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Sermón publicado
Si no recuerdo mal, fue a fines del año 1740, que sostuve en Whitehall una
conversación con el doctor Gibson, quien era entonces obispo de Londres. Me
preguntó qué quería decir con el término la perfección. Le contesté sin ambages
y sin reservas. Al terminar mi exposición, él dijo: “Señor Wesley, si eso es todo lo
que usted quiere decir, publíquelo al mundo. Y si alguno puede refutar lo que
usted dice, tiene licencia para ello.” Contesté: “Lo haré, señor mío.” Por lo tanto,
escribí y publiqué el sermón “La Perfección Cristiana”, en el cual traté de probar:
(a) en qué sentido los cristianos no son perfectos, y (b) en qué sentido lo son.
(a) ¿En qué sentido no lo son? No son perfectos en sabiduría. No están libres de
equivocaciones. Así como no podemos esperar omnisciencia en un hombre,
tampoco podemos esperar infalibilidad. No están libres de flaquezas, tales como
debilidad o torpeza de entendimiento o una imaginación anormal ya sea tardía o
ligera. Otras flaquezas serían: impropiedad del lenguaje, la pronunciación poco
elegante, a las cuales podríamos añadir otros mil defectos innominados de la
conversación o conducta. Nadie está perfectamente libre de flaquezas como
estas, hasta que su espíritu vuelva de nuevo a Dios. Tampoco podemos esperar
hasta entonces estar libres de tentación, porque “el siervo no es mayor que su
señor”. En este sentido no hay perfección absoluta en la tierra. No existe
perfección en este mundo que no admita un continuo crecimiento.
(b) ¿En qué sentido, pues, son perfectos? Observad, no hablamos de niños en
Cristo, sino de cristianos maduros. Pero aun los niños en Cristo (1) tienen tal
perfección de no cometer pecado. Esto lo afirma San Juan expresamente (1
Juan 3:9), y no puede ser negado por los ejemplos del Antiguo Testamento.
Alguno dirá que los más santos de los antiguos judíos cometieron pecado; pero
no debe inferirse de ello que todos los cristianos cometen o tienen que cometer
pecado mientras vivan.
“Pero”, uno pregunta, “¿no dicen las Escrituras que un hombre justo peca siete
veces al día?”
No dice eso. Dice esto: “Porque siete veces cae el justo” (Proverbios 24:16).
Pero esto cambia la idea por completo, porque en primer lugar, las palabras “al
día” no se encuentran en el texto. En segundo lugar, no hay mención de caer en
pecado. Lo que se menciona es caer en aflicción temporal. Pero en otro lugar
Salomón dice: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y
nunca peque” (Eclesiastés 7:20). Indudablemente era así en los días de
Salomón; y de Salomón hasta Cristo no hubo hombre que no pecara. Pero sea
cual fuera el caso de aquellos bajo la ley, podemos afirmar con San Juan, que
desde que se ha dado el evangelio “todo aquel que es nacido de Dios, no
practica el pecado” (1 Juan 3:9).
Los privilegios de los cristianos no pueden medirse en manera alguna por lo que
el Antiguo Testamento registra en cuanto a los que estaban bajo la dispensación
judía; siendo que la plenitud del tiempo ya ha venido, que el Espíritu Santo ya ha
sido dado, la gran salvación de Dios se les ha brindado a los humanos por la
revelación de Jesucristo. El reino de los cielos está establecido en la tierra,
acerca de lo cual el Espíritu de Dios declaró en tiempo pasado (¡tan lejos así
está David de ser la norma o ejemplo de la perfección cristiana!): “El que entre
ellos fuere débil, en aquel tiempo será como David; y la casa de David como
Dios, como el ángel de Jehová delante de ellos” (Zacarías 12:8).
