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Artículo publicado en la revista LiberAddictus.

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El papel de la inteligencia
emocional en el desarrollo
de las adicciones

José Antonio Elizondo

¿
Es el adicto un deficiente emocional? ¿Tener una buena inteligencia
emocional ayuda a evitar las adicciones? ¿Estimular la inteligencia
emocional en el tratamiento del adicto ayuda a evitar las recaídas?
En el año de 1990 en la revista Imagination, Cognition and Personality,
—Vol. 9, págs. 185 a 211— fue publicado un artículo titulado: Emocional
intelligence, de Peter Salovey y John D. Mayer, que proponen por primera
vez el modelo de Inteligencia emocional. Este modelo sugiere que los
tradicionales conceptos de razón y emoción no son necesariamente opuestos,
sino más bien distintos y, en cierto modo, complementarios.
Hay personas que, a pesar de tener un coeficiente intelectual elevado (CI),
no son triunfadores ni exitosos en sus vidas, y en cambio, personas con un CI
medio o por debajo del medio, logran destacar en sus vidas y ser felices.
Este concepto de inteligencia emocional ha logrado demostrar que existe,
de alguna manera, inteligencia en las emociones. Así como hablamos de un
coeficiente intelectual, debemos hablar de un coeficiente emocional.
Diversos psicólogos han demostrado que las personas más exitosas no
son las que tienen un alto coeficiente intelectual, ni tampoco las que tienen
un alto coeficiente emocional, sino aquellas que mezclan equilibradamente
ambas inteligencias.
Daniel Goleman, doctor en filosofía y jefe de la sección científica del New York
Times, recoge e integra en su libro La inteligencia emocional las investigaciones
científicas que han fundamentado este modelo, así como ideas prácticas para
la prevención y superación de diversos problemas en estas áreas.

¿Hay un déficit de inteligencia emocional en el adicto?


Tradicionalmente se ha dicho que el adicto es un enfermo de las emociones.
Se afirma que la ingobernabilidad emocional es el trasfondo neurótico que
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determina el desarrollo del alcoholismo y la drogadicción y que, mientras
no se supere este trasfondo, será muy difícil que el adicto se recupere.
Se habla también en los alcohólicos del Síndrome de la borrachera seca en
donde, a pesar de que se logra la abstinencia del alcohol, el individuo sigue
mostrando tal ingobernabilidad emocional que, aunque no beba alcohol, su
comportamiento es similar a cuando bebía. Algo similar al Síndrome de la
borrachera seca ocurre con el drogadicto que, aunque ya no se intoxica, su
comportamiento sigue siendo destructivo, negativo, estéril y sin cambios.
Una de las causas más frecuentes de recaídas en los adictos que están
acudiendo a tratamiento es su pésimo manejo emocional ante situaciones
que generan frustración, dolor, ira, pena o tensión. En contraparte, muchos
adictos o alcohólicos recaen por su incapacidad de manejar el éxito. Todas
las emociones que se asocian al triunfo son tan intensas, que el adicto en
recuperación no las puede manejar y provocan su recaída.
Todo lo anterior hace pensar que, en general, los adictos tienen
algún déficit de inteligencia emocional que los incapacita para manejar
adecuadamente sus vidas. Muchas personas que a la postre se convertirán
en alcohólicos o drogadictos, inician el consumo de estas sustancias como
un recurso para ayudar a manejar sus emociones: el adolescente tiene
que tomarse dos o tres cervezas para poder hablarle a una muchacha, o
tiene que alivianarse con mariguana para aliviar sus tensiones cotidianas.
La droga se convierte en una muleta emocional sin la cual no se concibe
el enfrentamiento cotidiano a los problemas de la vida. Cuando el adicto
o el alcohólico deciden optar por la abstinencia, les cuesta mucho trabajo
manejar sobrios sus emociones, por lo que están expuestos a recaídas si
no se someten a un tratamiento adecuado.

