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Titulo: “Lo político como comunicación distorsionada.

Una lectura sobre Jacques Rancière”


Autor: María Antonia Muñoz.
Reseña biográfica: argentina, candidata a doctora por la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales y Maestra en Ciencias Sociales. www.politicas.posgrado.unam.mx.
Dirección correo electrónico: antonia_dz@yahoo.com
Dirección postal: Diagonal San Antonio N 1709, dto8. Colonia Narvarte, Delegación Benito
Juárez. Código Postal 03020. Distrito Federal, México.
Resumen.
El presente artículo tiene la intención de reflexionar en torno a un criterio para definir y estudiar a
lo político que incluya los procesos de comunicación social y que no se reduzca a las prácticas
institucionalizadas del conflicto que se encierran en el subsistema político. Jacques Rancière es uno
de los que intenta abordar a lo político definido como aquellas prácticas guiadas por la suposición
de que “todos somos iguales” y que intentan verificar esa suposición a través de una elaboración
discursiva y significativa. Estas se efectúan por la acción “incorrecta” de un sujeto que, sin estar
“autorizado” para hablar, de todas maneras lo hace y funda la comunidad a través de un litigio y de
un argumento o demostración que pone a prueba los nombres y los lugares dados en la comunidad.
Entendida como una comunicación entre dos lógicas inconmensurables y heterodoxas, este
concepto de la política posee ventajas y desventajas que este artículo intenta desarrollar.

1. Introducción
Desde Carl Schmitt la definición en torno a lo político se ha escapado de los dominios del Estado.
Este proceso de migración ha continuado hacia la sociedad civil sobre todo con Antonio Gramsci y,
posteriormente, los estudios sobre los movimientos globalizados han inscripto a lo político también
en la escena supraestatal. Hay algo común en este peregrinaje. En primer instancia, implica el
consenso en torno a que es posible disputar las relaciones de poder en cualquier rincón de lo social
y, en segunda, que ningún fenómeno político puede ser esquivo de lo público y que incluye un
proceso de comunicación en el cual se disputan los sentidos. Lejos de aquellos autores como Rawls
o Habermas que orientan sus aparatos teóricos hacia la eliminación o reducción de los conflictos y
hacia la búsqueda de una racionalidad y universalidad que no conoce la exclusión (Mouffe, 1999),
la posición que se asumirá en el presente artículo es que lo político no puede eliminar los
antagonismos y que estos incluso son positivos en la ardua e infinita tarea de construcción de un
orden democrático. Entre otros, uno de los autores que defiende esta tesis es Jacques Rancière quien
en su reconocido trabajo “El desacuerdo” (1996) se inscribe en la tradición “pos fundamento”. Esta
defiende la tesis que no existe ningún objeto o verdad última sobre la cual se puede dar un sentido

