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Curso: 5° B – Bachiller
Turno: Mañana
Año: 2010
Introducción
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chapas y maderas cuya impresión de desorden le molesta. Maldice su suerte si
le toca vivir al lado de una. Observa con temor el ir y venir de los hombres que
las habitan hacia el trabajo, la intrusión de sus mujeres en los comercios del
barrio, las corridas de sus enjambres de niños descalzos.
La villa construye y mantiene a la ciudad que la generó y la margina. En
general, el país parece avergonzarse de ellas. El eufemismo oficial las
denominó y denomina barrios de emergencia, como otorgándoles
transitoriedad. El pueblo las fue bautizando individualmente con matices
irónicos: Villa Tranquila, Villa Piolín, Villa Jardín, Villa Insuperable.
Constituyen lunares de dependencia, manchones de subdesarrollo en el
rostro compuesto y pretencioso de Buenos Aires. Las villas de emergencia
poseen una especificidad propia, por el hecho de constituir conjuntos
residenciales con un alto nivel de precariedad que se hallan asentados en
terrenos de propiedades fiscales o particulares y extendidas en forma
concentrada, a la manera de islas o bolsones de pobreza, en los intersticios del
espacio urbano. No sirven de consuelo las teorías económicas que las
interpretan como “indicadores de crecimiento”, saludables en el fondo. Los
distintos programas de erradicación puestos en marcha por los distintos
gobiernos han sido los principales mecanismos institucionales utilizados en la
acción oficial para hacer frente a tal realidad.
Es consuelo de tontos también el decir que son un mal de muchos, que
tienen sucedáneos en casi todo el mundo. Igual duelen, molestan, conmueven
o indignan. Son la expresión argentina de un fenómeno mundial que no es el
crecimiento ni el subdesarrollo. Es, simplemente, la explotación y la
dependencia.
La villa sabe que se lleva contra ella una guerra de exterminio, y se defiende.
Para mucha gente, incluidos en ciertos importantes diarios, las inventó Perón y
por razones políticas. Lo cierto es que preexistían al período peronista y que
crecieron como nunca cuando concluyó éste.
Sociológicamente, las villas son las sucesoras del conventillo. Como éstos,
albergan el exceso de población que el campo envía sobre la ciudad. Como
éstos, forman parte de las soluciones que el pueblo puede dar a sus
problemas, aprovechando los resquicios que le deja el sistema social que lo
oprime, el que los expulsó de las tierras donde desde siempre vivieron sus
antepasados.
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Villas miseria en la Argentina durante el periodo de 1930 hasta la
actualidad
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presencia morena en sus calles, esa invasión de un pueblo desconocido. Es que
la población porteña, producto importado por excelencia, ve llegar algo que no
comprende: el propio país. La villa es una realidad que parte de bases
distintas, cuyas raíces se hunden en el pasado nacional.
Durante el período 1930-1945, la clase obrera maduró su conciencia de clase
con la experiencia de numerosas huelgas y otras luchas, organizando las
grandes centrales sindicales por industria y una central sindical única en la
CGT.
Hasta 1950, cuando la industria cesa de absorber mano de obra, la
expansión del mercado interno permite al migrante alcanzar un estándar de
vida jamás visto entonces. La irrupción del obrero al mercado de consumo
provoca el auge de la actividad comercial y las iras de quienes sienten
invadidos lugares hasta entonces considerados “exclusivos”.
Durante el gobierno de Perón se verificó la construcción en un plazo
excepcionalmente corto de 500.000 casas, con la incorporación a la vida digna
de 2.500.000 argentinos que habían vivido en pocilgas, ranchos o inquilinatos
ruines. Esto tuvo que ver con su política de justicia social, es decir, una
distribución más justa de la riqueza nacional, lográndolo con la dignificación del
trabajo, garantizando el pleno empleo, mejorando las condiciones de vida de
los sectores populares dándoles acceso gratuito a salud, educación y vivienda.
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histórico del 17 de octubre del ´45, cuando los obreros que se autoconvocaron
en la plaza de mayo para pedir por la liberación de Perón, mojan sus pies en la
fuente. Esto se ve ante la reacción que tiene el señor Lanari cuando el oficial se
saca los zapatos en su casa, y también en cómo se pone cuando el hermano de
la tucumana le va a pegar con sus pies “¡Dios mío esas patas!”… “¡Con las
patas no!” a todo esto él esta recordando aquel momento en la plaza de mayo.
En el último gobierno peronista, lo característico en el tema de las villas de
emergencia, fue un casi permanente enfrentamiento entre la concepción oficial
que apuntaba a dirigir la política de erradicación desde los organismos
estatales, y la propuesta de las organizaciones villeras según la cual la
colaboración del Estado debía orientarse a tareas de mejoramiento de los
núcleos villeros; en otras palabras, a la erradicación propuesta por el gobierno,
se oponía la radicación defendida por los villeros.
