padres, porque esto es justo. 2 Honra a tu padre y a tu madre (que es el primer mandamiento con promesa) 3 para que te vaya bien y vivas largo tiempo sobre la tierra. 4 Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina y la instrucción del Señor. (Ef. 6:1- 4)
Introducción
La acción formadora (hacer tomar forma, modelar
el barro) de los padres no es nada fácil; no es sólo enseñar en el sentido de dar conocimientos, ni educar en el sentido de hacer que sepan comportarse; es formarlos de tal forma que sean hombres y mujeres capaces de enfrentarse a la vida y vencer por ellos mismos cualquier situación que se presente. ¡Qué tremenda responsabilidad!
Es interesante recordar cómo se formaban los
niños en la sociedad judía: hasta los cuatro años de 2 edad, el niño permanecía con la madre quien le enseñaba lo más básico, le ayudaba a formar su carácter; desde los cuatro hasta los siete años se encargaba de su educación el padre, quien le enseñaba a desenvolverse correctamente entre sus amigos; a partir de los siete años el niño era educado en la sinagoga, pero siempre siendo tutelado por sus padres. Desde luego, esto contrasta bastante con nuestra realidad actual.
I. Irritando a los niños
Durante todo este tiempo no todo era un camino
de rosas; el niño no siempre respondía como los padres esperaban y los padres no siempre enseñaban de una forma que formase correctamente a su hijo. Precisamente eso es lo que significa irritar. Una de las acepciones según el DRAE es “anular, invalidar”. Aquí es donde entra la exhortación de Pablo. Nadie hace nada para molestar o hacer sufrir a sus hijos, pero los padres pueden anular o invalidar a sus hijos al cometer errores al criar a sus hijos tales como:
• Exceso de protección. A veces los padres tienen
tanto temor de que a sus hijos les suceda algo que los encierran por todos lados: “no hagas esto, no hagas lo otro”. Esta superprotección crea una 3 dependencia de la que los hijos quizá no se vean libres nunca. Los hijos deben ser advertidos de los peligros, pero cierta cantidad de riesgo es necesaria para su desarrollo moral y espiritual.
• El exceso de protección puede tener otra cara
posiblemente más difícil de combatir: meterlos dentro de un burbuja irreal al darles no lo que necesitan, sino lo que quieren: comen lo que quieren, visten como quieren, etc. No, no estoy abogando porque se les irrite por llevarles siempre la contraria (de ahí la exhortación de Pablo) pero lo que sí tenemos que examinar es si esas cosas les ayudan a enfrentarse a la vida y vencer por ellos mismos situaciones difíciles que se presente, o si por el contrario, forma un carácter débil y caprichoso en ellos. En muchas ocasiones los padres dan a los hijos lo que ellos no tuvieron sin considerar si darles todo es bueno o malo.
• Por favoritismos. Isaac prefirió a Esaú antes que
a Jacob, pero Rebeca prefirió a Jacob. Los tristes resultados de estos favoritismos son bien conocidos por todos: enfrentamientos y rupturas de relaciones. Tratar a dos hijos exactamente por igual no es bueno porque cada uno de ellos tiene su propia forma de ser; de lo que se trata es de mostrarles amor a cada uno de ellos de acuerdo a 4 su personalidad de forma que se sientan amados. Hay que ser creativos porque no existe un “libro gordo de Petete” que contenga fórmulas mágicas.
• Por desaliento. Podemos desear que nuestros
hijos sean lo que nosotros no pudimos ser, o que tengan lo que nosotros nunca tuvimos. Sin pretenderlo, les imponemos un corsé que no los deja desarrollarse. Los hijos necesitan guía, estímulo, no un yugo o un bocado que les lleve donde no quieren. Siempre es mejor acompañarles que perseguirles.
• Falta de reconocimiento. Algunos padres pueden
provocar el “Síndrome de Peter Pan” en sus hijos al no reconocer que el hijo está creciendo y que, por tanto, tiene derecho a ideas propias. “¡Ay, mi antoñito!” No es bueno que sea una fotocopia de nosotros sino que debe desarrollar su propia personalidad. Nico no escuches...
• Por descuido. El conflicto que se produjo entre
David y su hijo Absalón, ¿fue el error sólo de Absalón? ¿Acaso no tuvo parte de culpa David por descuidar a su hijo y no prever adónde se dirigía? Los padres deberíamos ser capaces de examinar los indicios que nos dan nuestros hijos para saber adónde se dirigen, pero para eso hemos 5 de dedicarles tiempo que es precisamente lo que nos falta en muchas ocasiones. Deberemos decidir entonces cuáles son nuestras prioridades.
