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VENEZUELA
EL MAS
BELLO
PAIS
TROPICAL
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POR
ANTON
GOERING
UNIVERSIDAD
DE LOS
ANDES
/ MERIDA
- VENEZUELA
/ MCMLXII
TY
IDSI
UNIT ARY
LIBR
INDIANA
TITULO
ORIGLNAL
“VOM
TROPISCHEN
TIEFLANDE
ZUM
EWIGEN
SCHNEE”
(DE
LAS
BAJAS
TIERRAS
TROPICALES
A LAS
NIEVES
PERPETUAS)
1/2
5d
Portada
de la edición
original.
- Leipzig,
1893
F 23
TRADUCCION DE
Maria Luisa
G. DE BLaY
-
IMPRESO
EN VENEZUELA
PRINTED
IN
VENEZUELA
TALLERES
GRAFICOS
UNIVERSITARIOS
/ MERIDA
PROLOGO
DEL
TRADUCTOR
Y-Z)-07
E, INTERES
de D. Enrique
Planchart
en la búsqueda
de datos
sobre
artistas
extranjeros
al
del siglo pasado que se hubieran dedicado me
paisaje venezolano,
llevó
a escudriñar
la bibliografía
viajera
de Venezuela
allá
por el año 1950,
cuando
en
bajo la dirección del ilustre crítico de arte, trabajé la Biblioteca Nacional.
Poco
tiempo
más
tarde,
me asaltó
la idea
de colaborar
en la divulgación
de esas
obras
extranjeras
sobre nuestro
bello país,
escritas
en épocas
en que éste
suscitaba
viajeros
un interés puro, no mancillado aún por afanes de lucro o económicos. Los
de esas
épocas,
amaban
a Venezuela
por ella
misma, y trataban
de incorporarla
a
la geografía
incipiente
y a las ciencias
naturales.
Algunos
murieron
en su intento
y tierra
venezolana
cubre sus
amorosamente restos.
Así
es como
emprendi
la traducción
del
presente
libro,
trabajo
sumido
en
un letargo
de unos seis
años,
casi enmohecido
ya en el fondo
de una gaveta,
y
Mérida
que hoy, gracias al reconocimiento hacia el autor por parte de la ciudad de
y de su Universidad,
sale
a luz.
El estudio bibliográfico del autor, lo hizo el Dr. Eduardo Roehl en su obra:
“Exploradores famosos de la naturaleza venezolana”. (Caracas, Tip. El Compás,
1948), razón por la cual aquí sólo expondré que Anton Goering fué un naturalista
alemán, que comisionado por la Zoological Society of London emprendió un viaje
de investigación a Venezuela, con el propósito de coleccionar aves y otros animales
para el Museo Británico.
El resumen de experiencias habidas por el autor durante los diez años
(1864-1874) vividos en el país, fué recogido por Goering en este libro que intituló:
“Vom Tropischen Tieflande 2um Ewigen Schnee” (De las bajas tierras tropi-
cales a las nieves perpetuas), con un subtítulo aclaratorio asi: “Descripción pintoresca
de Venezuela,
el más bello país del Trópico”.
En estas dos frases
titulares
de su
obra
condensa toda la idea
de su viaje; en la primera
parte nos anticipa
su inten-
ción, en la segunda manifiesta
contundentemente
la conclusión a que llegó.
Aparte
que
de la misión que lo trajo a Venezuela, puede decirse que, la ilusión íntima le
movió
a aceptar de grado el viaje, no fué otra,
que poder
vivir el contraste
de una
exuberante vegetación tropical alfombrando los picos
cubiertos de nieves eternas.
En la introducción nos dice que pocos
países ofrecen
al investigador
la oportunidad
ahí
de poder estudiar todas las zonas de vegetación en la misma latitud. De que
el centro de sus operaciones
fuese Mérida
y su Sierra Nevada.
El resultado inmediato
de sus experiencias
a través del territorio
venezolano,
quedan expresadas en el
subtitulo
asi: “Venezuela,
el más bello país del Trópico”.
Y es que el autor quedó
en verdad prendado de este país.
El relato de Anton Coering sobre su estancia en Venezuela, está exclusi-
vamente dedicado a sus compatriotas; de ahí las frases comparativas entre Venezuela
y Alemania, que aparecen de vez en cuando en el texto, y el tono de la narración:
experiencias vividas en un país remoto y extraño al ambiente alemán, con aires
de aventura y en épocas en que ni las comunicaciones ni el comercio habían
uniformado los países como hoy. En esto estriba precisamente el interés de este libro.
Goering fué ante todo un pintor y un naturalista, experto también en
taxidermia, profesiones cuyo maridaje en los siglos pasados eran de suma importancia,
ya que la fotografía no existía, o bien no estaba desarrollada como hoy, y sólo a
los artistas les era dado reproducir con fidelidad el mundo exterior. No bastaba
describir científicamente un animal, árbol o paisaje; tenía que reproducirse también
de manera visual, con dibujos y enviando animales disecados. Así puede afirmarse,
que el relato del viaje de Anton Goering viene a ser como un álbum comentado,
es decir, el autor se limitó a poner texto a 12 maravillosas acuarelas y 64 dibujos
con los que salpicó su itinerario.(*) De ahí las innumerables referencias que hace
a las ilustraciones en el curso de la narración; también el formato de gran folio
— incomodisimo para su manejo — de la edición original y debido seguramente
al interés de conservar el tamaño natural de los apuntes tomados al paisaje.
El lenguaje que emplea el autor dista mucho de ser literario, podriamos
asegurar que jamás tuvo pretensiones de hacer literatura, como sucede en la mayoría
de libros de su género. El alemán que emplea es completamente llano y familiar,
dedicado la mayoría de las veces, más a asombrar ingenuamente con sus peripecias
en las selvas (no es para menos el haber penetrado en ellas en sus condiciones),
que a elaborar un informe científico, como hicieron otros viajeros, tales como
Sievers, Koch-Grinberg, etc.
En mi trabajo
me he limitado
a trasladar
lo
más
fielmente
posible
el estilo
del
autor,
abundante
en exclamaciones
admirativas
ante
el paisaje,
como
buen
teutón
amante de excursiones
y alpinismo,
y artista
por
añadidura.
Debo hacer observar también, que he respetado la nomenclatura original
de los especímenes de fauna y flora, y que, las fuentes de que he echado mano en
la traducción de la misma, han sido principalmente: “Fauna descriptiva venezolana”
de Eduardo
Roehl,
y las enciclopedias.
No soy un naturalista
y mi labor ha sido
ha
únicamente de traducción. Nos consta que la nomenclatura botánica y zoológica
cambiado
mucho
últimamente
y que está
sometida
a variación
constante.
Dejo,
pues,
esta labor de adaptación para el especialista que tenga interés
en ello.
El estilo llano y la narración fácil, como apunté más arriba, ajenos al informe
científico para iniciados, y sí con miras a la divulgación de un viaje realizado
con todo el cariño e interés por Venezuela, hacen de este libro un documento
ameno para el conocimiento de los usos y costumbres de este país allá por los
fines de siglo, y una pintura exacta de la ubérrima vida oculta en las selvas y
—¿por qué no?— también de su dulce somnolencia, no despierta aún en aquel
entonces por las modernas vías, ni por los vehículos a motor.
Para terminar, expreso aquí mi íntima satisfacción de que este trabajo haya
servido de modesta colaboración a la Facultad de Humanidades de la Universidad
de Los Andes, para celebrar el cuatricentenario de la Fundación de Mérida, ciudad
de los Caballeros, que Anton Goering apreció tantísimo, y de aportar así mi grano de
arena a la divulgación de su viaje.
Maria
Luisa
G. DE
BLAY
1958.
Caracas,
(*)
En esta obra
se publican
las
doce
hermosas
acuarelas;
empero,
por
obstáculos
poderosos
y
muy a nuestro
pesar,
no podemos
publicar
sino
veintiocho
de los
bellos
dibujos
que dejó
Goering.
(Los
Editores).
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ANTON
GOERING
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“VENEZUELA,
EL MAS
BELLO
PAIS
TROPICAL”
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13
serias
dificultades,
y
es le
dado contemplarle
en estado
virgen,
puede
considerarse
plenamente
feliz,
ya que lleva
un bagaje
de impresiones
y
recuerdos
para toda
la vida
y los cuales
por
nada
del mundo
abandonará.
Felizmente, puedo contarme entre los dichosos que todavía en
plena juventud, han podido echar una mirada, si bien de momento
superficial, a la zona tórrida. No olvidaré jamás el instante que, en
1856 después de siete semanas de monótono navegar, en calidad de
acompañante del Dr. Burmeister, vi ante mis ojos, emerger de las aguas
la costa del Brasil, es decir, panorámicamente el más bello cuadro del
litoral brasileño, Río de Janeiro. Era un derroche de belleza, lo que
ante mis ojos pasmados se iba alzando del mar poco a poco. Recordaré
siempre las palabras que pronunció Burmeister hallándonos sobre el
Corcovado, pico de 2.000 pies de altura : —-“* Bien, joven, ahora puede
Ud. decir que ha visto lo más bello del mundo”,— pero agregó en
seguida, “para esto no está Ud. todavía maduro”, opinión que halllé
muy acertada.
Como
sueño embriagador
transcurrieron
veloces las pocas semanas
que permanecimos en
los maravillosos alrededores
de Río;
el
tiempo
era apremiante
y seguimos hacia el Sur, con el objeto
de cruzar Uruguay
y Argentina en todas direcciones.
Todavía
se mecía ante nuestros
ojos
el pintoresco
paisaje de Río, que ya la proximidad
de la desembocadura
del Río de La Plata, venía
a nuestro encuentro
con la presunta
imagen
de
una costa
monótona.
Estábamos ahora
considerablemente
alejados
del
trópico y los campos
del Uruguay
y la Pampa
argentina, detrás de
las líneas
horizontales
y llanas de la playa, se extendían
mezclándose
en lontananza
con el infinito.
14
altas
de América
estaban
ante
nosotros.
En la propia
llanura,
al
pie
de las mismas,
se encuentra
la ciudad
de Mendoza
cual
un
oasis
formado
por un paisaje
de cultivos
italo-meridionales.
Los alrededores
de esta
ciudad
constituían
nuestro
especial
campo
de trabajo.
En nuestras
excur-
siones diarias, tenía ante
mí la grandiosa
y bella cordillera,
y podía
también
internarme
en
ella
para
coleccionar
y pintar
los
puntos
más
característicos,
entre
ellos
el
Aconcagua
con
sus
imponentes
inmediaciones.
En tales trabajos, durante los cuales me abstraía por entero en la
sublimidad de esas montañas, se 'apoderaba de mí una singular desazón ;
los maravillosos efectos de luz sobre las tranquilas y pintorescas masas
montañosas y sus picos nevados, no contrarrestaban la inquietante
inmovilidad que imponían el yermo y la ausencia absoluta de vegetación,
que se manifestaba íntegra y plenamente en la soledad más grande
y desconsoladora. En momentos así es cuando mejor se aprecia el don
excelso y bello que es, poder disfrutar de la contemplación de la vida
vegetal tranquila, pero eternamente variada.
En aquel entonces, no podía presumir que más tarde me sería
dado conocer jirones de la misma cordillera, enclavados en el trópico,
donde todo aquello que yo echaba de menos en Mendoza, me sería dado
con prodigalidad.
Ya de vuelta en Europa, después de haber cruzado Argentina en
todas direcciones, nunca me abandonó el deseo de emprender por mi
cuenta un largo viaje a los trópicos, siendo mi idea favorita, llevar a
cabo la ascensión a las nieves perpetuas desde las bajas tierras cálidas,
atravesar de este modo detenidamente y en sentido vertical las diferentes
zonas y captar el clímax característico del paisaje, encaminado a colec-
cionar material suficiente para un trabajo de preferencia pictórico.
¡ Llegó finalmente el ansiado momento !
En
Londres, por intercesión de mi apreciado bienhechor Dr.
Sclater, secretario de la Sociedad de Zoología de esa ciudad, me fue
posible, emprender un viaje de exploración a Venezuela, cuando presenté
a este país, como un campo en el que todavía se podía coleccionar con éxito.
A poco de mi llegada a Venezuela, estalló una de sus revolu-
ciones casi crónicas, que vino a retrasar mis planes. Unicamente después
de algunos años de permanencia debía satisfacer mi deseo, la ansiada
ascensión a la cordillera de Mérida.
15
veché
los
obligados
descansos
que me proporcionaban
las mismas,
para
desarrollar
mis
bocetos
y apuntes
de viaje,
haciendo
de las
ciudades
de la costa mi residencia,
donde
pasé
horas
muy
bellas
en sociedad
de
amables
compatriotas
míos, los cuales
recordaré
siempre
con gratitud.
De
esta
manera,
logré
finalmente
traer a casa
un rico
material
en
en vistas de bellezas naturales de allí, así como un copioso tesoro
plantas
y animales,
de
todo
lo cual ofrezco
una parte,
en verdad
la
más
interesante,
cuando
invito
a mis
benignos
lectores
a seguirme mi
en
ascensión
de
las
bajas
tierras
tropicales
a las
nieves
perpetuas.
16
LAMINA| - RIO ESCALANTE.
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CAPITULO
1
y
O
»
DS
eo
> -
ENEZUELA,
el país
más
próximo
a Europa
y que ocupa
la parte nordeste
del continente
sudamericano, nos parece
en el mapa pequeño,
comparado con el inmenso y rico
Brasil
; no obstante es dos veces mayor que todo el imperio
austro-húngaro.
Quizás no se encuentre otro país más agraciado
que éste,
en cuanto a situación geográfica se refiere, así como por su disposición
en sentido horizontal
y vertical. En una
superficie,
según Codazzi,
de
20.223 leguas cuadradas, está representada
toda la gama y diversidad
de paisajes ; en espacios relativamente
reducidos, hallamos espléndidos
panoramas y grandes contrastes, a veces íntimamente ligados entre sí.
La configuración
de la costa, cuya extensión
ocupa un total de 381
leguas cuadradas,
es sumamente propicia
y pictórica,
y sobrepasa
en
belleza a cualquier otra de todo el litoral de América del Sur. Prime-
ramente, ya que debemos pasar
esta costa antes de que alcancemos el
punto de partida de nuestra ascensión hallo
a la cordillera de Mérida,
importante presentar al lector, aunque sea
velozmente,
los escenarios
costaneros más característicos.
19
Flora
costanera
con
agaves.
20
Mucho
antes
de
penetrar
en
la
bahía
de Trinidad,
contemplé,
movido
yacía
por un sentimiento peculiar, el continente que al suroeste
ante nosotros
mostrando
sus pintorescas
formas
montañosas
; mis ojos
descansaron
sobre las altas
cumbres
sumidas en la etérea
lejanía
y que
indicaban
la situación
de Caripe,
el primer
campo
experimental
de
Humboldt
en el trópico.
La entrada a la bahía de Trinidad, no es siempre fácil para un
velero, pues salen al paso corrientes marinas con frecuencia impetuosas
que le impiden avanzar. Lo primero que llamó nuestra atención al
penetrar en la bahía, fueron las listas que forman las corrientes en la
superficie del agua. Completamente independiente del conjunto tranquilo
de ésta, tenía lugar un tumultuoso oleaje, cuya causa son las masas impe-
tuosas de agua, que arroja el delta del Orinoco en la bahía.
Las campanas de Puerto España, capital de Trinidad, nos emo-
cionaron, porque después de larga navegación nos brindaban el primer
saludo de bienvenida. Apenas puede imaginarse cuadro más encantador,
que el de esta bella isla desde su bahía. Después de corta permanencia
en Puerto España, en donde tuve ocasión de conocer a amables com-
patriotas y a ingleses muy atentos, las corrientes marinas y el viento
alisio, nos empujaron hacia la playa de Carúpano, alcanzando su bahía
en una noche oscura y bochornosa. Sólo unas tenues luces denotaban
la presencia de la ciudad; también la pálida luz del faro, señalaba
la altura en donde esta problemática obra de arte debía encontrarse.
— *“ Aquí será ”, exclamó el patrón de nuestra pequeña nave de cabotaje,
que ostentaba el nombre de Garibaldi, y echó el áncora por la borda.
No se hizo esperar a medianoche una tempestad cuyos pavorosos
truenos repercutían miles de veces en los abismos y los valles. Los relám-
pagos iluminaban momentáneamente los alrededores cual mágicos cua-
dros cambiantes, que con la rapidez del pensamiento se desvanecen una
y otra vez, legándonos así, en la negra noche, la promesa de unas inme-
diaciones maravillosas, que causaban nuestra impaciencia en la espera
del amanecer.
Antes de terminar nuestro viaje, debíamos conocer lo que es
una auténtica lluvia tropical, por lo que no tardó en caer sobre nosotros
una, con el consecuente estampido de truenos. Sin tener siquiera un
refugio donde guarecernos, puesto que no había camarotes, no tuvimos
otro remedio que aguantar este baño por unas horas.
Cuando amaneció el ansiado día, el buen tiempo se había resta-
blecido y los rayos incipientes de sol, se abrían paso comenzando a
iluminar la primera imagen de las costas de Venezuela.
21
La bahía
de
Carúpano
forma
un semicírculo
bastante
cabe
regular,
el
cual
se
levantan
las
primeras
casas
de
la
ciudad.
A la derecha,
como
estribación
de
la sierra
de
la costa,
se eleva
un cerro
prominente,
con
los
restos
de un fuerte
español;
viejos
cañones
yacen en promiscuidad
junto
a setos
de cactus
y mimosas.
Una miserable
garita
con
un semá-
foro,
es
toda
la
novedad
; desde
allí
se notifica
a los
habitantes,
la
llegada
de los
barcos.
A nuestra
izquierda,
un acantilado
a manera
de
península
rocosa,
se adentra
en el
mar
y sostiene
el faro.
22
tres
especies
vegetales,
representan
por
sí solas
el carácter
externo
del
paisaje
básico,
y solamente
a costa
de
internarse
más y
más
es cuando
se hallan
las
incontables
especies
de plantas
subordinadas.
(1) Cardenal
coriano
(Rychmondena
phoenicia).
- Roehl,
E.:“Fauna
descriptiva
venezolana”.
1952.
23
mar
Caribe.
Para
dar
una idea
completa
del
panorma
interesante
de
la costa,
damos
una acuarela
a toda
lámina
en uno de
los
pliegos
siguientes.
Desde aquí emprendí numerosos viajes al interior, llegando hasta
el delta del Orinoco y permanecí tres meses en el hermoso valle de Caripe
que Humboldt hizo clásicamente famoso ; con los indios chainos estable-
cidos allí, visité la grandiosa cueva del Guácharo. Aquí fue donde Hum-
boldt descubrió el notable pájaro de caverna, el guácharo Steatornis
Caripensis. En esta región, tuve la oportunidad, acompañado por los
indios, de hallar otras cuevas de guácharos tan o más grandes y bellas.
Más hacia el oeste de la bahía de Guayacán, existen unas es-
pléndidas salinas naturales, encauzadas con mucho trabajo y esporá-
dicamente, porque están protegidas por arrecifes de coral. La sal marina
se consigue por evaporización. En los llamados estanques, que se encuen-
tran detrás de los bancos de coral y de unos diques, se evaporan las
aguas que penetran constantemente, formando en las superficies inun-
dadas una cristalización blanca. Como acertadamente ha observado
Bergter refiriéndose a las salinas de Curazao, esta disposición ofrece
un espectáculo magnífico, porque la lixiviación superficial origina cris-
talizaciones que — quizás debido a un pequeño contenido de hierro y
manganeso — reflejan una luz rosada, de manera que los incontables
cristales de sal, dan al conjunto la apariencia de un tejido incrustado
de millares y minúsculas gemas.
Las salinas de la pequeña isla de Curazao, como pude constatar
yo mismo, son insignificantes comparadas con las de la costa de Vene-
zuela que ocupan una extensión considerable. Cuando tiene lugar la
evaporación total de estas vastas superficies blancas, no es posible
fijar la vista sobre la capa resplandeciente de sal.
Abandonamos Carúpano y con ello la costa de Paria. Siempre
navegando hacia el oeste, pasamos muy cerca de la mayor isla vene-
zolana, Margarita, conocida desde tiempo inmemorial por sus pesqueras
de perlas y alcanzamos pronto la altura de Cumaná. Desde este punto
hasta la proximidad de La Guaira, la costa es llana y sólo al acercarnos
a la desembocadura del río Tuy, pudimos divisar la parte más alta de
la cordillera de la costa, con la Silla de Caracas de 8.000 pies de altura
y el pico de Naiguatá que le sobrepasa en 500 pies. Este es un panorama
grandioso ; las montañas se elevan formando poderosos escarpados,
en muchos lugares completamente verticales.
La Guaira, es como un nido de golondrinas enclavado en las rocas.
De la parte posterior de la ciudad, arranca un antiguo camino de
herradura, que data de la época española y que conduce por el oeste
24
Il VNIWVI WISOI 30
"ONVANAVI
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de la Silla,
a través
de las montañas.
Más
hacia
el
occidente
todavía,
un
ferrocarril
recién
construído, describe una gran curva para aprove-
char
los pasos naturales
o desfiladeros.
(2)
El Alcatraz
(Pelicanus
occidentalis),
también
conocido
por - Roehl,
Butasir. E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
25
presión
del
oleaje
en
un mar
agitado,
es causa
del
juego
atronador
y desordenado
de esos
chorros.
El sordo
sonido
de estos
disparos,
se
mezcla
con el bramido
de las
olas.
cennia
tomentosa,
lo que no influye
en absoluto
para cambios impor-
tantes
en el paisaje,
ya que lo que abunda
es la primera especie.
Al observar la adjunta figura, podemos darnos cuenta de cómo
en una espesura de mangles, sus múltiples y zancudas raíces, se cruzan
de tal manera, que tejen una maraña impenetrable, y que los verdaderos
troncos se mantienen en el aire, cargados por sus propias raíces por
encima del agua ; esta es la razón de su nombre botánico (Rhizophora
porta raíces ).
Los mangles en el lugar que hallan todo lo necesario para su
desarrollo, pueden alcanzar hasta cien pies de alto. Si se pretende
atravesar un manglar, hay que proveerse necesariamente de un machete
para ir derribando al paso, los ejemplares que se interpongan, en parti-
cular los más jóvenes. Resulta muy trabajoso y en parte imposible el
intentar cruzarlos por el agua, trepando por toda esa ramazón de raíces,
cuyo ramaje gris blancuzco es muy espeso y sumamente resbaladizo,
ofreciendo muy poca resistencia.
26
Por
el contrario
se puede
estudiar exacta y fácilmente la natura-
leza
de esta
notable planta, aprovechando
el paso por canales
y lagunas
múltiples.
Estas excursiones
son altamente
interesantes porque la cla-
ridad
del agua y el fondo
del canal,
por lo regular
bastante raso, permiten
entrever
cualquier
particularidad
de la vida
vegetal y animal.
Saltan
a la vista
incontables
estrellas de mar rojo claro y cangrejos de todos
los tamaños
y diversos colores,
se encaraman
en las ramas por doquier.
A los zancos que forman las
raíces,
se adhieren
a veces en
grandes
cantidades,
las llamadas
ostras del mangle ( Ostera
calcar ) que tanto
los naturales
del país como los extranjeros,
comen con fruición.
(3)
El corocoro
colorado
(Guara
rubra)
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
(4)
Rhynchops
nigra.
27
Bufares
en los
arrecifes
de
coral
de Patanemo.
una
vez
pasada
la próxima
cresta
montañosa,
San
Esteban,
el
más
bello
valle
de Venezuela,
se
extiende
hacia
el
sur.
En él se desarrolla
simultáneamente
toda la magnificencia
del
trópico,
vastos campos
de
caña
de azúcar,
plantaciones
de café
y cacao se extienden
a 'ambas
orillas
del
río San Esteban
que riega
todo
el valle. A una hora de la
costa y bastante
adentrado
en la vega,
está la población
del mismo
nombre, que
ostenta
villas
encantadoras,
instaladas
con todo el confort
28
europeo,
la mayoría
de los cuales
pertenece
a alemanes.
Estas
quintas
están
rodeadas
de lindos
jardines
con un lujo tal de plantas
tropicales,
como ninguna
otra
naturaleza
puede ofrecer
con tanta
profusión.
Puede afirmarse que los extremos se tocan aquí de la forma más
chocante ; por ejemplo, estamos oyendo pletóricos de unción, las nostál-
gicas notas de un piano que nos recuerda nuestra querida patria, cuando
de improviso estalla el inquietante alarido de los monos aulladores**
que pueblan los bosques montañosos que circundan el valle.
El camino de Puerto Cabello a San Esteban, goza de inusitada
animación durante las tempranas horas matutinas y las postreras ves-
pertinas, cuando los mercaderes van y vuelven a caballo de la ciudad ;
también se transporta a aquélla, por medio de asnos, mulas y carretas,
gran cantidad de productos agrícolas.
El simpático Puerto Cabello está situado en una península plana
y su tranquilo puerto está entre la misma y un islote que posee ciuda-
dela y faro. Como la distancia que le separa de San Esteban es muy
corta, éste se convierte en punto de excursión obligado, particularmente
los domingos ; no hay viajero, que no aproveche la ocasión de conocer
el hermoso valle, si su barco hace escala con tiempo suficiente para
ello, y con toda seguridad, llevan después consigo el recuerdo más
agradable de América del Sur.
El calor no se deja sentir en este pueblo con tanto bochorno
como en la ciudad, donde la temperatura media es de 27” R. Caminos
y veredas llevan hacia todas partes, de modo que es fácil emprender
cualquier clase de excursión provechosa y además obtener una idea de
lo que es la selva tropical, sin tener que ir demasiado lejos.
Ascendiendo por las montañas costeras, ya se disfruta de la
primera vista sobre el Lago de Valencia, desde un desfiladero a 5.000
pies de altura, Este lago que alardea su belleza a nuestros pies, es muy
pródigo en islas y un vasto llano le rodea por el norte y el oeste, que
se manifiesta como opulento campo de la actividad humana, pues entre
la vegetación exuberante, por doquier se alzan caseríos, haciendas y
plantaciones. San Esteban y las inmediaciones del Lago de Valencia
fueron campos fecundos para mi colección de historia natural.
Zarpó nuestro barco de Puerto Cabello para seguir su travesía
y no tardamos en acercarnos a la rocosa isla de Curazao antes citada
— que entre paréntesis sea dicho, suministra el conocido licor de su
nombre— y en donde efectuamos una corta visita.
(5)
Araguatos.
29
Es la isla
mayor
de un archipiélago
de
la soberanía
de
Holanda.
