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Las dos

Señoras

Sandra Viglione
Presentado para el Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América, 2007.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

I.

Matorrales espesos y arbustos espinosos bordeaban el camino. Era una

noche negra, sin estrellas ni luna que suavizaran la oscuridad. Los sirvientes

tropezaban tras ella, gimiendo y protestando. No les dio importancia: eran sólo

sirvientes. Ella debía alcanzar la cima antes de medianoche. Y si ellos no lo

lograban... bueno. Tendrían que enfrentar a la Sombra. Tanto peor para ellos.

La pendiente se hacía más empinada, y el camino más difícil. Le costaba

respirar. Una oscuridad ciega la hacía tropezar en cada roca y arbusto del sendero.

Evidentemente el camino había sido olvidado. ¡Increíble! ¿Es que la gente del

Valle había olvidado por completo a la Señora de Occidente? ¿Cómo se atrevían?

pensó con ira, jadeando. ¿No quedaba siquiera una bruja, no pidamos una digna

hechicera, para recordarla? No, por supuesto que no. La Señora del Este no lo

permitiría. Y ellos no se atreverían. No podrían... Cegados por la Luz de la Señora

de Oriente, no podrían jamás distinguir los matices...


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Otra rama atravesaba el camino, estorbándole el paso, y ella sacudió su

báculo de mal humor. La rama voló, rechazada, y soltó un par de piedras que

rodaron colina abajo. Algo como un relincho sonó en la noche.

 ¡Silencio!  siseó. El sirviente que había reído se llevó la mano a la

boca y murmuró una disculpa. Ella volvió su atención hacia el oscuro bulto de la

colina, y continuó trepando, terca.

Este camino no había sido usado en meses, probablemente en años. Pero,

¿quién en su sano juicio, pensaría en subir a la colina? La vista era estupenda, por

supuesto, pero... La cima era un sitio sagrado, tierra santa. Nadie osaría perturbar

a los espíritus... o los demonios, como los llamaban ahora. Nadie, excepto ella.

Quitó otra rama de su camino y gruñó a los sirvientes:

Vamos, deprisa ahora, o serán polvo en manos de la Sombra.

Y ella misma continuó trepando laboriosamente, seguida por los sirvientes,

las espaldas dobladas bajo los fardos.

Por supuesto que ella se atrevía. Se atrevía a subir, y se atrevía a

permanecer. El Santuario de la Colina le pertenecía por derecho. Ninguno de los

lugares sagrados de la Sombra le eran extraños: era la Primera Sacerdotisa. Era la

hechicera principal del Desierto Rojo, en la tierra de Occidente, el Reino de la

Sombra. Había sido criada para servirla a Ella, la Señora del Silencio, la Dueña de

la Noche... Las marcas, en rojo y negro cubrían su pecho y caderas, y piernas, y

brazos; los símbolos sagrados de su Señora. La leona de la Sombrea rugía en su

pecho, sobre su corazón, y las marcas de sus garras subían en círculos por sus
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miembros. Mjuck sabía bien que pertenecía en cuerpo y alma a la Señora. Ella era

su fuente de poder, y Mjuck sabía que no podía vivir sin eso. El pensamiento la

perturbó un poco, y sacudió su báculo con más energía de la necesaria. La rama a

la que estaba apuntando estalló en llamas salvajes y oscuras como sus

pensamientos, pero a diferencia de estos, iluminaron la negra noche.

Los sirvientes miraron alrededor nerviosos, y uno de ellos se apresuró a

apagar el fuego. Nadie debía verlos. Nadie debía descubrirlos. Y Mjuck continuó

trepando.

Nadie se interponía en el camino de la Sombra en su Reino. Ni dentro ni

fuera de él. Las tierras del Oeste le pertenecían. Una tierra desierta y roja, seca y

polvorienta. Mjuck se pasó la lengua por los labios, buscando de nuevo el salado

sabor de la sed, una vieja sensación casi olvidada en este Valle. Sacudió la cabeza.

Su tierra era hermosa. No había noches más puras, más azules, ni cielos

más estrellados que los de su hogar. Ese olor seco en el aire, el estallar de la

primavera en la breve estación de las lluvias, los ruidos claros rompiendo el eterno

silencio... el Reino de Occidente era el más hermoso a sus ojos. Pero había sido

enviada a este lugar, ahora, a luchar contra el frío, y la niebla, y la humedad. Y

todo por... Sólo por... Sólo por la Luz de la Señora de Oriente.

Nadie se atrevía a desafiar a la Sombra salvo la Luz. El poder de la Luz

siempre la había perturbado, y desde que la intrusa se había instalado en el Valle,

seduciendo a la gente y hasta el mismo Señor, el joven Rey Keryat, la Sombra

había estado inquieta. No, pensó Mjuck sacudiendo de nuevo la cabeza mientras
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trepaba sin descanso y se esforzaba por respirar. Había estado inquieta al

comienzo, cuando la Luz se instaló en este lugar. Luego se enojó. A medida que

pasaban los años, su furia se iba convirtiendo en locura. Y la locura rindió su

fruto.

La Sombra la había puesto a trabajar. Los había puesto a trabajar a todos

ellos, en realidad. Había sido antes de su nacimiento, pero ella, Mjuck, había

trabajado tan duro como cualquier otro. Hasta llegaron a creer que lo habían

logrado... Pero cuando nació la niña, al mismo tiempo que ella, Mjuck, Primera

Sacerdotisa...

El dolor en sus manos la hizo vacilar. Al apretarlas, se había clavado las

uñas en las palmas. Sintió la sangre caliente correrle por los dedos. Bueno,

estaban más cerca ahora. Un último recodo y...

La última rama cayó a un lado, y Mjuck caminó hasta el borde del

precipicio. Allá abajo estaba el Valle. Las últimas luces titilaron un poco en las

ventanas, y se apagaron una por una. La brisa fría movió el largo cabello de

Mjuck.

 Preparen el campamento,  ordenó a los sirvientes.  Será una larga

espera.

Clavó su bastón en el suelo, justo junto al borde, y la joya roja del

extremo, la que había mantenido oculta con su mano durante toda la escalada,

empezó a brillar en la siniestra oscuridad. Era exactamente medianoche.


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II.

Nadhal paseaba inquieta por los jardines del palacio. Era la Princesa. No,

no, no. La Reina. Señora y Regente de la gente del Valle. Hija del Rey y la

Señora, había nacido entre señales y portentos, decían. ¡Decían! Claro que lo

decían. ¿Qué otra cosa podían decir? Siempre se decía eso cuando una Princesa

nacía antes que el Príncipe. Y el Príncipe había nacido unos pocos años después

que ella. Eran solo medio hermanos, porque la Señora había muerto al dar a luz.

Eso decían. Y sin embargo, había algún secreto oscuro en ello, que nadie quería o

podía comentar. Nadhal había tratado una y otra vez de sonsacar a los sirvientes y

a los consejeros, pero al parecer nadie podía darle las explicaciones que ella

necesitaba. Cuando ella nació, una sombra se había abatido sobre el Palacio de los

Señores del Valle, y nadie parecía ser capaz de recordar lo que había sucedido

entonces.

El Príncipe estaba por regresar. Nadal lo sabía, lo sentía en el aire. Los

mensajeros no habían llegado aún, pero ella... Ella lo sabía, no podía explicar por

qué. La Regente miró al cielo que se oscurecía, y aspiró los perfumes que le traía

la noche. Se estremeció, pensando cuánto tiempo hacía ya que él había partido.

¿Seis meses? ¿Ocho? El tiempo se le hacía tan largo cuando él no estaba... Pero él

estaría de regreso muy pronto, y ella se sentiría un poco menos sola y presionada;
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y muchísimo más tranquila. La noche anterior había tenido una sensación extraña,

una amenaza que se levantaba desde lejos. Y la inquietud se había ido

incrementando a lo largo del día. La Colina de Occidente parecía mirarla ceñuda

por sobre los muros, y a medida que el sol se escondía parecía coronarse con un

fuego rojo y airado. Hasta el aire fresco de la tarde tenía un mal sabor.

Nadhal suspiró y se sentó en uno de los bancos de piedra del patio interior.

Los suaves ruidos que le llegaban desde afuera del palacio parecían extraños, y

hasta el mismo tiempo parecía estancado. En su mente veía imágenes sueltas,

principalmente de su niñez. No se atrevía a enfocar su pensamiento en la

amenazadora colina que se recortaba contra el cielo ya violeta. Ni en su hermano,

acampando, durmiendo en la intemperie, tal vez pasando necesidad y frío...

Nadhal amaba profundamente a su hermano. Su pensamiento voló hacia otra

parte.

Había aprendido a caminar en este mismo patio. Allí, tras los rosales.

Estaba con... ¿con quién? Una de sus niñeras, seguramente. Había tenido

muchas. Demasiadas. Ninguna permanecía más de uno o dos años. Sólo cuando

fue mayor, se dio cuenta que los demás la rehuían. Aún sus niñeras. Solía

esconderse de ellas y jugar a solas por horas y horas. A veces las oía hablar

mientras se acercaban. Podía adivinar que habían estado hablando de ella por el

tono de voz. ¿Cómo era?... Sí. Bajo, cauteloso, y... asustado.

 ¡Ah! La Princesa... Es extraña... decía una.


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 ¡Y que lo digas! Te mira y parece que te atraviesa con la mirada... El

otro día Laa había tomado una manzana para su hijo pequeño... y la llamaron

para atender a la Princesa. Se dejó la manzana abajo, en la cocina, ¿sabes? Y

ella la miraba. La miraba todo el tiempo que estuvo arreglando la habitación...

Yo le dije a Laa que eran ideas suyas, pero después tuve que acompañarlas

arriba.

 ¿Y?

 Yo la vi. No le sacaba la vista de encima. Y tenía una cara la niña... La

pobre Laa no pudo más y devolvió la maldita manzana...

 Pero, ¿le dijo algo? ¿Alguien se había dado cuenta?

 No sé. Laa no quiso hablar más de eso.

Por supuesto que no. Nadhal había encontrado la manzana, había

envuelto tres más cuidadosamente y las había dejado entre las cosas de Laa.

Seguramente, ella no las había visto hasta más tarde, al llegar a su casa. Cada

vez que Nadhal la había mirado esa tarde sentía la culpa emanando de ella como

algo oscuro y venenoso. Pero debajo de esa sensación había otra cosa. Al

principio le costó darse cuenta, pero las imágenes llegaron al fin: el hijo de Laa

en cama. El médico diciendo que necesitaba comer más vegetales, más fruta...

más carne, más... La fiebre que no cedía... La desesperación de la madre la

golpeó fuerte, aunque no le llegó como imagen. La cara del chiquito, ¡si tenía la

misma edad que su hermanito!... Por eso, a la tarde, antes de que los criados

externos se retiraran, ella fue hasta la cocina y apartó las manzanas para Laa.
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Siguiendo un impulso infantil besó cada manzana y le susurró en secreto: ‘Haz

que el niño se mejore.’ Y escondió el paquete entre las cosas de la criada.

Una semana más tarde oía voces de niño en la cocina.

 Sí, mira que bien está. ¡Es un milagro!  susurraba Laa. Y sin

embargo rehuía su mirada.

Unos años más tarde, ella y su marido habían reunido lo suficiente como

para irse lejos, a la frontera Norte. Nadhal no volvió a verla.

Y Laa no había sido la única.

Una vez se había acercado a un viejo lacayo que sufría mucho con su

artritis y le había tocado la mano con suavidad, diciéndole: ‘Espero que te

mejores...’ El hombre la había mirado con indulgencia; ella era todavía muy

niña. Pero al día siguiente, al pasar frente a la puerta que él guardaba, él le

dedicó una amplia y ágil reverencia, con un delicado floreo de la mano. Ella lo

saludó con una sonrisa y una inclinación de cabeza. Después de eso, tuvo que

soportar una severa reprimenda de su padre.

 No sonrías a los criados,  le había dicho entonces el Rey.  No es

propio de una Princesa. Me avergüenzas.

Y ella se había sentido avergonzada. Los criados eran la única compañía

de que disponía. Su padre la dejaba sola todo el día, porque evidentemente, el Rey

tenía otras obligaciones. Y Kahle... bueno, en ese entonces era solo un bebé.

Luego fue un niño. Varón. El heredero. El Príncipe. Mientras fue pequeño

pudieron jugar juntos; pero al crecer, el Príncipe recibió una educación diferente
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que la Princesa. Siendo la mayor, ella sería la Reina, la Regente. Al Príncipe

Kahle le quedaba la milicia y convertirse en el General de los Ejércitos de la

Reina. De manera que se habían visto poco durante varios años.

Y sin embargo no habían sido tan pocas las veces...

Caía la noche. Los ruidos en el patio de entrenamiento habían cesado

hacía largo rato, y sin embargo un susurro persistía. Era su hermano, entrenando

por la tarde. Le gustaba entrenar solo al caer la noche. Nadhal escuchaba el

golpeteo de las armas por horas, hasta que alguien venía a buscarlo y a llevarlo

a sus habitaciones.

A veces, siempre a escondidas de su niñera, que la creía dormida, trepaba

a la muralla que separaba los patios de recreo de los de entrenamiento. Le

lanzaba un par de piedras, e incluso carozos de durazno a su hermano, hasta que

éste decidía subir a hablar con ella.

 ¿Qué haces, tontita?  solía decirle él.  ¿No ves que no puedes

vencerme? Soy más fuerte que tú.

Y la conversación solía terminar en la caída de alguno de los dos en los

arbustos del otro lado.

Una vez, tal vez una de las mejores aventuras que habían tenido, ella lo

había convencido para que la llevara con él, escondida entre sus pertenencias. Al

salir de los cuarteles, el comandante de Kahle, y su entrenador personal notaron

algo extraño en su exagerado equipaje. Lo habían detenido, y lo habían llevado

aparte. Lejos de los demás, le habían ordenado que mostrara lo que llevaba.
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Kahle se resistió. Incluso los amenazó con ir y contárselo a su padre. Debe

decirse que los hombres lo consideraron seriamente: el Rey Keryat tenía un

carácter difícil. Sin embargo, conocían bien sus obligaciones. El equipaje de

Kahle fue registrado, y Nadhal fue devuelta a las habitaciones de las damas. Los

dos habían soportado una buena reprimenda y el correspondiente castigo, más

tarde. El mismo Rey Keryat se ocupó de ello.

 Nunca jamás debes dejar que tu hermana salga de este Valle. Es la

futura Reina. ¿No lo entiendes? Tu primer deber es y será siempre protegerla.

Ahora, al recordarlo en retrospectiva, Nadhal pensó que había algo de

exagerado en la preocupación de su padre por su seguridad. Pero en ese entonces,

lo obedeció, y no había salido del Valle, ni siquiera del Palacio hasta después de

su muerte.

 Señora...

El criado, su criado personal, se había acercado silenciosamente.

 Señora, ha llegado un mensaje de vuestro hermano. Llegará mañana al

despuntar el alba.

Nadhal reprimió un gesto de fastidio. Eso significaba que estaban

acampando al otro lado del prado. Lo cruzarían al amanecer para entrar con la luz

del sol. ¡Qué teatral! Sin embargo, no podía dejar escapar esos comentarios

delante del heraldo.

 Gracias, Taro. Que se inicien los preparativos para recibirle.


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La respuesta salió en voz baja y mesurada. No delataba su impaciencia. El

criado se marchó tan silencioso e invisible como había llegado.

El campamento se extendía, ordenado, al pie de una colina, al otro lado del

bosque. Más hacia el norte, el bosque trepaba por la falda de la colina casi hasta la

cima. Se decía que había un Santuario allí arriba, pero nadie había subido a

averiguarlo desde que la sombra que observaba el campamento podía recordar.

Ordenado. Prolijo. Pulcro campamento. Al este, la gente del Valle. Al oeste, los

hombres de Vinger, el rey de las Montañas del Norte. Unas tiendas extrañas,

aparentemente nuevas, casi todas con pieles de oveja por cubierta aparecían un

poco hacia el fondo, apretándose desconfiadas. Se preguntó quiénes serían, pero

supuso que lo averiguaría a su tiempo. La lana era característica de la gente del

Sur, los del Delta, con quienes el Valle mantenía relaciones comerciales.

La sombra observó el campamento con atención. El Valle era una faja de

tierra hermosa y verde, que se extendía, delgada y perezosa, entre dos grandes

desiertos. El Desierto Rojo hacia el Occidente: las tierras de la Señora de la

Noche, a quien solían llamar la Sombra; y el Desierto Blanco al Oriente: la tierra

de Alkhama; de donde venían los príncipes de la Luz. Así llamaban a los hombres

del Este; sabios, magos y hechiceros, con grandes conocimientos de lo que era y

de lo que vendría. Pocas veces se inmiscuían en asuntos del Valle, o de las

Montañas, o del Delta, y en verdad, desde el Embajador Seni, no habían tenido

mucho contacto con ellos. Hombres consagrados al Espíritu, dedicaban sus días al
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cuidado del Santuario del Sol, a pocos días de camino en el Desierto Blanco. Y

tras el Santuario, las arenas inmaculadas y el sol brillante escondían la vida diaria

de estos hombres tanto como las sombras lo hacían con el misterioso pueblo del

Oeste.

En cuanto al Norte, el pueblo del Rey Vinger, desde tiempos inmemoriales

habían sido aliados en la guerra y amigos en la paz. No se podía pedir mejor

alianza. Habían construido su ciudadela tras los altos muros de la montaña,

protegidos por un único paso que se cerraba en invierno por las nieves. En la

primavera, salían las caravanas de mercaderes para comerciar en el sur, y salían

también los contingentes de soldados a patrullar el reino.

Eran un pueblo de soldados. El Valle no hacía preguntas, pero más hacia el

norte, y desviándose por entre las montañas para eludir el desierto, pasaban las

tropas de Vinger en sus interminables campañas. El Valle no hacía preguntas, pero

el pacto firmado hacía tantos años necesitaba volver a firmarse cada cierto tiempo.

De manera que a la sombra que contemplaba el ordenado campamento no le

sorprendió la distribución de las huestes del rey vecino, todos en torno de una

gran tienda. ¿A quién habría enviado esta vez? Un embajador, o alguno de sus

nobles. Alguien importante, sin duda; la tienda tenía los signos y adornos de una

tienda real. Los pactos serían renovados otra vez, pensó la sombra que observaba

el campamento. Seguramente Vinger había tenido los mismos problemas que ellos

en el Valle...
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Hacia el Sur, se encontraba el Delta: tierra de jungla y pantanos, tierra de

labradores y pastores, tierra de ricas cosechas y paz. Gobernada por el Rey Rhazz,

los pueblos del sur no eran guerreros. La sombra que observaba el campamento

detuvo de nuevo su mirada sobre las tiendas nuevas, las de las pieles de oveja.

¿Hombres del sur? Tal vez, pero... No era habitual que los hombres del sur

salieran de su tierra. No era habitual que los del sur se unieran a partidas armadas.

Por supuesto, Rhazz tenía su guardia, como cualquier rey... Pero a la sombra que

observaba el campamento le parecían más porteros o camareros que verdaderos

guerreros. No, las tierras del sur no eran guerreros. Los tratos del Valle con ellos

eran solo comerciales, y jamás habían tenido más problemas que fijar el precio de

la lana o el queso...

La sombra que observaba el campamento ignoró el bulto oscuro de la

colina, esquivando incluso su sombra, y se deslizó sin ruido entre las tiendas del

campamento. Sabía exactamente cuál buscaba. No, no la grande, ostentosa, la que

parecía pertenecer a un Rey. Kahle nunca dormiría en una cosa tan llena de

colgajos. Esa debía ser del Embajador y los enviados del Norte. Buscó un poco

más, y encontró una tienda un poco aparte de las demás, entre los del Valle, por

supuesto. La sobrecubierta verde estaba muy vieja y gastada, pero todavía le

quedaban los restos de un monograma bordado ¿Una N tal vez? Sí. Ella la había

bordado siendo niña, y había usado esa manta por años. Cuando Kahle se marchó

con el ejército por primera vez, ella se la había dado.


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 Para que no pases frío, hermanito...  le había dicho, casi sin

atreverse a mirarlo.

Él se había reído y le había tirado del pelo.

 No me va a pasar nada, tontita. ¿No ves que ya soy un hombre?

¡Un hombre a su edad! Nadhal no había replicado; estaba muy preocupada

por él; y él siguió burlándose gentilmente de ella. Pero la manta, ya vieja, seguía

siendo la sobrecubierta de la tienda de Kahle.

Ahora, Nadhal se acercó y tocó con suavidad el paño. Una mano se asomó

por la abertura y la arrastró adentro. Ella cayó entre los bultos de Kahle sofocando

un grito.

 Ya sabía que no te ibas a quedar quieta en casa, tontita.

 ¡Soy tu Reina, no me llames así!

 Muy bien, mi Señora...  Y Kahle trató de enderezarse para hacer una

reverencia, y fingió caer sobre Nadhal. Ella se rió, sacudiéndoselo de encima.

 ¡Tonto!  protestó.

 Tonta serás tú,  se rió él, tirándole del pelo como si fuera una niña. 

Confiesa que me extrañaste.

Ella se volvió a reír, y él la ayudó a incorporarse.

 No podía esperar hasta mañana,  dijo ella mirándolo. Lo vio

inclinarse para encender la luz y lo detuvo.

 No. No la enciendas. Tienes razón, yo no debería estar aquí...


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 ...y es mejor que no te vean,  terminó él.

Ella soltó la risita por tercera vez. Su hermano la hacía sentir tan bien. Lo

cierto es que lo había extrañado. Había dejado el palacio hacía varios años ya,

patrullando las fronteras incesantemente, volviendo ocasionalmente a casa y

volviendo a partir a los pocos días. Y ella se sentía terriblemente sola cuando él no

estaba. Él era el único que parecía no temerla. Pero, claro: eran hijos del mismo

hombre: el Rey Keryat, de la casa de Anavi.

 Y bien, mi alocada Reina... ¿porqué estás aquí?  dijo él.

 Bien, mi absurdo General. No logro entender porqué no entras a la

ciudad de una vez y duermes en una cama decente y... ¡puaj! Te das un buen

baño...

 La mugre espanta los bichos. Si tuvieras que arrastrarte por un pantano

de vez en cuando comprenderías lo bueno que el barro es para el cutis...

 ¡Agrrr!  hizo ella.

 ¿Y para qué preguntas, entonces?  se burló él.

 Dime qué está pasando.

Kahle se puso serio de repente.

 Mañana. Es mejor hablarlo en el Palacio...  dijo.

 No,  dijo Nadhal. Ahora también ella estaba seria.  Sabes que me

fastidian los eufemismos militares y la cortesía diplomática. Quiero que mi

hermano me hable con franqueza.


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 ¿Tu hermano, o tu General?

 Son el mismo. Ellos y el único hombre que merece mi confianza. ¿Qué

pasa, Kahle? ¿Qué es lo que está pasando? — preguntó ella en tono confidencial,

mirándolo a los ojos.

Kahle, que había estado en cuclillas frente a ella, se dejó caer en el catre

con un suspiro.

 Es agotador, ¿sabes?... Hemos recorrido las fronteras una y otra vez, y

no vimos nada anormal. Nada nos detuvo. Nadie nos enfrentó, ningún enemigo

con quien luchar. Pero aún así percibes que hay algo muy malo ahí... Lo sientes en

tus huesos, ¿sabes? — susurró. — Enviamos exploradores, a la Frontera Roja, y

volvieron diciendo que no había nada. Los enviamos otra vez, y no regresaron.

 ¿Muertos?

 No. No encontramos cadáveres. No encontramos nada. Sólo...

Nadhal lo miraba, esperando. La luz que entraba de afuera dejaba ver sólo

su perfil. Fruncía el ceño.

 ¿Qué?  lo apresuró.

 Sólo la Sombra...  dijo él al fin.

Ella lo miró fijamente, tratando de penetrar sus pensamientos. ¿Habría

visto a la Señora de la Noche? No... No, ningún mortal podía presentarse ante ella

sin ser llamado, o al menos eso decían las historias. No. La Sombra... Su hermano

se refería a una sombra en sus pensamientos, el peso de la Señora de la Noche en


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su mente y espíritu. Una sensación de desasosiego creciente, un oscurecimiento de

la mente que les restaba fuerzas hasta hacerlos detenerse y rendirse. Habían

llegado hasta la frontera del Desierto Rojo, la frontera roja, la llamaban. Nadhal

vio en la mente de Kahle la imagen: la enorme llanura de la que el viento

arrancaba remolinos de polvo rojo, una llanura interminable, vacía y

aparentemente muerta. Sin mediar palabra se habían dado la vuelta y habían

regresado. No se habían dado cuenta que llevaban la Sombra dentro de ellos.


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III.

El sol tocaba apenas los techos del palacio cuando la música de los

cuernos anunció al ejército. Las trompetas de los heraldos respondieron desde las

torres, y una lluvia de flores que caía desde las murallas siguió a las compañías

mientras hacían el acostumbrado circuito alrededor de la ciudad. Cuando

estuvieron de nuevo frente a las puertas era casi media mañana, y el sol pintaba de

oro los pilotes del puente. Las puertas se abrieron.

Mientras la tropa se dirigía hacia los cuarteles, seguidos por una alborotada

multitud de mujeres (madres, hermanas, esposas, hijas) que reían y lloraban a la

vez, la compañía de los generales marchó ceremoniosa hacia los pabellones

reales, seguidos por un cortejo de damas, discretamente acompañadas por sus

sirvientes.

En la entrada, según prescribía la costumbre, esperaba la Regente. Con un

gesto sencillo y sin una palabra, envió a los oficiales a la derecha, a los

pabellones, y a las damas hacia la izquierda, a los jardines de invierno. Las damas

se dispersaron entre los macizos de flores mientras los oficiales desaparecían tras

el portón. En unos minutos se re-encontrarían en el patio de abajo, el que estaba

junto al lago, donde los esperaba el almuerzo. Nadhal siempre había pensado que

sería más agradable un encuentro con sus familias en privado, pero la costumbre
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era la ley. Ella, por su parte, escoltó a Kahle hacia el palacio, y a pesar de la

costumbre, lo acompañó hasta sus habitaciones. No llegó a decirle nada, porque la

costumbre le exigía que no hablara hasta que los recién llegados hubieran comido.

Sin embargo, ya había tomado las disposiciones necesarias para tener una reunión

con ellos más tarde. A cada General y Capitán le había hecho llegar una invitación

personal, de su propio puño y letra, contando con su presencia en el Consejo esa

noche. Había decidido dejarlos descansar. Ya había oído lo necesario de labios de

su hermano, y visto en su mente lo que le preocupaba.

El sol brillaba plácido sobre el estanque cuando ella bajó por fin. Los

oficiales y sus esposas se sentaban en pequeños grupos bajo los árboles. El

Embajador la vio desplazarse discreta entre los grupos, saludando sencillamente

con una inclinación y retirarse a un rincón junto al lago. Su hermano ya estaba

allí, y los cortesanos no se acercaron.

 ¿Y bien, primo? ¿Qué te ha parecido?

 ¿Eh? ¿De quién me hablas, Nu?

 De la Señora, por supuesto.  Una sonrisa cruzó la cara de la Dama.

 ¿Su Majestad? Ah, la Regente... Muy joven para el puesto, ¿no te

parece?

La Dama Nuria levantó una ceja, extrañada.

 ¿Joven? La Señora es mayor que yo.


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La cara del Embajador expresó su incredulidad. La Dama soltó una risa

divertida.

 ¿No lo sabías? No te preocupes...  y Nuria bajó la voz al agregar: 

Ni ella, ni los demás tienen conciencia de ello.

El Embajador frunció las cejas.

 Explícame eso.

La Dama se reclinó en su asiento y dejó vagar la mirada sobre el azul del

lago.

 Fue hace tiempo, primo, unos cien años antes de que yo viniera. Tal vez

más. Nadie habla de eso, es como si no se dieran cuenta, o como si no pudieran

recordar, como si algo borrara los días, los meses y los años de la memoria de esta

gente. El Príncipe Keryat, el último heredero de la casa de Anavi era un joven

apasionado, atrevido, fuerte... indomable según algunos, solo travieso según otros.

Yo creo que fue un chico malcriado ¿sabes? Echado a perder y bastante egoísta.

Todos creyeron que se volcaría a la Sombra, cuando le llegó el momento.

 ¿El momento?

 Mm. Aquí se acostumbraba un cierto ritual... El Príncipe Keryat fue el

último que lo realizó, porque la Regente es mujer, y el príncipe Kahle no será Rey.

Cuando un príncipe llegaba a la madurez, se lo enviaba de viaje, completamente

solo. Se iban en busca de su destino, solía decirse. Todos habían creído que Keryat

se volvería al Oeste, a la Señora de Occidente, la Sombra... De hecho se encaminó

hacia allá. Los príncipes podían elegir entre visitar a la Señora de Oriente en el
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Santuario del Sol; o al Señora de Occidente en el Santuario de la Colina. Allí, en

uno u otro templo, permanecerían en meditación hasta que encontraran una señal.

No, primo: no me preguntes qué señal. En el Palacio hay cientos de memoriales;

objetos que los reyes en su momento habían tomado como la ‘señal’... Cada Rey

elegía una de las dos Señoras. Y todos creyeron que el egocéntrico Keryat elegiría

a la Sombra.

 La Señora de Occidente.

 Exacto.

 ¿Y no fue así?

 No. Se encaminó hacia Occidente. Un largo viaje en verdad, porque no

se detuvo en la Colina. Intentó seguir viaje hasta la Montaña Roja en el Reino de

Occidente, y postrarse ante la mismísima Sahmar, cosa que nadie ha hecho hasta

ahora. Llegó hasta la frontera del Desierto Rojo. Intentó entrar. Penetró en el

desierto varios días, caminó y caminó... Perdió o consumió la comida, bebió hasta

acabar el agua... y no pudo encontrar las puertas. Y siguió caminando, atontado

por la sed hasta que el camino polvoriento se transformó en una vereda bordeada

por árboles. Creo que se desmayó junto a la fuente. Algún pastor le dio de beber y

lo refrescó, supongo. Y Keryat siguió el sendero...

Nuria había bajado la voz y entrecerrado los ojos. El embajador la miró:

parecía en trance, como si estuviera viendo al antiguo rey en sus días de juventud.

De repente pestañeó y lo miró.


23
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Cuando regresó habían pasado varias semanas más de lo previsto. Los

grupos de exploradores y espías ya estaban preparados para salir a buscarlo. Pero

él regresó por su propio pie, tan arrogante como siempre, y no volvió solo. Una

doncella lo acompañaba. Nadie sabía quién era o de dónde la había traído; y por

supuesto nadie se atrevió a preguntar. Él la hizo su Reina. Vivieron juntos por

muchos años, más de los que le corresponden a un hombre mortal, y no tuvieron

hijos...

 Pero... ¿Y la Regente?

 Calma. Ya llego a eso. Por muchos años no tuvieron hijos. Yo nunca

supe de una risa de la Señora en este Palacio. Y sin embargo ella permanecía entre

nosotros. Y un día sucedió algo extraño. El cielo se puso negro, me contaron. El

relámpago rasgó las nubes una y otra vez, siempre sobre la torre... aquella de allá.

 ¿Qué hay ahí?

 No lo sé. Nunca pude entrar; está clausurada. Creo que ni siquiera la

Señora Nadhal ha entrado en ella. Y aquella noche el viento azotó el Valle sin

piedad, y nadie entendía cómo podía ser todo eso, porque no era la época de las

lluvias. La tormenta duró toda la noche, y dicen que fue la noche más oscura que

se ha visto en esta parte del mundo. Pero la tormenta pasó, y unos meses más

tarde la Señora dio a luz a nuestra Regente. Pero ella... desapareció. Bueno, en

realidad, la familia entera lo hizo. Se marcharon de aquí porque la Señora no

estaba bien... y ella no regresó. Unos veinte o treinta años más tarde, Keryat que

iba y venía periódicamente no se sabe adónde, regresó trayendo consigo una niña.
24
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Parecía tener no más de cinco o seis años, pero todos sabían que era la hija de la

Señora. ¿Te das cuenta? Una niña de cinco años que en realidad tenía veinte o

más. Pero Keryat mismo no parecía mayor de los veinte que tenía cuando trajo a

la Señora. Así los vi el día que llegué a esta ciudad. En una semana desde su

regreso el Rey se avejentó, y cuando fui presentada a él, un mes más tarde, parecía

casi un anciano... Tenía más de cien años, y una hija de mi edad que podría pasar

por mi propia hija...

Nuria hizo una pausa, repasando sus recuerdos.

 El Rey desposó a una de las princesas de Rhazz, y tuvo un hijo con ella,

el príncipe Kahle. La princesa falleció, y el Rey no la sobrevivió más que unos

pocos años. Pero la Señora tiene el mismo efecto sobre su hermano y su pueblo

que el que su madre tenía sobre su padre. El príncipe Kahle no ha envejecido

tampoco. Ni la gente del Valle. Pero el precio es la falta de memoria.

El Embajador la miró interrogante.

 Nadie sabe lo que te he contado. Nadie recuerda. Nadie percibe.

 Pero, ¿Y tú?

 Primo... ¿Ya olvidaste de dónde venimos? Nacimos en las montañas del

Norte, y yo ya había pasado por el Santuario de Oriente mucho antes de llegar

aquí con mi esposo. Tú sabes a quien le debes lealtad, y en cuanto a mí, yo

pertenezco a la Señora de la Luz.

El Embajador miró calculadoramente a su prima.

 Eres bruja.
25
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

La Dama Nuria soltó una carcajada.

 ¿Una bruja blanca? No, primo. Como mi marido, solo soy una

Sacerdotisa.

IV.

La sala de audiencias se iba llenando lentamente. La noche había caído

hacía varias horas, y solo unas ligeras cortinas blancas los separaban de la

oscuridad. Los Consejeros y oficiales tomaban sus lugares en silencio a medida

que llegaban. Un par de sirvientes hicieron la última recorrida, encendiendo más

luces y llenando las jarras de vino, y las puertas se cerraron tras ellos. La reunión

del Consejo había comenzado.

