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Capítulo XII

CAPITALISMO Y SOCIALISMO O FASCISMO


RUBÉN ZORRILLA

Cuando apareció -hacia 1848-, el socialismo marxista se apropió del calificativo


de "científico", tanto por su carácter aideológico, como por su método
particular, la dialéctica, creada por uno de los filósofos más reaccionarios de la
historia (Hegel, 1770-1831).
Para Marx, lo ideológico era lo falso, lo engañoso, aquello construido
para vestir de apariencias lo real; la ciencia, en cambio, destruía las
mistificaciones que adulteraban la realidad. Pero sólo se podía llegar a ésta,
o a su genuinidad, por medio del método dialéctico, que descubría la ruta
para llegar a la realidad. Porque el conjunto de lo real está entramado por
procesos que son en esencia dialécticos. Allí donde hay un descubrimiento,
una innovación, un conocimiento cierto, es porque se ha pensado
dialécticamente. Pero este pensamiento nuevo ha estado librado al acaso, a
la inconsciencia. Desde que Marx la puso de pie -nos dicen los marxistas, si
bien menos asiduamente que en el pasado-, la dialéctica puede ser
aprendida y usada siempre, y conscientemente, lo que nos permite llegar en
vivo y en directo al meollo de los procesos reales. Lo que significa que la
capacidad de producir conocimiento nuevo aumenta extraordinariamente.
Se lo ha arrancado de lo incierto y casual, de lo imprevisto e inclusive
-probablemente- de lo trabajoso.
Si hubiera realizado este hallazgo de gravitación incalculable en el
campo de las ciencias sociales, Marx habría contribuido como nadie al
entendimiento de la economía, la historia y la sociología, y particularmente
al esclarecimiento de sus relaciones con la psicología.
Los errores teóricos que cometió -a veces inconcebibles si lo com-
paramos con su talento- y sobre todo el rechazo de los procesos empíricos
para someter a prueba la pretensión de verdad de sus hipótesis y pre-
dicciones, demuestran que las esperanzas cifradas en el método dialéctico
eran totalmente ilusorias. Si aplicáramos su terminología diríamos que eran
por completo ideológicas, además de alienadas y alienantes.
Las experiencias del socialismo real -aquellas revolucionarias y las de la
etapa constructiva de un nuevo orden social- culminaron en la negación de
sus anticipaciones. En este plano no tuvo el más mínimo acierto. El
desarrollo del mismo capitalismo, al que dedicó todos sus esfuerzos
teóricos, tuvo un curso completamente distinto del que él esperaba, lo que
ya era incuestionable cuando todavía vivía (murió en 1883).
El mito de la dialéctica, a diferencia de las lágrimas de San Genaro,
invadió los círculos de los científicos bienintencionados y el de los filósofos
camaradas de ruta, y arribó a los claustros de las universidades y a los
escritorios de los premios Nóbel. Más que en ningún otro ámbito, llegó a los
análisis rigurosos de los intelectuales marxistas, quienes se consideraban
los oráculos supremos de los procesos sociales nacionales y mundiales,
además de los que fatalmente habrían de venir.
A partir de estos profusos y constantes intentos -invariablemente
fallidos- se vio que los marxistas (de perspectivas a veces opuestas no
obstante contar con el mismo método) ni acertaron lo que depararía la
dinámica de la economía capitalista -en los pocos lugares donde existía- ni
en los procesos políticos concomitantes, y menos aún en las repercusiones
de ambos en el escenario internacional. No entendieron las revoluciones
resultantes del avance de la economía dineraria ni la destrucción de la
sociedad aristocrática o estamental; no entendieron la Gran Guerra (1914-
1918), ni previeron el fascismo, ni el nacional-socialismo, y tampoco los
movimientos nacionales-populares.
En el caso del golpe de Estado bolchevique de octubre de 1917 en
Rusia, atribuyeron su triunfo a la corrección del análisis marxista de la
"lucha de clases", cuando en rigor dependió por entero de la pericia táctica
en aplicar las lecciones de Maquiavelo. Es cierto, sin embargo, que la
destrucción de la institucionalidad zarista -ya en el poder Lenin- y la
creación, en su lugar, de estructuras socialistas, se hizo siguiendo fielmente
las indicaciones de Marx.
Si las consecuencias mediatas e inmediatas de esas indicaciones fueron
totalmente diferentes a las esperadas por Marx.y por los mismos
revolucionarios, se debe a que sus hipótesis principales, y la teoría general
-aun en lo que tiene como filosofía de la historia y antropología filosófica-
estaban completamente equivocadas, hecho que los creyentes se niegan, no
meramente a aceptar, sino siquiera a considerar.
Todas las revoluciones socialistas, sin excepción, fueron realizadas en
condiciones diferentes y aun opuestas a las anticipadas por la teoría, y a la
inversa: allí donde se daban esas condiciones, especialmente en sus
aspectos "materiales" (tal como exige la teoría), no se produjo.
En el campo crucial de las predicciones, los marxistas, que en los
comienzos del siglo XX vieron que el capitalismo no se derrumbaba sino que
avanzaba, atribuyeron ese fenómeno a la expansión del imperialismo.
Concibieron a éste como la "última etapa del capitalismo", ya agotada su
capacidad de creación. Capitalismo que exacerbaba sus contradicciones
internas y que las descargaba violentamente en guerras feroces en la
misma medida en que ninguna solución era posible. Por otra parte. en el
interior de cada país capitalista, la violencia extrema era cada ''vez más
necesaria para acallar los terribles disensos, y en especial, la generalizada
lucha de clases, lo que conducía necesariamente a que la “clase dominante"
se abroquelara en un Estado arbitrario (una dictadura final) para salvarse de
su inminente destrucción, frente a los desafíos definitivos de la "clase
obrera", que había asumido, por fin, su "conciencia de clase".
Este era el cuadro, en términos marxistas, en el final de la Gran Guerra
en 1918. Inesperadamente, y en contra de todas sus predicciones, la
socialdemocracia (el primero, y más grande, partido marxista del mundo),
accedió al poder en Alemania, pero sin tener la menor idea acerca de lo que
debía hacer; ni el método dialéctico ni la teoría habían trabajado sobre una
situación semejante. Todo el contexto histórico era completamente distinto
al que había considerado la teoría marxista durante décadas. El primer
partido político marxista del mundo había llegado al poder en uno de los
países más desarrollados de Occidente, el que, sin embargo, había sido
vencido en la guerra.
Simultáneamente, en la Rusia zarista, el bolchevismo -el marxismo
leninista- había ejecutado un golpe de Estado y habían ocupado el gobierno.
Estaba embarcado en una guerra civil que duraría hasta 1921. Pero aquí
Lenin -con el equipo de revolucionarios profesionales que
habia conducido- sabía perfectamente qué hacer: abolir la propiedad
privada, crear grandes monopolios del Estado, controlar y registrar a toda
población, imponer el trabajo obligatorio, institucionalizar el pensamiento
único según la doctrina del gobierno, y aplicar una planificación total, lo que
implicaba ejercer una dictadura como jamás había existido en la historia,
porque se realizaría -a diferencia de los despotismos del pasado- con una
nueva tecnología de dominación, antes inexistente.
El enfrentamiento entre estos dos marxismos se expresó en las di-
ferencias entre la socialdemocracia original -que estaba comenzando a
comprender, con mucha renuencia, las limitaciones de Marx sin
abandonarlo- y la interpretación leninista, fiel a las sagradas escrituras, que
no tenía la más mínima idea de los errores y horrores de Marx, y que no
comprendía el proceso histórico real en el conjunto de Occidente, ni el
capitalismo, ni la crisis del Estado-nación, y menos las peculiaridades de la
sociedad y la cultura de alta complejidad. Todos estos elementos con-
formaban un plexo de problemas que la estrechez de la teoría, tanto en la
socialdemocracia revisionista como en el leninismo, no podía captar.

