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Trabajo Práctico

Tema: Villas miseria en la Argentina durante el periodo de


1930 hasta la actualidad.

Profesora: Andrea Pereyra

Alumnas: Marina Sottini y Naiara Lazzaro

Curso: 5° B – Bachiller

Turno: Mañana

Año: 2010

Fecha de entrega: lunes 5 de julio de 2010

Introducción

¿Cuántos años tienen? ¿Cómo son? ¿Quiénes viven en ellas? El hombre de


la ciudad no siempre las conoce, pasa atemorizado ante esa acumulación de

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chapas y maderas cuya impresión de desorden le molesta. Maldice su suerte si
le toca vivir al lado de una. Observa con temor el ir y venir de los hombres que
las habitan hacia el trabajo, la intrusión de sus mujeres en los comercios del
barrio, las corridas de sus enjambres de niños descalzos.
La villa construye y mantiene a la ciudad que la generó y la margina. En
general, el país parece avergonzarse de ellas. El eufemismo oficial las
denominó y denomina barrios de emergencia, como otorgándoles
transitoriedad. El pueblo las fue bautizando individualmente con matices
irónicos: Villa Tranquila, Villa Piolín, Villa Jardín, Villa Insuperable.
Constituyen lunares de dependencia, manchones de subdesarrollo en el
rostro compuesto y pretencioso de Buenos Aires. Las villas de emergencia
poseen una especificidad propia, por el hecho de constituir conjuntos
residenciales con un alto nivel de precariedad que se hallan asentados en
terrenos de propiedades fiscales o particulares y extendidas en forma
concentrada, a la manera de islas o bolsones de pobreza, en los intersticios del
espacio urbano. No sirven de consuelo las teorías económicas que las
interpretan como “indicadores de crecimiento”, saludables en el fondo. Los
distintos programas de erradicación puestos en marcha por los distintos
gobiernos han sido los principales mecanismos institucionales utilizados en la
acción oficial para hacer frente a tal realidad.
Es consuelo de tontos también el decir que son un mal de muchos, que
tienen sucedáneos en casi todo el mundo. Igual duelen, molestan, conmueven
o indignan. Son la expresión argentina de un fenómeno mundial que no es el
crecimiento ni el subdesarrollo. Es, simplemente, la explotación y la
dependencia.
La villa sabe que se lleva contra ella una guerra de exterminio, y se defiende.
Para mucha gente, incluidos en ciertos importantes diarios, las inventó Perón y
por razones políticas. Lo cierto es que preexistían al período peronista y que
crecieron como nunca cuando concluyó éste.
Sociológicamente, las villas son las sucesoras del conventillo. Como éstos,
albergan el exceso de población que el campo envía sobre la ciudad. Como
éstos, forman parte de las soluciones que el pueblo puede dar a sus
problemas, aprovechando los resquicios que le deja el sistema social que lo
oprime, el que los expulsó de las tierras donde desde siempre vivieron sus
antepasados.

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Villas miseria en la Argentina durante el periodo de 1930 hasta la
actualidad