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definitivo a lo social. En el presente artículo se desarrollará la idea de que lo político se define a
partir de un litigio que instituye una comunicación distorsionada entre la comunidad parlante y una
parte de esa comunidad que no cuenta como palabra.
2. La política como la institución de una comunicación distorsionada.
Para Rancière la política es una forma de comunicación distorsionada. Ésta no está basada en un
fundamento lingüístico comunitario o en una disposición antropológica hacia lo común (Rancière,
2005). Por una vía que no desarrolla una ontología acerca del orden, i Rancière arriba a una
concepción que excluye cualquier astilla esencialista de la política, excluyendo la necesidad de una
ley en la historia, posicionándose en contra de la idea de que existe algún terreno que funda el
ejercicio del poder y desterrando algún lugar en la estructura para pensar a los sujetos. Por un lado,
se posiciona contra la concepción de que la política existe o por la existencia de un bien común
encarnado en el Estado o por la permanencia negociada del conjunto de los intereses individuales.
Por otro lado, embiste contra la “filosofía política” que, desde su perspectiva, se funda en la
incongruencia de sus términos (Rancière, 1995). Mientras que la primera trata de buscar un camino
para encontrar, dentro de la comunidad, la justicia geométrica que permita consolidar un orden
perfecto donde no existen vacíos, la política es posible justamente por su opuesto, por la cuenta
errónea, por la incongruencia entre lógicas irreconciliables. Si la filosofía se orienta en la pretensión
de encontrar los caminos apropiados para la comunidad, la política se resume en la acción impropia,
inexacta.“La política no está hecha de socios que representan grupos efectivos sino que se refiere a
la cuenta en sí de un sujeto excedente respecto a toda distribución social. Y pasa así por un proceso
de subjetivación de aquel que toma la palabra y adopta un nombre para designarse.” (Rancière,
1999; 251).
Como Hannah Arendt, Rancière parece dar relevancia al espacio público como lugar en donde se
desarrollan el conjunto de prácticas que denomina política. No obstante, reacciona a la concepción
en torno a la política como sinónimo de buena vida o forma de vida puesto que esto constriñe a la
política a determinados temas e impide la tematización de la necesidad social y de la vida
económica de una comunidad. El filósofo se opone a asociar a la política con determinados
contenidos pero no a relacionarla con una determinada forma argumentativa por la cual se disputa
quien está autorizado para hacer enunciaciones y demostraciones en torno a lo que es común de la
comunidad. La política es, entonces, una práctica específica de antagonismo que despliega
públicamente dispositivos que ponen a prueba los operadores de la diferencia y borran las fronteras
entre lo político, lo social, lo privado y lo económico. Los agentes políticos instituyen en la
comunidad una comunicación distorsionada porque no se trata de un “debate” en torno a un objeto
y bajo determinadas condiciones universales de comunicación. Más bien lo se discute es la

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existencia misma del objeto de litigio, el terreno sobre el cual se establece el litigio y si la palabra
de los sujetos cuentan como palabra. Para entender mejor esto será necesario desarrollar el concepto
de policy y su relación con las prácticas políticas.
2.1. El orden policial y la política como régimen de la palabra.
Debido a que el núcleo del argumento está dirigido a detectar que es lo específico que define a la
política, la caracterización en torno al orden y a cómo éste se produce y reproduce, se comprime al
concepto de “policy”. Este es el “conjunto de procesos mediante los cuales se efectúan la
agregación y el consentimiento de las colectividades, las organizaciones de los poderes, la
distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esa distribución”
(Rancière, 1996: 43). Rancière no detalla cómo operan este conjunto de procesos, aunque se
resume en la operación de “gobernar” y “crear el asentamiento de la comunidad” (Rancière, 2000:
145). Tanto para explicar a la policy como para explicar a lo político, la visibilidad y las
operaciones de comunicación son fundamentales ya que describe al orden policial como régimen de
visibilidad que configura el lugar y la distancia entre las diferentes las partes. Esta división de lo
sensible fija al mismo tiempo un común compartido por la comunidad y unas partes exclusivas por
lo que así como define los que participan de la comunidad también define a los que no participan.
Siguiendo el desarrollo que realiza Aristóteles sobre el animal político como el que participa de una
comunidad del habla, Rancière denuncia la operación que es previa a la división entre gobernantes y
gobernados, ésta es la precede a ese tomar parte, es decir, aquella que decide quien hablan o
participan y quienes no (Rancière, 2002). Esta distribución de las tareas y las funciones, de quien es
visible o invisible en un espacio común genera un daño a la igualdad puesto que la policy lo que
hace es generar un sistema de formas que a priori determina quienes “hablan”, es decir, quienes
participan del lenguaje compartido, y quienes solo emiten “ruidos”. Estos últimos son denominados
“la parte de los que no tiene parte”.
Para Aristóteles los esclavos no tenían palabra, o más bien, emitían “ruidos” porque ella no contaba
como tal y, por tanto, eran invisibles al resto de la comunidad. Pero existe una trampa detrás del
ejercicio del poder que prescribe quien pronuncia ruidos y no palabras. La pregunta de Rancière
devela esa argucia ¿acaso para que el esclavo obedezca no tiene que compartir el lenguaje del amo
para comprender la orden que se le ha dado? Detrás de la pregunta “¿me comprendió?” que un amo
emite a su esclavo luego de un comando u orden existen dos operaciones; la primera es mostrar la
jerarquía por la cual uno esta destinado a mandar y el otro a obedecer pero, la segunda (y esta
permanece oculto en el orden policial), es que hay un mundo compartido de habla, de otra forma el
esclavo no entendería la orden que se le ha dado. “La parte de los que no tienen parte” es un
supuesto que no tiene lugar en la configuración sensible del orden policial (Rancière, 1996: 45) y la

