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PROYECTO DE VIDA

Los seres humanos solemos sentirnos incompletos. Requerimos de


algo más, externo a nosotros donde proyectar todo lo bueno que hemos
encontrado dentro. Victor Frankl dice que el sentido de mi vida no puedo ser
yo mismo, que tengo que buscar la felicidad en el dar, en el compartir, en el
proyectarme hacia el otro, el potencial humano que no se comparte y se
pone al servicio de otros se pudre.
El hombre contemporáneo está obsesionado con su felicidad individual
y no es feliz porque busca serlo. La madre Teresa de Calcuta, o el padre
Chinchachoma dicen que más que obsesionarse con ser felices han
dedicado sus vidas a hacer felices a otros libre y desinteresadamente. La
felicidad les ha llegado sin buscarla, como consecuencia de un proyecto de
vida sano, orientado trascendentemente. La felicidad es más bien una
consecuencia y no tanto una finalidad directa del actuar humano, constituye
en el mejor de los casos un buen termómetro de nuestra capacidad de
atender al papel que la vida nos ha asignado. Es en el dar que se encuentra
la mayor plenitud en ese vaciarse en el otro libre y desinteresadamente que
paradójicamente el hombre se llena de satisfacción y plenitud

PLANEACION DE VIDA Y TRABAJO


Mauro Rodríguez
“Sabemos lo que no queremos hacer, pero no sabemos lo que
queremos hacer y sólo hay una manera de saberlo, intentándolo” (Drucker).
¡Cuántos seres humanos mueren sin haber sabido realmente qué querían,
qué podían hacer, qué los llevaría a ser cada vez más felices y satisfechos
de sí mismos¡ No es difícil encontrar personas que viven en la insatisfacción,
aburridas, angustiadas y sin encontrarle un sentido a su vida. Personas que
aun teniendo trabajo, dinero, familia y pudiendo hacer lo que quieran, nada

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les hace ilusión, sienten un vacío interno y llegan a decir: “no sé ni para qué
vivo”. La vida se les pasa sin vivirla realmente.
“El ser humano se enfrenta hoy a cambios continuos y a su propia
actualización; estos retos lo obligan a buscar su centro interior para no
perder de vista su propia identidad y su sentido de vida” (Siliceo y Cásares)
La necesidad de planear significativamente la vida radica en enfocar la
energía vital del individuo en su propio significado, en vez de perderla en
temores, dudas, ansiedades y tensiones.
El proceso que lleva a planear la propia existencia requiere como base
indispensable una comunicación continua con uno mismo, así como
intercambios significativos con otras personas, hoy se vive esta preocupación
en las organizaciones, es por ello que el desarrollo humano en ellas trata de
integrar el valor de la persona y la eficiencia organizacional.
En la actualidad es fácil caer en la deshumanización y enajenación que
llevan al individuo a apartarse de su destino y perder el sentido e importancia
de su propia participación en el núcleo de trabajo al que pertenece.
La planeación de vida surge de la corriente humanista, tanto
psicológica como filosófica que propicia el renacer de los intereses por lo
auténticamente humano, la integración de valores, capacidades y
experiencias para el desarrollo de las propias potencialidades, así como la
autodirección para una vida significativa, responsable y feliz.
Este desarrollo dentro de las organizaciones promueve el crecimiento
integral de sus miembros, permitiéndoles elegir a la persona que pueden ser.
“La planeación significativa de vida y trabajo contribuye a que el
individuo se vea a sí mismo desde una nueva perspectiva, conozca tanto sus
limitaciones como potencialidades y descubra su sitio en la vida” (Fabri)

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VISUALIZACION DE MEDIOS Y FINES

1. Describe detalladamente cuál es la visión de ti mismo dentro de 10 años

2. Describe detalladamente cuál es la visión de ti mismo dentro de 5 años


3. Describe detalladamente cuál es la visión de ti mismo en un año.

REFLEXION
1. ¿Quiénes han sido las personas que han tenido mayor influencia
en mi vida y de qué manera?
2. ¿Cuáles han sido mis éxitos y fracasos?
3. ¿Cuáles han sido las decisiones más significativas en mi vida?
4. ¿Cuáles son mis planes a 5 años?
5. ¿Cuáles son mis planes a 10 años?

PROPUESTA DE PROYECTO DE VIDA


1. ENLISTAR FORTALEZAS AUTOCONCEPTUALIZADAS.
2. VISUALIZAR FORTALEZAS POTENCIALES
3. ENLISTAR PUNTOS QUE EN AUTO CONCEPTO SE COSIDEREN EN
LA ACTUAL SITUACIÓN FRAGILES Y VISUALIZAR EN QUE CASOS
PODRIAN CONVERTIRSE EN PARTE DE LAS FORTALEZAS.(reconocerlos
ya es una fortaleza)
4. VISUALIZAR POSIBLES PUNTOS DE CONFLICTO (A futuro).
5. CONCEPTUALIZAR MACRO OBJETIVO DE VIDA
6. CONCEPTUALIZAR OBJETIVOS POR ROLES:

Los objetivos por roles deben trabajarse desde una visión general que
brinde al estudiante claridad, seguridad y evite estrés al citarlos).Sin embargo
es indispensable que cada uno genere un ejercicio específico y exhaustivo

