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Aparte del sector textil, que es donde se hallaban empleadas la mayoría de las mujeres

obreras, la mano de obra femenina se utilizó también en otros sectores. El trabajo de las
mujeres en las minas estuvo muy generalizado en los inicios de la industrialización. Aunque
su trabajo estaba prohibido en Norteamérica y en Gran Bretaña, desde mediados del siglo
XIX, en otros muchos países siguió siendo utilizado. En Escocia, a principios de siglo, unas
2.400 mujeres y niñas trabajaban en las minas de carbón. Empezaban a los siete años. A
veces eran las transportistas, es decir, elevaban el carbón hasta la superficie, sustituyendo a
caballos y máquinas. En Bélgica y Silesia, las mujeres se empleaban como cargadoras o
escogedoras en las minas de hulla.
También era numerosa su participación en las fábricas de calzado, la industria del papel y la
fabricación de ladrillos y tejas. En España y Francia era frecuente que se encargaran de la
fabricación de tabaco; sin embargo, en Gran Bretaña eran rechazadas. También se
introdujeron en el sector metalúrgico: en Inglaterra eran mayoritarias en las fábricas de
tornillos y tuercas, donde, a mediados del siglo XIX, formaban del 80 al 90 por 100 de la
plantilla.
Mención aparte merece el sector de la confección, compuesto por mana de obra
tradicionalmente femenina, y que experimentó una gran expansión en este periodo. La
modistería se concentraba en pequeños talleres, con un personal altamente jerarquizado. En
el escalón inferior se situaba la aprendiza, encargada de los recados y de todas las faenas
que la patrona le indicaba. En el superior estaba la primera oficiala, encargada de los
trabajos más finos de la aguja. Por encima de ellas, la patrona, la dueña del taller, que
trataba directamente con las clientas de la burguesía, las únicas que podían pagar el precio
que costaba la realización de un vestido. El sector estaba absolutamente desprotegido por la
legislación y las jornadas laborales eran abusivas. Normalmente se entraba al taller entre las
ocho o las nueve horas de la mañana y, muy a menudo, no se abandonaba hasta
medianoche, especialmente en la época de más trabajo. La alta costura de París tenía mucha
fama en toda Europa por sus diseños refinados. Sin embargo, era uno de los sectores donde
la explotación de las obreras era más feroz. En este ramo también se extendió la confección
en serie, realizada enteramente por el trabajo a domicilio. Este trabajo era muy rentable
para el empresario, que pagaba unos salarios de miseria sin ningún tipo de control sindical
ni estatal. La mano de obra era esencialmente femenina, y se calculaba que a principios del
siglo xx existía, como mínimo, en Francia unas 650.000 obreras trabajando en este sector.
La aparición de los grandes almacenes produjo una demanda de grandes cantidades de ropa
y lencería ya confeccionada. Esta fue una de las razones de la difusión del trabajo a
domicilio en las grandes ciudades europeas. Una representante istribuía el trabajo entre las
mujeres, pagándolas cuando estaba acabado. Esta forma de trabajo ha sido llamado
sweating system, es decir, el sistema que hacía sudar, por ser uno de los modos de
explotación más feroces. En la época de los “saldos”, las obreras trabajaban en la máquina
desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche. A partir de esa hora trabajaban con
la aguja, para no molestar a los vecinos, hasta media noche. Y todo ello para ganar 10
céntimos por pieza. Las obreras de aguja eran las más numerosas dentro de este sector. Pero
había también otros oficios, como la zapatería, la relojería, la bisutería de fantasía, las flores
artificiales, etc., en los que parte del proceso de la fabricación solía realizarse igualmente
mediante el trabajo a domicilio.
Durante el s. XIX el trabajo doméstico conoció la época de mayor auge de su historia,
hecho relacionado con la consolidación de la clase burguesa y con el crecimiento de las
ciudades. Para la burguesía europea, tener un servicio doméstico numeroso y eficiente era
un signo de distinción y de una posición económica sólida. En la Inglaterra de mediados de
siglo había un número superior de empleadas en el servicio doméstico que en las fábricas
textiles. En Francia, en la misma época, uno de cada tres trabajadores urbanos tenía su
ocupación en el servicio doméstico. También existía entre ellos una jerarquía estricta. Había
una gran cantidad de especialidades dentro de esta ocupación que cubrían las
mujeres (criadas, doncellas, niñeras, cocineras, institutrices, etc.), a diferencia de las pocas
ocupadas por hombres (cochero, jardinero, mayordomo, especialmente). Las nodrizas
conocieron una gran expansión en el siglo XIX, pero bajo condiciones distintas a las de la
época preindustrial. Las familias de la burguesía albergaban a las nodrizas en sus propias
casas, por lo que este tipo de trabajadoras formaron una nueva especialidad dentro del
servicio doméstico. Así, se podían controlar, de una manera más directa, los progresos en la
crianza de los hijos. Muchas veces, las nodrizas urbanas se vieron obligadas a abandonar a
sus propios hijos. Entre las clases medias y proletarias también era corriente la utilización
de la nodriza, pero enviaban al recién nacido al campo considerando que, fuera de la
ciudad, en unas condiciones más saludables e higiénicas, el hijo tenía más posibilidades de
sobrevivir.

... continuará...

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