicioso. Pero él, Godoy,
aspira a permanecer. Deberá cuidarse del prí ncipe y de su camarilla de
arribistas y curas. Deberá saber estar. Debe llevarle al error. El prí ncipe lo
cometerá. Le pierde el ansia de llegar y su confianza en sus aduladores.

Es torpe y su mayor torpeza es creerse listo.

Aunque el estorbo del prí ncipe no deja de ser una cuestión menor. Lo grave
es el destino, el devenir, el final de este mundo que se avecina. Es
imparable. Con el prí ncipe o sin él, el mundo cambia y nos arrasará a todos.
Tal vez haya de renunciarse a la colonia para salvar los muebles del reino.
No quedará más remedio. Eso o convencer al rey de su salida a regir el
imperio colonial y dejar España a su buena suerte, porque aquí todo huele a
revolución.

72
Bicentenarios

Godoy sabe que se fragua algo más intenso que lo francés. Allí desgañitaron
un rey y una pila de nobles para que todo volviera a ser más de lo mismo,
con un nuevo reino y una nueva dinastí a y una nueva corte. Con nuevos
ricos y nuevos dueños. Y si no, al tiempo, que el consul de los franceses de
hoy puede amanecer mañana Carlomagno de todo el imperio europeo.

No es Napoleón quien lo inquieta. Su suerte está echada y la Europa a sus


pies como aliada o como conquista.

Es la gente del pueblo llano de aquí quien lo desapacigua. El pueblo, la


extraña y enojosa coincidencia de que tanta gente que hasta ahora se
conformaba con su suerte pejiguera, que se resignaba a su destino natural,
que aceptaba resignada que sus gobernantes los gobernasen, parece que
despierta una furia interna incalculable.

El populacho comienza a estar inquieto. Se barrunta. No es una sublevación


ni una asonada, como la de Esquilache, que con unos cuantos guardias y
unas aparentes normas regias se disolvió en el aire.

Es un ejercicio más sordo de poder por parte de esa masa amorfa de gente
que no es nadie en concreto y el todo en conjunto.

No es cosa de echar los soldados a parar el motí n, porque no es motí n lo


que se busca y porque las escaramuzas son pequeñas etapas, reaparecerán
otras, desgastarán nuestras fuerzas de respuesta.

Es un rí o imparable, un sordo reclamo de pintar algo y la aspiración de


conseguirlo.

Piensa Godoy en otros episodios de sediciones que han ocurrido desde el de


Esquilche hasta ahora. El motí n de Sargadelos y de sus parroquias contra la
fábrica de municiones de guerra, o el de los pescadores por la jábega y de

73
Bicentenarios

los marineros del norte por el diezmo del mar, o el motí n del hambre de
tierra de Gran Canaria, o el motí n de hambre en Granada, o el motí n del
pan de Madrid y de Zaragoza y su propagación por más de 150 ciudades, o
el del barrio de la manterí a de Palencia, en que encerraron en la cárcel a los
ricos y nobles de la ciudad, o el motí n contra nobles de Valencia, o los
motines que año tras año suceden en todos los pueblos del reino por parte del
los quintos contra el ejército.

También piensa en el grito de fuera el hambre gritado hace poco, cuando


incendiaron el pastoim de Barcelona y todas las barracas y despachos de pan,
y sublevaron la ciudad entera y obligaron al Obispo y al General, y a los
nobles y hasta a la justicia a firmar una capitulación comprometiéndose a no
subir el precio del pan y a soltar a los presos y luego tocaron a somatén
contra el ejército, y aunque se sofocó la revuelta, sigue el ronroneo.

Derribarán antes o después al rey, sacarán de prisión a los pobres


desgraciados que allí metió el general, castigarán al obispo y a los nobles:
Es imparable es sordamente imparable.

Pero no sólo los tumultos y revueltas populares. También los pasquines y


volantes que circulan. Por mucha policí a que he puesto para su control, por
mucho ejercicio de la censura, siguen y siguen apareciendo un dí a aquí ,
otro allí .

Y qué no decir de los escritos acusatorios de Juan Amor y de Ibáñez de


Rentarí a que piden la desaparición e los vasallos y el nacimiento de los
patriotas. O las diatribas de León del Arroyal que se atreve a decir que en
España no hay gobierno de hace siglos o que, insultando a su Alteza y su
afición a los relojes, las monarquí as son como un reloj y la nuestra tiene
todas las ruedas descompuestas y que la libertad civil gime en una mí sera
esclavitud y los ciudadanos no tienen ninguna representación, Las

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Bicentenarios

capellaní as, obras pí as y mallorazgos crecen como las malas yerbas, y es


de temer que no quede ningún palmo de tierra libre en el reino: a cualquiera
le es permitido encadenar sus bienes y cargarlos para siempre jamás”

El descontento es evidente y el desencanto más aún. Y comienza a verse lo


insostenible de toda la economí a. El colapso del reino. La quiebra.

Los reyes no quieren verlo. Ni las altas jerarquí as. Ni el Consejo de


Castilla, cueva de conspiradores y de nobles ambiciosos, pero aquí se cuece
el fin de nuestro mundo. El fin del reino.

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Bicentenarios

16.- La conjura de El Escorial

os espí as informan al Prí ncipe de la Paz que el Prí ncipe Fernando, en


L secreto, ha pedido a Napoleón una princesa de su estirpe para hacerla reina
consorte. Es la segunda vez que Fernando sale con estas mañas. Ni que las
Bonaparte fueran tan deseables o Napoleón tan necio.

Ve la jugada. Fernando quiere el apoyo de Napoleón para deponer a su


padre. Si se casa con la Bonaparte que haya libre en el mercado, Napoleón
legitimará su intención.

Si Fernando triunfa, él peligra y el rey peligra más aún. Pero Godoy cree que
Napoleón no picará. De todos modos, conviene escarmentar al prí ncipe.

Godoy escribe una nota a la reina: majestad. Vuestro hijo el prí ncipe de
Asturias conspira contra el rey. Ahora está en La Granja reunido con la
llamada Camarilla, con el Padre Escoiquiz y los Duques del infantado y el
Marqués de Montijo al frente, y prevén deponer a Su Alteza y hacerle
abdicar. Han conectado con el emperador Bonaparte para pedirle esposa de
su estirpe.

Otra nota al rey: La corona de VM peligra. La reina Marí a Luisa corre el


riesgo de ser envenenada.

Godoy se sienta a esperar. Bebe agua clara con azahar.

Mira un cuadro pintado por el mismo Francisco de Goya donde el ministro


viste de gala y se reclina en una cheise longe, con la espada de general en

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Bicentenarios

primer plano, en un supuesto descanso en plena guerra de las naranjas. Rí e,


pero teme no ser que rí a el último.

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Bicentenarios

17.- Un tonto, ocioso, envilecido

ernando es un imbécil. Lo dice su propia madre.

F Su suegra, Doña Carolina de Nápoles, madre de la fallecida princesa Marí a


Amalia, va mas allá: es un ser tonto, ocioso, mentiroso, envilecido,
solapado.

El rey, encolerizado, lo ha hecho encerrar. Tal vez convenga acabar con el


prí ncipe. Tal vez el curso de la historia habrí a cambiado y tal vez para bien.
Probablemente para mal no.

El prí ncipe, una vez descubierto, delata a sus cómplices. Son todos ellos
detenidos de inmediato. El rey decreta su muerte. Quiere su muerte. Ordena
su muerte.

Pero el Consejo de Castilla, que es quien ha de juzgarlos, no quiere al rey, o


no quiere perderse definitivamente por el rey, o no quiere que el rey se
pierda. ¿ conviene hacer caer sobre la monarquí a acusaciones similares a las
que ya recayeron sobre Felipe II? No, no conviene al interés público.

La presión popular es grande. Cree la gente al rey inútil, a Godoy un cabrón


que le pone los cuernos y al prí ncipe la esperanza de las libertades y de la
prosperidad del común.

El consejo absuelve a los cómplices. A pesar de ello Godoy, el choricero, y


el rey los mandan al destierro. Menuda arbitrariedad, pero sobre todo
menuda torpeza. Quienes aún no estaban contra el rey y el ministro lo
estarán ahora.

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Bicentenarios

Godoy intenta hacerse valioso para Fernando. Haciendo de tripas corazones,


se vuelve mediador para implorar del rey el perdón de Fernando.

Gracias a Godoy Fernando salva la vida. Godoy espera ganar la confianza de


Fernando. Pero Fernando no será complaciente con el ministro ni reconocerá
el favor de éste. Antes bien, acrecentará su odio y buscará su perdición, pues
sabe que perdiéndolo a él asaltará el trono de su padre.

79
Bicentenarios

18.- Una de conspiradores

odoy tiene muchas y urgentes reocupaciones y se sabe llegado al momento


G más peligroso de su carrera. Es el mes de marzo de 1808 y se masca la
tragedia. Los acontecimientos se han precipitado endiabladamente y parece
como si no fuera ya posible sujetarlos a control.

Napoleón tiene acantonados más de 70000 soldados por toda la pení nsula y
controla las principales ví as de comunicación. Su general Murat está
acuartelado en Buitrago. Es evidente el peligro y, a estas alturas, imposible
reparar el error.

Excelencia, dice el bueno de Pero Antúnez, veedor del ejército, el Mariscal


Murat está en pasado ya Somosierra con un cuerpo entero de los ejércitos
imperiales.

Manda Godoy ordena entonces que los generales Garaffa y de Solano se


replieguen hacia Aranjuez para acompañar al rey. Es difí cil saber las
intenciones del Emperador.

No es eso lo que permití a el tratado de Fontainebleau. Mis espí as relatan


muy malos presagios y ya es tarde para dar vuelta a la situación. Desde el
desastre de Trafalgar España ya no es útil, o no lo es tanto, a la estrategia
del emperador y tal vez ha preferido tomarla como rehén de su imperio.

Además es posible que haya pactado con el traidor de Fernando y con los
condes de Orgaz y Manuel Ayerbe, conspiradores siempre metidos en
intrigas.

80
Bicentenarios

Llegan a Godoy otros informes de sus espí as relativos a las logias de Cádiz,
porque Godoy vive ahora la obsesión de las indias y necesita saber cuanto se
pueda de los movimientos que se dan en las mismas.

Fundadas por Miranda, o influidas por su espí ritu, existen diversas logias
que promueven la independencia de los paí ses y virreinatos. Cuentan todas
ellas como objetivo el ideario de Miranda: un imperio americano desgajado
de los españoles.

Hay nombres de masones conocidos en esas logias: Bolí var, hijo del Conde
de San Luis y que fue protegido de un ministro del rey Carlos; San Martí n,
un militar rioplatense fogoso y algo altanero, Bernardo Riquelme, hijo del
Virrey Ambrosio de O´ Higgins de Perú, José Matí as Zapiola, oficial
criollo, Albear Gurruchaga, Puyrredon, también militar, Lezaica, Rodrí guez
Peña, el propio Miranda, escritores como Quintana y Florez Estrada, …

Tal vez convenga que el Rey se apreste a partir hacia Sevilla. Hay que poner
a salvo la monarquí a. Si el caso lo requiere, deberá embarcar Carlos para
América y desplazar allí su corte. Desde allí se podrá dirigir a la nación y al
resto de Europa para alertar del peligro e iniciar el contraataque. Es evidente
que Napoleón viene a que el rey abdique en Fernando o a obligarle a
someterse a sus intereses.

Comenta el Marqués de Caballero que ya tiene convencido al rey. Ha de


apresurarse la acción. Pero el marqués miente. El y cuatro de los cinco
ministros del reino quieren la abdicación del rey y se hablan en secreto con
el Prí ncipe de Asturias. Godoy está solo. únicamente el Conde de Torreno
apoya al Prí ncipe de la paz, y no al ciento por ciento.

Se ordena al ejército desguarnecer Madrid y venir al Real Sitio para


acompañar la retirada del rey ante el avance de Murat.

81
Bicentenarios

Las horas pasan y parece que la situación empeora.

Ahora comenta un propio que es imposible visitar al rey. Que está aislado y
que Fernando ha distribuido pasquines por Madrid diciendo que Godoy lo
quiere secuestrar y mandar preso a América.

Godoy sospecha la revuelta palaciega. Casi la podrí a adivinar y siente que


tal vez ha perdido la partida. Aún manda en el ejército, pero es muy
sospechoso que no pueda hablar en este dí a con el rey.

Ahora se dice que Fernando y gran parte de los nobles de la corte se niegan
a evacuar. El propio infante Antonio, hasta ahora dedicado a la zanfoña y a
los encajes, encabeza la protesta. Los fernandianos están promoviendo
protestas y algaradas por todo Madrid y también aquí , en el Real Sitio de
Aranjuez. Afirman que la salida del rey supondrá una afrenta para el
emperador y la declaración formal de guerra por tal signo de desconfianza.
El Conde de Montijo parece haber conseguido el rechazo de la nobleza y del
Consejo de Castilla a las órdenes de Godoy. Dicen que salir es huir y el
Conde de Caballero instiga la revuelta. Son noticias confusas, rumores
discutibles. No sabemos a quién hacer caso, pero lo cierto es que a estas
alturas es evidente el aislamiento de Godoy y el desprecio de todos los
ministros..

Las horas pasan y la situación empeora. Godoy se da cuenta de que ahora


está, digámoslo así , recluido en su palacio. El rey le ha retirado al parecer
la confianza. No puede salir, no puede moverse. Nadie lo molesta, pero nada
puede hacer.

Es probable que el rey caiga en la trampa de los fernandianos. Con solo dos
minutos que dieran a Godoy, explicarí a al rey la situación para que éste
disolviera la conjura.

82
Bicentenarios

Conociendo a Fernando, y si ha prosperado su conspiración, tal vez el rey


tenga la muerte como destino.

Qué curioso, en Francia es el pueblo destituyó al rey y aquí lo quita su hijo y


los nobles. En un caso la turba fue engañada y ahora Francia tiene nuevo
tirano, más fuerte e invencible que los anteriores. En España tal vez la
propia turba se vea utilizada por el rey para idénticos fines. A tal palo tal
astilla.

En la calle se oye el griterí o y circulan los pasquines y los rumores.