En nuestro país, las villas se constituyeron a través de un proceso


paulatino de ocupación del suelo urbano por parte de individuos o familias, a
quienes luego fueron sumándose sus coprovincianos, parientes, amigos.
Históricamente las villas nacen casi sin violencia. Las dos migraciones (interna
y externa) se mezclaron en el núcleo inicial: tucumanos, correntinos, entre
otros. También los inmigrantes europeos se establecerán en las zonas
industriales, entre ellas el Gran Buenos Aires. La villa miseria es el único medio
institucionalizado que la cuidad provee al migrante para su albergue y
socialización. En realidad, es el mismo migrante quien arbitra ese medio y
encara con sus propias fuerzas el proceso de urbanización. Ello indica una
característica peculiar en relación a lo sucedido en otros países de América
Latina, donde la formación de asentamientos similares fue producto de la toma
de tierras por medio de acciones colectivas y simultáneas.
Solo después la ciudad pretende institucionalizarlo, es decir, controlarlo y ya a
otro nivel eliminarlo. El choque entre las expectativas del campo y la realidad
urbana fue duro.
La explicación más generalizada del proceso de formación de los
asentamientos villeros, toma como punto de partida la situación económica y
social del país a posterior de la crisis mundial de 1929. Es sabido que una de
las consecuencias más importantes generada por la crisis fue el inicio del
proceso de sustitución de importaciones como estrategia de reacomodamiento
dentro del mercado internacional, ante las crecientes dificultades para el
ingreso de bienes manufacturados del exterior destinados a satisfacer las
necesidades del mercado interno. De tal proceso, se derivaron efectos
fundamentales referidos a la distribución poblacional, iniciándose hacia fines
de la década del ’30 el fenómeno de las migraciones internas. A los atractivos
ofrecidos por el incipiente desarrollo industrial en cuanto a las nuevas
oportunidades de trabajo, se sumaron las cada vez más escasas posibilidades
de inserción laboral para la mano de obra del interior, debido a la situación de
progresivo estancamiento que manifestaban las economías regionales. Se
acentuó así la concentración poblacional en la zona litoral del país, proceso que
se venía gestando desde fines del siglo pasado a través de la entrada de los
grupos migratorios europeos.
La irrupción de aquellos contingentes provenientes del interior del país,
no se correspondió con una adecuada oferta de servicios habitacionales que
pudiera dar respuesta a las necesidades de los nuevos habitantes de la
metrópoli. Estos sectores se verán entonces obligados a recurrir, en su
búsqueda de alojamiento a los conventillos, inquilinatos y hoteles. Alrededor de
la década del ‘30 se ubica asimismo el surgimiento de los primeros
asentamientos villeros, aunque aún en forma muy restringida.
En 1930, todavía el conventillo, la pensión barata, podían ser viviendas
obreras. Luego, ni esas viviendas (nada recomendables desde el punto de vista
higiénico) se encuentran al alcance de la masa migratoria interna. El ingenio
del criollo busca nuevamente la solución propia, apelando a los elementos que
le brinda su cultura tradicional. Claro que aquí no existen elementos que en
algunas regiones del país están tan a mano. Ni la piedra, ni las cañas, ni la
posibilidad de hacer adobe. Entonces se recurre a cualquier cosa: chapas,
maderas de cajones, bolsas. En 1931 el Estado dio refugio a un contingente de
polacos en unos galpones vacíos ubicados en
Puerto Nuevo.
En baldíos muy céntricos la villa comienza a formar parte del paisaje urbano.
La regla, sin embargo, es que crezcan junto a los lugares de trabajo, en
terrenos de preferencia fiscales. Nuestro campesino siempre ha considerado
casi propio el terreno estatal, esas tierras que él mismo contribuyó a colonizar.
El derecho de ocupación proviene del trabajo. Los primeros habitantes de las
villas van delimitando sus terrenos, delimitación que luego sufrirá
modificaciones por razones de espacio y necesidad. La ley los define como
“intrusos”, pero ellos venden y alquilan sus casillas o pedazos de terreno.
Desde el comienzo se enfrentan al sistema.
La usurpación de una considerable superficie de las tierras urbanas, en
abierta violación al derecho de propiedad consagrado en las leyes vigentes, ha
sido sin duda uno de los puntos de toque para la intervención del Estado en
sucesivas oportunidades.
Al viejo Buenos Aires le molesta esta nueva concentración urbanística, esta

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presencia morena en sus calles, esa invasión de un pueblo desconocido. Es que
la población porteña, producto importado por excelencia, ve llegar algo que no
comprende: el propio país. La villa es una realidad que parte de bases
distintas, cuyas raíces se hunden en el pasado nacional.
Durante el período 1930-1945, la clase obrera maduró su conciencia de clase
con la experiencia de numerosas huelgas y otras luchas, organizando las
grandes centrales sindicales por industria y una central sindical única en la
CGT.
Hasta 1950, cuando la industria cesa de absorber mano de obra, la
expansión del mercado interno permite al migrante alcanzar un estándar de
vida jamás visto entonces. La irrupción del obrero al mercado de consumo
provoca el auge de la actividad comercial y las iras de quienes sienten
invadidos lugares hasta entonces considerados “exclusivos”.
Durante el gobierno de Perón se verificó la construcción en un plazo
excepcionalmente corto de 500.000 casas, con la incorporación a la vida digna
de 2.500.000 argentinos que habían vivido en pocilgas, ranchos o inquilinatos
ruines. Esto tuvo que ver con su política de justicia social, es decir, una
distribución más justa de la riqueza nacional, lográndolo con la dignificación del
trabajo, garantizando el pleno empleo, mejorando las condiciones de vida de
los sectores populares dándoles acceso gratuito a salud, educación y vivienda.

