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La mujer es fuego
El hombre estopa
Viene el diablo
Y... sopla
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-El diablo anda suelto otra vez por los andurriales. Se oculta en las
negrura del barranco y sólo deja ver esos ojos enormes, brillantes y
esconderse. Entonces se aparece, echa fuego por los ojos, salta, brinca, ríe
yo. Fue un día de San Miguel, nosotras todavía solteras, y ustedes saben
los fósforos, las tijeras y unos cuantos trapos, nos ceñimos el pañuelo al
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quejo y cogimos rumbo para el barranco. Aquello era una especie de vía
>El viento sonaba como una insalla de perros carniceros llorando al aire.
sopla hasta volver locos a los cristianos! ¡Demontre viento baladrón que
>Mal rayo parta al perro viento que nos arrastró todo el camino como si
fuéramos dos cuervos, y que zumbaba entre los millos y las papas del
llano, embrujaba a las palmeras, se revolvía airadamente por las pitas del
pie en lo alto de la Cueva Treinta, nos persignamos sin parar ante aquel
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golpe la estancia y, como almas en pena, se deslizaron por la techumbre y
los costados. Mi prima y yo nos agarramos una a la otra; sin pensarlo nos
sacramentado, ora pro nobis”. Pero las voces sonaban con eco dentro de
suelo sus más de cien kilos de barriga, y que yacía escarranchada sobre el
hocico; los ojos eran como potas y las tetas a punto de reventarse,
>El caso es que con miedo y todo, nos pusimos manos a la obra y, nada
más frotarle la panza de arriba a abajo, largó dos crías como voladores.
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las pares a un lado. Luego, limpiamos los recién nacidos de sangre y baba,
les metimos los dedos en la boca para que resollaran, y los acomodamos
también, todo sea dicho, se tiró tal viaje de bufos que el aire se quedó
rieron abiertamente.
Me erizo hasta el tuétano nada más que de acordarme. Pues resulta que
dimos en la barriga. Así estuvimos hasta las tantas. Y la verdad es que con
aquel trajín me olvidé de todo, inclusive de que era el día de San Miguel,
parecido, y pensé que yo también podría hacerlo. Así que me volví para mi
prima y le dije:
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- Mira, Isabel, yo, como hacía mi madre, le voy a meter la mano por el
allí para adentro, y fue tal el asco que me revolví de pies a cabeza. Sin
parió”, cuando palpé algo atravesado de canto a canto. Sin más dilación,
salió una camada tal, y a tal velocidad, que tuvimos que esmerarnos para
habilitar a tanto bicho junto. Y yo, que nunca había visto cosa igual, venga
redondos.
- ¿Que qué me pasa? ¿Acaso no sabes tú que el diablo está hoy desatado?
¡Ay, Señor del Gran Poder! Y tú con todo ese viaje de palabrotas, aquí en
y lo dejé caer de golpe sobre los demás; él solito resolló por su cuenta del
macanazo que alcanzó. Como las locas, empecé a rezar a voz en grito y me
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aquellos descampados, y con el presentimiento de que algo terrible iba a
- ¡Vámonos de aquí!
- ¿Tú crees?
treta para darle interés al cuento y para hacerse de rogar, lo cual era muy
para cuentos y chistes. Lo único que tenía eran ganas de llorar. Pero, claro,
me observaba detenidamente.
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- ¡Siga, por favor, Peregrinita! - gritaban los niños.
- No importa, siga.
- Pues bien, como les iba diciendo, lo que sucedió fue que, de pronto ...
¡zaz!, un rayo cruzó por delante y fue a chocar contra una higuera que
había a un lado del camino y que, en menos de nada, ardió por completo.
que parecía una antorcha, y allí, sobre una rama en llamas, flaco y
enorme, los cuernos como medias lunas, una lengua de fuego gigantesca y
más miedo que cuerpo, y nos meamos y nos cagamos de arriba a abajo, sin
más remedio.
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Dios mediante, días después. Las camisas y las barbas de las piñas estaban
- Lo que pasó es que tú te obsesionaste con esa idea, y por eso lo viste,
mujer.
y sólo venía de relance, continuaba atónita con la relación, tan creída como
los niños.
- Que no, muchacha, que eso es una batata como un día de fiesta. ¿Tu no
- ¡Oye, mira que sos porfiona, eh! Pues te digo y te repito que yo lo vi con
- ¡Oh, claro!, ¿qué va a decir ella? ¡Ella siempre ha hablado por tu boca!
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Las dos mujeres se echaron unas miradas que no decían nada bueno.
parto, quería.
- Pues que mi padre fue a buscarnos, allá cuando escampó, y nos encontró
pequeños, que ya hemos visto, y se nos hace la boca agua de mirarlas, las
culantrillo de la pila. Las mujeres toman café repetidas veces -échame otro
buchito- y los dos bizcochos lustrados que tocan por cabeza, son devorados
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El sol pegaba más fuerte de lo acostumbrado para aquellas fechas.
Estábamos todos sudando a mares, sobre todo las mujeres que soplaban el
generalmente cubiertos por los pañuelos, las tres mujeres, que eran de una
de tal vicio.
- ¡Sucristo, fuerte tufo! Echa esa jumasera para otro lado, muchacha, que
me estoy asfixiando.
- Fina no, sino que no me gusta y tú lo sabes. Además que eso no es bueno,
- Eso es asunto mío, que la que me enfermo soy yo. ¡Oh, coño!
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- ¡Por favor, Matilde, qué anticuada sos, oye! ¿Tú no sabes que hoy en día
- Mira, Matilde, me parece a mí que vamos a terminar mal. Así que será
mejor que me recoja y arranque para mi casa, que tengo muchas cosas que
- Muy bien.
Ya en la calle, el sol nos golpeó la cara. Y eso que eran más de las
- Nada.
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- ¿Seguro? Tú tienes algo; a mí no me engañas tú. Yo me he estado fijando
- ¡Ay, Dios mío! Estos niños ya no son niños. Recién destetados y ya andan
con preocupaciones.¡Señor!
asunto.
misa.
- Ya.
- Fíjate, que te voy a preguntar por el sermón, ¿oíste? Y ahora venga, para
tu casita.
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II. EL NIÑO AZUL
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Suspiros que mi alma evoca
en un continuo desvelo,
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Lejos de todo el mundo, a la sombra de la acogedora mimosa
Siempre estábamos solos, en nuestro sitio, a esa hora del medio día,
cañaveras y árboles, sin que nadie nos viera ni oyera, al arrullo del agua
Seminario.