El substratum biológico de a inteligencia emocional


El cerebro es el órgano de la mente. La mente procesa tanto los fenómenos
intelectuales como los emocionales. Respecto a estos últimos ocurre lo
siguiente: un estímulo de tipo emocional penetra a través de los sentidos.
Por ejemplo, si el estímulo entra a través del sentido de la vista, éste va
primero de la retina al tálamo, donde es traducida al lenguaje del cerebro.
La mayor parte del mensaje va entonces a la corteza visual, donde es
analizada y evaluada en busca de significado y de respuesta apropiada;
si esa respuesta es emocional, una señal va a la amígdala para activar los
centros emocionales. Pero una porción más pequeña de la señal original va
directamente desde el tálamo a la amígdala en una transmisión más rápida,
permitiendo una respuesta más acelerada (aunque menos precisa). Así la
amígdala puede desencadenar una respuesta emocional antes de que los
centros de la corteza cerebral hayan comprendido lo que está ocurriendo.
La amígdala es una estructura que se encuentra sobre el tronco cerebral,
cerca de la base del anillo límbico. Actúa como depósito de la memoria
emocional y se encarga de las reacciones emocionales más primitivas como
el miedo y la furia. En cambio, la neocorteza se encarga de analizar el
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estímulo emocional para determinar sus características. En otras palabras,
la amígdala semeja un sistema de alarma, mientras la neocorteza se encarga
de procesar la información.
Otro elemento importante en este sistema es el hipocampo, considerado
como la estructura clave del sistema límbico (el sistema de las emociones).
Su principal función es proporcionar una memoria perfecta del contexto,
vital para el significado emocional. Mientras el hipocampo recuerda los
datos simples, la amígdala retiene el clima emocional que acompaña a
estos datos.
Lo interesante de este descubrimiento (Joseph LeDoux. Emotion and
the limbic system concept. 1992) es que, anatómicamente, el sistema
emocional puede actuar con independencia de la neocorteza. Nuestras
emociones tienen mente propia, una mente que puede sostener puntos de
vista con bastante independencia de nuestra mente racional.
Mientras la amígdala trabaja preparando una reacción ansiosa e impulsiva,
otra parte del cerebro emocional permite una respuesta más amplia y
correctiva. El regulador del cerebro para los arranques de la amígdala
parece encontrarse en el otro extremo de un circuito más importante de
la neocorteza, en los lóbulos prefrontales que se encuentran exactamente
detrás de la frente. En otras palabras, la amígdala propone y el lóbulo
prefrontal dispone.
En conclusión, nuestro cerebro cuenta con dos tipos de memoria: la
intelectual y la emocional. La acumulación de estas dos clases de memoria,
y el manejo de las mismas, determina lo que podríamos llamar el cociente
intelectual y el cociente emocional. Nuestro desempeño en la vida está
determinado por ambos. La complementariedad del sistema límbico y la
neocorteza por un lado y de la amígdala y los lóbulos prefrontales por
el otro, determinan el pleno desarrollo de la vida mental. Cuando estos
elementos interactúan positivamente, la inteligencia emocional aumenta lo
mismo que la capacidad intelectual.

El papel de la inteligencia emocional


en el tratamiento psicoterapéutico del adicto
En la mayor parte de los adictos, la mente emocional predomina sobre
la mente racional. La respuesta emocional del adicto suele ser rápida
y primitiva. No olvidemos que la inmadurez emocional (infantilismo,
egocentrismo, incapacidad de aplazar satisfacciones, intolerancia a la
frustración, etcétera) es una característica fundamental de la estructura
psicológica del adicto.
El que la mente emocional predomine sobre la mente racional da lugar a un
inadecuado manejo de la existencia, con frustraciones y fracasos continuos
que llevan a una depresión y baja autoestima; todo ello constituye un caldo
de cultivo muy propicio para el desarrollo de enfermedades adictivas.
Cuando el alcohólico o el drogadicto se mantienen abstemios, el manejo
de la carga emocional se hace aún más difícil, pues la abstinencia priva al
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adicto de esa muleta que le permite sobrellevar el manejo de sus emociones
y muy frecuentemente sobreviene la recaída.
Por lo tanto, es importante desarrollar estrategias psicoterapéuticas que
estimulen la inteligencia emocional del adicto en recuperación, para que
la planeación de su vida, el establecimiento de objetivos existenciales y el
manejo de sus emociones le hagan posible alcanzar una sobriedad que lo
conduzca al éxito.
En nuestros programas psicoterapéuticos de crecimiento y recuperación
para adictos en el CAIPA estamos empezando a aplicar algunas estrategias
específicas para estimular la inteligencia emocional de los adictos en
recuperación. Programas como Ciencia del Yo, aplicados en empresas y
escuelas, han dado buenos resultados. Los principales componentes del
programa Ciencia del Yo son: conciencia de uno mismo, toma de decisiones
personales, manejo de sentimientos, manejo del estrés, empatía,
comunicaciones, revelación de la propia persona, penetración, aceptación
de uno mismo, responsabilidad personal, seguridad en uno mismo, dinámica
de grupo y resolución de conflictos.
Otros programas que también han dado resultado en la estimulación de
la inteligencia emocional es el del consorcio de W. T. Grant, que desarrolla
habilidades emocionales, habilidades cognitivas y habilidades conductuales
o el Programa de aprendizaje social y emocional que se ha aplicado en
niños, con buenos resultados.
Esta alfabetización emocional del adicto podrá dar tan efecto como lo
está dando en niños y adolescentes. No olvidemos que el alcohólico y el
adicto se han paralizado en su crecimiento emocional y se han quedado con
mente emocional de niños y mente intelectual de adultos. Promover este
crecimiento emocional en el adicto estimula la maduración emocional que
posibilitará su sobriedad.
Terminamos con las palabras de Joseph LeDoux, el neurólogo que
descubrió el papel activador de la amígdala en los estallidos emocionales,
cuando hablo del papel de la psicoterapia en la inteligencia emocional:
“Una vez que el sistema emocional aprende algo, parece que nunca se
olvidará. Lo que hace la psicoterapia es enseñar a controlarlo; enseña a la
neocorteza e inhibir la amígdala. La tendencia a actuar queda suprimida,
mientras la emoción básica con respecto a ella queda contenida”.

Bibliografía
Goleman, Daniel. La inteligencia emocional. Vergara Editor. México: 1997.

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