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Joseph Conrad

EL COPARTICIPE SECRETO

Título original:
THE SECRET SHARER
Traducción: Nuria Claver

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1 que flotaba, solemne, en la perfecta soledad. La marea de las
sombras crecía lentamente; y de pronto, como sucede en el
trópico, un enjambre de estrellas investigó la tierra tenebrosa,
A mi derecha había una serie de cañas de pesca similares a mientras yo, que seguía contemplando, apoyaba la mano en la
un enrevesado sistema de alambradas de bambúes, batayola como si del hombro de un amigo se tratara. Pero, al
semisumergidas, que no sabemos cómo dividían el reino de los sentirme observado por esa multitud de astros, mi entrañable y
peces tropicales y que, por su aspecto, parecían abandonadas para serena unión con la nave se disipó. Al mismo tiempo empezaron a
siempre por una tribu de pescadores nómadas que hubiera huido al sonar rumores molestos, voces y pasos; el mayordomo, hombre de
otro lado del océano; ya que ahí no era visible el más mínimo espíritu afanoso y muy solícito, apareció en el puente principal; una
rastro de vida humana. A la izquierda, un conjunto de islotes campañilla tintineó a popa, apremiante.
despoblados —que hacía pensar en muros de piedra, torres, En la cocina, muy bien alumbrada, mis dos oficiales me
fuertes en ruinas— fijaba sus cimientos en un mar azul que se esperaban junto a la mesa para cenar. Inmediatamente nos
extendía ante mis ojos firme y quieto, como si fuera de plomo; sentamos y, mientras le servía a mi primer oficial, le comenté:
hasta el surco de luz que irradiaba el sol poniente resplandecía —¿Se ha fijado que hay un buque anclado entre las islas?
brillante y liso, sin ese centellear que pone al descubierto el más Descubrí los mástiles sobre el risco, al ponerse el sol.
leve movimiento. Y cuando me volví para despedir con la mirada al Bruscamente, irguió su sencillo rostro, poblado por hirsutas
remolcador que ya nos había dejado fuera de la barra, me fijé en la patillas, y profirió sus habituales exclamaciones:
línea recta de la costa, cuyo perfil se fundía con el reposado mar en —¡Bendito sea Dios, señor! ¡No me diga!
perfecta y misteriosa unión, inimitable trazo, entre parduzco y Mi segundo oficial era un joven rubio muy callado y, a mi
azulado, bajo la bóveda del cielo. Tan inapreciables como los islotes juicio, demasiado serio para su edad; pero en cuanto nuestros ojos
marinos, dos reducidos matorrales —bordeando la única mancha se encontraron percibí un leve temblor en sus labios. Desvié la
de esa extensión inmaculada— preludiaban la desembocadura del mirada. Desde luego que no era mi intención provocar bromas a
río Meinam, que acabábamos de dejar en esa primera y preventiva bordo. De todas formas, debo aclarar, que apenas conocía a mis
etapa de nuestro viaje de regreso; algo más lejos, tierra adentro, oficiales. Hacía escasamente quince días que, como consecuencia
una espesura densa y muy alta, la arboleda que rodea la gran de ciertos hechos que sólo son de mi incumbencia, me habían
pagoda de Paknam, permitía un descanso a la mirada en su vano asignado el mando. Así que tampoco conocía muy bien a la
afán por explorar el monótono horizonte. Algunos destellos de tripulación. Ellos habían convivido a bordo durante unos dieciocho
plata, diseminados, señalaban las zonas escabrosas del gran río: meses, por lo tanto yo era el único extraño. Señalo esta
en la más próxima, aún sobre la barra, de pronto, el remolcador circunstancia porque es de particular importancia en mi relato. Mi
que navegaba hacia la costa se perdió de vista —casco, chimenea y condición de intruso era lo que más me preocupaba; porque si he
mástiles— como si la tierra imperturbable lo hubiera tragado sin de ser sincero, la verdad es que también ante mí mismo me sentía
agitaciones ni esfuerzos. Atentamente, seguí con la mirada cómo la como un intruso. Yo era —a excepción del segundo oficial— el más
desvaída nube de humo daba vueltas sobre la llanura según los joven de a bordo, y nunca había sometido mi responsabilidad a
designios de la corriente y, cada vez más frágil y lejana, se perdió semejante prueba; trataba, pues, de dar por descontada la aptitud
tras la colina de la gran pagoda. Entonces me encontré, solo en el de los otros. Bastaba con que estuvieran a la altura de su tarea;
barco, en la cabecera del Golfo de Siam. pero me intrigaba saber si, en realidad, yo sería fiel a esa
Comenzaba un largo viaje; la nave, mientras el sol de la personalidad ideal que todo hombre respeta en secreto.
última tarde proyectaba hacia el este las sombras de sus mástiles, Entretanto, el primer oficial, haciendo uso manifiesto de sus
flotaba en la extensa quietud. Yo estaba en el puente. A bordo, ojos redondos y de sus tremendas patillas, intentaba elaborar una
todo permanecía en silencio y nada se movía, nada se agitaba en teoría acerca del barco anclado. Era su peculiar característica
los alrededores: ni un bote en el agua, ni un pájaro en el aire, ni someter todo a un minucioso examen. Estaba dotado de una
una nube en el cielo. Durante esta pausa exánime, a la espera de mente laboriosa y tenaz. Le gustaba, como solía decir, “dar cuenta
una larga travesía, parecíamos tantear nuestra capacidad ante tan ante sí mismo” de casi todo lo que se le cruzara por el camino, sin
ardua empresa, de cuyo cumplimiento dependían ambas excluir a un pobre escorpión que había encontrado, hacía una
existencias —la mía y la de la nave— y que, ausente todo testigo semana, en su camarote. La procedencia y las intenciones de dicho
humano, sólo tendría al cielo y al mar como jueces y espectadores. escorpión —cómo se había subido a bordo, por qué había elegido
La atmósfera resplandeciente dificultaba la visión, y sólo una su camarote en lugar de la despensa (un sitio oscuro y mucho más
vez que se había puesto el sol mis ojos errantes pudieron apropiado para un escorpión) y cómo se las había arreglado para
detenerse en el risco más alto del islote principal para advertir algo ahogarse en el tintero del escritorio— habían suscitado su ilimitado

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asombro. Dar cuenta de esa nave entre las islas era menos extensa cubierta iluminada por las estrellas. La admiraba porque,
problemático, y justo en el momento en que nos levantábamos él aun dentro de su tamaño, resultaba agradable y espaciosa. Bajé
dio su opinión. A su parecer, era un buque recién llegado. por la popa, me fijé bien en el combés e imaginé la próxima
Seguramente desalojaba demasiada agua como para atravesar la travesía: el Archipiélago Malayo, el Océano Índico, el Atlántico.
barra, sino era cuando las mareas primaverales alcanzaban su Todas esas etapas me eran familiares. Conocía cada particularidad,
máximo nivel. Por ese motivo, había elegido un puerto natural para cada vicisitud que pudiera presentarse en alta mar: todo excepto la
esperar unos días en lugar de permanecer en un fondeadero nueva responsabilidad del mando. Pero me respaldé en una
abierto. razonable reflexión: esa nave no era diferente de las otras, esos
—En efecto —confirmó el segundo oficial, con su voz hombres no eran diferentes de los otros, y sería extraño que el
ligeramente áspera—. Desaloja más de veinte pies. Se trata de un mar me reservara sorpresas especiales urdidas expresamente para
buque de Liverpool, el “Sephora”, y trae cargamento de carbón. des concertarme.
Hace ciento veintitrés días zarpó de Cardiff. Así que una vez que hube llegado a conclusión tan
Lo miramos asombrados. reconfortante, juzgué oportuno encender un cigarrillo y bajé a
—Me lo explicó el capitán del remolcador, cuando subió a buscarlo. Allí, todo estaba en silencio. A popa, todos dormían
bordo para llevarse la correspondencia, señor —añadió el joven—. profundamente. Luego, salí al alcázar, en pijama, relajado y
Quiere conducirlo río arriba pasado mañana. satisfecho en esa noche cálida y serena, descalzo y con un cigarro
Una vez que nos hubo dejado consternados con su copiosa entre los labios.
información, se retiró. El oficial, muy melancólico, observó que “no Me dirigí a proa, donde también reinaba un profundo
podía dar cuenta de las intervenciones de ese jovencito”. No podía silencio, que sólo interrumpió, cuando pasaba ante la puerta del
entender por qué no nos lo había comunicado antes. castillo de proa, el suave, profundo y sosegado suspiro de alguien
Cuando estaba a punto de impartir las órdenes, lo retuve. La que dormía en su interior. De pronto me regocijé en la confianza
tripulación había padecido duros trabajos los dos últimos días, y la que brindaba el mar, comparada con las adversidades de tierra
noche anterior apenas había descansado. Me lamenté al ver que yo firme, así como en mi decisión de haber elegido esa vida sin
—un intruso— acababa de incurrir en una extravagancia al tentaciones, no perturbada por la excitación, investida de una
sugerirle que permitiera a los tripulantes irse a dormir sin nítida belleza moral gracias a la absoluta rectitud de su
establecer turnos de guardia. Propuse que yo mismo me quedaría llamamiento y a la certeza de su propósito.
en cubierta hasta cerca de la una. A esa hora sería relevado por el La luz de los aparejos de proa ardía con una llama clara e
segundo. inmutable, casi simbólica, cuyo seguro resplandor dañaba las
—Él despertará al cocinero y al mayordomo, a las cuatro — enigmáticas sombras. Al pasar al otro lado de la nave, en popa,
concluí—, y ellos lo llamarán a usted. Por supuesto, en cuanto haya observé que la escala de cuerdas (echada, indudablemente, para el
algo de viento levantamos a la tripulación y zarpamos de capitán del remolcador cuando vino en busca de la
inmediato. correspondencia) no había sido izada como era conveniente. Esto
Ocultó su desconcierto. me molestó, ya que es en la detallada exactitud donde reside el
—De acuerdo, señor. alma de la disciplina. Más tarde recordé que yo mismo había
Cuando salió de la cocina, se asomó al cuarto del segundo instado a los oficiales para que dejaran el servicio, y que había sido
para informarle acerca de mi chocante ocurrencia de hacerme yo el que había impedido que la guardia se cumpliera formalmente
cargo de una guardia de cinco horas. La voz del otro resonó fuerte y que todo fuera vigilado con atención. Pensé si era oportuno
y llena de asombro: interferir en la rutina establecida, aun por el motivo más
—¿El mismo capitán? justificable. Posiblemente mi acto me diera fama de excéntrico.
Se oyeron murmullos, un portazo y después otro. Al poco Sólo la Providencia sabía cómo ese oficial, con sus absurdas
rato salí a cubierta. patillas, “daría cuenta” de mi conducta, y cómo juzgaría toda la
Condenado al insomnio por la sensación de ser un intruso, nave las costumbres de su nuevo capitán. Estaba exasperado
había lanzado esa propuesta poco habitual con la esperanza de conmigo mismo.
lograr, en la soledad de la noche, cierta intimidad con esa nave que De todas formas, no fue el arrepentimiento, sino el hábito,
desconocía, tripulada por hombres de los que tampoco sabía nada. lo que me impulsó a recoger la escala. En general, esas escalas son
Cuando la había visto en el muelle, asfixiada —como cualquier muy ligeras y suben sin dificultad; sin embargo, mi vigoroso tirón,
buque en el puerto— por una maraña de diferentes objetos y entre que debía haberla hecho subir a bordo, no logró sino agitar mi
toda aquella muchedumbre, apenas la había podido observar con cuerpo bruscamente. ¡Diab1os! Me quedé perplejo ante la
detalle. Ahora, una vez lista para navegar, contemplé admirado la

