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i I ai bi rt 4 x 4 « b- 9.0.00. 0.1 b. 8. Editorial Andrés Bello” 116 Ee TEI fanfasma del caserén de Nufioa era el secreto de dofa Felicia, Lo habia visto Por primera vez hacia veinte anos, cuando colgaba el vestido de terciope- lo en el closet de su dormitori...” Asi comienza la historia dé una sin- gular pareja de detectives: una anciana =considerada por muchos como una viela chiflada- y Arthur Henry Williams, su querido fantasma inglés. Once casos en os que el lector ten- rG todos los datos para dilucidar quién es el culpable. Santiago, La Serena, Valdivia, Frutilar, y, también el tren de Poris a Madrid, sirven de escenarlo a distinfos y entretenidos episodios que pondrén a prueba el po- der de deduccién de los lectores. Para resolverlos, s6lo tendrin que leer con Mucha atencion y ser tan sagaces como. dona Felicia, GIR DES 4 een avers MO, 'SaN 978-956-13-1034.5 TT Editorial Andrés Bello Jacqueline Balcells Ana Maria Gtiraldes _QUERIDO _ FANTASMA [Ningun pate de ea publeaetén, includ el dseno de la eu repreucid, sinacenada 0 tansmida en manera ana ni por nin seu elgctsco, quimico, mecsnico,éptica, ce rabacidn 0 de (exec previo del eltor Pde a JACQUELINE BALCELLS Heit ANA MARIA GUIRALDES Primera edie, 1992 Segunda ediion, 1993 “Tercera edicis, 1995 ins Stn QUERIDO FANTASMA oa ean (ONCE CASOS PARA RESOLVER) miata aceon) © JACQUELINE naLceLLs ANA MARIA GOIALDES. (© EDITORIAL ANDRES nEILO ‘Nhumad 131, 4 piso, Sang ke Chile Inseripcién NP B68 lstrciones de Camila Quits: © temnind de imprimir esta decimoséptins exci e 1.200 eemplares en el mes de dickie de 2007 IMPRESORES: Impreata Silesanos S.A, IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE ISBN 978.956-13-0546 EDITORIAL ANDRES BELLO INDICE Un detective en el closer... , El caso de los billetes en el jarr6n . El caso con muchos dedos El caso de las pistas en verso... F dlel robo en el supermercado EI caso del bizcocho “arena” .. El caso de los escritores confundidos El caso de a casa de campo amarilla El caso del admirador anénimo ... El caso de las dos carteras. El caso de las cuatro viudas El caso del robo en el tren espanol . Epilogo one Soluciones UN DETECTIVE EN EL CLOSET 1 fantasma del cascron de Nufoa era el secreto de dona Felicia, Lo habia visto por primera vez hacia Veinte afios, cuando estaba colgando el vestido de tercio- pelo en el closet de su dormitorio. Una mano blanca, algo transparente, emergio de la nada y le ofecié unas bolitas de nafialina, Después aparecié un brazo y finalmente la figura de un hombre alto. Tenfa patillas canas, bigotes y tuna pequefia barba; sonrefa con timidez y se present6 como Arthur Henry’ Williams, detective privado, Si dona Felicia perdi6 el juicio con el susto, jamas se supo, pero lo cieto es que nunca se lo dijo a Leopoldo, su marido. Quizas fue para que no la creyera loca. ‘AL poco tiempo de aparecer el fantasma, Leopoldo murié de un repentino paro cardiaco. Fue una tarde en que iban a it al teatro y él, contra toda su costumbre, habia abierto el claset de Felicia en busca de un paraguas ‘Arthur Henry Williams jurd y rejuro a Felicia que él no habfa tenido nada que ver en la muerte de su marido y clla le creyé. Y desde entonces el fantasma se transform6 ‘en su gran compaiia y consuelo; juntos resolvian crucigra- mas y no se perdian ninguna pelicula policial en la televi- sion, Luego de enviudar, dofta Felicia se dedicé por entero 2 la aficion que jamas pudo desarrollar en vida cle Leopol- ido sin sentirse culpable: leer novelas de intriga y resolver ‘cuanto misterio se le pusiera por delante, Muy atris habia 8 {INCQUELINE BALCELIS- ANA MARIA GOIRALDES. quedado el tiempo en que Leopoldo se enfurecia cada vez que ella —sumida en lecturas y extrafios mondlogos— se olvidaba del mundo y, por supuesto, también de planchar sus camisas y zurcir sus calcetines. —jEsas novelas de miserio te estin convirtiendo ei una chiflada, Felicia: ayer te escuché hablar sola en el closet ! habia vociferado Leopoldo una tarde—. Le decias oo fopa que el asesino de la mansién verde era el iadiner Te prohibo continuar con esa locus de ereene . Ella, mientras su marido estuvo vivo, traté de ser la mejor esposa posible: cocin6 para él cientos de galletas, bizcochos y roscas, y disimul6 al maximo sus tendencias detectivescas. Pero una ver viuda, ya nada le impidi6 hacer lo que le venta en ganas. Y la verdad fue que, poco @ poco, todos sus vecinos comenzaron a consideraria una excéntrica, Qué otra cosa podian pensar de una anciana que paseaba por el barrio intercambiando opiniones con un compajiero invisible o cuchicheandoles disimuladamente a las paredes cuando alguien la visitaba en su casa? Pero el dia en que dofia Felicia resolvié su primer caso empezaron a respetarla. EL CASO DE LOS BILLETES EN EL JARRON Una tarde, cuando doita Felicia buscaba en el diccionario un sinénimo de tres letras para una palabra de su crucigrama, uno de sus vecinos lleg6 a buscarla, Venta en un estado de gran agitacién: Han entrado a robar! jSe llevaron mi dinero! ;Por favor, vaya a ver a Laurital —el sefior Gonzalez sudaba copiosamente. Dota Felicia sintié un agradable cosquilleo bajo su piel —Supongo que no han tocado nada —exclamé, con los ojos brillantes. “jAcaba de suceder! Recién desperté de mi siesta y me encontré con la sorpresa —y Gonzzilez.afiadi6, mientras se secaba la frente con un paiuelo—: jo sé que usted conoce al inspector Soto! Almese, sefior Gonzalez, y vuelva junto a Laurita. Yo iré dentro de unos minutos. Cuando Belisario Gonzalez desapareci6, Felicia vol6 al segundo piso. Arthur Henry Williams ya estaba prepara- do: en lo alto de la escalera flotaban un sombrero, una pipa humeante y una bufanda escocesa No, Arthur, si vas conmigo, tendrés que ser