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 VENEZUELA
       

 EL  MAS
   BELLO
     PAIS
   TROPICAL
       
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EL MAS BELLO PAIS TROPICAL

POR
  

 ANTON
    GOERING
      

UNIVERSIDAD
            DE LOS
  ANDES
    / MERIDA
     -  VENEZUELA
         / MCMLXII
      

                       
           TY
   IDSI
 UNIT      ARY
 LIBR   
INDIANA

TITULO
     ORIGLNAL
      
 “VOM
    TROPISCHEN
         TIEFLANDE
        ZUM
  EWIGEN
     SCHNEE”
     
 (DE
   LAS
   BAJAS
     TIERRAS
      TROPICALES
         A  LAS
   NIEVES
     PERPETUAS)
        

1/2

5d

   
 
 
 
 













 Portada
       de  la  edición
       original.
        - Leipzig,
        1893
  

   
F 23          
TRADUCCION  DE
    
Maria Luisa
     
G. DE BLaY
   -
                 
         

 IMPRESO
       EN  VENEZUELA
       
PRINTED
      IN
  VENEZUELA
       

TALLERES
        GRAFICOS
       UNIVERSITARIOS
              / MERIDA
    
 PROLOGO
       DEL
   TRADUCTOR
       





Y-Z)-07



E,   INTERES
       de D.    Enrique
      Planchart
         en   la búsqueda
         de datos
     sobre
    artistas
      
extranjeros
                                              al
del siglo pasado que se hubieran dedicado                    me
paisaje venezolano,
 llevó
     a escudriñar
         la  bibliografía
           viajera
       de  Venezuela
        allá
    por  el  año    1950,
    cuando
     
                                              en
bajo la dirección del ilustre crítico de arte, trabajé la Biblioteca Nacional.
                    
 Poco
    tiempo
      más
  tarde,
      me  asaltó
      la  idea
   de  colaborar
         en  la  divulgación
           de  esas
  
obras
     extranjeras
          sobre    nuestro
       bello    país,
    escritas
        en   épocas
     en que   éste
   suscitaba
       
                                                             viajeros
un interés puro, no mancillado aún por afanes de lucro o económicos. Los       
 de esas
     épocas,
      amaban
     a  Venezuela
        por   ella
    misma,     y trataban
        de   incorporarla
            a
 la  geografía
         incipiente
          y a  las   ciencias
       naturales.
         Algunos
       murieron
       en  su  intento     
 y  tierra
     venezolana
          cubre             sus
     amorosamente   restos.
     

 Así
   es  como
    emprendi
       la  traducción
          del
  presente
       libro,
      trabajo
       sumido
      en
un letargo
       de unos   seis
    años,
     casi     enmohecido
          ya  en   el   fondo
    de   una    gaveta,
       y
                                                              Mérida
que hoy, gracias al reconocimiento hacia el autor por parte de la ciudad de      
 y  de  su  Universidad,
            sale
   a  luz.
  
El estudio bibliográfico del autor, lo hizo el Dr. Eduardo Roehl en su obra:
“Exploradores famosos de la naturaleza venezolana”. (Caracas, Tip. El Compás,
1948), razón por la cual aquí sólo expondré que Anton Goering fué un naturalista
alemán, que comisionado por la Zoological Society of London emprendió un viaje
de investigación a Venezuela, con el propósito de coleccionar aves y otros animales
para el Museo Británico.
El resumen de experiencias habidas por el autor durante los diez años
(1864-1874) vividos en el país, fué recogido por Goering en este libro que intituló:
“Vom Tropischen Tieflande 2um Ewigen Schnee” (De las bajas tierras tropi-
cales a las nieves perpetuas), con un subtítulo aclaratorio asi: “Descripción pintoresca
de  Venezuela,
         el más   bello      país    del    Trópico”.
        En estas      dos    frases
     titulares
         de su
obra
    condensa        toda     la   idea
    de   su   viaje;      en   la  primera
      parte      nos   anticipa
        su  inten-     
 ción,     en la segunda       manifiesta
          contundentemente
                la conclusión           a que   llegó.
      Aparte
     
                                                               que
de la misión que lo trajo a Venezuela, puede decirse que, la ilusión íntima    le
 movió
     a aceptar        de  grado      el  viaje,       no  fué   otra,
     que    poder
    vivir     el  contraste
         de  una  
exuberante vegetación tropical alfombrando los picos
                                                                       cubiertos de nieves eternas.
 En  la  introducción             nos    dice    que    pocos
     países       ofrecen
       al investigador
            la  oportunidad         
                                                            ahí
de poder estudiar todas las zonas de vegetación en la misma latitud. De    que  
 el  centro       de  sus    operaciones
           fuese      Mérida
      y  su  Sierra       Nevada.
       El  resultado         inmediato
       
 de  sus    experiencias
            a  través       del    territorio
          venezolano,
           quedan       expresadas          en  el
 subtitulo
         asi:     “Venezuela,
           el  más    bello      país    del   Trópico”.
         Y  es  que    el  autor      quedó   
 en  verdad       prendado        de  este     país.
   
El relato de Anton Coering sobre su estancia en Venezuela, está exclusi-
vamente dedicado a sus compatriotas; de ahí las frases comparativas entre Venezuela
y Alemania, que aparecen de vez en cuando en el texto, y el tono de la narración:
experiencias vividas en un país remoto y extraño al ambiente alemán, con aires
de aventura y en épocas en que ni las comunicaciones ni el comercio habían
uniformado los países como hoy. En esto estriba precisamente el interés de este libro.
Goering fué ante todo un pintor y un naturalista, experto también en
taxidermia, profesiones cuyo maridaje en los siglos pasados eran de suma importancia,
ya que la fotografía no existía, o bien no estaba desarrollada como hoy, y sólo a
los artistas les era dado reproducir con fidelidad el mundo exterior. No bastaba
describir científicamente un animal, árbol o paisaje; tenía que reproducirse también
de manera visual, con dibujos y enviando animales disecados. Así puede afirmarse,
que el relato del viaje de Anton Goering viene a ser como un álbum comentado,
es decir, el autor se limitó a poner texto a 12 maravillosas acuarelas y 64 dibujos
con los que salpicó su itinerario.(*) De ahí las innumerables referencias que hace
a las ilustraciones en el curso de la narración; también el formato de gran folio
— incomodisimo para su manejo — de la edición original y debido seguramente
al interés de conservar el tamaño natural de los apuntes tomados al paisaje.
El lenguaje que emplea el autor dista mucho de ser literario, podriamos
asegurar que jamás tuvo pretensiones de hacer literatura, como sucede en la mayoría
de libros de su género. El alemán que emplea es completamente llano y familiar,
dedicado la mayoría de las veces, más a asombrar ingenuamente con sus peripecias
en las selvas (no es para menos el haber penetrado en ellas en sus condiciones),
que a elaborar un informe científico, como hicieron otros viajeros, tales como
Sievers, Koch-Grinberg, etc.
 En  mi  trabajo
       me he  limitado
       a trasladar
         lo
   más
   fielmente
        posible
      el estilo
      del
 
autor,
     abundante
        en exclamaciones
            admirativas
           ante
   el   paisaje,
        como
    buen
   teutón
    
 amante  de  excursiones
                y alpinismo,
          y artista
        por
  añadidura.
        
Debo hacer observar también, que he respetado la nomenclatura original
de los especímenes de fauna y flora, y que, las fuentes de que he echado mano en
la traducción de la misma, han sido principalmente: “Fauna descriptiva venezolana”
 de  Eduardo
       Roehl,
     y las    enciclopedias.
               No  soy   un naturalista
           y mi labor      ha  sido
  
                                                                    ha
únicamente de traducción. Nos consta que la nomenclatura botánica y zoológica
cambiado
        mucho
    últimamente
           y que   está
    sometida
        a variación
         constante.
          Dejo,
     pues,
   
esta labor de adaptación para el especialista que tenga interés
                                                             en ello.
El estilo llano y la narración fácil, como apunté más arriba, ajenos al informe
científico para iniciados, y sí con miras a la divulgación de un viaje realizado
con todo el cariño e interés por Venezuela, hacen de este libro un documento
ameno para el conocimiento de los usos y costumbres de este país allá por los
fines de siglo, y una pintura exacta de la ubérrima vida oculta en las selvas y
—¿por qué no?— también de su dulce somnolencia, no despierta aún en aquel
entonces por las modernas vías, ni por los vehículos a motor.
Para terminar, expreso aquí mi íntima satisfacción de que este trabajo haya
servido de modesta colaboración a la Facultad de Humanidades de la Universidad
de Los Andes, para celebrar el cuatricentenario de la Fundación de Mérida, ciudad
de los Caballeros, que Anton Goering apreció tantísimo, y de aportar así mi grano de
arena a la divulgación de su viaje.

