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EL EVANGELIO DE CRISTO Y

LA POLÍTICA MUNDIAL

Por Ing.° Mario A Olcese


(Diplomado en Teología)

e-mail: olcesemario@latinmail.com

El Contenido del Evangelio de Jesucristo

Todos los cristianos sabemos muy bien que Jesucristo vino al mundo
para predicar un mensaje o evangelio para todos los hombres.
Evangelio viene del griego “evangelon”, que quiere decir “buenas
nuevas” o “buenas noticias”. Sin embargo, son pocos los que saben
de qué se trata este mensaje o buenas nuevas que Jesucristo predicó
insistentemente. Sí, la tragedia del cristianismo contemporáneo consiste
en que aún persiste una confusión y una ignorancia total del contenido
del evangelio cristiano original, debido a que no es predicado, ni
explicado, por los clérigos y pastores de hoy, salvo muy raras
excepciones. La mayoría de las iglesias han cambiado el evangelio
original por una esperanza más allá de este mundo, y que se basa en:
“La morada eterna en el cielo de las almas inmortales de los
creyentes, para tocar bellas melodías para el Señor, con una lira
o arpa dorada”.

El Señor Jesucristo manifestó que fue enviado por su Padre para


anunciar o proclamar el evangelio del reino de Dios. Dice así Jesús:
“Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio
del reino de Dios, porque para esto he sido enviado” (Lucas 4:43).
Nótese que Jesús no dijo que fue enviado a predicar el evangelio y
punto, sino más bien, el evangelio del reino de Dios. Vuélvalo a leer
en Lucas 4:43. Este asunto ha sido pasado por alto por la mayoría de
estudiantes bíblicos de los últimos 15 siglos o más. Y es que la palabra
evangelio, por si sola, quiere decir simplemente: “Buenas Noticias” o

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“Buenas Nuevas”, pero: ¿de qué? De modo que cuando decimos que
Cristo vino a predicar buenas noticias al mundo, en realidad no estamos
diciendo prácticamente nada. Tenemos que explicar de qué se tratan
esas buenas noticias para que tenga sentido y entendimiento cabal
nuestra predicación acerca del evangelio.

Sí, el reino de Dios es el principio (Marcos 1:1) y el fin del evangelio


de Jesucristo, pues incluso después de resucitar, Jesús pasó 40 días
más con sus discípulos, y continuó predicándoles más sobre el contenido
de su mensaje del reino de Dios (Hechos 1:3). Es, por tanto notorio,
que Jesús dio mucha importancia a algo que llamó: el reino de Dios,
pues lo predicó en privado y en público al lado de sus discípulos en
diferentes lugares y ocasiones. Dice en Lucas 8:1: “Aconteció después
que Jesús iba por todas las ciudades predicando y enseñando el
evangelio del reino de Dios, y los doce con él”. También Jesucristo
les encargó a sus mismos apóstoles, a que hicieran nuevos discípulos, a
fin de extender este mismo mensaje de salvación y esperanza a más
personas de otros pueblos y países. Dice Jesús en Marcos 16:15,16: “Y
les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio (del reino
de Dios) a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será
salvo; mas el que no creyere, será condenado”. En Mateo 24:14
Jesús dice también: “Y será predicado este evangelio del reino en
todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces
vendrá el fin”. En Lucas 9:59,60 Jesús le dijo a un hombre que le
siguiera para que anunciara también el evangelio del reino de
Dios. En Hechos 8:12 vemos a Felipe predicando el evangelio del
reino de Dios y el nombre de Jesucristo a muchas personas. Los
hombres y mujeres que creyeron en su mensaje del reino, fueron
bautizados. Y en Hechos leemos que Pablo permaneció en Efeso, Roma,
Mileto, etc; predicando también el evangelio del reino de Dios y el
nombre de Jesucristo: “Y entrando Pablo en la sinagoga, habló con
denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo
acerca del reino de Dios” (Hechos 19:8). “Y ahora, he aquí, yo sé
que ninguno de vosotros, entre quienes he pasado predicando
el reino de Dios, verá más mi rostro” (Hechos 20:25). “Y
habiéndole señalado un día, vinieron a él a la posada, a los
cuales les declaraba y testificaba el reino de Dios desde la
mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto
por la ley de Moisés como por los profetas. Y Pablo permaneció
dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a los que a él
venían, predicando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y
sin impedimento” (Hechos 28:23,30,31).

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Queda demostrado, entonces, que Cristo, y sus discípulos, predicaron
algo que se llamó el evangelio o buenas noticias del reino de Dios.
Y recuerde que este reino de Dios no era un mensaje nuevo para los
paisanos de Jesús, pues de él se habló ampliamente en casi todo el
Antiguo Testamento. Sólo basta con abrir cualquier concordancia
bíblica, y usted descubrirá los numerosos pasajes en donde aparecen
la palabras “reino” y “reinar”. Parte de esos pasajes se refieren a
reinos mundanos y perecederos como el de Babilonia, Medo-Persia,
Egipto, Grecia, Etiopía, etc. Otra parte se referirá al reino de Dios, que
es contrastado por su carácter divino, celestial e imperecedero. “Y
en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino
que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro
pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él
permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).

El Reino de Dios tiene Relación con la Tierra

Mucho se ha especulado en relación al origen y a la naturaleza del reino


de Dios. Ya en el siglo IV el teólogo y padre del romanismo, Agustín de
Hipona, sostuvo que éste era un sinónimo de la iglesia de Cristo (Obra
de Agustín: La Civitas Dei, o La Ciudad de Dios) . Es decir, para los
católicos, y unos pocos grupos cristianos no católicos, el reino de Dios
es la Iglesia que Cristo fundó hace dos milenios.

Pero para la mayoría de protestantes, éste viene a ser “el gobierno de


Cristo en el corazón de cada creyente”. Es decir, que Cristo “mora y
reina espiritualmente” en cada creyente, convirtiéndose así en el Señor
de ellos. Otro grupo de creyentes sostiene que este reino no es otra
cosa que el cielo mismo donde está el trono de Dios, el cual reina y
reside con su séquito angelical, así como con todos los santos que
supuestamente han partido al cielo después de morir.

Todas estas interpretaciones parecieran tener validez y sentido, pero:


¿Se sustentan en la misma Biblia? Nosotros creemos que la Biblia misma
da la verdadera explicación de lo que es el reino de Dios.
Definitivamente esta frase indica una forma monárquica de
gobierno. Es decir, implica un rey, súbditos, leyes, y territorio; ya
sea en la tierra, en el cielo, o donde fuere. Difícilmente éste puede

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implantarse en el corazón del creyente, pues ello indicaría que “el
corazón” es el territorio del reino, y eso parece ridículo. Repetimos, la
única forma de saber lo que es exactamente el reino de Dios, es
acudiendo a la fuente misma de dicha enseñanza o doctrina, es decir, la
Biblia.