absolu- tamente invisible! —/Ob, qué contrariedad! " JACQUELINE BALCFLIS ANA MARIA GORRALDES las prendas de vestir cayeron al suelo y Ia pipa se vaci6 en un cenicero. Diez minutos mas tarde, dofia Felicia caminaba por la calle con su brazo derecho alzado, como si alguien la condlujera del codo. Con sus pasites cortos y la rapide de una colegiala, llegé a la casa de los Gonzalez en. un santiamén| Alli estaba Laurita, echada en un sofi, mirando con cara compungida el rostro alterado de su esposo. Apenas Vio llegar a su vecina, se apresur6 a explicar: #Se han Mevado los ahorros de Belisario, dona Feli- cia! ;Se imagina usted lo que es eso? {Una persona con un gorro y una media en su cara, y vestida enter de negro, me amordaz6 y me apunté con un revélver enorme! (Pa teaba mis mesas y sillas, y abria cajones y... y... mire, mire ‘como quedaron los jarrones y los adornos! —10b, qué atropello! la voz tenia un leve acento inglés Todos se miraron desconcertados y doita Felic inmediato, enronqueci6 su voz y exclamé: —iOh, insisto, qué atropello! —Si, es realmente terrible... —murmur6 Laura, ce- rrando los ojos. La anciana observ el living: no habia nada en su lu vr. El florero de la mesa de centro estaba en la alfombra y las flores se desparrama>an por todas partes. Los adornos de porcelana aparecian boca abajo. tirados sobre los sillones. En el hueco de la chimenea habia tres ceniceros de cristal tiznados y también estaba la fotografia de los Gonzilez en el dia de su matrimonio. Las dos sillas de Viena, que tanto cuidaba dona Laura, tenfan sus patas dirigidas al techo y habia una mesa de arrimo voleada —iDios mio, dofa Laurita! jY usted que es tan ordena. da! —se compadeci6 doa Felicia de —jFra un salvaje! Registro con furia, sin piedad por los objetos finos, hasta encontrar el dinero que estaba en mi jarron chino —el dedo de dona Laura indico el enorme jarron azul y dorado que parecia estar sentado en cl so etd segura de que no oe llevaron algo mde? Rel 86 su coleccién de marfiles? —pregunt6 Felicia, arrugando el ceno —Ahi estin: ;todos debajo del sillén! A ese tipo, al parecer, slo le interesaban los billetes. : —iQué curioso! Habiendo cosas tan valiosas.... Ese hombre tiene que haber sabido que ustedes guardaban dinero en la casa —coment6 Felicia, pensativa—. Sospecha deal ofa Laura? ; El setor Gonzalez respondié por ella —Podria ser esa joven empleada, que anda bastante malhumorada desde ese dia en que la retaste tanto por quebrar una copa. MO TINo creo, Como rompe todo lo que toca, le he prohi- bido hacer aseo en el living. Y te aseguro que es una orden que cumple con entusiasmo —respondi6 su mujer, irénica. —Lo que es a mi, no me gusta nada la cara de ese hombre que la viene a buscar por las tardes —contest6 Belisario. Y agreg6, exaltado—: jPor eso es que nunca me ha gustado tener a una extrafa viviendo en la casa! Dona Laura hizo un gesto con sus cejas y miré a Felicia Para barato, prescindir de las emp que tiene que hacerlo todo en la casa —Asi es —afirmé Felicia y pregunt6—: 2Y donde esta esa muchacha? —Aqui estoy, pues —se oy6 una vox aguda. Una joven, con un delantal blanco y un cintillo del mismo color a cabeza los mir6 desafiante—: Escuché todo lo que los hombres siempre resulta mas comodo, y eadas. Pero como es una la SELELSLAC TCT ATTA cece ee 2 JACQUELINE DALCEILS- ANA MAMA GUIRALDES dijeron, y cuando me paguen el sueldo que me deben les Voy a pagar su porqueria ce copa. Ob, qué modales! Felicia dio un disimulado codazo al aire. —iNo sea insolente, Miriam! —se sofoc —2Y usted cree que una no tiene dignida escuchar lo que dijeron de mi, er mejor que diga donde estaba a las tres de la tarde —le dijo, furibundo, Belisario Gonzéilez, ‘0? Donde estoy siempre a esa hora, pue pieza planchando sus porquerias de camisas! —jEsto es el colmo! —bramé el sefior Gonzilez—. Voy a llamar a la policia y con ellos te vas a entender! se momento aparecié en la puerta un joven de Uunos veinte aiios, en tenida deportiva y con una raqui de tenis debajo del brazo; mir6 sorprendido cl desorden reinante. aurita P Ac bo de en mi ‘QuERIDO ParsTasin f —iTia Laura! tal vez podtia responderlo usted, Miriam —espet6-el seftor Gonzilez, seco. —Lo que es yo, estoy muy seguro de haber dejado bien cerrada la puerta cuando sali —dijo Raimundo. n un portazo, jseguro! —comenté el sehor Gon- vlez —2Y las ventanas? —pregunt6 dofa Felicia —Ya lo comprobé: estaban todas cerradas —asegur6 Belisario. —iEs como si hubiera Miriam, ido un fantasma! —comento ‘Quemp0 FANTASMA Fi {Qué tonterias, muchacha! —salt6 Felicia—. jLo que menos Ie interesaria a él son unos miseros billetes! él? —se extrané la joven. hhh, quiero decir a un fant sma —se corrigi6 apresuradamente la anciana —No creo que los billetes sean miseros para nadie, querida vecina, ni siquiera para los fantasmas —coment6 Belisario Gonzalez con la voz enronquecida. Y luego de lanzar unas miradas de hielo a Miriam y a su sobrino, concluy6—: pero como los fantasmas no existen, habri que buscar al culpable entre los setes humanos. jEsto tendré que resolverlo la policia! ;Le ruego, querida vecina, que telefonee a su amigo inspector! , No seri necesario —dlijo doa Felicia—. Yo sé quién lo hizo, be? —Raimundo la mir6, incrédulo—. {Usted Io sa eUsted...? —Asi es, jovencito —replicé muy seria Sé perfectamente quién tiene los billetes y Ie aconsejo al culpable que confiese y no agrave mis la situacién. Porque, como dice Arthur Henry Williams, detective inglés, “el que quiere llevar bien a cabo su papel, no cuide lo que quiere: hagalo al revés Al escuchar la extrafia maxima, tres personas se mira- ron perplejas. Pero una de ellas supo que dofa Felicia se habfa dado cuenta de todo y la estaba acusando. Por eso, no le qued6 mas remedio que decir la verdad. Pero fue sincero