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“El Señor nos ha dado a Don Bosco como Padre y Maestro. Lo estudiamos e imitamos admirando en él
una espléndida armonía entre naturaleza y gracia. Profundamente humano y rico en las virtudes de su
pueblo, estaba abierto a las realidades terrenas; profundamente hombre de Dios y lleno de los dones del
Espíritu Santo, vivía como si viera al invisible” Const.21
También la vida, de Don Bosco, sus ejemplos y su palabra podrán ser objeto de
una lectura de fe que nos lleve a contemplar lo que Dios hace en él y lo que por su
medio quiere decirnos en un determinado momento, sea a cada uno o a la comunidad.
Hacerlos objetos de nuestra oración, de nuestra gratitud al Señor, de nuestra súplica
filial al Padre, para obtener las luces y los dones de su Espíritu, su misericordia, su
fortaleza y su consuelo.
LEER. Los textos sagrados o de Don Bosco, las palabras y los hechos ejemplares; con
una lectura atenta, repetitiva, de discípulos y de hijos.
MEDITAR: una y otra vez en el silencio y acoger las inspiraciones, los impulsos y las
sugerencias de Dios de que son portadores.
ORAR: con aquel tipo de oración que susciten: alabanza, agradecimiento, acción de
gracias.
CONTEMPLAR: la palabra, la imagen y los signos del Padre con una mirada simple,
intuitiva, amorosa, filial; descansar gozosos en la admiración de su presencia y de su
vida, tratando de desentrañar el espíritu que los anima.
Todo eso se puede enriquecer en le compartir comunitario, paso que llamaron los
monjes, COLLATIO, intercambio, puesta en común en la fraternidad del claustro. Un
espacio de la Lectio que exige disponibilidad para comunicar y para aprender y se lleva
a efecto en un clima de caridad y de fe.
“ Nuestra regla viviente es Jesucristo, el Salvador anunciado en el Evangelio, que hoy vive en
la Iglesia y en el mundo, y a quien nosotros descubrimos presente en Don Bosco, que entregó
su vida a los jóvenes.” (Const.196)