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José de fa Riva-Aguero ~ Fie Prot Pa Cameos Rel Carli oe Ye CPragmento de un. ensayo Sobre los historiadores perudnas) a a 4a a. . “ i 4 * i oy * an . LIMA-PERU ed Oficina tipogrdtica de “La Opinién Nacionar’ : : GREMIOS, 442 1908 La Comisién de Propaganda en el Perf del IV Congreso Cientifico Latino-Americano (1° Pan-Americano), ) juzgando de novedad é interés las teorias sustentadas por el sefior José de la Riva Agiiero en su estudio sobre la Primera Parte “de los Comentaries Reales de Garcilaso, publicado en la Revista Histdrica (1), ha solicitado de su referido.autor un resumen de los principales puntos de vista de aquel trabajo, para presentarlo 4 la Seccién de Historia del Congreso. (2) Véanse el euarto trimestre del tomo I (afio de 1906), y el primero y segundo trimestres del tomo II (afio de 1907). Apreciaciéa de la importancia y valer histérico del cronista Garcilaso de Ia Vega El trabajo (fragmento de un libro en quese estudia y critica 4 los historiadores nacidos en el Perf), es ante todo una rehabilitaci6n de Garcilaso y sus Comentarios, tan ru- da y extremadamente combatidos en estos tiltimos tiempos’ Hora era ya de intentarla, y de reivindicar la real y legiti- ma importancia de los Comentarios Reales, Por ligereza enlas generalizaciones histéricas, porla sobra-de fervor y entusiasmo con que se ha acogido la publicacién de muchos de los analistas antes inéditos, por excesiva protesta contra “el antiguo concepto de la monarquia incdsica que se deducia delas paginas de Garcilaso (y que era sin duda muy falso, no sélo por apasionado é incompleto, sino también por mal interpretado), se ha ido creando tal atmésfera de animad- versién y desdén para con los Comentarios, que puede de- cirse que es hoy temerario arrojo defenderlos ante eruditos americanistas. Pero la moda no es la mejor inspiradora en asuntos cientificos, y las reacciones resultan siempre injus- tas. Importaba, pues, revisar ese fallo condenatorio precipi- tadamente expedido contra Garcilaso, y demostrar cudn exagerados eran muchos de los cargos en que se fundaba, cudn falsos algunos, y cudntas noticias valiosas, cudntos datos insubstituibles, cudntos sugestivos indicios contiene su obra. Eso eslo»queseha hechocon alguna minuciosi- dad en el trabajo al cual este resumen precede (no tanta, sin embargo, como la que el autor querria). De él resulta que los Comentarios Reales, que no deben ni pueden ser, como un tiempo lo fueron, la principal base de la historia incAsica del Perf, son sin embargo uno de los apoyos necesarios, esenciales, de aquella historia, Sirven muchisimo para co- rregir € interpretar, y 4 las veces neutralizar, lo que refieren otros autores. Son, junto conel Seforio de los Incas de pe Cieza, el contrapeso indispensable 4 esa leyenda negra de las maldades y tiranias de los Incas que gana terreno dia 4 dia, asentada sobre las famosas Informaciones de don Francisco de Toledo (de tan escasa buena fe, de sinceridad tan dudosa, engendro de la falsedad sistemftica é interesada de los con- quistadores y del abatido servilismo de los indios); leyenda negra tan antihist6rica, mentirosa y nociva como la Jeyen- ~ da de oro, de prosperidad y bienandanza maravillosas, que por tanto tiempo impuso al mundo entero Garcilaso. Hoy felizmente podemos contraponerlas, y equilibrarlas asi una por otra. Prescindir de alguna de ellas para atender sélo ala contraria, es viciar y desquiciar toda veraz reconstruc- cién histérica de aquel estado social. Y no sélo tiene esta utilidad general Garcilaso, sino que, como ya se indicé, so- bre infinidad de puntos de la historia de los Incas, por ejem- plo sobre su origen, su lengua particular, sus clases y jerar- quias, muchas particularidades de sus instituciones, el desarrollo y conquistas del imperio, y la sucesién de sus principes, es imposible obtener cabal conocimiento si se ol- vidan y ponen deladolos Comentarias Reales. El Examen de ellos, que se lee enseguida, justifica con abundancia de pruebas estas aserciones. I Critica de las Memorias Historiales de Montesinos Mientras que Garcilaso ha sido blanco de los mas furio- sosy contrarios ataques, venidos de partes muy diversas, seha advertido, por extrafio que parezea, en ciertos erudi- tos durante estos filtimos afios, mareada indulgencia para con las fabulosas dinastias de Montesinos. Diriase que amenazan volver los fantaseos y desvarios del desventura_ do y ya remoto intento de Vicente Fidel L6pez, prevalidos ahora dela comprobacién quela arqueologia ha hecho de un gran imperio peruano andino predecesor del de los Incas. ae Es menester, pues, resolver la especiosa confusién entre las conclusiones cientificas 4 que llega la arqueologia preincdi- ca, y los suefiosy falsificaciones que hay en los relatos de Montesinos. Es menester probar que si bien en éstos pare- ce haber una adivinaci6n del imperio preincdsico, no contie- nen fuera deellaen substancia mds que una multiplicacion de estropeados y deformadisimos recuerdos de la época de los Incas, con los cuales ha sido construida Ja ilusoria serie deaquella sucesién de monarcas. Es menester disipar, de una vez por todas y por medio de un detenido anilisis, aquellas fantasmagGricas dinastias que, tantas veces recha- zadas en globo por los mejores peruanistas, vuelven de nue- vod encontrar crédito y 4 embarazar y obscurecer con vanas sombras Ja historia del Perfi antiguo. Y es menester, por filtimo, demostrar que Montesinos no fué en todo ello original; que no hizo sino copiar, probablemente con buena intencién dado el defectuosisimo criterio de la época, los sospechosos relatos debidos 4 varios jesuitas; y que, en consecuencia, sus Memorias Historiales son hermanas de la mentirosa Relacién an6dnima, lo cual, en vez de favorecerlas, las invalida totalmente. (El autor se reserva probar en otra parte que la fuente de esos relatos noes el padre Blas Valera, como lo ha pretendido en un reciente estudio el sefior Gonzflez dela Rosa). Todo.esto se ha procurado hacer en el referido trabajo, examinando con atenci6n el texto de Montesinos. Or HipStesis sobre las antiguas tribus costefias Alexponery recapitular las teorias del doctor Uhle so- bre las primeras civilizaciones de la costa, se les agregan hi- potesis que las completan, basadas en las leyendas yen los mitos propios de aquella regién, tales como la leyenda de la. invasién de los gigantes, los mitos de Con y Pachacémac, y algunas tradiciones de Huarochiti transmitidas por el cura ne Avila. Y no extrafie queen ciertos casos se utilice el ele- mento mitico para reconstruirla historia primitiva. Pro- baria grande estrechez de criterio quien sostuviera que los mitos son siempre y en todo caso una mera interpretacién de fenédmenos fisicos, y que jam4s contienen un nficleo de verdad histérica. Los primeros centros civilizados de la costa peruana han sido perturbados y atacados por invasiones de salva- jes,’ que eran probablemente los representantes dela raza autéctona 6 mds antigua. Las civilizaciones costefas han sido varias y sucesivas; yen su sucesién se descubre la su- perposicién de distintas inmigraciones, cuyo recuerdo se ha conservado en algunos textos de cronistas. (Véase por ejemplo, entre otros muchos, 4 Garcilaso, Comentarios, Primera parte, libro VI, capitulo XVII). Iv El Imperio de Tiahwanaco considerado como quechua Est4 probado que el gran imperio de Tiahuanaco prece- dié en muchos siglos al de los Incas y realizé una obra de unificacién y conquistas muy semejante A lade éstos, que pueden considerarse como sus restauradores é imitadores; pero hay incertidumbre acerca de cudl fue la raza creadora y dominadora de aquel primitivo imperio. En el trabajo cuyas conclusiones aqui se compendian, se plantea la hip6- tesis del origen quechua de Tiahuanaco; y se atribuye 4 una inyasién de barbaros aimaraes su destruccién, que Techudi en sus filtimos escritos pretendié explicar por suposiciones tan raras y peregrinas (Véanse las Contribuciones al estu- dio del Perd antigao, Viena 1892). Para establecer Ja gran verosimilitud y probabilidad de esta hipétesis, se alegan razones y conjeturas de toda especie. La finica que nos pa- rece que puede ser atacada, esla que se refiere 4 la difusién de la lengua quechua, por la sierra del Perfi y Bolivia, y aun -9-— del Ecuador, en épocas muy anteriores 4 las conquistas de los Incas. Se dira probablemente, como ya algunos pare- cen haberlo insinuado, que es a este respecto muy tardioé inseguro el testimonio del padre Velasco en su Historia de Quito; y que la extensi6n del quechua en muchas provincias, y principalmente en tribus barbaras del sur y norte del Im- perio y en parte de la montafa, debe atribuirse 4 los misio-. neros espafioles, que se sirvieron de él como instrumento pa- tala predicacién cristiana. Pero aun cuando dejemos de lado enteramente la aseveracién del jesuita Velasco (A pesar de que éste aprovech6 documentos muy antiguos), y aun cuando aceptemos de plano que los misioneros espafioles propagaron el quechua y ensancharon sus fronteras (por mucho que en algunos puntos mas exacto seria decir que le hicieron reconquistar lo que habia perdido del todo 6 4 me- dias por la gran confusi6n que introdujo la conquista euro- pea), subsiste el hecho de que elidioma quechua se hallaba muy extendido y stficientemente arraigado en buena parte del Imperio, en casi todo él, cuando entraron los espaiioles, Vsélo asf se explica que los espaiioles continuaran sirvién- dose de él como el mejor y mds practico medio de reducir 4 unidad tantas naciones. Ahora bien; jes creible que el esta- blecimiento y arraigo del quechua en la comarca de Quito, enel sur dela actual Bolivia yen las provincias mas sep- tentrionales de lo que es hoy Repfiblica Argentina, provinie- rasélodela dominacién de los Incas, que en ningfin caso duré en aquellas partes m4sde ochenta afios, y que en al- gunas dur6 sinduda bastante menos? Dificil es de admitir, aunque no imposible; pero lo que sies imposible y lo que confirma plenamente la difusién del quechta en una época muy anterior 4 los Incas, es que una buena porcién de aque- Mos idiomas con los que el quechua cuzquefio tuvo que lu- char y 4 los que hubo de imponerse, eran no mds que dia, lectos del propio quechua, nacidos, seg fin parece, de su cruza- miento con antiquisimas lenguas“indigenas 