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Introducción.
Conclusión.
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A las puertas del tercer milenio, en unos momentos en los que la alta tecnología está a
punto de dar otro paso gigantesco: la sustitución de los conductores tradicionales por
la fibra óptica, de los electrones por los fotones -porque los electrones no son ya lo
suficientemente rápidos y veloces para circular a gusto del hombre moderno por las
autopistas de información-; en un mundo de computadoras, de telecomunicaciones
vía satélite y de imágenes digitalizadas, no podemos por menos que preguntarnos
sobre el futuro de la página impresa: ¿Qué lugar van a ocupar los libros en la sociedad
del año 2000? ¿Cuáles son las esperanzas del viejo invento de Gutenberg en un
mundo dominado por la transmisión digital y el proceso electrónico de imágenes y
datos?
Primero fueron los discos, luego el cine, posteriormente los cassettes, después la
televisión; les siguieron los vídeos. Finalmente, hay quien dice que van a ser la
Internet y los CD Multimedia el postrer enemigo de la página impresa, destinado a
enterrar para siempre en los estantes de museos y bibliotecas, como algo arcaico y
fuera de lugar, aquellos viejos y pesados volúmenes que hasta ahora, y durante siglos,
han sido los elementos transmisores de la cultura y del pensamiento.
Si en un insignificante y manejable CD, que ocupa el diez por ciento del espacio de un
libro, que puede transportarse cómodamente en el bolsillo y cuyo coste es similar o
no muy superior al de un libro, podemos comprimir los 30 gruesos volúmenes de
toda una Enciclopedia, combinando el texto con el color, narrativa a viva voz,
imágenes en movimiento, y además podemos añadirle posibilidades de búsqueda
instantánea: ¿qué futuro tienen las ediciones pesadas y voluminosas impresas sobre
papel? El libro está acabado; es un producto del pasado que terminará por
desaparecer. ¿Será realmente así?
El resultado fue que los jóvenes a quienes se entregó la novela en forma de libro
tradicional para su lectura recordaban casi un 60 % de la misma más que los del otro
grupo, que habían contemplado el argumento escenificado a través de un vídeo; pese
a que en la narrativa del vídeo se había utilizado íntegro, completo y sin abreviar el
mismo texto literario que en el libro. También pudo comprobarse que la adquisición
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de vocabulario, el aprender nuevas palabras, había sido por parte de los «lectores»
extremadamente superior al de los «espectadores», a quienes la asimilación de nuevos
vocablos les fue prácticamente nula. En el tercer grupo, los del CD Multimedia los
resultados fueron aún peores: se pasaron el tiempo jugando de un lado a otro con los
juegos interactivos incluidos en el texto, y del argumento global de la novela no
recordaban prácticamente nada.
Si a una clase de veinte niños les damos a leer uno de los famosos cuentos de Grimm
sobre una princesa y un dragón y les pedimos de inmediato que nos expliquen, o aún
mejor, que dibujen lo que han leído, podremos comprobar que estamos ante veinte
concepciones distintas de la misma escena. Para unos, la princesa será rubia, para
otros morena; unos la pintaran con un vestido azul, otros rojo, otros verde. Para
unos, el dragón lanzará fuego, para otros tendrá unas garras enormes... Y así hasta
los más mínimos detalles. Su imaginación y, en consecuencia, su creatividad habrán
trabajado al máximo.
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impresa es ir demasiado lejos. Y si esto llegara a suceder, sería una catástrofe
sociológica; no tan sólo a nivel cultural, sino incluso a nivel de salud pública.
En las librerías comienzan a hacer su aparición multitud de libros sobre el tema, con
títulos tan claros y directos como Slowing Down the Speed of Life (Disminuyendo el
ritmo de nuestra vida). En sus páginas, se invita a los hombres y mujeres del siglo
XXI a reducir y limitar en su vida el «bombardeo» de la información electrónica,
deshacerse de algunos artilugios y dedicarse a la lectura:
«Ahora que disponemos del privilegio de las máquinas -dice un prestigioso médico-,
quizás sea el momento oportuno de dar un próximo paso: dominarlas, evitar que se
enseñoreen de nosotros. Hacer que sean ellas las que se ajusten a nuestro ritmo, en
lugar de dejarnos arrastrar nosotros por el suyo. Y para ello, hemos de empezar por
apagar la televisión, desconectar el teléfono, desenchufar la computadora... y
tomarnos el tiempo para leer un libro».
