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CÁNCER: HERENCIA Y AMBIENTE

Autora: CRISTINA CORTINAS

COMITÉ DE SELECCIÓN
EDICIONES
DEDICATORIA
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO
I. INTRODUCCIÓN AL CÁNCER
II. CÁNCER Y HERENCIA
III. CÁNCER Y AMBIENTE
BIBLIOGRAFÍA
CONTRAPORTADA
COMITÉ DE SELECCIÓN
Dr. Antonio Alonso

Dr. Gerardo Cabañas

Dr. Juan Ramón de la Fuente

Dr., Jorge Flores Valdés

Dr. Leopoldo García-Colín Scherer

Dr. Tomás Garza

Dr. Gonzalo Halffter

Dr. Raúl Herrera

Dr. Jaime Martuscelli

Dr. Héctor Nava Jaimes

Dr. Manuel Peimbert

Dr. Juan José Rivaud

Dr. Julio Rubio Oca

Dr. José Sarukhán

Dr. Guillermo Soberón

Coordinadora:

María del Carmen Farías


EDICIONES
Primera edición (La Ciencia desde México), 1991

Primera reimpresión, 1995

Segunda edición (La Ciencia para Todos), 1997

Primera reimpresión, 1998

Se prohibe la reproducción total o parcial de esta obra —incluido el diseño tipográfico y de


portada—, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito
del editor.

La Ciencia para Todos es proyecto y propiedad del Fondo de Cultura Económica, al que
pertenecen también sus derechos. Se publica con los auspicios de la Secretaría de Educación
Pública y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología.

Diseño: Carlos Haces/Fotografía: Carlos Franco

D. R. © 1990, FONDO DE CULTURA ECÓNOMICA, S. A. DE C. V.

D. R. © 1997, FONDO DE CULTURA ECÓNOMICA

Carretera Picacho-Ajusco 227; 14200 México, D. F.

ISBN 968-16-5403-X (segunda edición)

ISBN 968-16-3572-8 (primera edición)

Impreso en México
DEDICATORIA
Dedico a Alejandra este libro, el que espero brinde una visión clara de
qué tan cerca estamos de ganar la batalla contra el cáncer.

AGRADECIMIENTOS
Mis más sinceros agradecimientos a mis colegas y amigos Javier
Espinosa, Isabel Jiménez, Patricia Ostrosky y Ana Rosa Moreno por sus
sugerencias y comentarios al contenido; a Enrique Vázquez, Salvador
Barbosa, Alberto Nava por sus ilustraciones; a José Avilés por las
fotografías, y a Norma Coria y Alfredo Méndez por la transcripción del
documento.
PRÓLOGO
No hace mucho tiempo una joven de 15 años me preguntó: ¿por qué morimos de cáncer?, impresionada por
la muerte reciente de una compañera de escuela de la misma edad por esa enfermedad. Es posible que al
responderle retomara algunos conceptos expresados por Richard Doll y Richard Peto en su artículo sobre las
"Causas del cáncer".1

En él, estos autores comentan que algunas personas mueren de cáncer y otras no, merced a tres tipos de
circunstancias:

—La primera corresponde a la "naturaleza" o constitución genética de los


individuos.

—La segunda se refiere a las condiciones "ambientales" en las que se


desenvuelve la vida de los mismos.

—La tercera a lo que ellos llaman "suerte".

Ya que el cáncer es una enfermedad que puede ser ocasionada por múltiples factores, dependería de la suerte
o del azar que los factores mencionados ejerzan su acción en un momento preciso para que se desencadene
el largo proceso que lleva al desarrollo del padecimiento.

Es probable que mi respuesta no aclarara las dudas de la joven. En todo caso, la inquietud que suscitó en mí
su pregunta me llevó a aceptar la invitación de mi querida amiga Alejandra Jáidar para escribir este libro.
Hoy Alejandra ha dejado de existir como consecuencia de esta aún misteriosa enfermedad, que numerosos
científicos en el mundo se afanan en descifrar y vencer.
I. INTRODUCCION AL CÁNCER
¿ES EL CÁNCER UNA ENFERMEDAD DE LOS TIEMPOS MODERNOS?

EL CÁNCER parece ser una enfermedad tan antigua como lo es la vida en nuestro planeta. Son testimonio de
ello los tumores encontrados en los huesos de fósiles de dinosaurios o en las momias humanas descubiertas
en Egipto y Perú. Su estudio y tratamiento ha sido objeto de gran interés desde épocas remotas en distintas
culturas, lo cual ha quedado asentado en documentos llegados hasta nosotros, en los que se describe el
avance del conocimiento, y que nos hacen ver el talento y capacidad de observación y deducción de nuestros
antepasados. Documentos que datan de 2000 a 1500 años a.C., como el Ramayana de la India o el papiro
egipcio Ebers, por ejemplo, hacen referencia a este padecimiento. En tanto que su nombre, cáncer, se inspiró
en la observación de los tumores de mama, que, al crecer, toman la forma de un cangrejo, según explica
Galeno (131-203 d.C.) en su tratado Definitiones Medicae (Figura I).

Figura 1. Cáncer de mama.

La cirugía y el tratamiento con determinadas sustancias son recursos adoptados ya desde hace cientos de
años para combatir esta mortal enfermedad; en el año 2000 a.C., se practicaba en la India la extirpación de
los tumores y alrededor del año 180 d.C. se inició el empleo de ungüentos a base de arsénico y plomo para el
tratamiento de tumores.

El posible origen ambiental del cáncer fue sugerido también hace ya más de doscientos años por los estudios
realizados en Inglaterra en deshollinadores, en los que se descubrió una forma rara de tumor que se asoció
con el contacto continuo durante años con el hollín. Este hallazgo en particular abrió la posibilidad de
adoptar medidas para prevenir el cáncer, identificando y controlando la exposición a los agentes
cancerígenos.

Por su parte, las observaciones que dan cuenta de una posible relación del cáncer con trastornos hereditarios
datan de hace más de cien años. Todo lo cual nos hace ver que las bases del conocimiento actual de esta
enfermedad, que aún presenta grandes incógnitas, fueron asentadas por un gran número de individuos
talentosos en distintas épocas y regiones del mundo.

El cáncer es una enfermedad quizá tan antigua como


el surgimiento de los primeros organismos
multicelulares en nuestro planeta

¿ES EL CÁNCER UNO O MÚLTIPLES PADECIMIENTOS?

Bajo la denominación de cáncer se engloban, en realidad, distintas enfermedades que varían en sus
manifestaciones clínicas y en su respuesta a las medidas terapéuticas, pero que comparten mecanismos
desencadenantes comunes.
Se han descrito más de cien formas distintas de cáncer de acuerdo con el órgano o tejido en el que se
originan y el tipo de célula a partir del cual se forman. Los más frecuentes son los llamados carcinomas, que
constituyen cerca del 90% de los cánceres, y que se generan en los epitelios o capas celulares que recubren
la superficie de nuestro cuerpo. Por lo general éstos son tumores que ocurren a edad avanzada y cuya
frecuencia puede incrementarse hasta mil veces entre los veinte y los sesenta años de edad. Entre ellos, los
más comunes son los que afectan al pulmón, al intestino grueso, a las mamas y al cuello uterino.

Las leucemias y linfomas se producen a partir de las células formadoras de la sangre que residen en la
médula ósea y en los tejidos linfáticos y, aunque son menos frecuentes que los carcinomas, causan un mayor
impacto moral, social y económico pues afectan a niños y jóvenes reduciendo su esperanza de vida y
productividad.

Los sarcomas son los más raros y se originan en las estructuras de soporte como el tejido fibroso, así como
en los vasos sanguíneos.

El cáncer engloba una gran variedad de


padecimientos que tienen como denominador común
la proliferación celular incontrolada

¿OCURRE MÁS FRECUENTEMENTE EL CÁNCER EN LA ACTUALIDAD?

Es difícil contestar a esa pregunta por la falta de datos que digan qué tan frecuente era esta enfermedad en el
pasado, así como por la ausencia de registros de los casos de cáncer que se dan actualmente en cada país.
Éste es, sin embargo, un tema que requiere reflexión.

Los patrones de enfermedad y muerte han evolucionado mucho en los últimos 150 años, sobre todo en los
países desarrollados, de los cuales se han erradicado padecimientos transmisibles propios del subdesarrollo
como la tuberculosis, difteria, fiebre escarlatina, tifoidea y disentería. Además, la esperanza de vida se ha
incrementado (favorecida también por los progresos de los servicios asistenciales de salud, las campañas de
vacunación y el desarrollo de medicamentos y terapias eficaces), lo que determina que un número mayor de
individuos en la población alcance la edad en la que puede manifestarse un padecimiento maligno.

El cáncer es, hoy en día, una de las cinco primeras causas de defunción, tanto en países desarrollados como
en desarrollo, y se calcula que cada año mueren en el mundo cerca de 4 300 000 personas a causa de esta
enfermedad. Sin embargo, se ha observado que las formas predominantes de cáncer varían de un país a otro,
o bien siguen una tendencia diferente (Tabla I). Así, por ejemplo, en Estados Unidos los tipos más comunes
de cáncer son los del pulmón, intestino grueso y mama; en tanto que en México predominan, en los
hombres, las leucemias y linfomas, los cánceres de próstata, pulmón y estómago, y en la mujer, el cáncer del
cuello uterino y de mama (Tabla 2). En términos generales, el cáncer de pulmón tiende a aumentar en el
mundo, mientras que el del estómago parece disminuir.

TABLA 1. Tipos de tumores frecuentes en un país y raros en otro

Países en los que se observa una


Localización del frecuencia
Sexo
cáncer
Elevada Baja

Australia
Piel M India (Bombay)
(Queensland)
Esófago M Irán (Norte) Nigeria
Estómago M Japón Uganda
Hígado M Mozambique Inglaterra
Colon M Estados Unidos Nigeria
Se piensa que, de persistir las actuales tendencias, habrá una mayor incidencia (número de casos nuevos) de
cáncer en casi todo el mundo, entre otras razones por el aumento de la esperanza de vida y el consumo de
tabaco (asociado al cáncer de pulmón). Esta situación hace urgente la necesidad de establecer acciones para
contrarrestar dichas tendencias y proteger a la población.

TABLA 2. Distribución de tipos de cáncer más frecuentes en México


en 1987

Mujeres adultas Hombres adultos


10 486 casos 5 770 casos
Localización % Localización %

Cuello uterino 30.7 Próstata 12.5


Mama 17 Linfomas 8.6
Ovario 4.1 Leucemias 6.2
Tiroides 3.3 Pulmón 6.2
Linfomas 3.2 Estómago 5.4
Útero 3.1 Vejiga 4.7
Otros 38.6 Otros 56.4

El aumento en la esperanza de vida en todos los


países conlleva la posibilidad de un incremento en la
frecuencia de algunas formas de cáncer. Esta
tendencia puede contrarrestarse si se controla la
exposición a agentes de riesgo como el tabaco.

¿EN QUÉ CONSISTEN LOS TUMORES?

Los tumores cancerosos constituyen agrupaciones de células que adquieren un comportamiento anormal de
la capacidad de dividirse y dejan de respetar las reglas del organismo, las cuales imponen a las células
normales de cada tejido un crecimiento restringido para que se logre un desarrollo armonioso del cuerpo
humano.

El cambio de una célula normal a una cancerosa no parece tener lugar en un solo paso, sino que, al contrario,
se produce por etapas. En aquellos tejidos accesibles a ser estudiados como la piel o el cuello del útero se
han podido observar, en primer lugar, alteraciones sutiles de algunas células, las cuales adquieren una
morfología y comportamiento distintos de los de las células vecinas, y constituyen lo que se conoce como
metaplasias y displasias (cambios de un tipo celular en otro). El crecimiento de esas células alteradas puede
acentuarse y dar lugar a un tumor localizado, que, si no invade a los tejidos vecinos, se considera benigno.
Nuevas modificaciones en las células tumorales traen consigo una proliferación ilimitada que se extiende
hacia los tejidos aledaños, lo que da lugar a tumores malignos o cancerosos. Para muchos tumores, la
historia no se detiene ahí, y todavía puede suceder que se desprendan células que viajan a través del torrente
sanguíneo para ir a anidarse en otros órganos y formar nuevos tumores o metástasis.

El crecimiento en etapas de los tumores cancerosos ofrece alternativas para interferir en su crecimiento,
aliviar a los pacientes y evitar su muerte. Tal ocurre si se vigila periódicamente el cuello del útero mediante
la toma de muestras y la observación del tejido que se descama (prueba de Papanicolau), lo que permite
detectar, vigilar y tratar con éxito a mujeres en las que se observan los cambios antes señalados. Lo mismo
sucede si las mujeres se efectúan por lo menos cada tres años una mamografía (radiografía de senos), y se
autoexaminan regularmente los pechos para detectar oportunamente la aparición de pequeños nódulos que
pudieran representar el crecimiento temprano de un cáncer, ya que, en esa fase, el padecimiento es curable.
En la actualidad se calcula que el 50% de los pacientes con cáncer que reciben tratamiento oportuno y
adecuado en las etapas iniciales del proceso se cura, por lo que debemos mantener una vigilancia constante
de nuestro cuerpo y estar alerta a los cambios inexplicables para señalárselos al médico.

Los tumores cancerosos resultan de un largo proceso


de cambios celulares que puede ser interrumpido si se
detecta y atiende opotunamente.

¿ES EL CÁNCER UN PROBLEMA DE COMUNICACIÓN INTERCELULAR?

¿Cuántos nos hemos preguntado cómo es que nuestro cuerpo se desarrolla tan armoniosamente a partir de la
célula huevo formada por la unión de las dos células reproductoras de nuestros padres? Es ésta una pregunta
que surge en nuestra mente al enterarnos de que el cáncer es resultado, en gran parte, de la desobediencia a
los mecanismos que regulan la proliferación y diferenciación de las células de nuestro organismo. Dichos
mecanismos parecen estar basados en formas complejas de comunicación intercelular, que permiten a las
células reconocer a las de su misma estirpe, que limitan su expansión hacia sitios poblados por células de
estirpes distintas, y que les indican cuándo deben dividirse y cuándo diferenciarse para llevar a cabo
procesos y funciones especializadas. Las células cancerosas se comportan como si ignoraran las señales
normales de comunicación, como si las obedecieran de una manera peculiar o como si generaran sus propias
señales.

El estudio de las señales de comunicación intercelular es un campo en activo desarrollo, pues se espera que
al conocerse las señales que informan a una célula sobre cuándo debe dividirse, detener su proliferación y
diferenciarse, existirá la posibilidad de que una célula cancerosa readquiera su comportamiento normal. Esto
es lo que se conoce como el tratamiento biológico del cáncer, el cual será menos agresivo que las actuales
formas de tratamiento: cirugía, medicamentos químicos y radiaciones.

Las células de nuestro cuerpo constituyen una


sociedad que funciona armoniosamente gracias a la
obediencia de reglas de conducta y a un sistema de
comunicación que las células cancerosas ignoran.

¿QUÉ SE SABE ACTUALMENTE SOBRE LAS SEÑALES QUE REGULAN LA PROLIFERACIÓN Y


DIFERENCIACIÓN DE LAS CÉLULAS?

