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Paradigmas de conservación: un avance paulatino hacia la

participación local
En el contexto del conocimiento humano los paradigmas definen cuáles problemas son
interesantes de estudiar y, en consecuencia, influyen en la forma de abordarlos. Se trata
de modelos fundamentales desde los cuales se piensan o realizan hechos y teorías
predominantes. Un paradigma predominante por mucho tiempo puede cambiar, a veces
con resistencia, por el peso de la nueva información aportada por la observación y
experimentación científicas. A medida que un mayor número de nuevas excepciones se
vuelven convincentes para rechazar un paradigma establecido, ocurre la adopción de
una nueva forma de ver un problema o fenómeno, la cual se transforma en un nuevo
paradigma.
Aunque no es muy complicado discernir las razones que
influyeron en la creación de las primeras reservas de caza o sitios
sagrados, sí se sabe que los primeros parques nacionales se
establecieron con la visión casi exclusiva de proteger bellezas
escénicas o rasgos naturales destacados. En estas áreas la presencia
humana era escasa – y en aquéllas en las que los habitantes locales
eran más abundantes, se procedía a su exclusión más o menos
expeditiva. Este fue el paradigma de conservación que predominó
entre las décadas de 1960 y 1970, durante el cual tomó fuerza la
noción – falaz al fin, que para que un área protegida mantuviera los
elementos que motivaban su creación, debían dedicarse casi
exclusivamente a actividades “neutras” con el ambiente, tales como
la investigación científica o la recreación.
En 1972, se celebró la Conferencia de las Naciones Unidas sobre
Medio Humano en Estocolmo, Suecia. Allí se hizo énfasis en la
conservación de los recursos naturales, proclamándose que debían
preservarse muestras representativas de los ecosistemas nativos en
beneficio de las generaciones presentes y futuras.
La década de 1980 marca la entrada en un nuevo paradigma
ambiental mundial con el surgimiento de la noción de “desarrollo
sustentable” a través del cual se empieza a visualizar que el
desarrollo y la conservación son dos aspectos de una misma
problemática. La Estrategia Mundial para la Conservación, concertada
en 1980, establece que la conservación no se refiere sólo a la vida
silvestre sino también a la agricultura, la pesca y la silvicultura. La
conservación comprende, además de la protección, el mantenimiento,
el aprovechamiento sustentable y la restauración del medio
ambiente. El objetivo principal es que ciertos recursos sean
resguardados del uso mientras que otros sean consumidos y
explotados de manera que no se vea comprometida la auto-
renovación de los procesos ecosistémicos y el consumo futuro. La
conservación es indispensable porque sin ella no es posible un
desarrollo sustentable. Conservación y desarrollo son entendidos
como indisociables. Se propone incorporar la conservación al trazado
de políticas, mejorar la planificación ambiental y la distribución de los
usos de la tierra y el agua.
Las áreas protegidas – como herramienta primordial de las
políticas nacionales de conservación, tenían que adaptarse a esta
visión más abarcadora de la relación entre el hombre y los procesos
naturales. La realidad señalaba evidencias ciertas de que los parques
y las reservas – incluso las más grandes, estaban experimentando un
proceso creciente de erosión biológica, cuyas raíces se encontraban
muchas veces en las zonas circunvecinas, en las que se asentaban
comunidades y grupos empobrecidos.
Después de la Cumbre de Río en 1992, las estrategias
internacionales y nacionales de conservación se fueron armonizando
con las necesidades sociales y la agenda del desarrollo. Así también
cambió la percepción del papel de las áreas protegidas en el contexto
social: en la actualidad, los objetivos con los que se las crean incluyen
el uso sustentable de los recursos naturales, la preservación de los
servicios ecosistémicos y la integración de los procesos sociales más
amplios, en simultáneo con la función principal de la conservación de
la biodiversidad. Se le brinda mayor atención al respeto de los
recursos culturales como asociados de la biodiversidad y a la
necesidad de involucrar a las comunidades indígenas y locales en las
decisiones de manejo que las afecten. Partiendo de un foco en la
“naturaleza” que básicamente excluía a la gente, los profesionales de
las áreas protegidas reconocen cada vez más que los recursos
naturales, la gente y las culturas están fuertemente relacionados.
Tres líneas de pensamiento convergieron para desarrollar un
nuevo paradigma de conservación. La primera ha sido un cambio en
la relación del territorio, el área o los recursos protegidos con el
contexto geográfico circundante. El énfasis se concentra en:
• Las redes de áreas protegidas y la conectividad entre éstas.
• La integración de las áreas protegidas en el paisaje
terrestre/marino, y en el marco de la política económica
regional y nacional.
• Las áreas protegidas pasan a ser consideradas como uno de
