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por
José L. Arbona
ISBN 1-4116-0539-X
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Universidad de Puerto Rico en Aguadilla
P.O. Box 250160
Aguadilla, PR 00604-0160
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jarbona@coqui.net
1 de marzo de 2004
919) 459-5858
(919) 459-5867 (fax)
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SOBRE EL AUTOR
José L. Arbona es Director del Centro de Tecnología Educativa
en Multimedios y catedrático de la Universidad de Puerto Rico
en Aguadilla. Posee una maestría en Física de la Universidad de
Puerto Rico, Recinto Universitario de Mayagüez y otra maestría
en Sistemas Gerenciales de Ingeniería de la Universidad de
Massachusetts en Amherst. Durante sus múltiples años de
docencia universitaria se ha desempeñado tanto en la enseñanza
como en varias posiciones administrativas. Su experiencia en
áreas de creación y evaluación de programas universitarios
abarca desde el nivel departamental hasta el institucional. Ha
fungido como evaluador para el Consejo de Educación Superior
y para la “Middle States Association of Colleges and Schools”.
También ejerce como conferenciante y consultor privado en las
áreas de Cambio Organizacional, Planificación Estratégica y
Gestión de Calidad Total. En algunas ocasiones, el autor ha
vertido sus opiniones respecto a asuntos políticos o sociales en
artículos periodísticos. Este libro es su primer trabajo político
extenso publicado.
iii
AGRADECIMIENTO
Agradecer a la familia inmediata por su tolerancia
mientras uno lee, reflexiona y escribe es, por supuesto, un cliché,
pero ciertamente justificado. Agradezco a mi esposa Myrta
Ramírez y a mis dos hijas, Ileana y Cristina por su enorme
capacidad para entender y perdonar mis múltiples horas absorto
en mi trabajo, cuando ciertamente ellas merecían mucho más de
mi atención. Sólo el amor perdona esas faltas. Mi otro
agradecimiento es, por supuesto, a los autores de los múltiples
libros que he leído y a los muchos intelectuales y “politólogos” a
quienes he escuchado en conferencias, coloquios o programas de
discusión pública. De algunos, quizás los más, he tomado
conceptos, compromisos y actitudes que me han ayudado a
crecer intelectualmente y a conformar mis propios criterios,
aunque no siempre en conformidad con ellos. De otros, a
quienes he tomado como antiejemplos, he aprendido lo que no
debe ser. En cierto sentido, ellos no educan, pero instruyen.
iv
PRÓLOGO
Escribo este libro con una premisa subyacente: que la
relación política actual entre Puerto Rico y los Estados Unidos de
América es deficiente al grado de ameritar un cambio sustantivo.
Esto quiere decir que el Estado Libre Asociado (ELA), tal cual
existe ahora, se percibe como limitante y, por lo tanto, requiere
cambiarse. Aunque hay todavía quiénes no comparten esta
perspectiva y consideran al ELA como una fórmula federativa no
colonial, este es un punto que para la gran mayoría de los
puertorriqueños está meridianamente claro. Pero el modo en que
en Puerto Rico hemos abordado nuestro problema de estatus nos
tiene estancados en un debate improductivo y confrontacional.
Improductivo, porque a pesar de los cambios
extraordinarios acaecidos a nivel global, particularmente durante
la última mitad del siglo XX, el discurso político puertorriqueño,
salvo por algunas excepciones recientes, sigue siendo el mismo de
hace 50 años. No responde ya a las realidades del presente y, por
lo tanto, no convence. Confrontacional, porque hemos elaborado
alternativas definidas desde perspectivas irreconciliables. Con
ello hemos levantado vallas a la convivencia. La victoria de un
grupo, aun por la vía electoral, representaría la derrota moral y
sicológica de los otros, dejándolos sin más opción que la
humillación colectiva o la confrontación no democrática.
Nuestro pueblo, intuyendo el resultado, prefiere la indecisión.
Para romper el cerco de los desgastados modelos
mentales que nos limitan, lo que precisamos son nuevas
alternativas de estatus o reconceptuar las existentes en nuevos
contextos, es decir, conforme con nuevos paradigmas. Éstos
deben responder a las realidades del presente con mayor eficacia
y, a la misma vez, deben elaborarse desde perspectivas
conciliatorias. Siguiendo esa línea de pensamiento, abogo en este
v
libro por la opción de la libre asociación con los Estados Unidos
para redirigir nuestras aspiraciones colectivas dentro de una
relación respetuosa, productiva y duradera con ese pueblo. Pero,
más importante que eso, planteo que las otras opciones de estatus
pueden reconceptuarse de tal forma que resulten aceptables a la
mayoría de los puertorriqueños. Para ello debemos abordar el
problema del estatus desde el poder liberador de nuevos
paradigmas, no cargados con el lastre de pensamientos políticos
desgastados y anacrónicos.
Si mis ideas no conforman con el discurso político
prevaleciente, ¡qué bueno! No escribo para alinearme con una de
las posiciones tradicionales sino para disentir de esas posiciones y
sugerir una perspectiva que contribuya a destrancar la discusión
política y la reoriente. Mi intención es expresar un sentir
generalizado de la mayoría de la gente en Puerto Rico, que aún no
hace resonancia en la dirigencia política del País. Lo hago sin
pretensiones de experto pero sí con la confianza de alguien que
ha desarrollado sus ideas en el estudio metódico y la reflexión
responsable e, igualmente importante, de alguien que ha logrado
desasirse de los paradigmas tradicionales que hoy resultan
intelectualmente limitantes para quienes aún los abrazan.
vi
TABLA DE CONTENIDO
Sobre el autor iii
Agradecimiento iv
Prólogo v
Capítulo 1 -INTRODUCCIÓN 1
Un discurso anacrónico..................................................... 1
Caldo de confusiones y temores ..................................... 8
Nuestro infantilismo político............................................ 10
Confrontación inevitable: la premisa de unicidad ....... 14
Rompiendo el cerco: la premisa de superioridad
comparativa....................................................................... 15
vii
Capítulo 4 - EL PROBLEMA Y LA SOLUCIÓN 61
La premisa de unicidad: perspectiva divisoria............. 61
La premisa de superioridad comparativa: perspectiva
armoniosa.......................................................................... 65
Los tres mínimos .............................................................. 66
Alternativas en contextos imaginativos ........................ 72
Alternativas procesales ................................................... 73
El Comité de Unidad y Consenso.................................. 81
Cuestión de voluntad ....................................................... 82
BIBLIOGRAFÍA 175
viii
Capítulo 1
INTRODUCCIÓN
Del rompimiento con la soledad colonial depende ahora –en toda su abyección o todo su
esplendor futuros– el próximo capítulo de nuestra biografía. [Vega, Ana Lydia (2001)]1
Un discurso anacrónico
1
Aquí y en lo sucesivo cito brevemente, indicando autor y fecha de
publicación. Las fichas bibliográficas completas se encuentran en la
Bibliografía.
2
El calificativo de “americano” no se circunscribe únicamente a los
ciudadanos de Estados Unidos, claro está. Sin embargo, con poca
resistencia de los demás países de las Américas, Estados Unidos ha logrado
apropiarse con bastante éxito del gentilicio. En atención a esto, como la
mayoría de la gente, generalmente utilizaré americano como equivalente de
estadounidense. Por otro lado, en reconocimiento de que el país
estadounidense es uno y no muchos en uno, como sugiere su nombre, me
referiré a él como Estados Unidos, no los Estados Unidos; es decir, lo
trataré en singular.
1
o la persecución de aquéllos que osaban a cuestionar la
legitimidad de tal estado de cosas.
Durante la segunda mitad del siglo, la situación comenzó
a cambiar, gradualmente durante los primeros veinte años, más
aceleradamente a partir de los años ochenta. Con ello, Estados
Unidos reflejaba no sólo un cambio hacia Puerto Rico, sino un
cambio social que ocurría en su propio seno. Ese cambio se
caracterizó por una mayor sensibilidad por los problemas sociales
que aquejaban a la sociedad americana y, más críticamente, a
Puerto Rico. Aumentaron los programas de beneficencia social y
de salud, las becas para estudios universitarios, los programas de
acción afirmativa para que las minorías tuviesen acceso
privilegiado a buenos puestos de trabajo, y los puertorriqueños y
otras minorías comenzaron a ocupar posiciones de alta jerarquía
en el gobierno federal (congresistas, jueces, oficiales de las fuerzas
armadas, ...).
En lo político, la relación con Estados Unidos nos ha
hecho partícipes de una sociedad que, aunque con defectos,
exalta la participación ciudadana en los asuntos públicos,
reconoce la igualdad de los ciudadanos ante la ley, protege las
libertades civiles fundamentales y provee mecanismos de
desagravio para aquéllos que pudieran sufrir los desmanes de
funcionarios públicos que no se apegan a la ley. En lo
económico, la forzada incorporación de la Isla en el sistema
americano nos debilitó al principio, pero nos forzó a desarrollar
las competencias requeridas para funcionar exitosamente en un
ambiente de competencia feroz entre los países industrializados
de alta tecnología. En lo cultural, el dirigismo que intentó
Estados Unidos en afán de americanizarnos por medio del
sistema de educación, fue abandonado. Dentro de las estructuras
de gobierno del Estado Libre Asociado (ELA) se incluyeron las
relacionadas con el sistema de educación y cultura. Con ello se
resguardó nuestra autonomía cultural y se establecieron los
mecanismos para afirmar nuestra identidad, sin posteriores
interferencias de la metrópoli.
A pesar de los avances visibles, la relación que existe entre
Estados Unidos y Puerto Rico es, todavía, críticamente
insuficiente. A pesar de la prosperidad relativa de Puerto Rico
con respecto a otros países de América Latina, al compararnos
con Estados Unidos –del que somos parte o pertenencia, como
2
lo prefieran decir– 50% de nuestra población está dentro de los
parámetros de la pobreza. Un siglo de relación con el coloso del
norte no ha sido suficiente para acercarnos ni siquiera al estado
de Nuevo México, ¡el más pobre de la Unión!3 El ELA
experimentó crecimiento económico real hasta 19704. De ahí en
adelante ha estado virtualmente estancado. Después de 1992
comenzó a despegar, pero a un ritmo de crecimiento insuficiente
para mejorar su posición relativa respecto a Estados Unidos. El
índice promedio de desempleo está cerca del 12%, una cifra que
representa un mejoramiento sustancial si la comparamos con el
20% que promedió durante la década del ochenta (en Estados
Unidos promedió 7% en dicho período). Aun así, es un
indicador desalentador cuando lo contrastamos con el de Estados
Unidos, que está rondando el 6%.5 Además de los indicadores
puramente económicos, hay múltiples indicadores sociales
fuertemente vinculados a la economía –divorcio, drogadicción y
criminalidad, deserción escolar, enfermedades mentales, vivienda
inadecuada, emigración por razón económica, mortalidad
3
El estado más pobre solía ser Mississippi con una tasa de pobreza de 25%
en 1987. Según los resultados del censo federal del 2000, sin embargo,
Nuevo México aparece con una tasa de 17.7% mientras que Mississippi
ahora la tiene en 17.1%, igual, dicho sea de paso, que la de Arkansas.
4
No pretendemos ser comprensivos en nuestro análisis. Para ello el lector
puede consultar varios libros o informes en los que se hace buen resumen de
los principales indicadores económicos y sociales que caracterizan a Puerto
Rico; entre ellos véanse a Cao, Ramón J. y Aponte Rosario, Lourdes,
Eds.(1997), Dávila Colón, Luis R. (1996) y Banco Gubernamental de
Fomento (1999 y 2000). Aun cuando los números actualizados sean
distintos, relativamente, la situación sigue igual a como en ellos se describe.
Para el que no tiene tiempo para leer informes económicos extensos, la
publicación trimestral del Banco Popular de Puerto Rico, Progreso
Económico, es excelente.
5
Previo al 2001, el promedio de desempleo en Estados Unidos había estado
fluctuando entre 3 y 4 por ciento anual, subiendo más adelante debido a una
recesión económica que oficialmente comenzó en marzo de 2001 y, según
informes recientes, ya había concluido para principios del 2002 aunque no
de manera evidente debido a la lentitud de su crecimiento económico. En el
2004, sin embargo, la recuperación ya se hace sentir.
3
infantil,...– que denuncian la insuficiencia del estatus6 actual y
justifican su cuestionamiento.
Por el lado político podemos decir que en esencia Puerto
Rico es una región geográfica que reúne muchas de las
características de un estado-nación: somos un grupo social con
una cultura distintiva y diferenciable de la de otros pueblos,
somos homogéneos en idioma, ocupamos un territorio
claramente delimitado, tenemos un gobierno propio y estamos
organizados políticamente bajo el ordenamiento de una
constitución y unas leyes básicas de nuestra hechura. Pero, dicho
gobierno es uno limitado por estar política y militarmente
subordinado a Estados Unidos. Tenemos, es cierto, un
ordenamiento democrático, pero nuestra constitución está
obligada a conformar con el régimen jurídico que le impone
Estados Unidos y estamos obligados a obedecer leyes que
emanan de éste, sin que tengamos ingerencia democrática en la
determinación de dichas leyes. La relación es, pues, de
subordinación y por lo tanto colonial.
El señalamiento es importante porque muchas veces
cuando intentamos resolver algunos de los problemas
fundamentales económicos o sociales que nos aquejan, nuestras
soluciones chocan con impedimentos que emanan del
ordenamiento federal. No podemos entrar en acuerdos
económicos con otros países sin el aval americano, lo que inhibe
nuestro desarrollo fuera del redil comercial estadounidense; no
podemos escoger la marina mercante que nos convenga para el
tránsito de nuestro comercio, obligados a usar la más cara del
mundo que es la americana; no podemos controlar la inmigración
a Puerto Rico, lo que nos hace más susceptibles al trasiego de
drogas ilícitas; no podemos votar para autorizar o no las guerras
en las que incursiona Estados Unidos, aunque los soldados
puertorriqueños tengan que ir a batalla; no podemos determinar
el salario mínimo que debe aplicar a nuestros sectores
industriales, obligados a aplicar el de un país que tiene un ingreso
per cápita varias veces más alto que el nuestro; y la lista continúa.