“Pero los mismos apóstoles cometieron pecados; Pedro con sus disimulos, y
Pablo con su discusión acre con Bernabé.” Aun concediendo que así fuera,
¿quiere usted razonar de esta manera: “Si dos de los apóstoles cometieron un
pecado, todos los cristianos de todas las épocas cometen y deben cometer
pecado en tanto que vivan?” No; muy lejos esté de nosotros el hablar de esa
manera. Realmente no era necesario que ellos hubieran pecado; sin duda
alguna, la gracia de Dios era suficiente para ellos. Y es suficiente para nosotros
hoy.
“Pero Santiago dice: ‘Porque todos ofendemos muchas veces’ “(Santiago 3:2).
Sí, lo dice; pero, ¿quiénes son las personas de quien habla? Pues, aquellos
“muchos maestros” a quienes Dios no envió; pero no se refiere al Apóstol
mismo, ni a ningún verdadero cristiano. Una prueba que el uso de nosotros (una
figura de dicción común en todas las escrituras, tanto seculares como sagradas)
no puede referirse al Apóstol ni a ningún otro verdadero creyente, aparece
primero en el versículo nueve donde dice: “Con ella bendecimos al Dios y Padre,
y con ella maldecimos a los hombres” (Santiago 3:9). ¡Seguramente que no
quiere decir nosotros los apóstoles, ni nosotros los creyentes! Segundo, se
deduce esto por las palabras que preceden al texto: “Hermanos míos, no os
hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor
condenación. Porque todos ofendemos muchas veces.” ¡Nosotros! ¿Quiénes? Ni
los apóstoles, ni los verdaderos creyentes, mas aquellos que “recibiremos mayor
condenación” por aquellas muchas ofensas. Tercero, el versículo mismo prueba
que “todos ofendemos” no puede aplicarse a todos los hombres, ni a todos los
cristianos, porque en él se hace mención inmediatamente de un hombre que “no
ofende”. Este se distingue de “todos” en la primera parte del versículo, y es
llamado “varón perfecto”.
“Pero”, otro dirá, “San Juan mismo dice: ‘Si decimos que no tenemos pecado,
nos engañamos a nosotros mismos’ (1 Juan 1:8). Y dice también: ‘Si decimos
que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en
nosotros’ ” (1 Juan 1:10).
Yo contesto: 1. El versículo diez aclara el sentido del versículo ocho. Es decir, “Si
decimos que no hemos pecado” (versículo 10) es el sentido en que debe
tomarse el versículo ocho, “Si decimos que no tenemos pecado”. 2. El punto
bajo consideración no es si hemos o no pecado anteriormente; además ninguno
de estos versículos afirma que pecamos, o cometemos pecado ahora. 3. El
versículo nueve explica tanto el ocho como el diez: “Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad.” Es como si él hubiera dicho: “Ya he afirmado que ‘la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado’ (versículo 7). Y ningún hombre
puede decir, ‘No la necesito; no tengo ningún pecado del cual debo ser limpio’.
‘Si decimos que no tenemos pecado (es decir, que no hemos cometido pecado),
nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.’ Pero, ‘si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo’ no sólo ‘para perdonar nuestros
pecados’, sino también para limpiarnos de toda maldad, para que vayamos y no
pequemos más.” En conformidad, pues, con la doctrina de San Juan y el tenor
del Nuevo Testamento, asentamos esta conclusión: todo cristiano tiene esta
perfección en el sentido de que no peca.
Y así como están libres de malos deseos, lo están también del mal genio.
Cada uno de estos cristianos puede decir con San Pablo: “Con Cristo estoy
juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20),
palabras que manifiestamente describen libertad del pecado interior y exterior.
Esta libertad está expresada en forma negativa, “no vivo yo” (es decir, mi
naturaleza mala no vive; el cuerpo de pecado ha sido destruido), y positivamente
“vive Cristo en mí” y como es natural, junto con El, todo lo santo, justo y bueno.
Estas dos frases, “Cristo vive en mí” y “no vivo yo”, están conectadas de manera
inseparable. Porque, ¿qué comunión tiene la luz con las tinieblas, o Cristo con
Belial?
Por lo tanto, Aquel que vive en estos cristianos ha purificado sus corazones
por la fe, por cuanto cualquiera que tiene a Cristo, “la esperanza de gloria”
(Colosenses 1:27), “se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3).
