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GRABADOS

Y
DESCRIPCIÓN
DE
MÉXICO
EN LOS AÑOS
1862-1863
RECCOPILAC
CION DE DATOS,, PREPARACIÓN, TRANS
SCRIPCIÓ
ÓN
Y MONTAJE
M E: Cesar Ojeda
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INTRODUCCIÓN

Ha sido mi intención en este libro que ahora les presento,


recopilar de revistas y semanarios ilustrados editados en España
durante el siglo XIX, una selección de artículos y grabados sobre
México, que describen tanto la geografía y ciudades del país, como
los usos y costumbres imperantes en la época.

He transcrito los textos, manteniendo en todos los casos la


prosa descriptiva del articulista, solo he corregido puntualmente la
ortografía de algunas palabras hoy en día en desuso.

En cuanto a los grabados, aparte retoques de contraste, brillo


y exposición, se han mantenido idénticos a los originales.

Me parece innecesario indicar que las opiniones y


descripciones que reflejan los artículos, son las de sus autores
respectivos. Las cuales en muchos casos no comparto por
considerarlas un tanto xenófobas y puede que hasta despectivas
para con los naturales del país.

Se debe considerar que en el siglo XIX aun perduraba


lamentablemente una cierta “nostalgia” del imperio perdido, que de
alguna forma se intentaba contrarrestar con un “fervor patriótico”
exacerbado, haciendo mención a la menor oportunidad, a las gestas
de tiempos pasados.

Aun con ello es mi opinión personal que merece la pena leer


con atención dichos artículos y observar con detenimiento los
grabados, pues reflejan escenas, usos y costumbres hoy en día
desaparecidas o en el mejor de los casos muy alteradas.

Por último indicarles que el libro consta de 12 artículos y 19


grabados, con un total de 106 páginas. Cada artículo comienza con
una portada que indica el titulo y los datos de la revista de la que se
ha obtenido. Así mismo, para mayor comodidad del lector, mediante
la pestaña marcadores, se accede a cualquiera de los artículos
directamente y a la vez sirve de índice del libro.

Las Palmas de Gran Canaria 16 de Marzo del 2008


MÉXICO
A VISTA DE PAJARO
TOMADA DEL NATURAL

NOTA: EL GRABADO Y LAS EXPLICACIONES DEL


MISMO HAN SIDO TRANSCRITAS DEL SEMANARIO “EL
MUNDO ILUSTRADO” Nº 23 DEL AÑO 1862.

ES ACONSEJABLE, PRIMERO VER EL GRABADO A UN


TAMAÑO DE 100-125 % PARA HACERSE UNA IDEA
GENERAL DE LA CIUDAD, Y AMPLIARLO
POSTERIORMENTE ENTRE 250 Y 300% PARA SEGUIR
CON DETALLE LA RELACION DE LUGARES INDICADOS
Explicación de los números del grabado

1.- Ixtaccihuatl, (en azteca quiere decir la mujer blanca).

2.- Popocatepetl ó el monte que despide humo.

3.- Lago y pueblo de Tezcuco.

4.- Peñón de los Baños, donde hay un manantial sulfuroso termal.

5.- Camino de Veracruz.

6.- Ayolta, pueblo grande y hermoso en el camino de Vera Cruz.

7.- Lago y pueblo de Chalco.

8.- Chiko, pueblecito de indios en el lago de Chalco.

9.- Pueblo de Mejicalzingo.

10.- Jatacalco, pueblo en el canal.

11.- Santa Anita, pueblo de pescadores, a una legua de la ciudad,


en el canal.

12.- Paseo de la Vega para los meses de marzo, abril y mayo.

13.- La casita de Santa Anita, edificio en el que se halla la


recaudación de los impuestos sobre consumos de los
productos que llegan a la ciudad por el canal.

14.- Iglesia y plaza de toros de San Pablo.

15.- Iglesia y convento de Santa Clara.

16.- Universidad; en ella se conservan los objetos del museo.

17.- Mercado Principal.

18.- La diputación.

19.- Palacio del gobierno, en donde están también el Jardín


Botánico, la Casa de la moneda y el Correo.

20.- Iglesia catedral y parroquia.


21.- Palacio del arzobispo.

22.- El correo que forma parte del palacio.

23.- Aduana.

24.- Convento y plaza de Santo Domingo; enfrente se halla la


antigua casa de la Inquisición.

25.- Teatro del Coliseo Viejo.

26.- Baratillo de Tlatelolco, ahora mercado de legumbres para las


clases inferiores, antes el mercado principal de Tecnochtilans
en cuyo lugar fundaron los españoles el actual Méjico.

27.- Teatro Nacional.

28.- Convento de las Belemitas, antes perteneciente a una


comunidad de religiosas del orden de los Jesuitas, y cuya
parte posterior ha sido convertida en teatro.

29.- Escuela de minas, uno de los edificios más bellos y


grandiosos de la ciudad.

30.- Hospital.

31.- El gran convento de San Francisco, que es el más grandioso


de la ciudad y contiene cinco iglesias; modernamente se le ha
quitado una parte para abrir una calle, por lo cual ha quedado
dividido en dos.

32.- Iglesia del Refugio.

33.- Convento de San Agustín.

34.- Inclusa.

35.- Mercado de Portalito.

36.- Acueducto de Chapoltepek.

37.- Convento de los Descalzos.


38.- La ciudadela, pequeño fuerte rodeado de fosos pantanosos y
de praderas, que sirven para prisión de los grandes
criminales.

39.- Fabrica de gas, en el año 1858 algunos faroles de la parte


principal de la ciudad sirvieron para hacer la prueba de este
gas, pero después cesó el alumbrado por falta de dinero,
habiendo quedado así hasta ahora, porque las circunstancias
políticas del país no han sido favorables. La ciudad queda a
oscuras cuando se cierran las tiendas, no viéndose en ella
más luz que del farol que llevan consigo los serenos.

40.- Paseo Bucarelli, punto de reunión de la sociedad elegante en


ciertas épocas del año.

41.- Estatua de Carlos IV de España, que antes estaba en la Plaza


Mayor. Si se le preguntara a un mejicano por esta estatua se
queda al pronto parado, y luego dice: ¡Ah! ¿habla usted del
caballo? Porque esta es la parte de la estatua que mas le
llama la atención.

42.- Camino de hierro a la pequeña ciudad de Tacubaya, donde


hay bonitas casas de campo de los habitantes ricos de Méjico.
El camino de hierro que viene de la pequeña población de
Guadalupe, que se halla al Norte de la ciudad, va a parar al de
Takubaya, no lejos de la Alameda.

43.- La plaza de toros.

44.- Acordada, cárcel para los grandes criminales.

45.- Hospicio para ancianos e inválidos.

46.- La calle de San Francisco, llamada comúnmente de los


Plateros.

47.- La Alameda.

48.- La calle de Takuba, una de las más largas y hermosas de la


ciudad.
49.- Arrabal de San Cosme, el cual no se halla habitado como los
otros por gente de clase baja, sino por personas bien
acomodadas, y en el cual habitan algunos embajadores.

50.- Acueducto que viene del pueblo de Santa Fe.


VISTA PANORAMICA
DE LA
CIUDAD DE MÉXICO

NOTA: EL GRABADO Y ARTICULO QUE SIGUEN HAN


SIDO OBTENIDOS DEL SEMANARIO “EL MUNDO
ILUSTRADO” Nº 21 DEL AÑO 1862

PARA APRECIAR BIEN LOS DETALLES EL GRABADO


SE PUEDE AMPLIAR SIN DISTORSIONES HASTA EL
200%.
Los sucesos que tienen lugar hoy en día en Méjico, y en los
cuales hemos tomado parte antes, han hecho que la atención
general se fije en esta ciudad. Nuestros lectores la conocen ya, pero
en el artículo presente vamos a completar las noticias que acerca
de ella hemos dado anteriormente.

La ciudad de Méjico se halla situada a 7.468 pies de altura


sobre el nivel del mar, y viene a estar en el centro de una extensa
llanura, que por hallase rodeada de altas colinas o montañas, es
llamada comúnmente el valle de Tenochtitlan, nombre que fue dado
a la ciudad antes del año 1530. Este valle es de figura oblonga y se
extiende en una distancia de 52 millas de Sur a Norte y de 34 de
Este a Oeste. Su circuito medido desde la cima de las cadenas de
montañas que le rodean, viene a ser de 203 millas, y su área de
unas 1.700 millas cuadradas; pero una decima parte de su
superficie está ocupada por cuatro lagos.

El mayor de estos lagos que es el de Tezcuco, ocupa en el


centro del valle una superficie de 77 millas cuadradas, y está
solamente unos 3 pies y medio más bajo que la plaza grande de la
ciudad, que se halla en su orilla occidental sobre un terreno
pantanoso. Hacia la extremidad meridional del valle está el lago de
Chalco, que contiene una pequeña isla y el bonito pueblo de Xico, y
se encuentra separado por un dique del lago Xochimilco. La
superficie de estos dos lagos está unos 4 pies más alta que la plaza
grande de la ciudad y ocupan unas 50 millas cuadradas. Su agua es
dulce, al paso que la de los otros lagos es salobre.

Al Norte del lago de Tezcuco, está el de San Cristóbal, que


ocupa unas 27 millas cuadradas, y viene a estar 12 pies más alto
que el de Tezcuco, está dividido en dos partes por un dique y su
trozo del Norte es llamado lago de Xaltocan.

El extremo Noroeste del valle, está ocupado por el lago de


Zumpago, que está también dividido en dos partes por un dique; la
parte del Este es llamada lago de Coyotepec y la del Oeste de
Zitlaltepec. Este lago se halla unos 30 pies más alto que el Tezcuco,
pero solo ocupa 10 millas cuadradas. Durante la estación de las
lluvias, el agua que desciende en gran cantidad de las montañas
que rodean el valle, cae en estos lagos que no tienen salida; la
mayor cantidad entra en el lago de Zumpango, que es el más
elevado.

Sucede muchas veces que en estaciones muy húmedas, el


agua reunida en estos lagos inunda la parte más baja del valle,
elevándose a algunos pies en las calles de Méjico. Para impedir
este contratiempo, el gobierno español mandó hacer un canal, que
fuera por las montañas de Nochistongo, que están al Noroeste del
lago de Zumpango, y por este canal era conducida el agua que
había de mas en el lago. Esta obra extraordinaria, conocida por el
nombre de Desagüe de Huehuetoca, tiene unas 12 millas de largo y
para hacerla ha habido que cortar más de 1.000 varas en rocas,
que tienen de 60 a 75 pies de alto.

Las montañas que rodean el valle son más bajas por la parte
Norte, donde solo se elevan a algunos centenares de pies sobre el
nivel del valle, pero son más altas por otros lados, especialmente
por el Sur y por el Sudeste. Cerca del ángulo del Sudeste, se halla
el monte Istaccihuatl que está a 15.704 pies sobre el nivel del mar, y
que casi siempre se encuentra cubierto de nieve. Está cerca del
monte Popocatepetl, que se halla más al Sur, y que llega a la altura
de 17.884 pies.

La superficie del valle mismo no es igual, sino que está


cortada por rocas de forma muy irregular, que unas veces se
encuentran en extraños grupos y otras completamente aisladas. Las
más elevadas son las de de la Cuesta de Barrientos, al Norte de la
ciudad, que se elevan a 288 pies sobre su base, y el Cerro de
Chiconautla, que está al Nordeste y se eleva 1.055 pies sobre la
parte más baja del valle. Los distritos entre las montañas del Oeste
y los lagos, están cubiertos de pueblos y ciudades, y contienen
grandes espacios de tierra cultivada, donde se coge trigo y otros
granos y vegetales de Europa en grande abundancia; pero muchos
trozos del país por la parte del Este de los lagos son estériles,
porque la superficie del terreno, está cubierta de una capa salitrosa
y las tierras cultivadas y los lugares están muy distantes unos de
otros.
Méjico es una de las ciudades más hermosas del mundo. En
la estación seca se halla a alguna distancia del lago de Tezcuco,
cuyas aguas en la estación lluviosa son echadas algunas veces por
los vientos del Este al extremo oriental de la ciudad, que se halla
protegido por diques contra las inundaciones. Las calles son muy
anchas y forman ángulos rectos unas con otras, de modo que
mirando por algunos puntos en que se cortan, el espectador ve casi
toda la ciudad. Tienen buen pavimento y aceras de losas.

Las casas particulares, aunque espaciosas, son en general


bajas, y rara vez exceden de un piso; pero como están construidas
de una piedra muy buena, tienen cierto aire de solidez y aun de
magnificencia. La altura moderada, tanto de los edificios públicos
como de los particulares, es debida en parte a la dificultad que hay
para poner buenos cimientos, porque el agua se encuentra
uniformemente a muy pocos pies de la superficie, y en parte
también a la frecuencia de los terremotos. Por razón del agua todos
los edificios están construidos sobre estacas.

Los tejados de las casas son planos, y como a veces


comunican unos con otros en una grade extensión, cuando se los
ve desde un punto elevado parecen un terrado inmenso. Las casas
son todas cuadradas y tiene patios que están rodeados de
corredores. Al entrar se va por una gran puerta al patio, y en la
parte opuesta a la puerta está la escalera. Las habitaciones
mejores, que en general están pintadas, se hallan hacia la calle y
todas con balcones.

Las plazas son espaciosas y en general están rodeadas de


edificios de piedra y de buen estilo arquitectónico. La plaza principal
es la llamada Plaza Mayor, que tiene a un lado la Catedral, al otro el
Palacio y a los otros dos tiendas y casas particulares con la casa
del Estado o palacio de las Cortés. En el centro de la plaza había
antes una magnifica estatua ecuestre de Carlos IV de España, que
fue quitada de allí por la revolución. Esta plaza es el mercado de
hortalizas y frutas; las del Sur de Europa se cultivan en el valle de
Tenochtitlan, pero las de los trópicos son llevadas allí de la llanura
de Cuantla Amilpas y de Istla.
Bajo los soportales se venden objetos de manufacturas,
algunos en grande escala, y hay tiendas bien surtidas de objetos de
Europa y de China. En los mismos hay también algunas de las
principales tiendas y una multitud de vendedores que colocan sus
mercancías sobre mesas o en cajas. El Parian o bazar, es un
edificio cuadrado dividido en partes uniformes por dos calles
principales que le cruzan y por otras que le subdividen.

El palacio en que antes habitaba el virrey, que ahora sirve de


residencia al presidente de los Estados Unidos mejicanos y que
contiene también el Senado y todas las principales oficinas
públicas, es un edificio de gran extensión contándose en él un
número de patios interiores y cuadrados con escaleras y
habitaciones separadas. En una de sus divisiones está el jardín
botánico, el cual ha estado muy descuidado últimamente. Entre los
edificios notables está la escuela de Minas que contiene una rica
colección de minerales; la Acordada o cárcel que puede servir para
mil doscientos presos; el Hospital que ahora sirve para cuartel de
artillería; la Universidad que contiene una colección de
antigüedades, entre otras la célebre piedra del sacrificio, y la
Academia de artes con una escuela de dibujo y varias curiosidades.

Las numerosas iglesias y conventos con sus cúpulas y


campanarios dan una apariencia magnifica a la ciudad. La catedral
está edificada sobre las ruinas del gran Teocalli o templo del dios
Mixitli; una parte de ella es baja y de mala arquitectura gótica, pero
la otra construida al estilo italiano es muy bella. El interior es
elevado, magnifico e imponente. En la pared exterior de la iglesia
está fijada la Kelldeda o piedra circular, cubierta de figuras
jeroglíficas por la que los aztecas o mejicanos acostumbraban a
designar los meses del año y que se supone que formaba un
calendario perpetuo. Entre los muchos conventos, se distingue el de
S. Francisco por su extensión, su belleza arquitectónica y su
riqueza.

Como las aguas del lago de Tezcuco son aun mas saladas
que las del Báltico, según los experimentos de Humboldt, y como el
agua que se encuentra a pocos pies de profundidad de la superficie
es también salobre, la ciudad esta abastecida de agua potable
conducida allí por dos acueductos que la llevan de los manantiales
que se hallan en las montañas al Oeste del valle. El agua del
acueducto mayor se distribuye por la ciudad, y la del menor que es
menos pura, por los arrabales de la parte del Sur.

La ciudad es abastecida de provisiones por medio de barcos


pequeños que las llevan por el lago de Tezcuco, pero como el lago
tiene muy poco agua en enero y febrero cesa este abastecimiento, y
la ciudad depende especialmente en cuanto a las hortalizas, de lo
que puede conducirse a ella por el canal de Iztapalapan que va
desde el lago de Xochimilco a la ciudad, pasando por las Cinampas
o jardines flotantes. En la actualidad estos jardines están fijos en el
canal, pero dicen que todavía los hay flotantes en el lago de
Xochimilco.

El objeto más notable de las cercanías de Méjico es el palacio


de Chapoltepec, que está construido sobre una roca al pie de la
cual llegaba el agua del lago de Tezcuco cuando la conquista de
Cortés en 1521. Este palacio es frecuentado por los naturales y los
extranjeros porque desde él se goza de la vista de la ciudad y de
una gran parte del valle de Tenochtitlan.

La población de Méjico está calculada por algunos en unas


150.000 almas, pero otros aseguran que llega a 200.000. La mayor
parte son criollos, descendientes de los españoles y de las indias.
La clase inferior del pueblo, saragates, guachinangos y léperos
viven en un estado de abyecta pobreza debida a sus hábitos
indolentes; su número viene a ser unos 30.000. Las manufacturas
no son importantes allí, excepto la del tabaco que pertenece al
gobierno como en todos los Estados mejicanos y la de platería. Hay
también algunas manufacturas de jabón, algodón y sombreros, pro
la mayor parte de los objetos manufacturados son llevados allí de
Europa; las telas de seda y en particular las medias, son llevadas
de la China. El comercio de Méjico está limitado a la importación de
estos objetos extranjeros y a la exportación de los productos de las
minas.
CHAPULTEPEC
Y
LOS
ALREDEDORES
DE
MÉXICO
AÑO 1857

NOTA: GRABADOS Y ARTÍCULOS TRANSCRITOS DE LA


REVISTA “EL MUSEO UNIVERSAL” Nº 16, MADRID 30
DE AGOSTO DE 1857.
BOSQU
UE DE CH
HAPULTE
EPEC AÑ
ÑO 1857
¡Qué sorprendente perspectiva desenvuelve a los ojos del
viajero, el grandioso valle que se extiende alrededor de la antigua
Tenochtitlan!

