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VALORES EN LA DIRECCIÓN Y GESTIÓN DE PROYECTOS DE

COOPERACIÓN AL DESARROLLO DE LAS ORGANIZACIONES


NO GUBERNAMENTALES

Boni, A. (p), Lozano, J.F., Monterde, R.


Departamento de Proyectos de Ingeniería, Universidad Politécnica de Valencia

Resumen

El presente artículo pretende analizar los valores morales que deberían inspirar la
dirección y gestión de proyectos de cooperación al desarrollo realizados por las
Organizaciones No Gubernamentales de Desarrollo (ONGD) de cuarta generación.
Partimos de la premisa que los proyectos de cooperación no están orientados al objeto,
sino al objetivo de desarrollo, en las acciones de desarrollo no se debe atender sólo al
resultado final, sino al resultado total, teniendo muy en consideración el cómo de las
acciones de desarrollo.

Tras una breve reflexión sobre de qué valores morales se está hablando, se
caracterizarán las ONGD de cuarta generación y las distintas actividades que realizan.
De entre todas ellas, se describirán los proyectos de cooperación al desarrollo
presentando una definición y una tipología de los mismos, caracterizando a los actores
que intervienen en su realización y, por último, refiriéndose a sus fases.

Finalmente, se estudiará la influencia de esos valores morales en la realización de los


proyectos de cooperación al desarrollo en todo el ciclo del proyecto, planteando que las
consecuencias que se derivan de su aplicación es que las acciones de desarrollo tengan
un carácter participativo, responsable, integral, transparente y endógeno.

Abstract

The present article tries to analyze the moral values that should inspire the direction and
management of projects of development cooperation made by Non Governmental
Development Organizations (NGDO) of fourth generation. We uphold the premise that
the cooperation projects focus on the goal of development not the object of the project;
in the development actions is not due to take care of the final result, but to the total
result, taking care how to make the development actions.

After a brief reflection on of which moral values are, we tipify the NGDO of fourth
generation and the different activities that they carry out. Between all of those, we
analyze the development cooperation projects, his definition, typologies, stakeholders
and phases.

Finally, we analyze the influence of those moral values in the accomplishment of


the project cycle managment, raising that the consequences that derive from
their application is that the development actions have a participatory, responsible,
integral, transparent and endogenous character.
1. LOS VALORES MORALES DE LA ÉTICA CÍVICA

Valores hay de muy diverso tipo: sensibles (placer-dolor, alegría-tristeza), útiles


(capacidad-incapacidad, eficacia-ineficacia), vitales (salud-enfermedad, fortaleza-
debilidad), estéticos (hermoso-feo, armonioso-caótico), intelectuales (verdad-falsedad,
conocimiento-error), religiosos (sagrado-profano), pero, para tratar los valores en la
realización de los proyectos de cooperación nos interesan los valores morales. Los
valores morales son valores que se asumen internamente y que tienen dos
características fundamentales: 1) el asumirlos como propios depende de la libertad de
las personas, y 2) se consideran válidos para todas las personas.

Entre las tareas fundamentales de la filosofía moral (ética) podemos decir que están las
siguientes: 1) dilucidar en qué consisten los valores morales, 2) justificar con razones
qué valores morales son preferibles a otros y 3) diseñar procedimientos para que estos
valores afloren y sean apreciados en los distintos ámbitos de la vida cotidiana. En la
actualidad podemos afirmar que la historia de la ética, que ha caminado paso a paso con
la historia de la humanidad, ha logrado justificar racionalmente cinco valores morales
fundamentales: la libertad, la igualdad, la solidaridad, el respeto activo y la actitud de
diálogo (la unión de todos ellos constituiría, a su vez, el valor de la justicia). Estos cinco
valores son la base de lo que hoy se conoce como ética cívica. A ellos, sumaremos el
valor responsabilidad por ser uno de los valores fundamentales en la actividad
proyectual.