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inmovilidad de la escala y traté —igual que ese estúpido oficial— de —Óigame, amigo. ¿Le importaría llamarlo sin que nadie se
dar cuenta de ello. Por fin acabé asomándome por la batayola. entere?
La nave proyectaba su sombra sobre el oscuro resplandor Creí que había llegado el momento de presentarme.
del mar, pero en seguida advertí, flotando junto a la escala de —El capitán soy yo.
cuerdas, una forma alargada y blanquecina. Sin darme tiempo a Se oyó una exclamación musitada a ras del agua, cuya
sacar ninguna conclusión, una luz fosforescente, que parecía brillante superficie resplandecía alrededor de su cuerpo, mientras
provenir del cuerpo de un hombre desnudo, iluminó las su mano se agarraba a la escala.
adormecidas aguas como el relámpago rápido y silencioso que —Mi nombre es Leggatt.
quiebra un nocturno cielo de verano. Mis ojos me revelaron con Su voz era serena y decidida. De algún modo su suficiencia
sorpresa, un par de pies y de largas piernas, una espalda ancha y me indujo a compartirla y observé resueltamente:
muy pálida sumergida hasta el cuello en una aureola verdusca y —Sin duda es usted un buen nadador.
cadavérica. Una mano a ras de agua agarraba el peldaño inferior —Sí. Prácticamente llevo en el agua desde las nueve. Ahora
de la escala. Sólo faltaba la cabeza. ¡Un cadáver decapitado! De mi tengo que decidir si dejo esta escala para seguir nadando hasta
boca abierta se deslizó el cigarro, cayó, un leve siseo y un breve ahogarme de cansancio, o... si voy a subir a bordo.
chasquido resonaron en la inmensa quietud. Seguramente fue por Entonces me di cuenta de que no estaba hablando con
ello que el hombre alzó el rostro, un óvalo desdibujado a la sombra desesperación, sino acerca de las posibilidades reales que podía
de la nave. Sin embargo, aun que sólo pude vislumbrar sus prever un espíritu vigoroso. De ello concluí que él era joven; pues,
enmarañados cabellos negros, fue suficiente para que la aterradora sólo los jóvenes afrontan una decisión con tanta lucidez. Pero en
sensación que me sofocaba pudiera disiparse. Desde luego, no era ese instante me dejé guiar por la intuición. Entre nosotros se había
momento para vanas exclamaciones. Entonces me asomé sobre la establecido ya un misterioso contacto frente al oscuro mar,
batayola para ver más claro ese flotante misterio. silencioso y tropical. Yo también era joven: lo bastante como para
Todavía sin soltarse de la escala, como si fuera un nadador que sobraran comentarios. De pronto, el hombre se encaramó a la
que estuviera descansando, recibía en los miembros la caricia de escala, y yo me apresuré a buscar ropa seca.
las olas, y su resplandor le confería un aire entre siniestro y Antes de entrar en la cabina me detuve en el vestíbulo,
plateado; parecía un pez. Y como un pez, permaneció escuchando atentamente al pie de la escalera. Del cuarto de mi
absolutamente mudo. No hizo el más mínimo movimiento para salir primer oficial provenía un débil ronquido. La puerta del segundo
del agua. Resultaba incomprensible que no intentara subir a bordo, estaba entreabierta, pero allí todo estaba oscuro y silencioso.
y resultaba muy enigmático sospechar que acaso no le interesara. También él era joven y podía dormir como una piedra. Quedaba el
Debido a esa curiosidad, a esa incertidumbre brotaron mis mayordomo pero era bastante improbable que se despertara antes
primeras palabras: de que lo llamasen. Cogí un pijama de mi cuarto, y al volver a
—¿Qué ocurre? —pregunté sin levantar mucho la voz, cubierta, vi al hombre que venía del mar, desnudo, sentado sobre
dirigiéndome a ese rostro que se encontraba justo debajo de mí. la escotilla principal, blanco y resplandeciente en las tinieblas, con
—Un calambre —respondió en voz también baja, y dejando los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos.
notar cierta ansiedad—. Pero no es preciso que avise a nadie. Rápidamente enfundó su cuerpo húmedo en un pijama a rayas
—No iba a hacerlo —respondí. grises, igual al que usaba yo, y me siguió como si fuera mi doble,
—¿Está solo? hasta la popa. La recorrimos callados y descalzos.
—Sí. —¿Qué sucede? —pregunté en voz muy baja, tomando la
Por un momento tuve la impresión de que iba a soltar la lámpara de la bitácora e iluminándole el rostro.
escala para seguir nadando —tan misterioso era su aspecto—. —Algo muy desagradable.
Pero, esta criatura surgida de las aguas, al parecer, del fondo del Sus rasgos eran bastante bien proporcionados: Una boca
mar (que era la tierra más próxima al buque) se limitó a preguntar perfectamente conformada; ojos claros bajo cejas pobladas y
la hora. Yo se la di. Luego insistió, tanteando la situación: oscuras; una frente lisa y rectangular; mejillas imberbes; un
—El capitán estará durmiendo, ¿no? pequeño bigote de color castaño; una barbilla redonda, bien
—Eso sí que no. configurada. A la luz inquisitiva de la lámpara, mostraba una
Parecía luchar consigo mismo, pues le escuché un murmullo expresión concentrada y tenaz, como la de un hombre en solitario
lleno de duda. dedicado a sus reflexiones. Mi ropa era justo de su de su talla. Era
—¿De qué me sirve? un joven de buena presencia, de a lo sumo veinticinco años. Se
Después sus palabras brotaron con vacilación y esfuerzo. mordió el labio inferior con los dientes rasos y blancos.

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—Sí —dije, volviendo a dejar la lámpara en su lugar. La tipo se mostró insolente conmigo. Le insisto, yo estaba harto, con
densa y cálida noche tropical se cernió de nuevo sobre su cabeza. ese tiempo imposible que parecía cosa de nunca acabar. De
—Allá hay un barco —murmuró. verdad, era aterrador, y era un barco muy hondo. Él estaba
—Ya sé. El “Sephora”. ¿Sabía usted que estábamos también enloquecido por el terror. No era momento para más
nosotros? delicadezas, así que me volví y lo golpeé sin más preámbulos. Se
—No tenía la menor idea. Yo soy el oficial... —interrumpió la incorporó y se me vino encima. Nos enganchamos justo en el
frase y corrigió—. Mejor dicho, “Era”. momento en el que una marejada brutal avanzaba hacia el buque.
—¿Ha habido algún problema grave? Los tripulantes, alarmados, se abalanzaron hacia los aparejos, pero
—Sí, muy grave. Asesiné a un hombre. yo lo tenía agarrado por la garganta y seguí sacudiéndolo como a
—¿Qué está diciendo? ¿Cuándo, hace poco? una rata, mientras los hombres chillaban: “¡Sepárense!
—No. Hace varias semanas, durante el viaje. Latitud 39, sur. ¡Sepárense!” Entonces se oyó un ruido espantoso como si se
Bueno, pero, cuando digo un hombre... hubiese desplomado el cielo. Dicen que el barco quedó oculto
—Sin duda fue un ataque de furia —sugerí, en tono durante casi unos diez minutos... sólo se veían los tres mástiles,
confidencial. una parte del castillo de proa y la popa, que salían a flor de agua
El rostro, ensombrecido y grave, parecía asentir vomitando espuma. Fue un milagro que nos encontraran
imperceptiblemente sobre el gris espectral de mi pijama. Parecía agarrados, entre los destrozos. No cabía la menor duda de que
como si, en la noche, yo hubiese enfrentado mi propia imagen en algo malo había pasado, porque yo no le había soltado la garganta.
las profundidades de un espejo inmenso y sombrío. El tenía la cara negra. Fue muy duro para todos. Creo que se
—Bonito negocio, hacerse cargo de un tipo de Conway —dijo lanzaron sobre nosotros, cogiéndonos y gritando como un coro de
mi doble, con toda claridad. lunáticos, y nos arrastraron a popa. La nave, mientras tanto,
—¿Es usted de Conway? luchaba por su vida, bamboleándose sin cesar, agónicamente, y a
—Sí —asintió, un poco sobresaltado; y luego, muy uno le daba horror sólo de verla. Comprendo que el capitán
lentamente—: No me diga que también usted... también se enfureciera. Hacía más de una semana que el pobre
Así era; pero como yo tenía dos años más, había vuelto hombre no dormía, y encontrarse con esa sorpresa en medio de
antes de que él se incorporara. Repasamos las fechas un poco por semejante tormenta lo sacó de sus casillas. Todavía me extraña
encima, y después guardamos silencio; de pronto, pensé en mi que no me haya tirado por la borda después de quitarme de las
absurdo oficial, con sus terribles patillas y sus razonamientos del manos el cadáver de su precioso oficial. Según me contaron,
tipo de: “Bendito sea Dios, no me diga.” Mi doble me desveló sus parece que les costó separarnos. Una historia así sería motivo de
propios pensamientos. entretenimiento para un juez venerable y su respetable jurado.
—Mi padre era presbítero en Norfolk —dijo—. ¿Me imagina Cuando recobré el sentido, lo primero que oí fue el desgarrado
usted ante un juez y un jurado afrontando este cargo? En mi aullido de esa interminable tempestad, y después la voz del viejo.
opinión no lo creo necesario. Hay sujetos a los que un ángel del Estaba inclinado sobre mi litera, llevaba el sombrero de lona calado
cielo... Pero yo no lo soy. Él era una de esas criaturas que se ceban hasta los ojos y me miraba fijamente.
continuamente con su absurda perversidad. Son unos pobres —“Míster Leggatt, usted ha asesinado a un hombre. No
diablos que no tienen derecho a vivir. No hacía ni dejaba hacer. puede continuar como primer oficial del buque.”
¿Pero para qué decirle? Ya sabe usted cómo son esos canallas, mal La premeditada mesura de su voz, hacía que resultara
paridos... monótona. Apoyó una mano, para afirmarse, en el extremo de la
Recurría a mí como si nuestras experiencias fueran tan claraboya, sin esbozar, tal como advertí, el más mínimo gesto.
idénticas como nuestras vestimentas. Y yo sabía muy bien el grave —Bonita historia para contar en una reunión —concluyó en
peligro que entrañan tales temperamentos cuando no hay medios idéntico tono.
de represión legal. Y también sabía muy bien, que mi doble no era Yo apoyé también una mano en el extremo de la claraboya,
un despreciable homicida. Decidí no pedirle detalles, y él me refirió y tampoco esbocé, tal como advertí, el más mínimo gesto.
la historia, con frases secas e inconexas. No hacía falta más. Estábamos muy cerca. Me imaginé que si “Bendito sea Dios, no me
Comprendí con absoluta claridad, como si fuera yo el que estaba diga” se asomaba por la escotilla, creería ver doble o pensaría que
embutido en el Otro pijama. era cosa de magia: el excéntrico capitán conspirando con su propio
—Ocurrió mientras desplegábamos un trinquete. ¡Un fantasma junto al gobernalle. Traté de impedir que ocurriera algo
trinquete recogido! Ya puede imaginarse con qué tiempo. Era la parecido. El otro me habló con voz serena y suave:
única vela que teníamos para que la nave siguiera adelante. Dese —Mi padre es un presbítero de Norfolk.
cuenta, llevábamos así días. No es un trabajo nada fácil, ése. El