Nada más pintoresco, nada masa interesante, nada más


poético y delicioso como los risueños alrededores que engalanan a
la bella capital de Méjico, que semejante a una de las diosas de la
fábula, yace, servida por sus bellísimas ninfas, muellemente
reclinada en un lecho de dulcidas, matizadas y fragantes flores

Sin rival en hermosura, gentil como la palmera del desierto, y


pura coma una vestal de la antigua Roma, descuella á tres cuartos
de legua, la reina de las florestas y de las selvas; la sagrada
mansión de los poderosos emperadores aztecas; el delicioso y
frondoso bosque de Chapultepec lleno de tradiciones y recuerdos,
ostentando en medio de sus corpulentos y antidiluvianos
ahuehuetes, su magnífico palacio que se levanta imponente como
el eterno centinela del valle que custodia los manes de sus antiguos
señores.

Besando ese montón de peñas vestidas de arbustos y


alfombradas de verde grama, sobre las cuales se ostenta ese
magnífico palacio, y rodeado de corpulentas sabinas, presenta una
inmensa superficie plateada, la profunda y maravillosa alberca que
por encima de un sólido y grandioso acueducto, envía sus límpidas
aguas á la magnífica ciudad, que ávida las recoge en sus mil
adornadas fuentes.

¡Cuántas veces á la risueña orilla de ese trasparente espejo


en que se retratan las verdes ramas de los corpulentos árboles, y
bajo la misteriosa sombra de los respetables ahuehuetes, reposaron
los emperadores aztecas al lado de sus lindísimas concubinas,
custodiados de sus intrépidos guerreros tan arrogantes con el
enemigo como sumisos y obedientes con su señor!

Mas ¡ah! cuando con el silbido de las flechas arrojadas del


arco del valeroso indio, cruzó el terrífico estruendo del arcabuz
europeo, el irresoluto Moctezuma tembló por la primera vez en tu
recinto, y tú sorprendiste su pavor y su amargura. Cayeron bajo la
planta del conquistador los dioses de tus reyes, los templos, los
palacios y las ciudades, y desaparecieron casi de repente, los
hermosos vergeles, los impenetrables bosques, las deliciosas
florestas, que fueron el orgullo de los reyes de Tenochtitlan y de
Tescoco, y el asombro de los soldados del intrépido Hernán Cortés.

Nada queda de los deliciosos sitios consagrados á los


emperadores aztecas; nada más que tú, incomparable bosque, que
has sobrevivido á la ruina de las magníficas selvas que embellecían
el Anáhuac , y que sobrenadas á la destrucción del antiguo imperio,
para revelar al mundo en la sublime página que en ti escribieron tus
primeros habitantes, el gusto y la magnificencia de los poderosos
reyes de aquella gran nación que no reconocía igual en el gran
continente descubierto por el sabio genovés Colon.

Bajo esas mismas copudas sabinas, cuyo robusto tronco solo


es dable abrazar entre doce personas; bajo esos soberbios y
majestuosos ahuehuetes de cuyas extendidas ramas cuelga el
encanecido heno, revelando las centurias de años que de existencia
cuentan, ¡cuántas veces habrá descansado do las fatigas de la
guerra y de los negocios políticos, el valiente capitán Hernán-
Cortés, junto á su hechicera y seductora Malitzin! Aun se cuenta, al
menos, que en la deliciosa alberca, y bajo la bóveda que forman los
arrogantes árboles, aparece, al toque de las doce, en esa hora en
que el sol desciende por entre las ramas como una gasa de oro y
plata, aparece , repito, encima de las trasparentes linfas, rizadas por
las leves auras, la tierna y encantadora india; suelta su negra,
lustrosa, abundante y luenga cabellera, pronunciando el nombre de
aquel guerrero español á quien tanto ayudó en la grande y
arriesgada empresa que con un puñado de valientes había
emprendido.

¡En este bosque todo es bello, todo grande, todo majestuoso!


Cada árbol, cada vereda, cada arbusto, cada arroyo de los muchos
que cruzan su sombreado recinto, es una epopeya dulcísima de
aquellos tiempos que precedieron á la conquista. En esas mismas
espaciosas glorietas circundadas de árboles y de asientos de
piedra, donde hoy celebran sus días de campo los modernos
mejicanos, se entregaron al regocijo y al placer, poco antes de la
desaparición del antiguo imperio, Moctezuma y Hernán Cortés,
Guatimoc y Alvarado, la Malitzin y las beldades indias que
embellecían la corte del primero.

Para el filósofo que penetra en esta deliciosa mansión,


¡cuántos encantos reúne cada uno de los objetos que le rodean!
Este es, piensa, el sagrado recinto, propiedad de la familia real, á
donde á nadie le era permitido entrar sino á los grandes del reino,
despojándose primero del rico calzado que llevaban. Estas pintores-
cas sendas que atravieso, son aquellas por donde los emperadores
aztecas, seguidos de sus principales guerreros, cruzaban con el
formidable arco en la mano izquierda , y la veloz flecha en la
derecha, en pos de esos canoros pájaros de brillante plumaje, que
agitando sus pintadas alas, se despiden del astro principal, cuyos ti-
bios rayos tiñen el occidente de púrpura y de grana, que al través
de la enramada, semeja un trasparente velo salpicado de cintilantes
chispas de rosicler y nácar.

Estos que á mis plantas pasan murmurantes arroyos, son los


mismos en que bañaban sus diminutos y delicados pies las
seductoras indias, de rosada tez y turgente seno, que tan llenas de
atractivos se presentaron más tarde á los ojos de los españoles.
Esta espaciosa calzada que conduce al grandioso colegio militar, es
la misma por donde subían los antiguos mejicanos al palacio del
emperador, que se elevaba grandioso é imponente en el mismo
dominante lugar en que aquel se ostenta. Desde aquí miraban
arrobados de placer aquellos reyes, de la misma manera que yo
miro en este instante, 'á un lado los pintorescos pueblos de
Míxcoac, San Ángel y Tacubaya y cuyas casas, escondidas entre el
ramaje de los arboles, aparecen cual otros tantos nidos de palomas
que blanquean á lo lejos : enfrente, la extensa línea de suntuosos
edificios de la emperatriz ciudad, con sus gigantescas torres, sus
pintorescas calzadas orilladas de frondosos álamos, y sus
deliciosas azoteas, convertidas en otros tantos odoríferos jardines :
á la izquierda los trasparentes lagos, cubiertos de ligeras canoas de
indios; y al S. E. los dos gigantes majestuosos del pintoresco valle,
el Popocalepetl, y el Izllazihuatl, cuyas elevadas cimas, cubiertas
constantemente de nieve, semejan los blancos penachos de dos
invencibles guerreros , cuyas blancas plumas van á perderse en la
trasparente bóveda del cielo. Si, desde aquí so descubran esas dos
montañas colosales, llamadas la una Popocatepetl, que significa
monte que arroja humo, que tiene de altura 5,400 metros sobre el
nivel del mar, al cual subió en 1519 el intrépido capitán español don
Diego Ordaz, y la otra denominada íztlazihuntl, que quiere decir
mujer blanca, teñidas ambas por los raudales de luz le un sol abra-
sador, que al reflejar sus rayos sobre la inmensa capa de nieve,
parece brotar de la superficie una nube de llameantes colores que
incendia la creación

Pero dejemos á Chapultepec con sus majestuosos y


soberbios ahuehuetes ostentando el encanecido heno que revela su
larga existencia, con sus risueñas glorietas entoldadas con las
ramas de las corpulentas sabinas, con sus mil límpidos arroyos que
serpentean por entre la verde grama, con su magnífica alberca,
digna de ser visitada por todo viajero, y con su pintoresco colegio
militar, para trasladarnos á Tacubaya, pueblo próximo al delicioso
bosque, apaciblemente reclinado en sus pintorescas lomas,
engalanado de primorosos jardines, bien cultivadas huertas,
primorosas casas, y de su árbol bendito.

Tacubaya es el Aranjuez y la Granja de Méjico. Las


principales familias de la capital tienen en esta pintoresca población,
excelentes casas donde van á pasar una temporada al año; y con
frecuencia se convierte en mansión del presidente de la nación, á
quien suele servir de morada el palacio arzobispal, que es un
edificio elegante, bien situado, sólido y espacioso.

La calle principal que sirve de entrada á Tacubaya, está


orillada por ambos lados de tupidos chopos y fresnos, y casi todos
sus edificios son elegantes casas de campo, construidas al estilo
moderno, con magníficos jardines que la dan un aspecto el más
risueño y agradable.

Pero las más notables de todas, las que particularmente


llaman la atención del viajero, son la del señor conde de la Cortina,
la de Carranza, la de Jamison, la de Bardet, la de Iturbe, Algara,
Laforgue, Escardon y la del señor Herrera. Todos estos edificios,
donde han gastado sus dueños sumas considerables, presentan fa-
chadas las mas elegantes y graciosas; todos tienen deliciosos y
grandes jardines de naranjos y limoneros, donde se ostentan á la
vez los árboles frutales mas exquisitos, primorosos estanques y las
flores más delicadas. El jardín del señor Bardet, es sin embargo,
uno de los que más encantos presentan á la vista: en él existen
agradables bosques, rústicas grutas y montecillos construidos por el
arte, que no se cansan los ojos de admirar. En él abundan las
graciosas palmeras, los odoríferos naranjos, los árboles más raros,
fuentes adornadas de graciosos surtidores y delicadas flores de
todos los países.

Rivalizando con esta mansión de delicias, se levanta la casa


del señor Escanden, magnifica y airosa como uno de esos palacios
de hadas que parecen desprenderse de la tierra. Sírvele de entrada
una espaciosa portada con elegante puerta y enverjado de fierro,
primorosamente labrado. A la izquierda se descubre una casita
pintoresca, pintada de encarnado, revelando, de exprofeso, el aire
rustico que debe distinguirla; y en seguida se presenta una preciosa
calzada, sombreada por los fresnos y chopos que á uno y otro lado
levantan su tupido follaje, que conduce á un espacioso terrado
circular, donde se destaca el elegante edificio. Sostiene el segundo
cuerpo de esta deliciosa casa, un peristilo corintio, con su enlosado
de mármol de Génova; y al lado izquierdo y derecho, que dan
entrada al edificio, se descubren dos magníficos pórticos, también
corintios, de un gusto y de un trabajo exquisitos. A la espalda de
este que bien merece ser llamado palacio, están las habitaciones de
los criados, las cocheras y las espaciosas caballerizas, unidas al
edificio por un gracioso pasadizo. El patio, que es de lo más
hermoso que imaginarse pueda, está cerrado por una bóveda de
cristal y las espaciosas galerías ó corredores que dentro de él se
encuentran, están sostenidas por elegantes columnatas de cantería
, en que el arte supo dejar satisfechas las exigencias del pensa-
miento. En él llama la atención un costoso candelabro de bronco
dorado, que sostiene, tres figuras del tamaño natural, que se
enciende por las noches. Para que todo correspondiera á tan
brillante exterior, hay una primorosa pieza destinada al billar,
deliciosos baños, magnífico corredor, graciosas antesalas, regios
salones, y cuanto puede contribuir á la comodidad y regalo del más
grande personaje.

Las paredes, tanto del patio, como del billar y demás piezas,
están cubiertas con pinturas de gran mérito, que pertenecieron al
Sr. conde de la Cortina.

En la huerta, que es bellísima, hay baño, estanque, juego de


bolos, tiro de pistola, gran pajarera con faisanes dorados y
exquisitas aves; otro estanque á flor de tierra, donde se bañan los
cálidos ánsares, los patos y unos cisnes blancos de Inglaterra, que
forman contraste con otros todo negros del mismo país. El jardín es
de los más hermosos y bien cultivados; y el bosque y parque que
rodean la casa, dan á esta un aspecto tan majestuoso, risueño y
encantador a la vez, que no le es dado á mi mal cortada pluma
describir con acierto.

Tacubaya es un nombre adulterado que viene de Atlacolayan,


que en lengua india significa lugar donde tuerce un arroyo. Esta
población existió antes de que los Chichimecas pisaran el país de
Anáhuac. Su clima es uno de los mejores del mundo, como lo
prueba el que muchos enfermos curan con solo trasladarse á él, y lo
pronto que los convalecientes recobran su salud.

Después do Tacubaya, el pueblo más digno de ser visitado es


San Agustín de las Cuevas que aún conserva el nombre primitivo
de Tlalpam que tuvo antes de la conquista, y que en mejicano
quiere decir tierra arriba. Su situación es de las mas pintorescas.
Hermosas haciendas donde se da en abundancia el trigo, el maíz y
la cebada, se extienden á sus pies: riquísimas huertas cubiertas de
árboles frutales la engalanan; espaciosas calzadas, orilladas de
frondosos álamos, la ponen en comunicación con la grandiosa
capital de la república, y cristalinos manantiales de agua, como el
llamado Ojo del Niño, la fertilizan. Pero no es de su frondosidad ni
de su deliciosa posición de las que me voy á ocupar en este
instante, sino del aspecto que presenta en la Pascua del Espíritu
Santo, en que se celebra una feria por espacio de tres días, y en los
cuales se traslada la población entera de Méjico á las rústicas casas
de S. Agustín.

La feria de Tlalpam es acaso la única en su especie en el


mundo. En ningún país, al menos que yo lo sepa, tiene lugar un
espectáculo tan sorprendente y que despierte la codicia del menos
afecto a los tesoros terrenos. No es una feria como las que se
celebran en las grandes naciones europeas a donde concurren los
comerciantes, los campesinos y los fabricantes, unos con sus
géneros y con sus ganados los otros, á vender sus mercancías.
Aquí es una feria donde solo es menester que le sople á uno la
fortuna por un instante, para enriquecerse. Son tres días destinados
al juego, y en que el libro de cuarenta hojas es el árbitro del porvenir
de muchas familias. Desde los gobiernos virreinales le fue
concedida á S. Agustín de las Cuevas, la feria que se celebra los
tres días de la Pascua del Espíritu Santo, y que ha seguido
disfrutando hasta la época presente. En ella estaba permitido el
juego, y las personas que en la ciudad no son capaces de poner á
una carta el valor de una judía, aquí arriesgan algunas onzas por
vía de pasatiempo y distracción.

No hay un solo carruaje que esté ocioso en Méjico desde el


primer día de Pascua: todos van á Tlalpam cargados de gentes de
ambos sexos sin distinción de clases, dispuestas á perder algo. Los
dependientes, los amos, los propietarios, los artesanos, todo el
mundo, en fin, se dirige con la esperanza en el corazón, á ese punto
que halaga con el brillo del oro que en sus mesas está dispuesto
para el que sea favorecido de la suerte.

La población se llena de repente de fondas á las que ante


todas cosas, concurren los que asisten á la fiesta; y en seguida se
dirigen á las casas de juego que, como he dicho, constituyen la
parte preferente de la feria.

El juego principal es el monte que noche y día continua sin


cesar en toda la Pascua. Los salones están llenos de gente que no
aparta la vista de las cartas que van cayendo sobre la mesa: ni una
queja, ni una palabra de disgusto sale de los labios de los
jugadores; y solo interrumpe el sepulcral silencio que reina, el ruido
de las onzas que pasan del poder del banquero al del que ha
apostado, ó del de este al depósito de aquel. Yo he contado
muchos años, veinte casas de monte, sobre cuyas mesas había
más de dos mil onzas en cada una, con otras tantas de reserva,
haciendo, entre todas, un total de ochenta mil onzas, ó lo que es lo
mismo, un millón doscientos ochenta mil duros, sin contar las
gruesas cantidades que para apostar llevan los concurrentes.

Otro de los juegos en que se cruzan gruesas sumas, son los


gallos, cuyas peleas tienen lugar en una plaza construida al efecto,
y á la que suelen concurrir muchísimas señoras, aficionadas á esta
diversión, acompañadas de sus esposos, de sus hermanos, ó de
sus papas.
Todo es animación: en la plaza se han improvisado cafés y
neverías que venden sus efectos á subido precio. Por la tarde un
gran número de personas, particularmente señoras, se dirigen al
Calvario, que es una pequeña colina, con su ermita, cubierta do
césped y rodeada de árboles, donde tiene lugar por la noche el
baile.

Es tal la abundancia de fruta que en tales días se encuentra


por todas partes, que personas hay que no hacen otra comida. Allí
se encuentra cuanto puede desear el paladar más delicado; y
desde el ranchero, nombre que se da á la gente criada en el campo
y que está fielmente presentada en el grabado que acompaña á
este artículo, hasta el más finó señorito de bien cortado frac, se
detienen á comprar el sabroso plátano, el coco, y la delicada
chirimoya, ante la robusta frutera que bajo un ancho sombraje, está
llamando con su hermosura, la atención de los concurrentes.

Está S. Agustín de las Cuevas á tres y media leguas de la


capital, tiene 4,000 habitantes y es uno de los puntos á que muchas
familias marchan en cierta época del año.

Después de Tlalpam, debemos hacer mención de San Ángel,


notable por las deliciosas campiñas y fértiles huertas que ostenta
por todas partes. Dista tres leguas de, la capital, y está situado
ventajosamente sobre unas colinas en anfiteatro.

San Ángel es el punto privilegiado de las familias que habitan


la capital y que van á vivir al campo en señalados meses del año.
Tiene un lugar llamado el Cabrío á donde las señoras que han ido á
cambiar aires, acostumbran ir por las mañanas á tomar leche,
montadas en burros, con solo el objeto de divertirse. Por las noches
se reúnen en una casa donde celebran con frecuencia bailes, y por
el día se entretienen en días de campo y danzas campestres, en
que reina la mayor franqueza, señorío y armonía. Los sábados, al
caer el sol, los comerciantes los empleados y todos aquellos que
por sus ocupaciones no pueden dejar la capital, salen en los
ómnibus á visitar á sus familias, y se quedan en San Ángel hasta el
lunes por la mañana en que los carruajes les conducen otra vez al
punto en que tienen sus negocios.

En la noche del sábado, con la llegada de los hermanos,


padres, parientes y conocidos, se reúnen algunas familias, y se
entretienen los jóvenes de ambos sexos en cantar al piano las
piezas más selectas de Bellini, Do-nizetti y Verdi. La noche del
domingo está destinada exclusivamente al baile, que tiene lugar en
un gran salón, y al cual concurren todas las familias sin excepción.
Aquí se ve a la fina sociedad mejicana, instruida, amable y
deferente: aquí á las bellas hijas de ese rico suelo, de amena
conversación, de claro talento, lucir en el baile su diminuto pié y sus
esbeltos cuerpos, flexibles como las palmeras que sombrean las
fértiles llanuras del Anáhuac : aquí á los elegantes jóvenes de
corteses modales, de cuyos labios, ni aun entre ellos mismos, sale
una palabra ordinaria, obsequiosos con el sexo encantador, pero sin
faltar jamás á ese respeto que indica la alta idea que tenemos de la
mujer á quien nos dirigimos y del verdadero aprecio que la
consagramos, y que allí se observa religiosamente en todas las
clases de la sociedad, excepto la baja.