6 con el aimara, que fue el otro gran idioma extendido por todo el Tahuanti- suyu desde remotos tiempos. Asi lo declaran explicitamen- te las muy importantes Informaciones de Vaca de Castro, hechas 4 raiz de la conquista, y en las cuales se lee que en la sierra del Perf, desdeel Cuzco para abajo, 6 sea hacia Quito, ator “eran todas las lenguas allegadas 41a quechua, como la portuguesa 6la gallega 4 la castellana” (No se refiere esto Ala costa, cuyos idiomas pertenecen 4 una familia lingiiis- tica muy distinta). Cuando entr6 Pizarro, el chinchaysuyu, dialecto del quechua, que hoy seusa en Jas serranfas del centro y norte del Pert, existfa ya; y en él, segfin Garcilaso,: habl6 4 los espafioles el rey Atahualpa en Cajamarca, para Ser mejor entendido del intérprete Felipillo. (Comentarios, Segunda parte, libro I, capitulo XXV). Es concebible aca- so que el quechua, idioma extrafio, importado por los Incas €impuesto por ellos en un perfodo queen muchas partes no pudo exceder de cincuenta afios, tuviera la prodigiosa yvir- tud, no sélo de establecerse muy s6lidamente (hasta el pun, to de que los ‘conquistadores en sus relaciones con los indios prefirieron seguirlo usando en vez de ensefiar el castellano)- sino también de producir repentinamente verdaderos dialec- tos? Hay problemas que se resuelven por,si propios, con! s6lo plantearlos. Es inaceptable, absurda, esta milagrosa y¥ rapidisima producci6n de dialectos de una lengua cuya in-_ troduccién databa de tan poco tiempo. Ha debido haber, pues, una antiquisima propagacién del quechua, dela cual son pruebas y restos esos dialectos suyos 4 que se refieren los quipocamayos en las informaciones de Vaca de Castro, ' (publicadas por Jiménez de la Espada con el titulo de Una’ antigualla peruana, Madrid, 1892), Uno de los autores que ms insiste en la variedad y con- fusién de las lenguas indigenas y su diferencia del quechua 6, idioma general, el cronista agustino Calancha, parece refe- rirse ante todo 4 las regiones del Collao y de la costa (lanos yungas, uros y aymaraes); es decir, 4 aquellas regiones en que, segtin la hip6tesis que se presenta en el trabajo que exa- minamos, hubo de destruirse la influencia del primitivo im-: perio por invasiones extrafias (Constiltese Calancha, Crénica dé S. Agustin, libro U, capitulo XVIII). =A het Vv Origen de Ios Incas ApoyAndose en la parte publicada de las Informaciones de Toledo (y con la nueva corroboracién de la Historia de los Incas de Sarmiento de Gamboa, recientemente aparecida, que es resumen de aquellas, y que ha legado 4 conocimiento del autor después de escrito é impreso el trabajo), se explica el mito de los cuatro hermanos Ayar. Representan las cua- tro tribus incas que se establecen en el Cuzco yluchan entre si- Los Incas son, pues, no una extensa familia, sino una nacién dividida en varios clanes 6 gentilidades. Su origen es que- chua, porque asi lo demuestra la lengua particular que ha- blaban, de la cual trata Garcilaso y cuya existencia ha sido puesta en duda por algunos escritores. Esta lengua 6 dialec- to cortesano, inexplicable si los Incas eran sélo tna dinastia 6 familia, resulta de evidente verdad si eran, como lo fueron, un pueblo, una federacién de tribus consanguineas. Dicho idioma cortesano era un dialecto quechua,—el que se habla- ba en el distrito de Pacaritambo, como lo testifica el padre Cobo en su excelente Historia del Nuevo Mundo. Los Incas suben del sur, de las orillas del Titicaca. Asi lo comprueban Ja tradicié6n de Manco CApac y Mama Ocllo, que trae Garci- laso; y las palabras de muchos otros cronistas, entre ellos Cabello Balboa y Zarate. Es probable que la causa ‘determi- nante de su emigraci6n fuera la invasién de los Aymaraes, que desalojaron 4 los Quechuas de la planicie del Collao. Los incas por privilegio de que habla Garcilaso, no son sino las tribus incAsicas inferiores, las que fueron vencidas y sujetadas por la tribu de Manco. Constituian el segundo grado dela nobleza, intermedio entre los miembros de la tribu de Manco y los curacas sometidos y extrafios Ala na- cién incdsica, Precisamente por ser tribus incas, vivian en las cercanias del Cuzco en el espacio de seis y ocho leguas, rodeando como una guardia permanente la capital dela con_ federacién. ea tote La tribu de Manco se subdividia en dos parcialidades: Hananenzcos y Hurincuzeos Estos predominaron 4 los co- mienzos, y sus caciques fueron los reyes dela primera dinas- tia, que llega hasta Capac Yupanqui. Los Hanancuzcosse su- blevaron, los suplantaron en el trono, y elevaron 4 la segun- da dinastia, que principia con Inca Rocca. VI La confederacién incdsica.—Sus conquistus La confederacién incdsica, basada en un sistema muy semejante al feudal, comprendi6 toda la sierra del actual departamento del Cuzco, y muy probablemente Andahuay- las y Abaneay antes de la invasi6n de los Chancas. El Ca- pac Inca, curaca de la tribu de Manco, presidente de la con. federacién, dirigia las conquistas y guerras exteriores, que se extendieron por el lado del Collao; pero como, soberano feu- dal, no tenia en propiedad 6 patrimonio sino la reducida comarca del Cuzco, y sus vasallos y confederados se Je rebe- Jaban muy 4 menudo. Pachacfitee y Tapac Yupanqui cen. tralizan el estado, dominan 4 los curaeas confederados y los reducen 4 la condicién de sfibditos. De este modo se resuelve la contradicci6n entre Garcilaso, para el cual los primeros incas sonya grandes conquistadores, y los cronistas que quieren que s6lo con Pachacfitec hayan comenzado las vas_ tas adquisiciones territoriales. Es inexacto que éstas prin_ cipiaran con Pachacfitec 6 Viracocha; pero si se aceleraron notablemente con ellos y tomaron mayor vuelo, como nece- sario resultado de la unificacién interna del pueblo conquis- tador. VII Sucesidn de los reyes incas Ademés de las breves indicaciones sobre Manco CApac y Sinchi Rocca, y de lo ya exptiesto sobre las dinastias de Hu- =o rincuzco y Hanancuzco, se establece que mayor probabilidad hay de que sea Viracocha el vencedor de los Chancas que n6é Pachactitec, por las razones que han debido de influir en la imposici6n del titulo de Viracocha, por las declaraciones de las muy respetables informaciones de los quipocamayos de Vaca de Castro, y por la manera como debe interpretarse el cantar épico que ha servido de fundamento 4 los relatos de Betanzos, Sarmiento de Gamboa y otros. Se demuestra con numerosas razones que el inca Yupan- qui de la lista de Garcilaso, situado entre Pachacitec y Tt- pac Yupanqui, ha existido y ha reinado efectivamente; que fué hermano ¥ no padre de Tfipac Yupanqui; que su verda- dero nombre es Amaru Tfipac Inca Yupanqui; y que se vié forzado abdicar por el mal éxito de sus expediciones en la montafia y en ‘ hile y por una sublevacién del Collao. Se prueba la realidad de las terribles matanzas de los incas del partido de Huascar, de orden de Atahualpa, narra- das por Garcilaso y puestas en duda por Prescott y otros autores, r VILL Religiones indigenas Se ofrecen conjeturas y explicaciones hipotéticas acerca de los mitos de Con, Pachac&mac y Viracocha; se considera 4 este filtimo como antigua divinidad comin de todas las tribus quechuas; se insiste en el cardcter nacional, gentilicio, que tuvo el culto del Sol (Inti), dios propio de los Incas y por eso impuesto como ‘relig i6n del estado A todo el Imperio y se diserta sobre los sacerdotes, sus clases y jerarquias, procurando aprovechar con catitela hasta las inseguras no- ticias de la Relacién andénima. IX Organizaci6n del imperio En esta parte del trabajo, dos son los puntos de mayor novedad € importancia: la critica de las Informaciones del ea] donee virrey Toledo, y el examen del problema, suscitado en ellas, de la herencia de los curaca*gos. Se hace ver que los propésitos politicos y de lucro fiscal que inspiraron dichas informaciones, hubieron de tender 4 presentar las leyes y usos de los Incas bajo un aspecto siste- maticamente malévolo y calumnioso, Despojadas de toda especie de serenidad € imparcialidad histéricas, las Informa- ciones de Toledo resultan (aunque por opuestas razones y en contrario sentido) mucho mAs sospechosas que los mis- mos Comentarios reales. Importaba en gran manera deter- minar el verdadero alcance y espiritu de las Informaciones, porque el aprecio 6 la desconfianza que merezcan, ha de tras- cender 4 buen nfimero de escritos acerca de las instituciones del antiguo Perti que en aquellas se fundan, y en especial 4 la Historia de Sarmiento de Gamboa, que no es sino su recapi- tulaci6n 6 compendio, En el asunto de los curacazgos, se establece la clara y légica distinci6n entre los curacas hereditarios y los gober. nadores reales amoyibles; géneros de autoridades de muy distinta clase y contrario origen, que deliberadamente se ha procurado confundir desde el primer momento de la conquis- taespafola, Un texto de Cieza de Leén nos ha permitido descubrir los méviles de esta confusi6n voluntaria, que he- mos podido disipar apoy4ndonos en muchas autoridades y en poderosas razones de verosimilitud deducidas de lo que sabemos sobre la constitucién del imperio de los Incas. Lima, 31 de julio de 1908, J. de Ia RIVA-AGUERO. Examen de fa Primera Parte de tos Comentarios Reafes (FRAGMENTO DE UN ENSAYO SOBRE LOS HISTORIADORES PERUANOS) 3.