Quizás sea por ello que el Massachusetts Institute of Technology (el «Olimpo» de la
alta tecnología, de donde se forjan los más grandes inventos) esté desarrollando ya un
sistema mixto, que fusiona la electrónica con la página impresa. Algo que, si algún día
se consigue comercializar a un precio asequible al público, sí que puede llegar a
revolucionar verdaderamente el mundo del libro: el libro electrónico, pero con
páginas de papel.
Pero además de los 165 libros que se mencionan en el estudio, la Biblia es el que
consiguió mayor numero de votos, muy distanciado de sus inmediatos seguidores.
Un dato que los autores mencionan como curioso y digno de ser tenido en cuenta es
que ninguno de los entrevistados mencionó -como libro de mayor impacto en su vida-
alguno de los best-sellers de moda en el mercado; sino que todos los libros que
transformaron vidas parecen proceder del pasado y haber causado ya su impacto en
generaciones anteriores.
«La experiencia de la lectura -dicen- es algo tan personal que roza los límites de lo
más íntimo. El impacto que un libro determinado puede causar a una persona en una
situación determinada es algo tan personal que se hace imposible de predecir. El
mismo libro leído por dos personas en iguales circunstancias puede generar
reacciones totalmente opuestas. En un mundo en el que cada vez más sufrimos de
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pérdida de identidad, la lectura de libros es una de las pocas actividades no reguladas,
dentro de nuestras acciones personales de libre albedrío, en que podamos ejercitar
libremente nuestra imaginación y creatividad particular».
La lectura tiene distintas motivaciones. Puede hacerse por placer o por necesidad.
Para algunos -los lectores de novelas y relatos-, es un escape al mundo de la fantasía,
un viaje imaginario hacia horizontes que no tiene al alcance de la mano, pero que a
través de un libro se le hacen tan vivos y reales como si estuviera en medio de ellos.
Para otros especialmente aquellos que tienen que realizar un trabajo intelectual, la
lectura es algo vital e indispensable, el oxígeno y las vitaminas de la mente, que le
permite ampliar y mantener actualizados sus conocimientos.
En la antigüedad, los libros eran un tesoro muy escaso. Y gran parte de la educación
solía hacerse por transmisión oral. Los llamados sabios eran una élite de hombres que
-podría decirse- poseían algunos de los pocos libros disponibles en su época; los
estudiaban y transmitían, sacaban sobre ellos sus conclusiones y transmitían sus
conocimientos a un grupo reducido de alumnos, que se criaban a sus pies y que
estaban destinados a formar la élite de la generación siguiente. Los pocos libros
disponibles eran considerados como la más preciada herencia y pasaban de mano en
mano, de generación en generación, como un talismán.
Hoy en día, sucede todo lo contrario: los conocimientos se divulgan de la forma más
amplia a través de los medios de comunicación; los libros están al alcance de todo el
mundo y su abundancia es tal que, en muchos casos, hace que sean incluso
menospreciados. Pero el resultado final, no ha cambiado. El verdadero sabio sigue
siendo aquel que, habiendo hallado en los libros la fuente de sus conocimientos, los
utiliza constantemente, los investiga, los analiza, los experimenta, los enriquece y
transmite lo que ha descubierto en ellos para instrucción de los demás.
Es por ello que la lectura y manejo de los libros a través de bibliotecas se considera
de vital importancia para la sociedad, la base de toda cultura. En todos los países
civilizados, lo primero que se enseña a los niños es a leer, pues sociológicamente el
índice de analfabetismo en un país va íntimamente ligado a la pobreza, la miseria y la
superstición. Si queremos progresar en la vida, adquirir nuevos y valiosos
conocimientos, poder hablar con propiedad de las cosas, saber lo que se dice sobre
un tema, hacerlo nuestro y poderlo utilizar en su momento, hemos de aprender a
utilizar libros.
Aunque, como hemos dicho, existen diversas motivaciones para la lectura y toda
lectura es fuente de conocimientos, las razones que nos llevan a leer un libro son
diferentes según la intención y objetivos del lector. En consecuencia, el tipo de libros
y el manejo de los mismos es distinto para cada caso. Cabe decir, no obstante, que
en todo proceso de lectura, sea cual sea el tipo de libro, las llamadas obras de
referencia y consulta son indispensables y juegan un papel importantísimo. Más
adelante veremos por qué... De momento, analicemos las tres motivaciones básicas o
formas de lectura que podemos diferenciar como principales...