La Regente recorrió el salón con la mirada. Estaba lleno. Los Consejeros a

su izquierda, los Generales a continuación, los Capitanes detrás, los Tenientes, los

oficiales de menor rango admitidos en el Consejo, en última fila. La Dama Nuria

ocupaba el lugar junto al Embajador, en la mesa de la derecha. Los acompañaban

tres de los delegados del Rey Vinger, de las Montañas del Norte; el príncipe Loev,

tercer hijo del rey entre ellos.

Más allá, los generales extranjeros se sentaban hacia el fondo, respetando

el orden que la costumbre del Valle establecía: solo tres Voces por ellos: tres Voces

por los diplomáticos y tres Voces por los militares.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

En la mesa de la izquierda, frente al Embajador estaban los antiguos

sacerdotes de la Colina y el Santuario, adornados con todas sus galas. Se veían

rodeados por los Consejeros de la Regente, y no parecían nada complacidos:

Nadhal les había otorgado una sola Voz, que debían compartir.

El fondo del salón estaba ocupado por los del Sur, los refugiados; casi

todos campesinos sin rango militar. El reino del Sur había sido el más golpeado.

Sus nobles, militares e incluso la mayor parte del pueblo había desaparecido bajo

la Sombra hacía tiempo. Ellos eran todo lo que quedaba. Nadhal les había dado

tres Voces, como a los demás grupos.

La Regente se levantó cuando las puertas se cerraron, y habló con

serenidad, mirándolos con una sonrisa.

 Bienvenidos, señores, al Consejo del Valle. Es la primera vez que veo

tantas caras nuevas en esta sala.

La Dama Nuria meneó la cabeza sin decir nada.

 Pero el asunto que nos reúne aquí hoy es de la mayor importancia. La

Sombra ha estado avanzando hacia las fronteras del reino del Delta, y es necesario

detenerla.

Los del Sur se removieron en sus lugares, y uno de ellos levantó la mano.

 Yo, Baruk, primera voz del Delta, dominio del Rey Rhazz... La Sombra

empezó a invadir nuestros campos de labranza del Oeste hace ya dos primaveras.

Al principio no lo notamos. Nosotros... eh, somos un pueblo de labradores,

Señora. Y de pastores. Criamos nuestros animales lejos de los pantanos, y los


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

campos de cultivo son los que están cerca de la orilla. Algunos de nosotros

vivimos en el río, pero no todos. Estamos muy separados unos de otros. Los

pastores desaparecían y los rebaños se dispersaban, y no nos dimos cuenta hasta

que empezó la escasez de víveres en la ciudad. Nuestro señor Rhazz envió

mensajeros para averiguar lo que sucedía... Los mensajeros no regresaron. Luego

envió un grupo de soldados, y sólo encontraron los campos abandonados, y las

cosechas echándose a perder. Ya teníamos el invierno encima, Señora... así que el

Señor Rhazz ordenó que el ejército hiciera las recolecciones en lugar de buscar a

los aldeanos. Para cuando los grupos de búsqueda salieron, ya no quedaba nada

que se pudiera encontrar. El invierno había borrado todos los rastros...

Nadhal reprimió un mal gesto. El Rey Rhazz era un hombre acostumbrado

a la comodidad. No dudaba que la preocupación por sus alacenas se hubiera

antepuesto a la preocupación por sus campesinos. Seguramente el pueblo había

pasado hambre, pero el señor no. Baruk confirmó su suposición.

 Fue un invierno duro, Señora, el de hace dos años, pero el siguiente fue

peor. La Sombra continuó acechándonos, y no la vimos venir. Fue un invierno de

hambre, el último. Nos encerramos en la ciudad. Tuvimos una gran tormenta,

recuerdo. Llovió por días, y el viento y la inundación nos mantuvieron recluidos

en nuestros puestos. Yo estaba en la guarnición del puente. Vigilábamos el tránsito

en el río, aunque no había mucho que vigilar... Cuando por fin pudimos salir y

regresamos a la ciudad, la encontramos desierta. Las casas abandonadas, las calles


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

vacías... como una ciudad fantasma. Y supimos que la Sombra había estado allí

cuando encontramos el palacio vacío y la señal negra y roja sobre el trono.

 ¿Qué señal?  preguntó uno de los sacerdotes con desconfianza. La

interpretación de las señales era su campo. No le gustaban las señales que

aparecían lejos de su control.

Nadhal se movió incómoda. Los sacerdotes no le agradaban. Siempre le

daban la sensación de estar ocultando algo.

 Eh... El símbolo de la Señora de Occidente, de la Sombra... Una cabeza

de león, o de leona, en rojo y negro...  El campesino titubeó, estremeciéndose.

Nadhal lo observó unos instantes. La imagen era clara en su mente. La

leona estaba sobre el trono, no un símbolo pintado, sino una leona real, roja y

negra en la penumbra que iluminaba apenas el salón de Rhazz. Había mirado a

este hombre y había dicho algo. Pero el hombre no lo recordaba. El animal se

había levantado, y había caminado hacia ellos, atravesándolos como humo. Tras

ella, quedó la señal, la cabeza pintada sobre el terciopelo del trono, y más atrás de

nuevo, quemada con fuego en la pared. Unos símbolos mágicos rodeaban a la

señal, pero Nadhal no los conocía. Los símbolos se movieron por la pared, como

si estuvieran vivos, y los campesinos habían huido despavoridos. Había sido

demasiado para ellos. Así que habían cambiado el horroroso recuerdo en sus

mentes por algo más creíble: una imagen pintada en la pared.

 ¿Qué sucedió después? ¿Qué hicieron?  preguntó Kahle. Nadhal

sonrió involuntariamente a pesar de su desazón. Él era siempre tan práctico.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Buscamos supervivientes, o alguien que pudiera decirnos qué había

sucedido. Reunimos a los que pudimos encontrar, y nos encaminamos hacia aquí...

 El hombre miró a Nadhal directo a los ojos ahora, contra todo protocolo. 

Somos cincuenta, Señora, y estamos a tus órdenes.

Nadhal le dedicó una inclinación de cabeza, y el hombre tomó asiento.

 Esto en cuanto al reino del Sur. No veo emisarios del Desierto Blanco.

¿Qué pasa con el reino del Este, Señora?  dijo uno de los generales del príncipe

Loev.

La Dama Nuria levantó la mano.

 Yo, Dama Nuria, tercera voz de la ciudad del Valle. Soy voz de la

ciudad del Valle, y aquí he vivido desde mi juventud. Pero pertenezco también al

Desierto Blanco por mi marido el Embajador Seni, y por ellos hablaré ahora. La

gente del Desierto Blanco está dispersa. Se sienten a salvo tras sus dunas de arena

dorada y bajo su sol de fuego. No han visto jamás a la Sombra. No la conocen. No

han oído de ella. Ellos viven para la Luz. No vendrán.

 ¡Cobardes!  gruñó uno de los capitanes en segunda fila.

 No, capitán. Los hombres del Este no temen a la Sombra. Como dije,

no la conocen. Son mayormente sacerdotes del Santuario del Sol. Jamás han

sentido, ni sentirán el poder de la Señora de Occidente. No son guerreros. Este no

es su asunto.

 En cuanto al Norte...  empezó el general que había hablado antes.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Yo,  interrumpió el Embajador,  primera voz del reino de la

Montaña, dominio del Rey Vinger, hablaré por el Norte. Nuestra situación es

parecida a la de Rhazz. La Sombra nos rodeó el invierno pasado, pero no entró a

la ciudad. Nuestro ejército nos defendió.

Los generales del Norte se movieron, nerviosos. Nadal los escrutó en

silencio.

 Sin embargo,  continuó el Embajador congelándolos con la mirada,

 debo decir que perdimos a todos aquellos que no estaban dentro del círculo

defensivo durante el ataque.

 ¿Cuántos muertos?

 Ninguno. Los perdimos, dije, porque no regresaron, y no pudimos

encontrarlos. Entre los que se perdieron estaba la princesa Lhari, hija menor del

rey Vinger, que regresaba a casa después de una larga ausencia. Y la nieta del Rey.

La princesa Lhari escapó del cerco con la pequeña Faret para acompañar a su

marido. Todos desaparecieron.

Se hizo un silencio. Nadhal conocía apenas la historia de Lhari. Había

huido de casa siendo muy joven, y desapareció. Nadie supo adónde había ido. Al

parecer había regresado casada y con una hija. De todos modos, ni Vinger ni sus

hijos, hombres de batallas y de guerras, hacían muchos comentarios al respecto.

La historia no había salido de los círculos familiares, y Nadhal solo tenía datos

por la Dama Nuria, que tenía oídos en todas partes.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Una de las damas que estaba sentada detrás de los sacerdotes comentó en

voz baja:

 Parece que nos están cercando...

Nadhal la miró.

 Dilo en voz alta, Dama Enyr.

La mujer enrojeció. No había querido decir nada en realidad. Era su

primera intervención como Estratega del Consejo, puesto que había heredado y

aprendido de su padre. Era solo una principiante. Bajó los ojos y repitió con

lentitud.

 Parece que nos está rodeando, mi Señora.

Nadhal asintió en silencio. Pero la inquietud se extendía entre los

presentes. Los Generales empezaron a removerse en sus lugares. Algunos de los

Capitanes se habían puesto de pie. El ruido de muchas voces tratando de hacerse

oír al mismo tiempo invadió el salón.

 Mi Señora... . Un anciano junto a la Dama Enyr se había puesto de

pie.  No tengo voz en este Consejo, pero fui ayudante de uno de los consejeros

de tu padre. ¿Puedo hablar?

Nadhal le concedió la palabra, seria. Los presentes estaban fuera de

control. Y sin embargo el hombre habló con una voz clara y profunda que calmó

un poco a la concurrencia.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 No creo que debamos combatir a la Sombra. No creo que sea siquiera

posible...  Los Generales se movieron inquietos otra vez, pero el anciano los

detuvo con un gesto.  No es posible combatir a la Señora de Occidente, a

ninguna de las Señoras, y en eso creo que todos estamos de acuerdo. Creo que lo

más conveniente sería ir hacia ella y parlamentar. Necesitamos saber por qué se

mueve hacia nuestro territorio, y qué es lo que desea de nosotros. Debemos

negociar, no declarar una guerra que no podemos ganar.

 ¡La Sombra se llevó a los nuestros! ¡No podemos negociar sobre esa

base!  gritó uno de los del Sur.

 ¡Tenemos que aniquilarla!  protestó otro.

El anciano levantó la mano, tratando de apaciguar a los exaltados

campesinos.

 Por favor, podemos negociar la devolución de los pri...

 ¡Negociar! ¡Nunca! ¡Venganza!  rugió uno de los de Loev, saltando

de su asiento.

 ¡Venganza!  coreó otro. Y otro. Y otro más. Pronto la mitad del

Consejo estaba gritando enardecido.

Nadhal miró a Kahle, y Kahle estaba de pie, gritando como los demás.

Recordó de pronto la horrible sensación que la había invadido cuando miró en su

mente la frontera del Desierto Rojo. Los hombres no se habían dado cuenta que la

Sombra estaba ya dentro de ellos. El deseo de la guerra era fuerte ahora, y la


33
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Sombra lo hacía crecer más y más, tanto más cuanto más gritaban y trataban de

hacerse escuchar por encima de los otros, sin darse cuenta siquiera que todos

gritaban lo mismo... Guerra... Venganza... Sangre... Matar... La Sombra en ellos

se fortalecía. La Dama Enyr estaba sentada con la cabeza gacha y muy pálida.

Parecía estar luchando contra algo. Por un momento, Nadhal quiso atisbar en su

mente, pero se contuvo. Sin saber por qué, lo que la Dama Enyr estaba

combatiendo tomó forma en sus propios pensamientos, una forma oscura y

amenazadora. Nadhal se retrajo un poco, encogiéndose en su asiento. Se dijo que

los pensamientos de las personas eran privados, y se retiró de las sensaciones de

Enyr. La Dama Nuria y el Embajador la observaban. Nadhal volvió a mirar

alrededor. La decisión le correspondía a ella, nadie más podía hacer nada. Se

levantó.

 Señores...  y dio un ligero golpe con el cetro sobre la mesa. Los que

gritaban se quedaron quietos inmediatamente, y se sentaron en silencio. Ninguno

de ellos había visto el resplandor azul, pero todos habían sentido su poder.

 Señores. Estamos tratando de evaluar la situación para hallar una

solución adecuada. No es gritándonos unos a otros que la encontraremos. Pero lo

que he oído de lo que se ha dicho aquí y de lo que aquí se ha callado, me indica

que la Sombra ha enviado un mensaje a cada uno de los Reinos. La Sombra,

señores, está en ustedes. La Sombra, señores, tiene algo que decir. Cuando cada

uno de ustedes pueda discernir el mensaje y decida comunicármelo, tomaré una

decisión. Yo...
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

En ese momento, las cortinas del Oeste se movieron al impulso de la brisa.

La Colina se recortaba oscura contra el cielo nocturno, y Nadhal creyó ver una luz

roja en la cima; una luz roja que la golpeó con fuerza y la hizo tambalearse hacia

atrás. Alguien la sostuvo.

 ¿Señora?  susurró una voz en su oído. Ella no contestó.

 Tomaré mi decisión más tarde, he dicho. El Consejo queda disuelto.

Como si hubieran estado esperando esa orden, los sirvientes abrieron las

puertas del salón, y los consejeros se retiraron tan lentamente como habían

llegado.

 ¿Qué fue eso?  susurró Nadhal. Solo la Dama Nuria permanecía a su

lado.

 Dime lo que viste, Señora.

Nadhal levantó la mirada. La anciana Dama le sonrió.

 Tú también lo viste, Dama Nu.

 Solo en parte, Señora.

 ¿La luz en la Colina de Occidente?

La Dama Nuria asintió lentamente. Sabía que debía aconsejar a la reina,

pero en este momento se le hacía muy difícil. La Señora Nadhal acababa de

liberar algo de su poder. Se había producido el desajuste en las fuerzas, y era

lógico esperar una reacción.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 He sentido como crece el poder en la Colina de Occidente, Nu. La he

visto en mis sueños rodeada de llamas. Se huele la amenaza en la brisa que sopla

del Oeste. Huele a miedo. O a venganza...

La Dama Nuria volvió a asentir.

 Tú que ves lejos, ¿qué viste en la Colina, dama Nu?

La Dama hubiera preferido no responder, pero Nadhal era la Regente.

 La Señora de Occidente ha enviado un emisario. Ha despertado el

poder del antiguo Santuario.

 Pero... Nu. Los del Valle hemos vivido en paz con las dos Señoras

desde los más antiguos de nuestros fundadores. ¿Porqué tiene que amenazarnos la

Señora de Occidente?

La Dama meneó la cabeza en silencio, fingiendo ignorancia. Nadhal debía

encontrar por sí misma la respuesta a esa pregunta. La Regente la miró por unos

momentos más, esperando; pero como no recibiera respuesta, dijo:

 Está bien, Dama Nuria. Gracias. Puedes retirarte.

Fragmentos de conversación se le presentaban entre sueños, acosándola.

Nadhal dormía inquieta. ‘El rey Vinger está asustado. No sabe si podrá enfrentar

de nuevo a la Sombra.’ La expresión del Embajador, sus ojos clavados en ella,

vigilándola, evaluándola... calculando qué y cuánto podía decir. La Dama Nuria, a

su lado. Claro, eran primos. Los dos nacidos en el reino del Norte, aunque la dama

se había casado con un embajador del Desierto Blanco. Ambos se habían afincado
36
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

el Valle hacía muchos años, y la Dama permaneció aún después de la muerte de su

marido. Más fragmentos de frases entreoídas surcaron su duermevela. ‘La Sombra

es fuerte...’ ‘Ya atrapó a muchos de los nuestros...’ ‘...los que se van ya no

vuelven...’ ‘No sabemos si están vivos...’ ‘No le importa si son nobles o plebeyos,

si son hombres, mujeres o niños... La Sombra se los llevó a todos...’ ‘Nadie

escapa de la Sombra...’

Y la imagen de los ojos del Embajador, clavados en ella, oscuros,

calculadores, siempre midiéndola, pesándola, evaluándola... y al final, una luz de

comprensión. ¿Qué había estado buscando el Embajador, y qué era lo que había

encontrado?

La sensación extrañísima que se apoderó de ella cuando el relámpago rojo

la alcanzó la volvió a despertar. Miró un momento el techo de su habitación. La

brisa movía las cortinas, dibujando sombras extrañas. Cerró los ojos, y la visión y

la sensación revivieron en su mente. Nadie lo había visto. Nadie lo había

percibido. Pero cuando las cortinas se movieron en la sala del Consejo, la colina

negra destelló para ella con una llamarada que no podía ignorar. Nadhal sentía que

había un mensaje en esa luz, pero era incapaz de descifrarlo.

Se volvió en la cama, incómoda y volvió sus pensamientos al relato de los

hombres del príncipe Loev. Ellos habían recibido un mensaje, y el Embajador lo

callaba. Había habido un dolor agudo y una extraña amargura en él cuando habló

de la desaparición de la hija del rey. Pero Nadhal no había podido leer más

profundamente en sus emociones. El Embajador, como todo buen negociador,


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

cubría sus pensamientos con una gruesa capa de diplomacia. Era casi imposible

saber lo que pensaba en realidad; al igual que la Dama Nuria. Ella, hasta ahora

había sido una buena amiga, a veces confidente, y siempre una consejera de mente

clara y analítica. La Dama Enyr seguía su ejemplo. No había interrogado a la

muchacha; pero Nadhal creyó en ese momento que la chica era demasiado joven e

inexperta como para haber percibido el relámpago rojo. No, la Dama Enyr no le

serviría en esto.

Y todavía quedaban los hombres del Sur, pensó Nadhal, volviéndose otra

vez, incómoda. La ‘señal’ que habían visto. El mensaje que habían recibido y

ocultado. O ignorado, por no haberlo comprendido. Mientras le daba vueltas al

asunto en su mente, de repente se levantó y se acercó al balcón. La Colina de

Occidente se veía inofensiva desde aquí. Dormida. Y un ligero resplandor de luna

bañaba el Santuario del Este con una extraña iridiscencia. El aroma del incienso le

llegó nítido, aunque el Santuario se hallaba lejos. Y ese aroma le aclaró la mente.

La Sombra se había equivocado con los del Sur, seguramente. Pueblo de

campesinos, sin cultura religiosa, no habían comprendido el mensaje de la

Sombra. Luego se volvió al Norte. Pero el pueblo de Loev y de Vinger era

guerrero. Tampoco recibirían mensaje alguno, a menos que la Sombra tuviese un

embajador, una voz que hablara por ella... Y la idea saltó de entre sus

pensamientos como si hubiese estado esperando. ¡La hija del Rey! Probablemente

la Sombra la usaría como mensajera. Lo único que tenía que hacer era esperar.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Aún la Dama Nuria decía que alguien había despertado el poder del antiguo

Santuario de la colina... Tal vez la chica...

Mientras volvía a su cama se preguntó por qué la Sombra no se había

vuelto a la gente del Valle, un pueblo de profundas raíces espirituales, para

entregar su mensaje. Aún los obsoletos sacerdotes deberían poder entender y

traducir su deseo. Después de todo, el pueblo del Valle había vivido en paz con las

dos Señoras desde siempre. Estaban preparados para hacer la voluntad de

cualquiera de ellas... ¡En fin! Se consoló pensando que Lhari, la hija de Vinger, la

mensajera, sería liberada pronto, y les traería el mensaje. Ellos cumplirían el

deseo de la Señora de Occidente, y seguirían con sus vidas como siempre. Sólo

tenía que esperar.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

V.

Era una mañana de mediados de verano, casi un mes y medio desde el

frustrado Consejo del Valle. El ejército reponía fuerzas, y la Regente había

tomado previsiones para abastecer al contingente del Sur. Les había ofrecido

tierras y la posibilidad de permanecer en el Valle, pero Baruk las rechazó. Su

hogar estaba allá, dijo, en la jungla junto al río y en los bajos del pantano. Querían

regresar. Nadhal percibía una cierta desilusión en ellos, por no poder batallar

contra la fuerza que los había agredido. Sin embargo, no se atrevieron a

reprocharle nada. Ella les había exigido transmitir un mensaje que ellos no

lograban siquiera recordar. No había nada más que hacer.

Los escuadrones del Norte permanecían acampados. El Embajador no

había dicho nada aún, y Nadhal continuaba esperando. En cuanto a la hipotética

mensajera, no había aparecido aún. Nadhal le había expuesto al Embajador su

teoría, y él se mostró escéptico. Sus reuniones con el viejo diplomático se habían

ido espaciando, ya que no tenía nada que decirle, a menos que él hablara primero.

Pero de todas maneras, Nadhal suponía que el ejército del Norte volvería a casa

antes del invierno. No tenía sentido soportar la época de las lluvias en el Valle, a

la intemperie.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Y en cuanto a su propia gente, Kahle estaba más impaciente cada día.

Paseaba arriba y abajo de las habitaciones cuando estaban juntos, y guardaba a

duras penas la compostura cuando estaban en público. La inactividad lo ponía de

mal humor. Eso, y la falta de resolución de parte de Nadhal. Él hubiera deseado

marchar hacia el Desierto Rojo y obtener la verdad por la fuerza de las armas.

Nadhal sabía bien que su medio hermano era un hombre de acción. Aún así,

viéndole pasear de un lado a otro, no pudo evitar decirle:

 Vamos, Kahle. Ven y siéntate un momento... Hablemos.

Él se volvió bruscamente.

 ¿Hablar? ¿De qué?

 ¿Qué te pasa? ¿Porqué estás tan inquieto?

Él hizo una mueca.

 Me siento enjaulado... Este palacio me asfixia.

Ella se limitó a mirarlo. Había esperado que él pudiera permanecer a su

lado años y años en paz; pero apenas a un mes y medio de su llegada ya quería

partir de nuevo. Había pasado los últimos años yendo de un lado a otro, siempre

de campaña, en maniobras, o en ejercicios, y la última de ellas había sido

desastrosa. No, no es que hubiera habido bajas. Es solo que había traído la

amenaza hasta sus mismas puertas, al traer a la gente del Sur.

La idea inicial había sido visitar la frontera del Delta, explorar los

pantanos, simplemente para asegurarse que no hubiera grupos de bandidos o

contrabandistas escondidos allí. Pero en cambio habían encontrado al grupo de


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Baruk en su penoso peregrinaje al Valle en busca de ayuda y refugio. Al escuchar

la historia, se movieron hacia el Oeste, a la frontera del Desierto Rojo, y al no

encontrar nada, regresaron.

No le extrañó en lo absoluto verlo regresar junto al príncipe Loev, el hijo

del rey Vinger. Era evidente que se harían amigos. Ambos hombres de armas,

ambos aficionados a los mismos deportes, y las mismas actividades... Cuando la

partida del Embajador y el Príncipe encontraron al grupo de Kahle, era evidente

que se unirían para cubrir el camino juntos.

 ¿Porqué no buscamos algo que hacer?  dijo ella. Kahle la miró con

aburrimiento.

 ¿Algo que hacer? ¿Aquí?... ¡Por favor, Nadhal! Me sé de memoria los

desafíos del patio de ejercicios. Hasta mis hombres menos experimentados...

 No estaba pensando en ejercicios de entrenamiento.

 ¿Y entonces?

 Mm...  Nadhal miro significativamente a los bosques que cubrían la

falda de las colinas, más allá de las murallas.

Kahle enarcó las cejas.

 Tal vez una partida de caza.

Kahle la miró con incredulidad.

 ¿Qué?
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Una partida de caza. No será como estar de campaña, pero por lo menos

te sentirás menos asfixiado.

Él lo pensó un poco.

 Mm... Puede ser...

Nadhal sonrió. Sabía que la idea terminaría por agradarle.

El ruido en los arbustos se repitió.

 ¡Sh!

Loev calló y prestó atención. Había estado interrogando a Kahle acerca de

su hermana, pero la repetición del ruido también había despertado su instinto

cazador.

 Jabalí,  susurró.

Kahle asintió y se desplazó de costado hacia la derecha, mientras Loev lo

hacía hacia la izquierda, con las armas preparadas. Los escuderos los siguieron. El

ruido se repitió otra vez.

 ¡Ahora!

Los cuatro lanzaron sus jabalinas hacia los arbustos, y la bestia salió

bufando y chillando. No había sido alcanzada, pero el ataque la había enfurecido.

Embistió contra el criado de Kahle, que saltó ágilmente sobre unos troncos para

ponerse fuera de alcance. El animal se volvió y Loev le asestó un golpe en el

costado. Con un chillido, el jabalí volvió a embestir, y Kahle lo hirió con su

espada. El animal cayó y el criado de Loev lo remató.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¡Señor! ¡Mi señor!

El criado de Kahle se había internado entre los árboles, un poco más arriba

del claro en que habían encontrado al jabalí.

 ¿Qué pasa, Baserat?

 Ven, señor... Aquí hay algo que debes ver.

Tanto Kahle como Loev dejaron al jabalí en manos del otro criado y

corrieron al encuentro de Baserat.

 ¿Qué es? ¿Ves algo?

 Allá abajo, entre las piedras del fondo...

 Me pareció que se movía.

 ¿Qué es? ¿Un animal?

 Un hombre  dijo Kahle con claridad.

 Estás muy seguro,  le dijo Loev levantando una ceja.

Kahle hizo una mueca y señaló a un costado, a un pequeño sendero.

 ¿Tan ciego estás que no ves las marcas? Por aquí pasó un caballo... y se

espantó de algo.

 El jabalí.

 Seguramente. Y tiró al jinete al barranco.

 ¿Estará vivo?

 Es una buena caída. Hay que ir por él.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Loev asintió lentamente y le indicó con un gesto al criado que fuera por

ayuda.

 ¿Quién será?

Kahle resopló.

 ¿Y cómo saberlo? Cuando lo subamos le preguntaremos.

 Tiene ropas del Desierto Blanco...

Kahle se asomó por el borde peligrosamente y Loev lo sujetó por la

espalda.

 ¡Ey! ¡Cuidado! No queremos subir a dos en lugar de uno...

Kahle resopló.

 Sí, del Desierto Blanco... La capa por lo menos. Pero no veo el sajalí.

 A lo mejor se le cayó en alguna parte...  Y Loev se volvió al criado.

 Busca entre los matorrales.

El hombre lo miró sin comprender.

 El sajalí,  aclaró Loev con gesto impaciente.

Kahle se volvió a los dos.

 Él no sabe lo que es, vino de los campos junto al Delta... Busca una

especie de puñal plateado, posiblemente con joyas, unido a una cadena como para

colgarlo al cuello...

El criado se alejó un poco, y Loev y Kahle volvieron a sus puestos sobre el

barranco tratando de deducir quién sería el hombre que yacía allí abajo.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Sacar al extranjero del lugar donde había caído les llevó más de cinco

horas. Hasta la caída de la noche. Bajar las cuerdas fue fácil, pero el hombre no

podrá moverse, o estaba inconsciente. Al fin, Naro y Kelkar, dos ágiles esclavos

negros, bajaron escalando entre las rocas hasta él y lo ataron y aseguraron con

tanto entusiasmo que cuando fue izado, el hombre parecía más una momia que un

herido.

Naro y Kelkar recibieron honores por la hazaña realizada, aunque en la

cena, apenas les concedieron el premio (una ración extra de las frutas exóticas que

había traído el Embajador) se fueron, felices, a compartir el festín con sus

compañeros.

El herido había sido llevado al campamento. Kahle permaneció mucho

rato en la tienda que hacía las veces de enfermería, observando al hombre. La

caída había sido importante, pero aún así no justificaba un desmayo tan

prolongado. Sin embargo, hora tras hora, el hombre permaneció inmóvil bajo la

mirada de Kahle, casi como si estuviera muerto.

Ropas del Desierto Blanco, un hombre del Este. Quizá un sacerdote del

Santuario de la Luz, pero bajo el vendaje de la frente no se distinguía ningún

tatuaje. Tampoco lo había distinguido antes, mientras lo subían de aquel agujero.

Sí, las ropas de los peregrinos del Desierto, pero sin el sajalí... Ningún hombre del

Este permanecía ni un segundo sin el precioso talismán. Un puñal, le había dicho

al criado, pero era mucho más que eso. El sajalí solo tenía la forma de una daga.
46
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Era hueco por dentro, y solía contener un licor, o una poción mágica con que los

hombres del Desierto podían curar o asesinar a voluntad. El sajalí era el protector

de los peregrinos blancos, prácticamente su dios. Ninguno de ellos se separaría de

él ni por grado ni por fuerza. Era como si su alma se aposentara en ese pequeño

puñal de plata repujada.

Y aún así... El hombre podía haber perdido su sajalí cuando su caballo se

espantó, y luego, desmayado, no lo había podido recuperar. Pero los sajalíes se

‘encontraban’ solos, había oído decir. Y los criados habían explorado la cima del

barranco hierba por hierba. No había rastro del sajalí, ni del caballo.

Habían buscado al caballo con más ansiedad que al sajalí. El caballo debía

llevar el equipaje del extranjero; y en su equipaje podrían obtener pistas de su

identidad. La ropa podría ser un disfraz. El traje oscuro con el ribete plateado en

el cuello y los puños parecía intacto. La capa estaba desgarrada, y yacía doblada a

un lado.

Unas manchas rojizas se insinuaban en el ruedo, bajo las manchas

verdosas que había dejado el pastizal de la colina y los grises del polvo de las

piedras. Rojo. No había tierras rojas en el Norte, en las tierras de Loev y Vinger.

No había barro de ese color en los pantanosos deltas del Sur. Sólo había un lugar

donde se podía encontrar tierra roja: el Desierto de Occidente. Kahle frunció el

ceño, y continuó vigilando al hombre dormido por otra hora.

 ¡Ey, príncipe! El extranjero se ha despertado.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

El desconsiderado sacudón lo arrancó de un sueño tardío. Se había

desvelado, vigilando al extraño, y aún después de dejarlo al cuidado de uno de sus

guardias hacia las tres de la mañana, había seguido dando vueltas en su cama

hasta el amanecer. Un sueño pesado lo había invadido junto con la primera luz, y

le costó regresar. Loev lo sacudió un poco más.

 ¡Ey! ¿Qué te pasa?  protestó.

 ¿No habías pedido que te llamaran en cuanto volviera en sí? Bueno,

hace quince minutos que abrió los ojos. Levántate de una vez.

De alguna manera Kahle logró ponerse de pie y siguió a Loev a la

enfermería.

Los ojos azul pálido se clavaron en él apenas entró en la tienda. El hombre

hizo una inclinación con la cabeza.

 Señor...  susurró con un hilo de voz.

Kahle se llevó la mano instintivamente al hombro derecho, pero la insignia

no estaba allí. ¿Cómo había reconocido su rango? Luego vio a Loev tras él. Loev

sí llevaba el broche con el emblema real en su hombro, siempre lo hacía. Kahle

no. El broche dorado le molestaba para acechar alguna presa, o para moverse

entre los bosques del oeste o en los pantanos del sur. Las insignias estaban bien

para un salón, pero no para una partida de caza. Con todo, el hombre lo había

reconocido. Tal vez por la compañía, pensó. Después de todo, Loev lo trataba
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

como a un igual, cediéndole el paso y la palabra. Reprimiendo una inicial

desconfianza, se acercó a la cabecera e inició el interrogatorio.

 Bienvenido. ¿Quién eres?

El hombre hizo una mueca y dudó un segundo antes de contestar.

 Eh... me llamo... Tziro.

 ¿De dónde vienes? ¿Qué estás haciendo aquí?

El hombre volvió a hacer una pequeña pausa antes de responder, y lo hizo

lentamente.

 Vengo de... de la frontera... Nací... en la colina... tras el Santuario del

Sol.

 Alkhama, la tierra de los Príncipes,  dijo Loev. El hombre volvió a

hacer una mueca, como si sintiera algún dolor, y su respiración se volvió un poco

más audible. Le costaba hablar. Kahle no lo apresuró.

 Sí... La tierra... sagrada... donde nacen nuestros reyes...

 ¿Qué estabas haciendo aquí? ¿Tienes idea cómo caíste al barranco?

 Estaba... explorando, y... mi caballo se... se asustó de algo, en los

matorrales.

Kahle lo miró pensativo.

 El caballo no lo encontramos. Ni tampoco el sajalí.

El hombre se sobresaltó.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 De todas maneras, podemos ayudarte a llegar a tu tierra y  Loev se

interrumpió. El hombre, absolutamente pálido, se había reclinado y había cerrado

los ojos.

 ¿Estás bien?

 El... sajalí...  murmuró Tziro.  No puedo regresar sin el sajalí.

Había empezado a respirar rápida y superficialmente, y volvió a

desmayarse.

Estaba previsto que regresaran dentro de una semana, pensó Nadhal,

mientras observaba desde la torre cómo la cabalgata se acercaba rápida y sin

ceremonias. Su hermano y Loev iban al centro, a la cabeza. Por un segundo, una

idea absurda le cruzó la mente: la Sombra los había alcanzado y venían huyendo.

Luego observó que se movían de la misma forma que siempre; ordenados, aunque

no en formación militar. Pero se suponía que habían salido de cacería, no en un

ejercicio militar. La manera enérgica de moverse de Kahle la hizo sonreír. Había

sido una buena idea. Se lo veía en buena forma, y su postura firme y vital... Casi

inmediatamente la sonrisa se le congeló en la cara. La compañía traía un hombre

herido.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

VI.

El hombre rubio de claros ojos azules la miraba en silencio. Ella sentía el

peso de su mirada mientras se movía por la habitación, y esa idea la hizo

sonrojarse. Se acercó con el vaso entre las manos, y se sentó en la cama, junto al

hombre.

 ¿Porqué haces esto?

Ella sonrió.

 Tómate tu medicina.

El hombre obedeció, y ella le acercó una servilleta para limpiarlo. Él no se

lo permitió.

 Eres una princesa. ¿Porqué haces esto?

 No soy una princesa. Soy la Regente. Y hago esto porque nadie más

puede hacerlo,  dijo ella con tranquilidad. Sin embargo no lo miró a los ojos.

El hombre vaciló un momento, pero aún así logró decir:

 ¿No tienes médicos en el Valle, Señora?

Ella sonrió con ironía.

 Muchos. Pero ninguno lo suficientemente hábil como para mantener

con vida a un hombre del Este al que le falta el sajalí. Con todo, creo que hemos
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

logrado estabilizarte lo suficiente como para que sobrevivas hasta que vayas por

él.