Mientras
vamos
navegando
en
el profundo
y bello puerto
en
cuyas
aguas
se refleja
Willemstad,
única
ciudad
de
la isla,
inmediatamente
nos
percatamos
de
que
no estamos
en Venezuela
; el estilo
de construc-
ción
es
completamente
holandés
y el mejor
orden
reina
en todo lugar.
Pero
esta isla árida
y carente
de agua, es
muy poco
interesante
en
lo que
atañe
a su
naturaleza
primitiva
; toda
su
flora
se
reduce
a
mimosas
y cactus. A este
respecto
no encontramos
nada aquí,
que no
hubiéramos
visto antes en Venezuela,
mucho mejor y en mayor
desa-
rrollo.
Sin
embargo Curazao
es importante
como centro
mediador
de
comercio
entre
el continente,
motivo por
el
cual,
gran cantidad
de
barcos surcan
ininterrumpidamente
su excelente puerto,
que siempre
da
la impresión
de estar
muy animado.
Tan pronto como apuntamos el golfo de Maracaibo, nos damos
cuenta del fuerte contraste que existe entre la parte occidental de
Venezuela y las costas orientales de Carúpano y La Guaira. Playas
interminables se extienden a nuestra izquierda, mientras a la derecha
la cadena de colinas de la península Guajira, imprime una variación en
la monotonía del paisaje. Como el golfo de Maracaibo (el saco) por
lo regular está muy movido porque sopla un viento recio, conseguimos
penetrar fácilmente en el gran lago del mismo nombre, aprovechando
esta circunstancia.
Debido al peligro que implica el atravesar la angosta y arenosa
barra, que forma la desembocadura del lago en el golfo de Maracaibo, no
dejamos la región de la costa, sin antes hacer subir a bordo, al práctico
que debía conducirnos felizmente rumbo a la Ciudad del Lago.
Las riberas son llanas y la vegetación pobre. A nuestra derecha
sobre una bahía, desde este lugar invisible, está la aldea de indios
guajiros Sinamaica, construída sobre estacas. Más al sur y bastante
alejada de la ciudad, conocimos otra aldea de palafitos de los mismos
indios (véase ilustración ). Estas poblaciones lacustres dieron motivo
a los descubridores españoles para denominar al país, pequeña Venecia,
lo que originó el vocablo Venezuela. En el centro de la parte norte del
lago hay una isla cubierta de manglares, mientras las orillas derecha
e izquierda del mismo, están pobladas por extensos cocotales. Pasando
una eminencia de la orilla, nos sorprende la ciudad comercial de Mara-
caibo, capital del estado Zulia, para nosotros escenario interesante de
casas, pero privado de segundo término, porque también aquí las inme-
diaciones son llanas y pobres.
30
Nuestros
compatriotas
nos
acogieron
de la manera
más
gentil.
como
los
de San
Esteban,
también
tienen
éstos
su estancia
veraniega,
en un lugar
que
llaman
Haticos.
No se halla
aquí
la vegetación
ubérrima
de aquella
otra
población
pero
incontables
cocoteros
acogen
bajo
su sombra
a unas
cómodas
casitas
de campo
( véase
figura
).
Aunque más tarde pienso describir con mas deteni-
miento a los habitantes de Venezuela, voy ahora mismo a
hacer algunas observaciones sobre los Guajiros, En estado
de emancipación, ocupan principalmente la península Guajira y su labor
preferente es la cría de ganado. No permiten a los extraños radicarse
en sus tierras, o cuando menos bajo imposición de difíciles condiciones;
pero ellos a su vez, van cuantas veces lo desean a la ciudad y no encuen-
tran traba alguna en su camino. suelen llevar al mercado sus aprecia-
dos caballos guajiros y se ve deambular por las calles a familias enteras,
comprando artículos varios con el producto de las ventas realizadas y aun
con frecuencia se les ve mendigando. He dibujado a más de uno de ellos,
mas como este trabajo debía efectuarlo en la vía pública, una vez sin
proponérmelo fui causa de un tumulto. Para empezar diré que ya fue
muy difícil convencer por dinero al interesado, a que tasara su rostro,
solamente después de bizantinas discusiones con un intérprete (el indio
31
en cuestión
no entendía
el español ) conseguimos que se estuviera un
rato quieto,
cuando
sus acompañantes
femeninas, especialmente su morena
y anciana madre,
prorrumpieron
en desagradables
alaridos.
Tal como
manifestó
el intérprete,
esta gente vive en la creencia de que, el permitir
que les dibujen,
acarrea
infortunios
de
toda
índole,
lo
que era
ya de mi
conocimiento
en Argentina, cuando a espaldas de Burmeister dibujé la
mujer
de un cacique.
32
grande
nube se cernía
sobre nosotros.
Estos
provienen
de unos
grandes
pantanos
que circundan
la parte meridional
del lago y que
convierten
esta
comarca
en
una región
inhóspita
para el
hombre,
Cuando reina
sosiego
en el aire,
estos
molestosos
insectos
se
levantan
sobre
los pan-
tanos y con frecuencia son empujados masivamente en
forma de nebulosa,
por
una brisa
repentina
que
a veces
los
precipita
en
el
lago,
entre
cuyas
olas
hallan
su sepultura.
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OS márgenes
accidentados
de la parte
meridional
del
Lago
de Maracaibo,
muestran
a simple
vista
sus
orillas
recortadas
y su gran
variación.
Causan
esta
variedad
numerosas
“ensenadas”
y rías
altamente
pintorescas.
Algunas
veces
penetran
los
oquedales
profundamente como
en
sucede
el
en lago,
el
puerto
de Moporo,
mientras
en otros
por lugares,
ejemplo
como
en las
bocas
del
río
Escalante,
la vegetación
es
notablemente
pobre.
Mucho antes de remontar por la desembocadura del citado río,
vimos flotar sobre las aguas del lago, muestras múltiples de su rica
flora circundante, que consistía en troncos de árboles, frutos, algunas
ramas y cantidad de plantas acuáticas que se mecían en las ondas
llamando especialmente nuestra atención. La corriente de muchos ríos
arrastra estos islotes fluctuantes, sobre muchos de los cuales posan
aves acuáticas que regalan de vez en cuando a nuestra vista con algún
especimen interesante. El Lago de Maracaibo es fuente inagotable para
el hallazgo de toda clase de peces y demás animales acuáticos que,
durante la travesía nos acompañan todo el tiempo. Un especialista
tendría trabajo aquí para luengos años. Nosotros, empero, preferimos
remontar el río Escalante, a seguir cualquier senda angosta del bosque ;
nuestro objeto es describir la flora de la región y una corriente de
agua de momento, nos brinda más facilidades, para poder contemplarla
con entera libertad.
37
Nuestra
embarcación era
de
mucho
menos
calado
que
el
que
suelen
tener
los
barcos
destinados
a cruzar
lagos
y ríos
más pequeños.
No bien
nos
encontramos
en el centro
de la desembocadura,
se esta-
bleció
la más
absoluta
calma,
La tripulación
tuvo que empezar
a tra-
bajar, pues el barco debía
moverse y tratar de remontar la corriente
por medio
de pértigas,
por lo que
tuve
suficiente
tiempo
para
contemplar
a mis
anchas
el paisaje.
Por ahora, aun se ven solamente juncales, entre los que sobresalen
acá y allá grandes grupos de caña brava ( Gynerium saccharoides)
con sus ramos de hojas dispuestos a modo de abanico y sus flores en
panojas blancas. Los tallos de esta gigante hierba palustre, son de
30 a 40 pies de alto, leñosos, y solamente de 1 a 2 pulgadas de grueso,
de modo que se mueven al menor soplo de viento, ofreciendo una visión
encantadora. Esta planta, que también crece en comarcas más elevadas
a orillas de ríos y lagunas, es para los criollos de suma importancia.
Se utiliza para construir las paredes y los techos de los ranchos y para
ello se aprovechan los tallos altos y esbeltos, unidos estrechamente y
atados con delgadas lianas. Complementan el espesor de paredes y techo
unos ramos de hojas sobrepuestos y vueltos a sujetar con bejucos.
Delante de la impenetrable muralla que forman los cañaverales,
nadan nenúfares grandes, que recrean la vista con cientos de sus flores
blancas y radiantes. A medida que vamos avanzando, la presencia de
árboles gigantes entre la espesura del monte bajo, se nota cada vez
más. Estos precursores de la tupida región selvática nos anuncian que
no tardará ésta en rodearnos estrechamente y nuestros ojos dejan de
fijarse en el paisaje fluvial, para, a manera de despido, lanzar una
mirada a lo alto, hacia los lejanos picos de la Cordillera.
38
tante
a la llanura
selvática.
Durante
la época de lluvias
se
desbordan
e
inundan grandes
extensiones
forestales,
dando lugar a la formación
de
nuevas lagunas
y pantanos.
Entre las primeras
las hay muy vastas
y
están
pobladas
profusamente
por plantas
acuáticas
y de lodazal,
que
las
ocultan
en su mayor parte, dejando
entrever
sólo de vez en cuando,
pequeñas
superficies
de agua.
El río más importante es el Catatumbo que vierte sus aguas
más hacia el oeste del lago, mientras que la desembocadura del Esca-
lante, segundo río en importancia, cuyo curso estamos remontando, se
encuentra algo apartada hacia el este, y le llaman “ Boca Zulia ”. Ambos
tienen un curso muy variable y cambian constantemente de anchura,
por lo que a cada rato el aspecto del paisaje es diferente.
Antes de alcanzar la floresta impenetrable, nos salieron al paso
dos pescadores nativos, que en su ligera embarcación, construída con el
tronco hueco de un árbol ( curiara ), bogaban junto a la orilla. A menudo
tropezábamos en nuestra travesía con embarcaciones como ésta, mas
si hago hincapié en estos encuentros, es porque frecuentemente brindan
la oportunidad de ver y adquirir, preciados tesoros naturales, que de
otro modo tardaríamos en hallar o quizás buscaríamos inútilmente.
Como esta primera que vino a nuestro encuentro, iba ricamente
cargada, dí una voz a sus ocupantes, los cuales no se acercaron a
nuestro barco sin antes hacerse de rogar. Entre el variado cargamento
llamó mi atención el notable pellejo de un animal llamado manatí
( Manatus australis ),? mamífero sirenio de tres a cuatro metros de
largo. Más hacia el interior, este animal ya no se presenta, pero sí se
encuentra rara vez en las desembocaduras de los ríos y en bahías poco
o casi nada frecuentadas por el hombre. Su piel es muy resistente y se
utiliza para hacer bastones, similares a los que se manufacturan con
cuero de hipopótamo, cortando aquella en tiras delgadas y poniéndolas
a secar. La embarcación además, estaba colmada de toda clase de
pescado, muy abundante en estos ríos y cantidad de frutas tropicales
yacían en ella amontonadas. En el centro de la misma, un cajón lleno de
tierra servía de base a unas brasas encendidas, sobre las que se asaba
pescado, a fe suculentísimo, como pudimos constatar. Como compañía
viviente, había también en la barca un mono araguato muy joven,
que mediante un módico estipendio pude adquirir. El animalito era
sumamente gracioso y confiado y nos sirvió de distracción durante
nuestra travesía fluvial.
(1)
(Trichechus
manatus).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
39
Matapalo.
Después
de varias
horas
de navegación,
durante
las
cuales
debía-
mos
con
frecuencia
abrirnos
paso
arrancando
por
medio
de grandes
el río,
garfios las plantas acuáticas que a manera de alfombra cubrían
alcanzamos
el primer
caño en cuyos márgenes
la alta vegetación
parecía
amurallarnos.
Aun inexpertos,
era para nosotros
una tarea sumamente
difícil
y casi imposible
el acostumbranos
a esta rica flora
e ir distin-
guiendo
poco a poco las distintas
formas,
aun cuando muchas de ellas
correspondieran
a árboles grandes
como en cualquiera
de nuestros bos-
40
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ques.
En los
lugares
donde
la expresión
“espesor
de
muro” constituye
característica
primordial, una pared
tupida por millares
de matas
de
las que no sobresale
ni un solo
árbol gallardo,
limita totalmente
la
mirada. Bajo una
espesa
capa
de plantas
trepadoras
y parásitas
se
ocultan los troncos
más esbeltos.
Los bejucos con sus profusas marañas,
los
árboles
forestales
secundarios
que crecen entre sus vecinos
gigantes,
y el matapalo de vez en cuando,
forman en unión de recios troncos de
árboles,
el apoyo o armazón donde vegeta una importante
flora parasi-
taria.
Visto
a una
distancia
no muy
larga,
este
imponente
cuadro
vegetal,
se nos
presenta
bajo
una
aparente
uniformidad;
incluso
su
silueta superior recordaría la de nuestras frondas, si no fuera
por una
que
otra
copa de palmera
que
de vez en cuando
asoma.
Pero a medida que vamos avanzando, ¡ qué prodigalidad de formas
y diversidad de colores regalan a nuestra vista, aun cuando el verdadero
bosque se halla detrás de ese cortinaje vegetal !... Si bien en algunos
claros donde la luz ha logrado abrirse paso, y en parajes en que el
espeso tejido de plantas parásitas no es tan abundante, es posible discri-
minar las formas principales, seguiremos desconociendo la especie de
muchos árboles cuyos recios troncos permanecen ocultos bajo una tupida
capa de plantas trepadoras y parásitas que los reviste utilizándolos
como soporte. Por consiguiente es más fácil distinguir las diferentes
especies, si al fin se logra atravesar estas murallas exteriores y se
tienen a la vista árboles libres.
Por lo anteriormente dicho se comprende lo extraordinario y
difícil que es en la tarea del pintor, captar material valioso directamente
de esta rica vegetación. Si las diversas formas vegetales se confunden
unas con otras, a pesar de ser mucho más acusadas que las de nuestro
país, es únicamente debido a su sorprendente grandiosidad. Así como
nuestros bosques, aun los más mezclados, constan relativamente de
pocas especies características, que a menudo cubren superficies de mu-
chas leguas cuadradas, en los bosques tropicales cientos de plantas
distintas crecen apretujadas sobre unos pocos metros cuadrados. De
primera impresión, la selva tropical ejerce sobre el observador novel
un trastorno general de los sentidos, y debe pasar largo tiempo para
que en esta magna naturaleza su actividad rinda y sea provechosa.
Si bien son las palmeras las que imprimen la fisonomía externa
del bosque tropical, hay en el interior del mismo, otros innumerables
tipos de plantas altamente importantes desde el punto de vista artístico
y científico. Entre la infinidad de plantas que forman el monte bajo,
hay que mencionar especialmente a las hermosísimas heliconias; sus
41
brillantes
hojas
de planta
se musácea,
elevan
por
encima
de la cabeza
de un jinete
y su
profusa
y bella
florescencia
roja,
luce
maravillosamente
entre
el verde
suave
de sus hojas
gigantes.
Sin embargo debemos tener presente ante todo, los tipos de plantas
que a primera vista sorprenden más porque dan a la selva tropical un
carácter sumamente exótico para nosotros y éstos son en primer lugar,
los bejucos y el matapalo. El clima cálido los desarrolla al máximo
esplendor, aunque también encontramos muchas de sus especies, parti-
cularmente de los primeros, representadas en regiones más elevadas.
El “matapalo” como llaman los nativos al Ficus dentroica,
merece tenerse en cuenta, porque causa la ruina y destrucción incluso
de regiones y lugares cultivados. Entre todas las plantas del género
Ficus, el matapalo es la más interesante. Cuando su semilla por cual-
quier incidencia, — pueden ser el viento o los pájaros — es transportada
a una palmera
u otro árbol,
arraiga
fácilmente
y no tardan mucho
en
brotar
ramitas
delgadas
que se cubren
con hojas
de abundante
savia,
que
recuerdan
a
nuestra
flor
de porcelana
(Saxifraga
umbrosa
L.).
Las palmeras
tanto
las de
hojas
perminervias
como las de
hojas
palmeadas,
ofrecen
terreno
propicio,
porque
el parásito
se asienta
de manera
fácil
entre sus lacíneas y en su primer desarrollo forma
un adorno muy bello.
Tan
pronto como las ramas alcanzan cierta longitud,
supongamos
un pie, tienen tendencia a inclinarse hacia su apoyo,
podríamos hasta
decir
que zalameramente
y no
importa
en
qué
dirección.
Cada vez
más, se van retorciendo
estrechamente
alrededor
del inocente
árbol.
Cuando
dos brotes de matapalo
se encuentran
al otro
lado del tronco,
se dan por decirlo así las
manos y entonces
comienzan a propagarse
sin
de
medida. Ganando en intensidad van juntándose los retoños esta
guisa
llegando
a aprisionar fuerte y traidoramente
al gallardo
árbol,
que habiendo
desafiado por tanto tiempo toda clase de embestidas,
va
ahora de esta
forma
a su
perdición
segura.
42
f q
t
e
E
an
or Po
Conuco a orillas del río Escalante.
El matapalo
muestra otra fase interesante,
cuando
sus traicioneros
abrazos
han acabado
éste,
con su apoyo y los últimos restos de caen
podridos
a pedazos. Cual esqueleto
gigantesco
queda en pie, hasta
que
un huracán
cualquiera
le hace perder
su porte
y acaba con
toda su
poderosa
estructura
en el suelo. En Valencia
vi un ejemplo de la enorme
fuerza que caracteriza a esta
planta parásita. Uno de estos
ejemplares
había montado sus
pilares
sobre un muro
y lo había
hecho
saltar
a
trizas.
(véase viñeta ).
También el matapalo se convierte en un suicida. Cuando sus
vástagos no encuentran objeto firme alguno en donde poder asirse, se
enlazan en su propio tronco y ocasionan su muerte.
Es muy abundante en los Llanos, donde acaba con todo lo exis-
tente, debido a que la palmera moriche, constituye casi la única especie
arbórea de bosques enteros, que una vez invadidos por el matapalo
devienen completamente impenetrables. En bosques con mezcla de arbo-
lado, hay también otras plantas parásitas, que a su vez utilizan al mata-
palo como soporte y a veces lo cubren por completo. Tales las orquídeas,
bromelias, etc. que se asientan en los nudos que forman las raíces y
trabazones, y las esbeltas lianas que envuelven el conjunto. Estas últimas
pueblan efectivamente las selvas y tienen otra misión más inocente,
cuya descripción detallada nos reservamos para más adelante, ya que
volveremos a hallarlas numerosas veces.
Como en estas cerradas aguas navegables, apenas tiene lugar el
crepúsculo, la noche se nos vino encima súbitamente y tuvimos que
interrumpir nuestro viaje. Casi en el mismo centro de la corriente
echamos el ancla y nos acomodamos en la cubierta lo mejor que pudimos
para pasar la noche. Se sacaron las hamacas, se buscaron los mosquiteros
y no tardó en flamear un alegre fuego, a punto para disponer la cena.
Un silencio inquietante se apoderó de todo, interrumpido sola-
mente por algunas voces animales, entre las cuales, junto al grito del
mono aullador, sobresalía el de la palamedácea, Palamedea Cornuta.
En este concierto animal interviene también el pájaro vaco, hermosa
garza de color castaño ( Tigrisoma Brasiliensis )'? con su voz de tonos
parecidos al mugido de una res. Los criollos designan acertadamente con
vocablos onomatopéyicos a los animales más curiosos, así por ejemplo,
“* pájaro vaco ” por su grito especie de mugido de toro, y a la palamedea
la llaman “aruco” por el sonido sordo que emite de “aruc-aruc
”.
(2)
(Tigrisoma
lineatum).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
Los
mosquitos
nos
molestaron
enormemente,
tanto que
no se
podía pensar
en dormir, aunque a decir
verdad, no intentaba
hacerlo,
puesto que mi único interés
era el cazar unos cuantos
insectos. Diversidad
tan grande
de ellos, no la había encontrado
en ninguna parte; no paraba
ejem-
de abrir cajas y frascos de alcohol, en el afán de capturar nuevos
plares,
que por
otra parte atrapaba fácil sin más trabajo
que el de
extender un pañuelo
blanco.
Los cocuyos,
luciérnagas de unos tres
centímetros
de largo, que en número de a miles vuelan en derredor,
ofrecen un espectáculo delicioso. También más
tarde
hallaremos
estos
insectos
en los
valles
de la Cordillera,
porque
en los
lugares
de vege-
tación
ubérrima,
suelen
encontrarse
por
todo
el país.
Al reanudar nuestro rumbo de madrugada, fuimos gratamente
sorprendidos al doblar un recodo del bosque, con la aparición, inusitada
en ese desierto, de un conuco'* que asomaba a la ribera. ( v. acuarela ).
Arrimamos nuestra embarcación allí, a fin de comprar frutas, huevos y
gallinas, que los propietarios nos cedieron gustosos. Con gran contento
de mi parte, el patrón del barco, me manifestó en medio de muchas
excusas, que íbamos a permanecer allí algún tiempo, debido a unos
negocios imprevistos que obligaban a detenernos. Esta inesperada hol-
ganza me proporcionó el tiempo necesario, para estudiar y coleccionar
algunas riquezas naturales y sobre todo para tomar apuntes de los
paisajes adyacentes.
Creo no equivocarme si fiel a mi propósito inicial, voy descri-
biendo directamente las particularidades y propiedades de la flora y
fauna de este país en su lugar exacto y a medida que se van presentando
en el curso de mi viaje, especialmente en donde su desarrollo se muestra
con riqueza y en número más crecido ; porque aun cuando no pretendo
escribir una obra científica, deseo que el lector se forme una idea, a ser
posible clara, de la vida y el movimiento de este mundo maravilloso
y en cierta manera que, en espíritu sea mi compañero de viaje.
Aprovechando esta interrupción, ruego me sea permitido exponer
algunos detalles, sobre el equipo especial que debe llevar un coleccionista
y un pintor.
Todo debe estar dispuesto de manera práctica y a ser posible
sencilla, a fin de que se encuentre todo a mano y en cualquier momento
esté el material a punto. El morral debe ser listo, sin red alguna e
ideado de manera que tanto las municiones de caza como la botella de
alcohol, tengan un espacio adecuado junto a la infinidad de cajitas y
(3)
Pequeña
parcela
de tierra
cultivada.
45
latas
destinadas
a la conservación de insectos,
nidos, huevos
y otros
objetos. Además
este saco,
debe contener
un recipiente hermético
de
hojalata,
para jabón
arsenical
destinado
a la preparación de las aves,
así como
algodón
y papel para el rellenado
de las pieles
de animales
deso-
llados.
Los fondos
de corcho
que llevan
las
cajitas
destinadas
a contener
los
insectos
y en donde
son provisionalmente
traspasados
por una aguja,
deben
ser
bañados
asiduamente
con
ácido
fénico,
particularmente
si
se
trata
de
hormigas,
ya que
es
el
mejor
medio
para
conservarlos
intactos.
Pertrechado
en esta forma,
el naturalista
viajero
obtendrá
resul-
tados óptimos,
pues es indispensable
que los animales
recogidos durante
el día, en
particular
las aves, se preparen
inmediatamente
en el próximo
descanso,
para evitar
que el calor
los corrompa
e inutilice.
Después
de
el
una jornada dura, no es tarea fácil ponerse todavía a preparar
material
recogido ; pero si se tiene suerte
y se consiguen ejemplares
bellos
y raros, queda
largamente
recompensado este trabajo
y se hace
entonces
con gusto
y cariño.
En el clima grandemente húmedo de las florestas, hay que cuidar
especialmente los utensilios de pintura. Si el costoso y buen papel inglés
para acuarelas no se envolviera adecuadamente y guardara en cañutos de
hojalata, se estropearía en seguida. Además es recomendable usar sola-
mente pinturas inglesas de la mejor calidad, porque la mayoría de las
otras suelen descomponerse con el calor.
Si comparamos un conuco como el que ahora nos sirve de estacio-
namiento, con las haciendas de grandes plantaciones de las zonas culti-
vadas de Venezuela, resulta pequeño, pero no obstante se encuentran
juntas y en la mayor prosperidad toda clase importante de plantas
tropicales de cultivo, y como en nuestra lámina agrupadas estrecha-
mente alrededor de un modesto rancho.
El fruto dorado de los naranjos, deslumbra en tamaño y belleza
poco común ; junto a él, las hojas gigantes de las musáceas, se inclinan
cual alas poderosas. Entre éstas llama principalmente la atención el
plátano ( Musa sapientum ); un sólo racimo del fruto de esta mata
extraordinariamente útil, es tan pesado, que sólo puede cargarlo un
hombre fuerte, y sus frutas de forma semejante a un pepino, tienen a
menudo un pie de largo. Mientras los frutos de las especies más pequeñas,
tienen en completa sazón un sabor excelente, los plátanos sólo sirven
de alimento cuando se fríen o bien se asan al horno.
No puede faltar en ninguna hacienda por pequeña que sea, si bien
casi siempre como único ejemplar, el Crescentia cujete, que ofrece
un aspecto encantador, principalmente cuando sus frutos globosos de
46
color
verde
olivo
que
suelen
alcanzar
un tamaño de unos 25 cms. de diá-
metro, han llegado a
su pleno desarro-
llo. Los
naturales
del país le llaman
“totumo”,
y por
decirlo
así,
este
árbol es el proveedor
de toda la vaji-
lla
y cacharrería
posible e imaginable.
Amarrando
estos frutos de cáscara
delgada
y leñosa, con fuertes atadu-
ras al comienzo
de
su
desarrollo,
adquieren
formas caprichosas, y se
obtienen
de tamaños determinados,
con sólo separarlas
del árbol en dis-
tintas
fases de su crecimiento.
Una
vez
partidos
por
la
mitad,
se
vacía
su
contenido,
que carece
de
valor
alguno
y asemeja
heno
macerado
en
agua
jabonosa;
las
cáscaras
pequeñas
hacen
las
veces
de
cucharas,
las
me-
dianas
sirven
como
vasos,
y las
gran-
des
de
fuentes,
jofainas
y otros
recipientes.
Tan
pronto
se cortan
las
totumas
del árbol,
pierden
su her-
Tronco
bipartido
de Bucare.
color
moso para
verde, reem-
éste
ser
el
por
plazado pardo
a medida
que
se van
secando.
47
cocuyos
en las
totumas,
o sean
las
luciérnagas
grandes
de que
hablé
anteriormente,
insectos
emparentados
con
nuestro
escarabajo
elátero.
Asistí
a varias fiestas
en el interior
cerca
de Carúpano,
donde más
de treinta
farolillos
de éstos con su fuego viviente,
habían
sido suspen-
didos
de los
árboles
y lucían
bellísimos
en
medio
de
las
oscuridad.
