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Blanch, J.Mª (1982). Psicologías Sociales. Aproximación histórica.

Barcelona: Hora.

Cap. Obediencia a la autoridad

1. Introducción 2. Objetivo 3. La experimentación


4. Resultados 5. Elementos para una 6. Otros mecanismos
teoría de la obediencia implicados en la situación
experimental
7. Comentario 8. Valoración

Introducción

La investigación de Milgram (1974) sobre obediencia a la autoridad ocupa un lugar


relevante en el ámbito de la psicología social experimental. Incluye elementos de
patente neoconductista (esquema básico S-R, variable interviniente del "estado
agéntico"...), neolewiniano (enfoque de la situación experimental total, recurso a
nociones como tensión, conflicto, distancia... etcétera) y cognitivista (atención a
mecanismos de percepción social y de atribución de responsabilidad... etcétera) .

El autor incorpora al campo de análisis psicológico experimental el fenómeno de la


sumisión a una forma de poder "legitimo" (contrapuesto al que Weber (1925)
denomina poder "coercitivo" o "dominación") del tipo "racional-legal".

Milgram no descubre nada nuevo al presentar la "autoridad" como un factor de


control social y la "obediencia" como un motivo de conducta. La originalidad
radical de su empeño consiste en su enfoque del "sistema de autoridad" como
modo de transformación personal del individuo de la condición de sujeto autónomo
a la de "agente" heterónomo.
Con ello reactualiza una de las eternas cuestiones antropológicas a las que la
sabiduría humana ha ofrecido las más diversas respuestas (desde Abraham y
Platón a Hobbes y Bakunin, Marx y Weber, Freud y Skinner, Fromm y Delgado,
Nietzsche y Foucault).

Objetivo

Milgram se propone trabajar científicamente el tema, haciendo abstracción


metodológica del punto de vista moral; pero sin cerrar los ojos al contexto
socioideológico en que se desenvuelve, ni reprimir la visión humanista de la vida,
pero al tiempo convencido de las posibilidades de progreso cognoscitivo que
ofrece el marco experimental de control de variables conductuales.

El autor parte del supuesto implícito de la irreductibilidad del fenómeno de la


autoridad a la dimensión psicológica de la obediencia; del mismo modo que
considera insuficiente una explicación de la conducta obediente en base a una
mera sociología de las instituciones jerárquicas. Por ello, no persigue tanto una
aproximación a las características de personalidad del sujeto sumiso o una
descripción de las formas de ejercicio de la autoridad en el seno de una sociedad
como un análisis de la naturaleza de las relaciones jefe-subordinado. Según él,
sólo este último enfoque proporciona los medios teóricos adecuados para la
comprensión de hechos tan "normales" y contrarios al sentido común como el de
que, en un régimen político "democrático", personas educadas y dotadas de un
cultivado sentido "moral" ejecuten "responsablemente" acciones como el tráfico de
esclavos o el bombardeo con napalm de civiles indefensos.

Una vez ha orientado el punto de mira hacia la dimensión relacional del "sistema
de autoridad", le cabe entonces adoptar la precaución de no limitar el análisis a la
consideración de un simple circuito cerrado bipersonal (autoridad-súbdito) e
incorporar al campo de observación tanto los factores estrictamente psicológicos
del individuo obediente como las características de las relaciones sociales
verticales reguladas institucionalmente y definidas ideológicamente.
Las condiciones experimentales han sido diseñadas de cara a la medición del
alcance y limites de la obediencia; lo que equivale a la evaluación del potencial de
la autoridad como fuente de poder.

La situación-estimulo, concebida como test de obediencia, consiste básicamente


en la generación de un conflicto motivacional entre dos imperativos morales
fuertemente arraigados en los individuos de todas las culturas: la obediencia a la
autoridad (honor al padre, cuarto precepto de la ley mosaica) y el amor al prójimo
(no matar, quinto mandamiento de Moisés, consejo evangélico)

Con ella, Milgram pretende detectar el nivel observable de acatamiento a una


autoridad que ordena la ejecución de una conducta tan contraactitudinal como la
de dañar a una víctima inocente: ¿qué ocurre cuando el individuo Y recibe de la
autoridad X la orden de dañar al prójimo Z?

La experimentación

a) Tiempo. La fase experimental se desarrolla básicamente durante el período


comprendido entre 1960 y 1963. El final de la elaboración teórica acontece en
1973.

b) Lugar. El flamante Interaction Laboratory de la prestigiosa Universidad de Yale,


New Haven.

c) Sujetos. Adultos (n = 500), de edad comprendida entre los 20 y los 50 años, de


los más diversos status socioprofesionales (estudiantes de liceo y universitarios
excluidos), procedentes básicamente de New Haven.

d) Reclutamiento. Mediante anuncios de prensa, se ofrece retribución por


participar en un experimento sobre "Memoria y Aprendizaje", de unos sesenta
minutos de duración aproximada. El interesado en el mismo podrá elegir el horario
de su conveniencia.
e) Convocante. El profesor Stanley Milgram, del Departamento de Psicología de
la Universidad de Yale.

f) Personal. En cada prueba, intervienen básicamente tres personajes: el


"experimentador" (la autoridad), el "aprendiz" (la víctima) y el "enseñante" (el
agente).