Veamos ahora brevemente en qué consisten esos valores:

1) Libertad. La libertad es el primer valor a tener en cuenta porque es el presupuesto


para la existencia de todos los demás. Cuando la ética nos dice lo que debemos hacer en
conciencia, la libertad para escoger entre varias posibilidades tiene que estar
presupuesta. La libertad es pues la condición de posibilidad del sentido de cualquier
enunciado que se refiera a lo que debemos hacer.

2) Igualdad. Tiene distintas acepciones: igualdad de todos los ciudadanos ante la ley,
igualdad de oportunidades, e igualdad en ciertas prestaciones sociales. Todas estas
nociones son políticas y económicas y hunden sus raíces en una idea más profunda:
todas las personas son iguales en dignidad, hecho por el cual todas merecen igual
consideración y respeto.

3) Solidaridad. La solidaridad tiene que ver con el esfuerzo por llevar la libertad, la
igualdad y el resto de valores morales -es decir, la justicia-, a aquellos que no pueden
disfrutar de esos valores. Mientras que la caridad es una acción puntual para dar a otros
algo que nos sobra, la solidaridad reflexiona sobre las injusticias -políticas, económicas
o de otro tipo- y realiza acciones dirigidas a erradicarlas.

4) Respeto activo. El respeto activo, en cambio, es el interés por comprender a otros y


por ayudar a llevar adelante sus planes de vida. En un mundo de desiguales, sin un
respeto activo es imposible que todos puedan desarrollar sus proyectos de vida, porque
los más débiles rara vez estarán en condiciones de hacerlo.

5) Diálogo. Las soluciones dialogadas a los conflictos son las verdaderamente


constructivas, siempre que los diálogos reúnan una serie de requisitos señalados por la
ética discursiva. El que se toma el diálogo en serio: a) Ingresa en él convencido de que
el interlocutor puede aportar algo, por eso está dispuesto a escucharlo. b) Está dispuesto
a modificar su posición si le convencen los argumentos del interlocutor. c) Está
preocupado por buscar una solución correcta y, por tanto, por entenderse con el
interlocutor. d) La decisión final ha de atender intereses universalizables, es decir, los de
todos los afectados.

6) Responsabilidad. La responsabilidad hace referencia al hecho de que se le pidan


cuentas a una persona por las consecuencias negativas de algo que ha realizado o dejado
de realizar, o se le reconozcan las consecuencias positivas. La responsabilidad, como
valor ético, tiene que ver con las consecuencias justas o injustas. Cuanto mayor es el
poder que una persona tiene, mayor es también su responsabilidad. Aún así, todos
somos en cierto grado corresponsables por las consecuencias de las acciones colectivas,
por ejemplo, por la contaminación del medio ambiente, y todos tenemos que aportar
algo de nuestra parte para solucionar los problemas comunes.

7) Justicia. Históricamente ha recibido muchas formulaciones, siendo la más clásica la


de Ulpiano, al decir que la justicia consiste en “dar a cada uno lo suyo”. Las tradiciones
liberal y social que confluyen en la Declaración Universal de los Derechos Humanos
acabarán reconociendo que la justicia consiste en “dar a cada uno las condiciones para
vivir en libertad y en igualdad”. En realidad la justicia es un valor que articula los
restantes: el respeto a la libertad y su potenciación, el fomento de la igualdad, la
realización de la solidaridad, el respeto a las diversas formas de vida, la toma de
decisiones comunes a través del diálogo, de manera responsable. Cuando se da todo eso,
entonces se da la justicia.

2. LAS ORGANIZACIONES NO GUBERNAMENTALES DE DESARROLLO


DE CUARTA GENERACIÓN

Tras haber analizado los valores que conforman la ética cívica, es necesario detenerse a
examinar las organizaciones no gubernamentales de desarrollo (ONGD) de cuarta
generación; para ello se comenzará con una definición de lo que se entiende por ONGD
subrayando sus características fundamentales. Posteriormente, se verán dos distintas
taxonomías de ONGD, la que las diferencias según las motivaciones de sus miembros y
la que las clasifica por generaciones. Esta tipología es la más interesante a efectos de
este trabajo ya que, en la última parte del mismo, se analizarán las implicaciones de los
valores morales en la dirección y gestión de proyectos de cooperación al desarrollo de
esta generación de ONGD.

