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UNA NUEVA COMPRENSIÓN DE LA HISTORIA DE LAS RELACIONES

INTERNACIONALES A PARTIR DE LA OBRA DE P. SLOTERDIJK

Gabriel Jiménez Peña


Fundación Universitaria San Martín

Resumen: En este escrito se pretende dar cuenta, en general, de una nueva concepción de
la historia de las relaciones internacionales y, en particular, del contexto de globalización, a
partir de la afirmación que hace Peter Sloterdijk del fin del cosmopolitismo y el surgimiento
del ‘provincianismo global’. Tal concepción inusitada se presenta aquí en función de la
discusión sobre los orígenes de la posmodernidad, en una superación del paradigma
moderno. Se sostiene que la globalización de las nuevas tecnologías, que ha permitido que
los hombres superen las distancias, ha tenido por consecuencia, para la historia de las
relaciones Internacionales, que el mundo vuelva a hacerse más pequeño, pero más riesgoso.
Por otro lado, se propone un análisis de las fronteras como configuraciones móviles, la
crisis de los Estados Nacionales y la emergencia de un espacio sin sí mismo, esto es, como
mero espacio de tránsito.

Palabras Clave:

Historia de las relaciones internacionales, esfera, mundo interior del capital, desinhibición.

Abstract: In this paper I try to explain, in general, a new conception of the History of the
international Relations and, in particular, of the globalization context, from the Peter
Sloterdijk assumption in his work, according to which we assist to the end of the
cosmopolitism and the beginning of the ‘Global provincialism’. Such a ‘new’ conception is
presented right here in function of the more general discussion about postmodern view. I
argue in favor to the claim the globalization of the new technologies, which has allow to
humanity goes further distances, has it as consequence to the international relations
History, that World becomes again small. In the other hand, I propose an analysis of the
frontiers as movil configurations, of the national States crisis, as well as the birth of a space
without it self, i. e., as a mere transit space.
Key Words:

International relations History, sphere, interior World of Capital, lack of inhibitions.

La tesis más general que se pretende defender en este escrito consiste en que la reflexión
sobre la globalización en el discurso de la historia de las relaciones internacionales –si es
que hay uno y determinado- se encuentra desencaminada por dos razones: (I) se asume la
globalización como un único, identificable y homogéneo estado de cosas que incluye a
todos los Estados-nación en diferentes aspectos, desdeñando las representaciones de las
esferas de la cultura occidental (Sloterdijk), (II) y, por ello, se confunde la globalización con
el cosmopolitismo, y en el peor de los casos, se sostiene que la globalización tiene un
comienzo relativamente reciente o algo similar.

A modo de introducción: del mal periodismo de nuestra época o de la academia

En la literatura académica se insiste en la necesidad de describir el fenómeno a menudo


