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San Cipriano (hacia 200-258) obispo de Cartago, mártir

La oración del Señor, 29-30

“Antes de la aurora, Jesús salió a un lugar solitario a orar.” (cf Lc


6,12)

Jesús no se limitó a enseñarnos a orar de palabra sino también con


el ejemplo. Le vemos a menudo en oración. Nos da ejemplo para que le
sigamos. Está escrito: “Se fue a un lugar solitario.” Y en otro lugar: “Se
fue a la montaña a orar y pasó toda la noche en oración.” (Lc 6,12) Si él,
que era sin pecado, oraba sin cesar, con más razón los pecadores
debemos orar. Si pasaba la noche en oración, con más razón nosotros
debemos velar y orar sin cesar.

El Señor oraba e intercedía no por él mismo-- ¿por qué falta


debería implorar el perdón aquel que es el inocente? – sino por nuestros
pecados. Lo manifiesta bien a las claras cuando dice a Pedro: “...Satán
ha solicitado el poder cribaros como trigo. Pero yo he rogado por ti, para
que tu fe no desfallezca.” (Lc 22,31) Más tarde intercedió ante el Padre a
favor de todos nosotros, cuando dijo: “No te pido sólo por ellos sino por
todos los que, gracias a su palabra, creerán en mí, para que todos sean
uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti.” (Jn 17,20-21)

¡Qué grande es la bondad y la misericordia de Dios en favor de


nuestra salvación! No se contentó con rescatarnos del pecado por su
sangre, sino que ha querido orar por nosotros. Pero ¡prestad atención al
que ora: como el Padre y el Hijo son uno, que nosotros también
permanezcamos en la unión!

San Cipriano (hacia 200-258) obispo de Cartagena, mártir


La Oración del Señor, 23

“Si en el momento de tu ofrenda al altar recuerdas que tu


hermano tiene algo contra ti, ... vete primero a reconciliarte con
tu hermano.”(Mt 5,23)

“Dios os juzgará del mismo modo que vosotros hayáis juzgado.” (Mt
7,2) El siervo al que el amo perdonó toda su deuda pero que no obró de
la misma manera con su compañero, es echado a la cárcel. No quiso
perdonar a su compañero y pierde así el perdón ya concedido de su
amo. (cf Mt 18,23ss) En sus preceptos, Cristo enseña esta verdad con
gran vigor. “Y cuando oréis, perdonad si tenéis algo contra alguien, para
que también vuestro Padre celestial os perdone vuestras culpas.” (Mc
11,25)

Dios nos manda que estemos en paz y buen entendimiento unos


con otros, que vivamos unánimes en su casa. Quiere que, una vez
regenerados, guardemos la condición a que hemos accedido por el
segundo nacimiento. Ya que somos hijos de Dios, quiere que
permanezcamos en la paz de Dios, habiendo recibido un mismo Espíritu,
vivamos en la unión de corazones y de pensamiento. A Dios no le
agrada el sacrifico de aquellos que viven en la discordia y la disensión.
Nos manda que nos alejemos del altar para reconciliarnos primero con el
hermano para que Dios acepte las oraciones ofrecidas desde la paz. La
más hermosa ofrenda que se pueda ofrecer a Dios es nuestra paz, la
concordia entre hermanos, el pueblo congregado por la unidad que
existe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
San Cipriano (hacia 200-258) obispo de Cartago, mártir
Tratado sobre la envidia y los celos, 12-15; CSEL 3, pag. 427-430

El cumplimiento de la ley: el amor operante

Revestir el nombre de Cristo sin seguir el camino de Cristo ¿no es


traicionar el nombre divino y abandonar el camino de la salvación?
Porque el mismo Señor enseña y declara que el hombre que guarda sus
mandamientos entrará en la vida. (Mt 19,17) Que el que escucha sus
palabras y las pone en práctica es un sabio, (Mt 7,24) y que aquel que
las enseña y conforma su vida según ellas será llamado grande en el
reino de los cielos. Toda predicación buena y saludable no aprovechará
al predicador si la palabra que sale de su boca no se convierte luego en
actos.

Así que ¿hay un mandamiento que el Señor haya enseñado con


más insistencia a sus discípulos que este de amar los unos a los otros
con el mismo amor con que él nos ha amado? (Jn 13,34) ¿Se encontrará
entre los consejos que conducen a la salvación y entre los preceptos
divinos un mandamiento más importante para guardar y observar? Pero
como el que por la envidia se ha vuelto incapaz de actuar como un
hombre de paz y de corazón ¿podrá guardar la paz o el amor del Señor?

Por esto, el apóstol Pablo proclamó también los méritos de la paz y


de la caridad. Afirmó con fuerza que ni la fe ni las limosnas ni siquiera
los sufrimientos del martirio no le servirían de nada si no respetara los
lazos de la caridad. (cf 1Cor 13,1-3)

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