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Madres todo-terreno
Para ser considerada una mujer diez o poder aspirar al título de mujer
del año hay que rendir al máximo nivel. La mujer «perfecta», según
los criterios de la modernidad, debe ser profesional, estar liberada de
las tareas domésticas, pero al mismo tiempo vivir pendiente de sus
hijos; lucir una «buena percha» (a ser posible con apariencia «fresca y
juvenil», porque no pesan los años...); ser, más que esposa, amante del
marido; tener capacidad de decisión... y un sinfín de cualidades, todas
ellas bajo el marco de la resolución y la independencia. No se admite
como válida la necesidad de renunciar a alguna de las facetas que
formaban parte de la vida antes de concebir y dar a luz.
Los problemas llegan pronto. Lo peor: que la mujer, cuando tiene
un hijo y experimenta sus limitaciones, no sólo ve mermadas sus
posibilidades de actuación, sino que además –y sobre todo– tiene que
enfrentarse al «mundo exterior». Con la formación que tú tienes, no te
quedarás en casa ¿verdad?¡Sería un desperdicio! O bien, si tienes
hijos varones, el comentario será: Ahora tendrás que ir a por la
niña...; y si tienes dos: ¿No te animas a tener otro?...; pero, si ya son
tres: No se te ocurrirá tener más hijos, tal como está la vida... En
cambio, si te ven estresada o simplemente cansada: ¿Por qué no te
quedas en casa tranquilamente, como una reina, tú que puedes?
Lo curioso de esta situación, en la que nunca contentamos a todos,
es que también nos toca lidiar con preguntas y comentarios de este
estilo en los ámbitos intraeclesiales. No se puede negar que el
Magisterio en los últimos años está dando pasos al hacer afirmaciones
importantes con respecto al papel fundamental que las mujeres ocupan
en el mundo y en la Iglesia 2. Y la presencia y el recuerdo de María, a
que tanto nos anima Juan Pablo II, adquiere una relevancia especial
para nosotras, ya que, por ser la madre de nuestro Señor, «la mujer se
encuentra en el corazón mismo del acontecimiento salvífico»3. Sin
embargo, de la teoría a la realidad cotidiana hay un largo camino por
recorrer. Primero, porque cualquier discurso hay que saberlo leer e
interpretar a la luz del conjunto de los documentos, discursos y
acciones concretas del autor o del entorno cultural y social; segundo,
porque es necesario, siempre que se hable de un tema, dar la palabra y
escuchar a los interesados, en este caso las madres de familia; tercero
y último, porque suele ser más fácil hablar que actuar (y en temas
espirituales aún más).
Fuentes de inspiración