El
lechoso,
Carica
Papaya, presenta un aspecto
aun más
agra-
dable que el totumo, pero posee escaso valor ; aunque
su fruto es sabroso,
no
es tan apreciado
como la naranja, piña, caña de azúcar
y otros. Esta
última tampoco falta nunca, incluso en el conuco
más pequeño, e imparte
una
nota de variedad
en el cultivo
general.
Para los moradores
del rancho
la caña de azúcar
es de suma
importancia,
ya que triturada produce
un jugo muy refrescante,
que se guarda
en vasijas
de barro
en las que
no
tarda
en
fermentar
convirtiéndose
en
el estimado
guarapo.
Esta
bebida,
es lo primero
que piden
los viajeros
cansados
y sedientos al
llegar a una hacienda después de
una larga jornada. Las hojas
de la
caña
de
azúcar,
como
también
las
del
eternamente
cultivado
maíz,
son
alimento
de alto valor
nutritivo
para los animales
domésticos.
Los valles
de Aragua,
que se extienden
alrededor
del lago de Valencia,
son los
campos de caña de azúcar más ricos y fértiles
y su explotación se lleva
a cabo en toda forma, como corresponde
a la región que ostenta
hasta
el
máximo exponente,
la representación
de
la actividad
de este
país.
Entre la fértil vegetación
de cultivo, sobresalen
por las
todas partes
humeantes
chimeneas
de las
destilerías
de los ingenios
adyacentes
a
las
plantaciones.
e
e IRA,
, Ss A al
TI
A.
LAMINA IV - CIENAGA EN EL ZULIA.
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Detrás
del
rancho,
como
seaprecia
en nuestra
lámina,
se yergue
a manera de cúpula frondosa,
el mango,
Mangífera
Indica;
sus
frutas
ovoides
de color
anaranjado,
también
de hueso
muy grande,
tienen
la
pulpa
desproporcionadamente
delgada,
y aunque
dulce,
domina
un marcado
sabor
a trementina.
49
insectívoras,
parecen
conocer
a perfección
que ha llegado
el momento
de
hacerse
con
un rico
botín.
Lo que
más atrae
en esta
época,
es la invasión
de innumerables
colibríes
de tamaño
mediano
y color verde
llamativo
y blanco,
que pertenecen
a la especie Florisuga
Mellivora.
Durante
la
florescencia
del
bucare,
ninguna
otra
familia
de
colibríes,
se
muestra
en
tan
gran
número
; a millares
pululan
entre
las
flores
y no
se cansa
uno nunca de observar el juego encantador de estos simpáticos animalitos.
La yuca
se reproduce
por estaca,
o sea, procediendo
a plantar en hilera,
en
grandes pedazos de su tronco, en surcos de un pie de profundidad,
los cuales germinan
las nuevas
matas. Los tubérculos
tiernos
de yuca
son venenosos,
por lo cual
se machacan
hasta convertirlos
en fina papilla
y se exprimen hasta
extraerles
por completo
el jugo nocivo.
Después
de
efectuar
cuidadosamente
esta operación,
se forma una torta
de un centí-
metro
de grueso y se coloca sobre una plancha
de madera o metálica
a secar
al sol,
efectuado
lo cual,
el pan
de los
indios
se da por
terminado.
El cazabe
agrada
poco
a nosotros
los
extranjeros
y podemos
afirmar
que
tomado,
sin
aderezo
alguno,
tiene
un marcado
sabor
a aserrín
hor-
ncado
; en cambio
son
muy
sabrosas
las
apreciadas
“tortillas
”, especie
de pastel
confeccionado
con
dos
delgadas
tortas
de cazabe
sobrepuestas
y untadas
en su parte
interior
con
dulce
de cambur
o de otra
fruta.
(4)
Probablemente
se refiere
al Tucuso
azul (Cyanerpes
cyaneus)
de la familia
Cerébidos
o
- Roehl,
azucareros, E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
(5) Arrendajo cela).
(Casicus - Roehl,
venezolana”.
descriptiva
E.: “Fauna
50
El
conuco
donde
nos
hemos
estacionado,
ofrece
un aspecto
tan
plácido,
que
apenas
se presumen
los
múltiples
ataques
enemistosos
y
destructores
de la fauna
de las florestas
vecinas.
Los ladrones
nocturnos
más
asiduos
y que suelen
cebarse
en los animales
domésticos,
son: el
jaguar,
puma y otros
felinos
menores,
así como también
zorros,
martas,
etc.;
en particular
el puma,
león
de los
criollos,
se aproxima
mucho
a
los
ranchos
y de vez
en cuando
deja
oír
su breve
“U,
U”.
Grandes bandadas de papagayos caen sobre los maizales y acaban
con las mazorcas a su antojo ; pero el peor enemigo de los cultivos es
la hormiga, en todas sus variedades, siendo entre éstas la más temida
y peligrosa la “Bachaco” de casi dos centímetros de largo, porque
irrumpe repentinamente y en masas descomunales incluso en las comar-
cas más cultivadas, asolando jardines y plantaciones enteras. En el
valle de San Esteban tuve ocasión de admirar un hermoso jardín magní-
ficamente situado y cuyo propietario tenía especial interés en el cultivo
de rosas, Una noche tropical de ensueño, a la que el plenilunio daba
claridad de día, gozábamos juntos del aroma que exhalaba su vergel
florido ; el jardín al día siguiente era un yermo, los bachacos habían
pasado aquella misma noche por allí, sin dejar siquiera una hoja
como muestra.
Culebras de todas especies y tamaños, tortugas, ranas y lagartos
están representados en abundancia, entre estos últimos sobresalen las
grandes iguanas que trepan por los árboles. Tuve ocasión de disparar
sobre un ejemplar de metro y pico de largo. Los criollos cuecen los huevos
de estos animales y se los comen con gran apetito.
Finalmente lo que abunda en los cultivos y es en gran manera
molesto, son las garrapatas, minúsculos parásitos que anidan en las
ramas y en las hojas ; se prenden de las ropas y se extienden por todo
el cuerpo sin que nadie las advierta. La comezón se hace pronto insopor-
table y se manifiesta con fiebre de larga duración. Esta plaga solamente
puede aliviarse algo, frotando el cuerpo con aguardiente y a ser posible
tomando un baño bien caliente.
Durante mi permanencia en el conuco, tuve la oportunidad de
atrapar aves e insectos en abundancia, a cual más bello en forma y
colorido, y por la noche me dedicaba a prepararlos, siguiendo fielmente
la observación que hice con anterioridad, de que no debe demorarse
este trabajo si se desea conservar los animales recogidos. Nos habíamos
agrupado alrededor de un fuego vivo que debía protegernos medianamente
de los incontables mosquitos. Los moradores del rancho, seguían mi tra-
bajo asombrados y me acosaban a preguntas pesadas y sin sentido.
Esta última apreciación no sea quizás del todo exacta, pues ¿cómo
s1
esta
gente,
acostumbrada
a vivir bajo el sol tropical,
en medio de tanta
magnificencia,
noso-
puede ser capaz de comprender el valor que para
tros representan todos estos tesoros naturales ?... La
cosa les pareció
pronto
aburrida, tanto es así que algunos echaron mano de la guitarra
y las al
maracas y comenzaron a entonar una canción melancólica compás
de sus
monótonos
sonidos.
Esta música
nativa
no
puede
calificarse
propiamente
de bella,
pero posee el don de emocionar
a cualquiera que
deba oírla en medio de la inmensa
y angustiosa soledad de estas
selvas.
Como refresco se sirvió
guarapo
en el cuenco de una totuma y cuando
el patrón de nuestro
barco ofreció una botella de ron,
que especialmente
los hombres aceptaron ávidos, se enardeció
la sangre
de estos habitantes
de
las bajas tierras
cálidas, ya de por sí inclinados
a tertulias animadas;
apoderóse
calificar
de ellos un alegre desenfreno y un baile que no se podía
precisamente
ni de gracioso
ni recatado,
se prolongó
hasta bien entrada
la noche.
Como en general sucede con todos los habitantes del Zulia, la
sangre de nuestros hospitalarios moradores del conuco procedía a la
vez de varias razas, pero la mayoría era mestiza (mezcla de blanco e
indio ). Entre las mujeres había algunas relativamente bellas, cosa bas-
tante normal, sobre todo si no fluye por sus venas sangre negra.
En avanzadas horas de la noche, subimos a bordo de nuestro
barquito y al romper el alba emprendimos de nuevo nuestro viaje, para
alcanzar, a ser posible temprano, San Carlos. Durante este trecho de
la travesía, se repiten los paisajes fluviales ya descritos, sólo que debido
a las sinuosidades de la corriente, se presentan ahora en continuas
cambiantes, formando ante nosotros nuevas y encantadoras perspectivas.
Hay que señalar ahora la frecuente presencia de caimanes, que
levantan curiosos sus desproporcionadas cabezas por encima del agua ;
en la ribera vimos a unos hombres ocupados en la extracción de un
manatí recién capturado y aproveché la oportunidad de un pequeño
descanso, para sacar un apunte de este animal ya bastante raro aquí.
Pronto aclaró el día y a primeras horas de la tarde llegamos a
San Carlos, meta del presente viaje y punto de partida para mi nueva
salida a través de la selva. En frente de San Carlos y también junto
al río, está Santa Bárbara. Ambos lugares son pequeños y principalmente
se componen de miserables chozas ; pero su significación para el comer-
cio no puede desestimarse, porque aquí tiene lugar el cambio de los
diversos productos y artículos de consumo de la región. Los productos
de la Cordillera, en especial el café, llegan transportados en largas re-
cuas, para ser cargados en los barcos, que ya esperan para conducirlos
a Maracaibo y recíprocamente por el mismo procedimiento, las mercan-
52
cías
que
llegan
de esta
ciudad,
son expedidas
hacia
el interior.
Por esto
reina aquí en medio de las grandes florestas, una animación
y un tráfico
parecidos
a los de Moporo
y La Ceiba, puertos
en el lago
de Maracaibo
y de los de la
cuales arranca un camino que conduce a la parte norte
Cordillera
; en los últimos
tiempos
se ha construído
un ferrocarril
que
de
partiendo de Moporo llega a Sabana de Mendoza, casi a las faldas
la montaña.
En San Carlos conseguí por corto tiempo un tolerable alojamiento
y así pude hacer con tranquilidad los preparativos para el difícil itine-
rario proyectado. Una de las caravanas recién llegadas, ofrecía en
cuanto a cabalgadura y animales de carga, material suficiente para
escoger y no tardé en ponerme de acuerdo con un guía experto y algunos
arrieros. Estos aprovechan gozosos cualquier oportunidad para salir
cuanto antes de “la peste ”, como denominan los habitantes de la Cor-
ATAN
A
Manatí.
dillera
a la región
forestal
zuliana,
y alcanzar
ligero
las alturas
salu-
dables. Ocurre
muchas veces
que algunos
de la
ellos contraen fiebre
cual
llevan
en estado latente
hasta las altas
regiones
montañosas
en
donde
se les manifiesta.
Por lo mismo, el temor
de los habitantes
de la
Cordillera
por las bajas
tierras cenagosas
es extraordinario
y al propio
las
tiempo fundado, porque el cambio de clima es demasiado brusco ; allí
53
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cumbres
aireadas
y frescas,
aquí
el
eterno
y húmedo
calor
de invernadero.
Los
Maracaibo,
comerciantes europeos que han vivido largo tiempo en
no necesitan
temer
tanto
este
clima
pantanoso
de los
bosques
zulianos,
pero no obstante
deben
abandonar
tan pronto
como
puedan
esta
comarca
peligrosa.
Todo lo dicho
no reza para
el viajero
investigador,
que pese
a ello, arrostrará cualquier peligro, estimulado
y atraído por la inago-
table
fuente
de riqueza
y belleza
naturales.
Personalmente
he tenido
mucha
suerte,
ya que
crucé
las
selvas
del
Zulia
cuatro
veces
en direcciones
opuestas
y solamente
me enfermé
en la última,
porque
contrariando
los
consejos
de
mis
acompañantes
permanecí
en
ella
demasiado
tiempo.
En esta oportunidad
y en atención a mi estado
de salud, tuve que
em-
a
prender una vertiginosa y dura carrera a caballo, para llegar pronto
Moporo
; afortunadamente
encontré
asilo en un barco
que no tardó
en
hacer
rumbo lago adentro
donde
mi fiebre empezó
a ceder. En Maracaibo
me repuse
por completo
en poco tiempo.
54
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AS noticias
que
traía
la gente del interior
eran
poco conso-
ladoras.
Las
lluvias
persistentes
habían
hecho
intransitables,
aun los mejores
puntos de los mal llamados
caminos
y más
de
una bestia
de carga se había tenido
que abandonar a su
suerte,
por
todo
lo cual mi guía aconsejó
llevarnos
algunos
animales
más
de
reserva,
de
lo
que
en
verdad
no
hube
de
arrepentirme.
En
estas
circunstancias
es poco halagador
internarse
en la selva y luchar con los
numerosos inconvenientes previstos,
pero el afán
de
investigación
puede
más
que las
reflexiones
sensatas ; así es que después de haber tomado
todas las
providencias
y medidas
del
caso
posibles
e
imaginables,
em-
prendí
mi viaje lleno de optimismo
en su feliz desenlace.
y
en parte
revestidos
de frondosas
y tupidas enredaderas
que le dan
un
una
remoto aspecto a antiguas fortalezas ; acá y allá yergue su copa
que
otra palmera,
o alguna despojada
rama solitaria,
marca
su
línea
en el cielo
mientras
las tillandsias
( Barba
de palo ) que penden
de ella
se mecen
ligeramente
en el aire.
Penetramos en la floresta avanzando en fila, porque el sendero
era angosto, si bien cerca de la aldea no puede decirse que fuera del todo
malo. La “ tropilla ” caminaba silenciosa, solamente de vez en cuando
el hombre que encabezaba la hilera, emitía una voz de alerta para que
nos detuviéramos en algún sitio ancho, con el fin de dar paso a alguna
recua que nos venía al encuentro, o a la recíproca, donde pudiera ésta
arrimar sus animales al matorral, para dejarnos el camino expedito.
Apenas nos alcanzaba un rayo de luz, pues nos cubría una tupida
bóveda vegetal y tampoco tardamos en empaparnos de agua, debido al cons-
tante roce con ramajes, que por todas partes la regaban sobre nosotros.
Son las primeras horas de la tarde y reina una absoluta tranqui-
lidad, el bosque por decir así, está dormido... ¿Dónde están sus incon-
tables moradores ; dónde están las voces de las innumerables aves,
dónde la legión de insectos, que pueblan estas comarcas ?... Pronto se
va a solucionar este enigma. A medida que la tarde avanza, empieza
a notarse movimiento en nuestro derredor y en los amplios claros por
donde penetra la luz, más de un morador plumado del bosque comienza
a mostrarse.
Entre tanto nos vamos acercando más a las dos grandes lagunas
ubicadas en el sur, la Ciénaga del Chama y la Ciénaga de Onia. El ca-
mino se torna mojado y pantanoso, casi se ha hecho impracticable,
porque el constante tránsito de acémilas ha ido formando terraplenes,
entre los que se estanca el agua arrastrando residuos de matas y for-
mando barro. Los pobres animales metidos en el fango, tienen que ser
a menudo aligerados de su carga. Algunos parecen conocer el peligro
y tratan de arrimarse todo lo que pueden a la espesura, pero a veces
con poca fortuna, porque quedan enredados en la maleza sin poder pasar
hacia adelante ni hacia atrás, siendo forzoso el desensillarlos.
58
molestias,
volver
a colocar
la carga
en sus
lomos,
y a poco
la situación
es la misma. Después de tantas fatigas, saluda el viajero con franca ale-
gría los trechos
de caminos espaciosos y secos y de buen grado se dispone
a disfrutar de su bien ganado descanso. Esta es la razón por la que
también nosotros
hicimos
un breve
alto,
en un paraje
notoriamente
favorable.
Ahora los rayos suaves del sol de la tarde han logrado fil-
trarse por la espesura y puede apreciarse
el género de vida que impera
aquí. El naturalista se siente de veras en medio de la fauna y flora
más grandiosas.
En los bordes de los charcos y especialmente en los
sitios secos donde se han acumulado excrementos de animales de carga,
incontables
masas de mariposas, preponderantemente
rojas, ora se apo-
sentan, ora aletean
por el aire. Entre éstas
llama poderosamente
la
atención mientras
va describiendo
en su
vuelo
grandes
arcos,
cierto
macrolepidóptero
azul.
Aunque al
cruzar
estos
puntos
espantábamos
a muchas de estas
mariposas, otras veces
nos
veíamos
envueltos
en
espesas nubes de ellas.
(1) Guacamayo
rojo
(Ara
chloroptera).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
(2)
- N. del
Loros,
T.
59
bien
ahora
las
experiencias
adquiridas
anteriormente,
durante
las noches
que
pasé
en los
bosques
montañosos
de
Caripe
y mucho
antes
en
la
provincia argentina de San
Luis.
Comenzamos
primero
a limpiar
el
sitio
con
ahinco.
Bajo
la
furia
de los
machetes
— cuchillos
de
montaña,
a manera
de sables
— fueron
cayendo
árboles
delgados
y arbustos, a fin de lograr
en lo posible
un
espacio
suficientemente
ancho donde acampar.
Luego desensillamos
las
cabalgaduras
y el equipaje
fue
reunido
y cubierto. Para
su
propia
seguridad
amarramos
bien nuestros
animales,
de forma que no pudiesen
llegar
a los charcos
cenagosos,
porque
el beber estas
aguas
les perjudica
grandemente.
Por esta
razón
debían
contentarse
con el jugo
de las hojas
de
caña de azúcar y el maíz, que por precaución habíamos
traido con nosotros.
No nos pusimos a descansar, sin antes haber abastecido largamente
a nuestros animales. También recogimos suficiente madera lo más seca
posible, para la hoguera que debíamos encender en breve y preparamos
todo lo necesario para pasar la noche. Reparamos nuestras fuerzas con
provisiones que llevábamos y una botella de vino que compartí since-
ramente con mi gente, pues tengo como norma en esta clase de viajes,
repartir todo lo que llevo con mis acompañantes ; esto conforta y en
esta gente en general de carácter bondadoso, despierta apego y cariño.
Nuestro modestísimo ágape hubo de ser enriquecido con un plato de
entrada, como no puede darse mejor en la mesa más suntuosa de nuestra
patria. Una bandada de crácidas se posó casualmente cerca de nosotros,
pensando seguramente pasar la noche en las copas de los árboles, Conseguí
derribar una de estas aves de un certero tiro; era un paují ( Pauxi
galeata ), una de las más bellas y mayores especies de hocos extendidas
por toda la América tropical. La carne de estas gallináceas es tierna
y extraordinariamente sabrosa, de modo que la caza de las mismas se
lleva a cabo con asiduidad, si bien con mucha cautela y paciencia, porque
estas aves son muy precavidas y recelosas.
Por prudencia encendimos dos hogueras más, a causa de la fre-
cuente presencia de jaguares. —“* Hay muchos tigres aquí "— exclamaban
mis acompañantes, tal como llaman en el país al jaguar. Los criollos
temen mucho al “tigre cebado ” porque especialmente aguijoneado por
el hambre o bien en propia defensa también ataca al hombre consiguiendo
muchas veces su muerte.
Al iniciarse el rápido y repentino crepúsculo tropical, que todavía
nos ofrecía efectos magníficos tiñendo de rojo la cima de las copas
arbóreas que el sol en ocaso iluminaba con sus últimos rayos, tendimos
nuestras hamacas y tomamos todas las providencias necesarias para la
60
vela
nocturna,
a cuyo
efecto esta-
blecimos
unos
turnos.
Si durante
el
día el panorama
circundante
ofrece un
aspecto pintoresco
y ex-
traño, por la noche al resplandor
de
las llamas de las hogueras,
ad-
quiere
proporciones
fabulosas. Las
plantas
próximas
resaltan
de la
negra
profundidad
del bosque por
su brillo
rojo vivo ; las palmeras,
los
bejucos y las grandes hojas
de
las
heliconias,
adquieren
formas
quiméricas
que ayudan
a la fan-
tasía hasta
exaltada el
máximo,
a imaginar
toda
clase
de figuras
caprichosas
al
menor
movimiento
de
los
árboles,
motivado
por
el
aire
o el
paso
de cualquier
animal
trepador
noctámbulo.
El más mí-
nimo
ruido
excita
nuestra
atención
y aun cuando
nos vence
el cansan-
cio,
dormimos
por
así
decir,
en
estado
consciente,
con
el ojo
y
el oído
alerta
a
cualquier
fenó-
meno nuevo.
En primer
lugar el centinela
nocturno
debe
extremar
la vigi-
lancia
de caballerías,
las porque
éstas se ven atacadas
por los mur-
ciélagos y sufren mucho cuando
estos animales hincan los dientes
en su piel para chuparles
la sangre.
La familia de los vampiros
filósto-
Candelero. mos (Phyllostoma)
son
los más
temidos entre los hematófagos
y
están extendidos
por casi toda la
América
del
Sur.
Hoy
prevalece
la opinión
de no ser
las
heridas
que
causan,
tan
peligrosas
como
se creía
en un principio,
por
lo menos
no sé de caso
ninguno,
en que
haya
muerto
un mulo
o caballo
por
este
motivo;
pero
sí acontece
que
estos
animales,
si han
sido
desan-
61
grados
más
de una
vez
por
los
vampiros,
a causa de la
pérdida
de
sangre se debilitan mucho, hasta el punto a veces
de quedar inútiles,
como
ocurrió
a uno de mis animales.
A pesar
de
muchas
aseveraciones
contradictorias,
los
filóstomos
no se arriesgan
con
el
hombre,
mas
como
se dan
igualmente
en
aldeas que en ciudades, penetran
en las habita-
ciones
llegando
a veces a rozar
con
sus alas
a los durmientes.
Sin
embargo durante
mis
largos
años
de residencia
en Venezuela,
ni un
solo
caso se presentó
en que efectivamente
un hombre
fuera
atacado
por los vampiros.
En América del Sur existen gran variedad de géneros
y especies hasta-
de murciélagos autóctonos, entre los cuales Phyllostoma
tum” es el más grande; encontré un ejemplar de éstos particularmente
hermoso,
en mi habitación
de San Esteban
y cuyas alas tenían
60 centí-
metros de envergadura.
Entre
los
muchos
sonidos
animales, llama poderosamente
la aten-
ción la voz llorona
del cercoleptes,
muy abundante
aquí. Acostumbran
a deslizarse quedamente por las copas de los árboles en busca de pajarillos
dormidos
y al parecer cuando se
disputan el botín, dejan oir su voz
lastimera. El cercoleptes ( Cercoleptes caudivolvulus )'* tiene el tamaño
de un gato grande, su cuerpo es de una longitud de 40 cm., pero parece
mayor a causa de la larga cola, que por sí sola tiene unos 45 cms, Su
cuerpo es alargado
y de constitución
algo pesada, su piel suave es de color
gris
amarillento y en ejemplares
viejos casi amarillo ocre ; como plan-
tígrado legítimo,
en sus movimientos
y aspecto se asemeja
mucho a los
verdaderos
osos. Los criollos en general le llaman '“* cuchi-cuchi ” y es
muy estimado por su viveza y evidente gracia; como es muy manso y fácil
de domesticar,
se le encuentra
en muchas casas de familia.
Por mi parte
llevé en mi último
viaje un cuchicuchi
hasta Maracaibo y desde allí me
acompañó
también hasta Alemania y quizás todavía se aloja en el Acua-
rium de Berlín.
El animalito
se había acostumbrado
tanto a mí, que com-
prendía todas mis palabras y constantemente quería estar a mi lado.
Durante
la
larga
travesía
del
océano,
nos
entretuvo
mucho
con
sus
gracias
y habilidades,
en
tal
forma
que
no
tardó
en
ganarse
la
simpatía
de
todo
A eso de la media
noche estuvimos
un gran
rato
envueltos
en
un
silencio
sepulcral
y también
yo fuí pronto
dominado
por
el sueño.
Pero
la tranquilidad
no debía
durar
mucho,
porque
súbitamente
hirió
el pasaje.
(3)
El falso vampiro
de lanza (Phyllostomus
hastatus).
El vampiro
espectro
(Vampyrus
spectrum)
es el más grande
de los filostómidos.
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
(4)
(Potos
flavus)
llamado
también
oso - Idem.
melero.
62
mi oído un ruido peculiar y simultáneamente
nuestro centinela irrumpió
hacia mí en un grito ahogado: “El tigre”!...
Como electrizados
nos
incorporamos
y tomando nuestros fusiles nos pusimos
en guardia para
la embestida. Al principio
no lográbamos verle y sólo un breve gruñido
nos indicaba el camino que furtivo
tomaba el felino
hacia nuestro campa-
mento. Sólo
podíamos verle
parcialmente,
cuando pasaba
por
trechos
que el resplandor
del fuego iluminaba.
En un punto, sus ojos centellearon
con la rapidez del rayo, lamentablemente
de manera tan fugaz, que no
me atreví a disparar por no estar seguro
en herirle de muerte, circuns-
tancia que debe tenerse siempre presente, porque el jaguar herido sólo
levemente, favorecido por la oscuridad se escabulle fácil y un segundo
ataque por parte
de éste es casi seguro.
Después de rondar varias veces
el
lugar donde estábamos acampados,
desapareció de la
misma forma
que había venido.
(5)
En
español
el original.
63
significa
que
alcanzaremos
rápida
y
felizmente
nuestra
próxima
meta
y
en efecto
no está
muy
lejos
el peque-
ño caserío
que
debe albergarnos
en
nuestro
primer
día
de
descanso,
el
cual
pienso
aprovechar
para
inves-
tigar
los
alrededores
y coleccionar
los
animales
que
se me presenten.
El alba,
comparada
a la noche
bochornosa,
es también
aquí
fresca
y agradable,
por lo tanto nos equi-
pamos
temprano para la partida, a
fin de poder dejar tras de nosotros
Segmentos
de bejucos
diversos.
el mayor trecho
posible,
antes de
que el sol enviara
sus ardientes
rayos.
El camino
continúa
siendo
difícil
y trabajoso,
pero
ahora
es
más
ancho, algo más firme
y se puede
avanzar
más.
Durante
esta jornada
fuí de nuevo
víctima
de una plaga
de mos-
quitos, los cuales haciendo caso
omiso del pañuelo
con que
pretendía
cubrir
mi cabeza
y mi rostro, se introdujeron
por todas
partes
inclusive
dentro
de los
orificios
de mi nariz
y de mis orejas.