Aranjuez lleva varios dí as lleno de forasteros que nadie conoce. Los espí as
dicen que la turba viene siendo enardecida por el propio Conde de Montijo,
disfrazado de aldeano.

Se oye un disparo en el jardí n. Godoy sale y ve cómo se abalanza un


sinnúmero de personas con hachas y antorchas. Ahora está clara la conjura.
Ya solo queda esperar. Godoy se encierra a la espera de una ocasión para
huir y salvar la vida.

El rey, desesperado cuando ve caer a su valido, consulta al Consejo de


Castilla qué debe hacer. El rey tiene miedo de acabar como los borbones
franceses. El tumulto de Aranjuez le recuerda las Tullerí as parisinas y siente
mareos y dolor de garganta. Teme morir.

El Consejo, solemnemente, le pide que abdique en Fernando.

El dí a 19 de marzo, desolado y muerto de temor, el rey convoca a los


ministros en su despacho y lee el último decreto de su mandato:

Como los achaques de que adolezco no me permiten por más tiempo


soportar el peso del gobierno de mis reinos, y me es preciso para
reparar mi salud un clima más templado de la tranquilidad de la

83
Bicentenarios

vida privada, he determinado después de la mas seria deliberación


abdicar mi corona en mi heredero y mi muy caro hijo el Prí ncipe de
Asturias. Por tanto es mi real voluntad que sea reconocido y
obedecido como rey y señor natural de todos mis reinos y dominios

Cuando Murat se entera de la abdicación del rey, manda a su general de


mayor confianza ir a Aranjuez y lograr que el rey se retracte. No es la
intención de Napoleón permitir este golpe de timón de Fernando: Napoleón
apoya a Carlos y le protege con sus ejércitos dice el general Monthion.
Napoleón, explica el general al confesor del rey en presencia de la reina, no
reconocerá la renuncia de Carlos salvo que esté convencido de que la realizó
sin violencia ni coacción y libremente.

El rey ya no teme un asalto de la turba, ni la revolución, ni tampoco a


Fernando ahora que sabe que no cuenta con el apoyo de Bonaparte. Remite
una nota en la que expone que

Protesto y declaro que mi decreto de 19 de marzo, en el que he


abdicado la corona a favor de mi hijo, es un acto al que me he visto
obligado para evitar mayores infortunios y la efusión de sangre de
mis amados vasallos y por tanto debe ser considerado como nulo

Tal vez si el rey hubiese hecho caso de Godoy, la historia de este


bicentenario serí a bien distinta.

Es más que probable que Napoleón no pretendiera el trono español y que


solo buscara fortalecer la alianza hispano francesa, unir a los españoles en su
guerra contra Inglaterra y las potencias hostiles y tomar pací fica posesión
del intercambio comercial con América y sus intensos mercados. Para eso la
presión de sus ejércitos temibles. Pero la casualidad y la reyerta interna de
una monarquí a que morí a matando, le puso en el disparadero de mediar un

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Bicentenarios

conflicto dinástico inesperado y le convirtió no ya en árbitro, sino en el


propio dueño de la situación.

Napoleón urde entonces el plan de reunir a los dos borbones y conseguir su


abdicación y la donación de España y sus colonias al emperador. La torpeza
de los dos borbones le puso en bandeja la intervención y al alcance de la
mano el reino.

Fernando acude a Bayona con la esperanza de ser confirmado en su jefatura


y deja en España una Junta de gobierno compuesta por nobles conspiradores
a quienes debí a tales favores: Ceballos, que acompaña al rey a Bayona, Gil
de Lemos, Azanza, O´ Ferrill y Piñuela.

Cuando la Junta conoce, por boca de Murat, la intención francesa de ejercer


provisionalmente el gobierno, se sabe ya perdida.

Delibera la Junta en sesión permanente con el Consejo de Castilla, el


Consejo de Indias, el de Hacienda y órdenes, así como con los grandes
magistrados. Deciden repeler la agresión y no plegarse. Pero el consejo era
débil e inútil y dimiten a favor de un nuevo consejo compuesto por tres
tenientes generales que deben iniciar la resistencia.

El dí a 2 de mayo estalla la algarada en Madrid. Los franceses responden. La


junta pide calma, pero la junta ya no manda en el pueblo.

Comienza la guerra que causará más de 300000 muertos entre los españoles
y cerca de 20000 entre las tropas francesas.

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Bicentenarios

TERCERA DIATRIBA. ESPERANZAS


FUNDADAS Y ANSIAS DE
LIBERTAD

aí dos los serviles y miedosos reyes, padre e hijo, legí timo y sucesor, es
C Napoleón el único legitimista, el único que sigue las reglas de juego, por
más que su ejército viniera a asegurar un cambio de orden hacia principios
liberales.

Muerto el rey, como siempre, al pueblo, o a esa cosa que se dice pueblo y
que vaya usted a saber en qué consiste y cuánto de pueblo tiene, le toca como
siempre acatar y obedecer.

Pero no sucede así .

Esa masa de gente, sin orden del rey, porque ya no las da, que dio su reino a
otro, o con órdenes de otro rey, que es el nuevo designado por el emperador,
se decide a ser él mismo y desacata.

Es este momento de especial importancia porque no se conocí a por estos


pagos que la gente actuara así , por libre, por simple decisión suya, sin que
nadie se lo mande o, mejor dicho, contra toda orden que manda justamente
lo contrario, como son las proclamas que Murat lanza ante la primera
algarada, o la petición de obediencia que hace la Junta nombrada por
Fernando y supuestamente regente de España hasta su vuelta.

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Bicentenarios

Es la gente, el común, ese nadie hecho de muchos nadies que por su naderí a
son imposibles de controlar y de someter o calcular, quien decide que llegó
el momento de la independencia.

Porque de eso se trataba este momento de efusión de gozo, de revolución de


todos los quicios de todas las puertas.

En un momento, en ese momento, esa cosa que existí a y se llamaba, por


decir algo, los reinos de la corona, o España, o España y las indias, o el
pequeño terruño de un villorrio manchego donde se plantaron al parecer los
primeros, o cualquier otro lugar llamárase como se llamase en Galiza, o en
Catalunya, o en Valençia, o en Aragón, o en vizcaia y las vascongadas, o en
los pueblos muchos y variados del otro hemisferio transoceánico, decide la
aventura de su independencia, de sus independencias, de sus libertades.

No regaladas, no dadas, no entregadas por rey ni dios alguno, sino tomadas


al vuelo, desde la propia necesidad y el propio atrevimiento con el que se
dice un pueblo, o lo que sea, que quiere ser, por si mismo, dueño de su
propio destino y no sometido a otros.

De este modo, el momento ese en que muere por un efí mero momento la
monarquí a borbona, el común se gobierna por si, se dota de sus órganos
propios para el buen gobierno, e inicia su andadura libre que, como toda flor
de cerezo, es flor efí mera y se aja y muere pronto.

Pero por arte de magia tenemos ahora la facultad de parar este momento,
este momento único, y hacerlo eterno en su efí mero durar, y de ver que
aquí ellos, es decir, nuestros tatarabuelos, decidieron a la limón, aquí y
allá, unos y otros, soltar el lastre que los encadenaba a antiguo régimen y
hacerse pueblo, o comunidad, o lo que queramos llamar a esa amorfa y
plástica y movediza convivencia, y caminar, como dijo después el barbudo de

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Bicentenarios

Tréveris refiriéndose al destino del género humano todo, con la cabeza alta y
el paso erguido, sin amos ni dueños ni dioses, que dirí a otro barbudo de
buenaventura mucho después.

Joder, podemos decir, sintiéndonos uno de ellos, como el árbol a la semilla,


y haciendo que ese instante único y azaroso, como cada uno de los instantes
lo son hasta que algún teólogo viene a convencernos del sentido de la unión
de todos ellos si es que le creemos, nosotros, los tataranietos de aquellos,
podemos también ser uno de ellos, ser independientes, independizarnos.
Puede ser que ese instante sea también nuestro instante, porque también
nuestra vocación es la de aquellos tatarabuelos nuestros, la de obtener la
independencia que aquí ni existe ni se la espera.

Dice un liberal de la época en la Proclama a los españoles de América para


invitarles a defender la causa de la metrópoli y a no comprometerse en la ví a
de la rebelión, el dí a 6 de septiembre de 1810,

“La independencia de una nación se funda no en depender de otra:


pro ella peleamos. Su libertad consiste en conservar sus derechos
contra toda tiraní a doméstica o extranjera… .Los males que la
nación sufre tantos años hace en ambos mundos no han sido obra de
un dí a; y así tamp9oco podrí a serlo el remedio”

De este modo aquello, aquel insumitirse a todo el orden, por sagrado y


pesado que se creí a, y ser libres y liberarse, o hacer la guerra por la
independencia que se ansiaba, aparece como un método hoy vigente para
conseguir actualizar aquella explosión de esperanza que era la esperanza de
la independencia.

Independencia que luego no funcionó, como podemos comprobar en nuestras


carnes, y que sigue siendo una tarea y una urgencia aquí y acullá.

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Bicentenarios

Independencia que comenzó unida en ambas orillas del atlántico y luego


continuó separada, para conseguir idénticos logros, pues unos y otros, más
de doscientos años después, seguimos en el proceso de la independencia y
urgidos de renovar aquellos anhelos y brí os de antaño.

Y en ello nos puede guiar, precisamente, esa acto de lucha colectiva de


antaño, pues lo que una vez fue posible, por más que además fugaz, puede
volver a mostrarse y a construirse. Podemos,, en fin, mirarnos en aquel
espejo y reflejar en su eco nuestra propia utopí a de librarnos de, permitan la
retórica, las cadenas que nos oprimen.

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Bicentenarios

19.- Las juntas y las


independencias

a invasión de Andalucí a por Napoleón espoleará el nacimiento de la


L independencia ahora bicentenaria. Motivo de este extenso cuento.

Como esta invasión fue intermitente, con victorias y retrocesos, el ardor


independentista fue cambiando de humor en consonancia, aumentando y
descendiendo de intensidad y de eficacia a medida que las posibilidades de
libertad entraban y salí an en juego en la Asamblea General y Constituyente
de Cádiz, convocadas por el Consejo de Regencia, creado como órgano de
poder de facto durante la guerra.

Durante 1808, la noticia de la invasión francesa y la creación de una Junta


Central para conducir la resistencia, hace nacer en América Juntas análogas a
las españolas, que ejercen el poder en nombre del rey secuestrado. Pero al
conocerse la invasión de Andalucí a por Napoleón, y el estado agónico de la
Junta Suprema, que es disuelta de Sevilla en 1810 y se repliega a la Isla de
León en Cádiz, se espolean los sentimientos independentistas, que de nuevo
pierden gas cuando se estabiliza la guerra y se reequilibran las fuerzas. Y se
esfuma más aún cuando avanzan los trabajos constituyentes de Cádiz, donde
se otorga igualdad de derechos y de representación a los americanos que a
los peninsulares y se reconoce la autonomí a de las colonias.

Cádiz supuso el intento de un protagonista nuevo, el de un abstracto invento


al que se llama nación y tal vez nace ahí , muy andaluza, como ahora.
Nación. Abstracción. Como el sujeto del quehacer polí tico, como antes lo

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Bicentenarios

fue el rey, o el designio divino y otros. Un ente irreal y abstracto, bajo el


que miles de personitas, con sus agoní as y esperanzas, miedos y temores,
van tomando decisiones personales que afectan a su propio devenir y a la
construcción de sus relaciones, sus biografí as, la dinámica de sus pueblos y
ciudades y, en fin, esa vida real y cotidiana llena de sorpresas y transida de
incoherencias, gozos y desvelos. Lo mismo que ahora mismo. No son
nación, sino miles de nadie en su propia naderí a. Pero la nación toma sus
historias como la propia, las amaña para hacerlas nacionales y amoldarlas a
la horma de su zapato ideológico y las devuelve a esos ingratos diciéndolos:
tomad, esta es vuestra historia, estos vuestros y nuestros objetivos, todos
remamos en el mismo barco, eso que huele por ahí es el incienso de
nuestros mártires, eso que os decimos es lo que hay que creer y pensar en
esta nación, porque es la herencia de vuestros vetustos y ya enterrados
abuelos, que tuvieron la clarividente idea de unirse porque vieron en esa
unión el atisbo de nuestro destino. Tomad, esto y esto otro es lo que hay que
evitar. Quienes hacen estas cosas son los de fuera, que nos odian, que nos
quieren mal. Que nos quieren acabar para dominaros.

Tomad, dice la nación a los propios, estos afrancesados que quieren


imponernos nuevas costumbres son la peste. Seguid la legitimidad de nuestra
historia, una y universal.

Pero si esta recién nacida y aún sin bautismo nación exigí a protagonismo o
querí a hacerse ver en Cádiz, la gente de a pié, que no es nación pero que es
como si lo fuere en este mundo de sombras chinescas donde hasta las
identidades nos las pintan a su interés los de arriba, tomaba la batuta de su
propia circunstancia y querí a ejercer libertades concretas que antes eran
impensables. Por primera vez en muchos siglos de resignación, era la gente
la que querí a tomar el volante de su propio carro.

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Bicentenarios

Y la nación, esa que es una amalgama inconcreta de gentes y de agregados


de historias y, por qué no decirlo cuando ya lo hemos dicho antes, de
manipulaciones interesadas; esa nación, decimos, impuesta o aceptada por
mor de las estructuras y los apaños de nuestro modo de vida, aspiraba a su
independencia, o autonomí a, o como queramos llamar a esa esperanza
interna que cada ser humano tiene de ser lo más feliz posible y lo menos
vapuleado por los acontecimientos, las leyes y otros males.

El esfuerzo de independencia conjunta del intento liberal de Cádiz era un


esfuerzo tomado como empresa para todo el conjunto del reino, metrópoli y
colonias, bajo la comprensión de ser todos iguales en derechos a partir de
ahora.

Este afán tan novedoso se ve también en la composición de los diputados


constituyentes, trescientos tres en total, de los que sesenta y tres fueron
designados por los pueblos americanos. Y de ellos diez fueron nominados en
distintos momentos como presidentes de la constituyente, doce como
vicepresidentes y once como secretarios, lo que da una cierta idea de la
consideración en que el intento constitucional tení a a las tierras de ultramar.