Éste es un problema de investigación verdaderamente apasionante que revela los sorprendentes mecanismos
con que cuentan los seres vivos, sobre todo los organismos multicelulares, para lograr su crecimiento y
desarrollo. Es también un terreno muy complejo, por lo que sólo abordaremos aquellos aspectos que nos
permitan entender el comportamiento aberrante de las células cancerosas.

Entre las formas que emplean las células para transmitirse los mensajes que modulan su comportamiento se
encuentran las señales químicas, constituidas por una variedad de moléculas de diferente índole. En las
primeras etapas de la evolución de un organismo a partir de la célula huevo que inicia su división activa, las
señales que le indican cuándo y qué tanto dividirse y qué nuevas funciones desarrollará son, en un principio,
elaboradas, secretadas y vueltas a captar por ellas mismas. A este tipo de modulación se le conoce como
regulación autocrina.

Poco a poco, y a medida que se inicia la diferenciación celular, este tipo de regulación deja de funcionar
para ser remplazada por otra, la regulación denominada paracrina, en la que unas células producen y
secretan las señales y otras células vecinas las captan y responden a ellas.

Con la aparición de un sistema circulatorio y el crecimiento del organismo embrionario, las distancias se
hacen más grandes y ahora las señales viajan de los lugares distantes donde se encuentran las células que las
producen, hasta donde se encuentran las células receptoras, las cuales regulan sus funciones a través de estas
señales. Esto es lo que conocemos como regulación endocrina (Figura 2).
Figura 2. Regulación de la división y diferenciación celular.

A partir de investigaciones realizadas en cultivos celulares se han logrado aislar los llamados factores de
crecimiento polipeptídicos, que son parte de este sistema de señales y que tiene entre sus funciones la de
estimular a las células a dividirse.

Como es de esperarse, existen varios factores polipeptídicos que regulan el crecimiento de distintos tipos
celulares, y que son reconocidos por ellos porque en la superficie externa de su membrana las células
contienen una molécula receptora a la que puede unirse sólo un factor de crecimiento específico (tal y como
ocurre con otras señales como las hormonas, mediadoras en la regulación endocrina, figura 3).

Figura 3. Características de la molécula receptora del factor de crecimiento epidérmico.

El receptor del factor de crecimiento epidérmico está constituido por tres segmentos o dominios:

1) Un dominio extracelular, formado por 621 aminoácidos.


2) Un dominio transmembranal, compuesto por 23 aminoácidos hidrofóbicos que anclan al receptor a
la membrana.

3) Un dominio intracelular que contiene 542 aminoácidos y posee una porción con actividad
enzimática capaz de introducir grupos fosfatos (fosforilar) en otras proteínas y 4 sitios en que puede
también ser fosforilada: una treonina (654) y tres tirosinas (1 068, 1 148 y 1 173).

Los factores de crecimiento son considerados como los primeros mensajeros porque al entrar en contacto
con su receptor en la membrana celular desencadenan internamente toda una serie de cambios que están
mediados por la participación de moléculas, a las cuales se les atribuye, por su función, el papel de segundos
mensajeros (Figura 4). El resultado final de esta organización orquestal que constituye una verdadera
cascada de reacciones bioquímicas, es que la célula se divida o bien opte por detener su proliferación y
diferenciarse. Cuando hace una cosa o la otra depende, entre otros, del factor de crecimiento involucrado y
del estado fisiológico de la célula.

Figura 4. Cascada de eventos intracelulares que desencadenan los factores de crecimiento plaquetarios
(FCP).

En la figura se observa cómo la mólecula del factor de crecimiento plaquetario se une a su receptor, el
cual es activado y a su vez activa a la enzima fosfolipasa C, posiblemente a través de una proteína "G"
que se une a un guanositrofato (GTP). Esta enzima rompe un enlace fosfoéster del fosfatidil inositol
difosfato, un fosfolípido de la capa interna de la membrana, dando lugar a la liberación de dos
segundos mensajeros: diacilglicerol (DG) e inositoltrifosfato (IF3).

El diacilglicerol activa a una enzima (proteína cinasa C), capaz de introducir grupos fosfatos en
aminoácidos de otras proteínas, activándolas o inactivándolas. La intervención de una enzima
denominada diacilglicerol lipasa libera, a partir del diacilglicerol, otro segundo mensajero, el ácido
aranquidónico, a partir del cual se forman las prostaglandinas.
El aumento de IF3 y del ácido aranquidónico traen consigo la salida de calcio del retículo
endoplásmico, provocando cambios en la morfología celular. El calcio actúa también como segundo
mensajero, modulando la actividad de otras proteínas.

La prostaglandina E estimula la síntesis de adenosín monofosfato cíclico (C-AMP) el cual participa en


la activación de genes y en el desencadenamiento de la replicación del material genético y de la
división celular.

En las células cancerosas se han descubierto cambios que afectan este mecanismo de comunicación a través
de primeros y segundos mensajeros, de manera que su comportamiento corresponde al de una célula
sometida a una regulación autocrina, es decir, la que parece no tener que depender de otras células para
proliferar.

El sistema secuencial que desencadena la división


celular ofrece una opotunidad excelente para el
control del proceso mediante la activación y
desactivación de moléculas mensajeras.
II. CÁNCER Y HERENCIA
¿CÓMO SE REGULAN LAS SEÑALES MODULADORAS DE LA PROLIFERACIÓN Y
DIFERENCIACIÓN CELULAR?

Uno de los grandes secretos de la vida es la forma en la que se ha generado, conservado, diversificado y
transmitido la información que permite el surgimiento de los seres vivos —y su extraordinaria diversidad—,
y que asegura además la constancia de las características que definen a cada especie en particular (o sea,
cómo se ha estructurado y funciona la información hereditaria).

Es ahora de todos conocido que los seres vivos, cualquiera que sea su naturaleza, poseen información
hereditaria contenida en los ácidos nucleicos, los cuales constituyen el material genético. Estos ácidos
nucleicos son el ácido desoxirribonucleico (ADN), el de la mayoría de los seres vivos, y el ácido
ribonucleico (ARN), el de ciertos virus. Los componentes fundamentales de dichos ácidos son los
nucleótidos, constituidos por cuatro bases nitrogenadas: adenina, guanina, citosina y timina (que en el ARN
es remplazada por uracilo), más un azúcar (desoxirribosa en el ADN y ribosa en el ARN) y un ácido
fosfórico. Dichos nucleótidos son como las letras del alfabeto con el que se construye el código genético
donde se almacena la información hereditaria.

También nos es familiar que el ADN adopta la forma de dos cadenas que se enrollan en forma similar a la de
una escalera de caracol, en la que los peldaños están representados por el apareamiento de dos bases
nitrogenadas (siempre adenina frente a timina, y guanina frente a citosina). El ADN de las células humanas
se encuentra superenrollado, compactado y repartido en 23 pares de estructuras que conocemos como
cromosomas y contiene segmentos con combinaciones específicas de las cuatro bases, las cuales constituyen
unidades de información conocidas como genes (Figura 5). Se sospecha que poseemos alrededor de 100 000
genes en lo que llamamos el genoma humano; dichos genes controlan la síntesis de otras tantas proteínas (o
de las cadenas de aminoácidos de los polipéptidos que las forman), las cuales caracterizan a las células y
desempeñan un papel importante en su estructura y funcionamiento.

Figura 5. Organización del material genético.

En la regulación de la lectura del mensaje hereditario contenido en los genes parece estar encerrada la clave
del secreto de la vida al que hacíamos referencia. Ésta podría ser una forma de interpretar la observación de
que nunca en la vida de una célula se leen simultáneamente todos sus genes, sino que, por el contrario, su
lectura es dosificada de tal modo que permita esa maravillosa diversidad de formas y funciones de las
células que nos conforman. La regulación de la información hereditaria se parece a la elaboración y lectura
de un texto en donde es importante tanto el orden y combinación de las palabras como las pausas y silencios
al leer las frases y obedecer las puntuaciones.
Esta misma forma de regulación se aplica a los procesos que llevan a la célula a dividirse y diferenciarse, y
en los que las moléculas proteicas clave que participan en ellos también están sujetas a los mecanismos de
control que determinan cuándo y cuánto deben leerse los genes que contienen la información para su
síntesis. Hoy en día sabemos que diversas moléculas proteicas a las que se hace referencia están codificadas
por los llamados protooncogenes, o precursores de los genes del cáncer u oncogenes.

Los oncogenes son versiones alteradas de genes que


participan en las funciones de regulación de la
proliferación y diferenciación celular
(protooncogenes) y que se expresan de manera
inadecuada en momentos inoportunos o en células no
apropiadas.

LA MAGIA DE LA FOSFORILACIÓN

Es importante mencionar que, aunada a la regulación genética de las señales que participan en la modulación
de la división y diferenciación celular, existe otra forma de regulación que se desencadena cuando el factor
de crecimiento se une a su receptor. Se trata de los procesos de fosforilación que se repiten una y otra vez a
distintos niveles para lograr, mediante la introducción de grupos fosfato en los aminoácidos clave de las
proteínas, ya sea su activación o, por el contrario, el bloqueo de sus funciones. De esta manera, el factor de
crecimiento produce un pulso que da lugar a una sola división celular, ya que las proteínas activadas directa
o indirectamente (incluyendo la que constituye su propio receptor), al final del proceso se inactivan
mediante fosforilación de un aminoácido específico (tirosina, figura 6), con lo que se apaga el circuito. Esto
hace que una célula normal tenga que esperar la llegada de una nueva señal para volver a dividirse. En las
células cancerosas esta forma de regulación está también alterada, pues algunas de las moléculas proteicas
que deberían ser inactivadas han perdido, en el sitio preciso, el aminoácido clave que requiere ser fosforilado
para apagarlas.

Figura 6. Fosforilación de tirosina.


Todo lo anterior muestra la versatilidad de la fosforilación, ya que la introducción de grupos fosfato
constituye un interruptor que, según donde ocurra, provoca el encendido o el apagado del proceso de
división celular.

El proceso de fosforilación también permite entender por qué una pequeña mutación en el material genético,
la cual da lugar a un cambio de un aminoácido por otro en una proteína participante en la división celular,
puede hacer que las células proliferen continuamente al perderse el sitio en el que se introduce un grupo
fosfato para bloquear su actividad.

El proceso que desencadena la división celular es


como un bello fuego de artificio que se enciende con
una flama y poco a poco, una tras otra, va
alumbrando figuras y culmina con la aparición de una
imagen para luego, en un instante, apagarse por
completo. Por el contrario, en las células cancerosas
el sistema permanece encedido todo el tiempo.

¿CÓMO SE DESCUBRIERON LOS ONCOGENES?

La historia del descubrimiento de los oncogenes está ligada con la de la identificación del agente viral que
causa el llamado sarcoma de Rous en las aves. Hace cerca de 80 años el patólogo Francis Peyton Rous
decidió inyectar a docenas de gallinas con el filtrado que obtuvo al tamizar, a través de una malla muy fina,
una suspensión de células de un tumor obtenido por autopsia de una gallina de la misma raza. Con este
procedimiento logró reproducir el tumor y sospechó que el agente causal debería ser de menor tamaño que
las células y que las bacterias, por lo que podría corresponder a un virus, aunque no lo designó así sino como
un agente tumoral. Cabe mencionar que el doctor Rous recibió el premio Nobel de Medicina por sus
descubrimientos en 1966.

Más recientemente el doctor J. Michael Bishop, galardonado en 1989 también con el Premio Nobel de
Medicina, informó que el gen v-src, el cual permite al virus causante del sarcoma de Rous inducir el tumor,
también está contenido en las células normales no tan sólo de la gallina sino de algunos vertebrados,
incluyendo al ser humano. Logró este descubrimiento gracias al empleo de las nuevas tecnologías de la
llamada ingeniería genética, que permitieron, en primer lugar, copiar al gen v-src mediante una enzima que
puede generar una versión de ADN a partir de la hebra de ARN del genoma viral (transcriptasa reversa). El
siguiente paso consistió en multiplicar el número de copias del gen v-src, marcándolas con un isótopo
radioactivo para poder seguir su destino. Finalmente las puso en contacto con el ADN desnaturalizado
(separado en sus dos hebras) extraído de los distintos tipos celulares. Esto trajo como resultado la formación
de algunas cadenas híbridas (que contenían una hebra de ADN marcado, la copiada del genoma viral, y otra
sin marcar, proveniente de la célula donadora), que revelaron zonas de homología y descubrieron la misma
secuencia en las células normales.

El estudio de la secuencia de nucleótidos del gen src permitió, además, descubrir que, por su organización
(presencia de secuencias conocidas como exones e intrones típicas de los genes animales pero no virales),
ese gen no pertenecía al virus, sino que debió ser arrastrado por éste después de unirse y desprenderse del
material genético de alguna célula hospedera (Figura 7). Más aún, sus homólogos en las células normales
resultaron ser genes activos y fue también el grupo del doctor Bishop quien descubrió la proteína codificada
por el gen src (llamado c-src porque corresponde a la versión celular de ese gen), a la que denominaron
pp60c-src, y que, sorprendentemente, resultó ser una proteína fuertemente unida a la superficie interior de la
membrana celular y capaz de fosforilar a las tirosinas.
Figura 7. Incorporación del oncogén src al genoma viral.

Hoy se sabe que en las células cancerosas que contienen activo el oncogén c-src: está presente una proteína
pp60c-src a la que, curiosamente, le falta, en un sitio peculiar, una tirosina, que en su versión normal es
fosforilada, como mecanismo para bloquear la propia actividad fosforilante de la proteína pp60c-src. Tal
parece ser la explicación por la cual esa proteína está permanentemente funcionando e introduciendo grupos
fosfato en otras proteínas, en el caso de las células tumorales.

Ciertos virus pueden secuestrar porciones del


material genético de las células a las que infectan
llevándolo consigo de una célula a otra como si fuera
propio.

¿QUÉ SE HA APRENDIDO DE LOS VIRUS QUE PRODUCEN CÁNCER?

Los virus cuyo material genético está constituido por ARN y que tienen la capacidad de inducir la síntesis de
la enzima transcriptasa reversa, pueden hacer copias de ADN a partir de su ARN e insertarse en el genoma
de las células hospederas como lo hace el virus del sarcoma de Rous. A estos virus se les conoce como
retrovirus y constituyen una familia a la cual pertenece el virus del sida y otros que no causan enfermedades
y que parecen formar parte integrante de algunas células y participar en la regulación de sus procesos de
diferenciación.

Los retrovirus que producen cáncer lo hacen de dos maneras:

1) Unos son portadores de oncogenes que alteran la maquinaria celular


provocando una proliferación incontrolada de las células hospederas. Se conocen
cerca de 20 oncogenes virales asociados con formas particulares de cáncer y cada
una tiene un protooncogén correspondiente en las células a las que infectan.

2) Otros retrovirus no portan oncongenes, pero al integrarse al cromosona de la


célula receptora alteran la estructura o función de los genes aledaños al lugar de
su inserción. Los genes afectados son considerados como protooncogenes
potenciales cuya expresión puede alterarse, lo que trae consigo la transformación
de las células.

Los retrovirus se han vinculado con la leucemia de células T en humanos adultos característica del sur de
Japón y de las islas del Caribe. Aunque también existen evidencias de que virus cuyo material genético es
ADN pueden asociarse con otros padecimientos malignos en el humano, como sucede con el virus de la
hepatitis B o con los papilomavirus relacionados con el cáncer de pene en el hombre y el de cuello uterino
en la mujer, así como el llamado virus de Epstein-Barr, vinculado con los linfomas de Burkitt y con el
cáncer nasofaríngeo.
Los virus que insertan su material genético en el
ADN de nuestras células pueden ocasionar problemas
de desregulación en la lectura de la información
hereditaria y modificar el comportamiento celular.