Está purificado de orgullo; porque Cristo es humilde de corazón. Está libre de su
mal deseo y voluntad obstinada; porque Cristo hacía sólo la voluntad de su
Padre. Y está libre de ira, en el sentido lato de la palabra; porque Cristo es
manso y tierno. Digo en el sentido lato de la palabra, porque El odia el pecado, y
tiene compasión por el pecador. Siente disgusto por cada ofensa contra Dios,
pero sólo tierna compasión para los delincuentes.
Así salva Jesús “a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:2 1), no sólo de los
pecados exteriores, sino también de los pecados de sus corazones. “Es verdad”,
dicen algunos, “pero eso no ocurre mientras vivimos, sino en el momento de
expirar”. No obstante, San Juan dice: “En esto se ha perfeccionado el amor en
nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así
somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17).
El Apóstol en esta exposición afirma sin lugar a dudas, que tanto él mismo
como todos los cristianos, no sólo después de la muerte, sino también en este
mundo, son como su Maestro.
En estricta conformidad con esto San Juan nos dice en el primer capítulo:
“Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). “Pero si andamos
en la luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de
Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). En otro versículo
dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad” (versículo 9). Ahora, es evidente que el
Apóstol habla aquí de una liberación llevada a cabo en este mundo. Porque él
no dice: La sangre de Cristo limpiará en la hora de la muerte, o en el día del
juicio, sino que dice, nos limpia actualmente, en el presente, como cristianos
vivos, “de toda maldad”. Es igualmente evidente que si queda algún pecado,
entonces no estamos limpios de toda maldad. Si queda injusticia en el alma,
entonces no está limpia de toda injusticia. Nadie puede afirmar que esto se
refiere sólo a la justificación, o a la limpieza de la culpa del pecado: primero,
porque así se confunde lo que el Apóstol distingue claramente, pues menciona
primero: “para perdonar nuestros pecados”, y entonces dice: “y limpiarnos de
toda maldad”; segundo, porque eso es enseñar en el sentido más enfático, la
justificación por las obras; es decir, que toda santidad interior o exterior sea
necesariamente previa a la justificación. Porque si la limpieza de la que aquí se
habla no es otra que la de la culpa del pecado, entonces no estamos limpios de
culpa, es decir, no somos justificados, a menos que andemos en luz “como él
está en luz”.
Queda dicho entonces que los cristianos son salvos en este mundo de todo
pecado, y de toda maldad, y están en tal sentido perfectos que no cometen
pecado, y están libres de malos deseos y de mal genio.
Este gran don de Dios, la salvación de los hombres, no es otra cosa que su
imagen estampada en el corazón. Es una renovación del espíritu de sus mentes
a la semejanza de Aquel que los creó. Dios ahora ha puesto el hacha a la raíz
del árbol del corazón, purificándolo por la fe, y limpiando todos sus
pensamientos por la inspiración de su Santo Espíritu. Con la esperanza de que
verán a Dios tal como El es, se purifican “así como él es puro” (1 Juan 3:3), y
son santos en todas sus actividades como Aquel que los ha llamado, es santo.
No que hayan alcanzado todo lo que alcanzarán, o que en este sentido son
perfectos. Pero, diariamente van de gracia en gracia, mirando ahora, “como en
un espejo la gloria del Señor”, y son transformados de gloria en gloria en la
misma semejanza, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18).
“Y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17),
libertad “de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2) que los hijos de
este mundo no creen, a pesar de ver este hecho cumplido en el testimonio de
los fieles. A estos seres renovados el Hijo liberta de esa profunda raíz de
pecado, amargura y orgullo. Sienten que toda su suficiencia es de Dios, que sólo
El está en todos sus pensamientos, el cual obra en ellos “así el querer como el
obrar de su buena voluntad” (Filipenses 2:13, V.M.). Sienten que no son ellos
quienes hablan, sino el Espíritu de su Padre que habla en ellos, y todo cuanto es
hecho por sus manos, es la obra del Padre que está en ellos. De manera que
Dios es para ellos su todo en todo, y ellos se sienten como “siervos inútiles”.