Para definir a las ONGD seguimos a Zavala [1994] que las define como organizaciones
de carácter social, independientes y autónomas, jurídicamente fundadas y que actúan
sin finalidad de lucro. Su acción se orienta hacia la Cooperación al Desarrollo y hacia
la búsqueda de acuerdos de ayudas entre Gobiernos con el objetivo de provocar la
solidaridad y promover el desarrollo en los pueblos y sociedades del Tercer Mundo (...)
“Su acción busca la canalización de recursos públicos y privados para llevar a cabo
proyectos de desarrollo autónomos en los países subdesarrollados…Esta acción sobre
el terreno se complementa con las actividades de sensibilización y educación para el
desarrollo…,y con las actividades de lobby o presión política ante los gobiernos y los
organismos.

Tradicionalmente, se ha clasificado a las ONGD según las motivaciones que aglutinan a


los miembros de las Organizaciones. Ortega Carpio [1994: 164] distingue entre ONGD
de carácter religioso (creadas por iglesias e instituciones religiosas), político-sindicales
(vinculadas a los partidos políticos y sindicatos), solidarias (que provienen de los
movimientos y comités de solidaridad de los setenta, que en los ochenta se
transformaron en organizaciones de cooperación al desarrollo), internacionales
(vinculadas a instituciones internacionales) y universitarias (nacidas en el seno de la
universidad).

Otra clasificación, más interesantes a juicio de los autores de este trabajo, es la basada
en las teorías de Korten [1998]. Se distingue entre cuatro generaciones en función del
modelo de desarrollo desde el que plantean sus actuaciones. Las organizaciones de la
primera generación planteaban un tipo de acciones de corte claramente paternalista
donde el protagonismo de la acción de desarrollo recaía en la ONG donante (la del país
industrializado); las de segunda generación trabajan mayoritariamente los proyectos de
carácter sectorial con predominio de las áreas agrícola y educativa, que inciden en la
creación de una infraestructura mínima capaz de promover la independencia y el
autoabastecimiento. Sus acciones se realizan con un horizonte temporal de medio plazo.
Las organizaciones de tercera generación buscan el desarrollo autosostenido, autónomo
y sistemático, desarrollo que carece de sentido si no se encuentra articulado e inserto en
el marco social. Los proyectos se sumarán a los ya realizados como segunda generación,
añadiendo ahora polivalencia y desarrollo institucional con una perspectiva a largo
plazo. Por último, las de cuarta generación persiguen el empoderamiento y presión
política. El empoderamiento (empowerment) consiste en hacer posible que las personas
y grupos empobrecidos entiendan la naturaleza de su marginación, de manera que
puedan llevar a cabo actuaciones eficaces para erradicar sus causas. Esto implica un
mutuo reforzamiento o sinergia entre el trabajo en el Norte y en el Sur. Esta generación
asume en sus acciones la búsqueda del fortalecimiento de la participación política, la
construcción de plataformas estratégicas y la consolidación de la participación de la
sociedad civil. Su papel consiste en ayudar a las personas a teorizar su propia práctica
para dar origen a métodos y técnicas apropiados que transformen la realidad. Todo ello
sobre la base de políticas flexibles a corto plazo, articuladas con una sólida visión
estratégica de los objetivos y metas, que permitan, a largo plazo, el desarrollo de los
pueblos como sujetos de su propia historia.

Esta diferenciación en generaciones no es una definición estanca, ya que, en la


actualidad, existen organizaciones que realizan acciones que pueden enmarcarse en más
de una generación.