 Maria
     Luisa
     G. DE
  BLAY
   

        1958.
Caracas,    

 (*)
  En esta   obra
     se publican
        las
  doce
    hermosas
       acuarelas;
         empero,
       por
  obstáculos
          poderosos
        y
 muy   a  nuestro
      pesar,
      no  podemos
      publicar
        sino
    veintiocho
          de  los
   bellos
      dibujos
      que    dejó
  
 Goering.
        (Los
    Editores).
        
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ANTON
    GOERING
     
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 “VENEZUELA,
           EL MAS
  BELLO
    PAIS
    TROPICAL”
        
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“BARA
   el  hombre
     sensible
        a  las
  bellezas
        naturales,
         todas
   
A las   zonas
     de vegetación           son     buenas      y halla     en ellas     material       
 abundante que admirar;
                    incluso        el
  objeto
     más  sencillo
      
despierta
         su  interés,         ya  se  trate     del    monótono
        césped
      de
 una   estepa
     o  del   pacífico
       robledal
       patrio,
      todo    le impulsa       siempre
       a
investigar más y más. Para el hombre sentimental
                                                            sirve de gran consuelo
 la  contemplación
             de  la  naturaleza,
           especialmente
             cuando
      la  vida
    le
depara un destino cruel; le ayuda a evadir
                                                         azares y luchas del mundo,
 le  atrae      poderosamente
             hacia      la soledad
        del    bosque,
      en  donde      los    melo-    
 diosos
      cantos       de  los    pájaros        le sosiegan         e  infunden        nuevas      esperanzas         
 para     seguir       combatiendo.
          

Pero cuando el hombre descubre el verdadero sentido de la natu-


raleza magna y rica, un pensamiento audaz y un deseo ardiente le
apremian a peregrinar en las lejanías, para conocer los aspectos hetero-
géneos de un mundo remoto. ¿Existe algo mejor que el Trópico, con
sus inagotables riquezas y su variedad sorprendente, para excitar
y satisfacer la fantasía del amigo de la naturaleza ?... El deseo uná-
nime de millares de mortales encadenados al patrio terruño, es poder
dar una simple ojeada sobre esa maravillosa realidad. Si alguno entre
ellos, todavía joven y pertrechado de conocimientos y experiencias ade-
cuadas, consigue penetrar en el mundo tropical, aunque sea a costa de

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 serias
     dificultades,
            y
es  le
  dado    contemplarle
            en   estado
      virgen,
       puede
    
considerarse
            plenamente
         feliz,
      ya que    lleva
    un bagaje
     de impresiones
          y
 recuerdos
         para   toda
   la vida
   y los    cuales
     por
   nada
    del  mundo
    abandonará.
         
Felizmente, puedo contarme entre los dichosos que todavía en
plena juventud, han podido echar una mirada, si bien de momento
superficial, a la zona tórrida. No olvidaré jamás el instante que, en
1856 después de siete semanas de monótono navegar, en calidad de
acompañante del Dr. Burmeister, vi ante mis ojos, emerger de las aguas
la costa del Brasil, es decir, panorámicamente el más bello cuadro del
litoral brasileño, Río de Janeiro. Era un derroche de belleza, lo que
ante mis ojos pasmados se iba alzando del mar poco a poco. Recordaré
siempre las palabras que pronunció Burmeister hallándonos sobre el
Corcovado, pico de 2.000 pies de altura : —-“* Bien, joven, ahora puede
Ud. decir que ha visto lo más bello del mundo”,— pero agregó en
seguida, “para esto no está Ud. todavía maduro”, opinión que halllé
muy acertada.
 Como
   sueño      embriagador
          transcurrieron
             veloces        las   pocas    semanas
     
que permanecimos en
                                los maravillosos alrededores
             de Río;
    el
   tiempo    
 era   apremiante
         y seguimos        hacia     el Sur,    con   el objeto
     de  cruzar      Uruguay     
 y Argentina         en   todas      direcciones.
            Todavía
      se   mecía     ante    nuestros
        ojos   
 el pintoresco
          paisaje       de   Río,     que   ya  la   proximidad
          de   la   desembocadura
           
 del   Río    de La   Plata,      venía
      a nuestro       encuentro
         con   la   presunta
        imagen     
de
  una   costa
    monótona.
         Estábamos          ahora
     considerablemente
                 alejados
      
del
   trópico      y los    campos
      del    Uruguay
       y la    Pampa
    argentina,         detrás      de  
 las   líneas
      horizontales
           y llanas      de la playa,      se   extendían
        mezclándose         
 en  lontananza
          con    el infinito.
       

Impresionado permanecía sobre la cubierta del barco, en tanto


que éste, alcanzada ya la meta señalada, dejaba caer el áncora ; apenas
creía encontrarme en Sudamérica, por el enorme contraste que veía entre
esto y el inolvidable Río de Janeiro.
A pesar de que la relativa uniformidad del paisaje nos era conocida,
así como también la situación del círculo tropical alejado ahora bastante
hacia el sur, todo nos pareció extraño y la comarca muy particular.
A orillas del majestuoso río Paraná, uno de los mayores de la tierra,
tuve la oportunidad de echar una ojeada a la vegetación subtropical
y admirar en el rico caudal del río la correspondiente fauna.
Había llegado el momento de cruzar las Pampas hacia Mendoza!
Por la parte oeste en lontananza y sobre llanuras que recuerdan el mar
no tardó en dibujarse la cordillera de Los Andes, las montañas más

14

altas
      de América
       estaban
       ante
   nosotros.
        En  la propia
      llanura,
       al
  pie
 
de las   mismas,
       se  encuentra
         la ciudad
      de   Mendoza
       cual
   un
  oasis
     formado
     
por    un paisaje
      de  cultivos
        italo-meridionales.
                  Los   alrededores
           de esta
   
ciudad
     constituían
           nuestro
       especial
        campo
     de   trabajo.
        En  nuestras
        excur-
     
siones diarias, tenía ante
                         mí la grandiosa
            y bella cordillera,
                 y podía
    
también
       internarme
          en
  ella
    para
    coleccionar
           y pintar
     los
   puntos
      más
  
característicos,
                entre
     ellos
     el
  Aconcagua
         con
   sus
   imponentes
          inmediaciones.
             
En tales trabajos, durante los cuales me abstraía por entero en la
sublimidad de esas montañas, se 'apoderaba de mí una singular desazón ;
los maravillosos efectos de luz sobre las tranquilas y pintorescas masas
montañosas y sus picos nevados, no contrarrestaban la inquietante
inmovilidad que imponían el yermo y la ausencia absoluta de vegetación,
que se manifestaba íntegra y plenamente en la soledad más grande
y desconsoladora. En momentos así es cuando mejor se aprecia el don
excelso y bello que es, poder disfrutar de la contemplación de la vida
vegetal tranquila, pero eternamente variada.
En aquel entonces, no podía presumir que más tarde me sería
dado conocer jirones de la misma cordillera, enclavados en el trópico,
donde todo aquello que yo echaba de menos en Mendoza, me sería dado
con prodigalidad.
Ya de vuelta en Europa, después de haber cruzado Argentina en
todas direcciones, nunca me abandonó el deseo de emprender por mi
cuenta un largo viaje a los trópicos, siendo mi idea favorita, llevar a
cabo la ascensión a las nieves perpetuas desde las bajas tierras cálidas,
atravesar de este modo detenidamente y en sentido vertical las diferentes
zonas y captar el clímax característico del paisaje, encaminado a colec-
cionar material suficiente para un trabajo de preferencia pictórico.
¡ Llegó finalmente el ansiado momento !
En
Londres, por intercesión de mi apreciado bienhechor Dr.
Sclater, secretario de la Sociedad de Zoología de esa ciudad, me fue
posible, emprender un viaje de exploración a Venezuela, cuando presenté
a este país, como un campo en el que todavía se podía coleccionar con éxito.
A poco de mi llegada a Venezuela, estalló una de sus revolu-
ciones casi crónicas, que vino a retrasar mis planes. Unicamente después
de algunos años de permanencia debía satisfacer mi deseo, la ansiada
ascensión a la cordillera de Mérida.