Para cada una de ellas, el tipo de libro y la manera de sacar de el mayor provecho es
diferente y exige técnicas distintas. Vale la pena, pues, analizarlas brevemente.
La lectura de una novela no se limita a introducir al lector dentro de una simple trama
ficticia, romántica o de acción. Normalmente, esta trama se sitúa en un lugar
determinado, en una época concreta y dentro de un ambiente definido, que el autor
describe con toda riqueza de detalles. Y estos detalles, para el lector, son una fuente
valiosísima de conocimientos.
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habilidad de asimilar esta experiencia, la novela se transforma en un caudal de
erudicción.
Cualquiera que se haya leído las obras de Jack O’Brian, sobre las aventuras de sus
personajes ficticios en la Armada Inglesa del Siglo XVIII, adquirirá unos
conocimientos de historia asombrosos y acabará conociendo el argot, las
costumbres y las artes de la navegación, tan bien como cualquier experto marino,
aunque viva tierra adentro y no haya visto nunca el mar. ¿Quién puede negar que los
viajes ficticios de Julio Verne son, para cualquier lector, una impresionante lección de
geografía? ¿Y quién cuestiona que la descripción más fiel y detallista de la la situación
heroica que atravesaron los protestantes en España durante la época histórica de la
tristemente famosa Inquisición no es la novela de Débora Alcock, Los hermanos
españoles?
La lectura ocasional por placer y distracción puede incluir muchos tipos de libro.
Pero se centra, mayormente, en la literatura, la ficción, la narrativa histórica, las
biografías y los poemas. La lectura de este tipo de libros, como la de todo libro,
requiere su técnica. Y en ella, las obras de referencia y consulta juegan un papel
importante. Veamos cómo y por qué, mediante tres consejos que, sin duda, nos
ayudarán a sacar el mayor provecho de este tipo de lectura.
Hay que dejar vía libre a la imaginación. Leer una novela o una biografía con un
espíritu crítico-científico -excepto en aquellos casos en que esto se hace
imprescindible y necesario por razones técnicas de profesión o estudio- es una mala
forma de leer. La lectura ocasional por placer debe ser precisamente eso: un placer. Y
para que sea así, el lector debe introducirse, es decir, «sumergirse» literalmente en la
trama del libro, haciéndose parte del mismo, como si fuera uno más de sus
personajes. Debe ser capaz de escuchar «literalmente» el silbar del viento, el
chasquido de la lluvia al caer sobre los charcos y el seco retumbar de esos pasos
siniestros que se acercan en la oscuridad... El autor trata de describir la escena con el
mayor realismo posible y el lector se ha de esforzar en vivirla. Cuando leemos un
relato, nuestra concentración ha de llegar al punto de perder el contacto con el mundo
real, ignorar por completo aquello que nos rodea y entrar de lleno en la escena del
libro, hasta el punto que, cuando cerremos la tapa, nos hemos de sentir como si
despertáramos de un sueño.
No se trata de «devorar» páginas y páginas con rapidez, para acabar pronto. Se trata
de vivir la trama y el ambiente del libro, reparando en todos los detalles y haciéndolos
nuestros. Y pare ello, en muchas ocasiones es necesario detener la lectura, retroceder
unas páginas y leernos de nuevo un pasaje anterior, a fin de conectarlo con el que
estamos leyendo; reflexionar sobre los razonamientos que el autor expone por boca
de sus personajes y, especialmente, consultar en las obras de referencia -diccionarios,
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atlas, libros de geografía e historia- cualquier detalle o palabra que al leer no
entendamos o no nos quede lo suficientemente clara a través de la propia narrativa.
Buscar en un buen diccionario el significado de todas las palabras que nos resulten
desconocidas; en un buen libro de historia, los hechos y las gestas de los personajes
históricos que el autor cite, o en un libro de geografía, la situación en el mapa y las
costumbres del lugar y de la época donde el autor sitúa la acción. Esto nos ayudará a
entender mucho mejor el pasaje en cuestión y, a la vez, nos refrescará la mente,
evitando el hastío. Si a pesar de ello, seguimos sin entender el pasaje en cuestión, lo
que haremos es pasarlo por alto, ¡de momento! Y seguir adelante en la lectura, a otro
capítulo o pasaje que nos llame más la atención, que contenga más acción. Y al
hacerlo, con toda probabilidad, descubriremos que el propio autor explica, unas
páginas más adelante, aquello que no entendíamos en las páginas precedentes y cuya
lectura abandonamos. Veremos también que aquello que no comprendíamos guarda
una conexión directa con otros sucesos que se narran en otra parte del libro y,
eventualmente, tendremos que regresar hacia atrás, y leer de nuevo el pasaje cuya
lectura abandonamos, en busca de los datos necesarios para entender mejor la trama
de lo que ahora estamos leyendo. Pero, de momento, saltándonos temporalmente la
lectura del fragmento o capítulo que nos parece aburrido e incomprensible, habremos
evitado el cansancio y el abandono del libro.
