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PROYECTO Y CONSTRUCCION DE UNA NACION (Argentina 1846-1880) TABLA DE CONTENIDO* Dominco Faustino Sarmiento: Facundo / Teovfas / En plena Francia / Revolucién francesa de 1848 / Estados Unidos / Educacién popular / Tafluencia de Ja instruccién primaria cn la industria y el desarrollo general de la prosperidad nacional / Carta a Mariano de Sarratea / Fomento en ticrras a los ferrocarriles / Los desertores de maxinas de guerra / Sistema de elecciones en Buenos Aires y San Juan / Chivilcoy en Jos boletos de sangre / La revolucién econdmica / Chivilcoy programa / Carta-prdlogo a Conjlicto y armonia de las razas en América } (Siempre {a confusion de fenguas! Juan Baurista Arseaor: La Repablica Argentina 37 aos después de su Revolucién de Mayo / Bases y puntos de partida para la organizacién po- litica de la Republica Argentina, derivados de la ley que preside cl desa- rrollo de la civilizacién en la América del Sur / Causas de Ja anarquia en la Repdblica Argentina. Hivanio Ascasust: Martin Sayago recibiendo en el palenque de su casa a su amigo Paulino Lucero. Frorencro Varera: Sobre la libre nevegacién de los trios. J. M. Rojas ¥ Patron: Carta a Juan Manuel de Rosas. Péix Frias: Fl triunfo del gobierno de Chile y la caida de la Ticania en Ia Repiblica Argentina / Necesidad de fa unidn y del orden en ta Republica Argentina / Vagancia / Sobre inmigracién Esteban EcHeverria: Sentido filosdfico de la Revolucién de Febrero en Francia. Mariano Fracueire: Oxganizacién de! erédito. BarrocoME Mire: Bibliograffa, Organizacién del La causa es una / Profesién de fe / El programa de estos paises / La tra- dicién de mayo / Los ites partidos / Una época. La tirana v la resisten- cia / El partido gubernamental / Ideas conscrvaderas de buena ley / Apsteosis de Rivadavia / Segunda carta a Juan Corlos Géinez / Tercera carta a Juan Carlos Gomer / El capital inglés / Gobiemos empzesacios / ite. Censura previa / “De Ja mayoria de las obras nombradas se incluyen solamente fragmentos. 1x Proteccién a la agricuitura / Los ingleses en la India / El arrendamiento y.el enfiteusis / La tierta y cl trabajo / Lotes de tierra / Discutso de Chivilcoy. José HERNANDEZ: Prdlogo a Rasgos biogrificos del General Angel Vicente Pe- fdtoza | Lépex / El gobierno y los partidos / La buena doctrina / La utopta del bien / Los enemigos del pzogreso / La situacién. El gobierno nacional / El gobierno y la situacién / La lucha electoral. Las malas influencias / E] sofisma de los partidos / Politica internacional. Falsas teorias / El Paraguay, el comercio y la alianza / Los sucesos de Entre Rios. El gobierno nacional / Las tres sombras / Las dos restauradores / Inmigracién / La inmigraciéa / Los empréstitos / Un buen proyecto / Los gobicrnos empresarios / Los derechos de aduana / Los derechos de exportacién / La gran dificultad / La regeneracién de la campaiia / Los jueces de paz. Cuestién grave / Colonias formadas con hijos del pais / Carécter moderne de la industtia pastoril y su impottancia en la pro vincia de Buenos Aires. Juan Cartos Gomez: Helos aqui / Segunda carta a Bartolomé Mitre / Ter- cera carta @ Bartolomé Mitre / Cuarta carta a Bartolomé Mitre, Nicords Catvo: Las paradojas en politica / Los artesanos del pais. Cartos Gutpo x Spano: El gobierno y Ia alianza. Esranisiao S, ZEBALLOS: El tratado de alianza. GENERAL ANGEL VICENTE Pefacoza: Proclama, CoroneL Feuipz Varzza: Proclama. Otecario V. Anpaane: Las dos politicas. Ex Nacionar: El doctor don Baldomero Garcia, JosE. TomAs Guipo: E! doctor don Baldomero Garcia / El sefior don Valentin Alsina. Ex Rio pz 1a Para: Visita del presidente Sarmiento al general Urquiza / iViva la Republica Romana! Lucio V. Lopez: Revista de setiembre. Ennio pr Atvear: Reforma econdmica. José Manver Esrrapa: Una palabra suprimida. La campatia / Problemas argentinos. ALvano Barros: Actualidad financiera de la Repiiblica Argentina. Nicords Averranepa: Carta-prélogo a Actualidad financiera de la Repiiblica Argentina. Revista DEL PLATA: Memoria descriptiva de los efectos de la dictaduta sobre el jornalero y pequefio hacendado de Ia provincia de Buenos Aires. Epuarbo Otivera: Nuestra industria rural de 1867 a 1868. Bartotomié Mrrre y Dommco Faustino SARMIENTO: Mensaje del Poder Ejecutivo de la provincia sobre creacién de centros agricolas a lo largo del ferrocarril del oeste. Ntcasto Orofio; Fronteras y colonias de la Republica Argentina. Genera Junio A. Roca: Discurso ante el Congreso al asumir la ptesidencia. Vicente F. Lovez: Prefacio a Historia de la Repéblica Argentina, x PROLOGO UNA NACION PARA EL DESIERTO ARGENTINO A Carlos Real de Azia En 1883, al echar una mirada sin embargo sombria sobre su Argentina, Sar- miento crefan atin posible subrayar Ja excepcionalidad de la mas reciente histo- ria argentina en el marco hispanoamericano: “en toda la América espafiola no se ha hecho para rescatar a un pueblo de su pasada servidumbre, con mayor prodigalidad, gasto més grande de abnegacidn, de virtudes, de talentos, de sa- ber profundo, de conocimientos practicos y tedricos. Escuelas, colegios, uni- versidades, cédigos, letras, legislacién, fecrocarriles, telégrafos, libre pensar, prensa en actividades... todo en teinta afios”. Que esa experiencia excepcio- nal conservaba para la Argentina ua lugar excepcional entre los paises hispano- americanos fue conviccién muy largamente compartida; todavfa en 1938, al prologar Facndo, Pedto Henriquez Ureia creia posible observar que su sentido era més directamente comprensible en aquellos paises hispanoameri- canos en que atin no se habia vencido Ja batalla de Cascros. He aqui a la Ar- gentina ofteciendo aan ua cerrotero histérico ejemplar —-y hoy eso mismo excepcional— en el marco hispanoamericano, gEn qué reside esa excepcionalidad? No sd!o en que la Argentina vivid cn la segunda mitad del siglo x1x una etapa de ptogteso muy rdpido, aunque no libre de violentos altibajos; etapas semejantes vivieron otros paises, y el ritmo de avance de lz Argentina independiente es, hasta 1870, menos 14- pido que el de la Cuba todavia espaficla, (que sigue desde luego pautas de desarrollo muy distintas). ‘La excepcionalidad argentina radica en que sdlo alli iba a parecer realizada una aspiracién muy compartida y muy constantemente frustrada en el resto XL de Hispanoameérica: el progreso argentino es la encarnacién en el cuerpo de la nacién de lo que comenz6 por ser un proyecto formulado en los escritos de algunos argentinos caya tinica arma politica era su superior clarividencia. No es sorprendente no hallar paralelo fuera de Ja Argentina al debate en que Sarmien- to y Alberdi, esgrimiendo sus pasadas publicaciones, se disputan la paternidad de la etapa de historia que se abre en 1852. Sélo que esa etapa no tiene nada de la setena y tenaz industriosidad que se espera de una cuyo cometido es consttuir una nacién de acuerdo con planos precisos en torno de los cuales se ha rcunido ya un consenso sustancial. Esti marcada de acciones violentas y palabras no menos destempladas: si se abte con la conquista de Buenos Aires como desenlace de una guerra civil, se cierra casi treinta afios después con otra conquista de Buenos Aires; en cse breve espacio de tiempo caben ottos dos choques armados entre el pais y su primera provincia, dos alzamientos de importancia en el Interior, algunos esbozos adicionales de guerra civil y la més larga y costosa guerra internacional nunca afrontada por el pais, La disonancia entre las perspectivas iniciales y esa azatosa navegacién, no podia dejar de ser petcibida. Frente a ella, la tendencia que primero dominé cnire quienes comenzaron Ia exploracién tetrospectiva del periodo fue la de achacar todas esas discordias, que venian a turbar el que debia haber sido concorde esfuerzo constructive, a causas frivolas y anecdéticas; los protagonis- tas de la ctapa —se nog aseguraba una vez y otra— querian todes sustancial- mente lo mismo; en su vetsién mas adecuada a la creciente popularidad del culto de esos protagonistas como héroes fundadores de la Argentina moderna, sus chogucs se explicaben (y a la vez despojaban de todo sentido) come con- secuencia de una sucesién de deplorables malos entendidos; en otra versién menos frecuentemente oftecida, se los tendia a interpretar a partir de tivali- dades personales y de grupo, igualmente desprovistas de aingin corrclato politico mds general. La discrepancia segufa siendo demasiado marcada para que esa explicacién pudiese ser considerada satisfactotia, Otra comenzé a ofrecers: el supuesto consenso nunca existié y las Iuchas que Henaron esos treinta aiios de historia argentina expresaron enfrentamientos radicales en Ia definicidn del futuro na- cional. Es ésta Ia interpretacién mas favotecida por la corriente Tlamada revi- sionista, que —de descubrimiento en descubrimiento— iba a terminar postu- Jando Ia existencia de una alternativa puatual a ese proyecto nacional clabo- rado a mediados del siglo; una alternativa detrotada por una sérdida conspira- cién de intereses, continuada por una igualmente sérdida conspiracién de silen- cio que ha Jogrado ocultar a los argentinos lo més valioso de su pasado. Lo que ese gjercicio de reconstruccidn histérica —en que la libre inven- cién toma el relevo de a exploracin del pasado para mejor justificar ciertas opciones politicas actuales— tiene de necesariamente inaceptable, no de- bieza hacer olvidar que sdlo gracias a él se alcanzaton a nercilsir ciertos aspectos bisicos de esa etapa de historia argentina. Aunque sus trabajos estin a menudo afectados, tanto como por el desea de llegar rfpidamente a conclu- xIL siones preestablecidas, por una notable ignorancia del tema, fueron quienes adoptaron el punto de vista revisionista les que primero |amaron Ja atencién sobre el hecho, sin embargo obvio, de que esa definicién de un proyecto para una Argentina futura se daba en un contexto idcoldgico marcado por la crisis del liberalismo que sigue a 1848, y en uno internacional caracterizado por una expansién del centro capitalist hacia la periferia, que los definidores de ese proyecto se proponfan a la vez acelerar y utilizar. Aqui se intentard partir de ello, para entender mejor el sentido de esa ambiciosa tentativa de trazar un plano para un pats y luego cdificarlo; no se buscard sin embargo en la orientacidn de ese proyecto la causa de las discor- dias en medio de Ins cuales debe avanzar su construccién. Més bien se Ja ha creido encontrar en la distancia entre el efectivo Jegedo politico de la ctapa rosista y el inventario que de él trazaron sus adversarios, ansiosos de transfor. marse en sus herederos, y que se revelé demasiado optimista. Si la accién de Rosas en Ia consolidacién de la personalidad internacional del suevo pais deja un legado permanente, su afirmacién de la unidad interna basada en la hegemonia porteiia no sobrevive a su derrota de 1852. Quienes crefan poder recibir en hetencia un Estado central al que era preciso dotzr de una defini- cidn institucional precisa, pero que, aun antes de recibirlo, podfa ya ser utili- zado para construir