No cabe en un mejicano la grosería; y desde el medianamente


acomodado hasta el presidente de la nación, reciben á cualquiera
con una amabilidad que cautiva, y que yo he tenido la grata
precisión de admirar muchas veces.

Sería yo un ingrato si no confesase estas bellas cualidades


que adornan á los hijos de aquel delicioso país, cuando tan de
cerca he tocado sus agradables efectos. No cabe en mi carácter
vizcaíno, y sobre todo español, tamaña ingratitud, y debo hacer
justicia á aquella sociedad, en cuyo seno los españoles son vistos
como hijos del mismo país, y tal vez, y sin tal vez, mucho más ob-
sequiados que estos. Hablo de la sociedad media y alta, pues de la
baja nunca se deben esperar mejores resultados que los mismos
que brotan de ella en todos los países del mundo.

En estos conciertos y en estos bailes, lo mismo que en los


que se verifican todos los días en la capital, se sirven con
frecuencia y abundancia en dorados azafates, los más exquisitos
helados, generosos vinos en brillantes copas, delicados pasteles,
magnifico queso y riquísimos dulces.

Si la música y el baile son dos cosas que revelan la dulzura


que han adquirido las costumbres de un país, puede decirse que
Méjico ocupa, en este punto, uno de los principales lugares, pues
en el delicioso arte de Euterpe y de Tersícore, la juventud mejicana
manifiesta un talento y una gracia difíciles de superarse.
A San Ángel sigue Mixcoac, Tacuba y otros cíen pueblecillos
cercados de risueñas campiñas y espesas arboledas que dan al
espacioso valle en que se levantan, una vista deliciosa, que no
reconoce rival en ninguna parte del globo. Parece que. Dios, al
formar esta parte del nuevo mundo, quiso derramar en ella toda la
plenitud de sus favores. Lagos, bosques, montañas, volcanes y
vergeles se descubren á la vez por todas partes.

Descúbrese en medio de tantos prodigios, á la antigua


Tenochtitlan, á la moderna Méjico, hija mimada de Hernán Cortés,
hermosa y respetable matrona, á cuyo alrededor sonríen los
pintorescos pueblecillos que le envían de sus multiplicados jardines,
embalsamadas auras que la inundan de una superabundante
felicidad.

«Méjico, dice el respetable barón de Humboldt, debe contarse


sin duda alguna, entre las más hermosas ciudades que los
europeos han fundado en ambos hemisferios» y asegura, que
habiendo recorrido Washington, Lima, París, Roma, Nápoles y las
principales ciudades de Alemania, ninguna de ellas dejó en su alma
tan grata, dulce y grandiosa impresión como Méjico.

La opinión de tan ilustre viajero, no es más que, la franca


expresión de la verdad, que la reconoce todo el que haya visitado
aquel encantador país, tenga corazón para sentir y admirar las
bellezas que derramó en él la pródiga naturaleza, y no haya cerrado
los ojos ante el bellísimo panorama que se descorre á la vista con
todos los encantos con que se presentó la creación á los ojos del
primer hombre colocado en el Paraíso.

Méjico es la Flora do la fábula, reclinada en medio de una


matizada alfombra de dulcidas flores; rodeada de pintorescos
jardines, y acariciada por las embalsamadas auras, que después de
haber rizado la límpida superficie de los lagos de Chalco y de
Tescuco, mecen las ramas de los odoríferos naranjos que le
prestan su deliciosa sombra.

¡Qué hermoso es el conjunto que presenta el valle, cuando la


luz del sol, cayendo sobre las ramas de los arboles que dudan
cubrir los pueblecillos que en lontananza se presentan como otros
tantos nidos de palomas, remeda una lluvia de oro y plata, cuyas
brillantes gotas cintilan entre las verdes hojas que se mueven al
dulce halago de una brisa leda y embalsamada! ¡Qué delicioso
efecto producen ese admirable contraste de sombras y de luz de
que se visten todos los objetos! ¡Qué venerables se presentan esos
gigantescos ahuehuetes de Chapultepec, plantados por los antiguos
aztecas, en que se encierra la historia de tantos siglos que han ido
pasando, sin que las tempestades, los huracanes, ni la mano des-
tructora del hombre los haya despojado del heno imponente que
cuelga de sus ramas, como las respetables canas que se ostentan
sobre la majestuosa cabeza de los grandes hombres á quienes
respeta el mundo!

Descansa feliz, hermosísima matrona, en medio de esos


millares de pintorescos pueblecillos que te rodean: conserva los
encantos con que Dios, en la plenitud de su bondad, tuvo á bien
adornarte: no vuelvas á ver ensangrentada la bella alfombra de
matizadas flores que te sirven de lecho, y recibe entre las
embalsamadas auras que te envían tus deliciosos bosques, el tierno
adiós de un corazón español, y por lo mismo agradecido, que desde
su querida patria te consagra dulcísimos recuerdos.

NlCETO DE ZAMACOIS.
PLAZA
Y
CATEDRAL
DE
MÉXICO
AÑO 1858

NOTA: GRABADO Y ARTÍCULO TRANSCRITOS DE LA


REVISTA “EL MUSEO UNIVERSAL” Nº 11 DEL AÑO 1858
PLAZA Y CATEDRAL DE MÉXICO AÑO 1858
La plaza de la Constitución, situada en el centro de la capital
de Méjico, la grandiosa catedral que á uno de sus cuatro lados se
eleva y que con tanta exactitud representa el grabado que
acompaña á este artículo, son los dos objetos de que me voy á
ocupar, para dar á conocer por ellos las bellezas que encierra la
hermosa ciudad conquistada por el intrépido guerrero y gran político
Hernán Cortés el 13 de agosto de 1521.

¡Qué vista tan agradable presenta esta amplia y espaciosa


plaza! Hacia el Oriente se extiende el palacio nacional, edificio
imponente por su sencillez y capacidad que ocupa de frente 246
varas : al Poniente descúbrese el grandioso y sólido Portal de
Mercaderes de elegantes arcos, cuya fachada abraza un espacio de
235 varas: al Norte el magnífico Palacio Municipal de elegante y
sólida arquitectura, y el Portal de las Flores, llamado así por haber
sido el punto á donde las canoas de los indios llegaban cargadas de
flores, antes de que se cegara por este lado el canal de la Viga. Al
Sur, y cerrando el cuadro, elevase la suntuosa catedral, descollando
con valentía sobre todos los almenados edificios, sus elevadas
torres, como para significar que á pesar de los esfuerzos del
hombre en sofocar las cristianas creencias, las obras destinadas al
Señor se elevarán siempre sobre todas las demás para prestar su
sagrada sombra á los que buscan en la religión el principio de todo
bien inmutable.

Está edificada la catedral en el punto céntrico de la ciudad, en


una mesa cuadrada, en la cual se veía el teocalli, templo dedicado
por los indios al Marte mejicano Huitzilopotchli, deidad tutelar de la
nación á quien sacrificaban víctimas humanas. Dióse principio á
esta magnífica obra, donde se levantó el signo de la redención
sobre las ruinas de los falsos dioses, en 1573, por orden del rey
Felipe II, siendo arzobispo de Méjico don Pedro Moya de Contreras,
habiendo para el efecto demolido antes el edificio que mandaron
alzar Hernán Cortés y el arzobispo Zumárraga; y se concluyó en el
año de 1657, bajo el gobierno de don fray Marcos Ramírez de
Prado , es decir, á los noventa y cuatro años; cuyo coste, que
ascendió á 1.752,000 duros, sin contar lo que costaron las obras
que después se hicieron, pagaron los reyes Felipe II, III, IV y Carlos
II llamado el Hechizado.

Este magnífico templo, sublime página monumental donde lee


el mundo la gloriosa historia de la época más brillante para la
nación española, ocupa uno de los puntos principales de la plaza de
la Constitución , conocida vulgarmente por Plaza de armas, y sus
dimensiones son, 150 1/2 varas de Norte á Sur y 73 de Oriente á
Poniente.

Para que con mas fuerza resaltase la hermosura


arquitectónica que ostenta esta grandiosa catedral, toda de piedra
sillar, donde nada olvidó el arte de cuanto podía contribuir á
embellecerla, adornáronla de un espacioso atrio que comienza á 50
varas de sus puertas y que la da un aspecto de grandeza y de
majestad que cautiva.

La entrada de tan delicioso atrio, está resguardada por ciento


veinte y cuatro columnas de cantería colocadas por los cuatro
lados, y de las cuales penden otras tantas cadenas de hierro
primorosamente labradas, que pasan de columna en columna
formando graciosos y estrepitosos columpios. A distancia de cinco
varas de esta pintoresca línea de columnas y cadenas entrelaza-
das, levantan su tupido follaje, prestando agradable sombra á los
transeúntes, setenta y siete fresnos que guardan el mismo orden
que las columnas; y en el espacio formado por estas y aquellos, se
dilata una ancha y esmerada acera orillada con asientos de piedra
que se extiende de la manera misma por el otro lado de los árboles,
y que constituye un paseo deleitoso, denominado Paseo de las
Cadenas.

Al contemplar de en medio de la espaciosa plaza ese


suntuoso templo cuyas gigantescas torres descuellan por encima de
los frondosos fresnos que circundan el atrio y cuyas sonantes
ramas fingen cubrir la base del edificio, nos parece descubrir á la
Madre del Salvador del mundo , elevándose al empíreo, hollando
las cadenas de la idolatría, asentada entre oscilantes y verdes
nubes de caprichosas formas, que se extienden á sus miríficas
plantas como una flotante alfombra que realiza las dulcísimas
descripciones de los milagros mas maravillosos. A cada uno de los
extremos rectos de las cadenas, se eleva, sobre dos espaciosas
gradas de piedra sillar que forman círculo, una cruz de dos y media
varas de alto, de la misma materia, á cuyo pié está enroscada una
serpiente de piedra sobre una peana de cantería de cinco varas de
alto, que sostiene en los cuatro lados de su parte superior cuatro
calaveras también de piedra.

La espaciosa puerta llamada de los canónigos, que cae al


Oriente, está resguardada de un hermoso enverjado de fierro con
puertas de lo mismo de 5 varas de alto que á distancia de 150 pies
de la primera se eleva, á cuyo lado queda el Colegio de Infantes,
sacristía y antesacristía, y por la parte del Poniente, en la fachada
que mira al Norte, están colocadas la sala de cabildo, clavería,
contaduría de diezmos y la biblioteca pública de la iglesia, que es
un edificio exterior, aunque contiguo a ella, que fue donado á la
catedral por Don Luis y Don Cayetano Torres, ambos ilustres ca-
pitulares.

La fachada principal que es hermosísima y cae al Sur tiene


tres anchas y elevadas puertas, cada una de ellas con dos cuerpos,
siendo el primero de orden dórico y jónico el segundo, con estatuas
y bajorrelieves de sobresaliente mérito.

La altura de las torres , que son dos , cada una con tres
cuerpos de lindísima arquitectura, sobre el último de los cuales
descansa una bóveda en figura de campana con una cruz de
cantería encima de ella, es, desde la superficie del atrio hasta la
parte superior , de 72 varas dos tercios, y el coste de ellas fue de
199,000 duros; coste que , unido al millón setecientos cincuenta y
dos mil de que tengo hablado y á otras muchas cantidades que
sería cansado enumerar, forman la enorme suma de más de dos
millones de duros.

Ambas torres , en las cornisas del primer cuerpo, están


adornadas de una balaustrada de cantería, cada una con diez y seis
jarrones de la misma materia, y en el segundo, de ocho de estos
últimos, acompañados de igual número de estatuas de altura
colosal, que representan á los doctores de la Iglesia ó patriarcas de
las órdenes regulares, todo de piedra, que aun vistas desde el atrio
presentan un tamaño gigantesco.

Al costado de una de estas torres, hacia la parte que mira al


Poniente, se descubre á la altura de una y media varas de la
superficie de la tierra, el calendario de los antiguos aztecas, lleno de
curiosos signos y figuras labradas, único instrumento astronómico
que se conserva de la época anterior á la conquista, y que prueba el
alto grado de civilización á que había llegado aquella parte del
mundo, cuyo único lunar era el de sacrificar á sus dioses víctimas
humanas. Este calendario tan admirable por su exactitud como
curioso por la época que representa, objeto único que sobrenada á
la ruina del imperio de Motezuma, se desenterró en 1790 de un
lugar de la plaza de Méjico en que estaba oculto y se colocó en el
que hoy ocupa, que es sin duda uno de los mas públicos: es todo
de sólida piedra, y su circunferencia es de 13 1/2 varas. No hay
extranjero , ni hijo del país, que al pasar por este costado de la
catedral, no se detenga á contemplar tan antiguo monumento
fecundo en recuerdos históricos, y cuya vista despierta ideas
maravillosas que transportan al curioso observador á esos risueños
mundos que de tan bellos colores sabe vestir la fantasía.

Una de las particularidades de calendario tan digno de estima,


es la de ser perpetuo: está dividido en 52 años, y cada uno de estos
años en 18 meses de 20 días cada uno. Las fases de la luna, los
movimientos del sol, los días festivos, los años bisiestos, en una
palabra, todo está señalado exactamente en esta obra que revela el
alto grado á que habían llegado en ese país las ciencias. En medio
de las dos torres que se levantan majestuosas como dos constantes
centinelas de la doctrina del Salvador , y sobre la puerta principal
del templo, se descubre un hermoso reloj con carátula de metal
dorado, sobre el cual descansan tres estatuas de bronce con los
signos de sus atributos, y que representan las tres virtudes
teologales. En el mismo sitio está el asta en que se coloca la
bandera tricolor los días de fiesta nacional.

De cuarenta y ocho campanas que hay en ambas torres , las


mas notables son , 1.a Santa María de Guadalupe, cuya altura es de
seis varas; 2.a doña María, que pesa 150 quintales, y 3ª la
denominada Santo Ángel , de 596 arrobas.

Además de las tres puertas de la fachada principal y de la de


los canónigos, ya referida, tiene el edificio otras dos igualmente
espaciosas, una al Norte y la segunda al Oriente.

La cúpula y linternilla, trabajadas con delicado gusto, cuya


altura casi nivela con las torres, parecen desprenderse del centro de
las multiplicadas balaustradas de cantería que coronan todas las
bóvedas de la catedral, como se desprende un gran globo al
impulso del gas para irse á perder en las nubes.

No parece sino que el célebre arquitecto que concibió las


bellísimas formas de tan suntuoso templo, estaba inspirado por un
sentimiento profundamente religioso al llevar á cabo su grandioso
pensamiento. El excelente lugar en que está situado, las bellas
proporciones de todas sus partes, la regularidad del conjunto, la
graciosa simetría que en él se observa, y sobre todo, esas dos
majestuosas torres que van á perderse en la trasparente bóveda de
un cielo siempre azul, dan á esta catedral un tono el mas á
propósito para despertar en el alma sentimientos los más puros y
más tiernos.

El interior del templo está en un todo en armonía con la


belleza que en su exterior ostenta. Sus bóvedas son magníficas y
elevadas: de exquisito gusto los adornos de sus paredes, y
riquísimas las labores de todos sus altares. Sus naves, que son
tres, altas, claras y espaciosas, están sostenidas por catorce
machones con columnas embutidas por cada uno de sus cuatro
lados, de cuyos capiteles se desprenden los atrevidos arcos que
van á posar en otros que están á su frente. A los lados de las dos
naves laterales, se ven distribuidas catorce capillas cerradas con
elegantes balaustradas de fierro unas, y de labrada madera otras,
además de seis altares, cuyos nombres son : 1º de los Reyes, en
que están los sepulcros de los virreyes en una bóveda, á la cual se
desciende del presbiterio por cinco escalones; 2º las Animas; 3º el
Buen Despacho ; 4.º San José; 5.° San Lorenzo; y 6.º el Perdón, en
el que todos los días se dice misa cada media hora.
Entre las bóvedas y demás sitios del templo, se hallan
repartidas ciento cuarenta y siete ventanas, y en el casco de la
linternilla y cúpula, ya referidas, que son de figura octagonal, está
pintada al fresco la Asunción de Nuestra Señora, á la cual sirve de
fondo una gloria admirablemente desempeñada por el distinguido
pintor español Jimeno; y en diversos grupos, colocados con
maestría , se ven los antiguos patriarcas y mujeres célebres del
Antiguo Testamento, colocados sobre el cuerpo de luces que está
en el primer término.

Los coros que son dos, uno para los canónigos, y el otro para
los músicos empleados en la catedral, son de una riqueza
considerable, á la vez que de buen gusto y majestuosos, como es
majestuoso, rico y de buen gusto cuanto pertenece á tan suntuoso
templo. Ambos coros ocupan un mismo lugar, y se encuentran
colocados en frente del altar mayor. El de los canónigos que es có-
modo y espacioso, tiene dos gradas de asientos de exquisita y
labrada madera, formando círculo: el de los músicos que se levanta
alrededor del primero guardando el mismo orden, pero á una altura
considerable, se halla circunvalado de una hermosísima
balaustrada de metal tumbaga, y en él se encuentran los dos
órganos mejores que hay en la República, cuyos remates, ador-
nados de exquisitas figuras doradas, van á tocar la alta bóveda de
la iglesia. La bella gradería, los ricos enverjados, y las espaciosas
puertas que embellecen á uno y otro coro, son del expresado y
exquisito metal, cuyo brillante color sirve á darles un realce
indescriptible.

El presbiterio del altar mayor, que se levanta majestuoso en


medio de la iglesia, entre el coro y el altar de los Reyes, y al cual se
sube por siete espaciosas gradas que se hallan en los cuatro
frentes del altar, está circundado de una balaustrada de metal
tumbaga, que luego se dilata rectamente por ambos lados, hasta
llegar al coro, adornada de sesenta y dos estatuas del mismo metal,
cada una de las cuales tiene en su mano un candelabro para
colocar hachas.
Esta balaustrada ó crujía y la nortada principal del coro, ya
referida, fueron fabricadas en Macao, ciudad de China, siendo el
peso de todas las piezas que la componen, 534 quintales.

Pero desistamos de continuar describiendo las muchísimas


cosas que aun cuenta este magnífico templo, y fijemos la atención
en la abundancia de oro, plata y ricas alhajas que ostenta en uno de
esos días de función clásica , en que es preciso adornar la iglesia
con aquella grandeza y lujo que corresponden al digno objeto de la
fiesta.