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política lo que hace es justamente poner en evidencia esta comunidad que se funda sobre esa
ignorancia u olvido acerca de la exclusión tras la práctica de hacer público un argumento que opera
como verificador del principio de igualdad. En este momento donde dos lógicas se encuentran, la
lógica de la igualdad y la de la “policy”que distribuye los lugares y las funciones, se muestra la
contingencia de la forma que asumió el orden.
3.1. La política solo existe en la escena pública.
Aquella visibilidad o aparición pública “de la parte de los sin parte”, marca el inicio de la política
en el corazón del orden policial, al introducir un dispositivo que subvierte la división de los lugares
y las funciones. Este disturbio del régimen de lo visible se provoca a través de la irrupción de una
lógica heterogénea a la de la policy; la puesta en marcha de verificadores específicos de la igualdad
de cualquiera con cualquiera.
Al igual que muchos post marxistas y pos estructuralistas, Rancière hace fugar a la política más allá
del subsistema de intercambios institucionalizados del conflicto político que para él sólo es una
parte más del orden policial. Al convertirla en un objeto ubicuo, puesto que se trata de un
dispositivo que puede aparecer en cualquier rincón de lo social, desanuda al sujeto político de una
función social predeterminada o de un lugar específico dentro de la estructura social. La operación
por la cual “dos mundos quedan alojados en uno” (es decir, se genera la distorsión de la comunidad
como una suma de partes y funciones) se efectúa a través de un proceso de argumentación que no se
reduce a actos de habla sino que se extiende a todo tipo de actos públicos. “Hay política porque
quienes no tienen derecho a ser contados como seres parlantes se hacen contar entre éstos e
instituyen una comunidad por el hecho de poner en común la distorsión, que no es otra cosa que el
enfrentamiento mismo, la contradicción de dos mundos alojados en uno solo: el mundo en que son
y aquel en que no son, el mundo donde hay algo entre ellos y quienes no los conocen como seres
parlantes y contabilizables y el mundo donde no hay nada” (Rancière, 1996: 42).
Tras la aparición de la política, la comunidad existe de un modo particular, como comunidad del
conflicto y los sujetos existen en el proceso de anunciarse en ese conflicto. El encuentro entre dos
lógicas heterogéneas también expresa la apertura del orden y la presencia de sujetos irreductibles a
una lógica de la necesidad. “La parte de los sin parte” constituye una diferencia radical con respecto
al resto de las partes de la sociedad puesto que ponen a prueba el operador de la diferencia. No son
partes reales de la comunidad, no son una parte como el resto de las partes, puesto que su palabra
para el resto aunque la hacen contar a través del litigio.
Esta propuesta teórica supone una tríada conceptual que se asienta sobre tres términos: “policy” u
orden “policial”, política o proceso de emancipación y lo político que se reduce al encuentro entre
los dos primeros términos en el manejo de un daño a la igualdad (Rancière, 2000). Pero es necesario