¿QUÉ TANTO HA PROGRESADO EL CONOCIMIENTO DE LOS ONCOGENES?

Obviamente el descubrimiento de la existencia de los oncogenes produjo gran entusiasmo y una búsqueda
activa de su presencia en las células cancerosas, que aún no termina y ha dado lugar a una multitud de datos
no del todo fáciles de descifrar. Se piensa que pronto se requerirá elaborar diagramas con casillas y redes de
comunicación, como los que se emplean para describir circuitos electrónicos, sistemas telefónicos o de
computación, para lograr establecer los vínculos entre oncogenes, sus productos proteicos, las cadenas
bioquímicas que regulan la división y proliferación celular, los cambios en el comportamiento celular y los
cánceres resultantes.

A pesar de que todavía no se cuenta con esta información, ya ahora destacan ciertos elementos que se
repiten y permiten inferir algunos de los papeles que desempeñan oncogenes y sus consecuencias. Por
ejemplo, es notable el hecho de que numerosos oncogenes ya han sido vinculados con algún elemento
relacionado con el control de la proliferación celular (Tabla 3). Los productos de tres de los oncogenes
enlistados en la tabla (fos, myc y myb) se localizan en el núcleo de las células y parecen participar en la
activación de genes que provocan la división celular. En tanto que los productos de los oncogenes restantes
se encuentran en la membrana o cerca de ella. Tal es el caso de erb, que es una versión alterada del receptor
del factor de crecimiento epidérmico a la que le falta el dominio externo, por lo que se encuentra
permanentemente activo. Por su parte, sis controla la síntesis de la cadena B del factor de crecimiento
plaquetario, y los restantes están relacionados con enzimas fosforilantes (proteínas cinasas) (Figura 8).

TABLA 3. Ejemplos de oncogenes vinculados con el control de la


división celular

Oncógen Actividad bioquímica Probable función

Receptor en la superficie
erb-B Tirosina cinasa
celular
Receptor en la superficie
fms Tirosina cinasa
celular
Receptor en la superficie
neu Tirosina cinasa
celular (aún no identificado)
Receptor en la superficie
ros Tirosina cinasa
celular (aún no identificado)
Factor de crecimiento FCP
sis Señal
(subunidad B)
src Tirosina cinasa ¿Transducción de señales?
abl Tirosina cinasa ¿Transducción de señales?
ras ¿Proteína G? ¿Transducción de señales?
fos ¿? ¿Efector de la división celular?
myc ¿? ¿Efector de la división celular?
myb ¿? ¿Efector de la división celular?
Figura 8. Participación de los factores del crecimiento y productos oncogénicos en la proliferación celular.

En esta figura se puede observar cómo el factor de crecimiento transformante de tipo beta (FCT- ß) al unirse
a su receptor, activa la expresión del oncogén c-sis, el cual determina la síntesis del factor de crecimiento
plaquetario (FCP). Este factor, a su vez, se une a su receptor e induce la activación de la fosfolipasa C,
probablemente a través de una proteína G (¿p-21 codificada por el oncogén ras?). La fosfolipasa rompe al
fosfatidil inositol difosfato (FID) liberando al inositol trifosfato (IF3) y al diacilglicerol (DAG), lo cual
conduce a la activación de la proteína cinasa C, a la formación de ácido araquidónico y prostaglandinas. La
prostaglandina E se une a un receptor e induce la síntesis del adenosín monofosfato cíclico y la activación
del oncogén myc, todo lo cual provoca la síntesis de proteínas, del ADN y la división celular, junto con la
reorganización de las proteínas del citoesqueleto (actina y vinculina), bajo la influencia del incremento del
calcio citoplásmico y de la elevación del pH intracelular. Por su parte, el oncogén erb-B determina la síntesis
del dominio interno del receptor del factor de crecimiento epidérmico, el cual es regulado por la acción
fosforilante de la proteína C inducida por FCP.

Se ha descubierto también que no basta con que se active un oncogén en una célula para que ésta adquiera
las características de una célula cancerosa, sino que se requiere por lo menos la participación de dos
oncogenes. Así, por ejemplo, ni el oncogén Ela ni el Elb del adenovirus pueden inducir tumorigenicidad por
separado, pero actuando juntos provocan la transformación maligna de las células; lo mismo ocurre con los
oncogenes celulares ras y myc que por sí solos no son suficientes para inducir tumores, lo que sí ocurre
cuando se activan ambos.

Cada día se aprende algo nuevo sobre los oncogenes,


pero todo parece girar en torno de unos cuantos
principios. Así, por ejemplo, la localización de sus
productos proteicos en el citoplasma o el núcleo
parece desempeñar un papel clave en su función,
también sorprende saber que, con unos cuantos genes
y dependiendo del orden en que se activen o de la
combinación de oncogenes activos, se pueden dar
modalidades distintas del cáncer.

¿QUÉ SE SABE SOBRE LA ACTIVACIÓN DE LOS ONCOGENES?

Se ha mencionado ya que la integración de los virus en el ADN de las células hospederas puede modificar la
estructura o función de los protooncogenes, activándolos y convirtiéndolos en oncogenes.

En las células que no han sido infectadas por virus y en las que ocurre la activación anormal de los
protooncogenes, se ha visto que ésta puede producirse como resultado de tres mecanismos (Tabla 4):

—Una mutación puntual, que cambia la secuencia de bases en el gen y que se refleja en un cambio en la
secuencia de aminoácidos de la proteína oncogénica.

—Una movilización (translocación) del onocogén a otro cromosoma, al que se ubica en vecindad con un gen
continuamente activo que lo estimula a manifestarse,

—La multiplicación en el número de copias del oncogén (amplificación).

TABLA 4. Mecanismos de activación de oncogenes de células humanas

Mecanismo de Porcentaje de
Oncogén Tipo de tumor
activación tumores
que lo
contienen

H-ras Mutación puntual Carcinomas y melanomas 1-10

Carcinomas, leucemias linfoides agudas,


K-ras Mutación puntual 1-15
rabdomiosarcomas,

Amplificación Cáncer de vejiga y pulmón 1

Varias leucemias, carcinomas, melanomas y


N-ras Mutación puntual 1-25
sarcomas

c-myc Translocación Linfoma de Burkitt 100

Carcinoma de pulmón de células pequeñas, cáncer


Amplificación 1-35
de colon y mama, leucemia promielocítica

Se ha visto que la activación de los oncogenes ras y neu, mediante mutaciones puntuales, puede ocurrir en
tumores inducidos en animales mediante el empleo de sustancias cancerígenas o por rayos X (Tabla 5). Así,
por ejemplo, se ha encontrado el oncogén H-ras-1 en carcinomas de células escamosas inducidos en la piel
de ratones por la aplicación de dimetilbenz (a) antraceno (DMBA),seguida de la administración de ésteres de
forbol, y en cánceres mamarlos producidos durante el desarrollo sexual por N-nitroso-N-metilurea (NMU).
También se ha visto que el oncogén ras puede activarse en adenomas y carcinomas "espontáneos" en el ratón
(cepa B6C3FI empleada en bioensayos de carcinogénesis).

TABLA 5. Oncogenes en tumores inducidos por carcinógenos químicos

Porcentaje de
Especie tumores con el
animal Tumor Carcinógeno Oncogén oncogén activado

Rata NMU Carcinoma mamario H-ras 1 86


DMBA Carcinoma mamario H-ras 1 23
DMN Carcinoma renal K-ras 2 40
ENU Neuroblastoma neu 100
NMU Schwanomas neu 70
NMS Carcinomas nasales ? 100

Ratón DMBA Carcinomas de piel H-ras 1 90


Varios Hepatomas H-ras 1 100
Rayos X Linfomas K-ras 2 57
NMU Linfomas N-ras 1 85
3-MCA Fibrosarcoma K-ras 2 50

NMU = Nitroso metil urea,


DMBA = Demitilbenz (a) antraceno,
DMN = Dimetil nitrosamina,
ENU = Etil nitroso urea,
MMS = Metil metano sulfonato.
3-MCA = 3-Metil colantreno

Lo anterior muestra que se puede inducir la activación de oncogenes tanto por la exposición a agentes
físicos, químicos y virales, como probablemente por la intervención de factores endógenos que hacen a
algunos individuos más propensos a desarrollar "espontáneamente" cáncer.

Un gen normal puede convertirse en un gen del


cáncer al ser alterado por agentes ambientales o
generados dentro de nuestro organismo cuando fallan
los mecanismos de protección de los que
disponemos. Algunas personas tienen mecanismos de
protección ineficientes que las hacen más propensas a
padecer cáncer.

¿QUÉ RELACIÓN TIENEN LOS ONCOGENES CON LAS ETAPAS DEL CÁNCER?

Los estudios experimentales de inducción de cáncer en la piel de ratones por la aplicación de compuestos
químicos, ha sido una rica fuente de información en lo que se refiere al conocimiento y caracterización de
las etapas por las que atraviesa el proceso de carcinogénesis.
En la década de 1940, diversos trabajos mostraron que ciertas sustancias, administradas en una dosis alta,
eran capaces de provocar tumores malignos por sí solas, por lo que se les denominó carcinógenos completos.
Por el contrario, se observó que una dosis baja de dichas sustancias sólo producía cáncer si se acompañaba
de la aplicación repetida de otra sustancia capaz de promover la división celular (agente promotor). En un
principio tal hallazgo hizo pensar que el cáncer pasaba por una primera etapa de "iniciación'' (inducida por
un agente iniciador), seguida por una segunda etapa de "promoción".

Más tardé se descubrió que si se aplicaba alguna dosis de un agente iniciador y se espaciaba hasta un año la
aplicación del promotor, también se producían tumores malignos. Esto llevó a pensar que la célula
"guardaba la memoria" del cambio provocado por el iniciador; dicho cambio, entonces, era irreversible y
debería corresponder a una mutación, es decir, a una modificación en el material genético de la célula. Se
descubrió además que la aplicación de un promotor en ausencia del iniciador o durante un tiempo
insuficiente, no era capaz de provocar tumores (Figura 9).

Figura 9. Inducción de tumores por la aplicación de iniciadores y promotores

El estudio de los tumores permitió la identificación de múltiples cambios en el número y estructura de los
cromosomas de las células tumorales, a medida que se volvían invasivos. Esto, junto con otros hallazgos,
llevó a concluir la existencia de una tercera etapa en el desarrollo del cáncer: la "progresión tumoral", así
como a considerar que se requería un segundo acontecimiento genético (probablemente mediado por una
alteración cromosómica) para que las células adquirieran verdaderamente características cancerosas (Figura
10).

Figura 10. Iniciación, promoción y progresión del cáncer.


Como se mencionó anteriormente, se han aislado oncogenes portadores de mutaciones puntuales (H-ras1) en
tumores provocados por la aplicación sucesiva de iniciadores (DMBA) y promotores (ésteres de forbol), lo
cual coincide con la hipótesis de que el inicio del cáncer está mediado por un cambio genético. También
apoya esta idea el hallazgo del oncogén H-ras activado en papilomas, considerados como la fase premaligna
de los cánceres de piel. Numerosas observaciones corroboran la intervención de mutaciones puntuales en los
oncogenes de la familia ras, como paso inicial en diversas formas de carcinogénesis, aunque no en todas, lo
que indica que también otros cambios pueden iniciar el proceso; de ellos se hablará más adelante.

Algo interesante ha sido encontrar que las mutaciones en el protooncogén ras se dan repetidamente en dos
codones (secuencia de tres nucleótidos) específicos, que ocupan las posiciones 12 (Guanina-Guanina-
Adenina) y 61 (Citosina-Adenina-Adenina). Esas mutaciones tienen como resultado que en la proteína p2l,
codificada por ras, se altere el sitio clave que le permite unirse al GTP, con lo que éste permanece más
tiempo unido a ella; como consecuencia final de lo anterior, también se altera la regulación de la división
celular.

Sumado a eso, se ha visto que en los carcinomas de piel, que corresponden a la fase de progresión tumoral o
transformación maligna de los papilomas, el oncogén ras mutado puede amplificarse. Esto coincide con la
propuesta de la producción de un segundo acontecimiento genético, que desencadena la malignización.
También se ha observado una estrecha asociación entre la amplificación del oncogén myc y los estados
avanzados del cáncer; por ello se considera pues, que dicha amplificación contribuye a la progresión, como
sucede en el cáncer del cuello del útero. Los oncogenes ras y myc parecen complementarse uno a otro, y si,
como ya se había mencionado, cada uno por separado no induce por sí mismo la transformación maligna
completa de las células, ello sí ocurre si ambos son activados.

Si se analiza la figura 8 se puede ver cómo ras y myc toman parte secuencialmente en una de las cascadas
bioquímicas que desencadenan la división celular. Se ha visto que, curiosamente, agentes promotores como
los ésteres de forbol y en particular el TPA (12-0-tetradecanoilforbol 13-acetato) parecen estimular la
proliferación celular de manera muy similar a como lo hacen los factores de crecimiento y poseen receptores
en la membrana celular de fibroblastos y células epidérmicas del ratón. El TPA, al igual que el factor de
crecimiento plaquetario, estimula la activación de una proteína cinasa C, otro elemento clave en la
regulación de la división celular que aparece ubicado en la cadena de sucesos que se describen en la figura 8.

Diversas pruebas indican que las fases por las que


atraviesa el proceso de carcinogénesis se asocian con
cambios peculiares en distintos grupos de oncogenes;
se está investigando el significado de esos cambios.

¿QUÉ FACTORES DENTRO DEL ORGANISMO PUEDEN FAVORECER LA ACTIVACIÓN DE


ONCOGENES?

La investigación de los procesos bioquímicos normales de las células ha permitido descubrir que incluyen la
producción de moléculas muy reactivas (radicales libres) que pueden ocasionar daños celulares y provocar
lesiones en el ADN.

Por ejemplo, el oxígeno y el hierro, dos elementos esenciales de la vida, están implicados en la formación de
radicales sumamente tóxicos. El oxígeno es fácilmente reducido para dar lugar a la formación del anión
superóxido ( ) y enseguida a peróxido de hidrógeno ( ), ambos radicales altamente tóxicos son
producidos por los leucocitos neutrófilos como un mecanismo natural para combatir las infecciones
microbianas. El hierro inorgánico es capaz de catalizar la conversión del anión superóxido y del peróxido de
hidrógeno en radicales mucho más tóxicos como los radicales hidroxilos (OH). Estos se han asociado con la
peroxidación de los lípidos de las membranas y la inducción de rompimientos cromosómicos y alteración de
las bases del ADN.
Al conocerse que agentes inflamatorios pueden actuar como promotores en el proceso de carcinogénesis, se
ha pensado que esto puede ser el resultado de la liberación de radicales libres, como ocurre en los procesos
inflamatorios en los que intervienen los leucocitos neutrófilos antes citados. A esto se suman las
observaciones de rompimientos cromosómicos y alteraciones oxidativas del ADN en presencia de agentes
promotores.