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Hay que intentar siempre, por todos los medios, sacar de todo tipo de lectura, aunque
ésta sea ocasional y por placer, el mayor fruto intelectual posible. Y el mejor medio
para conseguirlo es complementarla siempre con el uso de las obras de referencia y
consulta, que nos aportan los datos adicionales y necesarios para que la lectura de
cualquier libro se convierta en algo verdaderamente provechoso desde un punto de
vista intelectual.
No siempre resulta posible al autor de un relato aportar en el mismo todos los datos
científicos, históricos, geográficos, étnicos y sociales necesarios para informar al
lector con respecto a la época o el entorno en que sitúa la acción, ni tampoco la
biografía de los personajes históricos que cita en la trama. Hacerlo aumentaría
desproporcionadamente el número de páginas del libro, excediendo en mucho las
normas y requisitos del editor en cuanto a tamaño y precio. Por regla general, el autor
ha de confiar en los conocimientos previos que el lector ya posee sobre el tema. Pero
cuando se da la circunstancia -muy frecuente- de que el lector no tiene tales
conocimientos, la lectura se hace difícil o incluso incomprensible, el lector pierde la
trama, se confunde, se frustra y abandona el libro.
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Desgraciadamente, la vida moderna y el progreso de la tecnología no han contribuido
en nada al desarrollo y al enriquecimiento de nuestro idioma, extremadamente rico en
vocablos, sinónimos y antónimos que, empleados correctamente, permiten expresar
mejor y con mayor exactitud las ideas. Todo lo contrario: el vocabulario en su uso
común y corriente en la calle, en una persona de cultura media, va deteriorándose y
empequeñeciéndose cada día más. Si a esto añadimos la problemática de las
diferencias fonológicas y léxicas entre el español castellano y el español meridional o
hispanoamericano, los barbarismos y extranjerismos incorporados recientemente en
nuestro idioma (especialmente del inglés) y los solecismos y neologismos, tan de
moda entre los jóvenes, el panorama para el futuro de la lengua y para los escritores
no es muy esperanzador. El nivel de comprensión es cada vez mas bajo...
Es triste ver cómo aquellos grandes himnos clásicos de nuestro himnario, poemas
verdaderamente magistrales, en los que cada palabra era un mundo de significado
teológico, caen en el olvido y en la mayoría de iglesias han dejado ya de cantarse,
sustituidos por otras composiciones contemporáneas de pluma muy ligera y en las
que la estructura poética y calidad literaria brillan por su ausencia. Podrá alegarse que
el problema está en los estilos de la música, en los ritmos y en la necesidad de ir a
melodías más actuales, más modernas. Pero el ritmo de la melodía no es incompatible
con el contenido literario o teológico de la letra. Y cuando analizamos el fondo de la
cuestión, descubrimos que la triste realidad es otra.
El ajetreo y las presiones de la vida moderna nos obligan a aprovechar, para la lectura,
los momentos y lugares más insólitos. El tren, el autobús, el avión, el tiempo libre en
el trabajo... Lugares en los que no disponemos de libros de consulta. En tal caso -si el
libro es nuestro-, es conveniente marcar el pasaje o palabra que no hemos entendido
para una posterior consulta; o bien -si el libro es prestado-, anotar en un papel o
cuaderno de notas la palabra (o duda) y la página correspondiente, aprovechando la
primera ocasión que tengamos para buscarla en el diccionario y ampliar la
información, volviendo a leer, después, el pasaje, a la luz de las explicaciones
obtenidas. Anotar y consultar las palabras que desconocemos y los pasajes y
conceptos que no entendemos es el mejor procedimiento para convertir la lectura en
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un medio de enriquecer y aumentar nuestros conocimientos. Cualquier libro o lectura
ocasional, incluso la de un cómic o la de un anuncio, a la que se aplique este método,
no tan sólo hará las delicias del lector, sino que se transformará, para él, en un
manantial de sabiduría.