—El crédito dela primera parte de los Comentarios Reales ha pasado por extremas vicisitudes. Gozaron los Comentarios de favor desmesurado por muchos afios. Eran casi la Gnita obra accesible sobre antigiiedades peruanas. Garcilaso, con su amenidad y gracia, hizo olvidar las rela- ciones de los otros cronistas de los Incas. Y mientras éstas permanecieron, salvo excepciones muy raras, manuscritas en los archivos de Espafia (1), los Comentarios se traduje- ron 4 varios idiomas, recorrieron el mundo, y ejercieron, en materia de historia del Peré indigena, una prolongada y ab- soluta dominacién, que hoy expian. Desde mediados del filtimo siglo, la critica moderna des- cubrié la credulidad y parcialidad de Garcilaso Ya Pres- eott lo tach6 de exagerado panegirista, aunque reconocien- do el germen de verdad que no es dificil descubrir en cuanto dice. Después, la publicacién de varias crénicas y de nume- tosos documentos recientemente hallados 6 impresos, han demostrado que Garcilaso es en muchos asuntos incompleto é inexacto, Pero, como siempre, la reacci6n ha resultado ex. cesiva. Del viejo y temerario prurito de tomar por tnico guia 4 Garcilaso, se ha venido 4 parar en otro no menos te- merario; rechazarlo en conjunto, sin distinciones ni salveda- (1) Las afamadas historias de G6mara, Herrera, Zérate y Diego Fer- néndez de Palencia, no tratan de los Incas sino incidentalmente y de manc- ra muy sumaria, = IG =e des, y prescindir por sistema de sus noticias y testimonios. En la hora presente, quien no quiera parecer hombre de atra- sadisima cultura lia de guardarse mucho de citar 4 Garcila- So, como no sea para maltratarlo, Las cosas han llegado al punto de que no sorprende que un ilustre critico, famoso tanto por lo seguro de su erudicién cuanto por lo recto de sujuicio, estampe las siguientes palabras: «Los Comenta- rios Rea’es no son texto histérico; son una noyela utépica, como la de Tom4s Moro, como la Ciudad de! Sol de Campa- nella, como la: Océana de Harrington; ¢l suefio de un imperio patriarcal y regido con riendas de seda, de un siglo de oro gobernado por una especie de teocracia filos6fica» CL) Abramos al acaso el asendereado libro. Nos encontra- mos con estas palabras. sobre-el inca Sinchi Roca: «Algunos indios quieren decir: que este-inca no gané més de hasta Chuncara; y parece que basta. para la poéa posibilidad que entonces los _Incas-tenian.. Empero otros dicen que pas6 mu- . cho m4s-adelante, y gané-otros muchos pueblos-y naciones que van por el camino de Umasuyu. Que sea como dicen los primeros 6 como afirman los segundos, hace poco al caso que lo ganase el segundo inca 6 el terceroy (2). Abrimos los Comentarios por. otro. lado, y leemos: «Volviendo al inca Mayta CApac, es asi que casi. sin resistencia redujo la ma- yor parte de la provincia Hatumpacasa............Sifué en sola una jornada.6 en muchas, hay. diferencia entre los indios, que los mds quieren decir que los Incas iban’ ganando’ poeo 4.poco, por ir.doctrinando y cultivando la tierra y los va- sayos. Otros dicen que esto fué 4 los* principios, cuando no eran._poderosos; pero después que lo fueron, conquistaban todo lo que-podian». (3) Hojeamos algunas pAginas y nos hallamos con-que Garcilaso declara sobre el-mismo Mayta Céapae: ‘‘Como 4.los pasados, le dan. treinta afios de reina- do, poco mas 6 menos, que de cierto no se sabe los que rei- (1) Marcelino Menéndez y Pelayo; Antologia de poctas hispano-ame- ricanos, tomo III, pag. CLXIIL. ~Origenes dela novela, tomo I, paginas CCCXC y siguientes. (2) Cap. XVI deLlibro IL de la Primera parte-de los Comentarios. (8) Cap. II del libro II de la Primera parte de los Comentarios. =e = iW = n6 ni los afios que vivié; ni yo pude haber mas de sus he- chos» {1) Convengamos en que no es éste el tono de un no- velista ut6pico; es el tono de un historiador, Nos sentimos lejos, no s6lo,de Campanella 6 Moro, sino de la impertur- bable seguridad de los cronistas Montesinos y Cabello Bal- boa. Y sin trabajo se podrian multiplicar las citas de seme- jantes pasajes, Garcilaso confiesa 4 menudo que ignora cier- tos nombres, los afios que reinaronlosincas y los queemplea- ron en lascampafias. La sinceridad con que admite y reco- noce incertidumbres y dudas, es garantia de su yeracidad. Cuando se encuentra con tradiciones disconformes, no vacila‘en preséntarlas todas, y 4 veces ni siquiera se toma la libertad de manifestar que se decide por una No estaba tan ayuno de discernimiento el que ha escrito lo siguiente: «Que digan los indios que en uno eran tres y en tres uno, es invencién nueva dellos, que la han hecho después que han oido la ttinidad 'y unidad del Verdadero Dios Nuestro Sefior, para adular 4 los espafioles con decitles que también ellos tenian algunas cosas semejantes A las de nuestra santa reli- gién» (2). «Todo lo que en’ suma hemos dicho de esta con- quista y destubrimiento que el rey Inca Yupanqui mandé ha- cer por aquel rio abajo, lo cuentan los Ineas muy largamen- te, jactandose de las proezas de sus antepasados......... Mas YO, por parecermé algunas de ellas increfbles para la poca gente que fué ........ me parecié no mezclar cosas fabulosas, 6 que lo parecen, con historia verdadera». (3) Claro que no vamos 4 proclamar 4 Garcilaso como de- chado de critica hist6érica, ni como el m4s reflexivo de los cronistas del Pera. Nadie niega_que sea crédulo y parcial. En paginas anteriores he indicado las causas de su creduli- dad y parcialidad; y 4 ellas conviene agregar ahora que por el estado de 4nimo en el cual trabaj6 los Comentarios, te- nia que propender 4 la idealizacién del imperio de los Incas, En el atardecer de su vida y en el retiro de Cérdoba, los cuentos ylas tradiciones que rodearon su cuna y embelesa- (1) Cap. LX del libro ILI, Primera parte de los Comentarios. '2) Cap. V, libro Il, Primera parte. (8) Cap, XV, libro VII, Primera parte. = 138 — ron después su imaginaci6n de adolescente en el distante Cuzco, hubieron de aparecérsele hermoseados por el senti- miento y envueltos en un suave y brillante velo nostalgico, tejido por el encanto de la doble lejania en el tiempo y en el espacio. Pero su credulidad jes por ventura excepcional? iNo es casi la misma que la de todos los escritores de su tiempo? Recuérdese lo que era la critica de los siglos XVI y XVII; traéiganse 4 la memoria los falsos cronicones y los pri- meros capitulos de Mariana y de Florian de Ocampo; y di- gase en seguida si es justo y racional deplorar con tan gran- de y marcada insistencia Ja credulidad y ligereza de quien en la vaga y obscurisima historia incAsica procedié con sagaci- dad indudablemente mayor que la desplegada por la gene- ralidad de sus contempordneos en la indagaci6n de la primi- tiva historia ibérica. Comparemos 4 Garcilaso con los que trabajaron en el mismo campo que él, con los cronistas que trataron de los Incas. De seguro Cieza de-Le6én y Ondegar- do lo superan, aunque no tanto quizi como hoy es moda afirmarlo. Pero comparémoslo, no ya con un pobre indio ignorante, como Juan de Santa Cruz Pachacuti, 6 con el au- tor de una miscelfnea recreativa, como Cabello Balboa; sino con el erudito Montesinos y con el padre Anello Oliva. Toda persona de buena fé reconocera que Garcilaso, el capitan mestizo «nacido entre indios y criado entre armas y caba- llos», aventaja en rectitud de criterio al licenciado de Osuna y al jesufta italiano. Indiscutida y evidente es la parcialidad y apasionamien- to de Garcilaso por los Incas; pero jbasta comprobar la parcialidad de un autor para anular su crédito? Desde He- rodoto y Tucidides, Tito Livio y TAcito hasta Macaulay y Mommsen, parciales son los mas reputados historiadores, Sin cierto género de parcialidad, manifiesta ( oculta, cons- ciente 6 inconsciente, es imposible escribir la historia, Im- porta mucho, por cierto, conocer la magnitud y el aleance del apasionamiento en un historiador, para prever sus erro- res y rectificarlos aproximadamente; pero mientras no se ayerigiie y demuestre que ese apasionamiento ha Ilegado 4 hacerlo mentir, el sentido comfin dicta que se le oiga y con- sulte, con precaucién mayor 6 menor segfin los casos, Si pk) end atendemos 4 Pedro Pizarro y al padre Cobo, que, para dis- culpar la conquista, hacen un retrato tan desfavorable y sombrio del régimen de los Incas, ;c6mo no atender 4 Gar- cilaso, que se detiene en describir los mejores aspectos de ese régimen ? El deber del critico es semejante al del juez: consis. te en adivinar la verdad sirviéndose de las contrapuestas de- fensas, yné en imponer silencio 4 los abogados de las partes, so pretexto de que carecen de imparcialidad. Ser parcial no equivale necesariamente 4 ser embustero. Y téngase en cuenta que (como dice Pi y Margall, uno de los rarisimos es- critores recientes que hacen cumplida justicia 4 Garcilaso ), (1),la parcialidadde los omentarios se halla en las reflexio- nes y consideraciones, mucho mds queen las narraciones y noticias; y es relativamente facil separar éstas de aquellas. La autoridad de un libro hist6érico reposa en lade sus fuentes. De dos clases sonlasdela Primera parte de los Comentarios: tradiciones incAsicas y cronistas espafioles.— En cuanto 4 las primeras, nadie se ha encontrado en situa- cién mas favorable que Garcilaso para utilizarlas. Don Vi- cente Fidel Lépez ha tenido la intrepidez heroica de negar que Garcilaso supiera quechua (2); pero ya Tschudiha da- do 4 tan absurda inculpacién la respuesta que merece. Para escribir los Comentarios, no se satisfizo Garcila- so con sus recuerdos; sino que consiguié que sus deudos y condiscipulos del Pera le enviaran relaciones sacadas de los quipos (3). Y reparese en que la mayor parte de estos sus deudos y condiscipulos pertenecia 4 la alta nobleza incdsica, la cual clase era la finica que sabia en tiempo de la Conquis- ta dar cuenta de los acontecimientos histéricos (4). Es ver- dad que cuando Garcilaso reuni6 esas relaciones habia trans- cutrido medio siglo de colonizacién; y que Cieza y Onde- (1) Pi y Margall: Historia General de América. t. I, vol. primero, pig, 829. (2) Les races aryennes du Pérou (Paris 1881), pAg. 336. (3) Libro I, Cap. XIX de la Primera parte. (4) Véase lo que sobre esto dice el padre Cobo enel cap. II del libro XII de la Historia del Nuevo Mundo.