Para
colmo
de desdi-
chas
tropecé
por
descuido
con
un
bejuco
poblado
de
orquídeas
y bromelias,
residencia
favorita
de
cierta
clase
de hormigas
y la sacudida
precipitó
una
solemne
ducha
de estos
insectos
sobre
mí,
que
no tuve
otro
remedio
que
desmontarme
y ayudado
por
mi
gente
ahuyentar
con
paciencia
esta
nueva
plaga.
Mis
aspavientos
produjeron
gran
hilaridad
entre
mis
acom-
pañantes
y en
efecto
pueden
reírse
con
ganas
ya que
a ellos
no
les
afectan
LAMINA V - FLORA SELVATICA.
tanto
los
ataques
de
estas
plagas
tropicales,
porque
el
tiempo
les
curte
la piel y la hace menos sensible a las picaduras, mordeduras,
etc.
Algo muy interesante es observar a las hormigas viajeras, cuando
en columnas interminables van avanzando en busca de nuevo campo
para sus actividades devastadoras. En una gira por las montañas de la
Costa de Carúpano, tropecé inopinadamente con una de éstas. Iba yo
tras la voz de un ave extraña, cuando vi de pronto una nube de pajarillos
que volaban diligentes, remontándose y descendiendo con rapidez ; tuve
la suerte de cazar uno de ellos. Cobrando la pieza me hallé de impro-
viso en medio de una procesión de hormigas y dí con toda mi alma
gracias a Dios, al salir ileso de ella. Es imposible dar una idea exacta
de la enorme masa de estos insectos que forma uno de estos intermi-
nables desfiles, En algunos sitios si la disposición del suelo lo permitía
tenían de 3 a 4 pies de ancho; si se presentaba algún obstáculo, la
columna se dividía para reunirse otra vez y formar de nuevo la vía
principal. Junto a ésta, se puede observar sin peligro el paso de estos
insectos. Casi cada hormiga carga una hojita, quizás la provisión de
viaje; a muchas de ellas se las ve retroceder para recoger la carga
perdida, mientras que otras tratan de hurtar el botín a alguna propietaria
feliz. Aunque la enorme caravana circulaba relativamente de prisa, no
pude ver el final a pesar de una larga espera.
65
es
fácil
construir
una
verdadera
cabaña
con
sólo
formar
un
techo
con
lianas
y palmas.
66
A la par que hacen
al hombre casi inaccesible
la selva, sirven
de vehículo
a monos y demás animales trepadores,
facilitándoles
el paso de árbol en
árbol, e incluso les transporta
por
encima de las corrientes
de agua.
Como la mayoría de las trepadoras,
se elevan
mucho en
busca de luz
y por lo tanto sus hojas y flores se desarrollan
sobre las copas de los
árboles,
siendo difícil
admirar
su belleza. Las flores más hermosas
de
estas especies,
se encuentran
y aris-
entre las bignoniáceas, pasifloráceas
toloquiáceas,
las cuales no remontándose
tan alto, se esconden menos
a nuestras miradas y nos fascinan
por la magnificencia
de su forma
y su colorido.
A medida
que
nos
vamos acercando a “ Caño del Padre
”, lugarejo
poblado
por unas
pocas
y miserables
chozas,
el camino
se ensancha
permitiendo
acelerar
el paso, circunstancia
que
aprovechamos,
tanto
más
cuanto la ansiedad por alcanzar
el claro
próximo
era muy grande ;
desde
allí debían
divisarse
las cumbres
de la ya cercana
Cordillera,
en
toda su hermosura. Sentí no poder saciar
mi anhelo de contemplar ese
panorama
atractivo y estupendo, porque caía una densa e impenetrable
niebla
de
sobre la selva que se extendía ante nosotros y detrás la cual
debía
hallarse
la Cordillera.
La minúscula
población
se hallaba
muy
animada
con
motivo
de
la reciente
llegada
de varias
“'tropillas
” de
acémilas cargadas de café,
procedentes
de la Cordillera. Los cultivos
son
idénticos
a los
que
vimos
junto
al
río
Escalante,
sólo
los
campos
difieren
en extensión
; pese
a la selva
virgen
que
los
ciñe
cada
vez
más
son
aquí
notablemente
más
grandes.
67
elevados
como
Caracas,
Valencia
y Betijoque
en
la Cordilera,
lugares
que
hasta
el presente
siempre
se habían
considerado
inmunes.
Un azote
más
temido
que
las
distintas
fiebres
es
la disentería,
que aparece
con
mortal.
mucha frecuencia y aunque a veces con lentitud, llega a ser
El mejor
medio
para
preservarse
de las
enfermedades
tropicales,
es
el llevar una vida prudente y metódica.
(6)
(Alovatta
- Roehl,
ursúa). E.:
“Fauna
descriptiva
venezolana”.
68
acercando.
Hasta
la fecha
se conocen
en
Venezuela
como
veinte
especies
distintas
de
simios,
entre
las son
cuales más
frecuentes
la de los
monos,
variedad
más
pequeña
que
la
citada
anteriormente,
y la
de
los
monitos
capuchinos
( Cebus capucinus
).t"
(7)
Mono
capuelino
o machango
(Cabus
apella).
- Idem.
Idem.
(8) (Tagassu pecari). - Roehl, E.: “Fauna descriptiva venezolana”.
69
También
puede
acontecer
otras veces,
que uno
tropiece
con
algún
avispero
oculto
y en un santiamén se desparrame un enjambre
compuesto
por miles
de sus habitantes.
Estos animales
importunos
de unos
tres
centímetros
de largo, se denominan
en el país “ pegones ”, vocablo
que
deriva
del verbo
pegar.
En verdad,
se adhieren
al cabello
y la barba
y se deslizan por debajo de las ropas hasta llegar
a la piel. No suelen
picar
como
acostumbran
nuestra
avispas,
más
bien
rascan
o cosquillean
como
las
hormigas.
Entre las innumerables especies de serpientes que hay aquí, son
relativamente pocas las venenosas y puede decirse que, con algo más de
atención, fácilmente podríamos protegernos de ellas mejor de lo que
suele hacerse. Entre las más peligrosas se cuentan la cascabel ( Crotalus
durissus )'* y la mapanare ( Lachesis mutus ),” mayor que la anterior.
La primera, animal indolente, me sorprendió alguna vez en el bosque,
mientras me hallaba interesado en algún pájaro raro o algo parecido,
y me asustó con su cascabeleo. Si el espesor de la maleza lo permitía
o no presentaba un obstáculo insuperable, se le daba naturalmente el
golpe de gracia con rapidez. La cascabel, no se encuentra sólo en las
tierras bajas ; en las montañas de la costa de Caracas, la he visto
más de una vez en alturas de 1000 a 1500 metros.
Una culebra muy linda aunque pequeña, es la coral ( Elaps cora-
linus ),0* que ostenta en el rayado de su piel, los colores nacionales
— negro, blanco y rojo— de Alemania y que con frecuencia se desliza
hasta las viviendas. Es también venenosa, pero no debería ser tan
temida como es, porque se puede reconocer fácilmente por su colorido
vistoso y llamativo.
Como indeseable huésped, suele presentarse también a veces, la
muy venenosa Typhlops lumbricalis, o sea la culebra terciopelo,”
nombre
vernáculo.
Con
frecuencia
ofidios los
más
grandes,
aunque
no venenosos,
suelen
dar
más trabajo
y asustan
más,
por ejemplo
la Boa constrictor,
llamada
popularmente
“traga-venado
”,*
y que no pocas
veces
cruza
(9)
(Crotalus
terrificus).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
(10) (Lachesis muta). - Idem. idem.
(11)
(Micrurus
corallinus).
- Idem.
idem.
(12)
atrox).
Macagua o tigra terciopelo (Bothrops - Idem. idem.
El original
reza:
“die
nicht giftige
Sammetschlange”,
creemos
se trata
de una errata.
Y en lugar
de “nicht”
debía decir
“sehr”,
N del T..
(13) Tragavenado o macaurel (Constrictor constrictor). - Roehl, E.: “Fauna
descriptiva
venezolana.
70
el sendero
del
cazador
en las florestas,
particularmente
en los parajes
secos.
Durante una excursión
por los oquedales
de Carúpano,
uno de
mis acompañantes
trataba
de
dar
caza
a
una
boa,
que súbitamente
había comparecido ante él. La espesura
selvática, debilitaba los golpes,
pero
no obstante
pudo
atraparla
por
la nuca.
Acto seguido
el
gran
ofidio,
mientras con la cola se asía a un tronco, con su grueso y repug-
nante
cuerpo había comenzado a enroscarse en el del hombre.
Como afor-
tunadamente estábamos a poca distancia,
pudimos percibir los gritos del
pobre hombre,
aunque no sospechábamos
la causa. Corrimos hacia
el
lugar donde el infeliz
se debatía
con su
atadura,
llegando afortuna-
damente
a tiempo de salvarle,
cortando la cola del reptil de un machetazo.
Solamente
unos minutos más tarde hubiéramos
encontrado a este hombre
tan fuerte,
con las costillas
completamente
trituradas.
(14)
(Oxibelis
acuminatus).
- Idem.
idem.
71
que
nos
fue
posible
y nuestros
esfuerzos
no tardaron
mucho
en verse
recompensados.
Hacia oeste esclarecía paulatinamente y por algunos claros se
podía ver el cielo. —“* Ahí esta el caño ”— , exclamaron mis acompañantes.
Pronto percibimos algunas voces de aves, que nos llegaban desde allí.
Era una escena nueva la que se ofrecía ante nosotros, el contraste de
dos paisajes contiguos. Todavía las esbeltas hojas de las heliconias
ocultaban en parte el panorama, pero no tardó la laguna en aparecer
ante nosotros, aunque parcialmente debido a que la circundan fron-
dosas y espesas florestas, detrás de las cuales emerge a lo lejos y hacia
el suroeste, el potente muro de la Cordillera (véase acuarela ).
Asombrado
y lleno de admiración,
paseé la vista tranquilamente
por los alrededores,
con la emoción
profunda
de
este
panorama
mara-
villoso
y resplandeciente
de sol, de la hermosura
de sus plantas tropi-
cales,
de
los
picos
nevados
en último término,
todo lo cual se apreciaba
más
después
de
la marcha
fatigosa
a través
de la oscura
y húmeda
región
forestal.
Mas ¡ah! qué
efímera toda esta pintoresca magnifi-
cencia
es!... Cuando
la
sequía
es persistente y el agua se agota,
reemplaza
a ésta una gruesa alfombra vegetal que cubre el reluciente
espejo
que tenemos ahora ante nosotros ; en el suelo pantanoso de la
laguna
nace como por encanto un nuevo bosque que se une a la selva,
entonces
desaparece
el
horizonte
y
se
convierte
en
uno
de
tantos
lugares
semioscuros
y llenos de fango, como los que acabamos de dejar.
(151
Garza
paleta
(Ajaia
- Roehl,
ajaja). E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
72
LAMINA
VI - SENDERO
EN LA CORDILLERA.
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Acostumbra
a encontrarse
aquí
siempre
solitaria
y abúlica la
gigantesca
cigiieña
( Mycteria
americana
) “9% y la cigiieña
(Ciconia
ma-
quari ), algo
parecida
a las nuestras,
forma
en algunos
sitios
verdaderas
hileras.
Muy pocas
veces
falta
en esta sociedad
de zancudas el gabán
( Tantalus
loculator
).07
(16)
Garzón
(Mycteria americana).
- Codazzi, A.: “Geografía
de Venezuela”.
Coincide con
el autor en que esta ave vive solitaria,
- Roehl, E.: En su “Fauna descriptiva
venezo-
zolana,
le llama Garzón soldado (Jabiru mycteria)
y no dice
que viva
sola, sino
más
bien lo contrario
en grupos de a cientos.
(17)
Codazzi, A.: Geografía
de Venezuela. - Roehl, E.: en su “Fauna descriptiva
venezo-
lana, da el nombre científico de Mycteria
americana
al Gabán.
(18) Gallito de laguna (Jacana spinosa). - Roehl, E.: “Fauna descriptiva venezolana”.
(19) Llamado también “pájaro soldado” (Phoenicopterus ruber). - Roehl, E.: Idem.
(20) Garza - Idem.
morena. idem.
73
También
lleva
vida
solitaria
como
he podido
observar,
el notable
pájaro
cuchara
( Cancroma
cochlearia
)'?”,
aunque
de ningún modo se cuenta
entre
los
pájaros
raros.
De vez
en
cuando
aparecen
diversidad
de fúlicas,
patos
y otras
aves,
especies
de chochas y sisones,
las últimas
de las
cuales
en grupos
de
treinta
o cuarenta
individuos.
Su agudo
silbido
sobresale por encima de otras muchas voces
de pájaros.
No está representado en menor escala el mundo de los insectos.
Magníficas mariposas e incontables libélulas columpian sobre el agua,
sus variados colores.
Esta región pantanosa perennemente húmeda, es también lugar
de residencia del tapir?”. Quiso el azar que pudiéramos también con-
templar uno junto a la laguna. De vez en cuando se deja oír un chapo-
teo en el agua. Son los llamados cerdos de agua o chigiiiros. ( Hydro-
choeros capybara )'?% que al parecer huyen despavoridos del jaguar
que los acosa; pero ignoran que corren hacia otro peligro nuevo,
en el agua les acechan los voraces caimanes y su alternativa, como
la gente del país observa fatalmente, es ser devorados en todas partes.
Este animal es el mayor roedor que existe y está distribuido por toda
la América del Sur, así como también el colpú, llamado “perro de agua”
( Myopotamus coypus )'** algo más pequeño que aquél.
Resulta aquí muy difícil, poco menos que imposible, cobrar las
piezas de aves cazadas, tanto más, cuanto no disponemos de embar-
cación ninguna y de otra forma nos hundimos en la ciénaga a cada rato.
Tenemos por lo tanto que ceñirnos a cazar en las riberas de la laguna,
lo que es muy fatigoso. El efecto que causa un disparo entre la fauna
que puebla estas soledades es muy distinto al de otras comarcas donde
la escopeta del cazador se deja oír más a menudo. Muchas aves no se
mueven de sitio, otras emprenden el vuelo, permanecen un rato dando
vueltas como si indagaran las causas extrañas del estampido y luego
regresan a su punto de partida. Observé muchas veces, cómo algunos
pájaros que habían pasado de largo, regresaban cuando en el bosque
que parecía desierto, sonaba un disparo.
(21) (Cochlearius
cochlearius)
- Roehl,
E. Idem.
(22)
(Tapirus
terrestris)
llamada
también
Danta
o Anta.
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana,
(23) El autor
se refiere
al “chigúiro”
(Hydrochoerus
hydrochaeris)
(Roehl),
Conocido tam-
bién con nombres
los de “Capibara”
y “Carpincho”
en otros países,
(24) A. Codazzi. “Geografía de Venezuela.” - “En la Fauna descriptiva
venezolana”
de
Eduardo
Roehl,
aparece
con
el nombre
de “nutria”
(Pteronura
brasiliensis).
74
Nuestra
permanencia
aquí,
brindaba
a cada
rato
un espectáculo
nuevo
e interesante
y de buen grado
la hubiéramos
prolongado,
si el
tiempo
prescrito
para
nuestro
regreso
no hubiera
sido apremiante.
¡ Una
última
mirada
sobre
la laguna,
sobre
la Cordillera
de picachos
nevados
al fondo
y otra vez
la oscuridad
de la selva '! Enriquecidos
con
un
bagaje
de
impresiones
nuevas,
y renovados
algunos
recuerdos
de
experiencias
pasadas,
buscamos
alojamiento
donde
pernoctar.
En el pequeño nido reinaba una actividad inusitada. En una
choza contigua a la nuestra, se celebraba un “ velorio ”, al cual fuimos
invitados amablemente, particularmente yo. Aunque muy fatigados, no
podíamos de manera alguna excusarnos, porque lo toman a mal y lo
consideran una injuriosa falta de interés. Priva la costumbre, de celebrar
la muerte de un niño, con festejos y baile —, «se trata sólo de un “ange-
lito”»!... Al llegar nosotros, la alegría se había desbordado ya. La
choza techada con palmas y hojas de plátano, estaba formada en su
mitad anterior, por un espacio abierto a todos lados, el fondo del cual
se hallaba claramente iluminado. En esta parte se mecían hombres y
mujeres a los compases de una danza lenta, que acompañaba una monó-
tona melodía de guitarras y maracas, mientras algunos cantores impro-
visaban canciones dedicadas al “angelito ”.
La pared del fondo estaba adornada en su totalidad con plantas
y en el centro sobre un pedestal a guisa de altar, yacía el pequeño
cadáver cubierto de flores y alumbrado por un semicírculo de velas.
El conjunto estaba aderezado con mucho gusto, cosa no muy difícil
aquí por la abundancia de elementos vegetales decorativos. Las enormes
hojas flabeliformes de la “* palma de vino” cubrían la pared del fondo.
En la parte inferior, algo apartadas de la misma, se inclinaban otras
palmas en forma de abanico, entre satinadas hojas de heliconias que
lucían su maravillosa floración roja; guirnaldas tejidas con bellísimas
orquídeas, cruzaban la parte superior de la estancia en todas direcciones
y a su vez, pendían de éstas, otras formadas con plantas de hojas deli-
cadas cuyos extremos inferiores estaban dispuestos a modo de lámparas.
Completaban la belleza del conjunto, grupitos de palmas enanas (Bactris)
atadas con bejucos a las guirnaldas.
Por seguir la costumbre encargué unas velas y una botella de
“ anisado ” (aguardiente de caña ); gesto que agradecieron inmedia-
tamente con una canción en la que me deseaban toda clase de augurios
para mi futuro. Estos eran expresados concretamente, como suelen en
todo el país, y adecuados al concepto, no muy comprensible para ellos,
del objeto de mi profesión. Así decían : —«Que el blanco “curioso ”
at
-=]
tenga
mucha
salud
que;
halle
muchos
pájaros
bellos;
que
pinte
lo que
le venga
en gana
; que
encuentre
su novia,
si es que
no la tiene
; etc».
Cuanto
más se iba
escanciando,
más se cantaba.
76
tronco
alto
y esbelto,
es gris blancuzco
y sus palmas
flabeliformes,
alcan-
zan
una longitud
de 10 mts. o más. Sus lacíneas
notablemente
largas
se mantienen
erguidas sobre los pecíiolos
que apuntan
hacia lo alto,
y
están
irregularmente
doblegados
en sus extremos,
detalle
que contribuye
a realizar
la elegancia
pintoresca
del copete.
(25)
Chaguarama.
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CAPITULO
IV
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+ JAVORECIDOS por
el tiempo,
íbamos
adelantando
bastante
] bien, La vegetación del bosque
se mostraba
de nuevo muy
mezclada.
Por la mañana
percibimos un grito lastimero
y
peculiar
en el que reconocimos
inmediatamente
la voz
de
“la pereza”,
Según afirmaban
mis acompañantes,
probablemente
este
animal
había terminado
por completo
de despojar
un yagrumo
devorando
sus hojas
y se sentía perezoso
para encaramarse
a un segundo
árbol.
Después
de breve
búsqueda,
dimos por fin con este torpe
ser. El delgado
tronco del yagrumo
(Cecropia
peltata) fue derribado
y sin dificultad
al--
guna,
pudimos
apoderarnos
del animal que nos miraba
indiferente.
Para
cargar
con
él,
lo
instalamos
sobre
un
mulo
entre
dos
bultos,
mas
pronto
debí
arrepentirme
de ello,
por las malas
consecuencias
que trajo.
No ha-
bíamos
tenido aún tiempo
de regocijarnos
de su captura
y de su fácil
aco-
modo cuando al reanudar
el camino
la acémila
que transportaba
la pereza
se encabritó
de repente
y arrancó en un galope desenfrenado,
quedando
enredada
en un bejuco que afortunadamente
detuvo
su carrera
y allí
le dimos alcance
mientras
trataba
de desembarazarse
tirando
hacia
todos
lados. La pereza había hincado sus largas y puntiagudas
garras
en
el cuello
de la pobre “mula ” y esto le causaba
tremendos
dolores.
(1)
Bradypus
tridactylus.
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana.
81
Procuramos
ayudar
al espantado
animal
y solamente
después
de mucho
trabajo
y cuidado
pudimos
liberarlo
de sus lazos,
así
como también de
las agudas garras de su verdugo. Con la
consabida pérdida
de
tiempo,
pusimos
nuevamente
el equipaje
en orden
y a fin de que
el contratiempo
no
se
repitiera,
dí
libertad
a la
pereza,
deseando
se
instalara
en
el
primer
árbol
que encontrara
a su gusto.
En la
región
cálida
las
perezas
no son
raras
y siempre
las encontré
sobre
yagrumos,
cuyas
hojas
al parecer
son
su único
alimento
en la selva.
82
“* tengo
cachicamos
”*” (tengo
armadillos
), palabras
que me infundieron
una
agradable
esperanza, pensando
ya
en
un
sabroso
asado
para
la
cena.
Efectivamente,
su mirada
experta,
había dado con la boca de una
madriguera,
donde suelen
refugiarse
durante
el día estos animales
y
había logrado
apoderarse
de un par de ejemplares
grandes y hermosos.
monta-
En otras ocasiones, especialmente cuando permanecí en las selvas
ñosas de Caripe, junto a los
indios
chaimas, con el
fin de descubrir
otras
cuevas de guácharos,
me había
mantenido
semanas
enteras
de
armadillos
y puedo afirmar que su carne es de sabor parecida
a la del
cerdo. Hay en Venezuela algunas especies de
estos animales y la mayoría
de ellas
puebla
las
altas
montañas.
Además
del
armadillo,
el cazador
puede hallar también otros animales
de carne sabrosa
y suculenta, tales
como diversas
clases de “'agutíes
”!% y la paca ( Coelogenis
paca )'"
mucho mayor que los anteriores
e igualmente roedor, aunque de com-
plexión rechoncha
y naturaleza más
indolente
que
los
acures,
Suele
permanecer
ésta durante el día en su madriguera, que se halla gene-
ralmente
entre las raíces
de los árboles
y en donde es fácil capturarla.
En Venezuela se la llama “lapa” y su carne es apreciada como bocado
exquisito.
Entre las
diversas
especies
de gallináceas
y palominas que
pueden encontrarse
aquí, la más notable es la del género
Crypturus,”
de carne delicada
y sabrosísima.
Procuro en lo posible no servir de estorbo a log múltiples indi-
viduos de esta rica fauna, que inocentemente van mostrándose, ora el
uno, ora el otro sin cesar. Aunque el afán primordial del coleccionista,
es tratar de adquirir todo lo que todavía no tiene, en la mayoría de los
casos sin embargo, completar sus experiencias con la tranquila obser-
vación de la vida animal y ordenar sus recuerdos, le es mucho más
útil que el incesante atravesar los bosques. De este modo va conociendo
al propio tiempo la clase de flores que sirven de alimento básico a ciertos
animales. Este rincón de selva junto 'al riachuelo (véase acuarela ) me
recordaba vivamente, más de un escenario natural del bello valle de
San Esteban y del interior en Carúpano. Las formaciones vegetales que
allí dominan, están representadas también aquí en hermosos grupos.
De ninguna manera hemos querido indicar con la denominación de
“ Flora selvática ”, que hayamos logrado representar integramente la
magnífica flora de las selvas tropicales ; más bien hemos querido ofrecer
(2) - Roehl,
novemcintus.
Dasypus E.: “Fauna
venezolana”.
descriptiva
(3) Acure (Dasyprocta
de monte idem.
- Idem.
rubrata)
(4) Lapa (Cuniculis paca) - Idem. idem. También es llamada guanta o guatusa en otros
países. N, del T.
(5) La Poncha (Cryturellus soui). - Roehl, E.: Idem.
83
aquellas
formas
que,
creciendo
en
todas
partes
bajo
las
mismas
condi-
ciones, llegan a llamar la atención incluso del profano.
La hermosísima “rosa de montaña” ( Brownia grandíssima) en
profusión, regala a nuestra vista con sus flores alargadas y rojas, aglo-
meradas en ramilletes del tamaño de una cabeza infantil que asemejan
fresas gigantescas. Aunque en las regiones montañosas crece sólo en
las partes cálidas y bajas, la rosa de montaña está extendida por toda
Venezuela y se da en diversas formas : en tallos solitarios y esbeltos como
representamos en nuestra lámina, o bien, multilobuladas formando matas
grandes y espesas. Tales ejemplares están frecuentemente cubiertos
con centenares de rosas de todos los tamaños, que al natural son de
un efecto imponente; en la lámina resulta demasiado chillón. En su
primer desarrollo las ramas son muy endebles y las hojas tiernas y deli-
cadas, cuelgan apretujadas como hasta medio metro, para después sepa-
rarse abajo contribuyendo a hacer el árbol mucho más pintoresco.
Cuando están en su completo desarrollo las hojas se enderezan y adquie-
ren un color amarillo rojizo que se convierte luego en un verde brillante.
Al pie de la rosa de montaña arranca una planta ribereña, que
crece entre los guijarros del riachuelo y debajo del grupo superior de
hojas se ha asentado firmemente una enredadera. Vemos en nuestra
lámina dos ejemplares de la esbelta Cecropia, uno en primer término
junto a la heliconia bihai de grandes hojas, y otro detrás de la rosa
de montaña. Aparece aquí como un árbol en completo desarrollo y con-
trasta con el grupo de palmeras Bactris que puede verse sobre la pequeña
loma y cuyas hojas jóvenes cerradas todavía, cubren los delgados troncos
casi en su totalidad, mientras arriba cada una de sus hojas penninervias
se van distribuyendo de manera, para una vez bien desarrolladas, ir
formando la copa.
Entre las numerosas clases de orquídeas que se dan en Venezuela,
la conocida “flor de mayo” ( Cattleya Mossiae) es la que más se
destaca y sus flores rosa pálido y en parte también blancas, suelen
estar tan tupidas que apenas dejan ver las hojas. A veces cubren gran
parte de los troncos y del ramaje de los árboles. En el valle de Caripe
los umbrosos árboles de los cafetales, tenían sus ramas inferiores com-
pletamente cubiertas con flores de mayo. Con preferencia en los ángulos
que forma el ramaje, habían arraigado firmemente en grupos de más
de un metro de diámetro y formaban junto a la floración rojo fuego de
los bucares un cuadro de belleza sorprendente. En el curso de excursiones
sucesivas, múltiple variedad de orquídeas llamó poderosamente nuestra
atención, bien sea por sus formas, muchas magníficas, otras grotescas
84.
Estoraque
o árbol
del
bálsamo
de Tolú.
y a veces
parecidas
a animales,
o bien
por
su perfume
exquisito,
pero
no vimos
ninguna
de ellas en volumen tan considerable
como la flor de
mayo.