Frecuentemente, algún congresista americano nos señala,
con desdén, que muchas de las cosas que los puertorriqueños
6
Come es usual en Puerto Rico utilizo estatus como equivalente a
condición política.
4
quisiéramos controlar desde el ELA están vedadas igualmente a
los estados de la Unión, que ellos también están cobijados por el
ordenamiento federal y pedir lo que ellos mismos no tienen es
absurdo. Hay, sin embargo, un pequeño detalle que se les olvida:
las leyes que limitan el poder de los estados son hechura de los
propios representantes de los estados. Ellos tienen las leyes que
colectivamente han decidido para sí mismos mediante
participación democrática e igualitaria. No es el caso de Puerto
Rico que debe plegarse a las leyes federales sin tener igual
oportunidad de seleccionar a los oficiales electos que las
aprueban. A esto el ex gobernador Rafael Hernández Colón le ha
llamado “el déficit democrático” del ELA.7 La mayoría de los
puertorriqueños, un tanto menos eufemistas, le llamamos
“nuestra condición colonial”.
Nuestra condición colonial –y los múltiples problemas de
orden económico y social que de ella derivan– es el problema
fundamental de Puerto Rico. El debate sobre el estatus es pues
cada vez más intenso y más relevante, pero no experimentamos
avance alguno. Ello se debe a que seguimos analizando las
opciones de estatus y definiendo nuestras estrategias para la
descolonización, amparados en un discurso anacrónico; nuestras
concepciones políticas no han evolucionado con la rapidez con
que lo ha hecho nuestra realidad social. Como consecuencia, no
logramos aglutinar voluntad colectiva mayoritaria para alguna
alternativa de estatus descolonizador. El resultado es que por
condición imperante o como se dice en inglés, por “default”,
prevalece el estatus actual. Es decir, queda vigente precisamente
la condición que es nuestro problema y nos divide. La tesis que
adelanto en este libro es que salvo que podamos reconceptuar el
problema del estatus en el contexto de nuevos paradigmas, esta
situación continuará, para nuestro detrimento. Mientras convenga
a los intereses de Estados Unidos, ellos no tomarán iniciativa
alguna para destrancar el debate. Por el contrario, apoyados en
nuestra indecisión, la utilizarán de excusa para justificar el estatu
quo y dirán al resto del mundo que no están en ánimos de
imponernos soluciones, ¡por respeto a nosotros!
7
Hernández Colón, Rafael (1998).
5
Si la realidad social cambia y un grupo social sigue
viéndola con el crisol de sus viejas concepciones, corre el peligro
de quedar desplazado por aquéllos que, más ágiles, adoptan
paradigmas que les permiten elaborar interpretaciones más afines
con la nueva situación. Por ejemplo, durante el siglo XVIII la
realidad social de Europa cambiaba rápidamente y requería que la
nobleza reajustara sus modos y relaciones con las masas
menesterosas y la burguesía emergente. Pero no lo hizo. Su
ceguera les mantuvo asidos a paradigmas de clases que ya habían
sido declarados inválidos en la mente y los corazones de la
inmensa mayoría de sus poblaciones. Y lo que pasó con los
sistemas monárquicos es historia conocida. Algo similar ocurrió
con la casta imperial de China. Mientras el pueblo miraba hacia
los modos occidentales –especialmente la nueva filosofía
marxista– el emperador y sus seguidores permanecían encerrados
en palacio, sordos y ciegos a la realidad imperante que ya les
proclamaba obsoletos, aun antes de su caída oficial. En Japón,
sin embargo, pasó lo contrario. En esa nación los shogunes
(lores feudales) percibieron la realidad cambiante del siglo XIX,
forzada sobre ellos por la penetración de las potencias europeas.
Esa atinada percepción de la nueva realidad les hizo protagonizar
un cambio radical de los cimientos de su sociedad. En cuestión
de una generación se transformaron en una nación industrializada
y militarmente potente, según la imagen de esas mismas potencias
europeas que culturalmente desdeñaban.
En Puerto Rico el “alto liderato” político da muestras de
estar en la misma situación de los lores europeos y los
imperialistas chinos del pasado. Absortos en sus diatribas y
pequeñeces, se han ido aislando de la realidad social que les rodea
y, respecto al estatus, repiten los mismos discursos desgastados.
Algunos están cargados de miedos e inseguridades, mientras el
pueblo se siente confiado y resuelto; otros predican complacencia
con el statu quo, cuando el colectivo reclama avance y cambios; y
todavía otros insisten en oponer la puertorriqueñidad a la
ciudadanía americana, cuando la inmensa mayoría del pueblo
hace tiempo las relevó a ambas de los vaivenes de la política
partidista. De nuestros líderes podemos decir lo que Ortega y
Gasset dijo de sus contemporáneos al ver que no respondían al
reclamo de su tiempo: “Prefieren servir sin fe bajo unas banderas
6
desteñidas a cumplir el penoso esfuerzo de revisar los principios
recibidos, poniéndolos a punto con su íntimo sentir”.8
Aunque no justificable, la situación es entendible. Los
paradigmas dominantes del pensamiento político de Puerto Rico,
al menos en nuestra clase política, son el resultado de una realidad
social, económica y cultural que fue penetrando la psiquis
colectiva durante las primeras seis o siete décadas del siglo pasado
y condicionó nuestra percepción y reacción ante ella. Más
adelante, hablaremos en más detalle sobre los paradigmas. Por
ahora, baste decir que son generalizaciones que elevamos al rango
de principios o verdades fundamentales. Los paradigmas reflejan
nuestro modo de ver la realidad; son, por así decirlo, los modelos
mentales a través de los cuales filtramos la información de
nuestro medioambiente y hacemos sentido de los sucesos
sociales.
Los paradigmas están condicionados por el contexto
social que los genera. Ese contexto está determinado por la
geografía, economía, creencias religiosas y filosóficas, moral
social, ciencia y tecnología, influjo migratorio, política local, y el
equilibrio geopolítico prevaleciente, para mencionar sólo algunos
factores principales. Los paradigmas pasan de generación en
generación facilitando la continuidad social a través del tiempo.
Pero si el contexto social cambia significativamente, éstos se
tornan incongruentes con la nueva realidad. Son tiempos de
rebelión, inconformidad y reclamos de cambio. Sin embargo, el
deseo de cambio no siempre se traduce en opciones viables. Para
ello se requiere reconceptuar la realidad a la luz de nuevos
paradigmas, más congruentes con el nuevo contexto social que
los reclama. Si esto no se logra, la incongruencia seguirá y se
manifestará en diatriba social, confrontación, disputa estéril y
desasosiego. Esto es lo que pasa ahora en Puerto Rico. Sentimos
la urgencia de cambio, pero no aglutinamos una voluntad
colectiva en torno a alguna alternativa. Mi contención es que esto
se debe a que las alternativas propuestas se fundamentan en los
viejos paradigmas; requerimos de algunos nuevos más
congruentes con la realidad de nuestro tiempo.
8
Ortega y Gasset, José (1923).
7
En Puerto Rico muchos actúan conforme con
preconcepciones ideológicas gestadas en el contexto social de la
primera mitad del siglo XX. Pero, a partir de la década del
setenta, y más notablemente en los ochenta, la realidad política,
social y económica de Estados Unidos y Puerto Rico comenzó a
presentar un contorno radicalmente diferente. Tanto, que los
viejos preceptos sociales, las interpretaciones pasadas, ya no
sirven para entender el presente. Pero los grupos sociales y
políticos dominantes de Puerto Rico no parecen enterados.
Probablemente se debe a que el cambio ocurrió vertiginosamente,
dando poco tiempo a la intelectualidad puertorriqueña a
compenetrarse con la nueva realidad. Esto es más visible en
nuestra clase política, quizás porque ésta ata sus intereses a la
continuidad del viejo orden, a pesar de su discurso pro cambio.
En contraste, la adaptación se ha dado con mayor espontaneidad
en la masa del pueblo, cuyo comportamiento es cónsono con
nuevos paradigmas. Pero falta su articulación a nivel consciente.
En este libro hago ese intento.
9
Tanto es así que esta condición ha dado pie incluso a tomarse como
temática de un libro, muy interesante y didáctico, publicado en 1993 por la
Editorial Cultural: Dignidad y jaibería: temer y ser puertorriqueño de
Juan Manuel García Passalacqua.
8
siglos de dominio extranjero, primero bajo España, ahora bajo
Estados Unidos. El no haber nunca sido pueblo independiente
nos hace dudar de nuestra capacidad para el gobierno sin tutelaje.
En nuestra psiquis colectiva pesa el lastre del adoctrinamiento
que pretendía hacernos ver como incapaces de manejar nuestro
propio destino, necesitando siempre ir de la mano de la
metrópoli. ¡Puerto Rico, siempre en pantalones cortos!
El comportamiento dicotómico que acabo de describir
lleva a los puertorriqueños a inventar las cosas más absurdas
imaginables cuando de estatus político se trata. Los autonomistas
quieren ciudadanía americana indisoluble, trato igual a un estado
y participación efectiva en el gobierno federal, pero al mismo
tiempo reclaman el derecho de determinar qué leyes federales
deben o no aplicar aquí. Los estadoístas aceptan que la estadidad
federada es única e igual en sus fundamentos y práctica para
todos los estados, pero insisten en que si Puerto Rico adviene a la
condición de estado, en toda actividad donde los organismos
internacionales no gubernamentales lo permitan, podrá participar
como país separado de Estados Unidos; por ejemplos, en el
concurso de Miss Universe y en las competencias deportivas
internacionales. Por su parte, los libreasociacionistas y algunos
independentistas –estos últimos más por razón electorera que por
convicción jurídica– hablan de la imposibilidad legal de privar a
los puertorriqueños de la ciudadanía americana que ya tienen, por
razón de un cambio de estatus. No escapa a cualquier analista
objetivo que recurren al argumento legal por temor a que la
voluntad política de Estados Unidos sea contraria a sus deseos.
Así las cosas, al evaluar una propuesta de estatus el
puertorriqueño medio ha de confrontarse a un entretejido de
argumentos que mezcla realidad con imaginación, verdad con
mentira, lo plausible con lo imposible. ¿Puede, entonces, culparse
al pueblo si su confusión le lleva a la indecisión? El primer paso
para movernos masivamente hacia una solución es desmitificar
las opciones, poniéndolas en la mesa con sus fortalezas y
debilidades, y haciéndolas susceptibles al análisis racional. Pero
los líderes políticos tradicionales se resisten. En parte porque
ellos mismos han llegado a creerse los mitos de sus credos, y en
9
parte porque ven la competencia política como un juego amoral,
donde importa más prevalecer que convencer. Se impone, pues,
la necesidad de clarificar.
Conceptos medulares como asimilación, mono y
pluriculturalismo, nacionalidad e identidad, implicaciones del
anexionismo, soberanía y ciudadanía americana, son de tal
importancia que por ello le dedico la totalidad del Capítulo 5.
10
Siempre podremos encontrar instancias individuales en las que alguna
persona, inclusive algún líder político, adopta una posición racional y crítica
frente a algún asunto público independientemente de su afiliación partidista.
Pero aquí lo que hacemos es destacar lo que es el comportamiento social
típico.
10
comentarios políticos en los que participa la ciudadanía. ¿No es
obvia la alineación de los participantes, en favor o en contra de
una posición dada, en función única de sus afiliaciones políticas?
¿No es evidente la afiliación por la manera soez y personalista
con que se ataca al contrario en casi todas las discusiones,
cualesquiera sean los temas que se traten? Huelga la respuesta.
Los ejemplos para ilustrar el infantilismo político al que
aludo, abundan. Si un gobernante ofrece un mensaje de estado,
para sus correligionarios de partido el mensaje es extraordinario,
visionario, penetrante e inspirador. Pero claro, para sus
opositores el mensaje es uno insustancial, vacío, decepcionante,
carente de verdad, superficial y desalentador. Si un funcionario
público influyente es acusado de corrupción, los del partido
contrario lo castigarán con el escarnio público, se apresurarán a
pedir su renuncia y destacarán (casi con alborozo) que el caso
ilustra su tesis de que todos los del partido contrario son
corruptos; los de su partido cautelosamente dirán que se sienten
sorprendidos y aconsejarán calma, recordándonos que no
debemos apresurar un juicio definitivo por cuanto en nuestro
sistema democrático “todos somos inocentes hasta que se pruebe
lo contrario en un juicio”. Si un partido propone una reforma, el
otro propone la reforma de la reforma; si uno predica la
moderación ante un problema social complejo, el otro le acusa de
blando e irresoluto y reclama firmeza, pero tocándole a él el
mismo problema solicitará paciencia y espacio para actuar con
mesura. En nuestro infantilismo, si un juez decide un asunto
político conforme a nuestro parecer, es ilustrado y justo, pero si
en otro caso el mismo juez decide lo que no deseamos, es un
bribón insensible que “deshonra la toga”. Si alguien grita ¡azul!
los otros gritan ¡rojo! o ¡verde!