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aclarar que no hay un supuesto detrás de emancipación última y definitiva. Más bien sólo pueden
existir “emancipaciones”, puesto que este encuentro entre lógicas opuestas y, por lo tanto,
irreductibles la una a la otra, no culmina en el éxito de la igualdad, puesto que la plenitud de este
universal siempre fracasa. Tras la introducción eventual de la política, “casi accidental en la
historia de los órdenes de dominación” (Rancière, 2001a; 7), se impone el orden policial, el cual se
constituye siempre sobre un daño a la lógica de la igualdad. Los ocasionales eventos políticos que
introducen un verificador del principio de la igualdad producen efectos sobre el orden social, pero
no constituye un orden de iguales (Rancière, 1995). El daño [tort] producido por la policy a la
igualdad, es “tratable” porque si bien la escena no se constituye a partir de un lenguaje homogéneo
o sobre pretensiones universales de validez, ésta puede llegar a constituirse y puede producir efectos
al desestabilizar la distribución de los lugares y las funciones.
Uno de los límites de esta propuesta es que la idea de que la política solamente se expresa cuando la
parte “de los desposeídos” hacen público un argumento que pone a prueba su igualdad con el resto
de la comunidad puede derivar en que pueda existir un orden social sin que haga aparición en
ningún momento la política, en otras palabras, no hay ninguna garantía, ni aún en aquellos órdenes
que se llaman democráticos, de que existan prácticas emancipatorias.
4. Lo político como lucha democrática.
La política no tiene para Rancière un formato vacío sino que tiene su propia medida: la igualdad
(Rancière, 2005). Esta se instituye sobre una lógica donde un universal se vuelve posible siempre de
manera distorsionada e incompleta ya que es a través de los dispositivos concretos o particulares del
discurso público de ciertos sujetos políticos que la igualdad se pone a prueba. No obstante, la
concepción de una comunidad fundada a partir del litigio dirigido por aquellos que revelan un
mundo común de habla, donde la disputa no es acerca del argumento, sino que éste pueda contar
como tal, reduce a lo político a una forma particular de enfrentamiento. “La parte de los sin parte” y
la revelación de ese excedente con respecto a toda distribución social es la fundación de un sujeto a
partir de un daño, que no se reduce a la identidad a partir de una confrontación, una negación de los
otros, sino que pone en práctica otro mecanismo más, el argumento de la igualdad. Este argumento
tiene un contexto histórico específico, ya que contiene un valor que nace en la modernidad,
reduciendo la política a aquellos movimientos democráticos populares, donde se identifica una
relación específica de dominación que se pretende disolver o emancipar.ii
Ahora bien, aunque es necesario para el análisis social distinguir los procesos por los cuales se
gobierna y se genera asentimiento en la comunidad de aquellos en que opera una disrupción a través
de la aparición de sujetos políticos que discuten que existe una forma determinada para la
comunidad y que disienten con que hay leyes naturales del orden, ¿cuál es el argumento por el cual