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Yo observaba la mirada resignada de Agustín, quien arrojaba
a Intercasa.
- ¡Qué mierda!
- ¿Qué te pasa?
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mostrando los labios azules y los dientes apretados unos contra otros, como
si quisieran partirse.
Después, con gran esfuerzo, le separé los dientes haciendo palanca con el
su estado natural.
- ¡Uff, casito me asfixio! Menos mal que estabas aquí, Juanillo –decía con
- ¡Qué miedo, Agustín! Pensé que te ibas a morir. Tienes que procurar no
estar nunca solo hasta que se te quite esa cosa. Yo no pensaba que fuera
tan horrible.
durante los ataques. Son visiones que se hacen tan reales como el hecho de
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- Y no puedes hacer nada para remediar ninguna de las dos cosas,
¿verdad?
- Exacto.
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trucos. Como resultado, en las tardes de los domingos, mi hermano
fuertes ramas horizontales, muy propias para el caso, a las que solía pintar
que pagar una perra, o una perra chica los menores de cinco años. A los que
subía a la rama más alta y, simulando el ademán perfecto, saltaba a las dos
ramas de abajo a gran velocidad; desde allí, sin pausa, pegaba un brinco,
primo mío; gordito, con un culo como un tambor, trepaba a la primera rama
trasero, mientras Marcos entonaba una musiquilla de película del tres con
y caía sobre una tonga de ruedas de coche que estaban colocadas en fila.
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Allí se quedaba sentado y escarranchado. Las ruedas habían sido
Acto seguido venían los payasos, que jugaban hasta al boliche ,y,
girando, amarraba otro que tenía una tacha grande de acero por punta y lo
veces sin ningún fallo. Boby, un perrillo chimbo que mi madre tenía en el
Llano de la Cruz, para cuidar las cabras, era el otro protagonista del
penúltimo acto. Marcos se pasó horas para lograr que le diera una patita,
baja y más delgada, a un metro del suelo. Venga a girar, balanceos, más
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La audiencia vibraba en esos momentos. Ante el asombro de todos,
realzaba el efecto. Era una prueba dificilísima y más de una vez se fue al
milagro, sino porque la tenía más dura que un risco. El mismo se ofrecía a
que le dieran cabes en la frente y pobre de quien accediera. Una vez se topó
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tendremos que soportar las clases diarias con el cura quien, por supuesto,
Estoy convencido de que sería incapaz de aprender latín. Debe ser muy
difícil. Aunque para Agustín no creo que lo sea. Él es más listo que yo.
Agustín tiene los ojos hundidos de tanto soñar. La primera vez que le
vio. Él, como ya venía siendo costumbre desde unos cuantos años atrás,
doble séquito. El blancor de las casas chocaba con el luto de los penitentes,
unos bajaban hasta El Cuarto atravesando El Puente, y otros cogían por Los
vilo a todas las almas. La voz de Agustín era un chorro de agua clara y
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sentimiento de desamparo. A nadie se le escapó, tampoco, que algo raro le
los ojos abiertos y una mirada que parecía vagar por mundos insólitos.
después lloró. Lloró tanto que las lágrimas borraron el azul de su piel y le
devolvieron su color natural. Por último, tras abrir y cerrar nuevamente los
del santuario popular. Una singular alegría se apoderó del entorno y yo, que
escalofrío me recorría todo por dentro. Creí desesperar. Intenté por todos
los medios llegar hasta mi amigo, pero una muralla humana me lo impedía.
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del alcalde. Con la cabeza a punto de estallarme, sobrecogido por el miedo
imagen del niño Jesús que llamaba a Agustín clavada en la mente, me dejé
cuello y la cabeza. No me hizo falta mirar para saber que era mi madre y
me abracé a ella con vehemencia, mientras le decía que tenía miedo de que
Agustín se muriera.
preocupes más. Ya verás como pronto estarás jugando otra vez con él.
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- No son boberías. Siempre que un niño se muere, usted me dice que se fue
muera.
- ¿A dónde se lo llevaron?
- Para la capital. Le van a hacer análisis y cosas de esas, pero seguro que
la clínica.
que lo traería de vuelta. Me comí las uñas tan arrente que hasta me
hay a la entrada del callejón de mi casa, divisaba gran parte de la calle José
Antonio, por donde solían venir los coches procedentes de Las Palmas, y
mirada fija en la carretera, encandilado por el sol que subía ya, con bríos,
que Dios me ayudara. Llevaba tres días hablando con Él, ayúdame señor, e
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Mis plegarias fueron oídas, por fin, después de casi tres horas de
brincar igual que un resorte. Unos cuantos transeúntes, de los pocos que no
parara.
Yo vi los cielos abiertos y, sin pensarlo dos veces, salté dentro del
auto y me abalancé sobre mi amigo, quien ya tenía los brazos abiertos para
- No me lo pasé mal, porque todo el mundo fue muy bueno conmigo, pero
la verdad es que no veía la hora de venirme para acá. ¡Tengo unas ganas
- Si. Mi madre dice que me conviene dar paseos y respirar aire puro.
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Ensimismado como estaba, no me había percatado de que la madre
- No, que va. El no va nunca. Dice que siempre repiten la misma película.
ir?
había acosado, pero, como lo último que quería era preocuparlo, me gocé el
relato de cabo a rabo. Además, al verlo tan bien que parecía que no le
hubiera pasado nada, me dejé llevar una vez más por su fantasía y, sin
maravillas, que no tenía nada que ver con ningún lugar que hubiéramos
por todas partes y se iba a perder allá lejos, en un horizonte igual que un
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arco iris. Al principio me dio la impresión de estar viendo un cuadro
aleteos, batían el aire limpio y oloroso. Me sentí tan tranquilo y alegre con
ellos que no tardé nada en bailar y entonar sus melodiosas canciones, que
oro, y los elefantes, que eran chiquititos, brillaban como si la piel fuera de
lagunas y, un poco más lejos, una enorme franja azul celeste atravesaba el
espacio y nos separaba del arco de colores que se alzaba majestuoso allá
enfrente.
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que si traspasaba aquella franja, nunca podría regresar. No sentí miedo;
mano. Abrí los ojos y me eché hacia atrás. Al instante, bramaron las nubes
imagen de un niño precioso que me hacía señales con las manos, para que
Agustín hizo una pausa y me miró con tristeza. Yo, con el alma en un
puño, le pregunté:
- Estoy seguro.
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- Ya lo sé. ¡ Pero aquello era tan bonito!