Así es nuestro infantilismo político. Pero ningún ejemplo
lo dramatiza mejor que la lucha del pueblo puertorriqueño por
sacar de Vieques a la Marina de Estados Unidos. Se trataba de un
reclamo de legitimidad incuestionable: por razones de salud
pública, por razones de protección al ambiente, por motivos
económicos, por la necesidad de que los viequenses disfrutasen
de un ambiente de razonable seguridad física y emocional. Por
eso, cuando el 19 de abril de 1999, un fatal error de un aviador de
la Marina estadounidense provocó la muerte del Sr. David Sanes,
un civil que a la sazón trabajaba en un puesto de observación en
11
Vieques, se disparó el clamor público por detener las prácticas
bélicas, limpiar las áreas contaminadas (en la medida que eso sea
posible) y asegurar que Vieques fuera devuelto a los viequenses
para su sano disfrute social. Prácticamente todos los grupos
sociales y políticos respondieron con consternación e
indignación. Entre los primeros que levantaron su voz de
protesta y reclamo estuvo el entonces gobernador Pedro Roselló.
Y es significativo que así hubiese sido porque, a juzgar por los
comportamientos de ex gobernadores anteriores y especialmente
tratándose de un gobernador estadoísta, habríamos esperado una
reacción menos anti Marina.
Surgió, pues, el clamor por la salida de la Marina y un
consenso multipartidista y multisectorial por lograrlo. Por eso,
cuando el Gobernador Roselló anunció su acuerdo negociado
con el presidente Clinton mediante el cual la Marina saldría de la
isla-municipio en el 2003 (si el pueblo viequense lo solicitaba en
un plebiscito), se reducirían las prácticas bélicas notablemente
practicando sólo con municiones inertes, se devolverían los
terrenos federales a Puerto Rico y se asignarían al menos $40
millones para labores de recuperación ambiental y otros
menesteres, la sabiduría social exigía regocijo y apoyo público.
Pero, con excepción del ex gobernador Rafael Hernández Colón,
figura de peso dentro del Partido Popular, el alto liderato del
PPD adoptó la posición del PIP y otros grupos cívicos: “Roselló
traicionó a Vieques y rompió el consenso”.
¿Cómo podía reaccionar así la oposición? ¿Cuándo en el
pasado tuvimos a un gobernador que abiertamente y sin titubeos
se enfrentara a la Marina? Y no sólo a la Marina. Luego de que
el presidente Clinton nombrara una Comisión para que le
recomendara soluciones al problema de Vieques, ésta le sugirió la
salida (no garantizada) de la Marina en cinco años, dándole ese
tiempo para que pudiera hallar un lugar sustituto. Roselló le dijo
que no, sin titubear. El Secretario de la Defensa, William Cohen,
le pidió entonces a Roselló que negociara con él. Roselló le dijo
que no. Sólo llegaría a un acuerdo mediado por el propio
Presidente. ¿Qué gobernador anterior ha demostrado semejante
determinación en defensa de un interés nacional puertorriqueño
frente al poder federal? Ninguno. Suponer que el gobernador
podía hacer otra cosa es infantilismo político, porque, ¿quién en
su sano juicio podía esperar que el gobierno federal se enajenara
12
inmediatamente de Vieques, sin un período de transición y en
contra de la posición oficial de la Marina que resistía su salida con
argumentos de defensa nacional? Pero dentro de nuestro
infantilismo político no podía esperarse otra cosa. Éste nos ciega
el entendimiento y nos hace adoptar posiciones irreflexivas.
Para el PIP, por supuesto, tenía sentido alinearse con la
estrategia de desobediencia civil. Después de todo, la influencia
del PIP se la daba la militancia y abnegación de su líder Rubén
Berrios, no sus posibilidades de triunfo electoral, consideración
que, por lo tanto, no tenía que entrar en su ecuación. El PPD, sin
embargo, tenía que apoyar el acuerdo Clinton-Roselló porque
tenía opción al poder político y los resultados, buenos o malos,
serían su herencia. Pero pudo más su interés de apocar al PNP y
a su líder máximo que la conveniencia de Vieques o, inclusive, su
propia conveniencia de partido. Por el infantilismo político de no
dar crédito al partido contrario, el PPD se comprometió
políticamente con una posición de extremo: ni una bomba más en
Vieques y salida inmediata de la Marina. Luego, desde el poder, el
PPD comprobó que la intransigencia, que tiene pleno sentido en
los grupos de desobediencia civil como elemento de presión
–porque otra alternativa no tienen– no sirve de nada a los
funcionarios de estado. Por el contrario, les acorta el horizonte.
Así, respecto a Vieques, el PPD estuvo siempre a la deriva. Su
acción fue reactiva. Fueron los grupos de desobediencia civil los
que marcaron el ritmo de los sucesos.
Pero, aun los desobedientes civiles cometieron errores de
táctica producto del infantilismo político que también en ellos se
manifestó. Aunque ninguno de los líderes lo quiera admitir
abiertamente, esos errores estuvieron a punto de descarrilar la
proyectada salida de la Marina. No fue secreto alguno que los
desobedientes civiles, eran mayoritariamente simpatizantes del
independentismo y del PPD. No había en ello nada impropio,
excepto que sufrieron el impedimento psicológico de no poder
ver nada positivo en la gestión de un ex gobernante PNP. Así,
adoptaron la posición de que el acuerdo Clinton-Roselló era
engañoso y no conveniente. La Administración PPD les hizo
coro para mantener la imagen de que el PNP no logró nada
bueno para Vieques. En la esfera federal esto debilitó el acuerdo
Clinton-Roselló, abriéndolo a revisión en el Congreso. Si una de
las partes del acuerdo –el sector civil y el gobierno de Puerto
13
Rico– lo declaraba nulo, ¿por qué el gobierno estadounidense
tenía que sentirse obligado a cumplirlo? Como consecuencia, los
extremos beneficiosos del acuerdo que incluían traspasos de
terreno de la Marina al ELA y fondos federales para limpiar la
contaminación fueron malogrados.
A pesar de los errores mencionados, la Marina salió de
Vieques, sin duda gracias a la desobediencia civil que los grupos
anti Marina ejercieron con extraordinaria eficacia. Había motivos
de sobra para sentirse victoriosos y satisfechos cuando por fin la
Marina se fue. Pero en la celebración oficial no se percibió un
júbilo pleno entre los líderes. Es que también había que darles
crédito significativo a William Clinton y a Pedro Roselló. ¡Ni
pensarlo! Los desobedientes civiles sucumbieron a su infantilismo
político negándose a sí mismos la total satisfacción de su victoria
para no tener que compartirla con sus contrincantes ideológicos.
¿Quiérese un ejemplo más elocuente de lo que es nuestro
infantilismo político?
14
de atención seria. Conforme con este infantilismo político, no
cabe pensar que pudiera haber argumentos válidos en contra de
lo que nuestros líderes de partido dicen. ¡Y, ni soñar que pueda
haber buena intención en los que proponen soluciones alternas!
A la propuesta contraria sólo corresponde una respuesta:
el descrédito. Sí, porque las propuestas de los líderes contrarios
tienen que ser imperfectas, ilusorias, carentes de posibilidad real y
diseñadas sin tomar en cuenta el verdadero interés del pueblo. Y
si no responden al interés del pueblo, ¿a quién o a qué
responden? En nuestro infantilismo político inventamos el
interés malsano de los contrarios. Si la propuesta contraria es
evidentemente inferior a la nuestra, su defensa tiene que
descansar en intereses egoístas, odios, racismo, xenofobia,
complejos y mil otras razones objetables. Así, con el argumento a
favor de una propuesta específica de estatus siempre asociamos o
entretejemos un discurso dirigido a probar que es la única
alternativa meritoria mientras que las que se le oponen como
opciones son inherentemente perjudiciales a Puerto Rico y, por
ende, merecedoras del descrédito. A este modo de pensar y actuar
con respecto al estatus le llamo la premisa de unicidad.
15
Los líderes de Puerto Rico tienen la obligación moral de
viabilizar una sociedad en la que puedan convivir todos los
puertorriqueños. No se pueden diseñar opciones de estatus cuyas
consecuencias sean escindirnos en grupos sociales
irreconciliables. En la práctica, este requisito se traduce no sólo
en la necesidad de que nuestro grupo político ofrezca una
alternativa apropiada, sino también en permitir y facilitar que los
otros grupos igualmente puedan hacerlo. Propongo, pues, que a
la premisa de unicidad y estrategia de descrédito le antepongamos
la premisa de superioridad comparativa.
Según la premisa de superioridad comparativa, cada quien
abogaría por su preferencia de estatus por entenderla superior a
las demás pero no porque entienda que las demás carecen de
valor. En este contexto, acojo el consejo que nos dio nuestro
magno jurista José Trias Monge11:
11
Trías Monge, José (1998), p. 26.
16
Capítulo 5
BASES CONCEPTUALES
PARA NUEVOS
PARADIGMAS
Para entender mejor nuestra realidad y lograr eventualmente un consenso descolonizador en
nuestro país hay que reconocer que, entre el momento actual y los años en que se forjaron las
diferentes posiciones partidistas que existen actualmente en Puerto Rico, han ocurrido
importantes transformaciones de gran envergadura en todo el mundo que no permiten seguir
formulando las viejas aspiraciones de la misma manera ni entender de una manera estática
los procesos en que éstas se insertan. [Méndez, José Luis (2001)]
85
Modos de asimilación
86
influencia cultural comenzó a sentirse, particularmente en los
círculos empresariales.
El dominio militar de un pueblo sobre otro o la amenaza
de ese dominio puede ser un factor asimilador importante. El
caso de Japón es un buen ejemplo. Los europeos tuvieron su
primer contacto con los japoneses durante el siglo XVI pero
luego de un breve período de interacción fueron prácticamente
expulsados de Japón. Durante los próximos dos siglos, Japón
permaneció organizado conforme a un sistema feudal y cerrado a
Occidente por decisión propia. Mientras, Europa se fortalecía
militar y tecnológicamente. A mediados del siglo XIX
reaparecieron los europeos en Japón y, para males mayores,
también llegaron los americanos, esta vez con fuerza bélica
imposible de resistir. La reacción japonesa fue de humillación
colectiva. Por decisión propia los shogunes (lores japoneses)
decidieron asimilarse a los modos occidentales para hacerles
frente en igualdad de condiciones. En cuestión de una generación
(1866-1899) Japón pasó de ser una nación feudal, tecnológica y
militarmente atrasada, a una nación “occidentalizada”,
comparable en ciencia y fortaleza a las potencias europeas más
adelantadas. La asimilación japonesa fue voluntaria en pos de
desarrollar la fuerza económica y militar que le servirían de valla a
la penetración y dominio político del extranjero occidental50.
Durante todo el siglo XX los pueblos en vías de
desarrollo e inclusive los tercermundistas, hicieron esfuerzos
asombrosos por asimilar sus modos militares a los de las
potencias mundiales. Esto no sólo incluye la adquisición de
armamentos modernos, sino copiar la organización militar, el
sistema de mando y las estrategias. Se trata, por supuesto, de un
esfuerzo iluso. Como regla general para mantener su hegemonía,
las potencias no equiparan a los países compradores con su
propio nivel técnico-militar. Por otro lado, la posición de
fortaleza de dichos países con respecto a sus enemigos comunes
50
Nótese que la asimilación no tiene que darse al grado de convertir al
pueblo asimilado en un calco del pueblo asimilador. En este caso Japón
pasó por un proceso de transformación cultural que cambió los usos del
pueblo japonés pero no al punto de contradecir su esencia o idiosincrasia.
Se trata de un ejemplo de asimilación sociológica por adaptación, del que
hablaremos más adelante.
87
o potenciales, se mantiene igual, ya que éstos responden con
esfuerzos armamentistas similares. El esfuerzo de estos gobiernos
militaristas sólo sirve para transferir fondos a las potencias y de
paso perjudicar a sus propias poblaciones menesterosas al desviar,
para uso militar, aquel dinero que hubiese rendido mucho mejor
fruto en obras y servicios de beneficio social. Aun así, las
potencias han propiciado la asimilación militarista, a veces por
conveniencias geopolíticas y otras muchas por conveniencias
financieras.
Los ejemplos más claros de asimilación política y
económica se encuentran en las relaciones colonia-metrópoli.
Aunque en su esencia cultural o étnica la mayoría de las ex
colonias europeas se diferencian claramente de sus ex metrópolis,
las primeras prácticamente calcaron los sistemas políticos de las
últimas. Lo mismo puede decirse de sus sistemas comerciales y
financieros. En lo económico, por ejemplo, Hong Kong se
parece mucho más a Inglaterra que a China a la cual fue
reintegrada recientemente. Y, a pesar de su fuerte herencia
española, no cabe duda de que en lo referente a lo político y a lo
económico, Puerto Rico se parece mucho más a Estados Unidos
que a la antigua Madre Patria.
A pesar de los ejemplos anteriores, es importante destacar
que la asimilación política ha ocurrido aun entre pueblos de
similar jerarquía nacional. Por ejemplo, conforme iban cayendo
las monarquías, las naciones democráticas de Europa occidental
se organizaron conforme al estándar de democracia parlamentaria
del modelo inglés o del francés. Por otro lado, las incipientes
repúblicas de América del Sur lo hicieron conforme al modelo
presidencial de Estados Unidos. De una u otra forma, podría
decirse que la mayoría de las democracias modernas han sido
políticamente asimiladas a Inglaterra, Francia o Estados Unidos.
Como la asimilación implica la transformación de los
modos culturales de un pueblo para asemejarse a otro que
generalmente ejerce una influencia dominante sobre él, suele
verse como un proceso detrimental para el asimilado. La
implicación es que de algún modo la transformación supone un
cambio que gravita contra el asimilado porque menoscaba su
esencia original. En efecto, esto podría ser así, pero si la
asimilación se da gradual y voluntariamente y no supone la
desvaloración de la cultura original, no tiene que serlo. Para
88
entenderlo debemos diferenciar entre dos tipos de asimilación,
una por imposición y otra de carácter voluntario.