Fijemos la vista en ese altar mayor, de cuyo centro se destaca


majestuosamente el esbelto ciprés, sostenido por ocho airosas
columnas de brillante estuco, en cuyos dos primeros cuerpos están
las excelentes esculturas del tamaño natural que representan á los
apóstoles, evangelistas y principales santos, y sobre el tercero un
grupo de ángeles, encima de los cuales se descubre á la Madre del
Salvador del mundo. Si; fijemos la vista por un momento, y lo
veremos herido por millares dé luces que brillan como las estrellas
sobre las dormidas aguas de un apacible lago. Allí veréis en las
funciones clásicas que se celebran con una pompa sin igual, esos
seis riquísimos blandones de oro y esa cruz guarnecida de piedras
preciosas, con su frontal y peana de lo mismo, y otra elegantísima
de filigrana. Allí descubriréis esos seis ramilletes, cuatro candeleros,
dos navetas, dos atriles, dos porta paces y dos palabreros todos de
oro, donde compite el arte con la riqueza : en otra parte veréis
veinte cálices de oro , seis vinajeras con sus platillos del mismo
exquisito metal: un copón con 1,676 diamantes y 13 marcos de oro:
un cáliz con 122 diamantes, 132 rubíes, 143 esmeraldas y 10
marcos de oro : dos incensarios de este metal: la imagen de la
Concepción que es de plata, y pesa 38 marcos: la custodia principal
que tiene más de vara de alto, con 5,872 diamantes en su frente,
2,653 esmeraldas , 106 mestizos, 44 rubíes, y 8 zafiros en su rever-
so, siendo su peso de 88 marcos de oro : once arañas de plata con
24 albortantes cada una: si seguís examinando su riqueza,
encontrareis cálices, vinajeras, blandones, dos juegos de hacheros,
compuestos de cuatro piezas cada uno: cuatro sahumadores de dos
varas de alto: tres estatuas: un sagrario, é infinidad de ramilletes de
oro y plata, que dejan deslumbrada la vista del observador. Al lado
de toda esta riqueza conque hoy cuenta la gran catedral de Méjico,
se descubría también la admirable imagen de la Concepción, toda
de oro, que pesaba 6,984 castellanos, rodeada de ricas pedrerías, y
que se fundió, no sabemos por qué causa.

La custodia principal, y muchas de las alhajas que posee la


catedral, así como los paramentos eclesiásticos, son regalos que
hizo el emperador Carlos V.

Una de las principales preciosidades de que se han visto


obligados á deshacerse los canónigos, por carecer de fondos para
componer los estragos que causó en la catedral el terrible terremoto
de 1837, conocido por el de Santa Cecilia, fue una riquísima
lámpara de la que he oído hacer mil elogios en Méjico, y que costó
71,343 duros , 3 reales. Su altura era de 8 1/2 varas; su diámetro de
3 1/2, y su circunferencia de 10 1/2 varas. Constaba de cincuenta y
cuatro candeleros, y pendía de una cadena y perno de hierro que
pesaban 1,650 libras.

A un lado de la fachada principal de este suntuoso templo, se


eleva otro llamado el Sagrario, que se comunica interiormente con
la catedral: es de tres naves, y á su lado tiene el despacho, la
sacristía, y una capilla que sirve de depósito para los cadáveres de
la feligresía. Esta parroquia, que en otro punto podría lucir con más
ventajas su hermosa fachada, es un lunar que desfigura mucho las
bellas proporciones de la catedral.

Si los detractores del buen nombre español no se empeñasen


en cerrar los ojos á la luz de los hechos ¡cuán distinto lenguaje
usarían al hablar de nuestra España, si fijasen la vista en los
grandiosos monumentos que en aquella bellísima región levantaron
en pro de la civilización y del país conquistado, los dignos
descendientes del Cid y de Pelayo ! Lo primero que llama la
atención del viajero inteligente, en un país católico, son los templos
elevados al señor; porque ellos se presentan á su vista como el ter-
mómetro que revela de una manera inequívoca el estado de riqueza
del suelo que visita; pues siendo proverbial esa no desmentida
inclinación de los cristianos á ceder parte de sus bienes para el
mayor brillo del culto de aquel Supremo Hacedor á quien se
confiesan deudores de todos los tesoros que poseen, la mayor ó
menor magnificencia de sus iglesias, patentiza, sin otro examen, el
grado de abundancia en que viven.

Recórrase la historia de la preponderancia y de las vicisitudes


de las naciones católicas, y se verá, que en tanto que han
marchado á la cumbre de su apogeo, la riqueza de les templos
dedicados al Autor Supremo, ha sido incalculable, y debida á los
cuantiosos donativos de ricos particulares, á la vez que en su
decadencia han ido imprimiendo en el interior de esos mismos
templos, el carácter melancólico que graba la pobreza en todos los
objetos. Los templos son, en las naciones católicas, lo que la luna
en el cielo: brillan cuando va en creciente la fortuna de las
segundas, y pierden su esplendor cuando llega la época de su
menguante.

No es, pues, de extrañar, que los españoles, católicos de


corazón, benévolos por naturaleza, y francos y desinteresados por
principios, edificaran en la época feliz en que eran dueños de la
mitad del mundo y en que les sonreía la fortuna, brindándoles con
los tesoros de la tierra, los sorprendentes y maravillosos templos
que hoy son el orgullo de Méjico y el asombro de los viajeros que
visitan aquella populosa ciudad. Si otras mil pruebas no existiesen
del cariño con que nuestra patria miró siempre á su antigua colonia,
bastaría solo la magnífica catedral que de describir acabo, para dar
á conocer el grado de cultura de la nación española y la
predilección con que miraba aquel hermoso país.

NlCETO DE ZAMACOIS.
MÉXICO
ESTADO DEL SUR
EN
1857

NOTA: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITOS DEL


“MUSEO UNIVERSAL” Nº 15 DEL 15 DE AGOSTO DE
1857
SOLDADOS DEL SUR Y PINTOS EN MÉXICO AÑO 1857
Puede asegurarse que una de las provincias donde no ha
penetrado aun el examen analítico del estudioso observador, es el
Sur, rico Estado del fértil suelo mejicano, donde la Providencia, a la
par que derramó exuberantemente los ricos dones de una
vegetación vigorosa, pródiga en producciones de toda especie,
vertió también, en compensación, males sin número, que solo
pueden calcularse por el que recorriendo sus fértiles montañas
cortadas de torrentes, ríos y cascadas que cruzan en todas
direcciones, contempla el poco provecho que de tesoros tan
inapreciables han sacado los habitantes de esa provincia, conocida
por todos con el nombre de Tierra caliente, y de algunos con de
Estado de Guerrero. Estos males que de enunciar acabo, y cuya
fuerza se hace más sensible y marcada cuanto mayor es la suma
superabundante de los bienes, contra cuya benéfica influencia
combaten, son el clima mortífero, cuyos estragos han sentido muy
de cerca los españoles, cuando aun adornaba aquel rico diamante
la esplendente corona de los reyes de Castilla, los innumerables
reptiles ponzoñosos que por todas partes brotó la tierra, y la temible
fiebre amarilla que se ceba sangrientamente en los que no han
nacido bajo aquel clima abrasador.

La Tierra caliente, provincia del Sur, ó Estado de Guerrero,


pues con los tres nombres se designa el punto que nos ocupa, es
un oasis y un desierto, pues participa en la atractiva belleza del
primero, y de la triste soledad que marca el aspecto del segundo: es
el molde en que la Providencia vació las felicidades y las desdichas
de la tierra que, fundidas y amalgamadas, cuanto más parece
pugnan entre sí, como cuerpos contrarios para separarse, mas se
unen y se identifican, arrastradas por una fuerza superior que las
dirige; de esta suerte, proporcionando al hombre todos los bienes
materiales que codicia, le recuerdan, en sus padecimientos, que no
le es dado volver á encontrar en la tierra, el Edén perdido.

Allí se ostenta abundante la cochinilla ó grana, ese insecto


colorante que se cría adherido á la planta llamada nopal, de la cual
vivo, y que con tanta profusión han enviado á Europa: allí el vistoso
y cándido algodón, la rica vainilla, las abundantes minas de oro y
plata: los ríos que en sus trasparentes linfas arrastran metales tan
ricos como los que han engrandecido la California: las exquisitas
frutas de delicado gusto que no encuentran competidoras en el
mundo; y sobre todo, la caña de azúcar que hermosea los inmensos
terrenos de las haciendas, y que rinde al año, solo en aquella
provincia, cerca de cuatro millones de arrobas de azúcar, que se
consume en los demás Estados de la nación: allí los espesos
bosques regados por caudalosos ríos, y las feraces y vírgenes
montañas brindando al hombre los inagotables tesoros de la
naturaleza. Pero allí también la venenosa tarántula, el ponzoñoso
alacrán que invade hasta las sábanas de la cama; el repugnante
cientopies y la imperceptible nigua que se halla extendida en toda la
superficie del Estado, penetra en los pies del forastero, é
introduciéndose entre el pellejo y la carne, pone en ella sus huevos,
y se reproduce de una manera, desgraciadamente prodigiosa, que
deja sin acción al incauto que no ha tomado todas las precauciones
necesarias para conjurar el mal.

Esta parte que encierra en su seno con igual fuerza lo bueno y


lo malo, lo agradable y tormentoso, la vida y la muerte, es una
provincia excepcional, de las muchas que forman aquel hermoso
país conquistado por Hernán Cortés en una época en que el león de
España se ostentaba como dominador y rey del orbe entero. El Sur
es la región inaccesible á todo gobierno; región á donde se refugian
los descontentos, donde se reconcentran los elementos sediciosos
que, agitados por las intolerantes pasiones de partidos, causan una
conflagración general que abrasa por sus cimientos el edificio aun
vacilante levantado por los gobernantes. De aquí la
condescendencia forzosa de todos los gobiernos con esa provincia
defendida por la naturaleza mortífera de su clima, que diezma los
ejércitos, siendo sus habitantes la pesadilla de los que están
encargados de regir los destinos de la patria.

La Tierra caliente comienza en Cuernavaca; ciudad hermosa y


pintoresca situada á 15 leguas de la capital de la nación. Este
pueblo que fue en tiempo de la conquista la capital de un país
habitado por los Tlanitas, es hoy uno de los más comerciales y ricos
que se conocen; debido en gran parte, á las numerosas fábricas de
aguardiente de caña que cuenta, y que exporta para todos los
puntos de la República. Colocada la ciudad en un terreno feraz y
agradable, y disfrutando de una temperatura templada y apacible,
como que es la puerta entre la tierra fría y la caliente, los europeos
la visitan y se establecen en ella, influyendo, de esta suerte, en los
adelantos de la ilustración y la industria que han llegado allí á un
grado de perfección que no se conoce en el resto de la Tierra
caliente.
Puede decirse que Cuernavaca es el hasta aquí de los
europeos: el antemural levantado á las letras y á la civilización que
allí se estancan sin que encuentren un cauce para regar con su
benéfico influjo el país abrasador que se encuentra al otro lado.
Aquello mismo que ha servido á dar al Estado de Guerrero un poder
independiente, ha sido á la vez, la poderosa rémora que se ha
opuesto á que se llevara el germen de la cultura y de la civilización
que tan opimos frutos de ventura hubiera producido. El clima,
sepulcro de todos los que han osado invadir la Tierra caliente, ha
sido también la tumba de los adelantamientos científicos y literarios,
que solo viven en el gabinete de algún hombre estudioso, como las
flores de un país cálido en los invernáculos de los botánicos de
Inglaterra.

Los gobernantes españoles, á cuya vigilancia estaba sometida


esta parte de la Nueva España en el gobierno virreinal, solicitaron
de los virreyes, que se crease en esta provincia el obispado de
Chiapa, para que los dignos sacerdotes extendieran la doctrina del
Crucificado, convencidos de que, la base fundamental de toda civili-
zación, está comprendida en el divino Evangelio. Pero el clima
insalubre por una parte, y por la otra, las penosas distancias que
era preciso atravesar para pasar de un pueblo á otro, impidieron
que la semilla civilizadora fructificara con la fuerza y fecundidad que
hubiera sido de desear. Estos mismos inconvenientes, capaces de
arredrar por sí solos al hombre menos celoso de su salud y de su
vida, agregados á los innumerables reptiles ponzoñosos que
ennegrecen la tierra, han influido en que los europeos no hayan
penetrado en ese Estado que, aislado de toda comunicación con los
habitantes del viejo mundo, que se establecen en puntos mas sanos
de la República, ha permanecido casi en el estado en que se
encontró en la época de la conquista.

Y si en tiempos pacíficos y normales como eran los que


corrieron por espacio de 300 años; si durante una paz no
interrumpida por tres siglos; si en la época de un gobierno
respetado y poderoso, abundante en recursos, lleno do fuerza moral
y física, no se consiguieron ventajas en punto á su civilización, no
obstante los generosos esfuerzos de sus gobernantes ¿qué extraño
es que hoy, bajo el mando de gobiernos constituidos en medio de
las revoluciones, como todos los que ha habido en Méjico desde su
independencia, combatidos por una tormenta no bien han conjurado
otra; obligados á mirar por su propia conservación siempre
amenazada, luchando á brazo partido contra la marejada levantada
por el soplo de las revoluciones, desconfiando de todos, faltos de
los recursos indispensables para acallar la grita de los descontentos
y encarrilar á la nación por la senda de la tranquilidad y el progreso,
no hayan hecho ninguna conquista en el Sur las letras y la
civilización?

La gente que habita el Sur, trae su origen de la mezcla de la


raza india primitiva y de la negra; su color, generalmente hablando,
es prieto, toscas sus facciones y el cabello muy áspero; abundan
los de cutis cetrino, y es muy considerable el número de pintos,
llamados así porque en su rostro, lo mismo que en el resto del cuer-
po, están pintados de manchas amarillas, negras, rojas, azules,
blancas y verdes, que les dan un aspecto raro y repugnante. El
pinto, cuyo color puede compararse al mosaico, no forma por esto
raza diferente de la del resto del Sur: los variados matices que
sobre su piel se marcan de una manera pronunciada, provienen de
una enfermedad cutánea que se trasmite de padres á hijos, y cuyos
efectos no ha encontrada la medicina medio de evitar. Los surianos,
como todos los hijos de país cálido y montuoso, son, sino de
complexión muy robusta, si ágiles y sueltos, agudos en el decir,
pendencieros, de valor personal, nada ambiciosos, pero indolentes
en sumo grado, sin duda por efecto del clima y de la abundancia
con que su fértil suelo les brinda todas las producciones que sobran
á satisfacer sus limitadas exigencias. Libres por la ardiente
temperatura, de la necesidad de construir sólidas casas, viven,
exceptuando la gente principal que habita en buenos pueblos, en
cuadrilla; esto es, reunidos en un lugar en que levantan diez ó doce
chozas, y que abandonan para habitar en otro cuando lo juzgan
conveniente, llevándose consigo las barracas.

El alimento de estos hombres, que desconocen esas


necesidades que la ilustración ha hecho indispensables en los
países cultos, y cuya sola exigencia es la de gozar de una
independencia completa, se reduce á tasajo, chile, que es el
nombre que dan al pimiento, ricas frutas en que abunda el país,
totopo y pinole. El totopo no es otra cosa que la masa del maíz
molido en una piedra llamada metate, masa que aplastándola entre
las palmas de las manos hasta darle la forma de una ancha oblea,
la tuestan en una especie de plato poroso de ordinario barro que
llaman comal, y el pinole se reduce á maíz tostado, molido en polvo
y mezclado con azúcar.

En relación con esta frugalidad que distingue á los habitantes


de región tan abrasadora, está la sencillez de sus vestidos. Los
hombres llevan un ancho calzón blanco de tela de algodón sujeto á
la cintura por una faja; camisa de lo mismo, suelta, y que cae
encima de los calzones; sombrero de petate de inmensas alas, y
sandalias sumamente ordinarias. El arma favorita, y á la cual acu-
den para resolver sus más ligeras cuestiones, es el machete; sable
ancho y tosco que jamás apartan de la cintura, que parece forma
una parte de su ser, y que constantemente lo están afilando.

El traje de las mujeres, que en general son aun más feas que
los hombres, no es el más á propósito para hacer disimulables los
defectos conque las marcó la naturaleza. Llevan enaguas cortas de
tela ordinaria de algodón; por camisa un lienzo cerrado por pecho y
espalda, y abierto por los lados para sacar los brazos; medias no
las usan; y su calzado es en todo igual al que gastan los hombres.

Sus hijos pequeñuelos, que se entretienen en correr y


divertirse enfrente a la choza en que sus padres descansan
tendidos sobre un petate ó meciéndose en una hamaca, sin que les
desvele el cuidado del porvenir, ostentan en todo su rigor el mismo
traje que usaron Adán y Eva en el paraíso, antes de haber gustado
del árbol prohibido.

Connaturalizados los hijos del Sur, con las enfermedades del


clima, y familiarizados con la vista de los reptiles ponzoñosos que á
los de otras provincias tanto espanto causan, lejos de huir de los
venenosos insectos, los buscan como bocado delicioso; y
agarrando á los alacranes por la cola, se los comen vivos, arrojando
aquella, que es donde guardan el veneno activísimo.

Ya he dicho que uno de los rasgos característicos de los


surianos es la indolencia, debida á sus reducidas exigencias y á la
abundancia do su rico suelo. Sin embargo, para dar á conocer el
grado extremo hasta donde aquella llega, creo conveniente
detenerme á referir una de esas costumbres que marcan de una
manera indeleble la índole de sus habitantes. Acostumbrados, casi
desde que nacen á montar á caballo, la exigencia apremiante de
todo hijo del Sur, es tener un buen jaco. El alimento, el vestido, el
amor, los bailes y el juego á que tan aficionados son, todo lo dejan
por un cuaco como ellos llaman al caballo. De aquí aquel versito
que ellos cantan, y dice:

Si Adán hubiera tenido


En el Edén un caballo,
No hubiera servido á Eva,
Ni de la fruta probado.

Dueños, pues, de este noble animal indispensable, al suriano,


hay pueblos cuyos habitantes cuando tienen necesidad de llevar
agua á sus barracas, colocan sobre el caballo cuatro cántaros
vacíos, dos delante y dos á la grupa, y montando en seguida ellos,
penetran descansadamente en las barrancas abundantes de agua,
y entrando por una orilla y saliendo por la otra, consiguen que los
cántaros se llenen por sí solos, volviéndose á sus casas, sin
haberse tomado la molestia de descargar y cargar.

Los bailes de estos habitantes, felices negativamente, son


sumamente estrepitosos, y la música melancólica y rara: son
excelentes jinetes, como todos los mejicanos; y su diversión
favorita, es correr á caballo tras un toro, lo cual se llama colear.