Consignemos los nombres de los presidentes americanos, pues para muestra


bien vale un botón, y que fueron Don Florencio del Castillo, hijo del fraile
Luis de San Martí n de Soto y de una viuda, Cecilia del Castillo Villagra,
diputado por Costa Rica y sin otro mérito en los debates que el de presidir el
Congreso, Don José Miguel Gordoa, sacerdote él, intelectual como ahora se
estila en llamar a cierta gente y representante de Zacatecas, que luchó por la
igualdad; Don Juan José Guereña, diputado por Nueva España y que abogó
con ahí nco por la abolición de la inquisición en su diputación, Don José
miguel Guridi Alocer, diputado por Tlaxcala, más tarde diputado de la
independencia de su provincia y de México frente a España, Don Andrés

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Bicentenarios

Jáuregui, diputado por La Habana y que mantuvo una opinión titubeante ante
el tema de la esclavitud, Don Antonio Larrazábal y Arrivillaga, diputado por
Guatemala, que tuvo especial influencia en la declaración de derechos de la
constitución de Cádiz y luego de otras constituciones americanas y que fue
hecho preso por orden de Fernando VII; hasta ser liberado tras el
pronunciamiento de Riego, pasando a tener un papel trascendente en la
independencia de su patria, Don Joaquí n Manian, Don Vicente Morales
Duárez, que abogó por la igualdad de peninsulares y americanos y por el
respeto de los derechos de los indios, así como por lo que podrí amos llamar
una polí tica de cuotas para asegurar la representación americana en el
gobierno y en las instituciones polí ticas, Don Antonio Joaquí n Pérez,
diputado por Nuevo México, que luchó por la libertad de prensa y por la
creación de una conciencia regional y luego participo en la independencia
mexicana, y Don José Marí a Gutiérrez de Terán, diputado por nueva España.

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Bicentenarios

20.- La mecha del bicentenario

i ahora hacemos recuento de los acontecimientos, vistos desde aquella orilla


S y a las muchí simas millas de lejaní a de Cádiz, la tacita de plata le dicen, y
de sus liberales y moderados diputados, y de la guerra, no podrí amos sino
decir que el apresamiento del rey por Napoleón, apresamiento sui generis
porque el propio Fernando VII, después de pedir una princesa Bonaparte para
casarse con ella, habí a abdicado a favor de Napoleón a cambio de una renta
anual de cuatro millones de reales, el apresamiento ese, decimos, implicó
también el desconocimiento o el repudio de la nueva monarquí a por parte de
las instituciones y las personas que poblaban América, así como el
desconocimiento y desacato de la carta constitucional que trajo bajo el brazo
el rey José Bonaparte.

De este modo, y al igual que en la piel de toro, la inmensa mayorí a de los


americanos se comportaron con una parecida reacción de lucha contra
Napoleón y de reclamación de independencia; una independencia difusa y,
sobre todo, planteada más bien, frente a los franceses, no tanto frente a la
metrópoli española ni ante la autoridad de un rey que se suponí a liberal y,
dado que en América tanto prendió el populismo escolástico de los filósofos
del Siglo XVI, como Dios manda.

Mientras el pueblo, el de acá y el de acullá, se alzó contra el emperador en


nombre del rey Fernando, éste habí a renunciado al trono a cambio de un
plato de lentejas, y celebraba fastuosas fiestas en loa de Napoleón, al que
remití a misivas enternecedoras de servilismo.

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Bicentenarios

Mientras en España se librara una guerra por el rey y las libertades, según
rezaba el eslogan de la época, el rey abdicado viví a en otro mundo, recibí a
clases de baile y esgrima, o daba cenas y fiestas en honor del emperador, en
el palacio de Valençay, cedido a éste por el prí ncipe de Benevento.

Pero, como se dice, la invasión de Andalucí a por Napoleón fue el punto


álgido de la independencia. Cuando Andalucí a cayó, en América no se daba
ya un duro por la Junta Suprema y por la intendencia española y crece el
sentimiento de libertad. Los distintos lugares americanos acentúan su
propósito de bajarse del carro y dejar a los españoles abandonados a su
suerte. Un mar por medio pone en su sitio muchas cosas.

Surge así el clamoroso y polifónico grito primero de la independencia, dado


en unos lugares antes, en otros después, pero en todos a su tiempo y por
primera vez. De ahí , precisamente de ahí , procede la independencia que
luego fue viniendo, con todos los matices que se quiera, hasta llegar a ser
una consolidada separación de América y de España.

Así , el 25 de mayo de 1810, Chuquisaca, hoy Sucre, conoce su connato de


revolución cuando un grupo de criollos destituyen al Presidente de la
Audiencia de Charcas, que debí a ser al margen de todo un capullo, y
propagaron hacia La Paz, hacia Buenos Aires y otras provincias su lucha.

Para llegar a este levantamiento se debió expandir el miedo a lo Borbón, que


la hermana de Fernando VII, tan ambiciosa y sanguijuela como éste, y
además princesa regente de Portugal y Brasil por la muerte del titular y la
minorí a de edad del sucesor, desencadenó cuando remitió una carta a los
americanos donde se postulaba nueva ama de las colonias, explicando que

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Bicentenarios

Hago saber á los leales y fieles vasallos del Rey católico de las
Españas é Indias, (...) Estando de esta suerte mis muy amados
Padres, hermanos y demás individuos de mi real familia de España
privados de su natural libertad sin poder ejercer su autoridad ni
menos atender á la defensa y conservación de sus derechos (...) por
tanto considerándome suficientemente autorizada y obligada á
ejercer las veces de mi augusto Padre y real familia de España como
la mas procsima representante suya en este continente de América
para con sus fí eles y amados vasallos, me ha parecido conveniente y
oportuno dirijiros este mi manifiesto por el cual declaro nula la
abdicación ó renuncia que mi Señor Padre el Rey Don Carlos IV y
demás individuos de mi real familia de España tienen hecha en favor
del Emperador ó Jefe de los franceses; á cuya declaración deben
adherir todos los fí eles y leales vasallos de mi augusto Padre, en
cuanto no se hallen libres é independientes los representantes de mi
real familia (...) Igualmente os ruego y encargo con el mayor
encarecimiento que prosigáis como hasta aquí en la recta
administración de justicia con arreglo á las leyes, las que cuidareis y
celareis se mantengan ilesas y en su vigor y observancia, cuidando
muí particularmente de la tranquilidad pública y defensa de estos
dominios, hasta que mi amado primo el infante D. Pedro Carlos ú
otra persona llegue entre vosotros para arreglar los asuntos del
gobierno de estos dominios durante la desgraciada situación de mis
mui amados Padres, hermanos y tí o, sin que mis nuevas
providencias alteren en lo mas mí nimo lo dispuesto y prevenido por
mis augustos antecesores".

Si yo no entiendo mal, la simple amenaza de otro Borbón, en este caso


borbona, o jefa, si así seguimos el pensamiento de la doña, sobre las cabezas

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Bicentenarios

que recién se habí an liberado de uno de ellos y luchaban contra la dinastí a


del emperador, otro jefe si hacemos caso de la proclama de la señora infanta,
fue suficiente para emprender un camino diferente, hacia la emancipación y
para no volver a someterse al encadenamiento de ningún tirano más.

Tal habrí a sido, creo yo, la misma decisión que hubieran tomado en
cualquier otro lugar de ese inmenso terruño americano e incluso peninsular si
la infanta les hubiera manifestado su deseo de tomar posesión por las bravas
del gobierno.

Pero volviendo sobre la carta, la infanta se la dio a José Manuel de


Goyeneche, cuando este pisó Rí o de Janeiro, de camino a Buenos Aires.

Goyeneche era el comisionado de la Junta de Sevilla a América para dar a


conocer la pretensión de esta de gobernar en nombre del rey hasta que éste
fuera liberado y a fin, de que se sometiesen a sus mandatos como comisario
de dicha junta

Este, en sus diversas andanzas por Montevideo, Buenos Aires, Lima y otros
lugares, usaba la encomienda de la Junta de Sevilla o la carta de la princesa a
su conveniencia, pues en definitiva su interés era ser él el que hiciera y
deshiciera a su antojo, y provocó con la susodicha carta los disturbios que
dieron inicio a las independencias americanas.

La conspiración se volvió tumulto en la plaza Mayor de Chuquisaca, al


conocer la puñetera carta de la princesa, al grito de muera el mal gobierno.
Las campanas de la iglesia de San Francisco tocaron a rebato. También la
catedral hizo tañer las campanas y luego las restantes y abundantes iglesias
del sitio.

Debemos hacer un alto para explicar que dichas campanas no tocaron solas
ni, como ya se supondrá el respetable, animadas por los curas de la zona,

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Bicentenarios

sino bajo la coacción del trabuco o de las armas de los liberales


independentistas que poblaban esta ciudad.

Tras el tremendo rifirrafe, los alzados consiguen deponer al Presidente de la


Audiencia, rendir a los soldados y proclamarla audiencia gobernadora de la
ciudad, nombrando a José de la Iglesia como gobernador de Charcas y a
Álvarez de Arenales como comandante general.

El gobernador de Potosí y hasta el propio virrey creyeron al principio que el


alzamiento de Charcas era un alzamiento realista, favorable al rey y al orden
y contrario al interés de Portugal de conquistar la colonia, pero los
principales alzados, Antonio Paredes, Mariano Michel, José Benito
Alzérreca, José Manuel Mercado, Álvarez de Arenales, Lanza y
Monteagudo, eran verdaderos independentistas, pertenecientes a la logia
Sociedad de los Independientes.

Estos y otros masones fueron a incendiar otras regiones: Potosí ,


Cochabamba, Sicasica, La Paz, Cuzco, Buenos Aires, Lima, Santa Cruz de
la Sierra, San Salvador de Jujuy, Salta, Tucumán.

En La Paz consiguieron prender la llama independentista y se formó una


junta de gobierno presidida por el coronel Pedro Domingo Murillo.

Pero los sublevados duraron poco. El ejercito acantonado en Potosí y el


virrey de Perú, cuando vieron el peligro, prepararon la respuesta militar y un
ejército grave, bajo las órdenes de Goyeneche, avanzó hacia los alzados.

Tras diversas escaramuzas y batallas, Goyeneche los derrota definitivamente


y manda ejecutar a sus cabecillas.

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21.- Alzados en Caracas

n abril de 1810 es Caracas la que depone al Capitán General Vicente


E Emparas y crea un gobierno autónomo que jura lealtad a Fernando aunque
sus miembros piensan en la soberaní a como horizonte.

Al igual que los de Charcas, mandarán recado a otras provincias para que
sigan su ejemplo y en el mes de Junio convocarán a las demás provincias
venezolanas para elegir diputados y conformar una Junta de toda Venezuela.

Bolí var convence al Mariscal Miranda, exiliado en Londres, para que


regrese a Venezuela y dirija sus ejércitos para lograr la independencia. La
bandera tricolor vuelve a hondear en América con la intención más clara y
evidente de conseguir la independencia.

Diez y ocho meses más tarde, tras diversas batallas, avanzan tropas desde
Nueva Granada y Orinoco al mando del general Monteverde.

Miranda defiende la capital, pero se encuentra acosado por sus


conspiradores internos y las desconfianzas, disensos y afanes de
protagonismo y pequeños egoí smos y miserias, un pequeño mal que ha
acompañado la polí tica americana desde entonces.

Un oficial intenta asesinar a Miranda. Oye la noticia de la pérdida de Puerto


Cabello, que defendí a Bolí var, su único apoyo.

Miranda entonces decide la rendición. Monteverde se compromete a permitir


la emigración de los rendidos.

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Bicentenarios

Miranda se disponí a a partir en un barco inglés, pero Bolivar, discrepante de


la rendición vergonzante, lo hace detener y juzgar por lo que queda del
poder patriota como traidor.

Le acusan de querer zarpar con una cuantiosa suma de dinero, tal vez el
soborno de la rendición. Bolí var habla en el improvisado tribunal. Debe
morir Miranda por haber traicionado a la patria. El mismo con su sable
quiere ir a ejecutarlo. Le paran los comandantes. Deciden su entrega a
Monteverde.

Bolí var pide la espada al general. Es el último acto de la rendición de


Miranda. Es entregado a Monteverde. Pasará a Cuba y luego a Cádiz, en
cuyo presidio morirá abandonado dos años más tarde.

Bolí var y los otros comandantes son detenidos. Para todos se pide la pena de
prisión en España. Iturbe, viejo amigo e influyente en los españoles,
intercede por Bolí var.

Monteverde le concede pasaporte español.

Este salvoconducto, dice Monteverde, lo tiene usted por los servicios que ha
hecho a España y en recompensa del Rey por la entrega de Miranda.

Yo metí preso a Miranda no por servir a ese rey, sino por castigar un
traidor, dice el Comandante.

Monteverde se enfurece.

Iturbe interviene: No haga caso su excelencia de este calavera. Dele el


pasaporte y que se marche con viento fresco.

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Bicentenarios

Monteverde le deja marchar. Escribe al Consejo de regencia, con lenguaje


burocratico, explicando la partida de rebeldes que manda presos para
España.

“sin embargo he tenido que tomar en consideración los servicios que


debemos a Casas, Peña y Bolí var. Ha sido necesario respetar sus
personas. Pero no he hecho entregar pasaporte para el extranjero
sino al último, al estimar que su influencia y sus relaciones podrí an
ser peligrosas en la presente situación”

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Bicentenarios

22.- Otros intentos


bicentenarios.

ntentonas de juntas autonomistas se producen en Mayo de 1810 mismo año


I en Cartagena, luego en Cali, Socorro y Pamplona. En Santafé de Bogota se
arma un tremendo lí o tras la excusa del préstamo de un florero que
desencadena, según cuenta la leyenda, un serio intento libertador, Se
consigue proclamar una Junta de Gobierno que comenzó proclamando
presidente de la misma al virrey y más tarde, ante la evolución de los
acontecimientos, procedió a arrestarlos y proclamarse libre de obediencia a
la junta Suprema y del Consejo de Regencia de España. Casi un año después
Cundinamarca se dota de constitución y más adelante Cartagena se declarará
independiente.