89
Durante el apogeo del imperialismo, todas las
modalidades de dominio cultural –artísticas, educacionales,
políticas, económicas, judiciales y militares– fueron ejercidas por
las potencias europeas, por la extinta Unión Soviética y por los
Estados Unidos, contra sus respectivas colonias. Dos obras de
sociología política merecen especial lectura para quienes interesen
compenetrarse con los efectos sociológicos y sicológicos que
surgen de estas formas abyectas de la relación metrópoli-colonia.
Éstas son, Los condenados de la tierra, de Franz Fanon, y
Retrato del colonizado, de Albert Memi. Aquí nos limitamos a
decir que en la medida que la metrópoli intenta trasplantar por la
fuerza sus modos culturales al pueblo colonizado,
simultáneamente menospreciando su cultura autóctona, surge un
clima de confrontación que escinde al pueblo entre aquéllos que,
apabullados por lo que perciben como una clara superioridad
cultural de la metrópoli, se someten a ella y adoptan un sentido de
claro menosprecio por lo propio y aquéllos que afirman su
identidad y la defienden aun a costa de entrar en claro conflicto
tanto con la metrópoli como con los nativos aliados a ella.
Si el precio que pagan los que se oponen abiertamente a
un régimen de asimilación forzada es la persecución política, el
encarcelamiento y el rechazo de muchos de sus propios
nacionales que prefieren jugar el juego de la complacencia con la
metrópoli, el precio que pagan los que se niegan a sí mismos es la
angustia existencial. Sicológicamente estos individuos se ven
forzados a vivir en la frontera de dos culturas: la suya, que
rechazan, y la extranjera, que no les brinda cabida ni
reconocimiento igualitario; la suya, que deben menospreciar para
aproximarse a la metrópoli, y la ajena, que deben armonizar con
su íntimo sentir aunque la perciben incongruente con él. El
resultado es que estos individuos se ven obligados a desmerecer
sus valores y creencias y con ello necesariamente se acompaña un
sentimiento de desvaloración que les hace sentir apocados,
avergonzados de sí mismos.
Los tres ejemplos siguientes ilustran el concepto de
asimilación forzada:
90
los modos rusos o se resignaban a ser ciudadanos de
segunda clase en sus propios países.
• En el Afganistán contemporáneo, el otrora
gobernante grupo Talibán imponía su
fundamentalismo islámico al resto de los afganos, con
pena de cárcel o amenaza de muerte para el que lo
resistiera. El carácter impositivo del fundamentalismo
talibán quedó evidenciado con el cambio abrupto en
el comportamiento social de miles de afganos,
inmediatamente después de la reciente intervención
militar de Estados Unidos y sus aliados en dicho país.
• Y, no lejos de nosotros, en Estados Unidos, los
americanos blancos forzaron a los indios nativos de
Norte América a optar entre asimilarse a los modos
anglosajones o la segregación en reservaciones.
Muchos de ellos escogieron la asimilación, pero, en
general, las altivas naciones indias prefirieron su
propia aniquilación en la guerra o su aislamiento en
las reservaciones para preservar sus culturas.
91
intransigencia, la indisposición a la colaboración con la metrópoli.
Al decir de muchos, la independencia se reservaba como “el
último reducto de nuestra dignidad”.
Los que hoy se oponen a la estadidad lo hacen porque
están imbuidos de estos paradigmas y siguen viendo en la relación
Estados Unidos–Puerto Rico una donde prevalece el intento de
asimilación forzada. Pero no es el caso. A partir del 1952, con el
ELA, Puerto Rico conquistó el espacio político y cultural que
requería para afirmar su identidad sin la confrontación cultural
que implicaba la política de americanización forzada. No es que
bajo el ELA no hubiese habido asimilación. La hubo y continúa
habiéndola. Pero se da en otro contexto social, caracterizado por
la adaptación dinámica del pueblo puertorriqueño ante su realidad
política, social y económica. Esa realidad es una fluida que
evoluciona junto con los cambios que ocurren en los Estados
Unidos y el resto del mundo. En fin, es una realidad radicalmente
diferente a la que generaron los paradigmas asociados al
imperialismo moderno y la Guerra Fría; una realidad que como
hemos visto requiere de nuevas interpretaciones y formas alternas
de respuesta política.
92
culturales. A este modo de “transculturación” la denominaré
asimilación por adapatación voluntaria51.
Carlos Alberto Montaner ha propuesto que la solución
para la superación de América Latina está en su emulación de lo
que él denomina el factor helénico.52 En esencia, lo que Montaner
propone es la asimilación de los elementos culturales
sobresalientes del credo liberal. Éste, como sabemos, tiene sus
raíces en la civilización occidental tanto en su manifestación
europea como norteamericana.
La Unión Europea es un sueño pan europeo que empieza
a cobrar forma. Éste supone sustanciales cambios políticos y
económicos que ya se están traduciendo en nuevas formas
culturales. Si el obrero español puede trabajar en Francia con
iguales derechos que los franceses, o un médico alemán puede
practicar medicina en Inglaterra sin tener que revalidar allí, ¿no se
conceptúan las formas ciudadanas de forma distinta a cómo se
hace ahora? ¿Seguirán viéndose unos y otros como extranjeros,
en el sentido clásico?53
El estado de Israel es el resultado de una asimilación
interna y masiva voluntaria. En este caso la asimilación ocurre en
torno a un imaginario nacional relativamente reciente, propuesto
por los padres del estado moderno de Israel, que funde historia,
idioma, religión, tradiciones y formas culturales nuevas, en una
aspiración de unidad colectiva. Muchos, si no la mayoría, de los
judíos de la diáspora que vinieron a constituir el Estado de Israel
sólo compartían el origen étnico y la religión que los cimienta por
sobre toda diferencia. Ni siquiera hablaban el mismo idioma, pues
siglos de separación en diversos países habían ido borrando el
51
Naturalmente que cuando digo que el pueblo decide su asimilación
voluntariamente, no se ha de entender que esto incluye a todos los
individuos. Como es natural, habrá siempre fuerzas de aceptación y
rechazo, argumentos que enfatizan los pro y argumentos que hacen hincapié
en los contra. En los asuntos políticos hay siempre una dialéctica entre
grupos que implica debate y confrontación, discusión álgida y desacuerdos.
La aceptación “voluntaria” es siempre la del o los grupos socialmente
dominantes.
52
Montaner, Carlos Alberto (1997).
53
Este libre intercambio de la fuerza trabajadora y profesional no es aún un
hecho concreto, pero se trabaja en los protocolos políticos que lo harán
posible.
93
hebreo de la memoria colectiva israelita. Todo eso cambió –o
más bien sigue cambiando– como resultado de un esfuerzo
consciente y deliberado por restablecer la nación judía en lo que
es hoy su estado político. Los que optan por la reintegración
israelita aprenden hebreo y se someten a una asimilación
multilateral mediante la cual cada grupo inmigrante aporta
diferentes modos culturales que se van transformando o
fundiendo con los modos prevalecientes de la población ya
establecida.
Tómese el ejemplo de Turquía. A pesar de ser una nación
musulmana, su liderato político llegó a la conclusión de que en lo
económico, tecnológico y militar debía parecerse más al occidente
cristiano que al oriente islámico. Se trata de una decisión muy
conflictiva y divisiva en su interior, pero ha tenido el resultado de
mantenerla fuerte, relativamente próspera y militarmente segura.
En China tenemos otro caso de asimilación por adaptación. Ésta
está asimilando su economía a los modos de producción y
distribución capitalista aunque todavía resiste asimilar sus modos
políticos a los sistemas democráticos. (Me parece, sin embargo,
que conforme avance la asimilación económica, surgirá presión
cultural por la asimilación política correspondiente.)
La asimilación voluntaria no suele ocurrir por simple
adopción pasiva sino por adaptación dinámica. Ésta se da
mediante un proceso psicológico que procesa el mensaje cultural
de los nuevos modos pasándolos por el filtro de la cultura
autóctona. Este fenómeno se conoce como codificación cultural;
lo nuevo se recibe pero se le asigna los códigos de la cultura
propia a fin de hacerlo “digerible”. Si se interfiere con el proceso
de codificación no ocurre la adaptación cultural, ni mucho menos
la adopción. Así, cuando los americanos intentaron forzar sus
modos culturales sobre los puertorriqueños se encontraron con
una valla sicológica que producía su rechazo. De ahí, la enorme
resistencia del pueblo a aceptar la enseñanza que se le impuso en
el idioma inglés a principios de siglo. Sin embargo, la situación
cambió. Cuando, por medio del Estado Libre Asociado, por fin
los americanos decidieron no forzar la asimilación en Puerto Rico
y se nos reconoció el derecho de manejar nuestro sistema
educativo y organizar nuestro gobierno local sin interferencias
directas, el proceso de codificación pudo ocurrir exitosamente. Si
alguna duda hubiere del grado de asimilación ya sufrido,
94
examínense con juicio crítico y comparativo la estructuración de
nuestra constitución, nuestro ordenamiento gubernamental, los
procedimientos judiciales, los sistemas de comunicación y los
modos de organización empresarial. Obsérvense las fuentes
didácticas a que recurren nuestros profesionales y técnicos, las
asociaciones profesionales a que pertenecen y el vocabulario que
usan. Considérense algunas prácticas sociales foráneas a nuestras
raíces hispánicas, como la celebración del día de Acción de
Gracias, Navidades con Santa Clause, y Halloween. Determínese
qué se come con más frecuencia, ¿las almojábanas que tanto
gustaban a nuestros abuelos o los “combos” de Burger King?
Como ejemplos adicionales, aquilátense la música que gusta a la
juventud, su modo de vestir, los programas de televisión y las
películas que prefiere.
En suma, cuando la asimilación se da por medio de un
proceso de adaptación voluntaria –sea por conveniencia o
necesidad– resulta ser beneficiosa y contribuye a la evolución de
los pueblos y su integración exitosa a la comunidad global. Otro
asunto es cuando la asimilación se produce por la fuerza. Los
opositores a la estadidad federada alegan que ésta representa un
peligro real de asimilación forzada. Mi contención es que podría
ser que sí, pero no necesariamente. Por el contrario, la estadidad
podría ser una oportunidad continuada de asimilación por
adaptación voluntaria, como lo ha sido el ELA desde su creación.
¿Cómo resultaría ser la estadidad en realidad? La forma como
Estados Unidos responda a su propio problema contemporáneo
de identidad nacional será el factor determinante para saberlo.
95
la cultura permite formular juicios de valor respecto a qué es
bueno o malo, procedente o improcedente, aceptable o no.
Siendo así, no es difícil comprender por qué dos pueblos de
culturas disímiles se sienten en inmediato conflicto cuando se ven
forzados a profundizar sus relaciones más allá de una interacción
relativamente superficial. Precisamente, la intolerancia étnica tiene
su origen en la incapacidad de ciertos grupos a moldear o
flexibilizar sus códigos culturales para adaptar o asimilar
influencias externas. Pero lo contrario también ocurre.
Atestiguando la extraordinaria capacidad humana para la
adaptación, muchas sociedades han aprendido que la convivencia
requiere apreciación de las diferencias culturales y si no
apreciación total, sí entendimiento y tolerancia.
La manera en que una nación-estado concibe su ser
nacional o identidad puede propiciar o no la convivencia en su
seno de grupos étnicos diversos, en estado de igualdad política y
respeto a sus peculiaridades culturales. Si la nación-estado da
espacio a la cohabitación de múltiples nacionalidades o formas
culturales, decimos que la nación es pluricultural. Si, por el
contrario, se define como culturalmente homogénea, la nación es
monocultural. En tal caso la expectativa es que las minorías
étnicas que allí viven se vayan asimilando a las formas culturales
nacionales previo a su inserción como ciudadanos de esa nación
con sus plenos derechos. En ese contexto, es claro que las
opciones anexionistas de estatus, especialmente la estadidad,
dependen en gran medida de cómo Estados Unidos se ve a sí
mismo. ¿Es una nación-estado monocultural o pluricultural?54
Hace unas cuantas décadas, monocultural habría sido la respuesta
más próxima a la realidad. Hoy, hay suficientes elementos de
cambio social en el interior de Estados Unidos como para
hacernos dudar. En dicho país pugnan dos imaginarios de
identidad: una que insiste en la homogeneidad cultural de la
nación –e pluribus unum– y la otra que propone la pluralidad étnica
como signo definitorio –fortaleza en la diversidad. Qué imaginario
nacional terminará por imponerse es algo que no me aventuro a
adivinar. Creo que la transición de Estados Unidos a una nación
54
Para un interesante resumen del dilema de identidad nacional que sufre el
pueblo americano, refiero al lector a García Passalacqua, Juan Manuel
(1999).
96
pluricultural es plausible, aunque ciertamente no definitiva. El
asunto requiere un poco de análisis.
El concepto de identidad
97
de autoafirmación, al tiempo que se buscan fórmulas de equilibrio
social y político que permitan su coexistencia.
En naciones políticas con distintas etnias o grupos
sociales bien diferenciados, la concepción reduccionista de la
identidad nacional se convierte en exclusionista, pudiendo
acarrear graves problemas de marginación y conflicto social. En
México, por ejemplo, y a pesar de la retórica de unidad, la
concepción de identidad nacional del grupo dominante
ciertamente excluye a los indios Maya de Chiapas. Igual ocurre
con otros países de la América hispana, donde el indio e inclusive
el mestizo queda marginado. Los múltiples conflictos de la
Yugoslavia moderna han tenido su origen en el intento de una
etnia particular –la serbia– por excluir a las otras que, por siglos,
allí cohabitaban. En contraste, si se adopta una perspectiva
pluricultural el espacio de convivencia para los grupos
diferenciados, aunque más complejo, es más amplio. Aplica aquí
lo que Kevin Hetherington55 nos explica respecto a la formación
de múltiples identidades:
55
Hetherington, Kevin (1998).
