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En el análisis que nos han presentado de la realidad hemos constatado que siguen
existiendo un abismo de desigualdad. Si seguimos las teorías heterodoxas se observan dos
mundos: el centro y la periferia. En ambos observamos centros, los “ricos” de los países
desarrollados y de los que no lo están, que controlan a su vez a las periferias de ambos
mundos, la clase media y las masas empobrecidas. También hemos constatado que
preferimos racionalizar este abismo y vivir desde nuestro “centro”. Definimos “lo nuestro”,
nuestra situación, como lo normal cuando en realidad es la excepción: La mayoría vive en
la pobreza. No queremos ver más allá. Nos negamos a salir a las periferias.
Nuestro lenguaje, nuestra forma de hablar, revela nuestra forma de pensar y por tanto de
actuar. Por ello desechamos otros términos para hablar de una mayoría de países
empobrecidos, víctimas de las políticas económicas de unos pocos.
Y sin embargo, estamos llamados a elegir nuestro lugar hermenéutico, desde donde
miraremos al mundo. Estamos llamados a ver el mundo como Dios lo ve: Con una mirada
compasiva y samaritana.
Desde esta forma de mirar descubrimos que ha llegado nuestra hora: la hora de estar en las
fronteras, de ir a las periferias. Es la hora de trabajar por el desarrollo, entendiéndolo como
algo global, que afecte a toda las dimensiones de la persona: que le proporcione sustento
vital, autoestima y libertad.
Y estar en las fronteras se puede estar de varios modos: Físicamente, como están tantos
misioneros, o desde aquí. Y para ésta última forma de estar contamos con dos grandes
herramientas, la educación para el desarrollo y la sensibilización.
¿Y por qué la Educación para el Desarrollo?
La única respuesta a esta pregunta parecía ser ¿por qué no?, pero hemos descubierto las
dimensiones de la educación para el desarrollo tanto en su ámbitos formal, no formal e
informal. Y hemos descubierto la necesidad de convertir esta educación para el desarrollo
en procesos dinámicos que permitan a "los del Norte" asumir valores prosociales de justicia
que les lleven a cambiar su vida, y a "los del Sur", romper el circulo vicioso de la pobreza
para que tengan oportunidades que les permitan desarrollarse globalmente.
Queremos hacernos eco de los cinco gritos de Portoalegre para lograr una globalización
diferente:
Ha sido una suerte poder compartir tantos materiales, experiencias y trabajo de las
diferentes organizaciones. Creemos que es algo que hay que seguir fomentando e incluso, se
puede pensar en la elaboración conjunta de algún material.
No es posible realizar cambios sociales y estructurales sin realizar cambios personales. Estos
cambios no pueden darse de forma aislada sino en comunión con los demás. Es importante
promover puentes entre ética y espiritualidad, ya que una ética sin espiritualidad se queda
sin raíz y una espiritualidad sin ética se queda en el aire.
La unidad de ser familia claretiana y sentirnos uno en la espiritualidad del Padre Claret nos
impulsan a “otra globalidad” en el mundo.