Avance del Estado sobre la sociedad civil

Esta oposición entre dos vertientes de una misma y monolítica perspectiva


política -ambas en el gobierno de dos grandes países- mostraba hasta qué
punto la política interna se había internacionalizado, y en qué grado las
disyunciones, y la violencia para decididas, se había instalado en la
cosmovisión de liderazgos decisivos y en la vida cotidiana de la gente. La
Gran Guerra, en términos de la defensa del Estado-nación, hizo posible que
el Estado invadiera espacios vitales de la sociedad civil y que generalizara
las coerciones en todos los mercados, con el empleo de nuevos medios de
dominación (aquellos que admiraba Lenin para aplicar en el socialismo y,
por supuesto, en plena situación de paz).
Mediante los impulsos de la Gran Guerra, el Estado-nación reveló los
límites de sus posibilidades, tanto para decidir las hostilidades como para
establecer las condiciones de paz de la posguerra. Todas estas posibilidades
se agotarían completamente al fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-
1945). Simultáneamente, el imperialismo, que es su manifestación
paradigmática como expresión de dominio entre Estados soberanos, se
tomó económica, política y militarmente imposible.
El Estado-nación era ya incapaz de sostener puntos estratégicos con
colonias que sólo beneficiaban a los que estaban en el poder o a grupos
conectados con ellos, o a la burocracia política y militar. La posguerra que
siguió a 1945 mostró la realización de lo que ya se sabía: la quiebra y
liquidación definitiva de todos los imperios, un sistema arcaico de
dominación, incompatible con mercados mundializados e intercambios
políticos consensuados. Cuando las bases políticas y militares se tomaron
demasiado costosas para el Estado-nación --que era su matriz- el
imperialismo cayó solo: nadie lo derrumbó. Japón, Italia, Portugal, Holanda,
Bélgica, Gran Bretaña, Francia, España, florecieron después de
desprenderse de sus colonias. Esto demuestra que el imperialismo per se
no era necesario ni indispensable para explicar la riqueza que creaba la
economía de mercado, aunque es cierto que coexistía con ella. Los
gobiernos y las burocracias civiles y militares se beneficiaban con él, pero
no las sociedades, para la que significaba un esfuerzo costoso, mitigado por
la "gloria" que aportaba al nacionalismo. En los marxistas y marxistoides era
general y muy arraigada la idea de que sin imperialismo el capitalismo no
podría vivir: se acababa la fuente de explotación que lo mantenía a duras
penas. Esta idea se reveló completamente errada.
El único país que no se benefició inmediatamente con el abandono de
sus colonias fue Inglaterra, por una razón bien específica: la política
laborista de las nacionalizaciones. El único imperio sobreviviente,
brutalmente agrandado desde el término de la guerra en 1945, fue el de la
Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, que no era unión, ni república,
ni soviética y que se mantuvo hasta 1991.
La llamada "guerra fría" no tuvo nada que ver con el imperialismo sino
con el proceso de dirimir bajo qué principios generales habría de
encarnarse el consenso necesario para una comunidad de naciones, la
mayoría de las cuales no cuentan con sistemas democráticos de gobierno
y, sin embargo, no pueden dejar de tener voz y voto en las Naciones
Unidas. Hay que decidir si esos principios generales serán los de la
propiedad privada, o en su defecto la estatal; si el mercado o la pla-
nificación central; la opinión pública institucionalizada o la censura; el
mercado del voto o la dictadura; la investigación libre o la ciencia dirigida,
la libre creación estética o el arte regimentado; el trabajo libre o el
obligatorio.
Al término de la Gran Guerra la socialdemocracia aceptó, si bien con
grandes resistencias, el debilitamiento de sus fundamentos teóricos
-asentados en el marxismo- porque vio, no muy claramente, que la
realidad histórica que vivía mostraba aspectos sociales básicos comple-
tamente diferentes a los que esperaba de acuerdo con su paradigma
interpretativo . El mismo hecho de que hubiesen alcanzado el poder en un
país como Alemania -vanguardia en la industria, la ciencia y la técnica
resultaba asombroso e inexplicable. Estaba fuera de sus expectativas
teóricas y prácticas. A tal extremo que debió improvisar soluciones
precarias sobre la marcha. La abolición de la propiedad privada habría
implicado necesariamente la dictadura, lo mismo que la planificación
central, dos medidas que reclamaban un autoritarismo extremo. Alemania
resultaba ser una sociedad demasiado compleja para esas simplificaciones.
Además, a pesar de su derrota, el ejército conservaba un gran prestigio,
un dato decisivo y completamente distinto al de la Rusia zarista, cuyas
fuerzas armadas se habían en gran parte disgregado. Por eso Lenin había
señalado que ocupar el gobierno -dar el golpe de Estado-había sido
extraordinariamente sencillo, mucho más de lo que había pensado cuando
lo encararon.
Más allá de sus disensos interpretativos -que se prolongaron en graves
rupturas políticas- los marxistas coincidían en que el capitalismo (origen del
imperialismo) en descomposición, era la causa de la guerra, el enemigo para
la construcción de la paz, y la barrera económica que impedía la
recuperación del nivel de vida. Más que todo, era un sistema que, a punto de
perecer, estaba dispuesto a recurrir a los métodos más salvajes para
defender sus últimos hálitos de vida. La violencia extrema era su carta final
y, lo peor, única. Los marxistas no se plantearon, ni formularon la posibilidad
de que se produjeran fenómenos como el fascismo (1922) o el nacional-
socialismo (1933), no obstante examinar los procesos reales con el método
dialéctico. Y cuando ellos aparecieron, se desarrollaron, y ocuparon el poder,
se consolaron pensando que, simplemente, ambos constituían instrumentos