Ocho años permanecí en ese hermoso país y pasé la mayoría


de ellos en la Cordillera. Durante este tiempo presencié tres revoluciones
importantes y gran número de las llamadas “revolucioncitas”. Apro-

15

veché
    los
  obligados
        descansos
         que    me proporcionaban
              las    mismas,
       para    
desarrollar
           mis
  bocetos
       y  apuntes
      de  viaje,
     haciendo
        de  las
  ciudades
      
 de  la costa    mi residencia,
           donde
    pasé
    horas
     muy
  bellas
     en sociedad
      
de
  amables
      compatriotas
           míos,      los  cuales
     recordaré
        siempre
       con    gratitud.
       

De
  esta
    manera,
       logré
     finalmente
         traer    a casa
    un rico
   material
      

                                                         en
en vistas de bellezas naturales de allí, así como un copioso tesoro
plantas
      y  animales,
        de
  todo
    lo cual   ofrezco
        una  parte,
     en verdad
      la
más
   interesante,
           cuando
     invito
      a mis
  benignos
       lectores        
        a seguirme   mi
en
ascensión
         de
  las
  bajas
     tierras
       tropicales
          a las
   nieves
      perpetuas.
         

 16

 

              
LAMINA| - RIO ESCALANTE.
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 CAPITULO
        1

y
O
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DS

EY RDA DIA RIA RARA O »v O e Y » Y ARA»


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DAA RON ARA MS> IÓ e AO a e
RR -IONES
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PD Aa
A A »
AAe

eo
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 ENEZUELA,
        el país
   más
  próximo
       a Europa
     y que    ocupa    
 la  parte     nordeste
       del   continente
          sudamericano,              nos    parece     
  en  el  mapa     pequeño,
       comparado           con   el  inmenso        y  rico   
 Brasil
      ; no  obstante        es  dos   veces      mayor      que    todo     el  imperio      
 austro-húngaro.
               Quizás       no  se  encuentre          otro     país     más   agraciado
          que    éste,    
 en  cuanto       a  situación          geográfica           se  refiere,        así    como     por    su  disposición          
 en  sentido        horizontal
          y  vertical.          En  una
   superficie,
           según      Codazzi,
        de
 20.223       leguas       cuadradas,           está     representada
            toda     la  gama     y  diversidad
        
de paisajes ; en espacios relativamente
                                                               reducidos, hallamos espléndidos
 panoramas          y  grandes        contrastes,           a  veces      íntimamente            ligados        entre      sí.  
 La  configuración
             de  la  costa,      cuya     extensión
         ocupa     un  total     de  381
 
leguas cuadradas,
                           es sumamente propicia
         y pictórica,
           y sobrepasa
          en
 belleza        a  cualquier          otra     de  todo     el  litoral        de  América        del   Sur.    Prime-     
 ramente,         ya  que   debemos       pasar
     esta     costa      antes     de  que   alcancemos          el
 punto      de  partida        de  nuestra       ascensión                                hallo
a la cordillera de Mérida,    
 importante           presentar          al  lector,        aunque       sea
   velozmente,
           los    escenarios         
 costaneros           más   característicos.
              

Efectué también mi segundo viaje en un velero, cuya meta esta


vez fue Trinidad. Después de seis semanas de navegación, divisamos
esta isla hermosa y meridional de las pequeñas Antillas. Favorecidos
por los vientos alisios y la corriente marina, hicimos rumbo a lo largo

 19

Flora
    costanera
        con
  agaves.
     

 de la  costa


     de  Trinidad,
        siguiendo
         de este
    modo
    la  misma
     derrota
       de
 Colón
    en  su  tercer
      viaje      de  descubrimiento.
               Según      fuentes
       históricas,
         
                                                     la  isla
ya entonces el Gran Almirante consideró la posibilidad de que   
Trinidad
        hubiera       estado      unida     a Venezuela
          en tiempos        remotos.        Instin-
     
tivamente
         acude     esta     idea    a  la  mente      del    espectador
          que   observa
       ante   
sí  la  línea     de    ambas
    costas       y aún   más    si   las
  dibuja
     como    pude     hacer     yo.  
La
  línea de unión se traza desde la isla, siguiendo
                                                        las peñas aisladas
en   las   “bocas”
      de
  la bahía      de   Trinidad,
        hasta     el   continente,
           o sea   
Venezuela.
         Nuestro       gran    A.   de  Humboldt
        tomó     esta     misma      ruta
    hará    
unos
    cien
    años.      ¡Al   divisar
       la   tierra     tropical
       tan    suspirada
         por
   él,
  
qué
   de
  pensamientos
           no le invadirían!...
            

 20

Mucho
     antes
    de
  penetrar
        en
  la
  bahía
     de Trinidad,
         contemplé,
         
movido
                                                        yacía
por un sentimiento peculiar, el continente que al suroeste    
ante    nosotros
        mostrando
         sus    pintorescas
           formas
      montañosas
          ; mis    ojos
   
descansaron
           sobre      las    altas
     cumbres
       sumidas       en   la etérea
      lejanía
       y que   
indicaban
         la situación
         de Caripe,
       el   primer
     campo
     experimental
             de
Humboldt
        en   el   trópico.
       
La entrada a la bahía de Trinidad, no es siempre fácil para un
velero, pues salen al paso corrientes marinas con frecuencia impetuosas
que le impiden avanzar. Lo primero que llamó nuestra atención al
penetrar en la bahía, fueron las listas que forman las corrientes en la
superficie del agua. Completamente independiente del conjunto tranquilo
de ésta, tenía lugar un tumultuoso oleaje, cuya causa son las masas impe-
tuosas de agua, que arroja el delta del Orinoco en la bahía.
Las campanas de Puerto España, capital de Trinidad, nos emo-
cionaron, porque después de larga navegación nos brindaban el primer
saludo de bienvenida. Apenas puede imaginarse cuadro más encantador,
que el de esta bella isla desde su bahía. Después de corta permanencia
en Puerto España, en donde tuve ocasión de conocer a amables com-
patriotas y a ingleses muy atentos, las corrientes marinas y el viento
alisio, nos empujaron hacia la playa de Carúpano, alcanzando su bahía
en una noche oscura y bochornosa. Sólo unas tenues luces denotaban
la presencia de la ciudad; también la pálida luz del faro, señalaba
la altura en donde esta problemática obra de arte debía encontrarse.
— *“ Aquí será ”, exclamó el patrón de nuestra pequeña nave de cabotaje,
que ostentaba el nombre de Garibaldi, y echó el áncora por la borda.
No se hizo esperar a medianoche una tempestad cuyos pavorosos
truenos repercutían miles de veces en los abismos y los valles. Los relám-
pagos iluminaban momentáneamente los alrededores cual mágicos cua-
dros cambiantes, que con la rapidez del pensamiento se desvanecen una
y otra vez, legándonos así, en la negra noche, la promesa de unas inme-
diaciones maravillosas, que causaban nuestra impaciencia en la espera
del amanecer.
Antes de terminar nuestro viaje, debíamos conocer lo que es
una auténtica lluvia tropical, por lo que no tardó en caer sobre nosotros
una, con el consecuente estampido de truenos. Sin tener siquiera un
refugio donde guarecernos, puesto que no había camarotes, no tuvimos
otro remedio que aguantar este baño por unas horas.
Cuando amaneció el ansiado día, el buen tiempo se había resta-
blecido y los rayos incipientes de sol, se abrían paso comenzando a
iluminar la primera imagen de las costas de Venezuela.

21

La  bahía
    de
  Carúpano
        forma
     un semicírculo
          bastante
               cabe
regular,    
el
  cual
    se
  levantan
       las
  primeras
        casas
     de
  la
  ciudad.
       A  la  derecha,
       como
   
estribación
          de
  la   sierra
      de
  la   costa,
      se   eleva
     un   cerro
    prominente,
           con
  
los
   restos
     de   un  fuerte
      español;
        viejos
      cañones
       yacen     en   promiscuidad
           
junto
     a setos
     de   cactus
      y mimosas.
        Una    miserable
         garita
      con
   un   semá-
    
foro,
     es
  toda
    la
  novedad
       ; desde
     allí
    se notifica
        a los
   habitantes,
           la
 
llegada
       de   los
   barcos.
       A nuestra
       izquierda,
          un  acantilado
          a manera
      de
 
península
         rocosa,
       se  adentra
       en   el
  mar
   y sostiene
        el   faro.
    