Al caer Perón, se convierte en precioso objeto de estudio para los
antagonistas del régimen popular: a su entender, constituían una prueba
evidente y objetiva del “fracaso” de ese gobierno, de su “demagogia”. Tales
estudios, no contribuyeron demasiado a la solución del problema de las villas.
En la década del ’50 las contradicciones dentro del movimiento peronista
comienza a agudizarse, y las clases que lo componen inician su polarización.
Solo la clase obrera permanecerá fiel al movimiento, prolongando su lucha
mucha más allá de su caída y provocando, con su consecuencia y heroísmo, el
inicio de un cambio profundo de toda la sociedad.
Con el triunfo de las minorías en 1955, la migración interna se intensifica
y no solo en Buenos Aires. Se empeoran las condiciones de vida en el campo y
se frena el proceso de industrialización. De 1956 a 1963, el crecimiento medio
anual de las villas es superior al 10% solo en la ciudad de Buenos Aires. En el
Gran Buenos Aires ese promedio se eleva en 15% en el período de 1956-1966,
y la población villera se quintuplica. Un porcentaje que podemos estimar en un
5% de su población llegó de países limítrofes: Paraguay, Bolivia y Chile. Esto
enfurece a los mismos “nacionalistas”, que sacan a relucir aquel lado racista
contra la “migración no selectiva y deseada”. El racismo sigue vigente con
singular fuerza para quienes niegan la historia.
Hacia 1955, año de la Revolución Libertadora, a las villas de Retiro, Bajo
Belgrano y Lugano había que sumar una larga serie de nuevos núcleos villeros,
algunos bautizados con nombres picarescos o maliciosos que quedarían
incorporados en ciertos lugares ambiguos de la cultura popular: Villa Fátima,
Villa Piolín, Villa Medio Caño, Villa Tachito, Villa 9 de julio. Cuantificar la
población villera significaba, por primera vez y en el mismo acto, asumir el
tema de las villas como “problema”. A renglón seguido, la solución ideada, por
entonces original, era la de la erradicación. Al menos en su concepción inicial
aquel primer plan de erradicación intentaba dar alguna respuesta social. Las
dosis de violencia en los planes sucesivos se fueron haciendo progresivamente
inevitables con los años. La realidad de las villas incluye a la historia que van
construyendo quienes las pueblan. Primero es la llegada de grupos que
comparten historias, identidades y culturas afines. Luego los problemas
comunes -laborales, barriales, educativos- de todos los días y la construcción
de nuevos lazos. De a poco el surgimiento de clubes de madres, las juntas
vecinales que buscan mejorar las condiciones de vida, las entidades de
recreación y deportes.
Con el tiempo, formas de organización cada vez más abarcadoras y
colectivas que comienzan a conformarse como contrapoder frente al Estado y
sus instituciones a medida que éstas se convierten en interlocutor y, muy a
menudo, en enemigo. Lo que empezaba a fines de los años ’50 con el intento
de erradicación era apenas el comienzo de una historia muy extensa, cíclica y
accidentada que pasó de la construcción de muros perimetrales que
pretendieron “ocultar la vergüenza” a los incendios intencionales.
Aproximadamente a partir de 1960 se inicia una nueva etapa en el
desarrollo económico del país, como consecuencia de la crisis del modelo de
desarrollo económico surgido luego de 1930, basado en la expansión del
mercado interno. Se observarán así cambios sustanciales: la penetración del
capital monopolista, procedente principalmente de Estados Unidos, trajo como
consecuencia la quiebra de un considerable número de empresas pequeñas y
medianas con una alta absorción de mano de obra. Reduciéndose la demanda
industrial de mano de obra se vio limitada, aún más, la capacidad económica
de ciertos sectores asalariados, quienes vieron agudizarse la ya existente
dificultad para la obtención de una vivienda adecuada. Esto significa que
continuaron teniendo vigencia los hoteles-pensiones ubicados en las áreas
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centrales de la ciudad, que permitían a sus ocupantes estar más próximos a
posibilidades laborales. Otros sectores se instalaron en áreas periféricas del
casco metropolitano, construyendo en terrenos propios aunque con muy
limitada infraestructura de servicios; finalmente, otros pasaron a engrandecer
la ya existente población de las villas de emergencia, que continuaron
reproduciéndose tanto en zonas de la periferia como en diversos puntos del
área central.
A partir de mediados de los ’60 la población villera del país comenzó a
crecer a una tasa descomunal: el 15% anual. Durante años, y lo mismo a partir
de la retirada del Proceso, el ritmo de crecimiento de la población villera en
Capital estuvo por encima de la del promedio. En su conjunto, hacia 1973 los
conglomerados villeros conformaban la cuarta ciudad argentina, aunque
medianamente invisible, o al menos no siempre oficializada. Sólo en Capital y
el Gran Buenos Aires existían 400 mil villeros repartidos en 600 núcleos
poblacionales.
