Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
En La noche de los proletarios elegiste un modo de escritura poco común, que supone
una invitación a la lectura no convencional y exige del lector, creemos, más que un
interés determinado cierta curiosidad libre. Esto nos llama la atención porque hoy
resulta muy habitual reemplazar la sutileza en la investigación por presentaciones
meramente retóricas de los temas que impone el presente. Nos gustaría entonces que
cuentes por qué tomaste la decisión de escribir de este modo, es decir, qué tipo de
dilemas tenías que resolver. Y más en general, ¿qué criterios tenés en cuenta a la hora
de pensar la relación entre investigación, escritura y política?
Creo que el problema de las temporalidades se plantea, hoy como ayer, en los mismos
términos generales. Hay un tiempo "normal" que es el de la dominación. Ésta impone
sus ritmos, sus escansiones del tiempo, sus plazos. Fija el ritmo de trabajo –y de su
ausencia– o el de los comicios electorales, tanto como el orden de la adquisición de los
conocimientos y de los diplomas. Separa entre quienes tienen tiempo y quienes no lo
tienen; decide qué es lo actual y qué es ya pasado. Se empeña en homogeneizar todos
los tiempos en un solo proceso y bajo una misma dominación global. Y además hay dos
tipos de distorsión de este tiempo homogéneo: en primer lugar, están las maneras
imprevisibles con que los agentes sometidos a esta temporalidad renegocian su relación
subjetiva con las escansiones del tiempo. La noche de los proletarioshabla de eso: los
proletarios están sometidos a la experiencia de un tiempo fragmentado, de un tiempo
escandido por las aceleraciones, los retardos y los vacíos determinados por el sistema.
Su emancipación consiste, primero, en reapropiarse de esta fragmentación del tiempo
para crear formas de subjetividad que vivan otro ritmo que el del sistema. Desde este
punto de vista, las formas contemporáneas de precariedad y de intermitencia me parecen
mucho más próximas a esta experiencia del tiempo de lo que se admite. Por otra parte
hay interrupciones: momentos en que se detiene una de las máquinas que hacen
funcionar el tiempo –puede ser la del trabajo, o la de la Escuela. Hay asimismo
momentos donde las masas en la calle oponen su propio orden del día a la agenda de los
aparatos gubernamentales. Estos "momentos" no son solamente instantes efímeros de
interrupción de un flujo temporal que luego vuelve a normalizarse. Son también
mutaciones efectivas del paisaje de lo visible, de lo decible y de lo pensable,
transformaciones del mundo de los posibles.
A menudo se le oponen a estos momentos "espontáneos", la larga paciencia de la
organización y sus estrategias. Pero la relación no se limita a la diferencia entre la
espontaneidad y lo organizado. Se extiende a las temporalidades heterogéneas. La
cuestión es hacer durar una aceleración del tiempo, una aceleración de la apertura de los
posibles. Hasta ahora solamente las artes del relato –la literatura y el cine– han logrado
este tipo de operaciones. Siempre se ha querido volver duraderos esos momentos a
través del uso de las estrategias: la constitución del ejército industrial de los trabajadores
sansimonianos, el pensamiento marxista del desarrollo de las fuerzas productivas y de
las etapas de la revolución. Todas estas temporalizaciones acabaron perdiéndose en la
temporalidad electoral, es decir, en la temporalidad de la reproducción de las oligarquías
gobernantes. Otra imagen del tiempo, ciertamente, es necesaria: es decir, una imagen
del tiempo como desarrollo de la potencia autónoma de esos momentos. Pero es
necesario constatar que ella aún no existe como imagen de lo político. Todavía
permanecemos en la división establecida entre el tiempo de la reproducción de la
dominación y el tiempo de las etapas de la estrategia revolucionaria. No veo otra
alternativa mejor que aquella que intenta desarrollar la temporalidad de los momentos
de igualdad, dándole una consistencia autónoma al margen de toda predeterminación de
una estrategia que pretende saber adónde hay que ir.
Tal vez haya que rechazar la alternativa: o bien la figura tradicional del trabajador, o
bien un pequeñoburgués encerrado en las formas "liberales" del trabajo individual y
planificado, y del consumo cómplice. Aún si existió en cierto momento una fuerte
pregnancia de la fábrica y del obrero metalúrgico, hay que recordar que el proletariado
siempre designó a un mosaico de formas de trabajo, de vida y de ideología muy
diversas. Asimismo no hay que dejarse seducir por las implicaciones de la palabra
"liberalismo". Muchos de quienes lo critican le conceden de hecho lo que demanda: a
saber, la identificación de nuevas formas de imposición del trabajo que aíslan a los
individuos y los presionan mediante formas de participación y de responsabilidad
ampliadas correspondientes a los impulsos "individualistas" de estos individuos; es
decir, se le concede la "libertad" que reivindica, mientras se critican sus virtudes
corruptoras. La mayoría de los discursos que se pretenden radicales hacen como si la
"flexibilidad" designara efectivamente una forma de organización que responde a un
deseo de soltura y de participación de los trabajadores, como si la autoridad hubiera sido
reemplazada por formas de integración suave y como si todos rebosaran en las perversas
delicias del consumo a ultranza. Todos estos discursos creen y hacen creer que la
dominación funciona en la actualidad instaurando un régimen de permisividad general
en la cual los deseos rebeldes se dejan "recuperar". La verdad es que la autoridad del
capital y del Estado se refuerza en todos lados y que los medios individuales y
colectivos de resistencia son sometidos por asalto en cada lugar.
También es verdad que, en todo momento, hoy en día como en la época de La noche de
los proletarios, las formas subjetivas por las cuales se toma distancia de las
imposiciones de su condición son a la vez modos de romper con el sistema de
dominación y modos de vivir en él. Lo que era cierto para los artesanos emancipados
que yo estudiaba, lo es también para los trabajadores precarios e intermitentes de la
actualidad que viven su tiempo fragmentado en el doble modo de la explotación sufrida
y de la posibilidad de una cierta libertad en el seno de la explotación. Pero también lo
era para los militantes obreros de ayer que podían vivir la explotación cotidiana porque
ellos instalaban allí un cierto dominio del porvenir que era también un dominio de su
presente. La emancipación es una manera de vivir la desigualdad según el modo de la
igualdad. Persiste allí, irresoluta, una tensión fundamental. He intentado sacar a la luz su
dinámica productiva contra todos aquellos que la encierran dentro del discurso fácil que
denuncia la recuperación del deseo de emancipación en las redes de la dominación. El
fondo de la cuestión es simple: se parte del presupuesto de la igualdad intelectual o del
presupuesto de la desigualdad.