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De la Biblia a la vida

Para proclamar y vivir mejor la Palabra

P. Toribio Tapia Bahena


tapiato@hotmail.com

Domingo 26 de octubre de 2008


Amar a Dios y al prójimo
Mateo 22,34-40

1. Lectura
¿Quiénes se reunieron en grupo al enterarse de que Jesús le había dejado callados a los
saduceos? ¿Con qué intención uno de los fariseos le comenzó a preguntar a Jesús? ¿Con
qué título se dirige a él? ¿Qué le pregunta? De acuerdo a la respuesta de Jesús ¿de qué
manera hay que amar a Dios? ¿Cómo cataloga Jesús este mandamiento? ¿De qué manera se
refiere al segundo con relación al primero? ¿A quién hay que amar? ¿Qué depende de estos
mandamientos?
Si tienes un poco más de tiempo lee Mc12, 28-34 y compáralo con Mt 22,34-40
tratando de captar mejor las diferencias entre sí.
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Para comprender mejor este evangelio tengamos en cuenta, en primer lugar, que
Mateo, a diferencia de Marcos, ha colocado el diálogo sobre el mandamiento mayor de la
Ley en un ambiente de discusión entre los grupos principales de la vida política y religiosa
de Israel. En realidad a los fariseos no les importaba saber la opinión de Jesús para vivir
mejor sino para ponerlo a prueba (v. 35). No les interesa vivir, ni siquiera saber; se quieren
enterar por ociosidad1. Ahora bien, aunque aquel fariseo le preguntó a Jesús con malas
intenciones el evangelio de todos modos quiere presentar un mensaje muy serio.
En segundo lugar, la pregunta del fariseo se entiende mejor si recordamos que los
rabinos judíos contaban 613 mandamientos y los diferenciaban entre los del cielo o grandes
y los luminosos o pequeños. No estamos ante la pregunta por el resumen de la Ley sino por
el mandamiento mayor, es decir, por el más importante, el fundamental, el que nunca debe
faltar. Jesús le responde con dos mandamientos remarcando que éstos son los más
importantes2. Todos los demás principios de comportamiento o mandamientos tienen
sentido si se relacionan con el amor a Dios y al prójimo.
Ahora bien, la respuesta de Jesús va mucho más allá de la opinión tradicional. Si
tenemos en cuenta que todo judío piadoso repetía el Shema o Escucha Israel (Dt 6,2-6) al
1
De acuerdo al desarrollo del mismo evangelio habían sido los fariseos quienes, junto con los sumos
sacerdotes, habían tratado de detenerlo pero le habían tenido miedo a la gente porque lo tenían por profeta
(21,45); ellos mismos habían celebrado consejo sobre la forma de sorprenderlo en alguna palabra (22,15);
Jesús les hablará con dureza sobre sus acciones hipócritas y mal intencionadas (23, 1-36). Incluso, aún
después de muerto, seguirán molestando a Jesús pues junto con los sumos sacerdotes se reunirán ante Pilato
refiriéndose a Jesús como impostor para que asegure el sepulcro pues con pretextos de la resurrección sus
discípulos podrían robar el cuerpo (27,62).
2
La pregunta del escriba es comprensible; ante la cantidad exagerada de mandamientos que se
debían cumplir la gente se preguntaba sobre los más importantes. Debería de haber algunos que fueran
indispensables pero que, sobre todo, desde donde todos los demás recibieran su sentido.

1
menos dos veces al día (por la mañana y por la tarde) podríamos suponer que la gente tenía
claro que el mandamiento principal era el amor a Dios. Sin embargo, Jesús agrega en
igualdad de importancia el amor al prójimo. Aquí está su originalidad principal. Es muy
diferente aceptar el amor a Dios y al prójimo por separado que unirlos en uno solo
proponiéndolos igualmente de importantes.
En tercer lugar, vale la pena poner atención en que el evangelio señala que se debe
amar a Dios con la totalidad de las capacidades fundamentales del ser humano (corazón,
alma y mente)3. Todo podría estar significando totalidad al mismo tiempo que intensidad,
entereza, seriedad, importancia. Además, puede ser útil desglosar, al menos brevemente,
cada uno de los términos.
El amor a Dios debe ser con todas las capacidades que tiene a su alcance el ser
humano. Así, debe ser desde el lugar donde se orienta la vida, desde donde se decide (el
corazón); con la existencia (alma), con la inteligencia o sabiduría (mente). Todo esto con la
mayor intensidad que está al alcance del ser humano.
Ahora bien, en el caso del prójimo, no se encontró mejor manera de decirlo más que
a través de la indicación de uno mismo; este mandamiento se hace eco de aquella antigua
regla de oro común en la antigüedad: “haz a otros como quieras que te hagan”. Desde esta
perspectiva el amor al prójimo no tiene medida porque a todo ser humano siempre le
gustaría que las personas fueran mejor con él. No hay ser humano ajeno a esta experiencia.
Y un detalle más: no se dice “amarás a Dios” sino a “tu Dios”; tampoco se afirma
“amarás al prójimo” sino a “tu prójimo”. Esto es de vital importancia porque no se ama a
alguien extraño, lejano o indiferente; no se puede amar a alguien que se siente lejano o a
quien uno quiere mantener distanciado.
Por último, de aquí depende la Ley y los Profetas. Recordemos que la Ley y los
profetas para el pueblo de Israel era lo que se tenía que hacer y lo que debía orientar. Desde
esta perspectiva, desde el amor a Dios y el amor al prójimo se tiene claridad qué se debe
hacer y qué debe orientar la existencia.