También en mayo de 1910 Buenos Aires, tras conocer el desastre de


Andalucí a, en manos de Napoleón, y la disolución de la Junta de Sevilla,
hasta entonces centralizadora de la resistencia, depone al virrey, al que
considera ya ilegí timo, establece un cabildo abierto que decide crear una
Junta de Gobierno. Esta no reconoce al Consejo de Regencia pero dice
gobernar en nombre del rey capturado por Napoleón, Nacen así las
provincias unidas de rí o de la plata y dando pie a la posterior independencia,
años después.

En agosto del mismo año 1810, es Quito la que se deshace del presidente de
la audiencia y crea un ajunta de gobierno autónoma. Las rencillas internas
los hace al final renunciar y se restituye en su puesto al presidente de la

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Bicentenarios

audiencia que, más tarde, con apoyo del virrey de Perú, masacra y reprime a
los liberales y patriotas.

El 16 de septiembre de ese mismo 1810, el cura Miguel Hidalgo llama a la


insurrección del pueblo de Dolores, en Guanajuato. Para mantener su recién
conquistada libertad crea un ejército de criollos, pero son derrotados por el
virrey y el cura es fusilado por su atrevimiento.

Aún así , continua la insurgencia al sur del virreinato, encabezada por el cura
José Marí a Morelos y otros lí deres.

También en Chile se crea la Junta Nacional de gobierno de Chile en


cabildo abierto en Santiago, mientras que en Uruguay es Artigas quien se
subleva y sitia Montevideo.

Uno tras otro, con mayor o menor intensidad y ruido, las Indias todas
inician su camino hacia la separación de España y hacia la independencia
de todas las metrópolis y potencias europeas, a las que querrán de socias y
no de dueñas.

De las primeras medidas de los nuevos gobiernos se encuentra la del


destierro de los españoles y realistas. Hasta qué punto esto provocó una
hégira es algo difí cil de saber. A su vez América acogió a otros españoles
exiliados de España. Es probable que el destierro, ese destino que los
españoles siempre tan bien han vivido, ya sea para darlo o para sufrirlo,
fuera importante en los inicios. Pero quien ha viajado por tierras
americanas sigue encontrando tierras, amplios ranchos y terruños, que
pertenecen, según sus dueños, a las mismas familias desde la ´ época de
la colonia. Unas se refieren a las encomiendas de Isabel de Castilla, o de
l reina Juana, o de su hijo Carlos, o de Felipe y así otros tantos.

103
Bicentenarios

23.- La reflexión desde España

e ha interpretado a menudo la independencia americana como una lucha


S contra los españoles. Si es correcto entender, en cierto modo, esa especie de
lucha entre enemigos, y en este sentido España era la potencia enemiga de la
independencia de los de allá, deberí amos más bien enmarcarla como lucha
de los independentistas, los de una y otra orilla de aquel mal gobierno,
contra las fuerzas realistas que se oponí an, en nombre de la corona o de la
Junta que defendí a sus intereses en ausencia del rey. No eran por tanto
españoles contra americanos, sino independentistas contra reaccionarios, los
protagonistas del proceso de emancipación “nacional” emprendido en
América – y también en España.

Es cierto que tener, en cualquier causa, absolutos buenos y absolutos malos,


y hacer de unos y otros estereotipos tantas veces distorsionados, obedece a
una razón bastante frecuente en todos los lugares y culturas y que, en el caso
americano, ha justificado tantas veces ineficacias posteriores o previas y
tantas responsabilidades de irresponsables, pues la maldad incuestionable y
originaria de los españoles robaoros u otras alusiones simplistas, permití a
mirar para otro lado ante latrocinios no precisamente atribuibles a esos
españoles y mucho menos a los peninsulares atados a su tierra y dueños, que
no pudieron emigrar y que, por el régimen opresivo en la pení nsula, no
fueron ni destinatarios ni cómplices, ni en modo alguno beneficiarios del
latrocinio. Esos peninsulares cautivos de su mal gobierno ni se beneficiaron
la plata y otras cosas arrancadas a la tierra americana ni, en su situación de
indí genas peninsulares, fueron tratados mejor que los otros.

104
Bicentenarios

Mientras muchos Valencia, Uribes, Bolivares, Cárdenas, Alvarados,


Fuentes, Estébanez, Jurados, Rojas, etcétera, emigraron a América y allá
sentaron sus reales y tuvieron hijos criollos que a su vez formaron una casta
más, no tal vez la más rica y poderosa al inicio, otros muchos De la Mata,
Del Rio, Pérez, Gómez y tantos otros más, quedaron como jornaleros atados
a la miseria y a la pobreza en España, porque pobreza y España han sido
compañeras desde el invento de la primera sobre las ruinas de la segunda.

No fueron ellos los que robaron el supuesto oro que ahora se reclama en los
fastos de las independencias ni, menos aún, los que prosperaron por el valor
de éste, sino los hijos de los emigrados en mejores condiciones y otras
especies peninsulares quienes se aprovecharon “por derecho de conquista”
de cuanto se puso a su antojo.

No cabe duda de que las simplificaciones amigo-enemigo son siempre


ventajosas para conseguir atajos morales y también interesados, y las mismas
son también de uso común en las peleas internas de la pení nsula, que usa
similares reclamos mí ticos para resolver los propios fantasmas internos.

Así y todo, debemos señalar que el venturoso proceso de independencia


americano que se hizo también en aquiescencia, cuando no colaboración, de
muchos españoles en España, que comprendí an y no justificaban el estado
de dominación y saqueo a que América fue sometida.

También es cierto que los protagonistas de la independencia desde el lado


americano, fueron pocos y no siempre bien avenidos. Sobre todo, una casta
emergente, digamos criollos de ciudades, pero minoritaria en América. Y
que dicha independencia no concernió especialmente al mundo rural,
indiferente a los lí os burocráticos y enredos de los burgueses y siempre más
pegados al ciclo de la tierra con sus caprichos y azares, ni al de los pueblos
originarios, machacados ya antes por sus propias pugnas internas, más tarde

105
Bicentenarios

y gravemente por los conquistadores, y después por sus descendientes. Ni a


los esclavos traí dos de otros lugares, cuyas razones para apoyar una
independencia que no siempre contaba con ellos eran muchas veces poco
evidentes. Ni, en definitiva, a la inmensa mayorí a que únicamente vio como
cambiaba de dueño, aunque no de modo de vida.

De este modo, tal vez no sea difí cil conocer que tanto en España como en
América, los espí ritus libres, que se dirí a en la época, que aspiraban a la
libertad e independencia, es decir, a determinarse polí ticamente sin sumisión
a poderes autoritarios y ajenos al acuerdo ciudadano, eran la inmensí sima
minorí a, compuesta por decenas de masones, unos cuantos cientos de
liberales, unos pocos comerciantes y algunos curas y gentes cultas o más o
menos cultas.

Todos ellos, estos liberales, burgueses e ilustrados capitalinos, pretendí an


una independencia y una libertad acorde con los predicamentos de la escuela
ilustrada y de sus maestros, entre ellos los influyentes autores franceses pero
principalmente sus traductores y epí gonos españoles, como el padre Isla,
Feijoo, Jovellanos u otros, así como de la tradición escolástica de signo
populista de los juristas y teólogos españoles del siglo XVI, tales como Soto,
Vitoria, Suárez, Mariana y otros, que predicaba la supremací a del bien
común como fin de la sociedad, asentaba la soberaní a como perteneciente a
la comunidad, repudiaba la autoridad despótica y autorizaba el derecho a la
resistencia y al tiranicidio del pueblo frente a reyes que no respetaran sus
derechos. Y todo ello como parte de un orden natural querido por el propio
Dios, sumo bien y hacedor y justificación de este estado natural de cosas.

Tal vez este conjunto de filosofí as, que son las que esa burguesí a aprendió
en las escuelas donde se formó, todas ellas en manos de la iglesia y
particularmente de los jesuitas, junto con la penetración de las ideas

106
Bicentenarios

ilustradas y los ideales de los curas ilustrados españoles, fueron los mimbres
desde los que se creó la justificación de la independencia americana frente al
desgobierno y absolutismo en que derivó el truncado proceso de
independencia español.

Ya hemos hablado de las logias masónicas que crearon un caldo de cultivo y


reflexión pro independencia y a favor de los valores ilustrados en América y
en Europa.

Ahora también hemos de ver cómo la intelectualidad española apoyó las ideas
unas veces autonomistas, otras independentistas de América, a la que sentí an
con pasión.

Escribe en 1812 el diputado de las cortes de Cádiz Flórez Estrada, que luego
hubo de huir de España cuando Fernando VII recuperó el trono y reprimió
todo atisbo de libertad, en un libro de titulo archilarguisimo que no vamos a
repetir, Examen

”si consideramos la felicidad futura de la América por lo que mira a


conseguir la libertad interior, y establecer un gobierno que asegure
esta, creo que su separación de la Madre Patria no le es favorable, y
todas las conjeturas ofrecen un resultado melancólico. La Nación iba
a formar la Constitución: Representantes Americanos debí an asistir
al congreso soberano. La España no puede salvarse sin una
constitución muy libre o, lo que es lo mismo, muy justa. Habí a
motivos muy fundados para esperar que lo hiciese así , atendidos los
principios, que ha se habí an adoptado. Los americanos, por la
distancia del enemigo, y por la imposibilidad en que este se halla de
incomodidad, iban a disfrutar desde luego el fruto de ella, y a verse
libres de la opresión, que habí a impedido su prosperidad. Si por
algún accidente improvisto no se formula una Constitución tal que

107
Bicentenarios

conviniese a los Americanos, entonces ellos se hallarán en el caso


de deber separarse de los Españoles… El interés de todos es uno
mismo, establecer una constitución que asegure la libertad civil de
unos y otros, y por la que iguales derechos de propiedad disfruten
Americanos y Españoles, establecer un sistema de comercio y de
administración el más libre, y el menos dispendioso posible, y abolir
las principales causas que impidieron hasta ahora los progresos y la
prosperidad… ”

El periodista Blanco White, por la misma época, piensa que España pude
otorgar autonomí a a las Colonias y que sólo si esta no garantiza la libertad
se dará la

“exigencia que procurara prevenir y desterrar las injusticias


existentes en aquel continente para que no se produjesen las
condiciones que hací an inevitable la total independencia de los
paí ses hispanoamericanos.”

Y en 1811, vuelve a escribir, con motivo del alzamiento de Miranda y


Bolí var de esas fechas que

“La soberaní a no consiste en declararla, sino en poder ejercerla.


Venezuela tiene en abstracto tanto derecho a ser independiente como
la antigus Roma, Inglaterra, o Francia. Tenga los medios de serlos y
nadie le disputará el derecho

El autor sueña con una confederación de paí ses hispánicos y así lo señala en
1812

“ la voluntad de un pueblo que conoce que puede y debe mejorar su


estado, aunque no sepa el cómo, es un gran principio, una fuerza
poderosa que bien dirigida tendrá siempre resultados felices. Mas

108
Bicentenarios

para dirigirla se requiere un saber profundo, una prudencia


consumada, y una recta intención a toda prueba

Flórez Estrada, de nuevo, expone su visión sobre la opresión americana y


propone una lucha conjunta por la independencia, asociando la libertad de
allá a la de acá y viceversa.

“los americanos sufrieron por trescientos años la opresión de un


gobierno tan inepto como arbitrario. Después de haber sufrido por
espacio de trescientos años todos los males, con que os quiso
abrumar el despotismo, sin resultarnos de vuestra tranquilidad otra
ventaja que hacer mayor el orgullo de nuestros reyes, y más
implacable para con nosotros la enemistas de las demás naciones,
tratéis de separaros de nosotros en la única ocasión en que todos
debí amos trabajar unidos para conseguir nuestra libertad.

Y otros autores, como Pérez del Camino, ya en el exilio en 1820, dice desde
Burdeos, ahora abujurando de la puñetera unidad de destino en lo universal,
versión liberal, explica más tarde que

“ Mientras que el absolutismo pesaba sobre todas las españa, el


español, amigo de sus compatriotas, no odia mirar sin satisfacción
que por una parte de estos se abriese el camino de la libertad. Ahora
las cosas han cambiado tanto que este contexto se convierte en
tristeza, por las mismas razones que la habí an excitado.”

109
Bicentenarios

24.- El rey felón

encido y desarmado el ejército enemigo se han conseguido los últimos


V objetivos militares.

En 1814 Fernando de Borbón, con el tí tulo de Fernando VII, es proclamado


o repuesto rey tras las victorias del duque de Wellington sobre los franceses
en las ciudades de Vitoria y en San Marcial y el posterior repliegue al otro
lado de los Pirineos del ejército napoleónico.

Ciertos malentendidos interesados y la mala memoria de la gente, hicieron


que entre los tí tulos y legitimaciones con las que los epí gonos del repuesto
rey justificaron su glorioso regreso, se encontrara el de ser un rey español de
pura cepa, frente a la incuestionable gabachidad del rey napoleónico José I,
usurpador que subió al trono por la fuerza y la sangre derramada.
Igualmente, decí an, era este José usurpador y borrachí n un rey contra la
voluntad del pueblo. Mala memoria si tenemos en cuenta que los borbones
son tan gabachos como los bonapartes, de la familia de Anjou en concreto; o
que el primero de ellos en España consiguió el poder a sangre y fuego,
después de una guerra cruenta que se prolongó por varios años y provocó
cientos de miles de muertos, la humillación de Cataluña y las provincias
autonomistas y la aparición del centralismo y el uniformismo estatal; o que el
propio Fernando habí a conspirado contra su padre y obtenido la abdicación
forzosa del mismo. Hechos posteriores desmentirán el amor del pueblo al rey
Fernando, como demuestra la sospechosa presencia del ejército francés,
denominado “los cien mil hijos de San Luis”, dirigidos por el duque de
Angulema, hijo del futuro rey de Francia, para garantizar el trono del rey a
sangre y fuego y evitar su derrocamiento.