Es éste un hábito personal que todo cristiano debe cultivar a diario. La vida espiritual
es como un árbol: no puede permanecer estancada; o crece o muere. Junto con la
lectura de la Biblia, el creyente debe sumar la de otros libros que le ayuden en su
comunión con Dios y en su crecimiento espiritual. La lectura devocional debe ir
acompañada y ligada al estudio bíblico; pues la combinación de ambas cosas es muy
provechosa.
Algunos libros devocionales suelen ser muy profundos y hace falta completar su
lectura con el estudio bíblico y la ayuda de obras de referencia y consulta, si
queremos, verdaderamente, obtener de ellos todo el fruto posible.
A la lectura devocional, se aplican los mismos consejos que hemos dado para la
lectura ocasional de relatos, en cuanto a comprensión y consulta de las palabras que
no entendemos. A ellos podemos añadir la conveniencia de anotar en un cuaderno o
diario todas las ideas y pensamientos que vengan a nuestra mente sobre el pasaje.
Aquello que más nos haya inspirado y mayor bien nos haya hecho, las respuestas a la
oración y otros comentarios personales. Esto es especialmente útil para los pastores y
predicadores, pues constituye una fuente de ideas para futuros mensajes.
Los libros devocionales, en especial los de meditaciones diarias, siempre toman como
base un texto o un pasaje de la Biblia. Pero a veces resulta difícil entender el texto
comentado sin leer el contexto y profundizar más él. Y aquí es donde entra en juego
el estudio bíblico; es conveniente consultar el texto o pasaje en el que el autor basa su
meditación en uno, o mejor aún -si es posible-, varios comentarios bíblicos. El uso
del Diccionario Bíblico es indispensable a la hora de consultar y entender el
significado de todos los términos bíblicos y teológicos que de entrada no
entendemos.
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Aunque es recomendable que la lectura devocional se haga en una hora quieta, con
tranquilidad y con la posibilidad de disponer fácilmente de otros libros donde
consultar aquello que no entendemos, la realidad práctica es que -como decíamos en
el caso anterior- el ajetreo de la vida moderna nos roba el tiempo disponible: hay que
aprovechar los segundos y, a veces, el lugar y la hora no facilita la posibilidad de
consultar otros libros para profundizar en el estudio.
Por ello, se hace necesario también recurrir a las anotaciones. A quien tenga la
costumbre de leer la Biblia en la cama, le será incomodo y engorroso consultar
diccionarios y comentarios bíblicos, y a quien lo haga en el autobús, le será
imposible. Pero un lápiz y un papel son fáciles de usar y de tener a mano; una simple
anotación en el margen del libro es suficiente para acordarse de la idea y profundizar
en ella posteriormente, con calma, con ayuda de las obras de referencia y consulta,
cuando dispongamos del momento oportuno y del tiempo necesario para hacerlo.
El primer requisito para iniciarnos en el estudio bíblico es adquirir y leer un libro que
nos explique cómo estudiar la Biblia, que nos enseñe a trazar el plan de estudios y nos
muestre los métodos y técnicas a seguir en el mismo. En las librerías cristianas hay
abundancia de libros que cubren dicha necesidad. El más completo, práctico y eficaz,
entre todos los que hemos examinado, y que por tanto recomendamos de manera
muy especial, es la obra del conocido autor Josh McDowell titulada Guía para
entender la Biblia (CLIE 223450). ¡Un libro excelente! ¡No tiene desperdicio!
Contiene tablas de guía para el estudio, ejemplos prácticos, normas de interpretación,
bibliografía de obras de consulta recomendadas.
Como segundo paso, para aquellos que deseen profundizar algo más en los métodos
de estudio bíblico, está la obra de Merill C. Tenney, Gálatas, la carta de la libertad
cristiana (CLIE 220423). Aunque aparentemente, por el título, puede parecer un
simple comentario de la Epístola a los Gálatas, en realidad es uno de los mejores
libros de hermenéutica práctica donde aprender las normas de interpretación y los
métodos de estudio bíblico. Así, sobre el ejemplo práctico de la carta a los gálatas,
ejemplifica los distintos métodos de estudio aplicables a todos los libros de la Biblia.
¡Otro libro verdaderamente extraordinario!
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Los que quieran seguir adelante pueden leerse con detenimiento el capítulo que más
adelante dedicamos a las obras de referencia y consulta de hermenéutica. Basta, por
ahora, con decir que la lectura devocional y el estudio bíblico personal son
indispensables para todo creyente, la mejor receta para una vida cristiana saludable y
libre de zozobras.