Esta diversión consiste en agarrar al toro por la cola con la


mano derecha y alzando inmediatamente la pierna para sujetar con
ella el brazo, á lo cual llaman meter arción, derribar á la fiera, si-
guiendo el alazán su carrera, regido por el hábil jinete, que se
ostenta encima lleno de satisfacción y noble porte. Otras veces,
colocan una vara tendida en el suelo, y retirándose á regular
distancia, vienen con la velocidad del viento sobre el caballo, y sin
que este detenga su carrera, se inclinan de una manera firme y
admirable al llegar al punto en que está la vara, y alzándola con una
facilidad asombrosa, continúan corriendo con la misma velocidad.
Estas diversiones de que ya hablaré en otro artículo, son comunes
á todas las provincias de Méjico.

La organización de lo que se llama ejército del Sur, y que en


nada se parece al resto del ejército mejicano que está vestido con
tanto lujo como el francés, es digna de tenerse en cuenta. Las
tropas que están en esa provincia, han de ser formadas
precisamente de hijos nacidos en ella. Sin dar servicio activo sino
en Acapulco y dos ó tres poblaciones importantes del mismo
Estado, para lo cual basta una fuerza insignificante, el resto se
ocupa en los trabajos del campo, sin diferenciarse del resto de la
población, sino en el fusil que cada uno tiene en su casa. Esta tropa
no recibe paga ninguna del gobierno en tiempo de paz; pero cuando
hay guerra extranjera, ó movimiento político, el jefe, que es hijo del
país, convoca á los pueblos, y todos los soldados acuden
inmediatamente con sus armas á defender la patria ó á sostener el
partido que estiman conveniente. Este ejército no está uniformado;
su traje es en todos tiempos el mismo que usa toda la gente del
país.

El grabado que acompaña á este artículo, representa con toda


exactitud á esos mismos hijos del Sur, que entraron en la capital de
Méjico en 1S55, después de la caída del general Santa-Anna. Yo
los vi entrar en esa suntuosa población, y puedo asegurar que la
pintura está en un todo de acuerdo con el original. El lugar que
ocupan es el cuartel formado en el convento de San Francisco, y el
traje que visten, el mismo con que hicieron su entrada triunfal,
llevando á la cabeza á su predilecto general don Juan Álvarez,
siendo ministro de la guerra su leal amigo don Ignacio Comonfort,
actual presidente de la República.

Como verá el lector, el uniforme que llevan los soldados no es


otro que el que descrito queda al hablar del traje en general, sin otra
diferencia que la de llevar encima de la camisa las fornituras, el fusil
al hombro, algún capote cogido á los contrarios, y en el sombrero el
letrero que dice, soldados del Sur.

Preciso es pues, no confundir á este ejército que no da


servicio ninguno sino en su provincia, con el ejército mejicano, bien
equipado, excelentemente armado, y que en lujo en el vestir puede
competir con cualquiera de Europa, aunque no en instrucción.

Las provisiones que el soldado del Sur lleva en campaña. Se


reducen á un pedazo de tasajo, totopo y pinole, de que ya tengo
hablado al principio de este artículo. Esta frugalidad, común á todos
los mejicanos, es una ventaja para los gobiernos, pues fácilmente
atienden a la subsistencia del soldado, que tiene en Méjico la
cualidad de ser callado, sufrido, obediente, incansable en sus
marchas, y de valor personal.

Dado á conocer lo que se llama Tierra caliente, no quiero


terminar este artículo sin referir dos hechos históricos, dignos de ser
tenidos en cuenta, siquiera sea porque en ambos anda mezclado el
nombre español, tan alarmante entre la gente baja del Estado de
Guerrero.

Estaba consumada, ya hacía diez años, la independencia de


Méjico. Corrían los primeros días del mes de enero de 1831, y el
vicepresidente don Anastasio Bustamante, trató de dar el último
golpe á la revolución que había tratado de derrocarle y cuya última
chispa la sostenía en el Sur, el general Guerrero, hijo de la misma
provincia.

Hallábase este militar de la independencia, en Acapulco. En el


puerto de este mismo punto, se encontraba un buque sardo, del que
era capitán un tal Picaluga, cuyo nombre ha quedado entre los
mejicanos, para designar á algún traidor. El malvado capitán
ambicionando oro, concibió el proyecto más infame que caber
puede en corazón humano. Se presentó á Fació, ministro de la
guerra, ofreciéndole entregar al general Guerrerro, si en premio de
su servicio, le daba la cantidad de 50.000 duros; y habiendo el
ministro consultado con el gobierno, convinieron en entregarle la
expresada suma, que se le pagó en oro.

Picaluga volvió á Acapulco sin que nadie sospechase su


inicuo plan; y como pasaba por íntimo amigo de Guerrero, convidó á
este á que pasara á su buque, donde le tenía preparado un
magnífico almuerzo. El confiado general aceptó el convite de su
infame amigo, y á la hora convenida pasó al buque, acompañado de
tres ayudantes suyos. Sentáronse todos a la mesa; y cuando
Picaluga los consideró mas entretenidos, dejó su asiento fingiendo
una ocupación, subió á cubierta, cerró la escotilla de la cámara, y
levando anclas, se hizo á la vela al puerto de Hualulco, donde ya
estaba esperando al engañado prisionero, tropa del gobierno.

A los pocos días, y después de haber sido juzgado ante un


consejo de guerra ordinario, á pesar de ser general y legítimo
presidente dé la República, fue fusilado. Los enemigos del gobierno,
levantaron entonces el grito poderoso para medrar, cuál era el de
suponer que los españoles eran los que habían influido en aquel
fusilamiento. Los surianos, á quienes hacia crédulos su misma
ignorancia, no dudaron en dar crédito á aquella acusación que
comprometía á los peninsulares establecidos en Tierra caliente, y á
los cuales han visto y ven con desconfianza.

Preciso es advertir que esta desconfianza, ó mejor dicho mala


voluntad, solo existe entre la gente menos pensadora del Sur, pues
en los de esmerada educación son tratados los españoles con la
más alta deferencia; y rasgos hubo, aun en la guerra de 1810, y que
forman el otro hecho histórico de que hice mención, en que algunos
de sus hijos se hicieron, por su generosidad con los españoles,
dignos del aprecio universal. Tal fue el señor don Nicolás Bravo,
que habiendo empuñado las armas para labrar la independencia del
país, combatió tenaz y gloriosamente por ella.

Este caudillo tenía prisioneros en su poder trescientos


españoles, cuando recibió la noticia de que el gobierno español
acababa de fusilar á su padre, que también combatía por la causa
de la independencia. El señor Bravo en aquel instante de acervo
dolor, mandó que le llevasen á su presencia á los trescientos
prisioneros españoles, y después de hacerles saber la noticia que
acababa de recibir, lejos de tomar la venganza que ellos temían, les
dijo que desde aquel instante estaban en libertad, y que podían irse
donde gustasen.

Este rasgo de abnegación y de generosidad, asombró al


virrey; y los españoles miraron desde entonces en Bravo, un
verdadero héroe.

No he querido pasar en silencio estos dos hechos, porque


ellos prueban que, los habitantes del Sur, se dejan guiar fácilmente
por el bien ó por el mal; y que la mala voluntad hacia los españoles,
entre la clase baja, desaparecería, si lo insalubre del clima no fuese
la puerta que cierra á los europeos y á los hijos de otras provincias
de Méjico, la entrada á ese Estado malsano que vive aislado en
medio de los pueblos ilustrados que cuenta la República mejicana.

NICETO DE ZAMACOIS.
VERACRUZ
Y
SAN JUAN DE ULUA
EN EL AÑO
1862

NOTA: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITO DE “EL


MUSEO UNIVERSAL” Nº 5 AÑO 1862
EL GRABADO PUEDE AMPLIARSE HASTA EL 300%
PARA APRECIAR DETALLES.
VIS
STA DE VER
RACRUZ Y SAN JUAN D
DE ULUA EN
N EL AÑO 18
862
Al otro lado del Atlántico hay una ciudad famosa situada en
las mismas playas por donde Hernán-Cortés invadió el imperio
poderoso de Motezuma. Allí los conquistadores plantaron por
primera vez el signo de nuestra civilización y de nuestras creencias,
y llamaron la Vera-Cruz á la población que en aquel sitio levantaron:
allí fue donde el intrépido capitán, gloria de España, mandó quemar
las naves que le habían conducido, para obligar a sus compañeros
á vencer ó morir en la ardua empresa. Alrededor de aquella
población la llanura se presenta árida y desolada; la vista no
encuentra hoy más que restos de una grandeza perdida; el pie no
tropieza sino en ruinas; sin embargo, es bella todavía esa ciudad
arruinada, con sus blancas azoteas, sus calles tiradas á cordel, sus
casas, del centro de cuyas fachadas se destaca, el antiguo balcón
español, sus iglesias del siglo XVI y sus recuerdos de pasada
opulencia.

Su puerto formado por una red de islotes arenosos y de


arrecifes madrepóricos, es poco seguro, y aun peligroso cuando
soplan los vientos del Norte; y no hay en ciertas estaciones del año
foco mas funesto de fiebre amarilla que el recinto de sus murallas.

Vera-Cruz fue célebre como Cartago y como Tiro por su


comercio, sus riquezas y su lujo: Cádiz la tuvo por sucursal, y llegó
á ser el único anillo dé la cadena que unía á Sevilla con Méjico,
viniendo á desembocar por ella todos los tesoros de Nueva España.
Su esplendor se eclipsó durante los vaivenes de la independencia y
de la república, pero aun conserva su importancia como llave de
Méjico, artería principal de su comercio, y punto de reunión de los
pabellones de las naciones civilizadas.

Considerada aisladamente esta ciudad, no es capaz de


ofrecer una larga resistencia á un enemigo, y así es que jamás se
pensó en rodearla de fortificaciones de importancia. Por la parte de
tierra no tenía más que un muro sencillo aspillerado y flanqueado de
bastiones ruinosos, á cuyo pié la incuria mejicana había dejado
amontonar la arena hasta el punto de hacer la entrada fácil por
muchos puntos. Solamente en la última lucha entre Juárez y
Miramon, aquel hizo reparar los destrozos para sostener el sitio que
este puso á la ciudad; pero Vera-Cruz hubiera sucumbido á no ser
por los desastres marítimos que Miramon sufrió y le obligaron á
levantar el sitio.

Por la parte del mar es menos expugnable. Edificada en una


playa semicircular, ofrece la figura de un arco de círculo cuya
cuerda está formada por la línea de la playa. A los extremos de esta
cuerda se han levantado dos fuertes que defienden la entrada del
muelle. La verdadera protección de Vera Cruz está en el castillo de
San Juan de Ulúa; pero como este castillo la domina
completamente, el que de él se apodera, es dueño también de
Vera-Cruz.

San Juan de Ulúa en su parte esencial es un trapecio con


bastiones irregulares, situado sobre el arrecife de la Gallega, en
frente y á novecientos metros de distancia de la entrada del muelle:
el mar le rodea por todas partes, y sus fundadores se propusieron al
construirlo dominar á Vera-Cruz, y al mismo tiempo tener á raya á
cualquiera escuadra que á viva fuerza tratase de penetrar en la
rada. El frente que mira á la ciudad se compone de una cortina y
dos bastiones, cuya artillería puede destruir en breve las casas: la
cresta del parapeto está á treinta pies sobre el nivel mar. El frente
opuesto domina el islote en que se asienta el castillo, el arrecife y la
alta mar: en medio de su cortina se halla la puerta de entrada. El
arrecife es vadeable, y para defender sus aproches se han
construido varias obras exteriores notables, entre ellas una media
luna de reducto interior rodeada de agua, que cubre la puerta y se
comunica con ella por un puente levadizo. A derecha é izquierda
hay dos fuertes reductos, también rodeados de agua y unidos por
puentes levadizos al camino cubierto; y por último, delante de los
pequeños frentes de estas obras se han construido dos baterías
rasantes.

Es, pues, la fortaleza de San Juan de Ulúa la más formidable


de todo el litoral, el orgullo, y digámoslo así, el Gibraltar de la
república mejicana.

Los mejicanos en 28 de noviembre de 1838 la entregaron á


los franceses después de una resistencia que admiró á estos por su
debilidad.
En 17 de diciembre de 1861 fue evacuada sin resistencia
alguna delante de la primera división de la escuadra española
mandada por el general Gasset.
EL PALACIO
DE LA
PRESIDENCIA
EN MÉXICO
AÑO 1862

NOTA: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITOS DE “EL


MUNDO ILUSTRADO” Nº 9 AÑO 1862
PALA
ACIO DE LA PRE
ESIDENCIA-MÉXIC
CO-AÑO
O 1862
Si la antigua Tenoxitan de los primitivos moradores de
América, la ciudad de Méjico, contaba antes de la conquista de los
españoles con 80,000 casas, tres palacios imperiales y gran
número de templos; reedificada después del sitio y destrucción que
sufrió durante las campañas de Hernán-Cortés, no por esto deja de
ser en la actualidad una de las primeras capitales del Nuevo-Mundo
por sus numerosos y buenos edificios. La catedral, la tesorería, el
gran convento de San Francisco, el hospital, el jardín botánico, la
casa de la moneda que pasa por la más vasta y rica del mundo, y
en fin el palacio de la presidencia, si bien no de relevante
arquitectura, llaman la atención del viajero que reconoce en ellos el
centro de las ciencias y de las artes americanas.

El adjunto grabado da á conocer á nuestros lectores el


aspecto de uno de estos edificios, el palacio de la presidencia que
tanto figura en los acontecimientos de aquel país conmovido por
continuadas disensiones. En él se han fraguado no pocos golpes de
Estado, si por tales consideramos los cambios políticos Llevados á
cabo con mas ó menos cordura por los hombres públicos
mejicanos; en él han residido esos presidentes que no han sabido
dar al país la calma, el bienestar y la paz de que necesita para curar
sus profundas heridas, y en él es de esperar lleguen á alojarse si
bien por breve tiempo, los caudillos do la expedición hispano-
franco-inglesa, que llevan á Méjico la gran misión de restablecer y
consolidar el orden, primer elemento de estabilidad y progreso para
todas las sociedades.

El palacio de la presidencia es pues de suponer verá tomar en


su recinto medidas de prosperidad y ventura para el pueblo
mejicano, si aquel gran estado formado por españoles y nutrido de
sangre española, debe esperar días mejores bajo la protección de
las tres primeras potencias de Europa.
VISTA
DE LA
FORTIFICACION
DE MITLAN
EN EL AÑO
1844

NOTA: GRABADOS Y TEXTO TRANSCRITOS DEL


“SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL” TOMO II
TERCERA SERIE, Nº 4 AÑO 1844
VISTA Y ALTURA DE LA
L FORT
TIFICACIO
ON DE MITLAN

A
AÑO 184
44
Nuestros conquistadores del Imperio de Méjico, quedaron sorprendidos
al examinar entre las obras públicas de aquel pueblo singular, las obras
defensivas de diferentes categorías, que tenían las diversas naciones de
aquella parte del mundo, y en las cuales se observaba grande analogía entre
la forma de nuestras plazas fuertes , reductos y campos atrincherados. Todos
saben que los Tlascaltecas conservaban en la extremidad oriental de su
territorio una muralla construida entre dos montañas, que tenía dos leguas de
extensión , con un terraplén de cerca de tres varas de altura, de un grande
espesor, y su correspondiente parapeto , todo construido de mampostería,
con una sola entrada cubierta por dos tambores concéntricos y semicircu-
lares.

La capital de Méjico , aunque fortificada por la naturaleza , por medio de


las lagunas que la rodeaban, tenia perfectamente entendida su defensa por
medio da las calzadas de comunicación , y de los reductos ó emplazamientos
colocados al alcance de las armas de que usaban , formando tres líneas, y
siendo el último recinto los mismos templos , entre los cuales descollaba el
gran Teocali, situado en la plaza principal; así se veía de este modo que estos
templos abrazaban no solo un objeto religioso, sino también político.

En los detalles de la expedición de Cortes, hace el historiador


Torquemada una descripción de la ciudad fortificada de Chuanquecolam; esta
ciudad, distante cerca de legua y media al Sur de Tepeyacac, estaba poblada
de cinco á seis mil familias, y no menos defendida por el arte, que por la
naturaleza. Se veía protegida por un lado de una montaña escarpada, y del
otro por dos riveras que corrían paralelamente: estaba por otra parte
circundada de una fuerte muralla de cal y canto, de siete varas de altura,
sobre doce de espesor, con un parapeto circular de cerca de una vara de alto.
Se habían construido cuatro pasadizos, cubiertos entre dos hemiciclos
paralelos, del modo que se han descrito hablando de la muralla de Tlaxcala.
La dificultad se había aumentado todavía por la situación de la población, que
se elevaba casi a la altura de la muralla misma, á la que solo podía llegarse
subiendo muchos escalones demasiado pendientes.

Aun se conservan tos restos de una antigua fortaleza sobre una


eminencia inmediata al pueblo de Molcaxat, rodeada de cuatro recintos
concéntricos, y equidistantes unos de otros. En aquellas mismas cercanías
existen vestigios de reductos construidos de mampostería; y como á media
legua distante, los restos de una población considerable, de laque no se
encuentrra noticia alguna en
e los co
onfusos re
ecuerdoss de la hiistoria de
e aquelloss
pueblos.

A poco
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Q ho, hoy Guatusco,
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elevadoss muros de d piedra a, y á loss que se sube po or una grradería esstrecha y
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mejicano os, al tiem
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Enttre todass las obra


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presentaamos en el plano y elevacción que preceden n, situad
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media leegua del pueblo de d Mitlan.. Está as sentada en
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aislado y muy esscarpado,, que ten ndrá com mo una legua de b base y do oscientass
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circunvallado por un muro de piedrra de dos s varas de e espeso d altura,
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polados con
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p arro
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centro dee dicha obra
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da la pueerta en fo
orma obliccua, para
a evitar la
a
enfilada á la direccción de las
l armass de que usaban.
El segundo recinto, de más elevación que el primero, forma una especie
de tenaza, y tiene una entrada al extremo, con las mismas precauciones que
la del primer recinto; ambos están unidos por sus extremos, y también tenía
aquel antiguamente un parapeto con sus montones de dichas piedras.

El ángulo obtuso de esta tenaza , formaba con su concavidad ó retiro


entre muralla, una plaza de armas bastante capaz para contener un cierto
número de hombres en las urgencias, para defender la puerta, ó para facilitar
las salidas contra los sitiadores; y para mas seguridad, tenían al frente de la
fortificación , según sus usos ó costumbres, sus baterías, que consistían en
peñascos redondos y de una vara de diámetro, puestos en equilibrio á la orilla
superior del talud que está en este sitio, los que servían en caso de ataque ó
asalto para arrojarlos á fuerza de palancas ó de brazos , dirigiéndolos á su
blanco, imitando á las baterías de rebote. Existen en lo interior de la muralla
circular ó. elíptica, en una superficie por unas partes plana por otras convexa,
ruinas de mucha cavidad, edificios ó cuadros grandes, cuyas paredes son
gruesas y construidas de adobes encalados, y como trozos cuadrados, que
habrán sido en la antigüedad los cuarteles de su guarnición. En este recinto y
diametralmente opuesta á la entrada del fuerte, existe una puerta falsa, para
facilitar una retirada en caso de fuga ó para proveer la fortaleza de hombres,
víveres y agua.