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Evidentemente, no recordó que ya me había referido ese malestar. La verdad es que no se parecía a mí en lo más mínimo;
importante dato. Bonita historia, desde luego. pero, mientras nos sentábamos en la litera y nos hacíamos
—Será mejor que venga a mi camarote —sugerí, confidencias, uno junto a otro, nuestras cabezas arrimadas y de
moviéndome cautelosamente. espaldas a la puerta, cualquiera que la hubiera abierto,
Mi doble me siguió; nuestros pies descalzos no hicieron nada inadvertidamente, habría padecido el alarmante espectáculo de un
de ruido; lo hice pasar, cerré la puerta con cuidado, y después de doble capitán hablando con su otro yo.
avisar al segundo oficial, regresé a cubierta mucho más tranquilo. —Bueno, pero no ha acabado de explicarme cómo llegó
—Parece que todavía no hay viento —insistí en cuanto se usted hasta nuestra escala —sugerí en un susurro apenas audible,
hubo acercado. una vez que ya me había contado algo más sobre lo sucedido a
—No señor. No mucho —asintió, medio dormido, con su bordo del “Sephora” cuando cesó el mal tiempo.
grave voz, sin más cortesía que la estrictamente necesaria, a la vez —Al llegar frente al promontorio de Java, yo ya había
que disimulaba un bostezo. meditado sobre mi situación. Hacía seis semanas que no me
—Bueno, eso es todo. Siga las instrucciones. dedicaba a otra cosa, y sólo tenía una hora, todas las noches, para
—Sí, señor. dar un paseo por el alcázar.
Paseé un poco por la popa y vi como se hacía cargo de su Reclinado en el borde de mi cama, continuaba con su
puesto, el rostro erguido, el codo apoyado en el frenillo de los incesante susurro, los brazos cruzados y los ojos fijos en la
aparejos de mesana. Luego bajé. Todavía se oían los débiles tronera. Comprendí su proyecto a la perfección: un acto guiado por
ronquidos del oficial, tranquilos y acompasados. La lámpara de la la obstinación, no por la razón, un acto del que yo hubiera sido
cocina ardía sobre una mesa adornada con un florero (una totalmente incapaz.
delicadeza del proveedor del buque) las últimas flores que —La noche caería antes de que nos acercáramos a tierra —él
veríamos por lo menos en tres meses. Dos pedazos de bananas seguía hablando, mientras yo, hombro a hombro, le escuchaba
colgaban del bao, uno a cada lado del timón. Aparentemente, nada esforzado—. Entonces pedí hablar con el viejo. Parecía molesto
había cambiado a bordo —salvo que los dos pijamas del capitán cuando venía a verme... como si le costase mirarme a los ojos.
estaban siendo usados a la vez, uno en el fogón, otro quieto en su Porque claro, ese trinquete salvó al buque, que era muy hondo
camarote. para navegar con los mástiles desnudos. Y eso me lo debían a mí.
Debo explicar que mi cabina tenía forma de “L” mayúscula: El caso es que vino, y cuando estaba en mi camarote (mirándome
la puerta estaba en el ángulo dando a la línea horizontal; a la como si tuviera ya la soga al cuello) le rogué, directamente, que
izquierda había un catre, a la derecha una litera; mi escritorio y la esa noche, mientras la nave cruzaba el Estrecho de Sunda, dejara
mesa de los cronómetros enfrente de la puerta. De forma que, la puerta abierta. La costa de Java estaría a dos o tres millas, cerca
aunque alguien la abriera, no vería, sino es que entraba, el lado del Cabo Angier. No le pedía más. El segundo año en Conway yo
vertical de la “L”. Allí había algunos armarios, y sobre ellos un gané un premio de natación.
anaquel lleno de libros, algo de ropa —dos chaquetas, gorras, un —No me extraña —murmuré.
impermeable— colgaba de los percheros. Al fondo había una puerta —Sabe Dios por qué me encerraban todas las noches. Por lo
que daba al baño, que tenía acceso directo —aunque no se que veía en sus rostros, parecían temer que yo saliera por ahí a
utilizaba— desde el salón. estrangular gente. ¿Es que tengo pinta de ser una bestia asesina?
Mi enigmático visitante ya había comprobado las ventajas de Porque si fuera así, él no se habría arriesgado a entrar en mi
esta original distribución. Cuando entré en mi camarote, cuarto. Verá usted, yo podría haberlo echado a un lado y escapar
cuidadosamente iluminado por una lámpara colgada de dos en el acto, pues ya era de noche. Pero no. Tampoco intenté
balancines, no pude dar con él hasta que salió, muy ligero, de derribar la puerta, por la misma razón. Se habrían abalanzado
entre los abrigos que estaban colgados en la parte trasera. todos sobre mí ante el alboroto, y no me interesaba pelear de
—Oí entrar a alguien y me oculté inmediatamente — nuevo. Quién sabe si no hubiera habido otro muerto (no me iba a
murmuró. fugar para que me encerraran otra vez), y además no quería
También yo hablé en voz muy baja: problemas. El viejo puso muy mala cara y se negó. Tenía miedo de
—Es casi imposible que entre alguien aquí sin llamar y pedir sus hombres, y sobre todo de ese segundo oficial... que navegaba
permiso. con él hacía mucho; un viejo canoso, un farsante; además estaba
Asintió. Su rostro, curtido y flaco, estaba pálido como el de su mayordomo, que también hacía un montón de años (diecisiete,
un enfermo. No era para menos. Por lo que me contó, había estado creo) que lo acompañaba, un desgraciado que no me podía ni ver,
arrestado en su camarote durante casi siete semanas. Sin y todo porque yo era el primer oficial. Fíjese, ningún primer oficial
embargo, sus ojos y su expresión no delataban un excesivo había hecho más de un viaje en el “Sephora”. Esos tipos

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gobernaban el barco. El diablo sabría qué no temía al capitán (esa isla, y desde allí vi la luz de su nave. Por lo menos, ya contaba con
tormenta infernal le había quitado todo el coraje): la ley, su mujer, una meta. Nadé tranquilamente y, a medio camino, me encontré
qué sé yo. Sí, porque ella está a bordo. Aunque no creo que haya con una roca, que sobresalía uno o dos pies del agua.
intervenido. Creo que le habría bastado con verme fuera del buque. Seguramente durante el día, desde popa, usted puede verla con el
La historia de la “marca de Caín”, ¿se da cuenta? Bueno. Yo estaba catalejo. Me tumbé ahí y descansé un rato. Después me zambullí
dispuesto a vagar por la faz de la tierra; por un Abel como ése era otra vez. El último tramo habrá sido de una milla.
más que suficiente. De todas formas, el viejo ni se dignó a Su voz era cada vez más débil, y sus ojos no dejaban de
escucharme. vigilar la tronera, por donde no se veía ni una estrella. No lo
“—Las cosas deben seguir su orden natural. Aquí yo interrumpí en todo el tiempo que estuvo hablando. Su relato. O tal
represento la ley. vez él mismo, imponían un silencio total, pues ambos poseían una
Estaba temblando. incalificable cualidad, inspiraban una sensación inexpresable. En
“—¿Así que no acepta? cuanto concluyó, sólo pude susurrar, muy levemente:
“—¡No! —¿Y entonces nadó hacia nuestra luz?
“—¡Ojalá que después de todo esto pueda conciliar el sueño! —Sí, recto hacia ella. Era mi meta. No podía guiarme por las
—le dije, volviéndole la espalda. estrellas, porque se interponía la costa, y tampoco había tierra
“—¡Ojalá pueda «usted»! —gritó cerrando la puerta con firme a la que pudiera acceder. El agua parecía un espejo. Era
cerrojo. como nadar en una cisterna de mil pies de profundidad, sin un
“La verdad es que no pude conciliarlo muy bien. Eso ocurrió lugar donde encaramarse; pero lo que me horrorizaba era la idea
hace tres semanas. Cruzamos el mar de Java lentamente; de dar vueltas y vueltas como un animal enloquecido, antes de
anduvimos a la deriva por Carimata, unos diez días. Cuando rendirme; y no tenía ninguna intención de regresar... No. ¿Me
anclamos aquí, debieron pensar que todo iba bien. La tierra más imagina usted, arrastrándome desnudo, agarrado del pescuezo,
cercana (a unas cinco millas) es el destino del buque; el cónsul se desde una de esas islas, peleando como un fiera? Posiblemente
encargaría de apresarme; además no tenía objeto que yo me hubiera matado a alguno, y no quería saber nada de eso. Así que
lanzara hacia esos islotes. Seguramente no hay ahí ni una gota de continué. Entonces la escala...
agua. Esta noche, no sé qué pasó, el mayordomo, después de —¿Por qué no avisó? —pregunté en voz más alta.
traerme la cena, salió para que yo comiera a solas y dejó la puerta Me rozó en el hombro. Lentos pasos resonaron sobre
sin cerrojo. Comí hasta que no dejé ni una miga. Después salí a nuestras cabezas y se detuvieron. El segundo había cruzado desde
pasear por el alcázar. En principio, no tenía intenciones de hacer el otro lado de la popa y debía de estar asomándose por la
nada, simplemente de tomar un poco el aire. Pero de pronto, una batayola.
súbita tentación se adueñó de mí. Arrojé las zapatillas y sin —¿Nos habrá escuchado? —preguntó mi doble con avidez.
pensármelo dos veces ya estaba en el agua. Alguien oyó la Su ansiedad era una respuesta, cabal, a la pregunta que yo
zambullida y organizó un alboroto terrible. antes le había formulado. Una respuesta que mostraba lo
“—Se ha escapado! ¡Que arríen los botes! ¡Se ha suicidado! embarazoso de la situación. Ante la duda, cerré la tronera,
¡No, está nadando! silenciosamente, pues podían oírnos si levantábamos la voz.
“Claro que estaba nadando. Un nadador como yo no se —¿Quién es? —preguntó entonces.
suicida ahogándose. —Mi segundo. Pero no lo conozco mucho más que usted.
Llegué al islote más próximo antes que bajaran el bote. Los Le hablé un poco de mí mismo.
escuché remar en la oscuridad, gritando, pero no tardaron en Hacía unos quince días que me habían asignado el mando,
abandonar la batida. cuando menos lo esperaba. No sabía nada del buque ni de la
Ceso el ruido y sobrevino una calma mortal. Me senté en gente. En puerto, ni siquiera había tenido tiempo de situarme un
una roca y pensé qué hacer. No me cabía la menor duda de que al poco. En cuanto a la tripulación, lo único que sabían es que yo
amanecer me seguirían buscando. No tenía refugio posible... debía conducir la nave a casa. Así que, le comenté, yo era a bordo
aunque tampoco me hubiera servido de nada. Pero, bueno, de tan intruso como él. En aquel instante esa sensación se agudizó,
momento ya estaba fuera del barco, y no iba a regresar. Al fin pues comprendí que dentro de poco comenzaría a ser un
decidí quitarme la ropa, hacer un bulto con ella, meter dentro una sospechoso a los ojos de mis tripulantes.
piedra y arrojarla al agua desde un extremo del islote. Como Él se había girado hacia mí; entonces los dos extraños de a
suicidio me era suficiente. Que pensaran lo que les diese la gana. bordo se enfrentaron en idéntica actitud.
Desde luego yo no tenía ninguna intención de ahogarme. Nadaría —¡Esa escala! —murmuró él, después de una pausa—.
hasta que no pudiera más... que no es lo mismo. Llegué hasta otra ¿Quién iba a imaginar que había una escala colgando de un barco

