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LA POLÍTICA MUNDIAL
e-mail: olcesemario@latinmail.com
Todos los cristianos sabemos muy bien que Jesucristo vino al mundo
para predicar un mensaje o evangelio para todos los hombres.
Evangelio viene del griego “evangelon”, que quiere decir “buenas
nuevas” o “buenas noticias”. Sin embargo, son pocos los que saben
de qué se trata este mensaje o buenas nuevas que Jesucristo predicó
insistentemente. Sí, la tragedia del cristianismo contemporáneo consiste
en que aún persiste una confusión y una ignorancia total del contenido
del evangelio cristiano original, debido a que no es predicado, ni
explicado, por los clérigos y pastores de hoy, salvo muy raras
excepciones. La mayoría de las iglesias han cambiado el evangelio
original por una esperanza más allá de este mundo, y que se basa en:
“La morada eterna en el cielo de las almas inmortales de los
creyentes, para tocar bellas melodías para el Señor, con una lira
o arpa dorada”.
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“Buenas Nuevas”, pero: ¿de qué? De modo que cuando decimos que
Cristo vino a predicar buenas noticias al mundo, en realidad no estamos
diciendo prácticamente nada. Tenemos que explicar de qué se tratan
esas buenas noticias para que tenga sentido y entendimiento cabal
nuestra predicación acerca del evangelio.
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Queda demostrado, entonces, que Cristo, y sus discípulos, predicaron
algo que se llamó el evangelio o buenas noticias del reino de Dios.
Y recuerde que este reino de Dios no era un mensaje nuevo para los
paisanos de Jesús, pues de él se habló ampliamente en casi todo el
Antiguo Testamento. Sólo basta con abrir cualquier concordancia
bíblica, y usted descubrirá los numerosos pasajes en donde aparecen
la palabras “reino” y “reinar”. Parte de esos pasajes se refieren a
reinos mundanos y perecederos como el de Babilonia, Medo-Persia,
Egipto, Grecia, Etiopía, etc. Otra parte se referirá al reino de Dios, que
es contrastado por su carácter divino, celestial e imperecedero. “Y
en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino
que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro
pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él
permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).
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implantarse en el corazón del creyente, pues ello indicaría que “el
corazón” es el territorio del reino, y eso parece ridículo. Repetimos, la
única forma de saber lo que es exactamente el reino de Dios, es
acudiendo a la fuente misma de dicha enseñanza o doctrina, es decir, la
Biblia.
Las Santas Escrituras nos hablan de que Dios formó al hombre y le dio
el planeta tierra para que lo habitara felizmente con su esposa y su
descendencia. Definitivamente la tierra fue creada para que fuera
poblada por los hombres que Dios crearía más adelante. Dice el rey
David: “Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a
los hijos de los hombres” (Salmos 115:16). Nótese que el cielo no es
para el hombre sino para Dios. Ahora bien, la tierra sí fue hecha para
que el hombre la habitara y cuidara para su bien. Dios la preparó con
oxígeno, agua, luz, vegetación, y animales para que le fueran de
beneficio. Difícilmente se podría encontrar otro planeta como el nuestro
que pueda albergar a tanta variedad de seres vivos. Lo importante de
todo esto es que jamás Dios pensó trasladar al hombre a otro lugar o
dimensión fuera de la tierra. Por eso, no es de extrañar que en el
mundo de mañana, sólo los justos la habitarán para siempre, en tanto
que los impíos y malvados serán erradicados de ella para siempre. Dice
el sabio rey Salomón: “El justo no será removido jamás (de la
tierra); pero los impíos no habitarán la tierra” (Proverbios 10:30).
Esto es interesante y muy curioso, pues los justos permanecerán en la
tierra (no en el cielo) para siempre. Sólo los malos dejarán de existir en
la tierra, pues serán destruidos para siempre, pues dice también el rey
David: “Porque los malignos serán destruidos, pero los que
esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra...” (Salmos 37:9,34).
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como rey y soberano del pueblo. Dice 1 Samuel 8:4,5: “Entonces
todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para
ver a Samuel, y le dijeron: He aquí tu has envejecido, y tus hijos
no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey
que nos juzgue, como tienen todas las naciones”.