vagamente presentado como ‘transformación del contexto internacional’ usando el término
‘globalización’. Éste ha sido un motivo persistente para declarar ‘ambigüedades’, de la
misma manera que se le quiere adscribir al concepto la propiedad pragmática de utilidad.
Quienes acentúan el carácter ambiguo de la expresión pueden llegar a reclamar que se trata
sólo de un “eufemismo cortés para la continua americanización de los gustos consumistas y
de las prácticas culturales”; que puede describir cualquier cosa desde Internet a una
hamburguesa (Strange, 1996, p. xiii). Por otro lado, los más rayanos defensores de la
utilidad pragmática del concepto, que en su mayoría sostienen que se trata de un concepto
que tiene por extensión fenómenos fundamentalmente económicos, arguyen que éste
permite, por ejemplo, “una descripción más adecuada de una realidad internacional a la que
le resulta imposible mantener sus problemas encerrados dentro de las fronteras de los
Estados” […]; se dice que el concepto nos alerta también acerca del sentido normativo que
se precisa para decidir soluciones a preguntas en torno de problemas mundiales (Espósito,
1997, 189). Es precipitado inclinarse sin más por la ambigüedad o por la utilidad del
término, pues su pretendida vaguedad y sus masificados usos espurios pretendidamente
pragmáticos, pueden enmascarar o bien un periodismo desinformado, o en el peor de los
casos, a un modo de hacer academia servil, que encubre el favorecimiento de intereses
neoliberales sin más, sin ofrecer una argumentación lógica e históricamente plausible.
Ante la disyuntiva que se plantea entre tener que optar por un uso que denuncie la
ambigüedad de la expresión o que haga énfasis en la utilidad, queremos escoger, con Peter
Sloterdijk, volver los pasos hacia atrás y sostener que: “La globalización en su totalidad es
un proceso lógica e históricamente mucho más poderoso que lo que se entiende por ella en
el periodismo actual y entre sus corresponsales económicos, sociológicos y policiales”
(WK, p. 26). Proponemos que para una caracterización digna del proceso de globalización
en las ciencias sociales, incluidas entre ellas todas las mencionadas corresponsalías, es no
sólo prudente sino necesario corregir las pseudo-afirmaciones de los periodistas cuasi-
académicos de nuestro tiempo, vengan de donde vengan, acerca del comienzo de la
globalización y de la continuidad de la historia, y resaltar diferencias de época, lo cual
precisa el uso de un discurso inusitado en la Filosofía de la historia.

(I)
La globalización es un proceso saturado moral, técnica y sistémicamente, y se puede hablar
de tres globalizaciones o de tres momentos globalizantes, haciendo justicia a las
diferenciaciones de época dentro de dicho proceso. A tales momentos los caracterizamos
como: (i) el griego o helénico o metafísico, (ii) el moderno o postmetafísico y por último,
(iii) el posmoderno o fin de la historia.

La globalización está saturada en sentido moral: las víctimas hacen saber a los culpables las
consecuencias de sus crímenes. Es, según Sloterdijk, a partir de Heidegger cuando el
unilateralismo que se pretende ejercer por parte la Europa dominante, se evidencia como
un fracaso a la vista de cómo las victimas hacen saber a los culpables las consecuencias de
ese dominio. En ese sentido es Estados Unidos el único que mantiene la pretensión como
nación indispensable y se constituye en heredera del concepto unilateral del mundo.

La ‘titánica fenomenología del tedio’ realizada por M. Heidegger en 1929-1930 sólo puede
comprenderse como ruptura de la uniteralidad emprendida en toda Europa (si bien
deteriorada por los desastres de la guerra), cuyo clima moral –la inevitable carencia de toda
convicción vigente– se aprehende en ella con mayor claridad. La cultura de masas, el
humanismo, el biologismo, son máscaras tras las que se oculta el profundo tedio de la
existencia en la globalización. Si se quieren valorar las motivaciones de Heidegger hay que
reconocer en estas el intento de rehistorizar el mundo posthistórico, aun al precio de erigir
la catástrofe en maestra de la vida. En este sentido, Heidegger habría podido decir, a
propósito de la «revolución nacional» a la que adhirió, que en el hic et nunc se había iniciado
una época de «rehistorización», y que él no sólo presenció, sino que había pensado con
anticipación. El historicismo de Heidegger articula la exigencia de arrancar a Alemania de la
trivialidad posthistórica desde el centro del sentido para dejar entrar una vez más, en el
último momento, a la historia. Debe entenderse que, de acuerdo con esta lógica, la
«historia» no es algo que uno mismo haga, sino que hasta en su último extremo se padece.
Los alemanes, como último pueblo de pasiones, deberían ponerse en marcha, sí, según
Heidegger, les incumbe la tarea de demostrar que, incluso en medio de la indiferencia
reinante, existe todavía una certeza (Gewussheit). Si los alemanes hubieran hecho lo que se
esperaba de ellos en la fábula de Heidegger, habrían mostrado al resto del mundo que para
ellos brillaba la luz de la necesidad histórica. Pero la ironía de tal situación quiso que dicha
certeza cambiara de bando y se fuera al lado enemigo, puesto que el antifascismo fue lo
más destacado que ofreció aquella época desde el punto de vista moral. Se alió, para colmo
de la desgracia, con los estadounidenses, paradigmáticos expatriados de la «historia», que
contribuyeron con los parques posthistóricos a la globalización (PC, p. 12).