7
anclado en mitad de la noche? Estaba muy fatigado. La vida que cortinas de la litera antes de acostarme en el catre. Salió y dejó la
llevé durante nueve semanas era para acabar con cualquiera. Me puerta abierta, con el gancho puesto, como era habitual.
sentía incapaz de llegar hasta las cadenas del timón. Entonces Arriba, la tripulación limpiaba la cubierta. Yo sabía que, si
¿qué es lo que veo? Una escala donde agarrarme. En cuanto la hubiera algo de brisa; ya me lo habrían comunicado. Calma chicha,
agarré me dije que quizás no serviría de nada. Entonces vi que se pensé, todavía más inquieto. Me sentía, en verdad, más doble que
asomaba una cabeza, y pensé que me alejaría inmediatamente y lo nunca.
dejaría gritando... en el idioma que fuese. Pero, no me importó que De pronto volvió el mayordomo. Salté del catre tan
me vieran, casi... me agradó. Y usted, hablándome con esa voz tan rápidamente que conseguí sobresaltarlo.
sosegada, como si me estuviera esperando... Bueno, me decidió a —¿Qué quiere?
aguardar un poco más. Estaba cansado de estar solo... y no me —Cerrar su tronera, señor... Están limpiando la cubierta.
refiero únicamente al tiempo que estuve nadando. Creo que me —Está cerrada —dije, enrojeciendo.
alegró poder hablar con alguien que no fuera del “Sephora”. Y, en —Muy bien, señor.
cuanto a lo de preguntar por el capitán, fue absolutamente Pero no se movió del vano de la puerta, y desde allí me
instintivo. No me hubiera valido de nada si se llega a enterar toda dedicó una mirada equívoca y algo violenta. Después sus ojos
la tripulación y al día siguiente aparecen los otros a buscarme. No vacilaron y su expresión varió completamente; con un deje
sé... me apetecía dejarme ver, hablar con alguien, antes de extrañamente cordial en la voz, casi cálido, preguntó:
continuar. Seguramente hubiera dicho. “Hace una noche muy —¿Puedo entrar a recoger su taza, señor?
agradable, ¿no?”, o algo así... —¡Claro! —y le volví la espalda mientras él entraba y volvía
—¿Cree que no tardarán en venir? —pregunté incrédulo. a salir. Luego quité el gancho de la puerta, la cerré y hasta pasé el
—Es casi seguro —balbuceó. cerrojo. Ya no podía mantener por más tiempo esa situación.
De pronto, pareció exhausto. Dio algunas cabezadas. Además la cabina parecía un horno. Observé a mi doble y advertí
—Ah... Veamos. Mientras, métase en la cama —murmuré—. que no se había movido, que todavía tenía el brazo sobre los ojos;
¿Lo ayudo? Así. sólo su pecho se agitaba. Tenía el pelo húmedo y la barbilla perlada
Era una litera más bien alta, con cajones debajo. Aquel de sudor. Inclinándome sobre él, abrí la tronera.
asombroso nadador (al que tuve que empujar, sosteniéndole la —Tendré que hacer acto de presencia—reflexioné.
pierna) se desplomó en su interior, se tumbó boca arriba y se tapó En teoría, yo podía hacer lo que quisiera sin hallar oposición
el rostro con el brazo. De esa forma, con el rostro semioculto, su alguna en mil millas a la redonda, pero no me decidí a cerrar la
aspecto era bien parecido al mío cuando yo estaba durmiendo. cabina y llevarme la llave. Me asomé por la escotilla y vi a mis dos
Observé un rato a mi otro yo antes de cerrar las cortinas de oficiales; el segundo iba descalzo, el primer oficial llevaba unas
estambre en color verde, sujetas a una barra de bronce. Para enormes botas de goma. Los dos estaban en popa, y el
mayor seguridad, pensé en agarrarlas con un imperdible, pero me mayordomo, subido a una escala, no paraba de hablarles. 1 En que
senté en el catre, y una vez allí me dio pereza ir a buscarlo. Luego me vio, desapareció; el segundo se dirigió a la cubierta principal,
lo haría. Estaba agotado, íntimamente agotado, por las maniobras gritando órdenes; el primer oficial acudió a mi encuentro,
a las que me obligaba nuestra clandestinidad, por ese nerviosismo llevándose la mano a la gorra.
de tener que guardar aquel secreto. Ya eran las tres y yo estaba Había cierta curiosidad en sus ojos que me disgustó. Quizás
levantado desde las nueve, pero no tenía sueño; tampoco hubiera el mayordomo sólo les había comentado que yo era “un tanto
podido dormirme. Me senté, agotado, y contemplé las cortinas, extraño”, o, lisa y llanamente, que estaba borracho, pero desde
tratando de conjurar la sensación de estar en dos sitios a la vez, luego, aquel hombre estaba dispuesto a examinarme. A medida
profundamente inquieto por un golpe que sentí en la cabeza. Pero que se acercaba, su sonrisa se extendió hasta las patillas. No le di
pronto descubrí, con alivio, que no había sido en mi cabeza, sino tiempo ni de abrir la boca.
en la puerta. “¡Adelante! “, dije sin pensarlo, y el mayordomo entró —Que cuadren las vergas, antes de que desayune la
con una bandeja, trayéndome el café de la mañana. Por fin había tripulación.
dormido pero a tal punto se intensificó mi temor que grité: "¡Aquí! Aquélla era la primera orden concreta que yo impartía a
Aquí estoy, mayordomo;" como si estuviera a mil millas de bordo de esa nave; permanecí en cubierta porque quería verla
distancia. Dejó la bandeja en la mesa, al lado del catre, y dijo: cumplir. Tenía una imperiosa necesidad de afirmarme. En esa
—Ya lo veo, señor. ocasión, el mozalbete socarrón dejó caer un par de cabillas, y
Sentí su mirada penetrante, pero no tuve valor de mirarlo además tuve oportunidad de observar a cada uno de los hombres
frente a frente. Seguramente se preguntó por qué había corrido las
1Incongruencia en el texto
8
del trinquete, cuando pasaban delante de mí para dirigirse a las El hecho me tenía fascinado. Continuamente miraba por
brazas de popa. Durante el desayuno, que no probé bocado, presidí encima de mi hombro. Estaba observándolo cuando me
la mesa con tal frialdad que ambos oficiales no dudaron en interrumpió una voz:
abandonarme apenas se los permitió el de coro; entretanto, la —Discúlpeme, señor.
doble tarea de mi espíritu me apremiaba hasta la locura. Ni por un —Sí.
momento dejaba de observarme a mí mismo: mi yo secreto (yo Seguí observándolo, y cuando la voz informó que una
mismo) dependía de mis actuaciones tanto como mi propia chalupa se acercaba a la nave, vi como se sobresaltaba: por fin,
personalidad (que dormía en esa cama que yo enfrentaba al después de tantas horas, se había movido, aunque ni siquiera
sentarme en la cabecera de la mesa). Era algo parecido a la locura, había levantado la cabeza.
aunque peor, ya que uno se daba cuenta de todo. —Bueno, que bajen la escala.
Tuve que sacudirlo un buen rato, pero cuando por fin se Dudé un instante. ¿Debía de avisarle? ¿Pero cómo? ¿ Qué
despertó, demostró pleno dominio de sí mismo; me interrogó con iba a decirle yo que él ya no supiera? Parecía que su quietud no
la mirada. había sido perturbada. Por fin, salí a cubierta.
—Todo va bien por ahora —susurré—. Escóndase en el baño.
Así lo hizo, tan sigilosamente que parecía un fantasma; 2
luego llamé al mayordomo y, encarándolo audazmente, le ordené
que hiciera la limpieza del camarote mientras yo me daba una Finas patillas pelirrojas enmarcaban el rostro del capitán del
ducha. “Sephora”, el tono de su tez era el que suele ser común a ese tipo
—Y dese prisa —añadí. de cabellos; y también estaba de acuerdo el azul pálido de sus
—Sí, señor —respondió, pues estaba claro que mi tono de ojos. Su constitución no impresionaba demasiado: Era de estatura
voz no admitía excusas, y se apresuró a buscar su escoba y sus media, tenía hombros muy altos y piernas, sobre todo una, un
cepillos. poco torcidas. Mientras miraba distraídamente a su alrededor, me
Me di un baño y me vestí, silbando dulcemente para que el tendió la mano. Tuve la impresión de que su principal característica
mayordomo no sospechara nada; mientras el confidente secreto de era una agobiante obstinación. Mostré tal educación que pareció
mi vida permanecía firme y erguido en aquel reducido espacio. La aturdido. Tal vez era algo tímido. Hablaba quedamente, como si se
luz de la mañana reveló su rostro macilento, los párpados cerrados avergonzara de sus palabras; se presentó (su nombre era algo así
bajo el trazo negro y severo de sus cejas fruncidas. como Archbold, aunque después de tantos años apenas lo
Lo abandoné para regresar a mi cuarto justo cuando el recuerdo), me dijo también el nombre de su barco, y otros
mayordomo concluía la limpieza. Hice llamar al primer oficial y lo detalles, como si se tratara de un criminal haciendo su angustiosa
distraje con una charla sin importancia. Era una forma, por así y dolorosa confesión. Explicó que, durante el viaje, había tenido un
decirlo, de tomar a la ligera sus terribles patillas; pero, en realidad, tiempo horrible —¡horrible!— y, para empeorar las cosas, con su
mi intención era darle la oportunidad de que examinara mujer a bordo.
atentamente mi camarote. Por fin, cerré aliviado la puerta de la Estábamos sentados en la cabina. El mayordomo había
cabina y llevé a mi doble a la parte de atrás. Era lo único que se traído una bandeja con una botella y unos vasos.
podía hacer. Tuvo que sentarse, rígido, en un pequeño banco —No, se lo agradezco.
plegable, rodeado de los gruesos abrigos. El mayordomo salió del No bebía alcohol. Pero aceptaría un poco de agua. Se bebió
salón, se dirigió al baño, llenó las botellas de agua, limpió, puso las dos vasos. Ese trabajo le daba mucha sed. Desde el amanecer
cosas en orden, regresó al salón, cerró con llave, mientras nosotros estaba explorando las islas de los alrededores.
escuchábamos todos sus movimientos. Ese era mi plan para que mi —¿Para qué? ¿Para distraerse? —pregunté, aparentando
otro yo permaneciera invisible. Nada más adecuado podía tramarse interés y simpatía.
en esas circunstancias. Nos sentamos, yo frente a mi escritorio, —No —suspiró muy hondo—. Un doloroso deber.
aparentando estar muy ocupado con ciertos papeles; él, detrás de Como continuaba hablando en voz muy baja y yo quería que
mí, sin que se le pudiera ver desde la puerta. Hubiera sido una mi doble oyera todo, decidí explicarle que, desgraciadamente, yo
imprudencia conversar durante el día, y yo tampoco hubiera no estaba muy bien del oído.
tolerado esa inquietante sensación de estar susurrándome a mí —¡Y tan joven! —se compadeció, fijándome sus ojos azules
mismo. De vez en cuando, al mirar por encima del hombro, lo veía e inexpresivos. Entonces me preguntó (aunque sin la menor
allí, erguido sobre el banco, los pies juntos, los brazos cruzados, la afabilidad, como si creyera que, al fin y al cabo, era mi merecido)
cabeza apoyada sobre el pecho y perfectamente inmóvil. si era a causa de alguna enfermedad.
Cualquiera lo habría tomado por mí.