Están libres de obstinación, deseando solamente la santa y perfecta voluntad de
Dios, clamando continuamente desde lo íntimo de sus almas: “Padre, sea hecha
tu voluntad.” En todo tiempo hay tranquilidad en sus almas, y sus corazones
están firmes e inmovibles. Su paz, corriendo como un río, “sobrepasa todo
entendimiento”, y ellos se regocijan “con gozo inefable y glorioso”.
No quiero decir que todo aquel que no haya sido de tal manera renovado en
amor sea un hijo del diablo. Al contrario, quienquiera que tiene segura confianza
en Dios de que por los méritos de Cristo sus pecados le son perdonados, es un
hijo de Dios; y si permanece en El, es heredero de todas las promesas. No debe
de ningún modo perder su confianza o negar la fe que ha recibido porque sea
débil, o porque ésta sea probada con fuego, aun cuando su alma esté abatida
por múltiples tentaciones.
La Conversión no Obra la Salvación Completa
Tampoco nos atrevemos a afirmar, como han hecho algunos, que toda esta
salvación es dada de una vez. Hay realmente una obra instantánea de Dios en
sus hijos, como también gradual, y sabemos que existe una nube de testigos
quienes han recibido en un momento dado o un conocimiento claro de sus
pecados perdonados, o el testimonio del Espíritu Santo. Pero no tenemos
conocimiento de un solo caso, en ninguna parte, de una persona que haya
recibido, en el mismo momento, remisión de pecados, testimonio del Espíritu, y
un corazón limpio y nuevo.
Es ahora cuando por primera vez se dan cuenta del negro estado de sus
corazones, el cual a Dios no le plugo revelárselos antes, a fin de que no
desmayaran. Ahora ven toda la abominación que se oculta en ellos mismos, la
profundidad del orgullo, de su terquedad y del infierno mismo. Sin embargo, en
medio de esta dura prueba, la cual aumenta cada vez más el convencimiento de
su propia impotencia, y su anhelo inexplicable de una plena renovación en la
imagen de Dios (la cual es en justicia y en santidad de verdad), con todo, tienen
en sí mismos este testimonio: “Eres heredero de Dios y coheredero con Cristo.”
Entonces Dios tiene memoria del deseo de aquellos que le temen y les da un ojo
sencillo y un corazón puro; imprime sobre ellos su propia imagen e inscripción;
los crea de nuevo en Cristo Jesús; viene a ellos con su Hijo y su bendito
Espíritu; y haciendo de sus almas su morada, los hace entrar en el reposo que
queda “para el pueblo de Dios” (Hebreos 4:9).
No puedo menos que hacer notar aquí, que, nuestra doctrina presente, sea
buena o mala, es la misma que enseñé desde el principio. No hemos añadido
nada a ella ni en prosa ni en verso, que no esté aquí ya contenido. No necesito
dar pruebas adicionales de esto por medio de una multiplicación de citas del
libro. Tal vez baste con citar parte de un solo himno, de la última parte del libro:
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EL DESCANSO DE LA FE
En gloriosa libertad.
Seguros en el camino de la vida,
Y perfeccionados en amor
A creer y en él entrar!
Y de tu amor gozar.
¿Puede haber algo más claro? (1) Aquí hablamos de la salvación plena y
sublime de Dios expresada como mejor hemos podido. (2) Hablamos de ella
como recibida por mera fe, e impedida sólo por la incredulidad. (3) Que esta fe, y
por consiguiente la salvación que trae, es presentada como algo que puede
recibirse en un instante. (4) Afirmamos que ese instante puede ser ahora, que no
necesitamos esperar un momento más: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he
aquí ahora el día” de esta plena salvación (2 Corintios 6:2). Y por último, si
alguien habla de otro modo, el tal está presentando una doctrina herética entre
nosotros.