La globalización está saturada en el sentido técnico: de transportes rápidos y medios ultra-


rápidos, lo que no cambia el hecho de que el 95 % del comercio sea y haya sido marítimo.
De los acontecimientos se entera el mundo, por regla, a los pocos minutos. En ese sentido,
el rasgo distintivo de la globalización es la situación de proximidad forzosa con todo tipo
de elementos. Lo más adecuado es designar a esa proximidad, según Sloterdijk, con el
término topológico «densidad». Este término designa el grado de presión para la
coexistencia entre un número indefinidamente grande de partículas y centros de acción.

La elevada densidad implica una probabilidad cada vez más elevada de encuentros entre los
agentes, ya sea bajo la forma de transacciones, o en la de colisiones o casi colisiones. En
este contexto, el concepto de telecomunicaciones juega un papel fundamental, en tanto que
designa la forma procesual de la densificación. Las telecomunicaciones, las nuevas
tecnologías, producen una forma de mundo cuya actualización requiere diez millones de e-
mail por minuto y transacciones en dinero electrónico por un monto de un billón de
dólares diarios. Este término no se comprende bien en tanto que no exprese de manera
más explícita la creación de un sistema mundial de reciprocidad basado en la cooperación,
esto es, en la inhibición mutua, en el que se incluyen las transacciones a distancia, las
obligaciones a distancia, los conflictos a distancia y la ayuda a distancia. Tan sólo este
concepto fuerte de las telecomunicaciones como forma capitalista de la ‘acción a distancia’
es el adecuado para describir el modo de existencia en la globalización.

La globalización está saturada, por último, en sentido sistémico: obra en ella un principio
de acción recíproca; los responsables son confrontados con las consecuencias de sus obras
-Pinochet, Milosevic, Hussein, desventurados unilateralistas-. La globalización del crimen
(piénsese, por ejemplo, en el narcotráfico), nos muestra que la desinhibición activa se
impone una y otra vez a las instancias inhibidoras en ámbitos locales. La criminalidad
organizada reposa sobre el perfeccionamiento profesionalizado de la desinhibición, que
avanza, por así decir, con pasos silenciosos por las fisuras abiertas en el entorno
circundante. El crimen organizado constituye, fundamentalmente, un sentido para hallar las
fisuras (en el mercado y en la ley), junto con una energía que no conoce el cansancio –
vuélvase a pensar en el narcotráfico-. Los criminales organizados de manera eficaz son,
pues, testimonio de la libertad de acción en abierto desafío del sistema universal de
inhibiciones (PC, p. 16)

Esto tiene una significativa validez para lo que últimamente se ha dado en llamar
‘terrorismo’. El medio expedito para hacer justicia en el plano teórico a sus potentes
manifestaciones, -recuérdese el acto inconcebiblemente simple del 11 de septiembre de
2001 o piénsese en lo local en el secuestro- consiste en interpretarlo como un indicio de
que el motivo de la desinhibición cayó en manos de perdedores activos, procedentes del
bando antioccidental o de la selva, en el contexto posthistórico. Esto no demuestra que el
mal llegara hasta Manhattan o las ciudades colombianas, sino que una nueva ola de
perdedores de la «historia» descubrió para sí los placeres de la unilateralidad; por desgracia,
los descubrió después de que terminara el tiempo de juego y en abierta transgresión de las
normas de contención posthistóricas. No imitan, como anteriores movimientos surgidos de
los perdedores, ningún modelo de «revolución»; imitan directamente el impulso originario
de las expansiones europeas: la superación de la inercia mediante el ataque, la asimetría
euforizante garantizada por la agresión pura, la superioridad indiscutible del que llega
primero a un lugar y planta su estandarte antes de que lo hagan los demás. La clara primacía
de la violencia agresora sigue hiriendo al mundo, pero esta vez desde el otro lado, desde el
lado no occidental, o desde la selva. Pero como también es demasiado tarde para que los
terroristas islámicos o los guerrilleros pretendan recuperar terreno en el mundo de las cosas
y los territorios, ocupan zonas aún más amplias en el espacio abierto de las noticias del
mundo. En él erigen su escudo de fuego, del mismo modo que los colonizadores, otrora,
erigían su escudo de piedra donde desembarcaban.