El hombre desvió la mirada.

 No deseo vivir,  dijo. Y añadió en voz baja:  No así. He fracasado.

Nadhal lo miró por unos momentos. Eso era algo que ella no podía sanar.

 Y yo no deseo dejarte morir,  dijo ella.  No puedo hacerlo. Estamos

en guerra, hombre del Este, y más tarde o más temprano, todos los que conocemos

a la Señora de la Luz deberemos luchar para mantener su lugar.

Tziro se estremeció e inclinó la cabeza.

 De la guerra tengo que hablarte...

 Sí, lo sé. Pero no ahora. Ahora lo que tienes que hacer es descansar y

reponerte. Cuando haya logrado reconciliar la energía de tu espíritu con la falta

del sajalí podremos discutir la guerra y todo lo demás.

El hombre cerró los ojos, rindiéndose. Ella se levantó para retirarse.

 Sabes que no lo perdí,  dijo él, de repente, sin abrir los ojos.

 Ningún hombre del Desierto Blanco perdería jamás su sajalí,  repuso

ella con tranquilidad.

 No, nunca jamás...

Nadhal esperó un momento, ya casi en la puerta, con la pregunta en los

labios. ¿Entonces cómo? ¿Cómo había podido perder algo tan sagrado? Los ojos

claros se abrieron y ella sintió un dolor enorme, gigantesco, aplastante que le

llegaba directamente del corazón de ese hombre.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Lo entregué... A cambio de la vida de alguien...  La bebida hacía

efecto.  No sirvió de nada...

Y la cabeza de Tziro cayó a un lado. Dormía.

En unas semanas, y gracias a los cuidados de la Regente, el extranjero se

había repuesto lo suficiente como para salir de sus habitaciones, y aún asistir a las

reuniones del Consejo, aunque Nadhal no se lo había permitido todavía. Tenía una

extraña sensación respecto a ese hombre, Tziro, el extranjero. Lo había cuidado

durante muchos días, entreoyendo, o entre-sintiendo ese dolor sordo que le

llegaba desde su mente y su corazón. Suponía que se debía a la pérdida del sajalí.

Los del Este necesitaban ese objeto (una especie de amuleto mágico) para

equilibrar su energía espiritual, o magia natural, como la llamaban los

campesinos, con su existencia física. Cuando lo perdían, o lo entregaban, o se les

quitaba, los del Este morían invariablemente, como si se ahogaran en un exceso

de poder. Pero la gente del Este le producía siempre una sensación extraña: le

parecía que no eran personas, sino ventanas. Le parecía que eran conductores que

transmitían una energía y un poder que venía de más allá. Aún Tziro sin su sajalí

le daba esa curiosa impresión.

Esa tarde, Nadhal paseaba lentamente por el jardín. Se sentía inquieta, pero

aún así no perdía su majestad. Tal vez un ligero temblor en las manos, o lo

incierto de sus pasos. Los suspiros que de vez en cuando se le escapaban.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Tziro estaba sentado en uno de los bancos de piedra del jardín. La

observaba. Una discreta sonrisa apareció en sus labios cuando ella lo miró.

Lentamente se levantó, afectando torpeza, y saludando a Nadhal con una

reverencia. Ella le respondió con una ligera inclinación y se sentaron juntos.

Conversaron suave y largamente. El trino de algún pájaro y la brisa que soplaba

de las colinas se llevaron lejos su conversación. En algún momento él le tomó la

mano. En algún momento, ella se sonrojó. En algún momento, él le acarició la

mejilla, y ella se lo permitió. En algún momento entraron juntos al palacio, y

permanecieron juntos.

La sala del Consejo estaba casi vacía esta vez. Sólo las Voces de cada

grupo se habían presentado. Baruk y sus dos compañeros ocupaban hoy los

asientos junto a la Dama Enyr y los sacerdotes. Frente a ellos, el Embajador, la

Dama Nuria, el príncipe Kahle, el príncipe Loev y un capitán del Norte. Nadhal

ocupaba el sitial del centro, sola, como siempre, y frente a ella, mirándola

intensamente con ojos azules, estaba Tziro.

El interrogatorio había comenzado hacía rato, y Kahle observaba a Tziro

con desconfianza creciente.

 Bien, Tziro. No entiendo cómo escapaste de la Sombra,  dijo de

repente, interrumpiendo la historia. Tziro recomenzó, paciente.

 No escapé, porque nunca me atraparon. Me dejaron atrás, dándome por

muerto cuando perdí el sajalí. Cuando se fueron, tomé el caballo y traté de


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por Sandra Viglione

conseguir ayuda. El caballo se asustó y me arrojó al barranco donde tú me

encontraste.

Nadhal intervino.

 Dile al consejo cómo es que fuiste al encuentro de la Sombra cuando tu

pueblo no admite la guerra.

Tziro volvió a clavar sus ojos azules en ella.

 Mi Señora, es difícil de explicar. Pero cuando uno de nosotros siente la

llamada, debe seguir a su Guía, sin importar adónde lo lleve. Mi sajalí me ordenó

que lo siguiera, y yo lo seguí. Lo seguí por el Paso, al Norte, entre la frontera de

este reino y la del rey Vinger. Pasé por el río helado y viajé por el bosque, allá

lejos, y llegué al límite del Desierto Rojo. Y seguí a mi Guía por la frontera del

Desierto, sin entrar en él, hasta los pantanos del Sur...

 Es curioso que no hayas encontrado al ejército,  dijo Loev, no sin

ironía.  Porque seguimos el mismo camino.

 El Desierto es grande,  cortó Nadhal, seca.  Continúa.

 Estaba junto al Desierto Rojo, esa noche... Creo que la última del

invierno. Estaba despierto, oyendo a mi Guía, mirando las estrellas. Y las estrellas

se oscurecieron. La noche en el desierto es fría, pero había algo helado

moviéndose en el aire, sobre la arena. Helado y oscuro. Me quedé muy quieto, sin

respirar, y la sombra pasó, pero mi sajalí no volvió a hablar.

 ¿El sajalí?
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Mi Guía. El sajalí guarda la voz de nuestro Guía... entre otras cosas. Por

eso no podemos vivir sin él.  Tziro se llevó mecánicamente la mano al cuello, y

luego se obligó a bajarla con lentitud.  Esperé hasta que pasara, y luego la

seguí... hasta los pantanos del Delta. Seguía su rastro frío, pero lo perdí en los

riachos, casi en la villa de los pescadores, y me subí a un árbol para poder ver

mejor. Entonces vino el temporal. Me aferré a las ramas, y en medio de la

tormenta los vi pasar, debajo de mi árbol. Pasaban, y el viento no los empujaba, ni

la lluvia los mojaba. Caminaban a ciegas, envueltos en la oscuridad y el frío, pero

no tropezaban ni se desviaban...

 ¿Quiénes?

 La gente del Delta. Vi pasar la sombra de hombres, mujeres y niños,

todos cegados e insensibilizados, caminando en sueños, hechizados. La Sombra

los había reclutado. Eran sombras en la Sombra... Traté de seguirlos, pero de

nuevo, no pude pasar la frontera del Desierto Rojo. No sé cómo, ellos se

desvanecieron como humo en la Frontera Roja...

 ¿Y cómo perdiste el sajalí?  preguntó ahora la Dama Nuria. Ella

conocía bien a los del Este, y le parecía harto extraño que Tziro lo hubiera

perdido.

 Bien, Dama. Esperé muchos días y noches junto al camino, en la Puerta

del Desierto. Muchos días. Mi Guía no hablaba, como si a él también se lo hubiera

llevado la Sombra. Yo no sabía qué hacer. Al fin, decidí volver atrás, a casa. 
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Aquí, Tziro bajó la cabeza.  ¡Ojalá no lo hubiera hecho! Tomé un camino

diferente del que había tomado a la ida, y llegué a una granja. Una mujer me

recibió, y me brindó su hospitalidad. Compartimos lo poco que nos quedaba, y

nos retiramos a descansar. Y entonces, la sombra y el frío volvieron. Los sentí

llegar. Corrí adonde estaba la mujer. Ella tenía un hijo, un niño pequeño. Ya

empezaban a moverse, caminaban bajo la sombra. Le grité que no lo hiciera, pero

no me escuchó: ella ya era como un fantasma, y el niño empezaba también a

desaparecer. Le grité a la oscuridad que no se los llevara, el niño era tan

pequeño... En mi desesperación, le prometí a la Sombra darle algo de valor, y algo

se formó delante de mí. Una forma encapuchada. Extendió una mano que parecía

una garra negra. ‘¿Qué tienes para mí?’ dijo en un gruñido que parecía el de una

bestia. ‘Tesoros, los que quieras. Lo que me pidas... Sólo deja a esta mujer y a su

hijo...’ Pero la figura que tenía ante mí se rió. Extendió la mano y tocó mi sajalí.

Sentí que el frío me invadía, y perdí el sentido. Me pareció oírla decir; ‘Este sería

un buen precio... En cuanto a ella, es libre de volverse atrás... Pero, verás, creo

que ya me pertenece.’ Cuando volví en mí, el sajalí no estaba; pero tampoco la

mujer ni el niño.

Tziro hizo una pausa. Luego agregó en voz baja:

 El resto ya lo saben.

El silencio volvió a caer, denso, y esta vez se prolongó. Nadhal lo miraba

pensativa, pero no percibió desconfianza o sospecha en ella. Ella le creía. Tziro se


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

sintió un poco mejor. Al cabo de unos momentos, el Embajador tosió y tomó la

palabra.

 Mi señora Regente, si me permites...

Nadhal se volvió a él.

 Por lo que sabemos, la Sombra ha secuestrado gente de los pantanos del

Sur y del cerco de nuestra ciudad.

 No tiene ejército,  interrumpió uno de los sacerdotes.  Por eso

necesita a las personas. La Sombra no puede crear vida, ni sostenerla...

 Y siguiendo la idea de la Dama Enyr, puede estar usando ese ejército de

zombis para quitarnos nuestros aliados y cercarnos.

La Dama Enyr se sonrojó. Esa no había sido en absoluto su idea. Ella no

creía que la Sombra quisiera declararles la guerra; mas bien pensaba en un

llamado de atención.

 Pero ¿es seguro que se dirijan hacia aquí?  preguntó Nadhal de

improviso. Tziro se sobresaltó.

 Sí, Señora,  dijo.

 ¿Cómo lo sabes?  saltó Kahle.

 ¿Y tú porqué lo dudas?  contestó Tziro sin pensar. Pero pronto se

rehizo y recuperó sus modales. No podía tratar de tú a un noble: el pueblo no lo

hacía.  Observa el movimiento envolvente de las tropas, mi señor. En invierno,

el Delta. En primavera, las Montañas. El Este los ha ignorado; pero para llegar al
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Este, es menester atravesar el Valle. La Sombra crece, mi Señora, y dudo mucho

que sus intenciones sean diferentes de invadirlo todo.

Nadhal se puso de pie antes de que Kahle pudiera contestar.

 Está bien, señores. Cerraremos la discusión aquí. Mi general Kahle,

quiero que envíes patrullas a las villas de las fronteras, y un grupo de exploradores

armados al Delta y a las Montañas. Tienes un mes para informarme de los

movimientos del enemigo.

 Los exploradores ya salieron, Señora. Tendrás tus informes en tres

semanas.

Nadhal sonrió. Su hermano siempre se anticipaba a sus deseos.

 Bien. Entonces, cuando los informes lleguen evaluaremos la situación y

tomaremos una resolución definitiva.

Los consejeros empezaron a retirarse, y el salón iba quedando vacío. Tziro

permanecía inmóvil en el centro, mirando al suelo. Nadhal se acercó y le tomó el

brazo.

 Vamos, mi invitado. Vayamos a descansar.

Tziro se liberó con brusquedad.

 Señora, sabes que la guerra avanza sobre ti. Sabes que tengo razón.

Nadhal se encogió un poco. No esperaba una reacción así, tan violenta de

un hombre al que consideraba pacífico.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Sí, lo sé,  susurró.  Pero no quiero una guerra si puedo evitarla,

Tziro.

Ella lo estaba mirando a los ojos ahora, casi con miedo; y en ese momento

lo que vio Tziro fue a una niña insegura. Se le encogió el corazón pensando que

debía llegar hasta el final.

 La guerra avanza sobre ti, Señora. No puedes evitarla,  dijo.

Y se volvió, dejándola sola. La cortina de la ventana del oeste se movió un

poco, dejando ver la Colina. Nadhal se estremeció.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

VII.

Tziro se encontraba ahora solo en la habitación que le habían dado. No era

magnífica, pero serviría a sus fines tanto como cualquier otra. Esperaba que le

hubieran creído. Era necesario. Era imperativo. El dolor lo golpeó nuevamente, y

no era un dolor físico. Sus heridas sanaban, al menos las visibles; pero había otras

que ningún médico podría sanar. ‘Devuélvemela... devuélvemela, por favor. Te

daré lo que quieras, lo que pidas... ¡esto!...’ Tziro trató de arrancar las imágenes

de su mente y escondió la cara entre las manos.

Un suave golpe lo sacó de su ensimismamiento.

 ¿Sí?

La puerta se abrió en silencio y una mujer con velo entró en la habitación.

Tziro se estremeció, recordando algo; pero la que salió de debajo del manto era la

Dama Nuria. Tziro la saludó con una reverencia, y ella se inclinó.

 Señor...

 ¿Porqué me llamas así, Dama Nuria? No soy nadie aquí.

La Dama clavó sus misteriosos ojos oscuros en los de él.

 Vine a traerte algo, Señor. Era de mi marido. Está vacío ahora, pero

pienso que tú podrías...


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

La Dama sacó un paquete que llevaba oculto junto a su pecho y lo

desenvolvió tímidamente. El paño de seda descubrió un antiguo sajalí de

ornamentos dorados.

Tziro acercó la mano y acarició el objeto con la punta de los dedos.

 La costumbre es que se nos entierre con él...  dijo.

 Mi esposo me lo dio en su lecho de muerte. Me dijo que estaría

conmigo en tanto que yo lo tuviera. Y me pidió que le jurase que lo llevaría

conmigo cuando me enterraran a su lado.

Una sonrisa triste cruzó las facciones de Tziro, y asintió levemente.

 Esa es también una antigua costumbre, entregarlo al ser más amado, 

murmuró. Luego miró a la Dama a los ojos.  No debes entregar este objeto a

nadie, jamás. Tu esposo te regaló la vida eterna, aún a riesgo de perder la propia.

Te estará esperando, del otro lado, cuando cruces el umbral, para llevarte a casa.

No podrán encontrar el camino sin el sajalí. Él te está esperando. No puedes

defraudarlo.

 ¿Y qué hay de ti? Tú entregaste tu sajalí por alguien.

Una sombra cruzó la cara de Tziro y se apartó de Nuria.

 Es verdad. No se lo digas a nadie.

 ¿Tampoco vas a decirles quién eres, Señor?

 ¿Cómo lo sabes?
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Estuve casada con un príncipe de Alkhama. Reconozco a otro cuando lo

veo.

 No somos príncipes, sino emisarios, Dama Nuria. Emisarios de la

Señora Basti entre los del Valle, los del Delta y los de la Montaña.

La Dama suspiró.

 Sólo que algunos olvidan su misión... en brazos de alguna mujer del

Valle, o del Delta, o de la Montaña.

Esta vez Tziro sonrió, y acarició con suavidad la mejilla arrugada de la

Dama Nuria.

 No. Es que algunos de nosotros simplemente tomamos otros caminos.

La Dama volvió a clavar sus ojos en él. Y Tziro retiró la mano.

 No se lo digas a la Señora. Ella no sabe nada, ni se ha dado cuenta aún

de quién soy.

Nuria bajó la cabeza, y sus manos se crisparon sobre el antiguo sajalí.

 Me pides algo muy difícil, Señor. Mi lealtad debe estar con ella.

 No lo pediría si no fuese necesario. Y ella es la clave para acabar con la

guerra.

 Está bien. Se hará como tú lo deseas..

Y la Dama Nuria se retiró tan silenciosa como había llegado.

Tziro estaba solo otra vez. La luna avanzaba lenta por el cielo, pero no

quiso salir a mirarla al balcón. Desde el balcón se veía la Colina de Occidente. No


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

quería ver el resplandor rojo sobre la cima, recordándole... lo que él deseaba

apartar de su mente precisamente ahora. Se hundió en la almohada, persiguiendo

imágenes fugitivas de las últimas semanas.

Kahle había sido exactamente lo que él había esperado. Lo había

reconocido de inmediato. Kahle... ‘¡Príncipe Kahle!’ Se recordó. No podía

cometer ese error otra vez. Desde niño había llamado a los nobles por sus

nombres, y se había olvidado que el pueblo lo hacía por sus títulos. De todos

modos, hacía un rato, en el Consejo había pasado desapercibido excepto para la

Dama Nuria. Pero ella era otra cosa. Ella había sido la esposa de uno de los suyos,

y guardaba su sajalí. Era una bruja blanca, al igual que su Señora, aunque ninguna

de las dos lo supiese. En cuanto al príncipe, Kahle desconfiaba de él. Lo había

hecho desde el principio. Pero hasta ahora, su desconfianza se confundía con

cierta dosis de celos por su hermana.

Tziro se había acercado mucho a Nadhal. Era necesario. La había visto

como a una simple brujita blanca, al principio, con sus brebajes equilibradores.

Pero, curiosamente, habían funcionado. Ya no sentía casi esa punzada en su

interior, esa llamada del otro lado, esa urgencia por pasar al otro lugar... Y si

habían funcionado era porque en la Regente había algo de la Señora. No había

tomado conciencia antes, pero esta tarde, en el Consejo, algo había empezado a

despertar en él. Ella era más, mucho más que una sacerdotisa de Basti. ¿Pero,

podría ser?
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

En el Este se decía que algo había sido quitado a la Señora, en su Palacio

de Oro hacía mucho tiempo. Eso le parecía extraño, ya que la Señora nunca salía

de su palacio en la montaña. No la habían visto en los últimos doscientos años,

por lo menos. Pero, ¿y si la Señora fuese prisionera en su propio palacio? Eso

explicaría el que no saliera, pero, ¿quién podría atrapar a la Señora de la Luz? No

tenía sentido. No, no tenía ningún sentido. Y, fuera lo que fuera, Nadhal era ante

todo, mujer. Y él era un hombre, un noble, aunque de momento lo ocultase. Y las

mujeres siempre se dan cuenta...

Esa era su respuesta, esa era su solución. Recuperaría lo que le habían

quitado, a como diese lugar... La mujer... Ah, el dolor otra vez. Ese dolor que le

hacía sentir que su espíritu estaba a punto de desgarrarse, ese dolor que ningún

brebaje podría aliviar jamás. Se dobló sobre sí mismo y se dejó ir en un sueño

oscuro y silencioso.

La tercera semana no había aún terminado cuando Kahle regresó de su

encuentro con las patrullas de avanzada. Muchas permanecían ocultas, a la espera

de nuevas órdenes. Los había entrevistado a todos, personalmente o a sus

mensajeros. A los que venían de más lejos, los alcanzó en el camino.

Había estado cinco días fuera, la última vez, y había recorrido el doble de

camino de lo que hacía un mensajero en ese tiempo. Había pensado pedir a Loev

que se encargara de los mensajeros del Norte, pero al fin no se decidió. El

Embajador era muy reservado, y estaba adiestrando a Loev para que se condujera
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

de la misma manera. ¡Maldita diplomacia! Loev era un buen camarada, amigo fiel

y confiable... Pero el político había empezado a envenenarle la mente. Así que

después de interrogar a las patrullas del Sur, fue con ellos hacia el Norte, al

encuentro de los destacamentos del Paso de los Ejércitos y del Río Helado, para

escuchar.

No se enteró de mucho. En apariencia, la Sombra permanecía en su tierra.

No había movimiento de tropas. Las patrullas no habían visto nada extraño.

Al oír esto, el Embajador había sonreído complacido.

 ¿Ves?  había dicho.  No hay nada que temer. Podemos enfrentarla

cuando queramos...

Pero Kahle sacudió la cabeza. Había algo en ese mensajero... una sombra

en su mirada. Lo estuvo observando un largo rato mientras el Embajador

resoplaba con fastidio y Loev continuaba interrogándolo.

 La Sombra avanza aunque no haya movimiento de tropas,  dijo

Kahle de repente, levantándose y golpeando la mesa. El mensajero lo miró con

expresión horrorizada.

 Mi Señor, yo...

Kahle no le contestó. Se limitó a asirle el brazo y torcerlo para mostrar la

palma de la mano. Había manchas negras en la piel y la ropa.

 ¿Qué es esto?
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

El hombre no había podido o no había querido contestar. Kahle lo dejó y

cabalgó con Loev hasta las villas que su grupo debía haber estado custodiando, en

la frontera entre el Valle y el Paso.

 Vacías,  dijo Loev cuando llegaron. Los poblados estaban

evidentemente desiertos.  Todas las casas están vacías...

Kahle no dijo nada. Tampoco Loev parecía sorprendido. Se encaminó a la

casa del principal y miró adentro. En el recibidor, la cabeza negra y roja, el

símbolo de Sahmar, lo observaba.

Esa noche, Kahle regresó al Palacio en el Valle. Encontró a su hermana en

sus habitaciones, vestida de blanco como en las ceremonias, y el largo velo le

flotaba detrás. La miró unos momentos confundido, y luego recordó la fecha. Era

el aniversario de la muerte de su madre. Nadhal todavía observaba un riguroso día

de meditación en esa fecha. Pero esta vez, Tziro la acompañaba. Kahle frunció el

ceño. Había esperado encontrarla y hablarle a solas

 Señora,  dijo sin preámbulos.  Como tu general, debo informarte

de los movimientos del enemigo.

Nadhal se había sobresaltado cuando lo vio. Venía envuelto en una nube

oscura de malos presagios, y ella... Se sintió turbada. Se limitó a saludarlo con una

inclinación y decir con cierta frialdad:

 Bien. Vayamos a la Sala del Consejo.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

VIII

Nadhal escuchaba a su hermano con preocupación. Contra todo lo

establecido, había vuelto solo, dejando a Loev y al Embajador en el camino con

los mensajeros y espías que regresaban. Y a pesar de toda su preocupación, lo

había perturbado la presencia de Tziro. Era evidente, porque si no la hubiera

llamado tontita, como de costumbre. Se movía pesadamente, pero no podía

tratarse del cansancio de una simple cabalgata. Kahle estaba entrenado para

soportar eso y mucho más. Había otra cosa, y ella no estaba segura de querer

oírlo.

La sala del Consejo estaba oscura y fría. Alguien encendió las luces, pero

resultaron frías y tenues. Nadhal sentía una opresión que nunca antes había

sentido aquí. Con un gesto, le indicó al sirviente que cerrara la ventana de

occidente.

Kahle hizo su informe con voz lenta y pausada. Se veía a todas luces su

cansancio, pero Nadhal sabía que había algo más. Algo que no había querido ver

antes, y que ahora no podía negar.

 La Sombra no se ha movido de sus fronteras; eso es lo que todos los

espías dicen,  empezó.  Pero en las villas del sur encontramos muchas granjas

abandonadas. Entonces empecé a pensar que había algo más, y los interrogué por
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

separado. Repiten siempre lo mismo, de la misma manera, como autómatas. Se

confunden cuando vuelves a preguntar. Se enojan si preguntas más de dos veces.

Ya lo hemos visto antes, Señora. Temo que llevan la sombra adentro. Se

desvanecen en humo cuando llegan a dudar de su propia palabra.

 ¿Qué?

 Se desvanecen, desaparecen... Nosotros mismos no podíamos creerlo.

El Embajador y Loev los conducen aquí con mucho cuidado, pero no sé si

lograrán traerlos.

Nadhal lo miró sin pestañear, y el Consejo se movió, nervioso.

 ¿Qué pasa con los del Norte?

 Repetían lo mismo. El Embajador y el príncipe Loev los interrogaron,

pero cuando las desapariciones se repitieron, el príncipe y yo avanzamos hasta

una de las villas. El Paso.

Kahle hizo una pausa, y Nadhal lo miraba.

 El signo de la Sombra estaba en la casa del principal. Ya solo quedaban

unas manchas negras y rojas, pero la pude reconocer. Se empezó a mover y tomar

forma mientras la miraba. Pensé que iba a saltarme encima... No me quedé a ver

en qué clase de cosa se transformaba. Vine directo a decírtelo...  Kahle había

olvidado al Consejo. Hablaba en voz baja, y sólo la miraba a ella. Ella miró en su

mente. La leona había saltado sobre él. La imagen era clara. Luego, la oscuridad.

Nadhal pestañeó. Sólo había durado un momento. Enseguida se rehizo y añadió en

un tono más normal:  La villa del Paso está en la frontera. Estamos rodeados.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¡No puede ser!  exclamó uno de los consejeros.  ¡No es posible! Si

todos los espías y guarniciones estaban ahí para detenerla, ¿cómo puede ser?

¿Nadie dio la alarma?

 Nadie escapa de la Sombra,  dijo Tziro con amargura, sin dirigirse a

nadie en particular. Nadhal lo miró asustada. ¿Entonces Kahle...?

La Dama Nuria se puso entonces de pie.

 Mi Señora, si me permites... No creo que se trate de una guerra contra

seres humanos. Pienso que se trata de una guerra de magia. Magia que agota las

fuerzas de nuestros guerreros, y se lleva lejos sus espíritus. Ya los hemos visto en

las barracas... No creo que ningún ejército o guarnición hubiera podido hacer

nada.

 ¡Nosotros ya hicimos lo que podíamos!  chilló uno de los sacerdotes.

 La semana pasada estuvimos quemando ofrendas todos los días. El humo se ve

de lejos en nuestros templos, y agrada a las Señoras, aunque la del Oeste no haya

retrocedido.

Nadhal detuvo con un gesto al sacerdote que se aprestaba a enumerar una a

una las ofrendas que se habían presentado.

 Estoy de acuerdo contigo, Dama Nuria, en que es una guerra de

poderes. No sé en qué o por qué hemos desagradado a la Señora de las Sombras,

pero debemos ir y reparar el error. No deseo que nuestros pueblos sean borrados

de la faz de la tierra. Iré yo misma.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿Qué? ¿Estás loca?  saltó Kahle. Casi parecía normal ahora, y no la

figura de humo que Nadhal había empezado a ver en él.

 Mi Señora,  dijo el decano de los consejeros con calma.  No es

posible. El reino del Valle depende de ti, y debemos pensar en el reino ante todo.

 Precisamente, mi idea es preservar el reino. ¿De qué serviría

escondernos aquí hasta que también venga por nosotros?

 Señora, dijiste que no querías una guerra,  intervino Tziro,

apaciguador. Ella le sonrió con dulzura.

 No voy a hacer la guerra, a menos que me obliguen. Voy a parlamentar,

señor Tziro. Parlamentar y negociar, y ver si puedo reparar la ofensa que

inadvertidamente cometimos contra la Señora.

Tziro sacudió la cabeza y miró a Kahle.

 No vas,  dijo él avanzando.  Soy tu hermano y no te lo permitiré.

 Ni el Consejo,  dijo el decano.

Nadhal no replicó. Se levantó de su asiento y apoyó ambas manos sobre la

mesa, inclinándose ligeramente hacia delante. Un resplandor azul empezó a

iluminar la habitación. Nadhal no había hecho nada, pero de repente fue imposible

enfrentarla.

Kahle retrocedió un par de pasos, y una sombra oscura se desprendió a su

espalda y se esfumó. El decano se derrumbó de nuevo en su asiento, agitado.

Kahle la miraba asustado, nunca había sentido tanto poder emanando de su

hermana. La Dama Nuria no parecía demasiado sorprendida, pero la ola de poder


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

que seguía saliendo de Nadhal la mantenía en su asiento. El único que no parecía

haberse afectado era Tziro, que continuaba mirando a Nadhal con respeto

creciente. Tanto poder...

Nadal habló con suavidad.

 Y yo soy tu Reina. He de ir, e iré. No veré desaparecer al pueblo que

debo proteger.

En la cara de Kahle todavía había asombro; en las de los consejeros miedo.

Estaban frente a un poder que habían decidido olvidar. La Regente era la hija de la

Señora. La expresión de Tziro era inescrutable. El resplandor se apagó

nuevamente, y la reunión se disolvió. El recuerdo se fue borrando junto con la luz

y desapareció de casi todas las mentes.

La sombra de un hombre atravesó las puertas del Valle a la medianoche. El

camino hasta el Santuario de la Colina del Oeste era largo y difícil, sobre todo

para pies extranjeros, pero la sombra del hombre lo recorrió con rapidez y

seguridad. Los matorrales se cerraban tras su paso, cubriendo sus huellas. Al fin

llegó a la cima.

 Te está esperando,  dijo una voz apagada que parecía salir del

arbusto.

Un sirviente, tan pequeño que parecía un enano, salió de entre los

matorrales y lo condujo a una tienda. Con un gesto le indicó que entrara, y

desapareció en la oscuridad.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

La sombra del hombre entró en la tienda inclinándose un poco. Adentro

había una mesa, apenas iluminada, y alguien se movía tras la cortina. No quiso

ver. La sombra del hombre se sentó a la mesa y esperó. Alguien salió desde atrás

de la cortina, envuelta en una pesada capa. Una verdadera Sombra.

 ¿Y bien?  le preguntó desde la penumbra.

 Ella dice que irá en persona. No intenté disuadirla.

 Bien.

Hubo una pausa. El hombre miraba ansiosamente la sombra al otro lado de

la mesa. Ella continuó.

 Puedes volver a tu puesto. Más adelante te indicaré lo que debes hacer.

Ya lo despedía con un gesto, cuando él la interrumpió:

 ¡Señora! ¿Puedo verlas, al menos? ¡Necesito verlas ahora! ¿Dónde las

tienes? ¡Quiero ver a mi esposa y a mi hija!

A pesar que no podía ver su rostro, sintió que una mirada gélida lo

atravesaba como una puñalada.

 ¡No! Te he dicho que no podrás verlas hasta que cumplas mis

condiciones.  La voz sonaba helada.

 ¡Por favor!  suplicó él, tratando de alcanzar su mano por sobre la

mesa.

La sombra retrocedió con un movimiento brusco, y un rizo de cabello

negro y sedoso, cabello de mujer, escapó de la capucha que ocultaba la cara. El


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

hombre se quedó mirándolo con repulsión, como si se tratara de una serpiente. La

sombra alargó una mano pálida y femenina para ocultar el mechón de cabello.

 Vete,  ordenó con voz fría y sin inflexiones. El hombre retrocedió

hasta la entrada, se volvió y huyó.

Mjuck en la tienda comenzó a reír. ¿Llegaría a darse cuenta de algo,

finalmente, este infeliz? No. Decididamente no. Era demasiado para él. Nadie

escapaba de la Sombra. Ni siquiera un príncipe de Alkhama. Ni siquiera la esposa

de un príncipe de Alkhama. Ni siquiera con la protección de un sajalí. Y decían

que eran hechiceros poderosos, los del Desierto Blanco. Mjuck volvió a reír.

¡Poderosos! Había sido fácil, en realidad, atraparlos.

La mujer corría como loca entre las filas de soldados cuando la oscuridad

empezó a cerrarse. Corría llamando a su marido, y arrastraba con ella a la niña

que lloraba. Los hombres ya caían bajo el hechizo de la Sombra, y ella seguía

corriendo y llamando a su príncipe. Y el sajalí empezó a brillar, llamándolas.

Mjuck lo había visto y sentido de inmediato. Se interpuso justo a tiempo, y

reforzó el hechizo sobre la mujer antes que él pudiera hacer algo... Bueno, casi. El

príncipe sabía luchar con sombras, a pesar de venir de la luz. Le había pasado el

sajalí a la mujer.

¡Maldito amuleto! No había podido someter a la pequeña princesita Lhari,

ni a su hija. ¡Si pudiera deshacerse del sajalí! Sólo verlo le provocaba nauseas. Y

la princesa no se lo quitaba ni siquiera para dormir. Dormían abrazadas, madre e

hija, con el sajalí entre ellas. Afortunadamente había podido separar a la princesa
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

de él. Su príncipe del Santuario del Sol, y su valiente lucha por liberar a su

mujercita. Esto era algo incomprensible para Mjuck, y se encogió de hombros.

Pensó que le había dado un buen nombre al príncipe de Alkhama. Un buen

nombre y un buen disfraz... Tziro el traidor.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

IX.

El camino se extendía ante ellos, oscuro y sinuoso. Hacía tres días que

habían dejado el último poblado; dos semanas, casi tres desde que habían dejado

la cuidad y el reino a cargo de la Dama Enyr, con supervisión del Consejo. Enyr lo

haría bien. Era perceptiva y prudente, y sabría contener la inquietud de los

pobladores. En cuanto a ella misma, había partido en secreto, disimulando su

presencia entre las carretas de provisiones y el equipaje de los del Sur.

Baruk se prestó gustoso, una vez que Nadhal le explicó sus motivos. Él

parecía feliz de volver a casa, y que la Señora en persona lo acompañara al menos

una parte del camino. Parecía feliz de ponerse en marcha y al menos intentar

recuperar lo suyo. Quien no parecía feliz en absoluto era Kahle. Daba vueltas y

más vueltas con su caballo alrededor delas tropas y de los carros del equipaje, una

y otra vez hasta que Nadhal lo llamó para hablarle.

 Pones en peligro la expedición, Kahle,  le dijo.

 Tú te pones en peligro al venir así.

 Hermanito, ¿qué quieres que haga?

 Enviar al ejército, como cualquier reina normal. ¿Qué crees que vas a

hacer allá?
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

El malhumor de Kahle cedía poco a poco, al influjo del tono suave de

Nadhal.

 Ya te lo dije, y se lo dije al Consejo. Es una guerra de magia. Ustedes

no pueden hacer nada, y no quiero que la Sombra los tome para ella...

Ella hizo una pausa y sacó una mano por entre los velos que la ocultaban

para apoyarla en el brazo de su hermano. Nunca le había contado del fantasma de

humo que había salido de él el día del Consejo.

 No quisiera perderte...

Él apoyó la mano en la de ella.

 Entonces sabes lo que estoy sintiendo,  dijo, y picó espuelas.

Ella lo miró marcharse por entre los velos y sonrió. Kahle estaba a salvo.