wna nueva nacién, van a tener que aprender que antes que ésta —o junto con ella— es preciso consttuir el Estado, Y en 1880 esa etapa de creacién de una realidad nueva puede considerarse certacla, no porque sea evidente a todos que la nueva nacién ha sido edificada, o que la tentativa de construirla ha fracesado irremisiblemente, sino porque ha culminado Ja ins- tanracién de ese Estado nacional que se suponia preexistente. Esta imagen de esa ctapa argentina ha oticntado la seleccién de les textos aqui reunidos. Ella imponfa tomar en cuenta ¢l delicado contrapunto entre dos. temas dominantes: construccién de una nueva nacién; construccién de un Estado. El precio de no dejar de lado un aspecto que parecié esencial es una clerta heterogeneidad de Ios materiales reunidos; justificar su presencia dando cuenta del complejo entrelazamiento de ideas y acciones que subtiende esa etapa argentina es el propdsito de Je presente introduccién. LA HERENCIA DE LA GENERACION DE 1837 Se ha seftalado cémo, al concebir el progreso argentino como fa realizacién de un proyecto de naciéa previamente definido por sus mentes més esclarecidas, la Argentina de 1852 se apresta a tealizar una aspiracién muy compartida en toda Hispanoamérica. Muy compartida sobre todo por esas mentes esclarecidas © que se consideran tales, y que descubren a cada paso —con decreciente. sorpresa, pero no con menos intensa amarguta— hasta gué punto su supe- x riot preparacién y talento no las salva, si no necesariamente de la marginacién politica, si de limitaciones tan graves a Ia influencia y eficacia de su eccidn que las obligan a preguntarse una vex y otra si tiene ain sentido poner esas cua. lidades al servicio de la vida publica de sus paises. Es decir que esa concepcién del progreso nacional surge como un desiderd- tum de las élites letradas hispanoamericanas, sometidas al clima inesperada- mente inhGspito de la etapa que sigue a la Independencia. Esta indicacién general requiere una formulacién mds concreta: en la Argentina esa con- cepciéa sera el punto de Hegeda de un largo examen de conciencia sobte la po- sicién de la élite letrada posrevolucionaria, emprendido en una hora erftica del desarroilo politica del pais por la generacién de 1837. En 1837 hace dos afios que Rosas ha llegado por segunda vez al poder, ahora como indisputado jefe de su provincia de Buenos Aires y de la faccién federal cn el desunido pais, Su victoria se aparece a todos como un hecho irre- versible y destinado a gravitar dutante décadas sobte la vide de la entera na- cidn. Es entonces cuando un grupo de jévenes provenientes de las élites letra. das de Buenos Aires y ef Interior se proclaman destinados a tomar el televo de Ja clase politica que ha guiado al pats desde la revolucién de Independencia hasta la catasiz6fica tentativa de organizacién unitaria de 1824-27, Que esa clase politica ha fracasado parece, a quienes aspiran ahora a reemplazarla, demasiado evidente; la medida de ese fracaso estd dada por el triunfo, en el pais y en Buenos Aires, de los tanto mds toscos jefes federales Frente a ese grupo unitario taleado por el paso del tiempo y deshecho pot la derroza, el que ha tomado a su catgo reemplazarlo se autodefine como Ja Nueva Generacién. Esta autodefinicién aluce explicitamente a lo que Jo separa de sus predecesores; implicitamente, pero de modo no menos revelador, alude a todo Jo que no fo separa. No lo distingue, por ejemplo, una nueva y diferente extraccién regional o social. Por lo contrario, esa Nueva Generacién, en esta primera etapa de actuacién politica, parece considerar la hegemonta de [a clase letrada como el elemento bdsico det orden politico al que sspira, y su apa- sionada y a ratos despiadada exploracién de las culpas de le élite revoluciona- sia parte de Ia premisa de que la principal es haber destruido, por una sucesién de decisiones insensatas, las bases mismas de esa hegemonia, para dejar paso a Ja de los tanto mds opulentos, pero menos esclarecidos, jefes det federalismo. La hegemonta de los letrados se justifica por su posesidn de un acetvo de ideas y soluciones que debiera permiiizles dar orientacién eficaz a una sociedad que Ja Nueva Generacién ve como esencialmente pasiva, como la materia en la cual es de responsabilidad de los letrados encarnar las ideas cuya posesién Jes da por sobre todo el derecho a gobernarla. Es poco sorprendente, dada esta premisa, que la Nueva Generacién no se haya contentado con una cxitica anec. dética de los faux-pas que los ditigentes unitarios acumularon frenéticamente 8 parcir de 1824; que se consagrase en cambio, e buscar en ellos ef retlejo de la errada inspitacién ideolégica que la generacién revolucionaria y unitaria habla heeho suya. Es atin menos sotprendente que, al tratar de marcar de qué modo una xIV diferente experiencia formativa ha preservado de antemano a la Nueva Gene- racién de la teiteraciéa de los ertores de su predecesora, sea la diferencia en ins- piracién ideolégica Ia que se site constantemente en primer plano. El fracaso de Jos unitarios es, en suma, el de un grupo cuya inspiracién proviene atin de fatigadas supervivencias del Iluminismo. La Nueva Generacién, colocada bajo el signo del romanticismo, estd por eso mismo mejor preparada para asumir la funcién directiva que sus propios desvarios arrebataron a la unitaria. Esta nocién basica —la de la soberanfa de la clase letrada, justificada por su posesién exclusiva del sistema de ideas de cuya aplicacién depende ta salud po- litica y no sdlo politica de la nacién— explica el entusiasmo con que Ja Nueva Generacion recoge de Cousin el principio de la soberania de la razdn, peto es previa a la adopcidn de ese principio y capaz de convivir con otros elementos ideolégicos que entran en conflicto con él. La presencia de esa conviccién in- quebrantable subtiende el Credo de la Joven Generacién, redactado en 1838 por Estcban Echeverria, y brinda coherencia a la marcha torruosa y a menudo contradictoria de su pensamiento. Para poner un ejemplo entre muchos post. bles, ella colorea de modo inequfvoco la discusién sobre el papel det sufragio en el orden politico que la Nueva Generacién propone y caracteriza como de- mocrdtico. Que el sufragio restringido sca preferido al universal_es acaso me- nos significative que el hecho de que, a juicio del autor del Credo, el prov blema de la extensién del sufragio puede y debe resolverse por un debate in- terno a Ia élite letrada. E] modo en que esa élite ha de articularse con otras fuerzas sociales efectiva- mente actuantes en la Argentina de Ja tercera década independiente no es con- siderado televante; en puridad no hay ---en Ja perspectiva que la Nueva Gene- racién ha adoptado— otras fuerzas que puedan contarse legitimamente entre fos actores del proceso politico en que fa Nueva Generaciéa se apresta a inter venir, sino a lo sumo como uno de los rasgos de esa realidad social que habra de ser moldeada de acuerdo a un ideal politico social conforme a raz6n. Sin duda ello no implica que le Nueva Generacién no haya buscado medios de integrarse eficazmente en la vida politica argentina, y no haya comenzado por usar una ventaja sobre la generacién unitatia menos frecuentemente subra- yada que sa supuestamente superior inspiracién ideolégica. Los mas entre los miembros de la Nueva Generacién (un grupo en sus origenes extremadamente reducido de jévenes ligados cn su mayoria a la Universidad de Buenos Aires) pertenecen a familias de Ja élite portefa o provinciana que ban apoyado la fac- cién federal o han hecho satisfactoriamente sus paces con ella, y el papel de galas politicos de una faccién cuya indigencia ideolégica fe hacia necesitar urgentemente de ellos, no dejé ce parecerles atractivo. E] grupo surge enton- ces como un cercle de pensee, decidido a consagrarse por largo tiempo a una lenta tarea de prosclitismo de quienes ocupaban posiciones de influencia en Ja constelacién polftica federal, en Buenos Aires y el Interior. Es la inespe- tada agudizacién de Ios conflictos politicos a partir de 1838, con cl entrela- av zamiento de la crisis uruguaya y Ia argentina y los comienzos de Ia intervencién francesa, la que lanza a una aecién més militante a un grupo que se habia creido hasta entonces desprovisto de Ia posibilidad de influir de modo directo en un desarrollo politico sélidamente escabilizado. Juan Bautista Alberdi, el joven tucumano protegido por el gobernedor federal de su provincia, se mar cha al Montevideo antiztosista; un par de aiios més y Vicente Fidel Lépez, hijo del mds alto magistrado judicial del Buenos Aires rosista, participard del alza- miento antirrosista en Cérdoba y Marco Avellaneda, amigo y comprovinciano de Alberdi, Ilegado a gobernador de Tucuman juego del asesinato del goberne- dor que habfa protegido las primeras etapas de la carrera de éste, sumaré a To. cumdn y contribuird a volar a todo el Norte del pais al mismo alzamiento. Pero los prosélitos que la Nueva Generacién ha coquistado y lanzado a ia accidn, son sdlo una pequefia fraccién del impresionante conjunto de faerzas que se aloria de haber descncadenado conita Rosas. Desde la Frencia de Luis Felipe y la naciente faccién colorada utuguaya, hasta los orgullosos herederos rio- janos de Facundo Quiroga y santafesinas de Estanislao Lépez (los dos grandes jefes histéricos del federalismo provinciano), desde el general Lavalle, pri- mera espada del unitarismo, hasta sectores importantes del cucrpo de oficiales de Buenos Aires y el propio presidente de la Legislatura e {ntimo aliado polt- tico de Rosas, el censo es, en vetdad, interminable, Pero como resultado de esa aventura embriagadota, Ia Nueve Generaciin s6lo podria exhibir el no menos impresionante censo de mértires a los que Es- teban Echeverria dedica con melancélico orgullo su Ojeada retraspectiva sobre ef movimiento intelectual en el Plata desde ei aio 37. Cuando 1a publica en 1846, estd desterrado en un Montevideo sitiado por las fuerzas rosistas (allf ha de moric tes afios mds tarde}. De esa gran crisis la hegemonfa rosista ha salido fortalecida: por primera vez desde la disolucién del Estado central en 1820, un ejército nacional que es ahora en verdad el de Ja provincia de Buenos Aires, ha alcanzado las fronteras de Chile y Bolivia. La represién que sigui6 a la victoria rosista fue ain més elicaz que ésta para persuadie al per- sonal politico provinciano de las ventajas de una disciplina més estricta en el seno de una faccién federal que Rosas habia convertido ya del todo en ins- trumento de su predominio sobre ef pais, El fracaso de la coalicién antirrosista es el de una empresa gue ha aplicado no sin légica los principios de accién implicitos en la imagen de la realidad po- litica y social adoptada por la Nueva Generacién. Para ella se trataba de enro- far cuentos instrumcntos de accién fucse posible en le ofensiva antirrosista, El problema de lz coherencia de ese frente politico no se planteaba siquiera: seria vano buscar esa coherencia en Ja realidad que la Nueva Generacién tiene fren- te 4 sis sélo puede hallarse en la mente de quienes suscitan y