Los dos primeros están casi siempre encarnados por las mismas personas,
verdaderos actores especialmente adiestrados para ello. El último es el central de
la investigación y está interpretado por cada uno de los sujetos experimentales.

g) Preparación. (Según el patrón del experimento príncipe el n° 2). A la hora


convenida, se reúne el "experimentador" con los dos sujetos que habían sido
convocados para la prueba. Uno de ellos es el centro del experimento
propiamente dicho (el "ingenuo") y el otro el cómplice que realiza habitualmente la
función de "aprendiz".

El "experimentador" expone brevemente los pretendidos objetivos de la


investigación (un análisis minucioso de los efectos del castigo sobre el
aprendizaje) e instruye a los sujetos acerca de las características de la prueba.

Mediante un sorteo trucado, se asigna al sujeto ingenuo el papel de "enseñante" y


al cómplice el de "aprendiz". Repartidos los papeles, se invita al aprendiz, a
sentarse en una "silla eléctrica" colocada en la habitación contigua a la que
ocuparán el enseñante y el experimentador. Se le ata con unas correas y se fija a
una de sus muñecas un electrodo supuestamente conectado a un generador de
descargas (la máquina de castigar) que habrá de manipular el enseñante.

h) Instrumental. El tablero del "generador" electrónico está dotado de treinta


teclas dispuestas en línea horizontal, con sendos indicadores numéricos de
voltaje, ordenados desde 15 hasta 450 voltios. Cada serie de conmutadores va
acompañada de un rótulo señalizador de la intensidad de los efectos
correspondientes ("descarga ligera"; "choque intenso"; " peligro descarga
intensísima"... etcétera).

i) Tarea. Al enseñante le corresponde leer ante un micrófono la "lección" que el


aprendiz debe memorizar, consistente en series de pares de palabras asociadas. A
continuación, repite el primero de cada uno de los pares y formula cuatro
alternativas de respuesta entre las que el aprendiz ha de elegir la correspondiente
a la asociación realizada en la primera lectura y señalizar su decisión, apretando
un botón que debe encender una de las cuatro luces indicadoras de la respuesta.

Cuando cl aprendiz se "equivoca" (según un plan establecido por el investigador)


el enseñante administra el "castigo" pertinente, de intensidad creciente después
de cada respuesta errónea.

El enseñante está persuadido de la autenticidad del generador, puesto que él


mismo ha experimentado, a indicación del experimentador, antes del inicio de la
lección, una "muestra de descarga" real de 45 voltios.

Durante el desarrollo de la sesión, el experimentador asiste al enseñante ante sus


eventuales vacilaciones, incitándole (ordenándole) a continuar la tarea, mediante
consignas estándar como las de "por favor, prosiga", "el experimento exige que
usted prosiga", etcétera, y pseudoaclaraciones a propósito de la tarea o del estado
físico del aprendiz, como la de que "aunque las descargas puedan ser dolorosas,
no producen daño permanente en los tejidos. Siga, pues".

Asimismo, está previsto, además del feedback del experimentador, el del aprendiz,
quien, en su papel de víctima de los castigos, emite respuestas orales (en realidad
se trata de grabaciones) proporcionadas a la intensidad de la supuesta descarga,
que oscilan entre los pequeños quijidos hacia los 75 voltios, los gemidos de dolor
hacia los 135, los gritos de protesta y los alaridos de desesperación que crecen
hasta los 315 y los silencios inalterables a partir de los 330.
j) Medida. El grado de obcdiencia (acatamiento-resistencia; del sujeto
experimental -el agente enseñante-a la autoridad del experimcntador, viene
determinado por la descarga máxima administrada al aprendiz-victima.

k) Terminación. Finalizada la sesión, se somete al sujeto ingenuo a un meticuloso


tratamiento postexperimental, consistente en una entrevista con cl experimentador,
en la que se le informa de que, en realidad, las descargas no han tenido lugar. Se
tranquiliza su conciencia mediante un acto de "reconciliación" con la "víctima". Se
le comenta que su actitud y su conducta han resultado de lo más "normal" y se le
promete una posterior información detallada del resultado global de la
investigación en curso, a la que ha prestado su valiosa colaboración.

l) Variables. Entre los estudios-guía previos a la fase experimental y el


experimento n° 18, Milgram manipula una gran cantidad de circunstancias, en
orden a definir, con mayor precisión, las condiciones de la sumisión y de la
resistencia del individuo a la autoridad.