su arrepentimiento que don Belisario —avaro, cascarrabias, pero al fin de gran corazon— acept6 las disculpas... y el dinero, Querido lector: AQué quiso decir de se revela lo que delat6 al culpable. Si no lo s enterarte en las paginas de soluciones. nciana— a Felicia con su maxima? En ella bes, podris +e TERE SEERESESEESEESEEEESE REE EE SE ED SO CON MUCHOS I EDOS Emi el viernes del mes en que doiia Felicia invitaba a tomar té a sus amigas y vecinas del barrio. A Anhur Henry Williams le fas cinaban estas reuniones. Era su oportu- nidad para poner en practica las dotes de cocinero que siempre habia tenido en vida: preparaba los scones con sus pro- pias manos transparentes y tambié cl té original inglés que dofa Felicia compraba especial- mente para su querido fantasr Primero lleg6 Ana, la flaca profesora de castellano, que vivia con dos gatos y coleccionaba todo lo imaginable ¢ inimaginable: desde conchitas de interiores nacarados, ndo por cajas de fosforos y Haves abre-nada. Su casa, a dos cuadras de la de dofa Felicia, parecia mas que todo un bazar Lucgo lleyé Isadora, viuda reciente de un hombre que solo le habia dejado problemas: letras sin pagar, cuen- tus de hospital y una pensién que le alcanzaba apenas para comer. La acompafiaba su tnica hija Teresa, de veinte aitos, frivola y bastante floja, y siempre dispuesta a aparen- tar lo que no era —jQué buena idea tuviste al venir, Teresita! —se alegré dofia Felicia—. Tendris compaiiia de tu edad: Patricia, la hija de mi hermana, vendra también. SEES ES EREEEES EE REAR EEE EE EEEEEE ES JACQUELINE BALCELS - ANA MARIA GUIRALDIS| ifs la sobrina que se va @ casar? —pregunt6 Ana, mnicntras examinaba la coleccién de cucharillas que habia ‘bre la mesa de centro. Y sin esperar respuesta agrego— Como haces para mantenerlas tan brillantes, Felicia? Dofa Felicia no le respondi6, pues en ese momento volvié a sonar el timbre. Esta vez era la rubia Dorita, que lle derrumando olor a perfume y haciendo tintinear sus pulseras. Bes6 a cada una con grandes muestras de alegr vlabé —a la pasada— los aros enormes que se balancea- juin como columpios en los l6bulos de Teresita —iMe los regal6 mi pololo! —contest6 la joven, mo- ndo su cabeza para hacer caer un mechén sobre su frente W desde cudndo pololeas? —pregunt6 Felicia, con luna sonrisa —Hace una semana: él es un joven industrial A estas palabras, Isadora, la madre de ‘Teresa, mir6 a 1 hija con extrafteza, pero guardé silencio. — {Como van tus negocios, Dorita? —pregunt6 doia Velicia, mientras offre S invitadas un jugo de damascos. ‘Ay, nilas! No me van a creer, pero acabo de abrir un negocio de ropa usada europea. {Vieran ustedes el xito que he tenido! {UN {Me muero antes de ponerme ropa usada! ;Yo ho sé cémo hay tanta gente que lo hace! —murmuré Teresita, con un gesto de asco. —No todo el mundo puede usar secs naturales. y joyas finas, nina, (Feliz ti si puedes hacerlo! —concluyé Dorita, algo alterada, Felicia, para aliviar la tension del ambiente, cambié el © dirigid a la profesora: mo van tus clas problemas con el director? Ya no mis, Felicia. Tengo una novedad. ‘Ana? {Siempre los mismos ‘queniDo ranrasin : —iNo me digas que te casas! —salt6 Dorita, levantan do sus manos regordetas llenas de anillos y haciendo so nar las pulseras doradas. —Mucho mejor que eso: me retiré del liceo. jYa no mis problemas con chiquillos revoltosost Ahora hago cla- ses en un instituto. —iQué bien! —se manifest6 Isadora, saliendo de su mutismo—. :Y te pagan mas? —Un poco mas, pero también tengo que arreglarme mejor. En el liceo bastaba con ponerse un delantal; aqui la cosa es dlistinta —iTendras que visitar mi tienda, entonces! Te aseguro —con el permiso de Teresa— que tengo unos vestidos divinos, baratos... y que parecen nuevos. Doja Felicia estaba muy entretenida con la conversa- cién, pero atenta a esos leves tintineos de tazas y cucha cn la cocina. jEra de esperar que esta vez Arthur Henry Williams fuera discreto y no asustara a sus amigas, como habia sucedido unos meses atris! Son6 el timbre y apareci6 Patricia, radiante y alegre. Salud6 a las mujeres alli reunidas y se disculpé por su atraso: blo me fue a buscar a la oficina, y miren la sorpresa que me tenia, Patricia extendié su dedo anular y mostr un anillo donde pequefios brillantes se arremoli naban formando una flor. —iQué preciosural —exclamé Felicia—. Ahora que Hegaste, las invito al comedor, pues el té se puede entfriar. Alli examinaremos con calma esa belleza de anillo, queridal ‘A los pocos minutos, estaban todas instaladas alrededor de la mesa, saboreando los deliciosos panecillos calientes y la mermelada de naranjas que su anfitriona les ofrecia con amabilidad, iEstés cocinando cada vez mejor, Felicia! Son rece- tas nuevas? i I : JINCQUELINE BALCELES - ANA MARA GOIRALDES Relativamente —respondi6 ella, mirando de reojo | puerta de la cocina que se habia abiesto un poquito. in ese momento, Patricia se desprendia de su anillo y » pasaba a su tia, que coment6 algo sobre la delicade- 1 dle su diseno, Yodas se pusieron a comentar la joya y @ hablar de Huilluntes, en un cotorreo imposible de entender. El anillo Juso de mano en mano y de dedo en dedo, durante largos winutos. EL té se acabé y los scones también. Y cuando Te ws, con voz Kinguida, decfa que el tiempo se habia juntdo volando y que tenia una cita con su pololo, se uuché la voz. timida de Patricia: {Me podrian pasar mi anillo, por favor? Las mujeres se miraron entre si {QuERIDO FANTASMA 1 —iYo no lo tengo! —iYo tampoco! —iYo te lo pasé a ti! —i¥ yo a ella! —iPero alguien debe tenerlo! —dijo Felicia, repenti- hamente st s 4 caido debajo de la mesa, basquenlo! Lo que es yo, me tengo que ir; Jorge me espera —dijo Teresi- ta, poniéndose de pie, ese momento se escuch6 un click, luego otro, y las, ertas