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la igualdad es el único universal por el cual existe la política? ¿Qué sucede entonces con aquellos
actores políticos que pueden irrumpir en un orden policial justamente proponiendo un opuesto a la
igualdad, como pueden ser los movimientos “neo nazis”?
Se podría concluir que Rancière reduce lo político a un tipo específico de luchas, aquellas que son
democráticas y populares, en tanto que se basan en un universal particular y plantean una relación
de dominación de un “olvidado” o “negado” frente a una comunidad “que olvida” o “niega” pero
¿cuáles son las consecuencias de ésta reducción? Si bien, tiene algunas ventajas dar cuenta que
existen diferencias entre los sujetos que encarnan enfrentamientos políticos, reducir la política de
esta manera posee un límite. ¿Acaso no existen sujetos que no operan sobre la verificación del
principio de la igualdad y la demostración de que se ha ejercido un daño y que a la vez provocan
una interrupción en el régimen de lo sensible? La ventaja con que cuenta el argumento de Rancière
es que deja bien en claro que el orden policial (si se quiere el momento de lo instituido o de lo
social entendido como los procesos de sedimentación) no está amenazado hasta que un sujeto hace
público un argumento verificador de la igualdad lo cual pone en el centro de la escena a un tipo de
comunicación no trasparente que no está predestinada a vencer ni a crear finalmente una sociedad
plena. Un estudio acerca de lo político debe explicar en cada caso concreto cuáles son esos
operadores y cuál es su intersección con el orden policial.
4.1 La democracia como régimen inexacto.
Para Rancière la democracia es el momento de institución de lo político, florece cuando se rompe
la norma por el cual existen algunos que están destinados o poseen la capacidad de gobernar y otros
que están para ser gobernados.iii El único requisito de la democracia es que para gobernar no se
necesita ningún requisito. La condición de existencia de ésta es la doble interrupción de que cada
uno tiene su lugar y de cualquier contenido de dominación. La democracia no tiene un contenido
concreto, pero tampoco se garantiza a través de ciertas reglas procedimentales, ésta es un
significado que existe cuando está en disputa sus sentidos. Por ello un lugar de aparición del pueblo
es condición de posibilidad de una democracia.
El valor del pueblo reside en su capacidad de poner en cuestión la distribución de los cuerpos y
funciones y justamente esta es el núcleo que caracteriza a una democracia. El pueblo adquiere, más
allá de todo contenido específico, un sentido estructural, es un suplemento que permite mostrar la
parte de los sin parte. No es el resultado de la suma de las partes de la comunidad, ya que esto
correspondería al régimen de lo visible definido anteriormente como “policy”, tampoco es la simple
demanda de aquellos que no tienen algo, lo que constituiría una diferencia o parte que puede ser
integrada sin irrumpir en la lógica policial. Es más bien la parte suplementaria iv con cualquier parte
de la comunidad que hace posible la identificación de la cuenta de los incontados con toda la

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comunidad (Tesis 5. Rancière; 2001; 5). El pueblo, sinónimo de “demos”, de “trabajadores” o de
cualquier nombre que adquiera un sujeto político, es un nombre impropio, es el sujeto que habla
cuando no tiene derecho a hablar, participa cuando no tiene derecho a participar. A través de este
mecanismo, la paradoja es doble. En primer instancia, porque es una parte que intenta representar al
todo (en un juego entre lo particular y lo universal). En segunda instancia es una parte que no tiene
nada, el elemento excluido, el momento del error en la cuenta de la sociedad, que representa al
cuerpo de la comunidad. Es el momento donde se hace visible la precariedad o el daño a la igualdad
sobre el cual está constituida la lógica policial, en otras palabras, el pueblo muestra un momento de
apertura del orden policial.
¿Cómo es posible esta equivalencia entre la parte sin parte y el todo? A partir de la critica al
pensamiento griego clásico, la cual también se extiende a aquellas filosofías que pretenden ser
políticas al fundar la constitución del orden en un bien común encarnado en el estado, en el diálogo
o en el contrato social basado en la suma de las racionalidades individuales. Todas estas filosofías
se basan en lo que Derrida dio a llamar “la metafísica de la plena presencia”, la cual se basa en la
idea de que existe un fundamento último sobre el cual la comunidad puede ser fundada o un criterio
objetivo que sirve como referencia para medir la excelencia de un orden o una forma específica del
ser que aún estando ausente es necesario crear los caminos para encontrarla.
El argumento de Rancière es que Aristóteles suponía que la comunidad estaba dividida en partes y
cada una aportaba algo específico a la comunidad. Los oligarcas, la riqueza; los aristócratas, la
virtud y el demos aportaba la libertad. Pero allí la cuenta es errónea, la libertad no es una propiedad
específica del pueblo puesto que cada una de las partes dentro de la comunidad posee libertad.
Entonces la operación es doble, por un lado, el pueblo no posee nada porque no tiene nada
específico que aportar, pero, por el otro, se apropia del todo, puesto que la libertad es la
característica común de la comunidad y también del demos. La contra cara de la libertad, entonces,
es la igualdad de cualquiera con cualquiera. Por ello, dice Rancière, el pueblo se identifica con toda
la comunidad sin ser toda ella, e incluso, nombrando una división en el corazón de la comunidad
misma.
Al señalar que la parte pretende mostrarse como el todo, Rancière deja abierta la posibilidad de una
interpretación que el pueblo irrumpe con la pretensión de instituir un nuevo orden social, de
convertirse en realmente en un todo, aunque no hay que olvidarse de lo dicho anteriomente acerca
de la imposibilidad de fijar un régimen de visibilidad que no esté fundado sobre la exclusión y que
la emancipación en realidad es una tarea infinita y que por tanto debe convertirse en un concepto
plural (emancipaciones).

