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Philip Zimbardo
En su análisis, Arendt decía que, por todo lo que sabemos sobre su historia
antes de ir a Auschwitz, Eichmann era esencialmente una persona normal. Y
cuando salió de Auschwitz volvió a ser evaluado como una persona normal.
De modo que la pregunta precisa es, ¿cuál fue el proceso de transformación
entre el antes y el después de su inclusión en esa situación? Como psicólogo
social, traigo a la mano el poder de las situaciones para transformar a las
personas buenas en malas, que es lo que he estado investigando desde mi
estudio de la prisión de Stanford allá por 1971. Digo que existen algunos
rasgos de las situaciones especiales que pueden corromper a la persona
mejor y más brillante. Las personas normales, aún las buenas personas. No
todas, pero la mayoría. Y las que resisten, las que de algún modo tienen la
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Traducción Susana Tesone
capacidad – la sofisticación situacional – para resistir, son las excepciones.
De hecho, voy a llamarlas héroes.
Miré hacia arriba y dije, “hey, Chris, mira eso”, y me di vuelta para mirarla.
Ella miraba y le dije, “ eh, ¿no lo ves, no es interesante?” Ella comenzó a
llorar, y se fue corriendo. Yo la seguí, y dije, “¿no lo ves, no es interesante?”
Dijo, “Es terrible lo que les están haciendo a esos chicos. Realmente no sé si
quiero continuar viéndote.” Habíamos comenzado a salir recientemente, y
dijo, “no estoy segura de querer continuar nuestra relación, si esto eres tú
realmente; no eres la persona a la que quiero amar.”
Así que este fue el inicio de mi pensamiento sobre el heroísmo, sobre lo que
hace que las personas se involucren en actos heroicos. Sucede que, más
recientemente, hubo un incidente de heroísmo aún más dramático. Un
reservista MP – un privado en el escalafón más bajo de la carrera militar –
llamado Joe Darby, vio las imágenes horrendas del abuso en Abu Graib, que
le dio su colega, el cabo Charles Graner en un CD que estaba circulando en
esa locación entre los soldados. Darby vio los cientos de imágenes de abuso
y degradación de los detenidos iraquíes, y dijo, “esto es horrible – es
inmoral. Tengo que mostrar esto a las autoridades; no se puede permitir que
esto continúe.”
Lo que detuvo los abusos fue su acto. Esto fue especialmente heroico
porque, siendo un reservista en el escalafón más bajo de la armada privada,
tenía que llevar esa evidencia a un oficial superior en la unidad de
investigación, y esto supuso un enorme valor. También sabía que los colegas
de su unidad iban a tener problemas, y que si ellos tenían problemas, habría
serias consecuencias. A saber, podrían lastimarlo o aún asesinarlo. Pero lo
hizo de todas formas; hizo lo correcto. Al final, tuvo que ser puesto bajo
protección con custodia por tres años porque todos querían matarlo – no
solamente las personas de su unidad, sino las de su pueblo. Los militares
tuvieron que esconder también a su madre y a su hermana para proteger
sus vidas. Darby fue visto como un traidor a Norteamérica, al honor de los
militares y a la administración de Bush porque expuso los abusos y se
transformó entonces en un enemigo del pueblo. El mensajero era el
enemigo, más que las personas que le dieron ese mensaje. Esos dos actos
fueron actos de heroísmo de personas comunes y, para mí, esta es
realmente la otra cara de la moneda de la banalidad del mal de Hannah
Arendt, que he denominado “la banalidad del heroísmo”.
Los héroes son de dos tipos. Hay héroes de toda la vida: personas que
dedican su vida entera a una misión, a una causa, al sacrificio de sí mismos
– la madre Teresa, Nelson Mandela, Desmond Tutu, Gandhi, sólo para
mencionar a unos pocos. Son individuos extraordinarios. En cambio, la
mayoría de las personas en el mundo que se involucran en actos heroicos
son más como Cristina o Joe Darby. Son individuos que se encuentran de
pronto en una situación particular – en la que otras personas miran para
otro lado o continúan perpetrando el mal – y que, por alguna razón que
desconocemos, toman una acción heroica. Hacen algo para pararla – llaman
la atención sobre ella o la desafían de un modo directo. Esta acción es
“heroica”, aún si las personas son “comunes”. Mi sensación es que la típica
noción que tenemos de los héroes como superestrellas, como superhéroes,
como Superman, y Batman, y Mujer Maravilla, nos dan una falsa impresión
de que ser héroe significa poder hacer algo que ninguno de nosotros puede
realmente alcanzar. Quiero plantear exactamente lo opuesto: que lo que
tenemos que hacer más y más es cultivar la “imaginación heroica” –
especialmente en nuestros hijos. Los modelos de conducta que queremos
darles no son los de las estrellas de rock, los de los artistas de hip hop, ni los
de las celebridades de los medios o de los deportes, - o aún de los héroes de
historietas. Por el contrario, es el héroe común del subte neoyorquino,
Wesley Autrey, el obrero de la construcción afro-americano que salvó la vida
de un joven que había caído a las vías del tren. Mientras otras 75 personas
observaban pasivamente, él hizo que un extraño se hiciera cargo de sus dos
hijas y saltó a salvar de la muerte o del desmembramiento por el tren que
se aproximaba a alguien que no conocía. “Hice lo que haría cualquiera, lo
que todos deberían hacer”, fueron los dichos clásicos y comunes del héroe
Autrey.
Los héroes que denuncian o llaman la atención sobre algo también están
deseosos de levantar el velo del secreto que comúnmente encubre la
verdad, la codicia y las prácticas ilegales. Como respuesta a las presiones
para ser un integrante del equipo, adaptarse al programa, ver la situación
tal como la encuadran los demás, estos héroes están dispuestos a resistir
esas presiones sociales y profesionales y ver la situación no tal como es,
sino “tal como debería ser”.
Pienso que lo mismo puede decirse de WorldCom y de Enron. ¿Por qué las
cosas estuvieron mal por tanto tiempo? Y estos no eran alumnos pequeños
en una clase; se suponía que Enron había contratado a las mejores y más
brillantes mentes, y, por mucho tiempo, muchos sabían que abundaban las
prácticas ilegales, que los libros se cocinaban, y que las mentiras sobre el
éxito de la compañía se seguían esparciendo a pesar de que se estaba
hundiendo. El sistema no empoderó a las personas para cuestionar o
desafiar nada aunque todo estaba yendo horriblemente mal. Es lo que hoy
se conoce con el nombre de “el mal administrativo”, en el que los sistemas
adoptan ideologías político-legales que habilitan todos los medios
necesarios para alcanzar el objetivo final deseado de ganancias, de éxito, de
“mejor, más rápido, más barato”. Eso va más allá de enseñar la imaginación
heroica a los individuos para construir en nuestras instituciones sistemas
que crearán un atmósfera de empoderamiento – para los estudiantes, para
los empleados, los pacientes, los feligreses, para cualquiera dentro de la
órbita del poder. Mi investigación revela cuán fácil es crear ambientes que
extraerán lo peor de las personas. Es hora de examinar la otra cara de la
moneda y descubrir cómo crear ambientes que saquen lo mejor de la
naturaleza humana, que permitan verdaderamente a las personas comunes
ir más allá de resistir la tentación de desafiar su dominio.