98
Naciones pluriculturales
99
países constituyentes van creando estructuras políticas y jurídicas
que los van llevando a la conformación de una confederación que
crece gradual y flexiblemente, dando oportunidad al ajuste. La
meta europea es la unión pero no mediante la fusión cultural de
cada nación sino mediante la convivencia pluricultural de sus
sociedades. El proceso de asimilación multidireccional habrá de
ocurrir, pero su naturaleza voluntaria y gradual minimizará las
tensiones del proceso y, con toda probabilidad, enriquecerá al
colectivo resultante.
¿Y Estados Unidos?
100
cultural a la americana y segundo, porque los propios americanos
oriundos de Europa mostraban desdén hacia ellos. Me refiero,
claro está, a los negros, los hispanos y los asiáticos.56.
En Estados Unidos, durante el siglo XIX y buena parte
del XX, el paradigma de la supremacía étnica del blanco civilizado
se tradujo en acciones de menosprecio y persecución contra las
minorías. En el sur se entronizaron las leyes de segregación,
legalizando las injusticias contra los negros y neutralizando los
pocos avances logrados como consecuencia de la Guerra Civil.
En California se aprobaron leyes de segregación contra los
japoneses y se intentó limitar su inmigración. Mientras, los
periódicos mantenían vivo el odio racial publicando artículos
inflamatorios contra la llamada “amenaza amarilla”. En cuanto a
los latinoamericanos, éstos se consideraban inferiores e
incapacitados para el buen gobierno. Ese prejuicio se traduciría
en un trato discriminatorio contra el hispano que sólo en las
últimas décadas del siglo pasado habría de amainar.
Mientras las minorías excluidas del “sueño americano”
eran proporcionalmente pequeñas en comparación con el
estadounidense blanco típico la situación no representó mayores
problemas para el imaginario nacional americano. Sin embargo,
toda relación de desigualdad tarde o temprano engendra
oposición y lucha. Con el correr de los años las minorías
americanas fueron aumentando en número, exigiendo y ganando
el merecido reconocimiento de sus derechos y obteniendo
influencia al aprender cómo insertarse exitosamente en la política
nacional americana.
Y no lo han hecho mal. Aunque queda todavía mucha
brecha por cubrir, hoy Estados Unidos da muestras de ser una
nación inclinada a aceptar la valía de sus ciudadanos, irrespectivo
de su origen étnico. Las políticas de acción afirmativa, las
decisiones judiciales en pro de los derechos civiles y la voluntad
de convivencia pacífica en el seno de la sociedad estadounidense
abrieron puertas a las minorías. El signo más visible de esto está
en el actual Secretario de Estado, Colin Powell. ¿A penas unas
décadas atrás, ¿quién habría imaginado que un afroamericano
56
Por supuesto que en Estados Unidos hay otros grupos minoritarios –
palestinos, árabes, hindúes, paquistaníes,...– que no destaco por ser
proporcionalmente pequeños hasta ahora.
101
accedería a tan importante, neurálgica y visible posición de
liderazgo nacional? Y, ¿quién es la Consejera del Presidente en
Asuntos de Seguridad Nacional? Condoliza Rice, otra
representación prestigiosa de la comunidad afroamericana y,
además, ¡mujer!. Los hispanos, muchos de ellos puertorriqueños,
también han ascendido en la escala social y económica americana,
ocupando posiciones de prestigio y gran reconocimiento público,
tanto a nivel privado como gubernamental. Tenemos figuras
distinguidas en la judicatura federal, las fuerzas armadas y el
Congreso. En el mundo del espectáculo, nuestros artistas están
entre los más cotizados, nuestros científicos e ingenieros ocupan
posiciones de liderazgo en la NASA y otras instituciones de alta
tecnología, y contamos con un grupo de profesionales que en
suelo norteamericano ocupan altas posiciones gerenciales y
técnicas en compañías multinacionales de renombre. Decir que
las minorías americanas alcanzaron ya la plena igualdad política y
económica sería incorrecto, pues queda aún mucho trecho que
cubrir. Pero, a la inversa, decir que las minorías siguen
condenadas irremediablemente por el racismo y el prejuicio es
falsear la realidad.
La incrementada sensibilidad étnica de la sociedad blanca
americana típica hacia sus minorías no es simple religiosidad o
altruismo. Es un asunto de sobrevivencia. Sí, porque la
demografía americana ha ido cambiando progresivamente, al
punto en que sus llamadas minorías sobrepasarán el 50% de la
población en unos cincuenta años. Y el grupo de mayor
crecimiento es precisamente el de los hispanos. Hoy éstos
constituyen el 12% de la población y se estima que en cinco años
superarán numéricamente inclusive a los afroamericanos. Así que
para el 2050 el White-Anglo-Saxon-Protestant (WASP) no será el
americano típico, sino que en comparación con el resto de la
población estadounidense será simplemente otro grupo. Por lo
tanto, a éste le va la vida asegurarse de que la sociedad americana
adquiera la capacidad de convivencia en un contexto pluricultural
y multiétnico. Adoptando una idea de Néstor García Canclini, se
trata “no de disolver las diferencias, sino de volverlas
102
combinables”.57 Pero, ¿lo han reconocido así los americanos?
Unos sí y otros no.
Los americanos tradicionalistas se acogen al paradigma
del crisol de razas como solución a lo que ellos identifican como
el problema étnico, con sus tendencias desintegradoras de la unidad
nacional. Pero, por otro lado, están los que plantean el
paradigma de fortaleza en la diversidad, según el cual la nación se
enriquece con la multiplicidad étnica y cultural que en ella reside.
Para los primeros, el reto es lograr que mediante un proceso de
efectiva educación y mediante adecuadas políticas de integración,
las minorías se asimilen al modelo monocultural, es decir, que se
fundan en el crisol de razas dando como resultado un americano
culturalmente homogéneo. Para los segundos, el reto es
establecer mecanismos sociales y políticos que concedan
oportunidad razonable a cada grupo para acceder a los centros de
poder económico y decisionales por medios democráticos, sin
alterar los entendidos mínimos que puedan acordarse para
viabilizar la convivencia en un contexto pluricultural. Claramente
en esos “entendidos mínimos” tienen que estar el respeto a la
singularidad identitaria de cada grupo, por un lado, y el
reconocimiento, por el otro, de que dicha singularidad no puede
construirse invadiendo el espacio cultural de los demás ni en
extremismos que inciten reacciones defensivas o moralistas,
definidos desde imaginarios culturales irreconciliables.
Una apreciación de las tendencias sociales y políticas de
las últimas décadas me hace pensar que el paradigma de la
diversidad ha ganado suficiente momentum y aceptación como
para que pudiera ser el que predomine. Es fácil darse cuenta
cómo los grupos insisten en destacar su singularidad. Nótese, por
ejemplo cómo se enfatiza en el origen étnico –afroamericano,
italoamericano, francoamericano, hispánico–; cómo se establecen
premios separados para los cantantes y actores negros, hispanos y
blancos; cómo se distribuyen fondos federales conforme a
etnicidad –por ejemplos, para programas educativos se distingue
entre los Minority Serving Institutions (MSIs) que dan servicios a
colegios negros, hispanos, hawaianos e indoamericanos– y en el
57
García Canclini, Néstor (1999), p. 123.
103
Congreso, los legisladores se agrupan en un caucus blanco, negro
o hispano.
Para los estadoístas, el devenir histórico del imaginario
nacional de Estados Unidos les resulta crítico. Si prevalece la
concepción monocultural, es decir, el paradigma del crisol de
razas, no hay espacio para un estado hispano en el sistema
americano. Pero si se impone el paradigma de fortaleza en la
diversidad donde los grupos coexisten sin pretensiones de
dominio o absorción de unos sobre otros, un estado hispano es
perfectamente viable. Como ilustración del dilema, examínense
las expresiones del senador Daniel Patrick Moynihan58 con
motivo de las discusiones en torno al estatus de Puerto Rico en el
Congreso en 1990:
58
Citado en Berríos Martínez, Ruben (199?), p. 117.
104
Nacionalidad puertorriqueña: evolución y estado
actual
59
La realidad política habría de hacer que algunos de los mencionados,
frustrados e injuriados, migraran ideológicamente hacia la independencia o
el autonomismo según el modelo canadiense.
60
Citado en Meléndez, Edgardo (1993), p.52.
105
... Al defender la americanización de la Isla, lo hemos hecho
porque deseamos que nuestro futuro gobierno esté
cimentado en iguales instituciones democráticas en que se
cimentó esa gran república y que nuestro país asimile todo
aquello que ha hecho grande y poderoso al pueblo americano.
63
Citado en Maldonado Denis, Manuel (1969), p. 114.
107
estrategia iba dando resultado. Por fin el gobierno colonial
adoptaba una política sensible al dolor y las necesidades del
pueblo. Pero no era suficiente. El reclamo político para el
autogobierno seguía en pie. Y también seguía en pie la lucha por
afirmar la cultura puertorriqueña, simbolizada muy especialmente
por la resistencia a utilizar el inglés como idioma forzado en las
escuelas públicas. Sin embargo, no habría de haber tregua para
los que predicasen la separación respecto a Estados Unidos. Se
acrecentó la represión contra los independentistas, fuesen o no
nacionalistas.Hablar de nuestra cultura, izar la bandera
puertorriqueña o cantar una canción como Preciosa habría de verse
con suspicacia. Claro que tal situación no podría sostenerse por
mucho tiempo. Se requería una válvula de escape que diera salida
al reclamo legítimo por el autogobierno y a una expresión cultural
no inhibida del pueblo. Esa salida fue el Estado Libre Asociado.
El ELA representó un trueque implícito entre el PPD y
Estados Unidos. El primero abandonaría su prédica en favor de
la independencia y el segundo permitiría al pueblo puertorriqueño
conformar un gobierno propio con el suficiente espacio político,
económico y cultural para experimentar soluciones autóctonas a
sus problemas. Siempre ha habido debate respecto a si, en efecto,
el espacio político y económico concedido por el ELA fue
suficiente. Pero respecto a lo cultural, no hay dudas de que el
ELA ha permitido al pueblo su desarrollo y fortalecimiento
natural. La oportunidad de organizar un gobierno con atributos
de autónomo y poder experimentar alternativas de desarrollo
social y económicos sin el veto inmediato de los norteamericanos,
dio a los puertorriqueños salida a su inteligencia colectiva y
contribuyó a que pudiera probar, en la práctica, su capacidad para
el autogobierno. Gracias al ELA se pudo redirigir el proceso
educativo en español y en congruencia con nuestras costumbres y
tradiciones. Además, se establecieron instituciones que exaltaban
la cultura propia. Los medios de comunicación teleradiales
abrieron espacios para la expresión artística –música, drama,
comedia– que sirvieron para masificar la cultura popular. El
influjo de la cultura americana continuó, por supuesto, pero esta
vez ejercimos la libertad de incorporarla gradualmente, conforme
a nuestros códigos culturales. De la asimilación por adopción
forzada pasamos a la asimilación por adaptación voluntaria.
108
Bajo el ELA la nación puertorriqueña se concibe como
expresión cultural colectiva que no requiere de un estado político
para su existir. Precisamente, el divorcio entre el concepto de
nacionalidad y el estado político es la segunda etapa en la evolución del
imaginario de la nación puertorriqueña. Este nuevo paradigma, que ya
no requiere de la independencia pero sí de un régimen político
con autonomía cultural, fue un gran paso de avance. Permitió un
consenso en la sociedad puertorriqueña detrás del PPD que se
tradujo en voluntad política unitaria para dedicarse, por más de
dos décadas ininterrumpidas, al mejoramiento de la sociedad en
todos los órdenes, incluyendo su transformación de una sociedad
agraria a una sociedad industrial.
El discurso estadolibrista facilitó la unidad de las fuerzas
puertorriqueñistas que, en su mayoría no eran independentistas
nacionalistas. Sin embargo, se dejó en pie el muro culturalista
que diferenciaba entre los que aspiraban a la estadidad y los que
no.
Los primeros se pintaban como antipuertorriqueños
avergonzados de sí mismos y dispuestos a disolver su identidad
nacional a cambio de la seguridad política y económica que sólo
concebían como parte de la integración. Duele reconocerlo, pero
no se trataba de una simple caricatura. Los estadoístas –y
debemos añadir que muchos autonomistas también– sentían la
urgencia sicológica de exaltar los modos culturales
estadounidenses y simultáneamente disminuir los propios. Era la
respuesta de los espíritus colonizados que creyeron incompatibles
la integración a Estados Unidos y la afirmación de la nacionalidad
puertorriqueña. El estadolibrismo también prolongó la condición
de anatema de ciertas expresiones nacionalistas previamente
identificadas con el independentismo. La exhibición de la bandera
puertorriqueña, las canciones patrióticas, las expresiones literarias
puertorriqueñistas, la exaltación de los valores autóctonos en las
escuelas y universidades y la identificación afectiva con Latino
América, eran recibidas con sospecha de sedicionismo velado. El
estadolibrismo fue, por lo tanto, un discurso que rechazaba los
extremos de los pensamientos independentistas y estadoístas de la
época y los sustituía por un discurso de consenso que oponía la
necesidad de trabajo social y modernización a la esterilidad y
divisionismo que se asociaban al debate del estatus.
109
Con el correr del tiempo, bajo el ELA la realidad social
fue cambiando y con ella la masa puertorriqueña. Si miramos con
cuidado, advertiremos que el signo dominante de esa
transformación ha sido solidificar nuestra cultura en una que
110
110
esperar que ocurriera alguna vez en ambientes militares. Luego de
reconocer la necesidad de indemnizar a los familiares de Sanes y
“requerirle enérgicamente” a la Marina que revisara y reforzara
sus medidas de seguridad para prevenir futuros accidentes, habría
colaborado con la Marina para cerrar el caso en aras de “nuestra
contribución a la seguridad nacional”.