El mismo de siempre. Estuvo segura que no regresaría hasta el atardecer.

Habían atravesado unos pocos poblados menores porque Kahle los llevaba

por el camino directo; campo atraviesa hasta el vado, y no por el Camino Real.

Para cuando llegaran al Vado, los del Sur deberían decidir si seguirían con ellos o

regresarían al Delta. Nadhal era de la idea de enviar a la mayoría con las

provisiones por el río, y quedarse con Baruk y su guardia; pero eran los generales

y Baruk quienes decidirían. Ella hubiera preferido viajar con pocos, y no una

marcha tan ruidosa y evidente.

Los aldeanos de las villas huían asustados de los campos; y las madres

metían a los niños a las casas cuando veían pasar las compañías. Nadhal los
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

espiaba entre las cortinas de su carro; y veía las caras asustadas que los espiaban a

su vez por entre las cortinas de las casas. Y era el ejército del pueblo. ¿Qué

sucedería si el ejército de la Sombra fuera el que avanzara? Nadhal se estremeció.

Y al dejar atrás el último poblado, salió de su escondite.

 Hace tres días que no vemos personas,  dijo, deteniéndose junto al

caballo de Kahle. Él se sobresaltó.

 Aún puede haber espías,  dijo, echándole encima la capa. Nadhal se

rió y se quitó la capa de la cara. El sonido fue extraño en el melancólico atardecer.

 Tu hermano tiene razón, Señora,  dijo Tziro con calma. Había

cabalgado junto a Kahle y Loev con tanta naturalidad como si lo hubiera hecho

desde siempre.

 Ya basta, los dos,  advirtió Nadhal.  Convocaré a reunión al llegar

al Vado. ¿cuánto nos falta?

 No mucho ya, Señora. Mañana al mediodía cruzaremos el río,  dijo

Loev.

 ¿Y después?

Tziro contestó ahora.

 Dos días hasta la barrera roja, cuando se va solo. Cinco con todo este

cargamento. Como mínimo.

Kahle lo miró frunciendo el ceño. No pensaba decirle a Nadhal que

podrían ir más rápido sin los otros.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¡Excelente! Iremos con una pequeña delegación y acamparemos en la

puerta. Allí esperaremos a los demás.

 No, tú no.

 Sí, yo sí.

 De ninguna manera. Es muy peligroso exponerse de esa manera, y no te

lo permitiré.

Nadhal apretó los labios y no le contestó. Se dio media vuelta y se fue a las

tiendas que ya habían sido montadas.

 Es tu reina, no deberías contradecirla,  sugirió Tziro con suavidad.

 Es mi hermana y mi reina; y mi deber es protegerla. Que no se te

olvide.

Había un dejo de amenaza en el tono, pero Tziro lo pasó por alto. No valía

la pena discutir ahora que a meta estaba tan cerca. Una vez que Nadhal llegara a la

frontera, ella y la Señora se entenderían de alguna manera. No era su asunto. Sólo

quería recuperar a Lhari y a la pequeña Faret. El dolor volvió a golpearlo, pero no

se movió de su lugar. Permaneció en su caballo, junto a Loev, mirando sin ver la

bruma que iba ocultando el camino que tomarían mañana.

La reunión con los generales, junto al Vado no había sido fácil para

Nadhal. Había tenido que recurrir a todo su poder de sugestión para convencerlos

de que había sido su idea y no de la propia Nadhal. Kahle, inmune a su encanto, o

demasiado preocupado como para ceder, bufaba de rabia. Pero por supuesto, al fin
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

lo logró; y partió junto con Kahle, Loev, tres de los hombres de Baruk, Baruk

mismo y el heraldo que la acompañaba siempre. Montó con alegría, feliz de verse

libre del carro en el que había estado presa por tres semanas, y partieron. El

ejército los seguiría más lentamente. Debían armar las tiendas cada noche y

desarmarlas cada amanecer; cargar con las provisiones y el armamento y los

animales. Sí, evidentemente no cubrirían la distancia en tres días sino en una

semana.

Nadhal tenía la intención de llegar lo más pronto posible. Tenía que

instalarse en el lugar e impregnarlo con su magia antes de que la Sombra los

atacara. Ya había empezado a percibir la sombra que se formaba dentro de los

soldados, más profunda en unos, más superficial e inofensiva en otros. Dependía

del tiempo que los hombres hubiesen pasado cerca de la frontera, tanto como de

su propio espíritu. Y ella quería evitar que el aire envenenado del Desierto Rojo

los llenara con la Sombra antes de que pudieran enfrentarla.

Así partió, llena de esperanza, el día que cruzó el Vado.

La esperanza se había evaporado en la noche. Un hechizo negro e informe

se extendía sobre ellos, avanzando sobre el ejército que habían dejado atrás.

Nadhal lo sintió venir y pasar sobre ella, y seguir hacia el oeste, lento e

implacable. A medida que avanzaban hacia la frontera, Nadhal sentía la enorme

fuerza oculta de este hechizo, preparado para debilitar la voluntad y oscurecer los

sentidos. Veía como hacía presa en sus acompañantes, una sombra de humo a su
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

alrededor, apenas visible, pero siempre presente. Kahle, inclinaba la cabeza,

agotado, y continuaba avanzando. Tziro, envuelto en una nube de indiferencia

cada vez más evidente. Loev, apretando los puños, rígido en su montura. Baruk,

moviéndose como un autómata. Se preguntaba cómo podría continuar el ejército.

Sin quererlo, los había dejado desprotegidos. ¡A ellos, que se suponía que la

protegían a ella!

La desesperación la invadía por momentos, pero igual continuaba. Debía

concentrarse en ayudar a los que tenía más cerca, para después llegar a los otros.

Apenas recordaba las cosas que había aprendido de su madre, pero sabía que allí

debía estar la solución. ¡Cuantas veces había venido ella, la Señora, en sueños, a

visitar a su hija! ¡Cuántas veces había sentido esa presencia, dulce y tranquila, e

indeciblemente triste, a su lado! ¿Cuántas veces la había visto en sueños?

¿Cuántas visiones durante la vigilia? Y la Señora le había enseñado a usar todo

aquel potencial. Poder para curar. Poder para rejuvenecer. Poder de dar vida.

Poder para hacer crecer...

Cuando trató de decírselo al Rey, él la hizo callar. Le dijo que guardara

para sí esas visiones, o que las suprimiera. Que los muertos, muertos estaban. Y

sin embargo, ella había visto algo en la mirada de su padre. Algo que aún ahora,

tantos años después, continuaba molestándola. ¿Había sido temor? ¿O dolor, un

dolor agudo e incurable, que afloraba cada vez que él la miraba? Alguien le había

dicho una vez que por su culpa, por culpa de Nadhal, la Señora se había

marchado.
81
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Y ella había ocultado, o suprimido el poder durante muchos años. Hasta

que llegó Tziro. Por él hubo de recordar, por él tuvo que reconstruir el

conocimiento antiguo que la Señora le había otorgado una vez y ella había

desechado. Pero, ¿porqué recordar estas cosas ahora? Los recuerdos no le hacían

ningún bien, la debilitaban, y necesitaba de todas sus fuerzas para lanzar el contra-

hechizo que protegería a los suyos.

Se volvió a Tziro. Él miraba adelante, con ojos sombríos, al camino

polvoriento. Ella lo llamó con suavidad y él se volvió. Una sonrisa fugaz iluminó

sus facciones, pero no alcanzó sus ojos. Él también estaba inmerso en el hechizo.

Se volvió hacia Kahle. Su hermano la miraba pensativo mientras

cabalgaba a su lado. No sonrió. Su expresión mostraba un cansancio creciente.

También era presa del hechizo. Igual que Tziro. Igual que ella. Igual que todos

bajo la Sombra.

Al anochecer del segundo día llegaron al borde del Desierto. Un polvo

rojizo cubría todas las cosas aquí, y la vegetación terminaba bruscamente, como si

alguien hubiera tendido una línea para separar los reinos. Acamparon en el borde

mismo, y Nadhal se retiró a su tienda, sola hasta el amanecer.

Dicen que las noches en el desierto son frías. Las noches del Desierto Rojo

tenían una cualidad gélida que se instalaba en los huesos de uno y no lo dejaba

respirar. Nadhal pasó la noche tratando de recordar lo que su madre le había

enseñado, viajando hacia atrás con la mente al encuentro de aquella lejana calidez
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

que alguna vez había sentido junto a ella. El recuerdo vino a ella en algún

momento de la noche. Imposible saber de dónde había venido, si de las

profundidades de su memoria, o enviado desde el exterior.

El cetro de zafiro había sido envuelto en un lienzo blanco, pero Nadhal no

recordaba haberlo puesto en el equipaje. Había quedado escondido entre las

mantas de abrigo. Nadhal recordó vagamente que la Dama Nuria le había

preguntado si lo iba a llevar. Debía llevar alguno de los símbolos reales para la

negociación, dijo. Nadhal no había prestado atención. Y ahora, al despuntar el

alba, el zafiro relucía entre sus manos, claro y azul. Nadhal sonrió. De alguna

manera, la Dama Nu había sabido lo que iba a suceder. Y ahora, ella también sabía

lo que tenía que hacer.

Fue a la entrada del campamento, al centro mismo del camino, por donde

debían pasar las compañías cuando se internaran en el Desierto Rojo. Esperó bajo

el cielo gris, hasta que la primera luz escapó, dibujando una línea amarilla en el

suelo polvoriento. Nadhal clavó el cetro en el suelo, murmurando unas palabras.

La luz se hizo más brillante, se enroscó sobre el cetro y finalmente brilló en la

joya. Por un segundo, Nadhal creyó ver un relámpago azul que recorría el

campamento, e inmediatamente sintió cómo el hechizo se retiraba de ellos. Sonrió

para sí. Ahora sí estaban preparados para enfrentar a la Sombra.

La vida en el pequeño campamento se organizó rápidamente. No tenían

mucho que hacer, salvo esperar al ejército que llegaría en una semana; y proteger
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

a la Regente mientras tanto. No hubiera sido demasiado complicado de no ser por

la terquedad de Nadhal y la complicidad de Tziro, que vez tras vez se las

arreglaba para dejarla escapar.

Nadhal recorrió los alrededores, buscando indicios de otro campamento, a

veces ayudada por Tziro. Buscaba también, pero no se lo dijo a él, los restos de

algún ritual que le indicara de qué clase era el hechizo que debilitaba a su ejército.

Esperaba poder contrarrestarlo en el campo de batalla; pero suponía que de haber

un enfrentamiento armado, la Sombra usaría todo su poder, mientras que ella no

tenía ni idea de cómo usar el suyo. No encontró nada, pero pasó un par de tardes

agradables, explorando en compañía de Tziro.

 ¡Nadhal! ¿Dónde estabas?  la recibió Kahle una tarde, muy alterado.

 Explorando. ¿Qué pasa?

 ¡Explorando! ¿Estás loca? Te he dicho un millón de veces que no vayas

sola por ahí. ¡Y justamente ahora!

 Estaba con Tziro. ¿Porqué? ¿Qué pasa ahora?

 Los hombres de Baruk estaban preparando el terreno para las tiendas,

más allá, y vieron algo. Uno de ellos vino para dar aviso. Una delegación se está

acercando...

 ¿Una embajada? Mm. Me pregunto...

 ¿Qué?  interrumpió Tziro, mirándola.

 No, nada... No importa. Iré a cambiarme para recibirlos.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

La delegación estaba formada por un heraldo alto y oscuro, y una variada

colección de sirvientes. Dos hombres pálidos como sombras que se quedaron atrás

y que no miraron a nadie. Sin embargo parecían bastante dueños de sí. Había tres

hombres más bajos, que tiraban de la carroza del heraldo como si fueran bestias.

Nadhal supo después que se trataba de gente del Sur. El cuarto cargador llevaba

vestigios de la vestimenta del norte, según dijo Loev. Además había media docena

de sirvientes más pequeños, casi como enanos. Parecía una comitiva diseñada

para insultarlos uno a uno a todos ellos.

El heraldo bajó de su carroza y saludó con una reverencia. Luego examinó

a Nadhal de pies a cabeza con gesto impertinente.

 Mi nombre es Rellek. Soy emisario de la Señora de Occidente. He

venido a parlamentar en su nombre.

Nadhal aceptó sus credenciales con una ligera inclinación.

 De parte de los reinos del Valle, el Delta y el Norte, demandamos que la

Sombra deje de invadir nuestros territorios; que cese la guerra que inició sin

provocación y que devuelva los prisioneros que tomó. Exigimos que se retire a su

tierra, el Desierto Rojo,  dijo Nadhal tranquilamente, haciendo a un lado todo

protocolo.

 Señora, no tengo potestad para negociar en esos términos. Me fue

encomendado declarar los términos de mi Señora y aceptar su rendición.

Kahle se removió, incómodo. Era inaudito.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Te escucho,  dijo Nadhal sin alterarse.

 Mi Señora, a quien ustedes llaman la Sombra, exige que no se le

restrinja el paso ni se le limite el territorio. También exige que la Señora Nadhal

se retire al Santuario del Sol y deje el gobierno del Valle a los humanos. La Señora

exige que se le devuelva lo que es suyo.

Los acompañantes de Nadhal guardaron un silencio confundido. ¿Dejar el

gobierno del Valle a los humanos? ¿Qué quería decir eso? Pero a todos ellos les

parecía insólito que la Sombra exigiera que la Regente Nadhal abdicara. ¿Porqué?

¿Por un capricho de la Sombra? ¡Imposible!

Kahle, por su parte permanecía pensativo. Él y Nadhal eran solo medio

hermanos. Sus madres eran distintas. Él recordaba cómo, a lo largo de toda su

niñez, su padre siempre había permanecido con un toque de melancolía, un

remordimiento o un temor que se acentuaba cada vez que miraba a Nadhal.

Alguien le había explicado que Nadhal se parecía mucho a su madre. Quizá por

eso el Rey había empezado a rehuirla. Finalmente, mientras él recibía instrucción

directa de su padre, Nadhal permanecía la mayor parte del tiempo sola. Todos le

temían. Aún de niña. Sólo él le había tenido afecto y confianza. Y nunca había

sido defraudado. Después de todo, eran hermanos. Pero ahora no podía menos que

preguntarse, ¿quién o qué había sido la madre de Nadhal?

Mientras el emisario hablaba, Nadhal había permanecido quieta,

escuchando con los labios apretados. Al fin dijo lentamente:

 No. No puedo aceptar estos términos. No abandonaré a mi pueblo.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Entonces, Señora, habrá una batalla.

Nadhal se inclinó un poco, como si la hubieran golpeado.

 ¿Declararás la guerra?  preguntó. Y su voz fue desafiante.

 No, Señora. Solo dije que habrá una batalla. La manera en que esta

transcurra, depende solo de ti.

Nadhal se irguió, tensa.

 Transmite mis términos a tu Señora.

El emisario se inclinó y se retiró. Nadie vio su sonrisa. Era exactamente lo

que había esperado. En el corazón de Nadhal se abrió un vacío de oscura

incertidumbre.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

X.

Día tras día, desde el día que se presentó la delegación, los hombres iban al

camino al amanecer a buscar una respuesta de los heraldos de la Sombra, y día

tras días volvían sin una respuesta. Así pasaron muchos días; y el ejército del Valle

todavía no llegaba. Nadhal se empezó a preguntar si no habrían quedado

atrapados en el hechizo negro, y si no deberían enviar a alguien a investigar.

Había discutido esto mismo con Kahle en la mañana, y con Loev y Tziro en la

cena. Ellos no querían dispersar las fuerzas, e insistían que debían esperar. El

ejército de la Sombra no podía atacarlos aún, y nada se veía en el Desierto Rojo

que implicara peligro a pesar de las amenazas del emisario.

Nadhal no estaba tan segura. Daba vueltas en su tienda a un lado y a otro,

sin poder conciliar el sueño. Sentía un peligro que se acercaba, algo que los

acechaba; y esa sensación se había vuelto más intensa en las últimas horas. No

dormía. Escuchaba los movimientos de los caballos en la oscuridad, y los pasos de

los guardias en su ronda. Kahle no dejaba de establecer turnos de guardia

alrededor del campamento cada noche.

Y de repente, un sonido ligerísimo, tan tenue que parecía imaginación

suya. La sombra de un hombre que se levantaba y partía, sigiloso entre los

hombres dormidos. La guardia no lo descubrió. La Sombra lo protegía. Un dolor


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

agudo invadió a Nadhal, y un par de lágrimas le corrieron por las mejillas. Se iba.

Iba a abandonarla. Allí permaneció, quieta en la oscuridad, sin dar la alarma,

desgarrada por la angustia. Había esperado que las cosas no resultaran así. Pasó lo

que tenía que pasar, pero aún así, le dolía.

 ¡Nadhal! ¡Nadhal!  Kahle la sacudía por el brazo. ¿Cuándo se había

dormido? Abrió los ojos con cierta dificultad.

 ¿Qué pasa? ¿Nos están atacando?

 No, no es eso... Otro grupo se acerca al campamento.

 ¿De la Sombra? Ya era hora que...

 No. Son de la Sombra, sí, pero no vienen del Desierto Rojo... Debes

prepararte, no sabemos lo que pretenden. Y tal vez sea conveniente bloquearles el

paso.

 Mm. No. No tenemos suficientes hombres. Pero no me llamaste para

consultarme esto...  dijo ella recelosa y despertando del todo.

 Eh, no.  Kahle la miró y titubeó.  Tziro...

 Se fue,  completó ella.  Lo oí anoche.

 ¿Lo sabías? ¡¿El traidor nos abandonó y no lo dijiste?! ¡Y lo llevaste al

Consejo para que se enterara de todos nuestros planes!

El asombro de Kahle no tenía límites, y su ira apenas.


89
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Soy la Reina, te lo recuerdo, y sé lo que hago,  contestó Nadhal con

orgullo fingido. Se sentía débil y sin ánimo para enfrentar a más emisarios.  Sí,

sabía que nos iba a abandonar, hermano, antes o después. Lo sabía desde mucho

antes, casi desde que salimos del Valle.  Ella se apoyó en el brazo de Kahle un

momento.  Él sólo hizo lo que tenía que hacer...

 Y nosotros haremos lo que debemos hacer,  dijo Kahle con amargura.

El grupo que se acercaba estaba encabezado por una figura delgada y

sombría, completamente cubierta con una capa negra. La seguía un grupo de

servidores pequeños como enanos, que se movían nerviosos en torno a ella. La

figura avanzaba apoyándose en un báculo que también estaba envuelto en un paño

negro.

Nadhal la esperaba en medio del camino, y a medida que el grupo se

acercaba, los hombres de Baruk les cerraron la retaguardia, mientras Loev y los

que quedaban guardaban los flancos.

La figura encapuchada se detuvo frente a Nadhal.

 Buenos días,  dijo con calma.

 ¿Quién eres?  dijo Nadhal un tanto confundida.

 Mi nombre es Mjuck. Kla-Mjuck, del Desierto Rojo. Regreso a mi

hogar, luego de un largo viaje, y estás bloqueando mi camino. Te ruego que me

dejes pasar.
90
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 No puedes pasar, Kla-Mjuck del Desierto Rojo,  dijo Kahle con voz

fuerte. Todavía estaba furioso con Nadhal.

 ¿Por qué?  preguntó la figura, volviendo la cara invisible hacia él.

Casi podía oírse su sonrisa divertida.

 Soy la Regente Nadhal, del Valle; y estamos esperando una respuesta

de la Sombra. Si la resolución es favorable y no hay guerra, te permitiremos el

paso. Entre tanto serás nuestra invi...  Nadhal no pudo terminar.

A un gesto de Kahle, los hombres cerraron el círculo sobre Mjuck y la

apresaron. Los sirvientes se escurrieron por entre las piernas de los soldados y

desaparecieron en el desierto, como remolinos de polvo rojo. No pudieron atrapar

a ninguno de ellos.

Nadhal miró furiosa a Kahle, pero contuvo la lengua. No podía darle al

enemigo la ventaja de una disputa interna.

Loev se acercó y arrancó la capucha de la cabeza de la figura que se

debatía. Quería ver a su enemigo. Pero ahogó una exclamación de asombro.

El largo cabello negro cayó libre en sedosas ondas de noche, y los ojos

sombríos lo miraron con ira contenida. Kla-Mjuck era mujer. Loev miró a Kahle,

y Kahle le devolvió la mirada sorprendido.

 ¡No! ¡No la suelten!

Los hombres de Baruk habían empezado a aflojar las manos.

 Quítenle el bastón,  dijo Nadhal con calma.  Y llévenla a un lugar

seguro. Discúlpanos, Kla-Mjuck, pero estamos preparándonos para una guerra.


91
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Mjuck se limitó a contestar con un gruñido.

 ¿Y? ¿Cuándo vas a interrogarla?

Era mediodía, ya pasada la hora del almuerzo, y Kahle seguía disgustado

con Nadhal.

 ¿Para qué? Ella no sabe nada. ¿No oíste que estuvo fuera?

 De todas maneras, Señora,  intervino Loev, que presenciaba

incómodo la discusión,  convendría que la interrogaras.

 ¿Por qué?  volvió a preguntar Nadhal.

 Porque puede darnos una idea de las fuerzas de que dispone la Sombra,

o cuáles sean sus verdaderas intenciones.

Nadhal miró a Loev primero y a Kahle después, no sin cierto cansancio.

Observó a Baruk que también miraba a los Señores; pero el campesino, ascendido

ahora a jefe de los del Sur asentiría a todo lo que los Señores dijeran. Se preguntó

qué diría Tziro, si estuviera con ellos, y supuso que él le daría la razón a ella.

Siempre había estado de su parte... seduciéndola. ¿Para qué? La había traído hasta

aquí, la había persuadido en privado y había acatado sus decisiones en público.

¿Para qué? volvió a preguntarse inútilmente. ¿Para dejarlos atascados aquí, en la

frontera?

Fuera como fuese, no tenía demasiadas opciones. Esperar a la delegación

de la Sombra, esperar al ejército del Valle... Esperar a que Tziro regresara, con
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

inciertos designios secretos. No, no podía esperar más. De manera que inclinó la

cabeza y cedió a sus inquietos generales.

 De acuerdo, pero la interrogarás tú.

La mujer estaba recostada en su silla, con las manos apoyadas en los

brazos y los ojos cerrados. No se movió cuando entraron.

 Kla-Mjuck.

Los ojos se entreabrieron, brillando con malicia.

 Kla-Mjuck. Queremos hacerte unas preguntas.

Mjuck no respondió, ni terminó de abrir los ojos.. Kahle se sentó frente a

ella y dio un golpe en la mesa. La mujer no se inmutó.

 ¿Vas a contestarnos o no?

Los labios rojos se entreabrieron para decir:

 Tal vez. Depende de lo que preguntes.

Kahle se inclinó hacia delante, pero la mano de Nadhal lo detuvo. Loev se

había desplazado hacia la izquierda, las manos en la espalda, observando la escena

con indiferencia mal fingida. La bruja los miraba cada vez más divertida por entre

sus pestañas.

 Bien. Empecemos por el principio. ¿De dónde vienes?

 Del Desierto Rojo.

 No. Venías del otro lado. ¿De dónde vienes?


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Del Santuario de la Colina de Occidente.

 ¿Junto a la cuidad del Valle? Nadie va allá.

Mjuck asintió con una sonrisa irónica en los labios. Miraba fijamente a

Kahle, pero no se perdía detalle de la expresión de Nadhal a su lado. Ella había

palidecido un poco ante la mención de la Colina. Seguramente recordaba los

relámpagos rojos.

 ¿Qué hacías allá?

 Mm... Déjame ponerlo en términos que tú puedas entender... — dijo en

tono socarrón. — Digamos que... Que esperaba el momento.

 ¿El momento para qué?

 El momento, nada más. Un momento determinado; no un momento

para hacer algo. Cuando el momento llegó y se cumplió, emprendimos el regreso.

Kahle escrutó el rostro de Mjuck, buscando la mentira en su expresión

burlona. No entendía lo que ella quería decir; pero no pudo encontrar ningún

engaño. Tal vez no lo había. Nadhal le apretó el brazo por debajo de la mesa, y

Kahle continuó.

 Está bien, aceptémoslo por ahora. Háblame de la Sombra.

Mjuck levantó una ceja, interrogante.

 ¿La Sombra? Hay demasiado para decir. ¿De cuántas vidas dispones?

 Háblame de las intenciones de la Sombra.

Mjuck soltó una risa divertida.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 No tengo la menor idea,  dijo.  La Sombra no comenta sus

proyectos con sus sirvientes, ni siquiera con su Kla.

 ¿Porqué nos está invadiendo?  interrumpió Nadhal, adelantando un

poco el cuerpo.  ¿Porqué se lleva a nuestra gente? ¿En qué la hemos ofendido?

Mjuck frunció el ceño. El tono burlón desaparecía ahora que se enfrentaba

a su enemiga. A su igual.

 No creo que hayas ofendido a la Sombra salvo con tu existencia, Señora

Nadhal, — dijo con frialdad. — Y si la Sombra sale de sus fronteras, es porque la

Luz las invadió primero.

 ¿Qué estás diciendo?  gruñó Kahle.  Nosotros no...

 ¿No conoces el Monte de los Huesos, junto al viejo camino? Veo que tu

hermana sí lo ha visto...

Nadhal estaba pálida ahora. Sí, había entrevisto el lugar, antes de que Tziro

la sacara de allí apresuradamente.

 Conozco el lugar. ¿Y qué?  la desafió Kahle.

 Cientos de ejércitos yacen allí, joven general. Cientos de ejércitos que

han acampado en el llano que tus aliados del sur eligieron para ti. Cientos de

ejércitos que han venido desafiar a la Señora Sahmar en nombre de la Señora

Basti, y acamparon junto a la puerta, esperando hasta que quedaron tan sólo los

huesos blanqueándose al sol...

 ¿Qué quieres decir?


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Hasta los días del rey Keryat, casi todos los reyes del Valle han venido

a desafiar a la Sombra. Cada uno creyó su deber para con la Señora del Este el

derrotar a la Señora de Occidente. Enviaron sus ejércitos. Presentaron sus

demandas y acamparon junto al Desierto Rojo. Y esperaron una respuesta.

Algunos pretendían un acuerdo de paz. Otros, esperaban un botín de guerra. Otros

aún, una porción de poder, que pretendían tomar por la fuerza. Todos ellos

esperaron junto a la Puerta. Esperaron hasta que sus huesos fueron blancos, y los

sirvientes de la Señora los llevaron al Monte de los Huesos.

 Nadie cuenta esa historia en el Valle.

 Ni en el Norte.

 Ni en el Sur.

Mjuck los miró irónica uno a uno.

 Claro que no. Ningún rey cuenta de sus derrotas. Pero Keryat fue

diferente. Él no trajo ejército alguno. Eso es lo que se cuenta en el Desierto Rojo.

 ¿Qué sucedió con Keryat?

La expresión de Mjuck se volvió impenetrable ahora.

 No lo sé. Sólo sé lo que me contaron: que Keryat no perdió su ejército

porque no vino a luchar. No esperó una respuesta de la Sombra, sino que fue a

buscarla él mismo.

 ¿Dices que mi padre...?


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Entró en el Desierto Rojo y fue a ver a la misma Sahmar para establecer

con ella los términos de su pacto.

Kahle miró a Nadhal, y su expresión cambió.

 Está bien. Es todo por ahora,  dijo apresuradamente, y sacó a Nadhal

del brazo fuera de la tienda. La carcajada de Mjuck los siguió.

 Ni lo sueñes.

Nadhal miró a Kahle sin decir nada.

 ¡No te atrevas siquiera a pensar en ello!  repitió Kahle en voz más

alta.

 Esperaremos a que llegue el ejército, dijo Nadhal, y Kahle respiró

aliviado.

Fuera planeado o por casualidad, la avanzada del ejército llegó esa misma

tarde. Dijeron que las tropas llegarían por la mañana y que se habían demorado

porque algunos de los hombres habían enfermado. Los que llegaron prepararon

algunas tiendas al anochecer y dejaron la mayor parte del trabajo para la mañana

siguiente. Sin embargo, a la mañana siguiente, algunos no se levantaron. También

habían caído enfermos.

Nadhal atendió a los enfermos personalmente. No era lo usual, pero era lo

único que podía hacer. Al ver el estado de esos hombres, se dio cuenta que sólo el

hechizo de la Sombra podía hacer algo así, y que esto era suficiente para eliminar
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

a un ejército entero hasta solo dejar huesos blancos, como predecía Mjuck. La

sombra estaba en ellos.

Hacia el mediodía llegó el resto de las tropas. De la gente de Baruk, habían

venido diez, cinco de los cuales yacían postrados. De la gente de Loev, sólo una

cuarta parte permanecía en pie. De la gente del Valle, la mitad avanzaba

normalmente, una tercera parte lucían afectados, pero todavía se sostenían en pie;

y el resto estaba en la improvisada enfermería, con los demás.

Nadhal recorrió las tiendas una a una. Los que estaban en pie, se

levantaron a saludarla. Sus reverencias le parecieron rígidas y carentes de vida.

Los que estaban postrados, bueno. Algunos yacían inconscientes; otros estaban

sumidos en una semi-inconsciencia, mitad sueño, mitad desmayo, y no podían

responder preguntas. Pero Nadhal no necesitaba preguntar para saberlo. Había

empezado en el momento que ella dejó el ejército atrás. El hechizo oscuro había

pasado sobre ellos mientras se alejaban, lo recordaba bien. Se había posado sobre

ellos como una nube maligna. Había penetrado en las almas de los hombres, y se

llevaba los espíritus bajo la Sombra.

Interrogando al azar a uno y otro de los que estaban en pie, se enteró de lo

que tanto temía: algunos estaban desapareciendo. La Sombra se los llevaba, uno a

uno. Decidió que no podía esperar más. El Embajador no le diría nada, y no podía

permitir que la Sombra se los llevara a todos.

Apenas el campamento estuvo instalado, Nadhal se escurrió a la tienda de

su hermano.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 No puedo reunir al Consejo, y sabes que no puedo dejarlos así,  le

dijo directamente, como si hubieran estado hablado de ello toda la tarde. —

Morirían.

Kahle resopló. Sabía que no podía discutir con ella. Sin embargo debía

intentarlo. Había prometido a su padre que la cuidaría siempre.

 No eres nuestro padre. No puedes entrar sola ahí,  dijo de mal humor.

 No iba a entrar sola, no soy tonta.

Kahle hizo una mueca. Realmente no estaba de acuerdo. Ella se acercó

más.

 ¿A quiénes llevaremos?

 ¿...mos? ¿Quieres decir nosotros?

 Sí, mi general. No juegues, que esto es serio. ¿A quiénes deberíamos

llevar?

 Loev y Baruk.

 Lógico, son jefes de sus grupos.

 Tú y yo.

 No podría deshacerme de ti...  sonrió ella. Luego se puso seria. Y

somos hijos del hombre que ya entró ahí una vez, si sirve de algo. ¿Quién más?

 Necesitamos alguien que conozca el camino. ¿Qué tal Kla-Mjuck?

 Curiosa elección.

 Ya sé que no podemos confiar en ella, pero...


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Sí te entiendo. Estoy de acuerdo. Ya somos cinco. ¿El Embajador?

 No, es peso muerto. Mejor llevamos a alguien útil. Yo diría Baserat y

Kelkar.

 Si llevas a Baserat, yo llevaré a Taro.

 De acuerdo. Ya somos ocho. Creo que somos suficientes.

Nadhal asintió pensativa.

 ¿Cuándo?

 Esta medianoche. En secreto. Habla con Loev y Baruk y que los otros

se preparen en silencio.

Kahle asintió y se retiró discreto. El frío del Desierto Rojo la hizo

estremecerse al salir de la tienda de su hermano. El viento había apagado todas las

estrellas.
100
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XI.

El silencio se extendía sobre el campamento. Medianoche. Baruk salía de

la tienda-prisión con Kla-Mjuck, las manos atadas adelante, para que pudiera

montar. No le habían dicho nada, pero ella estaba perfectamente alerta. Kelkar

llevaba un bulto grande que debían ser provisiones. Taro seguía discreto a Nadhal,

y los demás ya estaban en los caballos.

 Vámonos.

 ¿Adónde, si puedo preguntar?  susurró Mjuck. No parecía asustada

en lo absoluto.

 Apostaría que ya lo sabes. Al Palacio de Sahmar, en la Montaña Roja.

 Ah, qué interesante.

 Y tú nos guiarás.

Mjuck hizo un ruido estrangulado que podía ser una carcajada contenida

en el último segundo.

 Vámonos ahora,  dijo Nadhal.  Si nos quías mal, Kla-Mjuck,

moriremos todos en el Desierto.

 En marcha entonces,  susurró Mjuck, siniestra.  Marchemos hacia

la muerte.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

La entrada al Desierto Rojo no se diferenciaba en lo absoluto de ninguna

otra parte del camino. Más polvo, tal vez. Nadhal se preguntó por qué algunos

podían entrar y otros no, y se volvió para mirar las luces del campamento por

última vez. Soltó un grito ahogado.

 ¡Ah!

 ¿Qué?  Kahle miró en la dirección que ella señalaba.

 El campamento... no está...

 Sí, está. No sean estúpidos. Está del otro lado de la frontera,  dijo

Mjuck deteniendo su cabalgadura y sin mirar atrás.

 No... No se ve desde aquí.

Mjuck soltó una carcajada.

 Claro que no. Está del otro lado. No puedes ver a través de la frontera.

 Volvamos  dijo Kahle, arrancando las riendas de manos de Nadhal y

emprendiendo el galope.

Nadhal protestó, pero sus protestas se transformaron en un grito. Apenas

unos pasos atrás, Kahle y su caballo desaparecieron, y Nadhal se vio sola en

medio del camino en el Desierto Rojo. Baruk estaba todavía junto a Mjuck, y Taro

esperaba tras ella; pero los otros, que iban a la vanguardia, habían desaparecido.

Nadhal volvió junto a Mjuck.

 ¿Qué está sucediendo?  preguntó, mirándola a los ojos. Había

sospechado que podía haber una trampa, pero esto...


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Tú no puedes regresar. Al menos no hasta que te presentes ante la

Señora. Y en cuanto a mí...  Mjuck sacudió las manos, y las cuerdas

desaparecieron.  Ya no soy tu prisionera.