(i) La historia de la globalización es la historia de una doble conquista: la conquista de la


tierra por vía marítima y la conquista de la subjetividad. La primera etapa de la globalización
tiene su comienzo en la Grecia Helénica. Si se considerara que los orígenes de la
globalización se han encontrar solamente en la confianza en el poder explicativo y predictivo
de las ciencias, particularmente en el método de las matemáticas y de la física y en su
fecundidad, éstos deberían remontarse a Aristóteles. Pero necesariamente tenemos que
remontarnos justamente a este autor, porque fue él, el más paradigmático de los científicos
griegos, que en su tratado De caelo, dio forma a la primera concepción metafísicamente
globalizante: el de la bóveda celeste, sphaira –me vienen unas línes de Hölderlin en el
Hyperion: El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona-, recreando
el nombre de lo bello y acabado y un sistema de normas para esa concepción de belleza y
perfección. El estagirita realizó sus observaciones equivocadas acerca del Universo,
instituyendo el sistema geocéntrico. En De caelo, nos habla del mundo sublunar, en el cual
existe la corrupción y la degeneración; y el mundo supralunar, perfecto. Esta teoría de la
Tierra como centro del universo —que a su vez era considerado finito— perdura hasta el
Renacimiento, específicamente hasta Galileo, momento en que se inicia la gran expansión
unilateral europea a través de la colonización, el segundo gran periodo de la globalización.

(ii) Esta etapa globalilzante, que llamaremos con Sloterdijk, globalización terrestre, puede
decirse que surge en el Renacimiento italiano, con científicos como Galileo Galilei (1564-
1642), a pesar del juicio que su propia época haya hecho sobre él –recuérdese la abjuración
a la que fue obligado este último físico (1633)-, o con Copernico (1473-1543), el cual da a
conocer su crítica al sistema ptolemaico, basado a su vez en la interpretación dogmática de
Aristóteles, en la lengua aun oficial de los escritos que se erigen en científicos, el latín,
lengua en la que escribiera el también condenado Roger Bacon (c. 1214-1294), quien llevara
a cabo estudios en óptica y en astronomía, a la vez que se inclinaba por la astrología y la
existencia de la piedra filosofal, creencias éstas pertenecientes a la globalización metafísica.

Pero queremos decir que esta época inicia más bien con las incursiones de los
colonizadores, los más célebres de ellos portugueses al nuevo mundo, pues la globalización
terrestre no representa simplemente una historia entre otras muchas. Ella es el único
espacio de tiempo en la vida de los pueblos que mutuamente se descubren, alias
‘humanidad’, que merece llamarse en un sentido filosóficamente relevante ‘historia’ o
‘historia universal’ (p. 31). La época moderna de la globalización es cosa de exploradores y
geógrafos y el Mundo de agua constituye el elemento rector en la Edad Moderna. Terra
Australis nuper inventa nondum cognita; es epoca-nondum, es decir, aún sin, de potencialidades,
en la que los actualizadores geógrafos-colonos son los que se atreven a aprovechar esa
potencialidad. El primero de ellos, por supuesto, Colón, de cuya importancia da buena
cuenta Sloterdijk (WK, p. 52-53). Pero también Magallanes y Drake, quienes contribuirán a
que los mares del mundo se conviertan en el soporte de los asuntos globales. El signo de
aquella época es la invisibilidad, por contraste con el de la nuestra que es el de la visibilidad.
La invisibilidad es una característica fuerte de las realidades profundas –piénsese en la
travesía de Magallanes; geógrafos y colonos se ven obligados a enfrentarla y superarla
constantemente, y la imagen del globo, pasa de ser perfecta a ser, a secas, interesante: el
globo geográficamente descubierto no es bello, sino interesante e interesante es lo que ya
ha recorrido la mitad del camino hacia la fealdad, lo cual da pábulo a una nueva estética de
lo feo. De ese modo, desde el punto de vista estético, la globalización terrestre conlleva la
victoria de lo interesante sobre lo ideal. De ello da testimonio el globo Behaim
(Nuremberg, 1492).