La ciudad se halla en un llano, y está rodeada de este a oeste


por pequeñas estribaciones de la sierra costera. Pero antes de poder
describirles de cerca las playas de Carúpano, deben permitirnos primero,
luchar un poco por bajar a tierra.
Poco antes de amanecer, subió a bordo un soldado de color,
vestido casi en harapos y con un fusil oxidado, con el fin de anunciarnos
la visita de la aduana ; entretanto, estuvo vigilándonos, hasta que
por fin, después de largo esperar compareció esta última. La embarcación
que trajo a los funcionarios de la aduana, fue la misma que nos condujo
a tierra; no obstante no pudimos llegar al desembarcadero, ya que éste
se encontraba bastante lejos de la bahía y la fuerte rompiente y las
olas golpeaban con ímpetu. Después de inútiles intentos, la embar-
cación hizo rumbo hacia la parte izquierda del muelle, donde la rom-
piente mansa y regular, murmuraba sobre la llana y arenosa orilla.
En la playa ya nos aguardaban algunos indios guaiqueríes, mo-
renos y semidesnudos, descendientes todavía de los primitivos habitantes
de la región. El patrón del bote, atento esperaba el oleaje propicio
para desembarcar, de modo que empujados por la ola, quedamos de
pronto firmemente varados en la arena, aunque todavía a cincuenta
pasos de la orilla seca.
Los guaiqueríes también estaban al tanto, porque acto seguido
nos ofrecieron sus hombros, para transportarnos a tierra montados
en ellos. Por un accidente al apearme, vine a dar con mi cabeza en el
suelo, por fortuna, blando de la playa, con lo cual espanté a toda una
piara de cerdos negros, que se refocilaban escarbando en la arena
húmeda y fresca. ¡Este fue, pues, mi desembarco en Venezuela !...
Mis diligencias en la aduana fueron breves; el director de la
misma, un “ General”, no halló nada de valor en mi baúl.
A ambos lados de la ciudad, tropezamos ya con la flora carac-
tterística de la costa, que en estado silvestre se agrupa alrededor de
los cultivos inmediatos a ella. En su mayoría se trata de arbustos de
mimosas, entremezclados con cactus y agaves (véase figura). Estas

22

 tres
    especies
        vegetales,
         representan
           por
   sí  solas
     el  carácter
        externo
     
del
   paisaje
       básico,
       y solamente
        a  costa
     de         
 internarse  
 más y  
 más

es cuando
      se  hallan
      las
  incontables
          especies
        de plantas
      subordinadas.
           

La espesura es ya aquí muy densa y especialmente debido a los


setos punzantes que forman los cactus, a menudo se hace impenetrable
siendo imposible abrirse paso por ella. Nuestra ilustración muestra,
cómo se destaca entre esta flora, el agave americano con su floración
sobre un bohordo alto en forma de candelabro.
También nos llamó la atención aquí una familia de colibríes
de las más hermosas, el Chrysolampis moschitus. Este pájaro tiene
el cuello dorado, la parte superior de la cabeza rojo carmín y el resto
del plumaje castaño oscuro. Frecuentemente zumba en torno de las
flores amarillas de las pitas, en grupos de a cinco, ocho o más ejem-
plares ; a pleno sol creeríamos ver una danza de centellas, por la viveza
de sus movimientos y su colorido.
 Estos
    sotos
    están
     habitados
        también,
        por
   otro
    pájaro
     bello
    y
 vistoso,
       el  cardenal,
        color
     rojo
    fuego,
      Cardenalis
          phoeniceus
          '",
  que
  
se encuentra
        a menudo
      cimbreándose
            en
   las
  livianas
        ramas
      de  las
 
mimosas.
        Considero
         a estos      dos   pájaros,
        como    las
   figuras
       más    repre-
     
sentativas
          de esta    región,
      precisamente
            porque     a ella    pertenecen
          y no
 se encuentran
         en   otras
    comarcas,
         como     por    ejemplo,
        las   muy   pobladas
       
de selvas.
     

El principal cultivo aquí, es como en todas las costas tropicales,


el del esbelto cocotero. Sus magníficas copas de palmas, se yerguen
por encima de las demás plantas de cultivo en las haciendas, algunas
veces formando bosquecillos de unos cuantos millares, otras alineados
uno a uno junto al mar, donde la sal marina infiltrada en el suelo favo-
rece las condiciones para su desarrollo.
Algo más hacia el oeste de la ciudad, se encuentra la ensenada
más bella de toda la costa venezolana, Guayacán, separada tan sólo
de ella, por el cerro de las señales. Desde éste se divisa gran parte de
toda la configuración costanera agrupada pintorescamente formando
vastas playas arenosas, donde lenta y acompasadamente rueda el oleaje.
Más arriba se encuentran los sotos anteriormente descritos y acantilados
donde rompen las olas su espuma; en dirección oeste columbramos
las formas del litoral hasta que la vista se pierde en la inmensidad del

(1)   Cardenal
       coriano
       (Rychmondena
           phoenicia).
          - Roehl,
      E.:“Fauna
        descriptiva
          venezolana”.
          
 1952.
   

 23

mar
   Caribe.
      Para
    dar
  una   idea
   completa
        del
  panorma
      interesante
           de
 la costa,
      damos
    una   acuarela
       a toda
    lámina
      en uno  de
  los
  pliegos
      siguientes.
          
Desde aquí emprendí numerosos viajes al interior, llegando hasta
el delta del Orinoco y permanecí tres meses en el hermoso valle de Caripe
que Humboldt hizo clásicamente famoso ; con los indios chainos estable-
cidos allí, visité la grandiosa cueva del Guácharo. Aquí fue donde Hum-
boldt descubrió el notable pájaro de caverna, el guácharo Steatornis
Caripensis. En esta región, tuve la oportunidad, acompañado por los
indios, de hallar otras cuevas de guácharos tan o más grandes y bellas.
Más hacia el oeste de la bahía de Guayacán, existen unas es-
pléndidas salinas naturales, encauzadas con mucho trabajo y esporá-
dicamente, porque están protegidas por arrecifes de coral. La sal marina
se consigue por evaporización. En los llamados estanques, que se encuen-
tran detrás de los bancos de coral y de unos diques, se evaporan las
aguas que penetran constantemente, formando en las superficies inun-
dadas una cristalización blanca. Como acertadamente ha observado
Bergter refiriéndose a las salinas de Curazao, esta disposición ofrece
un espectáculo magnífico, porque la lixiviación superficial origina cris-
talizaciones que — quizás debido a un pequeño contenido de hierro y
manganeso — reflejan una luz rosada, de manera que los incontables
cristales de sal, dan al conjunto la apariencia de un tejido incrustado
de millares y minúsculas gemas.
Las salinas de la pequeña isla de Curazao, como pude constatar
yo mismo, son insignificantes comparadas con las de la costa de Vene-
zuela que ocupan una extensión considerable. Cuando tiene lugar la
evaporación total de estas vastas superficies blancas, no es posible
fijar la vista sobre la capa resplandeciente de sal.
Abandonamos Carúpano y con ello la costa de Paria. Siempre
navegando hacia el oeste, pasamos muy cerca de la mayor isla vene-
zolana, Margarita, conocida desde tiempo inmemorial por sus pesqueras
de perlas y alcanzamos pronto la altura de Cumaná. Desde este punto
hasta la proximidad de La Guaira, la costa es llana y sólo al acercarnos
a la desembocadura del río Tuy, pudimos divisar la parte más alta de
la cordillera de la costa, con la Silla de Caracas de 8.000 pies de altura
y el pico de Naiguatá que le sobrepasa en 500 pies. Este es un panorama
grandioso ; las montañas se elevan formando poderosos escarpados,
en muchos lugares completamente verticales.
La Guaira, es como un nido de golondrinas enclavado en las rocas.
De la parte posterior de la ciudad, arranca un antiguo camino de
herradura, que data de la época española y que conduce por el oeste

24

      

     
Il VNIWVI WISOI 30          
"ONVANAVI
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de  la Silla,
     a  través
      de las    montañas.
         Más
   hacia
    el
  occidente
        todavía,
      
un
  ferrocarril
          recién
     construído, describe una gran curva para aprove-
                                        
char
     los  pasos     naturales
        o  desfiladeros.
           