Es evidente, por las razones expuestas y por la antigüedad de la


construcción de esta obra militar, que no pudo emplearse otro sistema de
defensa, atendiendo á su modo de hacer la guerra, y á las armas que usaban
para el ataque y defensa. La naturaleza contribuyó extraordinariamente á
favorecer al arte, como lo prueba la posición que tiene. Estos restos sirven de
comentario, é ilustran el arte de la fortificación mejicana.

Los dibujos que se acompañan, son la vista de esta fortaleza y su plano,


digna de excitar la más grande admiración: está construida en la cima de una
roca escarpada, aislada y que domina la cadena de las colinas vecinas: su
forma es elíptica y su extensión de cerca de media legua, tiene cerca de una
de circunferencia y seiscientos pies de altura, y solo tiene comunicación por la
parte que mira al pueblo de Mitlan. Esta construcción, tan bien combinada,
prueba que en Méjico había ingenieros bastante bien instruidos.

A la primera ojeada cualquiera se figuraría ver una fortaleza europea,


con sus ángulos salientes y entrantes, su primera y segunda línea ; y aun se
creería ser obra de los conquistadores, si no estuviéramos por una parte
convencidos de que no construyeron obra ninguna que se les parezca en el
Nuevo-Mundo, por no haberles sido necesario para mantener en su
obediencia las poblaciones rendidas ; y cuando por otra no se han encontrado
otras especies de municiones de guerra que piedras redondas ó pedazos de
rocas, destinadas como armas arrojadizas en contra de los sitiadores.

Una primera línea con su abertura en el centro, sirve además de


defensa antes de llegar al segundo muro, que está mucho más elevado por el
lado en donde se halla la puerta.

El fuerte, consiste en una línea de murallas de piedra, de dos varas de


espesor, y seis de altura, formando ángulos según se emplean en las
fortificaciones europeas. Se nota últimamente un camino abierto á pico en la
roca, para facilitar la retirada, y en el centro se encuentran las ruinas de los
cuerpos de guardia, y de otras construcciones para el servicio militar.

La relación que antecede creo dará una idea, de que los antiguos
mejicanos no ignoraban el arte de la fortificación.

GENARO COELLO.
DESCRIPCIÓN
DE MÉXICO
TIPOS
Y
COSTUMBRES

NOTAS: LOS GRABADOS Y EL ARTÍCULO HAN SIDO


TRANSCRITOS DEL “MUSEO UNIVERSAL” NUMEROS 2,
3, 4, 6 Y 7 DEL AÑO 1869
VISTA
A DE GUA
ANAJUA
ATO AÑO
O 1869
Al abandonar á Rio Frió, eminencia de la cordillera que separa
á Puebla de Méjico, el viajero no puede menos que estremecerse al
ver descender la diligencia á todo escape en la peligrosa cuesta que
le conduce á la inmensa planicie de Anahuac. En medio de terribles
vaivenes, los pobres pasajeros salen de aquel desfiladero peligroso
y favorito de los salteadores á fuerza de prodigios de equilibrio, y
gracias á la protección especial de la Providencia; pero en cambio
rendidos y molidos como alheña.

Sin embargo, la primera clara que se ve luego entre los


negros pinos, los indemniza ampliamente de los pasados
sufrimientos. Saliendo del bosque la diligencia, se halla de repente
en medio de áridas llanuras en que hay diseminados algunos
manzanos silvestres y algunas manchas de cultivo.

Desde allí se divisa todo el valle que es en verdad un


magnífico espectáculo.

A la izquierda y en segundo término, por encima de los pinos,


la montaña Ixtaccihualt (la mujer de nieve) deslumbra con su
reverberación. El pico dista unas cuatro leguas, y sin embargo
parece que se le toca con la mano, gracias á la pureza de la
atmósfera.

Más allá, y en la misma dirección, el Popocatepetl, la más alta


cima de Méjico, y el volcán más bello del globo, eleva á cerca de
18,000 pies su orgullosa cabeza. A los pies de estos dos reyes de la
cordillera, se extiende la magnífica llanura de Amecameca,
sembrada de siempre verdes plantíos; aquí y allá surgen, rom-
piendo la monotonía de las líneas, esas eminencias de
extraordinarias formas, productos volcánicos coronados de
pinabetes aislados en la llanura de Méjico y sin afinidad con la
cordillera.

Allí se distinguen el Sacro monte de Ameca y los montículos


de Halmanalco, pueblecillo abandonado y lleno de ruinas.

Más abajo aparece Chalco recreándose en el espejo de las


aguas de su laguna; y en el fondo Córdoba, Buena-Vista, Ayotla,
cuyo nombre ha hecho célebre la política; a lo lejos el Peñón, la
gran calzada que separa la laguna de Ayotla del lago de Texcoco; y
en fin, la reina de las colonias españolas, Méjico, cuyas murallas
blanquean, y cuyas cúpulas resplandecen á los rayos del sol
benigno y generador.

Por encima se dilata la vista sobre las colinas donde aparecen


San Agustín, San Ángel y Tambaya; un poco á la izquierda, el
templo de Nuestra Señora de Guadalupe se destaca sobre el fondo
negro de la montaña, y atravesando el lago, la sombra del gran
Texcoco viene á fijar la mirada del atónito viajero.

Por todas partes se ven aldeas, pueblecillos y lagunas que


forman un panorama espléndido.

Un sol resplandeciente derrama profusamente tal variedad de


tintas agradables, que son la desesperación de los artistas; en una
palabra, hay tanta prodigalidad de colores, que deslumbra la vista y
produce un mágico encanto.

Pero ¡ay! al llegar, se desvanece la ilusión; bórranse los


colores y desaparece la mágica perspectiva.

En lugar de la fértil llanura, de las verdes palmeras, de los


deliciosos lagos cargados de chinampas floridas ó islas flotantes,
que el viajero se promete, solo atraviesa fatigado llanuras
abrasadas y estériles; el paisaje se torna triste y solitario, y á cada
paso va desapareciendo aquel país de las hadas. Las aldeas son
ruinas, chaparros las palmeras, y los lagos pantanos fétidos y
cenagosos, envueltos en nubes de venenosos insectos.

Al entrar en Méjico, vénse tan solo chiribitiles que en verdad


no anuncian la existencia de una ciudad populosa: calles sucias,
casas bajas, pueblo cubierto de harapos; pero muy luego
desemboca la diligencia en la plaza de Armas, que la forman, por
un lado el pala-ció, y la catedral por otro. Ya aquello parece una
capital.

A pocos pasos divisa el viajero el antiguo palacio de Itúrbide,


donde bajo sus antes dorados techos, encuentra la hospitalidad
propia de una fonda.
Méjico pierde todos los días algo de su fisonomía extranjera:
las colonias alemanas, inglesas y francesas han dado á la ciudad
cierto carácter europeo, y sólo en los barrios se nota cierto aire
propio de la localidad que describimos. Y aquí viene, como de
molde, una ligera digresión.

La estadística calcula en 200,000 habitantes la población dé


Méjico. Es harto exagerado el cálculo. Nosotros creemos
acercarnos más a la verdad, concediéndole sólo 150,000. Por lo
demás, y en punto á geografía, tenemos que acusarnos de grandes
errores, pues carecemos absolutamente de estadística del co-
mercio.

Suponiendo que tenga Méjico 200,000 habitantes ¿no será útil


decir qué clase de gentes componen esta población? ¿No sería
necesario advertir al viajero ó al hombre de negocios, que de esta
cifra de 200,000 que constituye en Europa una gran población, por
lo que hace al consumo, sólo hay en Méjico 25 ó 30,000 individuos
que consuman? El resto se compone de léperos, mendigos, mozos
de cordel, rateros y otros individuos que carecen de medios de
subsistencia, y viven al día. Esta clase, lejos de traer nada á la
circulación, tiende á paralizarla de día en día y sólo vive á expensas
del resto de los vecinos.

¡Cuántos creen en Europa no tener que habérselas en Méjico


sino con salvajes, y se imaginan aun ver un pueblo viviendo bajo las
palmeras con la cabeza y la cintura adornadas de plumas! Los
malos grabados hacen más daño de lo que se piensa, hablando
mas vivamente al espíritu del pueblo que los libros, que no lee y
perpetúan en él errores deplorables. Citan en Méjico la historia de
un pobre diablo, que fue á Vera-Cruz con una pacotilla de espejos,
cuchillos y otras pequeñas zarandajas y que, como era de esperar,
se arruinó.

Quisiera yo describir al mejicano, y no sé como hacerlo:


puede considerársele bajo tantos aspectos, que hay que hacer un
gran estudio para ello.

Yo, por mi parte, no he recibido de él más que servicios ole


poca importancia, y he visto siempre en él una atención solícita
RECOLEC
CCIÓN DE
D PULK
KE
extremada: es obsequioso en mayor grado que el europeo,
olvidadizo en promesas y palabras; pero nunca se desmiente su
solicitud.

El mejicano conserva aun del español esta ingenua locución


de que se sirve á cada instante. Es también, de usted señor; ó a la
disposición de usted ¡Gran reloj dice uno admirándolo.—Es de
usted, contesta inmediatamente!—¡Buen caballo!—Está a la
disposición de usted.

Sin curarse en lo más mínimo del día de mañana, el mejicano


gasta el dinero procedente del juego con la misma facilidad que el
de su trabajo. En su concepto parece que ambas ganancias tienen
el mismo valor.

Acostumbrado en materia de gobierno á cambios; continuos,


el hecho consumado es su ley, y testigo dé las escandalosas
fortunas de algunos comerciantes, la política lo pierde, la pereza lo
corrompe, y el juego lo desmoraliza. Recibiendo sólo una educación
superficial y conservando el orgullo del español, menosprecia por lo
general el comercio, y prefiere vivir miserablemente con algún
empleo. Es soldado por afición, y no le sale mal negocio cuando se
le paga, cosa muy rara en Ios tiempos que corremos. Más de un
coronel me ha pedido dos francos y medio para sustentarse.

Pero en último extremo, siempre queda al empleado como al


militar un recurso, que es el del pronunciamiento.

Todos sabemos lo que es el pronunciamiento.

Pierdo mi empleo, y naturalmente, el gobierno ya no me


conviene: en su consecuencia , me pronuncio

Me dejan á media paga: me pronuncio.

Formo mi plan, agrupo en torno mío á los descontentos


desocupados, atraigo también á los descamisados y formo un
núcleo de fuerza. Con ella destruyo una diligencia, invado un
villorrio, despojo una hacienda: estoy, en una palabra, pronunciado.

Lo hago por el bien de la república. ¿Qué hay que responder


a esto?
Pero el retrato del mejicano ha sido ya trazado por nuestro
honorable amigo el doctor Jourdánet en su notable obra las
Altitudes de l'Amerique tropicale, compárees au niveau des mers.

Permítasenos trascribir algunos párrafos. «El mejicano es de


mediana estatura, fisonomía dulce y llena de timidez, pie pequeño,
mano perfecta, ojos negros, facciones duras, y sin embargo, bajo
las largas pestañas y gracias á su afabilidad característica, su
expresión es extremadamente dulce. Tiene la boca grande, pero
bajo sus labios siempre dispuestos á sonreír se descubren unos
dientes blancos y bien ordenados. La nariz es regularmente recta,
á veces algo aplastada y rara vez aguileña. Los cabellos negros
cubren una, frente que da lástima de ver tan deprimida. No es, en
verdad, un modelo académico, y con todo eso cuando la suave
expresión femenina presenta esa forma americana que la escuela
tacharía acaso de incorrecta, enmudecen las exigencias del dibujo y
por simpatía se da aprobación al nuevo modelo. «El mejicano de
las alturas tiene el tranquilo aspecto del hombre independiente, su
andar es suelto y decidido, sus maneras suaves y su solicitud
extremosa. Podrá tal vez odiarnos, pero no faltará á los
miramientos. Por más que haga en contra nuestra, nunca se des-
miente su urbanidad que está por encima de todo resentimiento.

Muchos llaman á esto falsedad de carácter: yo los dejo que lo


califiquen á su gusto y me complazco en vivir entre hombres que
por la dulzura de su sonrisa, la amenidad de su trato y su
obstinación en complacerme me agobian con todas las semejanzas
de la amistad y de la benevolencia.

El mejicano es aficionado á los goces, pero goza sin cálculo, y


preparando su ruina sin inquietud, se somete tranquilo á la
desgracia.

Este deseo de bienestar y esta indiferencia en los sufrimientos


son dos rasgos del carácter americano muy dignos de nota. Estos
hombres temen á la muerte, pero se resignan fácilmente cuando
llega su hora, lo cual es una extraña mezcla de estoicismo y
timidez. En las clases bajas el menosprecio de la muerte es puntillo
de honra y suelen morir como los gladiadores romanos. Por eso se
TIPOS INDIOS EN MÉXICO
dan de puñaladas, como nosotros daríamos capirotazos. Después
van al hospital y acostumbran decir en medio de sus horribles
sufrimientos. ¡Bien tirada estuvo! rindiendo así antes de espirar el
debido homenaje á la destreza del adversario.

En el fondo este elegante retrato no es tan dulce como lo


parece.

Como quiera que sea, al considerar el estado de cosas en


Méjico, no puede uno menos de echar una mirada sobre la
república americana su vecina, cuyo gobierno, según un célebre
escritor (M. de Toqueville) no es más que una dichosa anarquía y
que sin embargo, marcha á paso de gigante en las vías más
avanzadas del progreso material, sostenida por esta sola fuerza: el
trabajo.

Méjico es mas privilegiado: posee todos los climas, todas las


producciones, todas las riquezas, y sin embargo, perece. No acuso
á la organización, sino al indio que odia el trabajo.

Lo que sorprende en todas las ciudades americanas es el


prodigioso número de iglesias, señal de la Omnipotencia del clero.
Por todas parles se ven frailes grises, negros, blancos, azules;
conventos de monjas, establecimientos religiosos, capillas
milagrosas. A toda hora del día se ven abrirse las puertas del
Sagrario; un sacerdote sale de él con el santo viático en la mano: un
dorado carruaje tirado por dos mulas lo espera en la parte de
afuera, un, al parecer, lépero, precede llevando en la cabeza una
mesita y en la mano una campanilla que agita de vez en cuando. Al
instante la guardia de palacio corre á las armas, el tambor redobla,
la circulación se detiene, las almas piadosas se arrodillan, el
extranjero se descubre, el recién llegado se admira pregunta, vacila,
hasta que una voz del pueblo viene advertirle el respeto que se
debe á las costumbres. Y no sin peligro se arriesgaría á tenerlas en
poco.

A veces el carruaje, no es el ordinario que sólo lleva los


últimos auxilios de la religión á los proletarios. El rico, aquí como en
todas partes, demanda á la iglesia el lujo de sus pompas; pues vivo
ó muerto reclama igualmente el homenaje ó á lo menos la
admiración de la muchedumbre.

Entonces el sacerdote, asistido de sus diáconos sube á una


soberbia carroza de gala, que recuerda los carruajes de Luis XIV:
una multitud abigarrada lo acompaña, dividida en dos prolongadas
filas. Cada uno de estos devotos lleva su vela encendida y todos
salmodian con voz pausada, oraciones, salmos ó el oficio de los
agonizantes.

El mejicano conserva todavía una encantadora costumbre. A


las seis resuena el toque de la oración: todos se detienen, se
descubren, oran y saludan mutuamente dándose las buenas
noches. En el interior de las casas se repite la misma escena, y en
los campos los numerosos sirvientes de la hacienda vienen á besar
humildes la mano de su amo.

En Méjico las casas tienen azoteas y están admirablemente


construidas: las paredes son bastante sólidas y están regularmente
coronadas por una gran cornisa. En las esquinas suele haber
nichos adornados de arabescos en que se expone á la pública
devoción la imagen de algún santo ó de la virgen.

La techumbre cargada de una espesa y pesada capa de tierra


greda presta á la fábrica un apoyo contra los terremotos tan
frecuentes en las alturas. Por término medio se cuentan dos
anualmente.

Durante mi permanencia en Méjico, fui testigo de uno de estos


espantosos fenómenos. El terremoto del 12 al 15 de julio de 1868
fue uno de los más terribles que se hayan visto por allá. Los
mejicanos no olvidarán fácilmente este suceso.

Lo anuncia, por lo general, un ruido subterráneo, sordo,


indescriptible: la oscilación principia primero lentamente y muy
luego de una manera precipitada, terrible. El miedo sobrecoge á
uno, y lo hace asistir á un espectáculo de terror, sin darle tiempo ni
calma para analizarlo. No parece sino que un vértigo horroroso
hace danzar á nuestra atemorizada vista los edificios, tronchar los
árboles y desplomar las casas. En las calles, la gente arrodillada se
retuerce en convulsiones de espanto, y el aire se puebla de
lúgubres clamores. Trascurre un minuto, ó mejor dicho, un siglo, y
se admira uno de verse vivo, de ver en pie los palacios y los
templos resistiendo al espantoso sacudimiento dé esos huracanes
subterráneos. Entonces, sin embargo, fueron muchos los estragos,
calculándose las pérdidas en 10.000,000.

Hemos dicho que en Méjico, el centro de la ciudad es


europeo, casi francés. En las calles de Plateros, San Francisco, La
Profesa y Espíritu Santo, etc., se oye lo mismo el francés que el
español.

En estos barrios dominan el paletot, la levita y el sombrero de


copa. Los jóvenes visten á la última moda. El vapor inglés los tiene
al corriente sobre este punto, trayéndoles noticias mensuales; asi
qué, los sastres hacen buen agosto.

El mejicano que es de tan fácil acceso en la calle, sólo es


afable hasta la puerta de su casa, en cuyo interior difícilmente deja
penetrar al extranjero. La mesa, que entre nosotros es el gran
medio de sociabilidad, el comedor, el sitio en que se hace
manifestación de buena voluntad, y de las más vivas simpatías, no
existe entre los mejicanos. La mesa parece cosa vergonzosa, que
ocultan en caso necesario, para comer á solas.

La mujer, medio desnuda hasta hora muy avanzada del día,


deja flotar sobre sus hombros una abundante cabellera que cuida
de tener siempre muy lustrosa y aseada.

En muchas casas, la mejicana, aun siendo rica, se aviene


más bien con su petate ante un plato de frijoles y con la tortilla en la
mano, que no con una mesa bien servida. La mejicana es crisálida
por la mañana y por la tarde mariposa adornada de alas, colores y
movimiento. Entonces, la mujer que hemos mirado sin verla en el
desorden de su interior, es una dama elegante, cuyos ricos adornos
y deslumbrante lujo nos cautivan.