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El demos se identifica con toda la comunidad a través del hecho de encarnar la parte que no tiene
parte (Rancière, 1995), lo cual efectúa un distanciamiento de si misma, desestabilizando toda forma.
El nosotros que se construye no es la cuenta justa de un sujeto con contornos definibles o una suma
de individuos a los cuales se les puede asignar una categoría social común, es más bien un fantasma
apelando a todos aquellos que no tienen parte, siendo superficie de inscripción más allá de si
mismos, pero que por revelar esta cuenta errónea también interrumpe sobre aquellos que no
observan este equivoco (los juegos de la “tercer persona”). El “nosotros” está apelando a una
comunidad que todavía no existe, quiere poner un nombre a una negación, y por lo tanto todavía no
puede ser representada correctamente.
Aquí el problema es el siguiente, si es necesario un lugar de aparición de pueblo, puede
interpretarse de dos formas. Si se refiere a que la democracia existe cuando hace aparición un sujeto
político concreto que se instituya en un “in between”entonces condena a la misma a momentos
intermitentes y distanciados. La mejor interpretación que se puede realizar es que se refiere a un
mecanismo simbólico que debería tener todo orden social si quiere proclamarse democrático.
Entonces si se trata de esto ultimo esta describiendo el momento de lo inscripto, lo instituido, pero
que lleva en su corazón el rastro de su inscripción. El caso en que una sociedad contiene la idea de
pueblo en su seno como soberano es la idea de que existe un mecanismo simbólico que permite a
los sujetos políticos apelar a la existencia de una parte de la comunidad dañada que se quiere
convertir en el todo. Pero, al contrario de lo que Rancière quiere decir cuando reniega de tener una
ontología, su posición implica que en el corazón del orden social reside una inexactitud, aunque
solo es relevante políticamente cuando esta se hace evidente a través de una operación discursiva
que supera los contornos de lo privado. “La universalidad pasa a ser real precisa y únicamente
cuando torna temáticas las exclusiones sobre las cuales se funda, cuestionándolas continuamente,
renegociándolas, desplazándolas o sea, asumiendo la brecha entre su propia forma y su propio
contenido, concibiéndose a si misma como no consumada en su noción misma”. (Zizek, 2000: 111)
5. Comentarios finales.
Para Rancière lo político no puede ser un fenómeno que se funda en relaciones ocultas al resto de la
comunidad. Todos aquellos intercambios que se crean en los pasillos escondidos de los ministerios
públicos o acuerdos entre actores en los recintos que se alejan de la visión de la sociedad no
participan de la definición de lo político. Pero tampoco el litigio por el cual se instaura el momento
de lo político se reduce a un debate público ni tampoco se trata de una comunicación trasparente.
Debido a que la comunidad se funda sobre una cuenta errónea, los sujetos que ponen a prueba
verificadores de la igualdad inician una relación con el resto de la comunidad a través de
argumentos que son paradójicos, es decir, no existe una racionalidad o lógica compartida por la cual