Los principales factores de variación entre los sucesivos experimentos se reducen


a los siguientes:

• relación de proximidad enseñante-aprendiz (agente-víctima): feedback a


distancia (1), oral (2), espacial (3) y táctil (4);
• otras condiciones, manteniendo constante el feedback oral: traslado de la
sede del experimento a los sótanos del laboratorio (5), cambio del personal
cómplice (6), lejanía del experimentador (7), mujeres como sujetos (8),
contrato limitado de la víctima (9), cambio del marco constitucional (10),
libertad de elección del nivel de descarga (11), petición de castigo por el
aprendiz (12), órdenes impartidas por individuo ordinario (13), la autoridad
como víctima (14), contradicción entre las órdenes emitidas por dos
autoridades (15), dos autoridades; una como víctima (16), rebelión de dos
iguales (17) y un igual administra las descargas, relegado el enseñante a
una función subsidiaria (18).
Resultados

Si el sentido común induce a plantearse la cuestión acerca de si algún individuo


corriente se atreverá a administrar descargas eléctricas a un semejante, la
realidad de los experimentos muestra que nadie se resiste a ello.

Las previsiones de muestras de psiquiatras, estudiantes y adultos de clase media


coincidían en predecir que ningún americano iba a ser capaz de obedecer
voluntariamente al experimentador hasta el final. Tan sólo una insignificante
minoría patológica se acercaría a los 300 voltios mientras que la mayoría de los
sujetos experimentales no iría mucho más allá de los 150; supuesta su fuerza
moral, autonomía personal y solidaridad con toda suerte de víctima inocente.

En síntesis, la obediencia total de los sujetos (la que les induce a llegar por tres
veces hasta la cota de los 450 voltios) oscila, según las diversas condiciones de
lejanía de la víctima en relación al agente, entre un máximo de un 65°/o en la
condición de feedback a distancia y un mínimo del 30°/o en la de proximidad táctil.

Los resultados de la investigación, calificados por el autor de "sorprendentes y


desanimadores a un tiempo", no podrían resultar más extraños para la lógica
convencional: la amenaza de agresión (peligro para la supervivencia colectiva)
puede venir no sólo desde los "extremos" (radicales, desviados, perversos,
anómicos... etcétera); sino también del propio centro, de la gente "normal", de
ciudadanos educados, corrientes, ajustados al orden establecido. Las otras
variables manipuladas en el resto de experimentos permiten precisar algunas
importantes previsiones para el incremento o disminución del nivel de obediencia.
Así, se confirma que la eficacia de la autoridad es función de su proximidad y
vigilancia con respecto al agente (exp. 7), de su coherencia (15), de los atributos
de la persona que los encarna más que del contenido de las órdenes que dicta
(13, 14), de ciertas circunstancias concurrentes en la situación de la víctima (16),
del contexto institucional (10), de la distancia psicológica de los actos del agente
con respecto a las consecuencias de los mismos sobre la víctima, de los efectos
de fragmentación de la responsabilidad moral implicados en la división técnica del
trabajo dirigido por la autoridad (18).

Por otra parte, se constata que el grado de obediencia guarda poca relación con
las características personales del experimentador o de la víctima (6, 8, 9,12) o
físicas del espacio marco de la investigación (15). También se observa que, ante la
misma situación, la conducta del individuo puede variar en función de si se siente
con facultad de decisión acerca de sus actos o bajo los imperativos de la autoridad
de otro (11). Asimismo, se puede comprobar los efectos de desobediencia
derivados de la presencia de iguales que se rebelan contra la autoridad (17).

Cabe señalar, además, que los resultados de investigaciones paralelas realizadas


en otras coordenadas geográfico-socioculturales, resultan significativamente
próximos a los establecidos por Milgram.

El autor considera que el fondo de sus observaciones viene reforzado no sólo por
las expectativas que habían en cierto modo despertado ciertas intuiciones de la
psicología de masa y por los resultados de recientes estudios experimentales
(aquí podrían servir de ejemplo los de Latane & Darley (1970) sobre la "difusión de
responsabilidad" o de Zimbardo (1969) sobre la "desindividualización"); sino
también por la misma práctica cotidiana de la reciente guerra de Vietnam.

Esforzándose en hallar puntos de coincidencia entre sus hallazgos y los de otro


tipo de investigaciones psicologicosociales, Milgram cuenta que Allport aplica a su
aportación la significativa etiqueta de "experimento Eichmann" (1974, 166).
Asimismo, cita a Dycks (1972) quien observa ciertos paralelismos entre los
mecanismos psicológicos detectados en miembros de las S.S. de un campo de
concentración nazi y de unidades de la Gestapo y los del típico "enseñante"; a
Elms (1972) que descubre una correlación positiva entre el nivel de "obediencia"
de los sujetos de Milgram y la puntuación en la escala F de "Autoritarismo" de
Adorno y colaboradores (1950); a Holfling et al. (1966) que constatan la sumisión
acrítica de enfermeras a las prescripciones de doctores que ordenaban la
administración de dosis excesivas de un medicamento peligroso, y a Kelman &
Lawrence (1972), quienes en su análisis de las actitudes del público
norteamericano a propósito de la masacre de My Lay, obtiene que el 51% de los
encuestados reconoce que, de hallarse en la situación de los soldados de la tropa,
habría obedecido las órdenes dictadas por el teniente Calley (lo que hace
presagiar que, en la realidad, el número de los sujetos obedientes habría sido
probablemente bastante mayor).

De cualquier modo, el autor da por resuelto el tema al comentar que "el proceso
básico de la combustión es el mismo cuando arde una cerilla que en el incendio de
un bosque" (1974, 163).