Frente a la influencia de migrantes internos, la opinión opositora, solo atina a


calificarla de “maniobra política y demagógica”, desconociendo su origen en la
industrialización y propicia el retorno al campo de los “intrusos”.
El Estatuto del Peón se impuso, pese a lo cual la migración no cesó. La
crítica se dirigió entonces a las villas y su modo de vida. La villa era un
“invento de Perón”, desconocido hasta entonces.
Hacia fines de los años ’40 comienza a verificarse la instalación con
características crecientemente masivas en la ciudad, de grupos originarios de
las corrientes migratorias del interior del país como así también de los últimos
contingentes europeos de posguerra. Esta localización geográfica
evidentemente fue producto de causas bien concretas ya que el puerto de la
ciudad y el ferrocarril garantizaban la existencia de oportunidades laborales.
Pero todavía en 1940, cuando el gobierno proveyó de viviendas precarias
a un grupo social muy castigado, esos habitantes pioneros de lo que sería la
villa de Retiro eran de origen italiano y el barrio se conocería durante decenios
como “Barrio Inmigrantes”. Unas cuantas manzanas más al norte, con el apoyo
del gremio de La Fraternidad, comenzaron nuevos asentamientos de familias
de ferroviarios en los márgenes de las vías del Belgrano. Ese extremo norte de
la villa de Retiro sería Villa Saldías. Más tarde llegaron nuevos pobladores,
bolivianos y habitantes del noroeste argentino, muchos de ellos zafreros,
rechazados en los ingenios azucareros cuando comenzaron a endurecer sus
reclamos sindicales. También en los ‘40, en la zona capitalina que se conocía
como Bañado de Flores, lo que sería el Parque Almirante Brown, comenzaron a
instalarse viviendas precarias alrededor de un barrio de emergencia que, como
los primeros de Retiro, tuvo origen oficial: el barrio Lacarra.
Como caracterización general del período, parecería que el villero en
época peronista no era visualizado como un factor social tan diferenciado del
resto de la gente que padecía el problema de la carencia de vivienda en el
país. Era un hombre en ascenso, en tránsito hacia otra realidad social, cuyo
acceso a otro tipo de vida era cuestión de tiempo.
Esto molestaba a la clase media, que se veía amenazada por el incipiente
crecimiento de los sectores populares, un claro ejemplo de esta situación es la
historieta del autor Ricardo Piglia el cual refleja la marginal situación en la que
se encuentra el migrante interno con respecto de la burguesía, el trato que
recibe de ésta y como están estigmatizados socialmente en su calidad de
“intrusos”. Ésta historieta muestra al migrante en asenso, cuando se ve al
hermano de la mujer tucumana ocupando el cargo de oficial de policía, y es
notorio el descontento del señor Lanari al ver como estos migrantes empiezan
a formar parte de la sociedad de igual a igual como él mismo. Se refiere a esto
como “la invasión”, la invasión de la clase obrera y de estos sectores
marginados por la sociedad, que ahora se encuentran en una situación de
asenso. Aun así, podemos ver las circunstancias en la que vivían todavía la
mayoría de los migrantes internos, cuando vemos el estado en el que se
encuentra la mujer tucumana. También podemos ver claramente el trato
despreciativo y los términos despectivos con los que el señor Lanari llama a
esta mujer. En un momento de la historieta hace referencia al momento