Las Santas Escrituras nos hablan de que Dios formó al hombre y le dio
el planeta tierra para que lo habitara felizmente con su esposa y su
descendencia. Definitivamente la tierra fue creada para que fuera
poblada por los hombres que Dios crearía más adelante. Dice el rey
David: “Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a
los hijos de los hombres” (Salmos 115:16). Nótese que el cielo no es
para el hombre sino para Dios. Ahora bien, la tierra sí fue hecha para
que el hombre la habitara y cuidara para su bien. Dios la preparó con
oxígeno, agua, luz, vegetación, y animales para que le fueran de
beneficio. Difícilmente se podría encontrar otro planeta como el nuestro
que pueda albergar a tanta variedad de seres vivos. Lo importante de
todo esto es que jamás Dios pensó trasladar al hombre a otro lugar o
dimensión fuera de la tierra. Por eso, no es de extrañar que en el
mundo de mañana, sólo los justos la habitarán para siempre, en tanto
que los impíos y malvados serán erradicados de ella para siempre. Dice
el sabio rey Salomón: “El justo no será removido jamás (de la
tierra); pero los impíos no habitarán la tierra” (Proverbios 10:30).
Esto es interesante y muy curioso, pues los justos permanecerán en la
tierra (no en el cielo) para siempre. Sólo los malos dejarán de existir en
la tierra, pues serán destruidos para siempre, pues dice también el rey
David: “Porque los malignos serán destruidos, pero los que
esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra...” (Salmos 37:9,34).

Pero regresemos al Génesis bíblico. Allí leeremos que Dios es el


Creador del mundo, y además, el Amo y Señor de todo; y el
hombre, su obra maestra. Dios gobernaba el paraíso, y Adán y
Eva tenían que servir a su Hacedor con amor y rectitud. Pero la
desobediencia no tardó en llegar y los hombres pecaron. La
maldad se multiplicó en la tierra, y los hombres tuvieron que
sufrir por su separación de Dios y de Sus leyes. Poco a poco la
tierra se empezó a llenar de gente de todas las razas, las cuales
formaron naciones, pueblos, tribus y lenguas. Algunos pueblos
formaron sus propias monarquías o reinos, con reyes y príncipes
que gobernaban sobre las masas. En el Medio Oriente, los
árabes también formaron naciones y reinos espléndidos. Israel
imitó la costumbre de sus vecinos paganos, y finalmente
demandaron a Dios que les diera un rey como los demás
pueblos. Dios asintió y comenzó un reino en Israel con Saúl

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como rey y soberano del pueblo. Dice 1 Samuel 8:4,5: “Entonces
todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para
ver a Samuel, y le dijeron: He aquí tu has envejecido, y tus hijos
no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey
que nos juzgue, como tienen todas las naciones”.

Saúl fue el primer rey que tuvo Israel, según se nos revela en el Antiguo
Testamento. Su reinado fue irregular, y estuvo plagado de
desobediencias o rebeldías de su parte. Finalmente, Saúl fue destituido
del cargo y reemplazado por un joven pastorcito de ovejas llamado
David, hijo de Isaí. Este vino a reinar un total de cuarenta años, 7 años
en Hebrón, y 33 años en Jerusalén, la ciudad capital del reino.

Pacto de Dios con el Rey David

Con el rey David Dios hizo un pacto solemne e importante el cual decía:
“Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres,
yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá
de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi
nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le
seré a él padre, y él me será a mi hijo. Y si él hiciere mal, yo le
castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de
hombres, pero mi misericordia no se apartará de él como la
aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu
casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono
será estable eternamente.” (2 Samuel 7:12-16).

Esta profecía no ha sido entendida en su real dimensión por la mayoría


de cristianos de los últimos quince siglos de la Era Cristiana. En
realidad, esta profecía es dual y encierra promesas muy interesantes
que no han sido comprendidas en su real dimensión. Ahora bien, es
cierto que Salomón, el hijo de David, cumplió parte de la profecía al
edificar casa o templo para Dios. Sin embargo, su reino no fue estable
eternamente como decía el pacto mismo. Recordemos que a la muerte
de Salomón, sus dos hijos (Roboam y Jeroboam) se disputaron el trono y
el reino, y éste quedó dividido en dos: El reino del sur y el reino del
norte. De modo que la profecía de un reino estable sería para un futuro
aún.

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Ahora bien, el último rey judío que tuvo el trono de David fue
Sedequías, quien igualmente fue impío como muchos de sus
antecesores. Éste fue destronado por el rey babilónico Nabuconodosor
en el año 586 A.C. Desde esa fecha se interrumpió la dinastía del rey
David hasta el día de hoy. Es decir, por casi 2,500 años Israel ya no
tiene un rey que los gobierne. No obstante, es interesante prestar
atención especial a la sentencia que le hizo Dios al rey Sedequías, antes
de ser depuesto. El profeta Ezequiel, en su capítulo 21, y versos 25-27,
dicen así dichos versículos: “Y tú (Sedequías), profano e impío
príncipe de Israel, cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la
consumación de la maldad, así ha dicho Jehová el Señor: Depón
la tiara, quita la corona; esto no será más así; sea exaltado lo
bajo, y humillado lo alto, a ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y
esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y
yo se lo entregaré”.

Esta profecía de Ezequiel 21:25-27 ha sido pasada dramáticamente


por alto, e ignorada por los estudiantes de la Biblia, trayendo como
resultado una distorsión total del programa de Dios para la política del
mundo del futuro. Ahora usted tiene el privilegio de conocer la
revelación de Dios con respecto a su reino milenario glorioso en la
tierra, el cual cambiará toda las políticas imperfectas del mundo de hoy.
Abra su mente para entender, pues dijo Jesús que el que tiene oídos
para oír, que oiga.

En esta profecía de Ezequiel está la sentencia de destronamiento del rey


Sedequías, un descendiente del rey David, el cual también fue impío.
Con Sedequías finalizó “temporalmente” el reino de Dios, o llamado
también, el reino de David, pues la profecía decía que este reino
suspendido se reanudaría con “aquel (un descendiente de David
glorioso) cuyo es el derecho (por ser de sangre real) y a él (un
descendiente de David glorioso) se lo entregaré (restaurará el
trono y su reino)”. Nosotros sabemos que el reino de David ---en
Israel--- era el reino de Dios, según lo podemos leer en 1 Crónicas 28:5,
donde dice: “...Jehová eligió a mi hijo Salomón para que se siente
en el trono del reino de Jehová (Dios) sobre Israel”. Notemos que
el reino davídico era el reino de Dios, pues Salomón se sentó en el
trono del reino de Dios. Pero muchos cristianos no lo saben, o lo
ignoran por completo. Esta es una tragedia más del cristianismo de los
últimos quince siglos. Sí, el reino de David era el mismísimo reino

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de Dios predicado por Jesucristo. Por eso, cuando Juan el Bautista
apareció en la historia como el precursor del Mesías, o del pretendiente
al trono, y habló del “acercamiento del reino”, sus oyentes sabían
perfectamente de qué cosa estaba hablando él (ver Mateo 3:2). Sí, sus
discípulos (los de Juan) sabían que el reino de David sería restaurado en
la persona de un descendiente suyo o “el Mesías”. ¡Cuánto necesitaban
ese reino los judíos con tanta opresión romana! Por eso, cuando Juan
anunciaba el acercamiento del reino del Mesías o Cristo, los judíos
debieron sentir una esperanza refrescante de liberación de la opresión
del invasor romano. Por ello, no es de extrañar que los discípulos de Juan
preguntasen a Jesús: “¿Eres tú aquel que había de venir, o
esperaremos a otro? (Mateo 11:3). Sí mi amigo, el reino y su rey eran
esperados por el pueblo hebreo por siglos.