Elementos para una teoría de la obediencia

Para Milgram, la "esencia de la obediencia consiste en el hecho de que una


persona viene a considerarse a sí misma como un instrumento que ejecuta los
deseos de otra persona y que, por lo mismo, no se tiene a si misma por
responsable de sus actos" (1974, 10).

El estado agéntico. Sin minimizar el posible valor explicativo de ciertas hipótesis


etológicas, funcionalistas, cibernéticas, conductistas, cognitivistas y
psicoanalíticas, y reconociendo explícitamente la deuda de su obra hacia
aportaciones de la psicología social del poder y la influencia, el autor establece
como piedra angular de su teoría la noción de "estado de agencia". Con ella remite
a la condición de la persona incardinada a un "sistema de autoridad" en el que se
percibe como agente (ejecutor) de la realización de los imperativos de otro
(decisor).

El "estado agéntico" es definido desde dos puntos de vista complementarios:

• "cibernético". "Cuando una entidad autorreguladora es modificada


internamente de suerte que permita su funcionamiento dentro de un
sistema de control jerárquico" (1974, 127).
• "fenomenológico". Cuando una persona "se define a sí misma en una
situación social de una manera que la hace abierta a la regulación por parte
de una persona de estado superior" (1974, 127).

Desde ambos enfoques, la "clave" de la conducta de los sujetos de sus


experimentos aparece en la "naturaleza de su relación con la autoridad".

A la noción de "agencia" contrapone el autor la de "autonomía": una persona es


"autónoma" en la medida en que "se considera a sí misma como actuando por
propia iniciativa" (1974, 127).

El paso de la persona del "modo autónomo" de actuación al "modo sistemático" de


conducta en función de los fines establecidos por otro supone para ella una
"mutación crítica" que, en el actual estado de la ciencia, resulta sólo analizable al
nivel de su "expresión fenomenológica"

La condición básica para la posibilidad de la "mutación agéntica" consiste en la


práctica -usual en todas las estructuras socioculturales- de la inserción del
individuo a un "sistema institucional de autoridad" (familia, escuela, iglesia,
empresa, ejército... etcétera) que le proporciona modelos de acción, recompensas
y la plataforma cognitiva para la internalización del orden social.

El estado agéntico implica un previo reconocimiento de la autoridad a la que


someterse libremente. Para el caso concreto de los sujetos de sus experimentos,
Milgram atribuye a la ideología ambiental la legitimación institucional de un
sistema de relaciones sociales en el que se asigna al científico-técnico el
desempeño de un rol dominante y dentro del que aquéllos encuentran buenas
razones para prestarle obediencia voluntaria.

La capacidad de poder de una autoridad y la energía necesaria para motivar a un


súbdito a la obediencia no pueden determinarse, desde esta óptica, en el vacío
social; sino sólo mediante un análisis de la estructura de relaciones en la que jefes
y subordinados se hallan inmersos.
Las consecuencias más destacables del estado de agente en una persona,
consisten en su aceptación de la definición de la situación que le dicte la
autoridad, su asunción del rol de instrumento al servicio de los fines impuestos por
el superior y en su transformación moral, por la que se siente responsable no tanto
de las consecuencias de sus actos como del cumplimiento estricto de las órdenes
que le han sido dadas.

En otros términos, la obediencia no elimina la moral; sino que desplaza el centro


de gravedad de la misma, en e1 contexto de una "reestructuración del campo
social e informativo". De este modo, su componente cognitivo confiere mayor
relevancia al imperativo ético de la subordinación y al aspecto técnico de la
ejecución que al elemento interpersonal de la relación agente-víctima implicado en
la acción.

Esa nueva moralidad reduce el bien a la ley y el amor al deber; al tiempo que
establece la sumisión como base de las virtudes cardinales.

Otros mecanismos implicados en la situación experimental

Defensa. Entre los hechos observados por el autor acerca de las formas de
solución del conflicto al que se ven enfrentados los sujetos experimentales,
destacan, además de las conductas simples de obediencia o desobediencia,
aquellas que constituyen indicadores sintomáticos de un proceso "defensivo"
(Milgram no se resiste a emplear una terminología freudiana cuando lo juzga
oportuno) contra la ansiedad suscitada por la situación.

Entre ellas, destacan las de evasión, negación, conversión física, sometimiento


mínimo, subterfugio, búsqueda de afirmación social, juicio de la víctima, disensión
puramente especulativa... etcétera.

Compromiso. En un discurso que recuerda a la teoría festingeriana de la


disonancia cognitiva, Milgram constata la hegemonía de la decisión de asumir la
estructura total de la relación autoridad-agente sobre las opciones particulares
relativas a la conveniencia de obedecer órdenes concretas en el marco del
compromiso con la situación de subordinación, la disonancia derivada de efectos
singulares de la misma se verá reducida.

Entre los numerosos precedentes de la investigación de Milgram que podría


traerse a colación a propósito de este punto, merece ser destacada la realizada
por Frankl (1944) sobre la resistencia a la autoridad.