2. Meditación
Nadie tiene problema en aceptar lo que dice el evangelio porque generalmente se
entiende el amor al prójimo como algo separado del amor a Dios; de hecho muchos judíos
aceptaban ambos mandamientos pero separadamente. De manera semejante entre muchos
cristianos existe el deseo de amar a Dios y al prójimo pero separadamente; hasta se ha
llegado al grado de pensar que es más importante el amor a Dios que el amor a las
personas. Sin embargo, el evangelio pone exactamente al mismo nivel el amor a Dios y al
prójimo.
Dios no debe convertirse en pretexto para no amar a nadie; si alguien dice “’Yo amo
a Dios’ y odia a su hermano, es mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no
puede amar a Dios a quien no ve. Y nosotros hemos recibido de él este mandamiento: quien
ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21).
Es posible que estemos ante un doble principio que quería enfatizar un único
convencimiento: el amor a Dios y al prójimo son inseparables. El amor al hermano sin
amor a Dios dura poco; el amor a Dios sin amor al hermano es insostenible, conduce a la
incredulidad.

3
El término griego que es traducido por “todo” se refiere a la totalidad, a lo entero o completo de
algo.

2
Son dos principios que no debemos ver por separado; es imposible vivirlos uno al
margen del otro. Es tan sagrado el amor a Dios como el amor al hermano; el tiempo para
uno y para otro es igual de importante; la seriedad de ambos, de Dios y del prójimo, debe
ser el criterio fundamental de nuestra vida.
Esto se vuelve más urgente porque para algunas personas el amor a Dios se ha
convertido en un sutil pretexto para no amar a nadie o para vivir sin comprometerse en
nada. Para otros, por el contrario, cierta manera de comprender el amor al prójimo es una
excusa para vivir sin un Dios personal, amoroso y exigente.
Es fácil separarlos y vivirlos así, disociados; esto aparentemente nos complace pero
nos hace daño y es poco transformador. Por eso, la tarea es unirlos permanentemente,
ubicarlos en el mismo nivel de importancia y vivirlos con la misma intensidad, sabiendo
que Dios y el ser humano son igualmente sagrados (Mt 25,31-46).
Ahora bien, el amor a Dios y al prójimo supone o exige la cercanía. No se puede
amar a Dios si no lo experimentamos cercano, amigo… Tampoco se puede amar al prójimo
si somos distantes o indiferentes con lo que pasa a las personas que nos rodean. Además
este amor debe ser con todas las capacidades y con seriedad e intensidad.
Desde aquí podemos actuar mejor y orientar nuestra vida con más claridad.

3. Oración
Agradezcamos a Dios el amor que nos tiene; démosle gracias también por el amor que
nos manifiesta mucha gente (familiares, amigos, conocidos…).
Pidámosle que nos perdone las ocasiones en que hemos pretendido amar a Dios sin
comprometernos con nuestros hermanos.
Roguémosle que nos perdone también por las ocasiones en que hemos pretendido amar
a nuestros hermanos sin amarlo a Él.
Pidámosle que nos anime en aquellos momentos en que tenemos la tentación de separar
el amor a Dios y al prójimo.
Pidámosle perdón también por las ocasiones en que hemos pretendido amar a Dios sin
ser sus amigos; o cuando hemos deseado amar a las personas sin sentirlas parte
indispensable de nuestra vida.

4. Contemplación – acción
A partir de la pregunta ¿qué bien debo hacer a partir de este encuentro con la Palabra?
hagamos un propósito que nos ayude a ser realmente mejores para que quienes conviven
con nosotros sean más felices.
.

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