políticos del capitalismo en trance de perecer. Tanto como el imperialismo, el
fascismo y el nacional-socialismo formaban parte de la última etapa del capi-
talismo. En otras palabras: el capitalismo, en la etapa previa a su deceso, era
sinónimo de imperialismo, fascismo y nacional-socialismo. Con el empleo de
la dialéctica llegaban a este resultado.
En cambio, el socialismo era la única vía para evitarlos. Había que elegir
entre socialismo o fascismo.(!) No cabía ninguna otra posibilidad. Pero el
mero hecho de elegir (el proceso no era necesario) suponía que el socialismo
podía no ser elegido y que, por lo tanto, no era una consecuencia necesaria
que habría de seguir a la caída del capitalismo. En este caso, ¿qué sería lo
que habría de aparecer?
Suponía también que en la propuesta de la opción, ésta se dirigía al
mercado de la opinión pública, la cual operaba en el marco del proceso de
democratización fundamental, ya avanzado. Es decir, el socialismo y el
fascismo, entre otras empresas políticas, luchaban a brazo partido por su
aceptación en el mercado del voto. Los dos coincidían en hacer del Estado un
ente absoluto, los dos eran anticapitalistas ("combatiendo al capital"),
antimodernos (salvo en la aceptación de las mejoras técnicas) y rechazaban
la complejidad social. Además, aceptaban la violencia para decidir los
disensos políticos, aunque se hallaran contenidos -a medias- en un sistema
democrático, al que consideraban una máscara de la "burguesía" (el
capitalismo). Es que la libertad, el Estado de derecho, la justicia, la
democracia, eran entelequias liberales. El socialismo o el fascismo, por el
contrario, los convertirán en "verdaderos.. A ambos los sobrecoge el odio a
los principios y esperanzas del liberalismo. En particular, el fascismo es la
vertiente nacionalista de un socialismo en que la propiedad, en manos de los
trabajadores, está controlada y supervisada por el Estado, pero no ha
desaparecido. Es en este punto principalmente donde el socialismo fascista
se separa del socialismo marxista en su práctica más general. Creo que lo
esencial es comprender que el socialismo y el fascismo tienen los rasgos
comunes que señalé y que por eso no representan opciones opuestas.
Schumpeter, que avizoraba el socialismo para la posguerra que se inicia
en 1945, lo advirtió claramente: "…lo único que puede predecirse es el
socialismo en el sentido definido en este libro. Ninguna otra cosa puede
predecirse. En particular, hay poca razón para creer que este socialismo
significará el advenimiento de la civilización con que sueñan los socialistas
ortodoxos. Es mucho más probable que presente rasgos fascistas. Esa sería
una extraña respuesta a la predicación de Marx. Pero la Historia consiente a
veces bromas de mal gusto."(2)
Un habitante del archipiélago GULAC (los campos de trabajadores
esclavos en la Unión Soviética) hace esta pregunta increíble al jefe del
campo: "¿Por qué en nuestro campo el régimen es fascista?"(3) La res-
puesta es sencilla: porque todo el sistema social existente en Rusia lo es. Yo
diría más: es peor que el fascismo real (el mussoliniano) puesto que allí
jamás existieron trabajadores esclavos, mientras que en la Unión Soviética
rondaban los 15 millones. (4)
Mussolini, el socialista más importante de Italia hacia 1914, y creador
del fascismo, en el último año de su vida escribe: "Entré como socialista en
la vida política y como tal saldré de ella."(5) Y agrega todavía la gran
esperanza: "... la política interior de Italia estará influida por ..las leyes de la
socialización; en efecto, no vacilaré un solo instante, una vez ganada la
guerra, en llevar a la práctica en toda Italia la socialización, y espero esta
vez encontrar a los hombres en los que pueda confiar por completo."(6)
La conclusión de estas breves pero significativas citas -que podrian
hacerse abrumadoras- muestran que el socialismo no es de ninguna manera
lo opuesto al fascismo, sino una meta que difiere, especialmente en sus
consecuencias prácticas, muy ligeramente de él.
Por otra parte, Mussolini y en particular Hitler comprendieron la
naturaIeza y la eficacia de la práctica de la violencia más despiadada
aplicada por Lenin para dirimir los conflictos políticos internos y asentar el
poder del Estado en manos de un solo grupo, sin competencia posible.
Ambos copiaron los métodos de Lenin en el ejercicio del terror desde el
Estado para destrozar a sus rivales -anarquistas, socialistas y aun
bolcheviques- y al mismo tiempo para controlar con mano de hierro a los
trabajadores y en especial a los campesinos, que debieron soportar
matanzas de millones, genocidios sociales no superados hasta ahora,
realizados antes de Hitler y superiores a los realizados por él al menos si
tenemos en cuenta la cantidad de personas muertas.
Tanto el socialismo marxista como el nacional-socialismo demostraron
siempre, en el ejercicio del poder, que eran metodológica y sistemá-
ticamente antidemocráticos. Es que para moderar y dominar las tensiones
que desarrolla una sociedad sin propiedad privada, sin pluralidad de
poderes en la sociedad civil y sin justicia, es indispensable una dictadura
extrema. Marx, Lenin, Mussolini, Stalin y Hitler pensaron en este punto
absolutamente lo mismo: para realizar el orden social que imaginaban, la
dictadura era el único procedimiento político.
No obstante estas evidencias teóricas y empíricas -según lo demuestra
el curso del proceso histórico de los últimos ciento cincuenta años- la
mayoría de los marxistoides sigue creyendo, no que el socialismo real
desemboca inevitablemente en una especie de orden más cruel que el
fascismo, o que éste es una especie de socialismo, sino que el capitalismo
deberá recurrir al fascismo para sostenerse, justamente él, que ha sido la
matriz histórica de la democracia y que la ha promovido en todo el mundo
al fin de la guerra más terrible de la historia.