Una de las observaciones interesantes de ese trabajo es la diferenciación de IQS


niveles de obediencia de los sujetos ingenuos al experimentador a propósito de
consignas relativas a comer galletas: el grado de resistencia de los individuos
aparece como cualitativamente distinto según si perciben la realización de la tarea
que se les impone como parte del compromiso que han contraído formalmente al
optar por la participación en el experimento o si se les antoja como un capricho
arbitrario. En el primer caso, la obediencia es prácticamente absoluta (lo contrario
equivaldría a una violación del pacto); mientras que en el segundo las
manifestaciones de resistencia al imperativo se hacen notorias (acatar la orden
equivale a sumisión gratuita).

Distancia. Los experimentos sobre las condiciones de la lejanía de la víctima


inducen a considerar que la sumisión o la rebelión contra la autoridad que ordena
un acto "injusto" no depende tanto de la conciencia moral del agente cuanto de su
estructuración del campo cognitivo en el contexto interactivo.

En efecto, el grado de conflicto experimentado y expresado por el sujeto


experimental ante la misma tarea fundamental resulta distinto según las diversas
condiciones de su distanciamiento respecto de la víctima (en base a las cuales
ésta aparece como más o menos abstracta ), por tanto, su dolor como más o
menos real)

Estos resultados ponen de manifiesto el contraste entre lo "lógico" y lo


"psicológico", al tiempo que permiten identificar las diferencias en cuanto a
experiencia personal y estructura del campo cognitivo entre el artillero de un
superbombardero que apunta hacia un determinado "objetivo" y el soldado de
infantería enfrentado a un "enemigo" cara a cara "desde un punto de vista
meramente cuantitativo, es más perverso matar a diez mil personas, disparando
obuses sobre una ciudad que matar a un solo hombre aporreándole con una
piedra y, sin embargo, esta última acción es, con mucho, más difícil desde un
punto de vista psicológico (1974, 148).

Según el autor, las diferentes formas de distanciamiento entre el agente y la


víctima, entre la acción y sus efectos, "neutralizan el sentido moral", desactivando
los inhibidores que entran en funcionamiento sólo en interacciones cara a cara.

A ese respecto, Milgram se une a la pléyade de científicos sociales que llaman la


atención a propósito del "decalage" progresivo entre el nivel de desarrollo
tecnológico del potencial destructivo humano y el de los mecanismos de inhibición
biopsicológicos.

En el mismo sentido, no puede dejar de sugerir el peligro para la misma


supervivencia humana que encierra el propio "sistema de autoridad", ante el que el
individuo autónomo deviene capaz de abdicar de su humanidad para reducirse al
puro "estado de agencia".

Comentario

"...hemos podido comprobar un nivel preocupante de obediencia a las órdenes.


Con una regularidad paralizante, veíamos que las mejores personas se sometían
a las exigencias de la autoridad y realizaban acciones crueles e inexorables.
Personas que en su vida cotidiana son responsables y honradas quedaban
reducidas por la trampa de la autoridad, por sus arreos, por el control de sus
percepciones y por la aceptación, exenta de toda critica, de la definición hecha por
el experimentador de la situación que conducía a una realización de acciones
inhumanas" (1974, 119).

La perspectiva ofrecida por Milgram sugiere las siguientes consideraciones:


La "autoridad" no constituye una abstracción ni una cualidad personal, sino el
conjunto de atributos de quien juega un rol definido en un sistema de relaciones
sociales (en el presente caso, se ha tratado de un régimen de poder legítimo-
racional). Por lo mismo, el alcance y los límites de la "obediencia" son también
función de un sistema interactivo.

Los experimentos citados tienden a demostrar que cuando dos valores éticos
como el del amor al prójimo y el de la obediencia a la autoridad entran en conflicto,
en un contexto de interacción jerárquica, el segundo tiende a imponerse.

La diferencia entre las "previsiones" y los "resultados" obtenidos por Milgram


indica que los mecanismos psicologicosociales de la obediencia se rigen por
patrones que trascienden el ámbito estricto de la lógica convencional. Entre estos
patrones normativos de la conducta obediente cabe destacar los siguientes:

• cuanto más próximo, concreto y perceptible parece el dolor de la víctima,


tanto mayor tiende a ser la resistencia a la autoridad que ordena
incrementarlo.
• cuanto más cercana y vigilante permanece la autoridad en relación al
agente, mayor obediencia obtiene de él.
• cuanto más solo se halla el individuo frente a la autoridad, menos probable
resulta su resistencia a la misma. Por el contrario, si puede formar coalición
con otros, ésta aumenta.
• la "moral", la "razón", la "conciencia", la "responsabilidad"... etcétera,
individuales, ofrecen relativamente poca resistencia a la autoridad
establecida en un contexto de relaciones asumido, mediante un
compromiso personal con la situación, por el propio individuo.