12. Como un año más tarde, en 1742, publicamos otro tomo de himnos.
Habiendo la controversia llegado ya al colmo, hablamos más extensamente
sobre este tema que nunca antes. En efecto un buen número de los himnos de
este libro tratan expresamente sobre este asunto, como también el prólogo; el
cual, como es corto, no está de más incluirlo aquí:
En segundo lugar, creemos que no hay tal perfección en esta vida que
comprenda una completa inmunidad en cuanto a la ignorancia o a los errores en
cosas no esenciales a la salvación, o a las múltiples tentaciones, o numerosas
flaquezas con las cuales el cuerpo corruptible más o menos afecta el alma. No
encontramos en las Escrituras ninguna base que nos haga suponer que el
hombre nacido de mujer pueda estar enteramente exento de enfermedades
físicas o de ignorancia de muchas cosas, o sea incapaz de equivocarse, o de
caer en diversas tentaciones.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”
(Gálatas 2:20). Entonces El es santo como Dios quien le ha llamado es santo,
tanto de corazón como “en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1-15). Ama al
Señor su Dios de todo su corazón y le sirve con todas sus fuerzas. Ama a su
prójimo como a sí mismo, así como Cristo nos ama; particularmente a aquellos
que le desprecian y persiguen, porque no conocen al Hijo, ni al Padre. Su alma
es verdaderamente todo amor, llena de “entrañable misericordia, de benignidad,
de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Colosenses 3:12). Su vida, por lo
tanto, está llena de fe, paciencia, esperanza y de obras de amor. Y todo cuanto
hace, sea en palabra o en hecho, lo hace todo en el nombre y en el amor y
poder del Señor Jesús. En resumen él hace la voluntad de Dios, “como en el
cielo, así también en la tierra”.
Cristo y andar como El anduvo, tener toda la mente que hubo en Cristo y andar,
no por un tiempo sino siempre como El anduvo. Quiere decir, en otras palabras,
estar interior y exteriormente consagrados a Dios; una consagración de corazón
y vida. Tenemos el mismo concepto ahora sin añadirle ni quitarle. Muchos son
los himnos que expresan nuestros conceptos a ese respecto.
Pregunta — ¿En qué puntos están de acuerdo con nosotros esos hermanos
nuestros que difieren de nosotros con respecto a la entera santificación?
Respuesta — Ellos admiten: Primero, que cada uno debe ser cabalmente
santificado en la hora de la muerte; segundo, que hasta entonces el creyente
diariamente puede crecer en la gracia, acercándose más y más a la perfección
cristiana; tercero, que debemos perseguir continuamente este fin y exhortar a
todos los otros a hacer lo mismo.
Pregunta — ¿Hay alguna promesa bíblica que diga claramente que Dios nos
salvará de todo pecado?
Respuesta — La hay. “Y él redimirá a Israel de todos sus pecados” (Salmos
130:8). Esta promesa está expresada con más amplitud en la profecía de
Ezequiel: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas
vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré...Y os guardaré de
todas vuestras inmundicias...“ (Ezequiel 36:25, 29). No puede haber promesa
más clara. A ella se refiere el Apóstol en aquella exhortación: “Teniendo pues
tales promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu,
perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1, V.M.).
Igualmente clara y expresiva es aquella antigua promesa: “Y circuncidará
Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a
Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas”
(Deuteronomio 30:6).
Pregunta — Pero, ¿cómo se prueba que esto ha de ser hecho antes del
momento de morir?
Respuesta — 1. Por la misma naturaleza del mandamiento, el cual es dado no a
los muertos sino a los vivos. Por tanto, “amarás al Señor tu Dios de todo tu
corazón” no puede significar que harás esto cuando mueras, sino mientras vivas.
2. De varios textos de las Escrituras: (a) “Porque la gracia de Dios se ha
manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que,
renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo
sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la
manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio
a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un
pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:11-14). (b) “Y nos levantó un
poderoso Salvador en la casa de David su siervo...del juramento que hizo a
Abraham nuestro padre, que nos había de conceder que, librados de nuestros
enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y en justicia delante de él, todos
nuestros días” (Lucas 1:69, 73-75).