Después de rechazar estos testimonios de la experiencia histórica, los
marxistoides y camaradas de ruta han elaborado la disyunción "socialismo o
fascismo", como si ésa fuera la alternativa que enfrentamos y como si el
socialismo real fuera o haya sido el paraíso y el fascismo lo contrario
Si cotejamos esta creencia con el material empírico que nos ofrece la Italia de
Mussolini y la Unión Soviética desde Lenin a Gorbachov, el veredicto es
contundente: las posibilidades de vida en Italia entre 1922 (ascenso de
Mussolini) y 1939 (comienzo de la guerra mundial) eran más y mejores que las
existentes en la Unión Soviética en el mismo lapso.
Hannah Arendt comenta sobre los niveles de represión en ltalia durante
la etapa particularmente activa de 1926 a 1932, los Tribunales Especiales
para delitos políticos impusieron siete penas de muerte, 25 sentencias a
diez o más años' de cárcel, 1360 de menos de diez años y sentenciaron a
muchos más al exilio. Además, fueron declarados inocentes unos 12.000,
procedimiento completamente inconcebible bajo las condiciones del terror
nazi o del bolchevique"(7). Goebbels lo vio muy bien: EI Duce no es un
revolucionario como el Führer o como Stalin. Se halla tan ligado a su propio
pueblo italiano, que carece de las amplias cualidades de un revolucionario y
de un agitador mundial."(8)
La misma Hannah Arendt nos ofrece más datos, entre los millones que
podrían elegirse de otras fuentes: "A las víctimas del Primer Plan Quinquenal
(1928-1933), estimadas entre nueve y doce millones, es necesario añadir las
víctimas de la Gran Purga -se calcula que fueron ejecutadas tres millones de
personas y detenidas y deportadas entre cinco y nueve millones. (...) Pero
todas estas estimaciones parecen ser inferiores a las cifras reales. No tienen
en cuenta las ejecuciones en masa, de las que nada se supo hasta que 'las
fuerzas alemanas de ocupación descubrieron unos enterramientos en masa en
la ciudad de Vinntsa, que contenía millares de cuerpos de personas ejecutadas
en 1937 y en 1938'.
Es innecesario decir que este ulterior descubrimiento hace que los
regímenes nazi y bolchevique parezcan aún más variaciones del mismo
modelo. Puede advertirse mejor hasta qué grado figuran en el centro de la
oposición actual las matanzas en masa de la era staliniana, examinando el
proceso de Sinvavsky y Daniel.”
Es decir: el socialismo real es mucho peor que el fascismo, al extremo de
que Arendt afirma que el último no fue totalitario; en cambio, el primero
pertenecía al mismo modelo que el nacional-socialismo. Como elemento
diferencial, hay que apuntar que hacia 1940, Mussolini (lo mismo que Hitler)
tenía el apoyo de la mayor parte de la población, algo que no sucedía con
Stalin hacia la misma fecha. Pero veamos otros datos significativos para
mostrar que la represión que implicaba el fascismo era mucho menos rigurosa
que la existente en el socialismo real. Gramsci (1891-1937), por ejemplo,
fundador del Partido Comunista Italiano, fue arrestado en 1926. Gravemente
enfermo, fue liberado en 1937, año en el que murió en un hospital de Roma.
Durante su cautiverio pudo escribir artículos y cartas que luego se publicaron
como libros. Benedetto Croce (1866-1952) publicó en 1938, en Nápoles, un li-
bro que en castellano se llamó La historia como hazaña de la libertad
( publicado por Fondo de Cultura Económica en 1979). Que Gramsci pudiera
escribir en la prisión y nada menos que cartas y que Croce publicara en
Nápoles en 1938, y se hallara libre, son hechos absolutamente impensables en
el socialismo real o en el nacional-socialismo. Ambos habrían desaparecido en
cuanto la policía se hubiera dado cuenta que estaban vivos. Lunacharsky
(1875-1933) ministro de Educación del primer gobierno de Lenin, le dijo a
Fedor Chaliapin (1873-1938) -famosísimo cantante ruso que simpatizaba con
la revolución- que se fuera inmediatamente del país "con lo que tenía puesto",
porque su vida corria peligro. Le hizo caso y salvó su vida escapando a París
en 1921. Esta anécdota terrible da la medida de la represión existente cuando
Lenin gobernaba. Ni se podía tolerar que un cantante de ópera pensara dife-
rente, seguramente en minucias, puesto que no era un político.
Creo que el conjunto de estos datos es por lo menos persuasivo.
Faltaría subrayar que Mussolini, no obstante las coerciones de su dictadura,
no creó campos de trabajadores esclavos, tal como existieron en el
socialismo real. Brzezinski y Friedrich aportan algunos datos importantes:
“la GULAG [Campos Correctivos de Trabajo] suponía una aportación
importante a la economía estatal soviética. Según el Plan. estatal de
desarrollo de la economía nacional de la URSS para 1941 del que se
apoderaron los alemanes, la policía secreta aportaba al capital de inversión
proyectado el 18 por ciento del total (89 h.). En él no estaban incluidos los
proyectos del MVD como los de la industria maderera del norte y las minas
de oro de Ko1yima. Como se comprenderá, esas enormes empresas
requerirán gran número de prisioneros, ) los distintos cálculos de los
trabajadores forzados de la URSS 10 hacen elevar a millones."(I2)
Los mismos autores ofrecen una perspectiva global del trabajo esclavo:
"¿Cuál era el volumen e importancia de esta masa esclava en la economía
soviética, y cuáles fueron sus realizaciones? En 1941 produjo 5.325.000
toneladas métricas de carbón; 34.730.000 metros cúbicos de maderas
comerciales y para quemar, o sea, el 11,9 por ciento de la producción
soviética; el 14,49 por ciento del mobiliario total; el 22,58 por ciento de
enlaces ferroviarios; el 40,5 por ciento del mineral de cromo, etc. (...) Los
cálculos de una porción de individuos que ha tenido que ver con este
gigantesco 'ejército de reserva industrial', fluctúan entre 8 y 14 millones. A
ellos deben añadirse los campos de trabajo de los países satélites, pero no
se han hecho [todavía] cálculos fidedignos."(I3)