La hora del paseo se acerca ¿y cómo vivir sin pasear? Llueva,


truene ó ventee, la mejicana sale, en carruaje por supuesto, y va á
lucir sus galas, á sonreír á su amante, á saludar á sus amigas, ó á
mortificar á sus rivales.

El mejicano de la tarde, no es tampoco el de por la mañana.


Encontráis en la calle á un dandy del barrio de Gand y lo volvéis á
ver á caballo; jinete notable, montando un animal de gran precio
enjaezado lujosamente.

Sus piernas van aprisionadas en las calzoneras, cuyos


botones de plata son cada uno una obra maestra, y cuando el
tiempo anda revuelto, unas chaparreras de piel de tigre le caen
desde las rodillas hasta los pies. Una chaqueta bien entallada deja
ver su gracioso cuerpo, ceñido con una faja de seda roja y el
sombrero de amplias alas galonadas con toquilla de oro remplaza al
innoble sombrero negro. Cuando llueve se cubre con cierto
abandono con su zarape de mil colores, que lleva á la grupa en el
buen tiempo.

El hace caracolear al caballo, alternando del paso al galope,


saludando á derecha é izquierda y echando, como el tambor mayor
de la fábula, una mirada de satisfacción á alguna ventana
privilegiada.

Por espacio de dos horas, va, viene, pasa, vuelve á pasar, se


detiene y ve desfilar los coches de la ciudad. Pero dan las siete,
viene la noche; y entonces abandonando su ejercicio favorito, se
retira dispuesto á repetir lo mismo el día siguiente.

En el invierno, el teatro, en donde se abona todo mejicano


acomodado, le da tres funciones por semana. En cuanto á la
mejicana, se presenta siempre en él tan elegante y ataviada como
las ladies de Hay Market ó de Drury-Lane. Cada representación
exige un nuevo traje, á cuya exigencia se somete con mucho gusto.

En el verano se abre el circo, las lidias de toros, en que la


víctima siempre viene á caer bajo el estoque del matador.
JAR
ROCHO O JINET
TE DE LA
A TIERRA
A CALIEN
NTE
El espectáculo de los toros no tiene verdaderamente atractivo,
si no es la primera vez que se le ve. Entonces se goza del brillante
aparato de la plaza.

La alameda es un bello parque situado en el centro de Méjico:


sombras de árboles, flores que espontáneamente brotan, aguar-
diente y una fontana bastante notable, hacen de este sitio un paseo
agradabilísimo, pero casi únicamente destinado al uso dé los niños
y gente pacífica. Allí se ve al hombre estudioso con su libro en la
mano; á la costurera que aguarda á su novio, y á veces á alguna
que otra señora.

El paseo de las cadenas que se extiende al pie de la catedral


solo es frecuentado por las noches, en las que la sociedad sé reúne
al resplandor de la luna tan espléndida en estos climas. Las señoras
van muy compuestas cubriéndose la cabeza con el chal para
protegerse del fresco de la noche, las bellas hacen aquí algunos
prisioneros y los caballeros algunas conquistas.

El pueblo de Méjico se compone de mestizos de todos colores


y de algunos indios, que suministran al comercio los sirvientes de
ambos sexos, los cargadores y los aguadores.

En los arrabales hormiguean mujeres y niños derrotados, que


viven en miserables moradas. Estos seres ofrecen el aspecto de
una población enfermiza por el mal aire, el mal alimento y peores
costumbres.

Los frailes y los padres son muy queridos de los léperos. Se


tratan de padres á hijos, y éstos habitan casi todos casas llamadas
de vecindad, pertenecientes al clero ó a las corporaciones re-
ligiosas. El uno es siempre deudor del otro; y así es, que los padres
pueden con toda seguridad recorrer los campos. Rara vez les
desvalijan y sólo algún desalmado se atreve á pedirles la bolsa ó la
vida.

Pero sigamos con los monumentos de la ciudad y sus cer-


canías.
El más importante sin duda es la catedral, que forma el lado
Norte de la plaza de armas, como el palacio el Este, la diputación el
Sur, y el pórtico de las Damas el Oeste.

Comenzada bajo el reinado de Felipe II en 1573, la catedral


no fue verdaderamente concluida hasta 1791, costando su fábrica
2.446,000 pesos.

Visto desde la plaza, el edificio presenta el majestuoso


aspecto de las iglesias de la segunda mitad del siglo XVI. La
fachada es notable por el contraste de sencillez que forma con los
demás templos de la ciudad. Tiene tres puertas, situadas entre dos
columnas dóricas y correspondientes á las tres naves.

Por encima de la puerta principal, dos pisos sobrepuestos y


adornados de columnas dóricas y corintias, soportan un pequeño
campanario de esbelta forma y coronado con tres estatuas que
representan las tres virtudes teologales. A cada lado se elevan las
torres de severo estilo que terminan en cúpula á una altura de 78
metros.

El interior es todo dorado. Un inmenso coro ocupa toda la


nave principal y se une por una galería de composición preciosa al
altar mayor, que según me han dicho, es una imitación del de San
Pedro en Roma.

Las dos naves laterales están destinadas á los fieles, y en


ellas no se ven sillas ni bancos de ninguna clase. Las mejicanas
que asisten al oficio divino, se arrodillan ó se sientan en el suelo.
Los hombres permanecen de pie, pero se ven muy pocos en el
interior de la iglesia, deteniéndose regularmente en la puerta para
ver entrar y salir á las señoras.

Entre los objetos de arte que posee la catedral, hay que


recordar un lienzo de Murillo, conocido con el nombre de la Virgen
de Belén, y que en verdad no es de las mejores obras del gran
pintor; la iglesia sin embargo la guarda como el objeto más
precioso. El lienzo está en muy mal estado y pide una restauración
inmediata.
Citaremos también una Virgen de la Asunción, de oro macizo
y peso de 1,116 onzas.

La lámpara de plata, maciza también, colgada delante del


santuario, costó 350,000 francos.

También citaremos muchos diamantes, esmeraldas, rubíes,


amatistas, perlas y zafiros, una multitud de vasos preciosos de oro y
plata de un valor incalculable.

La catedral encierra el sepulcro de Iturbide.

En frente de la pared de la torre izquierda mirando al Oeste,


se halla el famoso calendario azteca, descubierto el 17 de diciembre
de 1790 en las obras que se hacían para la explanada del
Empedradillo. Este calendario fue colocado en la pared de la
catedral por orden del virrey, que tuvo buen cuidado de conservarlo
como el monumento más precioso de la antigüedad india.

Podríamos hacer aquí un resumen de la obra de Gama en lo


que concierne al calendario; pero careciendo de espacio, nos
abstenemos de ello. He aquí el título de la obra, que el lector, si
gusta, podrá consultar.

«Descripción histórica y cronológica de las dos piedras indias


halladas en Méjico en 1790, por don Antonio de León y Gama
Méjico, 1832.

El sagrario es una inmensa capilla dependiente de la catedral.


Allí se celebran los casamientos, los bautismos, etc., y la Divina
Majestad está sin cesar de manifiesto para la veneración de los
fieles.

Es imposible dejar de detenerse ante la puerta del Sagrario, y


aunque el conjunto sea de bastante mal gusto, no puede uno
menos de admirar el extraordinario lujo de la ornamentación.

Hemos hablado de la costumbre religiosa que impone a todo


transeúnte la obligación de arrodillarse en la calle, o a lo menos
pararse y descubrirse al paso del Viático. Encontramos en algunas
crónicas de la época, que en otros tiempos era preciso unirse a la
procesión y acompañar al sacerdote hasta la casa del enfermo. El
virrey mismo, no estaba exceptuado, y muchas veces se vio
obligado a ponerse a la cabeza de la columna.

Saliendo de Méjico por la puerta de Belén y siguiendo el


acueducto que va hacia la parte de Tacubaya, se llega al castillo de
Chapúltepec.

Verdadero oasis en el valle Chapúltepec se eleva sobre un


montecillo volcánico de cerca de 200 pies, cubierto de espléndida
vegetación, en que se ven magníficos sabinos, especie de cipreses,
que suelen tener 73 y aun 80 pies de circunferencia.

Chapúltepec es uno de los más antiguos recuerdos de


Méjico. En el siglo octavo, según las antiguas crónicas, la colina era
ya el asiento de una colonia de industriosos habitantes, notables por
su cultura.

Durante un largo período, los pueblos nómadas del Norte se


suceden y mezclan en este terreno siempre disputado, hasta que la
vanguardia de las hordas mejicanas, acogidas por Jolotl, rey de los
Chichimecas, obtuvo permiso para fundar Chapúltepec.

Desde la fundación definitiva de Méjico, Chapúltepec se


convirtió en un lugar de peregrinación. Más tarde, entibiada la
devoción popular, los reyes aztecas lo convirtieron en museo
histórico, y sus rocas fueron destinadas á trasmitir á la posteridad la
fisonomía de los grandes soberanos de Méjico.

Axayacatl hizo colocar su estatua sobre una roca de la colina,


y el padre Acosta dice haber visto bellos retratos en bajorrelieves de
Motezuma II y sus hijos.

En tiempo de este cacique, Chapultepec vino á ser la


residencia imperial. El castillo moderno, edificado por el virrey
Matías de Gálvez, se transformo en 1841 en colegio militar, y
últimamente Miramón lo restauró haciendo de él su morada.

Pero volvamos á Méjico.

En la plaza de la Aduana, plaza siempre llena de carros y


mulas, está situado el convento de Santo Domingo, muy decaído ya
de su antiguo esplendor. En tiempo de guerra civil sirve de fortaleza
á los pronunciados, quienes desde lo alto de los campanarios hosti-
lizan á sus enemigos, posesionados de las azoteas de las casas ó
de las torres de los inmediatos conventos.

El claustro de Santo Domingo ofrece un triste aspecto. Los


cuadros que adornaban las galerías están hechos pedazos y las
paredes ennegrecidas con el humo de la pólvora.

La buena época de Santo Domingo, se remonta al tiempo de


la Inquisición, de que fue asiento. Los anales hacen subir al año
1646 las fiestas que solemnizaron el primer auto de fe en Méjico.
Cuarenta y ocho condenados sucumbieron en la inauguración del
terrible tribunal, cuyos decretos se siguieron ejecutando hasta
principios de este siglo.

No así el convento de San Francisco. Situado entre la calle


del mismo nombre, la de San Juan de Letran y Zuletta, cubria una
superficie de más de 60.000 metros cuadrados. Con sus magníficos
claustros y sus bellos jardines, era en nuestro concepto el más rico
de Méjico.

Dos iglesias, cuyo interior está cubierto de gigantescos


retablos de dorada talla, tres capillas de buen gusto, claustros
tapizados de pinturas, lo hacían un monumento de los mas
notables. Pero los partidos han destruido el convento, se han hecho
calles al través de los claustros, y se han vendido sus jardines. Los
soldados que en los días de lucha ocuparon este edificio, dejaron
en él como en Santo Domingo la indeleble marca de su paso: el
convento se halla actualmente en el más deplorable estado.

La fachada que mira á la calle de San Francisco, presenta un


pórtico magnífico.

Compuesto de pilastras del renacimiento, adornadas con


bajorrelieves, dominadas de capiteles y separadas por nichos con
sus estatuas, el conjunto ostenta una riqueza de ornamentación
extraordinaria, de un gusto acaso dudoso, pero de notable
delicadeza de detalles. Y admíranse tanto más estas esculturas,
cuanto que, según la crónica, no son debidas al cincel del artista,
sino al pico del picapedrero.
Actualmente la puerta de San Francisco no existe, el convento
está derruido, los materiales dispersos y el terreno vendido.

El convento de la Merced es sólo una inmensa fábrica, en la


cual, ni la iglesia ni la fachada pueden llamar la atención; pero su
claustro es el mejor de Méjico.

Blancas columnas con vistosos arcos, forman inmensas


galerías trazando un gran patio, cuyo centro adorna una modesta
fuente. Estas ligeras columnas y los calados que adornan los arcos,
recuerdan el estilo granadino, que con tanto esplendor se ve
desenvuelto en el patio de la Alhambra.

Situado en medio de un barrio de los más populosos, el


claustro forma por su soledad y silencio un gran contraste con el
tumulto y agitación de afuera. Nada puede compararse á la tristeza
que reina dentro de estas paredes. De vez en cuando llega un
aguador á llenar sus cántaros y sus chochocoks. Otras veces la
blanca túnica de algún religioso; viene á animar un momento el
desierto de las galerías, para desaparecer luego en las sombras de
los vastos corredores, poblados de celdas inhabitadas en su mayor
parte.

En las paredes de las galerías, hay una multitud de cuadros


representando escenas religiosas con figuras de tamaño natural,
que representan á su vez á los mártires y santos de la orden. Todas
estas fisonomías mudas, en el éxtasis de la oración ó del dolor, nos
ofrecen una lúgubre perspectiva.

La Merced posee también una biblioteca, donde el aficionado


puede encontrar un tesoro; y el coro de la iglesia, compuesto de un
centenar de sillas, es uno de los más bellos que conozco.

El Salto de agua es la única fuente monumental que tiene Mé-


jico. Situada fuera de las grandes vías de circulación, y en el centro
de un barrio, termina el acueducto que , partiendo de Cbapultepec
conduce á Méjico las aguas. Es una construcción oblonga con una
fachada de mediana ornamentación. En el centro hay un águila con
las alas abiertas que sostiene un escudo en que se ven las armas
de la ciudad: a cada lado unas columnitas espirales con capiteles
PUERTO Y COSTA DE
D SAN BLAS
corintios, sostienen dos figuras simbólicas de América y de Europa,
y ocho grandes vasos.

Según los historiadores de la conquista, y los antiguos cronis-


tas mejicanos, el Salto de agua y el acueducto que termina, vinieron
á reemplazar el antiguo acueducto de Motezuma, construido por
Netzahualcóyotl, rey de Texcoco, bajo el reinado de Izcoatl, esto es,
de 1427 á 1440.

Leemos también en Clavijero que dos acueductos traían el


agua de Chapultepec á la capital. La fábrica era una mezcla de
piedra y argamasa, y las dimensiones de los acueductos de cinco
pies de altura y dos pasos de latitud.

Aunque doble, el agua sólo llegaba á Méjico por un sólo acue-


ducto, facilitando así la reparación del otro, caso necesario, á fin de
que el agua llegara siempre pura. Hay que confesar que los mejica-
nos antiguos tenían gran prudencia y mucho cuidado de sus mo-
numentos.

Recorriendo los alrededores de Méjico, se halla en Popallan, á


unas dos leguas de la ciudad, uno de los mas poéticos recuerdos
de la conquista: el Ahuahuete ó viejo ciprés, á cuya sombra vino
Hernán Cortés á descansar deplorando su gran derrota del 1.° de
julio; ciprés que se llamó luego Árbol del a noche triste.

Recordemos rápidamente las causas de aquel desastre.

Motezuma era prisionero de los españoles, y la nobleza


mejicana, queriendo honrar aun á su rey preso, le ofreció el
espectáculo de una danza en el mismo palacio que le servía de
prisión. Alvarado mandaba en ausencia de Cortés, y no quiso
permitir la reunión, sino con la condición expresa de que se
presentaran sin armas. Aceptada de buena fe aquella condición, el
palacio se llenó de nobles mejicanos que á la hora fijada se
presentaron vestidos con sus más ricas galas. Aquella
muchedumbre era un océano de vivos colores, de alhajas de oro y
plata y piedras preciosas.
A vista de tal riqueza, se deslumbraron los españoles, que de
común acuerdo se precipitaron sobre los indios haciendo en ellos
una horrible carnicería.

La nación se estremeció á la noticia de semejante atentado,


pero la condición del rey prisionero, la contuvo todavía. Además,
Cortés estaba ausente y se esperaba de su justicia el castigo de los
culpables. Vencedor de Narváez, entró luego triunfalmente, y ciego
con los laureles de su triunfo, no vio la enormidad del delito y se
limitó á reprender en vez de castigar, esperando que el tiempo
apaciguaría la indignación popular.

Pero la, desesperación y cólera de los mejicanos llegaron á su


mayor grado y la muerte de Motezuma quitó ya toda esperanza de
reconciliación. Entonces ya se hicieron una guerra á muerte sin
tregua ni cuartel. Los arcabuces y las culebrinas fueron inútiles
contra aquellas oleadas contínuas de guerreros, y los españoles
turbados é indecisos hubieron de pensar en la retirada. El mismo
Cortes perdió en aquella ocasión la presencia de espíritu que jamás
lo había abandonado: ante la enormidad del peligro vaciló su valor,
y siendo preciso huir creyó conveniente ocultar su retirada á favor
de una noche oscura y lluviosa.

La tropa española, seguida de sus aliados los Tlaspaltecas


abandonó, pues, aquella ciudad que había presenciado antes tantos
triunfos. Los soldados cargados de oro seguían penosamente á su
caudillo: ningún peligro aparente detenía la marcha, la ciudad
estaba silenciosa; algunas horas más y todo estaba salvado. Pero
en el momento de salvar los puentes de la calle de Tlacopau,
millares de guerreros pulularon por todas parles y se trabó una
lucha horrible, combate sin nombre donde entre gritos de rabia y de
dolor pereció sin gloria la flor y nata de la tropa española, cuyos
soldados caían á las fangosas aguas de los fosos bajo el hacha de
sus enemigos, los resentidos mejicanos. Cortés, Ordaz, Alvarado,
Olid y Sandoval, escaparon con gran dificultad seguidos de un
puñado de los suyos, y huyeron sin atreverse á recordar los
horrores de aquel desastre.
Al sabio Mr. Laverriére debe el viajero del valle de Méjico el
descubrimiento de las ruinas de Tlalmanalco y algunas noticias
sobre su origen. Por lo demás, nadie mejor que él conoce el sitio ni
nadie puede describirlo mejor.

A legua y media de Chalco, dirigiéndose el viajero hacia los


volcanes, sube una pequeña pendiente, pasa por delante de la
magnífica hilandería de Miradores, y á algunas millas mas allá, se
halla ante las ruinas del pueblecillo medio arruinado de Tlalmanalco.
En medio del cementerio junto á la moderna iglesia, se elevan los
soberbios arcos, cuya construcción se remonta á los primeros
tiempos de la conquista. Estas ruinas, según Mr. Laverriére, son los
restos de un convento franciscano, cuyos trabajos no se
concluyeron.

La arquitectura de estos arcos es en verdad extraordinaria, y


la forma de las columnas, los capiteles y esculturas tienen algo del
gusto morisco, gótico y renacimiento. La creación es
completamente española, y recuerda la catedral de Burgos y la
Alhambra. La ornamentación tiene el sello mejicano, rico,
caprichoso, fantástico y semisimbólico.