Afortunadamente, los seres vivos han desrrollado mecanismos para protegerse de los efectos indeseables de
los radicales libres; entre ellos se encuentran las enzimas superóxido desmutasa y catalasa, que catalizan la
conversión del anión superóxido a peróxido y la de éste en agua y oxígeno. Además, existen otros
componentes celulares o sustancias ingeridas con los alimentos que atrapan a los radicales libres, como el
glutatión, los flavonoides, retinoides y la vitamina C; por lo que la nutrición se vuelve un elemento esencial
contra las lesiones autooxidantes pues aporta dichos elementos protectores. Coinciden en destacar la
importancia de la alimentación las observaciones que demuestran que se puede inhibir la liberación de
radicales libres, la expresión de oncogenes y la promoción con el empleo de la vitamina C, los retinoides, el
aceite de cebolla y los inhibidores de proteasas.

Se sospecha que algunos individuos tienen deficiencias en los mecanismos de defensa en contra de los
radicales libres, ya sea por problemas hereditarios que afectan sus sistemas enzimáticos o por problemas
nutricionales, y que esto pueda ocasionarles una mayor susceptibilidad a sufrir cáncer tanto por la agresión
de radicales endógenos como por la producida por agentes ambientales oxidantes.

Dentro de nuestro organismo se llevan a cabo


procesos en los que se generan moléculas sumamente
reactivas que, de no ser estabilizadas, pueden
ocasionar daños genéticos o estímulos proliferativos,
los cuales provocan el desarrollo de cáncer en
individuos desprovistos de defensas en contra de
ellas.

¿EXISTEN PROTEÍNAS QUE SUPRIMEN EL COMPORTAMIENTO ANORMAL DE LAS CÉLULAS


CANCEROSAS?

Las células cancerosas se distinguen, además de su proliferación autónoma y continua, por alteraciones
relacionadas con la diferenciación celular. Ya se describió cómo en las etapas iniciales del proceso de
carcinogénesis las células muestran cambios que las hacen diferentes de las células del tejido al que
pertenecen y conducen a lo que se conoce como metaplasias, displasias, proliferaciones focales y papilomas.
Esto ha llevado a pensar que la proliferación de estas células premalignas resulta también de un
impedimento para seguir sus procesos normales de diferenciación.

Al investigar los mecanismos de diferenciación celular, se ha descubierto que están basados en sistemas
complejos de señales y cascadas bioquímicas, similares a las descritas con respecto de la regulación de la
proliferación celular; se ha confirmado pues que intervienen primeros mensajeros (como los factores de
crecimiento) y segundos mensajeros, o sea que las mismas proteínas reguladores deben intervenir en los dos
procesos. Ahora se estudia a qué obedecen los diferentes resultados y en qué condiciones una señal lleva a la
célula a dividirse y en cuáles otras induce su diferenciación.

El factor de crecimiento transformante tipo beta (FCT- es un caso particularmente ilustrativo de la doble
función de las proteínas reguladoras a las que se hace referencia (Figura 8), FCT- funciona como un
estimulador del crecimiento sólo en ciertas células fibroblásticas, a las que parece inducir a sintetizar,
secretar y responder en forma autocrina a un factor de crecimiento (factor de crecimiento plaquetario
codificado por el protooncogén c-sis, que a su vez es activado por el estímulo de FCT- , que las lleva a
dividirse. Existen pruebas de que este factor interviene en los procesos de cicatrización, en los que es
necesaria la proliferación de fibroblastos para cerrar heridas. Sin embargo, su función más usual, pero menos
conocida desde el punto de vista mecánico, es la inhibición de la división celular. En este caso también
parece provocar la producción y respuesta autocrina a una proteína inhibitoria, la cual bloquea más
eficientemente a células normales que a cancerosas; esto parece indicar que las células cancerosas han
sufrido cambios que las hacen menos susceptibles a los inhibidores del crecimiento que produce el
organismo como parte de los mecanismos de homeostasis.

Las células precursoras de los componentes de la sangre (hematopoiéticas) constituyen un modelo para el
estudio de los mecanismos que llevan a las células a decidir entre proliferar y diferenciarse, pues se ha visto
que los protooncogenes que inducen en ellas la división también dan lugar a un bloqueo aparente en la
diferenciación terminal.

El conocimiento de los mecanismos por los cuales las células cancerosas bloquean su capacidad de
diferenciarse, así como de las proteínas que actúan en cada tipo particular como señales para inducir la
diferenciación, se espera lleve a descubrir el modo de inducir a las células tumorales a proseguir su
diferenciación normal. En este aspecto el modelo de las células hematopoiéticas ha aportado resultados
esperanzadores, por lo menos en los ensayos hechos en cultivos celulares.

Las células no parecen necesitar de recursos y


mecanismos distintos para realizar funciones
diferentes como proliferar o diferenciarse, sino que
su comportamiento depende de la combinación,
secuencia e intensidad de la intervención de unas
cuantas moléculas clave, lo cual hace pensar que se
puede reorientar el comportamiento de las células
cancerosas utilizando mensajes adecuados.

¿EXISTEN GENES ESPECÍFICOS QUE SUPRIMEN EL COMPORTAMIENTO CANCEROSO DE LAS


CÉLULAS?

En experimentos de fusión de células normales con otras de tumores animales o transformadas por virus
oncogénicos, se ha logrado suprimir la tumorigenicidad de estas últimas. Esto ha hecho suponer la
existencia, en las células normales, de genes que pueden suprimir la manifestación de las características
cancerosas provocadas por los oncogenes.

Algo similar a lo anterior se ha descubierto en el estudio de las células del cáncer del cuello del útero, que,
como se señaló antes, está asociado con la infección por virus oncogénicos. En este caso particular, la
supresión del comportamiento tumoral por la fusión con células normales hablaría en favor de que en las
células humanas existen mecanismos de defensa ancestrales que las protegen de los efectos adversos de los
virus que producen cáncer. Es posible que la mutación o inactivación de los genes supresores sea lo que
tiene como consecuencia el que los oncogenes virales queden libres de manifestarse. La observación de la
existencia de un mayor riesgo de desarrollar el cáncer de útero en las mujeres fumadoras hace creer que los
agentes mutagénicos presentes en el tabaco pudieran ser los responsables de la inactivación de los genes
supresores.

Todo parece indicar que en el material hereditario de


nuestras células está contenida la información que, de
acuerdo con las circunstancias, puede favorecer o
impedir el desarrollo del cáncer.

¿PUEDE EL CÁNCER HEREDARSE DE PADRES A HIJOS?

El descubrimiento de familias en las que numerosos miembros padecieron cáncer a lo largo de varias
generaciones ha llamado la atención desde hace mucho tiempo. Entre 1866 y 1869, el médico francés P.
Broca describió a una familia en la que murieron de cáncer la madre, sus cuatro hijas y ocho de los hijos de
éstas. El médico inglés W. Williams refiere una experiencia similar en 1898, en la que una mujer afectada
por cáncer uterino sufrió la pérdida de dos hermanas, de su madre, una tía y su abuela por línea materna,
todas ellas por el mismo tipo de cáncer. Estudios semejantes en países como Estados Unidos han notificado
la muerte por cáncer de 13 individuos de una misma familia a lo largo de cinco generaciones, en diez de los
cuales el cáncer atacó el intestino grueso.

Estas observaciones sugirieron un modo de transmisión hereditario en esas familias. Se calcula que los
cánceres de esta índole constituyen alrededor del 1% del total de casos de esta enfermedad.

Es preciso hacer notar que en los países en los que el cáncer ocupa uno de los primeros lugares como causa
de enfermedad y muerte no es raro ver aparecer en una misma familia más de un caso de este padecimiento.
Esto es lo que ocurre en Estados Unidos, en donde 20% de las muertes se deben al cáncer y uno de cada
cinco individuos fallece por esta enfermedad. A pesar de ello, varias características permiten distinguir los
casos de transmisión hereditaria, entre las cuales se encuentran las siguientes:

—Edad temprana de aparición.

—Varios familiares afectados por el mismo tipo de cáncer.

—Un número mayor de casos que en la mayoría de las familias.

—Forma de transmisión hereditaria de tipo mendeliano.

—Aparición de múltiples tumores en el mismo individuo.

—Asociación entre casos de cáncer, padecimientos hereditarios, malformaciones al nacimiento y abortos en


la misma familia.

A la fecha, se han identificado alrededor de 50 tipos de cáncer hereditario como los que aparecen listados a
continuación y se sospecha que existen muchos más:

Ejemplos de cáncer hereditarios

Carcinoma neviode de
Tumor de Wilms
células basales
Poliposis y carcinoma de
Retinoblastoma
colon
Adenomatosis endocrina
Tricoepitelioma
múltiple
Feocromocitoma y cáncer
Quemodectomas
medular de tiroides
Tilosis con cáncer
Neurofibromatosis
esofágico

Se ha observado en el caso del cáncer de mama que puede existir una propensión en ciertas familias a que
más de un miembro de sexo femenino de la familia desarrolle la enfermedad. Por ello, y como una medida
para detectar oportunamente el inicio de un tumor, se recomienda que mujeres cuyas madres, tías, abuelas
maternas o hermanas hayan tenido cáncer de mama vigilen continuamente sus senos para detectar nódulos
precursores.

La existencia en el árbol genealógico de una familia


de múltiples casos de cáncer, sobre todo de un mismo
tipo, debe alertar sobre la existencia de una
propensión hereditaria, para establecer vigilancia
médica de los individuos sanos.

¿QUÉ RELACIÓN TIENEN LOS CÁNCERES HEREDITARIOS CON LOS ONCOGENES?

Las observaciones realizadas por el doctor A. G. Knudson colaboradores en los pacientes afectados por
retinoblastoma han permitido vislumbrar cómo se originan los cánceres hereditarios y su posible relación
con los oncogenes.

El retinoblastoma es un tumor de los ojos que se origina en las células de la retina y los individuos que lo
padecen pueden pertenecer a dos grupos (hereditario y no hereditario). En uno de dichos grupos, el cáncer
hace su aparición antes del primer año de vida, frecuentemente es bilateral, o sea que afecta a ambos ojos, y
los individuos que lo padecen tienen, por lo general, un progenitor también afectado por la misma forma de
cáncer (el tumor puede ser extirpado y los individuos sobreviven y pueden reproducirse, aunque transmiten
la propensión a desarrollar el tumor a sus descendientes).

El otro grupo de individuos presenta el tumor más tarde, pero antes de los cinco años de edad (después de
esa edad los retinoblastos dejan de dividirse y son menos susceptibles a transformarse en células
cancerosas), además de que es común que sólo tengan un tumor en un ojo y no tienen parientes afectados.

Lo anterior hizo suponer al doctor Knudson que los casos de retinoblastoma hereditario deberían ser
causados por la transmisión de un gen recesivo, que no se manifiesta sino hasta que su homólogo normal
(todos los genes de las células, salvo algunos de los cromosomas sexuales, se presentan en pares) sufre una
mutación que lo inactiva o se pierde. En los individuos que no presentan la forma hereditaria del tumor,
Knudson supuso que se requerían dos mutaciones sucesivas para inactivar a los dos genes y provocar el
tumor, por ello era más probable que tuvieran tumores sólo en un ojo.

Estos descubrimientos coinciden con algunos de los planteamientos sobre el proceso de carcinogénesis
hechos anteriormente, pues en la evolución del retinoblastoma también se da por etapas; las células sufren
primero un acontecimiento genético que las prepara (iniciación) para responder después, tras una segunda
mutación, con un comportamiento proliferativo anormal. En este caso se interpretó que el papel que
desempeñan los genes participantes se parecía al de un posible antioncogén que mientras se encuentra en su
versión normal suprime la expresión de los oncogenes, pero al inactivarse lo deja libre para manifestarse.
Algo similar se ha encontrado en otro tumor de tipo hereditario, el tumor de Wilms cuyo gen participante se
localiza en el cromosoma 11, y en el cáncer de mama de origen familiar.

No se sabe aún qué relación existe entre estos antioncogenes y los genes supresores del comportamiento
canceroso de las células, a los que se hizo alusión anteriormente. Actualmente se ha propuesto y se investiga
la posibilidad de que oncogenes, genes supresores y antioncogenes sean en realidad una misma familia de
genes y que su diferente comportamiento obedezca a la modulación de su manifestación.

Poco a poco la información de distintos tipos de


estudios parece encajar como en un rompecabezas
señalando a los genes responsables del desarrollo de
procesos cancerosos y relacionándolos con los
mecanismos que regulan la proliferación y
diferenciación celular.

¿EXISTEN PADECIMIENTOS HEREDITARIOS QUE AUMENTEN EL RIESGO DE PADECER UN


CÁNCER?

La existencia de una asociación entre diversos padecimientos hereditarios y el desarrollo de tumores o


leucemias constituye un hecho de particular interés, sobre todo en aquellos casos en los que se constata,
además, una fragilidad cromosómica que lleva a rearreglos genéticos diversos y en los que se presentan
mutaciones frecuentes, antes de que hagan su aparición padecimientos malignos. Ejemplo de ellos son el
síndrome de Bloom, la anemia de Fanconi, y la Ataxia telangiectasia. Otro padecimiento hereditario
igualmente interesante es el conocido como Xeroderma pigmentosum, en el cual los individuos afectados
son propensos a desarrollar cáncer de piel en virtud de su extrema susceptibilidad a la luz ultravioleta del sol
y a una deficiencia en su capacidad de reparar el daño que provoca dicha radiación en el material genético
de las células de la piel. Las células de estos individuos al ser sometidas a distintos agentes físicos, químicos
o virales, muestran una mayor frecuencia de alteraciones en su material genético que las células normales.
Tanto los cánceres de tipo hereditario como este tipo peculiar de asociaciones entre enfermedades
hereditarias, vulnerabilidad a agentes ambientales, lesiones genéticas y padecimientos malignos, constituyen
modelos a investigar para desentrañar la relación que existe entre la herencia, el ambiente y el cáncer.

Todo agente externo o interno que provoque lesiones


genéticas en las células del organismo conlleva el
riesgo de producir un cáncer, particularmente si
coincide con estímulos a la proliferación de las
células alteradas.

¿EXISTEN CARACTERÍSTICAS HEREDITARIAS QUE INCREMENTEN LA SUSCEPTIBILIDAD A


LOS CARCINÓGENOS AMBIENTALES?

Un gran número de sustancias potencialmente tóxicas que ingresan a nuestro organismo son transformadas
por enzimas presentes en distintos órganos entre los que sobresale el hígado; lo mismo sucede con aquéllas
capaces de inducir cáncer. En algunos casos las sustancias no son tóxicas sino hasta después de ser
metabolizadas, por lo que se dice que las enzimas las activan; en otros casos son inactivadas por procesos
enzimáticos de destoxificación.

Los seres humanos difieren en su capacidad de llevar a cabo tales procesos, ya que pueden contar con
enzimas que presentan distinta actividad (isoenzimas) como resultado de los cambios genéticos que han ido
ocurriendo a lo largo de la evolución. Ciertos individuos deficientes en ciertas enzimas biotransformadoras
pueden ser menos susceptibles a carcinógenos químicos que requieren activación metabólica. Por el
contrario, otros pueden ser más vulnerables por no contar con mecanismos eficientes de destoxificación de
carcinógenos.

Entre los mecanismos moduladores de nuestra


respuesta a la agresión de sustancias cancerígenas se
encuentran las enzimas capaces de metabolizarlas.
III. CÁNCER Y AMBIENTE
¿QUÉ SABEMOS SOBRE EL ORIGEN AMBIENTAL DEL CÁNCER?