3. EL PROYECTO DE COOPERACIÓN PARA EL DESARROLLO


No es fácil definir con exactitud qué es un proyecto de cooperación al desarrollo (en
adelante PCD), pues hay de diferentes tipos, con características muy diferentes unos de
otros y con ámbitos de actuación dispares. Diferentes definiciones han sido propuestas
para explicar lo que es un proyecto. Una definición completa que enmarque con
exactitud el concepto de PCD es la siguiente: Un Proyecto o programa de Cooperación
para el Desarrollo es un conjunto de acciones de carácter puntual, localizadas geográfica
y temporalmente que, debidamente programadas, persiguen un objetivo concreto
previamente establecido para el inicio, apoyo o promoción del proceso de desarrollo de
un determinado grupo de personas mediante la colaboración en condiciones de igualdad
entre varios actores” [Ferrero, 1997: 292].

Los Proyectos se diferencian de otras acciones de otro tipo cuyo fin es el Desarrollo
(como medidas macroeconómicas, préstamos o créditos, etc.) en su aspecto localizado y
concreto, y en el conocimiento previo de los beneficiarios directos de la acción, las
comunidades en las que se desarrollan las acciones y, en definitiva, todos los actores que
intervienen en la concepción, diseño y ejecución de la acción o acciones. En los PCD, y
esta es la primera gran diferencia respecto a los proyectos que se ejecutan en el entorno de
los países industrializados tal y como los entienden los técnicos del Norte, el objeto del
Proyecto no son las realizaciones materiales en sí mismas. Desde la perspectiva de los
ingenieros y profesionales de la ciencia y tecnología de los países del Norte, se plantea que
el fin de los proyectos sea la materialización de una serie de instalaciones, infraestructuras,
edificaciones, etc. Por ello, toda la actividad proyectual desde su inicio está orientada por y
para el objeto del proyecto. En los PCD, por contra, las "realizaciones materiales
permanentes" (obras, infraestructuras, etc.) no son el fin del proyecto. El fin del Proyecto
es la consecución de una serie de objetivos que lleven al objetivo general de paliar una
falta de desarrollo o promover el mismo. Por ello, todo el ciclo del Proyecto de
Cooperación Para el Desarrollo está orientado por Objetivos y para la consecución de los
mismos.

Los PCD orientados por objetivos presentan diversas tipologías; tenemos, por ejemplo,
[Ferrero, 1997] proyectos dirigidos a colectivos específicos ( mujeres, refugiados, niños,
colectivos Indígenas, etc.), proyectos de desarrollo sectorial ( salud, educación,
infraestructuras, etc.), proyectos de desarrollo institucional ( desarrollo comunitario,
capacitación, etc.) y proyectos polivalentes ( desarrollo urbano, desarrollo rural,
desarrollo integral, etc.).

Por lo que respecta a los actores de las acciones de desarrollo, una de las primeras
consideraciones a tener en cuenta cuando hablamos de los PCD en el ámbito no
gubernamental es que en ellos intervienen, de una forma u otra, diversos grupos
humanos que asumen diferentes roles. Básicamente, en los PCD, pueden distinguirse
tres tipos de funciones [Beaudoux et all, 1992]: la acción sobre el terreno (1), el apoyo
a la realización de esta acción (2) y la ayuda financiera y técnica necesaria para poder
llevar a cabo las dos primeras (3). Lo deseable es que cada una de ellas las realice un
actor diferente: la organización de base ejecuta las acciones (nivel de acción sobre el
terreno) con el apoyo técnico (nivel de apoyo) de la organización local del país del Sur
y el apoyo técnico y financiero de la organización del norte (nivel de apoyo y nivel de
ayuda financiera).
Por último, Los Proyectos de Cooperación al Desarrollo, como cualquier otro tipo de
proyecto, son susceptibles de ser descompuestos en una serie de fases. Así, podemos
marcar como fases de un Proyecto de Cooperación al Desarrollo las siguientes:
Identificación, Programación, Financiación, Seguimiento y Evaluación.