dirigen el Proceso, que son desde luego los miembros de esa renovada élite letrada. Ella crea una relacidn entre ésta y aquéllos a quienes ve como instrumentos y no como alia- dos, que no podria sino estar marcada por una actitud manipulativa; el fracaso se justificard mediante una condena péstuma del instrumento rebelde o ine- ficaz. Para Echeverria, sv gtupo no Ilegé a constituirse en la élite ideolégica y XV politica del Buenos Aires rosista porque Rosas resuité no ser més que un imbécil y un malvado que se tehusd a poner a su serviclo su poder politico; si Rosas no fue derrocado en 1840, se debe a que Lavalle no era mds que “una espada sin cabeza”, incapaz de aplicar eficazmente las técticas sugeridas por sus sucesives secretarios, Alberdi y Frias (también éste recluta de la Nueva Generacién}. Esa experiencia tr4gica sélo confirma a Echeverrfa en su convie- cién de que la coherencia que falta al antirrosismo ha de alcanzarse en el reino de las ideas; en 1846, luego de una catastrofe comparable a la que 2 su juicio ha condenado para siempre a la generacidn unitaria, cree posible justiti- cat la trayectotia recorrida por su grupo, a partir de un andlisis menos alusivo de la que idealégicamente Io separa de Ia tradicién unitaria. La conexién entre la errada inspiracién ideolégica de la generacién unita- sla y su desasttosa inclinacién por las controversias de ideas, es subrayada ahoca con energia atin mayor que en Ja Creencia de 1838, La nocién de unidad de creencia —herencia sansimoniana que no habfa desde luego estado ausente entonces— ocupa un lugar atin mds central en la Ojeada retraspectiva. Esa exigencia de unidad se traduce en Ja postulacién de un coherente sistema de principios bésicos en torno a los cuales la unidad ha de forjarse, y que deben servir de soporte no sdlo para Ja elaboracién de propuestas procisas para la tronsformacién nacional, sino para otorgar la necesaria firmeza a los lazos so- ciales: ese sistema de principios es, en efecto, algo mds que un conjunto de verdades transparentes a la razén o deducidas de la experiencia; es —en sen- tido saintsimoniano— un dogma destinado a ocupat, como inspiracién y guia de la conducta individual y colectiva, el lugar que en la Edad Media alcanzé el cristianismo. El problema esz4 en que la existencia de este sistema coherente de principios bisicos es sélo postulada en la Ojeada retrospectiva; al parecer Echeverria habia Hegado a convencerse de que era precisamente ese sistema lo que habia sido proclamado en la Creencia de 1838, esa conviccién parece sin embargo escasamente justificada: el eclecticismo sistematico de la Nueva Generacida tiene por precio una cierta incoherencia que el estilo oracular por ella adop- tado no logra disimular del todo; e3 por orca parte demasiado evidente que al- gunas tomas de posicién, cuya validez universal se postula, estén inspitadas per motivaciones inds inmedigtas y circunstanciales. gLa adhesién a un sistema de principios cuya definicién nunca se ha com- pletado y cuya interna coherencia permanece sdlo postulada es el tinico legado que esa tentativa de redefinicién del papel de Ja élite letrada dejan en la evolu- cién del pensamiento politico argentino? No, sin duda. En la Creencia, como en la Ojeada retrospectiva (y todavia mds en los escritos tempranos de quienes, como Juan Bautista Alberdi o Vicente Fidel Lépez, han comenzado bien pronto a definir una personalidad intelectual, vigorosa ¢ independiente, en cuya for: macién los estimulos que provienen de su integracién en el grupo generacional de 1837 se combinan ya con otros muy vatiados} sc hallardn andlisis de proble- mas y aspecios de Ja zealidad nacional Cy de las alternativas politicas abiertas para encararlos) que estén destinados a alcanzar largo eco durante la segunda xvit mitad del siglo, e incluso més allé (tambign es cierto que, en esas considera- ciones de problemas especificos por el grupo de 1837, el legado de ideas de las generaciones anteriores es mucho més rico de Jo que la actitud de rup- tura programdtica con el pasado haria esperar). Aun asi, si es posible tastrear en Ios escritos de madurez de Alberdi, de Juan Mar‘a Gutiérrez, de Sarmiento, temas y nociones que ya estaban presentes cn las reflexiones de 1837, no es siempre seacillo establecer hasta dénde su presencia refleja una continuidad ideoldeica real; hasta tal punto seréa abusivo considerar el interés por esos te- mas y nociones, encatados por tantos y desde tan variadas perspectivas antes y después de 1837, la marca distintiva de una tradicién ideolégica precisa. En cambio, esa avasalladora pretensién de constituirse cn guias del quevo pats (y su justificacién por la poscsién de un salvador sistema de ideas que no condescienden a definir con precision) esta destinada a alcanzar una influencia quizd menos inmediatamente evidente pero més inequivocamente atribuible al nuevo grupo genetacional de 1837. Heredera de ella es la nocién de que la accién politica, para justificarse, debe ser un esfuerzo por imponer, a una Ar- gentina que en cuarenta aiios de revolucién no ha podido alcanzar su forma, una estructura que debe ser, antes que el resultado de Ja experiencia histérica atravesada por la entera nacién en esas décadas atormentadas, el de implantar un modelo previamente definide por quienes toman a su cargo la tarea de conduc- cidn politica. Pero si la directa relacién entre ese moda de concebir Ia iarea del polftico en la Argentina posrosista y la asignada a la élite letrada por la generacién de 1837 es indiscutible, no por eso deja de darse, entre uno y otro, un decidido cambio de perspectiva, La generacién de 1837, absorbida por la critica de la que Ja habia precedido, no habia legado a examinar si era ain posible reiterar con més fortuna la trayectoria de ésta; no dudaba de que bastaba una rectifi- cacién en la inspiracién idcolégica para lograrlo. Tal conclusién era sin em- bargo extremadamente dudosa: la emergencia de una lite politica {que era a la vez halagador y engafioso definir exclusivamente como Jetrada), dotada de una telativa independencia frente a los sectores populares y a las clases pro- pietarias, se dio en el contexto excepcional creado por esa vasta crisis, uno de cuyos aspectos fue la guerra de Independencia; a medida que avanzaba la década del cuarenta, comenzaba a ser cada vez més evidente que la Argentina habla ya cambiado Jo suficiente para que el politico ilustrado, si deseaba in- fluir en la vida de su pals, debia buscar modos de insercién en clla que no po- dian ser los destruidos probablemente para siempre en el derrumbe del uni- tarismo. Al legislador de la sociedad que —atento a una realidad que se Ie ofre- ce como objeto de estudio— le impone un sistema de normas que han de darle finalmente esa forma tan largamente ausente, sucede el politico que, aun cuando ptopone soluciones legislativas, sabe que no esta plasmando una pasiva materia sino insertindose en un campo de fuerzas con las que no puede establecer una relaci6n puramente manipulativa y unilateral, sino alianzas que reconocen a esas fuerzas como interlocutores y no como putos instrumentos. La futura Argen- tina, que se busca definir a partir de un proyecto que corresponde al idedlogo XVI politico precisar y al politico préctico implementar, esté definida también, de modo més impetioso que en las primeras tentativas de Ja generacién de 1837, por la Argentina presente. Y esto no sélo en el sentido muy obvio de que cualquier proyecto para el futuro pais debe partir de un examen del pais pre- sente, sino en el de que ningdn proyecto, por persuasive que parezca 2 quienes aspiran a constituitse en la futura élite politica de un pais igualmente futuro, podria implantarsc sin encontrar en los grupos cuya posicién politica, social, econémica, les otorga ya peso decisive en Ja vida nacional, una adhesiéa que no podria deberse Gnicamente @ su excelencia en la esfera de las ideas. Pero no es s6lo la evolucién de una Argentina que esté cambiando tanto bajo la apatente monotonia de ese dorado ocaso del tasismo, la que estimula la transicidn entre una actitud y otra. Igualmente influyente es la conquisca de una imagen més rica y compleja, pero también mds ambigua, de la relacién entre la Argentina y un mundo en que los avances cada vex més répidos del orden capitalista oftccen, desde la perspectiva de estos observadores colocados en un area marginal, promesas de cambios mds radicales que en el pasado, pero tam- bién suponen riesgos que en 1837 cra imposible adivinar del todo. LAS TRANSFORMACIONES DE LA REALIDAD ARGENTINA En 1847 Juan Bautista Alberdi publica, desde su destierro chileno, un breve escrito destinado a causar mayor cscdndalo de lo que su autor esperaba. En La Repitblica Argentina 37 afos después de su Revolucion de Mayo waza un retrato inesperadamente favorable del pais que le estd vedado. Sin duda, algunas de Jas razones con que justifica su entusiasmo parecen algo forzadas: el nombre de Rosas se ha hecho abarrecido, pero por eso mismo vastamente conacide en ambos mundos; debido a ello Ja atencién universal se concenura sobre Ja Ar- gentina de un modo que Alberdi parece hallat halagador; las tensiones politicas han obligado a emigrar a muchos jévenes de aguzada curiosided intelectual, y es sabido que los viajes son Ja mejor escuela para Ja juventud, .. Pero su linea de razonamiento esté lejos de apoyarse en esos argumicntos de abogado dema- siado habil: a juicio de Alberdi la estabilidad politica alcanzada gracias a la vic- toria de Rosas no sdlo ha hecho posible una prosperidad que desmiente Los pro- néstieos sombrios adelantados por sus enemigos, sino —al ensefiar a los argen- tinos a obedecer— ha puesto finalmente las bases indispensables para cualquier institucionalizacién del orden politico. Si el mismo Rosas toma a su cargo esa tarea que puede ya ser afrontacla gracias a lo conseguido hasta el momento bajo su égida, dejar de ser simplemente un hombre extraordinario (digno atin ast de excitar la inspiracién de un Byron) para transformarse en un gran hombre. Con tado, Alberdi no parece demasiado seguro de que esa suprema metamor- fosis del Tigre de Palermo en Licurgo argentino haya de producirse, y su escrito XIX €s —mas que ese anuncio de una inminente defeccién que en él vieron algunos de sus lectores— la afirmacién de una confianza nueva en un futuro que ha co- menzado ya a construirse a fo largo de una lucha aparentemente estérit. Ese faturo no se anuncia como caracterizado por un ritmo de progreso més rapido que el al cabo modesto alcanzado durante la madurez del orden rosista (y que el Alberdi de 1847 halla al parecer del todo suficiente); su aporte sera, esen- cialmente, la institucionalizacién del orden politico que ef esfuerzo de Rosas ha creado. Mas preciso es el cuadro de futuro que —-dos afios antes de Aiberdi— pro- yecta Domingo Faustino Sarmicnto en fa tercera parte de su Facundo. En 1845 este sanjuenino reclutado por un extrafto predicador itinerante de la Creencia de la Nueva Generacién, ha surgido ya de entre la masa de emigrados arrojados a Chile por Ja