Jesucristo es el Descendiente del Rey David

Muchos cristianos han leído que en la Biblia a Jesucristo se le llama: el


“hijo de David”. Por ejemplo, el evangelista Mateo empieza su
evangelio diciendo: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de
David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1). Sí, cuando empezamos a leer el
evangelio de Mateo, nos encontramos con una interesante introducción
que pocos han advertido o entendido, la cual afirma que Cristo es hijo de
David... y también de Abraham. ¿Qué importancia tiene esta
genealogía? ¡Muchísima! Es hora que usted lo comprenda en su
dimensión real.

Como vimos, David fue rey de Israel por espacio de 40 años. Esto quiere
decir que Jesucristo, como hijo de David, es de “sangre azul”, y por
tanto, es aquel que tiene el derecho de retomar el cetro, la tiara y el
trono de David según la profecía de Ezequiel que mostramos. Sí, Jesús es
aquel que reanudará o restaurará el reino de David en Israel. Él será el
gobernante de Israel y del mundo entero. Jerusalén, la ciudad amada por
judíos, cristianos, y musulmanes, será la sede mundial de su reino,
pues Jesucristo mismo lo dijo enfáticamente con estas palabras: “Pero
yo os digo: No juréis en ninguna, ni por el cielo, porque es el
trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies;
ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey” (Mateo
5:34,35).

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Pero veamos otros pasajes importantes de la Biblia con respecto al
reino de David. Cuando Cristo habló de la restauración del Reino, él dijo
lo siguiente: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y
todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono
de gloria... Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid,
benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros
desde la fundación del mundo” (Mateo 25:31,34).

Nótese que Jesús habló de regresar al mundo nuevamente en gloria y


con sus ángeles. En ese tiempo, los cristianos mesiánicos heredarán el
reino con Cristo, el cual fue programado desde la fundación del mundo.
La primera venida de Cristo fue para preparar a hombres y mujeres para
que entren en él bajo sus condiciones específicas. Jesucristo nació como
mortal para ponernos los requisitos sobre la mesa, a fin de que podamos
ingresar en su reino con inmortalidad. A Nicodemo, Jesús le dijo muy
claramente: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de
nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3,5). Nótese que
Cristo le exigió a Nicodemo “nacer de nuevo” para ver y entrar en su
reino. A otro, Jesús le dijo: “Ninguno que poniendo su mano en el
arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas
9:62). A un escriba le que le había contestado correctamente, le dijo:
“no estás lejos del reino de Dios” (Marcos 12:34). También Jesús dijo:
“De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños,
no entraréis en el reino de Dios” (Mateo 18:3). Y además afirmó que:
difícilmente entrará un rico en su reino (Lucas 18:24).

Sí, los hombres comprendieron que Cristo era aquel Mesías o heredero
del trono de David por todo lo que enseñaba sobre su reino. Así, cuando
Jesús estaba por entrar en Jerusalén para evangelizar a sus hermanos,
y cumplir con su misión, el pueblo le decía: “¡Hosanna! ¡Bendito el
que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro
padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!” (Marcos 1:9,10).
Igual ocurre con la Parábola de la Diez Minas, la cual fue pronunciada
por Jesús por razón de que los discípulos pensaban erradamente que el
reino se manifestaría inmediatamente ( Ver Lucas 19:11,12). Como
vemos, los judíos tenían una creencia real y concreta sobre el reino de
David, el cual sería restablecido en Jerusalén por un descendiente suyo
(de David). Esto ya lo había anunciado claramente el ángel Gabriel a
María cuando le dijo: “Y Ahora concebirás en tu vientre, y darás a
luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será
llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de
David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y

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su reino no tendrá fin” (Lucas 1:31-33). Trágicamente, millones de
cristianos han pasado por alto este singular texto que revela todo sobre
el futuro reinado de Cristo. Este texto ha sido torcido, mal interpretado,
“espiritualizado”, y hasta ignorado. Los curas católicos no saben cómo
explicarlo. Aquí hay una profecía que debe ser tomada literalmente, y
al pie de la letra, como ocurrió con el anuncio de su nacimiento
virginal. Nótese que el ángel Gabriel profetiza que Jesús será grande y
será llamado Hijo del Altísimo. También dice que Dios le dará el trono
de su ancestro David (el cual debe estar escondido por algún sitio, así
como también lo debe estar el “arca perdida” de oro). Luego se profetiza
que reinará sobre la casa (= país) de Jacob (=Israel) para siempre, y
su reino no tendrá fin. Si esta parte de la profecía no lo creemos
literalmente, ¿por qué tendríamos que creer entonces literalmente su
nacimiento virginal de María? Creemos que debemos ser consecuentes
con nuestra exégesis bíblica para no caer en errores desastrosos. O
tomamos toda la profecía de manera literal, o bien, de manera
simbólica, pero no ambas.

El Reino de Dios: La Meta de la Iglesia

Todos los textos anteriores apuntan hacia el reino venidero de Dios. La


iglesia está llamada a recibirla en la segunda venida de Cristo, como
vimos hace un rato. Pero Jesús no fue con rodeos al respecto. A sus
discípulos les dijo: “No temáis manada pequeña, porque vuestro
padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32). Y en otra ocasión
Jesús les enseñó a sus discípulos a orar para que “venga el reino de
Dios, a fin que se haga la voluntad de Dios en la tierra como se
hace en el cielo” (Mateo 6:10). Además, los instó a “buscar el reino
de Dios y su justicia” (Mateo 6:33). También prometió darles a sus
apóstoles sus respectivos tronos de gloria dentro de su reino. Jesús les
dijo: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo
del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me
habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para
juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19:28). Incluso la madre
de los hijos de Zebedeo buscaba los mejores puestos de honor para sus
hijos en el reino de Cristo. Ella le dijo a Jesús: “Ordena que en tu
reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el
otro a tu izquierda” (Mateo 20:21).

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Y como dijimos antes, Jesús se presentó resucitado a sus discípulos
durante 40 días, predicándoles acerca de su reino que él restablecería o
restauraría en Israel en su segunda venida en gloria. Leemos lo que dice
en Hechos 1:3: “a quienes también, después de haber padecido,
se presentó vivo (Jesús) con muchas pruebas indubitables,
apareciéndoseles durante 40 días y hablándoles acerca del reino
de Dios”. Pero sus discípulos estaban errados con respecto al tiempo
de esa tan anhelada restauración del reino davídico, porque lo creían
inminente. Ellos le preguntaron a Jesús: “Señor, restaurarás el
reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6). Pero Jesús sólo se limitó
a decirles que Dios es el único que sabe el tiempo exacto para esa tan
esperada restauración del reino de Dios (v.7).

Lo cierto de todo esto es que la meta de la iglesia fue siempre la venida


del reino de Cristo para poder disfrutar de una edad maravillosa nunca
antes vista. Y es Pablo quien se encarga de difundir este mensaje a los
gentiles (=no judíos), y los insta a soportar las tribulaciones para poder
ingresar luego al reino. Sus palabras son como siguen: “Es necesario
que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de
Dios” (Hechos 14:22). Y Pedro no se queda atrás en su misión pastoral,
pues también les dice a los creyentes en general: “Vosotros también,
poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe
virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio
propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la
piedad, afecto fraternal; al afecto fraternal, amor. Porque de
esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el
reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:5-
11).