Evaluación Identificación

Seguimiento Programaci
ó

Financiación

Figura 1: Las fases del ciclo de un proyecto de cooperación


Fuente: Comisión Europea: 2001

4. LOS VALORES MORALES EN LA DIRECCIÓN Y GESTIÓN DE PCD DE


LAS ONGD DE CUARTA GENERACIÓN

En el inicio de este trabajo, se resaltaban siete valores morales que justifica la ética
cívica y que se consideran válidos para todas las personas. Estos son: la libertad, la
igualdad, la solidaridad, el respeto activo, el ethos dialógico, la responsabilidad y la
justicia. Para una ONGD de cuarta generación que asume como prioritario el
empoderamiento de los grupos empobrecidos de tal manera que entiendan la naturaleza
de su marginación y puedan llevar a cabo actuaciones eficaces para erradicar sus causas,
esos valores morales cobran especial relevancia. Por lo que se refiere a la influencia de
esos valores morales en la realización de los proyectos de cooperación al desarrollo en
sus distintas fases, las consecuencias que se derivan es que las acciones de desarrollo
deben ser: participativas, responsables, integrales, endógenas y transparentes.

4.1. LA PARTICIPACIÓN EN LAS ACCIONES DE DESARROLLO

Los proyectos y programas de cooperación propuestos pueden y deben incorporar la


participación activa de los involucrados y en particular de los más directamente
afectados por las acciones, como medio de asegurar una mejora efectiva y permanente
en el tiempo. Como afirma Stiglitz: “(...) los procesos ampliamente participativos (de
dar voz, apertura y transparencia) promueven un desarrollo a largo plazo
verdaderamente exitoso” [Stiglitz 1999: 1]. En este punto es conveniente resaltar que el
proceso de participación puede ser tan importante como los resultados que se van
generando. Los consensos se concretan a partir de la consideración amplia y efectiva de
la población. Asimismo, favorece la superación de obstáculos políticos permitiendo la
apropiación de las políticas resultantes y ayudando a incrementar su legitimidad.

La participación puede y debe darse en las diferentes etapas en el proceso de proyectos


y programas. La incorporación de una participación significativa en el proceso será un
reto para todos los involucrados. Aquí, la participación hay que entenderla en un sentido
amplio, entendiendo que: “los procesos participativos deben comprender el diálogo
abierto, así como el amplio y activo compromiso ciudadano, y requieren que los
individuos tengan “una voz” en las decisiones que les afectan”[Stiglitz, 1999:3].
Prescindir de la participación efectiva de los afectados es un paternalismo éticamente
inaceptable, puesto que les priva de la oportunidad de asumir parte de responsabilidad
que les corresponde como seres dotados de inteligencia y libertad.

Las acciones de cooperación – cuyo fin es el desarrollo humano y sostenible – no


pueden dejar de lado a ningún actor involucrado en la dinámica social del contexto en el
que se planifica estrategias de desarrollo: gobiernos locales; partidos políticos y
organizaciones sindicales; organizaciones que representan a sectores más
desfavorecidos (grupos comunitarios, organizaciones campesinas, autoridades
tradicionales, ONG de base); colectivos empresariales (en especial los representativos
de pequeñas y medianas empresas) y organizaciones gremiales; investigadores
académicos y analistas; medios de comunicación. La participación efectiva necesita de
una consideración especial sobre la información, sus canales y el flujo de ésta. Cabe
destacar especialmente la importancia de la mejora en el flujo de abajo hacia arriba. Son
extremadamente necesarios para permitir que los responsables de la formulación de
políticas públicas entiendan mejor las realidades y perspectivas de la población más
necesitada. Para que la población tome conciencia firme de los derechos que le son
inalienables, estos deben ser traducidos en políticas concretas, ampliamente divulgadas,
efectivamente ejecutadas y públicamente controladas y evaluadas.

Existen multitud de ejemplos en la bibliografía [Hancock, 1991; Sogge, 1998; Gómez


Gil, 2001] que muestran el fracaso de acciones de desarrollo financiadas por la ayuda
internacional debida a una falta de identificación de la población receptora de la ayuda
con los objetivos y resultados esperados. Maquinaria abandonada por falta de
mantenimiento y repuestos (tecnología inapropiada al contexto), edificaciones sanitarias
equipadas con moderno equipamiento convertidas en almacenes para acopio de grano,
infraestructuras para el suministro de agua potable saboteadas, fondos rotatorios que
acaban en las cantinas, son algunos de los múltiples ejemplos que desgraciadamente
resultan más habituales de lo que sería deseable.