 ¡Nadhal!  Kahle regresaba al galope.

 ¡Detente!  ordenó Mjuck.

En su mano estaba de nuevo el báculo que le habían quitado, y que Nadhal

había guardado en su tienda. El paño que lo envolvía había desaparecido, y la

piedra roja brillaba amenazante en el extremo. Kahle se detuvo en seco.

 Ahora, Señora Nadhal, parece que los papeles se han invertido.

El báculo apuntaba a Nadhal, y un rayo de luz roja brotó en su dirección.

Pero la luz rebotó en una forma oscura que pareció salir de la nada.

 No, Sombra. No te lo permitiré,  dijo una voz conocida y

desconocida a la vez.

 ¿Tziro?

 ¡Traidor! ¡Apártate de mi camino!

 Tú me traicionaste primero, Kla-Mjuck. No le haces honor a tu título.

Te dije que traer a la Señora Nadhal hasta aquí sería la última orden tuya que

obedecería. No te permitiré hacerle daño.

 Traidor. Ellos no confiarán nunca en ti.

 Es posible. Señora Nadhal, tu cetro.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Increíblemente, Tziro estaba entregándole a Nadhal el cetro de zafiro azul

que ella había dejado en el campamento.

 Necesitarás algo que te proteja...  Y Tziro se estremeció y se

tambaleó hacia delante. Mjuck le había disparado por la espalda. Pero el

relámpago rojo rebotó y volvió atrás, golpeando a Mjuck y derribándola del

caballo. Baruk y Kahle estuvieron junto a ella en un segundo y le quitaron el

bastón.

Tziro se irguió, pálido.

 No puedes matarme, Mjuck, no sin destruir antes el sajalí. Devuélveme

lo que es mío, porque yo ya cumplí mi parte el pacto, y no obtendrás nada más de

mí.

 Nunca,  siseó Mjuck aparentemente vencida. Kahle la obligó a

ponerse de pie.

 Pues, espero que te guste pasear por el desierto, bruja. Porque iremos de

aquí para allá hasta que nos lleves al Palacio de tu Señora.

Mjuck dejó escapar un gruñido y no contestó. En la noche comenzaron a

caminar.

Así partieron. Día tras día, desde el atardecer hasta la media mañana,

siguiendo el interminable camino que se perdía entre dunas de arena roja. Tziro y

Mjuck iban a pie, porque habían puesto el equipaje en el caballo de ella para que

el agotamiento le impidiera huir. No iban rápido, sin embargo. A la retaguardia,


104
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Loev, Baserat y Kahle. A la vanguardia, Nadhal y Baruk, y Taro, siempre un paso

detrás de Nadhal, interponiéndose entre ella y Mjuck. Pero Mjuck caminaba,

arrastrando los pies en el polvo, la cabeza gacha, fingiendo un cansancio que

estaba lejos de sentir, y soportando las cuerdas, porque así podía conducir mejor al

grupo. Ni siquiera Tziro sospechaba, porque de vez en cuando, cuando ella

tropezaba, la sostenía. Y día a día, prosiguió la caminata.

Dormían de día, a la sombra de un toldo de tienda que colocaban cada

mañana, y el sol del mediodía los achicharraba bajo la tela gris. Mjuck, algo

aparte, saboreaba la sed y el sol; pero sabía que para los otros era una tortura

constante. Los animales tropezaban con frecuencia. Racionaron el agua. Y el sol

los perseguía implacable desde el cielo.

 Toma, bebe.

Mjuck abrió los ojos. Era otra vez de tarde. Le sorprendió un poco que

Kahle la sirviera.

 Es la última. Si no conseguimos agua antes de mañana...

Mjuck le sonrió burlona con los labios agrietados. Sí, ellos no resistirían.

Pero debían llegar al Palacio de la Señora. Ella ya había recorrido este camino

antes. Primero la sed, luego el agua... No era un secreto para ella que tendrían que

ir bastante más lejos si querían el agua. Tenía que hacer algo, y se frotó las

muñecas mecánicamente.
105
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Ah, eso...  susurró Kahle, ronco por la sed.  No creo que sea

necesario ya. Ni siquiera siendo bruja podrías traernos el agua hasta aquí...

Y diciendo así cortó las cuerdas de Mjuck. Ella lo observó un momento.

¿Estaría delirando por la sed? Tal vez. Era un hombre fuerte, pero acostumbrado

al Valle húmedo y verde. Permitió que él la ayudara a levantarse, y el grupo echó

a caminar una vez más.

Varias horas habían pasado, y no se habían detenido. Sin mediar palabra,

era como si estuvieran de acuerdo en llegar lo más lejos posible entes de caer.

El primero en tropezar fue el caballo de Baruk. Cayó y ya no se levantó. Y

Mjuck supo que tenía que hacer algo.

Iba algo rezagada, y Kahle pasó a su lado para ir a ayudar a Baruk. Ella

montó de un salto en el caballo del equipaje, que él llevaba, y le arrancó las

riendas de las manos. Tomado por sorpresa, Kahle no logró reaccionar a tiempo.

Mjuck picó espuelas y se perdió en el polvo entre las dunas. Él la siguió. Los

demás quedaron donde estaban. No lograron reaccionar.

 ¿Qué estás haciendo? ¿Adónde crees que vas?  graznó Kahle,

intentando en vano alcanzarla.

 Necesitan agua. Tú lo dijiste,  gritó ella por sobre el hombro.

 ¡Estás loca!
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Ella se limitó a azuzar el caballo con unas palabras mágicas que conocía

bien, y el hechizo fue tan intenso que arrastró también a la montura de Kahle.

Kahle la había alcanzado al fin. No sabía donde estaban. Ella se había

detenido frente a un terraplén de roca y olfateaba el aire. El caballo relinchó, y

Mjuck le acarició el hocico.

 Sí, tú también la sientes. Pero está escondida en la roca, y tendremos

que sacarla.

 ¿Qué estás diciendo?

Kahle cayó más que bajó del caballo, y Mjuck lo sostuvo.

 Quédate quieto, hombre. No estás en condiciones de andar paseando

por ahí.

Él estaba a punto de perder el sentido, y Mjuck lo dejó recostado contra la

pared, junto a los caballos.

 Es por aquí, por aquí... a ver...

Iba tanteando la pared con la punta de los dedos, la nariz muy cerca de la

roca, como buscando un rastro fugitivo. Y de repente se detuvo.

No era más que una grieta, pero era lo que ella buscaba. Silbó, alto y claro,

y los caballos se acercaron. Escarbó un poco, pronunció unas palabras, y el agua

brotó, fresca y maravillosa. Los animales y la mujer bebieron a gusto.

Mjuck llenó los odres vacíos, y estaba a punto de cerrar de nuevo la grieta

para marcharse cuando vio el bulto de Kahle contra el barranco.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Él era prescindible; sólo necesitaba a Nadhal. Pero... Pero él le había dado

el último trago, que podía haber tomado para sí. Él le había soltado las cuerdas. Él

había estado a su lado por si tropezaba. Sólo que ella no tropezó.

No lo necesitaba, pero tampoco podía dejarlo ahí. Así que, soltando una

maldición, volvió atrás a donde él estaba, y le mojó la cara y los labios.

 Toma, bebe...  le dijo burlona. Y le vació el resto del odre en la

cabeza. Kahle se reanimó inmediatamente.

 ¿Cómo lo hiciste? ¿Hay para todos? No la desperdicies...

Y Mjuck no pudo menos que reír.

 Vamos con los demás. Necesitarán el agua.

Por el camino, Kahle recuperó su desconfianza habitual.

 ¿No estará envenenada?  dijo de repente. Mjuck soltó una carcajada.

 Era más fácil dejarte morir de sed.

 Pero no lo hiciste. ¿Porqué?

Ella lo miró por sobre el hombro y sacudió la cabeza.

 La verdad, no tengo idea. Debo estar loca.

Y picó espuelas hacia el toldo.

Llegaron con el sol, y los encontraron preparados para morir. Todos,

incluso Nadhal. Tziro permanecía de pie, observando el horizonte. Dio la alarma


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

en cuanto vio la nube de polvo que se acercaba, pero los demás no tenían fuerzas

para responder. Loev se incorporó, pero los demás permanecieron donde estaban.

Taro cubrió a su Señora.

Kahle desmontó junto a Tziro y lo miró. No dijo nada, sólo le tendió una

de las cantimploras.

 Agua...

La sola palabra los sacudió a todos. Para sorpresa de Kahle, que estaba

atendiendo a Loev y Baruk, los más cercanos; Mjuck se había arrodillado junto a

Taro y Nadhal, y les tendía la cantimplora. Hizo un gesto para ir a vigilarla, pero

Tziro lo detuvo.

 Déjala. Está aprendiendo...  murmuró en voz apenas audible.

Kahle lo miró sin comprender. En el fondo gris de los ojos de Tziro

brillaban muchas cosas que él no comprendía aún, y que no había visto antes. ¿Era

eso lo que su hermana había visto en él? Kahle miró entonces a Mjuck, que servía

uno a uno a los que estaban bajo el toldo. ¿Aprendiendo? ¿Qué? No supo qué

contestar.

Llevaron el agua a todos, y partieron de nuevo hacia la fuente antes de que

el sol subiera demasiado. Ese mediodía acamparon junto al manantial en la pared

de roca, y por primera vez, Mjuck no se sentó aparte.

 Ya estamos muy cerca,  dijo con los ojos brillantes.  El sendero

empieza a subir más allá de la pared...

 ¿Subir?  preguntó Baruk.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Sí... Trepa a las colinas y más allá, a la Montaña Roja, hasta el Palacio

de la Señora... — Ella señalaba un borroso sendero que se perdía entre las dunas.

— No falta mucho ya...

 ¿Cuánto?  preguntó Loev.

 Lo necesario.

 ¿Cuánto es eso?  insistió Loev con el ceño fruncido.

 Ya lo oíste,  lo cortó Kahle.  Lo que sea necesario para llegar.


110
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XII.

Tal como había dicho Mjuck, el camino pronto empezó a subir. Luego de

serpentear por entre unas dunas más altas que les obstaculizaban la visión, notaron

que el camino ascendía. Pronto se encontraron trepando por una cuesta empinada

y pedregosa junto a una pared de roca, y notaron, con sorpresa que terminaba

bruscamente junto a un barranco.

El camino continuaba más allá; pero no había puente ni manera de pasar.

Una grieta en el suelo ahora rocoso se abría ante ellos, profunda e imposible de

saltar. O de escalar. La pared se veía lisa en toda su extensión.

Mjuck se detuvo junto al borde y sonrió satisfecha, asomándose al

precipicio y frotándose las manos. Los demás la miraron descorazonados.

— No hay puente, — dijo Loev.

 Pero llegamos justo a tiempo,  respondió ella. Su voz sonaba alegre,

podría decirse

 ¿Para qué?  gruñó Loev. Se sentía cansado, y no veía salida ninguna

en esta caminata sin fin.

Mjuck lo miró con una sonrisa extraña en el rostro.

 Ya lo verás.
111
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Y sin dar ninguna explicación comenzó a desensillar el caballo y a dejar la

carga en un montón desaliñado junto a las rocas. Loev la miraba con el ceño

fruncido. Kahle había empezado a imitarla. Mjuck se volvió a los otros.

 Vamos, muévanse. No querrán que sus caballos se ahoguen.

 ¿Ahogarse? ¿En el desierto?

Baserat se había enderezado, sorprendido, y había empezado a soltar las

cinchas de los demás caballos a toda prisa, gimiendo:

 ¡La Señora nos ayude! ¡La Señora nos ayude!

 ¿Qué pasa, Baserat?

 ¡Señora! ¡La leyenda! ¿No conoces la leyenda de la Sombra y su festín

de sangre roja?

Mjuck soltó una carcajada desde la otra punta del improvisado

campamento.

 Sí, el festín de sangre de la Sombra.

Los demás miraron a Baserat con curiosidad.

 Dice la leyenda que cada año, la Señora de las Sombras da un festín tan

grande que todo el desierto se cubre de sangre roja. Y la Señora de las Sombras se

embriaga con ella, y se baña en ella, en su frenesí... Y todos sus siervos con ella.

Mjuck se había enderezado y lo miraba sonriente, francamente divertida.

Kahle se volvió a ella entre confundido y asqueado. ¿Un baño de sangre?

 ¿Es eso cierto?  preguntó receloso.


112
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Tal vez,  dijo ella.  Lo verás por ti mismo, tal vez mañana... Y si

eres afortunado, tal vez hasta vivas para contarlo...

Kahle no supo que contestar.

Acamparon allí. De todas maneras, no podían avanzar. Mjuck pasó la

noche de pie, oteando el horizonte. Kahle la observaba desde su lugar, sin

moverse, y sin decidirse tampoco a levantarse e interrogarla. Estaba francamente

confundido con ella. Primero trataba de asesinar a Nadhal; luego les salvaba la

vida en el desierto. No sabía a qué atenerse. Podía haberlos dejado a todos allí. Si

lo que quería era a Nadhal, podía habérsela llevado sólo a ella. Además, no había

intentado recuperar su báculo, aunque ya había demostrado que le bastaba un

gesto para tenerlo.

Nadhal retenía el suyo, como Tziro le había aconsejado. Por alguna razón,

la Regente confiaba en el traidor. Pero, él le había salvado la vida. Lo mismo le

pasaba a él con Mjuck. Algo le impulsaba a creerle. ¿Por qué? No por sus buenos

modales, ni por su sentido del humor.

La observaba ahora, y la luna brillaba en la seda de su cabello de la misma

forma que el sol lo hacía en el de Nadhal. Los destellos, vacilantes y misteriosos

lo atraían. Y sus ojos. Negros como una noche nublada, como esta noche prometía

ser. Y llenos del fuego de este desierto rojo. Ninguna mujer del Valle tenía ojos

como esos.
113
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

El viento helado de la noche desmintió el fuego en el que estaba pensando

y se dio la vuelta. Pero sus pensamientos no se separaron de la mujer. La oía

canturreando algo, y la sentía esperando algo. Y había algo, en verdad. Algo

enorme, mágico, que venía en la noche, con la oscuridad. No se dio cuenta en qué

momento el aire se llenó de humedad, ni oyó a los demás hasta que empezaron los

gritos. Fue la misma Mjuck que lo despertó sacudiéndolo, y lo hizo sentarse

contra las rocas, a un lado.

La lluvia, una lluvia imprevista e imposible, había empezado a caer a

torrentes. El agua, al principio caliente, los golpeaba como si fuese de piedra. El

estruendo de los truenos era impresionante, pero el sonido del agua golpeando la

piedra era aterrador. Sonaba casi como martillos. Y se sentía casi igual.

Mjuck los obligó a agruparse contra la pared de roca, allí entre las piedras

que él le había visto elegir y amontonar más temprano, cuando todavía había sol.

El agua corría en riachos, y los caballos relincharon asustados.

 ¿Soltaste los caballos?  le oyó preguntar a Baserat. El sirviente no le

oía, por lo que Mjuck tuvo que gritar más fuerte.

 ¡Yo los até!  le gritó Kahle, por sobre el ruido de la tormenta.  Los

necesitaremos después...

La vio moverse hacia él, a pesar que él mismo apenas podía soportar los

golpes de las gotas en su cara. Ella se movía sin demasiada dificultad. Pero la

sintió apretarse contra su cuerpo cuando llegó a su lado.

 ¿¡Ataste los caballos!?  le gritó al oído.


114
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Kahle asintió. La vio hacer un gesto de disgusto y la sintió separarse de él.

La retuvo con el brazo.

 ¡Los caballos se van a ahogar! ¡Tengo que soltarlos!

Y desasiéndose de él, la vio marchar hacia los animales, que relinchaban

enloquecidos un poco más allá. La siguió como pudo, tropezando y llamándola a

gritos, sin lograr hacerse oír.

Los caballos se tranquilizaron apenas ella los alcanzó. Se podía decir que

su presencia los había calmado. Parecía que la lluvia golpeaba con menos fuerza

ahora. Ella pasó entre los animales y los liberó con un golpe de la mano sobre las

cuerdas. Se volvió y se tropezó con Kahle.

 ¡Ponte a cubierto, estúpido!  le gritó en la cara.

Él la cubrió con el brazo, mientras la arrastraba de regreso a la pared de

roca. No la había escuchado.

Apenas liberados los animales, la lluvia y el trueno recuperaron su anterior

violencia. Y Mjuck se dejó llevar hasta el escaso refugio que ofrecía la pared. Lo

sintió apretarla contra la pared de roca, y levantar los brazos para cubrirle la

cabeza a ella. Sorprendida, lo sintió jadear por un largo rato, mientras soportaba

los golpes de la lluvia en su cuerpo. Él la protegía. ¿Por qué? Levantó sus propios

brazos y entrelazó las manos en torno a su espalda, cubriéndolo un poco. Y él se

apretó más contra ella, un cálido contraste para el agua helada, un abrigo contra la

intemperie, un refugio en el clima inhóspito.

La lluvia siguió azotándolos sin piedad.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

El aluvión de barro rojo llegó al amanecer. Lo vieron llegar horrorizados

con la luz del día. Parecía como si la montaña entera, la Montaña Roja de Sahmar

les fuera a caer encima.

Ellos lo ignoraban, pero había llovido intensamente desde hacía varias

semanas en la montaña, y la lluvia de la última noche había aflojado los últimos

terraplenes de contención. El pueblo de Occidente los construía cada año para

contener el polvo rojo de la Montaña. Los diques de barro y roca desmenuzada;

rojo, amarillo, marrón, se mezclaban cada año con el polvo de la Montaña, el

polvo mágico que cubría su reino, que lo unía bajo un manto uniforme, que los

mantenía protegidos y que llevaba y traía las noticias por todo el reino. Sólo

Mjuck, entre ellos, hubiera podido interrogar al polvo rojo de la montaña, pero no

quería hacerlo. Toda la noche había cantado su hechizo para protegerse y

protegerlos del aluvión, y el polvo le había anunciado su proximidad.

El polvo venía, mezclado en el barro de los diques deshechos, libre y

rugiente. El festín de la Señora acababa de comenzar. Mjuck empezó a gritar algo

incomprensible.

El aluvión venía hacia ellos. Una pared de barro rojo se desmoronaba

sobre ellos y lo único que los protegía, si así podía decirse, era el barranco que no

podían cruzar. Se apretaron aterrorizados contra la pared de roca. Si habían tenido

miedo durante la noche, la luz del amanecer les mostró algo más aterrador.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Las tierras de alrededor estaban completamente inundadas, y el agua

arrastraba el barro rojo. Estaban empapados, y el agua de lluvia dibujaba regueros

rojizos en sus caras llenas de polvo. Parecían bañados en sangre.

Y de pronto, la bruja saltó fuera de la protección de la pared.

 ¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos al festín de sangre de la Señora Sahmar! 

gritaba Mjuck en medio del rugido del aluvión y de la lluvia, riendo como loca,

arrancándose la túnica y chapoteando frenética en el barro rojo. Las líneas rojas

del barro se cruzaron con sus tatuajes negros por todo su cuerpo.

— ¡Mjuck! ¿¡Adónde vas!? ¡Vuelve!

Kahle salió de la protección de la roca. La bruja bailaba desnuda sobre los

charcos rojos, salpicándose y salpicándolos. Gritaba cosas al viento, cosas que el

rugido del aluvión apagaba. Kahle trató de alcanzarla.

— ¡Vuelve, Mjuck, por favor!

La bruja lo miró en ese momento, con ojos negrísimos, llenos de un fuego

salvaje.

— Ven.

Y Kahle corrió tras ella chapoteando entre los charcos rojos.

Los demás no supieron qué decir. No se atrevieron a seguirlos cuando

cruzaron el camino y se perdieron entre las desmoronadas dunas rojas.

El camino se había borrado. Hacía dos días que había parado de llover, y

Mjuck no había regresado. Kahle sí. Había regresado arrastrándose el día que la
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

lluvia dejó de caer. Se había quedado en un rincón, largo rato, evitando las

miradas de todos, hasta que Nadhal se acercó y le apoyó la mano en el hombro.

— Estábamos preocupados por ti, — le susurró. — Qué bueno que estés

aquí.

Él la miró. Ella no hizo preguntas, y nadie mencionó el asunto.

Habían recuperado buena parte de los alimentos, y Kelkar había logrado

limpiar de barro los odres y rellenarlos con agua limpia. El sol empezaba a secar

el barro, y quizá podrían retomar pronto el camino. Pero ¿adónde ir? Mjuck no

estaba, y los caballos se habían ido.

Loev estaba diciendo que debían ir a buscarlos, cuando los ruidos

provenientes de la cima de la pared de roca llamaron su atención.

 ¿Y, cómo están mis invitados?  sonó la voz, burlona como siempre.

Mjuck los miraba desde la pared.  ¿Muy mojados, o ya secos y prontos para

caminar? Todavía queda un largo trecho...

Loev iba a decir algo, pero Nadhal se le adelantó.

 ¡Mjuck! Temía que te hubiera sucedido algo. ¡Gracias a las Señoras que

estás con nosotros! ¿Dónde estuviste?

Mjuck se rió por toda respuesta. Desapareció de la cima, y pronto oyeron,

junto con su risa, el sonido de cascos chapoteando en el barro.

 ¡Los caballos!  gritó Loev.

 Nos salvas por segunda vez,  dijo Tziro, con ecuanimidad.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Sin embargo omitió esta vez su reclamo. Era cierto que Mjuck lo había

traicionado a él, y le había negado su petición, pero aún así, al verla ahora una

duda surgía en su mente. ¿Era esta la misma Mjuck, la Kla-Mjuck que lo

traicionara? Ahora mismo, el príncipe Kahle la estaba tomando por la cintura para

ayudarla a desmontar. Y ella le sonreía. Verdaderamente estaba aprendiendo.

Ambos estaban aprendiendo, se dijo, mirando la manera como Kahle observaba a

su compañera bruja y cómo esta inclinaba la cabeza al hablarle. Sacudió la

cabeza. Tal vez estaba previsto que sucediera de esa manera. Pero lo que saldría

de esto al final, solo Basti y Sahmar lo sabían.

El camino desde allí no había sido demasiado arduo. Como Mjuck les

explicó, el aluvión anual arrancaba el polvo acumulado en la montaña y lo

devolvía al desierto. El barro blando y rojo rellenaba el barranco, y el intenso sol

lo resecaba desde arriba, y la tierra sedienta desde abajo. Cinco días después de

que cesara la lluvia, el barro había formado un puente hacia las montañas de más

allá.

 No durará mucho,  dijo ella al pasar, levantando el polvo con la punta

del pie.  ¿Lo ves? El viento lo secará pronto, y el polvo volverá al desierto.

Luego, el mismo viento lo llevará de regreso a las montañas, para que la lluvia lo

traiga aquí de nuevo como barro... Y así cada año. Sólo una vez cada año puedes

subir al Palacio de la Señora por este camino. O salir de él...

Nadhal se estremeció. ¿Un año? Pero Mjuck no pareció darse cuenta de lo

que había dicho, y siguió hablando el resto del camino. Se había vuelto más
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por Sandra Viglione

locuaz en las tierras de su Señora. Cada cierto tiempo, se detenía junto a alguna de

las rocas y la tocaba suavemente, con la punta de los dedos. Se inclinaba sobre

ellas, y susurraba.

Kahle, que la seguía de cerca no logró entender lo que decía. Parecía un

nuevo hechizo, porque cada vez que Mjuck le hablaba a las rocas, el camino se

volvía más nítido y llano ante sus ojos.

 No preguntes...  le había susurrado Tziro en cierto momento, cuando

ya estaba a punto de abrir la boca.  Hay misterios que conviene dejar como

están...

Kahle no preguntó nada. Miró a Mjuck que trepaba más adelante y apretó

los labios. La Montaña guardaría sus secretos por el momento.

El atardecer del noveno día los alcanzó casi en la cima. Mjuck calló de

pronto y se detuvo. Se volvió al sol poniente, y levantó la mano en una suerte de

saludo. Su báculo de rubí, destellando como fuego en el ocaso, volvió a su mano.

Mjuck lo sostuvo en alto hasta que el sol se ocultó. Luego se irguió, alta, y caminó

majestuosa hacia la pared de roca donde el sendero terminaba. Ya no era una

prisionera, y no lo había sido jamás. Era una señora que regresaba a sus dominios.

Golpeó por tres veces con su báculo, y por tres veces el rubí centelleó. Y

entonces, magnífico y brillante en mármol negro apareció un portal, y tras él, torre

sobre torre, el palacio.

 Sean bienvenidos al Palacio de Sahmar, Señora de Occidente.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XIII.

Todo el Palacio parecía excavado en la misma montaña. No habían

penetrado mucho en los patios interiores, pero ya notaban cómo la montaña se

extendía por encima y alrededor de ellos, cubriéndolos, encerrándolos...

envolviéndolos en un manto de noche eterna e inmutable. No había salida, no

habría amanecer. Mjuck no parecida impresionada en absoluto, pero ellos, todos y

cada uno de ellos, guardaban un silencio reverente y sobrecogido. El aire mismo

sabía a silencio nocturno y a eternidad. Estaban en el reino de la Noche.

La sala principal, adonde Mjuck los guiaba, se abría tras un grupo de arcos

de piedra negra y roja.

 Hemos llegado. Los Arcos del Sueño, las Puertas de la Noche. Deben

dejar sus insignias y armas aquí,  dijo Mjuck.

 ¿¡Cómo?!

Mjuck se volvió y miró a Loev con algo muy parecido al fastidio.

 Estás en el Palacio de la Sombra, en el corazón del Reino de la Señora

de Occidente, Dueña de la Noche, Señora del Silencio. No entrarás a su presencia

con las insignias de los reinos menores que le han sido desleales.

Loev hizo un gesto como para comenzar una discusión, pero Kahle lo

detuvo con un gesto. Tziro dijo con calma:


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 De acuerdo. No se entra armado en un Santuario.

Loev se desprendió de su espada con un gesto de fastidio. El metal resonó

en el suelo de mármol con un ruido lúgubre. Kahle le indicó que se quitara

también la insignia del hombro, con un gesto burlón. Él mismo se quitó la espada,

y Baruk dejó su lanza. Los sirvientes se despojaron también de sus armas.

Mjuck se detuvo frente a Tziro. Él la miró a los ojos un momento.

 No llevo armas,  dijo con frialdad.

Ella desvió la mirada.

 Lo sé,  gruñó.

 Y por las armas que no llevo, no le quitarás el cetro a Nadhal.

Mjuck lo miró casi con odio. Las armas de los hombres del Este no eran

del tipo que se podían dejar a un lado de la puerta. Su arma era su mismo espíritu,

y el de su Guía, encerrado en el sajalí. Él no tenía el sajalí. Y esta era su manera

de decirle que no tenía nada que ella pudiera quitarle... pero que aún así era más

poderoso que ella. Mjuck no tenía tampoco la potestad de quitarle el cetro a la

Regente, aunque fueran iguales. Así como Nadhal no había podido evitar que ella

recuperara el cetro en el momento en que quiso. De buena gana la hubiera hecho

prisionera si hubiera podido. De buena gana le hubiera arrancado el cetro de zafiro

de las manos, pero... Al menos, Tziro le daba la oportunidad de no tener que

decírselo a los otros.

 De acuerdo. Vamos.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Tras los arcos de piedra, se encontraban las enormes puertas de madera

negra. Kla-Mjuck golpeó tres veces con su cetro en la cabeza tallada sobre las

hojas, y un destello rojo brilló cada vez. Las puertas se abrieron.

El salón principal era una enorme bóveda tallada en el corazón mismo de

la montaña. Centenares de columnas, a cada lado de la nave principal simulaban

sostener el techo. Y el mismo techo, de gemas transparentes, dejaba pasar la tenue

luz de la luna. No había colgaduras o tapices que suavizaran el ambiente. Las

rígidas aristas de las gemas y las pulidas superficies reflejaban la luz de manera

extraña y fantasmal. A medida que avanzaban, manos invisibles encendían las

luces a los lados de la gran nave, y para cuando llegaron al final, el salón rebosaba

de una luminosidad fría, pero bellísima.

El salón acababa en una pared maravillosamente labrada, tallada con el

signo de la Señora de Occidente. Bajo la enorme cabeza de la leona rugiente, un

alto trono de ópalo y mármol negro. Estaba vacío, al igual que el inmenso salón.

Se miraron entre ellos, confundidos. Kla-Mjuck no pareció inmutarse por ello. Se

dirigió hacia la derecha, hacia una galería baja bordeada de columnas que rodeaba

un patio decorado con árboles de piedra oscura y melancólica. La siguieron con

precaución.

No había pájaros en este jardín de piedra, aunque estaba poblado por

bellísimas esculturas, de variadísimas formas: animales, personas, árboles y

flores. Mjuck tomó por lo que parecía un sendero en ese bosque de piedra y se
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

detuvo junto a una fuente de mármol negro, con agua plateada que caía silenciosa

en ondas oscuras.

 Mi Señora...  murmuró, y esta vez su voz estaba inundada por la

emoción.

En ese momento la vieron. Una figura oscura, alta, majestuosa, se volvió

hacia ellos. La magnífica capa de terciopelo con bordados de plata dejó al

descubierto una larguísima cabellera del color de la noche.

 Bien hecho, hija mía,  susurró. Y se volvió a los recién llegados.

 Bienvenidos, mis invitados. Soy Sahmar la Poderosa, Señora del

Desierto Rojo y del Palacio de Occidente.

La capa cayó hacia atrás.

Los recién llegados vacilaron un momento. Salvo unos pocos, ningún

mortal había estado antes en presencia de la Sombra. Quedaron anonadados.

Quizá habían esperado otra cosa; una bruja cruel y marcada por la maldad. Una

mujer anciana, tal vez doblada por los años, o una hechicera sombría y maligna.

Muchas historias se contaban de la Sombra, y ahora se encontraban ante ella, la

mismísima Sahmar. Y sin embargo no había nada de sombrío en esa piel color de

luna, y aunque los ojos eran negros como la noche, estaban llenos de estrellas.

Porque así se presentó ante ellos: joven y antigua como la noche, eterna, cercana y

a la vez inalcanzable.

Nadhal fue la primera en reaccionar. Se adelantó un paso.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Señora. Soy Nadhal, Regente del Reino del Valle,  dijo, inclinándose

ante ella.

 Kla-Nadhal, mucho tiempo he esperado tu llegada.

 ¿Kla?  preguntó Mjuck entre dientes.

Pero Sahmar levantó la mano pidiendo silencio. Se adelantó hacia los

huéspedes, saludándolos uno a uno.

 Príncipe Kahle, del Valle. Co-heredero del reino, si no me equivoco.

Kahle se inclinó, algo rígido.

 Príncipe Loev, de las Montañas del Norte. Tercer hijo del Rey Vinger. A

ti te tocan las campañas militares y la gloria del campo de batalla. Sin embargo,

tendrás más que eso, te lo aseguro.

Loev la miró intrigado. ¿Estaba prometiéndole algo? Trató de indagar en

los ojos de la Señora, pero ella ya se volvía a Baruk.

 Mm. Jefe Baruk, de los campesinos del Delta. Hombre fuerte y

decidido.

 Señora, yo solo vine a pedir que nos devuelvas a mi pueblo y a mi rey...

 dijo Baruk sin atreverse a levantar la cabeza. La Señora se enderezó.

 Eso lo trataremos en la mesa de negociaciones... mañana. A ver, ¿a

quién más tenemos aquí? Baserat, Kelkar, Taro... Los sirvientes fieles más allá del

deber. Les rindo honor en este momento, porque han llegado mucho más lejos de
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

lo que está permitido a los siervos. Y en cuanto a ti... tus sueños son mucho más

altos de lo que ningún hombre se atrevería a soñar.

Y la Señora siguió hasta Tziro, ante quien se detuvo sorprendida. A

diferencia de los demás, siervos o señores, Tziro permanecía erguido, y no se

inclinó ante Sahmar.

 ¡Vaya! ¿Qué tenemos aquí? Veo que elegiste bien, hija mía. Éste era el

único que podía hallar el camino...

 Señora. Kla-Mjuck ha roto su pacto conmigo. He venido a reclamar su

deuda ante ti.

La Señora se volvió interrogante hacia Mjuck.

 ¿No has cumplido? No haces honor a tu rango, Kla-Mjuck. Ve a traer la

recompensa de este hombre.

 Pero, Señora... Yo creí que querrías disponer de ellos en persona...

La Señora meneó la cabeza.

 No de esa forma, hija. Ve a traer lo que por derecho pertenece a este

hombre.

Mjuck desapareció por un corredor lateral.

 Deberás perdonarla, hombre del Desierto Blanco. Ella no tiene

suficiente experiencia aún, y todavía se deja influenciar por algunos de mis

siervos más... agresivos.

 ¿Agresivos, Señora?  preguntó Nadhal acercándose.


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por Sandra Viglione

 Sí, Kla-Nadhal. No todo es paz en mi reino. Desde hace algún tiempo

hemos estado sufriendo algunos ataques... de parte de ustedes.  Y la Señora hizo

un gesto vago, que tanto podía abarcar a Tziro como a Nadhal o a cualquiera de

los otros.  Eso inquieta a algunos de mis siervos.

 Señora, jamás te hemos atacado.

La Señora sonrió enigmática y dijo:

 Puedes agredir de muchas maneras, y creo que te lo he demostrado

claramente estos últimos años. Jefe Baruk, si esto te permite dormir mejor, tu

gente está bien de salud y es bien cuidada; al igual que la tuya, Rey Loev.

 Pero...

En ese momento unos pasos resonaron en el corredor por donde Mjuck

había desaparecido. Todos se volvieron hacia allí. Mjuck regresaba con una mujer

y una niña. Tziro ahogó un gemido, y la mujer gritó al verlo.

 ¡Ah!

 ¡Lhari!

La mujer corrió hacia él y le echó los brazos al cuello. Él escondió la cara

en el hombro de ella, y ella pasó la cadena que llevaba al cuello por sobre su

cabeza, colocándoselo a él. Fue como si una niebla se levantara sobre ellos y se

retirara otra vez. Cuando se separaron, él parecía otra persona. Se inclinó y

levantó a la niña en brazos.

 ¿Tziro?  llamó Nadhal, confundida.


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 Llámame Kadhir, príncipe de Alkhama,  sonrió él.