Las flores blancas
y amarillas
de que
las esbeltas estrelitzias
crecen junto al agua debajo
de los
matorrales,
ofrecen un contraste
sorprendente
con los troncos
cubiertos por las orquídeas
citadas.
Como
las heliconias,
se hallan
en terreno
pantanoso
y frecuentemente
en
grandes cantidades. Entre diversos tejidos vegetales
la popular vainilla
se encarama en maravillosos
espirales por los —.en
troncos el conjunto
general de la lámina pasa inadvertida
—. También aquí crecen
los beju-
85
cos
con
orquídeas,
bromelias
y tillandsias.
¡Qué derroche
de
musgos,
her-
hongos, licopodios, pequeños helechos, etc. podrían llenar nuestro
bario,
si nos
sobrara
el tiempo
para
poder
coleccionar
con
tranquilidad
!...
Con ligeras excepciones, toda la selva baja de la América tropi-
cal ofrece, desde el punto de vista pictórico, la misma imagen de
conjunto ; no obstante, el botánico puede discriminar la flora por lati-
tudes. Las selvas situadas al sur del ecuador, como por ejemplo las de
Río de Janeiro, producen la misma impresión sobre poco más o menos,
que las que se encuentran en las regiones septentrionales del continente,
como las del delta del Orinoco, las de la orilla meridional del Lago de
Maracaibo, o bien las de la parte oriental del istmo de Panamá. Las
cecropias están representadas por doquier; contrariamente no ví en
Brasil ni la magnífica musácea gigante, la heliconia bihai, ni la enorme
filodendra, notable entre las plantas aéreas de hojas muy extendidas
y profusamente perforadas, plantas ambas, que en el norte de América
del Sur se desarrollan perfectamente. En algunos lugares de esta comarca
hay a veces gran existencia de gramíneas arborescentes, grupos de dis-
tintas especies de bambúes, entre los cuales se destaca la enorme guadua,
en representación del gran bambú de la India. La hallamos junto al
Lago de Valencia así como también en la isla de Trinidad. En el jardín
botánico de Trinidad, famoso por su importante colección de plantas
tropicales, numerosos grupos de guaduas bordean ambos lados de un
camino y sus tallos altos, espigados y flexibles, forman al inclinarse
con el rico oropel verde de sus hojas, un maravilloso arco triunfal.
También el samán es digno de mención, sin duda la más bella y mayor
de las mimosas, que con su abundante y dividido ramaje forma una fron-
dosa cúpula; a veces podríamos pensar que nos hallamos ante una
enorme seta. El samán de Giiere a corta distancia del Lago de Valencia
y que fué ya descrito por Alejandro de Humboldt como el árbol más
grande de Venezuela, posee una enorme copa a cuya sombra pueden
cobijarse hasta mil hombres. Ultimamente empero, muchas de sus ra-
mas se desgajan con demasiada frecuencia, debido al exceso de plantas
parasitarias que las pueblan, de modo que las generaciones venideras,
apenas podrán admirar más que los restos de lo que fue este árbol formi-
dable. A su sombra han descansado muchos viajeros y más de una tropa
guerrera de partidos facciosos tan frecuentes aquí, ha instalado debajo
su campamento.
Entre los numerosos y grandes árboles de fronda como el resinoso
tacamahaca, el sereipo myrospernum frutescens, el roble, distintas espe-
cies de caobos, etc., sobresale preferentemente una de las leguminosas
Oñ
00
más
bellas, el árbol
del bálsamo
de tolú (Myroxylon
toluiferum)
llamado
en las montañas de la costa estoraque. Este árbol
notable y aromático,
parece
ser que en las montañas
no se extiende
a zonas muy altas,
pues
habitualmente
sólo se le encuentra
en altitudes
moderadas.
Su forma,
hojas,
flores
y frutos,
pueden
reconocerse
claramente
en la figura
adjunta.
A una
altura
de
unos
20
mts.,
el
tronco
recto,
liso
y de
color
gris
claro,
se
divide en múltiples
ramas que forman una copa clara y ligera, cuyas
hojas delicadas se estremecen
al menor soplo
de
de viento, como las
nuestros
tilos y álamos. Todos los estoraques
que tuve ocasión
de con-
templar,
noté que estaban
exentos de bejucos
y otras parásitas.
Su resina
aromática
que suministra
un bálsamo
curativo, ya era recogida
en tiem-
pos
inmemoriales junto al río Magdalena,
particularmente
en Mompox.
Se extraía de
manera sencilla, por
el mismo procedimiento
en que los
árboles gutíferos. Se practican en el tronco incisiones
bastante profundas,
a las
que se aplican
unas totumas.
Lentamente, —en el Myroxylonm
muy
poco a poco — mana la resina y va goteando en los cuencos. Un amigo
inglés,
me había rogado le informara
sobre la existencia
del Myroxylon,
con el encargo
de recoger
para él, flores
y frutos,
cosa que ya me fue dado
cumplir
en el valle
de San Esteban.
Para obtener
esto es necesario
tumbarlos.
No podré
olvidar
nunca la impresión
que experimenté,
al
caer
el primero
de estos
árboles
después
de un trabajo
duro de hacha
;
crujiendo
fue inclinándose
majestuosamente,
para venirse
abajo con un
estruendo
terrible.
Un ámbito
extenso
del
bosque
quedó
totalmente
perfumado
por
el bálsamo.
Nuestros afanes se vieron
premiados
con
largueza,
ya que el árbol
cargaba
por igual
flores
abundantes
y frutos
bien desarrollados,
con lo
que
pude
cosechar
muchos
ejemplares
de
herbario.
Como consecuencia
de la poderosa
sacudida,
se habían
despren-
dido con profusión
las semillas
que recogimos
activamente.
Una vez en
casa
me sirvieron para perfumar el ambiente, e
incluso mis cartas que
en aquel
entonces
mandaba a Inglaterra, llamaron
la atención
por su
agradable olor.
87
Colibríes
(a mitad
del
tamaño
natural).
VNIWV1 NA - A VOIVIW VI8d3iS "VOVAIN
En las
tempranas
horas del día
abandonamos
Caño
Negro,
y a
poco
empezamos
a despedirnos
de la tierra baja,
porque después
de
unas horas de camino
lleno de asperezas,
se inicia
el ascenso.
Emprendi-
de ánimo
mos la pedregosa cuesta monte arriba, en muy buena disposición
y a cada paso que nos
alejaba
del llano
selvático
y húmedo,
tomábamos
aliento
con alegría.
Pese al camino
empinado
y pavorosamente
malo
que
serpentea
hacia
lo alto,
aceleraron
los
animales
su marcha,
como
si presintieran
la proximidad
de nuestra
meta. A corta distancia
se podía
percibir
el murmullo
del río Chama,
el cual a nuestra
izquierda
se
apre-
suraba
a alcanzar
el llano.
Nace en el Páramo
de Mucuchíes y corre
a
través
de Mérida,
punto
final
de nuestro
viaje
y de donde
parecía
traernos
saludos.
89
sión
por
el trópico,
lo mismo es en dirección
vertical
que horizontal.
Sólo pocas clases viven lindantes
a las nieves perpetuas
en
los picos
de la Cordillera
y su número corresponde
más o menos a las que
habitan
en el límite de extensión
norte
y sur. La mayor riqueza
pertenece
a las
tierras
bajas del trópico.
Los colibríes
sobrepasan
en gracia y colorido,
a todos
los demás
pájaros
y la disposición
de su ornado
plumaje
es
extraordinariamente
varia,
como
puede
verse
en la ilustración
adjunta.
Sin
tener
en cuenta
su diminuto
tamaño
— existen
colibríes
tan sólo
de 4 cm. de longitud
— la mayoría
de sus
especies
por
su colorido
que
vistoso, son más fáciles de reconocer en medio de una tupida selva,
muchas
otras
aves mayores.
El movimiento
y la luz cuando
hiere
el
brillante
plumaje
de estos pájaros
enanos,
los hacen
aparecer
en un cons-
tante y renovado
cambio de colores.
Los signos externos que más caracterizan a estos excelentes
maestros en vuelo, son : el batir de las alas, sus pies, cola y pico.
I:ste último presenta formas muy variadas ; unas veces como un punzón,
ora muy corto, ora larguísimo, ora recto o encorvado, pero siempre
apropiado para extraer del cáliz de las flores su alimento, insectos, para
lo cual, su larguísima lengua filiforme les es indispensable. La estruc-
tura de ésta tiene una propiedad especial. Como en el pájaro carpintero,
las dos astas del hueso hioides se extienden desde atrás y por la parte
superior de la cabeza hasta la raíz del pico en la región frontal. Dichas
astas, junto con un par de músculos en forma de cinta, constituyen todo
el aparato de movimiento lingual y les permite disparar la lengua más
allá del pico. Complementa este maravilloso dispositivo, una sustancia
córnea que reviste la punta de aquélla, y sobre la cual se encuentran
diminutas púas “apenas visibles para el ojo humano, que hacen posible
la captura de minúsculos insectos.
La configuración de las alas es por regla general muy resistente
y su forma parecida a la de nuestros vencejos. Por lo regular en propor-
ción al cuerpo son largas y muy abiertas durante el vuelo, muy estrechas,
algo arqueadas y sus rémiges tienen por lo general el cañón muy duro;
la sustancia córnea de éste en algunas especies, presenta un abultamiento
pronunciado en su parte media externa, dando al conjunto del ala una
apariencia mucho más arqueada de la que tiene en realidad.
En contradicción con la contextura de las alas y el cuerpo, las
patas son notablemente pequeñas, cortas y delicadas. Por eso al colibrí
no le es dado trepar por las ramas. Más bien se posa tranquilo, para lo
cual apoya sobre la rama la parte inferior de su quilla, posición en la
que parece el pájaro estar acurrucado. Las patas están cubiertas casi
en su totalidad por las plumas del bajo vientre y de los muslos.
90
Cual
galán
trasnochador,
este
brillante
animado,
va
susurrando
de flor
en flor,
hundiendo
a intervalos
su pico
en
los
cálices,
Sorprendida
y como
encantada
se fija
nuestra
vista
en estos
laboriosos
animalitos.
De pronto desaparecen
con la rapidez
del rayo ; estupefactos
nos queda-
mos
contemplando
un
lugar abandonado
inesperada
y velozmente.
No
obstante, por medio de una experiencia
agudizada a costa de observa-
ciones más largas, con gran atención
se puede ver muy colibrí,
bien al
aparentemente invisible
en su vuelo;
del
mismo modo
se
aprende
a
distinguir su zumbar y chirriar tan iguales
y se llega a conocer que la
diferencia
estriba en el tamaño del pájaro. Frecuentemente
vuela sólo
a pequeños tramos,golosineando
de flor en flor. Otras veces se eleva
algunos
metros en línea vertical
y permanece
como
suspendido
en
el
aire agitándose
y sacudiéndose de modo que su vistoso
plumaje parece
brillar como las gemas y centellear
como chispas. A menudo,
hechizado
por este atrevido juego, no tarda en
asociarse otro colibrí y entonces
tiene lugar una corta
lucha o más bien un pequeño
sainete.
Durante
estas
escenas,
nos
manteníamos
lo más
quietos
que
era posible,
en
espera
de
la
otras nuevas. En continuo acecho, paseábamos la mirada ávida sobre
masa
olorosa
en floración.
He aquí
que sobre
una
rama
delgada
y desnuda,
posa
nuestro
favorito
resplandeciendo
a pleno
sol
y entretenido
en
su
tocado , mientras sus ojitos de mirada
clara
y perspicaz otean hacia
todas
partes.
Un compañero
le echa
del
lugar
y a su
vez
comienza
a
acicalar
su traje
de
plumas.
91
'oz3uedue”)
Vergonzosa,
empero,
es la explotación
que
de estos
animalitos
llevan
a cabo
los extranjeros.
Junto a otras aves de vistoso plumaje,
se sacrifican a miles de
ellos para servir de
adorno
en
los
sombreros
de
nuestras
damas.
Más de
una vez me he tropezado en las cercanías de
la costa con gente de color,
asalariada, con el encargo
de
disparar
sobre
todo aquello
que posea bello colorido.
Con frecuencia he intentado en
vano
de
impedir
esta carnicería
valiéndome de imperiosas
amenazas.
Nuestras
damas ayudarían
con más eficacia a esta buena causa, si por
su parte renunciaran
a lucir sobre
sus
sombreros,
lindas
avecillas
que
una infame
taxidermia
convierte en
lamentables
caricaturas.
Como
sucede
en
casi
todas
las
especies
ornitológicas,
también
entre los colibríes, luce
el macho
colores
más vivos
que
la hembra,
y muchos poseen
además,
adornos
especiales
en el plumaje,
tal
como
atento,
muestra nuestra ilustración. No escapará al observador lo ufanos
que
están
los
machos
de sus
ornatos
y lo advertirá
mucho
más,
si
tiene
oportunidad
de seguirlos en sus galanteos.
Darwin en su obra “El origen
de las Especies”
los
describe
con
las siguientes
: “Con
palabras
el
mayor
esmero despliega
un macho
ante otro su maravilloso
plumaje.
Ambos se
exhiben
dramáticamente
ante la hembra,
a fin de que ésta
escoja al pretendiente más atractivo ”. Sus alas
entre tanto se mantienen
en
vibración, despliegan
las plumas relativamente
anchas
de
la cola
en forma de abanico
y el plumaje
ornamental
restante, como el copete
y plumas laterales del cuello
suben y bajan al son de las constantes
sacudidas
de la cabeza
y demás movimientos
del cuerpo;
sus chirridos
no
tienen fin, como si
no hallaran tonos bastantes
para expresar
sus
sentimientos.
93
en toda
la extensión
de la palabra,
y por
lo tanto
espacios
en
angostos
no hallan
la libertad
de movimientos
necesaria
para
su
sistema
de vuelo.
Si se logra criar
un pollo de nidada, con toda seguridad puede
tener
el asunto
mayores
probalidades
de éxito.
91
que
sujetan
los
chinchorros.
Pero
ordinariamente
los
construyen
sobre
ramas
delgadas
y ahorquilladas,
sobre
bejucos,
en el extremo
de diferentes
hojas
y a veces
cerca
del
suelo
sobre
tallos
enhiestos
de hierba.
Hay
veces
que
están
formados
integramente
con
algodón
y solamente
los
bordes superiores por la parte externa ostentan adornos con
pedacitos
de líquenes
o musgo.
Además
de estas materias,
emplean
también
otra
clase
de vegetales
delicados,
tales
como
exfoliaciones
de helechos,
tallos
finos
de hierba
y fibras
leñosas
tenues
como
cabellos.
Los colibríes
gustan de tejer sus nidos artísticamente y se
diría que la parte externa
del nido,
está como trabajada
con
relieves
regulares
y filigrana.
Al-
gunas especies que construyen
sus nidos en la extremidad de las hojas,
los revisten
de musgo de modo
que
no sobresalen
de lo que les cir-
cunda y por consiguiente
no son
fáciles
de descubrir.
El interior
de
95
los
nidos
acostumbra
a ser orbicular
y en algunos el círculo
está des-
crito
con exactitud
geométrica.
En las
bajas
tierras
del
trópico,
la
época de cría comprende
de octubre a enero. La hembra pone dos huevos
blancos
y esféricos, poco más o menos
de un centímetro
de diámetro
— algo más en las especies
mayores,
algo menos en las más pequeñas
—.
Después de unos quince
días, los polluelos
ciegos y desnudos, rompen
cual
su cáscara. No tardan en abrir los ojos y en cubrirse de plumón, el
por regla general
y hasta la época de la primera volada, acusa el colorido
del plumaje materno.
(6) El Cunaguaro
(Margay
tigrina).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
96
LAMINA
VIII
a)
—]
nm
Z
Ú
a
O
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O
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X
>
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m
O
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A a
F. yaguarundi,'”?
F. Macrura y otros que sacian su rapacidad
en las
oscuridades
de la selva. El zorro indígena
(Canis
azarae)'*
es como
nuestro
“* Meister Reineke”, un descarado
tunante. En las regiones
culti-
se le
vadas, escoge los corrales de las plantaciones para sus fechorías y
puede
ver también con frecuencia
en los caminos mirando
de hito en
hito
a los jinetes
que pasan. De todos estos animales carniceros, el que
al parecer está pertrechado
con el arma más peligrosa,
es la mofeta o
“* mapurito
” (Mephitis suffocans),'”
el cual prefiere parajes más abier-
tos y secos. Sus glándulas
segregan
un líquido
mefítico,
que expele
cuando se halla irritado,
haciendo la atmósfera intolerable y todo aquél
que tiene
nariz
emprende
velozmente
la huída.
Repetidas veces
he
observado cómo los perros que están
amarrados en los corrales de las
plantaciones,
yerguen nerviosos sus cabezas
y prorrumpen en lastimeros
aullidos,
cuando
en su vecindad
algún
mapurite
da rienda
suelta
a su
fetidez.
Semejante
a nuestra
ardilla,
la “ardita”
(Sciurus
aestwans)“”
salta graciosamente
de árbol en árbol,
mientras
acá y acullá el “perrito
de agua” (Chironectes
variegatus),''”
uno de los
pocos didelfos
que
existen
en América, emerge
prudentemente
de las
aguas
del
arroyo,
para desaparecer
pronto de nuevo. Deslizándose
furtivamente
sale a la
caída
de la tarde
el Procyon
cancrivorus““*
en busca
de botín
;
aunque
parecido
al zorro, pertenece
sin embargo
a la familia
de los
osos.
Si no consigue
alimento
animal
alguno,
también
sacia
su
hambre
con
los
de procedencia
vegetal.
De cuando vez
podemos en
también
observar
al “coati”
(Nasua
socialis)“*
en pequeños
grupos
trepando
por
los
árboles. En este ejercicio muestra gran habilidad y como
el cuchicuchi,
utiliza
su cola
casi
tan
larga como
todo
su cuerpo.
Aunque me resistía a abandonar un lugar tan fecundo para mis
trabajos, no hubo más remedio que hacerlo!... Salí de Las Palmitas
satisfecho y pese al espantoso camino que debíamos seguir, alegremente
continuamos hacia adelante. El suelo fangoso dificultaba mucho la
marcha. Los animales resbalan a cada momento y para colmo de
desdichas se desencadenó una fuerte tormenta ; pero eso no fue todo,
porque cuando con atroces fatigas, habíamos emprendido una cuesta
97
estrecha
y pedregosa,
para acabar
de aumentar
nuestro
terror,
nos
vino al encuentro un buey
de carga. En el fragor de la lluvia
y del
trueno,
la voz de alerta
de nuestro
guía se había
perdido.
Con muchas
molestias
y cuidado
aliviamos
a nuestras
mulas de su carga y después
de
poner éstas
a salvo entre los troncos
de los árboles,
tuvimos
que
llevar
a cabo
una
tarea
más
difícil
todavía,
o sea,
la de arrastrar
las
acémilas
por la empinada
cuesta a la derecha del despeñadero,
con lo
que a cada instante estábamos expuestos a un
tropiezo que ocasionara
su precipitación
al abismo de la izquierda,
accidente
que ya una
vez
en la provincia
de Cumaná
tuve que
lamentar.
Como conscientes
del
peligro,
nuestros
esforzados
animales lo soportaban
todo con paciencia.
Después
de un trabajo en verdad muy duro. íntegramente
empapados
de
agua, conseguimos
dejar libre
el camino,
por lo que el buey pudo seguir
de nuevo su lento
trote
hacia
Las Palmitas
y nosotros
volver
a cargar
nuestras
mulas.
(14)
(Procnias
carnobarba).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
(15)
(Procnias
alba).
- Idem. idem.
98
Puente
natural
sobre
el río
Capaz.
recóndita
invita
a los creyentes
a un oficio divino. Ambos pájaros
son
similares.
Su tamaño
es
el
de
un
grajo,
pero
como
puede
apreciarse
en
nuestra
viñeta,
el plumaje del
campanero
es completamente
blanco,
mientras
que el herrero
posee alas negras,
cabeza de color pardo y su
desnudo
cuello
está provisto de pequeños lóbulos. Las dos
especies se
encuentran
en las selvas de Catauro
y Caripe, pero no he encontrado
al campanero,
más
allá
hacia
el oeste.
Entre
el concierto
sonoro
de
infinitas
voces
de aves,
también
se deja sentir
el laborioso
martilleo
y
repiqueteo
de las
diferentes
clases
de picos
o picamaderos
— pájaros
carpinteros,
como
gráficamente
les
llaman
en el país
—, además
del
silbido
de la numerosa
familia
de cicádeas
que
a veces
recuerdan
el
estridente
silbo
de una
locomotora.
100
Mucutíes,
cerrado
entre
montañas,
a unos
500
mts.
de
alto,
vuelve
a
sentirse
calor.
En
una grande
plantación
de este lugar,
tropezamos
con
el “camino
real ” la carretera
principal
de Venezuela
a Colombia.
También
aquí
la vegetación
es grandiosa
; se extiende
casi hasta
Los Estanques,
gran
plantación
de cacao,
junto
al río
Chama.
101
al encuentro,
también
las
describió
con
horror
; acababa
de
perder
allí
un asno de carga, despeñado por el precipicio.
A unos cinco kilómetros de Los Estanques, cambia el paisaje otra
vez, ahora su carácter es totalmente yermo y está realzado por las
escarpadas masas montañosas que se elevan al sur del ancho río Chama.
Confluye aquí el río San Pablo, que surge de una angosta cañada y en
el vértice que forman ambos ríos, arranca la empinada cuesta hacia
las temidas laderas, Contemplando el adjunto dibujo tomado del natural,
huelgan todas las descripciones. El puente sobre el río San Pablo era
impracticable y tuvimos que vadear las aguas bastante crecidas de la
quebrada. Era una empresa de mucho riesgo, sin embargo cubrimos
nuestro objetivo y nos fue dado alcanzar la orilla opuesta, sin tener que
lamentar ningún accidente. Observado desde abajo, el sendero pedregoso
parece elevarse verticalmente. A una altura respetable hay que pasar
una angosta cresta, por la que a duras penas tiene espacio suficiente
una cabalgadura. A ambos lados de la misma, los despeñaderos desnudos
por la erosión, se hunden bruscamente en la profundidad, dando la
impresión al pasar, de estar haciéndolo por un puente colgante. A la
derecha brama en el abismo el río San Pablo y a la izquierda el Chama
espumante e impetuoso rompe sus ondas en las peñas, todo lo cual ayuda
a completar el cuadro despeluznante del camino.
También conseguimos atravesar a pie este lugar peligroso. Desde
aquí el camino conduce serpenteando hacia las alturas ; luego alterna
depresiones y elevaciones de unos seis kilómetros de duración a lo largo
del escarpado despeñadero, en lugares tan angostos que las bestias con
dificultad podían tomar pie. Los cantos rodados que arrastran las
quebradas, son también graves obstáculos, amén de que en estas alturas
vertiginosas, se está expuesto al ardor del sol cuya fuerza duplica la
reverberación de la desnuda pared montañosa. En mis viajes por distintos
países de la América del Sur, he conocido infinidad de caminos detes-
tables pero ninguno tan espantoso como el de las Laderas de San Pablo.
Tengo entendido que modernamente se han llevado a cabo voladuras,
que lo han mejorado mucho. Al comenzar la escalada, mis acompañantes se
habían encomendado a los santos de su devoción, por lo que una vez
pasado el peligro exclamaban sonrientes: “Las Laderas pasado, el
Santo olvidado”.
Al final de las Laderas se encuentra un caserío y en su vecindad,
en un lugar donde el Chama fluye por una angosta cañada, el “ Puente
Nacional ”, un verdadero puente colgante, cuya resistencia tuvimos que
probar primero, haciendo pasar por él a una de nuestras acémilas. Parece
102
ser
que
hoy
ha sido
reemplazado
por
uno
de hierro.
En la otra
orilla,
una
senda
ondosa
se
eleva
por una altura
desde
la cual
se disfruta
un panorama
maravilloso
sobre el valle
del
Chama. Al fondo
ví por primera
vez
indistintamente
el pico principal
de la Sierra Nevada.
En derredor
todo
era yermo, inquietante y silencioso. Incluso la fauna era escasa;
solamente
vimos
de vez en cuando
algún pajarillo
gris saltando
entre la ramas de
las
mimosas
o algún
lagarto
coloreado,
a veces
bastante
grande
cru-
zando
nuestro
camino.
A pesar
del calor
oprimente
arreamos
nuestros
con
animales, el objeto
de
alcanzar
pronto
la próxima
población
de
Lagunillas.
Después
de un penoso
cabalgar,
llegamos
por
fin
a una
sierra
elevada,
desde
la cual
se divisa
ya el pueblo
de Lagunillas,
unoasis
fresco
y verde
en medio
de esa pobre
vegetación
montañosa.
Delante
de
la aldea existe
una
laguna
— fenómeno
raro
en la Cordillera
— la
laguna de Urao, y en lontananza
asoma el pico mayor de la Sierra Nevada,
rematando
la belleza del cuadro.
La laguna — a nuestra
manera de ver
un estanque
poco
profundo
— encierra
en su fondo
un mineral
raro
llamado
trona o urao, un carbonato
sódico que antiguamente
extraían
los indios
valiéndose
de totumas
que sumergían en sus aguas. Ultimamente
los adelantos
modernos
han llegado
hasta aquí, y este trabajo
lo hace
una máquina
hidráulica.
Los nativos utilizan el urao en la
fabricación
de cigarros,
aplicándolo
como mordiente.
Cubren
éstos
además,
con un
ungiiento
parduzco,
que luego
al fumarlos
destiñe
desagradablemente.
Este
ungúento
cuando
tiene
el espesor
de un jarabe
se llama
“chimó”,
y las
gentes
del
país
lo llevan
siempre consigo
en cajitas de asta o de hojalata
y lo usan
como
tabaco
de mascar.
103
En Lagunillas
dejé
reposar
a los animales,
con objeto
de empren-
der
una excursión
a pie hasta
Jají,
a unos once kilómetros
al norte
y
mucho
más
alto que la laguna
de Urao (1.100 mts.).
En su vecindad
el río Capaz
riega
tumultuosamente
imponentes
gargantas
y cañadas,
pobladas
ante-
algunas por guácharos, aves nocturnas que he citado con
rioridad.
Logré
localizarlas
especialmente
en un paraje
donde
un puente
natural
ayuda
a cruzar
el
río,
contribuyendo
así
a señalar
una
nueva
morada
de
este
notable
pájaro.
104
Caripe
y Cueva
del
Guácharo.