A LO largo de más de doscientos años se han ido acumulando múltiples y variadas observaciones que han
hecho creer que la mayoría de los cánceres en el ser humano tienen un origen ambiental. Algunas de ellas
serán descritas brevemente pues ilustran bien los caminos que llevaron al descubrimiento de la relación entre
el cáncer y el ambiente.

Sabemos que el cáncer puede ser ocasionado por agentes físicos, químicos y biológicos; algunos de ellos
han acompañado al ser humano desde que apareció en el planeta, como la luz ultravioleta del sol o las
radiaciones ionizantes naturales. Otros han sido generados por nuestras propias actividades domésticas, tal y
como sucede con los hidrocarburos policíclicos liberados al calentarnos o cocinar con fuego de leña o
carbón. Entre tanto, algunos vegetales que son nuestra fuente de sustento nos exponen a plaguicidas
naturales cancerígenos (por ejemplo estragol y safrol) o bien a otros compuestos inductores de cáncer (como
las aflatoxinas) que producen mohos que los contaminan. Sumado a lo anterior, los seres humanos nos
exponemos hoy en día a un sinnúmero de productos industriales sintéticos que se han venido a añadir a los
de origen natural y que consumimos en forma de aditivos de alimentos, cosméticos, medicamentos,
productos de limpieza, plaguicidas y fertilizantes y que además contaminan el ambiente.

Lo anterior nos hace ver que en nuestra vida cotidiana podemos enfrentarnos a factores potencialmente
cancerígenos dentro o fuera de los lugares donde desarrollamos nuestras actividades, en la ciudad o en el
campo, por motivos laborales, médicos, accidentales o como resultado de nuestros hábitos.

Desde el inicio de la vida en nuestro planeta los seres


vivos se han expuesto a agentes ambientales físicos,
químicos y biológicos potencialmente cancerígenos a
los que se suman hoy en día algunos productos
industriales sintéticos capaces de generar cáncer.

¿CÓMO SE HAN DESCUBIERTO LOS AGENTES CANCERÍGENOS AMBIENTALES?

Tal como se mencionó en la introducción, la agudeza de un médico permitió que mediante una observación
clínica se llegara a la conclusión, por primera vez, de que una forma rara de tumor podía deberse a la
exposición a un contaminante químico presente en el lugar de trabajo. Esa observación será referida a
continuación, pues está llena de enseñanzas. Otras observaciones clínicas similares han aportado nuevas
pruebas, sobre todo en relación con otros contaminantes del ambiente laboral y con medicamentos de uso
prolongado.

Con el desarrollo del método epidemiológico, el conocimiento de los factores ambientales de riesgo en el
cáncer ha tenido un fuerte impulso. La mayoría de las investigaciones epidemiológicas se ha enfocado al
estudio de poblaciones expuestas a un mismo agente para determinar si la frecuencia de cáncer en ellas es
diferente a la de poblaciones no expuestas o expuestas en menor grado a éste (estudio tranversal). En otros
estudios se ha partido de la observación de individuos afectados por un tipo de cáncer en particular y se ha
buscado demostrar la exposición a un factor ambiental específico (estudio de casos y controles). Más rara
vez, se ha hecho el seguimiento de una población expuesta a un agente cancerígeno potencial para
determinar la aparición de casos de cáncer (estudio prospectivo). Los tres estudios mencionados son de
carácter epidemiológico.

Aunque los estudios epidemiológicos constituyen la contribución más efectiva para establecer el riesgo de
cáncer en poblaciones expuestas a cancerigenos ambientales, tienen limitaciones que dificultan su empleo
como mecanismos para descubrir nuevos carcinógenos entre la multitud de agentes a los que podemos
vernos expuestos. Entre las dificultades que enfrentan para establecer una relación causa-efecto entre la
exposición a un agente ambiental y el desarrollo de un cáncer pueden citarse: a) el tiempo prolongado de
latencia que separa la exposición a un carcinógeno y la manifestación clínica del cáncer; b) la participación
de múltiples factores en el desarrollo de la enfermedad, y c) la imposibilidad de determinar con precisión la
magnitud de una exposición ocurrida años antes de que se descubriera el padecimiento. Dichos estudios son,
además, costosos y tardados.

Ante la necesidad de establecer medidas de control para proteger la salud de la población de los efectos
adversos de factores ambientales, se ha recurrido a modelos experimentales para obtener más rápido
información de su capacidad para provocar cáncer. Para ello se emplean animales de laboratorio, por lo
general roedores, a los que se expone en forma controlada y durante toda su vida, a diferentes
concentraciones de un agente del que se sospecha que puede producir cáncer. Sin embargo, también estos
modelos experimentales tienen sus limitaciones y la información que proveen debe ser interpretada con
cautela; entre los argumentos más importantes para ello están: a) las diferencias de susceptibilidad a los
carcinógenos en los distintos seres vivos, y b) que no se sabe con certeza si los agentes cancerígenos
descubiertos al exponer a los animales a altas concentraciones de ellos serán igualmente efectivos a las dosis
bajas a las que generalmente se exponen los seres humanos.

La identificación de agentes cancerígenos ha sido


posible a través de observaciones clínicas, estudios
epidemiológicos y bioensayos animales a los cuales
se han sumado estudios en cultivos celulares y en
diversos sistemas de prueba.

¿TODOS LOS CARCINÓGENOS AMBIENTALES SON IGUALMENTE RIESGOSOS?

Partiendo del análisis de los resultados de estudios epidemiológicos realizados en Estados Unidos antes de
1980 para identificar los factores que participan en el desarrollo de cáncer, se llegó a la conclusión de que
más del 80% de las muertes por cáncer en ese país podían ser atribuidas a factores ambientales (Tabla 6).

TABLA 6. Proporción de muertes por cáncer atribuidas a


factores ambientales en Estados Unidos

Porcentaje de todas las


Factor involucrado
muertes por cáncer

Tabaco 30
Alcohol 3
Alimentación 35
Aditivos de alimentos 1
Comportamiento sexual y
7
reproductivo
Ocupación 4
Contaminación 2
Productos industriales 1
Medicamentos y terapias 1
Factores geofísicos 3
Infecciones ¿10?
Desconocido ¿?

Si se observan detenidamente los factores listados en la tabla 6, salta a la vista que algunos contribuyen más
que otros a la mortalidad por cáncer en la población general de los Estados Unidos, entre los que destacan el
tabaco y el tipo de alimentación. Esto indica que una forma de definir el riesgo de un agente cancerígeno es
conociendo la proporción de casos de cáncer atribuibles a la exposición al cancerígeno. Como se verá más
adelante, importantes factores para determinar el riesgo de los cancerígenos ambientales son la magnitud de
la exposición y la duración de la misma; el consumo de tabaco es el mejor ejemplo de ello, ya que la
cantidad de cigarros que se fumen y la edad en la que se inicia el hábito son dos elementos decisivos para el
desarrollo del cáncer en los fumadores.

Los estudios experimentales realizados en animales de laboratorio muestran también que los agentes capaces
de generar cáncer pueden variar hasta 10 millones de veces en su potencia, lo que significa que las
concentraciones a las que producen cáncer pueden ser extraordinariamente diferentes. Esto resalta todavía
más la idea de que no basta con exponerse a un cancerígeno para desarrollar cáncer, sino que tienen que
darse las condiciones de exposición suficientes para que se esté en riesgo de padecer la enfermedad. Ahora
se sabe también que existe toda una variedad de factores moduladores que pueden incrementar o reducir el
riesgo de exposición a agentes cancerígenos, de los cuales se hablará más adelante.

No basta con exponerse a un agente cancerígeno para


desarrollar cáncer, pues ésta es una enfermedad en la
que intervienen múltiples factores.

RIESGOS DE CÁNCER EN EL AMBIENTE OCUPACIONAL

La historia de los deshollinadores

Ciertos lugares de trabajo o actividades laborales pueden presentar peligros para la salud de los trabajadores,
entre los que destaca el padecimiento del cáncer por exposición a agentes físicos o químicos que contaminan
el ambiente ocupacional. Esto fue descubierto por un médico inglés, Percival Pott, al observar y notificar en
1775 que algunos limpiadores de chimeneas que asistían a su consultorio presentaban cáncer en las bolsas
escrotales (las que contienen los testículos), una forma rara de cáncer en Inglaterra. Pott atribuyó el
desarrollo de los tumores al acumulamiento de hollín en los plieges de la piel del escroto, por la falta de aseo
de los limpiadores de chimeneas, lo cual llevó a considerar que el baño y el cambio de ropa frecuentes
podrían evitar la enfermedad. Eso dejó planteados dos principios básicos: a) la inducción de cáncer por
exposición a un agente cancerígeno (el hollín) y b) su posible prevención al reducir la exposición.

Tanto Pott como su nieto, Henry Earle, hicieron otras observaciones, de las cuales derivaron conceptos
centrales acerca del cáncer. Constataron por ejemplo que la profesión de deshollinador se iniciaba en
Inglaterra desde la infancia, lo que les hizo suponer la existencia de un período de latencia entre el inicio de
la exposición y la detección clínica del tumor. Asimismo, se dieron cuenta de que no todos los limpiadores
de chimeneas desarrollaban cáncer, lo cual sugería entonces que no todos los individuos son igualmente
susceptibles a los agentes cancerígenos.

Confirmación de las observaciones de Percival Pott

A finales del siglo XIX, en plena revolución industrial, Volkman, Bell y Butlin informaron de otros casos de
cáncer escrotal en trabajadores expuestos a alquitranes, parafinas y aceites de ballena, hecho que corroboró
la capacidad de inducir cáncer de los compuestos químicos relacionados con el hollín (mezcla de alquitranes
e hidrocarburos policíclicos).

Por su parte, dos investigadores japoneses, Yamigawa e Inchikawa, publicaron un trabajo en 1915 en el que
refirieron haber inducido cáncer en la piel de la oreja de conejos al aplicarles alquitrán. Resultados
semejantes se obtuvieron al pintar la piel de otros animales con hollín, alquitrán de carbón, aceite de
antraceno y derivados de la creosota. Pero no fue sino hasta 1930, más de ciento cincuenta años después del
descubrimento de P. Pott, que se identificó en el alquitrán la presencia de benzo (a) pireno, un potente
inductor de cáncer, que también emiten los vehículos de combustión y el humo del tabaco o de leña y
carbón.
A partir de las observaciones en torno al cáncer del
escroto en deshollinadores se descubrió que:

—El cáncer puede tener un origen ambiental

—Existe un periodo de latencia entre el inicio de la


exposición a un agente cancerígeno y la detección del
cáncer.

—Unos individuos presentan mayor susceptibilidad y


riesgo de desarrollar cáncer que otros.

—La prevención o reducción de la exposición a los


agentes cancerígenos puede evitar o disminuir el
riesgo de cáncer. Individuos expuestos a un mismo
tipo de cancerígeno presentan una misma forma de
cáncer.

—El hollín contiene benzo (a) pireno, un poderoso


cancerígeno.

COMPUESTOS QUÍMICOS Y PROCESOS INDUSTRIALES RELACIONADOS CON EL CÁNCER

Diferentes agencias nacionales e internacionales han establecido un registro de todos los estudios
epidemiológicos o experimentales que han sido publicados con relación a los agentes cancerígenos. Dichos
estudios son evaluados críticamente por comités de expertos para identificar su validez y confiabilidad y,
con base en los datos proporcionados, se han establecido clasificaciones que los agrupan en tres categorías
de acuerdo con la naturaleza de las pruebas aportadas:

1 ) Suficientes, es decir, que exista una asociación causal entre exposición al


agente y el cáncer en el humano.
2) Limitadas, o sea que indiquen un posible efecto carcinogénico en seres
humanos, aunque los datos no sean suficientes para demostrar una relación
causal. >
3) Moderadas, o sea que los datos son cualitativa o cuantitativamente
insuficientes para concluir sobre la carcinogenicidad del agente para el ser
humano.

TABLA 7. Clasificación de grado probado de


carcinogenicidad para humanos de productos
químicos o procesos industriales
En la tabla 7 se presenta una lista elaborada por la Agencia Internacional del Cáncer, dependiente de la
Organización Mundial de la Salud, que contiene los compuestos químicos o procesos industriales que han
sido asociados con el cáncer. El grupo 1 corresponde a las pruebas suficientes de carcinogenicidad para el
humano, el 2 a la categoría de carcinógenos probables para el humano y la fuerza de las pruebas se dividió
en alta (letra A) o baja (letra B); en esta categoría están incluidos los agentes identificados en estudios
experimentales llevados a cabo en animales. En tanto, el grupo 3 reúne sustancias o procesos que no pueden
ser clasificados en cuanto a su carcinogenicidad para humanos.

LECCIONES DE LOS ESTUDIOS DE CÁNCER OCUPACIONAL

El que produjeran tumores poco frecuentes en el resto de la población facilitó en parte el descubrimiento de
los agentes identificados como cancerígenos en el ambiente laboral. Tal es el caso, por ejemplo, de los
tumores escrotales en los deshollinadores, del mesotelioma pleural en los trabajadores expuestos al asbesto,
o del agiosarcoma hepático en los que se expusieron a cloruro de vinilo. Los estudios de cancerígenos en el
ambiente laboral han puesto en claro también el peligro de la exposición continua durante varios años a los
agentes cancerígenos y de la elevada concetración que alcanzan éstos en el ambiente de trabajo.

Muchas de las sustancias cancerígenas producen el padecimiento en el sitio por el que ingresan al organismo
como en el caso del níquel que provoca tumores en los senos nasales, o el del arsénico, el asbesto o el
cromo, que inducen cáncer de pulmón al ser inhalados. Otras sustancias, a pesar de que penetran por el
aparato respiratorio, causan cáncer en otros tejidos, como sucede con el benceno, que genera leucemias; el
cadmio, que puede llegar a los órganos genitales y producir cáncer de próstata, o la 2-naftilamina, que
induce cáncer en la vejiga.

Se ha observado que el consumo de tabaco por los trabajadores incrementa el riesgo de desarrollar cáncer
por exposición a otros agentes presentes en las áreas de trabajo. Se ha visto, en particular, que los
trabajadores expuestos al asbesto que también fuman, enfrentan un riesgo de cáncer que es 92 veces mayor
que el de individuos que no fuman ni se exponen al asbesto. Cabe señalar que el asbesto es uno de los
factores de riesgo de cáncer ocupacional más importantes, si se considera que 2% de las muertes por cáncer
en Estados Unidos por ejemplo, se atribuye a este agente.

El conocimiento de los factores de riesgo de cáncer en el ambiente ocupacional ha hecho que se propongan
recomendaciones para evitar esta enfermedad como resultado de las actividades laborales. Entre esas
recomendaciones están los ordenamientos jurídicos y normas técnicas que prohiben o fijan los límites
máximos permisibles sobre carcinógenos en los lugares de trabajo, las modificaciones de los procesos de
producción y la introducción de equipos anticontaminantes, así como la vigilancia de los trabajadores para
evitar exposiciones indeseables y detectar el desarrollo temprano de lesiones que adviertan el peligro de
cáncer.

La introducción de medidas de control de la


exposición a cancerígenos en el ambiente
ocupacional ha contribuido a reducir el riesgo de
cáncer en los trabajadores.