Entre los que leen por motivos digamos «profesionales», o por razón y como parte
de su ministerio, hay que distinguir tres grupos básicos de lectores; con tres
propósitos distintos, aunque conexos entre sí...
Su relación con los libros tiene dos vertientes: la lectura personal encaminada a un
constante reciclaje necesario para mejorar y perfeccionar sus conocimientos y, a su
vez, la preparación de un programa de estudios, que incluye la selección de los libros
adecuados como texto de sus asignaturas y recomendables a sus alumnos.
Para que un libro sea útil en la enseñanza, es necesario que el profesor o maestro siga
algunas normas básicas, que cabe resumir en las siguientes:
a) Informarse tanto como sea posible para conocer la oferta de libros disponibles
sobre la materia que tiene que enseñar. Visitar periódicamente las librerías cristianas y
examinar tanto los títulos publicados como las novedades de reciente aparición, a fin
de hacerse una idea de su contenido y de la utilidad que pueden tener en su labor.
Pedir catálogos y leer todo tipo de revistas y material informativo que faciliten las
editoriales.
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b) Escoger entre todos los libros disponibles aquel que, en su criterio, considere mas
adecuado, más acorde a sus puntos de vista y que mejor se ajuste al nivel de sus
alumnos como texto base para la asignatura o tema que proyecta enseñar.
e) Preparar sus propias notas y conclusiones sobre lo que dice el texto del libro
seleccionado, mediante el uso de obras de referencia y consulta. Redactar
cuestionarios de preguntas, si el libro no los tiene, etc. Asegurarse de que está en
condiciones de contestar sobre la materia cualquier pregunta que pueda suscitarse en
clase.
f) Asignar a los alumnos lecturas parciales del libro y debatirlas luego en clase,
enfatizando los puntos importantes, aportando su propia información, aclarando
palabras y expresiones difíciles y asegurándose, mediante preguntas, de que los
alumnos han entendido todo lo que el autor del libro trata de comunicar.
Ningún ser humano es capaz de almacenar en su mente todos los datos necesarios
para analizar a fondo y conocer en profundidad una materia. Ningún profesor puede
llegar a transmitir a sus alumnos, verbalmente, a través de sus clases, la totalidad de
conocimientos acerca de un tema. Es necesario recurrir a los libros, a las bibliotecas y
a la investigación a través de la lectura.
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Entre aquellos que leen para aprender y capacitarse para ejercer algún ministerio
cristiano, debemos distinguir dos grupos: un primer grupo de los propiamente
alumnos, esto es, que asisten a una institución teológica y estudian bajo la tutela de un
profesor (cuyas lecturas, por tanto, están fijadas, seleccionadas por un programa de
estudios y guiadas por un profesor) y un segundo grupo de los llamados
autodidactas, aquellos que no tienen el privilegio o la oportunidad de asistir a un
instituto o seminario, pero que tratan de formarse a sí mismos y de aprender a través
de la lectura.
Los que estudian bajo la tutela de un profesor (y en este grupo debemos incluir,
además de aquellos que estudian en institutos y seminarios, a los que asisten a
Escuelas Dominicales y Grupos de estudio bíblico en las iglesias) tienen la
oportunidad de poder consultar al profesor todos aquellos puntos difíciles que no
entienden o que les parecen controversiales. Existe la ventaja de que el profesor,
además de aclararles las dudas dentro de sus posibilidades, puede recomendarles la
lectura de otros libros sobre la materia, que puedan servirles para ampliar
conocimientos y proporcionarles más luz. La senda del estudio se hace así mucho
más fácil de seguir.
Pero, desgraciadamente, no todos han tenido o tienen este privilegio. No tanto quizás
en lo que se refiere a la formación básica para la vida cristiana las Escuelas
Dominicales y los grupos de estudio bíblico son accesibles a todos a través de las
iglesias), sino más bien en lo relativo a la preparación teológica más profunda,
encaminada a capacitarles para el ejercicio del ministerio.
La mies es mucha y los obreros pocos; y esto hace que muchos hombres y mujeres,
deseosos de servir al Señor, se lancen al ministerio y al pastorado en «caída libre»;
bajo la guía del Espíritu Santo, pero sin los conocimientos necesarios y precisos para
que el Espíritu encuentre en ellos un terreno abonado, que le haga posible potenciar
su ministerio y hacerlo cada vez más enriquecedor para aquellos a quienes ministran.