Es Humboldt el personaje ejemplar de esa transición; acepta el reto de presentar la pérdida


metafísica como ganancia cultural. De ello es muestra su obra Kosmos, nombre anacrónico
de la obra publicada en 1845-62. Con ello se inicia un sentido radicalmente diferente de la
localización humana: la tierra es el planeta al que se vuelve, se regresa; el espacio (el desde-
donde general) ya no es el ingenuo cielo de cubiertas anterior a Bruno, el espacio
eternamente silencioso de la infinitud de los físicos, del que Pascal, había confesado que
aterrorizaba su ánimo. (cf. WK p. 42). El ser humano ejemplar de la modernidad es el homo
habitans, junto con sus dilataciones corporales y extensiones turísticas.

El monopolio del globo terrestre –ese prodigio tipográfico-, compartido con los grandes
mapas y planisferios, por lo que se refiere a las vistas generales de la superficie terrestre,
sólo se ha roto en el último cuarto de siglo XX con las fotografías por satélite. De ese
modo, “Lo que desde finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI –como si tratara de
una novedad que haya aparecido sólo hace poco tiempo entre nosotros- se encomia o
vitupera en los medios de masas como ‘globalización’, representa un momento posterior y
fraudulento de un suceso cuyas verdaderas dimensiones solo aparecen cuando se entiende
la Edad Moderna, con toda consecuencia, como el tránsito de la especulación meditativa
sobre la esfera a la praxis de su aprehensión” (WK, p. 46).

En ese contexto, no es la pérdida del centro lo que caracteriza la Edad Moderna, sino la
pérdida de la periferia.
Virtualmente cualquier lugar sobre una esfera circundable puede ser afectado, incluso desde
la mayor lejanía, por transacciones entre competidores. Ello explica el surgimiento del
capitalismo y de las grandes riquezas. El tráfico es el prototipo del movimiento moderno y
la base del sistema económico: el movimiento reversible. El Comercio se hace con riesgo:
así como la miseria vuelve inventivo, el crédito vuelve empresario y el capital conseguido a
riesgo con crédito, ha de retornar con sus respectivos beneficios a su lugar de origen. Por
ello, el cambio de propiedad interdinástico refleja la naturaleza especulativa de los primeros
procesos de globalización. De ahí que “Resulta un tanto ridículo que el periodismo de hoy
pretenda identificar en los movimientos más recientes del capital especulativo el motivo
real del shock de la forma del mundo llamada globalización”. El sistema universal del
capitalismo se estableció, desde el primer momento bajo los auspicios, mutuamente
implicados, de globo y especulación. (WK, p. 64). De manera que el hecho primordial de la
Edad Moderna no es que la Tierra gire en torno al Sol, sino que el dinero lo haga en torno
a la Tierra.

Es por ello también que la Fortuna (Oh, fortuna imperatrix mundis) aparece por doquier
como la diosa de la globalización par excellence. De ello da buena cuenta el personaje de J.
Verne en la vuelta al mundo en ochenta días, del proceso de la modernidad como proyecto de
tráfico con suerte. También da cuenta esa literatura fantástica de que en una civilización
técnicamente saturada ya no existe aventura alguna, sino sólo el riesgo de retraso. De ahí
que los europeos, tras el shock de la circunvalación terrestre se refugien en falsas
designaciones, que simulan lo familiar de siempre en lo nuevo insólito. En esa medida, el
romanticismo del mar, como el de los montes, es una invención del moderno
sentimentalismo ciudadano.