Pero más directamente contestamos: Hay varias razones para que hayan pocos
ejemplos, si acaso alguno, que sean indisputables. ¡Cuántos inconvenientes
traería esto sobre la persona misma, puesta como el blanco para todos los
dardos!
¡Y cuán poco provechoso sería a los contradictores! Porque “si no oyen a
Moisés y a los profetas”, a Cristo y sus apóstoles, “tampoco se persuadirán
aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:31).
Pregunta — ¿No es posible que sintamos aversión hacia alguno de aquellos que
dicen que son salvos de todo pecado?
Respuesta — Es muy posible, y esto por varias razones; en parte, por nuestra
ansiedad por el bien de las almas, que pueden ser perjudicadas si no viven
conforme profesan; también por una cierta envidia implícita contra los que dicen
tener bendiciones más ricas que las nuestras; y en parte por nuestra natural
morosidad y poca disposición de nuestros corazones para creer las obras de
Dios.
En el año 1752 se publicó una segunda edición de estos himnos sin otros
cambios que la corrección de algunos errores literarios.
He sido más extenso en estas citas porque ellas demuestran, sin posibilidad
de excepción, que hasta hoy, tanto mi hermano como yo, hemos mantenido: 1.
Que la perfección cristiana es el amor a Dios y a nuestro prójimo, y denota
libertad de todo pecado. 2. Que es recibida meramente por la fe. 3. Que es dada
instantáneamente. 4. Que a cada instante debemos esperarla, que no debemos
esperar hasta el momento de morir para obtenerla, que ahora, ya, es el tiempo
propicio, el día de salvación.
Publicado en 1759
En la conferencia del año 1759, previendo el peligro de que pudiera
introducirse clandestina y sutilmente entre nosotros una diversidad de opiniones,
volvimos a considerar extensamente esta doctrina; y poco después publiqué el
folleto Pensamientos sobre la perfección cristiana, con la siguiente advertencia a
manera de prólogo:
Pregunta —Pues bien, si viven sin pecado, ¿no excluye esto la necesidad de un
mediador? A lo menos, ¿no queda demostrado claramente que ya no tienen
necesidad de Cristo como sacerdote?
Respuesta —Lejos de eso. Ninguno siente tanto como éstos, su necesidad y
dependencia de Cristo, puesto que Cristo no da vida al alma aparte de El, sino
en Sí mismo. Por lo tanto, sus palabras son igualmente aplicables a todos los
hombres, en cualquier estado de gracia en que se encuentren: “Permaneced en
mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.. . porque
separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:4, 5).
Necesitan la Expiación
Para ser más explícito sobre este punto, diré: 1. No sólo lo propiamente llamado
pecado (la trasgresión voluntaria de una ley conocida), sino lo impropiamente
llamado pecado (la trasgresión involuntaria de una ley divina, ya sea conocida o
no), necesita la sangre expiatoria. 2. Creo que no hay tal perfección en esta vida
que excluya estas transgresiones involuntarias, las cuales, entiendo, se deben
naturalmente a la ignorancia y los errores que no pueden separarse de la
personalidad. 3. Por lo tanto, la perfección sin pecado es una frase que nunca
uso, no sea que dé la impresión de contradecirme a mí mismo. 4. Creo que una
persona llena del amor de Dios está todavía expuesta a estas transgresiones
involuntarias. 5. Usted puede llamar pecado a tales trasgresiones si le place; yo
no las llamo así por las razones ya mencionadas.
Pregunta — ¿Qué consejo daría usted a los que las califican así y a los que no
las califican como pecado?
Respuesta — A los que no las llaman pecados, les aconsejo que nunca piensen
que ellos o cualquiera otra persona están en tal estado de perfección que
pueden estar en pie delante de la justicia infinita sin un mediador Tal actitud
sería evidencia de la más profunda ignorancia, o de la más descarada
presunción y arrogancia.