Saúl fue el primer rey que tuvo Israel, según se nos revela en el Antiguo
Testamento. Su reinado fue irregular, y estuvo plagado de
desobediencias o rebeldías de su parte. Finalmente, Saúl fue destituido
del cargo y reemplazado por un joven pastorcito de ovejas llamado
David, hijo de Isaí. Este vino a reinar un total de cuarenta años, 7 años
en Hebrón, y 33 años en Jerusalén, la ciudad capital del reino.
Con el rey David Dios hizo un pacto solemne e importante el cual decía:
“Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres,
yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá
de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi
nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le
seré a él padre, y él me será a mi hijo. Y si él hiciere mal, yo le
castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de
hombres, pero mi misericordia no se apartará de él como la
aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu
casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono
será estable eternamente.” (2 Samuel 7:12-16).
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Ahora bien, el último rey judío que tuvo el trono de David fue
Sedequías, quien igualmente fue impío como muchos de sus
antecesores. Éste fue destronado por el rey babilónico Nabuconodosor
en el año 586 A.C. Desde esa fecha se interrumpió la dinastía del rey
David hasta el día de hoy. Es decir, por casi 2,500 años Israel ya no
tiene un rey que los gobierne. No obstante, es interesante prestar
atención especial a la sentencia que le hizo Dios al rey Sedequías, antes
de ser depuesto. El profeta Ezequiel, en su capítulo 21, y versos 25-27,
dicen así dichos versículos: “Y tú (Sedequías), profano e impío
príncipe de Israel, cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la
consumación de la maldad, así ha dicho Jehová el Señor: Depón
la tiara, quita la corona; esto no será más así; sea exaltado lo
bajo, y humillado lo alto, a ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y
esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y
yo se lo entregaré”.
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de Dios predicado por Jesucristo. Por eso, cuando Juan el Bautista
apareció en la historia como el precursor del Mesías, o del pretendiente
al trono, y habló del “acercamiento del reino”, sus oyentes sabían
perfectamente de qué cosa estaba hablando él (ver Mateo 3:2). Sí, sus
discípulos (los de Juan) sabían que el reino de David sería restaurado en
la persona de un descendiente suyo o “el Mesías”. ¡Cuánto necesitaban
ese reino los judíos con tanta opresión romana! Por eso, cuando Juan
anunciaba el acercamiento del reino del Mesías o Cristo, los judíos
debieron sentir una esperanza refrescante de liberación de la opresión
del invasor romano. Por ello, no es de extrañar que los discípulos de Juan
preguntasen a Jesús: “¿Eres tú aquel que había de venir, o
esperaremos a otro? (Mateo 11:3). Sí mi amigo, el reino y su rey eran
esperados por el pueblo hebreo por siglos.
Como vimos, David fue rey de Israel por espacio de 40 años. Esto quiere
decir que Jesucristo, como hijo de David, es de “sangre azul”, y por
tanto, es aquel que tiene el derecho de retomar el cetro, la tiara y el
trono de David según la profecía de Ezequiel que mostramos. Sí, Jesús es
aquel que reanudará o restaurará el reino de David en Israel. Él será el
gobernante de Israel y del mundo entero. Jerusalén, la ciudad amada por
judíos, cristianos, y musulmanes, será la sede mundial de su reino,
pues Jesucristo mismo lo dijo enfáticamente con estas palabras: “Pero
yo os digo: No juréis en ninguna, ni por el cielo, porque es el
trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies;
ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey” (Mateo
5:34,35).
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Pero veamos otros pasajes importantes de la Biblia con respecto al
reino de David. Cuando Cristo habló de la restauración del Reino, él dijo
lo siguiente: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y
todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono
de gloria... Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid,
benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros
desde la fundación del mundo” (Mateo 25:31,34).
Sí, los hombres comprendieron que Cristo era aquel Mesías o heredero
del trono de David por todo lo que enseñaba sobre su reino. Así, cuando
Jesús estaba por entrar en Jerusalén para evangelizar a sus hermanos,
y cumplir con su misión, el pueblo le decía: “¡Hosanna! ¡Bendito el
que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro
padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!” (Marcos 1:9,10).