110
Bicentenarios

Pero es cierto que la memoria no es una virtud de las gentes de a pié y


mucho menos de los de “a caballo” que dictan lo que se debe o no pensar.

Napoleón, en Valençy, residencia de asueto del rey depuesto Fernando,


negocia un tratado para devolverlo como rey efectivo a España. Tras el
tratado, Fernando ha de volver, pero demora aún su entrada en España unos
meses por mejor urdir su plan reaccionario.

La constitución de 1812 establecí a que no se reconocerí a por libre al Rey,


ni por tanto, se le prestarí a obediencia hasta que [...] preste el juramento
prescrito por el artí culo 173 de la Constitución".

Fernando anuncia su llegada a España por Valencia.

Allí le espera un alto representante de la regencia con el texto constitucional


bajo el brazo. Espera que el rey, como antes se esperó en vano juramento de
fueros por el Cesar Carlos I al tomar posesión del reino para los austria, lo
jure y ratifique como rey constitucional.

El rey llega y se hace aclamar desde el barco. Es fácil: Es un rey deseado.


Acaba de vencer todo un pueblo en su nombre nada menos que al gran
general Napoleón Bonaparte, emperador. Es el pueblo quien lo ha elegido e
impuesto.

El magistrado se acerca y extiende el texto. El rey lo recoge y se lo entrega a


un edecán. Mira con mala cara al Consejero y sonrí e con frialdad y mirada
perdida. Es evidente que el rey tiene otra idea.

El General Elio, uno de los ultramontanos anhelantes del absolutismo,


entrega, acto seguido, otro documento al monarca donde 69 diputados
traidores piden el regreso del absolutismo y la represión de los liberales.

111
Bicentenarios

Elio no viene sólo. Lo acompaña acantonado un potente ejército. Extiende su


mano con el bastón de general asido y muestra al rey el amplí simo
contingente de tropa que ha llevado a alzar al Rey contra la Constitución.

Elio y el rey se van a entender rápidamente. Son dos bestias y aman la


sangre.

El rey lee con agrado, o finge leer.

La monarquí a absoluta (...) es una obra de la razón y de la


inteligencia: está subordinada a la ley divina, a la justicia y a las
reglas fundamentales del Estado: fue establecida por derecho de
conquista, o por la sumisión voluntaria de los primeros hombres que
eligieron sus Reyes.

Asiente Fernando, que empieza a sentirse como en casa

La divina providencia nos ha confiado la representación de España


para salvar su religión, su Rey, su integridad y sus derechos, a
tiempo que opiniones erradas y fines menos rectos se hallan
apoderados de la posibilidad de agraciar u oprimir, ausente V. M.,
dividida la opinión de sus vasallos, alucinados los incautos, reunidos
los perversos, fructificando el árbol de la sedición, principiada y
sostenida la independencia de las Américas, y amargadas de un
sistema republicano las provincias que representamos.

Los absolutistas piden al rey la derogación de la Constitución y el ejercicio


del poder absoluto, la alianza del trono con la iglesia y la nobleza y la
restitución de la sociedad gremial. Igualmente la abolición de las libertades y
derechos iguales dados en América.

El rey dice su plácet. Abraza a Elio.

112
Bicentenarios

Se inicia el primer alzamiento contra el pueblo que recién inauguró su


aspiración de ser alguien, en la historia española.

Dí as después el rey, ya en Madrid, abolirá la constitución e iniciará su


repliegue absolutista y despótico. Manda censura para el pueblo y represión
para los liberales y desafectos.

El rey que era deseado para liderar la revolución de la gente, se convierte en


el rey odioso que cercena la recién conquistada libertad.

El reinado de Fernando será nefasto. El solo eclipsa en maldad el de todos


los demás borbones, tanto los antecesores como sus sucesores, sino que los
abarca e inspira con su venenoso abrazo mortal. El está en todos ellos como
la pietá de Miguel Ángel estaba en el bloque de mármol que le dieron para
tallarla. De tal palo tal astilla, que podemos aplicar a los posteriores y a este
también a partir de sus anteriores.

Solo hace falta una circunstancia propicia, pongamos por caso un siglo XX,
para que un Borbón sucesor de este Fernando propicie golpes de estado
autoritarios, o para que otro más joven, sucesor del Borbón golpista y del
susodicho Fernando VII, jure unos principios fundamentales del movimiento
nacionalcatólico restaurador de la monarquí a o, según convenga, se oponga
a golpes que amenazan con romper una cierta y frágil convivencia que no
varí a lo esencial en un orden que quedó, por mor de un caudillito, atado y
bien atado.

Bajo el reinado de Tigrekan, el otro sobrenombre del felón, se inicia una


represión abierta contra todo pensamiento diferente. Ya hemos narrado antes
las bases culturales, si por cultura se ha de entender incultura, como ahora
ocurre, sobre las que se asentó este ideario reaccionario y no conviene
repetirlas.

113
Bicentenarios

Pero no solo eso, se abre de nuevo el paso el odio y la venganza como


instrumentos de una polí tica de sojuzgamiento, y ello no solo con los vivos,
sino también con los muertos. Disidentes, liberales, increyentes, distintos… :
los llaman la antiespaña, amalgama de todos los demonios del poder, porque
el rey también inaugura la antiespaña como argumento de confrontación.

El rey y el pensamiento de la venganza reprimen a los que no piensan como


ellos. Los mandan fusilar. Los desposeen de bienes y fama. Y cuando
mueren prohí ben su entierro por considerarlos impí os. Son los que odian a
España. Son los que odian la religión. No merecen compartir suelo con los
españoles ni siquiera en la muerte.

Este rey restaurador tiene programa y agenda, que se dice ahora, y méritos
sobrados: restituyó el garrote vil, la tortura, la conspiración policial, los
bienes eclesiales desamortizados, revocó el mandato de expulsión de los
jesuitas y los hizo reponer para consolidar su poder, hizo de nuevo nacer el
Consejo de Castilla, órgano de gobierno y de conspiración de la nobleza y de
sus intereses, repuso los derechos señoriales. Ordenó el cierre de teatros.
Prohibió la libertad de prensa, las sociedades “francmasónicas” y ejerció la
censura.

Hizo del autoritarismo, del clericalismo y de la traición sus principales


quehaceres polí ticos. Fin y medio, medio y fin, con un pueblo cada vez más
supersticioso, inculto, empobrecido y embrutecido, la otra pata de la reforma
fernandiana.

Generó el descontento. Provocó el hambre del pueblo. A tal punto fue


nefasto su mal gobierno que provocó el alzamiento de las tropas, de los que
se desembarazó con ayuda de los reaccionarios europeos para conseguir,

114
Bicentenarios

según dice el tratado celebrado en Verona para concertar la invasión de


España por el ejército francés

“Las altas partes contratantes, plenamente convencidas de que el


sistema de gobierno representativo es tan incompatible con el
principio monárquico, como la máxima de la soberaní a del pueblo
es opuesta al principio del derecho divino, se obliga del modo más
solemne a emplear todos sus medios y unir todos sus esfuerzos para
destruir el sistema de gobierno representativo de cualquier Estado de
Europa donde exista y para evitar que se introduzca en los Estados
donde no se conoce.”

“Como no puede ponerse en duda que la libertad de imprenta es el


medio más eficaz que emplea los pretendidos defensores de los
derechos de las naciones, para perjudicar a los de los prí ncipes, las
altas partes contratantes prometen recí procamente adoptar todas las
medidas para suprimirla, no sólo en sus propios Estados, sino
también en todos los demás de Europa.”

“Estando persuadidos de que los principios religiosos son los que


pueden todaví a contribuir más poderosamente a conservar las
naciones en el estado de obediencia pasiva que deben a sus
prí ncipes, las altas partes contratantes declaran que su intención es
la de sostener cada esté autorizado a poner en ejecución para
mantener la autoridad de los prí ncipes [...]”

“Como la situación actual de España y Portugal reúnen, por


desgracia, todas las circunstancias a que hace referencia este
tratado, las altas partes contratantes, confiando a la Francia el
cargo de destruirlas, le aseguran auxiliarla del modo en que menos
pueda comprometerla con sus pueblos y con el pueblo francés, por

115
Bicentenarios

medio de un subsidio de veinte millones de francos anuales a cada


una, desde el dí a de la ratificación de este tratado, y por todo el
tiempo de la guerra [...]”

“Para restablecer en la Pení nsula el estado de cosas que existí a


antes de la revolución de Cádiz [...] las altas partes contratantes se
obligan mutuamente a que se expidan las órdenes más terminantes
para que se establezca la más perfecta armoní a entre las cuatro
partes contratantes.”

De este modo, el rey felón tiene el mérito de desencadenar las dos Españas,
de haber provocado el primer golpe de estado, de hacer de la represión
polí tica su arma más mortal, de haber empobrecido y envilecido al pueblo,
de hacer de la inmoralidad su argumento polí tico, y de continuar la lí nea
borbona de meter a estos pueblos peninsulares como carne de cañón en las
disputas europeas y entremezclarlos con esos intereses de los poderes
“europeos” y su imperialismo.

¿ Tiene que ver esto algo con la independencia bicentenaria de América que
ahora celebramos? Por supuesto. Implica la negación de la indepedencia, la
mirada colonialista sobre ella y la imposición de la represión al propio
pueblo, si es que merece ese nombre algo, español que ni puede aspirar
ahora a su libertad ni a la de los demás. El rey, en su lucha contra los
liberales de aquel entonces reprime también la propuesta libertadora y la
complicidad con los procesos latinoamericanos de emancipación que
compartí an.

Peor lo que mal empieza mal acaba. El reinado de sangre y venganza


inaugurado por el Felón acaba en la excitación de la guerra, la gran
protagonista del siglo en España, instigada por el clero y por los partidarios
del infante Carlos Marí a Isidro, hermano de Fernando, que se perfilaba

116
Bicentenarios

como sucesor y desde la que podemos entender las otras guerras de nuestro
siglo XIX y XX.

Es el sino de un lugar, de uno cualquiera, no peor que el de otros lugares.


Vivan las cadenas. Abajo la libertad. Viva el rey, aunque el rey sea como la
grulla del cuento de las ranas que querí an un rey, tanto insistieron contra
toda razón que el rey, en este caso la grulla reina, llegó a hacerse cargo del
pantano y se las fue comiendo a todas, mondas y lirondas, por su real
voluntad.

Ya os lo decí amos, podrí amos ahora nosotros, a agua pasada, decir a esos
gritones de entonces: el que quiere un rey quiere un amo. El amo quiere su
real voluntad, que suele coincidir con imponerla y molestar al vecino.
Tratándose de reyes más aún, que tienen por costumbre someter a levas
periódicas a sus súbditos para hacer sus guerras. Y los súbditos son forzados
a sostenerlas y morir por él, y a pagar por él impuestos para que el tesoro y
la dignidad del prócer no se resientan y pueda seguir mandando. Y luego,
cuando los tiempos cambien y las levas sean ya absurda rémora frente a
ingenios que matan mejor por el mismo ideal, los súbditos mejoran, qué duda
cabe, en sus suertes, pero no tanto, pues siguen siendo súbditos y gritando
vivan las cadenas.

117
Bicentenarios

25.- Dies irae

stamos en 1820. Riego acaba de asestar un golpe enérgico a las intenciones


E de reconquista del rey Felón.

Los procesos americanos, que empezaron buscando libertad, a medida que el


rey felón se muestra como el gran liberticida, acaban buscando
autodeterminación e independencia y desasirse de tal cadena. Y las guerras
emprendidas, con sus mas y sus menos, se decantan hacia el lado americano
y contra los intereses imperiales del rey español.

Fernando pretende la reconquista y ordena, para acabar con las revueltas,


embarcar a treinta mil efectivos de un ejército adiestrado en la guerra.

En cabezas de San Juan, Riego ha alzado esa tropa contra el rey. Se han
plantado y se niegan a partir a esa guerra impí a. Detiene al jefe de la
expedición, Conde de Calderón.

Ingenuamente, Riego pide que Fernando jure la constitución: la oportunidad


de acabar con el tirano se pierde porque el rey, avezado en fintas y
traiciones, jurará y conspirará. Vayamos todos y yo el primero, por la senda
constitucional, dice Fernando mientras da contraórdenes para acabar con este
régimen liberal impuesto a la fuerza y por la inmensa minorí a. Tres años
más tarde el duque de Angulema, con el beneplácito de Fernando y de todas
las cortes europeas, derrota a Riego, que será ejecutado en la plaza de la
Cebada de Madrid.

Poco antes del fin de Riego un viejo conocido llora en el muelle. Ve venir un
futuro de muerte y desgracia.

118
Bicentenarios

Ha sido apresado en Pasto en Julio del año de la restauración fernandiana y


ahora ha conseguido el indulto del gobierno de Riego y va a marchar
definitivamente a su tierra natal, cruzando el mar.

Se hace llamar Enrique Samoyar, pero su nombre es Antonio Nariño. Siente


el escalofrí o y la profecí a ya anunciada y aún le duele la tortura y la
represión ejercida contra él.

Ahora viene acompañado de algunos hermanos masones. Ellos han


intercedido por su salida de la prisión y le ayudan a preparar el viaje a su
tierra. No saben, luego vendrá la sorpresa, que más tarde será él el que los
acoja a ellos.

Samoyar espera poco del gobierno liberal que encabeza el Rey felón. Sabe,
se ve en toda Europa, que está en peligro. Que es un episodio frágil, tan
frágil como la independencia americana a la que sólo el golpe de suerte del
plantón de Riego le ha dado el impulso necesario.

Europa conspira. El rey también conspira. Y es más que probable que


España sucumba a los intereses integristas y restauradores imperantes.

No lo dice, no quiere decirlo a los amigos y hermanos, pero se huele la


represión y el exilio. Es la crónica de una muerte anunciada para quien sabe
ver con ojos limpios.

Tal vez más tarde, cuando el liberalismo desaparezca por completo de


España bajo la bota militar y comience la represión y el exilio, cuando la
alianza del trono y el altar se fragüen con cemento ya indisoluble, sea
momento de pensar con tristeza en el destino de esa España caí nita y
escindida de odios. Pero ahora hay que Salir de aquí . Que ellos se valgan
solos, piensa Nariño, como América ahora que cortó el cordón umbilical con
estos.