9
—Sí, una enfermedad —asentí, en un tono muy alegre que —La mano de Dios —me interrumpió—. Nada más. No tengo
pareció desconcertarlo. Pero ya había logrado mi propósito, pues reparo en confesarle que ni siquiera me atreví a dar la orden.
tuvo que alzar la voz para contarme lo ocurrido. No es necesario Parecía imposible que pudiéramos desplegarla sin echarla a perder,
relatar su versión. La historia había ocurrido hacía dos meses, y él y entonces sí que se habría ido nuestra última esperanza.
había reflexionado tanto sobre el asunto que, aunque todavía le El terror a esa borrasca lo abrumaba.
tenía impresionado, sus consecuencias lo aturdían por completo. Esperé mientras seguía un rato y luego, distraídamente,
—¿Cómo reaccionaría usted si algo semejante ocurriera a pregunté:
bordo de su nave? Hace quince años soy capitán del “Sephora”. Me —Supongo que usted estaría ansioso por entregar a su
conoce todo el mundo. oficial en manos de la justicia, ¿verdad?
Estaba angustiado. Posiblemente yo habría simpatizado con Efectivamente. A las autoridades. La ciega obstinación con
él de haber podido evitar ver, en el imprevisto confidente, una que aludía a ello tenía algo de desconcertante y cruel; algo, por
especie de segundo yo que a unos diez pasos de distancia se decirlo así, de místico, además de su ansiedad porque nadie
escondía tras el mamparo. Aunque por educación miraba fijamente sospechara que él “había afrontado una situación semejante”.
al capitán Archbold (si es que se llamaba así) era al otro a quien Treinta y siete años de irreprochable navegación, de los que se
veía, con su pijama gris, sentado en el banco, los pies juntos, los contaban veinte de ejercicio del mando (los últimos quince en el
brazos cruzados, la cabeza sobre él pecho, atento a todas nuestras “Sephora”), parecían haberlo destinado a un deber inapelable.
palabras. —Y ya sabe —prosiguió, mientras sonrojado revolvía en sus
—Hace treinta y siete años que navego, y jamás he oído que propios sentimientos—, yo no fui quien contrató a ese joven.
una cosa así ocurriera a bordo de un buque inglés. Y que haya Su familia tenía cierta relación con mis dueños. De alguna
tenido que pasar justo en mi barco. Para complicarlo más, con mi manera me vi obligado a tomarlo. No tenía mal aspecto, parecía un
mujer a bordo. caballero, pero ¿qué quiere que le diga?
Yo ya no le prestaba atención. A mí nunca acabó de gustarme. Soy un tipo sencillo.
—¿No cree usted —sugerí— que tal vez la marejada que, ¿Entiende? Él no era hombre apropiado para primer oficial de un
según me ha dicho, arrasó el barco, pudo ser la causa? Lo he visto buque como el “Shephora”.
en algunas ocasiones: la brutalidad del mar es tal que puede matar Mis impresiones y pensamientos se confundían hasta tal
a un hombre, partirle el cuello. punto con los de mi confidente secreto, que me dio la sensación de
—¡Por Dios! —Exclamó indignado, clavándome sus vagos que el capitán me quería dar a entender que yo tampoco era
ojos azules—. ¡El mar! Nunca he visto a un hombre muerto por el hombre apropiado para primer oficial de un buque como el
mar, con esa cara. “Sephora”. En ese momento, yo no tenía la menor duda.
Mis palabras debieron escandalizarlo. Mientras yo lo miraba —Ya me comprende. No era su estilo —añadió con ligereza,
—sin esperar que hiciera nada raro—, acercó su cabeza a la mía, mirándome violentamente.
sacó la lengua de forma tan sorprendente que no pude por menos Sonreí con educación. Pareció muy con fundido.
que asustarme y echarme para atrás. —Así que tendré que informar que fue un suicidio.
Una vez que ya había puesto a prueba mi calma con un —¿Cómo?
gesto tan gráfico, tomó una actitud muy reflexiva. Aseguró que si —¡Sui-ci-dio! Eso es lo que tendré que notificar a los
yo lo hubiera visto, no lo olvidaría jamás. El tiempo era tan malo propietarios, nada más llegar.
que no era posible darle al cadáver una sepultura adecuada. Así —Si no es que puede capturarlo antes de mañana —asentí
que al día siguiente, al amanecer, cubriéndole el rostro con un despreocupado—. Vivo... quiero decir.
trozo de tela, lo llevaron a popa. Él leyó una breve plegaria, y, tal Dijo algo que no escuché, y me acerqué con un gesto de
como estaba, con botas e impermeable, lo arrojaron a esas intriga.
montañas de agua que parecían dispuestas a devorar al buque en —La tierra... —gritó—, o sea, la costa más próxima está a
cualquier momento, junto con las atemorizadas vidas que llevaba unas siete millas de mi fondeadero.
dentro. —Aproximadamente.
—Lo salvó ese trinquete —intervine. Mi falta de apasionamiento, de interés, de asombro, de
—Fue gracia de Dios —exclamó vehementemente—. Creo cualquier tipo de curiosidad, excitaron su desconfianza. Sin
firmemente que fue gracias a Su misericordia que resistió al embargo, salvo la feliz idea de la sordera, yo no había simulado
huracán. nada. Me resultaba difícil aparentar ignorancia, y ni siquiera la
—Y fue cuando desplegaban la vela que... —comencé. había intentado. Hay que tener en cuenta que él traía ya alguna
sospecha, y que mi cortesía le resultaba asombrosa y poco natural.

10
Pero ¿cómo iba a recibirlo? ¿Con entusiasmo? Eso era imposible al alcázar emitió un suspiro hondo y prolongado y murmuró,
por razones psicológicas que no hace falta explicar aquí. Lo único perplejo, que debía regresar a su barco. Le ordené a mi oficial, que
que me importaba era evitar un interrogatorio. ¿Con insolencia? nos acompañaba, que se encargara de la chalupa del capitán.
Hubiera suscitado alguna pregunta a bocajarro. Una templada El hombre de las terribles patillas hizo sonar el silencio que
cortesía —cuya naturaleza representaba para él una novedad— era llevaba normalmente alrededor del cuello, y gritó:
el mejor obstáculo con el que podía defenderme, aun arriesgando —¡Atención los del “Sephora”!
que fuera tan audaz como para dejarme sin recursos. Creo que no Sin lugar a dudas mi doble (no menos aliviado que yo) pudo
habría podido mentirle directamente, también por razones oírlo desde la cabina. Cuatro hombres irrumpieron junto a la borda,
psicológicas, no morales. Si él hubiera sabido cómo temía yo que y hasta mis tripulantes, que también hicieron acto de presencia en
pusiera a prueba mi sentimiento de identidad con el otro! Sin cubierta, se alinearon ante la batayola. Ceremoniosamente, escolté
embargo (sólo después me paré a pensarlo), creo que no dejaba a mi visitante hasta el pasamano. Quizás fuera excesivo, pero él
de turbarle la contrapartida de esa molesta situación, pues tal vez, era un hombre testarudo. Ya estaba en la escala cuando se paró
había algo en mí que le evocaba al hombre que perseguía, para decirme, con ese modo tan particular, ridículamente culpable,
recordándole misteriosamente al joven que, desde un primer de aferrarse a su obsesión:
momento, le despertara disgusto y desconfianza. —Escúcheme... No cree usted que...
Fuera lo que fuera, su silencio no se prolongó. Una vez más Le interrumpí enfáticamente:
atacó indirectamente: —Seguro que no... Tanto gusto. Adiós. Me imaginé lo que
—Calculo que hice un trayecto de unas dos millas hasta su iba a decir, y la ventaja de oír mal me salvó. El capitán no tenía
nave. Ni una pulgada más. coraje suficiente como para insistir, pero mi oficial, testigo
—Es mucho, con este bochorno —comenté. presencial de la despedida, se mostró desconcertado y se quedó
Después hubo otra pausa llena de suspicacia. Dicen que la muy pensativo. Mi actitud, que era de aparentar que no quería
necesidad es madre del ingenio, pero no es menos cierto que el eludir la conversación con mis oficiales, le dio la oportunidad para
miedo también sabe dar buenos consejos. Me apremiaba el temor dirigirse a mí.
de que me hiciera alguna pregunta a bocajarro sobre mi otro yo. —Parece un buen hombre. Su tripulación le contó a la
—Está bien este saloncito, ¿no? —observé, como si fuera la nuestra una historia extraordinaria, si el mayordomo no miente.
primera vez que advertía cómo sus ojos lo examinaban de puerta a Supongo, señor, que el capitán le habrá comentado algo.
puerta—. Está muy bien puesto —continué, inclinándome sobre el —Efectivamente. El capitán me la refirió.
asiento para abrir una puerta, como al azar—. Aquí, por ejemplo, —Un asunto muy desagradable ¿no le parece, señor?
está el baño. —Sí, así es.
Aunque casi no miró su interior, no pudo contener un gesto —Peor que esas historias que se oyén sobre homicidios en
lleno de curiosidad. Me levanté, cerré la puerta del baño y lo invité los barcos yanquis.
a que lo viera, como si me enorgulleciera de tantas comodidades. —No creo que sea peor. No creo que tenga nada que ver.
Se vio obligado a seguirme, pero lo soportó sin dejar entrever el —¡Bendito sea Dios..., no me diga! Yo no tengo ningún
menor disgusto. conocido en esos barcos; de forma que no le puedo discutir. Pero
En voz tan alta como la discreción lo permitía, dije: para mí es bastante horrible... Lo extraño es que parecían
—Y ahora vamos a ver mi camarote. sospechar que ese hombre se había ocultado aquí, a bordo.
—Crucé hacia estribor con pasos decididos. Echó una mirada ¿Verdad? ¿Qué opina usted?
en torno y me siguió. —Absurdo, ¿no?
Mi doble, que no era tonto, había desaparecido. Paseábamos por el alcázar, de babor a estribor, era domingo
—Es muy cómodo, ¿no? y no había ningún tripulante a la vista, el oficial prosiguió:
—Muy agradable. Muy cóm... —no ter minó la frase. Se —Hubo algún comentario al respecto. Nuestros hombres se
retiró bruscamente como si se oliera una treta maléfica por mi ofendieron. “Como si fuéramos a proteger a alguien así”, decían.
parte. Pero no había nada de eso. Mi temor había sido demasiado “mirar en el depósito del carbón?”. La cosa fue grave, pero al final
persistente como para no inspirarme deseos de venganza; se arregló. Me imagino que el fugitivo se habrá ahogado. ¿No le
entonces advertí que ya lo tenía en mis manos, y no quise dejarlo parece, señor?
escapar. Mi afectuosa insistencia pudo sonarle amenazadora, —No, no me parece nada.
porque cedió en el acto. No le perdoné un solo detalle: el cuarto —¿Pero no le intriga la historia, señor?
del oficial, la despensa, los depósitos, y hasta el pañol de las velas —En absoluto.
que había a popa; tuvo que verlo todo. Cuando finalmente lo llevé