Pero no fue así. Uno de los primeros en condenar el
incidente como inaceptable fue el gobernador y presidente del
PNP, Pedro Roselló. Inmediatamente nombró una comisión
especial para evaluar el incidente y proponer una política pública
al respecto. La comisión, presidida por la entonces Secretaria de
Estado, Norma Burgos, incluyó una representación de Vieques y
al alto liderato político, social y religioso del país. Luego de un
amplio estudio, la comisión determinó que la Marina había
incumplido sus compromisos legales para con los ciudadanos de
Vieques y que por años había estado actuando en craso
menosprecio de la integridad ambiental de la Isla y adoptando un
comportamiento de indiferencia negligente a los problemas de
salud y pérdida económica que sus prácticas militares causaban.
Su recomendación fue solicitar que la Marina cesara sus
bombardeos y saliera de Vieques a la brevedad posible. Y así lo
aceptó el gobierno PNP, adoptando las recomendaciones como
política pública. El gobierno anunció, además, que si los medios
políticos no lograban detener a la Marina, recurriría a los
tribunales federales para lograrlo.
El resto es historia conocida. El presidente William J.
Clinton nombró a un grupo de cuatro conocidos expertos
militares –conocido como el Panel Rush, por el apellido de su
presidente– que recomendó que la Marina redujera sus prácticas y
buscara alternativas para su eventual salida en un período de
cinco años. Con algunas modificaciones el presidente Clinton
decidió aceptar lo recomendado por el Panel Rush. El
gobernador Roselló lo rechazó de plano, se negó a negociar el
asunto con la Marina o con el Secretario de la Defensa, William
Cohen, y solicitó la intervención directa del Presidente.
Aquilatemos la posición del gobernador Roselló por medio de sus
expresiones al presentarse, el 2 de octubre de 1999, ante el
111
Comité de las Fuerzas Armadas del Senado federal, presidido por
el senador John Warner64.
64
Citado en Younes, Lina M. F. (1999), p. 3.
65
El lector recordará que este asunto ya lo abordé con más detenimiento en
el Capítulo 1.
112
Otro ejemplo de cómo los estadoístas de ahora rechazan
adoptar posiciones de resignación lo brinda el caso de un grupo
de ciudadanos aguadillanos que en la corte de distrito federal en
Puerto Rico recientemente reclamaron su derecho a votar por el
Presidente de Estados Unidos, por razón de su ciudadanía
americana. ¡Y el juez federal Jaime Pieras les da la razón
declarando el impedimento vigente como acto inconstitucional!
A los efectos de nuestro argumento, poco importa que la decisión
del juez federal puertorriqueño no se sostuviera en las cortes
federales de mayor instancia. Lo que aquí destacamos es la
insistencia del estadoísta a enfatizar en su igualdad y a enfrentar al
americano cuando siente que su dominio es impropio, arbitrario
o injusto. ¡No hay nada de pitiyanqui en eso!
Como ultima ilustración, destaco la discusión entre Rafael
Escudero y Leonides Díaz con motivo de su contienda por la
presidencia del PNP luego de que ésta fuera renunciada por
Carlos Pesquera, en el año 2000. Escudero justificaba su
candidatura en función de su defensa de una estadidad claramente
vinculada a la puertorriqueñidad. Díaz contestó que eso no estaba
en discusión porque era de aceptación general en el PNP. Es
decir, si por aprecio y defensa de la puertorriqueñidad se trataba,
¡no había diferencia alguna entre ellos!
Mientras muchos estadoístas –ciertamente no todos– se
han movido hacia una explícita apreciación de los distintivos
autóctonos que nos definen como puertorriqueños, paralelamente
y en la otra dirección, atestiguamos un movimiento
independentista que, al menos desde su colectividad más fuerte,
el Partido Independentista Puertorriqueño, ha superado su
animosidad contra el americano. El PIP ha cambiado su táctica
frente al poder metropolitano. Ahora se presenta como partido
pragmático dispuesto a la negociación. Su estrategia es la de
convencer al americano que el independentista no es un ser
carcomido por el odio, irracional, intransigente, anticapitalista y
con tendencias totalitarias. La participación del PIP en el proceso
de discusión en torno al Proyecto Young a finales de la década
pasada le dio esta oportunidad y la aprovechó ventajosamente.
En esa discusión el PIP terminó reconociendo que el
puertorriqueño valora la ciudadanía americana y no presentó
obstáculos a su continuidad. Aun en el aspecto militar hubo
flexibilidad; si bien como meta de largo alcance no se renuncia a
113
la aspiración de una república desmilitarizada, se mostró
disposición a una transición favorable para Estados Unidos. En
fin, el PIP se insertó en Washington como partido de
pensamiento moderno, democrático y dispuesto a la convivencia
y colaboración con Estados Unidos66.
A nivel local el PIP ha moderado su vocabulario
antiestadoísta. Se opone a la estadidad, naturalmente, pero su
discurso no es acrimonioso contra los estadoístas como
individuos, como lo solía ser. Quizás sea por necesitar sus votos
mixtos, pero como sea se trata de un cambio paradigmático
notable. Para el PIP esto no se ha traducido en votos
simplemente porque la preferencia política del pueblo está
demasiado distante del ideario independentista. Pero lo que los
líderes pipiolos no han ganado en votos, lo han ganado en
admiración y respeto. Se trata de un capital político que bajo las
circunstancias apropiadas podría dar frutos en el futuro.
En los estadolibristas también se ha efectuado un cambio
notable. Si antes eran tímidos en su reconocimiento de la
existencia de la nación puertorriqueña, ahora su defensa es
acendrada y directa. No nos olvidemos que éstos fueron los que
rechazaron el discurso nacionalista por considerarlo divisivo y
opuesto a la unión permanente con Estados Unidos. Son los que
aconsejaban bajar el diapasón de la discusión del estatus –que
siempre tuvo un fuerte componente cultural– en aras de atender
los problemas “reales” de la sociedad puertorriqueña. Pero el
discurso cambió. Ahora el popularismo se abraza a la defensa de
la puertorriqueñidad, casi con extremismo. Tanto así, que
asombra su insistencia en la unión permanente. Podría pensarse que
su actitud no es más que una reacción irreflexiva contra el
ascenso del PNP, partido que ha logrado desplazarle de su
posición hegemónica en Puerto Rico. Siendo el PNP estadoísta,
el PPD parece haber concluido que su movimiento natural tiene
que ser hacia el extremo opuesto, pero como no está dispuesto a
defender la independencia y tampoco la libre asociación, ha
intentado usar la defensa de la cultura y la identidad
puertorriqueña como su elemento diferenciador. Algo de eso hay,
sin dudas, pero sería una infamia política regatearle al Partido
66
Para un resumen de ese proceso y como el propio PIP lo visualiza
recomiendo leer a Berríos Martínez, Ruben (199?).
114
Popular el carácter genuino y sincero de su reciente énfasis en lo
que nos distingue como nacionales puertorriqueños. Se trata, en
verdad, de un nuevo estado de conciencia colectiva que nos
arropa a todos y por su significación tendemos a enfatizar.
Así las cosas, el efecto neto de los cambios culturales
descritos es que la oposición cultural entre estadoístas,
autonomistas e independentistas, prevaleciente en los primeros
setenta años del siglo pasado, se ha ido superando al grado que
me atrevo afirmar que no es el signo dominante de la sociedad
puertorriqueña del presente. Por el contrario, sostengo que hemos
logrado un imaginario nacional nuevo que, en una especie de síntesis sincrética
produce un consenso sociológico en Puerto Rico que funde los sentimientos pro-
puertorriqueños con los pro-americanos. El nuevo imaginario tiene
cuatro elementos distintivos:
115
una dramática ejecución que lo llevó del tercer lugar al primero.
Cuando los periodistas puertorriqueños abordaron a Mark para
que le enviara un mensaje a Puerto Rico, así se expresó: “Quiero
que Puerto Rico sepa en este momento, que ese es mi país, que
me encanta mucho y que nunca niego de donde soy”67. Esa es la
síntesis cultural del puertorriqueño, que reconoce su realidad
como boricua, que la afirma sin ambages y con orgullo, pero que
al mismo tiempo la inscribe dentro de los Estados Unidos como
americano, sin sentir contradicción alguna. Por eso tenemos un
congresista puertorriqueño que es independentista, por eso
nuestros cantantes triunfan en el mercado artístico
norteamericano y por eso a un juez federal como Salvador
Casellas no le tiembla el pulso para escribir, siendo parte del
sistema judicial federal, que la pena de muerte aunque permisible
en Estados Unidos es anticonstitucional en Puerto Rico.
¡He ahí el tercer nivel de la evolución histórica de nuestro
imaginario nacional! Es un imaginario puertorriqueñista pero a la
misma vez compatible con cualesquiera fórmulas de convivencia con
Estados Unidos –incluyendo la estadidad– siempre que sean
predicadas en la igualdad política y el respeto a nuestra
idiosincrasia.
116
67
Citado en Piñeiro Planas, Noel (1999), p.147.
116
enfrentar éstas y muchas otras contradicciones que surgen de los
nuevos paradigmas, a los líderes encumbrados en posiciones de
poder en sus respectivos partidos les resulta más fácil permanecer
anclados en el pasado que saltar al presente y ubicar el debate del
estatus en un contexto contemporáneo. Pero no se confunda la
ceguera oportunista del liderato político dominante con la
percepción y el sentir real del pueblo. La incongruencia entre
éstos, líderes y pueblo, es cada día más notable.
Ya hemos visto, no obstante, que sí hay señales de
cambio en los partidos. El avance ideológico, aunque todavía
difícil de percibir con claridad por estar entrelazado con viejas
concepciones, es más notable en el PIP y en el PNP68. En el PPD
también hay indicios de transformación paradigmática, pero la
cosa es más entreverada, dadas las continuas contradicciones en
las que incurren aun los líderes más proclives al cambio. Si este
partido lograra articular un nuevo discurso político, caracterizado
más por el proactivismo que el reaccionismo ideológico, tal vez
cambie la situación. Está por verse. De lo que no hay dudas es
que el fluir de los acontecimientos no se detendrá por los que lo
resisten. Llegado el momento crítico, los que no hayan cambiado
sus paradigmas obsoletos se quedaran varados en el pasado, sin
penas ni glorias.
68
Capto en varias expresiones y acciones recientes de algunos líderes
novoprogresistas una especie de volver atrás, adoptando posiciones de
exagerado proamericanismo. ¿Se trata de un retroceder ideológico del alto
liderato del PNP ante lo que percibe como un ascenso del PPD, montado
éste sobre un discurso puertorriqueñista? O, ¿es simplemente otra
manifestación de ese incurable infantilismo político nuestro que obliga a
adoptar, irreflexiblemente, la posición contraria del adversario político,
cualquiera que ésta sea? Si la estrategia es política, es un movimiento torpe.
Cualquier sesgo ideológico que insinúe regresar a la adulación pro
americana y a caracterizar la afirmación de lo propio como un “peligro” que
amenaza nuestra relación con Estados Unidos, hallará fuerte resistencia y
hasta denodado desprecio por parte de la masa puertorriqueña. Mal pueden
los penepeístas configurar una mayoría pro estadidad resucitando el
discurso identitario que se niega a sí mismo en vergonzosa genuflexión ante
el americano. Sería una involución histórica. El pueblo no lo tolerará.
117
La nación puertorriqueña dividida en dos: peligros
del neonacionalismo
118
netamente americano, sino en que el estado federado no tiene
porqué contraponerse a nuestra cultura, permitiendo el estado
hispánico. Se trata de una reconsideración ideológica significativa
que gravita a favor de la unidad social de los puertorriqueños. Si
es o no una posición realista a la luz de cómo piensan los
americanos está aún por verse. Pero esa es otra discusión. Lo
que importa destacar ahora es que –contrario a lo que afirman los
neonacionalistas– los estadoístas no son ni se sienten
antipuertorriqueños.
La raíz del problema es que los neonacionalistas tienen
una concepción esencialista de la identidad puertorriqueña. Ésta
reduce al puertorriqueño a la condición de miembro de un
conglomerado homogéneo, cuyos valores están determinados por
un individuo hispánico de características idílicas –humilde,
hospitalario, alegre en la adversidad, inteligente (jaiba), de gran
sensibilidad social, apegado a la naturaleza, ...– y excluye del
grupo a todos los que manifiestan comportamientos afines a los
modos culturales americanos. No es nuestro deseo elaborar
argumentos eruditos en contra de este arquetipo puertorriqueño,
pero en algún componente de él hay una falla crítica. Sí, porque
usándolo como modelo, los neonacionalistas llegan a la
conclusión de que los anexionistas son antipuertorriqueños. Es
decir, ¡el imaginario de identidad de un puertorriqueño típico
usado por los neonacionalistas excluye a la mitad de la población
de Puerto Rico y, peor aún, los declara traidores! Claramente, la
conclusión es absurda por lo que no hay más alternativa que
concluir que el arquetipo es incorrecto69. Para ilustrar el
pensamiento neonacionalista, tomemos algunos ejemplos.
69
Aplico aquí un modo de análisis usado en matemáticas, llamado
“reducción al absurdo”. Conforme con este método, se plantea una
proposición matemática presuponiendo de antemano que es cierta. Sin
embargo, si la consecuencia lógica e ineludible de la premisa nos lleva a
una conclusión que sabemos falsa, no queda más alternativa que rechazar la
veracidad del enunciado original. Es obligatorio hacerlo pues éste reduce la
conclusión a un absurdo. ¡Y así sucede con cualquier imaginario de
identidad de nuestro pueblo que nos fuerce a concluir que la mitad de los
puertorriqueños esencialmente no lo son!