—La exactitud de la asercién se com- rueba con las informaciones que el virrey Toledo mand6 hacer en Jauja y luamanga el afio 1570. Eratalla oe de los caciques € indios viejos de estas provineias acerea de la historia de los Incas, quecrefan 4 Manco CApac padre y predecesor inmediato de Pachactitec (Vid. el extrac- gardo, desde 1550 y 1560 respectivamente, recogieron de los labios de los orejones del Cuzco y consignaron por escri- to los hechos de los antiguos monarcas y las leyes del impe~ rio. Pero la desventaja que en cuanto al tiempo lleva Gar- cilaso respecto de los citados Ondegardo y Cieza, est4 com- pensada si se considera que éstos necesitaron, para enten- derse con los orejones, emplear intérpretes que con frecuencia alteraban y estropeaban porimpericia la exacta significa Ci6n de los ‘tos. Ademds, no pocas veces los mismos in- cas declaranites falseaban los sucésos, por el temor y el rece- lo que les inspiraban los espafioles. Su actitud con Garcila~ so tenia que ser diversa, Si 4 alguien pudieron confiar con verdad y solicitud las noticias de sus antiguallas, fué al amado pariente; y si hubo alguien capaz de comprenderlas, fué seguramente Garcilaso, educado en aquella tradici6n. Encuanto 4 los historiadores espafioles que le precedieron, Garcilaso anuncia desde el principio que los copiard 4 la le- tra donde conviniere, ‘‘para que se vea que no finge ficcio- nes” (1). Cumpliendo la promesa, robustece casi todos sus capitulos con citas de cuantos autorespudo consultar. Se sirve preferentemente de los més fidedignos: del juicioso Za- rate; del agudo Gémara; de los sabios José de Acosta y Jer6- nimo Roman y Zamora; de la Crénica del Pertide Cieza; y de los fragmentos de la crénica de Valera. Aunque sin saberlo, en las paginas de Acosta ha disfrutado de un resumen de los to de las informaciones de Toledo publicado por don Marcos Jiménez de la Espada 4 continuaci6n del Segundo libro de las Memorias dé Montesinos, Madrid, 1872 }. En cuanto 4 las relaciones de meros guipocamayos [ como el Catari in- vocado por el padre Oliva ], Tschudi explica muy bien en su Contribucién para el estudio de la arqueologia y linguistica’ del Perd antiguo [ Viena 1891 ] las razones de la escasa confianza que debe piestarseles. No estando interesados de igual modo que los orejones 6 incas en retener después de la conquista los comentarios verbales que eran la indispensable clave de los quipos-histéricos, los dejaron caer en olvido; y suplieron con mentiras la ciencia que ya les fultaba.. Pero estas consideraciones no son aplicables na- turalmente’4 los quipocamayos el Cuzco, que vivian en el foco de los re- cuerdos incdsicos. De estos guipocamayos cuzquefios existe una valiosa in- formacién, que hemos de utilizar en nuestro estudio, hecha en 1542 por mandado de Vaca de Castro. La publicé Jiménez de la Espada [ Una anti- gualla peruana, Madrid, 1892 | n6en la redaccin original, hoy perdida, sino en el resumen que de ella compuso el afio 1608 un cierto fray Antonio, probablemente fray Antonio Calancha. (1) Libro I, cap, XIX de la Primera parte. fe 2 = Ole trabajos de Ondegardo, y 4 través de Roman y Zamora del texto literal de una relacién del padre Crist6bal de Molina (1), Puede, pues, decirse que dispuso de los mds ricos y abun- dantes materiales. Apoyados en tales fundamentos, sus Co- mentarios (digase lo que se quiera) son dignos de muy seria atencién, Cierto que en muchas cosas Garcilaso se aparta de los cronistas espafioles, cierto también que algunas de sus opiniones personales (como las relativas 4 la religion y4 los sacrificios humanos) estan definitivamente refutadas; pero en otras cuestiones es probable que, por su especial condi- cién y por los datos que posey6, haya él solo acertado con la verdad, Un examen de sus discrepancias con los demas cro- nistas y de los vacios que en él advierte la ciencia moderna, sera el mejor medio de tasarlo en su justo valor. La primera acusacién que se le dirige, eshaber negado la cultura preincdsica. Empapado en las fabulosas tradiciones de sus parientes los Incas, que pretendian arrogarse el titulo exclusivo de civilizadores del territorio, nos pinta 4 los pe_ ruanos sumidos antes de Manco CApacen profunda barba- rie y aun en el salvajismo: ‘En aquella primera edad y an- tigua gentilidad, unos indios habia poco mejores que bes- tias mansas y otros mucho peores que fieras bravas Gente sin letras ni ensefianza alguna............ Los mas politi- cos tenian sus pueblos poblados sin plaza ni orden de ca- les ni de casas. Otros en chozas derramadas por los campos, valles y quebradas........ Vivian en latrocinios, robos, muer- tes, incendios de pueblos; yde esta manera se fueron ha- ciendo muchos sefiores y reyecillos, entre los cuales hubo algunos buenos, que trataban bien 4 los suyos, y los man- tenian enpaz y justicia. A estos tales, por su bondad y no- bleza, los indios con simplicidad los adoraron por dioses, (1) Compérese la parte relativa al Peri de las Reptiblicas del Mundo de Roman con el fragmento de la Historia de Las Casas, publicado por Ji- ménez de la Espada bajo el titulo de Las antiguas gentes del Pert, y que, como el mismo Jiménez dela Espada lo comprucha, no ¢s sino una trans- cripeién, con ligeras variantes, de un manuscrito de Molina, =a oot viendo que eran diferentes y contrarios de la otra multi- tud de tiranos. En otras partes vivian sin sefiores que los mandasen ni gobernasen, ni ellos supieron hacer repaiblica de suyo, para dar orden y concierto en su vivir.. unos fueron en su vida, costumbres, dioses y sa barbarisimos, fuera de todo encarecimiento. Otros hubo simplicisimos en toda cosa.......... Otros participaron del un extremo y del otro, como lo veremos en el discurso de nuestra historia.’’ (Comentarios Reales, Primera parte, Li- bro I, caps. IX, XII, XIV). Garcilaso atentia un tanto el aleance de esta pintura al ¢ranscribir en el libro III las relaciones de su condisefpulo Diego de Aleobaza y de Pedro Cieza de Leén sobre las rui- nas de Tiahuanaco: y alcontar enel libro VI la reduccién de los sefiorios de Chincha, Chuquimaneu, Cuismancu y el Gran Chimu. Por los pasajes citados reconoce técitamen- te agrupaciones sociales anteriores 4 los Incas y bastante adelantadas. Noes éste el inico caso en que ha corregido de algiémn modo sus primeras aserciones. Como la elabora- cién de los Comentarivs dur6 varios afios, se ha encontrado A veces con nuevos documentos, que lohan convencido de la inexactitud de lo que habia asegurado. En lugar de alte- rar lo ya escrito, ha preferido entonces desmentirse en capf- tulos posteriores. Asi lo hace en lo relativo al mfmero de descendientes de los reyes incas, que 4 la saz6n quedaban en el Pera (cap. XL del libro IX, Primera parte), Semejante método prueba una sinceridad que lo honra y que inspira confianza, y una negligencia de redacci6n que su vejez yla magnitud de su obra disculpan. Pero con atenuaciones 6 sin ellas, siempre resulta que ha desconocido la existencia de una verdadera civilizaci6n an- terior Ala de los Incas. Ahora bien; se ha demostrado de manera irrefragable que esa civilizaci6n existié y aleanz6 gran florecimiento. Numerosos edificios ciclépeos, cuya ar- quitectura es muy distinta de la empleada en los palacios y monumentos construidos por los herederos de Manco; ins- cripciones jeroglificas vetustisimas; artefactos de forma y colorido especiales y extraidos de enormes profundidades; la nimemorial difusién de la lengua quechua por la sierra hasta ogee la comarca de Quito, donde Tapac Yupanqui y Huayna Cé- pacla hallaron ya establecida, lo cual supone una antigua conquista; y, por fin, la consideracién de que un sistema so- cial y politico como el del Tahuantinsuyu no se improvisa y ha necesitado sin duda para nacer y desarrollarse el trans- curso, né de una, sino de muchas dinastias; son los argu- mentos incontestables en que se basa la tesis de la civiliza- cién preincAsica, 6 mejor dicho, de la serie de civilizaciones y dominaciones que durante siglos precedieron 4 los Incas. Y no se trata s6lo de estados pequefios, de particulares y aislados focos de civilizacién, como se creia antes. La pene- tracién del idioma quechua y de las construcciones megaliti- cas hasta Pasto por el norte y hasta Tucumdan por el sur, y ltimamente el descubrimiento en Moche de objetos perte- necientes 4 la misma €poca que los templos y relieves de Tia- huanaco, nos obligan 4 aceptar que 4 principios de la era cristiana una gran unidad étnica y politica, un vasto impe- rio, abarcé la misma extensi6n que el inc4sico. Y aun aquel antiquisimo imperio, llamado por lo coman de Tiahuanaco, encontré ya en la costa una civilizaci6n preexistente y adul- ta, y distinta de la de los Chinchas y Chimus que los Incas sujetaron (1). Por haber negado Garcilaso tan largasseries de culturas, ¥ por haber sido el autor favorito de sus impugnadores, dijo de l don Vicente Fidel L6pez (2) que, con el objeto de con- centrar sobre sus antepasados los Incas las glorias de toda la raza peruana, no habia vacilado en suprimir, 4 sabiendas y de una plumada, la historia de cuatro mil afios. No es me- nester mucho esfuerzo para disipar tan injurioso é inmereci- do cargo. Garcilaso ha ignorado, pero no ha mentido. Ha referido lealmente lo que le contaron los indios serranos, ol- vidados, por su falta de letras, del primitivo imperio, y 4 los que no habia Megado nunca sino una repercusién muy de- bilitada de las lejanas civilizaciones costefias. Y tan cierto (1) Asi aparece de las interesantisimas excavaciones del doctor Maxi- mo Uhle en Chanchn, en Pachacdmac, en Nazca y en la Nieverfa (valle de Lima). (2 Vicente Fidel Lépez, Les races aryennes du Pérou, ager és esto que todos los cronistas del siglo XVI presentan des- cripeiones de los tiempos preinc4sicos fundamentalmente idénticas 4 la de Garcilaso. Cieza de Le6n, no obstante de que en la Cr6niea de] Peri sefala el cardcter prehistérico de las ruinas de Tiahuanaco, Huaraz y Vinaque, escribe en el Sefiorio de Jos Incas: ‘‘Muchas veces pregunté 4 los mora- dores destas provincias lo que sabian que en ellas hobo © antes que los Incas los sefioreasen; y sobre esto dicen que todos vivian desordenadamente, y que muchos andaban desnudos, hechos salvajes, sin tener casas ni otras mora- das que cuevas de las muchas que vemos haber en riscos grandes y pefiascos, de donde salian 4 comer de lo que ha- llaban porlos campos. Otros hacian en los cerros casti- llos que laman pucara, de donde ahullando con lenguas extrafias, salian 4 pelear unos con otros sobre las tierras de labor 6 por otras causas, y se mataban muchos dellos, tomando el despojo que hallaban y las mujeres de los ven- cidos.” (1) El padre Acosta trae las siguientes palabras: “Y asi tienen por opinién que los Tampus son el linaje mAs antiguo delos hombres. De aqui dicen que procedié Man- go Capac, al cual reconocen por el fundador y cabeza de los Incas.” No les dé mds de cuatrocientos afios de histo- ria, y agrega: ‘Todo lo de antes es pura confusién y tinie- blas, sin poderse hallar cosa cierta........Hay conjeturas muy claras que por gran tiempo no tuvieron estos hombres re- es nireptblica concertada, sino que vivian por behetrias, como ahora los Floridos, los Chiriguanas y los Brasiles.....