que daban al comedor se cerraron. Teresita, que ya estaba junto a la que conducia al living, forceje6 su manilla y miré a la ducha de casa con incredulidad. — Esto tiene lave! —murmuré, Felicia dio unas ripidas explicaciones que nadie e tendi6, para concluir con firmeza: —Con o sin llave, es preferible que nadie se mueva de aqui hasta que el anillo aparezca. Y si no es asi, desde este mismo teléfono —dijo, indicando el anticuado aparato que estaba sobre una mesa de arrimo— llamaré al inspec- tor Soto, que es muy amigo mio, —jPero, Felicia, somos tus amiga —dijo Ana, con la barbilla temblorosa. —No dudo de que sean mis amigas, pero tampoco dudo de que el anillo Io tiene una de ustedes —replic6 ter , te has vuelto loca! inante En ese momento Patricia, en cuatro pies, revisaba la alfombra, bajo la mesa. Se levant6, despeinada, y exclamé: —iNo esti! ;Por favor, si es una broma, ya ha durado mucho! El alboroto de explicaciones crecié bajo los ofdos atentos de la anciana, —A mi me lo pas6 Felicia, Yo lo examiné, me lo probé un segundo y después te lo pasé a ti, Teresita —dijo Ana seseeeee 2 JACQUELINE HALCELS - ANA MARIA GUIRALDES| Yo me lo probé y me flotaba en todos los decos contest6 Teresita, estirando sus dedos finos y largos. Tienes dedos de fideo cabello de Angel, chiquilla No como los mios, que parecen canutones, jcasi se me queda atascado el’anillo en el meiique! —dijo Dorita icndose para aliviar la tensi6n. —No perdamos el hilo —interrumpié Felicia—. 2A uién le pasaste el anillo, Teresita? —Lo dejé sobre Ia mesa y lo volvié a coger Ana respondi6 ésta, con tono acusador. —Si, pero fue para entregirselo a tu mamé, bijita contest6 Ana, molesta—. Yo no soy especialista en joyas smo para examinar tanto un anillo. S6lo me lo probé una —Yo no sé quién me lo pas6 —se defendi6 Isador—, lo Unico que sé es que lo devolvi rapidamente. Me asusta ener cosas de tanto valor entre las manos. A quién se lo devolviste? —pregunt6 Felicia, muy ceria —Parece que se lo pasé a Dorita... 20 seria a Ana, quc lo tomé tantas veces? —iYo, tantas veces? {Qué te pasa conmigo, Isadora? No querras acusarme para defender a alguien? —salto Ana, furibunda, —iVa, calmense! Fue a mia quien se lo entre Isadora —interrumpi6 Dorita—. Pero lo dejé de inmediato: 60 lo ajeno reina In desgracia, Por eso ¢s que yo nunca sxanejo autos ajenos ni me pruebo joyas que no son mas. iY a quién se lo pasaste ti? —insisti6 Felicia —Lo dejé sobre la mesa y me parece que lo tom6 —iYo? ;Para qué lo iba a tomar otra vez? —contest6 li muchacha, agresiva —A mi me parece que vi cuando Dotita lo dejé junto QUERIDO FANTASMA . la panera. Después sélo recuerdo una mano volvié a coger —comenté Patricia, pensativa. Y agreg6, con desaliento—: ;Cualquiera pudo haber sido! La panera estaba en el centro de la mesa y la mesa es redonda estibamos todas a la misma distancia de ell Se produjo un silencio y oyeron a dofa Felicia: pare cia estar hablando sola. Cuando se dio cuenta de que la estaban mirando, se puso ripidamente de pie y alzando la vor se dirigié a sus amigas: —Luego de escucharlas con atencién, he descubierto, quién de ustedes tiene el anillo. Le ruego a esa persona que lo devuelva. Si no lo hace, llamaré a la policia, lo que seri mucho peor para ella. Porque "quien miente se delata, cuando los dedos atan” —concluy6 con voz de poetisa Nadie abrié Ia boca ni se movié de su sitio. Estaban todas tensas. Teresa miraba fijamente una miga sobre el maniel, con aire fastidiado; Isadora, su madre, con las manos juntas sobre el regazo, parecia la imagen de una virgen doliente; Dorita movia continuamente sus pulseras y daba vueltas a su collar de cadenas; Ana estaba muy seria y tenia la boca fruncida, igual que una colegiala amurrada. De pronto Isadora dio un grito y eché la silla hacia tris: —jAy, ay! jAlgo cay6 sobre mi piema! Doja’ Felicia se precipit6 hacia Isadora que estaba mas verde que un melon tuna, mientras Patricia, de rodilla en el suelo, gritaba: —jMi anillo! jAqui esta mi anillo! En unos instantes la tensi6n se afloj6 se reanud6 en forma mis © menos normal. Patricia, ya con la joya en su dedo, trat6 de restarle importancia al hecho y coment6 que quizs el anillo se habia enredado en el mantel. la conversacién S$ELECSTSSSCSE SS SS eses cee eee ceocees 4 JACQUELINE BALCH - ANA MARIA GOIRALDES La autora del moleste incidente respiré aliviada. Pero unos minutos mds tarde, la culpable sintié que unos dedos muy frios recorrian su cuello. Sobresaltada, miré hacia atris: no habia nadie a sus espaldas. Los dedos aumentaron la presi6n y ella, ahogando un grito, se desva~ ando volvié en si, ya todas las otras invitadas habian partido. Sélo estaban a su lado dofa Felicia, que solicita le ofrecia una taza de té inglés, y Arthur Henry Williams, que fumaba en pipa. Por suptesto que s6lo se veian la pipa y el humo en el aire. La mujer volvi6 a desmayarse. Ingenioso lector: {Qué llev6 esta vez a dofta Felicia a descubrir a la culpable? LAS PISTAS EN VERSO. Hacia una semana que dofia Felicia estaba en La Serena, invitada por su hi Vivian en una antigua casona colonial de tres patios, varios papayos y_numerosas habitaciones. A Anhur Henry Williams le encantaba pasearse por los corredores, agi- tar los visillos de encajes de algunas ve nas y sentarse en una butaca de cuero de gran biblioteca a contemplar el cuadro de la bisabuela, que era igual a dona Felicia, pero vestida al estilo victoria El fantasma estaba cumpliendo a la perfeccién las ordenes de no hacerse notar que le habia dado su amiga, pese a que no le hacia mucha gracia que los tres sobrinos nietos rodearan a la anciana todo el dia para escucha aventuras detectivescas en las que él no era incluido. tenia que mantenerse al margen de los comentarios y ni siquicra podia intervenir cuando dofa