derrota de Ios alzamientos antirrosistas del Interior. Periodista, estrechamente aliado 2 la tendencia conservadora del presidente Bulnes y su ministro Montt, ha alcanzado celebridad a través de un encadenamienio de po- lémicas piblicas sobre politica argentina y chilena, y todavia sobre educacién, li- teratura, ortografia... Por esas fechas, se ve atin a si mismo como un temoto discipulo del grupo fundador portefio; la originalidad creciente de sus posiciones no se sefleja tedavia en reticencia alguna en las expresiones de respetuosa grati- tud que sigue tributandole, En Facundo esa deuda es avin visible de muy variadas maneras; entre ellas en Ja caracterizacién del grupo unitario, que retoma, de modo més vigoroso, las criticas de Echeversfa. Si en las dos primeras partes del Facunda la distancia entre la perspectiva sarmientine y la de sus mentores pa- rece ser Ia que corte entre espiritus consagtados a Ja biisqueda de un salvador cédigo de principios sobre Jos cuales edifiear toda una realidad nucva y una mente curiosa de cxplorar con répide y penetranie mirada la corpulenta ¥ com: pleja realidad de los modos de vivir y de ver la vida que siglos de historia habfan creado ya en la Argentina, en Ja terccta se agrega, a esa divergencia irreductible, la que proviene de que el Sarmiento de 1845, camo el Alberdi de 1847, comienza a advertir que Ja Argentina surgida del triunfo rosista de 1838-42 es ya irrevocablemente distinta de la que fue teatro de las effmeras victorias y no menos effmcras derrotas de su héroc el gran jefe militar de los Llanos riojanos. Su punto de vista estd menos alejado de lo que parece a primera vista del que adoptara Alberdi. Como Albetdi, admite que en la etapa marcada por el predo- minio de Rosas el pais ha suftido cambios que seria imposible horrar; como Albetdi, juzga que esa imposibilidad no debe necesatiamente sez deplorada por dos adversarios de Rosas; si Sarmiento excluye Ja posibilidad misma de que Ro- sas tome a su catgo la instauracién de un orden institucional basado precisa- mente cn esos cambios, atin mds explicitamente que Alberdi convoca a colabo- rar en esa tarea a quienes han crecido en prosperidad ¢ influencia gracias a la paz de Rosas. La diferencia capital cntre el Sarmiento de 1845 y el Alberdi de 1847 debe buscarse —mds bien que on a mayor o menor reticencia en la expre- sién del antirrosismo de ambos— en Ja imagen que uno y otro se forman de la etapa posrosista. Para Sarmiento, ésta debe aportar algo més que Ja institu- x cionalizaci6n del orden existente, capaz de cobijar progresos muy reales pero no tan répidos como juzga neceserio. Lo mas urgente es acelerer el ritmo de ese progreso; en relacién con ello, el legado més importante del rosismo no Ye pa- rece consistir en la creacién de esos hébitos de obedicncia que Alberdi habla juzgado lo més valioso de su hereaciz, siao la de una ted de intereses consoli- dados por la moderada prosperidad alcanzada gracias a Ja dura paz que Rosas impuso al pais, cuya gravitacién hace que la paz interna y exterior se transforme en objetivo aceptado como primordial por un consenso cada vex mis amplio de opiniones. El hastio de la guerra civil y su secuela de sangre y penuria per- micirén a la Argentina posrosista vivir en paz sin necceidad de contar con un régimen politico que conserve celosamente, cnvuclta en decorosa cobertura constitucional, la formidable concentracién de poder aleanzada por Rosas en un cuarto de siglo de lucha tenaz. Rosas representa el ultimo obstdculo para el de- finitivo advenimiento de esa etapa de paz y progreso; nacido de la revolucién, su supervivencia puede darse inicamente en el marco de tensiones que morizfan sols si el dictador no se viera obligado a alimentarles para sobrevivir. Aunque la imagen que Sarmiento propone de Rosas en 1845 es tan negativa como en ¢l pasado, no pot eso ella ba dejado de modificatse con el paso del tiempo: el que fue monstruo demoniaco aparece cada vez més como una supervivencia y un estorbo. Ee la imagen que de Rosas propone también Hilario Ascasubi, en un didlogo gaucho compuesto en 1846 y retocado con motivo del pronunciamicnto antirro- sista de Urquiza. El poeta del vivac y el entrevero, cuyas coplas Ilenas de la dura, inocente ferocidad de Ja guerra civil, habfan llamado a todos los combates lanzados conta Rosas a lo largo de veinte afios, exhibe hora una vehemente preferencia por la paz productiva. Por boca de su alter ego pottico, el corren- tino y unitario Paulino Lucero, que en el pasado Janzé tantos Tamamientos a Ja lucha sin cuartel, expresa si: admiracién por la prosperidad ue est desti- nado a alcanzar Entre Rios bajo la sabia guia de un Urquiza que acaba de pro- nunciarse contra Rosas. Su viejo adversario, el entrerriano y federal Martin Sayago, observa que gracias a los desvelos de Usquiza ese fucuro es ya presente. “Asi —responde sentencioso Paulino— debiera proceder todo gobierno. Veria- mos que al infiesno ibe a parar Ja anarquia.” A esa universal reconciliacin en el horror a la anarquia y en el culto de] progreso ordenado, sdlo falta la adhe- sién de un Rosas “demasiado envidioso, diablo y revoltoso” para otorgarta. ‘Atin més daramente que en Sarmiento, Rosas ha quedado reducido al papel de un meto perturbador guiado por su personalisimo cepticho. Sin duda la conversién de Ascasubi es pasablemente superficial, y ello se refleja no sélo en al desmaiio y falta de brios de sus editoriales en verso sobre las bendiciones del progteso y la paz, sino incluso en alguna inconsecuencia deliciosamente reve- ladora: asi, tras de ponderar el influjo civilizador que esté destinada a ejercer la inmigracién, propone como modelo del Hombre Nuevo a ese “carcamancito” que todavia no habla sino francés pero ya ansia degollar a sus enemigos politicos. Peto si Ascasubi no ha logrado matar del toda dentro de si mismo al Viejo ‘Adén, ello hace ain més significativa su ttansformacién en propagandista de XXL una imagen del futuro nacional de cuya aceptacién depende, antes que la efec- tiva instauracién de la productive concordia por él teclamada, el triunfo de las ampliadas fuerzas antirrosistas en la lucha que se avecina, En Ascasubi, como en Sarmiento, !a presencia de grupos cada vez més am- plios que ansian consolidar lo aleanzado durante la etapa rosisia mediante una répida superacién de esa etapa, es vigorosamonte subrayada; falta en cambio ta tentativa de definir con precision de qué grapos se trata, y més aun, cualquier esfuerzo por determinar con igual precisiéa las reas en las cnales la percepciéa justa de sus propios intereses y aspiraciones Jos ha de empujar a un abietto con. flicto can Rosas. Sarmiento espera atin en el “honrado general Paz”, cuya fuet- za es la del guerteto avezado y no la del yocero de un sector determinado; Ascasubi esté demasiado interesado en persuadir a su piblico popular de que la caida de Rosas ofrece ventajas para todos, para entrar en una linea de inda- gaciones que por otra parte le fue siempre ajena. Correspondis en cambio a un veterano unitario, Florencio Varela, sugerit una estrategia politica besada en la utilizacién de la que sc le aparecia como la més flagrante contradiccién interna del orden rosista, Varela descubre esa secteta fisura en Ja oposicién entre Bue- nos Aires, que domina el acceso a la entera cuenca fluvial del Plata y utiliza ef principio de soberania exclusiva sobre los rios interiotes para imponer extremes consecuencias juridicas a esa hegemonia, y Jas provincias litorales, a las gue la situacién cierta el acceso ditecto al mercado mundial, Estas encuentran sus aliados naturales en Paraguay y Brasil; aunque Ia cencilletia rosista no hublese formulado, ex la segunda mitad de le década del 40, una decisién creciente por terminar en los hechos con Ia independencia paraguaya que nunca habia reco- nocido en derecho, el solo control de los aecesos fluviales por Buenos Aires sig- nificaba una fimitacién extrema a esa independencia que Ja mantenta bajo cons- tante amenaza. Del mismo modo, el interés brasilefio en alcanzar libre acceso a su provincia de Mato Grosso por via ocednica y fluvial, hace del Imperio un aliado potencial en Ia futura coalicién antirrosista, La disputa sobre Ja libre navegacién de los rios intcriores se ha desencade- nado ya cuando Varela comienza a martillar sobre el tema en una serie de atticulus de su Comercio del Piata, el periddico que publica en Montevideo (se- rie que serd interrumpida por sw asesinato, urdido en el campamento sitiador de Otibe); en efecto, la exigencia de apertura de los rios interiores fue ya pre- sentada a Rosas por los bloqueadores anglo-franceses en 1843. Varela advierte muy bien, sin embargo, que para hacerse politicamente eficaz, el tema debe ser insertado cn en contexto may diferente del que lo encuadraba entonces. Est4 dispuesto a admitir de buen grado que Rosas se hallaba en Jo justo al oponer a Jas potencias interventoras el derecho scberano de la Argentina a tegular fa na- vegacién de sus rios interiores. Pero ahora no se trata de eso: el futuro conflicto —aue Alsina busca aproximar— no ha de plantearse respecto a derechos, sino a intereses, y se desenvolverd en torno a las consecuencias cada vez més extre- mas que —bajo la implacable direccién de Rosas— ha alcanzado la hegemonia de Buenos Aires sobre las provincias federales. Varela parte entonces de un examen ms preciso de las modalidades que Je XXIL rehabilitacién econdmica, lograda gracias 2 la paz de Rosas, adquiere en un con- texto de distribucién muy desigual del poder politico. Pero ve mds alld, al to- mar en cuenta e implicitamente admitir como definitivos otros aspectos bé- sicos de ese desarrollo, Es significative que al ponderat las ventajas de la aper- ita de los rios interiores y, en términos més generales, de la plena integracién de la economia nacional al mercado mundial de la que aquélla debe ser instru- mento, subraye que de todos modos alganas comarcas argentinas no podrian beneficiarse con esa innovacién: “sistema alguno, politico o econdmico, puede alcanzat a destruir las desventajes que nacen de la naturaleza. Las provincias enclavades en el corazén de la Repablica, como Catamarca, La Rioja, Santiago, jamés podrdn, por muchas concesiones que se les hicieren, adelantat en la mis- tma proporcién que Buenos Aires, Santa Fe o Cortientes, situadas sobre rios navegables”. Sin duda, la desventaja que estas frases sentenciosas atribuyen ex- clusivamente a la naturaleza tiene raices més complejas: no la suftfa el Inte- tior en el siglo xvi. La transicién a una etapa en que, en cfecto, las provin- cias mediterraneas deben resignarse a un comparativo estancamiento, se ha com- pletado en Ja etapa rosista y cs resultado no sélo de la politica ccondmica sino de la politica general de Rosas. De Ta primera: si ella ha buscado atenuar los golpes mds directos que la insercién en el mercado mundial Janzaba sobre la economia de esas provincias, no hizo en verdad nada por favorecer para ellas una integracién menos desventajosa en el nuevo orden comercial. Pero también de la segunda (aunque Varela est atin menos dispuesto a reconocerlo) sdlo la definitiva mediatizacién politica de Jas provincias interiores, lograda mediante Ja conquista militar de éstas en 1840-42 (y la brutal represién que Je siguié) hace posible que J propuesta de un programa de politica econdmica destinado a reunir en contra de Rosas a la mayor cantidad posible de voluntades politice- mente influyentes, con la sobria pero clara advertencia de que él tiene muy poco de bueno que ofrecer a esa vasia secc.