4.2. LA RESPONSABILIDAD EN LAS ACCIONES DE DESARROLLO

Las acciones de desarrollo deben ser responsables de las consecuencias que, a medio y
largo plazo, se derivan de ellas. Esta advertencia es especialmente importante en las
acciones de desarrollo y, lamentablemente hasta ahora, frecuentemente olvidada. Los
programas, estrategias e iniciativas de desarrollo deben tener muy en cuenta las
consecuencias de su acción. No basta sólo con la intención. Las relaciones causales en
sistemas tan complejos exigen un gran esfuerzo intelectual para poder prever o apuntar
las consecuencias a medio y largo plazo de nuestras acciones. Puede darse el caso – de
hecho se ha dado frecuentemente – de que iniciativas con buena intención hayan
generado consecuencias dramáticas en los beneficiarios de esa acción. Algunos de los
ejemplos citados en el apartado anterior responden a este modelo.
La responsabilidad a la que aludimos se puede ver reflejada en dos grandes categorías
en las que englobar las consecuencias de las acciones llevadas a cabo. Por un lado, se
encuentra la responsabilidad pública relacionada con el buen uso de fondos públicos.
Por otro se encuentran los posibles impactos negativos en las comunidades receptoras.
Por buen uso de los fondos público, nos estamos refiriendo tanto al uso eficiente de los
mismos, con objeto de generar máxima mejora posible de la calidad de vida de los
destinatarios, como a su aplicación en programas que realmente están orientados hacia
propuestas de desarrollo. Las políticas de desarrollo deben tener muy presente la
intención de la acción así como analizar y estudiar muy bien sus posibles consecuencias
a medio y largo plazo. Queda patente la urgencia, desde la óptica de la responsabilidad,
del compromiso de los agentes de cooperación, especialmente de los agentes del Norte,
con las consecuencias de las acciones promovidas. La formulación de políticas de
cooperación responsables supone una consideración coherente de una realidad, la de las
desigualdades y la injusticia social, muy compleja e interdependiente. La cooperación
para el desarrollo no debe ejercer un rol amortiguador de conciencias, un elemento
compensatorio de las distorsiones que provoca un sistema económico generador de
dichas desigualdades. Ni si quiera cuantitativamente, con las cifras que se manejan, es
posible. Pero aunque así fuera, además de ineficaz, no resulta éticamente responsable.

4.3. LAS ACCIONES DE DESARROLLO DEBEN SER ENDÓGENAS

Frente a la influencia externa, ejercida desde instancias superiores con visión


macroscópica, se encuentra siempre la persona. Cada persona necesita de razones de
pertenencia a una comunidad de referencia, que sea punto de mira de su identidad
cultural, lingüística, religioso-trascendental, política y económica. Y esta percepción es
abarcada en primera instancia desde los sentidos, se puede y se quiere poder tocar.
Es por ello que en los procesos de desarrollo éticamente corresponsables desde la
perspectiva aquí presentada la visión local y la iniciativa endógena cobran un sentido
práctico en la conjugación de las consecuencias de las revoluciones tecnológicas,
económicas y políticas en tiempo presente, dado que es la identidad local la que puede
reaccionar con propuestas contextualizadas ante la distorsión provocada por una norma
externa. El papel de los proyectos de cooperación, desde la óptica de la transferencia de
recursos, la inversión externa y la transferencia de tecnología, constituye una estrategia
que pierde peso. Frente a ellas, resultan más coherente en un papel de facilitadores de
las condiciones necesarias: amortiguador de la dureza de la agresión de políticas
neoliberales, garante del respeto a los Derechos Humanos, transmisor de las necesidades
reales de la población desfavorecida hacia las instancias del mundo enriquecido.