Harry Schwartz señala el papel de amenaza que tenía el sistema de


trabajo esclavo sobre la población soviética, y su relación con la policía
secreta: "Stalin utilizó un complejo de fuerzas, propaganda e incentivos
económicos diferenciales. La coerción era mantenida por la policía secreta y
por la constante amenaza de muerte o prisión en los campos de trabajos
forzados para los que osaran expresar su descontento político o económico. El
sistema de trabajo esclavizado fue igualmente un factor significativo de la
economía de aquellos tiempos y de gran parte del mandato de Stalin. A este
tipo de trabajo se dedicaron millones de presos políticos y prisioneros de
guerra, en diversos proyectos...".(14)
Frente a estos datos, no se puede dudar de que tanto el zarismo como el
fascismo, aun en sus momentos de mayor violencia, fueron superlativamente
cautos y suaves en comparación con los testimonios históricos que podemos
recoger del socialismo real. Con trabajo obligatorio, es decir, sin mercado
laboral, o trabajo voluntario, el Estado posee un dominio absoluto sobre la
sociedad civil. Como decía Trotsky: "El antiguo principio: 'Quien no trabaja no
come', es reemplazado por este otro 'Quien no obedece no come'."(IS) No sé
si por cinismo o por inconsciencia, o porque los lobos salvajes aspiran a
parecer corderos, Trotsky omite decir que él fue factor decisivo en la creación
de ese sistema junto con Lenin, y que propuso siempre las medidas más
atroces para los que pensaban diferente. Era un jacobino nato. Además, él
firmó con Lenin el decreto que en 1920 creaba campos de concentración,
¿contra la "burguesía”? De ninguna manera: contra los trabajadores. Él pidió y
obtuvo del Noveno Congreso del Partido, en marzo-abril de 1920, la militariza-
ción de la mano de obra.(6) Ahora se queja y arroja lágrimas de cocodrilo
sobre un monstruo que él creó, cuando puede hacerse el inocente. Stalin y sus
seguidores sólo usaron lo que Lenin y Trotsky habían construido. Y si él
hubiera triunfado sobre Stalin, habría procedido con la misma determinación y
ferocidad. Esa era la madera del bolchevique, y ésa era la lógica del sistema.
Pero el mito persiste, no en los desheredados y analfabetos de la edad de
las tinieblas, sino en nuestras universidades, centros de investigación
(nacionales, continentales y mundiales) y premios Nobel. Veamos un ejemplo
alucinante, pero absolutamente común y aun convencional: 'Las calumnias
que la burguesía lanzó contra el socialismo se van respondiendo con el avance
económico, social y político de los países socialistas. ¿Quién, hoy, con un
mínimo de conocimiento, puede creer que el socialismo lleve a la prepotencia,
a la tiranía, a la destrucción de la familia ,a la persecución religiosa, etc.?
Todos estos mitos se van destruyendo con el ejemplo de una sucesión de
países que, aunque estén económicamente atrasados, presentan niveles
morales y culturales mucho más altos que los países más adelantados del
mundo capitalista ahogados por la dolce vita, la criminalidad juvenil, la
prostitución, la criminalidad en general. (…) El socialismo es así, cada vez más,
una salida necesaria a la humanidad. Una salida económica, política
social,cultural y moral. "
Ante tanta ingenuidad y tamaña desinformación, ¿qué decir? A 16 años
del informe secreto de Nikita Krushchov (la noche del 24 al 25 de febrero de
1956), ante el XX Congreso del PCUS, en el que relata los crímenes de Stalin
-que son, en rigor, los crímenes del sistema socialista- un investigador (sic)
en ciencias sociales afirma tácitamente que esas confesiones (contenidas,
acotadas y estratégicamente seleccionadas. pero válidas y significativas)
son una calumnia. Krushchov, secretario general del Partido Comunista y
uno de los brazos derechos de Stalin "no tenía ni un mínimo de
conocimiento". Seguramente, este autor ha pasado su vida investigando, y
en su curricula debe contar con becas de todo el mundo y contribuciones
para sus esmerados trabajos. Debe figurar, además, en la bibliografía
obligatoria de los cursos de ingreso manejados por la clase dominante.
Forma parte del destacado personal do cente de la UNESCO, como señalé
en una nota anterior.