A los que las llaman así, aconsejo tener cuidado de no confundir estos
defectos con lo que es propiamente llamado pecado. Pero, ¿cómo podrán
evitarlo? ¿Cómo podrá distinguirse el uno del otro, si todos son igualmente
llamados pecados? Temo que, si concediéremos que algún pecado es
compatible con la perfección cristiana, pocos limitarían la idea a aquellos
defectos de los cuales puede ser verdad la afirmación.
Pregunta — Pero, ¿cómo puede una inclinación a errar ser compatible con el
amor perfecto? ¿No están las personas perfeccionadas en amor bajo la
influencia del mismo a cada momento? ¿Puede del amor puro proceder
equivocación alguna?
Respuesta — Contesto: 1. Que muchos errores pueden ser compatibles con el
amor puro; 2. Que algunos pueden accidentalmente manar de él: Quiero decir
que el amor mismo puede inclinarnos a equivocaciones. El amor puro hacia
nuestro prójimo, nacido del amor de Dios, no piensa mal, todo lo cree y todo lo
espera. Ahora, esta misma cualidad de ser confiado, pronto para creer y esperar
lo mejor de todos los hombres, puede hacernos creer que algunos hombres son
mejores de lo que son en realidad. He aquí entonces una equivocación
manifiesta, manando accidentalmente del amor puro.
La Profesión de la Santidad
Pregunta Admitiendo que alguno alcanzare esto, ¿le aconsejaría usted que
hablara de ello?
Respuesta Al principio, tal vez le sería difícil contenerse; el fuego ardería de tal
manera dentro de él que le impulsaría como un torrente el deseo de declarar la
amorosa bondad del Señor. Pero después puede hacerlo, teniendo la precaución
de no hablar de ello a los que no conocen a Dios (porque probablemente sólo
lograría provocarlos a disentir y a blasfemar); con otros tampoco debe tocar este
punto sin una razón particular, sin algún objetivo para el bien de ellos. Y
entonces debe tener cuidado de evitar toda apariencia de jactancia, hablando
con profunda humildad y reverencia, dando toda la gloria a Dios.
Pregunta — Pero, ¿no hay medio de evitar estos sinsabores que generalmente
caen sobre aquellos que hablan de haber alcanzado tal salvación?
Respuesta — Parece que no se pueden evitar completamente mientras quede
tanta carnalidad en los creyentes.
Pregunta — ¿Qué sería esta prueba razonable? ¿Cómo podemos conocer con
certeza uno que haya sido salvo de todo pecado?
Respuesta — No podemos infaliblemente conocer uno que haya sido así
salvado (ni a uno que ha sido justificado), a menos que le plazca a Dios dotarnos
del milagroso discernimiento de espíritus. Pero las siguientes evidencias, si se
examinan sinceramente, serán suficientes para no dejar lugar a duda en cuanto
a la veracidad y la profundidad de la obra: 1. Si teníamos clara evidencia de su
comportamiento ejemplar por algún tiempo antes del supuesto cambio, esto nos
dará razón para creer que “no mentirá a Dios”, sino que hablará ni más ni menos
de lo que siente; 2. Si en lenguaje sólido que no puede ser refutado diera un
relato preciso del tiempo y la manera como se operó el cambio; y 3. Si es
evidente que todas sus palabras y acciones subsecuentes son santas e
irreprochables.
El resumen del asunto es: 1. Tengo toda razón para creer que esta persona
no miente. 2. El testifica delante de Dios de esta manera, “No siento pecado,
pero sí siento amor inefable; oro, me regocijo, y doy gracias sin cesar; teniendo
tan íntimo y claro testimonio de mi cabal renovación, como de mi justificación”.
Ahora, si nada tengo que objetar a este testimonio tan claro, debo por razón
natural creerlo.
Pregunta — Pero si dos cristianos perfectos tuvieren hijos, ¿cómo pueden éstos
ser nacidos en pecado no habiendo pecado en sus padres?