4.4. LA TRANSPARENCIA EN LAS ACCIONES DE DESARROLLO

Por lo que a los proyectos de cooperación al desarrollo se refiere, se podría afirmar que
las condiciones y los procesos de ayuda deben ser públicas en su totalidad y deberían
poder resistir un análisis público, en el que los más necesitados de dicha ayuda pudieran
demostrar su asentimiento racional a dichas condiciones. Como se afirma en las
conclusiones de la reciente cumbre sobre Finanaciación del Desarrollo (Monterrey,
Mexico; marzo de 2002) “para movilizar los recursos públicos y administrar su uso, es
fundamental que los gobiernos cuenten con un sistema que se caracterice por (...) su
transparencia”. La transparencia implica estrategias comprometidas y arriesgadas desde
el punto de vista del buen gobierno, orientadas a establecer mecanismos realistas para
que la gente pueda exigir a gobiernos y proveedores privados de servicios que rindan
cuentas por suministro de bienes y servicios, así como por la utilización general del
gasto público.
Habitualmente se tiende pensar en países empobrecidos cuando se habla de la necesidad
de la democratización de las instituciones públicas, la lucha contra la corrupción, la
transparencia en las acciones del gobierno, etc. No se debe olvidar que estos principios
son también ética de mínimos, principios de común acuerdo y cumplimiento en
sociedades democráticas1. Y, en ocasiones, debemos recordárnoslo a nuestras propias
sociedades enriquecidas, y quizá con un especial matiz cuando hablamos de ayuda al
desarrollo.2

4.5. LA INTEGRALIDAD DE LAS ACCIONES DE DESARROLLO

La terminología “integral” o “integralidad” referida a los programas de desarrollo ha


tomado relevancia en los últimos años en nuestro país. Desde la reflexión sobre el
fracaso de muchas de las acciones puntuales que en forma de proyecto se han venido
realizando o bien desde la influencia de tendencias internacionales en las que la
reflexión ha pasado a la propuesta y la acción, el hecho es que en el mapa de la
cooperación para el desarrollo en España en al actualidad destaca el tono “integral” en
casi cualquier entidad pública o privada, de ámbito estatal o local. Previamente, sin
embargo conviene aclarar, de forma sucinta, a qué nos estamos refiriendo con la
integralidad en las acciones de desarrollo. Consideramos necesaria esta puntualización
precisamente porque al amparo de este sencillo calificativo pueden encuadrarse (y de
hecho lo hacen en la actualidad) propuestas esencialmente diferentes.
Se habla de “proyecto integral” en el campo de acción de los PCD a aquel plan de
acción cuyos resultados se encuadran en más de un sector de intervención. Así pues, un
proyecto que contemple la construcción de una escuela de educación primaria y un
sistema de abastecimiento de agua a una pequeña comunidad rural es considerado un
proyecto integral. A menudo, los proyectos integrales pretenden abarcar también una
agregación territorial mayor, en contraposición a los proyectos que tradicionalmente han
sido acciones muy localizadas geográficamente.

