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Señor Presidente:
La familia Oliveros donó los terrenos para la plaza pública, la primera escuela, la
iglesia y el Juzgado de Paz, en razón de que poseía por entonces una estancia de 750
hectáreas, cuyo casco estaba donde hoy se erige la estación experimental del Inta.
Las sucesivas ventas y loteos de esos predios dieron origen al actual ejido urbano.
El agua se llevó algo más que un puente, porque lo que también arrastró fue el
esfuerzo comunitario de muchos colonos que trabajaron en pos del progreso de la
zona.
No tardaron en oírse las voces de reclamo de los vecinos para que se construyera un
paso permanente sobre el río que facilitara la realización de múltiples actividades. Fue
así que en 1933 se levantó el puente permitiendo el paso de numerosos medios de
transporte que le dieron una nueva dinámica al sector.
Esta obra estuvo precedida por un enorme esfuerzo comunitario, ya que se formó una
comisión que la integraban hasta comerciantes rosarinos y que organizó colectas para
recaudar fondos para financiar parte de la obra.
La extraordinaria crecida del río Carcarañá de 1979 hizo que el 3 de marzo cediera la
pesada estructura y que el agua se llevara en su furia no sólo restos de hierro y
madera, sino el fruto del esfuerzo y los sueños de muchos habitantes.
Luego de este suceso, muchas fueron las gestiones y varios los expedientes
intentando —en vano— que desde algún ámbito del Estado se lograra reconstruir ese
paso tan necesario y de incalculable valor histórico y sentimental. Sin embargo, hasta
el momento nada se ha hecho y el Puente de la Carretas es sólo un recuerdo.
Sin lugar a dudas, las costas del Carcarañá han sido el lugar elegido para el desarrollo
de esa importante industria sin chimeneas, el turismo.