Democracia, capitalismo, fascismo y socialismo


Los que formulan la disyunción -ya notablemente arcaica, pero viva en la
mitología universitaria- socialismo o fascismo quieren alertarnos acerca de
un fenómeno inevitable: en su agonía, el capitalismo se convertirá en
fascismo. Ya vimos, a través de compulsas empíricas, que este hecho sería
grave para nuestras posibilidades de vida y sobre todo para su calidad. Pero
que en caso del socialismo eso sería mucho peor. Con todo, es un hecho de
la imaginación que el fascismo -muy justicieramente (recordemos que el
general Perón simpatizaba con el fascismo)es muy mal visto y mal
conocido: eso lo diferencia del socialismo, cuyo desconocimiento es
también deficiente, pero que es en general bien visto, si nos atenemos a la
perspectiva convencional.

Por eso nos dicen que la única manera de impedir este cruel desenlace (la
conversión natural del capitalismo en fascismo) es que destruyamos el
capitalismo antes de esa metamorfosis, y construyamos el socialismo. Aparte
de los problemas insuperables que esta propuesta supone desde el contexto
de la política práctica (sea en la nación, el continente o el planeta), existen
dos vías de acceso para estimar su pertinencia o validez como orientadora de
la acción social:

1. Una vía sería ver si el capitalismo, o, antes que él, la economía


dineraria, ha impulsado el pluralismo político, la libertad de expresión,
el desarrollo y la defensa de los derechos civiles y humanos, y el
Estado de Derecho, entre otros atributos de una sociedad mejor y
mejorable.
2. Otra vía sería examinar si los socialismos reales -no los imaginarios,
que surgen de lo que desearíamos- avanzaron sobre esos mismos
atributos y, además, cumplieron las promesas contenidas en sus
programas: abolición de las clases, equidad de los salarios,
posibilidades de vida iguales para todos, debilitamiento y destrucción
del Estado, el ejército y todas las fuerzas represivas, autogestión en
todos los planes de producción, con total igualdad y libertad de
participación para los trabajadores y elecciones libres en todos los
poderes.

La consideración de la primera vía exige observar el curso histórico que


tomaron la economía dineraria y su culminación en el capitalismo, por un lado,
y, por el otro, el comportamiento de variables políticas y sociales
significativas, como la formación de instituciones deliberativas y
representativas, grados de libertad de la opinión pública, instituciones que
controlan los poderes del gobierno (constitucionalismo), mejoramiento de la
justicia, participación política. Comparando el proceso general de desarrollo de
estos dos sistemas de variables desde el siglo X, en la Edad Media, se hace
patente que el crecimiento y potenciación de la economía dineraria -aunque
con grandes altibajos- se halla íntima y positivamente relacionado con el
incremento y consolidación de variables políticas y sociales, como se ve en el
avance notable del proceso de secularización y la riqueza de la discusión
filosófica.
El capitalismo aparece como resultado de la interacción e interpene-
tración de estos dos sistemas de variables, especialmente en el plano na-
cional. pero sobre todo en el de su expansión simultánea a otras regiones
conectadas, como ocurre en el Renacimiento (norte de Italia, ciudades del
Hansa germánica, Países Bajos). Desde siempre, las mercancías recorren
enormes distancias: los intercambios evaden controles (recordar Romeo y
Julieta) y rompen barreras geográficas, sociales, culturales y psicológicas.