Pero si él trazado es español, la ejecución es enteramente


mejicana y el conjunto ofrece el sello de las dos civilizaciones. Las
ruinas de Tlalmanalco son únicas en su género en Méjico y en
ninguna otra parte se encuentra nada que se le asemeje.

Para conocer bien el valle, resta que hacer al viajero una


excursión á San Agustín y á nuestro Señora de Guadalupe.

San Agustín es un pueblecillo bastante bello, situado á cuatro


leguas al Sur de Méjico. Toda su celebridad proviene del juego que
en la fiesta del santo atrae á los mejicanos y á los forasteros, que
van allá á probar fortuna. Es menester, siquiera una vez en la vida,
haber asistido á esta reunión extraordinaria, donde la mas exquisita
dignidad preside á los ciegos fallos de la fortuna.

En una gran mesa se extiende un tapete verde, que


desaparece bajo pilas de oro. Allí se juega al monte. El banquero
sólo tiene probabilidades razonables, estando más bien la ventaja
de parte de los puntos, al contrario de lo que sucede en los juegos
de Hombourg, que son una verdadera trampa.

El dinero que se atraviesa es considerable, siendo ilimitados


los puntos.

Se puede en principio apuntar el total de la banca que hay


sobre el tapete, esto es, de 12 á 15,000 reales; lo que se llama
tapar el monte.

Hay que añadir que este caso es raro y no siempre favorable.

Entremos, pues. La sala está llena: sólo se admite oro.


Tíranse cartas y corre el azar. Los puntos cobran ó pierden, sin que
un gesto ó palabra inconveniente interrumpa la partida. En medio de
esta reunión donde se desenvuelven á cada instante las peripecias
de la más terrible de las pasiones humanas, se podría oír el vuelo
de una mosca: tan absoluto es el silencio. ¡Cuántos, sin embargo,
se retiran desesperados!

Hablase de un padre rico, que llega algunas veces seguido de


un sirviente cargado con un talego de oro (unos 250,000 reales). El
buen padre se detiene, observa el juego, calcula y decidiéndose al
fin por una carta, deposita como puesta todo el dinero.

El banquero tira, y él escucha sin emoción, gana ó pierde con


la misma sangre fría y encendiendo su cigarro, se retira.

Las fiestas de Tacubaya no tienen la misma cele


bridad.

Pero la maravilla digna de visitarse es la propiedad


de don Manuel Escandon, deliciosa residencia rodeada
de lagos y cascadas y bellísimos jardines, en que se
ven todas las flores del mundo. Un jardinero jubilado
cuida de ella, y nosotros debemos rendir aquí homenaje á la
urbanidad del propietario de la villa, que con tanta finura y cortesía
hacen los honores de la casa.

Guadalupe es un lugar situado a dos leguas al Norte de


Méjico, y al cual se va en algunos minutos por una vía férrea.
Guadalupe es sitio de peregrinación en Méjico. La Virgen
tiene allí una capilla situada en la cima de una roca enlazada a la
cordillera principal y que forma promontorio en la llanura. La capilla
mira a Méjico y permite al viajero recorrer y abrazar con la vista todo
el panorama del valle.

Al pie de la roca, una fuente maravillosa cubierta con una


cúpula magnífica prodiga á todos los enfermos del globo, aunque no
gratis, la virtud curativa de sus sagradas aguas.

Todos los días va el sencillo indio á renovar su provisión y á


orar á los pies de la Virgen, volviéndose satisfecho de haber
contemplado un instante la divina imagen.

Los días de fiesta acude de todas partes de Méjico un gentío


inmenso, confundiéndose allí todos los tipos y trajes, al son de las
campanas y de los gritos de júbilo.

Los vendedores ambulantes ofrecen á los romeros frutas de


todos los climas. El aguardiente (pulque) corre en abundancia, y
uno se retira al fin fatigado de tanto ruido, con la cabeza aturdida,
lleno de polvo y con una vaga reminiscencia de ciertas ferias de
París. Dos caminos conducen de Méjico á VeraCruz, y los dos
evocan grandes recuerdos históricos.

La vía mas corta que se dirige al Sudeste por Puebla de los


Ángeles, atraviesa á unas veinte leguas de la capital, el territorio de
la antigua Cholula, una de las ciudades más populosas y
florecientes de América antes de la conquista, y cuya fundación se
atribuía á las razas primitivas que precedieron á los aztecas en el
suelo mejicano.

A causa del número de templos, Cholula era para los antiguos


habitantes del país, lo que la Meca para los musulmanes, Jerusalén
para los hebreos y Roma para los cristianos: era la ciudad santa del
Anakuac. Allí, según la tradición, dio por espacio de veinte años
Quetzalcoall, reformador divinizado de los aborígenes, y de allí
partió para las comarcas de Oriente, anunciando la vuelta de sus
descendientes después de un período de muchos siglos, predicción
que fue el más poderoso auxiliar de los conquistadores españoles.
El principal santuario de Quetzalcoall; estaba sobre una inmensa
pirámide, que invadida actualmente por una exuberante y silvestre
vegetación, más bien parece un capricho de la naturaleza, que obra
de la mano del hombre. Esta masa de ladrillo cuya base
cuadrangular cubre más de 18 hectáreas de terreno, se eleva aun á
60 metros de altura.

«No se puede imaginar nada más grandioso que el cuadro


que se ofrecía á la vista en otro tiempo desde lo alto de la
plataforma en que estaba la pirámide. Por el lado del Norte, se
extendía esta alta barrera de rocas porfiróideas de que la naturaleza
ha rodeado el valle de Méjico, dominado por los grandes picos de
Popocatepelt y de Iztaccihuatl, como dos centinelas gigantes á la
entrada dé esta bella región. Mas lejos, al sur, se descubría la cima
cónica del Orizaba, que, se perdía en las nubes, y más cerca la
sierra de Malhinche, cordillera árida, pero pintoresca, que cubría
con su sombra las llanuras de Tiascala. Tres de estas montañas,
son volcanes más elevados que todas las montañas de Europa, y
están cubiertas de eternas nieves que resisten á los ardores del sol
de los trópicos. A los píes del espectador se veía la ciudad santa de
Cholula, con sus torres y flechas, reflejando los rayos del sol en
medio de la rica y bella vegetación que rodeaba en aquella época á
la capital. Tal era el magnífico cuadro que hirió la vista de los
conquistadores, y que ofrece aun con ligeros cambios al moderno
viajero que desde lo alto de la gran pirámide pasea su mirada por
La más bella porción de la planicie de Puebla.

La ciudad de Puebla de los Ángeles, fue fundada por los


españoles poco tiempo después de la conquista, sobre las ruinas de
un pueblecillo del territorio de Cholula, á algunas millas al Este de
esta capital. Es la ciudad más considerable de la Nueva-España, y
acaso la más bella después de Méjico. Y parece haber heredado la
preeminencia religiosa de la antigua Cholula, pues se distingue por
el número y esplendor de sus iglesias, por la multitud de sus
sacerdotes y por el lujo de sus ceremonias y fiestas.

El segundo camino, rodeando por el Norte el lago de Tezcuco,


pasa por aquel valle de Otumba, donde el 8 de julio de 1520,
terminó Cortés por una sangrienta victoria la desastrosa retirada de
la Noche triste. Un poco más allá se descubren las alturas que
dominan el valle de Tiascala, á vista de las venerables pirámides de
Teotihuacan, que son probablemente, sin exceptuar el templo de
Cholula, las más antiguas ruinas que existen en el territorio
mejicano.

Los aztecas, á creer sus tradiciones, hallaron estos


monumentos á su llegada al país. Teotihuacan, (la mansión de los
dioses) que solo es ahora una pobre aldea, era entonces una
ciudad floreciente, rival de Tula, la gran capital tolteca. Las dos
principales pirámides estaban consagradas á Tónatiuh y á Metzli,
(al sol y á la luna).

De las últimas mediciones, resulta que la primera, mucho más


grande que la otra, tiene 682 pies de longitud en su base, y 180 de
altura, dimensiones que no son inferiores á las de algunos
monumentos análogos de Egipto.

Estas pirámides se componían de cuatro asientos ó bases de


las cuales tres se reconocen todavía, aunque las gradas
intermedias están ya deshechas. El tiempo en efecto, las ha
maltratado de tal modo, y tanto las ha desfigurado la vegetación
tropical que cubre sus propias ruinas con un manto de flores, que
no es fácil distinguir a primera vista la forma primitiva de estos
monumentos. La semejanza de estas enormes masas con los
túmuli de la América del Norte, ha hecho creer a algunos, que eran
eminencias naturales, a las que la mano del hombre había dado
luego una forma regular, adornándolas luego con templos cuyas
ruinas cubren sus flancos.

Otros, no viendo elevaciones semejantes en la vasta llanura


en que aquellas se encuentran, han creído más verosímil que eran
creaciones completamente artificiales.

Al rededor de estas pirámides principales, se eleva un gran


número de monumentos del mismo género, pero de menores
dimensiones. La tradición local asegura que fueron dedicadas á las
estrellas, y que sirvieron de sepulcros á los jefes de los antiguos
pueblos. La llanura que dominan, se llama Micoatl ó camino de los
muertos. Con frecuencia al labrar ahora la tierra para el cultivo, se
hallan puntas de flechas de obsidiana que revelan el carácter
belicoso de los antiguos habitantes del país.

El viajero que sube á la cima de la pirámide del Sol, queda


luego indemnizado de su fatiga por el magnífico panorama que
descubre desde arriba: hacia el Sudeste se elevan los montes de
Tiascala rodeados de cultivos, en cuyo verde fondo blanquea un
pueblecillo, capital un tiempo de aquella república; un poco más al
Sur, se extienden las bellas llanuras de Puebla de los Ángeles; al
Oeste el valle de Méjico, que se presenta á la vista como un mapa
con sus pequeños lagos, su gran capital saliendo más gloriosa de
sus propias ruinas, y sus montañas accidentadas que la rodean con
su oscura cortina como en tiempo de Motezuma.
MÉXICO
Y
SU TERRITORIO
AÑO
1862

NOTAS: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITOS DE “EL


MUSEO UNIVERSAL” Nº 14 AÑO 1862
MÉJICO Y SU TERRITORIO

Ofrecemos á nuestros lectores en el adjunto grabado el mapa


del territorio oriental de la república mejicana, comprendido entre
Veracruz, Méjico y Tampico. Hoy que los ojos de todas las naciones
se hallan puestos sobre los aliados, y sobre los españoles en
particular, que pisan las playas de aquella región del Nuevo Mundo,
en demanda formal de desagravio, serán leídas con gusto las
siguientes noticias acerca del territorio de aquella república federal y
de su historia antigua y moderna.

El territorio de Méjico confina por el Norte con los Estados-


Unidos, por el Este con el mar de las Antillas y el golfo de Méjico,
por el Sur con Guatemala y por el Oeste con el mar Pacífico. Su
superficie es de 200,650 leguas cuadradas, y su población de
7.097,900 habitantes, de los cuales 1.500,000 son blancos,
2.000,000 criollos, 3.590,000 indios y 7,900 negros. Una gran
cordillera de montañas atraviesa el territorio y estas se denominan
Sierra Madre, Sierra de los Mimbres, Cordillera de Méjico, Sierra
Verde, etc. Hay numerosas minas de oro, de plata, de mercurio y de
piedras preciosas. El suelo arenoso en la costa oriental, y muy fértil
en las regiones bajas de la costa occidental, produce azúcar, cacao,
vainilla, algodón, cochinilla, palo campeche, y generalmente lodos
los productos de países ecuatoriales. Las alturas más notables
sobre el nivel del mar, en metros, son las siguientes.- Méjico 2,277,
volcán grande Popacatepetl 5,400, pico de Orizaba 3,295, minas
de Moran 2,595, Tula 2,053, Toluca 2,639, Cuernavaca 1.656,
Puebla de los Ángeles 2,194, Perote 2,354.

Como ha dicho muy bien un conocido académico (1), la


conquista del Nuevo Mundo por los españoles, fue uno de aquellos
memorables acontecimientos que por la singularidad de sus
circunstancias, aun mas que por el hecho mismo, encarecen
sobremanera el valor de los que la llevaron á cabo, y la gloria de la
nación en donde se concibió tan atrevido pensamiento. El espíritu
belicoso de nuestros antepasados, no debilitado todavía después
de siete siglos de lucha tenaz con los hijos del islamismo, no
satisfecha su ambición de gloria con haber sentado el pendón de
Castilla en las almenas de Italia y Flandes, renació con nuevos
bríos cuando á consecuencia de los descubrimientos de Colon,
halló otro nuevo teatro en donde hacer gallarda ostentación de sus
hazañas, otro mundo que someter á la pujanza de sus armas
vencedoras. El valor y la fortuna coronaron sus esfuerzos: el valor y
la fortuna ofrecieron á la asombrada Europa el majestuoso
espectáculo de un acontecimiento grande y sorprendente, que no
tiene igual en la historia moderna de las naciones, verificado con los
más escasos medios que pueden emplearse en la guerra, y por un
puñado de combatientes, cuyo valor y audacia suplía la escasez de
su número, no podía menos de lisonjear el orgullo nacional de
excitar a nuestros escritores á dejar consignados en la historia
multitud de hechos heroicos que hoy mismo parecen superiores al
esfuerzo humano.

Y no poco contribuye á la atención que presta todo el mundo á


la actual expedición contra Méjico, el recuerdo de ese mismo
espíritu belicoso de nuestros antepasados, empleado con escasos
medios en la guerra. Porque no se esperaba que la España, este
país tan combatido en su renacimiento, no solo alcanzara en África
inmarcesibles laureles sino que estuviese dispuesto, por
reconocerse fuerte, á demandar satisfacción á cualquiera que osara
burlarse de sus banderas.

Es enteramente imposible que nuestros soldados den un solo


paso en el territorio de Méjico sin hallar en todas parles recuerdos
de los españoles, de los soldados de Hernán Cortés, antepasados
suyos.

Porque si bien la civilización primitiva de los indios reflejaba


do quier la grandeza, el poder y la inteligencia de la raza gobernada
por Motezuma, debe reconocerse después el sello de la dominación
española que continuó por tantos años en aquellos países.

Méjico se hallaba dividido en pequeñas repúblicas que


reconocían la soberanía del emperador Motezuma. La prepotencia
de aquellos pueblos era grande y alternaba dignamente con su
cultura. El mismo Hernán Cortés no vacilaba en asegurar en sus
cartas al emperador Carlos V, que los indios tenían la misma
manera de vivir, el mismo orden v concierto que la gente de
España; que lo que había visto en la capital de Méjico no tenía
semejable en Europa, y que respecto de las cortes y sus
ceremonias, no había ninguna, ni aun de sultanes ni príncipes
infieles, que pudiese compararse con la de Motezuma. He aquí por
qué al ocuparse un afamado escritor contemporáneo (!) de la
civilización primitiva del Nuevo Mundo, ha dicho: «La Europa espera
há largo tiempo, y con sobrado fundamento, la aparición de un libro,
en el cual pueda contemplar la civilización primitiva del Nuevo-
Mundo, tal como era real y positivamente, y no como las
preocupaciones ó los intereses de otros tiempos quisieron que
apareciera.»

Méjico permaneció bajo la dominación española hasta el año


de 1821, en que una insurrección la separó de la metrópoli,
constituyéndose en república federal independiente.

De nuevo flotan hoy al viento en las playas mejicanas las


banderas españolas, y si bien no con afán de conquista, serán al
menos respetadas, demostrando que la España es una nación
digna, fuerte y poderosa, muy capaz ya por sí sola de no dejarse
imponer ni por sus enemigos, ni por sus émulos.

(1) Don José de la Revilla en su prólogo á la Historia de la con-


quista de Méjico, escrita por don Antonio de Solis.

Florencio Janer.
PLAZA MAYOR
DE
GUANAJUATO
AÑO 1867

NOTA: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITOS DE “EL


MUSEO UNIVERSAL” Nº 24 AÑO 1867
PLAZA MAYOR DE GUANAJUATO AÑO 1867
La ciudad de Guanajuato, capital del Estado de su nombre,
que tiene 700,000 habitantes, de los que 150,000 son indios, y
constituye el territorio más poblado y más rico de todo Méjico,
cuenta cerca de tres siglos de existencia, y se halla rodeada de
paisajes como sólo se ven en el Nuevo-Mundo. Habitan la ciudad
unas 50,000 almas, y la población minera de sus inmediaciones
asciende á 30,000. La riqueza principal de este país, consiste en
sus muchos y excelentes productos metalúrgicos, y entre ellos el
oro, siendo el maravilloso filón llamado la Veta-madre, acaso el más
extenso y el más rico del mundo. Los continuos trastornos que, con
raras interrupciones, han afligido á Méjico desde que se hizo
independiente, han pesado también sobre Guanajuato, en donde la
miseria asomó más de una vez su cabeza. El interés que inspiran
los acontecimientos que de algunos años á esta parte han ocurrido
en Méjico, y con especialidad los últimos que tanto han de influir en
su futura suerte, nos ha movido á dar uno de los grabados adjuntos,
que representa la Plaza Mayor de la codiciada ciudad arriba
mencionada, espaciosa plaza á que dan cierta suntuosidad los
edificios religiosos y urbanos que la forman.
MEMORIALISTA
MÉXICANO
AÑO 1867

NOTA: GRABADO Y TEXTO TRANSCRITO DE “EL


MUSEO UNIVERSAL” Nº 24 AÑO 1867
EVANGE
ELISTA O MEMO
ORIALIST
TA MÉXIC
CANO AÑO 1867
7
Evangelista llaman en Méjico al ciudadano que recibe
consultas y dinero de la gente pobre, á cambio de consejos,
explicaciones, cartas y otros documentos que aquellos necesitan
para su gobierno; es, en una palabra, lo que nuestros
memorialistas, salvo el biombo, de que allí no se hace tanto uso
como en España. El novio que desea enderezar una declaración
amorosa á la dama de sus pensamientos; el criado que se halla sin
colocación y la busca; la madre que anhela tener noticia de su hijo
ausente; el matrimonio que desea una soldadura al desunido yugo
conyugal, todos acuden al evangelista que, pluma en ristre, palabra
en boca ó pedibus andando, si el asunto requiere que se pongan en
movimiento las piernas, es remedio de menesterosos, consuelo de
afligidos, antorcha de ignorantes, Argos que sabe quien entra y
quién sale en las casas, y lo que dentro de ellas sucede, y
conducto, en fin, por donde pasan todos los chismes de vecindad y
muchos de las calles más lejanas. Uno de los grabados adjuntos
representa á este importante individuo en el pleno ejercicio de sus
funciones.

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