Felicia obviaba su importante participacién en los casos. Sin embargo, ese dia lunes a Arthur Henry Williams se le levanté el nimo. La Municipalidad de La Serena habia organizado un concurso para j6venes detectives, con un premio que consistia en una coleccién completa de las mejores novelas policiales de todos los tiempos. ‘eli, los equipos de nifios que se presenten —Tia Serer eI JACQUELINE HALCELLS- ANA MAKIA GUMALDES tienen que llevar con ellos a uno 0 dos adultos, ya que habri que recorter tode la ciudad, Nosotros te clegimos a ti... giceptas? —Germén hablaba sin pausas y con los ojos muy abiertos. —Vamos por parte: gqué hay que trata de una gyinkana. —Tia Feli, no hay que correr, ni andar en bicicleta, Podemos ir en su auto... siguié Rubén, ansioso. —Nos van a dar cinco pistas, escritas como adivinan- zas, jlmaginese, tia Feli, con usted vamos a ganar! —anadi6 Josefa, tomando con fuerza la mano de la anciana iJosefa, cuidado con mis huesos! —ri6 doi Felicia, encantada con la perspectiva acer? Porque si se a hora mas tarde, el equipo formaco por los tres sobrinos nietos, dofa Felicia y el fantasma —que iba de incégnito— se reunian en la Municipalidad con la alcalde a de La Serena. Habia quince equipos de nihos, acompa- Aados por padres 0 tios. Todos los adultos miraron_ con expresion de superioridad y algo de risa al equipo er zado por esa dama baja y arrugada, que hablaba fuerte y de vez en cuando murmuraba sola y codeaba el aire, Luego de que cada grupo recibiera un distintivo con Ins siglas del concurso, procedieron a leer la primera pista que Ia alcaldesa descubrié en un pizarrén preparado para cl evento. ‘DESDE ARRIBA EL SANTO TE LLAMA. Y SUS VOGES RESUENAN CON POBREZA FRANCISCANA, SLESCUCHAS SU LLAMADO. ESTE GRUPO Si QUE GANA.” Los distintos equipos leyeron con atencién pista y salieron cortiendo a deliberar. Dona Felicia y su inos se subieron al viejo Oldsmobile gris, estacionado a casi un metro de la cuneta. Y mientras ella, instalada sobre un cojin, se agarraba al manubrio como si éste fuese un salvavidas, los tres nifios se acaloraban discutiendo. —Hay que buscar a un pobre que esté pidiendo —insisti6 Josefa, con la cabeza fuera de la ventanilla —NO, tonta, tendria que ser un pobre que anduviera flotando: gno ves que dice “desde arriba”? —la interrumpi6 Rubén —Es un santo el que llama, no un pobre —se exalt German, golpeando las espaldas de tia Felicia. La anciana, que en esos momentos se concentraba en dar Ia vuelta de una esquina, esperé a bajar la rueda delantera derecha de la vereda para responder: —Los tres tienen razon; es un santo que llama desde arriba, ;Pero como puede llamamos desde arriba un santo? BY de qué santo se trata? jNo me diga que usted Io sabe, ta! —Desde el primer momento. Pero quiero que ustedes también hagan trabajar las células grises, como dice mi amigo Hércules Poirot —iYa sé! —grité Rubén—: j ciscana es San Francisco! Bien —dijo la anciana, frenando bruscamente frente 1 una luz roja— <¥ de donde nos llama San Francisco? —;Desde el ciclo? —pregunt6 Josefa, por decir algo. n todo caso, desde arriba... —dijo German. ai, cail {Tita Felicita! ;Tilin, tilin! O sea, jtalén, itando en su asien- santo de pobreza fran- Ac talén! jLas Campanas! —grit6 Rubén, s to, Dota Felicia se entusiasmé, levanté su mano, casi ulropelld a un cielista y exclamé: 28 JACQUELINE BALCELIS- ANA MARIA GOIRALDES ni —jRumbo a la iglesia de San F 0, queriddos de- tective le La Se sin chittido Oldsmobile gris vol6 por las calles sesenta kilmetros por hora. Se detuvo, ¢ de frenos frente a la igesia de San Francisco, y los tres bieron al campanario. Dofa Felicia, que estaba tacionada, los esper6 al volante, en amena charka con su fantasma que se quejaba de lo facil de las pistas No habian pasado cuatro minutos cuando ya volvian, colorados y con los ojos brillantes, Germin agitaba entre is manos un elegante pergamino. Doia Felicia, que los ‘esperaba con el motor ea marcha, puso primera y los hizo apr Jurarse: ya un segundo grupo, precedido por un senor bigotes, entraba a la igh —iLce, lee! —urgié dona Felicia La voz de German soné grave al recitar "SU APELLIDO ES VIENTO QUE DEL NORTE VIENE; SU VOZ CANTO AL HOMBRE YALA TIERRA FERTIL RIO CON 1A VIDA RIMO CON LA MUERTE. —iAh, qué facil! Es un poeta! —exclamé Rubén. iSi, Pablo Neruda! —dijo la pequefia Josefa, palmo- teando a la tia en el hombro. Pero, tia... {Vamos a tener que if a Isla Negra asust6 German. —Josefa, no me golpees mas el hombro porque me vas a hacer chocar. jY no sean atarantados! Obviamente es tun poeta, pero... jatenciénl: un poeta que tiene un apellido de viento, —;De viento? —la vox de Josefa era de extraneza—, BY qué apellido de viento existe? —jHuracin? —insinué Germidn, sabiendo que no po ser ese, —Puelche! —exclamé Rubén. —Sigan..., sigan... —los animé la anciana Viento’ sur? jAh, no! jViento del norte! ;Como llama un viento del norte? Tia, zusted sabe? —pregu Germin desesperado, mirando hacia atrés, pues ya lo seguia la Renoleta del sefior de bigotes. Doja Felicia hundié el pie en el acelerador y dijo con voz. postica: Mistral: asi se llama el viento que sopla del norte Gabriela Mistral! —gritaron a coro los tres nifios. —Supongo que no tendrerhos que ir a Vicufia —se angustié la anciana sin saber para donde doblar. —iNo, tia, hay un busto de ella en el Parque de las Estatuas! —exclamé Rubén. Fl Oldsmobile gris dobl6 brusco a la derecha, y enfilé hacia el lugar que Rubén indicaba. Nuevamente fueron los nifios los que se bajaron co- rriendo en busca de la tercera pista, mientras la anciana, ayudada por las manos invisibles del fantasma, levantaba el capé para revisar el agua, pues la temperatura del motor habia subido peligrosamente. ‘Momentos més tarde, el Oldsmobile, seguido por la Renoleta del sefior