El Reino de Cristo y el Nuevo Orden Mundial

Una vez un Secretario General de las Naciones Unidades dijo que la


única solución para los problemas del mundo sería un solo gobierno
mundial. Imaginémonos por un instante que no hubiesen tantos
gobernantes como países hay. Bueno, habría sin duda menos discordias
y conflictos entre los pueblos del planeta. Pero ese es precisamente el
panorama que presenta la Biblia para el utópico mundo de mañana de
justicia y paz en el reino de Dios. Jesucristo vendrá a ser el único y
soberano gobernante mundial que regirá mil años, ó diez siglos, ó
365,000 días, junto con su iglesia. Pero esto implicaría una nueva

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existencia en Cristo y una longevidad increíble. Hoy, con suerte pocos
llegan a los cien años de edad, viejos y con achaques. Pero en la era
venidera de justicia, la vida será prolongada como la que tuvo Adán, y
no será cosa extraña. Recordemos que Adán prácticamente vivió 1000
años (Génesis 5:5). ¡Justo el tiempo que durará el reinado milenario de
Cristo! ¿Acaso Cristo no vendrá a restaurar todas las cosas, incluso la
longevidad? (Hechos 3:19-21).

Jesucristo vino al mundo para anunciar su próximo gobierno mundial en


el reino restaurado de David en Israel. Desde su capital Jerusalén, Dios
emitirá decretos y leyes para el bien del mundo entero. Y es que la
humanidad siempre se ha visto involucrada en la política con el fin de
hacer de esta tierra un planeta de justicia y paz duraderas. Ahora bien,
el profeta Isaías predijo esa era o mundo de paz y justicia mundiales en
manos de un gobernante elegido y guiado por Dios mismo:
“Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado
el monte de la casa de Jehová como cabeza de los montes, y
será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las
naciones. Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos
al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará
sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sión
saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará
entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán
sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará
espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la
guerra.” (Isaías 2:2-4).

Lo inaudito es que a pesar de tanta evidencia bíblica, hay quienes aún


dudan de que Cristo volverá a pisar nuestro planeta nuevamente. Pero
es en 2 Samuel 23:3,4 donde el profeta David, padre del reino, dice: “El
Dios de Israel ha dicho, me habló la Roca de Israel: Habrá un
justo que gobierne ENTRE (no SOBRE) los hombres, que
gobierne en el temor de Dios. Será como la luz de la mañana,
como el resplandor del sol en una mañana sin nubes, como la
lluvia que hace brotar la hierba de la tierra”. Nótese que dice
“entre los hombres” y no “sobre los hombres”. Esto es muy
significativo sin duda.

Notemos que el profeta Isaías es claro al decir que Israel destacará sobre
las demás naciones, las cuales girarán en torno de Jerusalén. Luego se

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nos revela que los pueblos acudirán a Israel para aprender de Dios, y a
recibir sus leyes y palabras. Y además se nos dice que las armas bélicas
se convertirán en instrumentos para la agricultura, y los ejércitos
desaparecerán. Pero esto no es todo, ya que el profeta Isaías continúa
diciendo: “Porque un niño nos es nacido (Jesucristo), hijo nos es
dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de
paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre
el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y
confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para
siempre” (Isaías 9:6,7).

El profeta David habla de su reino restaurado por Cristo, así:


“Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta
que no haya luna, dominará de mar a mar, y desde el río hasta
los confines de la tierra. Todos los reyes se postrarán delante de
él; todas las naciones le servirán” (Salmo 72:7,8,11). Aquí está la
evidencia profética de que Cristo tendrá un dominio mundial, y no sólo
en Israel, como algunos aún piensan. Esta es una prueba de que el
reino del Cristo ejercerá su poder o influencia por todo el mundo
habitado. Así también lo predijo Daniel, en el capítulo 2, y verso 44, del
libro que lleva su nombre. “Y en los días de estos reyes el Dios del
cielo levantará un reino (=gobierno) que no será jamás
destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo (=no será
derrocado); desmenuzará y consumirá a todos estos reinos
(=dominará a las naciones con la fuerza del hierro), pero él
permanecerá para siempre” (Daniel 2:44). Es importante, mi amigo,
que usted lea todo el capítulo 2 del libro de Daniel, en el Antiguo
Testamento, pues en este capítulo el profeta explica el desarrollo de la
historia del mundo hasta el restablecimiento de un reino o gobierno
mundial divino que traerá la justicia y la paz duraderas a la tierra.
Nótese especialmente el versículo 35, que dice: “...mas la piedra
(=Cristo y su reino) que hirió (=destruyó) a la imagen (=los
imperios mundiales) fue hecha un gran monte (= gran imperio)
que llenó toda la tierra (=dominio mundial)”.

Por supuesto que estas profecías se cumplirán aún en el futuro, cuando


Cristo regrese por segunda vez, para tomar su trono de gloria en la tierra
de Israel. Eso ya lo explicamos mostrando textos tan importantes como:
Mateo 25:31,34; Lucas 19:11,12; 2 Timoteo 4:1; etc. Queda claro
que este mundo caótico y moribundo será gobernado por el Hijo de
David, quien es, al mismo tiempo, el Hijo de Dios. Sí, Jesucristo será el

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líder mundial de una nueva sociedad nunca antes vista por hombre
alguno, y en donde ya no habrá guerras, crímenes, hambre, miseria,
drogadicción, polución, explotación, desempleo, desamparados, clubes
nocturnos, prostitución, inseguridad, hogares destruidos, hijos
abandonados, violencia, tristeza, etc. ¡Un verdadero mundo
paradisíaco! Esto lo afirma Isaías al decir por orden de Dios: “No
harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra
será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el
mar” (Isaías 11:9).

Nótese que la tierra estará llena del conocimiento de Dios. Esto significa
que la gente que la habite sabrá quién es el Dios de Abraham, de David,
y de Cristo. Esto implica que los hombres ya habrán aceptado la verdad
de Dios, y que también se habrán convertido en Sus siervos. Ahora bien,
Jesucristo sí será un soberano justo y eficaz en todo lo que él haga en su
gobierno mundial. El mismísimo profeta Isaías nos revela el secreto del
éxito que tendrá el rey del restaurado reino de Dios, con estas
palabras: “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de
sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder,
espíritu de conocimiento y de temor de Jehová” (Isaías 11:2).
Obviamente una persona con estas calificaciones sería idónea para regir
el mundo con total eficacia. Los hombres de hoy se entrenan en las
ciencias económicas y políticas, y no pueden solucionar los problemas
del desempleo y del hambre de los países pobres del “tercer mundo”.
Aun en los países ricos subsisten los problemas que manan del
materialismo y del consumismo excesivo de sus habitantes, como son:
los hogares destruidos, la drogadicción, el alcoholismo, los crímenes,
etc. Pero como dijo Salomón sobre la sabiduría verdadera: ““...pero la
sabiduría es provechosa para dirigir” (Eclesiastés 10:10). Sí,
Salomón fue reconocido como el rey sabio que supo dirigir el reino de
Dios. Pero Cristo tendrá mayor sabiduría que Salomón, por ser el
Unigénito Hijo de Dios, predilecto y perfecto. Como resultado, él dirigirá
realmente al mundo por el sendero correcto de la justicia y la paz
duraderas (Isaías 11:4,5; 32:1).