én del pais. En Alberdi, Sarmiento, Ascasubi, pero todavfa mds en Varela, sc dibuja una imagen ms precisa de Ia Argentina gue la alcanzada por la generacién de 1837. Ello no se debe tan sdlo a su superior sagacidad; es sobre todo trasanto de los cambios que el pais ha vivido en la etapa de madurez del rosismo, y cn cuya Iinea deben darse —como admiten, con mayot o menor reticencia, 1oilos ellos— fos que en el futuro harjan de la Argentina un pais distinto y mejor Del mismo modo, la transformacién en Ja imagen def papel que el mundo exterior estd destinado a tener en el futuro de la Argentina —desde Ia de una benévola influencia destineda por su naturaleza misma a favorccer la causa de Ja civilizacién en esas agrestes comarcas— se debe no sélo a una acumulacién de nuevas experiencias (entre Jas cuales las adquiridas en ci destierro fueron, como suelen, particularmente eficaces} sino también a wma transformacién de esa realidad externa, cuya gravitacin era a le vez modificads y acrecida por la placidez politica y Ia prosperidad econémica que marcaron el otofia del ro- sismo, y cuyas ambigiiedades y contradicciones fueron reveladas més claramente que en el pasado a partir de la crisis econémica de 1846 y la polftica de 1848. xxnI LA ARGENTINA ES UN MUNDO QUE SE TRANSFORMA Los cambios cada vez més aceletados de la economia mundial no ofrecen sdlo oportunidades nuevas para la Argentina; suponen también tiesgos mds aguclos gue en el pasado. No es sorprendente hallar esa cvaluacién ambigua en Ja pluma de un agudisimo colaborador y consejeto de Rosas, José Maria Rojas y Patrén, para quien la manifestacién por excelencia de esa screcida presién del mundo exterior ha de ser una iacontenible inmigraciéa europea. Esa ingente masa de menesterosos, expulsados por Ja misetia del viejo mundo, ha de conmover hasta sus rafces a la sociedad argentina. Rojas y Patrén espera mucho de bueno de esa conmocin, por otza pare imposible de evitar; teme a la vez que esa matea humana arrase con “‘las instituciones de le Repdblica”, condendndola a oscilar eternamente entre la anarquia y el despotismo. Corresponde a los argen- tinos, bajo la enérgica tatela de Rosas, evitarlo, estableciendo finalmente el firme marco institucional que ha faltado hasta entonces al régimen rosista. Es quiz4 a primera vista mas sorprendcnte hallar andlogas reticencias en Sarmiento. Las zonas templadas de Hispanoamérica, observa éste, tienen ra- zones adicionales para temer Jas consecuencizs del ripido desarrollo de las de Europa y Estaclos Unidos, que son necesatiamente sus competidoras en el mer- cado mondial, Hay dos alternativas igualmente temibles: si se permite que con. unde el estancamiento en que se hallan, deberén afrontar una decadencia econd- mica constantemente agravada; si se introduce en ellas un ritmo ¢ brogreso mas acelerado mediante la mera apertura de su tetritorio al juego de fuerzas econd- mices exteriores, el estilo de desarrollo ast hecho posible concentrard sus be- neficics entre los inmigrantes (cuya presencia Sarmiento no lo duda ni por un instante— es de todos modos indispensable) en perjuicio de fa poblacién na- tiva que, en un pafs en répido progreso, seguiré suftiendo las consecuencias de esa degradacién econémica que se trataba precisamente de eyitar. Sélo un Estado més activo puede esquivat ambos peligtos. En los afios finales de la década del 40, el drea de actividad pot excclencia que Sarmiento le asigna es la educacién popular: sdlo medianie ella podra Ia masa de hijos del pais salvarse de una paulatina marginacién econémica y social en su propia terra, Encontramos asi, en Sarmiento como en Rojas y Patrén, un eco de la trae dicién borbénica que asignaba al Estado papel decisive en Ia definicién de los objetives de cambio econémico-social y también un control preciso de los pro- cesos orientados a lograr esos abjetives. Peo por debajo de esa continuidad —en parte inconsciente— de una tradicién administeativa e ideolégica, se da otra quizt més significativa, que proviene de la perspectiva con que quienes estén ubicados en éreas marginales asisten al desarrollo cada vez mas acelerado de la economia capitelista. Por persuasivas que hallen las doctrinas que posta. Jan consecuencias constantemente benéficas para ese sobrecogedor desencadena. mienio de energias econémicas, su experiencia inmediata les ofrece tantos testi- monies que desmienten esa fe sistemdtica en las armonias econémicas que no les ¢s posible dejar de tomarios en cuenta, Aungue el respeto par la superior sabi- durfa de los escritores europeos (y la escasa disposicién a emprender una revi- XXIV sién de las bases mismas de un saber laboriosamente adquirido} los disuades de recusat, a partir de esa experiencia inmediata, las hipdtesis presentadas como cettidumbres por sus maestros, en cambio no les impide avanzar en la explora- cién de !a realidad que ante sus ajos se desplicga, prescindiendo ocasiona}mente de la imperiosa guia de doctrinas cuya validez por otra parte postulan. Ast, si en Satmiento se buscaré en vano cualguier recusacién a Ja teorfa de fa division internacional del trabajo, es indudable que sus alarmas no tendrian sentido si creyese en efecto que ella garantiza el iriunfo de la solucién econdémica més fa. vorable para todas y cada una de las dreas en proceso de plena incorporacién al mercado mundial. Convendrfa, sin embargo, no exagerar el alcance de estas reticenclas, que no impiden ver en la aceleracién del progreso econémico en tas Areas metropoli- tanas un cambio tico sobre todo en promesas que las periféricas deben saber aprovechar, Hay otro aspecto de! desarrollo mettopolitano gue da lugar a mds generales y graves alarmas: su progres parece favorecer la agudizacién cons- tante de tas tensiones sociales y politicas; he aqui una innovacién que no quisiera introducirse en un tea en que ni siquiera una indisputada estabilidad social ha permitido alcanzar estabilidad politica. En Sarmiento esta conside- racidn pasa a primer plano en el contexto de una imagen muy rica y articulada de la Europa que conocié en 1845-47; en més de uno de sus contemporineos se iba a traducit en un simple rechazo de la linea de avance econdémico, social y politico que en 1848 les parecié a punto de hundir a la civilizacién curopea en un abismo; junto con motivos inmediatos, el temor nuevo frente al espectro del comunismo comienza a afectar Ja linea de pensamientos de algunos entre Jos que se tesuelven, en los ultimos afios rosistas, a plancat ua futuro para su pais. Ese temor no sélo inspira posiciones tan claramente irrelevantes que estén destinadas a encontrar la despectiva indiferencia de la opinién publica riopla- tense; ella contribuye a facilitar la transicién en la imagen que Ja lite letrada se hace de su luger en el pais. En 1837 la Nueva Generacién, que se vela a si misma como la més reciente concrecién de esa élize, se veia también como la Unica guia politica de la nacidn, Si hacia 1850 se ve cada vez mds como uno de Ins dos interlocucores cuyo didlogo fijaré el destino futuro de Ja nacién, y re- conoce otro sector directive ea Ja dlite econdmico-social, ello no sc debe tan sdlo a que largos afios de paz rosista han consolidado considerablemente a esta Ultima, sino también a que las convulsiones de Ie sociedad europea han reve- lado en las clases populares potencialidades mas temibles que esa pasividad e ignorancia tan deplorades: frente a elles la coincidencia de intereses de la élite Jetrada y de la econémica parece kaberse hecho mucho mas estrecha. UN PROYECTO NACIONAL EN EL PERIODO POSROSISTA La caida de Rosas, cuando finalmente se produjo en febrero de 1852, no introdujo ninguna modificacién sustancial en Ja reflexién en curso sobre el XXV presente y el futuro de Ja Argentina: hasta tal punto habia sido anticipada y sus consecuencias exploradas en Ja etapa final del rosismo, Pero incité a ace: lerar las exploraciones ya comenzadas y a traducirlas en propuestas més preci sas que en el pasado. Gracias a ello iba a completarse, en menos de un aiio a partir de la batalla de Casetos, el abanico de proyectos alternatives que desde anies de esa fecha divisoria habfan comenzado a elaboratse para cuando el pais alcanzase tal encrucijada. Proyectos alternativos porque —si existe acuerdo en que ha Ilegado el momento de fijar un nuevo rumbo para ef pais— el acuerdo sobte ese rumbo mismo es menos completo de lo que una imagen convencional supone. 1) La alternativa reaccionaria. La presentacién atticulada y consecuente de un proyecto declaradamente reaccionario es debida a Félix Frias, Primero desde Paris y lucgo desde Buenos Aires, el temprano secuaz saltefio de la generacién de 1837 propone soluciones cuya coherencia misma le resta atractive en un pais en cuya tradicién ideolégica el tinico elemento constante es un tenaz eclec- ticismo, y cuyo conservadorisme parece tan atraigado en las cosas mismas que la tentativa de construir una inexpugnable fortaleza de ideas destinada a defenderlo parece a casi todos una empresa superflia, Frias no sélo comienza su prédica desde Paris: sus términos de referencia son Jos que proporciona Ja Europa convulsionada pot las revoluciones de 1848, Las enseffanzas que de ellas deriva, son sin duda escasamente otiginales: la rebelién social que agité a Europa es el desenlace légico de la tentativa de constituir un orden politico al margen de los principios catélicos, De Voltaire y Rousseau hasta Ja pura criminalidad que a juicio de Frias fue la nota distintiva de la re- volucién de 1789, anies de serlo de Ja de 1848, la filiacién es directa e indis- catible. Pero ya en los franceses a los gue sigue el argentino (Montalembert o Dupanioup) Ja condena del orden politico posrevolucionario no se traduce en una propuesta de retorno puro y simple al aycien réginre; esa propuesta serta ain menos aceptable para Frias. Muy consciente de que escribe para paises que la Providencia ha destinado a ser republicanos, se apresura a subrayar que su deseo de ver restaurada la monargu‘a en Francia no nace de una preferencia sistemética por ese tégimen. Mis que a Ia restauracidn de un determinado régimen politico, Fries aspira en efecto a la del orden; y concibe como de orden a aqnel régitnen que asegure el cjercicio incontrastado y pacifico de la autoridad politica por parte de “los mejores”. Ello sélo set4 posible cuando Jes masas populares hayan sido de- vueltas 4 una esponténea obediencia por el acatamiento universal a un cddigo moral gpoyado en Jas creencias religiosas compartidas por esas masas y sus gobernantes. Si el orden debe atin apoyarse en Hispanoamérica en fuertes