119
Bicentenarios

También, siente Nariño, ellos merecen una constitución humana y sin


venganza.

Al poco tiempo de esto los cien mil hijos de San Luis restaurarán el poder y
fusilarán a Riego, eso ya se sabe.

Los liberales españoles, tras la represión decretada, salen en masa al exilio.


Francia, Inglaterra, otros paí ses de Europa pero sobre todo las recientes
naciones americanas, acogerán esta hégira.

Se inaugurará así una ruta migratoria y de acogida de la antiespaña por parte


de los nuevos pueblos americanos. Pero también el inicio de una sustancial y
desconocida contribución de estos españoles en los pueblos que los acogen.

Doscientos años de españoles en América dieron nombres muy variados:


Entre los primeros, Fernández Sardinó, que publicó en época del rey
Fernando VII el periódico el español constitucional, de amplia difusión en la
América andina y germen de muchas de las ideas liberales de aquella, o
Valentí n Llanos, que dedicó su esfuerzo intelectual a los patriotas de
Colombia o de Mexico. Podrí amos seguir un listado interminable. También
los botánicos y naturistas Domingo Badí a, Juan Terán o el nacido en Mexico
José Mariano Mociño, sin olvidar la obra de traducción al español y de
elaboración de la importante colonia española exiliada en Londres y su
difusión amplia en Amércia Latina.

Podrí amos extender el listado a doscientos años de refugio y exilio de esa


intelecutalidad española en América, o de la militancia polí tica que tanto
influyó en los ideales tanto reformistas como liberadores y transformadores
de América Latina.

También el listado, no reconocido tampoco, de los apoyos, de la solidaridad


y de la aportación esencial de los americanos a esta España bicentenaria.

120
Bicentenarios

26.- el fin del Imperio

on la muerte del Tigrekan se va al garete ese dominio del imperio


C ultramarino donde no se poní a el sol. Ya se habí a ido de facto, si es que
alguna vez habí a existido más allá de su propia ideologí a ideal. Un buen
dí a esas gentes incomprendidas e incomprensibles, o estas gentes de acá
incomprensibles e incomprendidas, se dicen mutuamente adiós a la francesa,
de malos modos, entre peleas tan pí rricas y poco útiles como todas las
peleas. No porque no haya causa, que siempre la hay, sino porque la pelea,
principalmente cuando se vuelve guerra, sólo sirve para entorpecerla, para
eludirla, para atrasarla y para acabar arrastrando con su lastre todo atisbo de
verdadera libertad, reconvertida a cambio de dueños.

Se dieron la espalda como pasa en todas las familias cuando uno de los
miembros, pongamos por caso el padre que es lo tradicional, dice que se va
a por tabaco y nunca más se sabe de su suerte. O cuando un hijo, o hija que
para el caso tanto vale, tras abierta confrontación que a veces llega a ser
incluso infernal convivencia, corta por lo sano, o cortan por lo sano los
padres, cosa que ocurre menos, y lo mandan al carajo, y se quiebra esa
supuesta y siempre inestable armoní a familiar, espejo idealizado y de
deformado reflejo en que se mira la armoní a de los pueblos y hasta de la
bóveda celeste.

Para a la muerte de Fernando ya es evidente la independencia americana.


Todos los nuevos paí ses así lo habí an proclamado aunque el rey no querí a
oí rlos. Hará falta que el rey muera, porque en su zafiedad “El Rey no
consentirá jamás en reconocer los nuevos estados de la América española y
no dejará de emplear la fuerza de las armas contra sus súbditos rebeldes de

121
Bicentenarios

aquella parte del Mundo", para que la regente Marí a Cristina y su hija la
nueva reina reconozca los diversos tratados de independencia y que las cortes
el 4 de diciembre de 1836 autoricen y formalicen la renuncia a todo tipo de
derecho y soberaní a sobre América y reconozcan su plena independencia.

Los franceses provocaron la llamada independencia española y,


curiosamente, los españoles fueron los franceses de los americanos.

No queremos eludir el hecho de que las nuevas repúblicas, esas que


acogieron a algunos de los liberales españoles que ayudaron a construirlas,
también decretaron al poco tiempo la expulsión de los españoles que viví an
en ellas. El sambenito de la confrontación, como no podí a ser menos, hizo
de aquellas nuevas ví ctimas, porque siempre que la historia se convierte en
lucha de enemigos así ocurre, con independencia de la inocencia o
culpabilidad de los afectados por las normas caprichosas que los poderes de
ambos lados marcan.

Sólo la nostalgia neocafre del fascismo español ha propuesto, en las


postrimerí as militaristas de finales del Siglo XIX y del franquismo, el
ideario imperial en busca de una recuperación del non plus ultra y de la idea
rancia de raza o de hispanidad. Una idea que tiene la justa reacción hostil al
otro lado del océano y en las propias corrientes progresistas en España, y que
hoy sólo, con la boca chica, aunque con carnavalesco y patético festejo,
mantienen cuatro o cinco idiotas que confunden polí tica con fotografí a en la
prensa rosa y celebración de charanga y pandereta.

Extinto ese imperio racial hispano, otros imperios lo relevaron en aquellas


tierras, como puede verse ahora mismo, por lo que los procesos de
independencia, como estamos sugiriendo desde el inicio de este texto,
quedaron aparcados, inconclusos, necesitados de nuevos brí os y
actualizaciones o en palabrerí a retórica de lí deres sin escrúpulos y con muy

122
Bicentenarios

pocas ganas de que las independencias pasen de ser excusa de fiestas patrias
y ardores guerreros a programas polí ticos, actuaciones sociales o cambios de
las estructuras.

Fernando nos dio en herencia a los de esta parte del océano el conflicto,
también militar, de la sucesión legí tima del trono, una vez aprueba la ley que
permite el acceso al trono de las mujeres, pues el rey no tuvo hijos sino hija,
y otro aspirante Borbón impugna esta quiebra de las normas y se alza contra
la reina.

Ahora, pasado el arrebato del imperio, una vez que hemos apredido a jugar
el papel de cola de león en esta Europa de los intereses, el propio ideario
polí tico del partido tácito de la idioticia, que ocupa a las diversas fuerzas
polí ticas de esta democracia real, suple la nostalgia imperial por el ideal de
la integración iberoamericana, con el rey JotaCé a la cabeza, en cumbres
variopintas donde, como primus inter pares, se atreve a decir a otros que por
qué no se callan. ¡ él es tan campechano!.

Ahora, amigos de aquel lugar, no cofundáis. Ese que dice así , ese tan
popular y campechano, ese tan vulgar que usa los usos del pueblo con tal
exageración que se nota que es el Rey, no es el común; es el Rey. Es la
antiidenpendencia. Es la vuelta de tuerca. Es la memoria peligrosa (porque
algunos pueden inspirarse en ella y lanzarla a la aventura) del ideario
imperial. Es la sucesión legí tima de la unión trono y cualquier teologí a del
poder que queramos poner, sea esta la religiosa de toda la vida o la
nacionalista, o cualquier otra idea gruesa que sustituya a esta. Es la
representación, el Supremo, el jefe del invento del que los de aquí tenemos
que independizarnos, con nuestras propias fuerzas o con la ayuda que venga
de donde venga, que bienvenida será. Hay que decir a estos simplones que
por qué no se callan ellos, o mejor dicho, por qué no escuchan más.

123
Bicentenarios

A dí a de hoy y por estos pagos se sigue transmitiendo y practicando un


cierto sentimiento de superioridad, nuevo nombre de ese anhelo imperial y
racista, que predica la inferioridad mental o el paternalismo hacia una
América “hija” de esta gran madre patria, a cuyos hijos aplica polí ticas de
hijo: cuando seas padre, que dice el refrán, comerás huevo.

¿ Qué otra explicación cabe para el hecho de que la inmensa mayorí a de los
polí ticos de moda (y en esto son fieles reflejos del pensamiento
generalizado, porque ya les enseñan sus asesores a repetir los argumentos
zafios en busca de votos) digan una y otra vez que los que vienen de fuera
tienen que aprender a convivir con nuestros valores democráticos?, ¿ o que
debe dárseles el derecho al voto pero previamente tienen que formarse?, ¿ o
que sea tan difí cil que un latinoamericano que estudió competencias
universitarias homologables en cualquier paí s del mundo, no pueda sacar su
titulación hasta acreditar tener conocimientos?, ¿ o que una mujer con
estudios medios y en general tan malos si no mejores que los de las mujeres
y hombres de aquí sea relegada a la última escala social, no pueda ejercer su
profesión o se la aluda como si fuera poco menos que recién bajada de un
banano?

Racismo. Incultura. Cinismo. No me atrevo a decir cuál es el mejor nombre


para este consenso social tan bastardo.

124
Bicentenarios

27.- caudillismo de ida y vuelta

hora que estamos acabando este escrito, o al menos eso intentamos,


A queremos hablar de los caudillitos. Una especie en general enjuta, aflautada
y despiadada que ha dado esta aventura quijotesca en ambas orillas, la
oriental y la occidental, que es el tropel bicentenario de años pasados que nos
une/separa, y que lastra con su impronta las ansias de independencia de los
pueblos concernidos por una misma maldición.

Caudillismo de ida y vuelta, como ciertos palos del flamenco, que marcharon
y se quedaron y regresaron, unas veces nuevos y otras con nuevos aires, o se
quedaron allá para evolucionar por su propia cuenta.

Caudillismo que, si queremos verlo así , también ha dado un fructuoso género


literario y “espiritual” (dado que la hispanidad para desgracia nuestra abusa
tanto de esta preocupación espiritual) de héroes caudillos, como los que
esboza el Tirano Banderas del gallego Valle Inclán, o el Señor Presidente de
Miguel Ángel Asturias, o el Recurso del Método de Alejo Carpentier, o el
Otoño del Patriarca de Gabriel Garcí a Marquez, o el Yo el Supremo de Roa
Bastos, o la Memoria de un Cesar Visionario, de Francisco Umbral, o el No
llores por mí Argentina y el Evita, de Tim Rice o de quien coño sea, porque
los caudillos y caudillitos, además, han sido además personajes de opereta y
e inspiración de buena literatura.

Españoles e hispanoamericanos bebieron y bebimos la misma ideologí a,


mala herencia dejamos, y el mismo barroquismo decadente y de sombras y
apariencias. Unos y otros se inspiraron y nos inspiramos mutuamente y se
respetaron y admiraron a la distancia.

125
Bicentenarios

El caudillismo de los primeros tiempos americanos, tal vez la perversión que


más entorpeció la independencia real de las personitas de carne y hueso en la
recién conquistada independencia formal, aparece ante nosotros como un
caudillismo de herencia, sobre todo si tenemos en cuenta que los primeros y
principales próceres, héroes o villanos, son nada menos que nobles y
pudientes hijos o nietos de españoles de rancia estirpe, como es el caso de
Bolí var, hijo de un Marqués rico hasta la podredumbre, o el de Manuel de
Rosas, de nombre de bautizo Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y
López de Osornio, cuyo apellido habla por sí solo, o el de Don Antonio de
Padua Marí a Severino López de Santa Anna y Pérez de Lebrón, conocido
como Presidente Santa Anna y una serie de tí tulos que no vienen al caso
ahora, hijo de un notario español y tantas veces a favor del rey español como
de la independencia de México, o el del dictador Supremo del Paraguay, o
Karaí Guazú para hacer honor al idioma guaraní , Don José Gaspar
Rodrí guez de Francia y Velasco, hijo de un militar portugués al servicio del
rey de España y de la muy noble doña Josefa de Velasco y Yagros,
descendientes de los Yagros y Ledesma que por generación y generación
llegarí an a los primeros conquistadores del cono sur, o Don Antonio
Guzman Blanco, hijo del fundador del partido liberal de Venezuela que a su
vez era hijo de españoles de rancio abolengo, o Andrés de Santa Cruz,
dictador de Bolivia e hijo del oficial Real Don José de Santa Cruz
Villavicencio, y de la hija del cacique de Huarina, por descendencia directa
de la familia del gran inca, o José de San Martí n, hijo de Don Juan de San
Martí n, teniente gobernador de la provincia de nacimiento del héroe y de
Doña Gregoria Matorras, sobrina del gobernador de Tucumán, o de otros
hijos de rico como Táchira, o el caso de Cipriano Castro o Juan Vicente
Gómez, y así una sucesión infinita de caudillitos de sangre abolenga o de
ricos podridos como el rey midas.

126
Bicentenarios

Pero no todo el caudillismo, ni siquiera el de estos primeros tiempos, ha


respondido a este perfil sangreazulesco, o cuando menos sangrederiquesco, y
contamos con otros que sencillamente supieron jugar el mismo papel,
concitar los mismos miedos y esperanzas, aprovecharse y fingirse nobles o
ricos, que la apariencia acompaña al barroquismo de nuestra sangre
compartida, y aunar las voluntades de los dueños para conseguir el poder o
el paí s.

Y hasta contamos con un tercer núcleo en el que, con olvido de la


procedencia noble o clasista, lo definitivo ha sido el frí o ejercicio del terror
por parte del personaje, como es el caso de Estrada Cabrera en Guatemala o
Hernández Martí nez en El Salvador, o los Somoza, Batista, Stroessner,
Pinochetes y similares, sin contar con caudillos dinásticos o de extremada
corrupción y longevidad como Trujillo, los Somoza, Tiburcio Carias,
Porfirio Dí az, o José Vicente Vélez.

No sólo los caudillos, sino el modo de hacer caudillista, ha lastrado las


independencias inconclusas de ambas orillas y, si se nos permiten, junto con
la otra gran herencia polí tica compartida, que es el arribismo, el
paternalismo y el clientelismo, han configurado nuestro modo de hacer
polí tica hispanoamericano. ¿ Por qué, si no, se van a comprender tan bien
las polí ticas de acercamiento clientelar a los latinoamericanos inmigrados a
España que practican los partidos polí ticos españoles, esperanza Aguirre o
Pedro Zerolo a la cabeza? ¿ Por qué si no se va a entender tan bien la pléyade
de asesores españoles o portugueses en los procesos, unas veces liberales o
conservadores y otras izquierdistas, emprendidos en Latinoamérica?, ¿ por
qué si no va a comprenderse la afinidad absoluta de los dictadorzuelos de
aquella parte del mundo al modo de gobierno del general Franco, su mutua
influencia e imitación, su igual represión y obsesión anticomunista,

127
Bicentenarios

antimasónica y antiespañola (en el caso español) o antiloquecorresponda en


los demás?