La alta complejidad implica una expansión inaudita de las relaciones


sociales y por eso de las posibilidades humanas, pero, al mismo tiempo, el
incremento, en cantidad y calidad, de los problemas humanos, en el orden
psicológico y cultural. En el tratamiento de estos problemas, ni la propiedad
privada, ni la democracia o el proceso de democratización fundamental, ni
los derechos civiles, son elementos que aparezcan -como creen los
marxistoides- como trabas para el capitalismo, ni trabas de él. Al contrario,
han surgido como impulsos de su desarrollo y ellos, de rebote, han
constituido el alimento para su vigor) estabilización.
Fueron los países fundadores del capitalismo (Inglaterra, Holanda.
Estados Unidos), y sus ejemplos actuales más evidentes, los que impusieron
la idea de libertad, derechos civiles, democracia y derechos humanos (bon
jour, Jimmy Carter), además de lanzarse a la práctica de la democracia y el
constitucionalismo (si bien Gran Bretaña no tiene una constitución escrita).
Fueron Estados Unidos e Inglaterra los que impusieron a sus vencidos --el
nacional-socialismo, el fascismo y sus aliados (entre los que estaba nada
menos que Japón)- el ejercicio de la democracia. como parte fundamental de
la rendición sin condiciones. ¿Por qué ahora, que gozan de una prosperidad
desconocida antes en la historia humana, habrían de convertirse en
fascistas, según el dogma marxistoide?
Cuando Hitler, aliado de la Unión Soviética (país socialista), atacó a ésta
en junio de 1941, Gran Bretaña propuso una alianza con ella. Al ingresar
Estados Unidos a la guerra, en noviembre de ese año, le envió a la URSS una
formidable ayuda militar (tanques, aviones, artillería, alimentos) bajo el
sistema de préstamo y arriendo, que luego -hecho inusitado- condonó.
Inclusive le propuso, después de la victoria lograda en 1945, ingresar al Plan
Marshall (un plan de ayuda) que Stalin rechazó.
Sólo un análisis alienado de la realidad puede escapar a la contun-
dencia de estos datos y hacemos creer que las "contradicciones internas""
del capitalismo derivarán necesariamente en el fascismo. Más bien es al
revés: como lo revelan las experiencias del socialismo real -aquel de la
abolición de la propiedad privada-, si cae el capitalismo surgirá un
monopolio gigantesco de poder, prestigio y riqueza, que se llamará socia-
lismo, fascismo, socialismo nacional, o de otra fonna, pero que en todos los
casos absorberá a la sociedad civil en el Estado, tal como lo imaginaron
Lenin y Mussolini.
La segunda vía para dilucidar la alternativa "socialismo o fascismo"
consiste en analizar las experiencias del socialismo real -tal como he hecho
en este libro- para comprobar si son realmente opuestas al fascismo, o si,
en rigor, más allá de la teoría y las buenas intenciones, son completamente
afines con él --o inclusive peores- en sus consecuencias empíricas. Ya
demostré con numerosas citas de Lenin, en este mismo libro, que los
orígenes teóricos del totalitarismo (término creado por Mussolini) están en
El Estado y la revolución y en ¿ Se sostendrán en el poder?, de 1917 y 1918
respectivamente.
Allí están las ideas de un Estado absoluto, sin otro derecho que seguir los
mandatos de los que ejercen el poder. No hay sentimientos ni compasión para
nadie, y, por supuesto, ninguna ética, porque ésta es un engendro "burgués"
(lo que es en gran parte cierto). Por supuesto, estas ideas-fuerza están
también en Marx desde el mismo concepto de "dictadura del proletariado",
como lo demostró Bakunin luminosamente en apenas diez líneas de sencilla
sensatez. Pero en Lenin hay una explicitación muy minuciosa y reiterativa del
tema debido a las urgencias prácticas que demandaba el ejercicio del poder.
Todos los elementos siniestros y trágicos del socialismo marxista salen a
plena luz en sus escritos. Lenin y Trotsky firmaron el decreto que establecía
penas de cárcel y campos de concentración para los trabajadores. Las salvajes
razzias contra los campesinos provocaron, no miles sino millones de muertos.
La sociedad socialista que fundaron estuvo en permanente situación de crisis,
tanto política cuanto económica. De ahí que toda la plana mayor de los
bolcheviques, y millones de activistas de los niveles medios y bajos, fueran
fusilados o enviados a ser asesinados por Stalin. Los artistas huyeron, se
suicidaron o fueron en enviados a campos de trabajadores esclavos. La poesía,
la escultura, la pintura, desaparecieron con la aplicación de una censura feroz
y la imposición del "realismo socialista", idea que ya estaba conformada por
completo en Lenin: el arte debía someterse a las directivas del partido lo
mismo que la ciencia. Notables científicos en biología, física y matemáticas
fueron condenados a trabajos forzados (otra idea de Lenin).
Como en el socialismo el trabajo es necesariamente obligatorio, Trotsky
propuso, como ya señalé, la militarización de la "clase obrera", medida que
aprobó el congreso del partido. Los trabajadores estaban atados de pies y
manos: se hallaban a merced de lo que decidieran los jefes del partido, que
era el órgano colectivo propietario de los medios de producción. Los sindicatos
se convirtieron en medio para vigilar y controlar a los trabajadores, e
impedirles cualquier manifestación u organización autónomas.
En todas las experiencias del socialismo real, sin ninguna excepción, no
obstante que cubrió casi todos los continentes, cualesquiera que fueran las
condiciones históricas y culturales en que se dieron esas experiencias, sucedió
exactamente lo mismo, lo que demuestra que el efecto es sistémico: en todas
partes donde los socialistas destruyan la economía dineraria y acaben con la
propiedad privada y el mercado -especialmente el de trabajo- tendrá las
mismas consecuencias en todos los planos de la vida social y cultural. Esas
consecuencias nefastas no tienen que ver con "traiciones", procesos
"inconclusos", "transiciones" o errores teóricos o vicios en la aplicación de la
mitológica dialéctica. Allí donde el marxismo trate de ponerse en práctica se
producirá, inevitablemente, lo que señala Trotsky, creador del ejército rojo y
segundo jefe de la revolución bolchevique: "La casta gobernante trata de
perpetuar y de consolidar los órganos de coerción [aquello que el mismo
Trotsky había creado con Lenin]; no respeta nada ni a nadie [tal como hacía y
proponía él] para mantenerse en el poder y conservar sus ingresos."(\9)
Pero estos procedimientos, ¿no los explicó Maquiavelo hace ya 500
años con ejemplos de su tiempo? La única novedad es que se hace después
de abatida la propiedad privada, la que en la época de Maquiavelo apenas
existía: allí prevalecía la posesión, y ésta es el resultado de la violencia, no
del mercado.
A Trotsky le molesta que los monstruos que él creó le hagan mons-
truosidades a él, las que, por otra parte, él mismo las ejerció con notable
desaprensión contra otros y especialmente contra los obreros. Él asumió,
por ejemplo, la responsabilidad por la salvaje represión del levantamiento
de marineros y obreros de Kronstadt en 1921, aunque la conducción estuvo
en manos del mariscal Tujachevsky, jefe del ejército rojo, después fusilado
por Stalin.(20)
En la página siguiente a la última cita, Trotsky dice algo esencial, que
no hace sino confirmar lo que he sostenido hasta aquí, y que contradice
toda su metodología: "A pesar de la profunda diferencia de sus bases
sociales, el stalinismo y el fascismo son fenómenos simétricos; en muchos
de sus rasgos tienen una semejanza asombrosa."(21) Es claro: son variantes
del totalitarismo. Pero el stalinismo no nació de un repollo: utilizó todos los
instrumentos políticos e institucionales que hacían posibles la abolición de la
propiedad privada y la edificación de un Estado elefantiásico que arrasó a la
sociedad civil, elementos que estaban en la teoría original del marxismo,
pero que Lenin desarrolló con la ayuda de Trotsky en la práctica de la
revolución. Por eso, en lugar de "stalinismo -como hace Trotsky para
confundir- debería haber colocado la palabra "socialismo".
Además, hasta sus compromisos con Hitler hacia 1938, Mussolini
condujo un sistema social condenable, pero mucho menos dañino para la
gente que el de Lenin, Trotsky y Stalin, y el de todos lo socialismos reales.
"La delación y la inquisición devoran a la sociedad", dice Trotsky . Pero esto
existe desde el mismo momento en que los bolcheviques triunfaron. ¿De
qué se extraña Trotsky?
En la misma página nos informa que la burocracia "arranca, bajo la
amenaza de muerte, confesiones que ella misma les dicta y de la que se
sirve enseguida para acusar a los más firmes".(23) No habla de que la
tortura era rutinaria en la Cheka (policía secreta) que él contribuyó a crear,
no sólo para sus enemigos políticos, sino para la gente común, obreros y
campesinos. De estos no se ocupa porque no pertenecen a la casta de los
elegidos "revolucionarios", que son los únicos que le interesan. Estos hechos
no ocurren en ningún país capitalista: suceden en un país socialista, a 20
años de la revolución, donde no existe la propiedad privada sobre los
medios de producción y bajo un gobierno que se dice de "obreros y
campesinos". Mayor superchería, imposible.
De acuerdo con información de Soljenitsin había en el GULAG, al mismo
tiempo, unos 15 millones de prisioneros, lo que representaba en ese
momento alrededor del 10 por ciento de la población total del país. Este
dato es apenas la punta de un iceberg, al igual que las reflexiones de
Soljenitsin. Pero son suficientes para concluir que el capitalismo, al
promover la creación de múltiples poderes externos al Estado, de muy
distintos alcances y contenidos, impulsó y consolidó el Estado de Derecho y
la democracia. En otras palabras, expandió y enriqueció a la sociedad civil.
Es lo contrario de lo que significan el fascismo y el socialismo: ambos
proponen convertir al Estado (por eso es totalitario) en amo y señor de la
sociedad civil. La divisa de Mussolini era "Dentro del Estado, todo; fuera del
Estado, nada", que sólo pudo cumplir a medias, en tanto Lenin, Trotsky y
Stalin la llevaron completamente a la realidad. -al abolir la propiedad
privada y su multiplicación, desaparecen los poderes que dan un sentido
participativo y democrático al Estado. La pluralidad de poderes impele
necesariamente a la creación de emprendimientos políticos (los partidos),
cuyo mecanismo institucional (el sistema de partidos) es el instrumento
funcional que vincula la sociedad civil, sus problemas, demandas y
conflictos, con el Estado y particularmente la justicia, que es el marco para
normatizar tentativamente la acción electiva.