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en cada uno de los roles que defina, ayudándose para lograrlo de metas por
periodos de vida:

1. A 5 años ( periodo en el que estará titulándose)


2. A 10 años (periodo en el cual estará formando su independencia
de la casa paterna y buscando formar su propia familia)
3. A 20 años (periodo en el cual la solidez profesional debe ser clara,
así como la estabilidad económica y su aportación a la sociedad
perfectamente enfocada).
4. A 35 años (por lo general en estos ejercicios no se contempla este
periodo porque se considera que es una época de declive, pero vamos a un
futuro donde los seres humanos que se encuentran en este margen de edad
será la mayoría y las habilidades de profesionalismo se prolongan a mayor
edad, además, es necesario adelantarnos a generar un nuevo perfil para las
personas que superan los 50 años de edad, y rescatar la visión del respeto a
la experiencia y la sabiduría.

6. GENERAR UN ESQUEMA DE CONJUNTOS BUSCANDO LOS PUNTOS


EN QUE TODO ESTOS SE CONTACTAN (DEBIERAN COICIDIR EN EL
MACRO OBJETÍVO). UN PUNTO DE CONTACO SENCIBLE EN TODOS
LOS ROLES.
7. GENERAR UNA GRAFICA DE ACCIONES SUAVES Y ACCIONES
DEFINITÍVAS.
Acciones Definitivas: Momento de toma de decisiones
Acciones Suaves: Las acciones cotidianas consecuencia de una decisión.
ARTICULO No. 2
IDENTIDAD, VALORES
Y PROYECTO DE VIDA.

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Dra. Laura Domínguez García, Facultad de Psicología, Universidad de La
Habana.
RESUMEN
Identidad, valores y proyecto de vida constituyen importantes indicadores del
desarrollo de la personalidad sana y madura. En el trabajo se caracteriza
estas formaciones psicológicas y las relaciones existentes entre ellas.
Además, se exponen algunas ideas y reflexiones en torno a las vías, a partir
de las cuales, el proceso de enseñanza y educación, en nuestras
universidades, puede influir favorablemente en su desarrollo.
ABSTRACT
Identity, values, and life’s projects are important aspects for the development
of a healthy and mature personality. In the present article, there is a
characterization of these psychological formations as well as its relations
among them. Furthermore, this is an exposition of some ideas and reflections
by which the teaching-learning process can influence favourably in the
development of it, in our universities
El problema de la educación de los valores se convierte en la actualidad en
uno de los retos más complejos y a la vez importantes del proceso de
desarrollo de la pesonalidad. El proceso de formación de valores cobra
especial relevancia en la juventud, por constituir esta etapa un período
particularmente sensible al respecto, dadas las necesidades de
independencia y autodeterminación propias del joven que caracteriza la
situación social del desarrollo que le es típica.
Desde el punto de vista psicológico, los valores forman parte de la
subjetividad humana y aparecen como formaciones complejas de la
personalidad en la edad juvenil con el surgimiento de la concepción del
mundo. (Domínguez, 1990)
La concepción del mundo es un sistema de opiniones, juicios y valores
que posee el joven acerca de la realidad, de sus orígenes y de las leyes que

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rigen su devenir. También refleja la interpretación que hace el sujeto del
papel que le corresponde desempeñar al hombre en la sociedad, dentro del
contexto socio-histórico específico en el que se desenvuelve su vida y la
valoración del lugar
que ocupa el propio sujeto en este sistema de relaciones sociales.
La apariencia de los valores como formación motivacional de la
personalidad y de la concepción del mundo que los integra y sistematiza, no
es un resultado automático del desarrollo ni se produce de manera
espontánea sino que es ante todo un resultado mediato de las condiciones
de vida y educación del hombre, esto es, de su historia personal que él
construye activamente como sujeto socio-histórico.
En el proceso de desarrollo de la personalidad se ejercen sobre el
individuo múltiples influencias educativas que van desde aquellas que recibe
en su medio familiar y en su grupo de coetáneos, hasta las que
corresponden a la escuela y posteriormente al medio laboral; además de
aquellas provenientes de los medios masivos de comunicación y otros
actores macrosociales. Estas influencias formales e informales son en buena
medida responsables del nivel de regulación y autorregulación que alcanza la
personalidad, aún cuando este proceso acontece de manera individualizada
y particular en cada sujeto. (Domínguez y Fernández, 1999).
Otro componente de la personalidad de incuestionable importancia en
su proceso de desarrollo es la identidad personal.
En cuanto a su génesis, como todo contenido psicológico sigue el
camino de lo externo-social a lo interno-psicológico.
Con el surgimiento de la autoconciencia a iniciar de la edad preescolar
comienza el proceso de construcción de la representación de sí mismo, la
conformación activa de la identidad personal. Esta formación psicológica
expresa la capacidad de autoconocimiento y de autovaloración del sujeto y