Agustín estaba más cerca del cielo que de la tierra y que, aunque le dolía
paraíso que había soñado. Fue entonces también cuando, aún creyendo que
era pecado mortal, sentí celos del niño Jesús, que quería al niño azul sólo
para Él. Es más; me pareció tan injusto, que llegué a odiar a aquel niño que
Ahora creo que lo odio más todavía. Porque, si de verdad tiene tanto
Agustín siga sufriendo esos ataques tan horribles. Ya van cuatro con el que
yo presencié aquí mismo el otro día. Y cada vez son más espantosos. Yo, si
una varita mágica, lo primero que haría sería librarlo de tales horrores. El
y a las plantas, a querer a la naturaleza, a gozar con una puesta de sol o con
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Menos mal que lo conocí. Si no llega a ser por él, yo seguiría siendo
el mismo mataperro que fui. Un salvaje que cruzaba el barranco con una
pájaro, lagarto, rana, perro o gato. Muchas veces con la tiradera, otras a la
animales. A las ranas les metía un canuto de caña por el culo y soplaba
luego los lavaba con alcohol y formol, los rellenaba de viruta y, con una
aguja de calar, terminaba cosiéndolos con hilo acarreto, para rematar con
una buena manita de pintura, que podía ser verde, amarilla, azul, roja... Con
los pájaros era menos cruel. Por lo general los dejaba tiesos en el suelo,
madre, regañada, me las quitó todas, las metió en un saco y me dijo que les
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metí en el gallinero que estaba en un rincón de la azotea, amenazándola con
huevos.
caso y, rabioso, estallé un viaje de huevos contra el piso. Ella soltó el saco
- No.
que fuera más efectiva. Así que, como ya había visto, de reojo, que el gallo
cogote con una mano, y por las patas con la otra. Después, en medio de un
madre.
- ¡Habrase visto cosa igual, Dios mío¡ ¡Mire usted, este machango! Te
digo que sueltes el gallo, mira que vas a alcanzar más leña.
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A aquellas alturas, ya me daba igual la leña que alcanzara.
que hiciera, me iba a llevar una tollina de las buenas, de esas de una
cerré el puño y retorcí un poco el cuello del gallo, que largó tres pitos con
Mi madre se asustó.
- ¡Ay, Virgen del Carmen bendita, que este diablo me va a matar el gallo!
vano.
Lo que gané fue una buena escaldada de nalgas (me salieron hasta
Ni que decir tengo que mis pobres bichos ardieron, y que me fue
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- ¡Vaya con este meleguín! ¡Faltaría más! Si resulta que parece un santito
y es más malo que el hermano, ¡oiga! Pero a ustedes los meto yo a viaje,
porque, a poder que yo pueda, a ustedes los gobierno yo. Y si los tengo que
amarrar a la pata de la cama, los amarro. Y si no, los ratio como a las
cocinilla de petróleo.
Sobre todo Marcos, que era el mayor, dos años más que yo, y que tenía
fama de ser el peor mataperro del barrio de El Ejido. Sus travesuras eran
regañaban a sus hijos. Si, por ejemplo, alguna vecina echaba en falta
chiquillos que le seguían. Una jurria de por lo menos veinte que hacían
Marcos, que para eso era el cabecilla, había denominado la jarca de Los
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Blusones Rojos, y él mismo asumía la labor de cortar sacos, hacerles
hilo de pita por la cintura. De vez en cuando, casi siempre los domingos
por la tarde, después del cine de las tres, nos enfrentábamos con bandas de
batalla (los bichos de la buena suerte) y entre ellos se incluían los perros y
los gatos, a los que nunca cazábamos en solitario sino, como mínimo, en
ser respetuoso con todo lo que a uno le rodea. Y, de hecho, respeto más a
estallarla como un cartucho, cosa que me divertía hasta hace poco. Quiero
dejar de una vez por todas esas andanzas. Sobre todo, quiero dejar las
mismo nos enfrentamos con los Capirotes, que son del Mondragón. Esos
son unos diablos y seguro que nos van a dar una tunda que te cagas. ¡Qué
horror! Para colmo, antes de que se haga de noche, tengo que cazar un
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fácil. A lo mejor me encuentro un pájaro muerto en el suelo, asfixiado con
estos calores. ¡Ojalá! ¡Malditas las ganas que tengo de eso! Pero si no lo
que estoy hecho un gallina desde que conozco a Agustín, y que ya no soy
ni la sombra del guerrero que solía ser, antes de encontrar a ese fragilón
el hermano y tengo que dar ejemplo. Sin ir más lejos, ayer me tocó robar
cogiendo cochinilla para venderla y comprar los tirantes para los arcos.
sin embargo, antes se leía una novela en menos que canta un gallo. A mi
me encantaba que me las contara paso a paso, según las iba leyendo. Me ha
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contado muchas, pero mi preferida es la historia del principito que vive en
un planeta lejano y que reina sobre una rosa. Recuerdo que me dijo que en
país y habla de sus experiencias en cada lugar. Parecía que estaba viendo
una película. Allí, tranquilo, al arrullo del agua salpicando, con la mimosa
verde, amarillo y rojo. Los árboles se desbordaban por las orillas y, si llovía
susto. Agustín nunca llegó a caerse y, como no iba a las guerreas, no tiene
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III. LA GUERREA
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Tienes caminar de gallo,
remeneo de gallina,
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-Rapados de atrás alante, con las moñas pintarrajeadas de tierra roja,
igual que los pájaros capirotes, medio desnudos, la banda del Mondragón
sus ropas. Eran más de treinta, casi todos mayores que nosotros y,
porque sólo éramos quince. Yo estuve a punto de alegar que más valía la
me callé.
pálido; cada vez lo estaba más. No hacía ni dos horas que lo habían traído
del hospital y yo, al enterarme, recién acabada la guerrea, corrí sin tino
para su casa.
Seguro que te habrías asustado tanto como yo. Sin embargo, Marcos se
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subió en lo alto del Toscón y empezó a insultarles a grito pelado, cochinos
de mierda, que aquí venimos a pelear, que a ver si se dejan de tanto ea, ea
recostado en su cama.
-Tu hermano está loco, Juan. Ya tiene doce años y aún no se da cuenta de
durante la guerrea.
-Un tenique casi lo deja callado como un tuno durante un rato. Le cruzó
carrera. Lo que ocurrió después fue algo asqueroso. Una lluvia de huevos
güeros, más de cien sin exagerar, cayó sobre nosotros. Gracias a los
escudos salvamos la cara de los choques directos, pero la peste era tal que
tuvimos que recular sin más remedio. Ellos aprovecharon para cruzar el
jefe a la cabeza, muy ufano él. Mi hermano se sentía tan humillado como
cargados hasta los dientes y se meaban de risa al ver las pintas que
teníamos, con el pringue de los huevos. Los blusones parecían una tortilla.