La democracia surgió en las condiciones creadas por la economía de


mercado y el perfeccionamiento de la propiedad privada, en un proceso no
consciente que llevó por lo menos dos milenios y medio (desde la Grecia
antigua). El capitalismo, que es la culminación de la economía dineraria, y
también su consolidación, indujo la institucionalización del mercado del
voto y de su expansión bajo la forma de la democracia ampliada. Los
sistemas políticos que estructura el fascismo, y en mayor medida los que
resultan del socialismo marxista, el nacional-socialismo o el socialismo
nacional, en cambio, constituyen la destrucción de las bases sociológicas,
estructurales y culturales de la democracia y por eso del capitalismo.
La disyunción socialismo o fascismo es espuria: respecto de la de-
mocracia, del desarrollo de una justicia independiente del Estado y de una
ética universalista, ambos sistemas son idénticos, tal como lo vio, en un
relámpago de lucidez, Leon Trotsky, uno de los líderes máximos de la
primera revolución socialista. Tuvo que llegar a las penurias del exilio para
verlo. Pero no sacó ninguna conclusión de su extraño -para él-
descubrimiento.
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(1) Un texto paradigmático de esta posición, escrito por un intelectual


latinoamericano típico, es el del brasileño Theotonio Dos Santos. Socialismo
o fascismo. Ediciones Periferia. Buenos Aires, 1972. Theotonio Dos Santos es
coordinador de la cátedra de la UDC de Economía Global y Desarrollo
Sostenible.

(11) Por supuesto, esto no quiere decir que en la Italia de Mussolini


hubiera capitalismo, si bien existía una fuerte economía dineraria. Lo mismo
se podría decir del nacionalsocialismo en Alemania: donde el Estado
controla draconianamente los precios, fija opciones productivas sobre la
base de un plan, diríge el monto y la naturaleza de las inversiones, y
desaparece la espontaneidad de los mercados y las bolsas, no hay
capitalismo
Ni en Francia ni en Inglaterra, entre 1939 y 1946, por lo menos, existió el
capitalismo
Idéntica afirmación se puede hacer de esos dos países y Alemania durante
la Primera Guerra (1914-1918). Las guerras suponen siempre, lo mismo que
el totalitarismo. un avance arrasador del Estado sobre la sociedad civil, en
todos sus aspectos, y particularmente sobre los mercados y la economía
dineraria. Ambos fenómenos constituyen una eatástrofe para el capitalismo
y para la mayoría de los capitalistas aunque, entre estos últimos, algunos
pueden ganar, si es que están en el bando vencedor.

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