Respuesta — Es un caso posible pero no probable. Dudo que haya habido o que
pueda haber tal caso. Pero dejando esto a un lado, contestó: El pecado me es
transmitido, no por procreación inmediata, sino por mi primer padre. En Adán
todos murieron; por la desobediencia de uno, todos fueron hechos pecadores;
todo el género humano, sin excepción, estaba en sus lomos cuando él comió del
fruto prohibido.
Pregunta — Pero, ¿qué obras hace el que es perfecto en amor que sobrepasan
las obras de los creyentes comunes?
Respuesta — Tal vez ninguna; pues quizá Dios por circunstancias externas lo
haya así dispuesto. Tal vez no haga mucho exteriormente, aun cuando su deseo
sea hacer todo cuanto pueda para Dios. Quizá ni siquiera hable mucho, ni haga
muchas obras, como nuestro Señor mismo ni habló mucho, ni hizo tan grandes
obras como hicieron algunos de sus apóstoles (Juan 14:12). Pero eso no prueba
que no tiene mayor gracia. Oid lo que Cristo dice: “En verdad os digo, que esta
viuda pobre echó más que todos.” De cierto, este hombre pobre con sus pocas y
mal pronunciadas palabras ha dicho más que todos ellos. Esta mujer pobre que
ha dado un vaso de agua fría ha hecho más que todos ellos.
¡Oh, cesad de juzgar “según las apariencias”, y aprended a juzgar “con justo
juicio”!
Pregunta — Pero, ¿no puede ser una prueba en su contra el que yo no sienta
unción ni en sus palabras ni en sus oraciones?
Respuesta — No lo es, porque quizá la culpa sea de usted. Es muy posible no
sentir el poder de lo alto si hay alguno de los siguientes obstáculos en el camino:
1. Vuestro adormecimiento del alma. Los fariseos, muertos espiritualmente, no
sintieron ese poder, ni aun por las palabras de Aquel que habló como ningún
hombre ha hablado (Juan 7:46). 2. Por el pecado oscureciendo la conciencia. 3.
Por un prejuicio contra la persona que testifica. 4. Por creer que no es posible
obtener ese estado que él profesa haber alcanzado. 5. Por no querer aceptar
que dicha persona lo ha obtenido. 6. Por estimarlo demasiado o idolatrarlo. 7.
Por tener un concepto más elevado de sí mismo que el que se debe tener. Si
existe uno o varios de estos impedimentos, ¿es de sorprenderse que los
afectados por éstos no se conmuevan por lo que él dice? Pero, ¿sienten otros
esta unción? Si la sienten, vuestro argumento carece de valor, y si no la sienten,
puede suceder que su camino esté obstruido por los obstáculos ya citados u
otros de la misma índole. Debéis estar seguros de esto antes de formar ningún
juicio sobre el particular; y aun así vuestro argumento no probará otra cosa sino
que la gracia y los dones no siempre van juntos.
Nuestra Justificación
Esta exposición puede satisfacer a los que preguntan por qué tan pocos han
recibido esta bendición. Mejor, preguntad cuántos la están buscando de la
manera indicada, y tendréis el secreto de por qué tan pocos la reciben.
Pregunta — ¿Cómo debemos tratar a los que afirman que la han alcanzado?
Pregunta — Pero, ¿no está bien descubrir a los que se imaginan haberlo
alcanzado, cuando no es así?
Pregunta — Pero, ¿qué hay si ninguno lo ha obtenido hasta ahora, si todos los
que piensan haberlo alcanzado están engañados?
Está bien, pero mi punto es: Testigos vivos. Yo no pretendo asegurar de una
manera infalible que tal o cual persona sea un testigo de esa paz; pero si yo
estuviera seguro que no existe tal testigo, ya hubiera dejado de predicar esta
doctrina.
“Me entendéis mal, señor Wesley. Creo que algunos de los que han muerto
en este amor lo disfrutaban por largo tiempo antes de morir. Pero yo no estaba
seguro de la realidad de su testimonio hasta algunas horas antes de su muerte.”
Pregunta — Pero, ¿qué importa que algunos lo hayan obtenido o no, cuando
tantos pasajes bíblicos dan testimonio de ello?