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histórico del 17 de octubre del ´45, cuando los obreros que se autoconvocaron
en la plaza de mayo para pedir por la liberación de Perón, mojan sus pies en la
fuente. Esto se ve ante la reacción que tiene el señor Lanari cuando el oficial se
saca los zapatos en su casa, y también en cómo se pone cuando el hermano de
la tucumana le va a pegar con sus pies “¡Dios mío esas patas!”… “¡Con las
patas no!” a todo esto él esta recordando aquel momento en la plaza de mayo.
En el último gobierno peronista, lo característico en el tema de las villas de
emergencia, fue un casi permanente enfrentamiento entre la concepción oficial
que apuntaba a dirigir la política de erradicación desde los organismos
estatales, y la propuesta de las organizaciones villeras según la cual la
colaboración del Estado debía orientarse a tareas de mejoramiento de los
núcleos villeros; en otras palabras, a la erradicación propuesta por el gobierno,
se oponía la radicación defendida por los villeros.
Al caer Perón, se convierte en precioso objeto de estudio para los
antagonistas del régimen popular: a su entender, constituían una prueba
evidente y objetiva del “fracaso” de ese gobierno, de su “demagogia”. Tales
estudios, no contribuyeron demasiado a la solución del problema de las villas.
En la década del ’50 las contradicciones dentro del movimiento peronista
comienza a agudizarse, y las clases que lo componen inician su polarización.
Solo la clase obrera permanecerá fiel al movimiento, prolongando su lucha
mucha más allá de su caída y provocando, con su consecuencia y heroísmo, el
inicio de un cambio profundo de toda la sociedad.
Con el triunfo de las minorías en 1955, la migración interna se intensifica
y no solo en Buenos Aires. Se empeoran las condiciones de vida en el campo y
se frena el proceso de industrialización. De 1956 a 1963, el crecimiento medio
anual de las villas es superior al 10% solo en la ciudad de Buenos Aires. En el
Gran Buenos Aires ese promedio se eleva en 15% en el período de 1956-1966,
y la población villera se quintuplica. Un porcentaje que podemos estimar en un
5% de su población llegó de países limítrofes: Paraguay, Bolivia y Chile. Esto
enfurece a los mismos “nacionalistas”, que sacan a relucir aquel lado racista
contra la “migración no selectiva y deseada”. El racismo sigue vigente con
singular fuerza para quienes niegan la historia.
Hacia 1955, año de la Revolución Libertadora, a las villas de Retiro, Bajo
Belgrano y Lugano había que sumar una larga serie de nuevos núcleos villeros,
algunos bautizados con nombres picarescos o maliciosos que quedarían
incorporados en ciertos lugares ambiguos de la cultura popular: Villa Fátima,
Villa Piolín, Villa Medio Caño, Villa Tachito, Villa 9 de julio. Cuantificar la
población villera significaba, por primera vez y en el mismo acto, asumir el
tema de las villas como “problema”. A renglón seguido, la solución ideada, por
entonces original, era la de la erradicación. Al menos en su concepción inicial
aquel primer plan de erradicación intentaba dar alguna respuesta social. Las
dosis de violencia en los planes sucesivos se fueron haciendo progresivamente
inevitables con los años. La realidad de las villas incluye a la historia que van
construyendo quienes las pueblan. Primero es la llegada de grupos que
comparten historias, identidades y culturas afines. Luego los problemas
comunes -laborales, barriales, educativos- de todos los días y la construcción
de nuevos lazos. De a poco el surgimiento de clubes de madres, las juntas
vecinales que buscan mejorar las condiciones de vida, las entidades de
recreación y deportes.
Con el tiempo, formas de organización cada vez más abarcadoras y
colectivas que comienzan a conformarse como contrapoder frente al Estado y
sus instituciones a medida que éstas se convierten en interlocutor y, muy a
menudo, en enemigo. Lo que empezaba a fines de los años ’50 con el intento
de erradicación era apenas el comienzo de una historia muy extensa, cíclica y
accidentada que pasó de la construcción de muros perimetrales que
pretendieron “ocultar la vergüenza” a los incendios intencionales.
Aproximadamente a partir de 1960 se inicia una nueva etapa en el
desarrollo económico del país, como consecuencia de la crisis del modelo de
desarrollo económico surgido luego de 1930, basado en la expansión del
mercado interno. Se observarán así cambios sustanciales: la penetración del
capital monopolista, procedente principalmente de Estados Unidos, trajo como
consecuencia la quiebra de un considerable número de empresas pequeñas y
medianas con una alta absorción de mano de obra. Reduciéndose la demanda
industrial de mano de obra se vio limitada, aún más, la capacidad económica
de ciertos sectores asalariados, quienes vieron agudizarse la ya existente
dificultad para la obtención de una vivienda adecuada. Esto significa que
continuaron teniendo vigencia los hoteles-pensiones ubicados en las áreas