No obstante, también debemos considerar a la modernidad como la época de la invención


de la subjetividad, piedra de toque de la globalización. Al respecto de esta invención, sus
orígenes parecen darse en una configuración histórica ecléctica, que permite afirmar todavía
la preponderancia de la premodernidad en el conocimiento (la creencia en la alquimia y la
astrología, el privilegio del latín como lengua conductora del conocimiento), y la afirmación
de la racionalidad científica como conocimiento con pretensiones de verdad y objetividad.
También en la pretensión de dominación de la naturaleza, y por ello es justo referirse a
Francis Bacon (1561-1626), así Sloterdijk insista en que más a los adelantados portugueses,
con su afirmación de que ‘el conocimiento es poder’ o a René Descartes (1596-1650) y su
intención de fundamentar el conocimiento sobre bases ciertas y seguras, a través de la
instrumentalización del escepticismo.

Con todo, quiero afirmar que Montaigne, y ello incluso a pesar de que Sloterdijk
prácticamente lo soslaya, juega un papel de catalizador de la globalización. Qué debe
Descartes, Hume, Kant, entre otros, (y de paso, la globalización) a Montaigne? Lo mismo
que han de deber los tiempos futuros a Sloterdijk. A mi modo de ver, la actitud que
denuncia la fabilidad de los medios para alcanzar la certeza, valga decir, la histórica, la duda
radical punto de partida de todo conocimiento, y la desconfianza en el convencimiento de
la argumentación y en las autoridades científicas. Todas estas posiciones, de algún modo,
constituyen elementos del ajuar escéptico, del particular modo de ver el mundo de estos
autores modernos, que presentan un aire de familia. El inicio de la globalización
modernidad en clave de la invención de la subjetividad está marcado por una renuncia a las
autoridades filosóficas (en especial a Aristóteles) y por una búsqueda de nuevos puntos de
vista. Si se admite que la invención de la subjetividad moderna parte de un rompimiento
con la filosofía aristotélica o de la distinción definitiva entre razón y fe, de una
desinhibición, se tendría que reconocer que en la invención de esa subjetividad de la
moderna se encuentra Montaigne. Independientemente de esta discusión histórica, cabe
llamar la atención sobre la posición que ocupa Montaigne y lo que ello significa para una
teoría filosófica de la globalización: se encuentra justo en el punto intermedio entre la Edad
Media tardía y la temprana Edad moderna. Pero, ¿por qué precisamente un escéptico es el
que se encuentra en tal posición? Al parecer las posiciones consecuentes con el
escepticismo fungen el papel de catalizadores necesarios para que se produzca el paso de
una forma de pensar a otra, es decir, funcionan como oxigenadores, cuando las corrientes
dogmáticas no llegan a ninguna solución. Por otra parte, es digno de anotar que si el
espíritu escéptico de Montaigne hubiera predominado en la modernidad y no el cartesiano,
quizá hoy la llamada razón instrumental no habría causado efectos tan devastadores. La
pregunta es ¿Qué habría sido de la modernidad si hubiera predominado el pensamiento de
Montaigne? Dicho sencillamente, si el egoísta moderno le hubiese creído a la tesis de
Montaigne según la cual los hombres no somos superiores a los animales, el número de las
especies en vías de extinción, es sólo una conjetura, sería menos dramático. Las
consecuencias de la tesis de la superioridad de los humanos son ostensibles. A lo mejor la
ciencia también tendría una constitución distinta; pero la práctica de determinar
retrospectivamente qué habría sido de la historia, es a menudo algo que lleva a los
arrepentimientos.