- Primeramente en el tiempo antiguo en ¢l Pir no habia reino ni sefior 4 quien todos obedeciesen, mds eran behe- trias y comunidades.” Estas behetrias y comunidades “se gobiernan por consejo de muchos y son como concejos. En tiempos de guerra cligen un capitan 4 quien toda una nacién 6 provincia obedece. En tiempo de paz cada pueblo 6 congregaci6n se rige por si y tiene algunos principalejos 4 quienes respecta el vulgo, y cuando mucho jfintanse algu- nos de éstos en negocios que les parecen de importancia, 4 (1) Cieza de Le6n, Sefiorfo de 10s Incas, Cap. IV. = 25e= ver los que les convienen.” (1) Pedro Gutiérrez de Santa Clara dice: “Los indios viejos oyeron Asus mayores, y lo tienen hoy dia en sus memorias y cantares, que hacia seis- cientos anos no tenian reyes sino unos seforetes que gober- naban en las provincias;” y Pedro Pizarro: ‘La tierra [del Peri] antes que estos sefiores [los Incas] la subjetasen, era behetrias; aunque habia algunos sefores que tenfan sub- jetos al gobierno pueblos pequefios cercanos 4 ellos, y és- tos eran pocos. Y ansi en las behetrias traian guerras unos con otros.” Herrera y Diego Fernandez de Palencia con- firman la misma versi6n Las Casas y Fray Jer6nimo Ro- man, que lo sigue, se expresan de la primera época, seiscien- tos afios antes de la Conquista, como de un periodo de sen- cillez y rusticidad, en que los naturales se gobernaban por teyezuelos “‘pequefios y de no mucho poder, por ctianto eran comtinmente de los mas buenos y principales de los pue- blos;” en suma, de una civilizacién incipiente y escasisima, que se toca con la barbarie, aunque “los que vivian en los llanos [la costa] eran més politicos (2). Las informacio- nes hechas en el Cuzco el afio 1572 por mandado del virrey Francisco de Toledo, y que contienen las declaraciones de gran nfimero de indios nobles y ancianos, dilatan hasta los reinados de los incas Pachacfitec y Tfipac Yupanqui la edad de la behetria, durante la cual estaba el territorio ocupado por tribus barbaras que vivian en guerras continuas, acau- dilladas por sinchis 6 capitanes electivos y eventuales. Las informaciones de Vaca de Castro y la relacién del oidor San. tillan aceptan igualmente la behetria preincdsica. El padre Cobo, historiador del siglo XVII pero merecedor de gran consideracién, puesto que se aprovechdé de los escritos de Ondegardo, menciona con Cieza y muchos otros las ruinas de Tiahuanaco y Huamanga, sin explicar su origen, y 4 con- tinuacién emplea casi los mismos términos que Cieza y Gar- cilaso: “Segfin cuentan los indios del Cuzco, eran antigua- mente por extremo barkaros y salvajes..... Vivian sin ca- (1) P. José de Acosta, Historia natural y moral de las Indias, libro I Ca p. 25; libro VI, Cap. 19. é (2) Roman y Zamora, Repiblicas del Mundo, Cap. X del libro Il de las Repablicas de Indias. — 26— beza, orden ni policia, derramados en pequenas poblacio- nes y rancherias, con pocas més muestras de raz6n y en- tendimiento que unos brutos, 4 los cuales eran muy pare- cidos en sus costumbres fieras, pues los mds comian carne humana y no pocos tomaban por mujeres 4 sus propias hi- jas y madres; y todos tenian gran cuenta con el demonio, 4 quien veneraban y servian con diligencia. Hacfanse con- tinua guerra unos pueblos 4 otros por causas muy livia- nas, cauttivandose y maténdose con extraordinaria cruel- dad. Las ocasiones mAs frecuentes de sus contiendas y ri- fias eran el quitarse unos 4 otros el agua y campo. Para defenderse de sus contrarios hacfan los menos poderosos sus habitaciones y pueblos en lugares altos 4 manera de castillos y fortalezas, donde se guarecian cuando eran aco- metidos” (1). Juan Santa Cruz Pachacuti, representante de las tradiciones de la regi6n de los Collaguas, cuenta que en la primera €poca, denominada purunpacha (literalmente tiempo del desierto 6 despoblado), subieron de Potosi al Perti ejércitos 4 hordas, las cuales poblaron la tierra; y que luego vino la época de confusié6n y guerras, y la consabida behetria. Las anteriores citas comprueban la perfecta honradez con que procedié Garcilaso en este asunto de la historia pre- incdsica. Dijo lo que supo, y supo lo que la inmensa mayo- ria de sus mas entendidos contempordneos. Es, pues, imper- tinente é injusto censurarlo con tan grande aspereza por ha- ber ineurrido en una omisién que ha compartido con tantos y tan escrupulosos cronistas. Los indigenas habian perdido la memoria de losconstruc- tores de Tiahuanaco. A Cieza le confesaron ‘que no sabian qvién hizo aquella obra”. (2) El padre Cobo nos transmi- te que ya lo ignoraban en el reinado de Yupanqui. De tiem- pos muy posteriores 4 los del apogeo de Tiahuanaco y aun correspondientes 4 los de los primeros incas, se retenfan en el Collao los nombres de dos dinastias decuracas rivales: ha- blan Cieza, Garcilaso, Herrera y otros, de Zapana y Cari; y (1) Bernabé Cobo, Historia del Nuevo Mundo, libro XII, cap. 1 (2) Cieza, Cronica del Peré, cap CV. oe estos eran titulos 6 apelativos hereditarios en el linaje de di- chos principes collas. Cieza y Herrera les atribuyen la des- trucci6n en la isla de Titicaca de ciertas gentes blancas y bar- badas (1). Tales son las raras y confusas noticias que po- seemos sobre la época primitiva en el Collao. Se habian extinguido, por consiguiente, en su mayor parte, hacia el siglo XVI, los recuerdos preincdsicos de la region que incues- tionablemente fué, como sus construcciones lo muestran, el mis principal centro de civilizacién en la sierra. No sucedia igual cosa en la costa, Como aqui duré poco la dominacién de los Incas, se mantuvo la tradici6n de las dominaciones anteriores; y son visibles sus huellas, no s6lo en los vasos y tejidos que la arqueologia desentierra, sino en las crénicas y relaciones de los espafioles. Todas ellas refieren. inmigra- ciones maritimas, como la muy conocida de los gigantes en Puerto Viejo y Santa Elena. Fernando de Santillan recono- ce especialmente la extensi6n del sefiorfo del Gran Chimu y de otros caciques costefios. Ya hemos dicho que el mismo Gareilaso admite de manera iniplicita la adelantada organi- zacién de estos curacazgos de los yungas. En las informa- ciones de Vaca de Castro leemos que el Gran Chimu gober- naba desde Nanasca hasta Piura “aunque algunos afirman que lleg6 hasta Puerto Viejo. Fué sefior universal dela costa, sin tocar en cosa alguna de la serrania; y le recono- cian y servian con mucho amor y respeto, y le tributaban en toda la costa con lo que cada uno tenfa en su tierra como 4 sefiores naturales antiquisimos, mucho mas que los ingas, con mas de veinte vidas mds.’ Cabello Balboa relata el establecimiento en Lambayeque del jefe extranjero Naymlap, y nos ofrece los nombres de sus sucesores y hasta de sus principales compafieros y cortesanos (los cuales es de suponer que hayan sido personajes de un cantar épico) (2). Pe- ro sien la costa se mantenfa el recuerdo de la época de loscu- (1). Cieza, cap. C. (2) También pueden ser restos de cantares referentes 4 antiguas inva— siones de la costa, las falbulas de Quitumbe, Tumbe, Huayanay y Atau, que el padre Anello Oliva consigna en la introduccién 4 su Historia de los Je- suftas del Peri. Pero el padre Oliva ha unido estas fabulas, por medio de un lazo desecertado y burdo, 4 las tradiciones del Collao y del Cuzco, con las que evidentemente no tienen ninguna relacién. 4 = ORV racas independientes (como que apenas hacia cien aiios que habia cesado), se habia borrado, del mismo modo que en la sierra, el del remoto imperio megalitico, El fnico historiador importante que sostuvo la existen- cia de este imperio, fué el licenciado Fernando Montesinos. Asegura Montesinos que Pirua Pacari Manco, denominado también Ayar Uchu, fué el padre de Manco Capac y el fun- dador del reino peruano y del Cuzco, su capital; que el quin- to de sus sucesores gané las comarcas de la costa, Chacha- poyas y Quito; que al cabo de muchos afios ocurrieron va- rias irrupciones de tribus venidas del sur y que la naci6n de los Chimus arribé 4 Santa Elena, Trujillo _y Pachacamac, se estableci6é en todo el litoral y ocupé en la sierra Cajamarca, Huditara y Quinua; que después de haber gobernado sesen- tay dos monareas cuzquefios, en constante lucha con los costefios 6 yungas y conlos barbaros de Tucumén y Chile, elimperio sucumbi6 por la acometida de nuevas hordas fe- roces: el rey Titu Yupanqui fué derrotado y muerto en Puca- ra, la anarquia se extendié en el pais, el Pera se fragment6 en pequefios estados, cada provincia eligié caudillos parti- culares, el Cuzco fué deshabitado, la dinastia legitima se refu- gié en el pueblo de Tamputocco 6 Pacaritampu, las costum- bres se corrompieron, la religién se alter6, y se perdieron los jeroglificos, conocidos desde los primeros tiempos. El rey T&pae Cauri, 4 semejanza del Chin-huang-ti de la China, or- dené la destrucci6n de las quileas 6 pergaminos y de las hojas de Arboles en que escribian, y prohibid, so pena de vida, el uso de las letras, que fueron reemplazadas con los quipos. Continué el desorden hasta que el joven Roca, auxiliado por su madre Mama Cibaco (6 Cihuaco), di6é principio 4 la nue- ~ va dinastia de los Incas y comenz6 4 reconstruir trabajosa- mente el imperio del Cuzdo. Estos son los rasgos esenciales del relato de Montesinos. El doctor Lépez, ya tantas veces nombrado, lo opuso con tono victorioso 4 los de los otros cronistas, y al de Garcila- so en especial; y asent6 sobre él buena parte de sucélebre sis- tema. Lo filtimo dista mucho por cierto de ser una reco- mendacién para Montesinos. Don Vicente Fidel Lépez, au- tor de la extrafia doctrina del orfgen ario de los peruanos (hoy abandonada por todos y refutada sin réplica), que de- = eye fendié con los argumentos més peregrinos é insdlitos, dig. nos algunos de perdurable recordacién en calidad de jocosos ejemplos de ofuscamiento inverosimil (v. gr.; la etimologia dela voz hatunruna y la disertaci6n sobre el supuesto culto de la diosa Ati); hombre de sobrada fantasia y de poquisi- ma cireunspecci6n cientifiea; ewyos procedimientos favoritos eran las analogias y las caprichosas conjeturas; tuvo que sentirse halagado y satisfecho al hallar en Montesinos pa- labras que podian parecer directas pruebas de su tesis (como la procedencia armenia de Pirua Pacari Manco, y los pri- meros pobladores ) (1); noticias sospechosas en verdad, pero que se prestaban para servir de apoyo 4 sus pretensiones de renovador de la historia peruana; y, por fin, una personali- dad de escritor que por el criterio y el cardcter se avenia ma- ravillosamente con sus aficiones y tendencias. Lo mismo cabe decir del viajero francés Wiener, que ha seguido 