Los Mansos Heredarán la Tierra y el Reino

Jesús enseñó que “los mansos heredarán la tierra” (Mateo 5:5). Esto
quiere decir que estamos llamados a ser los co-gobernantes en el reino
de David, el cual se establecerá en la tierra cuando Cristo vuelva por

13
segunda vez. Hoy, el mundo está gobernado por muchos títeres del
diablo, pues como dijo san Juan: “Todo el mundo yace bajo el poder
el maligno” (1 Juan 5:19). Y Jesús recalcó el hecho de que su “reino no
es de este mundo malo o era maligna” (Juan 18:36). Todo esto
implica que su reino es para el siglo o era venidera que inaugurará el
Señor Jesús cuando venga en gloria con sus ángeles. El apóstol Pablo
habló del presente siglo y del venidero en Efesios 1:21. El presente
siglo o mundo es malo, dice Pablo a los Gálatas (1:4): “El cual (Jesús)
se dio a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos del
presente siglo (=mundo) malo”. De modo que cuando la Biblia habla
el “fin del mundo”, no se está refiriendo al fin del planeta tierra, sino al
fin del presente mundo o edad maligna gobernado por el diablo y sus
agentes humanos.

Después que Cristo haya suprimido la maldad de la tierra, atando al


diablo y a sus demonios, y destruyendo a sus agentes humanos,
entonces empezará una nueva era (= mundo) de justicia y paz sobre la
tierra. En Apocalipsis 20:1-5 se lee claramente que Cristo atará al diablo
y sus ángeles y los lanzará en una prisión, y luego reanudará el reino de
Dios en Jerusalén, el cual durará mil años seguidos. Por fin, el mundo
podrá disfrutar de una tierra pacífica, justa, y sin maldad. Para entonces,
los muertos en la fe de Jesús recibirán la inmortalidad por medio de
resucitar de la tumba gloriosos (Juan 5:28,29; 1 Corintios 15:43,44,51-
54). Usted tiene un magnífico potencial de ser un heredero del reino de
Dios si abraza con fe este evangelio, y lo predica a otros.

La Biblia nos habla de “nuevos cielos y nueva tierra donde mora la


justicia” (2 Pedro 3:13,14). También se nos habla de “nuevos
hombres” en Cristo (Efesios 4:24). Se nos manda a pedir que el reino
venga a la tierra en la oración del “Padre Nuestro”, a fin de que se
haga la voluntad de Dios en nuestro planeta, como se hace en el cielo
(Mateo 6:10). Hoy ciertamente no se está haciendo la voluntad de Dios
en la tierra como se hace en el cielo. ¿O es que alguien va a creer que
las guerras, hambres, vicios, enfermedades, crímenes, ateísmo, son
cosas que conciernen a Su voluntad?

Sólo hay Un Evangelio Bíblico

14
Mi amigo, cuán pocas son las iglesias que predican este mismo
evangelio del reino original, el cual ahora usted ha conocido, leyendo
este estudio que tiene en sus manos. Este es el mensaje más importante
y glorioso nunca antes predicado por líder religioso alguno, salvo por
Cristo y sus apóstoles. Este es un mensaje que realmente revolucionará
la sociedad humana cuando se haga realidad en un futuro. Este es el
mensaje que las gentes anhelarán oír si en verdad aman la paz y la
justicia. No hay otra esperanza para el mundo que Cristo y su gobierno
mundial de justicia y paz. Pero la tragedia del cristianismo
contemporáneo aún subsiste, pues este prístino evangelio bíblico ha sido
mudado por otros falsos evangelios, como el llamado “evangelio
social” del catolicismo.

Lo que Jesús demandó de sus potenciales seguidores era precisamente


que creyeran en su mensaje del reino o gobierno mundial liderado por
él y su iglesia. Él fue claro al afirmar que sólo aquellos que creyeran en
su singular evangelio, serían salvos (Marcos 16:15,16). La salvación es
por fe, fe en Cristo y en su evangelio (Romanos 1:17; 10:17; Gálatas
3:2,26; Filipenses 1:27). ¿Creerá usted en el único evangelio que predicó
Jesús?

Pero hay religiones que al predicar otros mensajes o evangelios


distintos, se están condenando a sí mismos, pues Pablo dijo: “Estoy
maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os
llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente.
No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y
quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o
un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que
os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho,
también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente
evangelio del que habéis recibido, sea anatema” (Gálatas 1:6-9).

Heredar el Reino de Dios es Heredar la Salvación

El Reino es importante puesto que significa nuestra salvación. Sin


embargo, las iglesias dicen que somos salvos, pero no saben cómo y de
qué. Sí, Jesús vino a traernos salvación a través de heredar su reino
venidero de justicia. Además, entrar en su reino equivale a ser salvo

15
para siempre con vida eterna. Esta verdad se desprende del diálogo
del joven rico con Jesús. Le invito a que lea el diálogo mencionado en
Mateo 19:16-25. En estos versículos usted se enterará de un joven rico
que le pregunta a Jesús sobre lo que debe hacer para ganar la vida
eterna. Jesús le dice que debe guardar los mandamientos, y el joven le
repregunta: ¿cuáles? Y Jesús procede a mencionarle algunos del
decálogo. El joven contesta que desde niño los había guardado todos,
pero Jesús le dice que le faltaba una cosa: vender sus posesiones y dar
el dinero a los pobres. Pero el joven rico se fue triste porque no estaba
dispuesto a tanto. Jesús entonces dice que difícilmente entra un rico en
el reino de Dios. Finalmente, los discípulos que estaban presentes con
él, se preguntan: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?.

Ahora bien, usted descubrirá tres frases cruciales e importantes en este


diálogo: Vida eterna, reino de Dios, y ser salvo. Entonces, ¿Qué es
salvación? Muy sencillo: Salvación = Entrar al reino de Dios con
vida eterna. ó también: Salvación= Reino de Dios + vida eterna.
Esta ecuación concuerda con lo dicho por Juan: “Ahora ha venido la
salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de
su Cristo...” (Apocalipsis 12:10). Nótese la dupla: salvación y reino,
viniendo juntos. En Hebreos 9:28 Pablo dice que Cristo “aparecerá por
segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le
esperan”. Pero en Mateo 25:31,34 leemos que Jesús dirá, cuando
vuelva por segunda vez: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el
reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”.
¿Se da cuenta amigo cuál es el punto que intento demostrar? ¡Salvación
es heredar el reino de Dios con inmortalidad! Por eso, el evangelio del
reino es el evangelio de la salvación de los hombres, como lo explica
Pablo en Efesios 1:13, y que dice: “En él, también vosotros,
habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra
salvación, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”.

Y a los Tesalonicenses, Pablo les dice: “Pero nosotros debemos dar


siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados
por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio
para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe
en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio,
para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo” (2
Tesalonicenses 2:13,14). Pues bien, nótese que estos versos dicen que
Dios nos escogió desde el principio (¿del mundo?) para salvación. Y si
comparamos este texto con Mateo 25:34, veremos que también el reino
fue preparado para nosotros desde la fundación o principio del

16
mundo. Aquí se hace evidente que el reino y la salvación se presentan
desde la fundación o principio del mundo.