119
Al interpretar el triunfo de la quinta columna (opción de
“ninguna de las anteriores”) en el plebiscito de estatus de 1999,
don Ricardo Alegría70 se expresa así:
70
Alegría, Ricardo E. (1999).
120
Finalmente, examinemos las siguientes expresiones de
doña Celeste Benítez71, conocida ideóloga del Partido Popular, al
referirse a los estadoístas:
71
Benítez, Celeste (1999), p. 35.
72
Muñoz-Alonso, Alejandro (2000), p. 261.
121
diferencias acaban produciendo una crispación que se vuelve
en contra de tales aprendices de brujo. Fomentar la
mentalidad de cultura o nacionalidad asediada o acosada ... es
sembrar vientos que acaban soplando en todas las direcciones
y produciendo tempestades imprevistas.
73
Véase nuestra discusión previa en torno a los modos de asimilación.
122
facultad de ver cien años hacia el futuro y observar a un
puertorriqueño típico, seguramente encontraríamos a un
individuo cuyas costumbres y valores nos resultarían chocantes,
inclusive rechazables, al pasarlos por los filtros de los códigos de
nuestra cultura presente. Pero si ese puertorriqueño resultara ser
una persona satisfecha consigo misma, bien adaptada y
productiva en la sociedad donde se desenvuelve, probaría, con su
existencia misma, que nosotros como pueblo habríamos sido
exitosos en asegurar nuestra continuidad histórica, que logramos
afirmar nuestra presencia en comunidad con otras culturas, como
grupo social único y diferenciado. Ver esto como un resultado
positivo es aceptar la naturaleza dinámica de la identidad y es la
visión de nacionalidad que necesitamos para movernos hacia
adelante, sin miedos, complejos ni aprehensiones injustificadas.
Lo otro es encerrarnos en palacio, como el último emperador
chino, insensible a las influencias externas e ignorante de una
realidad social que hacía tiempo ya le había superado.
La nuestra es una sociedad abierta, sometida como nunca
antes al influjo no sólo de la cultura estadounidense sino de los
patrones uniformizantes de la cultura global. Tal es el efecto de
la televisión por cable; la comunicación instantánea vía satélite, el
fax y el Internet; tal es el efecto del libre comercio, el libre flujo
monetario y el debate político y económico internacional, ahora
abierto al ciudadano medio de cualquier país desarrollado; tal es el
efecto de los programas educativos transnacionales que por
medios electrónicos otorgan grados académicos y proveen
educación continua de alta calidad, a distancia. Ante esta
realidad, no cabe ya hablar del peligro de la americanización sino
de la forma en que Puerto Rico se adaptará exitosamente a las
fuerzas globalizantes del mundo contemporáneo. Así lo expresa
Néstor García Canclini74 al escribir sobre el problema que plantea
la globalización vis a vis el problema de las identidades locales:
74
García Canclini, Néstor (1999), p. 30.
123
donde las certezas locales pierden su exclusividad y pueden
por eso ser menos mezquinas, donde los estereotipos con los
que nos representábamos a los lejanos se descomponen en la
medida en que nos cruzamos con ellos a menudo, presenta la
ocasión (sin muchas garantías) de que la convivencia global sea
menos incomprensiva, con menores mal entendidos, que en
los tiempos de la colonización y el imperialismo. Para ello es
necesario que la globalización se haga cargo de los imaginarios
con que trabaja y de la interculturalidad que moviliza.
77
Realmente debiéramos hablar de integración en lugar de anexión. En
cualquier diccionario puede comprobarse que anexar significa unir a una
parte, con dependencia de ella. Es decir, la anexión supone subordinación.
La parte anexada no integra al todo, si acaso, lo complementa de alguna
manera. Tanto los estados federados como el ELA y los demás territorios
de Estados Unidos están vinculados al estado americano, que es uno. Los
primeros, sin embargo, no son sus anexos sino sus componentes principales.
Faltando uno de éstos se desestabilizaría la Unión. Al menos, así lo
sintieron los estadounidenses del norte cuando los estados del sur intentaron
la secesión en la segunda mitad del siglo XIX. ¡Y para dirimir el diferendo
pelearon una guerra civil! No sería igual si Puerto o cualesquiera otras de
las dependencias norteamericanas lograran su independencia. En tal caso,
Estados Unidos seguiría siendo el mismo. Podemos decir, entonces, que los
estados de la Unión integran a Estados Unidos mientras que los demás son
sus anexos. Es irónico pero, en el sentido descrito, el Estado Libre Asociado
actual es el verdadero estatus de anexión pues es el que satisface la
definición formal del término. No obstante, en nuestro texto sigo usando el
término anexión porque es el que más usamos en Puerto Rico para
referirnos a la integración permanente con Estados Unidos.
125
lugar de unión, signando con ello su inequívoca vocación
anexionista.
En sintonía con su propio pensamiento político, a estos
autonomistas los denomino autonomistas anexionistas; nombre
que probablemente resientan porque suelen hablar del
anexionismo en forma despectiva, como si se tratara de algo
ajeno a ellos. En el fondo, pienso que es porque no quieren
asociar su fórmula a un concepto tradicionalmente vinculado con
la estadidad –y que ellos, por lo tanto, se han encargado de
desprestigiar hasta más no poder. Por su parte, los estadoístas no
se sienten particularmente contentos reconociendo que ellos no
son los únicos que defienden una modalidad de integración. A
ellos les va muy bien reclamando singularidad de este atributo
para la fórmula de la estadidad. Pero en el paradigma de
superioridad comparativa, queremos escapar de la trampa de
mitificar a nuestras propuestas y eludir sus consecuencias lógicas.
Si los estadolibristas tradicionales abordan el concepto de unión
permanente con honestidad, tendrán que internalizar la
consecuencia ineludible de que su aspiración a un ELA mejorado
fundamentado en el principio de unión permanente es una
modalidad anexionista. Los que no se sientan cómodos con ello,
tienen la opción de moverse a otro redil ideológico78.
Pero los verdaderos anexionistas, sean estadoístas o
estadolibristas, no tienen porque avergonzarse de sus preferencias
políticas. Su ideal tiene valor, si se enfoca correctamente. Es
decir, si parte desde lo que somos: puertorriqueños primero. En
ese contexto, aunque no soy anexionista –por razones que
explicaré en el Capítulo 6– me anima el deseo de aportar algunas
reflexiones que pudieran contribuir a delinear una perspectiva
positiva hacia ese concepto.
78
La correcta ubicación ideológica de cada cual, de forma que resulte
congruente con su forma real de pensar en torno al estatus sería un gran
paso de avance. Podría generar una mayoría absoluta a favor de alguna
opción, cosa que hasta ahora nos ha eludido. Pero esto es lo que conviene a
Puerto Rico, no necesariamente a los líderes políticos establecidos. Al
parecer, a éstos les conviene continuar montando sus propuestas en
monsergas fantasiosas y lenguaje de doble significado. La confusión del
pueblo les resulta políticamente rentable.
126
Comienzo por señalar, que a pesar del trato despectivo
que reciben de los llamados “puertorriqueñistas”, las alternativas
anexionistas son intentos de convivencia en la diversidad.
Habiendo buena voluntad entre las partes, pueden representar
pasos de avance en un mundo cada vez más interdependiente, un
gran ejemplo de civilización. Al respecto, Alejandro Muñoz-
Alonso79 nos dice lo siguiente.
79
Muñoz-Alonso, Alejandro (2000), pág. 261.
127
no son simples conjuntos sonoros o simbólicos con los cuales
nos comunicamos. Resulta que también son vehículos que
permiten la expresión de modos de ser y sentir. Por ello, el
lenguaje de un pueblo es medio de transmisión de su cultura,
siendo, al mismo tiempo, una de sus más sublimes
manifestaciones. La lengua materna o primaria de un individuo
es aquella que éste aprende desde niño y a través de la cual sus
padres y mayores le educan y socializan. Por medio de su
estructura gramatical, gestos y formas semánticas el individuo se
compenetra con las tradiciones, costumbres y mores sociales de
su comunidad. Un refrán, una frase o inclusive una sola palabra
en un idioma dado, podría encerrar una idea o un sentir cuyo
significado pleno sólo puede ser asequible por los que tienen
dicho idioma como lengua materna. Por tal razón, privar a un
individuo de comunicarse y aprender en su idioma primario o
dificultárselo de alguna manera, constituye una forma de abyecta
agresión sociológica.
Por otro lado, condicionar la aceptación de un grupo
étnico dentro de otro a que el primero adopte el lenguaje del
segundo y abandone el propio o lo relegue a importancia
secundaria, encierra un juicio axiológico que explícita o
implícitamente desvalora el contenido cultural que se asocia con
la lengua desplazada. Pretender sustituir, por la fuerza, el idioma
materno, equivale a limitar la manifestación cultural espontánea y
a veces inconsciente que se acompaña junto a la expresión verbal
o escrita. Ello explica porqué los pueblos o comunidades en
relación de subordinación política con otros de habla diferente, se
asen a sus idiomas como elemento distintivo de identidad y de
resistencia a la asimilación cultural total. Así ocurre con la
defensa del gallego en Galicia, el vascuence en el País Vasco, el
francés en Quebec y, por supuesto, el español en Puerto Rico.
De ahí lo insostenible de aquéllos que, como condición para la
estadidad, pretenden imponer a los puertorriqueños un sistema
educativo y político con el inglés como idioma primario. Sería
una afrenta cultural que tendría efectos sociológicos y educativos
muy negativos, al menos para las primeras dos generaciones de
puertorriqueños que la tuviesen que sufrir.
La Constitución federal no impone ningún idioma oficial
sobre los estados, quedando esto a discreción de cada uno de
ellos. En el ejercicio de esta prerrogativa, un buen número de
128
estados han pasado leyes que oficializan el inglés. Sin embargo, a
raíz de una impugnación judicial a una de estas leyes de English
Only, aprobada en Arizona al amparo de una enmienda
constitucional estatal en 1988, la Corte Suprema de Estados
Unidos decidió, en 1999, que tales leyes son inconstitucionales si
al amparo de ellas se pretende impedir que los oficiales
gubernamentales utilicen otros idiomas para comunicarse con
individuos no angloparlantes que buscan servicios u orientación
del gobierno. En esencia, la Corte ha dictaminado que se viola la
libertad de palabra pues se levanta una barrera lingüística entre los
ciudadanos y su gobierno, ante el cual tienen derecho a peticionar
satisfacción de agravios y resolución de problemas. A juzgar,
pues, por la Constitución federal y por la jurisprudencia
establecida por la Corte Suprema estadounidense, la imposición
del inglés sobre un futuro estado hispánico no es una amenaza de
la que tendríamos que preocuparnos.
Aun así, hay quienes alegan que requerir que el inglés sea
de uso cotidiano en Puerto Rico previo a admitirlo como estado no
sería inconstitucional. En tal caso, lo que compete saber es hacia
qué posición se inclina el Congreso. Tenemos un indicio al
respecto. En los distintos momentos en que algún congresista ha
intentado levantar apoyo para aprobar una ley federal o enmendar
la Constitución para oficializar el inglés en todos los estados, se le
ha ignorado o una significativa mayoría congresional lo ha
impedido. Respecto a Puerto Rico en particular, durante el debate
congresional de 1997 para aprobar el proyecto de plebiscito del
congresista Young, hubo quienes simpatizaron con la posición
del representante Gerald Solomon quien impulsaba el inglés
como idioma oficial para la Isla en caso de que optara por la
estadidad en un plebiscito. Pero la visión de Solomon no
prevaleció. Se aprobó, eso sí, un requerimiento de que el sistema
educativo puertorriqueño debía mejorar la enseñanza del inglés
sustantivamente al grado de que los puertorriqueños lograran
“proficiencia” en el uso de dicho idioma. Pero eso no es
equivalente a imponernos el inglés o desplazar al español de su
lugar preferente, como algunos pudieran alegar. El tema, sin
embargo, es de tal importancia para los puertorriqueños que la
mera duda es asfixiante. Debemos, por lo tanto, hacer el máximo
esfuerzo por lograr un pronunciamiento del Congreso para que se
dilucide el asunto inequívocamente.
129
El peligro de la transculturación
80
Destacamos el elemento hispánico como el componente más distintivo de
nuestra cultura, sin que por ello ignoremos los componentes indígenas y
africanos.
130
terreno inhabitado donde los americanos pudieran constituir
colonias aisladas y funcionar autónomamente, podrían mudarse a
Puerto Rico en grupos grandes y, dado su poder económico y
político, podrían intentar desplazar al puertorriqueño
gradualmente hasta acumular suficiente fuerza para imponer su
hegemonía política en los círculos de poder local. Pero, el hecho
de que la isla sea pequeña y que esté plenamente poblada por
nativos, hacen que esto sea un imposible.
La inmersión de Puerto Rico en la política nacional
americana es lo único que no sería igual a lo que ahora existe.
Tendríamos que elegir congresistas. Naturalmente, los interesados
en representarnos tendrían que dominar el inglés y sentirse
cómodos en el seno de la comunidad anglosajona. Pero,
internamente, en Puerto Rico, nada les impediría hacer sus
campañas políticas en español y dirigir sus mensajes a los asuntos
de interés insular. Es en el voto presidencial donde habría
diferencia. Éste motivaría un mayor interés de los candidatos a
Presidente por cortejar el voto puertorriqueño. Pero, en este caso
lo que más probablemente ocurriría es lo que sucede ahora
cuando los candidatos a Presidente buscan el voto de los
delegados puertorriqueños afiliados a sus partidos, se valdrían de
sus aliados boricuas para conseguir las aportaciones económicas
para sus campañas y conquistar el voto deseado. Más aún, la
creciente importancia del voto hispano en los Estados Unidos
continentales está motivando que muchos políticos
estadounidenses –incluyendo los que aspiran a la Presidencia
estadounidense– aprendan español.