Las acciones de cooperación para el desarrollo deben partir de una concepción integral
desde su inicio. Los procesos de desarrollo se sitúan en contextos comunitarios que
1
Desafortunadamente, la historia de la ayuda al desarrollo está llena de ejemplos que sobrepasan de forma flagrante y
descarada toda consideración de una mínima consideración moral. “Todo lo que ve a nuestro alrededor está
financiado por el gobierno francés. Le pedimos dinero a los franceses, lo cogemos y nos lo gastamos”. Con esta
frialdad se expresaba un ex-jefe de estado centroafricano refiriéndose al lujo que le rodeaba, pagado por la ayuda
francesa. En una ceremonia diseñada por él mismo, para convertirse de Jefe de Estado en Emperador, Jean Bedel
Bokassa dilapidó cifras absolutamente irreverentes en lujos tales como una corona valorada en $2 millones de 1977
(Hancock, 1991).
2
Nuestro país sigue teniendo un sistema de ayuda ligada (los créditos FAD) como principal herramienta de
cooperación para el desarrollo. Cabe recordar que estos créditos, además de haber financiado en el pasado la
exportación de armamento o la penetración de empresas españolas en países donde se violaban sistemáticamente los
derechos humanos, han sido centro de irregularidades detectadas tanto por agentes públicos del Estado, como el
Tribunal de Cuentas, como por entidades internacionales, como es el caso del secretariado del Comité de Ayuda al
Desarrollo (CAD) de la OCDE en 1998 (Gómez Gil, 2001).
constituyen auténticos sistemas complejos. En estos sistemas existen multitud de
factores de muy diversa índole que afectan a los procesos. No puede entenderse el
sistema desde un único punto de vista, sea éste económico-financiero, político, social,
cultural, etc., sino el conjunto de todos ellos. Y tampoco la agregación de ellos como
elementos independientes: los diferentes factores que afectan al proceso a su vez se
interrelacionan entre ellos. Así, desde una ética cívica las acciones éticamente
aceptables no pueden sino considerar esta visión de justicia multidimensional: un buen
programa de acción que promueva el desarrollo humano y sostenible debe superar la
visión de satisfacción de necesidades3 como si de realidades inconexas se tratasen; por
el contrario, para el logro de una verdadera autonomía de personas y pueblos, el
reconocimiento y consecuente tratamiento de la multidimensionalidad del problema del
desarrollo constituye un planteamiento de base.

Referencias Bibliográfícas

Beaudoux, E. et al Guía Metodológica de apoyo a proyectos y acciones para el


desarrollo, Iepala, Madrid, 1992.
Comisión de las Comunidades Europeas, Gestión del Ciclo de un Proyecto. Enfoque
Integrado y Marco Lógico (Manual). Serie Métodos e Instrumentos para la Gestión del
Ciclo de un Proyecto, 1993.
Ferrero, G., “Los proyectos de cooperación al desarrollo” en Introducción a la
Cooperación para el Desarrollo, Boni, A y Ferrero G (eds.), SPUPV, Valencia, 1997,
pp. 289-320.
Gómez Gil, C., “Más de lo mismo”, en Nieto Pereira, L. (ed.) Otra perspectiva de la
Cooperación al desarrollo del Estado Español. Paz con Dignidad, Madrid, 2001, pp.
27-53.
Hancock, G. Lords of Poverty, Mandarin Londres, 1991.
Korten 1988 en Senillosa, I. El Papel de las ONGD en el Norte en Conferencia SUR-
NORTE: “Juntos para la Erradicación de la Pobreza”, INTERMÓN. Mayo 1996.
Ortega, M.L., Las ONGD y la Crisis del Desarrollo, IEPALA, Madrid, 1994.
Sen, A., Desarrollo y libertad, Planeta, Barcelona 2000.
Sogge, D. (ed) Compasión y cálculo. Barcelona, ICARIA. 1998.
Stiglitz, J. “Participación y desarrollo: perspectivas desde el paradigma integral de
desarrollo”, [www.iigov.org]. 1999,
Zavala Matulic I. en Martínez González – Tablas (Cord.) Cooperación al Desarrollo: la
experiencia internacional y el caso español, Icaria, Madrid, 1994, Pág. 353-54.

CORRESPONDENCIA

Alejandra Boni Aristizábal


Departamento Proyectos de Ingeniería, ETSII ED 3, 46022 Valencia, Spain
Tel: 34 96 3877007 (ext. 75689), aboni@dpi.upv.es

3 Este está un enfoque muy extendido entre quienes entienden que la tarea del desarrollo es incrementar las utilidades para

satisfacer las necesidades. Aquí entendían la necesidad en la línea de A. Smith como “aquello que necesita una persona para
aparecer en público sin sonrojarse”. Sen ha puesto de manifiesto las limitaciones de esta interpretación y la necesidad de
superarla desde la perspectiva de las libertades. Cf. Sen 2000.

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