de bigotes y mas atrés por.un Fiat rojo repleto de niftos, enfilaba hacia cl faro. Esta vez la pista habia sido ficil 'y Josefa la habia adivinado sin ayu Decia asi *INCANSABLE ESPERA, INMOVIL VIGILA. BARRIENDO TINIEBLAS, SU UNICO OJO GUINA.” capececas SPREE ERAAEREAEEEEEEEE EEE: seed « JACQUELINE BALCFLLS- ANA MAA GIRALDES ira el faro de La Serena! Llegaron a él en cinco minutos y dofta Felicia esper6 a los nifios contemplando el mar desde su auto, mientras ellos subfan cortiendo las escalinatas del lugar. Encontraron la nueva pista pegada con papel engomado en una de sus paredes. Bajaron en tropel y se reunieron a deliberar con Ia tia: abe, tia Felicia? Estoy seguro de que el senior de higotes ni siquiera se dio el trabajo de adivinar que habia que venir al faro. jEstoy seguro de que nos siguieron a nosotros! —Podria y no podria ser —respondié la anciana—. Por las dudas, ahora los despistaremos: daremos un rodeo para llegar al proxime lugar. Rubén, desplegaado el fino papel hilado que imitaba un pergamino, ley6: “A LA FLOR DEL CALIZ, CAIDO LA ACUNA EL RUMOR DE LA GENTE LA ALEGRA EL GRITO DEL NINO, Y ALA ORACION LA LLAMAN AL FRENTE —Esta si que me la gan6é —murmuré Rubén. —Se supone que est4 hecho para que todos adivinen, es cosa de pensar un poco —se enojé tia rostros desalentados de los nifios. Y afiadié—: Qué flor tiene el ciliz caido? {Un copihue! —grit6 Joset de la tia Si, pero resulta que estamos en el norte hues son del sur —respondié ésta, —jlas campanitas! —exclamé German. —jHay campanitas en algin lugar puiblico de La Sere- na? —pregunt6 la anciana, interesada. Ehhh... no sé, en realidad yo las vi en mi libro de botinica —dijo Germin, palmeando el hombro sobandose ¢ ‘QUERIDO FaNTASI —Emtonces olvidense de las campanitas. Se supone que tiene que ser una flor que ustedes, los serenenses, ven todos los dias ~ Yo me doy por vencido —murrauré Germain TJahhh! {¥o 86, yo sé! Es esa flor que hay en cas todas lis casis'y que tiene un nombre como de flor y alo nis, se entusiasmd Josef “rior. y.. iFloripondios! —grité Rubén iso ed! —aprobo tia Felicia, dando un golpe al manubtio—. Ahori s6lo hay que saber en qué lugar esti “Ta acuna el rumor de la gente, la alegra el gito del nino y lallama la oracion del frente” Que buena memoria, tfa! —se admir6 Josefa eee eemdolegio, con eso de los rumores y los tritos de nifios? —pregum6 Germén, aan rio, rio...--murnur6 alguien con voz ronca Spnrece que me esti dando frio — que hago! Hasta cuindo se meten en mi vidal “respondk6 Margarita, funbunda i, Muga tenia quince aos y aunque era més bien ata, gus sesentay tres Kloss le nowban, " ean eucharon los pasos de Sebastin que subia con dol scale, al como era su cose. —iVoy a estudiar matematicas, que nadie me moleste! ag antes de cere puerta : a {Al poco rato se escucharon unos compases de 1 viva ttl cocina, Valentin oblige a Margasta a lavar y secar bien el vaso que acababa de usar, y'sOlo la o6 tanquie cuando I vio guardindolo. en a ki repisa del estante. A los pocos minutos segufa los pasos de Sr iooeao RE rials el Sunso a Cinco minutos més tarde, x aise tarde, Margarita entraba también a la hora que pas6 hasta 6 hasta que Susana volvi6 con un Reina aaT piss yTonaTenas nate eee eteta Panto de reventar, tanscurié pli, los nitos se habian encerrado cada uno en su cuarto. En un momento, ellos baj6 en silencio las escaleras y regres6 a su pre io fio casi al instante. Luego repitié la operacién, ae Lo primero que hizo Susana al volver de la peluque- | t THSSSSSSCSSSSTCSSSSSSsoossocsesesecocse “ JACQUELINE BALCEUS - ANA MARIA GOIRALDES onces su grito superd el ria fue entrar al comedor volumen de la misica de Sebastidn. —iizz¥ EL BIZCOCHO “ARENA? Como no hubo respuesta, Susana respité hondo y se dirigié al segundo piso, subiendo las escaleras de clos en dos. Cuando lleg6 al pasillo que daba a la pieza de los nifios, su chasquilla de ola atin se mecia con el impulso de la carrera, —,Quién sacé el bizcocho “arena”? —vocifer6 otra ver. Tres puertas se abrieron y seis ojos asustados la mira- ron. Y en ese momento soné el timbre, Susana palideci6: Las visitas! Por suerte no eran las amigas, volvia de sus compras. sino tia Felicia que la chasquilla curva ¢ —:Qué te pasa, Su: enfrentarse con la cara pallida y sobrina —jTu bizcocho... mi bizcocho... el bizcocho! —Oh, the cake! —the cake? {£1 bizcocho? Mi bizcocho? ;Qué pasa con el bizcocho, Susana? —se confundi6 dofia Felicia, sin entender. Susana la puso en antecedentes de lo sucedido y la anciana escuch6 atentamente. Casi de inmediato volvi6 a sonar el timbre: esta vez. si que eran las invitadas. Felicia dejé a su sobrina conversando en el living con las recién legacias, y subié a enfrentarse con los ojos inocentes de sus sobrinos, Primero visit6 el cadtico dormitorio de Sebastidn, abriéndose paso entre libros tirados en el suelo, una pelo- ta de fitbol, tres poleras arrugadas y una mochila, Bajo la cama, asomaba una raqueta de tenis, una zapatilla sin cor- dén, el mango forrado de una escoba, una cassette desen da y un poster roto. ‘Arriba de la cama, y entre los cojines de colores, amontonaban cuadernos, un compas, hojas sueltas de ma- temiticas con ejercicios a medio hacer y un lapiz. rojo... pero ni una miga de queque! —iYo estuve estudiando toda la tarde, disculpé Sebastian, frente al caos de su cama La visita al dormitorio de Valentina fue como entrar a una tacita de oro. Todo brillaba ordenado y limpio. Nada habia fuera de su sitio, tanto asi, que daba la impresion de que esa habitacién no habia sido ocupada en meses. Ni una pelusa en el suelo, ni un cuademo, lépiz ni libro a la vista, S6lo el hundimiento sobre la colcha de la cama indicaba que alguien habia estado descansando. Valentina de pie junto a la ventana, miraba distraida el