El escándalo que suscitan las tesis extraidas por Stanley Milgram de los
resultados de sus experimentos (tal vez sea más digno de escándalo la
ingenuidad que haya dado pie a este tipo de reacción) le hacen aproximarse
-como él mismo reconoce- hacia controvertidas, por igualmente provocativas,
posiciones como las de Arendt (1963) acerca del perfil simplemente burocrático
(con nada en común con el de un ser cruel, sádico, sanguinario... etcétera) de una
personalidad como la de Eichmann o las sostenidas por psicoanalistas sociales
sobre el carácter simplemente "autoritario" de ciertos ejecutores -"en cumplimiento
del deber"- de acciones destructivas calificadas unánimemente de monstruosas y
atribuidas, con la misma unidad de criterio, a factores psicopatológicos extremos y
raros. "Acontecimientos como los de Holocausto pueden explicarse sin tener que
atribuir a Alemania ninguna característica psicológica que no esté ampliamente en
otras culturas; la nuestra incluida" (Simón 1981, 17). Tales barbaridades no serían
ya necesariamente imputables a una banda de psicópatas, sino a una legión de
burotecnofascistas: a un colectivo de ejecutivos eficientes y disciplinados, algunos
con sólida formación "científica", bastantes con notable capacitación "técnica",
muchos con profundas convicciones morales.

Si individuos comunes se manifiestan capaces de realizar acciones


convencionalmente diferenciales de monstruos inhumanos, pueden igualmente
explicarse ciertas monstruosidades inhumanas como efectos del comportamiento
de individuos comunes. Este sencillo razonamiento resta seguridad al presente y
consistencia epistemológica a estrategias como la armamentista, basadas en la
lógica racional de la disuasión y en el presupuesto de la capacidad humana
igualmente racional de controlar la propia conducta. En este sentido, el eco y la
resistencia suscitados por la obra de Milgram resultan equiparables a los
provocados por otros "descubrimientos" que ponen de manifiesto la fragilidad de
algún mito antropológico como el de la "racionalidad" humana (Freud, Festinger...)
o el de la capacidad "autonómica" del propio hombre (Skinner, Delgado...).

Milgram, por su parte, pone el dedo en la llaga de la ilusión acerca del carácter
acentuadamente "moral" (en el sentido más sublime del término) del
comportamiento humano. Por otra parte, su implícita afirmación de que las
relaciones sociales sostenidas en el seno de una estructura de poder
"legítimo"-"racional" (autoridad-obediencia) resultan significativamente próximos a
los que el propio Weber atribuye al tipo "coercitivo" (dominio-sumisión) constituye
otro atentado de primera magnitud contra el núcleo de la moderna miología acerca
del progreso de la barbarie a la cultura.

De cualquier modo, el autor invita a considerar con ecuanimidad sus conclusiones,


que no inducen a descartar en absoluto la presencia de elementos racionales en la
obediencia ni a la capacidad de resistencia humana (autonomía, libertad) a una
autoridad cuyas órdenes contradigan normas morales de sus súbditos: la
"auténtica posibilidad' de la desobediencia "en manera alguna queda excluida por
la estructura general de la situación experimental" (1974, 183).

En efecto, sus experimentos demuestran precisamente que, aun en las


situaciones en que el individuo está solo ante la autoridad, el "estado agéntico" no
elimina del todo la aptitud autonómica de una parte significativa de sujetos.

Tampoco es razonable derivar de los resultados de la investigación la tesis de que


el progreso cultural implique necesariamente un incremento de heteronomía. Tal
vez resulta más de acuerdo con la perspectiva que sugiere el autor la idea de que
el mejor conocimiento de las bases psicosociológicas de la obediencia a la
autoridad proporciona los elementos teóricos adecuados para el desarrollo del
componente racional que puede existir en las relaciones sostenidas dentro de un
sistema de autoridad y, al tiempo, para reforzar la autonomía de los individuos
hasta el punto de capacitarlos para la eventual resistencia a una autoridad que
ordenara dañar a victimas inocentes.

En síntesis, para el autor, la psicología social ha puesto de manifiesto que las


relaciones de autoridad no constituyen el efecto social de simples predisposiciones
personales al "autoritarismo" ni tampoco el puro resultado institucional de un
régimen político "totalitario". Consisten, a su juicio, en un tipo de situación que
puede afectar también el comportamiento de individuos "normales" y que es
susceptible de darse en contextos "democráticos".

Valoración
Nadie ha puesto razonadamente en cuestión el hecho de que Milgram haya
conseguido introducir en el ámbito del laboratorio un tema social de interés
relevante, incorporar hipótesis y modelos interdisciplinares y extraídos de una
pluralidad de orientaciones teóricas y combinar sugestivamente investigación y
humanismo, rigor metodológico y apertura intelectual, en uno de los trabajos
experimentales de mayor trascendencia en el campo de la psicología social.

Como es lógico suponer, una aportación como la presente ha debido suscitar las
más diversas reacciones, tanto por lo que se refiere a los aspectos ideológico y
ético como epistemológico y metodológico. Así, algún que otro literato-moralizador
se resiste a tomárselo en serio, a la vista de la distancia que separa sus
contenidos de los propios mitos sobre la moralidad humana. Otras reservas
apuntan hacia los problemas de la representatividad de la muestra de sujetos
experimentales; de los efectos extraños que haya podido inducir el experimentador
en el laboratorio o de los contrastes entre las situaciones artificiales observadas y
los procesos reales de la vida social o hacia la cuestión de si el fenómeno
investigado consiste propiamente en la obediencia individual a la autoridad o si se
trata más bien (de un ejercicio de agresión en un contexto institucional.