restricciones a Ja libertad politica, ello se debe tan sdlo al general atraso de la regién. Ese atraso sélo podta ser de veras superado si el progreso econémico y cultural consolida ¥ no tesquebraja esa base religiosa sin la cual no puede afirmatse ningtin or den estable. Catdlico, acostumbrado # recordar su condiciéa de tal a sus lecto- XXVE res aun a sabiendas de que éstos se han acostumbtado a ver eliminada de los debates politicos toda perspectiva religiosa, Frias no parece desconcertado porque los tinicos paises que se le aparecen organizados sobre las Tineas por él Propuestas no son catdlicos, El efemplo de los Estados Unidos, que invoca a cada paso, no Jo Ileva en efecto a revisar sus premisas, sino que le sirve para mostrar hasta qué punto Ja perspectiva ¢tico-religiosa por él adoptada adquiere particular relevancia en un contexto republicano y democritico. Sin duda, Hispenoamética tto est todavia preparada para adoptar un siste- ma politico como el de los Estados Unidos (Frias va a mercar vigorosamente —por ejemplo— sus reservas frente a la preferencia por el municipio auténomo y popularmente elegido que caracterizé a la genetacién de 1837). Pero aun esa plena democracia sdlo aleanzable en ef futuro significard la consolidacién —més bien que la superacién— de un orden oligarquico que para Frias ¢s el tinico conforme a naturaleza: las formas democraticas sdlo podrén ser adopta- das sin siesgo cuando fa distribucién desigual del poder politico haya sido aceptada sin ninguna reserva por los desfavorecidos por ella. La desigualdad se da también en Ja distribucién de Los recursos econdmicos, ¢ igualmente aqui es conforme a naturaleza. Sin embargo, la tendencia a desa- fiar ese orden natural no ha sido desartaigada de quienes menos se benefician con , y el riguroso orden politico que Frias postula tiene entre sus finalidades defender Ja propiedad no sdlo frente a la arbitrariedad dominantc cn ctapas anteriores de la vida del Estado y la amenaza constante del crimen, sino contra la mds insidiosa que proviene del socialismo. También aqui la utilizacién del poder ropresivo del Estado significa sélo una solucién de emergencia, es de es- perar que temporaria: la definitiva tinicamente se alcanzard cuando Ia religién haya coronado, bajo la proteccién de los poderes publicos, su tarea moralizadora y —al encontrar eco en el poder euyo infortunio consuela— lo haya libredo de la tentaciéa de codiciar las riquezas del rico. gPeto ese programa de conservacién y restauracién social y politica es com- patible con el desarrollo dindmico de economia y sociedad que —Frfas lo admite de buen grado Hispancamérica requiere can més urgencia que nunca? La respuesta es para él afirmativa: no se trata de traer de Europa ideologias porencialmente disociadoras, sino hombres que ensefiardn con el ejemplo a practicar “los deberes de Ia familia” y —puesto que estén habituados “a vivir con ¢] sudor de su frente, a cultivar Ja tierra que les da su alimento, a pagar a Dios el tributo de sus oraciones y de sus virtudes” —se constizuirdn en los me- jores guardianes del orden. Frfas va més alld de la mera disociacién entre la aspiracién a un progres econémico y social més répido y cualquier ideologia politicamente innovadora: subtaya la ptesencia de un vinculo, pata él evidente, entre cualquier progreso econémico ordenado y Ja consolidacién de un estilo de convivencia social y po- litica basado en Ja religién, Sin duda, ese estilo de convivencia impone algunas limitaciones a quienes, por su posicién socioeconémica, esvin destinados por el orden natural a recoger la mayor parte de los beneticios de ese progreso, y XXVIL Frias va a deplorar que la ley dictada por el estado de Buenos Aites contra los vagos, si fulmina a quienes visitan fas tabernas en dias de trabajo, no reprime a quienes lo hacen en el Dia del Sefior, Pero esas limitaciones son extremada- mente leves, y Frias insiste mds en el apoyo que los principios ctistianos pue- den ofrecer al orden social que ea las correcciones que seria preciso introducir en éste para adecuarlo a aquéllos. Esa era una de las facilidades que debe concederse, porque sabe demasiado bien que su ptédiea se dirige a un publico cuya indiferencia es atin mas dificil de vencer que una hostilidad mds militante. Si las apelaciones a una fe reli- gloss que ese publico no ha tepadiado no patecen demasiado eficaces, tampoco Jo son mas les ditigidas al sentido de conservacién de las clases propietarias, La prédica de Frias sera recusada sobre todo por irtelevante, y nadie lo hard més desdefiosamente que Sarmiento. Segtin el alarmado paladin de la fe, observa Sarmiento en 1856, “estamos en plena Francia y vamos recién por los tumultos de junio, los talleres nacionales, M, Falloux ministro, y los socialistas enemigos de Dios y de los hombres”. Sarmiento, por su parte, prefiere creer que est4 en Buenos Aires, y que ni el crrante espectro del comunismo ni ef au- toritatismo conservador y plebiscitario tienen soluciones vlidas que ofrecet a un Rio de la Plata que afronta problemas muy distintos de los de la Francia pos- revolucionaria. 2) La alternativa revolucionaria. Si ta leccién reaccionatia que Frfas dedujo de las convulsiones de 1848 fue recibida con glacial indiferencia, la opuesta fue aun més pronto abandonada. Sin duda al fin de su vida Echeverria saladé en las jornadas de febrero el inicio de una “nueva era palingenésica” abierta por el “pueblo revelador’, suerte de Cristo colectivo “que santificd con su sangte fos dogmas del Nuevo Cristianismo”. Sin duda creyé posible en su entusiasmo abandonar asf las reticencias que frente a la tradicién saintsimoniana habfa atin juegado ineludible exhibir slo un aiio antes en su polémica con el rosista Pedro de Angelis; sin duda fue atin més alld al sefialar como legado de la revolucién “el fin del profetarisro, forma postrera de esclavitud del hombre pot la pro- piedad”. Peto ese entusiasmo no iba a ser compartido por mucho tiempo. Al conme- morar en Chile el primer aniversario de Ia revolucién de febrero, Sarmiento se apresura a celebrar en ella el triunfo final del principio republicano, luego de un conflicto que ha Ienado casi tres cuartos de siglo de historia de Francia. Del resto del mensaje revolucionario oftece una versién que lo depura de sus moti vos mds capaces de causar alatma: “Lamartine, Arago, Ledru-Rollin, Louis Blanc —no deja de recordar a sus Jectores chilenos— han proclamado el prin- cipio de 1a inviolabilidad de las personas y de la ptopieded”. Pero incluso esa edulcorada del programa social de algunos sectores revolucionarios es condenada por irrelevanie en el contexto hispanoamericano; seria oportuno dejar que en Paris “‘los primetos pensadores del mundo discutan pacificamente las cuestio- nes sociales, la organizacién del trabajo, ideas sublimes y generosas, pero que no estén sencionadas atin por la conciencia publica, ni por la prdctica”. Ello es XXVIL tanto més necesatio potque cualquier planteamiento prematuro de esos proble- mas podsfa persuadir a muchos de que “Jas insignificantes luchas de la industria son la guerra del rico contra el pobre”. Esa idea “lanzada en la sociedad, puede un dia estallar”, Pata evitar que eso ocurra, la represién del debate idealégico no parece ser demasiado eficaz, sobre todo porque la disposicién a imponerla parece estar ausente. La educaciéa, en cambio, hard ineficaz cualquier prédica disolvente: “ya que no impontis respeto a los que asi corrompen por miedo, o por intereses politicos, la conciencia del que no es més que un poco mas pobre que los otros, educad su razdn, 0 la de sus hijos, por evitar el desquiciamiento gue ideas santas, pero mal comprendidas, pueden traer un dia no muy Iejano”. La conmemoracién de [a revolucién desemboca asf en la defensa de la educ cién popular como instrumento de paz social en el marco de una sociedad de: gual. Peto aun esa aceptacién tan limitada y reticente de Ja tradicin revolucio- naria patecerd pronto excesivemente audaz: en las acusaciones reciprocas que en 1852 se ditigirén Alberdi y Satmiento, la menos grave no seré la de tibieza en la oposicidn al peligro revolucionario. May pocos, entre fas que en el Rio de la Plata escriben de asuntos piblicos en medio de la marea contrarrevolucionaria que viene de Europa, dejan de teflejar ese nuevo clima marcado por un cre- ciente conservadorismo. Lo eluden mejor quienes czcen ain posible, después de las tormentas de 1848, proponer vastas reformas del sistema econdmico-so- cial en las que no ven el objetivo de Ia accién revolucionatia de los desfavore- cidos por el orden vigente, sino el fruto de Ia accidn esclarecida de un poder si- tuado por encima de facciones y clases. 3} Una nueva sociedad ordenada conforme a razén. En esos aiios agitados no podrén encontrarse entre los miembros de la élite letrade del Rio de la Plata muchos que sean capaces de conservar esa concepcién del cambio social. Es com- prensible que la obra de Mariano Fragueito se nos presente en un aislamiento que sus no escasos admiradores retrospectivos hallan espléndido, y que sus con- tempordneos preferian atribuir a su total irrelevencta. Este préspero caballero cordobés, de antigua leaitad unitarie, conté entre los maduros y entusiastas teclatas de la Nueva Generacién. Las tormentas politicas que lo {leyaron a Chile no alcanzaron a privarlo de una sdlida fortuna, que lo ocupé ms que la accién politica, y en su pais de destierro publicd en 1850 su Organixacién det crédito. Encontramos en ella la misma apreciacidn de las ventajas que para cual- quier orden futuro derivardn del esfuerzo de Rosas por dar uno estable a las provincias rioplatenses, que tres afios antes habia expresado Alberdi. Fragueiro halla ese legado de concentracién del poder polftico tanto més digno de ser atesorade porque —como intentard probar en su libro— ese poder debe tomar a su catgo un vasto conjunto de tareas que en ese momento no ha asumido en ninguna parte del mundo. Toca al Estado, en efecto, monopolizar el crédito publico. La transferencia de éste a la esfera estatal es justificada por Fragueiro a través de una distincién entre los medios de produccién —sobre los cuales ¢l derecho de propiedad pri- yada debe continuar ejerciéndose con una plenitud que no tolera ver limitada— XXX y la moneda que —en cuanto tal— ‘no es producto de la industria privada ni es capital”; moneda y crédito no integran, por su naturaleza misma, la esfera pri- vada. La estatizacién del crédito debe hacer posible al Estado “la realizacién de empresas y trabajos puiblicos, casas de seguros de todo género, y todo aquello de cuyo uso se saca una renta pagada por una concurrencia de personas y de cosas indeterminadas, como puertos, muelles, ferrocarriles, caminos, canales, navegacién interior, etc.”, que serén también ellos de propiedad publica, En fa exploracién de nuevos corclarios para su principio bésico, Ftagueiro no se detiene ante la prensa periddica; aqui la iniciativa del Estado concusrir con la privada, pero sdlo la prensa estatal podré publicar avisos pagados, y toda pu- blicacidn, periédica o 90, que haya sido financiada epelando al crédito, sélo vers fa lux si un cuerpo de lectores designados por el gobierno le asigna “la clasi cacién de util”. Sin dda el edificio de ideas construido por Fragueizo no carece de coheren- cia, pero no parece que de él pueden derivarse soluciones fécilmente aplicables a la Argentina que esta dejando atrds la etapa rosista, Asf lo entendié Bartolo mé Mitre; este recluta mds joven y rardfo de le generacién de 1837 —tras de rendit homenaje a la intencién generosa de su antiguo compafero de causa— Ia juzgeba de modo efectivista pero no totalmente injusto, al sefialar que el medio descubierto por Fragueiro para asegurar Is libertad de Prensa cra Ja re- implantacién de Ja censura previa. La imposibilidad de confiar fa solucién de los problemas argentinos a un conjunto de propuestas cuyo mérito principal debia set su adecuacién a ana nocién bésica juzgada de verdad evidente, parece haber sido advertida también por el mismo Fragueito cuando —luego de la caida de Rosas— compuso sus Cuestiones Argentinas. Allf propone una agen- da para el pais en trance de renovacidn, y aunque algunas de sus propuestas reiteran las de Organizacién del crédito, el conjunto esté caracterizado por un marcado eclecticismo. Ello no aumenta necesariamente el poder convincente de su obra; si —como quiere Ricardo Rojas— las Cuestiones Argentinas son un libro gemelo de las Bases de J. B. Alberdi, basta hojearlo para edvertir muy bien por qué ese demasiado afortunado hetmano Jo iba a mantener en Ja pes numba, pese a los esfuerzos de tantos comentaristas benévolos por corcegir esa secular indiferencia. 