El caso es que darse el beneficio de la cronología acerca de la cuestión de la precisión de los


comienzos de la invención de la subjetividad moderna, en términos del conocimiento, lleva
a citar un fárrago de hechos que pueden abarcar V siglos de Historia -la imprecisión
misma!, que no dan cuenta del fenómeno: la llamada afirmación de la conciencia, la
positivización del conocimiento en ciencia, la pretensión de dominio de la naturaleza, y que
no se compadecen de otras consideraciones que sostienen que su comienzo puede ser
determinado, por ejemplo, específicamente en el surgimiento de la burguesía como clase
social (a cuyo comienzo siempre se refiere al esplendor de los Medici o de los Fugger), o a
la reforma protestante (1517) comenzada por Lutero, pero permite afirmar que en la
transición del siglo XVI al XVII se deja entrever con más claridad dicho comienzo.

La invención de la subjetividad moderna tiene sus asientos en 1. la afirmación de la


oposición sujeto-objeto -la distinción cartesiana entre res cogita y res extensa-, pero también,
insistimos, en la confrontación entre el escepticismo relativista y el racionalismo
fundacionalista (Montaigne 1533-1592, Pascal, (1623-1662)), en la creencia en el poder
explicativo del método hipotético deductivo (Descartes), en la afirmación de las
matemáticas y de la física como modelos paradigmáticos del conocimiento (Descartes,
Spinoza (1632-1677), y caracterizándose de ese modo como una época en que surge una
nueva ciencia (epistemología) y un florecimiento científico con pretensiones de verdad
diferentes a las de la autoridad eclesial medieval europea, es decir, 2. en el proceso histórico
de reforma protestante, pero también de desinhibición y secularización del conocimiento y
de su poder social y económico, caracterizándose como una época de crisis de la iglesia
católica-romana como forma de poder, 3. y en un lapso de tiempo significativo que se
remonta incluso al s. XII, y que da lugar a una nueva clase social, la burguesía,
caracterizándose por el enriquecimiento de las naciones colonialistas –lo cual tiene más que
ver con el auge de la universidad moderna europea que el descubrimiento de América,
hecho el cual por sí solo no generó todas las fuentes necesarias para la financiación de
dichos centros educativos-, la defensa de la propiedad privada y de la libertad individual,
(Locke 1632-1704) y por el surgimiento de la ciencia empírica económica, 4., pero sólo en
última instancia, por el iluminismo o la ilustración (y a pesar de que la Revolución Francesa
y la redacción del opúsculo de Kant, Respuesta a la pregunta: ¿qué es la ilustración son del s.
XVIII), caracterizado como la actitud razonable de pensar al margen de tutorías
dogmáticas.

En conclusión, la invención de la subjetividad moderna se da en el contexto de una época


histórica en la que la no sólo ciencia se convierte en un conocimiento privilegiado y
estimado por su método racional, sino en la que ello tiene por consecuencia colateral la
crisis de la religión como paradigma omnicompresivo-explicativo, y de la iglesia como
poder socio-económico dominante, y de la nobleza aristocrática como clase dirigente.

Tercera globalización: del cosmopolitismo al palacio de cristal o provincialismo


(Dostoievski)