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en especial, en la juventud, la posibilidad del joven de proponerse tareas
para su autoeducación.
En esta etapa la identidad personal, también denominada
autovaloración, debe alcanzar un importante grado de estructuración y
estabilidad, ya que el principal propósito que debe acometer el sujeto es el
de determinar su futuro lugar en la sociedad. Así, la elección de la futura
profesión o actividad laboral y su desempeño, se apoyan en la valoración
que hace el sujeto de sus capacidades, cualidades e intereses y forman
parte esencial en la elaboración de un proyecto de vida que permita
encaminar su conducta presente en pos de objetivos situados temporalmente
a largo plazo.
En este proceso de construcción del proyecto de vida intervienen,
desde el punto de vista de su contenido y también dinámico, los valores del
joven, su concepción del mundo y su identidad personal.
Es necesario apuntar que la concepción del mundo no es solamente la
forma más o menos 165 exacta en que el individuo se representa al mundo a
través de conceptos y juicios, sino además, la manera en que se orienta
hacia la realidad, su actitud u orientación valorativa hacia lo que le rodea.
Esta forma de concebir el mundo y de asumir frente a la realidad una
determinada posición personal, depende en buena medida de la valoración
de sí mismo. La identidad personal es reflejo de los valores del sujeto,
porque el sentido de autoestima o grado de satisfacción que siente el mismo
respecto a la persona que es, depende del contenido de dichos valores y de
su potencial
regulador en la conducta.
Por otra parte, el proyecto de vida como sistema de objetivos mediatos
vinculados a las principales esferas de realización del joven, entre las que
pueden encontrarse la familia, la profesión, su

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autorrealización, etc. tiene como importante sostén el conjunto de valores
que se estructuran como contenidos de su concepción del mundo y que
también forman parte de su identidad personal.
Resulta imposible que el sujeto elabore un proyecto de vida sólido y
realizable, que comprometa todas las potencialidades reguladoras de la
personalidad, si no se apoya en lo que es y en lo que quiere ser, en la
contradicción entre su yo real y su yo ideal, todo lo cual se encuentra
matizado por su concepción del mundo y sus valores.
La identidad personal, los valores como componentes de la concepción
del mundo y el proyecto de vida son formaciones de la personalidad cuyo
desarrollo comienza desde edades tempranas y se extiende a lo largo de la
vida. Estas formaciones adquieren en la juventud un alto grado de
estructuración y un elevado poder regulador, cuestión que se ve favorecida
por las exigencias que impone al comportamiento del joven su entorno social
y todo ello, unido a su necesidad de autodeterminación en los diferentes
esferas de su vida, que adquieren para el mismo sentido personal.
Un elemento que distingue a las formaciones antes mencionadas es la
estrecha unidad de sus componentes cognitivos y afectivos. Es precisamente
esta característica la que garantiza su
potencial regulador y la intensidad y estabilidad con que organizan y
direccionan el comportamiento del sujeto.
Identidad, valores y proyecto de vida constituyen importantes
indicadores del desarrollo personológico.
Dicho en otras palabras, son componentes esenciales de la
personalidad sana y madura.
Hasta aquí hemos caracterizado las formaciones psicológicas, objeto
de nuestro trabajo y hemos tratado de mostrar las relaciones existentes entre
ellas. Pasaremos entonces a exponer algunas ideas y reflexiones en torno a

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las vías, a partir de las cuales, el proceso de enseñanza y educación, en
nuestras universidades, puede influir favorablemente en su desarrollo.
En primer lugar, es necesario dejar sentada nuestra posición general
en cuanto a si son educables o no los jóvenes que arriban a los centros de
Educación Superior. Al respecto, creemos que si bien es innegable que a su
entrada en la universidad los estudiantes poseen una personalidad
relativamente formada, en comparación con aquellos que ingresan en los
niveles precedentes, también es real que aún mucho podemos hacer por su
educación.
En la edad juvenil, si el sistema de influencias educativas resulta
acertado, se consolidan importantes formaciones psicológicas, como por
ejemplo, el pensamiento teórico y todos los procesos intelectuales. Los
intereses profesionales surgidos en la adolescencia alcanzan un mayor nivel
de estructuración, favorecido por el contacto directo del joven con los
contenidos de su profesión.
La identidad personal, entendida como concepto que posee el sujeto
respecto a su persona elaborado en base a sus principales necesidades y
motivos, regula de manera estable el comportamiento y se convierte en
importante punto de partida para el proceso de su auto perfeccionamiento.
Además, el joven se proyecta al futuro mediante la elaboración de
objetivos y metas y de las correspondientes estrategias que le permitan su
consecución. Surge así el proyecto de vida apoyado en la concepción
científica y moral del mundo y en la identidad personal.
Ahora bien, si aceptáramos entonces que por un conjunto de
condiciones objetivas y subjetivas los jóvenes que llegan a nuestras aulas
son aún vulnerables a las influencias educativas que ejerzamos sobre ellos,
cabría entonces preguntarnos lo siguiente:

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¿Cómo debe desarrollarse el proceso docente educativo de forma tal que
contribuya a la formación de la personalidad del estudiante universitario?
¿Cómo debe facilitar y a la vez dirigir el profesor este proceso, teniendo en
cuenta el carácter sistémico de la personalidad?
¿Cómo desarrollar un plan de estudios para que marchen en sintonía la
formación de conocimientos, hábitos y habilidades y la de la identidad
personal, la concepción del mundo y la elaboración de un proyecto de vida?
¿Cómo orientar el proceso para lograr en nuestros graduados una
preparación técnica de excelencia que se conjugue con un
elevado compromiso social?
Ante la complejidad de este problema es difícil pretender encontrar
respuestas exactas o definitivas.
No obstante, intentaremos apuntar algunas consideraciones al
respecto. El profesor asume un doble rol en el proceso docente-educativo.
Por una parte debe convertirse en facilitador del mismo y por otra, dirigirlo de
acuerdo con determinados objetivos instructivos y educativos, que se
expresan en los planes de estudio como lo deseable, en función del modelo
del profesional de que se trate. Es necesario señalar que estos roles se
desarrollan de manera 166 simultánea, aún cuando en determinadas
situaciones pueda prevalecer uno sobre otro.
Consideramos que la actividad y la comunicación constituyen las vías
esenciales de formación, desarrollo y expresión de la personalidad. Esto
significa que si los profesores somos capaces de
estructurar adecuadamente los sistemas de actividad y comunicación dentro
del proceso docente-educativo, los resultados se acercarán en mayor medida
a nuestras expectativas, en lo que respecta a la formación de nuestros
alumnos.
En este sentido es necesario partir del presupuesto de que no toda
actividad es desarrolladora de la personalidad, sino aquella que adquiera un

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sentido personal para el joven. Por sólo citar algunos requisitos, en este
orden, apuntaremos que deben ser actividades que se relacionen con los
necesidades del estudiante y a la vez sean expresión de las necesidades de
la práctica social, que deben ser motivantes, permitir la participación activa,
problémica y reflexiva del joven, promover el trabajo en grupo y brindar al
estudiante más que conocimientos acabados un esquema de asimilación e
interpretación de los contenidos de su profesión.
Todo ello vinculado a la ética profesional y a la ética del profesional en
nuestra sociedad, la cual adquiere matices particulares en nuestro caso,
pues se trata de la ética del profesional revolucionario y comprometido con el
avance de nuestro proyecto social socialista.
Por su parte y en unidad dialéctica con la actividad, la comunicación
sistemática con el estudiante también resulta esencial, porque es la vía
principal a través de la cual podemos trasmitir contenidos y conocer, no sólo
como avanza el proceso de aprendizaje sino además que piensan los
jóvenes sobre sí mismos, sobre nuestra realidad, cuáles son sus
cuestionamientos o dudas, en qué medida se sienten comprometidos con ser
útiles a nuestra sociedad e incluso, qué problemas de carácter objetivo o
subjetivo pueden estar afectando su desempeño.
Esta relación comunicativa debe basarse en el diálogo abierto y flexible
como proceso interactivo profesor-alumno, apoyarse en el respecto mutuo, la
comprensión y la empatía, así como en el establecimiento de límites
consecuentes y consistentes, evitando actitudes intransigentes o
paternalistas por parte del profesor, de manera tal, que el estudiante se
sienta responsable de su proceso de formación.
Para lograr lo anterior, del profesor debe ser ejemplo, esto significa
representar para sus estudiantes un modelo de profesional, un modelo moral
y un modelo de ciudadano revolucionario, comprometido personalmente con
nuestro proyecto social.

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Para que se produzca un desarrollo de la personalidad que sea
sinónimo de crecimiento y despliegue de las potencialidades del sujeto, de
autoaceptación, de autenticidad personal, de autonomía, independencia,
seguridad, flexibilidad, de la capacidad de relacionarse con los demás desde
la posibilidad de analizar y respetar sus opiniones, el desarrollo debe
entenderse y promoverse como un proceso de intenso dinamismo.
Lo anterior significa que la misión principal de la educación y a la cual
la enseñanza universitaria puede contribuir en importante medida, es la de
desarrollar en los jóvenes una personalidad madura.
Personalidad madura es condición del sujeto autorregulado, que posee
una identidad personal estructurada y es capaz de proyectarse al futuro
mediante la elaboración de un proyecto de vida, apoyado en su concepción
del mundo.
Personalidad autorregulada es también síntesis de un conjunto de
valores sociales y morales que se manifiestan en la capacidad constructiva y
transformadora del hombre hacia su entorno y hacia sí mismo, en su
tendencia a progresar, vencer metas y proponerse nuevos retos.
Un factor decisivo entonces para el funcionamiento adecuado de la
sociedad y que constituye el cimiento del desarrollo de nuestro
proyecto social, es la asunción individualizada y personalizada de cada
cubano de los principios que sustentamos como nación. No podemos olvidar
que los valores primordiales de nuestro proyecto social, los de identidad,
soberanía y justicia social, sólo serán elementos que nos distingan, si pasan
a formar parte de la subjetividad de cada cubano.
Este propósito se convierte en el objetivo fundamental de la formación
de los egresados de nuestras universidades y todos nuestros esfuerzos
deberán encaminarse a lograr que los jóvenes graduados, conjuguen en su
desempeño como especialistas en diferentes ramas, un elevado

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profesionalismo con el compromiso social dirigido a la solución de los
problemas y tareas que nos presenta la construcción del socialismo en Cuba.

REFERENCIA
Domínguez G., L. (1990): Cuestiones Psicológicas del
Desarrollo de la Personalidad. Editora Universitaria.
Universidad de La Habana.
Domínguez G., L y Fernández R., L (1999): “Individuo, Sociedad y
Personalidad”. Revista Cubana de Psicología. Volumen 16,
No. 1.