A éstos admiramos y, por ello, queremos tratar de ayudarles en todo lo posible.
A todos ellos queremos hacer llegar, a través de las páginas de este libro, nuestra
admiración y nuestro mensaje de aliento. ¡No se desanimen! Con la ayuda de Dios no
hay imposibles. Para conseguir una buena preparación, a cualquier edad, tan sólo se
requiere esfuerzo y voluntad. Nunca deberíamos olvidar que algunos de los más
grandes hombres de Dios, a lo largo de la historia, jamás pisaron un Seminario.
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Fueron autodidactas y se formaron a sí mismos a través de las bibliotecas y de la
lectura.
Nuestra primera recomendación es que, siempre que sea posible, entren en contacto
con alguna institución teológica cristiana. Esto les facilitará mucho las cosas.
Actualmente, hay muchas Escuelas Bíblicas e Institutos que ofrecen clases en horas
nocturnas o en fines de semana. Si debido a su situación geográfica u horarios de
trabajo, esto no les resulta posible, pueden buscar de ponerse en contacto con alguna
de las instituciones que ofrecen cursos por correspondencia, a través de vídeos o de
cassettes. Ello les proporcionará la ventaja de un programa sistemático de estudios y
el contacto con un profesor, que corrija y evalúe sus ejercicios y exámenes.
La utilización que el estudiante -pertenezca a uno u otro grupo, bien sea alumno o
autodidacta-, debe hacer de los libros es prácticamente idéntica a la que debe hacer
todo pastor y todo aquel que, de alguna manera, se encuentre ejerciendo algún
ministerio. Por tanto, nos referiremos a ella a continuación, al hablar de los que leen
para reciclarse, para perfeccionar y aumentar sus conocimientos...
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3. Los que leen para perfeccionar y aumentar conocimientos.
La lectura del pastor, o del que ya está ejerciendo un ministerio, debe ser muy
cuidadosa y selectiva. En la mayoría de los casos, no se trata de leerse los libros de
«tapa a tapa», de un tirón, como se lee una novela, sino más bien de profundizar en el
análisis de aquellos pasajes que contienen información específica sobre la materia que
le interesa.
El pastor no tiene por qué haberse leído de «tapa a tapa» todos los libros que tiene en
su biblioteca; pero sí debe saber de qué tratan y cómo y cuándo pueden serle útiles.
Ni tan siquiera tiene por qué leerse enteros todos los libros que compra; pero sí que
debe saber la razón, el propósito por qué los compró.
Cuando un pastor compra un libro, debe iniciar la lectura por la contratapa del libro
para conocer el resumen editorial y el currículum del autor. Y esto se supone que
debe hacerlo en la librería, antes de comprarlo. A continuación, procederá a un
examen del índice para conocer la estructura general de la obra, y a leerse por encima
los prólogos y prefacios, a fin de hacerse una idea general del tratamiento que el autor
da al tema.
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Una vez adquirido el libro, ya en su casa, procederá a leer las introducciones para
cerciorarse de si el autor incluye en ellas recomendaciones referentes a la mejor forma
de utilizar y sacar provecho del libro en cuestión. Hecho esto, procederá a una lectura
general selectiva del texto, mediante uno de los distintos métodos de lectura rápida,
que le proporcione una idea general del contenido y le permita señalar con un
marcador aquellos pasajes que le interesan de manera especial y que considera útiles
para el futuro.
Y aquí entran en juego los métodos de lectura rápida. No todos leemos igual. En
estudios realizados con distintos grupos de lectores respecto a su habilidad para leer,
escogiendo para la prueba un texto de dificultad normal y conjugando la velocidad de
lectura con un nivel alto de comprensión, los resultados obtenidos se han agrupado
en cuatro categorías:
Por tanto, la velocidad de un lector normal, con algo de práctica, podemos situarla
sobre las 250 ppm. Pero, con un poco de adiestramiento, cualquier lector puede
duplicar su rendimiento alcanzando fácilmente las 500 ppm. Ya con un entrenamiento
más largo, los resultados pueden ser espectaculares. Sobre el tema de los métodos de
lectura rápida, recomiendo el libro del profesor David Solá, publicado por CLIE, El
Cristiano y la mente. En el capítulo 6 de este libro, titulado Una nueva forma de
leer, al autor desarrolla ampliamente este tema de la lectura rápida, y propone un
método completo de lectura rápida aplicado a la Biblia y a los libros cristianos.
