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El arte y la política

Jaime Mireles Rangel

¿Cómo discernir sobre la creación artística cuando cualquiera es capaz de opinar desde una posición
cómoda que más bien denota ignorancia?
En los últimos días se ha desatado una polémica en torno al valor artístico del monumento
conmemorativo del 150 aniversario de la emancipación del estado de Campeche, construido en la confluencia
de dos importantes avenidas de la ciudad de San Francisco de Campeche.
Entre las opiniones en contra que más llama la atención está la externada por Pedro Ocampo
Calderón, quien ha demostrado que entiende poco de política y mucho menos de arte.
Desde su reducido mundo, el ex diputado panista pretende dar una explicación contundente y
unívoca del arte al asegurar que: “El arte es cualquier actividad humana encaminada a un resultado útil; por
oposición a “naturaleza” es la intervención del hombre en un efecto grato. El arte es la actividad humana
dedicada a la creación de cosas bellas”.
Es indudable que el exdiputado panista vive en una realidad superada, exclusiva para él, pues su
concepción de arte se ubica en la explicación que François Blondel emite en 1765, en su tratado de
arquitectura, donde incluyó la poesía, elocuencia, comedia, pintura y escultura, luego la música y la danza. Su
armonía representaba una fuente de placer para nosotros, señaló la idea de que actúan por medio de su
belleza.
Dentro de esa concepción, estaban en esta línea Giambattista Vico quien en 1744 sugirió el nombre
de “agradables” y James Harris las llamó “elegantes”. En 1474, Charles Batteaux las llamó bellas artes.
Lo que no se ha puesto en duda es que el arte es una actividad humana consciente.
Según Platón, el rasgo distintivo del arte es que produce belleza. Está bien siempre que nos refiramos al arte
clásico, pero no al gótico o barroco, o a los siglos XX y XXI. Esta definición era demasiado amplia o
demasiado restringida.
También se ha superado la idea de Sócrates y de Leonardo de que el rasgo distintivo del arte es que
representa, o reproduce, la realidad. El resultado de esta definición, en un tiempo tan popular, no es ahora más
que una reliquia de la historia.
La definición más moderna, del rasgo distintivo del arte es la expresada por Aristóteles, Bell, Fry y
Witkiewicz quienes aseguraban que es la creación de formas. La forma de las obras de arte no tiene porque
ser la pura forma: puede ser funcional o figurativa.
Según Benedetto Croce y Kandinsky, el rasgo distintivo del arte es la expresión; es decir, intención
del artista.
Después de múltiples intentos de explicar al arte, se llega a la conclusión de llegar a una definición
no es fácil, sino imposible. El arte no sólo adopta formas diferentes según las épocas, países y culturas;
desempeña también funciones diferentes. Surge de motivos diferentes y satisface necesidades diversas. El arte
es, de hecho, una confluencia de un número de conceptos, y cualquier definición que sea verdadera debe dar
cuenta de todos ellos.
El arte tiene varias funciones: representar objetos existentes, construir representaciones que no
existían, trata de aspectos externos al hombre, pero expresa su visión interior, estimula la vida interior del
artista, pero también la del receptor, al receptor le aporta satisfacción, emoción, provocación, impresión o
producción de un choque.
El arte no puede reducirse a una sola de estas funciones. El arte es una actividad humana y una
actividad consciente. La dificultad está en descubrir las propiedades que sólo el arte posee. Los teóricos las
buscan en las intenciones que subyacen a ellas, ya sea productivas o expresivas, según el efecto que causan en
el receptor, reales o abstractas, y según su valor: belleza, gracia, sublimidad e impacto, que trascienden todo
tipo de explicación.
Con la concepción restringida de Ocampo Calderón nos encontramos que muchas obras maestras no
son tales, pues donde quedarían, por ejemplo, “Los fusilamientos del 2 de Mayo”, de Francisco Goya; la
poesía “Las moscas”, publicada en el primer libro de Machado, “Soledades”; la pintura abstracta de
Kandinsky y Picasso, entre muchas obras que han pasado a la posteridad, o más cercana a nosotros la poesía
de Sor Juana Inés de la Cruz, que reprueba la conducta del hombre de cara a la mujer acusada de “fácil” y la
pintura a “corazón abierto” de Frida Kahlo, o el arte abstracto del el "enfant terrible" José Luis Cuevas, sólo
por mencionar algunos destacados artistas, cuyas obras no tienen como fin el ensalzamiento de la belleza.
En el campo de la arquitectura, tal vez sería despreciable para Ocampo Calderón la obra
arquitectónica de Antonio Gaudi, diseminada en la ciudad de Barcelona, quien en su momento tuvo que
enfrentarse a la dura crítica de intelectuales y puristas del arte.
Todo lo anterior nos conduce a la conclusión de que el también exmilitar sólo comulga con la idea
anticuada y cerrada del arte como “expresión belleza”, pero se contradice cuando ve en monumentos
campechanos la exaltación de las dotes varoniles, mediante una explicación digna de ser analizada por el
creador del psicoanálisis, Sigmund Freud, con la cual pretende esconder su verdadera intención de feroz
crítico a todo lo que huela a gobiernos estatales priístas. Con esto, queda en entredicho su calidad de crítico de
arte, pues ya que como político había sido reprobado por sus correligionarios, al ser repudiado como
coordinador de la bancada panista en pasada legislatura.

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