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ÉTICA, RESPONSABILIDAD SOCIAL Y TRANSPARENCIA
LA POSIBILIDAD DE UNA VIDA LOGRADA
“La vida es como una leyenda:
no importa que sea larga,
sino que esté bien narrada”
Séneca
3.1 La necesidad de un proyecto vital
La existencia humana es un camino que está siempre por
construirse, una ruta que sólo se puede transitar viviendo. Nuestra
vida no es un producto terminado, sino lo contrario, para los seres
humanos, vivir significa hacer su vida. ¿Significa esto que todo lo
que somos y vivimos depende de nosotros? La respuesta es no. En
nuestra vida casi todo está en proceso de llegar a ser. En la vida
intervienen diversos factores: biológicos, fisiológicos, históricos,
etcétera. Lo más relevante es que a partir de ellos podemos ser
libres. Los actos libres son los que más nos caracterizan.
No hemos elegido nuestro aspecto físico ni el lugar en el que
nacimos o la época en que estamos. Pero sí decidimos qué hacer
con aquello que nos ha sido dado, qué hacer con esas condiciones
iniciales que prefiguran nuestra identidad. Podemos decidir cómo
conducir nuestra vida.

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Hay que añadir que podemos elegir dentro de un margen de
posibilidades. Algunos asuntos dependen de nuestra voluntad y
otros no. La madurez personal consiste precisamente en
distinguirlos, primero, y después en habituarnos a encaminar
nuestra voluntad a los fines más convenientes para una vida
lograda. La persona madura aprende a aprovechar las
circunstancias que no están en sus manos para que éstas no lo
aprisionen. Consigue, en la medida de lo posible, dominar y no ser
dominado por los acontecimientos. Escapa a las redes del “destino”,
del “entorno” y de la “herencia” a través de una voluntad recia y una
inteligencia penetrante.1 Somos constructores de nuestra propia
vida, como un arquitecto lo es de un edificio o una casa: él no
inventa de la nada los materiales ni el lugar en donde va a construir,
pero sí elige qué materiales le convienen más, cómo ordenarlos,
qué lugar es más propicio para construir. Para llegar a los mejores
resultados necesita definir cuál es el fin al que quiere llegar y qué
medios se necesitan para lograrlo, debe llevar a cabo un plan, un
proyecto de construcción. Lo mismo sucede con nosotros: para
lograr lo que queremos llegar a ser necesitamos definir cuál es
nuestro fin y cuáles son los medios para lograrlo.
Existen metas a corto, mediano y largo plazo. La mayor parte
de éstas son medios para el verdadero fin: la vida lograda. Se trata
de desarrollar al máximo nuestras capacidades para crecer como
personas y para colaborar con el bienestar de la sociedad.
La vida humana es un proyecto que depende de cada quien,
sin olvidar, como ya mencionamos, las cosas que no podemos
controlar. Somos responsables de lo que nos sucede o nos deja de
suceder. La libre elección supone responsabilidad: si elegimos,

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hemos de ser capaces de hacernos cargo de nuestra decisión y sus
consecuencias, al menos mientras estén a nuestro alcance.
En gran medida nuestra vida es un acto de elección. El
filósofo español, José Ortega y Gasset, decía: “El hombre puede ser
o por lo menos intentar ser lo que quiera. Por eso el hombre es
libre. Es libre porque su ser no es algo fijo y determinado, por lo
tanto no tiene más remedio que írselo buscando y esto —lo que va
a ser en todo futuro inmediato o remoto— tiene que elegirlo y
decidirlo él mismo. De suerte que es libre el hombre… a la fuerza.
No es libre de no ser libre”.

Paradójicamente, lo único que no podemos elegir es dejar de


elegir. Aun la abstención es una forma de elección. Aunque
podemos sentirnos controlados y obligados, la libertad es para el
ser humano una realidad innegable. La libertad es parte
fundamental de la condición humana.
La experiencia de la libertad no puede soslayar la relación con
los demás. La realidad nos 2 hace ver que los otros no pueden ser
excluidos de nuestro proyecto vital, porque es un hecho que los
seres humanos estamos en continua relación con el mundo y con
los demás. Nadie es autosuficiente. Podríamos decir que estamos
vinculados con los otros, de tal manera que no sólo somos
responsables de nuestra propia vida, sino también de sus
repercusiones sociales.
Las consecuencias de nuestros actos libres se reflejan
necesariamente en nuestro entorno. Cada una de nuestras
decisiones tiene un impacto que supera nuestra individualidad. En
la medida en que nuestro proyecto vital involucra a los otros,

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podemos decir que tiene diferentes niveles: el proyecto personal se
articula en la familia y la sociedad.

3.2. Niveles del proyecto


De entrada, pueden vislumbrarse tres niveles distintos en el
proyecto vital: el personal, el familiar y el social. Éstos son
inseparables, pero conviene reflexionar sobre las características
propias de cada uno.