CONTRIBUCIÓN DE LA CONTAMINACIÓN DEL AIRE AL DESARROLLO DE CÁNCER

Diversas razones sustentan la preocupación acerca de los riesgos de cáncer que pudieran estar asociados a la
contaminación del aire, entre las cuales destaca el saber que una persona inhala diariamente alrededor de 20
000 litros de aire y el hecho de que podemos seleccionar lo que bebemos o comemos, nuestras actividades
laborales, pero no es fácil elegir el aire que respiramos.

Gran parte de esta preocupación está centrada en la contaminación del aire en las zonas altamente pobladas,
industrializadas y con gran tráfico vehicular. Sin embargo, los estudios epidemiológicos que comparan la
incidencia de cáncer pulmonar (número de casos nuevos) en poblaciones de áreas urbanas altamente
contaminadas y en poblaciones rurales no han permitido distinguir con claridad el papel de la contaminación
en ese tipo de cáncer. En gran medida esto se debe a la influencia tan grande que tiene el consumo de tabaco
en esta forma de cáncer y al hecho de que, por lo general, los individuos fuman más cigarros en las ciudades
que en las áreas rurales. Así, aunque hubiera dos veces más frecuencia en la incidencia de cáncer pulmonar
en las ciudades que en el campo, la relación causa-efecto no se vería clara pues hay casi cuarenta veces más
frecuencia de cáncer en los fumadores. Más aún, se ha informado que se requiere inhalar el aire
contaminado de la ciudad de Los Ángeles (Estados Unidos) durante un año para exponerse a la cantidad de
material quemado que inhala el fumador que consume dos paquetes de cigarros al día.

En la tabla 6 sólo se atribuye el 2% de las muertes por cáncer en Estados Unidos a la contaminación
ambiental, por lo que se le considera un riesgo menor del que corre un fumador, que, como ya se ha visto, es
sumamente alto. Lo anterior no excluye que la contaminación del aire no sea un riesgo de cáncer, sobre todo
si se identifica la presencia de carcinógenos conocidos en el ambiente y si se tiene en cuenta que estamos
expuestos a ella a todo lo largo de nuestra vida.

Se sabe, sin embargo, que la mayoría de los individuos pasan la mayor parte de su vida intramuros, por lo
que puede ser más importante para ellos la exposición a los contaminantes que se hallan dentro de las
habitaciones. Nuevamente, en este caso, salta a la vista la importancia del tabaco como uno de los
principales contaminantes de muchos ambientes intramuros y que pueden hacer de ellos lugares más
peligrosos que las calles con gran tráfico vehicular. Existen otros contaminantes que pueden encontrarse
dentro de las habitaciones como el formaldehído y el benceno, que se desprenden de muebles y paredes
recubiertos con materiales que los contienen, o los solventes liberados por la ropa lavada en tintorerías. En
Estados Unidos se ha identificado como un contaminante de importancia al radón, un gas radiactivo que
queda atrapado dentro de las construcciones, cuyos suelos o ladrillos lo contienen. A la exposición a este gas
se le atribuye cerca del 10% de las muertes por cáncer en ese país.

Pasamos gran parte de nuestras vidas dentro de


habitaciones en las que la contaminación del aire
puede ser mayor a la del exterior y el humo del
tabaco es uno de los principales contaminantes.

EL PELIGRO DE LAS RADIACIONES

Entre los primeros agentes reconocidos como cancerígenos para el humano están las radiaciones
ultravioletas y las ionizantes. Desde las épocas más remotas los seres humanos se han expuesto a la luz
ultravioleta del sol y han sufrido como consecuencia carcinomas escamosos y melanomas en la piel, así
como cáncer en los labios. En la actualidad, los melanomas parecen ir en aumento en los individuos de raza
blanca, posiblemente como consecuencia de los cambios en la moda, que han promovido la exposición de la
piel a la luz solar. No se descarta, sin embargo que la luz ultravioleta pueda producir cambios en sitios
distantes a los irradiados, tal vez por estimulación hormonal o por abatimiento de las defensas inmunitarias,
con la consecuente formación de tumores en lugares no expuestos al sol. Se teme, inclusive, que el deterioro
de la capa de ozono en los polos, tenga como consecuencia un incremento en este tipo de cánceres asociados
con la radiación del sol.

Se calcula que la luz ultravioleta es la responsable del 90% de los cánceres en los labios, del 50% de los
melanomas y del 80% de los demás cánceres de la piel; además se piensa que la luz solar podría ser la causa
del 1 al 2% de todas las muertes por cáncer.

Las radiaciones ionizantes emitidas por sustancias radioactivas, se han asociado al desarrollo del cáncer
desde los trabajos pioneros realizados con estos materiales tras descubrirse sus aplicaciones en diversos
campos y en particular en el área médica. Así, los radiólogos junto con los trabajadores de las minas que
extraen materiales radioactivos, fueron los primeros en sufrir sus efectos. De estas observaciones derivó una
serie de medidas para proteger de los efectos adversos de la radiación a los seres humanos expuestos a ella
por razones médicas o laborales.
Por mucho tiempo se creyó que cualquier tipo de radiación ionizante producía cáncer con la condición de
que la exposición fuera suficientemente intensa para ocasionar daño evidente al tejido irradiado.
Actualmente esto se ha puesto en duda y ya se realizan grandes esfuerzos para determinar los riesgos de
cáncer por la exposición a dosis bajas de irradiación. Según los cálculos realizados, la proporción de muertes
por cáncer que pueden ser atribuidas cada año a este tipo de radiaciones (además de las provenientes de
fuentes naturales) equivale al 1.4%.

La exposición prolongada a la luz solar intensa puede


provocar cáncer en la piel, por lo que debe evitarse.

CARCINÓGENOS LIGADOS AL ESTILO DE VIDA

Fumar no siempre es un placer

Ningún otro producto de consumo o contaminante ambiental ha sido tan ampliamente estudiado para
determinar sus efectos en la salud como el tabaco. Existe tal número de investigaciones independientes
realizadas en diferentes países y son tan semejantes los resultados obtenidos en ellas que cualquiera puede
servir para ilustrar los daños que ocasiona el tabaco en los fumadores.

Se ha señalado que entre 20 y 30% de los casos de cáncer en Estados Unidos pueden deberse al consumo de
tabaco y en 1978, 102 000 de las 390 000 defunciones por cáncer fueron atribuidas al tabaquismo. Se ha
descubierto también que en los fumadores de edad media el cáncer de pulmón se presenta 10 veces más
frecuentemente que en los no fumadores. El hábito de fumar se ha asociado no sólo con el cáncer pulmonar,
sino con el de labios, lengua, boca, laringe, faringe, esófago y vejiga. Más aún, el tabaquismo se relaciona
con enfermedades del corazón entre las que se encuentran afecciones de las coronarias, infartos y
aneurismas de la aorta. Asimismo, causa o agrava padecimientos respiratorios como la bronquitis y el
enfisema que resulta del desarrollo de fibrosis pulmonar.

Los riesgos de sufrir las enfermedades mencionadas varían de acuerdo con la forma en que se consume el
tabaco (pipa, puro o cigarro), con la cantidad de humo que se inhale, el número de cigarros que se fumen
diariamente, la edad en que se haya empezado a fumar y el tipo de tabaco, por no citar más que algunos
factores.

En estudios con entrevistas periódicas durante varios años a fumadores y no fumadores, se ha encontrado
que la mortalidad por cáncer de pulmón es mayor en los individuos que fuman pipa y puro que en los no
fumadores, y aun mucho más elevada en los que consumen cigarros. Se ha visto también, que los fumadores
de pipa y puro por lo general inhalan menos humo que los que fuman cigarros, y que quienes empezaron a
fumar desde temprana edad tienden a inhalar más profundamente el humo a edades avanzadas. Por otro lado,
la frecuencia con la que se presentan tumores malignos en los labios, lengua, boca y esófago en los
fumadores de pipa y puro, suele ser igual o mayor a la observada en quienes acostumbran fumar cigarros.

Si se toma en cuenta la edad en que se inició el hábito de fumar en individuos que entre los 55 y 64 años de
edad han fumado el mismo número de cigarros, se constata que mueren más (de todo tipo de muertes)
quienes empezaron a fumar más jóvenes. Por ejemplo hay más mortalidad entre quienes comenzaron a
consumir cigarros alrededor de los 15 años de edad, que entre los que lo hicieron después de los 25. El
número de muertes se incrementa además en la medida en que aumenta el número de cigarros que fuman al
día, en todos los grupos de edad.

Otro hecho importante es que los individuos que conviven con fumadores e inhalan el humo que contamina
el aire de las habitaciones (fumadores pasivos), también tienen un riesgo elevado de contraer cáncer.

Es indispensable que niños y jóvenes eviten fumar en


vista del alto riesgo de cáncer asociado al inicio del
hábito desde temprana edad.
LA LUCHA CONTRA LOS RIESGOS DEL TABACO

Investigaciones realizadas desde antes de 1960 indican que el material condensado del humo de tabaco, el
llamado alquitrán, tiene la capacidad de inducir tumores malignos en animales de experimentación y señalan
que la nicotina contenida en el tabaco provoca alteraciones en el corazón y sistema circulatorio. Ello llevó a
promover la reducción de los alquitranes y nicotina en los cigarros, al igual que la introducción de filtros
como medidas para disminuir los efectos del tabaco en la salud. Estudios realizados en fumadores, tras la
introducción de estas modificaciones en los cigarros, mostraron al cabo de varios años la disminución del
riesgo de cáncer pulmonar; sin embargo, el menor contenido de alquitrán y nicotina no fue suficiente para
hacer del tabaco un producto seguro e inocuo (el tabaco contiene más de 3 000 sustancias, que incluyen
iniciadores y promotores del cáncer).

Al hacerse públicos los hallazgos anteriores y conocerse los riesgos del tabaco, se constató que muchos
fumadores dejaron de fumar en forma definitiva y en ello se constató también la reducción de la frecuencia
de cáncer. Sin embargo, las ventas de tabaco no han disminuido tanto como era de esperarse, además de que
ha aumentado el número de mujeres fumadoras, y de que, en consecuencia, se ha incrementado la incidencia
de cáncer pulmonar en ellas.

En la actualidad se están llevando a cabo gran número de investigaciones orientadas a identificar los agentes
cancerígenos presentes en el tabaco y a estudiar sus mecanismos de acción, a la vez que se tratan de detectar
sustancias quimioprotectoras que antagonicen los efectos adversos de los componentes del tabaco. Entre
estas últimas se encuentra el beta-caroteno extraído de zanahorias y vegetales de color naranja o amarillo,
que protegen contra los efectos de las sustancias oxidantes.

Debe quedar claro que no se requiere esperar los resultados de esas investigaciones para tomar medidas que
eviten la ocurrencia de más casos de cáncer por exposición al tabaco, y que dichas medidas descansan en la
voluntad de los fumadores de renunciar al hábito tabáquico y en la educación de los niños para que no lo
adquieran.

Lo anterior sólo será posible si la población general y los niños y jóvenes en particular se percatan del
peligro que representa para su salud el fumar y deciden no hacerlo. Mientras tanto, debe preservarse la salud
de los que no fuman evitando el consumo de tabaco en lugares públicos y en el hogar.

El consumo de tabaco es uno de los mayores riesgos


de cáncer identificados a la fecha y su control está al
alcance de los fumadores, quienes al dejar de fumar
protegen su salud y la de los que conviven con ellos.

RIESGOS DE CÁNCER POR EL CONSUMO EXCESIVO DE ALCOHOL

Es difícil disociar los efectos del alcohol de los del tabaco ya que, por lo general, los que abusan de las
bebidas alcohólicas también suelen ser fumadores y los abstemios comúnmente no fuman. No es tarea
sencilla tampoco precisar la cantidad real de alcohol que ingieren los individuos en la población que no son
francamente alcohólicos, como para poder establecer una relación entre el consumo y la frecuencia de
cáncer. A pesar de ello, se ha podido poner en evidencia que el consumo excesivo de alcohol por fumadores,
parece multiplicar el riesgo de sufrir cáncer de la boca, laringe, esófago y tracto respiratorio.

Hace más de sesenta años que existe la sospecha de que el alcohol puede causar cáncer, después de que
fueron hechas algunas observaciones entre trabajadores de empresas que producen bebidas alcohólicas a las
cuales se aficionaron los obreros consumiéndolas en exceso; en ellos se encontró una elevada incidencia de
tumores malignos en boca, faringe, laringe y esófago.

De algunas bebidas en particular se sospecha que sean factores de riesgo de cáncer en sitios específicos
como el esófago. Por ejemplo en Normandía, Francia, los individuos habituados al consumo de brandy de
manzana obtenido por destilación tienen un riesgo aumentado de ese tipo de cáncer sobre todo si se suma a
ello el consumo de tabaco. También en China la ingestión de una bebida alcohólica muy fuerte llamada pai-
kan se ha asociado con el cáncer de esófago, en tanto que en África el padecimiento se ha relacionado con
otra bebida alcohólica a base de maíz.

Por su parte se considera que el consumo de vino rojo, en cantidades equivalentes a 800 calorías diarias,
aumenta el riesgo de cáncer del estómago. Con respecto a la cerveza existen evidencias contradictorias; así,
en distintos grupos raciales en Hawai se halló una asociación entre el consumo de cerveza y el desarrollo de
cáncer en ocho sitios; boca, lengua, faringe, laringe, esófago, estómago, páncreas, pulmón y riñón; mientras
que en Estados Unidos se estableció una relación significativa entre la ingesta de cerveza y el cáncer de
colon y recto. Lo mismo se ha visto en Noruega y en cerca de veinte países; sin embargo, diversos estudios
realizados en Estados Unidos, Noruega y Finlandia no lograron establecer dicha relación.

Se ha dicho que el alcohol, al igual que otros agentes que producen cirrosis en el hígado como las
aflatoxinas y el virus de la hepatitis B, favorecen el desarrollo de cáncer en ese órgano. Por su parte, el papel
del alcohol en el cáncer bucal ha sido apoyado por la observación de tumores en individuos acostumbrados a
enjuagarse la boca con soluciones astringentes a base de alcohol.

El estado nutricional de los bebedores también parece influir en la aparición de cáncer en cabeza y cuelllo.
Comúnmente se observa en ellos un desbalance nutricional asociado con la aparición de cáncer en la cavidad
bucal y en el tracto respiratorio.

En este caso, al igual que en el del tabaco, no es indispensable responder a todas las interrogantes sobre el
origen del efecto cancerígeno del alcohol y sus mecanismos de acción, para tomar medidas que protejan a la
población. Dichas medidas requieren nuevamente de la voluntad de los individuos encargados de evitar o
disminuir su consumo excesivo del alcohol.

El alcohol y el tabaco son dos riesgos de cáncer


evitables que no requieren medidas de control
costosas.

COMER NO ES UN RIESGO, EL SECRETO ES LA SELECCIÓN DE ALIMENTOS

En la actualidad un 35% de las muertes por cáncer se atribuyen a los hábitos alimenticios; de ahí la
importancia que adquiere el conocer qué componentes de los alimentos son los que influyen en el
surgimiento del cáncer, con el fin de que los individuos en riesgo identifiquen las alternativas y así reduzcan
el peligro de padecer la enfermedad, aunque esto no es tarea sencilla.