Satanás Odia el Evangelio del Reino

Es de esperarse que si el evangelio tiene el poder para salvar a los


hombres, según lo afirma Pablo en Romanos 1:16, entonces el diablo lo
debe detestar con todo su malévolo ser. Efectivamente, pues Pablo dice
sobre este asunto, así: “En los cuales el dios de este siglo ha
cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no les
resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual
es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4). Tome nota cómo el diablo
embota el entendimiento de los que no creen para que no entiendan el
evangelio de la gloria de Cristo. Sí, la frase: “el evangelio de la gloria
de Cristo” es equivalente a decir “el evangelio del reino de Cristo”,
pues el reino de Cristo viene con gloria. Gloria y reino son
inseparables e indisolubles, ya que Pablo también escribió: “Y os
encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os
llamó a su reino y gloria” (2 Tesalonicenses 2:12). Hablar, pues, de la
gloria, es hablar del reino de Cristo.

También Jesús enseñó la llamada: “Parábola del Sembrador”. Jesús


explica que “el diablo quita de los corazones la palabra, para que
no crean y se salven” (Lucas 8:12). Entonces, no es de extrañar que
millones de hombres hayan sido engañados por una fuerza superior
maligna, y también hayan rechazado el verdadero evangelio salvador
para que no crean y se salven. El Diablo es experto engañando con
enseñanzas y esperanzas falsas que sustituyen el verdadero evangelio
del reino. Pablo tildó las falsas enseñanzas como: “doctrinas de
demonios”: “Pero el Espíritu dice claramente que en los
postreros tiempos algunos apostarán de la fe, escuchando a
espíritus engañadores y a doctrinas de demonios” (1 Timoteo
4.1). Recordemos que Juan afirmó que la mayoría de hombres y mujeres
están bajo el poder del maligno (1 Juan 5:19). Esto suena duro y
difícil de creer, pero es la pura verdad. La gente está dispuesta a creer
en la mentira en lugar que en la verdad ( Lea Romanos 1:25). Y Jesús
dijo: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras
eran malas” (Juan 3:19). Este tipo de gente opta por creerle a Darwin,
Fuerbach, Freud, Hegel, Kant, Marx, Engels, Kiergard, Niechzte,

17
Sartre, Spinoza, de Chardin, etc (= doctrinas de demonios), en
vez de la verdad del Hijo de Dios, el salvador del mundo, porque saben
que sus acciones son malas y no quieren oír de su futura condenación
(Leer Juan 3:19-21). Éstos prefieren creer que Dios está muerto, ó que
somos producto de la evolución, y no de una creación divina, o que la
verdad y la moral son relativas, y que no hay absolutos.

No es de extrañar que vengan burladores diciendo que los predicadores


del reino están locos o que son unos fanáticos religiosos. Pero la verdad
es que no estamos locos por la llamada “locura de la predicación”.
Dice Pablo: “...agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura
de la predicación” (1 Corintios 1:21). Sí, muchos pensarán que
nuestra predicación es una locura de hombres enajenados o alienados.
Pero nada es más falso que ser acusados de alienados, pues los
verdaderos enajenados o alienados son los incrédulos que han sido
enceguecidos por el diablo. Y es por esta razón precisamente que vino
Cristo, para liberarnos de las mentiras sutiles del diablo y sus
demonios, las cuales han encandilado y atrapado a la mayoría de
hombres que pueblan nuestro mundo (Colosenses 1:13).

El Cielo no es nuestro Destino

Las Escrituras enseñan que el cielo es la morada de la Deidad y de sus


ángeles santos. La tierra, en cambio, fue creada por Dios para que la
habiten sus criaturas humanas (Salmos 115:16). Y es que el plan de
Dios era ---y es--- que este mundo sea una paraíso de felicidad y gozo
eternos para los hombres hechos a su imagen y semejanza. Así, el
Génesis nos presenta a un Dios Creador de la materia y de la vida en
todas sus formas: microorganismos, vegetales, animales, y humanos. A
estos seres vivos Dios les dio aire, agua, y alimento para su sustento
diario, a fin de nutrir correctamente su organismo. Obviamente el
hombre fue hecho para vivir en la tierra y no en el cielo. Jamás Dios se
propuso crear a los humanos para luego trasladarlos a otro lugar
supramundano o extraterreno. Los pulmones de los seres humanos y
animales fueron hechos para recibir el oxigeno del aire el cual luego
sería convertido en CO2. Luego este gas CO2 sería nuevamente
convertido en O2 por las plantas para la respiración de los organismos
simples, los animales y los humanos. De modo que este elemental
proceso bioquímico demuestra que Dios creó al hombre para que viviera
en la tierra. ¡Y este propósito divino no ha cambiado en absoluto!

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La enseñanza acerca de una partida al cielo de las “almas inmortales”
de los cristianos, en ocasión de la muerte, presenta varios problemas:
1). Ello implicaría que los muertos siguen vivos después de morir o que
están concientes. 2). Esto significaría que los cristianos reciben su
premio en el momento de su muerte y no en la resurrección. 3). Hace
innecesaria la resurrección de los muertos y la segunda venida de Cristo
para reencontrarse con los suyos. 4). Hace de la muerte un “amigo” y
no un enemigo de los creyentes, pues se supone que a través de ella se
puede “partir a la gloria celestial”. 5). Alienta el suicidio o la eutanasia.
6). Empuja a los deudos a practicar el espiritismo, la tabla ouija, el
ocultismo, etc, debido al deseo ardiente que tienen muchos de ellos de
“comunicarse” con sus seres queridos fallecidos; prácticas éstas que
están prohibidas en la Biblia. 6). Contradice a la Biblia cuando dice que
la inmortalidad será nuestra en la era venidera del reino, y no en
ocasión de nuestra muerte física.

La Biblia enseña que la tierra y todas las cosas serán restauradas como
al comienzo de la creación (Hechos 3:19-21). No se dice nada de una
destrucción cósmica, y de la extinción del planeta tierra. Al contrario,
¡Dios castigará a aquellos que quieren destruir la tierra! (Apocalipsis
11:18). La frase “nueva tierra”, que aparece en 2 Pedro 3:13,14, no
implica un nuevo planeta físico, sino que denota un nuevo orden
mundial, donde imperará la justicia y la paz bajo el mando del Mesías.
También Dios nos ha hecho “nuevos hombres” (Efesios 4:24), pero no
en lo físico, sino en lo espiritual y en lo moral.

Lo cierto es que Jesús fue claro al decir que nosotros no podemos ir al


lugar a dónde él iba (Juan 13:33). Sin duda, Jesús se refería al cielo
donde mora la Deidad con sus santos ángeles. Además, él prometió
volver, no para llevarnos al cielo, sino para quedarse en la tierra con
nosotros (Zacarías 14:4; Salmos 67:4; Apocalipsis 5:10; 2 Samuel 23:3).
Esto queda evidenciado también por las declaraciones de Jesús en Juan
14:2,3., donde él dice enfáticamente, entre otras cosas: “Si me fuere...
vendré otra vez, y os tomaré a mi mismo, para que donde yo
estoy (en la tierra) vosotros también estéis”. Tómese nota que
cuando Jesús dijo eso, él todavía no había resucitado; y menos aún,
ascendido al cielo.

19
¿Qué Jesús volverá para llevarnos al cielo? ¿Pero en qué quedamos?
¿Acaso no estaremos allá cuando fallezcamos? Hay algo aquí que no
está muy claro en la teología tradicional. Sin embargo, parece que
Satán no fue sólo el inventor de la inmortalidad inherente del alma
humana, cuando le aseguró a Eva: “de seguro que no moriréis”
(Génesis 3:4), sino que también inspiró la creencia de “subir a las
alturas para ser semejantes a Dios” (Isaías 14:13).