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centrales de la ciudad, que permitían a sus ocupantes estar más próximos a
posibilidades laborales. Otros sectores se instalaron en áreas periféricas del
casco metropolitano, construyendo en terrenos propios aunque con muy
limitada infraestructura de servicios; finalmente, otros pasaron a engrandecer
la ya existente población de las villas de emergencia, que continuaron
reproduciéndose tanto en zonas de la periferia como en diversos puntos del
área central.
A partir de mediados de los ’60 la población villera del país comenzó a
crecer a una tasa descomunal: el 15% anual. Durante años, y lo mismo a partir
de la retirada del Proceso, el ritmo de crecimiento de la población villera en
Capital estuvo por encima de la del promedio. En su conjunto, hacia 1973 los
conglomerados villeros conformaban la cuarta ciudad argentina, aunque
medianamente invisible, o al menos no siempre oficializada. Sólo en Capital y
el Gran Buenos Aires existían 400 mil villeros repartidos en 600 núcleos
poblacionales.
Cuando los militares ocuparon el poder, en marzo de 1976, en la ciudad
de Buenos Aires vivían exactamente 224.885 villeros.
El Proceso militar retomó una discusión histórica y legítima acerca de uno
de los “males” estructurales del país: la de las grandes extensiones “vacías”
dentro del territorio argentino, la del despoblamiento versus el
sobrepoblamiento. De nuevo, las estrategias a aplicar deberían ser drástica y
totalizantes. La erradicación total y definitiva de todas las villas de emergencia
era el objetivo prioritario de este programa, al mismo tiempo que justificaba
ampliamente la inversión de ingentes recursos humanos y materiales.
De acuerdo a los postulados del plan el traslado a las viviendas
transitorias otorgaría a los beneficiarios tres tipos de seguridad. La seguridad
jurídica que evitaría a los pobladores ser objeto de nuevos desalojos; la
seguridad física puesto que serían instalados en terrenos adecuados y en
viviendas construidas con materiales no precarios; finalmente, la seguridad
sanitaria dado que las nuevas unidades contarían con las instalaciones
necesarias para la adecuada higiene. Sin embargo, las viviendas fueron
realizadas con muy baja calidad constructiva, además de prohibirse
explícitamente hacer cualquier tipo de modificación en ellas.
Como es ampliamente sabido, este programa lejos estuvo de cumplir con
sus ambiciosos objetivos ya que la proporción de familias trasladadas a las
nuevas viviendas fue bastante reducida; además, ante la resistencia de
algunos pobladores, los funcionarios municipales no escatimaron el uso de la
fuerza pública para concretar los desalojos.
Para las autoridades porteñas, sin embargo, no cabía duda de que el
vasto plan erradicador había sido exitoso. Si se tienen en cuenta las
intenciones oficiales y de qué manera las autoridades habían abundando en el
asunto de los “fracasos” de otros gobiernos, no cabe duda de que tuvieron
razón. De 13 villas que existían en el ’76, y que abarcaban al 91% de la
población, tres fueron barridas y las demás reducidas poco menos que a
cenizas.
En cuanto a la actualidad, la población de las Villas miserias sigue en
aumento. Hoy en día, se estima que la cantidad de habitantes de las Villas de
emergencia creció del 10,4 % al 12,3% de la población. Las perspectivas
actuales de nuestro país no dejan lugar para hacerse demasiadas ilusiones: la
falta de trabajo, el deterioro de la salud, las carencias habitacionales, el
derrumbe de los principios éticos y morales, agregan su cuota de depresión a
los resultados de las políticas destructivas que desde el gobierno nacional
conjugaron durante la década de 1990 el cierre de industrias, la privatización
de los recursos naturales y las empresas públicas, con modificaciones a las
formas del trabajo conocidas, producto inevitable en algunos casos, del
desarrollo tecnológico.
El crecimiento de las villas en la actualidad favoreció la expansión del
narcotráfico en zonas pobres que genera adictos y víctimas por las luchas
entre narcos. Esta situación ayuda a generar una estigmatización social, hace
que a la gente que vive en las villas se las asocie con la droga y la
delincuencia. Si bien esta situación tiene su gran porcentaje de veracidad, esto
se debe a que la gran mayoría de las personas que habitan dentro de estos
asentamientos viven de la delincuencia a falta de posibilidades de acceder a un
trabajo y a una educación. Los chicos que no pueden acceder a la educación o
a un trabajo son comúnmente llamados “pibes chorros”; generalmente
provienen de padres delincuentes o trabajadores con conflictos. Muchas veces
estos jóvenes recurren a la droga o al alcohol para poder “escapar” de la