Igual ocurre con la Parábola de la Diez Minas, la cual fue pronunciada
por Jesús por razón de que los discípulos pensaban erradamente que el
reino se manifestaría inmediatamente ( Ver Lucas 19:11,12). Como
vemos, los judíos tenían una creencia real y concreta sobre el reino de
David, el cual sería restablecido en Jerusalén por un descendiente suyo
(de David). Esto ya lo había anunciado claramente el ángel Gabriel a
María cuando le dijo: “Y Ahora concebirás en tu vientre, y darás a
luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será
llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de
David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y
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su reino no tendrá fin” (Lucas 1:31-33). Trágicamente, millones de
cristianos han pasado por alto este singular texto que revela todo sobre
el futuro reinado de Cristo. Este texto ha sido torcido, mal interpretado,
“espiritualizado”, y hasta ignorado. Los curas católicos no saben cómo
explicarlo. Aquí hay una profecía que debe ser tomada literalmente, y
al pie de la letra, como ocurrió con el anuncio de su nacimiento
virginal. Nótese que el ángel Gabriel profetiza que Jesús será grande y
será llamado Hijo del Altísimo. También dice que Dios le dará el trono
de su ancestro David (el cual debe estar escondido por algún sitio, así
como también lo debe estar el “arca perdida” de oro). Luego se profetiza
que reinará sobre la casa (= país) de Jacob (=Israel) para siempre, y
su reino no tendrá fin. Si esta parte de la profecía no lo creemos
literalmente, ¿por qué tendríamos que creer entonces literalmente su
nacimiento virginal de María? Creemos que debemos ser consecuentes
con nuestra exégesis bíblica para no caer en errores desastrosos. O
tomamos toda la profecía de manera literal, o bien, de manera
simbólica, pero no ambas.
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Y como dijimos antes, Jesús se presentó resucitado a sus discípulos
durante 40 días, predicándoles acerca de su reino que él restablecería o
restauraría en Israel en su segunda venida en gloria. Leemos lo que dice
en Hechos 1:3: “a quienes también, después de haber padecido,
se presentó vivo (Jesús) con muchas pruebas indubitables,
apareciéndoseles durante 40 días y hablándoles acerca del reino
de Dios”. Pero sus discípulos estaban errados con respecto al tiempo
de esa tan anhelada restauración del reino davídico, porque lo creían
inminente. Ellos le preguntaron a Jesús: “Señor, restaurarás el
reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6). Pero Jesús sólo se limitó
a decirles que Dios es el único que sabe el tiempo exacto para esa tan
esperada restauración del reino de Dios (v.7).
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existencia en Cristo y una longevidad increíble. Hoy, con suerte pocos
llegan a los cien años de edad, viejos y con achaques. Pero en la era
venidera de justicia, la vida será prolongada como la que tuvo Adán, y
no será cosa extraña. Recordemos que Adán prácticamente vivió 1000
años (Génesis 5:5). ¡Justo el tiempo que durará el reinado milenario de
Cristo! ¿Acaso Cristo no vendrá a restaurar todas las cosas, incluso la
longevidad? (Hechos 3:19-21).
Notemos que el profeta Isaías es claro al decir que Israel destacará sobre
las demás naciones, las cuales girarán en torno de Jerusalén. Luego se
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nos revela que los pueblos acudirán a Israel para aprender de Dios, y a
recibir sus leyes y palabras. Y además se nos dice que las armas bélicas
se convertirán en instrumentos para la agricultura, y los ejércitos
desaparecerán. Pero esto no es todo, ya que el profeta Isaías continúa
diciendo: “Porque un niño nos es nacido (Jesucristo), hijo nos es
dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de
paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre
el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y
confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para
siempre” (Isaías 9:6,7).
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líder mundial de una nueva sociedad nunca antes vista por hombre
alguno, y en donde ya no habrá guerras, crímenes, hambre, miseria,
drogadicción, polución, explotación, desempleo, desamparados, clubes
nocturnos, prostitución, inseguridad, hogares destruidos, hijos
abandonados, violencia, tristeza, etc. ¡Un verdadero mundo
paradisíaco! Esto lo afirma Isaías al decir por orden de Dios: “No
harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra
será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el
mar” (Isaías 11:9).