 ¿Kadhir el Alto, Señor del Desierto Blanco?  repitió Kahle, abriendo

los ojos con asombro.  Entonces tú debes ser...

 La princesa Lhari, hija menor del rey Vinger. Hola, hermanita. ¿Y reina

en el Este? ¿Y tu hija?

La mujer sonrió, asintiendo, y soltó a su esposo para saludar a su hermano.

 Me alegro de verte, después de tantos años, Loev. ¿Cómo está papá?

 Menos furioso que cuando te fuiste... creo. El detalle de hacerte

secuestrar justo antes de encontrarte con él fue genial. Te perdonó todo, y nos

envió a todos detrás de ti.

 No fue a propósito. Yo...

 Me siguió a mí. Fue mi culpa.

 No, mis invitados. No fue culpa de nadie. Los habíamos estado

esperando, y sólo ustedes podían unir sus fuerzas y llegar aquí... por extraños

caminos y en apariencia guiados por intereses mezquinos. Pero solo en apariencia.

 No te comprendo, Señora...  murmuró Nadhal, todavía impresionada.

 Mañana será el día de las explicaciones. Ahora deben ir a descansar...

Mjuck, por favor, ocúpate.

Y sin decir más, la Señora se retiró entre los árboles de piedra. Mjuck los

condujo a las habitaciones preparadas para ellos.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Nadhal...

El hombre que ella había llamado Tziro hasta ese momento la detuvo en la

puerta. Los demás ya se habían retirado. Estaban solos.

 Nadhal, lo lamento. Debería habértelo dicho antes...

Ella lo miró. Ya no percibía en él ese dolor sordo que la había golpeado

cada momento desde que lo había conocido. Sacudió la cabeza.

 No tienes por qué. Hiciste lo que tenías que hacer, Tziro. Es solo que...

El hombre le dedicó una de sus encantadoras sonrisas e inclinó la cabeza

para escucharla; con el mismo gesto de siempre, y sin embargo fue

indefiniblemente diferente.

 ¿Qué?

 Conocía a Tziro. Él fue mi amigo. Pero no conozco a Kadhir.

 Somos la misma persona,  objetó él.

Ella lo miró y sacudió la cabeza lenta y tristemente.

Él la observó entrar a su habitación. Estuvo a punto de seguirla. Lo que

había estado a punto de decirse, no se diría jamás. Lo que habían estado a punto

de sentir, no sería sentido jamás. Experimentó por un momento una extraña

sensación de pérdida. Y sin embargo, su esposa Lhari lo esperaba. Y su pequeña

Faret. Las había extrañado tanto... Había temido tanto por ellas... Había llegado a

temer que no las volvería a ver jamás... Pero por fin las había recuperado. Se
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

reprochó estar perdiendo el tiempo lejos de ellas, y se dirigió a paso vivo a sus

habitaciones.
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por Sandra Viglione

XIV.

La mañana se levantaba clara, y el sol entraba por todas las ventanas. De

pronto, la habitación le pareció demasiado alegre y luminosa para el Palacio de la

Noche. Y sin embargo, la luz alegraba el corazón. Nadhal se despojó de las

últimas hebras de desazón que la revelación de Tziro-Kadhir le había dejado y se

preparó para reunirse con los otros.

No se puede decir que la presencia de Mjuck en su puerta la sorprendiera

demasiado.

 Buenos días. La Señora te espera.

Nadhal respondió con una simple inclinación y una sonrisa; y siguió a

Mjuck a través de varios pasillos.

Sahmar la esperaba esta vez en una sala grande y sombría. Curiosamente,

el vestido claro de Nadhal parecía despedir una cierta luminosidad en este sitio.

Estaban solas.

 Kla-Nadhal. Te esperaba. Hay algo que debes saber antes de continuar.

 Te escucho, Señora.

 Mira...

Sahmar movió la mano desnuda frente a la pared que tenía delante. Fue

como si una sombra se retirase, y la pared comenzó a iluminarse. Era una pintura.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Una mujer, casi idéntica a Nadhal estaba de pie en un balcón lleno de sol. Rayos

de luz salían de ella y de sus ropas, e iluminaba los alrededores; el desierto

blanco, la villa en el valle, y las tierras de alrededor.

 ¿Sabes quién es?

Nadhal la miró sorprendida.

 Por supuesto. Es la Señora de la Luz.

 Basti. Mi hermana...

La luz alcanzó el resto de la pintura. Una segunda torre y un segundo

balcón se enfrentaban al primero. En él, una mujer, no menos hermosa que la

primera, vestida de negro y plata, y de sus manos y ropa salían sombras tenues

que tejían un manto de noche y estrellas sobre el rojizo desierto a su alrededor, y

los campos circundantes. Era Sahmar. Nadhal la miró, y Sahmar le devolvió la

mirada.

 ...y tu madre.

 ¿Cómo?

 Tu madre no fue una mujer mortal, Kla-Nadhal. Tu madre fue la misma

Basti, Señora de la Luz, del Palacio de Oro en la Montaña Blanca.

Nadhal retrocedió un par de pasos. No, no era posible. Su padre no podía

haber desposado a una diosa.

 No puede ser...  murmuró.  Es imposible...

Mjuck parecía tan sorprendida como la propia Nadhal.


132
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿Por eso la llamas Kla?  dejó escapar.

 Así es, hija mía.

 Kla es un título honorífico, Señora Mjuck, que no había sido utilizado

en milenios. Nadie ha merecido el título de Kla más que la Señora Nadhal y la

Señora Mjuck.

Era la voz de Kadhir. Nadhal lo vio entrar en la sala vestido con el traje de

gala de los del Este: pantalón y casaca negro y plata, y capa blanca con ribetes de

oro.

 ¿Porqué?

Kadhir sonrió. Sahmar contestó:

 Porque significa Hija de la Señora.

Nadhal miró a Mjuck, y Mjuck miró a Nadhal. Era evidente que ninguna

de las dos lo sabía. Estaban completamente anonadas. Necesitaban tiempo para

asimilarlo, pero Kadhir se adelantó.

 Lo que no comprendo, Señora, es cómo pudo suceder.

Sahmar asintió lentamente y movió el brazo frente a la pintura. Las figuras

en ella cobraron vida y empezaron a moverse.

 Hace años, mi hermana solía visitar este palacio una vez al año, y yo el

suyo, también una vez al año. Yo lo hacía en invierno, y refrescaba los largos días

del Valle, llevando el descanso que es mi don. Ella lo hacía en el verano, y


133
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

entibiaba los días de este desierto, trayendo la energía que es el suyo. Solía

hospedarse en la habitación que te dimos a ti, Kla-Nadhal.

De repente, la calidez y la luz en su habitación tuvieron sentido para

Nadhal.

 Hace años, también, los reyes del Valle solían hacer un viaje. Ellos

debían decidir ante quién de nosotras se inclinarían. Los hombres del Delta

siempre fueron campesinos. Aman la paz y el trabajo. Siempre le pertenecieron a

tu madre. Los hombres del Norte siempre fueron míos. Aman la guerra y el poder,

y no temen luchar por él. Pero la gente del Valle... Ellos eran diferentes. A su

tiempo, cada Rey del Valle elegía y quemaba ofrendas en el Santuario del Oeste, o

el del Este. Siempre fue así, y Basti y yo siempre respetamos la elección de los

Reyes del Valle.

 Pero... — interrumpió Nadhal.

Sahmar se volvió hacia ella.

 Mi Señora; Kla-Mjuck nos contó de innumerables ejércitos que yacen

en el Monte de los Huesos.

Sahmar hizo un gesto de disgusto.

 Así es. Lo lamenté cada vez que sucedió, pero como te dije, siempre se

respetó la primera elección de los reyes. De vez en cuando, demasiadas veces para

mi gusto, algún rey elegía a Basti, y más tarde se daba cuenta que lo quería era mi

poder, el poder que es mi don. Una vez hecha la elección y quemadas las ofrendas,

nunca podría yo consentir en pactar con el siervo de mi hermana. Sería una


134
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

traición hacia ella, ¿te das cuenta? De manera que escuchamos las peticiones, pero

no respondimos. Algunos se percataron de su error, y se volvieron atrás, otros...

todavía aguardan en el polvo. A veces sucedió lo contrario, que alguno de mis

siervos se volvió hacia mi hermana. Entonces, los hombres del Este se ocupaban

del asunto.

 ¿Los del Este? ¿Cómo? ¿No son ellos servidores de Basti?

Sahmar sonrió.

 Observa su vestimenta, Mjuck. ¿A quién crees que sirven en realidad?

Negro y plata por la Noche, blanco y oro por el Día...

Kadhir sonrió e hizo una reverencia.

 En realidad, Kla-Mjuck, solo somos servidores y emisarios... Del lugar

de donde venimos, allí debemos regresar; y el sajalí solo es un ancla para

mantenernos en este mundo.

 ¿Por eso Mjuck no pudo matarte?  preguntó Nadhal.

Kadhir asintió con lentitud.

 Por eso no pudo matar a Tziro. El rey Kadhir es mortal, por supuesto,

como su esposa y su hija. Tziro fue un fantasma. En realidad, él no pertenecía

aquí. ¿No sentiste el vacío terrible en su corazón?

Nadhal lo miró frunciendo un poco el ceño. Sí, había sentido el vacío,

pero... no lo había comprendido. La explicación la confundía. Sahmar intervino:

 Los hombres del Este consagran su vida al Espíritu. A través de la llama

del Templo del Sol, algunos de ellos, los elegidos, penetran en el Otro Lado.
135
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Aquellos que llevan el sajalí, viven en los dos mundos a la vez: son mensajeros

entre los espíritus invisibles y los hombres mortales. Por eso se los considera

hechiceros y brujos de gran poder. Son mediadores, tanto para los habitantes

invisibles del Desierto Blanco como para los del Rojo. Ven las puertas secretas y

conocen las cosas escondidas a los ojos mortales. Además, Mjuck, sabes que

tenemos nuestros propios servidores...

Mjuck hizo un gesto de disgusto, pero Sahmar la detuvo.

 No, míralos bien. Han sido rechazados por los mortales, y nosotros; yo

los recibí. Parias, enanos, deformes, despreciados que se ocultaban de la luz para

no ser vistos y burlados. Yo los acepté, los protegí, les di poder. Aquí tienen un

lugar. Y han sido hábiles. Han creado cosas que no podrían hacerse en ningún otro

lugar. Han creado campos fértiles y jardines donde antes había solo desierto rojo.

Han arrancado el agua de la piedra y construido casas y palacios para ellos y

templos para mí. Míralos bien, Mjuck, porque ellos han superado el mezquino

papel que les deparó la suerte.

Mjuck bajó la cabeza. Aún así, los enanos volvían al polvo rojo cuando

fracasaban en su tarea. Sahmar se ocupaba de ello. Y no admitía errores. Los

enanos que la habían abandonado en la frontera roja volarían todavía por el

desierto a menos que el aluvión los hubiera atrapado, y en ese caso, pobre de

ellos. Porque pasarían sin duda años antes que el polvo se liberase y ellos

pudieran regresar a la presencia de la Señora para ser tal vez perdonados. Pero el
136
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

polvo rojo era el alma de este desierto, se dijo. Y del polvo rojo se volvían a

levantar una y otra vez.

 Continúa la historia, por favor, Señora,  pidió Kadhir.

 Sí.

Mientras ellos hablaban, la imagen en la pintura había cambiado. Ahora

mostraba un muchacho joven de rostro decidido, que caminaba enérgicamente por

un camino bordeado de árboles. Las dos Señoras se hallaban muy por encima de

él, tejiendo una mágica red de luces y sombras que se confundía con las sombras

de los árboles. Sahmar continuó.

 Decía que los reyes del Valle elegían. La mayoría se limitaba a quemar

ofrendas en los templos, pero de tanto en tanto alguno de ellos llegaba hasta aquí,

y me juraba fidelidad en secreto, casi siempre a cambio de poder. Pero el último

rey...

 El rey Keryat, tu padre,  acotó Kadhir, mirando a Nadhal.

 Entró en secreto. No sé qué deidad o qué hechizo lo ocultaron de mi

mirada. Pasó por el Palacio en secreto y se llevó sólo un objeto.

La pintura se había oscurecido. Entre las sombras, el muchacho huía,

llevando algo apretado contra su pecho.

 Lo seguimos en cuanto nos dimos cuenta. Lo seguimos, y no lo

pudimos hallar...
137
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 En aquellos días, la Señora de la Luz salía a veces del Palacio de Oro

 continuó ahora Kadhir.  Había salido, y solo unos pocos de nosotros

estábamos al tanto. La habíamos seguido, claro, a distancia prudente. La seguimos

hasta una fuente, en un camino arbolado, cerca de la entrada al Valle. Pero ya no

la pudimos recuperar. Enviamos por supuesto un embajador al Valle, Seni. Y

nuestro embajador se casó con una mujer del Norte, la Dama Nuria. No cumplió

con su misión de rescatar a la Señora, y no hemos podido saber cómo es que la

retienen prisionera.

Kadhir miraba la pintura. En ella, el joven de rostro decidido entraba por

las puertas de la Ciudad del Valle de la mano de una mujer bellísima, de vestido

claro y ojos tristes.

Sahmar sacudió la cabeza.

 No está prisionera. No del todo, al menos ahora. Permíteme, Kla-

Nadhal.

Sahmar acercó las manos al cuello de Nadhal, y tanteó suavemente con sus

largos dedos, como buscando algo. Nadhal vio que la Señora movía los labios,

murmurando algo, y sintió frío. Le pareció oír una protesta de Kadhir, y ver

moverse a Mjuck, y de pronto el frío se hizo muy intenso y perdió el sentido.


138
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XV.

Nadhal volvió en sí lentamente. Se sentía mareada. El brazo de Kadhir

estaba alrededor de su hombro, y Mjuck le acercaba una toalla al pecho. Pestañeó.

 ¿...demasiado para ella?  estaba diciendo Kadhir.

 No, no fue demasiado rápido. Ha sido demasiado tiempo,  respondía

Sahmar, tranquila.

 ¿Qué... qué me pasó?

 Te quité esto.

Sahmar mostraba algo parecido a un collar, con alguna clase de amuleto

redondo en él, todavía manchado de sangre. La toalla con que Mjuck la limpiaba

también tenía manchas de sangre. Nadhal se miró el pecho herido y volvió a mirar

el amuleto. No sentía dolor.

 ¿Qué es eso?

 Un sajalí.

 No,  dijo Mjuck.  No se le parece. Los sajalíes son alargados...

como puñales.

Pero Sahmar sacudió la cabeza.

 Los del Este son alargados. Los sajalíes de occidente no lo son.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Pero, Señora, nunca había visto uno antes...

 Es porque no han sido hechos para ser vistos, como los del Este. Y

además, éste es el último que queda. Cuando fue robado, hice destruir todos los

otros, sin darme cuenta que el daño ya estaba hecho. El rey Keryat lo robó

pensando que le daría poder, y lo hizo, en cierta forma. Pero era demasiado poder

para un mortal. Probablemente quedó confundido, mareado como tú, Nadhal. El

sajalí de Occidente tiene el poder de atrapar los sueños. Tal vez regresó al camino

del Valle mientras deambulaba por el reino de los sueños, y allí, en el camino del

Valle se encontró con Basti. Ella, al igual que yo, también camina en ambos

mundos: el que tú llamas realidad, y el que tú llamas sueño. Basti nunca pudo

resistirse a ayudar a alguien, y en su sueño, el sueño de ambos, probablemente

intentó quitárselo. Apuesto que él se resistió, y que de alguna manera, se lo puso

al cuello a ella. Así la sometió, la atrapó en esa especie de sueño hecho realidad

que habita el Valle desde entonces, y por eso no la encontraron en el camino.

Keryat desposó a Basti, que estaba obligada a guardar la forma que el sueño de

Keryat le impusiera mientras llevara puesto el sajalí. Pero ella fue siempre

demasiado poderosa como para ser atada por un simple amuleto, aún cuando fuera

el sajalí maestro. Sus poderes desbordaron el cerco y llenaron el Valle. No

hubieron días más luminosos que los días de Basti en el Valle, pero aún así la luz

tenía una cualidad triste que hacía que la gente los olvidara pronto. Perdieron la

noción del tiempo. Los años pasaron y no los tocaron; ni siquiera quedaron

guardados en la memoria. Fue solo un sueño, y todavía lo es.


140
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 No sé a qué poder recurría Keryat, pero debió darse cuenta que su

tiempo se acababa. El sueño inducido por el sajalí lo consumía lentamente.

Reclamó un heredero de Basti. Yo lo percibí desde aquí, y no negaré que me

invadió la ira. Lancé mi poder hacia la torre donde el impío mantenía a mi

hermana, pero eso no lo detuvo. Unos meses más tarde, nacías tú, Kla-Nadhal,

hija de mi hermana; y ese mismo día, en una torre de este palacio, nacías tú, Kla-

Mjuck, mi hija.

Kadhir cerró los ojos con pesar. Al fin había comprendido. La Señora de la

Luz no podía tener un hijo sin que la Señora de la Sombra también. El Equilibrio

de los poderes lo requería así. Pero había una diferencia. Basti había aceptado y

buscado ese bebé dentro del sueño de Keryat. Sahmar no. Sahmar estaba atrapada

en un sueño que no le pertenecía. Kla-Mjuck había nacido de la nada, de una

turbulencia de poderes, de una discontinuidad en el equilibrio entre los dos

mundos.

 ¿Quién es mi padre?  preguntó Mjuck de repente, frunciendo el ceño.

Ella tampoco lo comprendía. Sahmar hizo una mueca.

 ¿No lo has entendido todavía, hija? El mismo Keryat, en cierta forma.

El mismo día que mi hermana concibió a Nadhal, yo te concebí a ti, aquí, en este

palacio, a solas con la noche, lejos de todos. Mi hermana y yo estamos

íntimamente unidas. Lo que le suceda a una, tiene repercusión en lo que le sucede

a la otra. Somos parte de una misma entidad. Si ella daba a luz, entonces yo
141
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

también. Si ella desaparece del mundo, lo mismo yo. Si ella es prisionera, yo

también.

 ¿Cuánto tiempo?  preguntó Kadhir de repente. Sahmar lo miró.

 ¿Qué? ¿Esta prisión? Dos siglos. Hace dos siglos que sucedió todo lo

que les he contado, y en todo ese tiempo no he salido de este palacio.

Las hilachas del hechizo sobre la pintura se desprendían lentamente. La

pintura mostraba tan solo las dos torres, con las dos Señoras tejiendo una red de

luces y sombras sobre el Valle. Nadhal pensó que era un extraño juego que

jugaban Basti y Sahmar, el de repartirse las vidas de los hombres. La red de

sombras le pareció por un momento más intensa, pero luego de unos segundos, lo

mismo le pareció la de luz.

La voz de Sahmar había sonado amarga. La prisión la exasperaba. La

dulzura con que la había recibido al principio se había esfumado. No estaba

segura de comprender muy bien a la Sombra. Pero el relato no había acabado aún.

 El nacimiento de Nadhal tuvo sin embargo una consecuencia

inesperada. Keryat no podía mantenerlas prisioneras a las dos con el mismo

amuleto. Basti lo obligó a elegir. Te eligió a ti, Nadhal, porque a través de ti

retuvo en cierta forma a tu madre. Te encadenó a las formas humanas, y obligó a

la Señora de la Luz a permanecer a su lado. Al menos en parte. La Señora de la

Luz se retiró a su Palacio. No sé qué fue de él.

 Pero... mi padre murió hace años...


142
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Tu padre se fue hace años. Se fue. Creo que se encaminó hacia el Este

en secreto, más allá de Alkhama, a la Montaña Blanca.

 Apuesto a que todavía está ahí,  murmuró Kadhir. Sahmar asintió

lentamente.

 Sospecho que es así. No he vuelto a salir de este Palacio desde que

Basti se fue hace doscientos años. No me es posible salir. De manera que Keryat

todavía retiene a Basti en su Palacio. Para eso has sido traída aquí, Kla-Nadhal.

Para conocer la verdad, y tomar una decisión. Puedes ignorar mi historia y

continuar una guerra sin sentido, o puedes marchar al este y liberarnos a tu madre

y a mí...  De repente la voz de volvió increíblemente fría.  Pero te advierto: si

eliges la guerra, tu ejército blanqueará el Monte de los Huesos más pronto de lo

que crees. La decisión es tuya.

De alguna manera, la habitación se había oscurecido otra vez, y Nadhal se

sumergió en la oscuridad y el frío.

 ¿Y la Señora Nadhal? ¿No deberíamos esperarla?  preguntó Baruk,

removiéndose inquieto en su lugar en la mesa de negociaciones.

Sahmar se sentó ceremoniosamente y anunció:

 La Señora Nadhal está indispuesta, y dijo que permanecería en sus

habitaciones hasta la cena. No. No te retires, príncipe Kahle. Tú hablarás por el

Valle.

 Quiero ver a mi hermana.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Tu hermana está bien. Sólo se siente un poco mareada y confundida, 

dijo Kadhir.  Taro permanece de guardia en su puerta desde la mañana. Y tú

puedes ir a verla más tarde. Ahora te necesitamos aquí.

Kahle le lanzó una mirada irritada, pero el rey Kadhir con su sajalí era

muy diferente del tímido Tziro que había conocido. O del Tziro traidor del que

había desconfiado. Además, era el Señor del Desierto Blanco. Decidió creerle.

 Bien, señores del Norte, del Valle y del Delta. Escucharé sus demandas;

y el Señor Kadhir será el mediador. Pueden comenzar.

 Bien, Señora. La Regente Nadhal ya te hizo llegar sus demandas.

 Que eran infundadas. Yo no inicié querella alguna.

 Señora, tu ejército ha avanzado sobre nuestros territorios.

 Mm, no. Yo no tengo ejército.

 Señora, has entrado a nuestros territorios.

Sahmar sacudió la cabeza, negando. Loev la miraba frunciendo el ceño.

 No entiendo lo que quieres decir, Señora,  dijo con lentitud. 

Nuestro pueblo desaparece bajo la sombra. ¿No los has llevado tú? ¿No fue tu

oscuridad lo que los sedujo, y ya no pudieron escapar?

Sahmar lo miró de repente, con una media sonrisa.

 Ah, ya vamos llegando a algo. Dices que mi oscuridad los sedujo. ¿Por

qué?

 ¿Cómo?
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿Por qué crees que mi oscuridad sedujo a tu pueblo, o a una parte de él?

 Yo... no lo sé.

Sahmar los miró uno a uno. Kadhir se limitaba a esperar.

 Señora, dices que no tienes ejército; pero en una noche de sitio hiciste

desaparecer el ejército de guerreros que protegía la ciudad de la Montaña.

 Ah, en una noche... La noche es mi territorio, como el día lo es de la

Señora de la Luz. No invadí ningún territorio que no me perteneciera. En cuanto a

las personas, te diré que me siguieron aquellos que deseaban seguirme; aquellos

cuyas almas ya pertenecían a la noche. Insisto en que las demandas son

infundadas. ¡Señores! Por años y años, los santuarios de Occidente han sido

olvidados. Reclamo mi parte. Y si los que me amaron una vez no son libres de

adorarme, entonces seguiré trayéndolos a mi casa, adonde puedan gozar de mi

presencia y yo de la suya.

Loev había quedado algo rígido en su asiento. Kahle miraba fascinado a la

Sombra; y Baruk bajaba la cabeza. Luego de un momento de silencio, se atrevió a

levantarla.

 Señora... Es cierto que hemos olvidado los viejos santuarios en el Sur.

Pero... si no tenemos pastores ¿quién criará los corderos que serán sacrificados? Y

si no hay quien cultive ¿quién llevará las primicias a los templos? Somos un

pueblo sencillo, Señora. Si cometimos un error, te suplico que nos perdones...

Pero no hagas desaparecer a mi pueblo. Permítenos enderezar el error y repararlo.

Sahmar lo miró fijamente.


145
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿Qué me ofreces?

 Si me devuelves a mi pueblo, volveremos a celebrar las antiguas fiestas,

y a entregar buenas ofrendas en los días de fiesta... como se solía hacer... No es

mucho, pero...

 Tu oferta me satisface. Mañana por la mañana liberaré a tu pueblo, y

empezarán a regresar a casa.

Baruk se levantó e hizo una reverencia. Sahmar le respondió con una

inclinación y se volvió a Loev.

 ¿Y tú? ¿Qué me puedes decir de tu pueblo?

 Nosotros no hemos olvidado las festividades.

 Yo no huelo el incienso.

Loev frunció el ceño, recordando. En realidad, hacía mucho que no iba a

las ceremonias. La realeza asistía cada vez menos a las celebraciones en los

templos. Eran demasiadas. Y... sí. Hacía un tiempo, los sacerdotes habían

cambiado la forma de ofrecer las ofrendas, y la cantidad de ellas. Lo considerarían

un desperdicio, suponía Loev, ya que no había nadie para apreciarlo. Bajó la

cabeza.

 Tienes razón, Señora,  murmuró.

 ¿Y qué me ofrecerás?

Loev levantó la cabeza, sorprendido.

 ¿No nos castigarás? ¿No nos traerás la guerra o la peste?


146
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Sahmar hizo una mueca.

 Ya te he llevado una guerra que parece peste. ¿Qué más quieres?

¿Quieres la destrucción de tu pueblo?

Sahmar se levantó y tomó el báculo de rubíes. Loev palideció.

 ¡No, Señora, no! ¡Por favor, te lo suplico! Dime lo que quieres de

nosotros.

 ¿Querer? ¿No sabes lo que busco y lo que me complace?

Loev la miró. No era un hombre religioso, y hubiera preferido otro tipo de

negociaciones.

 Deseo que el pueblo del Norte me honre como solía hacer; no con

falsas ofrendas carentes de fervor. Quiero que restauren las celebraciones y los

templos; y dejaré en libertad a sus guardianes. Sin embargo, te diré, Rey Loev,

que sus almas me pertenecen, y no les dejaré ir.

Loev se hundió en su asiento sin poder responder. Era la segunda vez que

lo había llamado rey, y él era sólo un príncipe. ¿Seria un augurio? Y si lo era ¿era

para bien o para mal? Se estremeció.

 En cuanto a ti, Señor del Valle... ¿qué me ofreces?

 ¿Qué deseas?

 Que restaures mis lugares; y des libertad a mis fieles de celebrar mis

ritos y festividades, y quiero verte en la procesión cuando suban al santuario de la

colina de Occidente.

 ¿A mí? ¿Por qué?


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Porque tú, como tu padre, eres mío.

Kahle sintió que se le helaba la sangre. Y sin embargo, el pueblo dependía

de que él buscara la paz. Asintió.

 Está bien, Señora. Acepto, si te retiras de nuestros territorios.

 Ya te dije que no invadí ningún territorio.

 No es cierto. Te he visto avanzar como una sombra sobre los campos, y

oscurecer la mente y el corazón de a gente. Te he visto, Sombra.

Sahmar hizo una mueca.

 Entonces has visto demasiado. Mi territorio es la noche, y a ella me

retiraré. ¿Satisfecho?

Kahle meditó un momento en el significado de lo que le habían dicho.

Luego se puso de pie.

 Señora, estamos de acuerdo,  dijo.

Sahmar lo saludó con una inclinación.

 Nadhal... Nadhal...

Nadhal abrió los ojos lentamente. Parecía el atardecer.

Mjuck... ¿Qué haces aquí?

 Cuidarte.  Increíblemente, la voz sonaba dulce y cálida.  ¿Cómo te

sientes?

 Confundida... ¿Y tú?
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 También,  asintió.  ¿Qué vas a hacer?

 No lo sé.

Mjuck la miró, y pareció que había vergüenza en su mirada.

 Yo... te traje algo para que comas... Quiero... disculparme por mi

comportamiento, allá en la Frontera.

Nadhal se encogió de hombros.

 La guerra es la guerra. Me alegro que seamos hermanas ahora.

Mjuck sonrió un poco, y se sentó junto a Nadhal.

 Tenemos que hacer algo...  murmuró al cabo de un rato.

 ¿Tenemos? ¿Vendrías conmigo?

Mjuck movió la cabeza. Nadhal le tomó la mano.

 Gracias.

 No hay porqué. Él también es mi padre... o algo así.

 Entonces, si estás decidida, tenemos que atravesar todo el Desierto...

 No. Conozco otra manera de llegar al Palacio Blanco sin pasar el

Desierto.

 Excelente. ¿Cuándo podemos partir?

 Mañana, al amanecer, mi madre abrirá el Portal de la Noche para enviar

de regreso a toda la gente del Delta y de la Montaña. Eso dijeron en la reunión.

Cuando ella abra la Puerta, nosotros podremos usar el otro camino. La Señora

Sahmar no puede mantener las dos puertas abiertas a la vez, y después de que
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

libere a toda esa gente, no creo que pueda abrir ninguna puerta, tampoco.

Tendremos que abrirla tú y yo, con los cetros...

Nadhal asintió.

 Te seguiré, hermana. Pero no quiero que los demás nos sigan. ¿Crees...?

 Sí. Podremos irnos rápido y en secreto. Mañana.

 Mañana.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XVI.

Los pasillos del Palacio de la Sombra estaban oscuros y silenciosos a esa

hora. Kahle se deslizaba en silencio por uno y otro, buscando algo que no podía

encontrar. Una cierta cualidad onírica se desprendía de todo lo que veía, y la

sensación de pesadilla de no poder encontrar la salida se apoderaba de él por

momentos. El corredor que seguía terminaba en un recodo, y en la esquina había

una puerta. La puerta crecía a medida que él se acercaba; crecía y se agigantaba

hasta hacerlo sentirse muy pequeño. Se detuvo junto a ella y apoyó la mano en el

picaporte. La puerta se abrió de repente.

 Príncipe Kahle. ¿Qué haces aquí?

Mjuck estaba allí, blanca contra la oscuridad de la habitación que acababa

de dejar. No se veía nada tras ella.

 Eh, yo estaba... Estaba...

 ¿Explorando un poco?

El destello en los ojos de Mjuck decía a las claras que no le creía. Kahle

hizo una mueca. La sensación de pesadilla se había desvanecido, y estaba alerta

ahora.

 Eres bruja. ¿Para qué preguntas lo que ya sabes?

 ¿Educación, tal vez?  ironizó ella.

 Hm...
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿Qué buscabas, príncipe Kahle, el Desconfiado?

 ¿Ahora también me das título?

 No cambies de tema.

Kahle vaciló. No sabía si confiar o no en la hechicera.

 Digamos que... curioseaba un poco, nada más. Me preguntaba dónde

tendrían... eh, alojada a tanta gente que, como se dice, fue secuestrada.

Mjuck levantó las cejas con curiosidad. No estaba convencida de que eso

fuera verdad.

 Bueno, el Palacio es mucho más grande de lo que parece. Habrás visto

que hay varios niveles.

 Sí. Con patios de piedra donde siempre es de noche.

Mjuck se rió.

 Por supuesto. Es el Palacio de la Noche. La noche no es mala, príncipe.

Alberga los sueños. Ven, déjame mostrarte.

Y Mjuck le tendió la mano, para guiarlo por los interminables corredores.

La galería negra se abría por supuesto a otro patio de piedra. En cada

esquina, una escalera bajaba al lugar donde las estatuas recreaban una escena llena

de vida. Pero lo único que llenaba este patio era el melancólico susurrar de una

fuente.

 ¿No es bello?  susurró Mjuck.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Kahle fingió una sonrisa.

 ¿Qué pasa? ¿No te gusta?

 Es... Es que... está muerto.

Mjuck torció los labios en una sonrisa.

 Sí... por ahora. Ven, descendamos.

Y guió a Kahle hacia una de las escaleras laterales.

A medida que bajaban, a Kahle le pareció que una extraña luminosidad

surgía de la piedra, e inconscientemente apuró el paso. Pero Mjuck lo hizo

detenerse en el descanso.

 Observa bien. ¿Qué ves?

 Muchas estatuas.

 Sí, ¿y? ¿Qué representan?

 Eh... No es un jardín como el patio principal; ni un bosque, ni la orilla

de un lago como los otros patios que me mostraste. Este parece la plaza de un

pueblo. Un mercado. Veo tiendas y personas comprando... animales... Todo lo que

cualquiera esperaría en un pueblo.

 Sí.

 Mira, allá hay un puesto de fruta. Las manzanas casi se ven reales. Y

más acá... juraría que puedo oler ese pescado.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Kahle había bajado la voz. La piedra oscura parecía tomar colores, y el

reflejo de la luz empezaba a hacerle ver cosas. Casi podía decir que ese jinete, allá

bajo la otra escalera, empezaba a moverse.

 Vamos, príncipe desconfiado. Baja un par de escalones más,  invitó

Mjuck. Sólo necesitó un escalón. Apenas entró en la mitad inferior de la escalinata

la escena se llenó de luz y color. El palacio, la galería de piedra, la escalera misma

desaparecieron, y se encontró en medio de una plaza llena de movimiento y color.

Se volvió.

 ¿Qué es esto? ¿Qué significa?

Mjuck sonrió.

 No es más que un sueño, príncipe Kahle. La Noche acuna y guarda los

sueños. Ve, acércate y compruébalo tú mismo. Puedes hacer lo que sea aquí.

Ella lo siguió cuando él se aproximó cauteloso al puesto de frutas.

 Las manzanas son azules,  observó.

 Sí, si quieres imaginarlas así. Pruébalas. Tendrán el sabor que quieras.

Kahle mordió la manzana que había tomado y escupió a un lado.

 Increíble. Pensé en pescado y sabe a pescado.

Mjuck se rió y le tendió otra.

 Intenta con ésta. Adivina lo que estoy pensando... — dijo divertida.

Kahle probó la manzana y la devolvió.

— ¿Rosas?
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Mjuck se limitó a sonreírle, mordiendo la manzana a su vez.

 Maravilloso,  repitió él, mirando a su alrededor.  ¿Puedo...?

 Claro. Ve a explorar por tu cuenta. Yo tengo otras cosas que hacer aquí.

 ¿Cómo regresaremos al Palacio?

Mjuck se rió en voz alta.

 Estamos en el Palacio. Pero, bueno... Encuéntrame allá, en los establos,

en un par de horas...