La cuestión sobre los orígenes de subjetividad moderna europea arroja luces sobre la
cuestión debatida de los supuestos orígenes de la posmodernidad y de la nueva discusión
sobre la globalización y la historia de las relaciones internacionales, en la medida en que es
posible definir estos conceptos por contraste. Hemos visto que el caso es que pretender
determinar ingenuamente un comienzo único, una fecha precisa (como decir, v. g., que la
modernidad comienza con el descubrimiento de América o con la revolución francesa)
lleva a soslayar otros hechos constitutivos de la globalización y que quienes así lo hicieren
están abocados a defender una postura metafísica fuerte, apelando por ello a una visión
omnicomprensiva de la historia. Si ello es así, previsiblemente puede afirmarse que con la
teoría que trata de dar cuenta del origen de la subjetividad posmoderna ha de ser del mismo
modo y que no es posible indicar un comienzo único, aunque sí determinados síntomas del
agotamiento de la subjetividad posmoderna. Estos síntomas pueden ser: 1. Relativismo
conceptual. No hay hechos puros, objetivos, sino interpretaciones de éstos; el paradigma
científico no afirma tanto su racionalidad, sino más bien su traducibilidad o razonabilidad, y
no se detenta como la única o la más cierta posibilidad de conocimiento. 2. Fin de las
teleologías o desencantamiento del mundo. La llamada por Nietzsche, ‘muerte de dios’. Los
individuos globales admiten creencias incompatibles y eclécticas, y tienden más al
agnosticismo o al ateísmo. (iii) Capitalismo corporativo. Los estados-nación han cedido
poder a intereses particulares que se imponen mundialmente y que configuran un orden de
poder en consonancia con esos intereses. (iv) Banalización o anti-ilustración. Antes que a
pensar por sí mismos, la profusión de información proporcionada por los medios de la
‘cultura de masas’ ha llevado a los individuos a una estupidez sistemática, pues la educación
ya no está tanto en manos de tutores o centros educativos, como de dichos medios.

La característica primordial de la subjetividad posmoderna es la densidad. Allí donde reinan


las condiciones de densidad, la falta de comunicación entre los agentes no es plausible, en
la misma medida en que tampoco lo son los dictados unilaterales, ni siquiera los de la
ciencia, ni los de la corporación. La elevada densidad garantiza la resistencia permanente
del entorno contra la expansión unilateral, una resistencia que desde el punto de vista
cognitivo se puede calificar como entorno estimulante para los procesos de aprendizaje,
puesto que los actores suficientemente fuertes en medios densos se hacen unos a otros
inteligentes, cooperativos y amistosos (y, como es natural, también se trivializan entre sí).
Demos ejemplos de esa resistencia permanente, en el caso de la ciencia, las nuevas formas
de conocimiento: coaching, redes, micromundos (second life); en el caso del
macrogobierno corporativo, los fenómenos de antiglobalización. Esto es así porque se
interponen efectivamente el uno en el camino del otro, y han aprendido a equilibrar
intereses opuestos. Al cooperar tan sólo con las miras puestas en el reparto de beneficios,
dan por supuesto que las reglas de juego de la reciprocidad también son evidentes para los
demás.

A causa de la densidad, la inhibición se transforma en nuestra segunda naturaleza. Allí


donde se manifiesta, la agresión unilateral adopta la apariencia de una utopía que ya no se
corresponde con ninguna praxis. La libertad para actuar obra entonces como un motivo de
cuento de hadas procedente de la época en que la agresión aún prestaba algún servicio.
Toda expansión unilateral demuestra que todavía existen condiciones previas a la densidad.
La densidad conlleva lo siguiente: la fase en que la praxis unilateral desinhibida tenía éxito
ha llegado, en lo esencial, a su término, sin que podamos descartar alguna que otra secuela
violenta. Los actores han sido expulsados del jardín de Edén en el que se prometía la
salvación a los unilaterales (PC, p. 16).
Con ello hemos demostrado que, y cómo, el complejo de estos hechos atropellados,
heroicos y deplorables que hubo de entrar en los libros bajo el nombre de ‘historia
universal’; y por qué la historia universal en esa acepción de la palabra, ha concluido
definitivamente. Si ‘historia’ designa la fase de éxito del unilateralismo […], los habitantes
de la tierra vivimos hoy inequívocamente en un régimen poshistórico.

Quizá ha llegado el momento de tomar al pie de la letra las grandes frases de Sloterdijk.

Bibliografía

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-Strange, Susan, Casino Capitalism, Blackwell: Cambridge, 1996.

Sitios en Internet:

- http://www.petersloterdijk.net/ [On-line: 23.04.2008]


- http://philosophischebemerkungen.blogspot.com/ [On-line: 23.04.2008]

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