Siguiendo el camino de herradura, en su punto más elevado,


aparece ante nuestros ojos la panorámica soberbia del alto valle de
Caracas, que encierra la capital de la República, que ostenta el ajedrez
de sus calles a nuestros pies. Como deseamos abandonar con premura
la zona del litoral, nos abstenemos de entrar en detalles, aunque más
adelante ofrecemos una acuarela, que por sí sola expresa mejor la
belleza del valle de Caracas, que todos los elogios que pueda yo tributarle.
También por Puerto Cabello y el Lago de Valencia, pasamos
velozmente. Una vista parcial de este último, tomada de occidente a
oriente, insertamos como acuarela en este mismo libro. No obstante
no debemos dejar Puerto Cabello, sin antes dar una mirada a un notable
e interesante paisaje marino de las cercanías. Este es el arrecife de
coral de Patanemo, al este de la ciudad y que se caracteriza por un fenó-
meno peculiar, llamado por los nativos “Bufadores”.
De las montañas de la costa se desprenden con frecuencia peñascos
que van a caer al mar junto a los escollos que emergen del agua
aparentando la forma de mesas. Este lugar solitario de la costa, es a
menudo elegido por millares de interesantes aves acuáticas, como punto
de reunión.
Generalmente abundan los pelícanos ( Pelicanus Fuscus )'? los
cuales al iniciarse el breve crepúsculo tropical, acuden en grandes
bandadas y buscan en las peñas y riscos, un lugar de reposo. Estas
aves difieren mucho de sus congéneres europeas en cuanto a la forma
que tienen de pescar, lo que efectúan como suele hacer el quebranta-
huesos, o sea lanzándose verticalmente al agua desde gran altura.
Con la pleamar van cubriéndose cada vez más las rocas ; entre
tanto se levanta del mar una fuerte brisa que bate reciamente el oleaje.
En ese momento comienza un espectáculo nuevo y sorprendente. Las
olas braman imponentes, mientras se estrellan en las peñas, inundando
a éstas de espuma ; sus aguas al parecer hirvientes comprimen el aire
que llena las cavidades inferiores de los arrecifes de coral, cuyas pro-
fusas horadaciones se dirigen hacia todos lados. De repente se disparan
al aire en forma de surtidor, columnas de agua a miles que se cruzan
en todas direcciones, siguiendo las de los múltiples orificios. La poderosa

(2)
   El  Alcatraz
       (Pelicanus
         occidentalis),
               también
      conocido
        por        -  Roehl,
   Butasir.       E.:   “Fauna
    
descriptiva
           venezolana”.
          

 25

presión
      del
  oleaje
      en
  un mar
   agitado,
        es   causa
     del
   juego
    atronador
       
 y  desordenado
          de esos
    chorros.
        El  sordo
    sonido
      de estos
    disparos,
        se 
mezcla
     con   el  bramido
      de   las
  olas.
    

Esta ducha singular parece agradar a nuestros pelícanos que,


aleteando permanecen aposentados y permiten que el agua los bañe.
Festiva por demás resulta la escena, cuando estas torpes aves colocan
impensadamente sus patas de palmípedo sobre los agujeros y son expelidas
con violencia al aire, por la fuerza de los chorros. Este fragor, parecido
al de un tiroteo, se oye desde muy lejos y el que ignora su procedencia
puede creer que en alguna parte de la costa, se está librando un combate.
En esta playa, especialmente más hacia el oeste, se encuentran las clases
más preciadas de coral, y su extracción se lleva a cabo con laboriosidad.
En los parajes que la costa baja penetra extensamente en el mar,
y en la desembocadura de los ríos que se precipitan de las montañas,
como por ejemplo, junto a Puerto Cabello y más al oeste en Tucacas
y Chichirivichi, vemos los manglares típicos de casi todas las costas
tropicales. Esta característica planta costera al parecer, prospera mejor
en agua salobre, e incluso en donde ésta es poco profunda, se extiende
considerablemente dentro del mar, como sucede particularmente en
Tucacas.
       

El
  elemento
       básico
      que
   puebla
      en   Venezuela
         los
   “manglares
         ”
—  término      que    usan     los   criollos
        para     designar
        el   bosque
      de   mangles
      — 
 lo constituye
         el
  Rhizophora
          mangle;
      junto
    a esta   especie
       crecen
     
también
      otras
    variedades,
           como     el
  Laguncularia
            racemosa
        y Avi-
   

cennia
      tomentosa,
         lo que    no   influye
      en   absoluto
       para    cambios       impor-
     
 tantes
     en el   paisaje,
        ya   que   lo que    abunda
     es la  primera      especie.
      
Al observar la adjunta figura, podemos darnos cuenta de cómo
en una espesura de mangles, sus múltiples y zancudas raíces, se cruzan
de tal manera, que tejen una maraña impenetrable, y que los verdaderos
troncos se mantienen en el aire, cargados por sus propias raíces por
encima del agua ; esta es la razón de su nombre botánico (Rhizophora
porta raíces ).
Los mangles en el lugar que hallan todo lo necesario para su
desarrollo, pueden alcanzar hasta cien pies de alto. Si se pretende
atravesar un manglar, hay que proveerse necesariamente de un machete
para ir derribando al paso, los ejemplares que se interpongan, en parti-
cular los más jóvenes. Resulta muy trabajoso y en parte imposible el
intentar cruzarlos por el agua, trepando por toda esa ramazón de raíces,
cuyo ramaje gris blancuzco es muy espeso y sumamente resbaladizo,
ofreciendo muy poca resistencia.

26

Por
  el contrario
        se    puede
    estudiar        exacta        y fácilmente          la natura-      
 leza
   de esta
    notable      planta,       aprovechando
            el   paso     por    canales
       y lagunas       
múltiples.
          Estas     excursiones
           son    altamente
         interesantes             porque       la   cla-    
ridad
     del    agua    y el   fondo
     del    canal,
      por   lo   regular
       bastante        raso,      permiten
      
entrever
       cualquier
         particularidad
              de   la   vida
    vegetal        y animal.
       Saltan      
a la   vista
     incontables
           estrellas          de   mar    rojo    claro      y cangrejos          de   todos     
los   tamaños
        y diversos        colores,
        se   encaraman
         en   las   ramas     por    doquier.
       
A los   zancos      que  forman      las
   raíces,
       se   adhieren
       a veces     en
  grandes
     
cantidades,
           las   llamadas
        ostras       del   mangle      ( Ostera
      calcar       )  que   tanto     
 los    naturales
        del    país    como    los    extranjeros,
            comen      con   fruición.
       

El paisaje de los manglares está supeditado a cambios constantes.


Si ahora emprendemos el paso por uno de estos laberínticos caminos
acuáticos, podemos tener por seguro que éste, relativamente dentro de
poco tiempo estará completamente cegado, porque tan pronto alcancen
el suelo cenagoso, las delgadas y colgantes raíces aéreas, éstas arrai-
garán inmediatamente allí dentro y crecerán formando una armazón nueva
y espesa. Este parece ser el principal medio de propagación del mangle,
aunque hay que tener en cuenta que, también las semillas que el árbol
desprende, son motivo al caer de nuevos retoños.

Los manglares son un campo excelente para coleccionar y cazar.


Entre los espesos ramajes revolotean diversos tipos de pajarillos de
matorral, e inclusive moran aquí algunos papagayos, aunque en general
menos vistosos que los vulgarmente conocidos. Pero lo que nos llama
la atención y verdaderamente puebla en abundancia estos parajes, son
las aves acuáticas y zancudas, entre las que se destaca la preciosa Ibis
roja ( Ibis rubra )'? la cual en grán número laboriosamente se ocupa
en buscar gusanos, coleópteros, etc., sobre los islotes de hierba o detrás
de los manglares.

En las ramas se aposentan garcetas blancas; cruzan el aire


sobre canales y lagunas, pico-tijeras,'* gaviotas y golondrinas de mar
y con un poco de suerte se puede también ver algún rabihorcado descan-
sando en la cima del mangle más alto y seco. También pasa de vez en
cuando el hermoso halcón peregrino. Finalmente me sorprendió muchí-
simo, la aparición de un ave, común en Alemania, el quebrantahuesos,
extendido por toda la tierra, y que un certero tiro hizo caer en mis manos.
Dejamos los manglares y en seguida en las montañas de la costa,
encontramos de nuevo la misma flora que describí en Carúpano, pero

 (3)
  El corocoro
       colorado
       (Guara
     rubra)
     - Roehl,
      E.:  “Fauna
     descriptiva
          venezolana”.
          