La Influencia del Gnosticismo

La secta gnóstica apareció en los tiempos de Jesús como un competidor


del cristianismo. Los gnósticos habían mezclado ciertos conceptos judíos
con las creencia de la inmortalidad del alma propugnada por el filósofo
Griego Platón. Los gnósticos utilizaron términos del Antiguo Testamento
como Jehová, Set, etc. y les daban su propia interpretación. Por otro
lado, el gnosticismo, a diferencia del cristianismo, enseñaba que la
materia era mala, y por tanto, Jesús no pudo ser plenamente hombre
carnal o material, sino que sólo tenía la apariencia humana. Pero San
Juan, especialmente, no tardó mucho en condenar a los gnósticos por
sus herejías (2 Juan 7,9).

También los gnósticos afirmaban que los hombres tenían la posibilidad


de dejar el cuerpo físico, y la tierra, si aprendían sus “recetas gnósticas”
para partir a otra dimensión o Pleroma donde vivían los “aeones” o
espíritus puros o superiores, entre los cuales se encontraba el Yahweh de
la Biblia. Para lograr esa transmigración, los gnósticos daban por
sentado que el hombre tenía un alma inmortal que trascendía a la
muerte física. Entonces: ¿No se parece mucho la enseñanza “católica”
de hoy acerca de la partida del alma al cielo, con aquella de los
gnósticos heréticos, que sostenía que el alma parte al “pleroma (o proto-
cielo)”? ¿Podrían acaso Platón y los gnósticos tener razón, al creer que
los hombres tienen un alma inmortal inherente que sobrevive a la
muerte?

El Reino no es la Iglesia Cristiana

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La teología Católico-Romana enseña que la Iglesia es el Reino de Dios.
San Agustín desarrolló esta teología hace 16 siglos atrás. Antes de ese
tiempo, entre los siglos I al III D.C, nada se sabía de un ”basilea-
eclessia” (reino-iglesia) como es presentado por el romanismo
amilenialista. Sin embargo, es verdad que la iglesia tiene que ver con
ese reino bíblico, pues ella está llamada a heredarla (Mateo
25:31,34; Lucas 12:32). Confundir el reino con la iglesia, como
expresiones sinónimas, es un error garrafal o colosal. Si el reino es algo
que heredará la iglesia, ¿Cómo puede ser la iglesia la herencia misma?
Esta es una pregunta lógica e inevitable, la cual, hasta un niño la puede
formular fácilmente.

También se ha pasado por alto el hecho de que “carne y sangre no


pueden heredar el reino de Dios” (1 Corintios 15:50). Este segundo
punto es importante. El hombre mortal no puede heredar el reino
bíblico, pues necesita primero ser “transformado”, cuando se haga
realidad la segunda venida de Cristo en persona (1 Corintios 15:52). Esto
hace imposible que la iglesia, compuesta por mortales, sea el reino de
Jesucristo.

Autoridad Sobre Las Naciones

La iglesia está llamada a conformar el reino glorioso de Cristo para


ejercer su autoridad sobre las naciones de la tierra. La Parábola de la
Diez Minas explica claramente este punto, al señalar que los fieles
creyentes tendrán puestos de autoridad en el gobierno mundial de
Cristo. Léalo en Lucas 19:11-27 y Apocalipsis 2:26. Nótese que dice:
“autoridad sobre las naciones o países”, lo que significa que el
mundo estará dominado también por los cristianos fieles, cuando el
reino de Cristo se establezca en la “parousía” o venida del Rey de
reyes desde el cielo. Los últimos serán los primeros, y los primeros
vendrán a ser últimos.

Ya el profeta Isaías (32:1) había predicho de que habría un justo que


reine con sus príncipes en el reino de Dios. Dice así el texto: “He aquí
que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio”.
Y en el Salmo 122;5 se predijo que en Jerusalén estarán los tronos de
su casa o reino: “Porque allá (Jerusalén) están las sillas del juicio,

21
los tronos de la casa de David”. Sí, la sede del reino estará en la
tierra, y los santos ejercerán mundialmente su autoridad y poder con
Jesucristo, el rey del reino.

Es claro, entonces, que el hombre de hoy tiene la oportunidad de


participar como un protagonista dentro del futuro reino o gobierno
mundial de Cristo. Ahora nuestra vida tiene realmente un propósito
trazado por Dios desde los albores de los tiempos. Por eso, el retorno de
Cristo es la bendita esperanza de todos los Cristianos mesiánicos (Tito
2:13, 2 tesalonicenses 2:16). Los que no tienen a Cristo y su evangelio
en el corazón, viven desesperados y frustrados por la falta de un
horizonte claro y de esperanza para sus vidas y la de sus hijos ( 1
Tesalonicenses 4:13; Efesios 2:12) . Definitivamente cualquier hombre
que no conoce este mensaje o evangelio del reino vivirá el momento
pensando que la vida es una y que hay que “vivirla al máximo”, gozando
de todos los placeres que este mundo ofrece. Estos hombres se vuelven
hedonistas, creyendo que satisfaciendo todos los deseos de su carne, y
de sus ojos, serán realmente felices. Pero todos sabemos que los ricos
también lloran, sufren, se deprimen, se emborrachan, se drogan, y se
suicidan. Y es que tampoco las cosas materiales dan la felicidad y el
gozo verdaderos. Ya lo dijo Jesús que “la vida del hombre no consiste
en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15).
Realmente los hombres más felices son aquellos de fe, y de rectitud de
carácter, pues sus conciencias están tranquilas y satisfechas por el bien
hacer en el nombre de Jesús.

El Nuevo Nacimiento y el Reino de Dios

A Nicodemo, un fariseo de renombre, Jesús le dijo: “ De cierto, de


cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el
reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer
siendo viejo? ¿Puede entrar acaso por segunda vez en el vientre
de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te
digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne
es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles
de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla
de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde
viene, ni a dónde va, así es todo aquel que es nacido del
Espíritu” (Juan 3:3-8).

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Aquí Jesús está dando la clave para poder ver e ingresar en su reino
milenario en la tierra de la era venidera. Aquí Jesús dice que se debe
“nacer de agua y del espíritu”. ¿Qué significa eso exactamente? La
mayoría de cristianos ignora el significado de esta revelación de
Jesucristo, pues no se les ha estimulado a reexaminar sus creencias a la
luz de las Santas Escrituras, la Biblia. Pues bien, ahora usted tiene la
oportunidad de saberlo con verdad. El agua en la Biblia suele tener dos
significados básicos: La Palabra de Dios y el Bautismo. Pedro habla de
“renacidos por la Palabra de Dios” en 1 Pedro 1:23, donde dice
claramente: “Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino
de incorruptible, por la Palabra de Dios que vive y permanece
para siempre”. De modo que la Palabra de Dios hace renacer a un
convertido, y lo transforma en un hombre nuevo, en un niño en Cristo, el
cual será reeducado en los valores de la fe. Y en Juan 15:3 Jesús dice
algo interesante: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os
he hablado”. De modo que la palabra de Dios tiene el efecto del agua:
limpiar la mugre espiritual, o los pecados. Y Pablo dice que la Palabra de
Dios actúa en los creyentes: “Por lo cual también nosotros sin
cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra
de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra
de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual
actúa en vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:13). Sí, la
palabra de Dios (=el evangelio del reino) actúa en los creyentes para
transformarlos en “nuevos hombres” (Romanos 12:2, 2 Corintios 5:17).

