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Acercándonos al Dios con el que Claudina se

encontró.

Un artículo de las Constituciones de la Congregación de las Religiosas de Jesús-María es


una buena síntesis de la experiencia originante del carisma, ya que nos describe con
claridad y concisión la mística de nuestra Fundadora, es decir, nos refleja la experiencia
y la expresión del modo propio en que Claudina buscaba y hallaba a Dios.

“Claudina Thévenet, enteramente entregada a la acción del Espíritu,


penetrada de un conocimiento íntimo de la bondad operante de Cristo y
conmovida por las miserias de su tiempo, tuvo un solo deseo: comunicar este
conocimiento; y una angustia: ver abandonados a su desgracia a los que viven
en la ignorancia de Dios.”

Primero que nada, podemos desprender del texto que hay un doble movimiento que
constituye el núcleo de la experiencia interior: por una parte, el entender a Dios
como BONDAD OPERANTE, y por la otra, la captación de las miserias de su
tiempo como negación de este Dios.

Situándonos en el acontecimiento que desencadena la experiencia fundamental de Dios


que, como hemos dicho, es el asesinato de los hermanos, podemos decir que Claudina
llega a experimentar en la hondura de su ser un “conocimiento íntimo de la bondad de
Dios” y esto como el fruto maduro del reconocimiento del Dios crucificado que, siendo
Dios, no puede ofrecer más que el amor que perdona. Encontramos aquí la locura de la
cruz, de la que habla San Pablo (1 Co 1, 23), impregnada de la certeza de la misericordia
de Dios que incesantemente defendieron los profetas.

Creo que es el descubrimiento de que la BONDAD es el único rostro del Dios verdadero,
del Dios revelado por Jesucristo, lo que abre a Claudina al sentido del perdón en una
realidad de crucifixión. Ella vino a saber internamente “cuán bueno es Dios”
experimentando la ausencia del Dios-Bondad en:

Su realidad social: ya que Dios toma la iniciativa de revelársele a Claudina como bondad
plena en medio de circunstancias de violencia y muerte, de odio y resentimiento, de
egoísmo y crueldad. De esta manera, Claudina entiende a Dios esencialmente como
Bondad en un ambiente en el que lo que prevalecía era la maldad. Entonces, es desde
la ausencia de la bondad y el exceso de la maldad desde donde Dios le revela su ser-
bondad.

Su realidad existencial: reflexionar en este aspecto de la experiencia de Claudina me


resulta tremendamente conmovedor, creo que siempre las palabras resultan
insuficientes cuando se trata de expresar, aunque sea de modo balbuceante, lo que
puede significar la experiencia de la ausencia de Dios en la propia vida. Esta
experiencia la encontramos testimoniada por autores y escuelas que dieron origen a
diversos escritos bíblicos. Es también una experiencia que sabemos que fue vivida por
varios de los profetas y que también la tuvo el mismo Jesús (Mt 27, 46). Me parece que
Claudina entra a formar parte de esta larga historia de creyentes que pasan por la dura
prueba de la ausencia de Dios en la vida.

Resulta impactante reflexionar y considerar que Jesús-María nació del corazón herido,
lastimado de Claudina, pero así fue. La herida abierta en su interior la lleva a ver el
mundo con nuevos ojos, y a reconocerse en comunión con todos aquellos que
experimentan la ausencia de Dios en sus vidas.

“Para Claudina Thévenet, el mayor infortunio era vivir y morir sin conocer a
Dios. La suerte de estos miles de pobres criaturas desheredadas de los bienes
de este mundo, que debían crecer, tal vez, sin oír pronunciar jamás el nombre
de Dios, la hacía temblar.”

Este sentir con el corazón la miseria del otro (misericordia), es sentir la miseria de
quienes sufrían pobreza, o bien esa miseria que está, muchas veces, detrás de la misma
pobreza, que es la ignorancia de Dios. Lo que se convierte en el vacío y sin sentido de
quien no tiene un horizonte de vida que vaya más allá de lo que alcanza a ver a su
alrededor. Esa es la miseria de quien vive en la desesperanza. Sentir esta miseria y
Acercándonos al Dios con el que Claudina se
encontró.

padecer con quien la experimenta (compasión) es a lo que el artículo citado se refiere


cuando menciona que ella “tuvo una sola angustia”.

La angustia es una palabra que evoca un sentimiento sumamente fuerte, denso, que
implica aflicción y ansiedad. Creo que sólo se puede sentir angustia por otros cuando se
ha sentido por uno misma y por sus seres queridos. De este modo no es difícil imaginar
que Claudina aprendió a hacer suyo y a llorar el dolor de los otros porque antes había
llorado el suyo.

Es, sin duda, desde esta experiencia de ausencia de Dios en su contexto social y
personal desde donde Claudina se abre a la acción del Espíritu para volver a nacer (Jn 3,
5-8). Creo que esta imagen de un nuevo nacimiento, siguiendo lo que en el Evangelio
según San Juan dice Jesús a Nicodemo, nos ayuda a acercarnos a lo que pudo haber
pasado en el corazón de Claudina.

Definitivamente ella vivió una experiencia espiritual muy honda que la llevó a entender
a Dios como Bondad en circunstancias de ausencia de Bondad, este fue el don que
recibió del Espíritu. Es tan grande la contradicción que precisamente por ello podemos
afirmar que ahí tuvo que acontecer un evento del Espíritu.