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se “convence” al resto de la comunidad. Las prácticas emancipatorias generan una comunicación
distorsionada con el resto de la comunidad y es justamente esto lo que permite la apertura del orden
o identidades para cambiar y ampliar los espacios donde irrumpe la lógica de la igualdad, es decir,
democrática.
No obstante, esta concepción tan rígida en torno a lo que es la política genera problemas a la hora
de investigar procesos sociopolíticos. Para Rancière la política es episódica y está siempre
condenada a desaparecerv y es por ello que el momento de aparición de estos sujetos no está atado a
ningún elemento de necesidad de la inexactitud sobre la que se funda la comunidad. Además, lo que
es bastante obvio es que reduce el momento de lo político a aquellas prácticas que ponen a prueba
un mecanismo particular de verificación de la igualdad, excluyendo muchas otras prácticas que
también podrían considerarse políticas porque desestabilizan las partes y los lugares de la
comunidad. Muchos litigios que se fundan sobre la existencia misma del sujeto, del objeto y del
terreno donde se desarrolla la polémica no necesariamente se asientan sobre la verificación del
principio de igualdad y aún así éstos abren una brecha dentro del orden, aliando dos mundos en uno.
La subjetivación política como un “entremedio”entre lo que se quiere ser y “un nosotros que
todavía no se es”, el pueblo, no necesariamente está atado a las lógicas de verificación de la
igualdad.
Un ejemplo podría ayudar. La irrupción de un movimiento de derecha que plantea mayores niveles
de seguridad y demanda mayor concentración de las decisiones en sus representantes, puede
irrumpir en un orden policial desestabilizando los lugares y las posiciones, abriendo una brecha en
la forma de ser de la comunidad. Al respecto Rancière podría decir que él le interesa definir
estrictamente a lo político como ese encuentro entre la lógica policial y la que intenta verificar el
principio de la igualdad de cualquiera con cualquiera. Es decir, lo que le interesa es ligar a la
política a las luchas democráticas y emancipadoras. Pero la reducción del campo de lo político es
demasiado estricto porque incluso estos procesos de disrupción del orden policial pueden provocar
la organización de otro movimiento como reacción que active los principios de igualdad, sobre todo
si se tiene en cuenta que cualquier identidad se construye como distancia o diferencia de las
posiciones políticas en un escenario común.
Es necesario preguntarse acerca de esa zona gris entre la política y la policy y si efectivamente no
hay algo en el funcionamiento de ésta última que permite la aparición de lo político. En primer
término se parte del supuesto que toda policy daña a la igualdad, lo que es condición de las
prácticas políticas. Si no hubiera un daño no habría porque poner a prueba verificadores de la
igualdad y la denuncia de una exclusión. Agregado a ello, la aparición de la política tiene como
antecedente la suposición de que somos todos iguales y de que este sea un valor compartido.

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Apelando a un caso extremo, seguramente desde esta perspectiva en la Edad Media la política tenía
poco y casi nada de presencia. En relación con ello, Rancière niega al orden policial como la “noche
en donde todo vale” (Rancière, 1996: 46). Existen ordenes mejores y peores y la diferencia se
encuentra en que “las fracturas de la lógica igualitaria los llegaron a apartar las más de las veces de
su lógica natural” (Rancière, 1996: 46) haciendo de éstos los más preferibles. Para confirmar la
bondad de uno y de otros, el filósofo apela a un ejemplo: la diferencia entre los ordenes modernos y
el de los escitas que vaciaban los ojos de sus esclavos para castigarlos. Más allá de que si seguimos
nuestra intuición obviamente nos llevaría a una conclusión a favor de los actuales órdenes, creo que
esto tiene que ver con algo mas que una opción ética. El ejemplo de Rancière parecería dar cuenta
de que existen técnicas de gobierno que permiten u obstaculizan las prácticas políticas, en otras
palabras, la zona gris entre las “policy” y las prácticas emancipatorias parecería ser más compleja
que el simple encuentro entre ambas. Aquí tal vez la explicación de Lefort acerca del advenimiento
del lugar vacío del poder como resultado de la revolución democrática es útil. Las sociedades que
han consolidado un marco simbólico basado en un principio democrático que se inscribe de alguna
manera en las “técnicas de gobierno”, parecerían favorecer aún más la aparición de la política,
aunque de ninguna manera estaría de acuerdo con que su existencia deriva en una garantía de la
puesta en marcha de verificadores de la igualdad.