3.2.1 Proyecto personal


Para estructurar un proyecto de vida no basta un instructivo o
una receta. Se trata de algo mucho más complejo e importante
porque está de por medio nuestro bienestar. Además, cada caso es
distinto porque las circunstancias y posibilidades varían de persona
a persona. Sería insuficiente una declaración de buenas intenciones
para concretar una vida lograda. Hace falta trazar objetivos y metas
específicas; también, asumir una actitud de auténtico compromiso
con los ideales elegidos.
La vida es intransferible: no se le puede pedir a otro que la
viva por nosotros. Cada uno es una persona distinta, particular e
individual. Nuestro proyecto personal no puede estar únicamente
determinado por patrones ya impuestos, porque éstos son tan
generales que no pueden tomar en cuenta todas las circunstancias
que constituyen cada historia personal y, por tanto, lo que somos,
pensamos y deseamos. Nada de lo que hacemos en la vida se hace
sin un motivo personal o social. Para entendernos y conocernos
verdaderamente, es necesario identificar el origen de estas
motivaciones, aprender del pasado y así vislumbrar el futuro. 3

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No podemos vivir simplemente repitiendo lo que otros han
hecho o decidido, porque como se ha mencionado, los seres
humanos somos libres y no estamos determinados a actuar de una
sola manera. Seguir los patrones impuestos significaría olvidarnos o
traicionarnos a nosotros mismos. Imitar lo que otros hacen para
evadir responsabilidades, implica ya una toma de postura ante el
mundo, una elección ciertamente desafortunada. Aunque no
podamos elegir lo que nos sucede, sí somos capaces de elegir
cómo enfrentarlo y qué hacer con ello.
Tener un proyecto personal significa tomar en cuenta el futuro. La
palabra “proyecto” alude al hecho de que los seres humanos
miramos el porvenir. Nuestra vida está siempre en tránsito y en
movimiento. Somos el resultado de las decisiones que hemos
tomado en el pasado y que van perfilando nuestro futuro. Todo lo
que hacemos tiene una motivación y un sentido. El futuro tiene un
alto grado de incertidumbre que hemos de considerar. A pesar de
esta indeterminación, el porvenir, en buena medida, depende de
nosotros.
 
3.2.2 Proyecto familiar
El núcleo elemental de la sociedad es la familia. Vivir en ella
conlleva también la integración de un proyecto. Los vínculos
familiares son los más estrechos. Por ello, la formación de una
familia supone y requiere una gran responsabilidad. Va más allá del
vínculo emocional y de la provisión y administración de bienes
materiales. Al interior de la familia se genera una red de relaciones
interpersonales que representa una influencia significativa.

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¿Podría dudarse de la conveniencia de que quienes conforman una
familia sean lo suficientemente maduros para dirigirla de un modo
positivo? No es fácil hallar el equilibro entre la integridad del núcleo
familiar y el respeto a la individualidad de cada uno de sus
miembros. Es importante también que los responsables de cada
familia tengan la capacidad de conocer a cada integrante para
colaborar con su desarrollo personal. De lo contrario, se corre el
riesgo de imponer proyectos vitales a los otros. 4 La socialización
primaria que brinda la convivencia familiar repercute en la
configuración del proyecto social. La familia es el entorno adecuado
para practicar la vida en sociedad. Por ello se requiere de especial
cuidado en el modelo de convivencia humana que se propone en el
seno familiar. Lo más conveniente es que dicho modelo se sustente
en el cariño, el apoyo, la comprensión y la ayuda mutua.

3.2.3 Proyecto social.


Nuestro proyecto personal y familiar está siempre relacionado,
directa o indirectamente, con determinada cultura y sociedad.
Anteriormente indicamos que nuestros proyectos personales
incluyen a los otros, pues el ser humano es social. Cuando alguien
desperdicia agua, tira un papel, estorba en el tráfico o pasa de largo
frente a la problemática de los demás como si no tuviera que ver
con ella, olvida su radical compromiso con la colectividad en la que
vive.
Tener un proyecto de vida de nivel social implica sentirse
integrado a la comunidad y tomar conciencia de la repercusión de
los actos personales en el bienestar general. Esto requiere pensar
más allá de nuestra individualidad, vernos en función de los otros y
viceversa.

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Necesitamos de los otros. La vida humana está diseñada para
ser vivida con otros. Tal es la condición humana. Los cambios
sociales se generan por la acción de los individuos en la
comunidad. Las ideas se enriquecen en la convivencia, y éstas
transforman profunda y radicalmente a los individuos y a su entorno
social. Muchas metas sólo se logran cuando los seres humanos
trabajan juntos. La proyección de metas comunes contribuye a la
conformación de la colectividad misma. Basta pensar en presas,
plantas de energía eléctrica, carreteras, hospitales. También la
cultura es un proyecto comunitario. Detrás de un libro está toda la
humanidad, desde la maestra del jardín de niños hasta el crítico
literario, pasando por el impresor y el distribuidor.
 