Nuestra
ilustración,
representa
con
exactitud
el lugar,
debiendo
sólo
añadir,
que
por
cualquier
causa
original,
como
erosión,
terremoto
y
demás, se desprendió de lo
alto un enorme bloque de piedra,
el cual,
demasiado
voluminoso
para precipitarse
al fondo,
quedó fijamente
encla-
vado arriba, de
modo que
unos
los criollos sólo tuvieron que colocar
cuantos
palos
encima
y cubrirlos
con ramas
y tierra, para
obtener de
esta
forma
sobre
este puente
natural
una
vía lisa.
Debajo
del mismo y
todavía
más lejos en donde
la quebrada
se angosta,
mora el guácharo,
ave
nocturna, que como tal no se muestra
jamás de día.
En las cuevas de Caripe y Terezen ya había tenido la oportunidad
de observar a este curioso animal. Viven allí a miles y sólo al anochecer
salen de su escondrijo en busca de alimento, que contrariamente a lo
que suelen la mayoría de otros pájaros de su familia, consiste en frutas.
105
Entonan
un concierto
lúgubre que sobresale
por encima de toda otra
voz
animal. Humboldt
fue
el primero
que
dió
a conocer
estas
aves
y la cueva de Caripe se tuvo por mucho tiempo como su única morada.
Más tarde se descubrieron
también en una quebrada de Colombia y en
las costas septentrionales
de Trinidad. En compañía de los indios
chaimas
de
de Caripe, en mis búsquedas por las montañas de Terezen al noreste
Venezuela, también descubrí cavernas grandes habitadas por estos ani-
en
males. Más tarde me fue dado comprobar la existencia del guácharo
el “ consumidero del río Guaire”, junto a Caracas, aunque en número
mucho menos
crecido
que en
los lugares
Esta
citados anteriormente.
ave del tamaño de una urraca tiene el plumaje castaño con pintas blan-
cas y negras. La hembra pone dos huevos blancos y formando agrupacio-
nes numerosas
efectúan la incubación en las grietas rocosas de cuevas
subterráneas y oscuras. Los nidos están
formados burdamente con mate-
rias vegetales y barro. Puede decirse que sus polluelos son bolitas de
grasa
y suministran un caldo
excelente, que los nativos saborean con
fruición.
Nuestra viñeta muestra los accesos
a las principales
cuevas
y el “cuarto precioso del silencio”,
llamado así por su belleza y su quietud,
debida a esta
ésta a la total ausencia de guácharos que no han llegado
parte de la cueva, la mayor de Caripe,
por estar metida profundamente
en
el cerro.
Cuando
a la luz
de
una
antorcha
se penetra
en
el
espacio
revo-
donde moran estas aves, éstas se rebelan y cual visión quimérica
lotean de
un lado para otro bajo la enorme
bóveda,
un
en medio de
griterío
que impide
hablar.
106
Pictografías
indígenas
en el Valle
de San
Esteban.
completamente
distinto
se ofrecía
ante
nuestros
ojos,
el cuadro
de
la destrucción.
107
al nordeste
de Venezuela.
Se parecen
muchísimo
entre
sí
y se llega
incluso a confundirlos. Particularmente me fue difícil de primer momento
distinguir
a los
jóvenes
chaimas
de sus
padres.
108
efecto
en un
borrico,
fue
despachado
un hombre
hacia la
costa
a fin
de
que
en Carúpano
procurara
el material
necesario.
Al
cabo
de ocho
días
regresó
trayendo
de
todo,
inclusive
el indispensable
alcohol
; éste,
empero,
lo había apurado
por
el camino.
Mis gastos
fueron
cubiertos
por suscrip-
ción,
o sea,
cada
familia
se comprometió
a contribuir según sus medios,
aportación
que se efectuó
en productos
naturales
y cultivados,
así que
no tardé en hacer acopio considerable
de existencias que
vendí a un
comerciante.
109
dicho
son
los
excelentes
chinchorros
del
Orinoco
y de la península
Guajira.
Aún
ahora
en
las
cercanías
de las
zonas
cultivadas,
pueden
verse
algunas
tribus de
vida
completamente
rudimentaria como sucede
en
el delta
del Orinoco,
a pocas
millas de Trinidad. Con una
simple
ojeada a sus enterramientos
se
deduce
que
los
guaraúnos
no
han
asimi-
lado
ni un ápice
de la cercana
cultura
y sí a lo más algunos
de
sus
defectos.
Este
contraste
brusco
se manifiesta en
también el trato
corriente.
Al
principio
no sorprenderá
poco
al forastero,
ver
en
cualquier
estableci-
miento
comercial
de
Maracaibo
o de
Ciudad
Bolívar,
a una
pareja
de
indios
semidesnudos
efectuar
sus
compras
junto
a una
dama
europea
elegantemente
vestida.
110
no es
mi objeto
el describir
detalladamente
los aspectos
geológicos
de
este
país.
Recomiendo
a quien
esté
interesado
en ello,
los excelentes
trabajos
de un experto,
el profesor
Sievers,
que ha efectuado
investiga-
ciones
geológicas
en esta región.
Sin
embargo,
el vivo
interés
que siento
por
todas
las
manifestaciones
de la
naturaleza,
me llevó
durante
mis
an-
danzas
a coleccionar
tantos fósiles
como
me fue
posible
de la pasada
fauna
y flora.
De este
modo pude
en
Cúcuta,
Colombia,
desenterrar
partes
importantísimas
de una
pereza
gigante
(Megatherium);
según
el doctor
A, Ernst de Caracas,
también
se han encontrado
huesos
de este
animal
junto
a Carora.
111
de mi visita.(1*%
Debido
a nuestra
larga
caminata,
no
presentábamos
un
aspecto
muy aseado,
pero
al parecer
la gente
no llegó
a percatarse
de
viva
ello, porque su atención se dirigió por completo a la carga que
llevaban
mis
acémilas,
formada
por
monos,
cuchicuchis
y otros
animales,
que
había
ido capturando
en el curso
de mi viaje.
Era
bastante
tarde
cuando
nuestra
“tropilla
” se detuvo
ante
la única
posada
del
lugar,
ubicada
cerca
de la plaza
principal
y en donde
fuímos
acogidos
amiga-
blemente
por su dueño
el coronel
Rangel:
—“* Gracias
a Dios que estamos
en Mérida,
La Perla
de la Cordillera
!”.
(16)
N. del
T. Literalmente
del
original:
“quién
era
yo y que
quería”.
LOs
112
LAMINA IX - LA CONCHA, SIERRA NEVADA Y QUEBRADA DE SAN JACINTO.
Digitized by Google
CAPITULO
V
MERIDA
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lo que
atañe
a su situación,
bien
puede
llamarse
a Mérida
la “Perla
de
la Cordillera”.
La
ciudad
posee
ventajas
que son
casi
imposibles
de encontrar
en
reunidas una segunda vez
espacio
tan reducido. Situada en una altura
de 1.630 mts.
sobre
el nivel
del mar y dotada de un clima primaveral
perpetuo,
ni por
frío ni calor hay motivo
de queja. Además este
el
lugar es realmente
punto
crucial de la Cordillera,
porque desde aquí
y en corto espacio
de
tiempo
igualmente
se alcanzan las tierras
bajas
tropicales,
que hacia
lo
alto, el límite
de las nieves perpetuas.
115
Casi
perpendicularmente a mis
pies yacía
el valle
del
Chama con
sus
plantíos
de café
y caña
de azúcar,
por entre
los que
fluye
impetuo-
samente
el río de donde
toma el nombre;
éste nace en el Páramo
de
Mucuchíes
y engrosa
su caudal
con las aguas
del río Mucujún,
el cual
poco
antes
de la confluencia
se
precipita
por una angosta
quebrada
entre
la mesa y las montañas
de Escorial. Al sur se eleva la cadena
de la Sierra
Nevada en cuyas
suaves
faldas
y pequeñas mesetas
se
extienden
campos
de
cereales
y patatas,
y entre
la
fresca
nota
de
verdor
asoman
esparcidas
las
chozas de sus
habitantes.
Más arriba
espesas
masas selváticas
cubren las enormes
laderas montañosas y sobre
ellas emergen
los
páramos
con
sus
cimas
eternamente
cubiertas
de
nieve.
Mirando
hacia
el este,
se muestra
la meseta
cercada
por
las
cadenas
del
Páramo
de los
Conejos
y el de la Culata,
que
se extienden
paralelas
a la Sierra
Nevada.
Hacia
el Oeste,
esto
es,
a lo largo
de la
Mesa,
ambas
se van
perdiendo
en la profundidad.
De este
lado
se
encuentra
la comarca
que
atravesamos
para
llegar
hasta
aquí.
116
Mesa de Mérida.
mantequilla,
queso,
guisantes,
coles
diversas,
siendo
Mucuchíes,
pequeña
—la más
ciudad elevada
de Venezuela
— a unos 3.000
mts.
sobre
el nivel
del
mar,
el principal
proveedor.
Todos
“aquellos
productos,
en fin,
que
el clima
puede dar,
se dan
cita
allí, junto
a los que proceden
de la tierra
cálida,
entre los que la caña
de azúcar
no ocupa precisamente
el último
lugar.
Esta se consume
en grandes cantidades,
pues sus derivados
son
la base de dulces y pasteles afamados en todo el
país, y en cuya confec-
ción
las damas
merideñas
descuellan
con
primor.
118
nezcan
a otra
religión.
Personalmente
he hecho
dentro de este círculo
amistades
muy agradables
y también entre
ellos hallé
personas
que se
colec-
interesaron mucho y procuraron serme útiles en mis trabajos de
cionista.
Incluso
llegué
a familiarizarme
con
los
campesinos
y luego
me
resultó beneficioso en mis excursiones. Repartí frascos
de alcohol,
los
que siguiendo
mis instrucciones
llenaban
con toda suerte
de esca-
rabajos,
para el lunes siguiente
entregármelos,
mediante módico
esti-
pendio.
Pronto
corrió
el asunto
por
toda
la Cordillera
de Mérida,
en tal
forma,
que
me ví obligado
a rechazar
la desproporcionada
afluencia
de ayudantes
de naturalista.
Por otro lado, igual que sus compatriotas
de Caripe,
ocurría
a veces que colocaban los insectos
en agua en vez
del alcohol,
porque
éste ejerce
sobre ellos una fuerte seducción.
Espero
por lo menos no lo hayan tomado puro. Entre tanto me fue necesario
divulgar que, para mejor conservación
de los insectos, había agregado
al alcohol una dosis
pequeña de veneno.
Por supuesto
acudieron
así
muchos
menos coleccionistas!
Mi baquiano
fijo, también
de los alrede-
dores de la
ciudad, era un indio mestizo
a quien llamaban
Esteban;
el primer día se presentó
ante mi con estas palabras: “¡Yo también soy
naturalista!”
En efecto,
con anterioridad
había ya servido
de guía a
coleccionistas de botánica,
de modo que esta ocupación
no le
del
era
todo ajena.
Aprendió
fácil a desollar
aves, a recoger insectos y me fue de
suma
utilidad
durante mi
repetida
y larga
permanencia
en
Mérida;
conmigo
compartió penas y alegrías.
119
Sobre
cada altar
instalan
una armazón
en forma
de arco triunfal
el cual recubren con bejucos
entretejidos de Luego
diversas maneras.
los adornan
con toda clase de plantas
y objetos como muestra
claramente
la adjunta ilustración.
Me complació
mucho que
las amables
merideñas
de uno y otro grupo pidieran
mi parecer, así por mi parte supe por ellas
algunas cosas
que me las
fueron útiles. Tuve oportunidad de observar
solemnidades
en la catedral. Hacia mediodía
los trabajos
ornamentales
estaban
terminados.
Las campanas
fueron lanzadas
al vuelo y su vibrante
son fue
escuchado
por la gente allí congregada.
Se hizo un gran silencio.
por
Las puertas de la iglesia se abrieron, y una procesión presidida el
alto
clero,
salió
solemnemente
hacia
el primer
altar
donde
se hizo
una
estación
a fin
de bendecir al pueblo que reverentemente
esperaba
de
hinojos. Desde
aquí el cortejo fue
siguiendo los demás
altares
hasta
regresar
de nuevo a la iglesia, exactamente
igual que en las regiones
católicas
de nuestra patria. Una vez terminada
la procesión y cerradas
las puertas
de la iglesia,
tuvo lugar
en la plaza
un alegre
bullicio.
Los arcos
de triunfo iban a ser despojados
de sus
adornos
para
ser
éstos
vendidos
allí
mismo.
Pude
conseguir
así
bellas
orquídeas,
otras
muchas
plantas
y algunos
vistosos
pájaros
de las montañas
de Sierra
Nevada.
Empezó la música
— casi producida
sólo por guitarras
y mara-
cas
— fin.
y con ella cundió la alegría general. Pero también esto tuvo su
La plaza quedó
desierta.
Los
resplandecientes
picachos de Sierra
Nevada
fueron desapareciendo
en la penumbra que
siguió
al breve crepúsculo
y pronto dominó en todo
el más grande
silencio.
Mérida yacía
como
siempre sosegada y tranquila.
Además
de las
festividades
religiosas,
rompe también
algo
la
monotonía de la vida la fiesta de “toros”.
Suelen tener lugar en los
días
nacionales
y
se efectúan
en
la plaza
principal
donde
se
congrega
todo
Mérida. Como todo
hispano, los moradores de esta ciudad y aún
más sus moradoras, se parecen
por este cruento espectáculo, que
por
otra
parte
se muestra mucho más inofensivo que en la Madre Patria. Bajo los
estridentes
el
acordes de una música que hiere a los oídos, es conducido
toro al ruedo; un animal inocente que no parece tener muchas ganas de
lidiar.
Se le hace
correr de un lado para otro de la plaza,
a lo que consiente
con bastante
buena voluntad. Pero si al animal
se le ocurre quedarse
parado o hacer frente a la persecución,
para gozo de los espectadores,
los esforzados
campeones emprenden la huída. En una
ocasión en que
estaba presenciando uno de
estos espectáculos,
una valla de las que
cerraba el paso a las calles
adyacentes, bajo la presión del
gentío
se
vino
abajo y originó la dispersión
instantánea de los espectadores.
También
120
A
rep
LAMINA X - PARAMO DE MUCUCHIES.
Preparativos
para
la fiesta
del
Corpus.
el toro
aprovechó
la oportunidad
y escapó
a toda
carrera
por
la brecha
providencial.
Huyó
hacia
el campo
libre
y todos
los
intentos
para
traerlo
de nuevo
fueron
en vano,
teniendo
que
dar
ese
día
el espectáculo
por
terminado.
Existe también mucha afición por las peleas de gallos; por lo
que a mí atañe, jamás me presté a servir de espectador en tamaño
martirio de animales.
121
Digitized by Google
En
Mérida
hay
también
una Universidad,
si bien
para la vida
de
allí
no significa
gran
cosa.
Suelen
enviar
sus
jóvenes
a estudiar
a Caracas,
en
donde
un alemán,
el
Dr.
A.
Ernst,
actual
director
del
Museo
Nacional,
tiene
a su
cargo
la enseñanza
íntegra
de
las
ciencias
naturales.
Es un extraordinario conocedor de Venezuela
y, especialmente
para
lo que a la flora autóctona
se refiere, es la máxima autoridad.
Más
de
un valioso
consejo debo a sus experiencias
acumuladas
en
el
transcurso
de diez años y me sirvo
de estas páginas
para expresarle
mi
agradecimiento.
Aun cuando
la instrucción pública
en Mérida deja
mucho
que desear,
se pueden
encontrar personas con preparación
cien-
tífica. Algunas
incluso han permanecido
largo tiempo
en Europa
para
ampliar
sus conocimientos,
tal como
el Dr. José Gabaldón
al que igual-
mente desde aquí doy mis efusivas
gracias
por sus
útiles
asesoramientos;
en
muchas
de
mis
excursiones
al
monte,
fue
también
mi
compañero.
Conjuntamente
con
Don Salvador
Briceño,
aprendieron
ambos
de
mí
la taxidermia y desde entonces han remitido a Europa colecciones
orni-
tológicas
más
de una
vez.
Por
todos
los
lugares
que
he pasado,
ha
sido
siempre
su
mi norma interesar a la gente en las bellezas naturales de
propio
país.
En
algunos
sitios
especialmente
en
Mérida,
organicé
expo-
siciones
de mis bocetos,
animales
y plantas colectados
y siempre pude
constatar,
lo sorprendida
que quedaba
la gente
al ver reunidos
en un
mismo
sitio tantas
cosas que debían
serles
familiares
y de las que una
parte
considerable
les era
totalmente
desconocida.
¡Cuántas
veces
oí
exclamar:
“¿Toda esta hermosura
de aves ocultan
nuestras
florestas
?”
Extranjeros
había allí muy pocos
y entre ellos
ningún alemán,
aunque
sí
se encontraban
los
inevitables
italianos
de costumbre,
dedi-
cados
al comercio
y únicamente
interesados
en él.
Sin
embargo,
un
corso, el señor Bourgoin, propietario de una botica,
era una excepción
y como
activo
conocedor
de las
plantas,
me fué de gran
utilidad.
Mérida posee de 5.000 a 6.000 habitantes, de los cuales la mayo-
ría se ocupa en la agricultura y el comercio. Pero a pesar de su ven-
tajosa situación, la ciudad se desenvuelve con suma lentitud y a la
zaga respecto a San Cristóbal y Valera, poblaciones de las que hablaré
más tarde.
122
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AACA WA ID ASA ARA ANA A AA AA
125
clérigos
le llaman
así,
me dirigí primeramente
a la “Otra Banda”, esto es,
al otro lado al norte del río Albarregas,
el cual precipita en el Chama
sus excelentes
y claras aguas. Al terminar de subir la altura opuesta,
nos
hallamos entre cultivos que como los caminos
vecinales están rodea-
dos de setos
vivos
de floración
variada.
La mayoría
se componen
126
La
Mesa
de Mérida
se mostraba en
toda su
grandeza
realzada
por sus escarpados
verticales y sus arroyadas.
Al pie de esa bella
terraza
guijarrosa de formación
aluvial, el mismo río que la riega ara
profun-
dos surcos...
¡Qué poderosa fuerza
hidráulica
tiene que haber
entrado
en oeste
juego aquí, para formar un relieve orográfico semejante!... Al
de la ciudad,
estuvo unido en otros tiempos El Escorial
a la meseta,
precisamente
en el punto
donde el río Mucujún
corre entre ésta y aquél,
porque
el río abrió
brecha en ese paraje mucho más tarde. En los cantos
sólo
rodados de las laderas hallé petrificaciones de algunas especies que
volví a ver en alturas
de mil metros.
127
míneas
forman
espesas
techumbres
con
sus
herbáceas
y finas
hojas
verde
claro,
mientras
las de su parte
superior,
frágiles
y movedizas,
se
izan
por
encima
muchas
veces
de las gigantes
hojas
de los helechos.
A pesar
de que el bosque
de helechos
carece
totalmente
de otra
vegetación,
ofrece
no obstante
un golpe
de vista
muy
agradable.
Las
plantas
jóvenes
son por lo regular
bajas
y muy débiles
en su parte
inferior,
contrastando
con
la superior
de tronco
estriado
y escamoso,
engrosado
por
decir
así
en la cabeza,
a causa
del
crecimiento
de los
pecíolos
de cada
una de sus
hojas.
Estas
cuando
están
marchitas,
adquie-
ren
un color
castaño
rojizo
o bien
rojo,
de
tono
mucho
más
subido
aún
que
el de las palmas.
También
se encuentran
helechos
arborescentes
en
regiones
más bajas,
aunque
no
en
la abundancia
de
aquí.
Los había
admirado
antes
en las
montañas
costaneras
de Caracas
y de Puerto
Cabello.
El tronco
tenido
como
incorruptible,
se
emplea
en
toda
la
Cordi-
llera,
en
la
construcción
de
molinos
de agua.
San Jacinto fue uno de los lugares preferidos por mí para excur-
siones cortas. Pasé a menudo el día entero allí y tuve de este modo
oportunidad para enriquecer mis colecciones con bastantes ejemplares.
Ante todo elegí el valle que riega el río Mucujún por la parte
izquierda de la montaña El Escorial, como excursión más importante
para efectuar desde Mérida. Pero para emprender ésta, hacen falta más
días. Su itinerario arranca en dirección norte de la ciudad, cuyos subur-
bios se tardan en cruzar una media hora, luego el camino pedregoso
y bastante duro desciende 'al valle en un zigzag de escalera, La compo-
sición panorámica de éste es completamente distinta a la de San Jacinto.
Vastos prados con arboledas se extienden ante la vista del espectador;
al fondo se ven diseminados algunos caseríos. Abundan también aquí
las zarzas con gran profusión. Causa un efecto muy simpático, el contem-
plar estos campos poblados por ganado vacuno, caballar y mular. La
visión de las reses paciendo, transporta el ánimo por unos momentos al
paisaje de nuestros Alpes. Los animales se mantienen siempre al aire
libre, siendo por tanto los establos del todo desconocidos; únicamente
cuando se trata de seleccionarlos se conducen a los potreros. Junto al
caserío de unos trigales a unos 2.000 mts. sobre el nivel del mar, esta-
blecimos nuestro campamento, para desde allí poder emprender excur-
siones hacia todas partes, porque el lugar se prestaba para ello.
En general el bosque posee el mismo carácter que el de San
Jacinto, pero a la primera mirada llamó poderosamente mi atención el
tupido musgo verde-amarillento, que cubría todas las plantas grandes,
como si éstas intentaran protegerse del fresco de la noche. También
128
Frutos
del
país.
nosotros
debíamos
cubrirnos
con
nuestros
abrigos
de lana
para
no
enfriarnos
durante nuestra nocturna
búsqueda de insectos. A pesar
del
frío, obtuve rico botín en cuanto a especies
ignoradas por mí todavía,
consistente
en aves maravillosas
y lepidópteros del género esfinge. En
particular
las primeras
no me sorprendieron
poco. Mientras en la meseta
de Mérdia hallé todavía
pájaros conocidos
de la fauna propia
de las
tierras bajas, ví ejemplares
aquí, que no se me habían presentado
aún
en plena naturaleza,
por lo que cada mañana salía lleno
de ilusión y me
situaba paciente
a la expectativa.
129
Merece
mencionarse, que el gavilán
americano (Nauclerus
furca-
tus), ave blanca y negra que está extendida por casi toda la zona
tórrida americana, también mora en estas alturas y su presencia
enri-
quece
el panorama del
valle del Mucujún. Es algo
más pequeño
que
nuestro milano color herrumbre
(Milvus
regalis), su plumaje
es blanco,
con largas alas negras y cola ahorquillada. Se posa en sociedad
sobre
la cima de los árboles
más altos
o bien describe círculos en el aire,
y según aseguran
los criollos
únicamente caza
insectos,
es decir
no
vuela en manera alguna tras la captura
de pajarillos. Desde las tempranas
horas
matutinas resuena por el valle un grito sibilante procedente de las
próximas alturas pobladas de bosques.
En lengua vernácula suena como:
“Seco estoy”, palabras con las que denominan a la correspondiente
ave que emite el grito.
Manifestaba mi acompañante,
cuando que esta
voz es dura y persistente presagia lluvia; en efecto, notoriamente
pude
constatarlo
la mayoría
de las veces. El seco estoy ( Grallaria
rufica-
pilla)
' pertenece a la familia formicárida (Eriodoridae) y es bastante
parecido
en forma y color a nuestro tordo de agua, aunque sus patas
son mucho más largas. Como todos
los pájaros de esta familia, tiene
las alas y la cola cortas,
las plumas
de la rabadilla
alargadas y de natu-
raleza
característicamente
lanosas.
A pesar
de
su
volumen,
no
se
presenta
fácilmente
ante la vista y mucho menos ante el cañón de una escopeta,
ya
que suele permanecer
en las espesuras
sobre el suelo y es de una
agilidad y rapidez de movimientos
extraordinarios. Me cupo
en suerte
descubrir
una especie (Grallaria griseonucha) desconocida hasta enton-
ces. Entre la familia
de los colibríes
propios de las altas regiones
fores-
tales, sólo
citaré aquí a Heliangelus
Spenci
y Bourcieria
El
Conradi.
primero tiene el lomo, cabeza y cola, color verde cardenillo ; el pecho
ostenta un carmín lúcido y brillante cruzado por bandas blancas. El bour-
cieria es mayor, de color verde metálico y posee una mancha comple-
tamente blanca en el pecho.
Construye un nido relativamente
grande
con musgo verde y con preferencia
en los agudos
extremos de grandes
hojas colgantes. También el colibrí
de pico largo (Docimaster ensifer) (2
suele frecuentar
casi únicamente
estas alturas ; con predilección
busca
la florescencia de las fucsias trepadoras. Las trogonidas,
constituyen
un ornato especial del paisaje,
como la “viuda de la montaña” (Pharo-
macrus
antisianus ),'* nombre que dan los criollos a un pájaro
color
(1)
Gavilán
tijereta
(Elanoides
forficatus).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
(2)
El compadre.
- Idem. idem.
(3) (Ensifera ensifera). - Roehl, E.: “Fauna descriptiva venezolana”.
(4) O Airón (Pharomacrus auriceps). - Idem. idem
130
Oso
hormiguero
y gato
montés
o cerval.
verde
oro,
con
la parte
baja
del abdomen roja. Es algo mayor que una
paloma y todavía parece más grande debido a la prolongación de su cola.
Como todos los pájaros
de esta familia es poco asustadizo.
casi podría
decirse
que
es bobo.
Apático,
permanece tranquilamente
aposentado
en su lugar, de modo que es muy fácil acercarse
a él. Su piel es muy deli-
cada
debido
a su delgadez;
un solo tiro de perdigones
levanta una
nube de plumas y en su caída vuelan éstas al más mínimo
roce
con
hojas
o ramas.
Muy distinto
ocurre
con
una
urraca
azul
ultramar
(Cianocitta
armillata)'* que en
sociedad
de cuatro a seis ejemplares
cruzan el monte silbando recio. Vivaracha
e incansable vuela de árbol
en árbol. Si el cazador
logra derribar a una, tiene grandes
posibilidades
sus
de que pasen a formar parte de su botín las demás, porque compa-
ñeras
de momento
asustadas,
no tardan
en regresar
en busca
de su
camarada.
También
han
descrito
por
primera
vez
Sclater
y Salvin
una
especie rara de pinzón, que ha sido denominada Chlorospingus Goeringi.
(5)
Urraca
azul
(Cyanolica
viridi-cyanea).
- Idem.
idem.
131
Paujies
atacados
por
cuchicuchis.
Casi
siempre
regresábamos
al caserío cargados
con
rico
botín
y provistos
de numerosos
bocetos.