los componentes necesarios para una estrategia efectiva de
conservación regional y nacional.
La segunda línea de pensamiento surgió de los avances
alcanzados por las ciencias ecológicas más allá del concepto de las
“condiciones de equilibrio” de los ecosistemas. Se enfoca en las
siguientes premisas:
• Los ecosistemas son abiertos, y se encuentran sujetos a una
variedad de influencias de los alrededores y en un estado
dinámico.
• Los “disturbios”, tales como el pastoreo de los herbívoros o
los incendios periódicos, son extremadamente importantes
para los esfuerzos de conservación, y los disturbios humanos
que ocurren dentro de ciertos límites ecológicos pueden
formar parte de un patrón de conservación dinámico.
• El manejo ecosistémico se comprende mejor como proceso
adaptativo, y depende mucho de la historia biológica y el
contexto local.
Finalmente, una tercera línea de pensamiento, derivada de las
lecciones aprendidas de la práctica de campo, recomienda:
• Trabajar a favor, antes que en contra de las comunidades
indígenas y locales, las ONGs y el sector privado, siempre y
cuando todos estos actores estén comprometidos con las
metas básicas de conservación.
• Desarrollar asociaciones entre los distintos actores sociales,
beneficiándose de sus capacidades y ventajas
complementarias.
• Reconocer que la conservación de la biodiversidad es
inseparable del uso sustentable y la distribución equitativa
de los beneficios que derivan de la utilización de los recursos
genéticos, tal lo que indican los tres objetivos principales del
CBD.
Si se yuxtaponen el enfoque convencional y el emergente en relación
con el manejo de las áreas protegidas, se percibe un cambio de
perspectiva que puede considerarse como un verdadero “cambio de
paradigma” (Tabla 2). Esta yuxtaposición no es tan absoluta como
para deducir que todas las áreas protegidas que se manejaban de
acuerdo al “modelo convencional”, ahora son, o pronto serán,
manejadas de acuerdo con el “nuevo modelo”. De hecho, gran parte
de la legislación de áreas protegidas desarrollada en los 1970 y 1980
en muchos países, se acerca a los principios e ideas de la columna del
“nuevo modelo”. Sin embargo, el contexto político predominante pudo
no haber favorecido que la práctica apropiada fuera aplicada, y los
obstáculos surgieron con frecuencia en conexión con las políticas
macroeconómicas, los conflictos étnicos y políticos, y las inequidades
sociales existentes a varios niveles. En resumen, la Tabla 2 sugiere un
“patrón de cambio” promedio que tiene excepciones notables, ha
estado relacionado con distintas limitaciones y oportunidades, y ha
ido avanzando a un ritmo diferente y con diferentes resultados en los
diferentes contextos.
Figura 2: hacia un nuevo paradigma para las áreas protegidas
Como solía suceder: las áreas protegidas Gradualmente: las áreas protegidas
eran… son…
Manejadas con, y en algunos casos, por la
Planificadas y manejadas contra la gente
gente
Manejadas por el gobierno central Manejadas por muchos aliados
Dedicadas a la conservación Manejadas con objetivos sociales y
económicos
Manejadas para que la gente local pueda
Manejadas sin considerar a la comunidad local
cubrir sus necesidades
Planeadas como parte de sistemas nacionales,
Desarrolladas aisladamente
regionales e internacionales
Desarrolladas como “redes” (áreas
Manejadas como “islas” estrictamente protegidas, amortiguadas y
unidas por corredores verdes)
Establecidas principalmente para la protección A menudo creadas por razones científicas,
escénica económicas y culturales
Manejadas principalmente para los visitantes y Manejadas teniendo en cuenta a los
turistas habitantes locales
Para la protección También para la restauración
Consideradas principalmente un bien nacional También consideradas un bien comunitario
Consideradas exclusivamente una preocupación También consideradas una preocupación
nacional internacional

Otros factores que afectan a las áreas incluyen grandes


transformaciones, como el cambio climático, la fragmentación de los
paisajes terrestres y marinos, y la propagación de especies exóticas
invasoras. Se necesita aplicar este enfoque innovador para abordar
las áreas protegidas y su inserción en programas amplios de
conservación y desarrollo. El nuevo enfoque requiere del
mantenimiento y la potenciación de las metas básicas en materia de
conservación para armonizarlas con los intereses de las personas
afectadas por la creación de áreas protegidas. De esta manera, será
posible forjar sinergias entre la conservación, el mantenimiento de los
sistemas que sustentan la vida y la promoción de un desarrollo
sustentable. Las áreas protegidas son un instrumento esencial para
lograr estas sinergias de una manera eficaz y eficiente en función de
los costos. Son proveedoras de beneficios más allá de las fronteras:
más allá de sus propias fronteras, más allá de las fronteras de los
Estados, de las sociedades, los géneros y las generaciones.

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