paisaje, Feli! —se Soe “ JACQUELINE BHLCELS - ANA MARIA GUIRALDES Dofa Felicia murmurd algo sobre el orden de su sobrina, y salié de la habitaci6n. Finalmente entr6 al dormitorio de Margarita. Margarita no era ni tan desordenada ni tan manistica sn el escritorio, junto a la radio encendida, se veia un cuaderno abierto, un vaso con restos de bebida, y unas Servilletas de papel, arugadas y hémedas. Algo sonro traté de ocultar, sin éxito, un manual de Cémo Bajar de Peso sin Dejar de Comer que habia sobre la cama Dona Felicia no pidio explicaciones. En los tres cor mitorios ya habia visto lo suficiente. Y esa tarde, luego de {que las visitas se fueron, reuni6 a la familia y anuncié que Ui misterio del bizcocho desaparecido estaba resuelto. ia Felicia! ;Cémo lo supo? —se admiro Susana Los tres nifios la miraban muy serios y algo asustados. Dofa Felicia les devolvié una amplia y célida sonrisa, para quitar gravedad al asunto, y luego recit6, enigmatica ‘Quien bizcocho quiso comer, algo olvid6 devolver Uno de los nifios inclin6 la cabeza y con voz temblo~ rosa, confes6 “SPerdénenme, no me pude resistir! Lo repondré con mi mesada... La chasquilla de Susana se volvi6 a agitar y su rostro enrojeci6; pero luego la buena mujer se dulcificd al con- templar los ojos sinceros, llenos de lagrimas y arrepentidos de uno de sus hijos. Entonces tia Fel ofrecié: ~ De los arrepentidos es el reino de los ciclos y de los golosos es el Green Apple Pie que yo prepararé para la cena de esta noche. Quién me acompaiia a la cocina? ja, para desesperacién de Susana, 1 bizco- mo Io descubrié la tia Felicia? EL CASO DE LOS ESCRITORES CONFUNDIDOS: Dofia Felicia estaba muy emocionada habia recibido una invitaci6n del CENP (Circulo de Escritores de Novelas Policia les) para asistir a la reuni6n mensual de la asociacin. Para ella esto significaba un reconocimiento piiblico de sus habili- dades detectivescas. Su tinica preocupa- cion era no llegar con las manos vaci cesperarian tal vez que ella diera una charla? Lo mejor era prepararse. Pero qué Poca decir ells, una detective af cionada, a ese grupo de intelectuales que manejaban la ploma con tanta destreza? al La anciana se pase6 nerviosa por su habitacién, ensa- yando un discurso en voz alta —/0b, qué discurso tan insulso, my dear! Felicia miro hacia el divan. Ahi estaban las manos del fantasma preparando su pipa de la mafiana —iMuy Ficil es para ti criticar, Williams! Pero soy yo la que tendré que enfrentar al CENP en pleno. quieres te acompario. —Por favor, no! jNi se te ocurral —se asust6 Felicia— Personas acostumbradas a dilucidar enigmas te descubri- rian ficilmente, y eso serfa un verdadero desastre. —jOb, qué contrariedad! Te habria ayudado con la palabra justa en el momento preciso ? so {JACQUELINE 3ALCELS - ANA MARIA GOITALDES Ni hablar, Arthur Henry! Los cojines de! divan se levantaron, libres de peso, y la puerta del closet se abri6, A los pocos instantes el fantasma apareci6, vestido con una bata de seda. Entre sus manos largas y transparentes sostenia un pequefio libro, que Felicia miré con curiosidad. Las letras doradas del titulo se hundian en el cuero arrepujado de las tapas, con el nombre del autor rodeado de finisimas vifietas. —Three misterious cases, by AH. Williams —ley6 dofa Felicia, en un dificultoso inglés—. éTres casos misteriosos? {Quién es este AH. Williams..? 2No me digas que t6..? —Yes, dear. iEres esctitor? —Yes, dear. ¥ de los mejores —i¥ cuintos libros has escrito? Uno... pero vale por cien, modestamente. Si quieres impresionar en tu reunin, te aconsejo que lo lleves. Eres verdaderamente pagado de ti mismo, Arthur Henry —coment6 la sefiora, enarcando las cejas Pero le hablo “Sefiora, cilmese; yo no tengo nada que ver cor esto; s6lo me limité a recogerla! Ia promotora crey6 que la anc * pero en ese momento Hegaron los guardians de Sg dad del centro comercial y se hicieron cargo de la carters Doha Felicia se acerc6 2 uno de ellos y le dijo algo al ido. —Biei el hombre 5 ap Diez minutos después, dos guardias, un detec’, dona Felicia, la victima del robo y su amiga, el dueno ee fe cafeteria y un fantasma silencioso examinaban ¢l conte: nido del bolso negro, esparcido sobre una mesa ntrar, jana la increpaba a 16 | sefiora. Puede venir con nosotros —cont Habia un estuche lleno de cosméticos, una billetera con unos pocos pesos y dos fotos de la nubia en traje de baio, acompanada de un hombre en shorts florcados, un recibo por cambio de tapillas de un zapatero de Providen, cia, un boleto del metro y tres cartas cerradas. Mic inspector examinaba las fotos con una lupa y el anotaba la direcci6n del zapatero que est ofa Felicia tomd los tres sobres, Eran tres cartas cerradas: la primera, escrita con letra imprenta, tinta azul y matasellos tan negro que ocultaba la imagen de la estampilla, estaba dirigida a Norma del Car men Valdebenito, Carlos Silva Vildésola 4032, Block C, Depo. 201, La Reina. La segunda, escrita a maquina y diri- gida a Gloria Pizarro, Nueva de Lyon 17, Depto. 