Nótese que la tierra estará llena del conocimiento de Dios. Esto significa
que la gente que la habite sabrá quién es el Dios de Abraham, de David,
y de Cristo. Esto implica que los hombres ya habrán aceptado la verdad
de Dios, y que también se habrán convertido en Sus siervos. Ahora bien,
Jesucristo sí será un soberano justo y eficaz en todo lo que él haga en su
gobierno mundial. El mismísimo profeta Isaías nos revela el secreto del
éxito que tendrá el rey del restaurado reino de Dios, con estas
palabras: “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de
sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder,
espíritu de conocimiento y de temor de Jehová” (Isaías 11:2).
Obviamente una persona con estas calificaciones sería idónea para regir
el mundo con total eficacia. Los hombres de hoy se entrenan en las
ciencias económicas y políticas, y no pueden solucionar los problemas
del desempleo y del hambre de los países pobres del “tercer mundo”.
Aun en los países ricos subsisten los problemas que manan del
materialismo y del consumismo excesivo de sus habitantes, como son:
los hogares destruidos, la drogadicción, el alcoholismo, los crímenes,
etc. Pero como dijo Salomón sobre la sabiduría verdadera: ““...pero la
sabiduría es provechosa para dirigir” (Eclesiastés 10:10). Sí,
Salomón fue reconocido como el rey sabio que supo dirigir el reino de
Dios. Pero Cristo tendrá mayor sabiduría que Salomón, por ser el
Unigénito Hijo de Dios, predilecto y perfecto. Como resultado, él dirigirá
realmente al mundo por el sendero correcto de la justicia y la paz
duraderas (Isaías 11:4,5; 32:1).
Jesús enseñó que “los mansos heredarán la tierra” (Mateo 5:5). Esto
quiere decir que estamos llamados a ser los co-gobernantes en el reino
de David, el cual se establecerá en la tierra cuando Cristo vuelva por
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segunda vez. Hoy, el mundo está gobernado por muchos títeres del
diablo, pues como dijo san Juan: “Todo el mundo yace bajo el poder
el maligno” (1 Juan 5:19). Y Jesús recalcó el hecho de que su “reino no
es de este mundo malo o era maligna” (Juan 18:36). Todo esto
implica que su reino es para el siglo o era venidera que inaugurará el
Señor Jesús cuando venga en gloria con sus ángeles. El apóstol Pablo
habló del presente siglo y del venidero en Efesios 1:21. El presente
siglo o mundo es malo, dice Pablo a los Gálatas (1:4): “El cual (Jesús)
se dio a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos del
presente siglo (=mundo) malo”. De modo que cuando la Biblia habla
el “fin del mundo”, no se está refiriendo al fin del planeta tierra, sino al
fin del presente mundo o edad maligna gobernado por el diablo y sus
agentes humanos.
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Mi amigo, cuán pocas son las iglesias que predican este mismo
evangelio del reino original, el cual ahora usted ha conocido, leyendo
este estudio que tiene en sus manos. Este es el mensaje más importante
y glorioso nunca antes predicado por líder religioso alguno, salvo por
Cristo y sus apóstoles. Este es un mensaje que realmente revolucionará
la sociedad humana cuando se haga realidad en un futuro. Este es el
mensaje que las gentes anhelarán oír si en verdad aman la paz y la
justicia. No hay otra esperanza para el mundo que Cristo y su gobierno
mundial de justicia y paz. Pero la tragedia del cristianismo
contemporáneo aún subsiste, pues este prístino evangelio bíblico ha sido
mudado por otros falsos evangelios, como el llamado “evangelio
social” del catolicismo.
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para siempre con vida eterna. Esta verdad se desprende del diálogo
del joven rico con Jesús. Le invito a que lea el diálogo mencionado en
Mateo 19:16-25. En estos versículos usted se enterará de un joven rico
que le pregunta a Jesús sobre lo que debe hacer para ganar la vida
eterna. Jesús le dice que debe guardar los mandamientos, y el joven le
repregunta: ¿cuáles? Y Jesús procede a mencionarle algunos del
decálogo. El joven contesta que desde niño los había guardado todos,
pero Jesús le dice que le faltaba una cosa: vender sus posesiones y dar
el dinero a los pobres. Pero el joven rico se fue triste porque no estaba
dispuesto a tanto. Jesús entonces dice que difícilmente entra un rico en
el reino de Dios. Finalmente, los discípulos que estaban presentes con
él, se preguntan: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?.