4) En busca de una alternative nueva; el autoritarismo progresista de Juan Bautista Alberdi. Como la Organizacién det crédito, el programa ofrecido en las Bases habia sido deserrollado a partir de un mimero reducido de premisas explicitas; a diferencia del Fragueiro de 1850, Alberdi habia sahido deducir de ellas corolarios cuyo més obvio atractivo era su perfecta relevancia a esa coyun- tuta argentina, Ya cn 1847 Alberdi habia visto como principal mérito de Rosas, su tecons- truccién de Ja autoridad politica, Por entonces habia invocado, del futuro, la institucionalizacién de ese poder. De ese cambio que se le aparecfa como valioso en si mismo, esperaba que ayudase a mantener el moderado ayance econémico que estaba caracterizando a fos iltimos afios rosistas. En las Bases va a reafir xXx mar con nuevo vigor ese motivo autoritario, que se exbibe ahora con mayor nitidez porque la reciente experiencia europea —y en primer lugar la de una Francia que esté completando su vertiginosa evolucién desde la reruiblica de- mocratica y social al imperio autoritario— parece mostrar en él Ja inesperada ola del futuro; Alberdi desde 1837 ha intentado sacar lecciones permanentes del estudio de los procesos politicos que se desenvuelven ante sus ojos, y no esté inmune al riesgo implicito en esa actitud; a saber, el de descubrir en la solucién momenténeamente dominante cl definitive punto de Ilegada de Ja historia uni- versal. Pero si el ejemplo europeo incita a Alberdi a articular explicitamente los mo- tivos autoritarios de su pensamiento, la funcidn politica que asigna el autorita- rismo sigue siendo diferente de la que justifica al de Napolesn III. La solucién. propugneda en las Bases tiene sin duda en comin con éste la combinacién de tigot politico y activismo econémico, pero se diferencia de ¢l en que se rehiisa a ver en la presién acrecida de las clases desposefdas el estimulo principal para esa modificacién en el estilo de gobierno. Por el contrario, él aparece como un jnstrumento neccsario para mantener la disciplina de fa élite, cuya tendencia a Jas querellas intestinas sigue pareciendo —-como cuando primero fue formulado el Credo de la Joven Generacién— la més peligrosa fuente de inestabilidad politica para el entero pats. Del mismo modo, Alberdi permaneceré sordo 4 los motives “sociales” que estarn presentes en el progresismo econdmico —como jo estan ya en el autoritatismo— de Luis Napoleén. Para éste, en efecto, el bienestar que el avance de la economia hace posible no sdlo esta destinado a compensar las limizaciones impuestas a la libertad politica, sino también a atenuar las tensiones sociales dramdticamente reveladas en 1848, Para Alberdi, la creacién de una sociedad mas compleja (y capaz de exigen- cias més perentorias) que la moldeada por siglos de atraso colonial, deberd ser el punto de Ilegada del proceso de creacién de una nueva economia. Esta serd forjada bajo la férrea direccién de una élite politica y econémica consolidada en su prosperidad por la paz de Rosas y heredera de los medios de coerciéa pot él perfeccionados; esa élite contard con la guia de una élite letrada, dispuesta a aceptar su nuevo y mds modesto papel de definidora y formuladora de progra- mes capaces de asegutat —a la vez que un s4pido crecimiento econdmico para el pafs— la permanente hegemonia y creciente prosperidad de quienes tienen ya el poder. Mientras se edifica Ja base econémica de una nueva nacién, quienes no per tenecen a eses élites no recibirn ningtin aliciente que haga menos penoso ese perfodo de tépidos cambios ¢ intensificados csfuerzos. Su pasiva subordinacién es un aspecto esencial del legado rosista que Alberdi invita a atesotar: por via antotitaria se los obligaré a prescindir de las prevenciones frente a las noveda- des del siglo, que Rosas habia creido oportuno cultivat para consolidar su po- der. Que el heredero de éste es lo bastante fuerte para imponer disciplina a la plebe, es para Alberdi indudable; es igualmente su conviccién (una conviccién nada absurda) que de esa plebe debe temerse, por el momento, més el pasivo XXKT apego que cualquier veleidad de recusar de modo militante las desigualdades so- ciales vigentes, Crecimicnio econdmico significa para Alberdi crecimiento acelerado de la produccién, sin ningiin elemento redistributive. No hay —se ha visto ya— razones politico-sociales que hagan necesatio este ultimo; el autoritarismo pre- servado en su nueva envoltura constitucional es port hipstesis suficiente pata afrontar el médico desafio de los desfavorecidos por el proceso. Alberdi no cree siquiera preciso examinar si habria razones econémicas que hicieran necesaria alguna redistribucién de ingresos, y su indiferencia por este aspecto del pto- blema es perfectamente entendible: el mercado para la acrecida produccién argentina ha de encontrarse sobre todo en el extranjero, Entregandose confiadamente a las fuerzas cada vez mas Pujantes de una econo. mafa capitalisia en expansidn, el pais conocerd un progreso cuya unilateralidad Alberdi subraya complacido. Serfa vano buscar en él eco alguno de la actitud mas matizada y reticente que frente a las oportunidades abiertas pot esa expansién haisian madurado en el mundo hispanico y que conservaban tanto imperio sobre Sarmiento, Que el avance avasallador de ia nueva economia no podria tener sino consecuencias benéficas, es algo que para Alberdi no admite duda, y esta con viccién es el correlato cedrico de su decisién de unir el destino de la élite le- trada, a la que confiesa pertenecer, con el de una élite econdmico-politica caya figura representativa cs el vencedor de Rosas, ese todopoderoso gobernador de Kntre Rios, gran hacendado y exportador, que ha hecho la guerra para abtir del todo a su provincia el acceso al mercado ultramarino. Ese proyecto de cambio econdmico, a la ver acelerado y unilateral, requiere un contexto politico preciso, que Alberdi describe bajo el nombre de repiblica posible. Recordando a Bolivar, Alberdi dictamina que Hispanoamérica necesita por el momento monarqufas que puedan pasar por repéblicas, Pero no se trata tan sélo de oftecer un homenaje simbélico a los prejuicios antimondrquicos de Ja opinién publica hispanoamcricana, La complicada armadura institucional pro- puesta en las Bases, si por el momento esté destinada sobre todo a disimular fa concentracién del poder en el presidente, busca a la vez impedir que el régi- men autoritatio que Alberdi posiula sea también un tégimen arbitrario. La cli- minacién de la arbitrariedad no es tampoco un homenaje a un cierto ideal poli. tico; es por lo contrario vista por Alberdi como requisito ineludible para lograr el ritmo de progreso econdmico que juzga deseable. Sto en un marco juridico definido tigurosamente de antemano, mediante un sistema de normas que el pox det renuncia a modificat a su capricho, sc decidirén los capitalistas y trabajado- tes extranjeros a integratse en la compafifa argentina, Que la eliminacién de la arbitrariedad no es para Alberdi un fin en si mismo lo revela su balance del régimen conservador chileno: su superioridad sobre los claramente arbitrarios de los paises vecinos le patece menos evidente desde que cree comprobar que ella no ha sido puesta al servicio de una plena apertura de la economia y la so- ciedad chilena al aporte extranjeto, por el contrario restringido por las limitacio- XXXII nes que le fija la constitucién de 1833 y las igualmente importantes que les Je- yes chilenas conservan. Para Alberdi, en efecto, la apelacién al trabajo y el capital extranjero cons- tituye el mejor instrumento para el cambio econdmico acelerado que la Argen- tina requiere. El pais necesita poblacién; su vida econdmica necesita también protagonistas dispuestos de antemano a guiar su conducta en los modos que la nueva economia exige. Como cottesponde a un momento en que Ia inversién no ha adoptado ain por completo las formes societarias que Ja dominardn bien pronto, Alberdi no separa del todo Ja inmigracién de trabajo de la de capital, que ve fundamentalmente como la de capitalistas. Para esa inmigtacién, desti- nada a traer al pafs todos les factores de produccién —excepto la tierra, hesta el momento ociosa— se prepara sobre todo el aparato politico que Alberdi pro- pone. Peto éste no ofrece suficiente gatantfa en un pais que no es seguro que haya alcanzado definitivamente Ia estabilidad politica, y Alberdi urgird al auevo régimen a hacer de su apertura al extranjero tema de compromises internacio- nales: de este modo asegurard, aun contra sus sucesores, lo esencial del pro- grama alberdiano. Sin duda Alberdi esi lejos de ver en esta ctapa de acclerado desarrollo econémico, hecho posible por una estricta disciplina politica y social, el punto de llegada definitive de Ja historia argentina. La mejor justificacién de la re- publica posible (esa repitblica tan poco republicana) es que estd destinada a dejar paso a la reptiblica verdadera, Esta serd también posible cuando (pero sélo cuando) el pais haya adguirido una estructura econdémica y social com- parable a la de las naciones que han creado y son capaces de conservar ese sistema institucional. Alberdi admite entonces explicitamente l cardcter pro- visional del orden politico que propone; de modo implicito postula una igual provisionalidad para cse orden social mareado por acentuadas desigualdades y la pasividad espontines o forzada de quienes safren sus consecuencias, que juzga inevitable durante la