3.3 Identidad y apertura
Los seres humanos vivimos en sociedades y comunidades
porque necesitamos de los otros. 5
De una u otra manera nos identificamos con ellos: somos
semejantes. Esta identificación con los demás resulta esencial para
construir la justicia. Si no fuera así, sería imposible el agrupamiento
y la comunicación. Aunque cada miembro de la sociedad tiene
muchas cosas en común con el resto y su vida transcurre en
circunstancias compartidas, entre cada uno existen diferencias que
nos hacen únicos e irrepetibles. La dialéctica entre lo individual y lo
común, entre lo personal y lo social, es parte de la condición
humana.
Ser persona significa distinguirse de los demás, ser distinto
del resto. Cada uno de nosotros es único y original. Somos, en este
sentido, poseedores de un yo. El yo se compone de varias

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características que configuran la propia identidad. No es un núcleo
cerrado: estamos en continua relación con todo lo que nos rodea.
En este sentido, la propia identidad se conforma de una
mezcla de individualidad y apertura. La personalidad implica un
núcleo duro, incomunicable, propio, pero simultáneamente supone
comunidad y exterioridad.
Uno de los mayores logros de la sociedad moderna ha sido la
defensa de la individualidad. Al menos en el nivel teórico, estamos
habituados al discurso comprometido con los derechos humanos, la
libertad de expresión, el respeto a las creencias y la integridad
personal, a la participación democrática y otros tópicos relacionados
con la libertad de las conciencias y la autonomía de las personas.
Aunque en algunos debates se cuestionen diversos aspectos
del progreso social y se señalen excesos individualistas en la
mentalidad moderna, es inimaginable que alguien renuncie a los
beneficios que supone el respeto a su individualidad. Nadie querría
que sus decisiones personales fueran coartadas o sus actos
coaccionados por alguna instancia ajena.
Sin duda aún falta mucho por hacer en la defensa del valor
absoluto de las personas. Vemos con desánimo que existen todavía
quienes ignoran el carácter intocable de la dignidad personal.
Persisten excesos en la aplicación de las leyes y actitudes
socialmente reprobables por su connotación criminal. Cualquier
modo individual de proceder que se revierta contra el bienestar
social conlleva una agresión que desequilibra las relaciones
humanas, generando miedo, desconfianza e irritabilidad. El aparato
jurídico debe estar enfocado a la prevención y el castigo de estos
actos.

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Los efectos sociales de los actos individuales, sean o no
favorables, nos confirman la necesidad de armonizar la identidad
personal con los intereses de la comunidad. Esto quiere decir que
un individualismo exacerbado acaba por oponerse a las condiciones
que hacen posible el desarrollo personal. Si magnificamos nuestra
individualidad al grado de perder de vista la presencia de otras
individualidades igualmente valiosas, corremos el riesgo del
narcisismo. En la mitología griega, Narciso era un personaje
embelesado con su propia imagen, enamorado de su reflejo en el
agua. Quien tiene una fijación con el propio yo, lo empobrece y se
autodestruye. Narciso muere ahogado, porque se lanza sobre su
propia imagen reflejada en el lago. Así sucede con quienes hacen
de sí mismos el centro del mundo. Mueren ahogados, asfixiados,
sufren una especie de voluntario autismo ético.
La interacción entre individuo y comunidad reclama un
delicado equilibrio para evitar que se contrapongan y favorecer su
complementariedad. Una piedra de toque para alcanzar este
equilibrio es el aprendizaje de la convivencia bajo el supuesto de
que todos aspiramos a la vida lograda y ésta no se alcanza sin la
participación de todos. La individualidad se enriquece en la apertura
ante los demás. Sin embargo, “a decidir nuestro destino jamás nos
ayudará la sociedad, ni tal o cual persona, si nosotros no queremos
decidirnos. Nadie nos hará libres si nosotros no sabemos optar por
la libertad. Y nuestro mundo no se hará humano si nosotros no nos
humanizamos y lo humanizamos”. Así se expresó un pensador
alemán hace algunos años.
 
 
 
 
 

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3.4. El drama de la unidad: deber, libertad y vida lograda
La libertad le permite articular al ser humano su proyecto de
vida, que de una manera u otra, incluye a los otros. Sin embargo, es
importante considerar diferentes dimensiones del actuar humano
que intervienen en el proyecto vital. Nuestra vida es un ir y venir
entre estas dimensiones: la libertad, la realidad que nos determina
en cierto grado, nuestros deseos y, finalmente, aquello que
debemos ser.
El individualismo exacerbado al que nos referimos
anteriormente conduce a un enfrentamiento entre un supuesto
ejercicio de la libertad y los parámetros cívicos del deber. Parecería
que la defensa de la individualidad da pie a una comprensión de la
libertad como mera liberación, como ausencia de límites. Es un
lugar común pensar que la libertad consiste en dar rienda suelta a la
espontaneidad sin otra consideración que la de las fuerzas del
individuo. Este impulso podría significar un intento positivo de
originalidad y refleja la aspiración de cada uno hacia lo que se ha
planteado como meta vital. No obstante, este impulso originario ha
de ser encauzado y matizado: la libertad no es una fuerza ciega.
Necesita ciertas consideraciones racionales y algunas líneas de
acción.
La libertad no elige arbitrariamente; hemos de distinguir los
escenarios factibles y las realizaciones posibles de nuestra libertad.
Nuestros actos no deben lastimar la integridad de otras personas ni
violar las normas establecidas para el buen funcionamiento de la
sociedad. Los principios que se reflejan en las normas y
obligaciones representan lo que debemos hacer.
Parecería que el cumplimiento del deber se opone a nuestra
libertad. La noción de deber está íntimamente relacionada con la de