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mundo. Aquí se hace evidente que el reino y la salvación se presentan
desde la fundación o principio del mundo.
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Sartre, Spinoza, de Chardin, etc (= doctrinas de demonios), en
vez de la verdad del Hijo de Dios, el salvador del mundo, porque saben
que sus acciones son malas y no quieren oír de su futura condenación
(Leer Juan 3:19-21). Éstos prefieren creer que Dios está muerto, ó que
somos producto de la evolución, y no de una creación divina, o que la
verdad y la moral son relativas, y que no hay absolutos.
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La enseñanza acerca de una partida al cielo de las “almas inmortales”
de los cristianos, en ocasión de la muerte, presenta varios problemas:
1). Ello implicaría que los muertos siguen vivos después de morir o que
están concientes. 2). Esto significaría que los cristianos reciben su
premio en el momento de su muerte y no en la resurrección. 3). Hace
innecesaria la resurrección de los muertos y la segunda venida de Cristo
para reencontrarse con los suyos. 4). Hace de la muerte un “amigo” y
no un enemigo de los creyentes, pues se supone que a través de ella se
puede “partir a la gloria celestial”. 5). Alienta el suicidio o la eutanasia.
6). Empuja a los deudos a practicar el espiritismo, la tabla ouija, el
ocultismo, etc, debido al deseo ardiente que tienen muchos de ellos de
“comunicarse” con sus seres queridos fallecidos; prácticas éstas que
están prohibidas en la Biblia. 6). Contradice a la Biblia cuando dice que
la inmortalidad será nuestra en la era venidera del reino, y no en
ocasión de nuestra muerte física.
La Biblia enseña que la tierra y todas las cosas serán restauradas como
al comienzo de la creación (Hechos 3:19-21). No se dice nada de una
destrucción cósmica, y de la extinción del planeta tierra. Al contrario,
¡Dios castigará a aquellos que quieren destruir la tierra! (Apocalipsis
11:18). La frase “nueva tierra”, que aparece en 2 Pedro 3:13,14, no
implica un nuevo planeta físico, sino que denota un nuevo orden
mundial, donde imperará la justicia y la paz bajo el mando del Mesías.
También Dios nos ha hecho “nuevos hombres” (Efesios 4:24), pero no
en lo físico, sino en lo espiritual y en lo moral.
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¿Qué Jesús volverá para llevarnos al cielo? ¿Pero en qué quedamos?
¿Acaso no estaremos allá cuando fallezcamos? Hay algo aquí que no
está muy claro en la teología tradicional. Sin embargo, parece que
Satán no fue sólo el inventor de la inmortalidad inherente del alma
humana, cuando le aseguró a Eva: “de seguro que no moriréis”
(Génesis 3:4), sino que también inspiró la creencia de “subir a las
alturas para ser semejantes a Dios” (Isaías 14:13).
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La teología Católico-Romana enseña que la Iglesia es el Reino de Dios.
San Agustín desarrolló esta teología hace 16 siglos atrás. Antes de ese
tiempo, entre los siglos I al III D.C, nada se sabía de un ”basilea-
eclessia” (reino-iglesia) como es presentado por el romanismo
amilenialista. Sin embargo, es verdad que la iglesia tiene que ver con
ese reino bíblico, pues ella está llamada a heredarla (Mateo
25:31,34; Lucas 12:32). Confundir el reino con la iglesia, como
expresiones sinónimas, es un error garrafal o colosal. Si el reino es algo
que heredará la iglesia, ¿Cómo puede ser la iglesia la herencia misma?
Esta es una pregunta lógica e inevitable, la cual, hasta un niño la puede
formular fácilmente.
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los tronos de la casa de David”. Sí, la sede del reino estará en la
tierra, y los santos ejercerán mundialmente su autoridad y poder con
Jesucristo, el rey del reino.