Cuando los militares ocuparon el poder, en marzo de 1976, en la ciudad
de Buenos Aires vivían exactamente 224.885 villeros.
El Proceso militar retomó una discusión histórica y legítima acerca de uno
de los “males” estructurales del país: la de las grandes extensiones “vacías”
dentro del territorio argentino, la del despoblamiento versus el
sobrepoblamiento. De nuevo, las estrategias a aplicar deberían ser drástica y
totalizantes. La erradicación total y definitiva de todas las villas de emergencia
era el objetivo prioritario de este programa, al mismo tiempo que justificaba
ampliamente la inversión de ingentes recursos humanos y materiales.
De acuerdo a los postulados del plan el traslado a las viviendas
transitorias otorgaría a los beneficiarios tres tipos de seguridad. La seguridad
jurídica que evitaría a los pobladores ser objeto de nuevos desalojos; la
seguridad física puesto que serían instalados en terrenos adecuados y en
viviendas construidas con materiales no precarios; finalmente, la seguridad
sanitaria dado que las nuevas unidades contarían con las instalaciones
necesarias para la adecuada higiene. Sin embargo, las viviendas fueron
realizadas con muy baja calidad constructiva, además de prohibirse
explícitamente hacer cualquier tipo de modificación en ellas.
Como es ampliamente sabido, este programa lejos estuvo de cumplir con
sus ambiciosos objetivos ya que la proporción de familias trasladadas a las
nuevas viviendas fue bastante reducida; además, ante la resistencia de
algunos pobladores, los funcionarios municipales no escatimaron el uso de la
fuerza pública para concretar los desalojos.
Para las autoridades porteñas, sin embargo, no cabía duda de que el
vasto plan erradicador había sido exitoso. Si se tienen en cuenta las
intenciones oficiales y de qué manera las autoridades habían abundando en el
asunto de los “fracasos” de otros gobiernos, no cabe duda de que tuvieron
razón. De 13 villas que existían en el ’76, y que abarcaban al 91% de la
población, tres fueron barridas y las demás reducidas poco menos que a
cenizas.
En cuanto a la actualidad, la población de las Villas miserias sigue en
aumento. Hoy en día, se estima que la cantidad de habitantes de las Villas de
emergencia creció del 10,4 % al 12,3% de la población. Las perspectivas
actuales de nuestro país no dejan lugar para hacerse demasiadas ilusiones: la
falta de trabajo, el deterioro de la salud, las carencias habitacionales, el
derrumbe de los principios éticos y morales, agregan su cuota de depresión a
los resultados de las políticas destructivas que desde el gobierno nacional
conjugaron durante la década de 1990 el cierre de industrias, la privatización
de los recursos naturales y las empresas públicas, con modificaciones a las
formas del trabajo conocidas, producto inevitable en algunos casos, del
desarrollo tecnológico.
El crecimiento de las villas en la actualidad favoreció la expansión del
narcotráfico en zonas pobres que genera adictos y víctimas por las luchas
entre narcos. Esta situación ayuda a generar una estigmatización social, hace
que a la gente que vive en las villas se las asocie con la droga y la
delincuencia. Si bien esta situación tiene su gran porcentaje de veracidad, esto
se debe a que la gran mayoría de las personas que habitan dentro de estos
asentamientos viven de la delincuencia a falta de posibilidades de acceder a un
trabajo y a una educación. Los chicos que no pueden acceder a la educación o
a un trabajo son comúnmente llamados “pibes chorros”; generalmente
provienen de padres delincuentes o trabajadores con conflictos. Muchas veces
estos jóvenes recurren a la droga o al alcohol para poder “escapar” de la
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realidad que los rodea. El Estado tiene que recuperar el control territorial e
integrar a los jóvenes a la sociedad.
Las esperanzas de un futuro mejor pasan por una enérgica política de
inclusión social que produzca un cambio importante en las situaciones
descriptas, integrando al ciudadano a través de la educación, la capacitación
en nuevas técnicas, la facilitación del acceso a la vivienda propia y la
preservación de la salud. De cada uno de nosotros depende habilitar ese
futuro, de nuestra participación, de nuestro aporte de ideas, de nuestra
percepción de la realidad en su correcta medida.
Conclusión
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en el país. La villa es apenas una manifestación del gran problema argentino, y
pretender su tratamiento aislado es una utopía.
Bibliografía
“Prohibido vivir aquí: una historia de los planes de erradicación de villas de la
última dictadura” –Blaustein Eduardo.
“Villas miseria: origen, erradicación y respuestas populares” –Bellardi Marta y
De Paula Aldo.
“Villeros y villas miserias” – Katier Hugo E.
“Investigación social en agrupaciones de “villas miserias” de la ciudad de
Buenos Aires” – Dr. Vicente E. de Pablo y Sra. Ezcurra Marta.