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LECCION 5. CRISTO ES EL FUNDAMENTO DEL CULTO1.

Ante la pregunta de ¿cuál es nuestro paradigma a seguir para adorar a


Dios? debemos responder que es Jesucristo. El presentó el culto perfecto a
Dios. En todo lo que hizo y dijo honró al Padre. Jesucristo realizó con su
ministerio la verdadera glorificación de Dios en la tierra, el culto perfecto.
En primer lugar diremos que la vida de Cristo fue “sacerdotal” (Rom
5:10-11, Heb 7:27; 9:11), es decir es una vida de “sacrifico” para la
remisión de los pecados. Este “sacerdocio”, es según el orden de
Melquisedec, no del de Aarón, así Cristo es rey-sacerdote (Gn 14:18, Sal
110:1-4; Heb 1:3,13; 5:10; 6:20; Hech 2:34, Rom 8;34).
El ministerio de Jesús se desarrolló de forma litúrgica. En decir,
según los evangelios sinópticos (Mt, Mc y Lc), el ministerio de Jesús se
puede dividir en dos partes geográficas: su ministerio en Galilea (ministerio
galileo) y su ministerio en Jerusalén (ministerio jerosolimitano). En Galilea
Jesús anuncia el reino de Dios, llama a sus discípulos, realiza milagros y
predica (Mc 1-10, par). En Jerusalén Jesús va instituir la santa cena, padece
su muerte y tiene lugar la resurrección (Mc 12-16, par).
Siguiendo la vida de Jesús en esta forma, el culto se divide entonces
en dos grandes partes: liturgia de la palabra: (catecúmenos) y liturgia del
aposento alto (fieles). Es necesario notar que el orden del culto no obedece
a caprichos, sino que hay “un mínimo orden”. Desde muy temprano la
iglesia ha dado esta división al culto, se tienen testimonios de órdenes de
culto desde el siglo II, esto lo veremos en otra lección.
Por otro lado, Cristo se presentó como una la única ofrenda perfecta
ante Dios, (Heb 10:14), Pedro dice que fue “como cordero sin mancha” (1
Pe 1:19-20) y fue escogido desde antes de la fundación del mundo para
nuestro beneficio. Así en Cristo se tiene el acto expiatorio (Heb 4:14; 8:2;
8:24; Rom 8:34). Pero por otro lado, Cristo es el sacrificador soberano
“para siempre” (Heb 7:3,25). “Como gran sacerdote, Jesús ejerce un doble
ministerio: el del acto expiatorio realizado una vez por todas, y el de la
prolongación y desarrollo de esta obra que dura hasta la eternidad”2.
Podemos decir en base a lo anterior que el culto de la iglesia tiene al
ministerio de Cristo como su fundamento en dos sentidos: el fundamento
terrestre de Jesús (Galilea y Jerusalén) y su ministerio Celeste (en el
“tabernáculo celestial” (Heb 8:1-2), éste último lo realiza Cristo con su
Iglesia cuando ella está adorando a Dios (Rom 8:35, Heb 7:25).
Ahora debemos considerar que el cuto cristiano se celebra porque
Cristo lo instituyó. Lo hizo e la última Cena (Mt 28:20 y 18:20) además él
mismo está presente, se nos da él que es “pan de vida” (Jn 6:51-58). La

1
Los argumentos básicos de esta lección se deben a J. J. Von ALLMEN, El culto cristiano. Su esencia y
su celebración. Trad. A. CHAPARRO y L. BITTINI. Salamanca, Sígueme. 1968, 22-31.
2
Ibid, p. 22.
presencia de Cristo es una gracia, es salvífica y está presente en la
predicación (Lc 10:16) y en la Santa Cena para unirnos a él y fortificarnos
en la fe. Sin fe no es comprensible el culto.
Pero esta presencia del Señor no es algo que la iglesia “provoca”, no
es algo “mágico” que está a disposición caprichosa de la iglesia, sino que la
presencia de Cristo es una gracia, por ello la iglesia “suplica” esta presencia
del Señor exclamando: ¡maranatha! Por ello la iglesia “invoca la presencia
del Señor”.
La suplica por la presencia de Cristo en el culto se conoce como
epíclesis. Esta es una invocación al Señor como libre y soberano. Así no es
ningún error poner en nuestros órdenes del culto la oración de invocación,
de hecho a los cristiano se les conoció primeramente como los de la
epíclesis, este término es el que aparece en Hechos 9:14,21; 1 Cor 2:2 y se
traduce como “invocar”. La palabra griega de epiclesis se compone de dos
palabras: epi: sobre y clesisi: llamamiento. Pero la epíclesis se da sobre
todo en el contexto de la santa cena en donde se pide la presencia de Cristo.
Esta presencia de Cristo en el culto es real, pero depende de la libertad de
Cristo.
Aquí cabe comentar brevemente las diferencias doctrinales sobre la
Santa Cena en cuanto a la presencia del Señor, no entraremos en la
discusión teológica, simplemente puntualizaremos las diferencias.
En la Iglesia romana se tiene la doctrina de la
TRANSUBSTANCIACION, que implica que por medio de las palabras del
celebrante, el pan se transforma verdaderamente en el cuerpo de Cristo y el
vino en la verdadera sangre de Cristo (la substancias se transforman).
Con la Reforma del siglo XVI, Martí Lutero formuló la doctrina de
la CONSUBTANCIACION, la cual negaba que el pan se convirtiera en el
cuerpo de Cristo y el vino en la Sangre de Cristo. Lutero mencionó que el
cuerpo de Cristo está alrededor del pan y la sangre de Cristo está al rededor
del vino (las substancias se acompañan).
Más adelante Juan Calvino las dos postura anteriores y dijo que las
substancias (pan y vino) ni se transforman, ni se acompañan, sino que la
presencia de Cristo es real en medio de la comunidad que celebra la Santa
Cena. El pan y el vino son pues “signos de una realidad espiritual”:

Ante todo, los signos son el, pan y el vino: los cuales representan el
mantenimiento espiritual que recibimos del cuerpo y sangre de Cristo […] Ahora
bien, en único sustento a nuestras almas es Cristo; y por eso nuestro Padre
celestial nos invita a que vallamos a Él, para que alimentados con este sustento
cobremos de día en día mayor vigor, hasta llegar por fin a la inmortalidad del
cielo. Y como este misterio de comunicas (comulgar) con-Cristo es por su
naturaleza incomprensible, nos muestra Él la figura e imagen con signos visibles
muy propios de nuestra débil condición. . Más aún; como si nos diera una prenda,
nos da tal seguridad de ello, como si lo viéramos con nuestros propios ojos;
porque esta semejanza es tan familiar: que nueras almas son alimentadas con
Cristo exactamente igual que el pan y el vino natural alimentan nuestros cuerpos,
penetra en los entendimientos, por más rudos que sean.3

CUADRO 1 HONRA Y DESHONRA EN LA CENA DEL SEÑOR (1 Cor


11:27-34).

[¿Qué es, no discernir el cuerpo del Señor?]


La vehemencia con que Pablo ataca el problema indica que la afrenta
cometida contra “los que no tienen nada” es sumamente seria. Uno de los
valores fundamentales en la sociedad grecorromana fue el honor personal,
es decir, “la auto-valoración de cada persona y el reconocimiento social
otorgado a esa valoración”. Según el grado de honor acordado a una
persona, así le correspondía su lugar en el tejido de las relaciones sociales.
Por eso las personas competían con sus semejantes, tratando cada uno de
adquirir más honor y con ello asegurarse una ubicación social de dignidad.
Una de las formas en que una persona podía aumentar su caudal de honra
fue por el ejercicio de la beneficencia: los que tenían medios para hacerlo
regalaban bienes a personas o a grupos que se lo agradecían mediante
títulos honoríficos, como “bienhechor” (Lc 22:25). Las personas también
podían perder algo o mucho de su honor, o sea, su dignidad ante los ojos de
los demás, al ser blanco de alguna agresión social que los ponía en
vergüenza ante el grupo social. Con esto tocamos la médula del mal en la
cena del Corinto: peor que el hambre que pasaban era la deshonra que
sufrían los hermanos que no tenían qué comer en medio de un ágape
fraternal. El mensaje que tal circunstancia les comunicaba era este: ustedes
no valen.

Personas de condición social precaria (esclavos, empobrecidos en general)


o relativamente baja (libertos, mujeres en general) poseían poco de este
bien intangible pero imprescindible, el honor. Sin embargo, creyentes de
esos niveles habían sido incorporados a la comunidad cristiana en pie de
igualdad con personas tenidas por más honorables. De esta manera se les
había otorgado a los hermanos humildes una gran cuota de honor. Podían
testificar con la cabeza en alto que el evangelio de Jesucristo dignifica a las
personas (Gál 3:28). Pero ahora… el menosprecio de parte de la gente
acomodada los cubría de vergüenza, les arrebatía en honor recién adquirido
en este mismo grupo. Para Pablo esto mismo choca con la base de la fe
cristiana, porque contradice toda la práctica de Jesús: el compartía la mesa
(símbolo de entera aceptación y comunión mutua). Con todo tipo d
personas – para escándalo de sus contemporáneos (Mr 2:16; Lc 5:29-30;

3
Juan CALVINO, op cit, XVII,i,1, pp. 1070-1071.
15:2). Los corintios exclusivistas, al deshonrar a sus hermanos,
deshonraban al Señor mino, y esto es lo que está detrás del juicio que se
pronuncia en 1 Cor 11:27 y 29. La humillación de los desaventajados
destruye el cuerpo del Señor.
[No discernir el cuerpo del Señor es no reconocer que cada hermano,
hermana, nino, niña, anciano, pobre, rico, blanco, negro o indígena es
miembro del cuerpo de Cristo].
FOULKES Irene. Conferencia pronunciada con motivo de la cátedra
“Gonzalo Baez Camargo” en la Comunidad Teológica de México.

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