Rafael Arce elabora una propuesta de análisis sobre narrativa lírica latinoamericana. Los "blancos" en la escritura como signo de participación del lector e indeterminación constructiva
Rafael Arce elabora una propuesta de análisis sobre narrativa lírica latinoamericana. Los "blancos" en la escritura como signo de participación del lector e indeterminación constructiva
Rafael Arce elabora una propuesta de análisis sobre narrativa lírica latinoamericana. Los "blancos" en la escritura como signo de participación del lector e indeterminación constructiva
empírica, al ser el producto violento de una identificación impuesta por el sujeto, no se llega a conseguir. La identidad estética viene en auxilio de lo no idéntico, de lo oprimido en la realidad por nuestra presión identificadora. La separación de la realidad empírica (…) es la que convierte a la obra de arte en ser al cuadrado. Las obras de arte son imitaciones de lo empíricamente vivo, aportando a esto lo que fuera le está negando. Así lo liberan de aquello en lo que lo encierra la experiencia exterior y cosista” (Relación entre arte y sociedad, 25). “Sin embargo, la comunicación de las obras de arte con el exterior, con el mundo al que, por suerte o por desgracia, se han cerrado, se da por medio de la no comunicación, y en ello precisamente aparecen como fracturas del mismo. Es fácil pensar que lo común entre su reino autónomo y el mundo exterior son sólo los elementos que le ha pedido prestados y que entran en un contexto completamente distinto. (…) Aun la más sublime obra de arte ocupa un lugar determinado en relación con la realidad empírica al salirse de su camino no de una vez para siempre, sino en forma concreta, en forma inconscientemente polémica frente a la situación en que se halla esa realidad en una hora histórica” (26). “El doble carácter del arte como autónomo y como fait social está en comunicación sin abandonar la zona de su autonomía. En esta relación con lo empírico las obras de arte conservan, neutralizado, tanto lo que en otro tiempo los hombres experimentaron de la existencia como lo que su espíritu expulsó de ella. (…) Los insolubles antagonismos de la realidad aparecen de nuevo en las obras de arte como problemas inmanentes de su forma. Y es esto lo que define la relación del arte con la sociedad. Las tensiones de la obra de arte quedan cristalizadas de forma pura en ella y encuentran así su ser real al hallarse emancipadas de la fachada factual de lo externo” (26). “La disonancia es el término técnico para la recepción mediante el arte de lo que tanto la estética como la ingenuidad llaman feo. Sea lo que fuere, lo feo ha de conformar o poder conformar un momento del arte […]. El arte arcaico y también el arte tradicional desde los faunos y los silenos del helenismo abunda en imágenes cuyo material era considerado feo. El peso de este elemento creció tanto en la modernidad que de ahí surgió una cualidad nueva” (Las categorías de lo feo, de lo bello y de la técnica, 92) “Lo que figura como feo es en principio lo históricamente más antiguo, lo que el arte ha expulsado en el camino de su autonomía, por lo que está mediado en sí mismo. El concepto de lo feo parece haber surgido en todos sitios al apartarse el arte de su fase arcaica: señala el retorno permanente de esta fase, enredada en la dialéctica de la Ilustración, en la que el arte toma parte. La fealdad arcaica, las máscaras de los cultos caníbales, eran en contenido, imitación del miedo, que difundían en torno a sí como expiación” (Ibídem, 93). “La belleza no es el comienzo platónicamente puro, sino que ha llegado a ser en el repudio de lo antes temido, que se convierte en feo retrospectivamente, desde su telos, con ese repudio. La belleza es el hechizo sobre el hechizo, el cual pasa en herencia a ella” (Ibídem, 94). “En la historia del arte, la dialéctica de lo feo también absorbe la categoría de lo bello; lo kitsch es, desde este punto de vista, lo bello en tanto que feo, tabuizado en nombre de lo bello que fue en otros tiempos y a lo que contradice debido a la ausencia de su contrario” (Ibídem). “El contenido latente de la dimensión formal feo-bello tiene su aspecto social. El motivo de la admisión de lo feo era antifeudal: los campesinos se volvieron representables artísticamente. En Rimbaud, cuyos poemas sobre cadáveres desfigurados siguieron esa dimensión con menos reparos que el mismo Martyre de Baudelaire, dice la mujer durante el asalto de las Tullerías: «Je suis crapule», cuarto estado o proletariado. De acuerdo con las normas de la vida bella en la sociedad fea, lo oprimido que quiere la revolución es rudo, está desfigurado por el resentimiento, tiene todas Las marcas de la humillación bajo la carga del trabajo corporal sin libertad” (Ibídem, 96). “En la inclinación del arte moderno a lo nauseabundo y físicamente repelente (a la que los apologistas de lo existente no tienen nada más fuerte que oponer que el hecho de que lo existente ya es bastante feo, por lo que el arte tiene que proponer una belleza vana) se manifiesta el motivo crítico y materialista, pues a través de sus figuras autónomas el arte denuncia la dominación, incluso la sublimada como principio espiritual, y habla en favor de lo que ella reprime y niega” (Ibídem). “Cuanto más pura es la forma, cuanto más alta es la autonomía de las obras, tanto más crueles son. Las apelaciones a una actitud más humana de las obras de arte, a la adaptación a los seres humanos en tanto que su público virtual, suelen empeorar la calidad y ablandar la ley formal […]. Sin embargo, la violencia que sufren los materiales imita a la violencia que salio de ellos y que sobrevive en su resistencia a la forma. El dominio subjetivo del formar no cae sobre materiales indiferentes, sino que es extraído de ellos; la crueldad del formar es la mimesis del mito con el que