11
De pronto lo dejé. Advertí que no era muy adecuado; pero una existencia tumultuosa e indigna. Pero no tuve tiempo de
estar en el puente, teniendo a mi doble ahí abajo, me ponía los reflexionar más sobre el asunto. Se oyeron unos pasos, un golpe
nervios de punta; estar abajo también me los ponía. No había en la puerta.
quien pudiera soportar fácilmente esa situación. Sin embargo, —Ya tenemos viento para partir, señor. Eso suponía una
mientras estaba con él, me sentía menos dividido. En toda la nave, nueva exigencia de la que hacerme cargo.
no había nadie que pudiese, como él, ser mi confidente. Ahora que —Que suba la tripulación —grité—. En seguida voy a
los tripulantes ya conocían la historia, era imposible hacerlo pasar cubierta.
por otro y un descubrimiento accidental era más peligroso que Por fin iba a conocer mi barco, pero antes de irme, nuestros
nunca. ojos se encontraron: los ojos de los dos intrusos de a bordo. Le
Nada más bajar, el mayordomo estaba preparando la mesa indiqué el banco que le estaba esperando y puse un dedo en mis
y, apenas pudimos intercambiar un par de miradas. Por la tarde, labios. El hizo un gesto vago y enigmático, y esbozó una sonrisa,
volvimos a hablar cautelosamente. Nos perjudicaba mucho la con tristeza.
tranquilidad dominical del buque, la calma de la atmósfera, de las No voy a extenderme relatando aquí las sensaciones de un
aguas; los elementos naturales y los hombres: todo conspiraba hombre que advierte, por primera vez, que el buque que tiene bajo
contra nosotros y nuestra secreta alianza; hasta el tiempo..., pero los pies se mueve al conjuro de sus palabras. En mi caso, éstas,
esto no podía durar. Supongo que a él, debido a que era culpable, fueron interferidas por esa presencia ajena que, desde la cabina,
le era negada hasta la confianza en la Providencia. ¿Confesaré me impedía disfrutar de la soledad del mando. Es decir que, mi
cuánto me abatió esa reflexión? Y en cuanto al capítulo de las entrega a la nave no era completa. Una parte de mí estaba
circunstancias, que tanto influyen el libro del triunfo, yo ya lo creía ausente. La sensación de estar en dos sitios a la vez me afectó
cerrado. ¿Pues qué circunstancia favorable podíamos esperar? terriblemente, era como si la clandestinidad me hubiera penetrado
—¿Ha podido escuchar algo? —fue lo primero que le el alma. En menos de una hora la nave estuvo en movimiento, y
pregunté en cuanto nos sentamos en la litera, acurrucados. cuando le pedí a mi oficial (que estaba a mi lado) que tomara la
—Sí. Pagoda como punto de referencia, me sorprendí susurrándole al
Lo atestiguó con un enfático susurro: oído. Me sorprendí, digo, porque ya era tarde para evitar su
—Le comentó que tan siquiera se había atrevido a dar la asombro. Y él dio un salto, no hay otra manera de expresarlo. A
orden. partir de entonces, adoptó una actitud grave y confundida, como si
Comprendí que se refería a ese trinquete providencial. contara con una información que lo sumía en la perplejidad. Luego,
—Sí. Temía que al desplegarlo lo echaran a perder. me aparté de la batayola para dirigirme al compás, tan sigiloso que
—Le aseguro que jamás dio esa orden, a lo mejor él cree el timonel lo advirtió, y yo tampoco pude dejar de fijarme en sus
que sí, pero nunca la dio. Cuando perdimos la gavia, se quedó ojos extremadamente abiertos. Aunque estos detalles son nimios,
conmigo a popa, se lamentaba por nuestra última esperanza... se para ningún capitán supone una ventaja resultar irrisorio y
lamentaba, se lo aseguro, no hizo otra cosa. ¡Y la noche se nos excéntrico. Pero mi afectación era más seria. Hay gestos y palabras
venía encima! Ver al propio capitán en ese estado, en semejante que para un marino, en ciertas condiciones, deben sobrevenir con
situación, era suficiente para sacar de quicio a cualquiera. naturalidad, como el guiño instintivo del ojo amenazado. Hay
Desesperado, decidí hacerme cargo de todo. Me hervía la sangre..., órdenes que deben salir de los labios sin pensar. Hay ademanes
¿pero para qué decirle? ¡Ya sabe usted! ¿Cree que si no hubiese que deben hacerse sin reflexionar. Pero ese inconsciente estado de
sido un poco duro los hombres me hubieran respondido? ¡Nada de alerta me había abandonado. Tuve que hacer un esfuerzo para
eso! ¿El contramaestre, quizás? ¡Quizás! No es que fuera un mar resituarme, para volver —desde la cabina— a mi actual situación.
difícil... ¡era un mar enloquecido! Supongo que el fin del mundo Comprendí que, para los que me estaban observando críticamente,
debe ser algo parecido; basta que un hombre lo vea una vez para yo no era un modelo de resolución en el mando.
que ya no quiera saber nada..., pero tener que aguantarlo un día y No faltaron, además, desafortunadas sorpresas. Por
otro... no culpo a nadie. Mi ánimo no era mucho mejor que el de ejemplo, en el segundo día de viaje, al volver de cubierta, por la
los demás. Pero, en esa vieja carbonera, yo era el oficial, a fin de tarde, me detuve (yo calzaba zapatillas de paja) ante la puerta de
cuentas. la despensa, que estaba abierta, y me dirigí al mayordomo. Este
—Lo comprendo perfectamente —afirmé con sinceridad. Los estaba atareado, de espaldas a mí. Al oírme casi se cae del susto,
susurros le dejaban sin aliento; escuché sus leves jadeos. Todo era como quien dice, y rompió una copa.
muy sencillo. La misma fuerza encabritada que a veinticinco —¿Pero qué diablos le pasa? —grité asombrado.
hombres les había concedido, por lo menos, la oportunidad de Estaba muy confundido.
sobrevivir, había derrumbado en una especie de exasperación, a

12
—Discúlpeme, señor. Creía que estaba usted en su confidencialmente. Aunque no pude escucharlo, me imaginé que tal
camarote. gesto sólo podía aludir al extraño nuevo capitán.
—Pues ya ve que no. —Sí, señor —el mayordomo, resignado, se volvió hacia mí.
—No, señor. Pero habría jurado que hace unos segundos oí Le gritaban por sorpresa, le llamaban sin razón, tan pronto lo
ruido ahí adentro. Es realmente asombroso. Lo siento, señor. echaban de mi camarote como lo requerían para que entrase, lo
Oculté mi nerviosismo. Estaba tan identificado con mi doble echaban de la despensa para cumplir órdenes absurdas: la
secreto que ni siquiera le hablé de la escena en nuestros tímidos y creciente perplejidad que se reflejaba en su rostro era
fugaces susurros. Supongo que él habría hecho algún ruido, perfectamente explicable.
hubiera sido raro que no ocurriera nunca. Y sin embargo, fatigado —¿Dónde lleva ese abrigo?
como estaba, todavía conservaba un gran dominio de sí: parecía —A su cuarto, señor.
invulnerable. Le recomendé que se quedara en el baño, ya que, —¿Va a llover más?
dentro de todo, era el sitio más seguro. No había ninguna excusa —Pues, no lo sé, señor. ¿Quiere que vaya a ver?
para que alguien entrara allí una vez que el mayordomo había —Déjelo. Da igual.
concluido su faena. Era un lugar muy pequeño. Él se recostaba en Seguramente mi otro yo habría escuchado todo. Mientras,
el suelo, con las piernas encogidas y la cabeza apoyada sobre los mis dos oficiales no apartaron los ojos de sus respectivos platos;
brazos, o se sentaba en el banco, con un pijama gris y su cabello pero el labio de ese mozalbete, mi segundo —Dios lo confunda—,
despeinado, inmóvil y resignado como un convicto. Por la noche, tembló visiblemente.
venía a mi litera e iniciábamos nuestras confidencias, mientras los Supuse que el mayordomo colgaría el abrigo y saldría de
pasos del oficial de guardia retumbaban sobre nuestras cabezas. inmediato, pero tardó más de lo previsto; logré dominar mis
No fueron momentos muy dichosos. Por fortuna, en un armario de nervios para no llamarle a gritos. De pronto advertí (pues pude
mi camarote había algunas latas, y a mí no me costaba mucho oírlo perfectamente) que, por lo que fuera, abría la puerta del
conseguirle pan duro; así se alimentó de pollo estofado, paté de baño. Era el fin. Ahí no había espacio, literalmente, ni para
foie gras, espárragos, ostras, sardinas —toda esa clase de acostarse un gato. Mi voz expiró en mi garganta y me quedé de
abominables simulacros de exquisitez que traen las latas. Solía piedra. Esperaba un grito de asombro y pánico; quise levantarme,
beberse mi café de la mañana; pero ya no me atrevía a hacer nada pero me fallaron las fuerzas. No ocurría nada. ¿Sería que mi otro
más por él, en ese aspecto. yo habría agarrado al pobre hombre por el cuello? Yo no sé que
Por la mañana, la limpieza de mi cuarto y el baño, nos hubiera hecho de no aparecer en ese instante el mayordomo
exigía toda clase de maniobras. Llegué a odiar la imagen del plantándose, tranquilamente, junto al aparador.
mayordomo, a aborrecer su voz, aunque era inofensivo, sospeché “Salvado —pensé.— No... ¡Se escapó! ¡Se fue! ¡Se fue!”
que al final desencadenaría una catástrofe poniéndonos al Aparté mis cubiertos y me recosté en la silla. Mi cabeza
descubierto. Lo sentíamos pender sobre nuestras cabezas como flotaba. En cuanto pude recobrar el dominio de la voz, le ordené al
una espada. oficial que a las ocho en punto se hiciera cargo de la dirección del
El cuarto día, aproximadamente —atravesábamos el Golfo buque.
de Siam, con continuos virajes, con viento escaso y mar en calma —No saldré a cubierta —proseguí—. Creo que me voy a
—, el cuarto día, sí, de ese constante filtreo con la fatalidad, acostar un rato, y sino es que cambia el viento no quiero que me
mientras nos disponíamos para comer, ese hombre, cuyos molesten hasta medianoche. No me encuentro muy bien.
movimientos más íntimos me resultaban peligrosos, subió a —Hace un momento se le veía francamente mal —asintió el
cubierta después de poner los platos. Allí no había riesgo; pero de primer oficial, sin demostrar más interés.
pronto se acordó de un abrigo que yo había puesto a secar sobre la Los oficiales se retiraron y el mayordomo empezó a limpiar
batayola, pues por la tarde lo había mojado un chubasco. la mesa. El rostro de ese pobre hombre no delataba nada. Pero
Absurdamente sentado en la cabecera de la mesa, me aterré al ¿por qué eludía mi mirada? Tenía que oír su voz, me dije.
verlo bajar con el abrigo en la mano. Naturalmente, se dirigía a mi —¡Mayordomo!
camarote. No había tiempo que perder. —¡Señor! —dijo, con su habitual sobresalto.
—¡Mayordomo...! —grité. Mis nervios crispados me —¿Dónde colgó el abrigo?
impidieron dominar la voz y desvelaron mi turbación. Escenas —En el baño, señor —balbuceó, como de costumbre—. Aún
como ésta eran las que incitaban a mi oficial, con sus insoportables no está del todo seco, señor.
patillas, a llevarse el índice a la frente. Le había sorprendido el Permanecí un rato más en la cocina. ¿Habría desaparecido
gesto en cubierta, mientras conversaba con el carpintero mi doble, tal como había llegado? Pero su llegada era explicable,
mientras que su desaparición... Volví a mi cuarto lentamente, cerré