303, San fiago, estaba arrugada y con una pequefia mancha de aceite, pero con la estampilla de Gabriela Mistral sin timbrar y cuidadosamente colocada en una esquina. En el tercer sobre, escrito también a maquina, se leia Maria Isabel Cor nejo, Carlos Silva Vildésola 2490, Santiago. Este sobre tenia su estampilla recién puesta y una indicacién escrita con plumén rojo que decia: EXPRESA. —Sefiora —dijo doia Felicia, cerrados en su mano y dirigiéndose a la victima del robo—, recuperari su cartera y sus documentos. Hay lineas que ‘matan y que al ladron delatan. Ya sé d6nde encontrar a la mujer rubia! ras el rardia en la boleta, agitando los tres sobres Y, como siempre, dofia Felicia estaba en lo cient. sa noche, Arthur Henry Williams, fasticiado porque en vez de un reconocimiento por su papel en el caso, solo habia recibido reproches, se encerr6 con llave en el closet. La anciana demor6 varios dias en convencerlo de que se dejara de tonterias y saliera de alli, Lo reconquist6 con tuna taza de buen té inglés y unos waffles con miel. Amable lector: :To tambien 2 JACQUELINE BALCELS - ANA MARIA GDIKALDIS descubriste, a través de los sobres, la identidad de la culpable? EL CASO DE LAS CUATRO VIUDAS El famoso inspector santiaguino Heliber- to Soto lleg6 a visitar a dona Felicia en su casa de Nuftoa. Y con voz grave y un eve bailoteo de sus grandes orejas anun cid el motivo de su presencia —Tengo un caso dificil entre manos, mi estimada amiga, y creo que usted es la persona indicada para ayudarme. icia, con los ojos brillantes, termin6 de servir la taza de té inglés que habia preparado para cl inspector, y se acomods a escuchar, junto a Arthur Henry Williams, en el soft azul —Inspector, somos todo oidos.... quiero decir, soy toda ofdos —dijo la anciana Se trata de lo siguiente —dijo el inspector, girando sus pulgares y mirando fijo el techo—: hace seis aos hubo un robo muy importante en Iquique. Un empleado de una importadora de la ZOFRI cometié un robo de varios millones a su firma, El delincuente, en esa oportuni- dad, fue aprehendido y encarcelado. Se pens6 en ese momento que su esposa habia sido cémplice en la accién, ya que la mujer desapareci6 de Iquique, sin dejar rastro, el mismo dia en que fue tomado preso' su. marido. Ahora bien —continu6 el inspector Soto, tomando un sorbo de té indose una oreja—, este hombre, al que llamaremos WACQUELINE HALCELLS- ANA MARIA GDIRALDIS Equis Zeta, luego de cinco anos salié en libertad y se fe de Iquique. ¥ resulta que la semana pasada un robo de las Tnisnmas caracteristicas del de la ZOFRI ocurrié en una Cmpresa de Rancagua. El culpable fue aprehendlido y re sult ser otra vez, nuestro conocido Equis Zeta. esta oportunidad el dinero no ha sido recupersdo. Equis Jota sostiene que 1o dejé abandonado en un taxi, cuando ra perseguido por Investigaciones, Nadie lo puede de ese planteamiento, Por supuesto que en el auto no se encontr® el dinero y el taxista esti fuera de toda sospecha wv 1a esposa...?—insinué dofia Felicia, enarcando una ceja _—Exactamente, querida amiga. Y aqui es donde ne- cesito su ayuda Fl inspector se ech6 hacia atris en el sillon y miro intrigado et hundimiento en el cojin contiguo al de dona Felicia ™ Js? —lo animé la anciana, sirviéndole » Tin esta misma cuadma viven desde hace seis meses cuatro mujeres viudas. Por pesquisas que hemos efectua- do, tenemos la certeza de que entre una de elas se escon- dde la esposa y complice de Equis Zeta. "Si, las conozco! Son cuatro viudas que decidieron vivir juntas para compartir gastos y pends. jSon muy ama hes y siempre me encuentro con alguna de ellas en el supermercado! —exclamé doa Felicia, sorprendlida MOY podria usted convidarlas a tomar el té? Estoy seguro ‘de'que nadie mejor que usted lograri hacerlas hablar mas de lo necesario. Y yo estaré aqui, por supuesto que escondido, para protegerla —concluyo el inspector Protegerme? —se escandaliz6 la anciana, cepa que ella, por muy amable que aparente ser, es una mujer peligrosa. Estuvo en la circel, por robo con fntimidacin, cuando era una jovencita —le advirtio Soto, moviendo al mismo tiempo orejas y cejas. (QUERIDO FanerASMIA Dofa Felicia dio unas pataditas en el aire, hacia la izquierda, que el inspector interpret6 como un signo de entusiasmo. " —iAdmiro su espiritu jovial, colega! la alabo Soto. _—Inspector, cocinaré para usted esos scones que tan to le gustan —contest6 ella, sintiéndose en las nubes por aquelio de “colega”. wart iBOngS ue las cuatro viudas también los pro- parin —se ri6 el inspector, poniéndose de pie La invitacion fue fijada para dos dias més ta i i la para dos dias mas tarde. Doha Felicia, ayucada por Arthur Henry Williams, se afané is arreglar la casa. Colocé flores en los jarrones y cociné no sble scones sino que eG ‘ scones sino que el Green Apple Pie, segin la recet - vorita de Arthur Henry. od z a % JACQUELINE BALCELIS - ANA MARIA GOIKALDES A las cinco de la tarde del viernes llegaron las cuatro viudas. El inspector Soto ya estaba escondido en la cocina con la invisible compafiia del fantasm Las cuatro mujeres, Rosa, Margarita, Violeta y Horten- sia, conversaban animadamente con la duefia de casa. —;Qué amable ha sido usted en invitarnos, dona Feli- cial —exclamé Rosz, la mAs vieja, mirando escrutadora un paito bordado. —Hace tiempo que queriamos visitarlat —siguio Mar- garita, de labios y dientes pintados con lipiz labial rojo. {Qué agradadle es su casa! —tercid Hortensia, una mujer castatia y menuda, que sonreia con dulzura y vestia una bata con lunares, “Nos preguntibamos si vivia con algtin pariente cada vez que pasibamos por aqui escuchibamos su vox. a través de la ventana abierta —agreg6 Violeta, arrugando sus ojillos inquisidores y moviendo apenas su boca de punto. —Hacia tiempo que tenia la intenci6n de invitar a estas nuevas y encantadoras vecinas —respondié dona Felicia, mientras empujaba una mesita con ruedas en la que se distribuian el servicio de té, los scones y el Green Apple Pie, —jMmmt! ;Qué delicia! —exclamé Rosa, tragando sali- va. jPara qué Se molest6 tanto, vecinal Es verdad lo que se comenta en el barrio? ;Dicen que usted es deteciive! —pregunt6 Violeta, decidlid a ob- tener respuesta, —Asi es, Y justamente estoy trabajando en un caso apasionante: tn cuantioso robo en una empresa exportadora de frutas —respondi6 la duefta de casa, aparentando ur total tranquilidad. —jiQué emocionaaante!! —chill6 Violeta, sin desfrun- cir su boca —iQué interesante, mis bien! —corrigié | muy compuesta—. No Sabiamos nada.

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