trabaja” (Ibídem, 97). “Que el arte sea, por una parte, un producto del trabajo social del espíritu, un fait social, se vuelve explícito cuando el arte se aburguesa […]. Pero el arte no es social ni solo por el modo de su producción en el que se concentre en cada caso la dialéctica de las fuerzas y de las relaciones productivas ni por el origen social de su contenido. Mas bien, el arte se vuelve social por su contraposición a la sociedad, y esa posición no la adopta hasta que es autónomo al cristalizar como algo propio en vez de complacer a las normas sociales existentes y de acreditarse como «socialmente útil»” (Sociedad, 370). “Tanto la fuerza productiva pura como la fuerza productiva estética, una vez liberadas del dictado heterónomo, son objetivamente lo contrario de la fuerza encadenada, pero también el paradigma de la actuación desastrosa por si misma. El arte solo se mantiene vivo gracias a su fuerza de resistencia social; si no se cosifica, se convierte en mercancía Lo que el arte aporta a la sociedad no es comunicación con ella, sino algo muy mediato, la resistencia en la cual el desarrollo social se reproduce gracias al desarrollo intraestético sin ser imitado” (371). “Los juicios morales sobre los personajes de las novelas y del teatro no eran nada, aunque sus modelos se los hubieran merecido; las discusiones sobre si el héroe positivo puede tener rasgos negativos son tan estúpidas como cree quien las percibe fuera de su ámbito La forma opera como un imán que ordena los elementos de la empiria sacándolos del nexo de su existencia extraestética; solo de este modo se apoderan de la esencia extraestética Al revés, en la praxis de la industria cultural el respeto esclavo por los detalles empíricos, la apariencia completa de fidelidad fotográfica, se une tanto mas exitosamente a la manipulación ideológica mediante el aprovechamiento de esos elementos” (Ibídem, 371). Lo social del arte es su movimiento inmanente contra la sociedad, no su toma de posición manifiesta. Su gesto histórico expele a la realidad empírica, a la que las obras de arte pertenecen en tanto que cosas. Si se puede atribuir a las obras de arte una función social, es su falta de función. Las obras de arte encarnan negativamente mediante su diferencia respecto de la realidad embrujada un estado en el que lo existente ocupa un lugar correcto, su propio lugar. Su encantamiento es el desencantamiento (Ibídem, 372). “La objetivación del arte, que desde fuera (desde la sociedad) es su fetichismo, es social en tanto que producto de la división del trabajo. Por eso, la relación del arte con la sociedad no hay que buscarla ante todo en la esfera de la recepción. Precede a esta: hay que buscarla en la producción. El interés por la descodificación social del arte tiene que dirigirse a la producción en vez de contentarse con la investigación y clasificación de los efectos, que por diversas razones sociales divergen por completo de las obras de arte y de su contenido social objetivo. Las reacciones humanas ante las obras de arte están mediadas al extremo desde tiempos inmemoriales, no se refieren inmediatamente a la cosa; hoy, están mediadas por el conjunto de la sociedad” (Sociedad, 374). “Las obras suelen actuar críticamente en el momento de su aparición; más tarde quedan neutralizadas debido al cambio de la situación La neutralización es el precio social de la autonomía estética Una vez que las obras de arte están sepultadas en el panteón de los bienes culturales, están dañadas ellas mismas, su contenido de verdad. La neutralización es universal en el mundo administrado” (Ibídem). “En sí, el sujeto artístico es social, no privado. En ningún caso se vuelve social mediante la colectivización forzosa o mediante la selección de la materia. En la era del colectivismo represivo, el arte tiene la fuerza de la oposición a la mayoría compacta (que se ha convertido en un criterio de la cosa y de su verdad social) en el productor solitario y descubierto, sin que esto excluya las formas colectivas de producción, como los talleres de composición proyectados por Schönberg” (Sociedad, 377). “Los ataques más virulentos contra la anarquía del arte moderno (que no es gran cosa) suelen proceder de personas cuyos burdos errores en el nivel de la información más simple delatan su desconocimiento de lo que odian; esas personas son inabordables porque no quieren experimentar lo que están decididas a rechazar de antemano. Es indiscutible la parte de culpa en la división del trabajo en todo esto. Igual que la persona no especializada no comprende sin más los desarrollos de la física nuclear, quien no se especializa tampoco comprenderá la música o la pintura modernas, que son muy complejas… …Pero mientras que en la física se acepta la incomprensibilidad porque se confía en la racionalidad que conduce a los teoremas físicos más recientes y que por principio cualquiera puede comprender, la incomprensibilidad es estigmatizada en el arte moderno como arbitrariedad esquizoide aunque lo estéticamente incomprensible no puede ser eliminado de la experiencia, como tampoco el esoterismo científico. El arte ya solo puede realizar su generalidad humana mediante la división consecuente del trabajo: todo otro arte es falsa consciencia” (Sociedad, 384). “Por eso, también socialmente la situación del arte hoy es aporética. Si hace concesiones a su autonomía, se entrega al negocio de la sociedad existente; si permanece estrictamente para sí, se deja integrar como un sector inofensivo más. En la aporía aparece la totalidad de la sociedad, que se traga todo lo que suceda. Que la obras renuncien a la comunicación es un condición necesaria, pero no suficiente, de su esencia no ideológica. El criterio central es la fuerza de la expresión mediante cuya tensión las obras de arte hablan con un gesto sin palabras” (Sociedad, 387).