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razón. Ésta dictamina lo que debe o no hacerse. Las leyes no son
infalibles y, por ello, deben ser revisadas con frecuencia, y quizá
reformadas. Para que consigan incorporar los auténticos intereses
individuales y comunitarios, se requiere de una buena disposición al
diálogo razonado. En este sentido, el deber siempre tiene que estar
acompañado de determinadas razones que lo justifiquen.
Aun cuando es verdad que existe la autonomía de la libertad,
nuestra identidad se configura a partir de la presencia de los demás
(sociedad, instituciones, cultura, etc.). No podemos actuar al
margen de ese entorno. Éste nos sirve como parámetro de acción,
como factor orientador de la libertad. En muchas ocasiones, por
ejemplo, no sabemos cómo enfocar bien nuestra libertad y nos
sirven las experiencias de los demás. La sociedad nos enseña
actitudes favorables, aunque también puede acostumbrarnos a
conductas perjudiciales. El individuo interviene en la sociedad y, al
mismo tiempo, ésta participa en la configuración de su
personalidad. Esta situación parece un círculo vicioso: si hemos
nacido en una sociedad corrupta, seremos corruptos y
perpetuaremos este mal hábito comunitario.

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Aunque el dilema enunciado parece convincente, aquí es en
donde se impone la esencial autonomía de los individuos. Éstos son
capaces de romper esa circularidad aparentemente insoluble
porque son capaces de discernir entre las influencias sociales que
conviene asumir y las que han de ser rectificadas. La libertad
fundamental de los individuos abre la puerta al cambio social, al
verdadero progreso comunitario. Ése es nuestro principal deber
social, y sólo cuando nuestra libertad se oriente hacia él habremos
iniciado el camino de la vida lograda.

3.5. Integridad de roles


Los seres humanos somos individuos únicos e irrepetibles,
pero también somos parte de una sociedad. Nuestro proyecto de
vida ha de incluir los diferentes niveles o dimensiones en los que
transcurre la vida: personal, familiar y social. En cada uno de estos
niveles o dimensiones, los individuos desempeñamos distintos roles
que de alguna manera se implican y se relacionan. Hemos insistido
en que nuestro yo no está alejado de los demás; por el contrario, se
encuentra abierto y en continua relación con los otros.
Los roles que asumimos en la vida deben ser coherentes.
Somos al mismo tiempo hijos de familia, estudiantes universitarios,
miembros de un grupo de amigos, integrantes de un equipo
deportivo, de un partido político o de una red de acción social. Cada
uno de estos roles es distinto, pero no están disociados: la
fragmentación es nociva, genera tensión y pérdida de la identidad
personal. Aunque no nos comportamos de la misma manera entre
amigos que en la universidad, en todo lo que hacemos permanece
nuestro sello personal, esa marca que le da unidad a todo lo que
hacemos y que da coherencia y consistencia al proyecto vital. Si

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fuéramos un conjunto de partes fragmentadas, sin unión, nos
expondríamos a cierta “esquizofrenia existencial”: ¿quién soy yo, si
no hay un vínculo entre mis diversos roles?
Conforme crecemos, vamos adquiriendo más compromisos y
responsabilidades. Esto hace que nuestra vida se enriquezca y que
los roles que desempeñamos se diversifiquen. Los niños pequeños
realizan un número limitado de actividades y trabajos. Éstos van
aumentando con el paulatino desarrollo y crecimiento.
Por el simple hecho de pertenecer a una familia y a una sociedad,
desempeñamos roles distintos que van dando sentido a nuestra
vida e incrementando nuestra participación en el entorno.

3.6. Ordenación de finalidades


En resumen, podríamos decir que el propósito de crear un
proyecto vital es aproximarnos a la vida lograda. Ésta sólo es
posible si tomamos en cuenta cada uno de los niveles, dimensiones
y roles en los que nuestra vida transcurre. Como ya dijimos en el
apartado anterior, somos un todo compuesto de partes unidas entre
sí. Además del pleno desarrollo de estos distintos niveles, se
necesita reflexionar para poder definir cuáles son los motivos que
nos llevan a actuar y las metas que queremos alcanzar.
Al analizar estas metas o fines, nos daremos cuenta de que
no todas están en el mismo nivel. Existen fines que se convierten en
medios para obtener un objetivo mayor y así sucesivamente.
En nuestro proyecto de vida debemos aprender a distinguir lo
más y lo menos importante, lograr ordenar los fines de lo más
inmediato a lo más trascendente. Para lograr esta distinción, es
indispensable saber quiénes somos y cuáles son las situaciones en
las que estamos inmersos. Un proyecto de vida no es un mero

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listado de medios y fines para alcanzar algo que se nos ha metido
en la cabeza. El primer paso en un proyecto de vida es tomar
conciencia de que somos los agentes responsables de nuestra
existencia. En este sentido, tenemos un compromiso con nosotros
mismos: somos actores de nuestra vida.
Pero todo actor sabe que debe seguirse un guión, so riesgo de caer
en un “teatro del absurdo”. Este guión lo escribimos cada uno de
nosotros, tomando en cuenta las circunstancias y a los compañeros
de escena. No es un escribir solitario, es una co-autoría. En
realidad, sólo al final de la obra sabremos si nuestra vida fue una
tragedia, una epopeya, una comedia o un burlesque. No obstante,
mientras actuamos y escribimos —las dos tareas son simultáneas—
sí que podemos vislumbrar el final a partir del orden que hemos
seguido. La escena conclusiva es consecuencia —no lo
olvidemos— de los actos que la precedieron.

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