Kahle recorrió la plaza del mercado en primer lugar. Pero las callejuelas

que se abrían a los lados no parecían bloqueadas por ninguna pared. Un hombre

con una carreta tomó por una de esas calles, y Kahle lo siguió. Nada lo detuvo. El

hombre siguió por una y otra calle hasta salir de lo que parecía un pueblo.

El camino seguía por un prado y se perdía en la distancia. Kahle dudó si

debería continuar. ¿Y si no regresaba a tiempo? ¿Y si Mjuck lo abandonaba en

este extraño lugar?

 ¡Eh, buen hombre!  llamó.

El hombre se dio la vuelta y se detuvo.

 ¿Sí?

 ¿Qué lugar es éste?

El hombre lo miró con curiosidad.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿No lo sabes? Este es El Paso, en la frontera del reino del Valle. Ahora

mismo voy camino al Valle a vender mi mercancía. ¿Vas hacia allá? Puedo

llevarte...

 Eh, no... no, gracias. Me vuelvo al pueblo.

El hombre se encogió de hombros.

 Como quieras...  dijo, y siguió su camino.

Kahle estaba asombrado. ¿El Paso? No podía ser, por más que fuera un

sueño. Paseó entre las callejuelas repitiendo la pregunta a todos. Una muchacha

que salía de una casa con un atado de ropa para lavar lo miró de pies a cabeza.

 El Paso, claro. ¿Cómo puedes estar en un lugar y no saber dónde?

 ¿Cómo llegaste aquí?

La muchacha se apartó de él como si lo creyera loco.

 Nací en el Paso...  dijo.

Y Kahle se había quedado allí, en medio de la calle, mirando a la chica que

se alejaba.

 ¡Ey! ¡Cuidado!

Alguien tiró de su manga y lo quitó del camino.

 Estás estorbando, príncipe Kahle. No deberías estar aquí.

Kahle miró sorprendido. Un enano estaba tironeando de él para sacarlo del

camino. Un carro pasó a su lado rozándolo, y alguien le gritó algo que él no

entendió.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿Me conoces?

 Claro. Eres invitado de la Sombra.

El enano se dio la vuelta para irse, pero Kahle lo llamó.

 ¡Espera! ¿Qué es este lugar?

El enano se detuvo y lo miró entrecerrando los ojos.

 ¿No te lo dijo Kla-Mjuck? Un sueño.

 No, es real. Si no, no me hubieras sacado del camino para que no me

atropellaran.

El enano miró a izquierda y derecha, y luego susurró:

 Bien. Sígueme y no hagas preguntas.

Kahle lo siguió.

La taberna era oscura. Oscura, encerrada y ruidosa. Era imposible que

alguien los escuchara. El enano se sentó frente a él y lo miró por sobre una jarra

de cerveza.

 Bien, pregunta. Pero no levantes la voz,  dijo.

 ¿Qué es este lugar?

 El Paso. ¿No te lo dijeron los aldeanos?

 Estamos en el Desierto Rojo, en el Palacio de la Sombra. No podemos

estar en el Paso.
157
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Es un sueño del Paso. Todos los habitantes del Paso sueñan este lugar,

todo el tiempo. Y viven sus vidas normales en el sueño. La gente que viste... son

los verdaderos habitantes del Paso.

 Quieres decir...

 Que los patios de la Sombra duermen las almas de los que tu dices que

fueron secuestrados. Ellos sueñan en el hogar, y continúan sus vidas normales.

 Pero este lugar no existe...

 Sí existe. Aunque en una forma distinta que tú o yo. Al menos que yo,

 y al decir esto, el enano sonrió maliciosamente. Kahle lo miró.

 ¿Cómo?

 Al bajar las escaleras, te convertiste en uno de ellos, príncipe Kahle. Por

eso la carreta podía atropellarte. Por eso pueden verte. ¿O crees que ellos me ven

a mí?

Kahle miró alrededor. Nadie parecía ver al enano sentado frente a él, pero

tampoco parecían verlo a él. Cada uno estaba ocupado en sus asuntos. Decidió

creerle.

 ¿Y cómo salimos de aquí?

 Saldrás cuando Kla-Mjuck quiera sacarte.

 Me refería a ellos. ¿Cómo los sacamos de aquí?

 ¿Para qué quieres sacarlos? La Sombra abrirá las Puertas mañana, y

regresarán a sus hogares. ¿Porqué quieres sacarlos tú?


158
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 No confío en la Sombra,  dijo Kahle torvamente.

El enano lo miró con una expresión extraña en la cara; pero no dijo nada.

Kahle lo observó durante un rato.

 Está bien,  dijo el enano al fin.  De todas maneras, tendrás que

esperar a que la Señora abra las puertas y envíe a todos de regreso. Pero... con esto

podrás saber si estás de regreso realmente, o todo es otro sueño.

El enano tendió el puño cerrado sobre la mesa y puso algo redondo en la

mano de Kahle.

 ¿Qué es?

Un cazador de sueños del reino de la Noche. El último que queda. Te

permitirá distinguir entre sueño y realidad. Si la Señora intenta atraparte en otro

sueño, con esto puedes liberarte.

 Gracias. ¿Qué quieres a cambio de esto?

El enano mostró los dientes amarillentos en una sonrisa torcida.

 Que se vayan lo más pronto posible.

Kahle asintió.

 También lo quiero yo.

El enano lo miró alejarse entre la gente y el ruido; y la sonrisa torcida

volvió a instalarse en su cara. Cuando el príncipe se pusiera el cazador, quedaría

atrapado, como su padre el Rey Keryat. Y el Valle les pertenecería de nuevo a

ellos, al fin. Se sintió satisfecho. Había hecho en un minuto lo que la misma Kla-
159
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Mjuck no había logrado en años de vigilancia sobre el Valle. Rellek estaría

satisfecho. Era hora de que alguien tomara la guerra en serio.

La Señora de la Noche debía reinar sobre todos, no se debía permitir que la

Luz ocupara todo el Desierto Blanco, y el Valle, y el Delta, y extendiera sus

tentáculos hacia la Montaña. El viejo Vinger estaba oxidándose. Ya no se oía el

sonido de las armas. Ya no se sentía el olor de la sangre. La Señora no lo decía,

pero Rellek sí. En otros tiempos, ellos habían sido fuertes. El fuego de las

ofrendas se elevaba alto en la noche. El ruido de las batallas se oía de lejos... Pero

el viejo rey había dado su hija a uno de esos hombres del Este, uno de esos... Eso

decía Rellek. Él sabía.

Había estado ahí, junto a Kla-Mjuck, y había traído a la mujer del norte

hasta el Palacio. Llevaban un sajalí. Rellek no había dicho nada entonces, pero se

puso en guardia. Vigilaron el camino, y se presentaron como los negociadores de

la Sombra. Los siguieron cuando Kla-Mjuck los trajo al palacio. Había visto a

Rellek cerrar los puños con rabia cuando miraba a lo lejos al grupo que la

hechicera dirigía. Pero no se acercaron: tenían órdenes de la Señora. Al día

siguiente de su entrada al Palacio, Rellek vino a él muy agitado. Traía algo,

envuelto en un trapo.

 Guárdalo,  le había dicho.  El dueño anterior no supo usarlo; ahora

debemos hacer que un nuevo dueño lo consiga...

El enano había desenvuelto el paquete con cuidado. ¡El sajalí maestro!

Quedó sin aliento. El más poderoso de los sajalíes de occidente, y el único que
160
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

existía. Capaz de encadenar a una diosa a la tierra... De inmediato supo a quién

debía dárselo. ¡Y lo había logrado! La Señora reinaría sobre todo el mundo. Sí,

había hecho un buen trabajo.

Kla-Mjuck lo esperaba en los establos.

 ¿Listo?  dijo, con una sonrisa brillándole en la cara.

 Listo. ¿Regresamos?

 No todavía. Ven, mira...

Ella misma los había elegido. Eran los mejores caballos del pueblo. O del

mundo. Cuando montó y le señaló que hiciera lo mismo, no se imaginó lo que

sucedería. Ella hizo un gesto con la mano, y las puertas traseras del establo se

abrieron. Un segundo gesto, y el desierto Rojo se abrió ante ellos, majestuoso bajo

la noche inmensa.

 Bienvenido a mi mundo,  susurró, avanzando unos pasos. Kahle la

siguió.

 Vamos,  insistió Mjuck, lanzándose a la llanura. Y Kahle la siguió,

corriendo como el viento.


161
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XVII.

No sabía cómo había regresado del patio de los sueños, pero un molesto

dolor le taladraba la cabeza. Se arrastró fuera de la cama y hundió la cara en el

agua fría del aguamanil. Un cierto ruido venía de afuera, del patio principal. Subía

claramente por los pasillos del Palacio de la Sombra, reverberando en los salones

vacíos. La poderosa voz de Sahmar lo llenaba todo.

 ...Así, los Señores el Norte y del Sur han jurado ante mí que restaurarán

los Santuarios; y bajo esa promesa es que yo, la Poderosa, lo ordeno. ¡Que se

abran las Puertas de la Mañana, y que los que ahora duermen en la piedra regresen

a la vida!

Kahle oyó un ruido extraño, como de grandes rocas que eran arrastradas, y

otros sonidos más suaves, que de pronto le recordaron el aleteo de las mariposas.

Disimulado en ese sonido estaba la voz de muchas personas que despertaban del

sueño de piedra y pasaban a través de las puertas. Y más allá, los gritos de los que

estaban del otro lado esperándolos. Kahle reconoció las voces: el ejército

acampado en la frontera llamaba a gritos a los que llegaban del Desierto Rojo a

través de la puerta mágica.

Y a pesar de todo, Kahle no se encaminó hacia los sonidos. Ni siquiera

cuando oyó a Loev gritar al Embajador que mantuviera al ejército en posición; o a


162
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Baruk hablándole respetuosamente a un hombre de voz profunda que supuso sería

el rey Rhazz. No, no podía marcharse con ellos. Faltaba Nadhal. No la había visto

en todo el día anterior, ni siquiera al atardecer. Taro y la Sombra se habían

encargado de ello. La sensación de estar buscando en un laberinto de pesadilla

regresó, tan fuerte como la noche anterior. Los corredores se mezclaban en su

memoria. Pero ahora sabía lo que estaba buscando: la habitación de Nadhal.

Taro lo miró sorprendido cuando se detuvo frente a él.

 ¿Mi señor?

 ¿Dónde está, Taro?

 Adentro, por sup...

 ¿Estás seguro?

 Claro que sí. ¿Dónde más podría...?

 ¿Ha entrado alguien?

 Sólo Kla-Mjuck, hace un momento. La Señora dijo que la dejara pasar,

de manera que...

 No hay tiempo. Tenemos que entrar.

A Taro le sorprendió la urgencia, pero se hizo a un lado. El Príncipe era

también su Señor. La puerta estaba trancada por dentro.

Kahle miró a Taro.

 Vamos, ayúdame.

Los dos se lanzaron contra la puerta cerrada.


163
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Mjuck había llegado temprano. Con su ayuda, habían trazado el círculo

mágico. Nadhal vertió los polvos azules, y Mjuck los rojos. El círculo se cerró.

 Tenemos que esperar a que ella lo haga...  dijo Mjuck.  en ese

momento la barrera será más débil.

Nadhal asintió. Se pararon en el centro del círculo, muy juntas,

abrazándose por la cintura, y escuchando los ruidos que legaban apagados desde

el patio de las ceremonias; los mismos sonidos que habían despertado a Kahle y lo

traían por el pasillo.

 La puerta se abre, ¿la sientes?  preguntó en un momento Nadhal.

Mjuck asintió en silencio, y empezó a levantar su báculo. Nadhal hizo lo mismo

con la otra mano.

 Puerta de la Mañana, que cierras el Reino de la Noche...  comenzó.

 Puerta de la Mañana, que abres el Reino del Día...  continuó Nadhal.

 Puerta del Día y de la Noche, Puerta de la luz y de la oscuridad... puerta

mágica que separas los sueños y los proteges, ábrete ahora. Permítenos el paso

hacia el Palacio de Oro donde habita la Luz.

Al decir así, tocaron las gemas de sus cetros por encima de sus cabezas,

dibujando en el aire la puerta mágica. Líneas de luz trazaron el vano y los

montantes, y la puerta comenzó a abrirse.

En ese momento, Kahle y Taro irrumpieron en la habitación.

 ¡Nooo!
164
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Nadhal no se volvió. Tampoco Mjuck. Simplemente empujaron la puerta

entreabierta y se perdieron en la luz.

Kahle y Taro no lo pensaron. De un salto cruzaron el umbral tras ellas,

hacia lo que fuera que los esperara del otro lado.

Loev cabalgaba con la retaguardia. Baruk había ido a la vanguardia,

cabalgando emocionado junto a su rey, Rhazz el Viejo. Al despertar de la piedra,

el viejo rey se había apoyado en su hombro, y ya no lo había dejado ir. La garra

del anciano se clavaba en su hombro aún mientras cabalgaba; y la gente del sur

fue la primera en cruzar las puertas.

Del otro lado, esperaba el ejército que habían dejado acampado en la

frontera. La magia de Sahmar los llevaba directamente allá, sanos y salvos, a

través del Desierto Rojo.

Hilera tras hilera de campesinos; hombres y mujeres, y aún niños,

caminaban a través de la gran puerta; y al atravesarlo pestañeaban sorprendidos

como si despertaran de un sueño.

Loev esperaba, montado en su caballo; el mismo que lo había llevado a

través del Desierto Rojo y la campiña del Valle. Esperaba ahora inmóvil sus

órdenes, fiel hasta las últimas consecuencias, incondicionalmente, quieto a pesar

de que los otros animales a su alrededor piafaban inquietos. Loev se movió hasta

ubicarse entre Baserat y Kelkar. Sus animales se tranquilizaron de inmediato. Y

acarició complacido el cuello de su propia bestia. Le agradaba que su animal


165
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

tuviera sobre los otros caballos el mismo poder que él tenía sobre los otros

soldados.

Pensó que nunca antes lo había notado... y el brillo azul en las crines

negras de su corcel le pareció de pronto extraño y familiar a la vez. ¿Un regalo de

la Señora? ¿Por qué? Y luego pensó que por dos veces la Señora de las Sombras

lo había llamado Rey. Y le había exigido fidelidad. Volvió a acariciar el cuello de

su animal, y pensó con un estremecimiento, que más tarde podría cambiarlo y

deshacer el compromiso... aunque sabía que no sería capaz de renunciar a la

promesa de la Señora.

A medida que las filas de campesinos cruzaban y llegaban al otro lado,

pudo escuchar los gritos de sorpresa de los soldados del otro lado. Primero,

alarma; luego temor. El Embajador tomó el mando.

 No los dejes atravesar el portal hacia este lado,  dijo el príncipe

Kadhir a su lado.  Romperán el hechizo.

Apenas se veía a través del portal mágico, pero Loev los podía escuchar.

 ¡No crucen! ¡Embajador! Habla Loev, príncipe de la Montaña. ¡General

Dijhajh! Disponga una formación defensiva alrededor de la puerta y reciban a los

nuestros... ¡Jefe Baruk! ¡Únete a los Generales, y explícales!

Loev gritaba a toda voz, parado sobre los estribos de su montura. El

Embajador gritó una respuesta.

 Está bien, príncipe. Obedeceremos.


166
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Algunas órdenes confusas cruzaron todavía el portal, mientras el pueblo

secuestrado continuaba pasando. Pronto llegó el turno a los desaparecidos de las

fronteras del Valle. No eran tantos como se decía. ¿Estarían todos? Loev buscó a

Kahle con la mirada y no lo encontró. Retrocedió unos pasos con el caballo.

 ¿Adónde vas?  preguntó Kadhir.

 A buscar a la Regente Nadhal y al príncipe Kahle.

Una expresión de sorpresa invadió la cara del otro. Miró hacia ambos

lados.

 ¿No están aquí?  Luego su expresión cambió.  Quédate, y cuida de

llevar a Lhari y Faret al otro lado. Yo buscaré a la Regente y a su hermano.

Lhari se había acercado también.

 No, Kadhir, no nos dejes... por favor...

 Esposa mía, tengo que ir.

Kadhir se inclinó para besar a la mujer y se marchó de regreso al Palacio

Negro.

 Vamos, hermana. Ya pasan los últimos...

 No, yo...

 No esta vez.

E inclinándose sobre el caballo, levantó a Lhari y la sentó en la cruz de su

caballo.

 Faret...
167
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Pero Kelkar ya tenía a Faret a grupas. Eran los últimos.

 Adiós, Señora Sahmar,  gritó Loev.  Nos volveremos a ver...

La Señora saludó apenas con la cabeza y Loev atravesó el portal, seguido

por Kelkar. Tras el último jinete la puerta se cerró.


168
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XVIII.

 ¡Kadhir! ¡Kadhir!

El llanto sacudía a Lhari. Estaban en la tienda de Loev en el campamento

de la Frontera Roja.

 Tranquilízate, hermana. Él volverá. Sólo regresó por la Señora Nadhal y

el príncipe Kahle.

Lhari clavó sus ojos transparentes en Loev y sacudió muy despacio la

cabeza.

 Ellos no volverán. Kadhir lo sabe... y yo... yo no puedo vivir sin él.

Y se lanzó a llorar en los brazos de su hermano otra vez.

 Tu marido recorrió todo el Valle y todo el Desierto Rojo por ti. Vendrá,

ya lo verás,  le susurró él, turbado.

Pero Lhari siguió sollozando incontrolablemente.

Había sido apenas el mediodía cuando terminaron de pasar y la puerta se

cerró. Era ya la medianoche cuando el sonido de cascos que venían del Desierto

Rojo alertó a los guardias.

 ¡Alto! ¿Quién está ahí?


169
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Kadhir, príncipe del Desierto Blanco.

 ¡Kadhir!

Lhari no había dormido, por supuesto. Ni siquiera había aceptado

permanecer en la tienda donde Faret dormía. El jinete desmontó y corrió a

abrazarla, susurrándole al oído. Ella sollozó un poco en su hombro. Loev salió de

su tienda.

 Kadhir ¿Qué pasó?

 No están allí. Se fueron en la mañana, como nosotros, por otra puerta.

No volverán...

 ¿Qué quieres decir?

 No volverán al Desierto Rojo. No sé si volverán al Valle. Debemos ir y

advertir a la Dama Enyr y al Consejo.

Loev asintió lentamente. La Señora lo había llamado Rey tres veces.

¿Sería obra suya? Una sensación extraña lo invadió. Kahle era su hermano de

armas; no podía dejarlo solo. Tenía que ir en su ayuda. Pero Lhari primero y

Kadhir ahora decían que ni Kahle ni Nadhal regresarían. Kadhir lo había

disimulado frente a los hombres. Pero Loev lo había leído bien claro en su mirada,

y en la expresión oscura de sus ojos en la mañana temprano. No regresarían... Se

estremeció, imaginando las consecuencias. La Dama que la Regente había dejado

en su lugar tendría problemas. Guerra civil, tal vez; interminables juicios y

deliberaciones en el Consejo, seguro. Luchas de poder... Pensó que tendría que ser

fuerte, si quería retener el puesto. Y pensó que él tendría que defender a la persona
170
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

que Nadhal hubiera designado. Era la ley. Era lo justo. Era lo que debía hacer.

Pero primero iría a buscar a Kahle, y a encontrarlos si era todavía posible. Sin

embargo, guardó todos estos pensamientos para sí. Se limitó a decir:

 Sí, debemos ir al Valle.

La Dama Enyr esperaba a los recién llegados al pie de la escalinata, como

correspondía a su rango. Siguió estrictamente la costumbre, y ordenó el banquete

para que el pueblo celebrara el regreso de sus desaparecidos. Muchas de las damas

se retiraron a celebrar en privado con sus esposos y familias. Muchos de los

servidores también recibieron permiso para unirse a la celebración. De manera

que, aunque en lo externo se había seguido el protocolo, en el interior del palacio,

la Dama Enyr citó al Embajador, a Loev y a Kadhir al consejo. Sólo la

acompañaban la Dama Nuria y un hombre mayor, su maestro, que siempre se

sentaba junto a ella.

 ¿Dónde está la Regente?  preguntó sin preámbulos ni ceremonias.

El Embajador miró a Nuria, pero ella sólo miraba a Kadhir. Él fue quien

tomó la palabra.

 Señora, la Regente desapareció en el Palacio de Occidente. No regresó

con nosotros.

Enyr lo miró con desesperación rayana en el miedo.

 ¿Cómo pudo suceder algo así? ¿Está muerta?

 No. Sólo desaparecida. Ella y el príncipe Kahle,  dijo Loev.


171
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Enyr pestañeó, confundida. Kadhir retomó la palabra.

 La Señora de Occidente llegó a un acuerdo con los pueblos del Valle, el

Delta y la Montaña. Nosotros debemos restaurar los templos y las ofrendas. Ella

ya cumplió su parte, que era liberar a los prisioneros.

 En la mañana siguiente a la negociación lo hizo. Abrió un portal mágico

y todos pasamos a través de él. Nos llevó a la frontera del Desierto Rojo, adonde

acampaba el ejército. Pero la Señora Nadhal no estaba con nosotros.

 En cuanto nos dimos cuenta, volví atrás a buscarlos. La Sombra ya

cerraba el Palacio a los mortales; me fue muy difícil convencerla que me dejara

pasar.

 Pero lo hizo, ¿no?

 Más o menos. Exigí ver a Kla-Mjuck, la sacerdotisa de la Sombra. La

buscaron por todas partes, y ella tampoco estaba. De manera que me permitieron

buscarlos. En la habitación de la Regente había señales de que abrieron un portal

mágico. No encontré a Kahle, ni a Nadhal, ni a Kla-Mjuck, ni siquiera a Taro.

Creo que todos fueron... a otro lugar.

 ¿Adónde?  preguntó Enyr con un hilo de voz.

Kadhir meneó la cabeza.

 No podría decírtelo, Dama Enyr.

La Dama Nuria lo miró fijamente un momento, como si no le creyera por

completo, cosa que al Embajador no le pasó desapercibida. Sin embargo lo que

dijo fue:
172
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 De todas maneras no podemos dejar las cosas así.

 No.  Enyr se retorcía las manos.  La Regente debe regresar a su

lugar natural. Y el príncipe Kahle es el general de todos nuestros ejércitos.

De repente Loev la miró a los ojos. Estaba sentado junto a ella, y sin

pensarlo, apoyó la mano en las de Enyr.

 No te preocupes. Kahle es como mi hermano. Iré a buscarlo yo mismo.

Ella lo miró y le sonrió confiada. Él le devolvió la sonrisa.

 Nu.

El pasillo frente a las habitaciones de la Dama Nuria estaba desierto. No

había tenido que esperarla mucho tiempo. Apenas todos se retiraron, ella salió,

envuelta en un manto oscuro.

 Primo.

 ¿Adónde vas? ¿Vas a ver a Kadhir?

Nuria asintió con la cabeza.

 ¿Porqué? No le creíste, ¿verdad?

Nuria sacudió ahora la cabeza.

 Dímelo, por favor. Odio que hagas esto.

Nuria no pudo reprimir una sonrisa.

 El Señor Kadhir, el mismo que antes llamamos Tziro, sabe mucho más

de lo que dice. Sabía mucho más cuando se fueron, y sabe mucho más ahora.
173
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿Crees que él oculte algo?

 No. Pero creo que él sabe adónde fueron la Señora y su hermano.

 Voy contigo.

 No. Mejor espérame aquí, — dijo ella abriéndole la puerta de sus

habitaciones. — Lo que averigüe se lo dirás a Loev para que pueda traerlos de

regreso.

 Está bien. De acuerdo... Eh, Nu...

 ¿Qué?

 Suerte.

Nuria no había demorado mucho. El Embajador todavía se paseaba de un

lado al otro de su habitación cuando ella entró. Se detuvo en seco y la miró.

 Loev no puede ir con ellos,  dijo ella, quitándose la negra mantilla de

la cabeza.

 ¿Porqué?

 Están en el Palacio de Oro, en el Desierto Blanco. Loev no puede

entrar.

El Embajador la miró atónito.

 ¿Qué haremos? — dijo en una voz que parecía más un suspiro.

Los destinos del Valle y la Montaña, y ahora también los del Delta, desde

que Nadhal estableciera un pacto tan íntimo con Baruk, estaban en sus manos. Sin
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

la Regente, todo el trabajo que habían realizado se venía abajo. Sin el General,

todas las alianzas y acuerdos militares, todas las líneas de amistad que había

trenzado entre Loev y Kahle, entre la Montaña y el Valle desaparecían. La

Montaña era un pueblo guerrero. Construir una paz duradera con los vecinos

nunca había sido fácil. Pero ahora veía como todo su trabajo se convertía en

polvo. Polvo rojo, como el de los desiertos de occidente.

La Dama Nuria lo miro, compasiva. Comprendía bien lo que su primo

estaba sintiendo. A ella le había pasado algo similar, muchos años atrás, y fue un

hombre del Este el que la ayudó. Un hombre del Este que terminó convirtiéndose

en su esposo. ¡Seni! ¡Cuánto extrañaba! ¡Cuánto lo necesitaba todavía! Contuvo la

tristeza que el recuerdo de su marido le traía siempre, y suspiró. Los hombres del

Este... Tal vez ellos pudieran traerles una solución.

 Lo enviaremos al Santuario. Los hombres del Este lo disuadirán allá, y

lo traerán de regreso.

 ¿Para que despose a la Dama Enyr? — preguntó el Embajador,

frunciendo el ceño.

Nuria sonrió.

 Ah, ¿también viste eso?

 Soy viejo, no ciego. Y los jóvenes son tan obvios.

 No tanto. Ella no lo sabe aún. Ni él... Sí, primo. Creo que cuando

regresen tendremos un nuevo rey y reina. Es hora de que la dinastía se renueve.

 ¿Y si vuelven Nadhal y Kahle?


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 No lo harán. El sajalí lo dice.

El Embajador bajó la cabeza un momento. Le molestaba tener que

empezar todo el trabajo de nuevo, y lo sentía por el Príncipe y la Regente... Pero

la Dama Enyr le parecía mejor que la Regente Nadhal, más cercana, más...

humana. Y el Príncipe Loev, como General del Valle... No, no era tan malo

después de todo. Lo sentía por los muchachos, pero... la vida continuaba para

todos. Deseó que fuera una vida de paz.

 Que así sea, pues,  dijo finalmente. Y se retiró discreto de las

habitaciones de su prima.
176
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XIX.

La luz era tan blanca que los cegó un momento. Tropezaron y cayeron

hacia adelante.

 ¡Sh! ¿Qué diablos estás haciendo aquí?  protestó Nadhal, sacándose a

Kahle de encima.

 Seguirte. ¿Dónde diablos estamos?  contestó Kahle imitándola con

sorna, mientras la ayudaba a incorporarse.

 ¡Silencio!  exigió Mjuck acurrucándose tras las rocas que bordeaban

el camino.  Agáchense y callen ahora. Tenemos que ver qué está sucediendo

aquí.

Kahle se tendió en el suelo junto a Mjuck y espió por entre las rocas, por

donde ella también estaba espiando. Nadhal se inclinó a su lado.

Un camino blanco subía la montaña y se veía desierto.

 No hay na...

 ¡Sh!  dijeron Nadhal y Mjuck a la vez.

 Si vuelves a hablar te transformo en piedra,  agregó Mjuck en un

susurro.

 Pero...
177
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

En ese momento algo en el aire cambió. Kahle se volvió a la grieta por

donde espiaba, los sentidos alerta y los músculos en tensión. El noble displicente

había desaparecido y el soldado estaba allí otra vez.

Cuatro figuras como sombras subían por el camino. Las capas negro y

plata hicieron que Mjuck se estremeciera. Las figuras pasaron sin detenerse frente

a ellos y se perdieron en el siguiente recodo. Nadhal suspiró.

 ¿Y? ¿Qué opinas?

 Servidores de la Sombra. No sé qué están haciendo aquí.

Kahle miró a una y a la otra.

 No entiendo nada. Deberíamos haber ido a casa, todos juntos.

Celebramos un pacto y concretamos la paz con la Sombra. ¿Se puede saber qué

hacemos aquí?

 Tú, molestar. Yo, tengo cosas pendientes,  dijo Nadhal

tranquilamente.

 ¿Qué cosas?

Nadhal no contestó. Realmente no quería relatar toda la historia del

secuestro de su madre.

 Vinimos a liberar a la Señora de la Luz,  dijo Mjuck sencillamente.

 Ese fue nuestro pacto con Sahmar la Poderosa: que liberaríamos a Basti la

Blanca para que la Luz y la Sombra pudieran estar de nuevo en equilibrio.

Kahle la miró incrédulo y luego miró interrogante a Nadhal. Ella asintió

con la cabeza.
178
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿Qué clase de diosa necesita ser rescatada?  gruñó entre dientes.

 Una que fue atada con un amuleto mágico. Déjame en paz, hermano.

No te pedí que me siguieras.

 Por favor, mis señores...  Era Taro. Apenas se atrevió a mirar a

Nadhal.  Ya estamos aquí. ¿Porqué no colaboramos para terminar la misión, y

luego regresamos a casa?

Mjuck sonrió burlona.

 Buena idea. Colaboren guardando silencio. No sé cuáles son las

defensas de este castillo.

 Ah, genial. Tendremos que vigilarlos un mes por lo menos. Más nos

valdría mudarnos aquí.

 No seas ridículo. Sólo necesito dos días. O un prisionero. No me dirás

que no sabes interrogar a un enemigo.

Los ojos de Kahle brillaron, pero no dijo nada. Mjuck se dio por

respondida.

 Tomaré el primer turno. Ustedes vayan allá atrás y busquen un lugar

donde quedarnos... Y no hagan ruido.

Kahle se arrastró por la parte visible de la pendiente envuelto en la capa

agrisada que usaban para no ser vistos desde lejos. Pensó que era una tontería.

Dos días había dicho Mjuck, pero ya llegaban al cuarto, y nadie había pasado por

el camino blanco, ni subiendo ni bajando.


179
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Habían encontrado una cueva más atrás, bien escondida tras unas rocas

grandes del recodo. Cuando Mjuck le dijo que se podía, la observaron desde el

camino. No se distinguía del resto de la ladera. Era poco profunda, y demasiado

abierta, pero mejor que muchos de los refugios en los que había estado. Mejor que

aquella pared de roca que los había albergado durante el festín de sangre de

Sahmar...

No le preocupaba demasiado por sí mismo, pero pensó que Nadhal se

sentiría incómoda. Ella era una princesa, había sido educada para la corte y el

palacio, no para acampar al raso... por semanas enteras. Y sin embargo, Nadhal

nunca se había quejado. Desde que salieran del Valle hacía un par de meses, ella

nunca se quejó. Desde que salieran del Palacio de la Noche, hacía cuatro días...

Ella nunca...

Pensó que su hermana estaba cada vez más extraña. Pasaba los días,

cuando no le tocaba la guardia, mirando las rocas blancas de la entrada de la

cueva, la mente perdida no sabía en qué ensoñación. Kahle la miraba preocupado.

Taro también estaba preocupado, pero no podía compartir sus pensamientos con

él. Algo, una especie de barrera le impedía acercarse al criado.

Taro se aseguraba de que Nadhal estuviera bien resguardada, y la dejaba en

paz, mientras salía furtivamente a cazar el almuerzo o la cena. Cuando regresaba,

se cercioraba que ella estuviera bien... E invariablemente la encontraba en la

misma posición en que la había dejado al salir. Taro sacudía apenas la cabeza, y se

dedicaba a preparar la comida.


180
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Sólo cuando Mjuck regresaba de su turno, y en general le tocaba a él o a

Taro sustituirla, Kahle podía ver reaccionar algo a Nadhal. Las dos mujeres se

sentaban juntas, a veces incluso Mjuck le tomaba las manos a Nadhal, y hablaban

en voz baja entre ellas. Kahle estaba preocupado. Intentó hablar con Nadhal a

solas, pero ella respondió vaguedades, con la mirada perdida. Parecía cada vez

más lejana. Y decidió ir y hablar con la bruja.

Se arrastró un poco más y llegó a las rocas.

Mjuck estaba allí, tendida a la sombra, mirando por la grieta como si

hubiera algo que mirar. Le apoyó la mano en la cintura.

Ella saltó, y se volvió a él fastidiada.

 ¡No hagas eso!  protestó.

 Lo lamento. Pensé que me habías oído.

 ¡Sh! No hables tan alto.

 No seas ridícula. No hay nadie aquí.

Mjuck lo miró burlona.

 No hay nadie que un topo como tú pueda ver,  dijo entre dientes. Y

luego agregó:  ¿A qué viniste? No es tu turno todavía.

 Gracias, qué amable. Te traje tu almuerzo, bruja.

La expresión de Mjuck cambió, y ahora sonrió de verdad.

 Gracias.
181
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Kahle también abandonó la pulla. Habían estado discutiendo tres de los

cuatro días que habían pasado acampando allí; pero ni Nadhal ni Mjuck querían

escucharlo. Se preguntó por qué Nadhal le prestaría tanta atención a la bruja; y se

decidió a hablar.

— Mjuck...

— ¿Qué? — dijo ella sin mirarlo. Comía con un ojo en el camino.

— ¿Qué le pasa a mi hermana?

Ella despegó la vista de la grieta y le echó una mirada sumaria. Se metió

otro bocado a la boca para no tener que contestar de inmediato.

— Pregúntale a ella, — se decidió al fin.

Kahle resopló, y miró también por la grieta al camino vacío.

— Ella no me habla. No le habla a nadie cuando tú no estás...

— ¿A Taro tampoco?

— Dije que a nadie. Y solo estamos nosotros, — dijo él molesto al pensar

que su hermana pudiera preferir hablar con el sirviente antes que con él.

Mjuck le echó una mirada de burlona compasión.

— Pobre muchacho, tan solo... Parece que te han robado tu juguete... —

dijo. Y luego habló en serio: — Tu hermana es una mujer adulta, príncipe.

Siempre la has tratado como a una niña, pero no lo es. Y ahora tiene un

compromiso con la Señora de Occidente. Y con la de Oriente.

— ¿Qué clase de compromiso?

— Ella te lo dirá en su momento... — dijo la bruja, dándole la espalda.


182
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Kahle perdió la paciencia. Se movió rápido, tan rápido como el soldado

que ataca por sorpresa, y trató de inmovilizar a Mjuck contra las rocas.