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-¡Qué vergüenza! –dijo Agustín, que, pese a estar inquieto, se había reído
-Desde luego, fue algo espantoso. Menos mal que Marcos, viendo nuestra
cuerpo entre los dos jefes. El que ganara se llevaría la victoria para su
lucha. Pero el gozo duró poco porque los Capirotes, no pudiendo soportar
que se armó. Alcanzamos leña por todos lados. Fue entonces cuando,
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defendiéndome con mi lanza, muerto de miedo, empecé a correr, huyendo,
para ayudarlo. Pero yo no fui el único que escapó; todo el que pudo cogió
echar la ración a los animales. ¡Hay que ver cómo se puso aquel hombre!
gesto amargo.
Por cierto, no me has hablado del bicho de la buena suerte que tuviste que
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-¿Por qué ?
preferidos.
-¿Un gato?
- Sí.
-Sí. Pero don Adrián no parece darle mucha importancia a esas cosas. Se
gato.
-Pues bien, ya era casi la hora del soturno cuando me encaminé hacia El
Llano de la Cruz, para echar de comer a las cochinas. Por el trayecto, fui
mirando, a ver si daba con algún lagarto o pájaro muerto para salir del
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fregaduras en la pileta, empecé a sentir retortijones en la boca del
luego cogí una tosca y se la arrojé con tan buena puntería que le di justo
que soy.
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-¡Oh!, él se puso contentísimo. Me dijo que se sentía muy orgulloso de mí,
pequinés que tenían entre ojos desde hacía un tiempo porque siempre les
ladraba al pasar. Poco a poco fueron desfilando los demás, cada uno con
su trofeo. Tino el Pacheco trajo otro gato que aún coleaba; Pepe el
apestaba a rayos; Suso el Albino irrumpió, entre chillidos, con una ristra
resignación.
¿no?
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-Por la mañana no. Ya sabes que tengo que ir con mi abuela, como todos
los lunes.
media.
-Mi madre dice que sí. Y que con las nuevas inyecciones que me estoy
pregunta y...
quedó mirándolas.
peregrina idea del niño Jesús, y por poco lo saco a relucir. Pero pensé que
contando las aventuras del pato sueco, que había dejado a medias unos días
animales preciosos, con los que jugamos sin parar. Inmensos campos de
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trigo doraban los prados. Los ríos parecían cortar la tierra en miles de
-Venga, Juanito; tienes que irte para tu casa, que son casi las diez.
nuevamente a Dios que, por favor, hiciera lo posible para que mi amigo no
me metería a cura.
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IV. INGENIO
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Aunque me fui, no me he ido,
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- Arriba, amante, que tu abuela te está esperando.
- Ya voy.
mí. Hasta los jefes de las bandas más temidas quieren congraciarse
las nalgas.
sobre mí. Delgada y fina, ya estropeada por miles quehaceres, era la misma
mano que me quitaba las liendres y los piojos del barranco, mi cabeza
encendida, sus dedos deslizándose para abrirse camino entre los mechones,
Era la misma mano que, con una horquilla, me sacaba las lombrices
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Yo sabía muy bien que, en tercera instancia, la mano de mi madre
Cumbre, seca el relente de la noche dormido en las hojas, dora los millos
que ofrecen piñas de abril, embelesa al gentío que, ya sea por La Bagacera,
todas las casas. El aire huele a mar y a tomate; las calles están espejadas de
sol y agua. Tanto mujeres, que son la mayoría y suelen venir del brazo
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hasta cinco y seis, como hombres y niños, estos últimos a contrasentido
mujeres, el luto camina parejo con casi todas ellas, irrumpen en tromba en
que arrejunden porque tienen que estar a las ocho en punto para abrir las
Heredad. Los niños, con su babis blancos, fatigados por la caminata cuesta
silencio.
Segundina, muy visitado por los suecos; el cine de alante y el cine de atrás,
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la barbería de Alejandro el Trompo; las paradas de los coches de hora, que
van tanto para Telde y Las Palmas, como, en sentido contrario, para
hora muerta, pero en la mañana reluce por las cuatro esquinas, sobre todo
en la del bar Tejas y el bar López, que están casi pegados, donde se reúnen
un roncito, una cazalla con anís para la agitera de estómago, una tapita de
Desde la puerta del bar López, mi padre, que estaba enverijado con la
me hizo una señal para que cruzara. Con su gran bandola, cachetudo, el
-Ven acá, para que mis amigos vean lo inteligente que es mi hijo.
-Que se aguante un poco mi madre. Todavía faltan dos minutos para que
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En medio de un corro de hombres colorados y barrigudos, yo,
destino.
-¿En el bar?
-Sí; le gusta mucho presumir de que soy muy listo, y me hace un montón de
-Ese hijo mío es de lo que no hay. Pero venga, súbete ya, que no se te
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En el trayecto, mientras yo, pensativo, miraba las montañas de
más conocida que el agua de Firgas. Toda una vida de pueblo en pueblo,
vendía en las Tenerías de Vegueta, gallinas a las que, a veces, pintaba las
crestas para venderlas como pollonas, cabras, cochinos, y todo lo que fuera
alguno de sus más de setenta nietos, para que la ayudaran a acarrear las
fuerte como un roble. Y eso que se pasaba el día fumetiando, como ella
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misma decía. De hecho, una vez le salió un quiste a la izquierda del labio
nombre Adoración, y con su madre, que enviudó al poco de nacer ellas, fue
siempre una mujer de gran sentido del humor. Pícara, chabacana hasta
los quince años, muy pronto asumió el papel de hombre en una casa donde
para alante con todo desde su más tierna infancia, presa de una
tomate y, en sus ratos libres, cultivaba una pequeña huerta que rodeaba la
casa, donde tenía un nisperero, una higuera, una parra, millo, papas,
que fue ahorrando al golpito, se hizo con dos cabras y una cochina y, con
las perras que sacó del parto de esta última, compró un burro y dio
años. Era, sin duda, una mujer de toda verdad y, según decían los
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curioso fue que, cuando se decidió, ya cumplidos los diecinueve, vino a
como los demás, medía veinte centímetros menos que ella. Lo primero que
quien, una vez casados al cabo de un par de años, la metió en aquel vicio
todas, usted!
chistes más famosos. Había otro, también relativo al tema de las bragas,
que se hizo muy conocido. Ella no solía llevarlas nunca, y una vez que fue
como “culo”, “chocho”, “cuca”, y con frases del tipo “cógete el pájaro” o
Nadie la había visto nunca de mal humor y, donde quiera que fuera,
siempre había alguien que le pedía que se echara alguno de sus cuentos.