Les invito ahora a que demos un paso más y que intentemos ver cómo se va dando,
como por etapas, este reconocimiento de Dios como Bondad. Es posible ir reconociendo
en el camino de vida interior de Claudina algo así como un itinerario, un proceso
mediante el cual fue descubriendo que el Dios crucificado en sus hermanos, el Dios que
a través de ellos sigue ofreciendo el perdón a quienes asesinando “no saben lo que
hacen” (Lc 23, 34), es el Dios cuyo rostro único es la Bondad Misericordiosa.

Expresar esto es sumamente difícil pues se trata de poner palabras a la acción del
Espíritu en una persona. Me voy a permitir compartir, a modo de vista panorámica,
algunas de mis reflexiones e intuiciones al respecto.

Antes de llegar al reconocimiento de Dios como Bondad, era necesario distinguir entre la
fidelidad de Dios y la infidelidad humana que se traduce en una comprensión del
pecado no como una transgresión sino como un rechazo a Dios y, consecuentemente,
como el inicio de una dinámica de autodestrucción que va corroyendo la fraternidad. Es
decir, ella tuvo que llegar a la comprensión vital de que la ofensa a Dios es que el ser
humano se destruya. Y también descubrió que el ser humano no puede romper con esa
dimensión profunda de su ser que lo relaciona con Dios, sin romperse con ello a sí
mismo. Pues la ruptura con Dios es inseparable de la ruptura con uno mismo y con los
demás.

Esta comprensión tuvo que hacer surgir en ella el descubrimiento de Dios como
sentido de la vida en medio del sinsentido que reinaba a su alrededor, y esto como
producto de la contemplación de cada día como la oportunidad de reiniciar el intento de
no dejarse arrasar por el absurdo. Es decir, tuvo que despertar en ella la certeza de que
Dios estaba decididamente presente en ese caos a pesar de que todo pareciera quererlo
ocultar o, más aún, negar. Podemos decir que tuvo lugar en ella una comprensión
existencial de la parábola del trigo y la cizaña (Mt 13, 24-30).

Una vez teniendo este precedente no es difícil pensar que estaba la tierra abonada para
que se diera en ella la experiencia de Dios como plenitud de bondad, es decir,
Claudina entendió la misericordia de Dios específicamente en su aspecto de Bondad, y
esto en contraste con el ambiente de maldad que prevalecía en aquel momento
histórico. Me parece que la especial inclinación de Claudina hacia la contemplación del
corazón de Jesús y de María está muy relacionada con esta experiencia ya que en
nuestra cultura occidental el corazón es visto como el lugar en el que residen los
sentimientos más sinceros de la persona, como la zona de la que nace lo más
verdadero, lo que define nuestro ser. De esta manera Claudina pudo ver el corazón de
Jesús y de María como los lugares en los que la Bondad de Dios se hizo historia.
Acercándonos al Dios con el que Claudina se
encontró.

El reconocimiento de Dios como Bondad en un contexto de violencia lleva, como tomada


de la mano, la opción por el perdón. El perdón visto como lo único que posee en sí la
fuerza capaz de romper con la espiral de violencia, y de restaurar al ser humano en su
verdad más honda: su condición de imagen de Dios. Optar por el perdón significa
renunciar a reducir las relaciones humanas a su aspecto conflictivo de modo que, sin
negar la conflictividad de la vida humana, es posible ubicar ésta en una dimensión más
amplia en la que prevalezca la voluntad persistente de encuentro y no de ruptura.
Quien es capaz de perdonar libera a su corazón del riesgo de caer en todo aquello que
corrompe la vida humana, porque lo libera de la pesada carga del resentimiento y del
deseo de venganza.

Cuando se ha pasado por una experiencia de muerte a vida, es decir, cuando se ha


pasado por una experiencia pascual, como en el caso de Claudina, se renace a una
nueva vida desde la certeza del Dios Bueno y desde la libertad de todo aquello que
puede esclavizar al corazón humano. Esta nueva vida se empieza a manifestar como la
capacidad de contemplar la realidad con hondura y de escuchar, en los hechos
cotidianos, la palabra del Dios con quien uno se ha encontrado. Esto es lo que permitió
a Claudina mirar las miserias de su tiempo como algo que le concernía personalmente
ya que contradecían la bondad del Dios que ella conocía íntimamente.

Cuando se mira al mundo desde Dios ya no se puede permanecer indiferente, por eso
Claudina podía percibir, en lo que otros veían como consecuencias humanas de una
guerra, el olvido y la negación de Dios. Esta capacidad de percibir más allá de lo
estrictamente objetivo, de mirar con fe, con realismo y con criticidad, le permitió ir
interpretando la realidad desde una comprensión más profunda de los acontecimientos.
Así pudo ir descubriendo la novedad de Dios cada día, y desde ahí ir rompiendo con una
visión desesperanzadora para dar paso a la imaginación creadora, fruto de una
conciencia lúcida, que puede ir ofreciendo conductas y caminos alternativos.
Respuestas sencillas pero cargadas de esperanza: la esperanza que brilla cuando se
hace frente a la violencia con bondad, a la venganza con perdón, a la indiferencia con
compasión.
Esta nueva manera de ser y vivir de Claudina es el modo en que Dios se hace presente
en aquella realidad. Porque es precisamente el Espíritu del Señor el que va gestando
esta manera de ser y de vivir que no es sino el carisma, nuestro carisma.

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