4 Lé. pez y que es su merecido émulo en imaginacién y ligereza, Interpretando, y en ocasiones con mucha sutileza y pe- netraci6n, los sobrenombres de los soberanos de Montesi- nos, llega Fidel Lépez A suponer que en el Peri preincdsico hubo dos castas rivales, la de los sacerdotes 6 amautas, y la de los guerreros 6 piruas, que por largo tiempo se dispu- taron el mando. Como esta suposicién no carece de corro- boraciones, m4s 6 menos obscuras pero reales, en ciertos cronistas (véase Cabello Balboa sobre el influjo de los sacer- dotes en el reinado de Mayta CApac, quien Jos favorece al re- vés de sus pasados; y Cobo sobre el linaje de Tarpuntay), es probable que sea uno de los aciertos, no raros por lo dem4s, de Lépez. Elcual, 4 despecho desu sistema y de su lasti- mosa manera de investigar, tiene con frecuencia observa- ciones muy utilizables y at verdaderas intuiciones. El cua- dro que presenta de la historia peruana estd inspirado evi- dentemente en la deliberada intencién de reconstruirla por analogia con la de los pueblos egipcio, caldeo, asirio, indio y chino; se compadece con el ordinario curso de las primiti- (1) No obstante, Montesinos confiesa que lo de la oriundez armenia de los peru anos, es teorfa de su propia cosecha, exigida por la fécristiana y el respeto debido 4 las Sagradas Escrituras; y que los peruanos se crefan au- téctonos. — 30 — vas civilizaciones; y seria aceptable si descansara en menos fragiles cimientos. Ciertamente, en pro de Montesinos militan razones de mayor peso que las sefialadas por el doctor Lopez. En pri- mer lugar, ya hemos visto que la arqueologia ha confirma- do la narracién de Montesinos en lo que se refiere 4 un gran imperio preincdsico y al uso en un tiempo de la escritura je- roglifica. Esto le da valor excepcional: lo exime de la tacha de falsario, que por tantos afios se le aplic6, y revela que co- nocié un hecho importantisimo y hasta’ ahora tan oculto- En segundo lugar, ha resultado que dos autores, hace poco ignorados, concuerdan con élen la serie de reyes preintdsi- cos. Son el de la relacién publicada en 1879 por Jiménez dela Espada, y eldel vocabulario citado por elpadre Oliva (Véase atrds, en el estudio sobre el padre Valera, los motivos porlos cuales no creo que éste haya sido el autor de ese vocabulario). En virtud de las anteriores razones, la situacién de Montesi- nos, antes débil y desdefiable por aislada, ha parecidorobus- tecida extraordinariamente; y muchos creen que se ha abier- to para el maltratado analista una éra de completa rehabi- litaci6n. En el sentir de algunos sabios. Montesinos esta destinado 4 ser para la primitiva historia del Pertilo que Manetén para la de Egipto: y seria preciso continuar y de- sarrollar las indicaciones de Lopez, aunque rechazando na- turalmente las que tengan relaci6n con la desdichada hipé- tesis de las derivaciones arias, y expurgd4ndolas de temera- rias € inconsistentes conjeturas. Asi, Montesinos, corregido ¥ rectificado por la critica, quedaria convertido en la piedra angular de la mas antigua historia peruana. Me parece que hay mucho que rebajar de estas afirma- ciones; y que tan injusto es el absoluto desprecio de otros dias, como el excesivo é hiperbélico aprecio que ahora quie- re abrirse camino. La ciencia arqueolégica ha probado que en la sierra una gran dominacién antecedié 4 los Incas; pero no ha probado de ningtin modo que el centro de esa domina- cién fuera el Cuzco, y tal es precisamente la tesis de Monte- sinos. Todo hace presumir que el Cuzco antes del estableci- miento de Manco Capac haya sido una poblacién de secunda- ria importancia; y que la capital religiosa del imperio primi- Sg eae tivo haya sido Tiahuanaco, y la politica y guerrera Hatun- colla 6 Paucarcolla. Montesinos ha sabido la existencia de aquel imperio, y no se le puede negar tan alta gloria; pero lo ha confundido y entreverado con el de los Incas, y ha hecho asi un caos, un conjunto enigmético de tradiciones de la €poca megalitica interpoladas con tradiciones incdsicas, un libro dificilisimo de interpretar y utilizar, porque al lado de datos de la més venerable antigiiedad, contiene adulteracio- nes que pueden Hevar 4 los mayores extrayios. Aunque ta- les adulteraciones no deben achacarse, 4 lo ménos en su to- talidad, 4 Montesinos, sino 4los recuerdos indigenas y al escritor 6 escritores de quienes las copié. En mi opinién, es en esta parte de sus Memorias historiales un mero copista de anteriores trabajos. Por eso tampoco hay por qué des- lumbrarse con la concordancia que existe entre su serie cro- noldégica de reyes preinc4sicos y la de los nombrados por el jesuita dela relacién andérima y el del vocabulario que cita el padre Oliva. Es seguro que los tres han bebido en la mis- ma fuente de informaciones. Como dice Feij6o0: ‘En las mds relaciones hist6ricas, cien autores no son mAs que uno solo; esto es, los noventa y nueve no son mds que ecos que repi- ten la voz de uno que fuéel primero que estampé la noti- cia.” ;Quién fué en ésta el primero? No podemos adivinarlo, pero indudablemente no ha sido Montesinos. Venido 4 Amé- tica después de 1628, se ha encontrado ya con el vocabu- Jario antedicho, y conla relacién anénima, que son de los fl- timos aiios del siglo XVI 6 de los primeros del siglo XVII. Repfrese, por otra parte, en que ambas obras, el voca- bulario y la reiacidén, proceden de la misma congregacién: de la orden jesuitica. Los jesuitas desde su establecimiento en el Perfi se entregaron con ardor al estudio de las antigiie- dades; y algunos de ellos, recogiendo tradiciones y cantares, y quiz4 también manuscritos deinvestigadores espafioles que los habian precedido, lograron rastrear el yaguisimo recuer- do que unos pocos indios conseryaban del imperio anteincd-) sico. Imposible es determinar cémo y por qué medios pudie_ ron sorprender el secreto que se resistié A los historiégrafos mas diligentes y mAs vecinos 4 la ( onquista. Debieron de transmitirselo herederos de los recuerdos de colegios sacer- dotales, 6 tal vez descendientes de familias en que no se ha- goles bia olvidado por completo la escritura jeroglifica. El jesuita que escribié la relacién andénima la apoya en numerosas informaciones de conquistadores, indios nobles y quipocama- yos, cuyos nombres declara 4 veces; y aunque la veracidad de esta relacién es en extremo dudosa, bien puede ser que los documentos 4 que se refiere hayan existido, y que encerraran indicaciones mas 6 menos alteradas sobre el imperio megali- tico. Lo finico que queda en claro es que los jestitas poseye- ron uno 6 varios escritos que ofrecian de los sucesos y reyes del Perf un relato muy semejante alde Montesinos. Ese re- lato tenia de seguro un fondo yerdadexo; pero viciado por la confusién de las tradiciones, propia de pueblos bérbaros; por la irrupcion de hechos y recuerdos m4srecientes, como los in- cAsicos; por la duplicacién de los mismos acontecimientos, tan frecuente en los tiempos primitivos, 4 consecuencia de la corrupcién de las versiones; y, en fin, por Ja consciente 6 in- consciente falsedad delos mismos compiladoresespafioles, que se apresuraron 4 alinear en rigoroso orden cronol6gico y ge- neal6gico las raras anécdotas y los obscuros mitos de que alcanzaron conocimiento. No hay duda que Montesinos, que fué muy amigo y protegido de los jesuitas, encontré su cua- dro de dinastias preincdsicas entre los papeles de la Compa- fifa y se apresur6 4 transcribirlo (1), Seria hip6tesis impro- bable en sumo grado suponer que, habiendo sido, como lo fué, asiduo concurrente 4 la biblioteca delos jesuitas de Lima y muy prolijo investigador, no hubiera tropezado con aque- llos trabajos; y que por mera coincidencia hubiera obtenido identidad perfecta en los nombres y aproximacién tan gran- de en la serie de sucesién deaquellos soberanos. Ademas, por (1) No pudo ser, sin embargo, su fuente inmediata el vocabulario que el padre Oliva consult6; porque en éste el orden de los reyes peruanos difie~ re del seguido por Montesinos. Cépac Raymi Amautacs en dicho vocabu- lario trigésimo nono rey del Pera y Cuyus Manco (6 Cayo Manco) el sexa- gésimo cuarto; y en Montesinos figuran los mismos respectivamente como el trigésimo séptimo y el vigésimo tercero 6 el décimo octavo (en Montesi- nos hay dos Cayo Manco Amauta.) El rey Cépac Yupanqui Amauta ocu- pa, tanto enel vocabulario como en Montesinos, el lugar cuadragésimo tercero. Pero hay que advertir que Montesinos erré varias veces en la cuen- ta de sus monarcas y les dié nfimero distinto del que les corresponde segtin el orden en que i mismo los presenta. = oa propia confesién de Montesinos, sabemos que los seculares cémputos de historia peruana, la cronologfa del primer im- perio del Cuzco y la noticia de su fundador Pirua Manco; es decir, todo lo que constituye el ¢je del sistema de las Memo- rias historiales, lo sacé de un libro manuscrito que habia comprado en almoneda en la ciudad de Lima y cuyo autor 4 punto fijo ignoraba, aunque le dijeron que lo compuso un quitefio con ayuda de las indagaciones del obispo fray Luis Lopez (1). Las narraciones consignadas en este manuscrito pudieron ser perfectamente el origen de los trabajos de los jesuitas, que arriba he mencionado. Y es el caso que la vera- cidad del manuserito, 4 juzgar por lo que de él conocemos 4 través de Montesinos, se presta 4 las mds vehementes sos- pechas Como hemos visto, no se sabe quién fué su autor ni de dénde provienen sus datos. Montesinos refiere que de alli tom6 la identificacién de Ayar Uchu con el Pirua Man- co, Ahora bien, aquella indentificacién es un grosero error, segfin lo hemos de probar adelante; y el titulo de Pirua 4 todas luces parece una invencién fraudulenta destinada 4 explicar la etimologia del nombre Perd, cuya arbitraria im- posicion por parte de los conquistadores y cuyo completo desconocimiento por parte de los naturales atestiguan las mas seguras autoridades. En vista de esto, zquién nos ga- rantiza que el manuserito inspirador de Montesinos no sea obra de un insigne embustero? El autor de dicho manuscri- to (6 el de otro precedente, del cual 4 su vez ha podido deri- varse el que guié 4 Montesinos) descubri6 probablemente algfin vestigio de. tradiciones sobre el impetio preincdsico, entreveradas de manera inextricable con tradiciones relati- vas 4 los Incas. Entusiasmado con este descubrimiento; de- seoso