 (4)
   Rhynchops
         nigra.
    

 27

 Bufares
      en  los
  arrecifes
        de
  coral
    de Patanemo.
       

una
  vez
  pasada
     la próxima
        cresta
      montañosa,
          San
  Esteban,
       el
  más
  
bello
     valle
    de Venezuela,
          se
  extiende
        hacia
     el
  sur.
   En él  se  desarrolla
        
 simultáneamente
               toda     la magnificencia
             del
   trópico,
       vastos     campos
      de
caña
     de azúcar,
       plantaciones
            de café
    y cacao     se extienden
          a 'ambas
    
 orillas
       del
   río   San    Esteban
       que    riega
     todo
   el  valle.       A  una   hora     de la
 costa     y  bastante
       adentrado
        en  la  vega,
    está    la población
        del   mismo    
 nombre,        que
   ostenta
       villas
      encantadoras,
             instaladas
          con    todo    el  confort
     

 28

europeo,
         la mayoría
       de los    cuales
     pertenece
        a alemanes.
         Estas
     quintas
      
están
     rodeadas
        de   lindos
      jardines
        con   un   lujo    tal   de   plantas
       tropicales,
          
 como   ninguna
      otra
    naturaleza
          puede     ofrecer
      con    tanta
     profusión.
         
Puede afirmarse que los extremos se tocan aquí de la forma más
chocante ; por ejemplo, estamos oyendo pletóricos de unción, las nostál-
gicas notas de un piano que nos recuerda nuestra querida patria, cuando
de improviso estalla el inquietante alarido de los monos aulladores**
que pueblan los bosques montañosos que circundan el valle.
El camino de Puerto Cabello a San Esteban, goza de inusitada
animación durante las tempranas horas matutinas y las postreras ves-
pertinas, cuando los mercaderes van y vuelven a caballo de la ciudad ;
también se transporta a aquélla, por medio de asnos, mulas y carretas,
gran cantidad de productos agrícolas.
El simpático Puerto Cabello está situado en una península plana
y su tranquilo puerto está entre la misma y un islote que posee ciuda-
dela y faro. Como la distancia que le separa de San Esteban es muy
corta, éste se convierte en punto de excursión obligado, particularmente
los domingos ; no hay viajero, que no aproveche la ocasión de conocer
el hermoso valle, si su barco hace escala con tiempo suficiente para
ello, y con toda seguridad, llevan después consigo el recuerdo más
agradable de América del Sur.
El calor no se deja sentir en este pueblo con tanto bochorno
como en la ciudad, donde la temperatura media es de 27” R. Caminos
y veredas llevan hacia todas partes, de modo que es fácil emprender
cualquier clase de excursión provechosa y además obtener una idea de
lo que es la selva tropical, sin tener que ir demasiado lejos.
Ascendiendo por las montañas costeras, ya se disfruta de la
primera vista sobre el Lago de Valencia, desde un desfiladero a 5.000
pies de altura, Este lago que alardea su belleza a nuestros pies, es muy
pródigo en islas y un vasto llano le rodea por el norte y el oeste, que
se manifiesta como opulento campo de la actividad humana, pues entre
la vegetación exuberante, por doquier se alzan caseríos, haciendas y
plantaciones. San Esteban y las inmediaciones del Lago de Valencia
fueron campos fecundos para mi colección de historia natural.
Zarpó nuestro barco de Puerto Cabello para seguir su travesía
y no tardamos en acercarnos a la rocosa isla de Curazao antes citada
— que entre paréntesis sea dicho, suministra el conocido licor de su
nombre— y en donde efectuamos una corta visita.

 (5)
   Araguatos.
        

29

Es  la  isla
    mayor
    de un  archipiélago
           de
  la soberanía
        de
  Holanda.
       
Mientras
        vamos
     navegando
         en
  el profundo
           y bello puerto
           en
  cuyas
   
aguas
      se  refleja
       Willemstad,
          única
     ciudad
     de
  la isla,
     inmediatamente
            
nos
  percatamos
         de
   que
   no estamos
       en Venezuela
         ; el estilo
     de    construc-
       
ción
    es
  completamente
             holandés
        y el   mejor
     orden
     reina
     en   todo     lugar.
     
Pero
    esta isla árida
              y carente
        de agua, es
          muy poco
    interesante
           en  
lo que
   atañe
     a su
  naturaleza
          primitiva
         ; toda
    su
  flora
     se
  reduce
      a
mimosas
        y cactus.        A este
    respecto
       no   encontramos
          nada     aquí,
     que   no  
hubiéramos
          visto      antes      en   Venezuela,
          mucho     mejor      y en   mayor
     desa-    
 rrollo.
       Sin
   embargo       Curazao
      es  importante
          como     centro
     mediador
       de
 
 comercio
        entre
     el  continente,
           motivo       por
  el
  cual,
     gran   cantidad
         de
 barcos      surcan
     ininterrumpidamente
                    su excelente         puerto,
       que  siempre
      da
 la  impresión
         de  estar
     muy    animado.
      
Tan pronto como apuntamos el golfo de Maracaibo, nos damos
cuenta del fuerte contraste que existe entre la parte occidental de
Venezuela y las costas orientales de Carúpano y La Guaira. Playas
interminables se extienden a nuestra izquierda, mientras a la derecha
la cadena de colinas de la península Guajira, imprime una variación en
la monotonía del paisaje. Como el golfo de Maracaibo (el saco) por
lo regular está muy movido porque sopla un viento recio, conseguimos
penetrar fácilmente en el gran lago del mismo nombre, aprovechando
esta circunstancia.
Debido al peligro que implica el atravesar la angosta y arenosa
barra, que forma la desembocadura del lago en el golfo de Maracaibo, no
dejamos la región de la costa, sin antes hacer subir a bordo, al práctico
que debía conducirnos felizmente rumbo a la Ciudad del Lago.
Las riberas son llanas y la vegetación pobre. A nuestra derecha
sobre una bahía, desde este lugar invisible, está la aldea de indios
guajiros Sinamaica, construída sobre estacas. Más al sur y bastante
alejada de la ciudad, conocimos otra aldea de palafitos de los mismos
indios (véase ilustración ). Estas poblaciones lacustres dieron motivo
a los descubridores españoles para denominar al país, pequeña Venecia,
lo que originó el vocablo Venezuela. En el centro de la parte norte del
lago hay una isla cubierta de manglares, mientras las orillas derecha
e izquierda del mismo, están pobladas por extensos cocotales. Pasando
una eminencia de la orilla, nos sorprende la ciudad comercial de Mara-
caibo, capital del estado Zulia, para nosotros escenario interesante de
casas, pero privado de segundo término, porque también aquí las inme-
diaciones son llanas y pobres.

 30


         

 Aldea de  palafitos


            en  la Guajira
     
y Balneario en Los Haticos (Ma-
racaibo).

Nuestros
        compatriotas
            nos
   acogieron
       
 de  la  manera
     más
  gentil.
      como
    los
   de  San
 
Esteban,
        también
       tienen
      éstos
     su estancia
      

 veraniega,
          en  un  lugar
     que
   llaman
      Haticos.
      
 No  se  halla
     aquí
    la  vegetación
          ubérrima
      
 de  aquella
       otra
    población
         pero
    incontables
         
 cocoteros
         acogen
      bajo
    su  sombra
      a unas
    cómodas
       casitas
     
 de  campo
     (  véase
     figura
      ).
Aunque más tarde pienso describir con mas deteni-
miento a los habitantes de Venezuela, voy ahora mismo a
hacer algunas observaciones sobre los Guajiros, En estado
de emancipación, ocupan principalmente la península Guajira y su labor
preferente es la cría de ganado. No permiten a los extraños radicarse
en sus tierras, o cuando menos bajo imposición de difíciles condiciones;
pero ellos a su vez, van cuantas veces lo desean a la ciudad y no encuen-
tran traba alguna en su camino. suelen llevar al mercado sus aprecia-
dos caballos guajiros y se ve deambular por las calles a familias enteras,
comprando artículos varios con el producto de las ventas realizadas y aun
con frecuencia se les ve mendigando. He dibujado a más de uno de ellos,
mas como este trabajo debía efectuarlo en la vía pública, una vez sin
proponérmelo fui causa de un tumulto. Para empezar diré que ya fue
muy difícil convencer por dinero al interesado, a que tasara su rostro,
solamente después de bizantinas discusiones con un intérprete (el indio

 31
en cuestión
       no entendía
       el  español        ) conseguimos           que     se estuviera          un

 rato    quieto,
       cuando
     sus    acompañantes
            femeninas,           especialmente              su   morena      
y anciana        madre,
      prorrumpieron
             en  desagradables
             alaridos.
         Tal   como
   
manifestó
        el  intérprete,
          esta     gente     vive    en   la    creencia       de que,    el  permitir       
que les dibujen,
              acarrea
       infortunios
           de
   toda
    índole,
       lo
  que   era
    ya de mi 
conocimiento
           en   Argentina,          cuando       a espaldas          de Burmeister           dibujé        la
mujer
     de   un cacique.
       