La asociación entre el cáncer y la alimentación se ha planteado fundamentalmente en el caso de los tumores


del tracto gastrointestinal (esófago, estómago, colon, recto, páncreas e hígado), así como de los que aparecen
en sitios sensibles a la acción de hormonas sexuales (por ejemplo mama, próstata, endometrio y ovario).

Los estudios realizados en países como Japón, cuya población ha tenido por siglos hábitos alimenticios
tradicionales que la distinguen de otras poblaciones del mundo, muestran que a partir de 1949 ha habido un
cambio en la dieta debido al incremento en el consumo de productos lácteos, huevos, aceite y fruta, sin que
se haya modificado el consumo tradicional de arroz y pescado. A la vez, las investigaciones señalan que el
cáncer del estómago, la forma de cáncer más frecuente en ese país, ha ido disminuyendo año con año.
Aunque no se puede excluir que el decremento en ese tipo de cáncer obedezca a otros factores, se sospecha
que esté relacionado con los cambios en la alimentación. Apoyan esta idea las observaciones realizadas en
individuos japoneses que han emigrado a Hawai y California, en los que el riesgo de cáncer de estómago ha
disminuido, mientras que se ha incrementado el de contraer cáncer de colon o de pulmón, como sucede en
Estados Unidos.

La búsqueda de los factores en la dieta tradicional de los japoneses que participan en el cáncer gástrico
constituye un tema central de investigación que ya ha dado frutos muy valiosos. Dichos estudios indican que
la forma tradicional de asar las carnes y pescados al carbón favorece que estos alimentos se contaminen con
sustancias cancerígenas presentes en el humo —como el benzo (a) pireno—. También se ha visto que el
cocinado a alta temperatura provoca que los aminoácidos que componen las proteínas de los alimentos se
conviertan en agentes capaces de provocar cáncer.

Algo interesante que surgió de esos estudios fue el descubrimiento de sustancias que antagonizan a los
agentes cancerígenos y ejercen un papel protector en diversos vegetales de consumo frecuente en Japón
como coles, rábanos, brócoli y otros. Aun cuando unos y otros descubrimientos sólo representan
observaciones experimentales, el doctor Sugimura, reconocido cancerólogo japonés, recomienda evitar el
consumo cotidiano de productos asados al carbón, variar los alimentos día con día, e introducir en cada
comida vegetales y frutas.

Es importante mencionar también que el cáncer gástrico en Japón constituye un mayor riesgo entre hombres
y mujeres fumadores, lo que resalta nuevamente el peligro del tabaco.

Las comunidades religiosas que tienen hábitos que difieren del resto de la población de sus países han
llamado la atención de quienes están interesados en determinar cómo influyen las variaciones en la
alimentación en el desarrollo del cáncer. En Estados Unidos se ha descrito, por ejemplo, que el riesgo de
morir de cáncer colo-rectal, de mama y cánceres asociados con el consumo de tabaco es menor en
individuos que conforman el grupo religioso adventistas del Séptimo Día. Este grupo se caracteriza por
abstenerse de beber alcohol y fumar, y gran parte de él practica una dieta ovo-lacto-vegetariana.

Los mormones, por su parte, constituyen otro grupo religioso de Estados Unidos cuyo estilo de vida difiere
notoriamente del de la población general. Desde hace más de 80 años los mormones han eliminado el
consumo de alcohol, tabaco, café y té, además de que recomiendan una dieta balanceada a base de granos,
frutas y vegetales, así como un consumo moderado de carne. Estudios realizados en esta población indican
una menor incidencia entre ellos de los cánceres asociados con el consumo de tabaco, y de tumores de
mama, útero y ovarios en las mujeres, de estómago en los hombres y de colon en ambos sexos, en
comparación con los no mormones.

En la India la comunidad religiosa de los parsi difiere de la hindú en Bombay en que presenta una frecuencia
mucho mayor de cáncer de colon, recto y mama. En el norte de la India, los punjabis prácticamente no
padecen de cáncer de colon y su dieta es rica en vegetales fibrosos y productos lácteos fermentados que
contienen ácidos grasos de cadena corta.

Algo que es también importante mencionar con relación al cáncer y a la alimentación es que los factores
socioeconómicos influyen en el tipo de dieta que consumen los individuos y por ende en las formas de
cáncer que los afectan. Es así que el cáncer de colon y de recto en hombres ha sido asociado con ingresos y
nivel de educación altos, y lo mismo ocurre con respecto al cáncer de mama en la mujer y el de riñón en
ambos sexos.

Contrariamente a lo que comúnmente se piensa, no es


la contaminación ambiental el mayor riesgo de
cáncer, sino el desbalance en los alimentos aunado a
hábitos sociales como el tabaco y el alcohol.

TODOS LOS EXCESOS SON MALOS

La sobrenutrición ha sido considerada como un factor de riesgo de cáncer desde hace más de cien años, pero
no ha sido sino hasta la realización de estudios epidemiológicos recientes que esta idea ha obtenido
aceptación. Destaca en particular un estudio efectuado en 750 000 personas durante trece años en Estados
Unidos, el cual mostró que la sobrenutrición influye en el cáncer en varios sitios, menos en el pulmón.

Se ha informado que la obesidad juega un papel importante sobre todo en el desarrollo de cáncer del
endometrio y vesícula biliar en la mujer, y posiblemente influya, en menor grado, en otros tipos de cáncer en
ambos sexos. Existe también una relación entre el cáncer del endometrio y una exposición excesiva a
estrógenos y resulta interesante saber que, en las mujeres después de la menopausia, éstos se producen a
partir de hormonas adrenales en el tejido adiposo, el cual se ve aumentado con la sobrenutrición.

De todos los elementos de la alimentación asociados epidemiológicamente con el cáncer, las grasas son las
que más han sido estudiadas y de las que más pruebas se tienen de una asociación directa con esa
enfermedad. Sin embargo, no se les puede atribuir un papel causal a ellas solas, puesto que por lo general
una dieta rica en grasas también suele contener otros nutrientes entre los que destacan las proteínas. Además
de relacionarse con el cáncer de endometrio y colon, también se asocian las grasas con los de mama y
próstata.

Con relación al consumo excesivo de café, diversos trabajos han señalado relaciones entre ese hábito y el
cáncer de vejiga y páncreas; pero mientras que para el cáncer de vejiga no existen pruebas contundentes
sobre una asociación entre la cantidad de café ingerido y el riesgo de padecer ese tipo de tumores, para el
cáncer de páncreas si se tienen. Se han hecho otras observaciones que indican, además, que la ingesta de
café en exceso puede estar relacionada con otros tipos de tumores malignos —de vejiga, esófago, boca,
riñón y próstata— aunque en este caso la información no es tan consistente como la anterior.

Una alimentación equilibrada y variada, junto con la


eliminación de excesos en la ingesta de ciertos
productos, puede contribuir a disminuir el riesgo de
cáncer.

OTRAS FUENTES DE RIESGO EN LOS ALIMENTOS

Otra fuente adicional de riesgo asociada con la alimentación es la posible formación de nitrosaminas
cancerígenas a partir de la interacción de los nitritos con las aminas que se hallan presentes en los alimentos.
Los nitritos y nitratos están ampliamente distribuidos en los alimentos en concentraciones variables; los
vegetales y productos de salchichonería tratados con nitritos son los que más aportan estas sustancias,
aunque también pueden ingerirse en el agua y jugo de frutas. Se calcula que en Estados Unidos un individuo
consume alrededor de 75 rng de nitratos diariamente (que pueden ser convertidos en nitritos por bacterias
presentes en la boca) y 0.8 mg de nitritos. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que junto con los nitritos y
aminas pueden consumirse alimentos con sustancias que impiden la formación de nitrosaminas, como la
vitamina C, o bien que la favorecen como los fenoles.

En regiones del mundo en las que existe una elevada frecuencia de cánceres gastrointestinales se ha señalado
también una elevada ingesta de nitritos y nitratos en el agua y alimentos, Se han publicado estudios
epidemiológicos que sugieren una posible asociación entre el consumo de esas sustancias y una alta
incidencia de cáncer gástrico y de esófago en Colombia, Chile, Japón, Irán y Estados Unidos. Pero todos
ellos adolecen de la misma deficiencia: la falta de datos sobre la exposición real a los nitritos; por este
motivo dichos estudios no han confirmado su hipótesis y sólo señalan una posibilidad.

La contaminación de alimentos con hongos que producen toxinas (micotoxinas) capaces de inducir cáncer
constituye un riesgo en algunos países cálidos y húmedos de África, Asia y de otras regiones del mundo,
incluyendo México. Desde 1965 se llamó la atención sobre la existencia de una elevada frecuencia de cáncer
primario de hígado en países de África en los que se detectó el consumo de alimentos contaminados con un
moho, Aspergillus flavus, productor de la micotoxina conocida como aflatoxina, que es uno de los
cancerígenos más potentes identificados hasta la fecha. La misma asociación se observó en países de Asia
como Tailandia, República Popular China y Taiwán. Algo importante de señalar es que el cáncer primario
de hígado, frecuente en esas regiones y raro en otros países, presenta también una estrecha relación con la
hepatitis B, de origen viral. Se supone que la activación de la división celular provocada en el hígado por la
infección viral facilita el desarrollo de cáncer en células que han sufrido cambios en su material hereditario
por la exposición a las aflatoxinas. Las aflatoxinas parecen ser causa del cáncer de esófago observado en
algunas provincias de China, en las que se consumen vegetales encurtidos y otros alimentos mohosos, que
además contienen nitrosaminas.
La contaminación de alimentos con toxinas naturales
capaces de inducir cáncer puede evitarse con un
adecuado almacenamiento y preservación de los
mismos. A la vez, debe reducirse al máximo el
consumo de alimentos ricos en nitritos.

AGENTES PROTECTORES

Un tema de particular interés son los estudios epidemiológicos que sugieren que ciertos componentes de los
alimentos pueden jugar un papel protector con relación al cáncer; deducción que ha surgido de pruebas que
señalan que los individuos con deficiencias de esos elementos en su alimentación parecen tener más riesgos
de padecer cáncer. Entre los agentes con ese posible papel protector se pueden citar algunas fibras vegetales,
vitaminas y minerales.

Intriga especialmente el significado fisiológico que puedan tener las fibras de algunos alimentos, que están
formadas por carbohidratos y sustancias similares a ellos no digeribles como la celulosa, lignina, pentosas,
gomas y pectinas. Dichas fibras contribuyen a dar volumen a los alimentos vegetales, entre los cuales están
las legumbres, las frutas y los cereales. El cambio en los patrones de alimentación de los países
desarrollados de Occidente ha traído consigo una disminución en el consumo de alimentos fibrosos y un
aumento en el consumo de alimentos procesados.

A la ingesta de alimentos que contienen fibra se le ha prestado particular atención, pues se ha observado que
padecimientos intestinales comunes en países desarrollados son raros en las áreas rurales de África y la
India, en donde se consumen alimentos no procesados y las heces tienden a ser más blandas, abultadas y
frecuentes. Esto último se ha atribuido a la riqueza en fibras de los alimentos. Concretamente se ha
descubierto que las pentosas poliméricas presentes en las fibras son las principales responsables de las
características antes mencionadas de las heces, pues favorecen el crecimiento de ciertas bacterias
intestinales. A este respecto se pueden citar los estudios realizados en Inglaterra sobre que el consumo de
fibras con un alto contenido en pentosas se asocia con un bajo riesgo de cáncer de colon (pero no de recto),
mientras entre los individuos que ingieren pocas fibras de este tipo se observa que tienen un riesgo mayor.
Tales fibras son abundantes en cereales no refinados y, en menor grado, en ciertos vegetales. También en
áreas de Finlandia, donde se consumen grandes cantidades de pan de centeno no refinado, la incidencia de
cáncer colo-rectal es baja. Se piensa que las fibras disminuyen en parte el riesgo de cáncer en esa porción del
intestino pues agilizan la salida de las heces y reducen la concentración de carcinógenos en ellas
aumentando su volumen o bien alterando el número y proporción de bacterias en el intestino. Algunas de
esas bacterias posiblemente producen o destruyen metabolitos cancerígenos.

Otros estudios epidemiológicos señalan otros componentes de los alimentos que pueden desempeñar un
papel protector y reducir el riesgo de cáncer, como el beta-caroteno, abundante en zanahorias y vegetales
amarillos, que es un precursor de la vitamina A que actúa como antioxidante. La presencia de beta-caroteno
y de vitamina A en la sangre parece tener un efecto protector consistente aunque no absoluto contra ciertos
cánceres. Algunos estudios epidemiológicos señalan una mayor incidencia de cánceres de tipo epitelial en
pulmón, vejiga y laringe en individuos deficientes en vitamina A.

Son escasos los estudios epidemiológicos sobre otras vitaminas, pero se ha informado del papel de la
vitamina C en la inhibición de la formación de algunos carcinógenos corno las nitrosaminas; los individuos
que ingieren alimentos ricos en vitamina C parecen tener un riesgo bajo de cánceres esofágico y estomacal.

El selenio es un mineral también relacionado con cáncer pues en pacientes cancerosos los niveles de este
mineral parecen ser más bajos que entre individuos sanos. Se sabe además que el selenio forma parte de una
enzima que interfiere con los radicales libres y peróxidos, los cuales —ya se dijo— pueden provocar
lesiones que favorecen el desarrollo de cáncer. Sin embargo, el selenio a dosis altas puede ser sumamente
tóxico.
De acuerdo con el Comité Sobre Dieta, Nutrición y
Cáncer del Consejo Nacional de Investigaciones de
Estados Unidos; existen pruebas epidemiológicas
suficientes como para afirmar que el consumo de
ciertos vegetales, en especial los ricos en carotenos
como las zanahorias, la col, el brócoli, la coliflor y la
col de Bruselas permite una reducción en la
incidencia de cánceres en algunos sitios en el mundo.

ALGUNOS MEDICAMENTOS PUEDEN PRODUCIR CÁNCER

Aun cuando las muertes por cáncer atribuidas al consumo de medicamentos no ascienden a más del 1% del
total de muertes por esa enfermedad, sí son un peligro que debe tomarse en consideración, sobre todo
cuando se utilizan en tratamientos prolongados.

Entre los medicamentos de alto riesgo están precisamente los que se emplean en el tratamiento del cáncer
para interferir con el metabolismo celular, por lo que interactúa particularmente con el material genético.
Una de las primeras observaciones al respecto se realizó en pacientes con linfoma de Hodgkin a los que se
administró clornafazina en dosis elevadas y que en un lapso no muy largo desarrollaron cáncer de vejiga;
esto llevó a descubrir que el medicamento se transforma dentro del organismo en beta-naftilamina, sustancia
ya previamente identificada como inductora de cáncer de vejiga entre los trabajadores de las industrias
productoras de anilinas.

Otros fármacos utilizados como terapia contra padecimientos malignos también se asocian con la aparición
de nuevos cánceres; éstos incluyen: el melfalán, usado en casos de mieloma múltiple; la ciclofosfamida,
empleada tanto para el tratamiento de cánceres como de padecimientos autoinmunes, y el busulfán,
administrado a pacientes con trombocitemia o leucemia mieloide crónica. Todos estos medicamentos están
relacionados con el desarrollo de diversas formas de leucemia, sin embargo el riesgo inherente a su modo de
acción debe ser evaluado teniendo presente que están destinados a combatir rápida y eficazmente una
enfermedad que constituye una amenaza de muerte inmediata para los pacientes, que al ser tratados con esos
medicamentos ganan algunos años de vida. De ahí que, salvo la clornafazina, que fue retirada del mercado,
los demás fármacos sigan en uso, aunque bajo vigilancia médica. Otros medicamentos que han sido
identificados como cancerígenos aparecen enlistados en la tabla 8.

