Você está na página 1de 2

Recuperar el sentido de la idoneidad

En este mundo, nuestra vida está constituida por un conjunto de ciclos de experiencias relativas, cuyas órbitas
deben ser completadas a fin de recuperar nuestra plenitud original. Pasamos la vida abstraídos en asuntos
ajenos a nuestra innata voluntad de plenitud. Damos demasiada importancia a lo banal y ninguna a lo
esencial. Confundimos el hábito con la necesidad. Nos importa más lo que piensan los demás que lo que nos
dicta el corazón. Nos mimetizamos con las apariencias y nos auto-excluimos de lo auténtico. Obramos por
infatuación, no por convicción...

Desde que nacemos hasta que morimos estamos experimentando situaciones imprevistas y complejas cuya
índole convencional nada tiene que ver con lo que realmente somos, o nos corresponde realizar. Si bien es
verdad que cada cual está donde le toca, también es verdad que por costumbre o tradición pasamos la vida
desarrollando roles que, de estar despiertos, los consideraríamos absurdos. Incluso muchas de las personas
que practican disciplinas espirituales viven engañadas, no tanto por la doctrina que profesan sino por su
incoherente manera de procesar los medios a su alcance. Es un problema general. Si algún día despertamos,
unos y otros nos daremos cuenta que, no sólo nunca hemos estado despiertos, sino que todavía estamos
viviendo como si fuéramos lo que no somos; como si estuviéramos obligados a asumir elecciones aberrantes.

¿Qué somos y qué no somos? ¿Qué tenemos, o qué no tenemos que hacer? ¿Cómo saberlo mientras el
miedo, la inercia o la costumbre anulan nuestra libre iniciativa y nos hacen abrazar patrones de conducta
estereotipados? La natural evolución de la conciencia es un fenómeno intuitivo que de ser tomado en
cuenta en su más pura esencia –sin supeditarlo a ninguna ideología condicionante o patrón de conducta
preestablecido–, constituye nuestro mejor aliado para liberar nuestra inteligencia de la sutil artritis psicológica
que suele entumecerla.

No importa si lo que hacemos ocasionalmente es más o menos apropiado, lo que importa es entender los
mecanismos del acontecer y no dejarnos atrapar en conformismos de ninguna especie. Poco importan las
imperfecciones, lo que importa es saber quienes somos, de qué formamos parte, y cómo podemos vivenciar
sabiamente todo lo que la vida nos pone por delante, a fin de no entorpecer nuestra natural evolución.

A veces confundimos el despertar de la conciencia con el tomar decisiones motivadas por el miedo, la euforia, o
las ganas de agradar. Mas el auténtico despertar trae consigo un tipo de libertad y serenidad interior que
ninguna emoción puede obstruir, ninguna mente inventar y ninguna ideología sustituir. La conciencia despierta
nos trae: orden, centramiento, autocontrol, paz; ingredientes esenciales de la verdadera felicidad.

¿Cómo interrumpir el circulo vicioso de hábitos mentales que nos impide ser felices? La respuesta obligada es
“despertando la conciencia original”. Y, así como las alarmas antirrobo o las sirenas de las ambulancias llaman
la atención, las fórmulas de sonidos espirituales conocidas como mantras, despiertan la conciencia profunda,
purifican el entorno, centran la mente y aumentan la capacidad de entendimiento. Por ejemplo, el mantra Hare
Krishna Hare Krishna Krishna Krishna Hare Hare / Hare Rama Hare Rama Rama Rama Hare Hare (nombres
sánscritos de Dios manifestado como energía madre, fascinación total y felicidad inagotable), sirve para todo
eso y para conocer a Dios, de la única manera que es posible conocerle: mediante la revelación obtenible al
recitar o meditar en los sonidos divinos de los nombres mencionados.

Todo cuanto necesitamos saber y entender está a nuestro alcance porque nuestra naturaleza y capacidad
cognitiva potencial es cualitativamente igual a la de la totalidad omnisciente del Espíritu Supremo. Lo único que
tenemos que hacer es conectar con Él y mantenernos conectados.

La vida da muchas vueltas, y lo que ayer parecía confuso, hoy puede parecer claro y viceversa. Sin embargo, a
las personas que desarrollan plenamente su conciencia no hay nada que las haga titubear porque obtienen una
visión privilegiada y un gran sentido de la idoneidad. Ellas consiguen abrir caminos en la tupida jungla de los
“imposibles”, y establecer pautas de conducta apropiadas para cada fase de la vida.