de fraguar una historia que por su antigiiedad res- pondiera 4 la riqueza y esplendor del territorio y los monu- mentos del Perf} avezado 41a inescruptlosidad propias de aquellos tiempos, que eran los de RomAn de la Higuera y los de la boga de los Cronicones y de Anio de Viterbo; y toman- (1) Montesinos, Memorias antiguas historiales y politicas del Pera, libro I, cap. IV. ESA do tal vez por modelo de genealogias y dinastias de la Bi- blia, debié de arreglar 4 su antojo y sobre ligerisimos funda- mentos la sucesién de monarcas que en las Memorias his- to-iales leemos. Antes que Montesinos, hubieron deadoptar- la los jesuftas anénimos. Asi se explicaria su concordancia’ Esta concordancia y el hecho de que los apuntes de los jesuf- tas sean seguramente anteriores 4 las Memorias historiales, libran 4 Montesinos del estigma de mentiroso (por lo menos en las lineas generales de surelacién) €éimpiden considerar co- mo vulgar recurso de forjador de leyendaslo que nos dice del libro que posey6. No és, pues, el licenciado Fernando Monte- sinos un deliberado inventor de patrafias; pero no es tam- poco el portentoso revelador de una vasta regi6n histérica, que algunos imaginan. Es un compilador de tradiciones preinedsicas amontonadas por otros cronistas, hoy descono- cidos, en las cuales una particula de verdad se ahoga y pier- de bajo inmenso cfimulo de alteraciones y falsificaciones. Y no se diga que la conformidad entre Montesinos y los autores que admitian dinastfas cuzquefias anteincAsicas, puede provenir de haber acudido todos ellos 4 una fuente co- mim: 4 las tradiciones de los amautas y 4los cantares indi- genas de que Montesinos hace mencién repetidas veces (1). Ya vemos que el mismo Montesinos declara que sus mas im- portantes noticias las obtuvo de un libro manuserito. Pero fuera de esto, basta alguna reflexién para convencernos de que el conocimiento directo que consiguié Montesinos de las tradiciones y poesias narrativas de los indigenas, no fué tan- to como el quiere darlo 4 entender. Los cronistas antignos desde Cieza y Betanzos hasta Garcilaso, no han sabido na- da de los complicados cAleulos cronolégicos en que, segfin Montesinos, se ocupaban los amautas. En las informacio- nes hechas por el virrey Toledo, del afio 1570 al 1572, los declarantes son ineas, caciques, quipocamayos y otros ser- vidores reales; pero no figura ningfin amauta. Parece, pues, que esta corporaci6én desapareci6 pronto y que no tuvo la gran importancia que Montesinos le atribuye. En todo ca- so es inadmisible que, ignorada para todos en el primer siglo (1). Por ejemplo, en los capitulos I, IL. V y VII del libro II. ae OS ce de la Conquista, haya reservado sigilosamente sus ensefian- zas hasta la tardia época de las inyestigaciones del preshi- tero osonense. No hay duda que la historia del Tahuan- tinsuyu (como la de todos los pueblos baérbaros y muy prin- cipalmente de los pueblos que carecen de escritura) const ba en cantares oficiales y rituales. De ello dan testimonio Cieza de Le6n, Fernando de Santillan, Pedro Gutiérrez de Santa Clara y otros. Pero por el desconcierto que produjo la Con- quista, estos cantares en tiempo de Montesinos debian de haberse adulterado grandemente y aun extinguido del todo. No se olvide que Montesinos acopié susdatos4 mediados del siglo XV; y né en el siglo XVI como con incomparable au- dacialo aseguré el doctor Fidel Lépez, quetrabucaba y con- fundia cuanto trataba. Si es verdad indiscutida que los indigenas al cabo de cien afios perdieron casi todos los re- cuerdos del pasado incdsico; si por tal circunstancia Garci- laso, aunque nacido en 1539, es para ciertos criticos auto- ridad muy tardia acerca de los hechos de los soberanos indios; jc6mo no hemos de desconfiar cuando se nos dice que el licenciado Montesinos pudo de 1630 4 1640 reunir tradiciones que se remontaban, n6é 4 la dinastia de los In- cas, sino 4 dos mil 6 tres mil afios atras? De lo expuesto, se deduce: 1°, que Montesinos extrajo su relato sobre las edades preincdsicas, de trabajos manuscri- tos anénimos, los euales ya habian inspirado 4 varios jesui- tas; 2° que en esos trabajos hay una parte verdadera y comprobada por la ciencia moderna, pero es parte mini- ma y esta cubierta y entremezclada con toda especie de fal. sedades, exageraciones é interpolaciones, debidas algunas 4 los mismos indigenas y muchas al primer compilador es- panol, que parece, segtin todas las probabilidades, haber si- do un gran falsario; y 3°, que Montesinos, puesto que reco- rTrié el Pera cien afios después dela Conquista, no ha podi- do recoger de boca de los naturales sino muy corrompidas tradiciones y muy degeneradas y escasas muestras de canta- res histéricos. Tan completa es la falta de critica en Montesinos, que el mismo Fidel Lépez, su ciego panegirista, la reconoce y confiesa. El cronista que ha ocupado la primera parte de su 5 = 346 = obra en probar que el Perfi es el Ofir de David y Salomén, reservado por Dios 4 los reyes de Espafia; que ha pretendi- do demostrar esta tesis con pueriles alegaciones de palabras de profetas hebreos disparatadamente interpretadas; que ha aceptado una cronologia tan absurda en los desmesurados reinados de sus monarcas, casi todos prodigiosamente lon- gevos; que con gran seriedad conviene en fijar el principio de Ja historia peruana seiscientos afios después del Diluvio (1); ¥ que sospecha que el patriarca Noé estuvo en el Perfi; no tiene por cierto derecho para reclamar confianza alguna. En las primeras pAginas del libro II de las Memorias se lee: “Los habitadores, de que ya habia copioso nfimero, co- menzaron tener discordias entre si sobre lasaguas y pastos. Para la defensa elegian caudillos los ayllos y familias, con- forme las ocasiones de guerra y paz que se les ofrecia; y con el tiempo algunos hombres que con fuerza y mafia se ayen- tajaban 4 los dem4s, comenzaron 4 ensefiorearse, y asi, po- co 4 poco, fueron prevaleciendo unos mds que otros.”’ Reco- nocemos aqui, por las frases y palabras, la misma tradicién de la primitiva behetria, que traen todos los cronistas y que colocan antes de Manco Cépac. Era seguramente un canto 6 una narraci6n con que los indios del Cuzco expresaban la barbarie, el desorden y fraccionamiento en que se encontra- ba todo el pais, 6 4lo menos el territorio comprendido en- tre el lago Titicaca y los rios Apurfmae y Urubamba, en el periodo que v4 desde Ja ruina del imperio de Tiahuanaco hasta el establecimiento de la dominacién de los Incas. Montesinos aprovecha este relato; pero en lugar de ponerlo, como todos los demAs historiadores, antes de la época incé- sica, lo hace retroceder miles de afios y lo sitGia al principio de un fabuloso pasado. Igual cosa sucede con la leyenda de los cuatro hermanos Ayar. Esta leyenda aparece también en todos los cronistas. Refieren con ligeras variantes Betanzos, Cieza, Cabello Bal- boa. Garcilaso y todos los restantes historiégrafos de los Incas, que de la cueva de Pacarectampu 6 Tamputotcosalie- (1). Memorias historiales, libro I, cap. I, a Fe ron cuatro hermanos llamados Ayar Cachi, Ayar Uchu, Ayar Auca y Ayar Manco, acompafiados de cuatro mujeres que eran 4 la vez sus esposasy hermanas. Lascuatro parejas se dirigieron hacia el Cuzco. Liegados 4 las cereanias de la ciudad, suscitaronse entre ellos rivalidades: uno fué encerra- doen una caverna, dos convertidos en piedras de la sa- grada montafia de Huanacauri; y quedé sélo Ayar Man- £0, que, libre ya de sus hermanos, se establecié en el Cuzco y dié principio al imperio, Algunos de los cronistas re- ducen los Ayar 4 tres, y no falta quienes cuenten que uno de ellos huyé 4 lejanas comarcas para no sufrir la tirania de Manco, y que Ayar Uchu se sometié 4 su afortunado herma- no y loayud6 4 arrojar del Cuzco A ciertas tribus que alli residian. Muy clara es la interpretaci6n de esta fabula, y en parte ha acertado en ella Fidel Lépez (1). Se trata eviden- temente de cuatro tribus hermanas (esto es, del mismo ori- geny del mismo idioma), que vinieron de Pacaritambo 6 que por lo menos en Pacaritambo se fijaron un tiempo, an- tes de proseguir hacia el norte su inmigracién. En el yalle del Cuzco las cuatro tribus lucharon entre sf; y la llamada de Manco (por el nombre de su jefe 6 de su numen tutelar) vencié 4 las otras y las alej6, 6 las someti6 y las colocé en la ciudad y sus alredédores en condicién de subordinadas. Hay una indudable comprobacién de lo dicho en la informa- cién hecha por mandado del virrey Toledo en el Cuzco el 4 de enero de 1572 (2). Declararon los indios de los ayllos de Sahuasiray, Antasfyae y Ayar Uchu, comarcanos del Cuz- co, que sabian por tradicién que sus antepasados habian venido sucesivamente bajo el mando de tres capitanes res- pectivos, Sahuasiray, Quizco y Ayar Uchu, y habian ocupa- do el Cuzco, que ya estaba poblado por el lado del noroeste con algunas chozas de los indios Huallas; y que después ha- bia legado la tribu dirigida por Manco Capac, la cual em- pez6 4 hostilizar 4 las anteriores y mantuvo con ellas cruda guerra hasta que las dominé6 definitivamente en la época del (1), Véase el Gltimo apéndice de Les races aryennes du Pérou. (2). Est4 publicada por Jiménezde la Espada 4 continua i6n del Segun- do libro de las Memorias de Montesinos, en cl volumen décimosexto dela Coleccién de libros espaiioles raros 6 curiosos, [Madrid 1882]. = 88 cuarto inca Mayta CApac. Es probable que los nombres de Sahuasiray y Antasdyac con que en las informaciones figu- ran las dos primeras tribus, hayan sido impuestos por los reyes incas, y que los nombres originarios de aquellas ha- yan sido los de Ayar Cachiy Avar Auca 6 Sauca, que les da” la leyenda; puesto que el ayllo de Ayar Uchu, tinico que en tiempo de Toledo demostré recordar el legendario titulo de su antiguo capitan, fué denominado por el monarea Pacha- efitee Ayllo de los Alleahuizas, seg in vemos en las informacio- nes, y con tal denominaci6n lo mencionan muchos cronistas espaiioles sin sospechar que fuera el mismo grupo que acau- dillé al fabuloso personaje cuya metamorfosis relatan. Si los alleahuizas no hubieran declarado por felicidad en las in- formaciones el antiguo nombre de su ayllo y de su primer caudillo, nos habriamos visto reducidos, como Fidel Lépez, Aconjeturas y sospechas mAs 6 menos atinadas sobre el mito de los cuatro hermanos, y habriamos carecido de la cabal y