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Aquí Jesús está dando la clave para poder ver e ingresar en su reino
milenario en la tierra de la era venidera. Aquí Jesús dice que se debe
“nacer de agua y del espíritu”. ¿Qué significa eso exactamente? La
mayoría de cristianos ignora el significado de esta revelación de
Jesucristo, pues no se les ha estimulado a reexaminar sus creencias a la
luz de las Santas Escrituras, la Biblia. Pues bien, ahora usted tiene la
oportunidad de saberlo con verdad. El agua en la Biblia suele tener dos
significados básicos: La Palabra de Dios y el Bautismo. Pedro habla de
“renacidos por la Palabra de Dios” en 1 Pedro 1:23, donde dice
claramente: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino
de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece
para siempre”. De modo que la Palabra de Dios hace renacer a un
convertido, y lo transforma en un hombre nuevo, en un niño en Cristo, el
cual será reeducado en los valores de la fe. Y en Juan 15:3 Jesús dice
algo interesante: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os
he hablado”. De modo que la palabra de Dios tiene el efecto del agua:
limpiar la mugre espiritual, o los pecados. Y Pablo dice que la Palabra de
Dios actúa en los creyentes: “Por lo cual también nosotros sin
cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra
de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra
de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual
actúa en vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:13). Sí, la
palabra de Dios (=el evangelio del reino) actúa en los creyentes para
transformarlos en “nuevos hombres” (Romanos 12:2, 2 Corintios 5:17).
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Por tanto, al hombre “renacido” se le conoce por sus frutos---¡los del
Espíritu Santo!. El hombre nuevo vivirá bajo el Espíritu Santo y ya no
bajo “la carne” ( Romanos 8:1-17). El creyente es ahora un hijo de Dios,
y heredero de todas las promesas ofrecidas por Dios a un hijo obediente
y leal. Tendrá, pues, el derecho de ser un heredero del reino del Padre
como un príncipe glorioso al lado de su hermano mayor, el Señor
Jesucristo, el Rey del reino de Dios (Apocalipsis 3:21).
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acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes,
que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales
cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:16-24).
Ahora bien, nótese que los deseos del Espíritu son claros: Amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, etc.
El amor es de Dios. Si se tiene a Dios en el corazón, se tiene el amor.
Con el amor nosotros podemos lograr todo lo imposible. El gozo
proviene de saber que nuestros pecados pasados han sido perdonados,
así como por saber que uno tiene una esperanza de gloria para el futuro
en el reino de Cristo. La paz comienza con uno mismo, en el momento
que uno ha hecho la paz con Dios, y se ha reconciliado con Él. Luego, la
paciencia viene como resultado del amor y de la fe en las promesas de
Dios. La benignidad o la dulzura de carácter es el resultado del mismo
Espíritu de Dios morando en uno. Uno reflejará el amor y la dulzura de
Dios en nuestro trato diario con los demás. La mansedumbre es el
carácter manso, tranquilo, dócil y sumiso del creyente. Ya no será un
hombre violento, soberbio, petulante, y orgulloso; sino manso, humilde,
obediente, piadoso y santo. Y la templanza es la moderación en todo: En
la comida, en la bebida, en el hablar, en el sexo marital, etc, etc.
A los hombres que se han convertido por el anuncio del evangelio del
Reino de Dios, Jesús les dice muy enfáticamente: “He aquí que yo
vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu
corona” (Apocalipsis 3:11). Sí, todos los creyentes mesiánicos tienen ya
su corona de gloria del reino de Dios. Lo que resta por hacer es que
nadie nos la arrebate o nos la quite por nuestra desidia e inconstancia.
Es entonces obvio que estamos llamados a ser príncipes coronados en el
reino de Cristo. Allá en el cielo están guardadas nuestras coronas, listas
para ser traídas a nosotros, y colocadas en nuestras cabezas, para
cuando Cristo vuelva en gloria con sus santos ángeles desde el cielo.
“He aquí que yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para
recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).
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Breve Cuestionario Para Repaso
5.-¿Qué predicaba Jesucristo con sus discípulos en las distintas ciudades que visitó, según Lucas 8:1,2?
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25.- ¿Cuál fue el último rey de la dinastía del reino de Dios?
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