Un mismo culto polí tico, fruto de la unión/separación y de la compartida


práctica caudillar nos conforma, en esto sí , como un conjunto homogéneo de
paí ses malgobernados, humillados, ensombrecidos por sus autoritarismos y
el egoí smo de sus gobernantes, razón de más para seguir celebrando los
bicentenarios como un desafí o, no como una fiesta.

Un modo de hacer que es operativo en nuestras sociedades, en sus


estructuras sociales y de participación, desde la reunión de familia y la
reunión de vecinos, hasta las congregaciones de cualquier tipo y calado,
iglesias, asociaciones, partidos, escuelas y hasta en el modo de socializarnos
y de leer la historia, ver la televisión o cotillerar en las revistas del corazón.

Este resabio autoritario, heredado y cultivado, se encuentra también en la


muy poliédrica vida y pensamiento del héroe Bolí var, que de su irrestricto
amor a la libertad y republicanismo pasó, como la mayorí a de los caudillitos
americanos, a conservador, y de pensamiento progresista a regresivo y
desengañado.

Cuando el prócer escribe su manifiesto a los habitantes de Nueva Granada,


explica las razones por las que Venezuela, bajo el mando de su mejor
general, no pudo alzarse con la independencia y fue derrotada por el
realismo: culpa de la demasiada apuesta por la libertad de aquel intento de
gobierno, porque fue uno de esos paí ses que

“..fundando su polí tica en los principios de libertad mal entendida,


que no autoriza a ningún gobierno para hacer por la fuerza libres a
los pueblos estúpidos que desconocen el valor de sus derechos. Los
pueblos que consultaban nuestros magistrados no eran los que

128
Bicentenarios

podí an enseñarles la ciencia, práctica del gobierno, sino los que


han formado ciertos buenos visionarios, que imaginándose
repúblicas aéreas han procurado alcanzar la perfección polí tica
presuponiendo la perceptibilidad del linaje humano… Es preciso
que el gobierno se identifique por decirlo así con el carácter de las
circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean. Si
estos son prósperos, el debe ser dulce y protector, pero si son
calamitosos y turbulentos, el debe mostrarse terrible y armarse de
una firmeza igual a los peligros, sin atender a leyes ni
constituciones, í nterin no se restablecen la felicidad y la paz… Las
elecciones populares, hechas por los rústicos del campo y por los
intrigantes y moradores de las ciudades, añaden un obstáculo más a
la práctica de la federación entre nosotros, porque los unos son tan
ignorantes que hacen sus votaciones maquinalmente, y los otros, tan
ambiciosos que todo lo convierten en facción…

Y en esta deriva majadera, cuando manda matar al general Pí ar, compañero


de armas y protagonista de gran parte de su marcha, explica las razones de
sus órdenes en términos obscenamente cí nicos, paternalistas y manipuladores

“El cielo vela por nuestra salud y el gobierno, que es vuestro padre,
solo se desvela por vosotros. Vuestro jefe, que es vuestro compañero
de armas, y que siempre a vuestra cabeza ha participado de vuestros
peligros y miserias, como también de vuestros triunfos, confí a en
vosotros. Confiad, pues, en él, seguros de que os ama más que si
fuera vuestro padre o vuestro hijo”

Y en Angostura cuando se reúne el congreso de 1919, proclama en su


discurso al Congreso, desde el que restaura el orden autoritario que recién
está intentando derribar personificado en el rey de España

129
Bicentenarios

“Un pueblo pervertido que alcanza su libertad muy pronto, vuelve a


perderla… Muchas naciones antiguas y modernas han sacudido la
opresión; pero son rarí simas las que han sabido gozar de algunos
preciosos momentos de libertad. Muy luego han recaí do en sus
antiguos vicios polí ticos, porque son los pueblos más que los
gobiernos los que arrastran tras de sí la tiraní a… Pero, ¿ Cuál es
el gobierno democrático que ha reunido a un tiempo poder,
prosperidad y permanencia?... Nuestra constitución moral no tení a
todaví a la consistencia necesaria para recibir el beneficio de un
gobierno completamente representativo y tan sublime cuanto que
podí a ser adaptado a una república de santos… No todos los ojos
son capaces de soportar la luz celestial de la perfección…

Y continua su propuesta afirmando que

En las repúblicas el ejecutivo debe ser el más fuerte porque todo


conspira contra él.

Para abjurar de la libertad debido a que

Ángeles y no hombres pueden únicamente existir libres, tranquilos,


dichosos, ejerciendo toda la potestad soberana.

Y también

Abandonemos la fórmula federal, que nonos conviene; abandonemos


el triunvirato del poder ejecutivo y concentrándolo en un presidente,
confirmémosle la autoridad suficiente para que logre mantenerse
luchando contra los inconvenientes anexos a nuestra reciente
situación, al estado de guerra que dirigimos, y a la especie de
enemigos externos y domésticos contra quienes tendremos largo
tiempo que combatir… No aspiremos a lo imposible… Todos los

130
Bicentenarios

pueblos del mundo han aspirado a la libertad, unos por las armas
otros por las leyes, pasando alternativamente de la anarquí a al
despotismo o del despotismo a la anarquí a,

Y es que el prócer, en un momento de elevación mí stica bastante obscena y


sospechosa, dicho sea de paso, llegó a comprenderse como una especie de
nuevo moisés ante el Sinaí colombiano y explicó, en el conocido delirio del
Chimborazo (qué no beberí a el susodicho) su teofaní a diciendo que

“llego, como impulsado por un genio que me animaba, y desfallezco


al tocar con mi cabeza la copa del firmamento. Tení a mis piés a los
umbrales del abismo. Un delirio febril embarga mi mente, me siento
como encendido por el fuego extraño y superior. Era el Dios de
Colombia que me poseí a.

Y ojo que, como en el caso de San Martin, estamos hablando de personajes


respetables y no de los pelagatos que luego ensombrecieron estas
independencias. Y ya que hablamos de San Martin también en este
observamos, hablando con un cierto tono mayéutico, el cáncer autoritario
del nefasto caudillismo cuando afirma que

Debo seguir al destino que me llama. Voy a emprender la gran obra


de dar libertad al Perú. El general San Martí n no derramará sangre
de sus compatriota y sólo desenvainara su espada contra el enemigo
de la libertada de América

Y el propio Perón, que nunca se refiere a partido, proyecto, colectividad


alguna, y siempre habla de “yo y mi gente”, o el mexicano Álvaro Obregón,
que en absoluta similitud con lo que este servidor ha oí do, no sin
desasosiego y tristeza inmensa, decir en Madrid a un candidato a congresista
del Ecuador, que afortunadamente fue derrotado, en el año 2009, dijo que

131
Bicentenarios

“me proclamo a la presidencia de la república por mis pistolas, sin


compromiso de partidos ni programas. Quien me quiera que me siga”

Y, decimos, estamos simplemente ejemplificando el mal grave del


caudillismo observando el decir de algunos de los más meritorios y
admirables próceres, no obstante su deriva, y en tanto que sirven como botón
de muestra de la nefasta influencia polí tica de un modo de hacer que tanto
nos ha lastrado.

La interpretación tradicional ofrece una burda explicación del caudillismo,


asimilándolo a la rusticidad o incultura de los personajes, o a la falta de
estructuras o Estado que sucedieron al nacimiento de los pueblos
independientes o, en nuestro caso, de la nueva metrópoli tras la segregación
de ese imperio perdido.

No siempre fue así y no sirve sino para enturbiar las verdaderas razones de
dicha maldición, que no son de fatalidad, sino de modelo de estructuras
polí ticas y de poder perverso. No todos han sido bestias pardas feroces,
aunque algo de ferocidad parda sí que se vislumbra en casi todos. Tampoco
se comprenderí a el caudillismo como fruto de una desvertebración del
Estado o de su ausencia. ¿ Cómo si no ha podido surgir el caudillo por la
gracia de Dios Francisco Franco, Franco, Franco, antes franquito y motivo
de escarnio para los generales de su promoción y, desde su encumbramiento,
peste de recuerdo todaví a tan letal en el libro neutro de la historia universal
que algún dí a alguien escribirá?, ¿ O el general Salazar del Portugal también
compañero de herencia pero en este caso de la antigua Lusitania?, ¿ o los
caudillismos colombianos del siglo XX o el actual de Venezuela, o el caso
del caudillismo continuado del PRI mexicano? ejemplos de estructuras
estatales antiguas, consolidadas o férreas.

132
Bicentenarios

No son la incultura del prócer, sino la condición de súbditos de los pueblos y


la práctica de un poder micro autoritario y abusador, ni la falta de estado y
estructuras, sino ausencia de buen gobierno y existencia de estructuras
violentas, las causas de este caudillismo natural y al que tan propensa es
nuestra incultura democrática, si entendemos democracia como democracia
radical, o deliberativa, y no éste sucedáneo que ahora padecemos.

Supongo yo que más bien que los mimbres con los que se ha tejido este
caudillismo nuestro tendrán que ver con el componente barroco de nuestra
herencia imperial compartida., Es decir, de la herencia imperial compartida
tal vez de mala gana y a la fuerza, desde y por la ideologí a de las élites
iniciales de aquí y de allá y su propensión a considerarse, desde un cierto
providencialismo teológico, llamadas a regir los destinos patrios por mandato
divino y por las buenas o por las malas.

O el sumatorio de diversos factores y malentendidos convertidos en verdades


de tanto tiempo incuestionados: la diosa patria o comunidad o similares (C),
más (+ ) la transmisión de prácticas autoritarias y paternalistas por el Estado
(A), tanto en la colonia como en la metrópoli, y (+ ) la supina incultura
general y provocada del pueblo (S), más (+ ) el nada desdeñable ingrediente
de prácticas clericales, militaristas y tradicionales de nuestro funcionamiento
social (P) y (+ ) la transmisión “popular” de valores ontológicos y
conservadores (O), y (+ ) la también loca propensión neo-quijotesca de
nuestras gentes y culturas (N). Todos estos ingredientes, juntos en esa sopa
de la hispanidad, tal vez fueron los elementos que más influyeron en este
ejercicio polí tico caudillista, clientelar y castrador de las libertades. De este
modo, la fórmula matemática, recién descubierta por este nuevo Euclides en
que me he convertido, queda como sigue:

CAUDILLISMO= C+ A+ S+ P+ O+ N.

133
Bicentenarios

No hemos querido, los damos por obvios, hablar de los más odiosos de ellos,
incluidos los tiranos europeos que nos tocó padecer a este lado y de los que
pudieron huir algunos miles de españoles para refugiarse en América.

Permitanme, es un desahogo personal, que explique que entre las


caracterí sticas de estos caudillos malditos, todas, incluidas las más
significativas, son caracterí sticas reconocidas en cualquiera de nosotros, en
los jefes y patronos, en los profesores y alumnos, en los maridos y las
mujeres y, en fin, en cada hijo de vecino. La mediocridad y la normalidad de
los males es algo suficientemente estudiado para que no haga falta glosarla.
La misma urticaria que nos produce el estiramiento de un caudillo me la
produce a mi el estiramiento de un idiota cualquiera, intentando aparentar
con prepotencia y autoritarismo la autoridad y la coherencia vital que le
falta, o mostrar el poder que, al parecer, es algo tan deseado.

El caudillo, en gran malvado en una sociedad gregaria e irresponsable y el


poder como el gran mal, incluido el autopoder, al que desacatar.

Y el militarismo como el argumento definitivo del poder caudillar al que se


vuelve tan necesario derribar del trono de las ideas y de los
comportamientos.

Es por eso que en esta celebración de los bicentenarios, si algo nos debemos
plantear como tarea para conseguir la independencia real y el buen gobierno,
es el desacato de los caudillismos, de los paternalismos, de los enfoques
autoritarios, providencialistas, machistas y militaristas de nuestra sociedad,
basada en la violencia.

Y ello supone lucha sin cuartel contra los nuevos caudillos, como los que
siguen entre nosotros, digamos pro ejemplo José Marí a Aznar y su grupo de
poder en España, o el prí ncipesco cetapé, también aquí , o el incombustible

134
Bicentenarios

don Alvaro de las colombias, o el histriónico y sin embargo ambiguo


caudillo Hugo chavez de Venezuela, o el tándem Kirchner de Argenitina y su
deriva hacia la corrupción autoritaria, o el caudillaje de los Castro en Cuba,
,sin olvidar otras propensiones cuadillistas que, con el respeto que merecen
los procesos de los pueblos, lastran más que ayudan a la construcción de
independencias reales.

135
Bicentenarios

28 Inmigrantes de ida y vuelta


egado el dí a del despido, del adiós, del hasta luego Lucas, que llegó no por
Ll las buenas precisamente, sino poque, tras derrota de las tropas realistas o
españolas, se produjo, como en toda solución post-bélica, el momento de
saldar las cuentas. Los vencedores, poco ocurrentes en más de diez mil años
de civilización desde cierto momento del neolí tico hasta la fecha, no es que
hayan sido muy ocurrentes en estos casos: o sumisión en condiciones no
precisamente equitativas, o expulsión o algo peor. Los vencidos, por su
parte, tampoco han sido mucho más creativos, tal vez tampoco lo pueden ser
en su débil condición, y transitan entre la humillación, el ocultamiento o la
emboscada, hasta llegar al también muy habitual apuntarse al carro de los
vencedores y volverse tanto o más papistas que el propio Papa.

Así pasó con el proceso bicentenario, donde se produjeron exilios,


expulsiones, represiones, enaltecimientos, complicidades y toda la sarta de
situaciones de la vida que son su sal y cotilleo para la posteridad.