TABLA 8. Clasificación del grado probado de carcinogenicidad para


humanos de algunos medicamentos

Grado probado

Agente terapéutico En humanos En animales Grupo *

1. Cloramburcil Limitada Suficiente 2A


2. Cloranfenicol Inadecuada Sin datos 3
3. Ciclofosfamida Limitada Suficiente 2A
4. Dietilestilbestrol Suficiente Suficiente 1
5 . Fenacetina Limitada Limitada 2B
6. Fenobarbitona Limitada Limitada 3B
7. Melfalán Suficiente Suficiente 1
8. Reserpina Inadecuada Inadecuada 3
9. Fenitoina Limitada Limitada 3
10. Oximetalona Limitada Sin datos 3B
* Al grupo I pertenecen los medicamentos de los que hay pruebas suficientes de
carcinogenicidad para el ser humano; al 2 los carcinógenos probables para el humano,
grupo que a su vez fue dividido en A (alta) y B (baja), palabras que califican dicha
probabilidad; en el grupo 3 se incluyen los medicamentos no clasificados por su
carcinogenicidad para seres humanos.

El caso del dietilestilbestrol es un ejemplo de un medicamento no anti-canceroso para impedir abortos


espontáneos y capaz de inducir cáncer por lo que su uso fue prohibido.

Constituyen un caso particular los fármacos empleados como inmunosupresores para evitar el rechazo
durante los transplantes renales, tales como antimetabolitos, esteroides y sueros antilinfocitarios, los cuales
han sido relacionados con la aparición de linfomas, cánceres de piel y de vías hepatobiliares, sarcomas de
los tejidos blandos y, tal vez, con carcinomas de pulmón. Se ha informado que enfermos que recibieron
inmunosupresores presentan de 2.5 a 350 veces más tumores que la población en general.

En virtud de la difusión en el empleo de las radiaciones ionizantes, los estrógenos y los anticonceptivos,
éstos requieren de un tratamiento especial. Las radiaciones han tenido un gran empleo sobre todo para el
diagnóstico, aunque también como terapia en padecimientos como el cáncer. Dado su peligro potencial, se
ha recomendado reducir al mínimo indispensable su utilización y evitarlas en el caso de mujeres
embarazadas, para eliminar la exposición de los niños en gestación.

Aun cuando se discute el riesgo de cáncer por causa de administración de estrógenos a mujeres
postmenopáusicas, existen pruebas sólidas de una relación entre su consumo y el cáncer del endometrio; es
menos clara su asociación con el cáncer de mama.

Un hallazgo de particular interés fue la observación de carcinomas vaginales en mujeres jóvenes expuestas
durante su gestación a una hormona sintética, el dietilestilbestrol, empleada para evitar el aborto espontáneo
en sus madres. El estudio de casos reveló que las hijas de mujeres tratadas con ese medicamento durante el
embarazo tienen un riesgo de 0.4% de desarrollar cáncer entre los 14 y 22 años de edad. Esta observación
alertó sobre el peligro de administrar medicamentos a mujeres embarazadas.

En virtud del amplio consumo de contraceptivos por millones de mujeres en todo el mundo, se ha
establecido un seguimiento de casos en algunos países, para determinar si existe riesgo de que desarrollen
cáncer. Por ahora, según un Comité de la Organización Mundial de la Salud, no existen pruebas
concluyentes de que estos medicamentos incrementen la incidencia de cánceres de mama o de cuello
uterino, pues si bien ciertos componentes de las píldoras anticonceptivas han resultado ser cancerígenos para
animales de laboratorio (con grandes dosis), no se cree que en las dosis bajas empleadas habitualmente por
las mujeres constituyan un peligro.

La exposición prolongada a algunos medicamentos es


responsable del aumento en el riesgo de cáncer.

LA SEXUALIDAD Y EL CÁNCER EN LA MUJER

Una de las relaciones más claras entre la vida sexual y el cáncer es la observada en el cáncer del cuello del
útero o cáncer cérvico-uterino en la mujer. Este tipo de padecimiento es raro en países desarrollados (o está
circunscrito a sus poblaciones marginadas) y frecuente en países en desarrollo, en forma tal que en lugares
como Estados Unidos sólo representa el 1.5% de todas las muertes por cáncer y se observa una tendencia a
disminuir, mientras que en otros países como México constituye la forma más común de cáncer en la mujer.

Numerosos estudios epidemiológicos realizados al respecto durante los últimos cien años han llevado a
descubrir que el riesgo de sufrir cáncer cérvico-uterino es mayor para las mujeres que inician su vida sexual
en la adolescencia, en lugares en los que el matrimonio se da a muy temprana edad. A la vez, los estudios
han hecho pensar que por su actividad biológica desde la adolescencia las células cervicales tienen una
probabilidad más grande de sufrir una transformación maligna cuando son estimuladas por agentes
exógenos.

A través de los estudios epidemiológicos mencionados se ha encontrado además que el riesgo de cáncer
cérvico-uterino se eleva si las mujeres cambian frecuentemente de compañeros sexuales, o por la falta de
higiene genital asociada a la incultura y a la pobreza que afectan a numerosas mujeres en el mundo.

Al sospecharse que la causa de este tipo de cáncer podría ser un agente infeccioso transmitido por el varón
durante el acto sexual, en las investigaciones se descubrió la existencia de los virus involucrados en este
cáncer: los papilomas, tipos 16 y 18. Con base en estos hallazgos el cáncer del cuello del útero puede ser
evitado.

Vale la pena señalar que las mujeres que no tienen vida sexual, como las monjas, prácticamente no sufren de
este tipo de cáncer y por el contrario, padecen más frecuentemente de cánceres de mama, ovarios y
endometrio, tumores que ocurren con menor frecuencia en las mujeres que han tenido varios hijos. En el
cáncer de mama, sobre todo, el nacimiento de hijos en edad temprana, así como el inicio tardío de la
menstruación (asociado comúnmente a malnutrición) y una menopausia precoz disminuyen el riesgo de este
tipo de cáncer. Ya se mencionó que estos tumores tienen también antecedentes hereditarios y una relación
con la alimentación (particularmente con una alta ingesta de grasas) la cual, a su vez, tiene que ver con la
regulación hormonal de los tejidos en los que se da el cáncer. Todo lo anterior resalta la interrelación de
diversos factores (socioculturales, infecciosos, nutricionales, hormonales, genéticos, etc.) en el desarrollo del
cáncer.

No son aconsejables el inicio de relaciones sexuales a


temprana edad, la promiscuidad sexual y la falta de
aseo de los genitales, por el alto riesgo de cáncer que
conllevan.

LOS AGENTES INFECCIOSOS Y EL CÁNCER

Aunque se ha llegado a pensar que el cáncer puede ser ocasionado por una infección, no existen pruebas de
que este padecimiento pueda contagiarse, como sí sucede con otras enfermedades transmitidas por contagio.
De lo que sí existe evidencia es de que algunos tumores en el ser humano, o en los animales, pueden ser
causados por virus.

Entre las diversas formas en que los virus pueden inducir cáncer en el ser humano se encuentra la de su
introducción al material genético de la célula infectada, con la consecuente modificación de su
comportamiento. Esto es lo que ocurre con virus como el Epstein Barr, que en numerosos países causan la
fiebre glandular o mononucleosis infecciosa, mientras que en otros países provocan cáncer en condiciones
particulares: en África, por ejemplo, se introducen en el material genético de las células reticuloendoteliales
y dan lugar al linfoma de Burkitt; y en China se insertan en el material genético de las células epiteliales de
la nasofaringe y producen un carcinoma.

De algunos otros virus se sospecha que sean causantes del cáncer del pene en el hombre, de la leucemia
linfática aguda en niños y del reticulosarcoma en individuos a los que se les ha provocado una disminución
de las células productoras de anticuerpos (inmunosupresión).

La infección con bacterias también puede favorecer el desarrollo de cáncer, entre otras cosas por su
capacidad de transformar en carcinógenos a algunas sustancias que ingresan en nuestro organismo.
Asimismo se considera que algunas parasitosis como la esquistosomiasis, común en África, o la
clonorquiasis, frecuente en China, tienen un papel en la generación del cáncer de vejiga y en el
colangiocarcinoma, respectivamente. Pero queda todavía mucho por investigar sobre qué otros agentes
infecciosos pueden producir cáncer y acerca de cómo lo hacen.
La investigación de la relación entre infecciones
virales y bacterianas, parasitosis y cáncer, es aún
incipiente y un campo de gran interés para países en
desarrollo.

¿ES EL CÁNCER UNA ENFERMEDAD CONTROLABLE?

El concepto de control del cáncer implica un conjunto de medidas diversas, basadas en el conocimiento
científico, para reducir el número de casos y defunciones por esta enfermedad. Se han identificado tres
niveles básicos en el proceso de prevención:

—La prevención primaria, cuyo objetivo es evitar que se produzca la


enfermedad.
—La prevención secundaria, orientada a detectar tempranamente la enfermedad,
con el fin de impedir que se manifieste clínicamente o retardar su progreso.
—La prevención terciaria, que tiene como meta minimizar los efectos adversos
del cáncer, una vez que se ha manifestado clínicamente, limitando el grado de
incapacidad y evitando las complicaciones que llevan a un deterioro prematuro.

La prevención primaria implica conocer los factores de riesgo, para evitar que la población se exponga a
ellos, o para reducir la exposición a niveles no peligrosos. Las otras dos formas de prevención se apoyan
tanto en el conocimiento de los mecanismos de generación de cáncer (carcinogénesis), como en la
identificación de las distintas etapas por las que atraviesa la enfermedad y los factores que las condicionan,
aspectos que se están investigando activamente.

En la información expuesta a lo largo de este documento, se constata la existencia de elementos que ya han
instrumentado con éxito medidas de prevención primaria. Ejemplo de ello son las actividades para mejorar
los ambientes laborales y para descartar hábitos personales que conllevan riesgos de cáncer (como el
consumo del tabaco), lo cual ha permitido el diseño de estrategias que abarcan desde la investigación de los
factores de riesgo, la introducción de ordenamientos jurídicos y de tecnologías para su control, y la
educación de la población.

En los casos en los que no ha podido evitarse el inicio de la carcinogénesis, se ha tenido éxito en la curación
de los pacientes, con métodos de diagnóstico temprano, tratamiento oportuno y educación (como en el caso
del cáncer cérvico-uterino o de mama), que equivalen a una prevención secundaria.

Por su parte, la prevención terciaria en pacientes ya con manifestaciones clínicas de cáncer tiene como
medios para atacar el padecimiento al diagnóstico oportuno (cuando el tumor está aún ubicado en un solo
sitio) y su tratamiento adecuado.

La historia del control del cáncer pone de manifiesto los diferentes obstáculos que no han permitido un
desarrollo óptimo de las medidas preventivas. Por ejemplo, los médicos no han logrado reconocer que el
cáncer constituye en la actualidad una epidemia y no le dan la importancia de amenaza pública que se
concede a las epidemias de enfermedades infecciosas tan comunes en nuestro país. Por lo mismo, se sigue
considerando al cáncer como una enfermedad rara que no tiene una connotación social que amerite acciones
colectivas. Lo mismo ocurre con la población general que no percibe aún la magnitud del problema o que
teme afrontarlo y descuida su salud, ignorando las señales que anuncian el desarrollo del cáncer y no
consulta al médico oportunamente.

Influyen también en el desarrollo de esas actitudes el periodo prolongado que transcurre para que el cáncer
se manifieste, tras la exposición a un agente de riesgo, lo que dificulta su identificación o genera resistencias
de tipo social o económico para su control, como sucede en el caso del tabaco. A todo esto se suma lo
tardado, laborioso y costoso que resultan las investigaciones experimentales para conocer las causas y los
mecanismos de carcinogénesis, lo que ha conducido a un mayor acento en los esfuerzos terapéuticos que en
los preventivos. A pesar de lo anterior, se percibe un cambio hacia la búsqueda de alternativas para frenar la
creciente amenaza de esta enfermedad. Hacia allá se orientan las investigaciones actuales sobre los
mecanismos moleculares que participan en el cáncer.

Hoy en día tienden a desaparecer las fronteras


existentes entre las disciplinas que abordan el estudio
y tratamiento del cáncer, en vista de lo cual
epidemiólogos, clínicos, biólogos celulares y
moleculares intercambian experiencias, enfoques y
conocimientos, para contribuir en forma acelerada a
combatir un padecimiento que es antiguo en su
origen pero moderno en su impacto en la sociedad
actual.
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CONTRAPORTADA
En un artículo reciente de los doctores Richard Doll y Richard Peto, "Las causas del cáncer" publicado en el
Journal of the National Cancer Institute de EUA, se afirma que las personas mueren o no de cáncer merced
a tres tipos de circunstancias: 1) Por su constitución genética, 2) por las condiciones ambientales en que se
desarrolla su vida y 3) por el factor en que todos confiamos, la suerte.

Todo parece indicar, nos dice por su parte la doctora Cortinas, que el cáncer es una enfermedad tan antigua
como la vida en nuestro planeta. Se han descubierto manifestaciones cancerosas en fósiles de edades muy
remotas y en las momias egipcias, por citar sólo dos ejemplos. Documentalmente, el cáncer es descrito en el
Ramayana, las epopeyas sagradas de la India, cuyo personaje principal es el dios Rama, y en el llamado
Papiro Ebers. El nombre de cáncer (cangrejo) se atribuye el famoso médico griego Galeno, quien observó
que los tumores de mama toman la forma de ese crustáceo.

Bajo la denominación de cáncer se engloban distintas enfermedades, más de un centenar, que varían de
acuerdo con el órgano que afectan o el tipo de célula a partir de la que se forman. Los más frecuentes son los
carcinomas, que se generan en las capas celulares que cubren la superficie de nuestro cuerpo, y que cuentan
por el 90 por ciento de los cánceres. Las leucemias ocurren en las células que forman la sangre, que se
encuentran en la médula ósea o en los tejidos linfáticos. Los más raros son los sarcomas, que se originan en
las estrucutras de soporte como el tejido fibroso.

Con amplio conocimiento del tema a tratar la doctora Cortinas presenta en forma clara todo lo que se sabe
en la actualidad sobre el cáncer, analizando las múltiples facetas del proteico mal, así como los factores que
intervienen en su desarrollo, en especial la herencia y el ambiente. Igualmente esboza las medidas
preventivas, de grados diversos, que pueden contribuir a evitar el padecimiento o bien facilitar su curación.

Cristina Cortinas es licenciada en biología por la UNAM, y realizó estudios de doctorado en la Facultad de
Ciencias de la Universidad de París. En la Clínica de Genética Médica del Hospital Infantil de París, trabajó
más de veinte años haciendo investigaciones sobre genética y cáncer. Fue investigadora, durante más de
veinte años, en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, investigadora nacional del SNI
(Sistema Nacional de Investigadores), directora general de Salud Ambiental de la Secretaría de Salud, y
actualmente es asesora del Instituto Nacional de Ecología.

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