Cada vez más el gentío, bien sea el de a pie o el montado en asno


o en caballo, se apretujaba y empujaba entre el indio y yo, en tal forma
que la circulación de la calle quedó interrumpida. En estas circunstancias
y con el calor sofocante, el trabajo se hacía más dificultoso y no bien
había terminado aún del todo mi boceto, cuando compareció un tropel
de policías uniformados para dispersar la multitud, cosa que, debido
a la falta absoluta de respeto que sienten por los agentes policiales,
provocó algunos incidentes cómicos y también algunos violentos. El ofi-
cial de policía me dió a entender que el asunto no era conmigo y me
rogó prosiguiera mi trabajo ; mas desde entonces se me quitaron las
ganas de emprender más nunca, estudios antropológicos por las calles.
Al cabo de varios días de permanencia en Maracaibo, que con la
ayuda de compatriotas expertos, dediqué a completar mis preparativos
de viaje a la Cordillera, subí a bordo de un pequeño velero, que tras
cordiales despedidas, debía conducirme a la orilla meridional del Lago
de Maracaibo. En los últimos tiempos, ya se dispone para efectuar
estos viajes, de pequeños barcos a vapor.
Las lluvias son mucho más escasas en la parte norte del lago
que en la del sur; en esta última el cielo está casi siempre nublado
y el calor es bochornoso. A menudo, mejor dicho casi de repente, tienen
lugar cambios bruscos de tiempo. No son raras las mangas de agua,
así como los ciclones, los cuales tan pronto sorprenden, como rápidamente
desaparecen, aunque de todos modos obligan al experto marinero a
cambiar de rumbo. El profano contempla despreocupado la negra nube
que se avecina, pero el patrón del barco conoce su significado y ordena
virar la nave para salvarla del amenazante peligro y a ser posible ganar
tiempo para guarecerla en una bahía, hasta que el “chubasco  ” como   
llaman los naturales del país a estos aguaceros!“ acompañados de
fuerte viento se haya desencadenado de un todo. No fue el chubasco
solamente el que nos obligó por corto tiempo a variar nuestro rumbo,
sino también una tremenda plaga de mosquitos que en lontananza cual

(6)  En el original


       “diese
       Wirbelstúrme”,
             propiamente
          “estos
      ciclones”.
        

 32

grande
      nube    se cernía
      sobre     nosotros.
        Estos
     provienen
         de   unos
    grandes
      
pantanos
       que   circundan
         la parte     meridional
         del   lago    y que
   convierten
         
esta
   comarca
      en
  una   región
      inhóspita
         para    el
  hombre,
      Cuando     reina
   
sosiego
      en  el   aire,
     estos
     molestosos
          insectos
        se
   levantan
       sobre
     los   pan-
   
tanos y con frecuencia son empujados masivamente en
                                                            forma de nebulosa,
por
   una  brisa
    repentina
         que
   a veces
    los
   precipita
         en
  el
  lago,
     entre
     cuyas
   
olas
   hallan
     su   sepultura.
        

En el sur un borrascoso cielo ocultaba a la vista, la meta de


nuestro viaje, la cual teníamos bastante próxima, cuando se nos vino
encima la negra noche. Entonces comenzaron, sobre los mares selváticos
de la región zuliana, los relámpagos incesantes de los “Fuegos del
Catatumbo” (del río Catatumbo) los cuales señalan la entrada del
lago, a los barcos que surcan el golfo de Maracaibo.
No creo haber esperado nunca con más ansiedad, el siguiente
día ; mucho antes de amanecer ya estaba sobre cubierta. El cielo claro
que nos envolvía, daba a entender que nos aguardaba una mañana serena.
Nos encontrábamos ya cerca de la ribera meridional y podíamos perfilar
las oscuras masas selváticas que constituyen el margen.
Por fin aclaró sobre los bosques bajos y los primeros rayos de
sol empezaron a iluminar el fondo; paulatina y gradualmente, como
alumbrada por una linterna mágica, emergía majestuosa la Cordillera,
que ya brillaba deslumbradora, mientras a sus pies las tierras bajas
seguían todavía por breve tiempo, sumidas en la penumbra.
Finalmente, no tardó el sol en brillar sobre las gigantescas moles
montañosas cubiertas de nieve, y mostrarnos el estupendo panorama
en toda su grandeza y su claridad.

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33

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       accidentados
           de  la  parte
     meridional
          del
   Lago
  
 de  Maracaibo,
          muestran
        a simple
       vista
     sus
   orillas
       recortadas
        
 y  su  gran
   variación.
         Causan
      esta
    variedad
        numerosas
       
 “ensenadas”
          y  rías
   altamente
        pintorescas.
            Algunas
       veces
   
 penetran
        los
   oquedales
         profundamente como
           
     en
 sucede
    el
 en lago,
el
   
 puerto
      de  Moporo,
       mientras
        en otros
por lugares,
  ejemplo
           como
      en   las
  
  
bocas
    del
   río
   Escalante,
          la vegetación
         es
  notablemente
            pobre.
     
Mucho antes de remontar por la desembocadura del citado río,
vimos flotar sobre las aguas del lago, muestras múltiples de su rica
flora circundante, que consistía en troncos de árboles, frutos, algunas
ramas y cantidad de plantas acuáticas que se mecían en las ondas
llamando especialmente nuestra atención. La corriente de muchos ríos
arrastra estos islotes fluctuantes, sobre muchos de los cuales posan
aves acuáticas que regalan de vez en cuando a nuestra vista con algún
especimen interesante. El Lago de Maracaibo es fuente inagotable para
el hallazgo de toda clase de peces y demás animales acuáticos que,
durante la travesía nos acompañan todo el tiempo. Un especialista
tendría trabajo aquí para luengos años. Nosotros, empero, preferimos
remontar el río Escalante, a seguir cualquier senda angosta del bosque ;
nuestro objeto es describir la flora de la región y una corriente de
agua de momento, nos brinda más facilidades, para poder contemplarla
con entera libertad.

37
  
Nuestra
      embarcación era
         
   de
  mucho
    menos
    calado
      que
  el
  que 
suelen
      tener
    los
    barcos
     destinados
         a cruzar
     lagos
     y ríos
   más  pequeños.
       
 No  bien
    nos
   encontramos
           en  el centro
     de  la  desembocadura,
              se esta-
   
bleció
      la más
   absoluta
        calma,
       La  tripulación
          tuvo    que   empezar
       a  tra-  
bajar, pues el barco debía
                              moverse y tratar de remontar la corriente
                          
por  medio
    de pértigas,
        por   lo que
   tuve
   suficiente
         tiempo
     para
   contemplar
        
a  mis
  anchas
      el   paisaje.
      

Por ahora, aun se ven solamente juncales, entre los que sobresalen
acá y allá grandes grupos de caña brava ( Gynerium saccharoides)
con sus ramos de hojas dispuestos a modo de abanico y sus flores en
panojas blancas. Los tallos de esta gigante hierba palustre, son de
30 a 40 pies de alto, leñosos, y solamente de 1 a 2 pulgadas de grueso,
de modo que se mueven al menor soplo de viento, ofreciendo una visión
encantadora. Esta planta, que también crece en comarcas más elevadas
a orillas de ríos y lagunas, es para los criollos de suma importancia.
Se utiliza para construir las paredes y los techos de los ranchos y para
ello se aprovechan los tallos altos y esbeltos, unidos estrechamente y
atados con delgadas lianas. Complementan el espesor de paredes y techo
unos ramos de hojas sobrepuestos y vueltos a sujetar con bejucos.
Delante de la impenetrable muralla que forman los cañaverales,
nadan nenúfares grandes, que recrean la vista con cientos de sus flores
blancas y radiantes. A medida que vamos avanzando, la presencia de
árboles gigantes entre la espesura del monte bajo, se nota cada vez
más. Estos precursores de la tupida región selvática nos anuncian que
no tardará ésta en rodearnos estrechamente y nuestros ojos dejan de
fijarse en el paisaje fluvial, para, a manera de despido, lanzar una
mirada a lo alto, hacia los lejanos picos de la Cordillera.