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Estos llegaron a ser tan célebres que hasta Pepe Monagas, el simpático
Plaza, durante las fiestas de La Candelaria y San Pedro, los contaba para
llaman, ella atracó por allí con Pedro Espino, el marido, que parece una
perra chica al lado de ella - creo que los llaman kilo y medio- y dos
verdad que no! ¡El otro! ¡Aquel sinvergüenza que está allí, ése es el que
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Las risotadas de la audiencia, mayormente mujeres (algunas se
por comer. Comía con tales ganas que despertaba el apetito a cualquiera.
quitaba.
jinco yo; muere gato, muere jarto; de la muerte a la vida, la comida; eran
frases que ella decía a menudo. Tal era su filosofía y la de toda su prole
que, quizás también por herencia, eran unos tragones de mucho cuidado.
Comían como descosidos. Había que ver los calderos de aquella familia.
porque con la calor les entra el fastidio, pero en invierno arrastran por sota
y malilla.
comida, y con una cuarto kilo de pescado salado, hacían un sancocho para
cuatro.
dio una peseta y me mandó a comprar dos americanos de fresa, que eran
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en la acera, a esperar al correo de las doce y, mientras chupeteábamos los
preocupaciones.
¡Ay, mi niñito del alma!- dijo, mientras enjugaba sus lágrimas y las mías
Pase lo que pase, tienes que ser valiente. En esta vida hay que ser fuerte
abrieron.
niños de la escuela, se suma el trajín de las amas de casa que entran y salen
huyendo de Alejo el loco, que los persigue con piedras en las manos. Es
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moscas inexistentes, como a Genaro el bobo, y a Serafín, el niño tierno del
mano derecha.
No sólo los pequeños somos crueles con ellos. Tampoco los mayores
todos los asistentes, que nos quedamos esperando a ver qué sucedía. Alejo
ojos se le saltaron y gritó ¡¡fuegooo!!, al tiempo que salía del bar como
que otro agregado, recién librado de sus faenas. Es la hora buena para los
ahora más allá, de veinticuatro, contra los veintitrés de Pancho López, que
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mantelerías caladas a mano, bolsos de pita y otros artículos, y se pasean por
con sendas talegas en las que se adivina el gofio morenito, mantienen una
conversación que, vistas sus caras, no tiene pinta de ser muy agradable.
madre.
-La bendición.
-Dios te bendiga, mi hijo. Toma el gofio y llévalo para casa. ¡Ah! Y tráeme
más señas, era una mujer de capa y espada que había recalado en Ingenio,
recién acabada la Guerra Civil, con la barriga allá alante, y con el firme
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-Usted dirá. Si está de mi mano - dijo mi madre, que hasta de joven llevaba
luto casi perenne. Nunca había oído aquel acento tan de cerca y miró con
sobre todo, porque sintió la ternura de los grandes ojos negros que la
-¡Dios no lo permita!
alante.
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-Hoy amaneció bien, Juanito. Cuando se fue para la escuela, iba contento
quiere y no vuelve a recaer. Si no, pues habrá que tener paciencia, hijo
mío.
las cochinas que son conducidas al berraco del Gordo, o el bufido del
macho de Bruno, que visita a las cabras de choza en choza. Quedan los
olores de todos ellos, del pescado y, sobre todo, del gofio, que se cuela por
las casas como un reguero irrefrenable, se mezcla con el aroma del potaje
de berros, colinos o jaramagos, del mojo verde para los bledos, de las
padre, el que come y habla en la mesa, loco está de la cabeza) damos buena
cuenta del plato rebozado de potaje de cardos machos de las Medianías, del
petróleo, porque quiere reunir dinero para casarse. Mi madre suspira cada
dos por tres, y todos sabemos que está enfrascada en ese hijo suyo que tiene
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Además, aquello está lleno de jarambingos salvajes y bichos venenosos. En
una tarántula había picado en la cara a un amigo suyo, llamado Pepe Julio,
que es de Valsequillo, y que por poco se muere de las fiebres tan altas.
idea que me pasó por la cabeza, cuando lo leí, fue la de disecarlo con la
comer. Aquí, desde luego, no iba a tener problemas con la comida, porque
negra que da hasta miedo. Yo las cojo a puñados y las ahogo en la pileta.
paredes de piedra y que da a la acequia del callejón. Allí tenemos los baldes
comida. Yo las vigilo muchas veces, mientras los demás echan la siesta, y
me las cargo a docenas. Ya no tanto, pues Agustín me dice que también las
moscas y las ratas son animalitos de Dios, pero ayer mismo, rabioso porque
veinte ratas. A estas últimas las acecho, con una palangana de pisa en las
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manos y, cuando se meten tres o cuatro en el balde, lo tranco con la
veces, las muy cabronas me muerden los dedos y las manos, pero
sol, y sus ramas verdeaban el azul del cielo; las piteras con sus exuberantes
pitones, las tabaibas, los beroles, los cardones y las tuneras se teñían de
que quebró el silencio, acarició nuestras caras y nos sacó del estado de
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Conscientes de que teníamos que estar en la escuela a las dos y que
palabras de afecto:
podíamos hacer era estudiar para cura. Acto seguido, con la idea, ya
arriba.
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V. EL TEMOR DE DIOS.
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Me cago en diez, dijo un fraile
en la puerta de un convento,
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-A ver, Espino, venga aquí y dígame la segunda declinación.
-¿Está preparado?
-Sí, señor.
-Dominus.
-¿Vocativo?
-Domine.
- ¿Acusativo?
- Dominum.
- ¿Genitivo?
- Dominorum.
-¿Cómo?
sirvió. Don Adrián alargó la mano y agarró la vara de mimbre que había
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Yo hice un último intento, a ver si atinaba.
-¿Domino?
-Estire la mano.
dentro de quince minutos. A ver, Agustín, ven aquí, mi niño. Seguro que tú
sí te lo sabes.
