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Llegó la noche, y como era costumbre, Anfipione miraba acostado las estrellas en
la azotea de su casa, mientras sus padres y hermana ya dormían, las nubes
rebeldes se habían ido y el manto estelar libraba una guerra de luces naturales, la
luna poco podía hacer contra las miles de estrellas que la rodeaban y opacaban.
Pero de nuevo algo despertó su curiosidad, una nube negra comenzó a cerrar el
telón de tan sublime espectáculo, una nube como nunca antes había visto, era más
oscura que la noche, y parecía que no tenía fin, por lo que se puso de pie y buscó
el origen de esa nube, hasta que sus ojos se encontraron con el Monte Etna, y vio
una humareda salía de la cima, y como si le cayera un trueno, se iluminó.
Por segunda vez, los padres les pidieron a sus hijos que los dejaran allí, al sentir el
calor de la lava que no tardaba en llegar hasta ellos, pero de nuevo ellos se negaron
y siguieron. Vieron a lo lejos su pequeño pueblo convertido en el infierno, las casas
aun de pie, estaban envueltas en llamas, su cosecha para siempre perdida, y los
padres comenzaron a sentir la vergüenza de ser el motivo por el que sus hijos
morirían. Así que de nuevo, y con voz grave y dictadora, el padre ordenó a sus hijos
que se detuvieran. Ambos pararon la marcha.
“Hijos míos, a ustedes les pertenece el mundo, y nosotros debemos unirnos a la
tierra que tanto nos dio, los amamos, y siempre los amaremos, en esta vida y en la
siguiente, pero por favor, corran.” Mientras decía esto una lágrima recorrió sus
arrugadas mejillas, lágrima que se evaporo con el calor de la lava que se encontraba
a unos pasos de ellos, preparada para devorarlos.
Es una cualidad innegable, e incluso fundamental del ser humano, que ante la
extinción, cualquier otra alternativa es preferible, los hermanos se miraron con cierto
dejo de complicidad, sabían que su padre tenía razón, y que su misión de salvarlos
fracasaría, que solo postergaban lo inevitable. Así que, sin decirse una palabra
bajaron a sus padres de sus lomos, pero no se despidieron, tampoco corrieron, en
vez de eso los abrazaron, haciéndoles saber que se quedarían con ellos hasta el
final, por más corto que fuera.