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i
Notas.

“[...] trato de mantener la conceptualización de la excepción, daño o exceso separado de cualquier tipo de ontología.
Hay una tendencia común de que no se puede pensar política, a menos que uno conecte sus principios con un principio
ontológico: la diferencia heideggeriana, la infinitud espinoziana del ser en la concepción de Negri, la polaridad del ser y
el evento en el pensamiento de Badiu, la rearticulación de la relación entre potencia y acto en la teoría de Agamben”
(Rancière; 2005: 8).
ii
No es casual que el ejemplo que propone para entender la operación policial es la frase que un patrón le puede decir a
su empleado, luego de indicarle una orden “¿me comprendió?”. Aquí, la relación de dominación es clara, a pesar de que
se funda sobre una especie de contenido oculto de la igualdad. En el lenguaje de las órdenes existen dos posiciones,
aquella que da la orden y la que la recibe. Esto marca un régimen de visibilidad donde cada uno tiene su lugar y, por
tanto, lo que reina es la diferencia. Pero para que el que recibe la orden la ejecute bien, éste debe entender lo que dice,
compartir un lenguaje común. Lo que se oculta en el corazón del lenguaje de las órdenes es un principio de igualdad.
iii
Norma que representa un régimen de lo sensible por el cual cada uno cumple un rol, y también de sustenta una
relación de dominación en tanto que “si hay uno a al cabeza hay otros que van detrás”
iv
Hay que recordar la lógica del suplemento. “Derrida ha demostrado como una identidad se constituye siempre sobre la
base de excluir algo y de establecer una violenta jerarquía entre los dos polos resultantes” (Laclau, 2000; 49) El
suplemento es la secundariedad que se construye discursivamente a partir de una diferencia ente dos términos. Este
término “marcado” solamente agrega un elemento o un añadido al termino “no marcado” (o hegemónico) que mantiene
una especificidad que es a la vez presentada como equivalente a aquellos que los dos términos comparten. La lógica del
suplemento es la misma que la del exterior constitutivo. Lo importante del suplemento es que justamente la
contingencia de la jerarquización permite volver al término no marcado en marco y viceversa. En otras palabras, es
posible hacer visible lo invisible. Pero esto no deriva en que la lógica del suplemento se elimine, o en otras palabras,
siempre existe un término que está excluido o se mantiene oculto.
v
“Political difference is always of the shore of its own disappearance” (Ranciere, 2001: 100).

Bibliografía.
Lefort, Claude , “Democracia y advenimiento de un lugar vacío”, en La invención democrática,
Buenos Aires: Nueva Visión, 1990, pp. 187-193.
Mouffe, Chantall (1999). El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo,
democracia radical, segunda edición, Barcelona, Piados Estado y Sociedad.
Rancière, Jacques (1995), “Post democracy, politics and philosophy. An interview with Jacques
Rancière”, en Angelaki, Oxford, vol 1, #3, pp171-178.
Rancière, Jacques (1996), El desacuerdo, Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión.
Rancière, Jacques (2000), “Política, identificación y subjetivación”, en Arditi, A. (editor) El reverso
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Rancière, Jacques (2001b), “La democracia es fundamentalmente es igualdad”, en Quiroga,
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Rancière, Jacques (2002), La división de lo sensible. Estética y Política, Salamanca, Centro de Arte
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Londres los días 16 y 17 de septiembre.
Zizek, Slavoj, (2002), El sublime objeto de la ideología, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores.

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