Don Adrián había conseguido que, en los quince días que llevábamos
doce los que aspirábamos a ser seminaristas y él, que pretendía ser un buen
que había asumido desde muchos años atrás y, de hecho, cada curso
mandaba una buena remesa para Tafira. Hacía sus captaciones en las
escuelas, al efectuar las visitas mensuales, donde se fijaba en los niños que,
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perfectamente el día que se interesó por nosotros, estando los dos en la
cartilla desde que él nos la dictara, hacía cosa de un mes, y que presumía de
-Perfecto –dijo. –Pero hay algo al final que no está muy claro. Escríbela
venenosa que don Adrián lanzó a toda la clase, incluido el maestro, quien, a
pesar de intentar contenerse, no podía evitarlo. Otra risita le hizo eco. Era
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Yo no entendía nada, y menos aún cuando el cura, irascible, me hizo
Inmediatamente, aún enfadado pero con otro tono, llamó a Agustín para
-¿Seguro?
Por supuesto que era mentira, como pude ver más adelante en su
supuso perder el primer puesto de la clase. Pero por poco tiempo, porque,
tan pronto como el cura se hubo marchado, don Bartolo volvió a dejar las
cosas en su sitio.
resultar el niño modoso y cándido que él creía conocer, sino que, rabioso
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por la pena que me había sido infligida, harto ya de ver cómo nos
bien alta, desafiante y con la mano siempre adelantada. Sus ojos echaban
insospechada en él.
mano de Agustín. Para su pesar, el niño que tenía delante no era cualquier
plenaria y que tenía abiertas las puertas del cielo. Era el mismo ser sagrado
de quien él, con el rostro transfigurado, elevados los ojos y los brazos, en
había dicho que iba camino de convertirse en un santo. Porque, con aquella
celestiales, no se podía ser otra cosa más que un santo. ¡Ay de aquel que
intente atropellar esa santidad! ¡Ay de quien levante la mano a esa criatura
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que tiene de morada la Gloria!, había añadido como hábil colofón a una
homilía que fue de boca en boca y se extendió más allá de las fronteras
locales.
Nadie se atrevió a romperlo hasta que don Adrián, rojo no ya de ira sino de
dejó muy discretamente la varita mágica sobre la mesa y, sin mirar a nadie,
se dispuso a marcharse.
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lengua no se le llegó a ovillar, ni se le amorataron los labios, ni tuvo fuerte
regresado una vez más del hospital, se me antojó imposible que su sueño,
que duró tan poco, fuera tan intenso y, por otra parte, tan crudo y macabro.
amenazadoras. Los árboles del barranco se abalanzaban sobre él, con las
espasmos y convulsiones.
partir de ese momento, eran tus ojos y no los míos, los que observaban mi
sueño.
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vieron asfixiarse inevitablemente, sin nadie que pudiera auxiliarlo y,
había revivido el odio que, dos meses atrás, sintiera por el niño Jesús, y que
El cielo con el que Agustín había vuelto a soñar, y del que se había
prendado más aún, estaría siempre vedado para mí, demonio impenitente
Mi vida se había teñido otra vez de negro. Ahora era peor, porque no
se trataba tan sólo del temor por la vida de Agustín, sino de un montón de
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misa. Como todo era en latín, me liaba y decía unas cosas por otras. Y me
despistaba cada dos por tres. Un día se me cayó la patena, y don Adrián me
aflojó un rebencazo allí mismo, como si fuera una parte más de la misa.
puedo confesarme. ¿Cómo le voy a revelar al cura que odio a Dios, al niño
estoy comulgando todos los días en pecado mortal, aún a sabiendas de que,
solo, con todos los santos mirándome desde los altares! Siento que me
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obligada rodilla. Cuando, por fin, alcanzo la Sacristía y abro la puerta de la
Agustín, pero, claro, él vino antes de ayer del hospital , y todavía tendrá
que permanecer en cama unos cuantos días más. Menos mal que ya me
queda sólo esta noche, porque mañana, como es domingo, no hay novena y
con Agustín, aunque mi hermano Marcos está empeñado en que vaya con
anda otra vez de recaída y yo no doy pie con bola, Marcos no se rinde en su
cosas más. Cualquier día, como me coja de mala leche, le voy a partir los
mañana.
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no piensan en otra cosa mas que en reírse y alegrarse, sin problemas de
ningún tipo. ¡Qué envidia me daban! Incluso bromeaban con el sexo, cosa
que para mí era algo prohibido, y se subían unos encima de otros, al tiempo
fantásticos que Agustín me describía con tanta precisión. Pero este lugar
las dejé brotar. Preferí dejarme llevar por el ambiente de distensión que me
buscaba, desde hacía tiempo, para salirse con la suya y, satisfecho por mi
hermano Juan está aquí con nosotros. Vamos a hacer la torre humana que
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hemos estado ensayando. Venga, prepárense. Mira, Juanito, esto va
dedicado a ti.
igual que un lince, se estiró en lo alto, y elevó los ojos y los brazos en señal
un rato, encumbrado, firme, tieso como una palma, desafiando al cielo azul
Entonces se curvó hacia adelante y voló casi siete metros, para caer
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sus actos, afanados en dejar bien alto el listón que su jefe les había
marcado.
él no hubiera hablado.
-Da gusto verte sin ese idiota de capuchino amigo tuyo. Deberías olvidarte
nadie me lo había dicho. Seguro que ni él mismo lo sabía. De haber sido así
en la cara fue tan fuerte, que la sangre le salió a chorros por la nariz. Me
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y empecé a llorar, completamente desolado y abatido. Con las manos en la
cara, sólo alcancé a ver que Marcos se acercaba y, ya junto a mí, alargó los
-¿Tú crees?
Monzón, el dueño del estanque y de la finca, y arrancó con toda la ropa que
pudo abarcar. La mayoría nos quedamos sólo con el calzado y tuvimos que
cabeza que tuvieron que darle siete puntos, me sugirió que esperáramos a
la hora del solpuesto para que nadie nos viera con aquellas pintas y se riera
Matos y bajar hacia el almacén de Benítez, para coger la carretera que pasa
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barranquillo que se mete por El Mondragón y llegar hasta El Llano de la
animales.
madre se rió, si bien nos retorció unos buenos pellizcones en los brazos y,
acto seguido, se metió en el alpende y sacó dos sacos, que solía usar para el
millo y el pienso de las cabras; con un cuchillo, les hizo tres agujeros a
cada uno, para la cabeza y los brazos, y nos los encajó por el pescuezo.
las cochinas (una había parido quince días antes), fuimos cerca del
barranco a traer las dos cabras que estaban ratiadas y, por último, corriendo
lindos. Los miré entre alegre y triste, porque pensé que había que capar a
los machos dentro de unos días. Eso era algo que me desquiciaba, pero era
vendían más caros, siempre los miraban a ver si estaban capados. Aunque
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ya me había acostumbrado, me seguía resultando un suplicio tener que
delanteras, mi padre, o mi padrino, los capaba con una navaja barbera, y les
Con la maña de todos los días, bien acuclillada, largando alguna que
otra monserga a las cabras por mover las patas o el rabo, mi madre las
-¡Qué rico, mis hijos! Nada más que por esto merece la pena vivir –
masculló, con la boca medio llena, mientras mezclaba el gofio con la leche
los dientes.
las nubes, los tres saboreamos la merienda con especial deleite, extasiados
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Mi madre era muy dada a comparar las nubes del ocaso con animales
por cada lado. Nos abrazó y notó los temblores de mi cuerpo. Ya se había
fijado en mis ojos tristes con anterioridad, pero había preferido aguardar a
Era lo único que me faltaba para romper a llorar una vez más. Quise
-¡Ay, mi niño de mi alma! La vida es así y no hay vuelta de hoja. Dios nos
grave.