• El descuido en ocasiones es muy sutil. Como no
tenemos mucho tiempo porque hay que trabajar arduamente para sacar la casa adelante, en demasiadas ocasiones los niños, especialmente los pequeños, pasan más tiempo con los abuelos que con los padres. Y algunos niños quieren pasar más tiempo con los abuelos que con los padres. Esto no es bueno ni para los padres ni para los niños. Para los padres porque no pasan el suficiente tiempo con los niños como para ganarse su autoridad (además de poder disfrutar de cada etapa del crecimiento del niño); para el niño porque los abuelos suelen ser tan permisivos que los niños crecen torcidos desde el principio (además de que los abuelos ya no tienen las suficientes fuerzas ni recursos para hacerlo). Por eso Pablo exhorta a los padres que, en primera y última instancia, son los responsables de la formación del niño. Mucho peor es, sin embargo, la delegación en la escuela pensando que los profesores son los “profesionales” más adecuados para formar a los niños. Así a veces nos podemos encontrar con “monstruitos” que ni los padres reconocen. 6
• Malos tratos físicos y psíquicos. Quizá esto no
sea muy habitual entre los padres cristianos, pero es una realidad de nuestra sociedad. Y los maltratos físicos son más habituales de lo que parece. El padre “debe” demostrar su autoridad en lugar de “ganar” esa autoridad. Frases del tipo “Aquí mando yo” o “porque yo lo digo”... Es tan malo un exceso de “mano dura” como de “mano blanda”.
II. Poniendo las cosas en su sitio
Por todo eso es bueno seguir el consejo de la
Palabra. Pablo pone lo positivo frente a lo negativo al continuar: “sino criadlos tiernamente”. Los padres deben procurar el alimento a sus hijos, tanto el material y espiritual, como el mental. Deben nutrirlos.
Y esta ternura no excluye la firmeza: “en la
disciplina y la instrucción del Señor”. Disciplina puede ser descrita como la educación mediante reglas y normas, recompensas, y si es necesario, castigos. Se refiere especialmente con lo que se hace con un niño. Instrucción es la acción formativa por medio de la palabra hablada, sea de enseñanza, advertencia o de aliento. Se refiere primariamente a lo que se dice a un 7 niño. Cuando existe dicotomía entre lo que se hace y lo que se dice se produce una “irritación”, una anulación de la formación que estamos tratando de inculcar al niño.
Si el padre es demasiado laxo, el hijo crecerá sin
disciplina y será incapaz de enfrentar la vida. Por eso, el padre, cuanto más ame a su hijo, más le corregirá, amonestará y estimulará. Esto último es lo que evitará muchos desequilibrios que, en muchas ocasiones, arrastran los hijos durante toda su vida. El deber del padre no es sólo disciplinar, sino también estimular. La motivación es siempre la representación anticipada de la meta, lo cual conduce a la acción.
El “problema generacional” se renueva
constantemente. Es ley de vida. Siempre se quejan los hijos de que sus padres no los entienden y los padres de que sus hijos son un poco alocados. Quizá sea porque los jóvenes son más dinámicos, más inquietos, tienen más fuerza y están por descubrir y conquistar su mundo. Por eso tanto los padres como los hijos tienen que trabajar juntos: uno poniendo la fuerza, el otro la experiencia; uno con sus ansias de descubrir, otro mostrando sus descubrimientos; uno buscando alcanzar nuevas cimas, otro mostrando qué cimas se pueden alcanzar y superar, etc. 8 Toda esta disciplina e instrucción debe ser “del Señor”. Tal ha de ser su calidad. Esto es dar el hijo un sincero ejemplo de vida y conducta cristiana. Toda la atmósfera en que esta disciplina se administra debe ser tal que el Señor pueda poner su sello de aprobación.
Conclusión
Todo esto me parece muy difícil como padre que
soy. Pero precisamente por eso es por lo que en acto de Presentación de Niños en nuestras iglesias es tan especial. Por un lado reconocemos la dificultad de la tarea, pero al mismo tiempo sabemos que contamos con la guía del Espíritu Santo. Por eso queremos encomendarles al Señor, rogando a Dios que dé sabiduría a los padres para realizar esta labor de acuerdo a su santa voluntad. Pero a la vez reconocemos que ahora somos uno en el Señor, somos un solo cuerpo por su acción salvadora y transformadora en nuestras vidas. Por eso, y porque reconocemos que el Señor habla también a nuestros hermanos y no sólo a nosotros, es por lo que pedimos a los hermanos que nos ayuden en esa tarea, en la que algunos ya tienen experiencia. 9 Así, el acto de Presentación de Mario y Nicolas es un acto
1. de gratitud al Señor por habernos dado a estos
niños, 2. de adoración porque queremos formar a estos niños en los caminos del Señor y hacerlo de forma que le agrade a Él, y 3. de compromiso de la iglesia que ora y ayuda a los padres en este propósito