construccién de una nacién nueva sobre el desierto atgentino. ‘Aunque Alberdi dedica escaso tiempo a la definicién del lugar de los sectores ajenos a la dite en esa etapa de cambio vertiginoso, cree necesario examiner con mayor detencién, aun cn relacién con ellos, fa nocién que hace de los avances de la jnstruccién un instrumento importante de progreso econémico y social. No es necesaria, asegura Alberdi, una instruccién formal muy completa para poder participar como fuerza de trabajo en la nueva economfa; le mejor instruccién Ia ofrece el ejemplo de destreza y diligencia que aporcarén los inmigrantes eatopeos. ¥ por otra parte, una difusidn excesiva de la instrucciém corte el riesgo de propagar en los pobres nuevas aspiraciones, al darles a conocer Ja existencia de un horizonte de bienes y comodidades que su experiencia inme- diata no podria haberles revelado; puede ser més directamente peligrosa si al enscfiarles a leer pone a su alcance toda una literatura que trata de persuadirios de que tienen, también ellos, derecho a participar més plenamente del goce de esos bienes. XXXL Un exceso de instruccién formal atenta entonces contra la disciplina necesa- tia en los pobtes. Traspuesta en una clave diferente, encontramos la misma re- ticencia frente 2] elemento que ha servide pata justificar la pretensién de la lite letrada a la direccién de los asuntos nacionales: su comercio exclusive con el mundo de las ideas y las ideologias, que la constituirfa en el tinico sectot na- cional que sabe qué hacer con el poder, Esa imagen —que Albetdi ahora recusa— propone una estilizacién de su lu gar y su funcién en el pafs que constituye una auto-adulacién, pero también un auto-engatio, de la dlite letrada. La superioridad de los letrados, supuestamente derivada de su apertura 2 las novedades ideoldgicas que los trensforma en ins. piradores de las necesarias renovaciones de ta realidad local, vista més sobria- mente, es legado de la etapa més atcaica del pasado hispanoamericano: se nutre del desprecio pre-moderno de la Espaita conguistadora por el trabajo produc- tivo. Que asi estén [as cosas lo prueba Ja resistencia de la élite letrada a impo- netse a si misma las transformaciones radicales de actitud y estilo que tan infa- tigablemente sigue proponiendo al resto del pais. El idedlogo renovador no es sino el heredero del tetrado colonial, a través de transformaciones que sélo han servido para hacer ain ids peligroso su influjo. En efecto, si de fa colonia viene la nocién de que los letrados tienen derecho al lugar mds eminente en Ia sociedad, de Ja revolucién viene la de que fa acti- vidad adecuada para ellos es Ja politica, No sdlo eso: Ia revolucién ha hecho suyo un estilo politico que legitima las querellas superfluas en que se entre- tiene el ocio atistocratico, aceptado desde su origen como ideal por Ia clase Je- trada. Asi se transforma ésta en gravisimo factor de petturbacién. gEn nombre de qué? De ideales politicos tan intransigentes coma itrelevantes, que traducen casi siempre el deseo de edquitir el poder y utilizarlo, para satisfacet pasajeros ceprichos, o en ef mejor (o mds bien peor) de los casos, el Proyecto atin més peligroso de rehacer todo el pais sobre ia imagen de su dite letrada. Este retrato sistemAticamente sombrio del grupo al que pertenece Alberdi, inspirado en un odio a si mismo que se exhibe, por ejemplo, en su identificacién como uno de esos “abogados que salen escribir libros”, deptorable tipo hu- mano que es de esperar haya de deseparecer pronto del horizonte nacional, no carece sin duda de una maligna penetracin. Peto induce a Alberdi a recusar de- masiado fécilmente las objeciones que a su. proyecto politico, presentado con sobria macstrfa en el texto descarnado de las Bases, van a oponerse. No tendré ast paciencia con un Sarmiento, que halla excesiva fa pena de muerte que ent Entre Rios se aplica a quien roba un cerdo. Esa “ebsolucién inaudita del comu- nismo” revela que Sarmiento no es de veras partidario de los cambios radicales que el pais necesita. Si quisiera los fines que dice ansiar tanto como Alberdi, querria también los dnicos medios que pueden llevar a ellos, éPero es cierto que son és0s los tinicos medios? Las objeciones que oponen al proyecto de Alberdi quienes entraron con él en la vida publica en pos de transformaciones muy diferentes de las propuestas en las Bases, no son las unk cas imaginables: el camino que Alberdi propone no sélo choca con ciettes con- XXXIV vicciones antes compartidas con su grupo; se apoya en una simplificacién tan extrema del proceso a través del cual el cambio ccondmico influye en el social y politico, que su ucilidad para dar orientacién a un proceso histérico real puede set legitimamente puesta en duda, Alberdi espera del cambio econémico que haga racer a una sociedad, a una politica, nuevas; ellas surgirén cuando ese cambio econdmico se haya consumado; mientras tanto, postula el descncadena- miento de un proceso econémico de dimensiones gigantescas que no tendria, ni entre sus requisitos ni entre sus resultados inmediatos, transformaciones sociales de alcance comparable; as{, cree posible crear una fuerza de trabajo adecuada una economia moderna manteniendo a la vez a sus integrantes en feliz igno- yancia de {as modalidades del mundo moderno (para Jo cual aconseja extrema parsimonia en le difusién de la instruccién popular). Antes de preguntaraos si ese ideal es admirable, cabe indagar si es siquiera realizable. Aun asf, las Bases resumen con una nitidez a menudo deliberadamente cruel el programa adecuado a un frente antirrosista tal como la campajia de opinidn de los desterrados hab{a venido suscitando: ofrece, a més de un proyecto de pats nuevo, indicaciones precisas sobre cémo recoger los frutos de su vistoria a quienes han sido convocados a decidir un conflicto definido como de intereses. Y dota a ese programa de lineas tan sencillas, tan precisas y coherentes, que es comprensible que se haya visto en él sin més el de la nueva nacién que comienza a hacerse en 1852, Bien pronto ese papel fundacional fue reconocido a las Bases incluso por muchos de los que sentien por su autor un creciente aborrecimiento; Ja convic- cién de que los textos que puntuaron la carrera publica tanto mds exitosa de sus grandes rivales pesan muy poco al Jado del descarnado y certero en que Alberdi £6 Ja tarea para Ja nueva hora argentina fue igualmente compartida, Aguf no se intentaré recusarla; sdlo [imitarla al sefialar que —aunque, como suele, nunca ja haya presentado de modo sistem4tico— Sarmiento elabord una imagen del nuevo camino que la Argentina debia tomar, gue rivaliza en precisida y cohe- rencia con Ja alberdiana, a Ja que supera en riqueza de perspectivas y conte- nidos. 5) Progreso socio-culiural como requisite del progreso econdmico. Se ha visto ya que Alberdi prefirid no verlo asf: Sarmiento se atreve a dudar de la va- lidez de sus propuestas porque es a la vez un nostélgico de la siesta colonial y de la turbulencia anérquica que siguié a la Independencia. Sin duda este diagnds- tico malévolo es mas certero que el de adversarios mas tardios de Sarmiento, que afectan ver en 4 el paladin de un progresismo abstracto y escasamente in- teresado en Io que el progreso destraye, Sarmiento sintié mas vivamente que muchos de sus contemporineos el vinculo con el pasado colonial, y su tem- peramento se hallaba més cémodo en el torbellino de una vida politica facciosa que en un contexto de accién més disciplinada, Pero la pieeas con que se vuelve hacia la tadicién colonial no le impide subrayar que esta irrevocablemente muetta y que cualquier tentativa de resucitarla sdlo puede concluir catastré- ficamente, y su desgartado estilo politico fue compatible, por ejemplo, con una xxxV constancia en el apoyo al conservadorismo chileno, que iba bien pronto a tener ocasién de comparar favorablemente con la mds voluble actitud de Alberdi. . . No es entonces Ja imposibilidad congénita de aceptar un orden estable la que mueve a Sarmiento a tecusar el modelo autoritario-progresista propuesto por Alberdi; es su conviccién de que conoce mejor que Alberdi los requisites y consecuencias de un cambio cconémico-social como el que la Argentina posto- sista debe afrontar. Esa imagen del cambio posible y deseable, Sarmiento la elaboré también bajo el influjo de la crisis europea que se abrid en 1848, Como Alberd , Sarmiento deduce de ella justificaciones nuevas para una toma de distancia, no sélo frente a los ideélogos del socialismo sino ante una entera tradicién politica que nunca aprendié a conciliar el orden con Ia libertad, Peto micntras Alberdi juzgaba atin posible recibir una ultima leccién de Francia, y vefa en el desenlace auto- titario de Ja crisis revolucionaria un ejemplo y un modelo, Sarmiento deducia de ella que lo mds urgente era que Hispanoamérica hallase manera de no ence- rrarse en el laberinto del que Francia no habiz logrado salir desde su gran re- volucién, Esa recusacién de Francia como nacién guia habla sido ya prepatada por el contacto que Sarmiento tuvo con el que Echeverria iba a amar pueblo revela- dor, que no dej6 de provocarle algunas decepciones, De Paris a Bayona se le re- vel toda una Francia por él insospechada, que se le aparecia tan arcaica como Jos rincones més arcaicos de Chile, En ese vasto mar, algunas islas de moderni- dad emergian, y en primer término Parfs, que provocd en Sarmiento reaccia- nes bestante mezcladas, Aunque Paris no podia proporcionarle una experiencia directa del nuevo orden industrial, le pertnitia petcibir Ja presencia de rensiones latentes y contrastes demasiado patentes que confirmaban su imagen previa de les condiciones en que se daban Jos avances del maquinismo. Esas reticencias lo preparaban muy bien para proclamar, ante Ja ctisis politico-social abierta en 1848, las insuficiencias del modelo francés y Ia necesidad de un modelo alterna- tivo, Para entonces crefa haberlo encontrado ya en los Estados Unidos. La seccidn de los Viajes dedicada a cse pals, si mantiene el equilibrio entre andlisis de una sociedad y crénica de viaje que caracteriza a toda la obra, inclaye una tentativa més sistematica de lo que patece a ptimera vista por descubtis ta clave de la criginalidad norteamericana. Més sistemética y también mds origi- nal: aunque los estudios del texto satmientino no dejan de evocar el obvio paralelo con Tocqueville, el interés que gufa 2 Sarmiento y la leccién que espera de Estados Unidos son muy distintos que en el francés. No le preocupa primor- dialmente examinar de qué modo se ha alcanzado allf una solucién al gran pro- blema politico del siglo x1x, Ja conciliacién de la libertad y la igualdad, sino sastreat el surgimiento de una nueva sociedad y una nueva civilizacida basadas en la plena integracién del mercado nacional. A los arados de disefio y material cambiantes y casi siempre atcaicos que ofrece Europa, los Estados Unidos oponen unos pocos modelos constantemente tenavados y mejorados, y que comienzan ya a producirse para toda [a nacién XXXVI

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