Pero pasado este primer momento de catarsis, lo cierto es que entre los
paí ses hispánicos, como en otros pueblos europeos, ha existido siempre un
puente de comunicación transitado, en unos y otros momentos, por curiosos
de parte y parte y por una pléyade de nadies expulsados de su propia tierra
por la incompetencia o miseria de sus propias sociedades y gobernantes o por
la ilusión de prospetar y el reclamo de fortuna del otro lugar.

Estas gentes, podemos decirlo ahora, han actuado por libre, a su aire, y
siempre en contra de las propias retóricas patrias, en una especie de suma de
decisiones personales de cada personita que, desentendiéndose de los amores
al terruño y las adhesiones incondicionales, e incluso de las ideologí as
separa pueblos, se fueron de acá para allá y viceversa, del modo en que lo

136
Bicentenarios

hacen las golondrinas, que una no hace primavera, pero un enjambre de ellas
anuncia novedades singulares.

Es así que la inmigración de peninsulares de este oriente, mirado desde


América, hacia aquel occidente, mirado desde España y Portugal,
lógicamente en ambos casos en términos estrictamente geográficos y
desprovistos de la carga etnocéntrica que de suyo incorporan, fue constante y
masiva desde un inicio del desencuentro-encuentro mutuamente vivido.

Es así , por ejemplo, que Argentina, el paí s de máxima acogida de españoles


emigrados, tuvo más de dos millones y medio de españoles emigrados entre
1857 a 1935, estamos hablando de emigrados anteriores a la guerra civil
española, obviamente. Principalmente se trató de gallegos, asturianos y
jornaleros de otras zonas empobrecidas y rurales (lo cual no es mucho decir
en aquella España), bajo el lema de los presidentes Sarmiento y Alberdi de
que “gobernar es poblar”.

También Venezuela tuvo una amplia migración de estos lugareños, donde


recaló más de millón y medio de españoles, incluyendo canarios que iban en
barcos algo más seguros que las actuales pateras que les hace sentirse
invadidos, vascos y más hijos de Breogán, que de estos se llenó el orbe.

Igual pasó con Brasil, Cuba, Puerto Rico, Colombia, México, Ecuador,
Chile y tantos más, lugares todos de acogida a la diáspora española que se
buscó la independencia por su cuenta.

Veo las barcazas, los vapores, el bullicio en los puertos, las lágrimas de la
ida y de la vuelta, las emociones contenidas, las gaviotas pí ando, las cestas,
las maletas y bártulos, el griterí o, los silencios y susurros, los vivos que
trafican con personas, los trileros, la policí a por medio, los periódicos
anunciando el nuevo Eldorado. Toda esa pléyade de movimiento y pasión que

137
Bicentenarios

son los pequeños momentos que han compuesto este relato migratorio, a
veces trauma, a veces mito familiar.

Fotos en sepia con tipos enjutos y de ojos tristes o brillantes. Madres,


novias, novios, abuelos. Dolor, pasión. Cartas amor, no te olvido, al recibo
de esta espero que estéis bien, nosotros también, he tenido un hijo, padre se
parece a ti, enví o una foto y cuatro pesetas para madre, querido tí o, papá ha
muerto y su último recuerdo fue para vosotros. En fin, un sinfí n de no
seguir.

Oigo ahora el repicar de miles de piquetas y hazuelas, hachas, picos, palas;


estruendos de dinamita, derrumbes de piedra. Es el que será el Canal de
Panamá cuando el tremendo agujero se inunde. Se habla gallego. La brecha
esa está dejando en los huesos a todo un pueblo. Menudo agujero, menudo
fiasco. Media Galicia cavando la trinchera del Canal que unirá dos océanos.
Igual oigo españoles jurando en su mala suerte en Itaipú, otro ingenio
monstruoso. O en los campos de petróleo de Venezuela. O labriegos que
destripan terrones en la costa de ecuador.

Paseo por la Buenos Aires de hace un siglo. Entro en un boliche regentado


por un asturiano. Leo uno de los muchos periódicos que hoy calificarí amos
de étnicos, con anuncios de boliches, tintorerí as, sastrerí as, almacenes y
despensitas, librerí as y otros comercios gallegos. Oigo los chistes, la
denostada aplicación de los tópicos. Las peleas de italianos y españoles. No
es que me vaya a sorprender, porque vengo del futuro y en el futuro los
gallegos de los españoles se llaman panchitos y son los mismos
desgraciados, objetos de escarnio también. Gallegos, andaluces, canarios,
vascos, italianos, irlandeses. Una pléyade de millones y millones de sujetos
traí dos y llevados como ovejas bobas y, pongámonos evangélicos por una

138
Bicentenarios

vez, sin pastor; o con demasiado pastor. Incluso obispo, caramba ahora
hemos pasado de evangélicos a eclesiásticos. Lo dejamos estar.

El mundo cambia pero no cambia nada.

Trabajadores, mujeres, niños, vidas rotas y recompuestas. Es una vieja


historia que se hará más épica cuando la guerra civil traiga a los exiliados
polí ticos, huyendo de una más de las expulsiones españolas, y España venga
a la memoria americana como otra cosa distinta a su mala prensa habitual.

Para bien o para mal, estos migrantes vivieron las penurias y los placeres
propios de toda inmigración. Serí a engañoso pensar que fueron bien
recibidos o bien tratados, como indica alguna explicación maximalista, en
sociedades desiguales donde nadie en particular era bien tratado, como lo
serí a decir que ahora, en la otra inmigración asentada en España, el trato a
los migrantes es bueno, si consideramos el trato general que se da a las
personas en cuanto que personas por estos pagos.

Bien y mal, al respecto son términos relativos, comparativos, polisémicos y


siempre muy poco matizados. Polí ticas buenas o malas es un modo de decir
superficial que más bien hace relación a la mala fe de los gobernantes, unas
veces absoluta y otras simplemente presupuesta.

Los gallegos emigrados, pongamos este ejemplo por su número y sin ningún
favoritismo, más de un millón y medio de ese pueblo herrante y medio
judí o, tuvieron en América y mantienen aún una vida asociativa intensa e
inusual, con sus clubs, mutualidades, asistencias sociales y toda la red creada
aquí y allá gracias a ellos. Desde ahí aportaron a la cultura general su
cuarto en bastos. Actualmente son más de 350 escuelas y colegios en Galicia
los que se hicieron gracias a su esfuerzo económico. Actualmente existen
dispensarios médicos gracias a ellos. Existen compañí as de apoyo mutuo

139
Bicentenarios

para pescadores sin recursos. Existen industrias. Existe lo que Galicia con
sus claves polí ticas y sus caciques no era capaz de dar. Y existe el voto
cautivo que Fraga, otro emigrante, supo tan bien pedir y comprar, porque de
nuevo, verdad o mentira son, como dice cierta explicación,
cirdcunstanciales, según el color del cristal con que se mira.

Y trajeron también el pintoresco asentamiento de indianos retornados el loor


de multitudes. Emigrados exitosos que vinieron a mostrar su fortuna de
forma obscena en casas y palacios que pueblan nuestras diversas costas y dan
fe de que junto a la pléyade de desgraciados, otros, unos pocos, se supieron
poner el mundo por montera, suponemos que con artes nada confesables, y
enriquecerse como ya dijo en el siglo IV San Ambrosio con eso de que todo
rico es ladrón o hijo de ladrones.

La guerra civil creó otra importante remesa migratoria, esta vez de diferente
tipologí a y señas de identidad, que hizo un lugar de acogida de América y
una verdadera simbiosis culural de mutuo beneficio.

En 1973 los españoles censados que estaban fuera de España eran 2.223.883
en América y 1.182.264 en Europa. Fue la mayor cifra cesnada. Actualmente
Argentina acoge a 272.971 confesos españoles emigrados y a un rosario de
nietos e hijos que siguen pensando en España como alternativa de refugio.
Venezuela cuenta con 126.971, Brasil con más de 55000, México con casi
50000, Uruguay con más de 41000 Cuba con otros 41000, Chile con 25000,
Colombia con cerca de 9000, República Dominicana con 8000, Perú con
7000, Panamá con 5000. Si sumamos el conjunto de Iberoamérica superan
los 650.000 los españoles inmigrados. Si sumamos a Estados Unidos
superarán los 700.000.

Pero esa es una cara de la moneda.

140
Bicentenarios

La otra es la inmigración al revés, los cerca de 1700000 de latinoamericanos


en España, sin contar con los ya nacionalizados. Primero, al revés de
nosotros, vinieron los que salí an de sus paí ses por la tremenda polí tica de
represión que el siglo XX deparó a América Latina. Luego vinieron los
expulsados por el mal gobierno en sentido laso, por la inviabilidad
económica, pr la inseguridad, por la necesidad de aprovechar las
oportundiades, por las mil y una razón que no se dejan someter a explicación
ni estudio y que cada uno guarda en su almario.

El aporte a raudales de nuevos vecinos entre los españoles ha sido y seguirá


siendo un factor más del paisaje. Traen sus cosas, incluidas las que mejor se
hubieran olvidado, como la superstición y el entramado religioso que ha
venido a interrumpir un proceso todaví a muy reciente y frágil de
secularización que vení amos necesitando. En estos casos, como quien dice,
éramos muchos y parió la burra.

Dentro de veinte años el consenso social, al menos eso esperamos, será otro
y mejor. Y dentro de cien, como quien dice, todos calvos. Se enriquece la
economí a, más bien gracias a la explotación de estos nuevos y lasos
esclavos, se enriquece la demografí a prque son jóvenes y con í mpetu, en
este paí s de viejos caducados. Seguramente nuestra lengua acartonada gane
en expresión y en imaginario. Un nuevo sincretismo podrá permitir, al
menos eso deseo, que se desborden los marcos, las re3ferencias, los mitos y
cuentos de viejas que nos hicieron ser como somos, viva imagen de Aznar.
Y si hay suerte nuestra polí tica incorporará, para bien, formulas más
informales, participativas y comunitarias a las que nuestros estirados
polí ticos manejan. Tal vez hasta corra el aire en la apolillada élite, lo cual de
vez en cuando, aunque no resuelve nada, es una pequeña venganza que viene
bien. Los males a incorporar, es decir, los ya hablados y conocidos, ya
existí an antes de modo que ahí la novedad no puede ser tan novedosa.

141
Bicentenarios

¿ Cómo será el encuentro de pueblos dentro de veinte o treinta años, pasado


el bicentenario y de camino al bicentenario y lustro, en un mundo a punto de
un cierto cortocircuito general, tal vez a un colapso, y en una Europa
fortaleza neoimperial pero de papel maché?

142
Bicentenarios

TERCERA DIATRIBA: LAS PERPLEJIDADES

ega el fin final de este texto ya largo.

Ll¿ Qué hace ese cojonal de gente celebrando la independencia de su paí s en


plena plaza mayor de Marid, la capital de la hidra, la capital de la metrópili, la
capital del reino, con su pintoresco y anacrónico rey y todo?

Una independencia para separarse de la metrópoli y acaban viniendo aquí los


descendientes de los alzados. Si, como dice el chiste, antes los españoles se
iban allá para esclavizar a los de allá, ahora los esclavos vienen directamente
aquí a dejarse esclavizar. ¿ quién puede entenderlo?

¿ Qué independencia es esa? El relato dice una cosa, pero mis ojos ven otra.
Algo está fallando aquí y se me hace sospechoso.

¿ Qué repúblicas son esas que iban a traer el buen gobierno, que el proceso de
independencia eso prometí a, y ahora mí renlas ustedes?.

E igual pasas aquí : se celebra la independencia en sus momentos épicos tal


como los explica la hortodoxia hispana, pero los sujetos de carne y hueso
aprovechan los fastos para irse de puente. Aquí la independencia no se la cree
ni el que la proclamó.

Miren su alrededor. Miren a Amércia y su herencia: Paí ses desunidos y


enfrentados. Paí ses que echan a sus gentes. Corruptos que deciden los destinos.
Poderes seculares que se reproducen y causan el malestar y la muerte.
Problemas de injusticia que son los mismos que eran y nadie ataja. Pueblos
enterso viviendo la desgracia de sus élites. Dependencia de intereses y capitales
ajenos. Desunión, mezquindad… Podrí amos hacer interminable el listado con

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la incorporación de las afrentas individuales y colectivas que cada uno puede


apuntar.

O miren esta otra orilla. Puro reflejo de la otra, la otra cara de la moneda.
¿ Qué independencias hemos hecho por separado, a juzgar por el proceso vivido
también aquí , donde la historia oficial dice que se libró una guerra de la
independencia y uno encuentra que dependemos de un modo de vida importado
y que más que independizar a la gente en el sentido polí tico, la aí sla y
ensimisma en el sentido oligofrénico?.

O miren como se ayudan ambas orillas en sus intereses mutuos: España


exportando multinacionales que esquilman recursos y condicionan la vida y la
viabilidad de miles de personas. España como primer suministrador de armas a
los paí ses hermanos. España como punta de lanza de un modo neocolonial de
actuación que tiene en Europa uno de sus principales actores. No quiero seguir
contando méritos similares.

Los que representan la tradición histórica de quienes protagonizaron la


separación y las independencias de entonces quieren ahora celebrar fastos del
bicentenario que huelen a la misma ranciedad y manipulación que cualquier otra
celebración patria. Se unirán los próceres, calcomaní a de los de antaño que nos
vendieron gato por liebre, y harán sus serrallos exclusivos para joder a todo
bicho viviente.

Esos mismos se reúnen en fastos y cumbres para firmar proclamas y tratados de


cualquier tipo que supuestamente buscan la mejor integración como comunidad
de valores compartidos.

Menudo escándalo este.

Menuda contradicción de mundo.

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Entonces el bicentenario cobra la dimensión del fracaso. Del fracaso como base
de construcción. Esto está jodido. Nos timaron, amigos. Nos enfrentaron o nos
unieron a sus anchas y para sus intereses.

La independencia, pero esta vez de verdad, toca arrebato. Es una posibilidad


entre muchas. Cabe jugarla.

Pero esta vez no puede ser en sentido territorial, patriótico, sino apuntando a
los verdaderos enemigos de la independencia. Apuntando al poder.

Como dice el poeta, no me contéis más cuentos. Me sé todos los cuentos.

Madrid, 8 de marzo de 2010.

Fin

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