En realidad, poco importa lo que hacemos, pensamos o sentimos; lo que de veras importa es despertar la
conciencia y vivir con atención y genuino desapego cada momento de nuestra existencia. La atención debe
estar concentrada en el presente, en todo aquello que nos es concedido a cada instante. Con cada respiración
recibimos la posibilidad de vivir en paz, satisfechos, transparentes y dóciles a las mudanzas que nos permiten
renovarnos sin dejar de ser quienes realmente somos desde siempre. Cada respiración irrumpe en el
espacio trayéndonos nuevas experiencias, y parte creando un nuevo espacio para la siguiente...

“Mudan los tiempos, mudan las voluntades” –decía el poeta portugués Camoes. Hay que saber cuando una
etapa llega a su fin. Cuando insistimos en alargarla más de lo necesario, perdemos la alegría y el sentido de
las otras etapas que tenemos que vivir. Poner fin a un ciclo, cerrar puertas, concluir capítulos. No importa el
nombre que le demos, lo importante es dejar en el pasado los momentos de la vida que ya terminaron. ¿Me han
despedido del trabajo? ¿Ha terminado una relación? ¿Me he ido de casa de mis padres? ¿Me he ido a vivir a
otro país? Esa amistad que tanto tiempo cultivé, ¿ha desaparecido sin más? Uno puede pasar mucho tiempo
preguntándose por qué suceden cosas como éstas.

Podemos decidir no dar un paso más hasta entender por qué motivo ciertas cosas que eran tan importantes en
nuestra vida de repente se convirtieron en polvo. Pero una actitud así supondría un desgaste inmenso para
todos: los amigos, los hijos, los hermanos, el cónyuge, el país... todos ellos están cerrando ciclos, doblando
página, mirando hacia delante, y todos sufrirían al vernos paralizados. Nadie puede estar al mismo tiempo en
el presente y en el pasado, ni siquiera al intentar entender lo sucedido. El pasado no vuelve: no podemos ser
eternamente niños, adolescentes tardíos, hijos con sentimiento de culpa o de rencor hacia sus padres, amantes
que reviven día y noche su relación con una persona que se fue para no volver. Todo pasa, y lo mejor que
podemos hacer es no volver a ello. Por eso es importante, por doloroso que sea, destruir recuerdos, cambiar de
casa, desprenderse de ciertas pertenencias, incluso de los propios libros...

Todo en este mundo visible es una manifestación del mundo invisible, de lo que sucede en nuestro corazón.
Deshacerse de ciertos recuerdos significa también dejar libre un espacio para que otras cosas ocupen su lugar.
Dejar para siempre. Soltar. Desprenderse. Nadie en esta vida juega con cartas marcadas. No esperemos que
nos devuelvan lo que hemos dado, no esperemos que reconozcan nuestro esfuerzo, que descubran nuestro
genio, que entiendan nuestro amor. Dejemos de prender nuestra televisión emocional, de ver siempre el mismo
programa en el que se muestra cómo hemos sufrido con determinada pérdida: eso sólo sirve para
envenenarnos. Nada hay más doloroso y peligroso que las rupturas amorosas que no aceptamos, las promesas
de empleo que no llegan a concretizarse, las decisiones siempre pospuestas a la espera del “momento ideal”.
Antes de comenzar un nuevo capítulo hay que terminar el anterior. Es conveniente que nos repitamos una
y otra vez que el pasado no volverá jamás. Recordemos que hubo una época en que podíamos vivir sin aquello,
sin aquella persona, que no hay nada insustituible, que un hábito no es una necesidad. Tal vez nos resulte
difícil, pero es muy importante que adoptemos actitudes sensatas antes que sea demasiado tarde. Cerremos
ciclos. No por orgullo, ni por incapacidad, ni por soberbia, sino porque, sencillamente, las reminiscencias del
pasado ya no encajan en nuestra vida. Cerremos la puerta, cambiemos el disco, limpiemos la casa, sacudamos
el polvo. Dejemos de ser quienes fuimos, y trasformémonos en quienes realmente somos.

OM TAT SAT

Lucas Santaella / Domingo, 28 de noviembre de 2004

Você também pode gostar