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Las empresas multinacionales en la práctica

Las empresas multinacionales representan una parte importante del comercio y la inversión mundiales.

Por ejemplo, aproximadamente la mitad de las importaciones de Estados Unidos son transacciones entre
«partes relacionadas».

Mediante esto queremos decir que el comprador y el vendedor son, en una medida significativa, propiedad y
están presumiblemente controlados por la misma empresa.
Por supuesto, las empresas multinacionales pueden ser de propiedad nacional o extranjera.
Las empresas multinacionales de propiedad extranjera desempeñan un papel importante en la mayoría de las
economías, y un papel cada vez más importante en Estados Unidos.
La Tabla muestra cómo ha aumentado durante el último cuarto de siglo el porcentaje de trabajadores
estadounidenses empleado por empresas de propiedad extranjera, tanto en el conjunto de la economía
como, especialmente, en las manufacturas.
Sin embargo, la cuestión importante es saber cuál es la diferencia que marcan las multinacionales.
En primer lugar, muchas de las cosas que hacen las multinacionales podrían hacerse
sin multinacionales, aunque quizá no tan fácilmente.
Dos ejemplos son:
• El desplazamiento de la producción intensiva en trabajo de los países industriales a las naciones abundantes
en trabajo, y
• Los flujos de capital de los países abundantes en capital hacia los países escasos de capital.

Las empresas multinacionales son, a menudo, los agentes de estos desplazamientos y, por
tanto, son elogiadas o condenadas por sus acciones (dependiendo del punto de vista del comentarista).
En sentido amplio, lo que las empresas multinacionales hacen mediante la creación de organizaciones que se
extienden a través de las fronteras nacionales es similar a los efectos del comercio y la simple movilidad de
factores; es decir, es una forma de integración económica internacional.
En resumen, probablemente las empresas multinacionales no son un factor tan importante en
la economía mundial como su apariencia podría sugerir; su papel no es ni más ni menos
beneficioso que otros vínculos internacionales.
Caso de estudio: La inversión extranjera directa en Estados Unidos

Hasta la década de los ochenta, casi siempre se ha considerado a Estados Unidos como país «de origen» de
empresas multinacionales más que como un país «huésped» para multinacionales con sede en el extranjero.

Este planteamiento cambió a mediados de los ochenta.

La Figura muestra las entradas de capitales de la inversión extranjera directa en Estados Unidos, (es decir, el capital
utilizado, o bien para adquirir el control de una empresa estadounidense, o bien para invertir en una empresa que ya
está en manos extranjeras), como porcentaje del PIB.

En la segunda mitad de los ochenta estos flujos, que anteriormente habían alcanzado una media inferior al 0,5% del
PIB, se dispararon. Las empresas japonesas empezaron a construir fábricas de automóviles en Estados Unidos y las
empresas europeas empezaron a comprar bancos y compañías de seguros estadounidenses.

La inversión extranjera directa se desmoronó a principios de los noventa, antes de iniciar un sorprendente
crecimiento a finales de los noventa.
Gran parte de la inversión extranjera directa de los ochenta se debió a una percepción de la debilidad
estadounidense.
En aquella época, las empresas manufactureras japonesas, sobre todo de la industria del automóvil, habían
adelantado a sus competidores estadounidenses en productividad y tecnología.
Los menores precios y la mayor calidad de los productos japoneses permitieron que acapararan una cuota cada
vez mayor del mercado estadounidense; para poder atender mejor ese mercado, los japoneses empezaron a
abrir fábricas en Estados Unidos.
Además, a finales de los ochenta, el dólar estadounidense estaba bastante debilitado frente tanto al yen japonés
como a las divisas europeas como el marco alemán. Esto hacía que los activos de Estados Unidos parecieran
más baratos y animó a las empresas extranjeras a entrar en el mercado.
La reacción política a los inversores extranjeros en los noventa fue totalmente distinta de la reacción a la
anterior oleada.
No está claro en qué grado los estadounidenses eran conscientes de la cantidad de dinero que estaba
llegando.
En la medida en que los flujos de inversiones directas fueron percibidos, fueron considerados como un
tributo a la fortaleza de Estados Unidos, y no como una amenaza.
La gran expansión de la inversión extranjera directa a finales de los noventa terminó de
forma abrupta a principios de la siguiente década cuando el mercado bursátil estadounidense
se desmoronó y la economía de Estados Unidos entró en una recesión.

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