Son también frecuentes los comentarios deontológicos en torno al problema de la


relación medios-fines, planteado a propósito del posible carácter "traumatizante"
de la experiencia de tensión emocional a que son sometidos los sujetos ingenuos,
quienes además son objeto de "engaño". A ello responde Milgram precisando la
calidad del tratamiento pre y postexperimental que se da a los sujetos y presume
del caso de uno de ellos (joven) que no dudó en llegar al límite máximo de la
obediencia en el proceso experimental y que, a consecuencia de la reflexión a
propósito de esta experiencia, persigue y consigue el estatuto de "objetor de
conciencia" (1980, 187).

Desde una posición sociológico-critica (Poitou, 1973; Mugny, 1980) se acusa a


Milgram de no haber tomado suficientemente en cuenta el hecho de la inserción
social de la institución científica en un sistema de autoridad, en el que el
experimentador ostenta el rango de experto legitimado para exigir respuestas
obedientes dentro del ámbito de su competencia. Ello suscita dudas acerca de la
validez de un análisis de relaciones de poder realizado desde una situación de
ejercicio de poder.

Por su parte, Doise (1982) critica en la obra de Milgram un típico desfase en


psicología social experimental: las "operacionalizaciones" se apoyan sobre
variables "intrasituacionales", la "teorización" remite a procesos "intra e
interindividuales" y la referencia al marco "ideológico" no va más allá de la mera
"ilusión".

Harre (1979) presenta el experimento de Milgram como un ilustrativo ejemplo de la


dificultad de comprensión de los fenómenos observados en el laboratorio "cuando
no se atiende a las interpretaciones y creencias de los actores". Desde un punto
de vista etogénico, la situación experimental permite detectar no la "obediencia" a
una autoridad, sino la "confianza" en un experimentador -que se establece,
negocia y renueva a lo largo de la interacción sostenida entre el sujeto ingenuo y
el que desempeña el rol de "investigador". Harre se apoya en la réplica
experimental de Mixon (1971) a Milgram, según la cual la manipulación de las
creencias e interpretaciones de los sujetos induce a demostrar el importante papel
que juega la confiabilidad percibida en el experto (a través de sus gestos y
actitudes) en orden a la determinación del nivel de obediencia manifiesta al
mismo.

En cambio, Aronson (1972) entiende que el experimento en cuestión, estando


saturado de "realismo experimental" (en él, el sujeto se toma realmente en serio la
situación; así como sus respuestas a los estímulos manipulados por el
investigador), padece, sin embargo, de un importante déficit de "realismo
mundano", al no existir -según ese autor- relaciones significativas entre la
situación vivida por el sujeto en el laboratorio y las que vive en su medio social
cotidiano. El valor predictivo de la teoría de la "obediencia a la autoridad" se
restringiría a las supuestamente escasas ocasiones "reales" de estructura similar a
la diseñada en el laboratorio milgramiano.

Pero, aparte de las relaciones de poder y de confianza que lleguen a instaurarse


:en los dominios del investigador, cabe considerar también las "reglas implícitas"
de la interacción experimentador-sujeto experimental, que inducen a plantear
razonables dudas acerca del grado de "validez ecológica" de los experimentos de
Milgram; no por el mero hecho de haber sido realizados en el marco del
laboratorio, sino por la estratagema que en ellos se ha empleado de cara a
conferir "plausibilidad" y "realismo" a la situación.

Orne & Holland (1968) sugieren que lo que tal vez haya demostrado Milgram en
sus primeros trabajos (1965) no es tanto la "obediencia" del ciudadano común a la
autoridad que reconoce como legítima, cuanto la "complacencia" del sujeto
participante a las "demandas características" de la situación experimental.

Orne (1962. 1969) demuestra que en el laboratorio los sujetos se someten a la


realización de unas tareas extraordinariamente pesadas y absurdas, tratando de
mostrarse serviciales ante un investigador que "bien debe saber lo que se trae
entre manos". Según él, ello no supone ninguna garantía de que los mismos
sujetos se comportarán de modo similar en su vida cotidiana. Consideradas las
homologías estructurales entre la conducta antihedónica de sus sujetos y la
antimoral de los de Milgram, sugiere que éste no debe extrapolar lo que ha
observado en el contexto experimental a las situaciones de la vida real. (Quien
comparte el punto de vista de Milgram podría arguir que la vida real está llena de
casos de gente que, en contextos institucionales -"legitimados"-, realiza tareas
penosas, absurdas, violentas y destructivas y que, si de algún modo la
"obediencia" es reductible a "complaccncia" ¿por qué no ha de serlo, a su vez, el
"efecto Orne" al "efecto Milgram"?)