perfecta prueba de su significado hist6rico, que aho- ra poseemos. Tanto en las informaciones como en los rela- tos de los cronistas, la leyenda de los cuatro Ayar antecede inmediatamente 4 la dinastia incAsica; y uno de ellos, Ayar Manco, es el primer inca. Y asi tiene que ser, porque de otro modo, si supusiéramos contra todos los datos muy anterior 4 los Incas el acontecimiento histérico que dié origen 4 la f4- bula, habria que considerarlo remotisimo, cuando menos del siglo X de nuestra éra (puesto que el imperio de los Incas duré de tres A seis siglos), y entonces no se comprende c6mo han podido conservarse por mas de seiscientos ti ochocientos afios con tanta’claridad el recuerdo de la emigraci6én y la descendencia de cuatro pequefias tribus. Pues bien; Montesinos coloca 4 los Ayar antes del impe- rio primitivo, antes de los reyes piruas y amautas, como 4 mil doscientos afios de distancia del primer inca (1), y dice (1). Para Montesinos el primer inca fué el octogésimo noveno 6 nona- gésimo primer rey del Peré [hay contradicci6n en la cuenta de Montesi- nos]; pero en los escritos que hablaban de dinastias preincdsicas del Cuzco, de los cuales Montesinos se aprovech6 [véase atras], debié de haber vaci- laciones para dar 6 16 @ los primeros soberanos el titulo de Incas, poraue en la Relacién anénima que hemos citado, se ama Inca & Piraa Pacari Manco, cooues que el hermano fratricida y vencedor, duefio del Cuzco y tron- co del imperio, fué Ayar Uchu, el cual después de su victoria tom6 el nombre de Pirua Pacari Manco. Se vé cuan corrom- pidas y cudn contrarias 4 la verdad hist6rica eran las ver- ‘siones de Montesinos. Son las mismas tradiciones incdsicas, que conocemos por los otros cronistas; pero en deplorable estado de alteracién, en confusién extrema, y proyectadas en una época imaginaria. El atento examen del texto de las Memorias historiales confirma plenamente esta asevera- cién. Asi como Ayar Uchu se ha amalgamado con Manco, éste, por un fendmeno que se realiza en todos los ciclos de tradiciones primitivas, se ha desdoblado en dos personas, padre é hijo, Pirua Pacati Manco y Manco Cépac. Un cerro cercano al Cuzco se ha trocadoen el tercer monarca, Huana- cauri Pirua. Luego viene Sinchi Cozque, que parece él Sinchi Roca de los otros analistas incAsicos. Y de esta manera los que Montesinos presenta como antiquisimos reyes del pri- mer imperio peruano, resultan los mismos Incas algo desfi- gurados en sus nombres y hechos, pero no tanto que se haga muy dificil reconocerlos. La leyenda del hijo de Huanacauri, que robado cuando nifo por los enemigos, esta 4 punto de ser sacrificado y Ilora sangre, no es sino la sabida leyen- da del inca Vahuar Hudceac, quiz4 inventada con mucha posterioridad para explicar su enfermedad 6 su sobrenom- bre (1). El propio Montesinos repite lo del Hanto de sangre y da de él una versi6n mas natural cuando trata otra vez de Véhuar Hudeac en la historia de los Incas (2). El rey Inti CApac, que vence junto al Cuzco 4 los hermanos Hua- man Huaraca y Hastu Huaraca, es evidentemente el Viraco- cha de Garcilaso y el Yupanqui Pachactitee de Cieza y Be- tanzos. Puede darse una explicacién de este desdoblamiento de la historia incdsica: el autor cuyas huellas siguié Monte- sinos, ha debido de recoger en diversos lugares del Perfi tra- diciones que se referian 4 los mismos hechos, pero que, por la corrupci6n y degeneracién 4 que habian llegado, como efecto de la transmisi6n oral, parecianrelatar distintos suce- (1). Montesinos, Memorias historiales, libro II, cap. IV. (2). Idem, libro 11, cap. XXII. = pe sos: se han engafiado 6 ha querido engafiarse; ha ordenado en hilera las diferentes versiones, unas 4 continuaci6n de otras; y ha multiplicado de este modo las tradiciones del an- tiguo Perf. En apoyo de mi explicaci6n, seria facil descom- poner la lista de reyes de Montesinos en varias series parti- culares que reproducen visiblemente de trecho en trecho la sucesiOn de los incas, mds 6 menos viciada y reducida. Esas series principian 4 veces con un Maneo Capac y concluyen con un Huayna Tfipac 6 un Hudscar (1). Entre ellas se in- tercalan grupos de reyes que no pueden reducirse 4 la suce- si6n de los Incas y que llevan comunmente nombres usados por los orejones ctizquefios: son sin duda invenciones de ma- Ja f€ palmaria con que alguno de los compiladores ha queri- do llenar los huecos y vacios de la primera lista. Muy clara aparece también en las Memorias historiales la duplica- cién del relato de la ruina del primer imperio, y la huida y retiro de los monareas y la pestilencia general (véase en el libro II de dichas Memorias los capitulos VIII y XIV). En resolucién, dejo 4 salvo por entero la buena f€ de Montesi- nos, quien, segtin he dicho, debié de copiar con gran docili- dad lo que otros escribieron; pero tanto él como los que lo siguen, cuando toman por historia preincdsica lo que en maxima parte es una suma de alteradas tradiciones de los Incas, me parecen semejantes 4 los queen una pared cubier- ta de espejos creyeran ver una real prolongacién del espacio éimaginaran tangibles las lineas y figuras reflejadas. Cabe todavia dirigir contra Montesinos un gran nfime- ro de objeciones secundarias. Cinco de sus soberanos (Man- co Auqui Tipac Pachacuti, Auqui Titu Atauchi, Cayo Manco Auqui, Huqui Nina Auquiy Huispa Titu Auqui) Ile- yan el titulo de auquis; y auquino ha podido ser sobrenom- bre Ilevado por soberanos reinantes, puesto que significa principe 6—digdmoslo al uso de Espaiia — infante, en oposi- cién 4 Capac Inca (rey 6 emperador), Aun otra dificultad (1). Las alteraciones de nombres se explican si recordamos que Tépac, Cépac, Vupanqui, y Tita (que respectivamente significa resplandeciente, sefior 6 rico, memorable y magnanimo) cran titulos comunes 4 todos los reyes incas, ag Al se desprende delos nombres de aquellos reyes preincdsicos, Desde el primero, Pirua Pacari Manco, hasta el filtimo, May- ta CApac Pachacuti, ycon muy pocas excepciones en todo el curso de una serie que comprende varios milenios, esos re- yes presentan los mismos nombres que usaron los més re- cientes reyes incas y los orejones cuzquefios contempordneos dela Conquista. Tal circunstancia supone la permanencia del idioma; ;y c6mo admitir tan sorprendente inalterabili- dad en el idioma de una regién que, segtin el mismo Monte- sinos, fué trastornada por repetidas y terribles invasiones, y cuya civilizacién padecié la catastrofe espantosa, sin pre- cedente en la historia, de olvidar la escritura y retroceder desde los jeroglificos hasta el primitivo procedimiento mne- motécnico de los quipos? Acaso después de las convulsiones de la Edad Media los reyes de Espafia continuaron Namén- dose Ataulfos y Sisebttos, 6 los de Italia Teodoricos y Toti- las? Y no se responda que los nombres de los primeros so- beranos del Perf han debido de ser distintos de los que ofrece Montesinos, pero que tal vez se tradujeron en los fil- timos tiempos 4la lengua quechua, conservando la equi- valencia de los antiguos apelativos; porque Montesinos al dar la etimologia de las palabras Cuzco é Illatici Viracocha admite de manera implicita que el mismo idioma se hablé enelimperio 64 lo menos en su capital, desde el Pirua Manco, poco posterior al diluvio biblico, hasta el inca Huayna Cdpac, padre de Atahualpa. Noticias como ésta dejan muy mal parado el crédito de las Memorias historia- les, No agregaré 4 las anteriores objeciones una que de ordi- nario se aduce contra Montesinos, porque la creo mucho menos contundente, Se dice que es inaceptable su relacién del imperio preincdsico, porque habiéndose perdido las le- tras, no subsistié de él memoria duradera, Pero no es cierto que los jeroglificos se olvidaran del todo, Cuando la conquista espafiola, la escritura jeroglifica, si bien desusada por la generalidad de los peruanos, se empleaba todavia por algunos, aunque en muy raras ocasiones. Huayna Cé- pac, segfin Cabello Balboa, escribié su testamento por me- dio de rayas de colores; y Juan Santa Cruz Pachacuti refie- 45 re que el fabuloso predicador Tonapa entreg6 al cacique de Tampu 6 Pacaritampu una tabla en donde con ciertas ra- yas estaban escritos preceptos de moral. Por consiguiente, en el fondo de un antiguo santuario, como el de Tiahuana- co 6elde Cacha, se han podido Conservar inscripciones 6 quizé pinturas jeroglificas relativas al imperio preincdsico; y tal ha debido de ser el origen de la tradicién que, conoci- da probablemente por un espafiol en los primeros afios de la Conquista, se convirtié en el nficleo de verdad que contu- vieron aquellos trabajos de los jesuitas 4 que tantas veces me he referido, y el manuscrito que adquirié Montesinos. Pero con todo esto queda én definitiva que Montesinos no es sino en muy pequefia parte historiador fehaciente; que es inadmisible su larga serie de noventa reyes preincdsicos; y que sus Memorias historiales constituyen una marafia de tradiciones, apécrifas las unas, corrompidas las otras, to- das ellas barajadas y embrolladas en laberintica confusi6n. Lo finico seguro es lo que ha comprobado la arqueologta, 4 saber: la efectiva existencia de un imperio peruano anterior 4 los Incas. En tales condiciones se comprende que en vez de revisar los asertos de Montesinos (exponiéndonos 4 tro- pezar 4 cada paso), es mas util y practico acudir directa- mente 4 la ciencia arqueol6gica, que han hecho hoy intitil, 6 poco menos, lo que puede haber de cierto en los fabulosos textos del cronista andaluz. Prescindamos de la tan debatida y obscura y quiz inso- luble cuestién del origen de los primeros habitantes. Puesto que enel Pera mo se ha encontrado al hombre fésil, pa- rece que los pobladores han venido de fuera, Ora hayan sido éstos autéctonos de América como quieren algunos po- ligenistas; ora hayanemigrado del Antiguo Continente en lejanisimas épocas, como quieren los monogenistas y aun muchos poligenistas moderados, lo efectivo es que de muy antiguo hubo de estar poblado el Perfi por diversas tribus, algunas de las cuales lograron desde remotos tiempos ascen- der 4 un grado relativo de civilizacién. Pero la naturaleza del tertitoriv, que no presenta grandes Ilanuras, sino al con- trario estrechos valles separados por altas montafias y vas- tos despoblados, tuvo que impedir durante largo tiempo el

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