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-Los médicos han dicho que lo más probable es que no llegue a fin de año.
al llanto.
-Ya lo sé, mi amor; pero hay que seguir viviendo con ilusión. Ya verás
fuera. Yo me sentí relajado y, casi sin darme cuenta, hablé de mis miedos y
de mis odios con total naturalidad, sin temor a que se enfadara conmigo.
aún más dulcemente, y añadió que iba a hablar con mi padre para ver si nos
-¿Usted cree que Agustín podrá venir a la playa con nosotros, mamá? –
pregunté esperanzado.
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El sol se ocultó por completo, y en el cielo, salpicado de nubes
pájaro gigantesco con alas de fuego cruzó Ingenio de cabo a rabo, arrojó
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VI. AGUA DULCE
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En lo más hondo del mar
y en el suspiro decía
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-El mar está echado. Acabo de hacer un viaje a Ojos de Garza y la playa
Recordé incluso cuándo y dónde las había dicho, días atrás, en el zaguán de
mi casa, mientras sacaba un balde de agua del aljibe, fresquita que daba
haber cargado el fotingo de mi padre con las provisiones y trastos para tres
meses. ¡Qué rico! Estábamos más contentos que unas pascuas y cantamos
todas las canciones habidas y por haber. Como quiera que íbamos un
Marfú hasta Las Puntillas. Entre los miles de baches, que hicieron que la
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Mi padre fue el primero en empezar con su clásica tonada de la
gasolina:
el coche no camina
y se para el motor.
-Yo te daré
y gritaba:
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cara llena de muecas a través de la ventanilla que había entre la carrocería y
y la marcha atrás.
- Quítate la caretita
de decirnos la verdad.
a vivir tranquilamente,
la vez:
- Si quieres que yo te dé
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lo que no te puedo dar,
saltaba el coro:
nos llamaban a gritos y, tanto mis padres como mis hermanos, Agustín y
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alegres y desesperados por salir escopetiados hacia el agua y remojarnos
-¡Qué buena está la puñetera playa! –dijo mi padre, con la boca a punto de
ocupaban las cuevas aledañas, formamos una cadena desde la loma hasta la
-Venga, déjenlo todo tal cual, que ya habrá tiempo de colocar cada cosa
Pablo nadaba que era un gusto verlo. Mi padre nos había enseñado a todos
por el método más antiguo, es decir, nos cogía como renacuajos y nos
tiraba donde no hiciéramos pie, cuando sólo contábamos dos o tres años.
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Entre chapoteos, buches de agua salada, lloros y esperridos, nos
manteníamos a flote.
mi madre, que bien poco podía hacer para remediarlo. –cortando huevos se
impotente frente a aquel cacho de hombre que le había tocado por esposo.
Nunca lo había visto tan contento. Por fin se cumplía el deseo que él
había acariciado durante más de dos meses, en los que la playa fue nuestro
orilla del mar, en una cueva metida en el risco, donde las olas resonaban y
parecían arrastrarte con ellas, le hacía tanta ilusión que le resultaba difícil
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era mi hermano Marcos, pero, así y todo, jugó con nosotros e incluso
estuvo de acuerdo conmigo para llevar a Agustín hasta la Cuna entre los
Una vez allí vio cómo nos tirábamos en picado y hacíamos piruetas bajo el
agua. Marcos, que era un flecha, nadó hacia la Filúa y trepó hasta el
zambullirse.
almorzar. Según íbamos llegando, nos bebíamos dos o tres chingos de vino
del monte, dulce dulcito, de la bota que iba de mano en mano, para calentar
del país. Mi padre, por su parte, llevaba rato asando jareas y potas a la
había regalado su concuño Antonio Ruiz, quien era muy dado a pescarlas al
Marcos y yo fuimos muchas veces con él. Todavía era noche cerrada
cuando nos despertaba. Sin habernos espabilado, nos daba a cada uno una
101
escoba de palma, de las viejas, y, ya fuera de la cueva, las rociaba con
Agustín fue una mañana con nosotros y, aunque sufrió lo suyo al ver
cómo se retorcían las potas cuando mi padre las ensartaba con la fija, vivió
una experiencia inolvidable. Era la primera vez que se levantaba a las seis
playa a horas tan tempranas. Según sus propia palabras, le pareció que el
horizonte entre océano y cielo estaba allí cerquita, y creyó ver estrellas en
el mar.
bajaba por el veril con su clásica pinta de viejo verde, tan conocida ya por
años, Paquesito solía ir de playa en playa para alegrarse el ojo con las
muchachas.
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-¡Ay, mi niño! El cielo no se puede coger con las manos, pero los ojos no
encontraba él en forma.
No era costumbre que se paseara por Agua Dulce, sino que, palabras
textuales suyas, primero se iba a Ojos de Garza para ver las carnes de las
mujeres de Telde, después pasaba por El Burrero para deleitarse con las
garbeo por Arinaga para admirar las carnes de las mujeres del Agüimes. Y
ciclana con sus papitas quineguas arrugadas con mojo, un lebrillo de higos
lectura. Tal era así, que no había abierto ninguno de los libros que trajera
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consigo. Los días pasaban volando, entre baños, juegos, comilonas y
seca y cualquier cosa que pudiera arder. A continuación, con las luces de
sin que faltara una buena chuletita de cochino a la parrilla, unas sardinas
asadas, la pella de gofio y, mire a ver, el pizquito de ron para los hombres
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Las mujeres, una de ellas con una zapatilla escondida, en medio de
coro y cantaban:
- La zapatilla me aprieta,
centro del coro, entre risas y fiestas, y elegían a una de las mujeres, también
soltera, para que actuara de pareja. De inmediato, todas con las manos en
si te has enamorado
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Que salga la dama, dama
vestida de terciopelo.