Incluye ejercicios prácticos, que en poco tiempo consiguen mejorar sensiblemente la
capacidad de cualquier lector. Explica todas las técnicas de lectura selectiva: en
vertical, por bloques horizontales y en zigzag. Es uno de los libros mas útiles y
provechosos que un pastor o estudiante puede adquirir.
Hoy en día no es adecuado hablar de fichas manuales, pues casi todo el mundo tiene
computadora. Por tanto, digamos que en la computadora abriremos una entrada, o
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ficha para cada tema que hemos marcado en el libro como de interés. En un campo
que nos permita una futura búsqueda y orden alfabético, situaremos el nombre del
tema en cuestión: Bautismo, Predestinación, Anticristo... Una ficha para cada tema.
En los otros campos de la ficha (dependiendo del programa), introduciremos los
datos correspondientes a: título del libro, autor, editorial y, ¡muy importante!, clave
para localizarlo en la biblioteca.
Sucede, muchas veces, que tenemos que hablar sobre un tema y no sabemos dónde
encontrar material referente al mismo. Y, sin embargo, se da la paradoja de que, con
toda probabilidad, en nuestra propia biblioteca disponemos de material más que
abundante; de varios libros que, en alguna parte, en alguna página, tratan sobre ese
tema y contienen información que nos sería valiosísima para nuestro propósito. Pero
a través del título es imposible detectarlo o descubrirlo; y aunque hayamos leído
previamente el libro, es muy improbable que recordemos que el libro trata acerca de
ese tema, porque nadie es capaz de retener en la memoria todos los libros que ha
leído. Y los libros se convierten en instrumentos inútiles si no sirven para
proporcionarnos la información que necesitamos, en el momento preciso que lo
necesitamos. Pero la redacción y el mantenimiento de tales fichas temáticas, al leerlas
por primera vez, en una biblioteca bien organizada, se convierte en una fuente de
recursos casi ilimitada.
Esas citas son, de por sí, una buena fuente donde encontrar información respecto a
otros libros relacionados con el tema. Pero, lo normal suele ser que, además de las
citas, el autor incluya al final de la obra una bibliografía, esto es, una relación o lista
completa de todos los libros consultados o relacionados con el tema y que
recomienda como fuentes de información adicional. Las bibliografías son muy útiles
cuando se quiere profundizar y ampliar conocimientos sobre una materia. Muchas
veces, consultando una bibliografía, descubrimos la existencia de libros que jamás
hubiéramos imaginado que existieran o que se hubieran traducido de un idioma a otro.
El que lee para perfeccionar y aumentar sus conocimientos ha de ser muy abierto en
sus lecturas y aplicar al pie de la letra la recomendación del apóstol Pablo de
«examinadlo todo, y retened lo bueno...» (1 Ts. 5:21). Se supone que no es un
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neófito o un niño en la fe. Es una persona formada, madura, segura en sus propias
creencias y que, por tanto, no ha de tener reparo en conocer y examinar criterios
teológicos y puntos de vista distintos a los suyos propios o a los de su propia
denominación.
Antes, cuando una persona afirmaba algo y quería enfatizar la infalibilidad indiscutible
de su afirmación, solía decir categóricamente: «Es así, con toda seguridad, porque lo
he leído en un libro». En nuestros días, desgraciadamente, ya no se dice «lo he leído
en un libro», sino más bien «lo escuc hé en la televisión». Lo cierto es que ni la
televisión es infalible -y muy lejos esta de serlo -, ni los libros tampoco. El único libro
que hay infalible es la Biblia, la Palabra de Dios. Los demás libros no hacen más que
transmitir el pensamiento de su autor, que en ocasiones puede no ser el mejor o el
más acertado. Pero no por ello deja de ser importante y extremadamente necesario
conocerlo. De lo contrario, se encontrará en cualquier momento con que un miembro
de su iglesia, que haya entrado en contacto con otros creyentes (o sectas) que
propugnan otro punto de vista, le hará preguntas y le planteará problemas que no
sabrá cómo contestar, porque ignora sus planteamientos.
El que lee y utiliza la biblioteca para consultar y ampliar sus conocimientos sobre un
tema -como es el caso del pastor- no puede limitarse a leer y poseer un solo libro
sobre ese tema. Tiene que leer varios, contrastando las opiniones y puntos de vista de
unos autores con otros, y sacar sobre ello sus conclusiones y opiniones propias y
personales.
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