La segunda connotación del agua es el bautismo. El hombre que cree


en Cristo, y en su evangelio del reino, se bautizará en agua para el
perdón de sus pecados (1 Pedro 3:20,21; Hechos 2:38). En Hechos 8:12
tenemos los dos aspectos del agua actuando juntos cuando Felipe
bautizó (en agua por inmersión) a aquellos que recibieron creyeron en
la palabra del evangelio del reino (o agua espiritual) con fe. Dice así
el texto: “Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el
evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se
bautizaban hombres y mujeres”. Por supuesto que después de este
bautismo los hombres y mujeres creyentes se llenaron del Espíritu de
Dios (Hechos 2:38). Habían nacido del Espíritu Santo por la Palabra
del evangelio del reino que es también la espada del Espíritu (Efesios
6:17). Entonces, la palabra del evangelio del reino de Dios hace
renacer a muchos hombres “de agua y del espíritu”, para convertirlos en
soldados de Cristo, en hombres santos y probos.

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Por tanto, al hombre “renacido” se le conoce por sus frutos---¡los del
Espíritu Santo!. El hombre nuevo vivirá bajo el Espíritu Santo y ya no
bajo “la carne” ( Romanos 8:1-17). El creyente es ahora un hijo de Dios,
y heredero de todas las promesas ofrecidas por Dios a un hijo obediente
y leal. Tendrá, pues, el derecho de ser un heredero del reino del Padre
como un príncipe glorioso al lado de su hermano mayor, el Señor
Jesucristo, el Rey del reino de Dios (Apocalipsis 3:21).

También el otro aspecto del “nacimiento del Espíritu” es aquel referido a


la “resurrección espiritual” del creyente difunto para heredar el reino
venidero milenario. Ya el apóstol Pablo había explicado el hecho de que
si poseemos el Espíritu Santo en nosotros por la conversión, entonces
Dios nos resucitará por Su Espíritu para heredar el reino. Dice así Pablo:
“Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús
mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús
vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que
mora en vosotros” (Romanos 8:11) . Nótese la importancia de tener el
Espíritu de Dios. Sin Él no podremos resucitar para heredar el reino
glorioso. De allí la importancia del renacimiento del Espíritu. Se renace
con un cuerpo espiritual por el Espíritu que mora en nosotros (1 Corintios
15:42-44). Luego, al recibir el “renacimiento espiritual” (= la
resurrección con cuerpos espirituales), entonces veremos y entraremos
en el reino prometido de justicia de la era venidera.

¿Tiene Usted el Espíritu de Dios?

Definitivamente no se puede tener el Espíritu Santo si se está viviendo


en el sexo ilícito, drogadicción, alcoholismo, hurtos, mentiras, estafas,
hipocresías, ocultismo, asesinatos, odios, rencillas, rencores, orgías,
idolatrías, amor al dinero, lascivias, etc, etc. El apóstol Pablo hace un
claro contraste entre los deseos de la carne y los deseos del Espíritu. Sus
palabras son como siguen: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no
satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne
es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos
se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si
sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Y manifiestas
son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación,
inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos,
celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias,
homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas;

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acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes,
que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales
cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos” (Gálatas 5:16-24).

Ahora bien, nótese que los deseos del Espíritu son claros: Amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, etc.
El amor es de Dios. Si se tiene a Dios en el corazón, se tiene el amor.
Con el amor nosotros podemos lograr todo lo imposible. El gozo
proviene de saber que nuestros pecados pasados han sido perdonados,
así como por saber que uno tiene una esperanza de gloria para el futuro
en el reino de Cristo. La paz comienza con uno mismo, en el momento
que uno ha hecho la paz con Dios, y se ha reconciliado con Él. Luego, la
paciencia viene como resultado del amor y de la fe en las promesas de
Dios. La benignidad o la dulzura de carácter es el resultado del mismo
Espíritu de Dios morando en uno. Uno reflejará el amor y la dulzura de
Dios en nuestro trato diario con los demás. La mansedumbre es el
carácter manso, tranquilo, dócil y sumiso del creyente. Ya no será un
hombre violento, soberbio, petulante, y orgulloso; sino manso, humilde,
obediente, piadoso y santo. Y la templanza es la moderación en todo: En
la comida, en la bebida, en el hablar, en el sexo marital, etc, etc.

¡Retenga Su Corona de Gloria!

A los hombres que se han convertido por el anuncio del evangelio del
Reino de Dios, Jesús les dice muy enfáticamente: “He aquí que yo
vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu
corona” (Apocalipsis 3:11). Sí, todos los creyentes mesiánicos tienen ya
su corona de gloria del reino de Dios. Lo que resta por hacer es que
nadie nos la arrebate o nos la quite por nuestra desidia e inconstancia.
Es entonces obvio que estamos llamados a ser príncipes coronados en el
reino de Cristo. Allá en el cielo están guardadas nuestras coronas, listas
para ser traídas a nosotros, y colocadas en nuestras cabezas, para
cuando Cristo vuelva en gloria con sus santos ángeles desde el cielo.
“He aquí que yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para
recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).

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Breve Cuestionario Para Repaso

1.-¿Para qué vino Jesucristo al mundo, según Lucas 4:43?

2.-¿Qué significa la palabra evangelio?

3.-¿Cuál es la tragedia del cristianismo de los últimos quince siglos?

4.-¿De qué se trata este evangelio, según Mateo 24:14?

5.-¿Qué predicaba Jesucristo con sus discípulos en las distintas ciudades que visitó, según Lucas 8:1,2?

6.-¿Qué mandó Jesucristo a predicar a sus discípulos hasta su regreso en gloria?

7.-¿Qué predicó Pablo en Mileto, Roma, y Efeso?

8.-¿Se oye predicar este evangelio en el Perú?

9.-¿Qué significa la palabra reino?

10.-¿Cuál es la diferencia entre el reino de Dios y los reinos actuales?

11.-¿Qué explicación dio Agustín de Hipona del reino?

12.-¿Qué interpretación dan del reino los Católicos?

13.-¿Qué interpretación dan la mayoría de protestantes acerca del reino?

14.-¿Qué cuatro cosas tiene un reino?

15.-¿Por qué el hombre no puede vivir en el cielo?

16.-¿Qué dijo Salomón con respecto a nuestro destino?

17.-¿Qué pidió el pueblo de Israel a Dios por intermedio de Samuel?

18.-¿Quién fue el primer rey de Israel?

19.-¿Quién reemplazó a Saúl y por qué?

20.- ¿De quién era el reino de David?

21.-¿Qué texto usaría para probarlo?

22.- ¿Qué pacto hizo Dios con el rey David?

23.- ¿Cumplió Salomón, su hijo, con el pacto prometid0? Explique

24.- ¿Quién, entonces, cumplirá el pacto totalmente?

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25.- ¿Cuál fue el último rey de la dinastía del reino de Dios?

26.- ¿La suspensión del reino de David, sería para siempre?

27.- ¿Qué profetizó Ezequiel en el capítulo 21, y versos 25-27?

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