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El comercio internacional había perdido su carácter multilateral desde las crisis de los 30 y
la Segunda Guerra. Las negociaciones se hacían como parte de convenios bilaterales. A
ellos, una vez terminada la guerra, se incorporaron países de Europa occidental, central y
del Este, bajo el control soviético.
El Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio (IAPI) fijaba un precio de compra a
los productores y negociaba las cosechas en los mercados externos a otro precio. Los
precios de los alimentos, entre 1946 y 1948, tuvieron un alza notable, debido al aumento de
la demanda, con el fin de la guerra. El IAPI compró en el país a los productores a un precio
inferior al que vendió.
El artículo 17 del decreto del presidente Farrell, de 1946, disponía que los recursos del IAPI
se formarían con las diferencias entre la compra y la venta de divisas en sus operaciones
con el exterior, para las que se le daba al Instituto el monopolio. No sólo se incluyeron los
recursos provenientes de las operaciones de cambio, sino también los provenientes de las
diferencias entre los precios de compra (locales) y los de venta (externos), para las
exportaciones, y de compra (internacionales) y venta (locales), para las importaciones.
Por otro lado, el IAPI no sólo actuó en el mercado externo, sino que, en casos como el del
trigo, también actuó en el mercado interno. Sus operaciones abarcaron entre el 60 y el 90%
del valor de las exportaciones y debían rondar entre los 500 y los 700 millones de dólares.
Pero el IAPI no financió su operaciones sólo con recursos propios, sino que lo hizo, en gran
medida, con créditos de la banca oficial, del Banco Nación y del Banco de Crédito Industrial,
redescontados por el Banco Central. Esta fue una fuente de recursos de enorme
importancia, que le permitió al gobierno un amplísimo margen de discrecionalidad, ya que
esos recursos no estaban sometidos al control del Congreso, en la votación del presupuesto
y en la ejecución de los gastos en las cuentas de inversión.
Con creación de dinero, el Banco Central financió operaciones del IAPI, el rescate de las
cédulas hipotecarias y el redescuento de la operación corriente del Banco Hipotecario, la
compra de empresas de servicios públicos que se nacionalizaron, como la Unión Telefónica,
y necesidades fiscales por montos muy significativos.
Con la nacionalización de los depósitos de los bancos comerciales que pasaron al Banco
Central se reorientó el crédito por medio de los redescuentos. El dinero volvía a los bancos,
aunque no necesariamente a éstos. Los oficiales recibieron la mayor parte de los
redescuentos. El Banco Central pagaba a los depositantes el interés, pero a una tasa que,
en términos reales, resultó negativa.
La Memoria del Banco de 1946 decía: "A través del redescuento de las carteras bancarias se
pueden ahora regular eficientemente el volumen y la orientación del crédito, en la medida
en que el desarrollo ordenado de la economía lo requiera". El crédito ayudó principalmente a
los sectores público e industrial.
Durante todo el peronismo, esos créditos aparecieron en los activos de los bancos oficiales,
y los redescuentos en el Central, aunque, de hecho, fueran incobrables. Así se lo reconoció
en 1957, cuando se emitió un bono del gobierno para sustituir, en el Central, los créditos
por redescuentos incobrables. Las deudas de los bancos por los redescuentos fueron
condonadas contra la cesión de sus créditos a la entidad que debía liquidar el IAPI.
La deuda que asumió el Estado en 1957 no estuvo registrada en la Tesorería, ya que para
los bancos eran deudas de organismos descentralizados (y de empresas y gobierno al IAPI)
redescontadas por el Banco Central que, como no se recuperaron, o sólo muy parcialmente,
fueron financiadas con emisión de dinero. Ese bono cubrió el déficit en el que en sus
operaciones habían incurrido empresas y organismos descentralizados.
El déficit fue financiado con créditos que nunca se pagaron y para los que el Banco Central
había emitido dinero.
Esta deuda nominal que no estuvo registrada y que pasó a la Nación fue licuada por la
inflación.
El bono de saneamiento fue de $ 27,6 mil millones, mientras que si se hubieran mantenido
las deudas en dinero constante habría sido de $ 73,7 mil millones, lo que implica que la
inflación licuó deuda del gobierno por $ 46 mil millones.
Por suponer que no había en el sector privado capitales suficientes para obras de gran
envergadura o porque se trataba de sectores estratégicos, el gobierno se hizo cargo de un
gran número de empresas, algunas existentes, como YPF; otras que fueron nacionalizadas,
como las de trenes, teléfonos, marina mercante y energía, y otras que fueron
deliberadamente creadas, como Aerolíneas, Somisa, YCF, etc. Se abarcó a las empresas de
servicios públicos, pero también a las actividades extractivas e industriales.
Las empresas del Estado, por el volumen de su facturación, estuvieron entre las más
importantes del país. Se supone que una empresa pública debería gestionarse del mismo
modo que una privada, con el objetivo de maximizar sus beneficios. No fue así en el
gobierno peronista porque no siempre se asignaron a las empresas estatales los objetivos
de producción de bienes y servicios, sino que les fueron impuestos otros: dar empleo,
subsidiar el consumo vendiendo a precios menores a sus costos, etc.
También fueron distintos el financiamiento y los riesgos. Si las empresas estatales tenían
déficit, recurrían al gobierno y no eran declaradas en quiebra. Con mecanismos tan
confusos y complejos, la utilización de estas empresas para dar favores políticos y la
corrupción en su gestión fueron bastante generalizados. Algunas empresas compraban a
otras empresas estatales insumos a precios mayores que los del mercado. Así, no es difícil
comprender que los resultados fueran muchas veces negativos. En gran medida, los déficit
fueron financiados con créditos bancarios que redescontaba el Banco Central.