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realidad que los rodea. El Estado tiene que recuperar el control territorial e
integrar a los jóvenes a la sociedad.
Las esperanzas de un futuro mejor pasan por una enérgica política de
inclusión social que produzca un cambio importante en las situaciones
descriptas, integrando al ciudadano a través de la educación, la capacitación
en nuevas técnicas, la facilitación del acceso a la vivienda propia y la
preservación de la salud. De cada uno de nosotros depende habilitar ese
futuro, de nuestra participación, de nuestro aporte de ideas, de nuestra
percepción de la realidad en su correcta medida.

Conclusión

Nos encontramos frente a un hecho social y psicológico: agrupaciones de


vivienda distintas a las urbanas, levantadas en terrenos fiscales o privados por
invasión de gente pobre, que ha resuelto así el problema de habitación y que
chocan fuertemente con la edificación y los viejos residentes urbanos de una
de las mayores metrópolis mundiales; se trata de un fenómeno de distancia y
rechazo social, por eso los urbanos les llaman Villas Miserias en forma
genérica.
Tienen una base general, la pobreza, están habitadas por clase baja en un
período largo de crisis de vivienda mundial y nacional, unido al fuerte
crecimiento demográfico del núcleo urbanístico que rodea la Capital Federal y
se une a ella, por la creación especialmente de industrias que requirieron
trabajadores, que en esos años no vinieron en la cantidad necesaria de Europa.
Esto provocó junto con la crisis del campo argentino, el éxodo de la población
rural, especialmente de las provincias y zonas más pobres hacia la metrópoli
donde había trabajo y posibilidad de vivir y mejorar. A partir de 1943 se
produce un brusco aumento, con el auge económico, disminuyendo en los años
1955 y 1956 por la situación empeorada. Durante el período ’73 - ’76 se
llevaron a cabo algunos programas de radicación en algunas villas del Gran
Buenos Aires, con construcción de viviendas y de equipamiento en el terreno
original. Pero al mismo tiempo, se concretaron tareas de erradicación en
algunos sectores de extensas villas.
Desde el punto de vista actual concluimos que es más que necesaria una
estricta política de inclusión social que se haga cargo del problema de las villas

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en el país. La villa es apenas una manifestación del gran problema argentino, y
pretender su tratamiento aislado es una utopía.

Bibliografía
“Prohibido vivir aquí: una historia de los planes de erradicación de villas de la
última dictadura” –Blaustein Eduardo.
“Villas miseria: origen, erradicación y respuestas populares” –Bellardi Marta y
De Paula Aldo.
“Villeros y villas miserias” – Katier Hugo E.
“Investigación social en agrupaciones de “villas miserias” de la ciudad de
Buenos Aires” – Dr. Vicente E. de Pablo y Sra. Ezcurra Marta.

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