Una
vez empero, nos vimos
forzados
a pasar
la noche en la selva ; nos habíamos
alejado demasiado
y para
colmo nos
sorprendió
una tormenta.
Llevados de la afición fuímos sin
darnos
cuenta
penetrando
cada
vez
más
en la espesura
del
bosque,
olvidando
fácilmente
que el camino de regreso lleva
el mismo tiempo
que el de ida y que la visión
limitada
del espacio
no permite juzgar el
estado
de la atmosfera,
detalle
verdaderamente
importante
en la montaña,
donde
los
cambios
de temperatura se producen
con tanta
brusquedad.
Al atardecer,
del
lado
del
páramo
sentir
del
Pan de Azúcar, se dejaron
tardó
de pronto unos lejanos truenos y no en envolvernos
la penumbra.
—“ El Páramo
está
bravo”,
observó
San Esteban,
y explicó
a conti-
frío
nuación que el Pan de Azúcar nos mandaría inmediatamente y agua.
Oscurecía
cada
su
vez más y la noche extendió pronto sobre nosotros
siendo
negro manto, imposible
avanzar
más. Para
no extraviarnos
unos
de otros,
íbamos
en estrecho
grupo.
La temperatura
bajó
verticalmente
y nos
hallamos
tiritando
en medio
del
bosque
azotado
por
la tempestead.
Una
lluvia
de miedo
comenzó
a caer
de manera
torrencial,
acompañada
de truenos
que
retumbaban
en las
montañas.
Las
centellas
rasgando
el
aire
iluminaban
a intervalos
la mágica
floresta.
Los
árboles
crujían
a
nuestro
derredor,
heridos
por
el temporal.
Mi
peón
se iba
encomendando
a todos los santos,
plenamente
convencido que andábamos
a la perdi-
ción
; en efecto era un tiempo
de perros, como jamás había
experimen-
tado todavía en mis múltiples
viajes y correrías.
Al fin cedió
la tormenta
y los truenos
paulatinamente
en
se fueron perdiendo. Por el contrario,
la
la profunda oscuridad lluvia
se dejaba sentir
más, porque
los árboles
que hasta
entonces
nos
habían
guarecido
en cierta
manera, movidos
ahora por
el viento,
escurrían
sobre nosotros el agua que
sus
hojas
habían
acopiado.
No obstante
nos
tranquilizaba
tener
tras de
noso-
tros relámpagos
y truenos.
Integramente
empapados
de
aban-
agua,
donados
a la
ventura,
ambulamos
toda
la
noche,
que
se
nos
antojó
una
eternidad,
confortando
de
vez
en
cuando
nuestro
cuerpo
y alma,
con
un
trago
de
aguardiente.
Por
fin
al
romper
el
alba,
sacando
fuerzas
de
flaquezas,
alcanzamos
gozosos
nuestro
punto
de
partida.
Los
moradores
del
caserío
nos
saludaban
llenos
de
júbilo;
al
parecer
se
habían
preo-
cupado
mucho
por
nosotros e incluso
habían
disparado
tiros
al
aire
para
indicarnos
el camino,
pero
su estampido
lamentablemente
se había
perdido
entre
el
fragor
de la tormenta.
Cuando reina buen tiempo, errar por los frescos bosques de la
montaña, no sólo resulta mucho menos penoso que el caminar por las
133
tierras
bajas
cálidas,
sino
que
los mosquitos
y demás insectos
no moles-
tan tanto,
y raramente
se tropieza
con
serpientes
de las
que hay que
precaverse
mucho
en las
zonas
Sólo
bajas.
una culebra
del tamaño
de
una
víbora,
aunque
no venenosa,
se me presentó
aquí con
frecuencia
;
otras especies
no
son
conocidas
tampoco
por
los naturales
del
país.
Los grandes
carniceros
son
también
escasos.
El jaguar,
huellas
del cual
hallé
a una
altura
de 2.000
mts.
en las
montañas
costaneras
de Caracas,
no fue
siquiera
mentado por la gente,
aunque
sí el puma que
una que
otra vez ataca pacíficos rebaños en pastoreo e incluso
se acerca caute-
losamente
hasta las viviendas
para robar
alguna pieza de gallinero,
si
bien
no
es
tan osado
como
el jaguar.
El zorro
(canis
azarae
) es
asimismo aquí
un
elemento
desvergonzado.
Sin embargo,
todos estos
ladrones,
se dejan ver en estas
alturas
con más rareza
que en las regiones
calientes.
En la Cordillera
no encontré
el tapir y eso que en el Cerro Azul
junto
al Lago
de Valencia,
pude
observarle
en una
altura
de 1.500
mts.;
esto
me hace
dudar
de su presencia aquí,
pese
a que algunos
viajeros
han
afirmado,
aunque
de oídas,
que
este
animal
llega
a estas
altitudes.
No
es
raro
hallar
el
Cervus
Rufus'*,
venado
de
tamaño
mediano,
muy
delicado
y con astas
cortas
aunque
relativamente
recias,
que
nos
sumi-
nistró
un excelente
asado.
(6)
Venado
matacán
(Mazama
rufao).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
134
van
estrechando
forman
a manera de terrazas por las cuales
se preci-
pita el arroyo.
Debajo de cada cascada se han formado grandes charcos,
cuyas aguas en apariencia
azul oscuro, casi negras,
imparten al paisaje
una nota
sombría.
Los escarpado
muros
rocosos
sólo
permiten pro-
gresar escasamente hasta poder
echar una mirada sobre la “Quebrada
Encantada”
y aun esto, desde un lugar muy poco seguro. Luego la masa
de granito forma
bruscamente un acantilado... en resumen
una vista
que causa vértigo ! Un lugar
como éste, es altamente
apropiado para
excitar la fantasía popular y da pie
a innumerables leyendas que circulan
de boca en boca. El mismo San
Esteban, cuya relación con forasteros
y criollos cultos
le
sustra-
hacía más despierto que los demás, no podía
erse
a la fascinación de los prejuicios
y supersticiones. Con insistencia
me
rogaba que desistiese de mi
intento en avanzar más ; me suplicaba
que
no
disparara sobre ningún ser alado,
porque en esa quebrada
toda ave
que caía muerta, instantáneamente
se
convertía
en
un
demonio
que
arrastraba
al infeliz
hacia el fondo
de la sima. A pesar de sus advertencias
y agorerías disparé sobre una golondrina que cruzaba en ese momento
la
quebrada
y que
fué a dar con su cuerpo en uno de
los charcos.
San Esteban
suspiró
profundamente
aliviado,
cuando sanos
y salvos
abandonamos
El Encanto.
135
que
lleva por una fuerte pendiente, cuesta abajo hacia el valle, prime-
ramente a la orilla del río Mucujún, sigue por un largo trecho el curso
de este río, para penetrar
luego de lleno en el valle del Chama en direc-
ción de este a norte. Después de una caminata
de cinco a seis kilómetros
alcanzamos
a 1.760
la aldea de Tabay, que según Sievers, se encuentra
mts. de “altura, Hasta aquí
se extiende
el cultivo del café. Cada vez
más
se eleva ahora el valle, y el Chama cuya corriente nos viene ahora
al encuentro, presenta una vertiente muy pronunciada.
Después de otro
trecho de doce kilómetros, llegamos al pequeño lugar Mucurubá, ya a
2.500 mts. altura. El Valle va tomando ahora un carácter yermo y lóbrego,
solamente atenuado por una que
otra nota verde que
proporciona
un
trigal. En algunos
parajes apropiados del río, pueden verse pequeños
molinos,
muy primitivos
y destartalados,
cuyo monótono
triquitraque
me
resultaba familiar. Inmediatamente dirigimos nuestros caballos hacia
el primero a fin de implorar un refrigerio,
pero a nuestras voces y lla-
madas
no
acudió
ninguna
bella
molinera, sino una
vieja
india
rebo-
sando suciedad y cuya visión nos hizo olvidar repentinamente nuestro
deseo. No tardamos en alcanzar la pequeña ciudad de Mucuchíes, distante
unos diez kilómetros de Mucurubá y a 3.030 mts. sobre el nivel del mar,
siendo
la población más alta
un
de Venezuela. Sus alrededores son de
aspecto desolador.
Por doquier
nos
«agobiaban
el
ánimo desgregadas
masas
de
de granito y todo el valle estaba sembrado de bloques piedra
productos de erosión; a ambos lados se elevaban
poderosos muros pétreos,
cuyas alturas
estaban coronadas
por
páramos
y cimas nevadas,
que
comunican a este panorama de desolación
un rasgo
de grandiosidad.
Acto emprendí
seguido a mi llegada, ya en las últimas horas de la tarde,
un recorrido por las inmediaciones
a la izquierda de la población, por
donde
el terreno
se empina bruscamente
y
de
vez
en
cuando
forma
pequeñas mesetas.
Fuí sorprendido
agradablemente
por
la
presencia
insospechada
de
una
laguna,
a la
que
un
verde
césped
fresco
servía
de
marco
; en
ella
se
pavoneaban
cuatro
rosadas
cucharetas
( Platalea
ajaja
)'”
que
solícitas
buscaban
en
el cieno
su
alimento.
Si
ya
estas
aves,
en
las
ciénagas
de
la selva
zuliana
se
destacaban
entre
las
demás
por
su vistoso
plumaje
y resaltaban
en el colorido
de la exótica
flora,
en la desnuda
alta montaña
se acentuaba
esto mucho
más. Por otro
lado
eran
viajeras
como
nosotros
; esta laguna
les servía
a ellas
como lugar
de breve descanso
en el vuelo
que
probablemente
habían
emprendido
en los
Llanos
a través de la alta cordillera,
pensando
hallar
en el Zulia
(7)
Garza
paleta
(Ajaia
ajaja).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
136
e7
"eo
una
región
con
nuevas
ciénagas y agua. Durante
el período de sequía
en
que
la mayoría de las aguas de los Llanos
se agotan,
ya había observado
que
la fauna aviar en el Lago de Valencia
era mucho más rica
que en
la
época de lluvias,
ya que
sus
orillas
eran utilizadas
como estación.
No podía
perder la oportunidad
de disparar
sobre una cuchareta,
cosa
que
obligó
a las demás a emprender el vuelo ; desaparecieron
en direc-
ción
del Zulia,
por sobre
el Páramo del Pan de Azúcar.
Al anochecer ya se dejaba sentir en Mucuchíes el frío, y debíamos
abrigarnos bajo gruesas “cobijas”, aunque puertas y ventanas permane-
cían cerradas, a despecho de tal protección, apenas pudimos por la
noche conciliar el sueño debido al frío. En las tempranas horas del
día siguiente dejamos el lugar y envueltos en la niebla, cruzando una
red de lluvia finísima, íbamos contentos cabalgando en dirección norte
hacia el Páramo del Pan de Azúcar, junto al curso de un arroyuelo. Cabalgá-
bamos a duro trote y no tardamos en alcanzar la altura. Dejando tras de
nosotros algunas lagunas y rodeando la cima del páramo, por lo menos
4.000 mts. de alto, descendimos nuevamente hacia el lado del Zulia, a un
clima más benigno. A los 3.000 mts. de altura ya empezó a desgarrarse
a intervalos el espeso velo de niebla y pudimos contemplar la grandiosa
vista que abarcaba las estribaciones de la Cordillera, los abismos y
valles a nuestros pies, la llanura del Zulia y el Lago de Maracaibo.
En descensos sucesivos llegamos al límite superior del bosque, donde
comenzaron las dificultades más serias del camino, ya que no creo pueda
darse otra orografía más variada, que la de este trecho de cordillera.
En muchos puntos de esta senda escalofriante y poco recorrida, nuestras
cabalgaduras doblaban sus patas traseras, para salvar las dificultades
deslizándose. Ora nos encontrábamos en un agobiante desfiladero, ora
en una cañada, ora sobre un despeñadero vertical con un barranco
frecuentemente de 500 metros de profundidad a nuestros pies.
En la primera tarde tocamos la pequeña aldea de Mucumpate,
ubicada todavía a bastante altura. Columbramos desde aquí en todo
su esplendor y magnificencia, el juego maravilloso de luces citado ante-
riormente de los “ Fuegos del Catatumbo ”. Estábamos ya envueltos en
intensas penumbras y parecía allí abajo arder todo en llamas, el Lago de
Maracaibo brillaba como un inmenso espejo de fuego. Los relámpagos
serpenteaban en el espacio en todas direcciones, acompañados por el
retumbo sordo y continuo de los truenos que imponentes llegaban hasta
nosotros. El efecto grandioso de este cuadro de pirotecnia natural era
ampliado largamente por las múltiples formas a contraluz de nuestro
primero y segundo término; en especial, cuando nos hallábamos entre
138
ae
ARE *
San Cristóbal.
enormes
troncos
de formas
distintas
de
árboles,
no nos
hubiéramos
cansado
nunca
de admirar
esa
visión
dantesca,
siempre
variada
y sobre-
manera imponente.
Ya por la tarde a nuestra partida de Mucumpate, habíamos divi-
sado al fondo, enclavado entre montañas, el pueblo de Torondoy, creyendo
que era cosa de poco tiempo alcanzar nuestra meta. Pero tan pronto
aparecían a nuestra vista las chozas de la pequeña aldea, como desa-
parecían de nuevo y solamente llegamos al anochecer después de un
fatigoso cabalgar. El punto desde donde fué tomada nuestra acuarela,
poco más o menos en la última pendiente, muestra el paisaje tal como lo
ví en pleno ocaso. La vista abarca la parte noroeste de la llanura zuliana,
a cuya derecha — donde penetran dos lenguas de tierra en el Lago de
Maracaibo — están sitos los dos puertos de La Ceiba y de Moporo.
Aunque mi estada aquí duró pocos días tuve oportunidad de
observar algunos animales, que hasta entonces no me había sido dado
conocer, tal como el notable oso hormiguero ( Myrmecophaga jubata ).!*
En mis correrías hallé en un claro del bosque, un hormiguero de casi
dos metros (v, viñeta) y observé en un punto que los matorrales se
movían de manera particular. Cuando las sacudidas fueron más fuertes
me acerqué cautelosamente, cual gallo salvaje en celo, para ver al
fin la escena tan deseada, a la que no tardé en poner punto final con
un disparo. Además de la especie anteriormente citada, existe otra más
Tengo entendido
pequeña de color blanco amarillento (M. tetradactyle) (">
que no son raros aquí el puerco espín ( Cercolabes prehensiles ),0"
y una tortuga terrestre de tamaño bastante grande, así como un ciempiés
negro gigante de unos 20 cms. de largo. También vi la gran araña
avicular, cuando se disponía a atacar el nido de una pequeña familia
de colibríes. Una vez más pude admirar el arrojo de los padres de ese
nido, que con denuedo proseguían defendiéndolo de la araña ; con todo
ésta hubiera salido vencedora en la lid, si yo no hubiera intervenido
capturándola y sumergiéndola en un frasco de alcohol.
También
encontré
en Torondoy
un ejemplar de
pe-
interesante
queño
felino
( Feli
yaguarundi
),? que
se
distingue
de sus
congéneres
por
su
forma
parecida
a los mustélidos
( comadrejas
) y el color
uni-
(8)
Oso
hormiguero
o palmero
(Miyrmecophaga
tridactyla).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
(9) Oso melero (Tamandua tetradactyla). - Idem. idem.
(10)
(Conedu
prehensilis).
- ledem.
idem.
(11)
Gato montés
o cervantes
(Herpailurus - Roehl,
yaguarondi). E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
Tiene otros nombres
como: Eirá,
león
miquero,
etc.
N, del T.
140
VNIWV1 IX - 30 O9V1
VIONIIVA
forme
de su
pelaje,
por lo cual también
le
llaman
““Gato-comadreja”.
La cabeza
de
este
alargado
y delicado
animal
tenía
11
centímetros
de
longitud
y el color
de su cuerpo
era gris
amarillento
leonado.
Repro-
duzco en la ilustración esta especie poco
conocida.
Esta región reúne casi todas las clases de paujíes, especialmente
donde limita la tierra caliente con la tierra templada, ya que los habi-
tantes de la región me nombraron una serie. Personalmente, hallé
repetidas veces grupos pequeños de estas aves y también tuve la ocasión
de acechar un ataque nocturno de parte de su enemigo encarnizado
el cuchicuchi que en esta región es todavía más abundante (v. ilustración).
No es raro en las montañas de la sierra colindante a la región del Zulia,
dar con algunas fuentes de petróleo ; al noroeste de Torondoy a orillas de
un arroyo llamado río Caus, vi en medio del bosque entre troncos una
masa espesa petrolífera color castaño oscuro y en distintos puntos manaba
también a flor de tierra, tanto es así que pude en un momento llenar con
ello una botella.
Durante la misma excursión, tuve la suerte de topar con una mara-
villosa clase de papagayos del tamaño de un estornino, denominados por
Sclater y Salvin Urochroma dilectissima.
Me separé de Torondoy a desgana y solamente con el objeto de
emprender desde Mérida, y antes de mi ascensión a la Sierra Nevada, una
larga salida hacia San Cristóbal y Cúcuta. Así regresamos por el mismo
camino por donde habíamos venido, pero nos vimos precisados por el mal
tiempo a pernoctar en un rancho, sito a unos 3.500 mts. de alto. Unas gen-
tes que se dirigían a Torondoy, habían invadido la pequeña estancia a la
que daba acceso una puerta protegida por un cuero de vaca, de modo que
tuvimos que apretujarnos unos a otros con el fin de encender en el centro
una pequeña hoguera. A causa del frío y de la lluvia nos vimos obligados
a cerrar la puerta de entrada, por lo que la permanencia en esta habita-
ción se hizo pronto intolerable a causa del humo e innumerables saban-
dijas. Por lo que a mí atañe, era evidente que no podía pensar en
absoluto, en conciliar el sueño: así que me dediqué a observar las
figuras que echadas o agazapadas se arrebujaban en gruesas mantas
y entre las que se hallaban dos muchachas indias con los rostros enro-
jecidos por el frío.
De nuevo en Mérida me dediqué a hacer los preparativos para mi
gran excursión y me complació mucho poderla llevar a cabo en compañía
de dos hamburgueses que también se disponían a ello, los señores
Kirsten y Bock, los cuales por su natural alegre y su sentido artístico
me proporcionaron un viaje muy agradable. Quizás fue la primera vez
141
y quien
sabe
si la última
que
aparecieron
simultáneamente
tres
ale-
— entre
manes cabalgando por la Cordillera. Junto con nuestros peones,
los
cuales
naturalmente
no podía
faltar
mi incondicional
San
Esteban,
—
y las
acémilas
para
nuestro
equipaje,
formábamos
una pequeña
caravana
cuya
inesperada
aparición
levantaba
en todas partes revuelo.
Hasta Estanques debíamos efectuar la ruta que ya hemos citado
precedentemente. A partir de allá en la plantación de Mocotíes el camino
sigue en dirección sudoeste, remontando el curso del mismo nombre.
Primeramente se llega a Tovar, población ubicada entre dos montes
pelados y más tarde a Bailadores. Luego abandonamos la cuenca del
río, atravesamos el Portachuelo, a 3.200 mts. con una configuración
de cerrojo echado y descendimos cabalgando hacia la ciudad de La
Grita a unos 1.450 mts. de altura, que se caracteriza por su clima
benigno y su situación pintoresca sobre una meseta cruzada por una
corriente de agua. Desde allí se divisan en todas direcciones los pano-
ramas más maravillosos de la orografía: el Portachuelo al norte, el
Páramo del Batallón al este, casi a 4.000 mts. y en el suroeste el
erguido Zumbador a 2.763 mts. de altura.
La Grita, que reproducimos en nuestra ilustración (las montañas
del Portachuelo se aprecian al fondo ) contaba con unos 4.000 habi-
tantes de figura bella y ágil, cualidades que también observó el profe-
sor Sievers. La mejor oportunidad para conocer a la población femenina
de esta linda ciudad y sus contornos, es cuando el tañido de las cam-
panas que el eco de las montañas se encarga de multiplicar, invita al
creyente con su repique a una función religiosa. Lamentándolo pro-
fundamente, no pudimos detenernos allí mucho tiempo, salimos en
dirección sudoeste siguiendo a lo largo y corriente arriba del río Valle,
afluente del Grita, y después de un acompasado cabalgar por un yermo
desolador llegamos a la pequeña aldea El Cobre, situada en una de las
laderas del Zumbador, a 2.000 mts. de alto, la cual en todos los aspectos
discrepa de La Grita. Hallamos albergue en una miserable choza por
cierto entre gente muy poco amable y tuvimos que contentarnos con una
cena muy frugal. Con gusto abandonamos este lugar, cuyos habitantes
tienen fama de pendencieros, para cruzar El Zumbador, altura de 2.763
mts., hallándonos cada vez más cerca de San Cristóbal. Este páramo bajo
toma su nombre de los fuertes vientos que lo azotan, ya que zumbar
significa emitir un ruido constante, como el silbar del viento. En efecto
nuestro paso no fue una excepción, porque el viento sopló en forma
tan huracanada que casi no pudimos sostenernos sobre nuestra cabal-
gadura. En cuanto pisamos la comarca que en dirección suroeste riega
142
Fulgórido
y Fasma.
el Torbes,
río
que nace
en El Zumbador,
una perspectiva
bellísima
sobre
el valle se
ofrecía
de nuevo
ante
nosotros
; al fondo
y en el centro
del
panorama montañoso, a la vez
vario y el
coordinado, asomaban entre
verdor
circundante,
las
blancas
casas
de la minúscula
ciudad
de Táriba,
situada
asimismo
sobre
una
meseta.
Siguiendo
un camino
relativamente
bueno,
abandonamos
la región
de los
vientos
fuertes,
llegando
al río
Torbes
el cual
tuvimos
que vadear
repetidas
veces
a causa
de su curso
sinuoso.
Se dejaba
sentir
a cada
paso
el clima
más caliente
y la
vege-
tación
más
bella,
especialmente
a orillas
del
río,
donde
los
magníficos
grupos
de plantas
son un nuevo
regalo
para los ojos.
Nos detuvimos
su
un rato en Rancho Cordero para proporcionar a nuestros animales
bien ganado
descanso,
después
de la fatigosa marcha
por
la montaña.
en zona
Luego tratamos de llegar a Táriba a casi 900 mts., situada ya
caliente
en el interior
de la Cordillera.
Nuestra
llegada
arrancó
a la
población
de sus moradas,
pero nosotros
seguimos
sin detenernos
para
alcanzar
San
Cristóbal
por
la tarde,
donde
fuimos
saludados
efusiva-
143
mente
por
un compatriota
nuestro,
el
señor
Thies,
radicado
allí
como
comerciante
y boticario.
111
a las
haciendas
de
café,
situadas
sobre
la
meseta
a unas
dos
horas
de la
ciudad.
Muchas veces
había tenido oportunidad
de admirar
las
vivientes
linternitas
de los cocuyos,
pero en ninguna
se me había presen-
tado en
tamaña profusión.
A nuestro
regreso
en
la
oscuridad
de
la
noche bochornosa
y húmeda
y
hasta
donde alcanzaba la vista,
cente-
lleaban
millones de éstas
y otras luciérnagas
como diminutos
puntos
de
luz, espectáculo
que
todavía
hacía
más
grandioso,
la quema
de
sabanas
en las faldas
de las montañas.
Estas quemas tienen por objeto
el consumir la hierba
seca,
para que
en
su lugar
brote
la nueva.
Pudimos
contar hasta cuarenta de estos fuegos enlazados múltiplemente
y que como corrientes
de lava ígnea parecían rodar por las montañas.
Pero
al día
siguiente
toda
esa
belleza
en
llamas
que
nos
había
iluminado
por
la noche,
se había
convertido
en franjas
y manchas
negras,
en contraste
con las
zonas
forestales
limítrofes
o las sabanas
que
privilegiadamente
habían
quedado
inmunes.
145
San Cristóbal
es también
una región propicia
para el coleccionista
de escarabajos; sería aquí
demasiado prolija la enumeración
de todas
las especies
de coleópteros,
aunque sólo
fueran
los
más importantes.
En riqueza
de colorido
y formas
peculiares,
no van a la zaga respecto
a los
innumerables
lepidópteros.
146
Solamente
excitó
mi interés
el ya citado
cerro
junto
a Cúcuta
que
abriga
restos
fósiles
de megaterios.
Con
sentimiento
tuve
esta
en
ciudad que separarme de mis compañeros
de viaje. Celebramos
el des-
pido
en casa
de un
alemán,
el señor
Riedel,
en donde
todos
los
presentes
éramos
ho-
compatriotas. Canciones alemanas sonaron hasta avanzadas
ras de la noche
en
un
Cúcuta
sumido
hacía
horas
en el
sueño.
Repasando
el
mismo
camino
que
nos
había
traído,
regresé
con
mi
San
Esteban
a Mérida,
para poder
emprender
allí
cuanto
antes
la ascensión
a la
Sierra
Nevada, con
lo
cual
debía
dar
por
terminada
mi
residencia
en
esa ciudad.
147
HA A
LAMINA XII VALLE DE CARACAS.
CAPITULO
Vil
|
e
IEMPRE
he
tenido
por norma
el efectuar
las excursiones
cortas
a pie, porque
ahorran
los constantes
cuidados
que
requieren las cabalgaduras. Fiel a este principio,
me deter-
miné
a contratar
sólo un peón
más
que de costumbre
para
esta
dificultosa
ascensión.
151
El
camino
en
innumerables
curvas
nos
llevaba
por
las
escarpadas
laderas
cubiertas
de
hierba
y monte
bajo,
de
modo
que
la vista
hacia
todas
direcciones
era
despejada
y cuanto
más alto
nos encontrábamos
más
grandiosa
se mostraba.
Antes
de
penetrar
en
el
bosque
que
co-
mienza
a unos 500 metros
sobre
la hacienda,
dirigí
una mirada hacia
el
valle
del
Chama
con
lag
montañas
del
Escorial,
detrás
de
las
cuales
se
eleva la cadena
de los
páramos
de la Culata y del Pan de Azúcar,
cuyas
crestas
y picos
más
altos
estaban
cubiertos
de nieve. Más lejos
a la izquierda, se divisa Mérida cual
tablero
de
escaques
sobre
la
verde
meseta;
hacia
el oeste
lucen
las
claras
casas
de
Ejido,
mientras
el
Páramo
de
los
Conejos
cierra
el
panorama.
(1) frontino
Oso o salvaje
(Tremarctos - Roehl,
ornatus), E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
152
Límite
superior
del
bosque
en la Cordillera
de Mérida.
del
bosque
llevan
a páramos
inferiores
o a regiones
de sabanas
y tienen
por objeto
impedir
que el ganado
mientras
pace, penetre
en el bosque.