13
la puerta, encendí la lámpara, lo vi de pie, firme, en su estrecho —¡Imposible! —murmuré—. No puede hacer eso.
refugio. Mentiría si dijera que me asustó, pero la verdad es que —¿Que no puedo?... Me iré, y no desnudo como un alma en
empecé a tener alguna duda con respecto a su existencia corporal. el día del Juicio. Todavía no ha sonado la trompeta... y usted ya me
¿Será —me pregunté— que nadie sino yo puede verlo? Era como ha entendido, ¿no?
estar embrujado. Rígida y gravemente alzó los brazos en un gesto De pronto me avergoncé de mí mismo. Había comprendido,
que quería decir: “Dios mío! De buena me he librado.” Desde puedo confesarlo con toda franqueza, y mis dudas en cuanto a
luego. Creo que yo me había acercado a la locura todo lo que es permitir que ese hombre huyera a nado y se alejara de mi buque,
posible antes de franquear el límite. Ese gesto, por decirlo así, fue no eran sino un sordo simulacro, una especie de cobardía.
el que me contuvo, librándome de ella. —No podemos hacerlo hasta mañana por la noche —
El oficial de las terribles patillas ahora hacía virar el buque. susurré. Ahora vamos mar adentro y el viento puede fallarnos.
En ese momento de profundo silencio que sobreviene una vez que —Mientras sepa que usted comprende —murmuró—. Pero,
la tripulación ocupa sus puestos, escuché su voz, que venía desde seguro que comprende. Es una suerte contar con alguien que le
popa, cuyo eco resonó en el alcázar. entienda a uno. Parece que estaba usted aquí a propósito.
—¡A sotavento! Y también en un susurro, tal como si estuviéramos hablando
El velamen, ante tan leve brisa, no emitió más que una leve de cosas vedadas para el resto de los hombres, añadió:
vibración. En seguida cesó. El buque viraba lentamente; contuve el —iDe verdad, es maravilloso!
aliento, en medio de esa calma recuperada y expectante; Continuamos nuestras secretas confidencias, que a veces
cualquiera hubiera dicho que no había nadie en cubierta. De derivaban en un mero susurro, interrumpido por largos intervalos
repente un grito "¡Izar la vela mayor!", quebró el silencio y, de silencio. Él, como de costumbre, contemplaba la tronera. De vez
mientras sonaban en cubierta los gritos laboriosos de los hombres, en cuando, una ráfaga de viento nos acariciaba el rostro. La nave
nosotros, en mi cabina, recobramos nuestro puesto habitual junto parecía estar amarrada junto a un muelle, porque la quilla se
a la litera. balanceaba con tal suavidad sobre las aguas —oscuras y calladas
Él no esperó mis preguntas. como un mar espectral— que no emitían el más mínimo murmullo.
—Lo oí rondar por aquí y me metí en el baño como pude — A medianoche subí al puente y, para sorpresa de mi oficial,
susurró—. Sólo abrió la puerta y asomó el brazo para colgar el cambié el rumbo de la nave. Sus terribles patillas aleteaban a mi
abrigo. Pero... alrededor, juzgándome en silencio. Desde luego, mi decisión
—No lo había pensado —susurré a mi vez, más apabullado hubiera sido muy otra de haber querido abandonar cuanto antes
que antes por lo delicado de la situación, y maravillado por esa aquel golfo. Creo que algo le comentó al segundo, cuando vino a
indolente vena de su carácter que le había permitido afrontarla con relevarle, sobre mi falta de juicio. El otro se limitó a bostezar.
tal entereza. Era mi voz, no la suya, la que estaba alterada. El Ese insoportable mozalbete iba de un lado para otro,
conservaba la cordura, y me lo demostró en el siguiente susurro. apoyándose en la borda con tal desgana y negligencia que lo
—De nada me serviría volver a la vida. apremié con acritud:
Eran palabras dignas de un fantasma. Estaba aludiendo a la —¿Está usted dormido?
reticente actitud con que su viejo capitán había aceptado la teoría —No, señor, no lo estoy.
del suicidio. Ésta, evidentemente, podía servirle, si es que yo había —¡Pues lo parece! Así que no disimule y manténgase alerta.
comprendido el propósito que parecía gobernar la serena Si hay corriente suficiente nos aproximaremos a alguna isla antes
obstinación de sus actos. del alba.
—Apenas pueda, abandóneme entre estás islas de la costa Algunas islas, unas solas, otras en grupo, tachonaban el este
Camboyana. del golfo. Sobre el fondo azulado de la costa, parecían flotar sobre
—¡Abandonarlo! Esto no es una historia de aventuras para las plateadas aguas, áridas y grisáceas, o verdes y redondeadas
niños —protesté. Me interrumpió su despectivo susurro. como espesos matorrales; las más grandes, de unas dos millas de
—¡Por supuesto! No es ningún cuento para niños, pero largo, mostraban los perfiles de sus arrecifes, grisáceos costillares
tampoco es otra cosa. Estoy harto. ¿Cree que no temo lo que de roca bajo el húmedo manto del follaje. Ignoradas por el
pueden hacer conmigo: la prisión, la horca o lo que sea? ¿Pero me comercio, la navegación y casi por la geografía, el modo de vida
imagina usted de regreso, dando explicaciones a un viejo con que albergaban resulta un auténtico secreto. En las más grandes,
peluca y a doce respetables comerciantes, se lo imagina? ¿Qué debe haber aldeas, y tal vez las embarcaciones nativas mantengan
saben ellos de si soy culpable o no... o en todo caso, de qué soy contacto con el mundo. Pero durante aquella mañana, mientras
culpable? Eso es asunto mío. ¿Cómo dice la Biblia? “Borrado de la empujados por una leve brisa, nos acercábamos a ellas, ni
faz de la tierra. Tal como vine, me iré.”

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hombres ni canoas, irrumpieron en el foco del telescopio con el que —Que un par de marineros abran las troneras del alcázar —
las estaba indagando ávidamente. dije con voz serena.
A mediodía no di ninguna orden de cambiar el rumbo, y las Tuvo el atrevimiento (tal vez le pudo la sorpresa) de repetir:
patillas del oficial indicaron alarma atrayendo mi atención más de —¿Que abra las troneras del alcázar? ¿Para qué, señor?
lo debido, Por fin dije: —Le basta con que se lo haya ordenado. Las quiero bien
—Mantendré esta dirección... todo lo que me sea posible. abiertas, y sujetas como es debido.
Su mirada de incalculable sorpresa dio a sus ojos cierta Se alejó, enrojeciendo, aunque creo que aún le hizo un
ferocidad, y por un instante tuvo un aspecto temible. comentario jocoso al carpintero sobre la práctica de ventilar el
—En mitad del golfo no avanzamos —dije ligeramente—. alcázar de un buque. Sé que se precipitó a la cabina del oficial para
Esta noche nos aproximaremos a buscar las brisas de tierra. contárselo, porque las patillas aparecieron en cubierta, como quien
—¡Bendito sea Dios! ¿Dice usted, se ñor, que en plena no sabe nada del asunto, y me observaron de arriba abajo,
oscuridad nos meteremos entre islas y arrecifes y bancos de buscando en mí, me imagino, algún síntoma de locura o de
arena...? ebriedad.
—Bueno, si en tierra soplan brisas regulares, no queda más Poco antes de la cena, más nervioso que nunca, volví unos
remedio que acercarse a la costa para encontrarlas, ¿no? momentos junto a mi otro yo. Su sosiego era asombroso,
—¡Bendito sea Dios! —repitió, con la respiración antinatural, inhumano.
entrecortada. Aquella tarde, su confusión le confería una expresión Le relaté mi plan en apresurados susurros.
entre ausente y soñadora. Luego, después de cenar, me dirigí a mi —Me aproximaré todo lo que sea posible y luego cambiaré
camarote, como si necesitara un poco de descanso. Allí, ambos nos de rumbo. Más tarde me las arreglaré para introducirlo a usted en
inclinamos sobre una carta que extendí en mi litera. el pañol, que comunica con el vestíbulo. Allí hay un agujero, una
—Aquí está —dije—. Debe ser Kho-ring. La he estado especie de abertura cuadrangular para sacar las velas, que da
observando desde el amanecer. Hay dos colinas y una llanura. sobre el alcázar y que jamás se cierra cuando hace buen tiempo
Seguramente está habitada. En la costa opuesta parece que para que las velas se oreen. Cuando esté el buque preparado para
hubiera la boca de un río... Es fácil que río arriba haya algún virar y los marineros estén en popa, braceando las vergas, tendrá
villorrio. Creo que es la mejor oportunidad que se le ofrece. el camino libre para llegar hasta el alcázar y arrojarse por la borda
—Lo que sea. Kho-ring, entonces. a través de una tronera. Ya están abiertas y sujetas. Utilice un
Observó la carta muy pensativo, como si desde un lugar trozo de cuerda para bajar al agua, así evitará los ruidos. Ya sabe,
peligroso calculara las distancias y posibilidades, como si siguiera si lo oyen se pueden complicar las cosas..
con los ojos su propia imagen errante por las desiertas comarcas Guardó silencio unos momentos.
de Cochinchina, atravesando ese trozo de papel, para luego —Comprendo —murmuró por fin.
irrumpir en regiones ignoradas por la cartografía. Era como si la —Yo no estaré ahí para verlo —comencé torpemente—. En
nave contara con dos capitanes para determinar su rumbo. cuanto a lo demás... espero que yo también haya entendido.
Mis obligaciones, inquietudes y preocupaciones me habían —Seguro que sí. Completamente. Y por primera vez me
dejado, ese día, sin tiempo ni ganas para vestirme. Todavía iba en sorprendió escuchar un titubeo en su voz. Me agarró del brazo, y
pijama, con las zapatillas de paja y una gorra ligera. El tórrido en ese instante sonó la campanilla de la cena. Me sobresalté. El no
clima del golfo era asfixiante, y la tripulación se había perdió su calma y se limitó a soltarme.
acostumbrado a verme con ese atuendo. No volví a bajar hasta después de las ocho. La brisa débil y
—Con este rumbo, la nave se aproximará al cabo sur —le constante estaba bañada de rocío, y las oscuras y húmedas velas
susurré al oído—. Sólo Dios sabe cuándo, pero estoy casi seguro de la aprovechaban al máximo. La noche, diáfana y estrellada,
que será poco después del anochecer. Me acercaré a una media arrojaba su ensombrecido resplandor; las islas parecían manchas
milla de la costa, mientras pueda calcularlo en la oscuridad... sombrías y opacas a la deriva. Desde la tronera, se podía ver una,
—Sea prudente —me advirtió en un susurro. De pronto enorme y lejana, que eclipsaba una parte del cielo con su lóbrega
comprendí que mi futuro, todo mi futuro, el único que tenía en mis figura.
manos, podía naufragar irremisiblemente si, en mi primer mando, Cuándo abrí la puerta me vi a mí mismo, de espaldas,
incurría en el mínimo error. mirando una carta. Había dejado su escondite y estaba de pie,
No pude quedarme en mi cuarto mucho tiempo. Le aconsejé junto a la mesa.
ocultarse y salí a popa. Ese jovenzuelo insoportable estaba de —Hay mucha oscuridad —susurré.
guardia. Caminé, muy pensativo, de un lado para otro. Después lo Dio un paso atrás y se apoyó sobre mi litera, con una mirada
llamé: fija y penetrante.