habitual cachorra negra con vivo rojo, gafas oscuras a todas horas, terno y
Paco tenía toda la pinta de ser un tocador de tangos. De hecho, hasta los
-Ni Carlos Gardel los canta mejor –solía decir la gente, y más de una vez
le pagaron para que cantara en bodas y serenatas a la luz dela luna. Hasta
orquesta que dirigía el maestro Peón Real. Famosas eran sus versiones de la
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-Échate el tango del legionario, Paquillo, que yo te acompaño –saltó mi
Los dos vozarrones sonaron por toda la playa con tal fuerza, que
-¡Esto es lo más lindo del mundo, oiga! –sentenció Antonio Ruiz, con los
ojos como potas, a causa del humo, el ron y las lágrimas que estaban a
El cerco se iba cerrando cada vez más al zoco de una de las tres
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Mi madre se arrimó también al guitarrista y, con la mirada dulce y relajada,
cantó:
que la viera por primera vez, guapa y morenita, subida sobre una tonga de
Don Manuel le había ofrecido estudiar canto en Madrid, pero sus padres no
la dejaron, porque pensaban que eso era cosa de mujeres ruines y, por otra
parte, nada bueno podía pretender aquel hombre que estaba dispuesto a
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decía una breva de camino. Y ella, requebrada, pensó que él, alto y rubio,
donde se había comprado un picá y unos cuantos discos de rock and roll, y
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- Las mujeres de hoy en día
no valen un peseta.
- La mujer y la escopeta
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Agustín y yo nos pusimos a observar las llamas y las brasas de las
hipnotismo, acentuado por el rugido del mar, que iba ahogando el son de la
música.
mojó la hoguera más pegada a la orilla, apagándola por completo. Las otras
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VII. LA CUEVA TREINTA .
112
Corazón sin esperanza
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Ya estaban a punto de dar las nueve cuando salí de mi casa para
siendo como era el escenario de los paseos dominicales, donde las parejas,
continuamente calle arriba, calle abajo, calle atrás y calle alante. Como
de mesas y era el preferido de las parejas veteranas, así como de las recién
avenidas.
mundo.
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-¿El va a ir mañana a clase?
-No sé, hijo mío. Todo depende de cómo amanezca. Y de lo que él quiera.
que esa noche sería incapaz de controlarme y decidí no verlo hasta el día
siguiente.
yo no podía hacer nada porque no estaba allí. Era la misma escena que él
había soñado en su último ataque. También soñé con el diablo del cuento
de mi abuela, con los santos de la iglesia que se bajaban de los altares para
a El Siete, y con la repetida e hiriente imagen del niño Jesús que llamaba a
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-Yo creo que no deberías ir hoy a clase, Juanito.
-Yo quiero ir, mamá, porque Manolita me dijo que Agustín a lo mejor iría.
-Bien. Pero a misa no vas. Tienes que descansar un poco más, que ya son
-No hace ni cinco minutos que se marchó, mi niño. El creyó que tú estarías
me hizo desviar, pero por los comentarios que se oían, un hombre había
soga que había amarrado a dicha estaca. No era la primera vez que pasaba
y, según se decía, toda la culpa era del dichoso viento que nacía en el
Así que seguí mi carrera rumbo a La Plaza. Jariando, con más de diez
minutos de retraso y con el temor de que don Adrián me castigara, subí las
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escaleras del aula y busqué a Agustín con la mirada. El corazón me dio un
-¿Qué horas son éstas para llegar, Espino? ¿Y por qué no vino usted hoy a
misa?
Adrián se encargó de sacarme del estado en que me hallaba. Cada vez más
hacia mí, amenazante, igual que los santos de mi pesadilla, y, ante el pasmo
Agustín. Por poco tiro la puerta abajo. Manolita Juárez, ya sobresaltada por
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los golpes de impaciencia, terminó de espantarse al verme con los ojos
-No, aquí no está. ¡Ay, Dios mío! ¿Qué es lo que pasa, Juanito?
-¡Contéstame, Juanito!
había asaltado y que me tenía atenazada la garganta. Ella misma vio en mis
corriendo y corriendo, sin ver a nadie y sin oír a nadie y sin tener en cuenta
Treinta.
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rodeaba. La cueva no era la misma que yo conocía. Siempre había sido un
se me antojó tan fría y solitaria, tan llena de sombras, que me dio miedo y
confundían con el aullido del viento, le pedí al niño Jesús que me llamara
nombre, repetido por el eco del barranco que rebotó contra la cueva, y
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suspiré aliviado cuando descubrí que era mi madre, que me estaba
-¡Menos mal, mi hijo! Tenía miedo de que fueras a cometer alguna locura.
entrada creí que era la voz de Agustín y me dio mucho miedo. La verdad es
-Claro que no, mi amor. Pobrecito mío; tú tienes toda la vida por delante.
todo en los últimos meses, escribía pequeños poemas, casi todos tristes, y
siempre ponía la fecha. Por eso, nada más recoger su libreta del suelo de la
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cuando estuviera solo, sentado en un rincón de la azotea. Busqué entre los
El primero era un poema que había compuesto siete días antes, cuando
estaba en el hospital.
Estoy cansado.
y los pensamientos
y las sienes
Maullidos de gatos
en la noche,
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El segundo era una pequeña carta dirigida a mí, que había sido
Ingenio-24-7-61.
¡Juanillo, mi niño!
Tienes que prometerme que no vas a llorar más por mí. ¡Se acabaron
menos que, a pesar de que aquí, en la playa, todo es mucho más llevadero,
hace más de tres semanas que nos vinimos, tan pronto como yo dejé de ir a
clase con don Adrián. Fui un día más y no lo pude resistir. Se lo dije a mis
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-Que sea lo que Dios quiera -fue la frase que mi madre, resignada, terminó
con un suspiro.
Aurora, la cual gozaba más que nadie en la playa porque le encantaban las
noches mágicas, como ella decía, y sobre todo porque allí no tenía casi
nada que lavar ni que planchar. Se mataba, desde luego, la pobre, lavando
-Usted lo puede traer hasta Los Moriscos por la mañana. Como pega a las
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empujó el séquito hasta el cementerio. Atrás quedó también mi inocencia,
ninguna consideración.
a ser fácil, pero voy a intentarlo. Voy a ser fuerte y valiente, siguiendo los
mismo, sin ir más lejos, me dedicaron todas las canciones que cantaron al
de corales transparentes
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y azules como la mar.
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