En este lugar había
una cabaña
ruinosa utilizada
a veces por los pas-
tores o los buscadores
de hielo. También
nosotros
la aprovechamos
e
hicimos de ella nuestro refugio
nocturno. No pasó mucho tiempo
para
que chisporrotearan
unas encendidas
brasas sobre las cuales
dispusimos
un
suculento
asado de cervato.
153
Desde
muy temprano
por el lado de una pequeña
laguna rodeada
y
de matorrales bastante crecidos, penetramos en la zona de sabanas
con ello
habíamos
llegado a los páramos.
Desde aquí gozamos
de una
admirable
vista sobre
el pico nevado
de La Concha
de 4.700 mts de
altura,
ahora
bastante
cerca y brillando
bajo los rayos
del sol matutino.
El repecho
por el
que subíamos
nevadas
ocultaba ahora las cúspides
a la derecha
de La Concha.
Nuestra
lámina
en colores,
reproducción
de un estudio
a la acuarela
tomado
del natural,
da una idea
exacta
de
la configuración
de esta orografía.
Puede
verse
como
el bosque
achapa-
que-
rrado y protegido a ambos lados por muros de roca arranca de la
brada Quintero, para terminar en espeso monte bajo colindante
con salto
de agua
que
se origina
en un pequeño
ventisquero.
Por
el lado
nor-
este
se encuentran
los
Páramos
de los
Perros,
de los
Locos,
del
Fraile
y otros,
todos
por
sobre
4.000
mts.
El camino
ahora
obligó
a rezagarnos;
el sol
había
descendido
bastante
cuando
nosotros
giramos
a su izquierda
para
descender
al angosto
valle
Quintero,
donde
ya señoreaban
las
penum-
bras.
Masas
de nubes
blancas
y grises
pasaban
velozmente
por
debajo
nuestro
hacia
las alturas
de los
páramos.
“El espanto
de la Sierra
”,
exclamaron
mis
acompañantes. Nos
encontrábamos
exactamente
entre
el so]
y la neblina ascendente
de modo que
nuestras
sombras de pro-
nunciada
silueta se ampliaban
en figuras
de unos 30 metros. Todos los
movimientos se reproducían fielmente, lo que
causaba nuestro regocijo
cuando a propósito tomábamos las
posturas
más variadas.
Cuando el
sol se puso, desapareció el “espanto
”, el cual recuerda a su pariente
el espectro
de Brocken. Mi gente no las tenía
todas consigo y opinaba
que no era cosa
de tomar a broma “'el espanto” porque
podía acaecer
algún contratiempo
serio
durante
el viaje
o simplemente
un cambio
desfavorable
y brusco
de tiempo.
Por lo visto
nuestra
actitud
poco
respetuosa motívó su enojo, porque
en llegando a Casa Quintero
cayó
sobre nosotros una persistente
lluvia
mezclada con
nieve.
La puerta
de la casa estaba
cerrada
con un candado
por lo que tuvimos
que resig-
narnos
a pasar
la noche
junto
a la choza
completamente
desabrigados.
Bajo
el alero
izquierdo
de la fachada,
por
cierto
profusamente
perfo-
rado,
instalamos
nuestro
dormitorio,
taller
y cocina,
para
lo cual
nos
fueron
de mucha
utilidad
las
hojas
de frailejón.
La ilustración
muestra
la vegetación
vecina
a la casa y a su derecha
en primer
término
se
advierte un frailejón desarrollado con los tallos de su
floración.
La palabra páramo sirve para designar todos los desiertos mon-
tañosos de la Cordillera ; sin embargo marcan una diferencia entre
“en el” (páramo) y sobre la “cumbre” del mismo. También se ha
154
Pico
Nevado
de La Concha
y Chivito
formado
de este
vocablo
el verbo
“emparamarse”
esto
es, perecer
en el
páramo,
y los criollos
suelen despedir a los viajeros de alta montaña
con el buen deseo
de: “que no emparame ” decir
con lo que quieren
“no vaya a fenecer en el páramo ”. También se estila decir en Mérida
cuando la temperatura baja considerablemente
a causa de las nevadas
en
las montañas:
(el
frío) '““es para emparamarse” -—como para
morirse
—. Cuando el “páramo está malo” como dice la gente de allí
nadie osa atravesarlo.
Con frecuencia el cielo despejado de las mañanas
con los picos nevados
brillando al sol,
seduce
a los
viandantes
para la
partida,
pero a lo
mejor
se ven súbitamente envueltos en
peligrosas
tempestades
de nieve. Los desfiladeros
o puestos altos, — como en los
“* Marterln
” de los Alpes
tiroleses — se ven sembrados de reliquias de
viajeros
malogrados, piedras hacinadas sosteniendo cruces de madera,
así como esqueletos
de mulos despeñados,
todo
lo
cual
subraya
todavía
más el carácter
tétrico del yermo paisaje. Con todo, en algunos para-
jes de 3.000 a 4.000 mts. defendidos
por prominencias elevadas y parti-
155
cularmente
junto
a corrientes
de
agua tropezamos
con la flora carac-
terística
de los
páramos,
que
en
estas altitudes del trópico desarrollan
una belleza sorprendente gracias a la persistente humedad. Por última
vez se deja ver la “palma de cera”, palmera que medra en las alturas
en el
límite superior
del bosque donde
el
último “arbusto
nudoso se
extravía entre la flora del páramo. Entre los arbustos existentes tengo
que mencionar
especialmente y desde
el
punto de
vista
como artista
pintor por su floración rosada y amarilla a la Befaria, la rosa alpina
de la Cordillera además de Rhexias, Bauhinias, Melastomatáceas, Vac-
cinioideas,
etc. En los
lugares húmedos también hallamos frágiles hele-
chos entre
líquenes y musgos tan estrechamente
adheridos
sobre
las
piedras que éstas parecen como pintadas.
Pero entre
toda esta
flora
se destaca marcadamente el género Espeletia y entre ellas la Espeletia
argentea el “frailejón” es precisamente la que imparte un cuño especial
a los páramos. Sus copas se desarrollan sobre unos troncos que parecen
negros a causa de las hojas marchitas y secas que los cubren, “alcanzan
espesor.
por sobre la altura de un hombre y llegan casi a un metro de
Las hojas lanceoladas y de color verde argénteo, parecen de felpa sedosa
y tienen más de 25 centímetros; crecen espesamente unas junto a otras
formando
copetes
que a distancia
asemejan enormes
bonetes
blancos.
Si
La denominación de frailejón (monje anciano) está bien aplicada. al
oscurecer
se echa una mirada sobre un páramo cuya superficie esté cu-
bierta con millares de matas de frailejón parece como si un gran número de
monjes de diversos tamaños y posturas estuviera congregado ante noso-
tros. Algunos ejemplares viejos y encorvados perdieron ya su albo gorro;
que
otros yacen o bien se inclinan hacia su vecino, como suele la gente
toma una copa
de más. Nuestra acuarela muestra en primer término
algunos ejemplares viejos con sus floraciones distribuídas en tallos a
En la
veces de un metro provistos de pequeñas hojas y flores amarillas,
época
que el frailejón florece, invade los páramos el Oxwydon Lindens,
el colibrí que se
aventura a lugares más elevados
y que los criollos
llaman “chivito”.
Tan pronto
como
la floración desaparece,
también
este pajarillo pintado discretamente de un verde metálico mate, abandona
el páramo, Ni pájaros
ni
insectos
lucen allí
; puede
colores vistosos
decirse
que
la fauna
pretende
entonar
con el
paisaje.
Entre
las
aves
voy
a mencionar
las que
fui coleccionando
como
sigue:
Anthus
bogo-
tensis, Phygillus
unicolor,
Sepophaga
Cyanea,
Ochtoeca
superciliosa,
Tordus
gigas
— tordo
grande
casi
completamente
negro
— querquedula
andium
— pato
de
páramo
que
se
extiende
a mayor
altura.
A una
altura
de
3.500
mts..
hallé
todavía
una
nueva
especie
de
papagayo,
el
156
Conurus
rhodocephalus
y con
él un tordo
de agua
negro
y blanco
(Cin-
clus
leuconotus)
que
vive
exactamente
con las mismas
costumbres
que
el nuestro.
En monte bajo
se encuentra
el
Stegnolaema
Montagnii,
muy
parecido
al guaco y proporciona
también
un asado
excelente.
(2)
Hoy
Pico
Bolívar
(5.007
- N. del
mts.). T.
157
voluntad.
Agitando
mi
sombrero
saludé
y me despedí
del
Picacho
de
La
Columna
en la Sierra
Nevada
de Mérida.
158
0)
| pp
CAPITULO
VII
Y
MI SALIDA
DE MERIDA
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LASA
STA
vez
me había
propuestoalcanzar
de nuevo
la costa
no
por
Maracaibo
sino
por el interior,
de modo
que decidí
mi
partida
lo antes
posible.
Así
en el mes de septiembre
aban-
doné
de mal
grado
a Mérida,
a la que
había
tomado
cariño.
Ante
la casa del general
Balza,
con cuya familia me había hallado
como
en mi propio
hogar,
se formó
una
cabalgata
para acompañarme
en
mi despido y de todas las calles
se dejaba
oír un cordial “adiós
” o un
amistoso
“* buen viaje ”. La gente estaba
algo preocupada
por mí, porque
ha poco un feroz
criminal
se había fugado de su reclusión,
a fin de
convertir
de nuevo
el Páramo
de Mucuchíes,
teatro
de sus
anteriores
asesinatos,
en un paraje
inseguro.
Por
tal
causa
algunos
viajeros
crio-
llos
habían
aplazado
su viaje
para
cruzar
en grupo
conmigo
el páramo.
Seguimos el ya conocido camino que desde el valle del Chama,
sube a Mucuchíes. Más arriba de esta pequeña ciudad alcanzamos la
última población de Los Apartaderos, 3270 mts.; a la derecha de la
misma se encuentra la bifurcación del camino que conduce a Barinas,
límite superior de los cultivos de trigo. Aquí comienza la subida al
propio páramo ; a veces el suelo era rocoso, otras veces enlodado o
pantanoso, y Cada vez más empinado. El camino real para los jinetes
es bueno, de forma que sin grandes dificultades efectuamos el paso
del páramo cuya cumbre alcanza 4120 mts. sobre el mar. Cuando nos
161
hallábamos
en
su punto máximo
en medio de un tiempo claro
y sosegado
brillaba
agradablemente
sobre nosotros
el sol de mediodía
mientras
las
negruzcas
y solitarias
masas
rocosas
todavía
cargaban
bastante
nieve.
Por
consiguiente
se
puede cruzar con tranquilidad
todo el país,
ya que
a lo sumo
alguna
cosilla
se puede perder
acá y acullá por hurto,
y éste sólo
tiene
lugar
cuando es fácil cometerlo
y al delincuente
le viene
pro-
bien el objeto en cuestión. Esta comodidad o despreocupación, es
porcionada
al sistema penitenciario.
Algunas poblaciones
carecen total-
mente de locales de reclusión
y frecuentemente
se puede
ver al delincuente
al
aire libre
bajo la sombra
de un árbol aprisionado
en un “cepo”,
o
sean,
los bloques
de
madera
conocidos
también
por
nuestra
justicia
y que antiguamente
fueron usados con el mismo fin.
162
con
el arma, que disparé
por encima
del digno
funcionario,
protegió
mi
conseguir
propiedad de su codicia. Despechado manifestó que sabría como
mi escopeta
al día siguiente
; pero se le brindó
muy poca
oportunidad
para
ello,
porque
después
de una pésima
noche abandoné
este mísero
lugar,
antes
de romper el alba.
Rodeados todavía por altas montañas, seguimos río abajo el
curso del Motatán, notando en seguida que comenzábamos a hallarnos
en “tierra templada ”. Al borde de la Mesa de Esnujaque, pequeña y
linda meseta, dejamos el río para cabalgar sobre una alta cumbre hacia
el valle vecino hasta que alcanzamos la ciudad de Mendoza situada a
1300 metros de altura, donde pasamos la noche a fin de poder llegar
al siguiente día temprano a Valera.
El valle de Mendoza, está relativamente bien cultivado y posee
un clima excelente, el cual varía mucho cuando se desciende a Valera,
ubicada bastante más abajo junto al río Motatán. Esta ciudad está
rodeada casi por todos lados de montañas, algunas de ellas muy altas ;
sólo al norte existe una brecha amplia por donde el río corre a bañar
los Llanos de Monay. Como consecuencia de este encierro, la tempe-
ratura es muy elevada, por lo menos yo no recuerdo si en Cúcuta o en
otra parte, padecí más calor que aquí. A esto hube de añadir la canti-
dad de parásitos en que era rica nuestra posada en la plaza mayor.
Sin embargo tengo que confesar que la situación de la ciudad es her-
mosa y hallé de nuevo una pródiga flora interior. Hacia el norte, en
la cercanía inmediata a las casas se eleva una meseta, la “Sabana Larga”,
sobre la cual se encuentra la aldea de Carvajal, desde donde se goza
una panorámica bellísima sobre el valle del Motatán, la ciudad y las
altas montañas por donde vinimos. Tomando la dirección del este, alcan-
zamos por la tarde el río Jiménez, el cual nos fue imposible vadear,
porque las recientes y fuertes lluvias en las montañas, habían engro-
sado notablemente su caudal. Tuvimos que recogernos en una choza
cerca del río, De noche sufrimos el inútil intento de robo de una de
nuestras acémilas, que en previsión la había hecho descansar cabe
nuestro alojamiento nocturno.
A la mañana siguiente, el río, que en circunstancias normales
es fácil vadear, se hallaba todavía muy crecido. Tumultuosamente se pre-
cipitaban sus aguas turbias. Mis acompañantes no creían prudente el
atravesarlo, pero por medio de palos sondeamos su profundidad, y saca-
mos la conclusión que a caballo sí era posible cruzarlo.
Con grandes dificultades conseguimos que la recua que a costa
de golpes habíamos logrado introducir en el agua, alcanzara felizmente
163
la otra
orilla.
Cuando
llegó
mi turno,
mi caballo
inesperadamente
se
metió en
una hoya, cosa que
me llevó
a las proximidades
de perecer
ahogado;
por fortuna
mi caballería
se hizo
a un lado,
momento
que
aproveché para hendirle con todas mis fuerzas las espuelas,
consiguiendo
de este modo
llegar a la otra orilla
con felicidad.
A partir de aquí conducía el camino en dirección sureste hacia
Trujillo, la primera parte a través de una depresión malsana y cena-
gosa, la segunda por una vega bien labrada. A últimas horas de la
noche llegamos a la pequeña ciudad, situada entre laderas desnudas
y tristes. De Trujillo seguimos hacia el noreste, pasamos una sierra
y llegamos a Santa Ana, pequeña aldea situada en una altura desde la
que se disfruta un panorama grandioso sobre las montañas vecinas.
No es pequeño el número de picos que se alzan aquí a 3.000 mts.
Al oeste divisamos los Llanos de Monay y una parte de la llanura baja
del Zulia; en lontananza brillaba de nuevo el Lago de Maracaibo.
El camino descendente de Santa Ana al estrecho valle del río Carache,
es sobremanera escarpado y fangoso, de modo que nuestras acémilas,
debían repetidas veces dejarse caer sobre sus patas traseras, para
poder bajar la resbaladiza ladera, deslizándose.
El río Carache serpentea sus nítidas aguas en infinitas curvas,
lo que nos obligó a cruzarlo unas veinte veces, aunque a decir verdad
sin consecuencias molestosas. Tengo que citar un disparo feliz que en
este valle me valió el cobrar un águila (Spizaetus ornatus)'” que se
había posado en el saliente de una roca. Por la tarde llegamos a la
simpática aldea de Carache, desde donde me proponía estudiar una parte
muy interesante de la Cordillera, el Páramo de Agua de Obispo, que se
halla al norte a 2765 mts. y el cual parecía prometer mucho para mis
colecciones. Llevaba la idea de permanecer ahí por lo menos un mes,
antes de abandonar definitivamente la Cordillera y dirigirme a la cálida
llanura de Quíbor y Barquisimeto. En Trujillo ya corrían rumores
de una revolución que había estallado en El Tocuyo y que al parecer se
extendía hasta Carache. No bien puse pie a tierra en el patio de la
hostería, y el patrón se informaba de los motivos de mi viaje, me dí
rápidamente cuenta que mis deseos no iban a verse cumplidos, Opinaba
éste que debía abandonar la idea de mi gira, si no quería perder a mis
peones y animales. —“A Ud. como extranjero, — manifestaba, — no le
pasará nada y podrá seguir tranquilamente su camino. Pero le serán
(1)
Aguila
negra
(Oroaetus
Isidori).
- Roehl,
E.: “Fauna
descriptiva
venezolana”.
164
a
E
Lago de Valencia (Tacarigua) desde la serranía de la costa. En primer
término, el autor pintando.
retenidos
con toda seguridad,
sus peones y sus mulos”. Bajo estas cir-
cunstancias
tuve que pensar
en continuar
mi viaje. A la mañana siguiente
la aldea ya amaneció con un sobresalto ; por el Monte
Calvario habían
llegado
corriendo tres hombres armados. Sólo se trataba de unos deser-
tores, por cuyas noticias pudimos colegir, que el camino de El Tocuyo
se hallaba seriamente
interceptado.
De mal talante
inicié
el regreso,
teniendo
que tomar el mismo sendero, por el cual había venido, y lleno
de despecho
me de
despedí con una mirada de las alturas del Páramo
Agua de Obispo
del
que tantas
cosas
buenas
me había
prometido.
No me
cupo
el Lago
otro remedio que efectuar el dilatado rodeo por
de Maracaibo, esto es, atravesar
de nuevo la selva Zuliana y desde el
puerto de Moporo en un velero llegarme hasta Maracaibo.
166
encalló
de tal
manera
que
ni echando
parte
de
la carga
al agua
fué
posible
sacarla
a flote.
Fué
izada
la bandera
de socorro;
no tardó
en
acudir un cúter piloto procedente
de un velero alemán anclado en Bajo
Seco y el cual comandaba
el capitán Becker. Tengo que agradecer a éste
y a su gente, que por lo menos la parte valiosa
de mis colecciones
pudiera salvarse;
muchas
cajas
con orquídeas
y animales
vivos
se
fueron a pique. Por suerte nuestro
barco estaba fuertemente construído
y resistió los vendavales,
de forma que todo el pasaje y la tripulación
pudieron
ser llevados sanos
y salvos
a un banco
de El
arena. cúter
piloto nos regresó
a Maracaibo
donde
nuestra
llegada
a medianoche
causó una sorpresa
mayúscula.
Estábamos completamente
empapados
pues nos habíamos apretujado todos sobre la cubierta donde golpeaban
más
incesantemente las olas. Al cabo de unos días partí en un velero
chico y cuando atravesamos la barra esta vez con éxito, ya no se veía
traza ninguna del barco
embarrancado.
167
También
hallé
en esta
gira
el
notable
“palo
de vaca”
— des-
crito
por
Humboldt
— que
contiene
una
resina
lechosa,
de
la cual
me-
diante
una
incisión
en
su tronco
recogí
en corto tiempo
el contenido
de
una
sustituto
botella. Vertida en el café en efecto hace pensar en un de
la leche.
Muy a menudo
he instalado
mi taller
en plenos
bosques
de
Venezuela
; adjunto
el boceto
de uno de éstos
que instalé
en las monta-
ñas costaneras
en la mentada cumbre de Valencia
donde pasé
más de
una noche en la completa soledad de la selva. Si se
pasa la cadena mon-
tañosa
al sur
del
lago,
se
columbran
los
Llanos
con
sus
bosques
de
palmeras,
sus superficies
de hierba
y sus árboles chaparros.
Cual hilos
de plata serpentean numerosos ríos
por la llanura al parecer infinita,
mientras
lagunas de todos
tamaños
brillan esparcidos
aquí y allá. En sus
aguas habita el curioso
temblador cuya
pesca por medio de
caballos
dió pie a Humboldt para
su conocido
relato. Al parecer en Venezuela
nadie sabe dar razón de esto,
pues las muchas veces que he requerido
detalles sobre el particular sólo he
recibido en respuesta movimientos
de extrañeza. Algo parecido le ocurrió
al Dr. Sachs,
que estuvo en Los
Llanos exprofesamente para estudiar
esta anguila eléctrica. Un animal
mucho
más
peligroso en estas
aguas es el pez
llamado Caribe
de 15
a 18 cms. cuya mordedura
agudísima
resulta
de gran
peligro
para
hombres
y animales.
En cuanto
el
más mínimo
rastro
de
sangre
se
muestra
en el agua, acuden estos enemigos en masa y el hombre que
no se halle
lo suficientemente
cerca
del
margen para salvarse,
está
definitivamente
perdido.
El habitante de Los Llanos es parecido en sus costumbres al
gaucho de la Pampa argentina. Jinete excelente parece respecto a su
caballo un centauro, por la forma en que a velocidades vertiginosas
cruza los Llanos carentes de senda alguna. Plenamente consciente de
su fuerza y audacia, canta:
Con
mi lanza
y mi caballo
no
me
importa
la fortuna,
alumbre
o no alumbre
el sol
brille
o no brille
la luna.
Pero
mientras
el gaucho
campea por estepas
ya muy lejanas del
trópico,
en extensiones
vastísimas
en las que no medra un árbol ni un
arbusto
y regadas por escasos ríos
pequeños, teniendo
que
protegerse
no pocas veces
del intenso
frío
al abrigo
de un grueso poncho, el llanero
vive magníficamente
en la región
tropical
en
llanuras
bajas
y cálidas
168
Vista de Norte a Sur sobre el Valle de Caracas.
que
solamente
en algunos
parajes
poseen
el
verdadero
carácter
de
las
estepas. Porque como hemos dicho repetidas veces el agua es abundante
y la vegetación
es ubérrima.
170
hacerse
oír
y poner
coto
a las
tentativas
revolucionarias.
Con
todo
cora-
zón
deseamos
que
pronto
se despeje
la situación,
para
bien
de este
hermoso país.
En más
de
una
ocasión
he sido
testigo
de luchas largas
y enconadas,
de las cuales la que ha quedado
de manera
más viva
en
mi
recuerdo,
fue
la
que
tuvo
lugar
en
Caracas
el año
1870.
Después
de
tres
largos
días
de
combates
horribles
tomó
la ciudad
el
general
Guzmán
Blanco
que
más
tarde
como
presidente
de Venezuela,
mantuvo
una serie
de
años
de paz.
La
plaza
principal
se vió
invadida
por
hordas
abiga-
rradas,
que
al son
de un griterío
ensordecedor
y bajo
un animado
tiroteo,
acudían
de todos lados
excitados
por
el estruendo
de las salvas
que
anunciaban
el nuevo jefe
que había asumido
el
poder.
Más tarde
un
silencio
poco
tranquilizador
se enseñoreó
de las
calles
de Caracas.
171
pintoresca
de su naturaleza,
no
es
el
lugar
apropiado
para
darse
cuenta
de este
naciente
progreso.
172
INDICE
PROLOGO
DEL
TRADUCTOR
.. 0... 0... 0. .. .. 0... .. .. «. Págs.
7 - 9
INTRODUCCION
+... 0... .o 0... 0... 0... 0. 0. 0. 0. 0. .. »” - 16
11
CAPITULO
LL...
..o ooo... o... .. .. 0... e... 2. 0. 0. .. 2. ” 17.34
CAPITULO
!1I - Á TRAVES
DE LA SELVA
ZULIANA
+... .. 0. 0... .. ”
55-78
CAPITULO
- COMIENZA
1V LA SUBIDA
+... .. 0. 0... +... 2... ” 79-112
CAPITULO
V + MERIDA
.. 0. .. .. .. .. .. .. +. .. .. .. .. .. > 113-122
CAPITULO
VI - EXCURSIONES .. +... .. .. +... 0... 0... .. +. » 123-148
CAPITULO - LA
VII ASCENSION
A LA
SIERRA
NEVADA
.+. +... +... .. »”
149.158
CAPITULO
- MI
VIII SALIDA
DE MERIDA
.. .. .. +... 0... 0... > 159-172
=
ORDEN
DE LAS
ILUSTRACIONES
EN COLOR
Rio
ESCALANTE
.. .. .. 0. .. 0. 0... .. .. 0. .. .. .. .. .« .. «.« LAMINA
1
CosTa
DE CARUPANO
.. .. 0. .. 0. .. 0... 0... 0... .. .. .. . .. «. LAMINA
Il
PUERTO
CABELLO
+... .. .. 0. .. 0... .. 0... 0. e. 0... . .. .«. LAMINA
Il
CIENAGA
EN EL ZULIA
.. .. +. .. +... 0. 0. 0. .. 0. .. 0. . .. «. LAMINA
IV
FLORA
SELVATICA
+... .. 0... .. 0... 0... .. 0. 0. .. .. .. .« .. «. LAMINA
— V
SENDERO
EN LA CORDILLERA
.. +. .. 0... 0... 0. 0... .. .. + .. +. LAMINA
VI
MERIDA
Y SIERRA
NEVADA
.. .. .. 0... 0... 0. 0. .. 0... . .«. +. LAMINA
VII
ParisaJE
CAMINO
DE TORONDOY
+... .. 0... .. .. 0... 0. 0. 0... . «. .«. LAMINA
VIH
La Concua,
SIERRA
NEVADA
Y QUEBRADA
DE SAN
JACINTO
.. .. . .. +. LAMINA
IX
PARAMO
DE MUCUCHIES
.. .. +. .. .. 0. 0. 0... 0... .. 0. .«. . .«. «+. LAMINA
X
Laco
DE VALENCIA
+... 0. 0... 0. 0. .. 0. 2. 0. .. .. .. .« .«. .«. LAMINA
XI
CARACAS
DE
VALLE +... 0. .. 0. +... 0. .. 0. .. .. .. .. .« .«. «. LAMINA
XII
“VENEZUELA,
EL MAS | M£*!24 BELLO PAIS TROPICAL”
A. Goering. - Traducción de M. Luisa G. de Blay.
Edición especial,
de 2.000 ejemplares,
totalmente elaborada
en
los Talleres Gráficos - Mérida,
Universitarios Venezuela,
- del 3
de febrero al 29 de marzo de MCMLXII, CLIT aniversario
de la
Fundación
de la Universidad
de Los Andes, - En su realización
intervinieron:
R.A. Pabón,
texto;
Nicolás
Sánchez,
compaginación;
Evgueni Krupij, impresión
de texto y láminas. - Grabados, a
cargo de M. César Baena;
Encuadernación
a cargo de R. Omar
Calderón.
Coordinación
y delineación
gráfica:
Giuseppe
Scattolin.
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