De cualquier modo, para Orne & Holland, la relevancia antropológica, politica y


moral de la investigación de Milgram ha eclipsado la problemática metodológica
que la misma plantea: "Gran parte de la aceptación depende de la medida en que
los resultados se adecúan al 'Zeitgeist' y a los prejuicios de la actividad científica.
El talento con que Milgram presenta sus resultados y los efectos que originan
tienden a oscurecer serios problemas acerca de su validez" (1968, 242). La más
seria de las reservas de procedimiento que suscita, a su juicio, es la de la
"manipulación del engaño": "el engaño es un intento por parte del investigador por
eludir aquellos procesos cognoscitivos del sujeto que interferirán con su
investigación, pero cuando tal experimento se realiza, resulta vital que el
investigador determine si es el sujeto o él mismo el engañado" (1968, 245).

Orne & Holland, intentando ponerse dentro de la piel del sujeto experimental,
consideran que lo que éste hace está en función de su modo de captar la
situación, en virtud del cual realiza su composición de lugar atendiendo a las
"instrucciones" que le proporciona el experimentador y a toda otra suerte de
"indicios" (Garfinkel, 1967). Y que, cuando resuelve un conflicto situacional, lo que
aparece en primer término como una respuesta a instrucciónes recibidas, puede
resultar en realidad una conducta orientada por indicios percibidos.

A ese respecto, la coyuntura más "incongruente" vivida por el sujeto experimental


será la del contraste entre la gravedad de los acontecimientos desarrollados y el
tranquilo comportamiento del experimentador. Ante ella, según los autores se
comportará no sólo en función del reconocimiento explicito de la autoridad
legítimamente ostentada por el director del experimento sino también convencido
de la operatividad de la "regla implícita" de que nada grave puede acontecer en el
marco experimental. En tal caso, la propia conducta del experimentador es
captable como un comunicado expreso de que en realidad no es importante lo que
está ocurriendo al aprendiz-víctima. Por ello, "el paradigma de Milgram
desemboca en una paradoja inevitable. Existen algunas cosas que el sujeto no
haria, pero hay comportamientos que sabe que el experimentador no le pedirá que
realice; por tanto, cuando el experimentador le pide que emprenda una acción que
conducirá a un serio perjuicio para él o para alguien más y le comunica que el
sujeto va a realizar esos actos, le comunica también que esto no conducirá a sus
consecuencias aparentes. Que el sujeto en un experimento ponga en práctica
comportamientos que parecen destructivos para él mismo o para otro, refleja más
su disposición de confiar en el experimentador y en el contexto experimental que
lo que haría fuera de la situación experimental" (1968, 255).

Orne & Holland concluyen que "los estudios de Milgram sobre obediencia, aunque
no logran proporcionar un modelo viable para la investigación científica de la
violencia, constituyen con todo una piedra miliar en la psicología social. Al
demostrar que es posible permanecer dentro de convenciones actualmente
aceptadas y, sin embargo, llevar al experimento psicológico más allá de sus
limites, los estudios sobre la obediencia nos obligan a considerar cuáles son estos
limites y a apresurar la llegada del día en que los problemas de validez ecológica
recibirán la clase de atención cuidadosa que actualmente se dedica a la inferencia
estadística. Finalmente, Milgram se ha atrevido a intentar el estudio científico
sistemático de un problema urgente al que actualmente se enfrenta nuestra
sociedad. Si bien se necesitarán nuevos medios para alcanzar esta finalidad, al
concentrarse en los problemas vitales, Milgram ha dado un nuevo ímpetu a un
campo sumamente atractivo" (1968, 257).

El trabajo clásico de Milgram (1965. 1974) permanece como un camino abierto por
el que se ha avanzado aún cortos pasos. Probablemente esto sea debido al hecho
de que constituye una especie de momento álgido de la época dorada de la
psicología social psicológica experimental. La "crisis" que ha caracterizado la
autoconsciencia de la disciplina a lo largo de los setenta, avivada por las
controversias en torno a la validez de los trabajos de laboratorio en las ciencias
humanas y por cl creciente consenso en torno a la necesidad de incorporar a la
investigación psicologicosocial una mayor dosis de variables cognitivas y
macrosociológicas, ha frenado sin duda el empuje que el autor hubiera podido dar
a las investigaciones en la línea por él emprendida.

En ese sentido, los numerosos ensayos de validación transcultural realizados a


propósito de los hallazgos de Milgram en suelo norteamericano no resuelven los
problemas de fondo planteados por la crítica de que éstos han sido objeto.
Resultan más bien dignos de mención ciertas aproximaciones a aspectos
parciales del modelo original como los estudios sobre la relación del grado de
obediencia con variables como personalidad (Elms & Milgram, 1966), inteligencia
(Burley & McGuinnes, 1977j, sexo (Kilmam & Mann, 1974) o edad (Punch &
Rennie, 1978); sobre el nivel de obediencia obtenido según si el sujeto
desempeña el rol de agente "transmisor" o "ejecutante" de las órdenes recibidas
del experimentador (Kilham & Mann, 1974); sobre la servicialidad del sujeto
experimental (Crano & Brewer, 1977); sobre el efecto del engaño en el desarrollo
del experimento (Bickman & Zarantonello, 1978) o sobre la ética de la
investigación (Kelman, 1969) -tema al que vuelve el propio Milgram (1977).

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