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Yo me senté en el catre. No teníamos nada que decirnos. El inmóviles durante un segundo... Cuando dejaron de apretarse, no
oficial de guardia iba y venía sobre nuestras cabezas. Luego percibí dijimos ni una sola palabra.
que aligeraba sus pasos y me imaginé a qué era debido. Se dirigía Regresó el mayordomo y me encontró al lado de la puerta
hacia la escotilla; su voz me anunció de inmediato: de la despensa.
—Vamos muy rápido, señor. Estamos muy cerca de la costa. —Lo siento, señor. Las brasas apenas están tibias. ¿Quiere
—De acuerdo —respondí—. Ahora subo a cubierta. que encienda la lámpara de alcohol?
Esperé a que fuera el oficial, luego me levanté. Mi doble —Déjelo. Da igual.
copió todos mis movimientos. Había llegado la hora de nuestro Salí lentamente a cubierta. Ahora, mi conciencia me imponía
susurro de despedida, pues ninguno iba a es cuchar jamás, la voz acercarme a tierra todo lo que fuera posible, pues él debería saltar
natural del Otro. por la borda en cuanto el buque se dispusiera a girar. Saltar, sin
—¡Un momento! —le dije, abriendo un cajón y sacando tres oportunidad de volver. Al cabo de un instante caminé hacia
soberanos de oro—. Tome esto. Le daría los seis que tengo, pero sotavento, y al ver la proximidad de la costa me dio un vuelco el
tendré que comprar fruta y verdura a los nativos, para la corazón. En otras circunstancias, no habría esperado ni un minuto
tripulación, cuando crucemos el Estrecho de Sunda. más para cambiar de rumbo. El segundo oficial me observaba muy
Negó con la cabeza. inquieto.
—Tómelo —insistí—. Quién sabe lo que... Esperé hasta que pude dominar la voz.
Sonrió y se tocó indicativamente el único bolsillo de su —Ganaremos el barlovento —dije con serenidad.
pijama. No era un lugar seguro, desde luego. Entonces, saqué un —¿Va usted a intentarlo, señor? —balbuceó incrédulo.
gran pañuelo de seda, envolví las tres monedas en un extremo y lo Sin responderle, alcé la voz para que me oyera el timonel:
obligué a guardarlo. —Mantenga el rumbo.
Aquel acto debió de conmoverle, porque al fin las aceptó, y —Mantengo el rumbo, señor.
rápidamente las ató a su cintura, debajo del pijama, rozándole la El viento acariciaba mis mejillas, el velamen dormitaba, el
piel. silencio parecía abatirse sobre el mundo. La proximidad de esa
Nuestros ojos se encontraron; pasaron algunos segundos franja tenebrosa me condenaba a una tensión insoportable. Tuve
hasta que, por fin, sin que nuestras miradas se apartaran, apagué que cerrar los ojos, pues la nave se acercaría todavía más. ¡Pero
la lámpara. Después fui a la cocina y dejé abierta la puerta de mi tenía que hacerlo! Aquella quietud era asfixiante... ¿Nos
camarote. sorprendería una calma chicha?
—¡Mayordomo! Cuando abrí los ojos, mi corazón se estremeció. La negra
Todavía estaba en la despensa, todo afanado, refregando colina que se yergue al sur de Kho-ring se abatía sobre el buque
una vinajera plateada, su última tarea antes de irse a dormir. Le como un titánico fragmento de esa noche eterna. Ni un sonido
hablé despacio para no despertar al oficial, que tenía su cuarto quebraba el silencio, ni un destello hería ese muro de
enfrente. tinieblas que se deslizaba, incontenible, hacia nosotros; ya parecía
Miró a su alrededor con ansiedad. al alcance de la mano. Las borrosas figuras que componían la
—¡Señor! guardia, se congregaron en el combés, mudos por el terror.
—¿Puede traerme un poco de agua caliente del fogón? —¿Sigue adelante, señor? —preguntó una voz atemorizada.
—Me temo, señor, que hace rato que se ha apagado.
—Vaya a ver. Hice como que no la oía. Tenía que seguir adelante.
Corrió escaleras arriba. —Mantengan el rumbo. Ahora no serviría de nada alterarlo
—¡Ahora! —susurré lo más alto que pude, tal vez demasiado —advertí.
alto, acaso por el temor a no poder emitir sonido alguno. —No puedo ver las velas —me contestó el timonel, con voz
Inmediatamente se acercó a mí, y el doble capitán subió las trémula y cortada.
escaleras, atravesó un oscuro pasadizo y una puerta. Llegamos al ¿Estaríamos a suficiente distancia? La nave ya no estaba a la
pañol, donde nos arrodillamos sobre las velas. Me agobió una sombra de la costa, sino que había penetrado en ella y ésta la
repentina reflexión. Me vi, con la cabeza y los pies desnudos, devoraba, arrebatándomela del mando e imposibilitando el regreso.
errante bajo el sol que castigaba mi nuca. Me quité la gorra y —Llamen al oficial —le dije al joven que estaba a mi lado,
apresuradamente se la puse a mi otro yo. Él me eludió y se apartó tieso como un cadáver—. Y que suba toda la tripulación.
silenciosamente. Quién sabe qué sospechó de mí, en el último Mi voz resonó con la firmeza de su propio eco que devolvían
momento, antes de comprender y desistir de sus esfuerzos. las alturas de la costa. Prorrumpieron varias voces:
Nuestras manos se encontraron con fervor y permanecieron —Todos en cubierta, señor.

16
Luego volvió el silencio, al amparo de esa sombra Kho-ring erguida —como la puerta del Erebo— sobre el
gigantesca. Ni una luz, ni un sonido. La calma que se había coronamiento de la nave. ¿Qué haría ésta? ¿Seguiría su rumbo?
desplomado sobre el buque lo asemejaba a la barca de los muertos Rápidamente me dirigí a la borda: no vi más que un resplandor
bogando ante la puerta del Erebo. tenue y brillante, que delataba la cristalina tersura de esa reposada
—¡Dios mío! ¿Dónde estamos? superficie. Imposible definirlo. ¡Y yo sin saber el movimiento de la
Fue la exclamación del oficial. El terror y la confusión nave! Sólo necesitaría algo visible, un trozo de papel, algo visible
parecían haberlo privado del apoyo moral de sus patillas. Dio una que pudiera arrojar al agua para guiarme. Pero no llevaba nada
palmada y un grito concluyentes: encima y no tenía valor de bajar a buscarlo. No había tiempo. Y
—¡Estamos perdidos! entonces, mis ojos ávidos y tensos advirtieron un objeto blanco
—Cálmese —ordené con severidad. flotando a una yarda del buque. Resplandeciente sobre las oscuras
Bajó la voz, pero advertí el gesto agarrotado de su aguas. ¿Qué era? De pronto, reconocí mi gorra. Seguramente se le
desesperación. había caído y no se había molestado en recogerla. Ya tenía lo que
—¿Qué hacemos aquí? necesitaba: una señal visible y salvadora. Pero ya no pensé
—Estamos buscando el viento de la costa. demasiado en mi otro yo, ahora lejos de la nave, oculto para
Parecía a punto de estirarse de los pelos. Se dirigió a mí siempre de los rostros familiares, un fugitivo, un vagabundo, sin
directamente: que ninguna señal en su admirable frente pudiera contener una
—No saldremos nunca, y se lo deberemos a usted, señor. Ya mano homicida —y excesivamente vanidoso como para dar
sabía yo que iba a ocurrir algo así. Nunca ganaremos el barlovento, explicaciones.
y estamos demasiado cerca para girar. Nos estrellaremos contra la Contemplé esa gorra (testigo de mi repentina piedad hacia
costa antes de poder dar la vuelta. ¡Dios mío! el destino de su carne), cuya misión a sido protegerlo del sol; he
Le agarré del brazo en el momento que intentaba aquí que ahora protegía a mi nave, clara señal que me rescataba
asestárselo contra su cabeza, y lo sacudí con violencia. de mi ignorancia y de mi confusión. Avanzaba a la deriva para
—Ya estamos sobre la costa —gimió, tratando de soltarse. indicarme —en el instante preciso— que el buque se volvía de
—¿Ah sí? ¡Manténgase en rumbo! popa.
—En rumbo, señor gritó el timonel con voz suave, pueril, —Cambiar el timón —ordené en voz baja a ese marino que
amedrentada. parecía una estatua. Sus ojos emitieron un fiero destello a la luz de
Yo seguía sin soltar el brazo del capitán y todavía la sacudía. la bitácora, mientras pasaba al otro lado para hacer girar la rueda
—Prepárese, ¿oye? Vaya a proa y quédese ahí —y le sacudí del timón.
— sin hacer más alboroto, y preocúpese por izar las jarcias como Fui al alcázar de popa. Toda la tripulación, en la cubierta
corresponde. envuelta en sombras, esperaba mis órdenes para bracear. Las
No tuve valor para mirar la costa por miedo a desfallecer. Al estrellas parecían balancearse de izquierda a derecha. En medio de
fin lo dejé en libertad y se marchó apresuradamente, como si ese silencio brutal, oí que un marinero le murmuraba a otro, con
corriera por su vida. gran alivio:
¿Qué pensaría mi doble en el pañol, de todo este alboroto? —Está virando.
Él podía escucharlo todo y tal vez pudiera comprender por qué mi —Ahora, arriba.
conciencia me imponía llegar a esa distancia, y no a menos. Mi Las vergas del trinquete giraron estrepitosamente entre un
primera orden: ¡A sotavento! reverberó bajo la sombra titánica de estallido de gritos de júbilo. Las terribles patillas procedieron a
Kho-ring, como si hubiese resonado en la garganta de una impartir órdenes. La nave avanzaba. Y yo estaba solo con ella.
montaña. Fijé los ojos en tierra. Las pacíficas aguas y las brisas ¡Nada!, nadie en el mundo podía interponerse entre nosotros;
me impedían sentir el movimiento de la nave. ¡No, no podía tender ninguna sombra en nuestro silencioso entendimiento, en
percibirla! Y, entretanto, mi segundo yo, se disponía a correr para nuestro mudo afecto, en esa perfecta unión que tiene lugar entre
arrojarse por la borda. Quizá ya se había ido. un marino con su primer mando.
La oscura masa negra que cavilaba sobre nosotros comenzó Mientras iba hacia la parte delantera, me dio tiempo de ver,
a alejarse del buque, silenciosamente. Entonces olvidé a ese en el borde mismo de la penumbra que proyectaba aquella masa
extraño, listo para partir y sólo recordé a ese extraño al mando de negra y titánica —como la puerta del Erebo— mi gorra blanca, que
una nave que desconocía. Ignoraba cómo guiarla, cómo iba a poco a poco se esfumaba indicándome el lugar donde mi confidente
responder. secreto, compañero de mi cabina y partícipe de todos mis
Desplegué la vela mayor y esperé. ¿Estaríamos varados? pensamientos, se había arrojado al agua para arrastrar su castigo:
Nuestro destino dependía de ese instante, con la negra masa de

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Un hombre libre un orgulloso nadador en busca de su desconocido
destino.

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