¿Qué concluimos?
131
próximos años. Si prevalece el viejo paradigma del crisol de razas,
Puerto Rico probablemente no tenga cabida en la Unión, si
prevalece el paradigma de fortaleza en la diversidad, sí.
La posición de Estados Unidos respecto a nuestro idioma
es determinante. Si la estadidad habrá de implicar o no, la
transculturación del puertorriqueño, depende de si se concede
con el requisito de adoptar el inglés como idioma oficial en los
asuntos del gobierno estatal y como vehículo preferente de la
enseñanza pública. Tal fórmula de estadidad implicaría
asimilación por imposición, algo que resulta detrimental a
cualquier pueblo que lo sufre. Pero dudamos que el pueblo
puertorriqueño acepte la estadidad bajo condiciones tan
ignominiosas, inclusive dudamos que Estados Unidos se atreva a
injuriarnos colectivamente con semejante exigencia. Descartando,
pues, la posibilidad de que Puerto Rico acepte una estadidad bajo
tales condiciones, cualquier asimilación a los modos americanos
bajo la estadidad sería el resultado de la natural y voluntaria
interacción entre los dos pueblos. No hay por qué temer a esto.
¡Ya lo hemos experimentado desde el Estado Libre Asociado,
¡por medio siglo!
El que se preocupa por la influencia americana en Puerto
Rico tiene razón para hacerlo, pues es intensa. Pero, más que a la
estadidad, debe temer a la televisión por cable, la industria de la
música y la cinematografía, los currículos en las universidades, los
estándares profesionales que nos rigen, los libros que leemos y el
Internet. El problema es que todo esto ya existe bajo el ELA y,
con toda probabilidad, seguiría existiendo aun cuando fuésemos
república. Es legítimo que los detractores de la estadidad planteen
los peligros de una transculturación si el estado se concede con
requisitos que implican una fórmula de asimilación forzada. Pero
la honradez intelectual obliga a reconocer que, si bien tal
situación no es enteramente descartable, tampoco es un resultado
inevitable. Ausente la imposición del idioma inglés, la estadidad
no presenta ni más ni menos oportunidad de asimilación que la
que ahora existe bajo el ELA.
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Autonomía en dos tiempos
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americana, ejerciendo por ella todas las responsabilidades
ciudadanas y percibiendo, de ella y desde Puerto Rico, todos sus
derechos y beneficios.
Si desde el ELA mejorado se quiere ser parte de los
Estados Unidos y no meramente uno de sus territorios con
algunos privilegios, tendrían que establecerse mecanismos
efectivos de participación democrática para que los
puertorriqueños tengamos ingerencia adecuada en la aprobación
de las leyes federales y otros asuntos vitales de la vida nacional
americana. Algunos proponen que, además, Puerto Rico tendría
que ser eximido de todas las leyes federales salvo algunas que
estarían explícitamente dispuestas de antemano. Pero esto
debilitaría la integración del ELA al sistema federal, lo cual
contradice la idea de unión permanente. Esto último, por lo
tanto, no luce ideológicamente congruente con la opción de ELA
mejorado, pero la propuesta de participar en el proceso decisional
federal mediante algún mecanismo efectivo y democrático, sí.
En segundo término tenemos la opción de libre
asociación. Ésta reclama la soberanía de estado para Puerto Rico
aunque delega parte de ella al Congreso para que éste ejerza, por y
en representación de Puerto Rico, algunos poderes claramente
definidos, pero en áreas limitadas. Además, en la libre asociación
Puerto Rico podría lograr personalidad jurídica propia en la
comunidad internacional.81 Algunos alegan que la libre asociación
equivale a la independencia tradicional. En realidad dependería
de la fuerza y el alcance del pacto. Si los nexos resultaren tenues,
no hay dudas de que Puerto Rico se parecería mucho a un estado-
nación independiente, pero, si fuesen fuertes y comprensivos, se
parecería más a un estado-nación confederado. La libre
81
A nuestro juicio esto sería lo más conveniente para potenciar el
desarrollo de la Isla sin la excesiva dependencia en Estados Unidos. Pero,
hemos de reconocer que tal exigencia no tiene que ser consustancial al
concepto de libre asociación. Esto es así porque, en el ejercicio de su
soberanía y como parte del acuerdo, Puerto Rico podría optar por delegar su
representación a nivel internacional en los Estados Unidos. Esto no viola el
concepto de soberanía pues siempre se reserva el derecho a enmendar,
renegociar o disolver el pacto, siguiendo los procedimientos que se
hubiesen acordado para ello.
134
asociación podría venir con la ciudadanía americana82 si Estados
Unidos consiente en ello, pero tendríamos también nuestra
propia ciudadanía.
Confrontados con los lineamientos generales de esas dos
opciones, ELA mejorado y libre asociación, es claro que en los
aspectos medulares –naturaleza de la relación política, injerencia
en la aprobación de leyes federales, personalidad jurídica de
Puerto Rico en la comunidad internacional– son incongruentes,
son propuestas distintas. Nuestra actual gobernadora, Sila María
Calderón,83 parece percibirlo con meridiana claridad:
82
En este mismo capítulo, en la sección siguiente, abundo sobre la
ciudadanía americana y su significado para los puertorriqueños.
83
Citada en Younes, Lina M. F. (1999a), p.21.
84
González, Velda (1999), p. 59.
85
Vega Ramos, Luis (1999).
135
revise nuestra libre asociación a la luz de nuevos requisitos y
los nuevos precedentes para que se ponga a cumplir con éstos,
mediante la adopción de un pacto bilateral. Eso es todo.
Nada del otro mundo.
86
Con beneplácito hemos de reconocer que en su libro sobre la libre
asociación –Vega Ramos, Luis (2000) – el joven líder popular, Luis Vega,
ahora se expresa con mucha más claridad sobre el significado de la
autonomía en un contexto soberanista. Vega también nos relata algunos
episodios de la lucha ideológica interna entre los populares. Las más de las
veces, las inexactitudes que observamos en las expresiones públicas de los
autonomistas son sólo un intento de ocultar al electorado general la
existencia de las discrepancias medulares que se dan en el interior del PPD.
Se hace en ánimos de proyectar homogeneidad ideológica. Pero para los
libreasociacionistas es un error. Los nuevos paradigmas sólo pueden
predominar si se demuestra que los paradigmas de antaño ya no son
congruentes con la realidad. Eso sólo se logra si se trae la discusión al
plano público.
136
Ciudadanía americana
87
El PIP ya ha dado este crucial paso. Aunque sin mucho entusiasmo,
forzado por el reconocimiento de que los puertorriqueños no quieren perder
la ciudadanía americana, acogió la doble ciudadanía en la descripción de la
opción de independencia que se sometió al Congreso cuando éste
consideraba la posibilidad de auspiciar un plebiscito de estatus.
137
cualquier planteamiento americano contra la doble ciudadanía
bajo la independencia sería un asunto de falta de voluntad política
más que de impedimento jurídico.
¿Y si la voluntad política de Estados Unidos fuera la de
no conceder la ciudadanía americana a los ciudadanos de una
república puertorriqueña? Sobreviviríamos, sin duda. La
ciudadanía americana, con todo lo importante que es, no puede
verse como un fetiche. No tiene categoría de sagrada. Se
impone, por lo tanto, su desmitificación (sin que por ello
pretendamos desmerecerla). Para ello, es preciso abordar el tema
desde un punto de vista objetivo. Ante todo, aclaremos porqué
la ciudadanía americana es importante para los puertorriqueños.
Tres son las razones. En primer lugar, casi la mitad de los
nacionales puertorriqueños viven en Estados Unidos (y muchos
nacieron allá). Sus familiares y amigos de la Isla gustan de
visitarlos y por su condición de ciudadanos americanos lo hacen
sin impedimento alguno. En segundo lugar, muchos
puertorriqueños, –y, contrario a tiempos pasados, muchos de
nivel profesional– buscan en Estados Unidos oportunidades para
trabajar o estudiar. Por ser ciudadanos americanos lo pueden
hacer sin trabas y sin ser discriminados (al menos en teoría). La
tercera razón para aferrarse a la ciudadanía es por las ayudas
federales disponibles, entre las que se destacan las de beneficencia
social, becas para estudio, subsidios para viviendas, y préstamos
de bajo interés. Si estas son las razones para no querer
desvincularse de la ciudadanía americana –todas ellas muy
buenas–, la manera de resolver el problema es hallando medios
alternos para satisfacer las tres áreas de preocupación
mencionadas, independizando las soluciones de la necesidad de
tener la ciudadanía americana. Esto es posible por medio de
acuerdos bilaterales que abarquen las áreas de asistencia
económica durante un período significativo de transición y
modificaciones a las políticas laborales y de inmigración con
respecto a los puertorriqueños en caso de que no tuviesen la
ciudadanía americana.
El mensaje a hacer claro es este: la ciudadanía es una
condición jurídica que un estado concede a los individuos que
viven en él o están bajo su jurisdicción, mediante la cual hace
extensivos a éstos todos los derechos individuales que reconoce
en su sistema de gobierno, y así también todas las
138
responsabilidades de vida comunitaria que estima esenciales para
la continuidad del estado. Desde una república propia, los
ciudadanos de Puerto Rico no necesitarían todos los derechos de
los ciudadanos americanos, sólo algunos que podrían lograrse
mediante acuerdos de gobierno a gobierno. En la medida que los
puertorriqueños logren entender esto, tanto menor será su
resistencia a la independencia. Para los independentistas un
programa de educación política es apremiante.
Soberanía
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mundial donde el poder crudo se sustituye por la razón y el
derecho internacional, la soberanía de estado, con sus debidas
limitaciones, adquiere nuevamente condición de importancia88.
Claramente, en la acepción de derecho de estado, Puerto Rico no
tiene y nunca ha tenido soberanía.
En la segunda acepción política de soberanía, ésta se
refiere al derecho de un conglomerado a decidir el sistema de
gobierno que desea, incluyendo su estructura, los modos de
participación democrática en los asuntos públicos y los
mecanismos que utilizará para dirimir los desacuerdos entre los
ciudadanos y el gobierno y los ciudadanos entre sí. En esta
acepción, por lo tanto, soberanía se refiere al poder decisional
que, en última instancia, reside en el pueblo. Vista así, es claro
que existe un vínculo inequívoco entre soberanía y democracia.
Desde ese punto de vista, podemos argumentar que a Puerto
Rico le asiste el derecho de soberanía, aunque no lo ha disfrutado
nunca a plenitud. En el diseño y aprobación de su Constitución
de 1952, Puerto Rico sí ejerció su soberanía de pueblo, pero
mediatizada por las restricciones que el Congreso le impuso a
través de la Ley 600 y la Ley de Relaciones Federales. El
requerimiento de tener que obedecer las leyes federales sin
participar democráticamente en su aprobación y tener que
obedecer las directrices del Presidente de Estados Unidos sin
poder participar en su elección, niega el pleno reconocimiento de
soberanía de pueblo a Puerto Rico.
Si Estados Unidos acuerda con Puerto Rico un
mecanismo de autodeterminación legítimo –lo cual implicaría
terminar con la condición colonial–, podríamos decir que en tal
proceso Puerto Rico ejerce su soberanía popular. Pero, ¿tiene
que conservar la soberanía para que el resultado final sea válido?
No necesariamente. Si optamos por una solución anexionista –
estadidad o ELA en unión permanente– significará la decisión de
unirnos al colectivo americano como parte sustantiva de éste. En
88
En un resultado que consideramos positivo, recientemente, hasta la razón
moral se ha utilizado para no reconocer la soberanía de estado de un país.
Ese es el caso de la intervención de las fuerzas de paz de las Naciones
Unidas en Bosnia y un poco después de la OTAN en Kosovo. En ambos
casos, Yugoslavia vio limitado su derecho soberano como estado.
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tal caso, hay un solo ente soberano: el pueblo89 de Estados
Unidos. Los puertorriqueños participaríamos de esa soberanía en
igualdad de condiciones con el resto de dicho pueblo, del cual
seríamos componente activo, por decisión propia. Si optamos
por la independencia, retendríamos tanto la soberanía de pueblo
como la de estado. Por último, en el caso de la libre asociación,
retendríamos la soberanía de pueblo (porque conservaríamos una
identidad como ente político diferenciado de Estados Unidos) y
la soberanía de estado independiente podría estar o no presente,
dependiendo de la naturaleza del pacto de libre asociación. Si
Puerto Rico logra autorepresentación internacional, tendría
soberanía de estado, si delega su representación en Estados
Unidos, no la tendría.
Luego de las aclaraciones en torno al concepto de
soberanía, es claro que si bien no tiene el carácter absoluto de
poder último que reside en el pueblo, sigue teniendo significado jurídico
e importancia política. No debe despacharse, por lo tanto, como
algunos lo hacen, como un concepto anacrónico, carente de
vigencia en el mundo moderno. Pero tampoco debemos
disminuir la importancia de un acuerdo de estatus, como lo sería
el ELA mejorado o la libre asociación, aunque no incluya
soberanía de estado independiente. La soberanía importante es la
que reconoce el derecho de los ciudadanos a expresar libre y
democráticamente su consentimiento al gobierno que le cobija y a
participar en él conforme con reglas equitativas y criterios
razonables establecidos por el estado del cual se es parte. A esa
soberanía –la soberanía de pueblo– tenemos pleno derecho. Sin
ella no hay descolonización real.
89
Aquí uso el término pueblo en el sentido de conglomerado con derechos
ciudadanos plenos, no como equivalente a nación homogénea en el sentido
cultural.
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