Aprisionarla para que le dijera lo que él quería saber. Ella se debatió furiosa, y

Kahle se encontró de pronto debajo de ella. Su cabeza golpeó el suelo. Mjuck lo

tenía inmovilizado, y apoyaba su codo en su garganta, amenazando asfixiarlo si se

movía.

— Buen movimiento, — trató de decir, para hacerle bajar la guardia. Pero

solo le salió un graznido ahogado. Ella lo miró, burlona.

— No puedes atraparnos, estúpido, — le siseó. — No somos humanas... —

Y de pronto, levantó la cabeza y rodó hacia un lado, liberándolo.  Alguien

viene,  dijo ella, volviendo su atención a la grieta.

Kahle quedó quieto unos segundos, tosiendo y palpándose la garganta. Ella

lo había apretado con fuerza.

 No escucho nada, — le espetó.

 Sh, no son para ser escuchados... Ni para ser vistos... Espera. Tengo una

idea.

Mjuck se acercó a Kahle y le cubrió los ojos con las manos, murmurando

unas palabras. Kahle la dejó hacer. Esta vez no había amenaza en sus

movimientos.

 Mira a través de mí...  susurró ella junto a su oído.

Con los ojos cubiertos, Kahle empezó a ver. El camino se veía

extrañamente luminoso. Cada pocos metros, una piedra se erguía más alta que las
183
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

demás, como indicando algo. De repente le recordó las piedras altas en el camino

al Palacio de la Sombra. Se estremeció.

Una procesión de sombras tenues avanzaba por el camino hacia el recodo.

Pero el recodo no le resultó reconocible. Había una puerta. El grupo pasó frente a

ellos, pero Kahle no les prestó atención. Miraba la puerta. A medida que las

sombras se acercaban ella, la puerta se volvía más y más nítida. Cuando la

alcanzaron, el que iba adelante tocó. Tres veces con un báculo de hechicero.

Como había sucedido en aquel atardecer del Desierto Rojo con el de la

Sombra, el magnífico Palacio de Oro de la Luz apareció, torre sobre torre,

brillando al sol. Kahle se quedó sin aliento. Y no era la enorme construcción, ni la

belleza de los ornamentos lo que el soldado miraba. En cada almena había

guerreros apostados; y guardias en todas las puertas. Guardias de negro con

ribetes de plata; los guardianes de la Sombra.

Kahle sacó las manos de Mjuck de su cara y la miró.

 He estado tratando de encontrar un punto débil en la vigilancia, pero no

pude,  dijo Mjuck.  Los guardias invisibles pasan todo el tiempo.

 ¿Los vio Nadhal?

 Sí, claro. Por eso espera allá arriba. A ella la deberían poder ver mucho

más claramente que a mí.

 Dime de una vez porqué estamos aquí.

 Para rescatar a la Luz.

Kahle resopló. ¡La Luz! Sin embargo no hizo comentario alguno.


184
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿Por qué?

 Porque tu hermana es su hija, Kla-Nadhal, hija de Basti, Señora de la

Luz. Y yo su sobrina, Kla-Mjuck, hija de Sahmar, Señora de la Sombra. Por eso a

mí no me ven, y a Nadhal sí.

Kahle dejó caer su cabeza contra la piedra blanca. Esto era demasiado para

él. Intentó concentrarse en lo importante.

 ¿A qué hora la vigilancia es menor?

 No lo sé. Siempre vigilan. Tal vez al atardecer... o a la medianoche.

 No. La luz se distingue más cuando está más oscuro. Deberíamos

intentar a mediodía.

Mjuck lo miró con cierta incredulidad.

 Tal vez si Taro y yo llamamos su atención, ustedes podrían pasar por

detrás, rodeando el escándalo.

 Los tomarán prisioneros,  objetó Mjuck, desconfiada.

Kahle se encogió de hombros.

 Mi sueño siempre ha sido el ser rescatado por una bruja,  se burló.

Así quedó fijado el plan. Faltaba un cuarto para el mediodía, y el sol

brillaba en un cielo claro y luminoso. Era absolutamente imposible no ser vistos,

pero aún así, Kahle y Taro bajaron la pendiente para llegar por el camino. No

vieron ni oyeron nada, pero esperaron la señal de Mjuck (un destello rojo de su
185
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

báculo) para entrar en el camino. Se desplazaron unos metros hacia abajo,

escondieron las capas polvorientas que usaban como camuflaje y quedaron al

descubierto en medio del camino.

Al principio avanzaron con precaución, y comenzaron a trepar la cuesta.

Pero al no encontrar obstáculos, empezaron a hacer más y más ruido.

Conversaban en voz alta, y después de unos cuantos recodos, Kahle empezó a

reírse en voz alta y a burlarse de los guardias invisibles. Taro pronto lo imitó.

 ¿Qué está haciendo?  susurró Nadhal a Mjuck.  ¿No ven que están

rodeados?

 No. Los mortales no pueden verlos. Pero deben estar sintiéndolos,

porque se comportan de manera extraña.

En verdad, Taro y Kahle se comportaban como si estuvieran ebrios. Una

sensación vaga les inundaba la mente; una euforia que pronto los hizo cantar en

voz alta. A medida que avanzaban hacia las invisibles puertas eran seguidos por

un cortejo de sombras que ellos no podían ver, pero cuya presencia percibían más

y más claramente. Y pronto, antes de lo que esperaban, estuvieron frente a la

pared blanca del último recodo.

 ¡Aquí estamos!  gritó Kahle.  ¡Salgan!

Sólo los ecos le respondieron. Entrevió por el rabillo del ojo un destello

azul: el báculo de Nadhal, y las formas pardas que se deslizaban por la pared para

entrar por la parte de atrás. Eso solo significaba que habían logrado llamar la

atención. Debían estar rodeados. Se agachó y tomó una piedra.


186
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 ¿Qué haces?  preguntó Taro en un susurro. Su ebriedad era fingida

solo a medias. Todavía estaba bastante lúcido. Kahle luchó contra su propia

locura.

 Mantener la atención,  contestó en el mismo tono; y luego aulló: 

¡Salgan!

Y lanzó la piedra contra la pared blanca. Taro lo imitó:

Sí, ¡salgan! Queremos ver a la Señora.

 ¡La Señora! ¡La Señora! ¡Que salga la Señora!

Entre los dos estaban lanzando una lluvia de casquijo contra la inmutable

roca blanca. No se dieron cuenta cuando se empezó a abrir. Lo único que vieron

fue el implacable resplandor blanco que los envolvió cegándolos.

Nadhal dejó de ver a Kahle y a Taro cuando doblaron el recodo. Aún así

los oyó por mucho rato, gritándole a la roca. Ellos no lo sabían, pero había una

multitud fantasmal rodeándolos, esperando órdenes. En un segundo podían

haberlos aniquilado. Podían haberlos inducido a saltar el precipicio, o correr

camino abajo hasta caer agotados, rendidos, o muertos. O podían haberlos llevado

a la locura, simplemente estando cerca de ellos el tiempo suficiente. Ella no había

estado de acuerdo en que fueran; le parecía demasiado peligroso para hombres

mortales, pero Mjuck y Kahle ya lo habían decidido. Así que Mjuck la arrastró

montaña arriba, tan pronto como Taro y Kahle entraron en el camino y las

sombras empezaron a seguirlos.


187
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Cada pocos metros, ella se volvía y notaba asustada que el séquito

invisible era cada vez más numeroso y amenazador. Tiró del brazo de Mjuck.

 Mira. Son demasiados... Volvamos.

 No... Es la única manera de llegar. Ya los he visto antes. No les harán

nada.

Al parecer Mjuck tenía razón, porque no los tocaron, sino que se limitaron

a rodearlos y a seguirlos. Mjuck la obligó a trepar muy alto, hasta una cornisa

elevada que aparentemente desembocaba en un paso de la montaña.

 Sí,  dijo satisfecha cuando llegaron.  Es idéntico al paso en el

Palacio de la Sombra. Este camino tiene que llevar a una puerta secreta... Allá.

Mitad empujando y mitad arrastrando a Nadhal, Mjuck avanzó por la

cornisa. El camino y la pared blanca desaparecieron de su vista. Mjuck tocó un

saliente de la roca con su cetro, y se vio un destello rojo.

 Aquí es. Tócalo con tu cetro, hermana. Yo no puedo abrir esta puerta.

Nadhal hizo lo que le pedían. La luz se volvió más intensa; y la puerta se

abrió para ellas. No vieron cómo la puerta se abría también para Kahle y Taro.
188
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XX.

Mjuck parecía conocer el lugar como la palma de su mano.

 Es idéntico al Palacio de la Sombra,  susurró.  Este corredor se

divide y dobla, y al final debe haber una escalera a las cocinas y las dependencias

de servicio...

 ¿Y el otro?

 Debe rodear los salones principales. No es más que un corredor se

servicio.

 Curioso que esté tan vacío.

Mjuck meneó la cabeza. No debía haber muchos humanos que necesitaran

servicio aquí.

 Hay mucho silencio, estoy de acuerdo,  dijo sin embargo. 

¿Adónde vamos?

 Tenemos que encontrar a la Señora. Pero no creo que buscarla a ciegas

sea buena idea.

 ¿Y si buscamos a Kahle? Si los capturaron, seguramente los llevarán

con ella.

Nadhal asintió y siguió a Mjuck por el corredor de la derecha.


189
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

A medida que avanzaban el silencio se hacía más denso. Escuchaban hasta

su propia respiración. Atravesaron una cocina desierta y Mjuck la condujo a una

pequeña sala redonda: la sala de los guardias. Tres puertas eran visibles allí. La

primera era la de la cocina, que ellas habían abierto. La segunda estaba cerrada

con candados. Aguzando el oído contra ella, solo se oía el silencio.

 No están aquí. Kahle no se quedaría callado.

 Si es que está consciente.

Nadhal miró a Mjuck asustada. No se le había ocurrido que podían ser

maltratados. Hizo un gesto hacia la puerta, pero Mjuck la detuvo.

 Yo tampoco creo que esté allá. Miremos del otro lado.

La tercera puerta estaba entornada. Débiles sonidos llegaban por el pasillo

apenas iluminado. Pero los ruidos se alejaban.

Mjuck y Nadhal se miraron, y luego, sin mediar palabra, siguieron las

voces.

 ¿Adónde nos llevan?  le espetó Kahle a uno de los mudos guardias.

El guardia no respondió.

Habían vuelto en sí del lado interior de las puertas. Estaban rodeados por

figuras altas y blanquecinas, unos guardias pálidos como fantasmas, e igualmente

comunicativos. Con un golpe de la punta de la lanza, los hicieron ponerse de pie y

los guiaron por unos interminables corredores hacia quién sabe dónde.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Taro permaneció silencioso, pero Kahle no dejó de provocar a los

guardias, exigiendo respuestas que no le dieron. Sabía que el sonido, por débil que

fuese, guiaría a Nadhal en el interminable silencio del Palacio. Al cabo de un rato,

el guardia les bloqueó el paso con su lanza.

Estaban frente a una gran puerta labrada, con unos símbolos de oro

grabados en el marco y las hojas. Los símbolos de Basti, la Dadivosa.

El que iba a la cabeza de los guardias tocó la puerta y entró, solo, en el

salón. La puerta quedó entreabierta, y Kahle trató de espiar adentro. Uno de los

guardias se lo impidió. De todas maneras, no tuvo que esperar mucho. El jefe de

la guardia regresó pronto, y los otros se apartaron un par de pasos.

 Entra. El Señor te espera,  dijo, señalando adentro con un dedo

blanco y frío.

 ¿El Señor? ¿Qué Señor? Yo busco a la Señora, a Basti, la Señora de la

Luz...  Kahle intentó empezar de nuevo, pero el guardia se limitó a empujarlos a

él y a Taro adentro. La puerta se cerró a sus espaldas.

Al principio creyeron que estaban solos en el amplísimo salón. La luz

entraba tamizada a través de un cielorraso de gemas de colores, igual al del

palacio de la Sombra. La luz entraba cálida y alegre, pero se volvía

inexplicablemente fría al reflejarse en el mármol de cientos de columnas blancas.

El trono se hallaba al final del salón; y a los lados de la nave central se abrían
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por Sandra Viglione

innumerables patios y jardines, en este momento melancólicamente vacíos. Taro

siguió a Kahle a través del inmenso salón.

En el fondo, una alta pared de un blanco rutilante, llevaba tallado en oro el

símbolo de la Señora: la cabeza de gato. Los ojos, entornados, estaban tallados en

dos gigantescas esmeraldas con tanto arte que parecían vigilarlos mientras se

aproximaban. Y al acercarse, notaron que el gato estaba delicadamente pintado,

tanto que casi parecía real.

Bajo la enorme cabeza, se levantaba el trono blanco. Y en el trono había

una figura. Al principio creyeron que era una estatua, porque la figura embozada

que lo ocupaba no se movía al respirar. Pero eso no podía ser, porque al acercarse,

la figura habló con una voz vieja y gastada, que parecía a punto de quebrarse.

 Bienvenido, hijo. Sabía que vendrías un día.

Era una voz de hombre. Kahle se detuvo en seco.

 ¿Quién eres tú?

El hombre se levantó lentamente. Parecía una momia, o una marioneta.

Sólo sus ojos destellaban con vida, o más bien, una avidez por la vida que era lo

que lo mantenía en pie. Los ojos se clavaron en Kahle.

 Soy el Rey Keryat, Señor del Valle, y del Palacio de Oriente, y pronto

también del de Occidente, con tu ayuda, hijo mío.

Kahle lo miró con horror.

 No puede ser. Mi padre murió hace muchos años.


192
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

El hombre sacudió la cabeza y sus huesos crujieron con un sonido horrible.

Luego avanzó hacia Kahle.

 ¿Morir, yo?  La risa que escapó de la figura estremeció el aire. 

No, hijo. Sólo tuve que retirarme del Valle. Pero dejé a tu hermana a cargo. Y a ti.

Y ahora... me traes el regalo perfecto.

El viejo estaba junto a Kahle ahora y apoyó una mano larga y huesuda en

su hombro mientras la otra hurgaba en su bolsillo.

 Ah, el regalo perfecto...  repitió sacando el sajalí que el enano le

había dado a Kahle en el Desierto Rojo. Kahle lo había olvidado por completo.

 No sé cómo lo conseguiste, hijo mío, pero ha sido justo a tiempo. La

Señora de la Luz ya se ha habituado a su prisión, pero la Señora de la Sombra

todavía se resiste...

 ¿Qué dices, padre?  preguntó Kahle, reprimiendo la repulsión que esa

especie de momia que tenía delante le inspiraba.  ¿Qué es este objeto?

Los ojos ávidos se clavaron por un momento en él, con ironía.

 Ah, qué es... Me llevó mucho tiempo descubrir cómo usarlo, hijo. Tal

vez debieras dedicarte al estudio de estas cosas tú también... Pero te lo diré. Es un

antisajalí, un cazador de sueños. Lo que se necesita para extraer la vida de una

diosa...

Y la risa volvió a estremecer la habitación.

Kahle no lo pensó demasiado. Tenía que saber más. Así que extendió el

brazo y arrebató el objeto de la zarpa del viejo.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Pues es mío, y no es un regalo. Dime cómo funciona,  exigió con voz

fría.

El viejo soltó otra risotada.

 Sí, eres digno hijo mío,  dijo, y hubo algo parecido al orgullo en su

voz.  Verás. Cuando era joven, más joven que tú ahora, sometí a la Señora de la

Luz con un objeto igual a éste. Me lo dio un enano en el Desierto de Occidente.

Ahora el poder se retira, porque tu hermana se vuelve poderosa, y el amuleto no

alcanza para absorber a la madre y a la hija. Basti está casi totalmente sometida.

Nadhal se resiste aún, aunque mientras fue niña nunca me desobedeció. Este

nuevo amuleto será para nuestra vieja amiga, Sahmar. La Poderosa se someterá a

nosotros, y tomaremos su poder y su vida.

El hombre hablaba fuerte, y los ecos se levantaban desde todos los

rincones. De repente le dio la espalda, y empezó a caminar hacia un patio lateral,

con una fuente que susurraba apenas, como si el agua no tuviera fuerzas para

cantar en este lugar. Kahle, venciendo su repulsión, lo siguió. El patio era idéntico

al patio en el que la Poderosa los había recibido.

 Sólo hay una manera de retener el poder y la vida para mí: atrapando a

la otra Señora, colocando el amuleto en el blanco cuello de Sahmar.

El hombre se pasó la lengua por los labios. Parecía que le faltaba el aire.

 He sobrepasado con mucho el tiempo que me ha sido asignado. Hace

doscientos años que no puedo dejar este palacio sin sentir que la magia de Basti

me abandona. Es un castigo, una restricción que ella me ha impuesto cuando la até


194
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

a mí. Mis fuerzas me abandonan por completo. Así que, hijo, debes hacerlo tú.

Debes atar a la Señora de las Sombras para obtener su poder.

 Sólo hay un inconveniente, padre...

El viejo se volvió.

 No lo haré.

En el Palacio de la Noche, reinaba el silencio. Rellek se estremeció,

mientras caminaba por el largo pasillo entre las columnas talladas. Pero la Señora

lo había llamado, y él no podía negarse a concurrir.

Vio por entre las columnas el rincón del bosque, mudo y vacío ahora. Ese

había sido uno de los lugares favoritos de la Señora. La fuente susurraba apenas,

como se esta tampoco tuviera fuerzas para cantar. Pero la Señora no se hallaba

junto a la fuente. Rellek se estremeció.

— ¿Temes, oh Rellek, Mensajero de la Sombra? — dijo una voz.

Rellek se volvió hacia ella.

Ella estaba en el trono. Blanca y bella, como siempre. Blanca como la luna

en las noches azules del desierto, luminosa como una estrella. Y fría. Fría como el

hielo en la soledad del inmenso salón.

— Me traicionaste, Rellek, — dijo ella con engañosa suavidad. — Dos

veces robaste el sajalí maestro. Dos veces serás castigado.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

El Mensajero no pudo decir nada. El viento rojo del desierto se arremolinó

en torno a él, y se lo llevó lejos, mezclado en el polvo mágico que cubría el reino

de Sahmar.

En los corredores de arriba, Nadhal y Mjuck habían perdido el rumbo.

 Esto ya no se parece a nada,  dijo Mjuck al cabo de un rato.

Siguiendo las voces, habían subido una, dos, tres escaleras, y habían

llegado al laberinto. Mjuck no se alteró. Conocía bien el laberinto de la Sombra, y

los hechizos que lo abrían, y creyó que este sería igual. Pero tras un par de

vueltas, el laberinto la confundió por completo. Las voces habían callado y ya no

tenía cómo orientarse.

 Intentemos allí,  propuso Nadhal, señalando el siguiente recodo. Pero

al doblarlo, la pared terminaba abruptamente en una puerta cerrada.

 ¡Maldición!  soltó Mjuck.

 ¡Y que más da! Entremos.

Mjuck se encogió de hombros. De todas maneras, al parecer no había

salida.

La puerta se abrió silenciosa cuando Nadhal tocó el pestillo, y entraron en

una habitación blanca.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

Una mujer alta, de largos cabellos dorados miraba por la ventana, y se

volvió sorprendida cuando ellas entraron. Mjuck se inclinó profundamente cuando

la vio.

 Señora...  susurró.

Nadhal la miraba como hipnotizada. ¡La había visto en sueños tantas

veces! Y en la pintura de Sahmar. Se veía exactamente igual. Se inclinó ante ella,

muda.

 No, no, hijas mías, no...  dijo la mujer acercándose. Y de repente fijó

sus ojos claros en Nadhal y sonrió.

 Hija...  susurró, abrazándola.  Y tú, tú eres igual a mi hermana. Tú

debes ser su Kla.

 Kla-Mjuk,  dijo ella, con una reverencia.

Basti descartó el protocolo con un gesto y se acercó a abrazar a Mjuck.

 Sobrina...

La Señora se apartó unos pasos para mirarlas de nuevo, con una sonrisa en

los labios.

 Las he esperado por tanto tiempo... Cuéntenme, ¿cómo es que llegaron

aquí? Ya no oigo a los sacerdotes, ni a los discípulos en el Templo, cantando a la

salida del Sol, y cada día hace más frío en este palacio... Ya no salgo afuera,

porque la luz es triste y oscurece pronto. Y ellos ya no vienen a mí. ¿Qué sucede

en el mundo?
197
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

La Señora las miraba con cierta ansiedad, no exenta de solicitud por ellas.

No les había soltado las manos, y ambas sintieron una curiosa calidez se extendía

por todo su cuerpo.

 No hay tiempo para eso. Tenemos que sacarte de aquí.

La Señora las miró un poco sorprendida.

 ¿Salir de aquí? ¿Por qué?

 Sí, salir de aquí. Para eso vinimos. Para liberarte de Keryat.

La Señora hizo un gesto, como restándole importancia.

 ¿Keryat? No, hijas, no comprenden. El poder de Keryat se está

acabando. Envejece, y pronto morirá. Después de todo, no es más que un hombre

mortal. Y los sueños de los mortales se terminan, antes o después.

Mjuck miró a Nadhal, y Nadhal a Mjuck. Era como lo había dicho Sahmar.

Basti estaba atrapada en el sueño de Keryat, y se había convertido en parte de él.

Ahora era el sueño de ambos. Por eso había resistido tanto tiempo.

 Madre, ¿qué estás diciendo? Ya duró demasiado. Doscientos años han

pasado afuera, mientras tú esperabas que su tiempo se acabara. ¿Qué te hizo?

Basti volvió a hacer un gesto de sorpresa. Hacía tanto tiempo que había

aceptado la prisión.

 ¿Doscientos años? Ha resistido demasiado. Pero el antisajalí me restó

mucha fuerza. Y luego, naciste tú... Temía por ti, pequeña. Temía que él te hiciera

daño... a tu parte humana, al menos... De manera que me quedé aquí, esperando a

que te hicieras fuerte.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Madre, él me retuvo con el antisajalí. Toda mi vida he sido una

prisionera...

 Lo sé,  dijo la Señora en voz baja, mirando al suelo.

 Hasta que la Poderosa me liberó...

Basti levantó la mirada.

 Mira.

Y Nadhal abrió el escote de su vestido para que su madre viera la cicatriz

que el antisajalí le había dejado. Quedaba muy poco de la magia del objeto en

Nadhal, pero a medida que la magia se retiraba, su faceta humana desaparecía

también. Esa era la transformación que Kahle había observado, y que tanto le

preocupaba. Pero, a medida que Nadhal se transformaba, también lo hacía Mjuck.

Basti las miró por un momento, incrédula y se acercó a su hija.

 No, él no pudo haberte hecho esto...  susurró.  No es posible. Me

prometió que te dejaría libre si yo permanecía a su lado... Y lo hice todos estos

años.

Mientras hablaba, Basti pasó una mano que parecía de luz sobre la herida

en el pecho de Nadhal. La herida se cerró.

La Señora había absorbido los últimos restos de magia. Pero a diferencia

del toque de Sahmar, que era como hielo, la caricia de Basti era tenue y cálida

como un rayo de sol de invierno. Y sin embargo, a medida que liberaba a Nadhal,

ella misma se liberaba de los restos de la promesa que había hecho. El contacto se

volvía más caliente cada vez. El sueño se había roto.


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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Esto no puede ser. Vamos a ver a Keryat,  dijo al acabar. — Me ha

traicionado, y ha roto nuestro pacto...

Nadhal asintió, y ella y Mjuck siguieron a la alta Señora a través de los

pasillos hasta la sala del trono donde estaba Keryat.


200
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XXI.

El rey Keryat reía como enloquecido cuando Basti entró al salón del trono.

 ¿Cómo que no lo harás?  gritaba.

 No lo haré. No ataré a la Señora Sahmar para ti. Y es más, padre.

Tampoco permitiré que retengas a la Señora Basti.

Un gruñido informe salió de la garganta de Keryat.

 La Señora ya es libre, Kahle,  gritó Mjuck en ese momento desde la

puerta.  Es hora de irnos.

Y el gruñido se transformó en una risa cruel.

 En el fondo eres igual a mí, hijo. Querías a la mujer para ti solo; a la

mujer y al poder. O mucho me equivoco, o esa es hija de la otra Señora.

 ¡Mjuck! ¡No se acerquen! Es peligroso...

 ¡Peligroso! Sí, soy peligroso. En doscientos años con la Señora he

podido aprender muchas cosas de ella.

Y el viejo levantó el bastón que llevaba; y pudieron ver que se trataba de

un cetro tallado, como el de Kla-Mjuck y el de Kla-Nadhal; con los símbolos de

las dos Señoras en él.


201
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Sí, tengo poderes que tomé de las dos; poderes que me pertenecen

desde el día que ustedes dos nacieron...

 ¡No! ¡No usarás poderes robados contra mis hijas!  clamó la Señora

con voz clara.

Quizá fue en ese momento que él la vio. Tal vez hacía mucho que no la

veía. O tal vez la vio en posesión de todo su poder, libre y bella como el día que la

conoció. Como sea, un relámpago de miedo alteró la invariable avidez de su

mirada, y su poder se descontroló.

Golpeó con fuerza en el suelo, y el suelo se abrió. El hombre gritó con

agonía mientras una niebla se formaba a su alrededor.

 ¡Atrás, retrocedan!  gritó Mjuck a Taro y Kahle.

En la niebla, subiendo desde la grieta, se veía lo que había sido un hombre,

transformado ahora por su codicia, deformado por un poder que nuca había

debido tomar, transformándose en un monstruo horrible y gigantesco; una sombra

de poder y de ambición.

La bestia golpeó con fuerza en el suelo y el piso del salón se resquebrajó

todavía más. Una de sus patas desmoronó una columna, y lo hizo tropezar. Entre

la niebla se asomaron dos cabezas.

 ¡Cuidado, Kahle! ¡Taro!  gritaba Nadhal.

La bestia acercó una cabeza blanca, la que nacía del poder robado a Basti

hacia Nadhal y sopló su ira de fuego sobre ella. Mjuck lo repelió con el cetro de
202
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

rubí. La otra cabeza se levantó detrás, aullando, resoplando una niebla de hielo y

oscuridad sobre ellos.

 Atácala, Nadhal. Defiéndelos.

Nadal apuntó la gema de su cetro de zafiro, pero el rayo de luz azul fue

débil y erró el blanco. Eso había sido su padre. ¿En qué se había convertido?

La bestia rugió y se levantó para atacar otra vez.

 ¡Nooo!

Mjuck se interpuso en la llamarada de fuego oscuro que el monstruo

lanzaba sobre Nadhal y Basti. El fuego la envolvió y la quitó de la vista. Pero

Nadhal la oyó gritando un conjuro mientras desaparecía en la niebla que envolvía

la bestia.

 ¡Mjuck!  gritó Kahle, corriendo hacia el lugar en que ella había

desaparecido. La zarpa de la bestia se interpuso, y la cabeza blanca se movió

delante de él.

 Tú... ¡Me las pagarás!

Kahle se lanzó enloquecido hacia adelante, saltando a la misma boca del

monstruo, y soltó el antisajalí en su garganta. El fuego que la bestia estaba por

lanzar se disolvió en su interior, y la cabeza se transformó en una voluta de humo.

Pero en su ira, había arrastrado a Kahle hasta el abismo, y allí cayó, entre la niebla

que se había tragado a Mjuck.

 ¡Kahle!  gimió Nadhal.


203
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

La cabeza negra se abalanzaba sobre los que quedaban. Taro cubrió a

Nadhal, pero Basti estaba allí, de pie a su lado. Los ataques no la habían afectado

en lo más mínimo.

Ella levantó su cetro en alto, y Nadhal pudo ver que la gema no era ni

zafiro ni rubí. Por primera vez tomó conciencia de la doble naturaleza de la

Señora. Basti y Sahmar, a la vez, en el mismo momento y en el mismo lugar. Por

un momento, los ojos azules de Basti brillaron negros como los de Sahmar, y su

cabello rubio se vio negro, como el de la otra Señora. Levantó su cetro, el cetro de

las dos, y tocó apenas la boca de la bestia.

 Has roto tu pacto. Que el poder que te otorgué se retire de ti,  dijo, y

su voz fue tan fría como la de Sahmar.

La bestia se sacudió, retrocediendo, mientras la niebla se cerraba sobre

ella; constriñéndola y haciéndola desaparecer. Retrocedió más y más, y cayó en la

grieta que había abierto en su ira.

Tras ella, los últimos jirones de niebla se desvanecieron en la sala.

 Ya está, ya pasó,  suspiró Basti, otra vez ella, ojos completamente

azules, el cabello completamente hecho de luz.

Pero Nadhal lloraba en el hombro de Taro. Lloraba por Mjuck, lloraba por

Kahle... y también lloraba por el hombre que alguna vez había llamado padre:

Keryat.
204
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

El camino de regreso se hacía largo en verdad. Habían dejado a la Señora

en el Palacio de Oro hacía más de dos semanas. Pero la Señora Nadhal no estaba

bien, y Taro no se atrevía a viajar más deprisa.

La sombra en el oasis era agradable, y el viento, cálido y seco, no tenía esa

horrible sensación de sed que habían sentido en el Desierto Rojo. Habían

acampado aquí en la mañana, y Taro decidió que esperaría hasta la noche para

continuar. El Santuario del Este no podía estar a más de un día de aquí...

Apuntaban las estrellas cuando divisó los dos jinetes, y supo que no

necesitaba continuar. Eran el Señor Loev y el Rey Kadhir. Solos, sin séquito.

Cabalgaban rápidos como el viento en las interminables dunas de arena blanca.

Taro se inclinó sobre Nadhal, que yacía todavía dormida, y la despertó

gentilmente. Ella casi no abrió los ojos. Taro se sentó junto a ella, y la sostuvo en

brazos hasta que los jinetes llegaron.

Kadhir fue el primero en llegar, y apoyó una rodilla en tierra junto a

Nadhal. Le tomó la mano, y ella abrió los ojos.

 Tziro...  murmuró.  Ahora estoy del otro lado, igual que tú...

Kadhir intentó sonreírle, pero no pudo. Nadhal partiría pronto.

 Señor Loev... Es una suerte que estés aquí...  continuó ella. Loev la

miraba sin poder creer que esta fuera la misma Nadhal que había conocido. 

Tengo que hacerte una encomienda. Debes llevar mi cetro a la Dama Enyr. Ella
205
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

será la Reina en el Valle ahora. Y en cuanto a ti... mi hermano te amaba como a un

hermano. Tienes que prometerme que la protegerás cuando sea necesario...

Nadhal había tomado las manos de Loev y puso en ellas el anillo de Kahle.

El anillo de los Generales.

 Mi hermano no volverá, y yo voy a seguirlo pronto...

 Mi Señora...

 No, mi Señor Loev. Este ya no es mi lugar. Vete ahora, y cuida de mi

Dama y de mi pueblo.

Y la Señora cerró los ojos. La brisa del desierto blanco le acarició las

mejillas un momento, y el espíritu de la mujer voló en la noche.


206
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

XXII.

 ¿Y bien? ¿Qué te parece la nueva Señora?  preguntó la Dama Nuria

al Embajador en un susurro.

 Está hermosa. Pensar que la conocí cuando no era más que una niña

confundida.

La Dama se rió.

 Es cierto. Pero hace cinco años de eso, ya.

 Le llevó mucho tiempo al Consejo decidirse.

 Verdad. Todos quieren el poder para sí. Fue necesaria la intervención

del Rey Kadhir y del joven Taro para lograrlo.

 A propósito de Taro... ¿qué sucedió con él?

 Bueno, te lo diré. No quiso permanecer en el Valle luego de la

desaparición de la Señora Nadhal. El Rey Kadhir lo llevó al Santuario del Este, y

estuvo allí mucho tiempo. Ingresó en los Círculos del Silencio. Un año más tarde,

el Señor Kadhir me comentó que le estaban labrando un sajalí: el más poderoso de

los sajalíes del Este. El Señor Taro es el único mortal que puede entrar al Palacio

de Oro, me han dicho.

 Mm... Qué interesante.


207
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

La sombra transparente de una mujer se separó de los que hablaban,

dejándolos seguir su conversación en privado. Iba hacia la Reina Enyr cuando una

sombra, dos sombras en realidad, llamaron su atención.

 ¡Ey, hermanito!  llamó.

La sombra del hombre, invisible en el sol del mediodía, se volvió.

 ¡Ja, la reina loca! ¿Qué estás haciendo aquí, Kla-Nadhal?

 Lo mismo que ustedes. Visitando viejos amigos. ¿Cómo estás, prima?

Mjuck se rió con una risa tan transparente como su persona. Estaban del

otro lado.

 Muy bien. Tu hermano todavía no ha logrado desnucarse con sus

carreras en el Desierto Rojo. ¿Y que hay de ti? ¿Todavía lo esperas?

Nadhal sonrió y sacudió la cabeza. Otra forma de luz invisible se acercaba.

Era Taro.

 Ahora yo también estoy en ambos lados. El Rey Kadhir me concedió un

sajalí,  dijo.

Kahle se acercó y le palmeó el hombro.

 Felicitaciones, entonces, hermano.

 Y en cuanto a ellos...  empezó Mjuck señalando a la pareja de reyes.

 Los repartiremos. La Señora Basti y yo estamos de acuerdo en

concederles a Loev, en reconocimiento por salvarnos. Pero Enyr es mía. Y no

cederemos la siguiente generación.


208
Las dos Señoras
por Sandra Viglione

 Nosotros tampoco...  dijo Kahle, malicioso.

Nadhal extendió una mano y acarició con toque de luz el vientre de la

Reina.

 La siguiente generación es nuestra. Ya lo verás,  dijo.

Mjuck se rió.

 Ya lo veremos,  dijo.
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Las dos Señoras
por Sandra Viglione

I........................................................... 1

II.......................................................... 5

III......................................................... 18

IV......................................................... 24

V.......................................................... 38

VI......................................................... 49

VII........................................................ 59

VIII....................................................... 66

IX.......................................................... 74

X........................................................... 86

XI.......................................................... 99

XII......................................................... 109

XIII........................................................ 119

XIV........................................................ 128

XV.......................................................... 136

XVI......................................................... 148

XVII........................................................ 159

XVIII....................................................... 166

XIX…………………………………….. 174

XX……………………………………… 186

XXI………………………………………198

XXII……………………………………..204

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