La naturaleza de esta región es muy parecida a la del delta del


Orinoco. El oeste de la cordillera reúne todas las condiciones adecuadas
para crear, particularmente en lo que a flora y fauna atañe, la más
grandiosa y diversa riqueza natural que imaginarse puede. La dimensión
de la gran llanura baja que rodea la parte sur del Lago de Maracaibo
es poco más o menos como la de Sajonia y probablemente en el pasado
remoto tenía una extensión más importante, pues se puede afirmar que
llegaba hasta la ciudad de Cúcuta en Colombia. Esta tierra de formación
cenagosa reciente, esta regada por numerosos ríos, la mayoría de los
cuales vierten sus aguas en el lago, en tanto que otros muchos sólo
llegan a alimentar lagunas y ciénagas situadas entre los mismos. Estos
ríos nacen en la vecina cordillera y sirven de alimento renovado y cons-

 38

 tante
    a  la llanura
       selvática.
          Durante
       la época     de lluvias
       se
  desbordan
        e
inundan       grandes
      extensiones
          forestales,
          dando     lugar    a  la formación
         de
 nuevas       lagunas
       y  pantanos.
         Entre     las    primeras
        las    hay    muy    vastas
     y
 están
     pobladas
        profusamente
           por    plantas
       acuáticas
         y  de lodazal,
       que  
 las
   ocultan
       en  su  mayor      parte,      dejando
       entrever
        sólo    de  vez   en  cuando,     
 pequeñas
        superficies
           de  agua.    
El río más importante es el Catatumbo que vierte sus aguas
más hacia el oeste del lago, mientras que la desembocadura del Esca-
lante, segundo río en importancia, cuyo curso estamos remontando, se
encuentra algo apartada hacia el este, y le llaman “ Boca Zulia ”. Ambos
tienen un curso muy variable y cambian constantemente de anchura,
por lo que a cada rato el aspecto del paisaje es diferente.
Antes de alcanzar la floresta impenetrable, nos salieron al paso
dos pescadores nativos, que en su ligera embarcación, construída con el
tronco hueco de un árbol ( curiara ), bogaban junto a la orilla. A menudo
tropezábamos en nuestra travesía con embarcaciones como ésta, mas
si hago hincapié en estos encuentros, es porque frecuentemente brindan
la oportunidad de ver y adquirir, preciados tesoros naturales, que de
otro modo tardaríamos en hallar o quizás buscaríamos inútilmente.
Como esta primera que vino a nuestro encuentro, iba ricamente
cargada, dí una voz a sus ocupantes, los cuales no se acercaron a
nuestro barco sin antes hacerse de rogar. Entre el variado cargamento
llamó mi atención el notable pellejo de un animal llamado manatí
( Manatus australis ),? mamífero sirenio de tres a cuatro metros de
largo. Más hacia el interior, este animal ya no se presenta, pero sí se
encuentra rara vez en las desembocaduras de los ríos y en bahías poco
o casi nada frecuentadas por el hombre. Su piel es muy resistente y se
utiliza para hacer bastones, similares a los que se manufacturan con
cuero de hipopótamo, cortando aquella en tiras delgadas y poniéndolas
a secar. La embarcación además, estaba colmada de toda clase de
pescado, muy abundante en estos ríos y cantidad de frutas tropicales
yacían en ella amontonadas. En el centro de la misma, un cajón lleno de
tierra servía de base a unas brasas encendidas, sobre las que se asaba
pescado, a fe suculentísimo, como pudimos constatar. Como compañía
viviente, había también en la barca un mono araguato muy joven,
que mediante un módico estipendio pude adquirir. El animalito era
sumamente gracioso y confiado y nos sirvió de distracción durante
nuestra travesía fluvial.

 (1)
   (Trichechus
          manatus).
        - Roehl,
      E.:  “Fauna
      descriptiva
          venezolana”.
          

 39

 Matapalo.
       

 Después
       de  varias
      horas
     de  navegación,
          durante
      las
   cuales
      debía-
    
mos
   con
   frecuencia
          abrirnos
        paso
    arrancando
         por
   medio
    de  grandes
     
                                                      el  río,
garfios las plantas acuáticas que a manera de alfombra cubrían   
alcanzamos
         el   primer
     caño     en   cuyos    márgenes
        la   alta   vegetación
         parecía      
 amurallarnos.
            Aun   inexpertos,
          era   para    nosotros
       una   tarea    sumamente
       
 difícil
       y  casi    imposible
        el acostumbranos
            a esta      rica     flora
    e  ir distin-      
 guiendo
       poco    a  poco     las    distintas
         formas,
       aun    cuando      muchas       de  ellas    
 correspondieran
               a  árboles        grandes
       como     en  cualquiera
          de  nuestros        bos-   

 40

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       OLJIINA > MI VNIWVI
    
      
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TIRA ra
LEN
ESA
e
DATA
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 ques.
     En los
   lugares
      donde
     la  expresión
         “espesor
       de
   muro”      constituye
        
característica
              primordial,           una    pared
     tupida       por    millares
        de  matas
     de
 las    que    no  sobresale
         ni  un  solo
    árbol      gallardo,
         limita       totalmente
          la
 mirada.       Bajo     una
  espesa
      capa
    de  plantas
       trepadoras
          y  parásitas
        se
 ocultan       los    troncos
       más    esbeltos.
         Los    bejucos       con    sus    profusas marañas,
              
 los
   árboles
       forestales
          secundarios
          que   crecen      entre      sus    vecinos
       gigantes,
       
 y  el  matapalo         de  vez    en  cuando,
       forman       en  unión      de  recios       troncos        de
 árboles,
        el  apoyo      o  armazón        donde      vegeta       una    importante
          flora     parasi-     
 taria.
      Visto
    a una
   distancia
         no  muy
   larga,
      este
    imponente
         cuadro
    
 vegetal,
        se  nos
   presenta
        bajo
    una
   aparente
        uniformidad;
            incluso
       su
silueta superior recordaría la de nuestras frondas, si no fuera
                                                            por una
 que
   otra
    copa    de  palmera
       que
   de  vez   en  cuando
      asoma.
    
Pero a medida que vamos avanzando, ¡ qué prodigalidad de formas
y diversidad de colores regalan a nuestra vista, aun cuando el verdadero
bosque se halla detrás de ese cortinaje vegetal !... Si bien en algunos
claros donde la luz ha logrado abrirse paso, y en parajes en que el
espeso tejido de plantas parásitas no es tan abundante, es posible discri-
minar las formas principales, seguiremos desconociendo la especie de
muchos árboles cuyos recios troncos permanecen ocultos bajo una tupida
capa de plantas trepadoras y parásitas que los reviste utilizándolos
como soporte. Por consiguiente es más fácil distinguir las diferentes
especies, si al fin se logra atravesar estas murallas exteriores y se
tienen a la vista árboles libres.
Por lo anteriormente dicho se comprende lo extraordinario y
difícil que es en la tarea del pintor, captar material valioso directamente
de esta rica vegetación. Si las diversas formas vegetales se confunden
unas con otras, a pesar de ser mucho más acusadas que las de nuestro
país, es únicamente debido a su sorprendente grandiosidad. Así como
nuestros bosques, aun los más mezclados, constan relativamente de
pocas especies características, que a menudo cubren superficies de mu-
chas leguas cuadradas, en los bosques tropicales cientos de plantas
distintas crecen apretujadas sobre unos pocos metros cuadrados. De
primera impresión, la selva tropical ejerce sobre el observador novel
un trastorno general de los sentidos, y debe pasar largo tiempo para
que en esta magna naturaleza su actividad rinda y sea provechosa.
Si bien son las palmeras las que imprimen la fisonomía externa
del bosque tropical, hay en el interior del mismo, otros innumerables
tipos de plantas altamente importantes desde el punto de vista artístico
y científico. Entre la infinidad de plantas que forman el monte bajo,
hay que mencionar especialmente a las hermosísimas heliconias; sus

 41

 brillantes
          hojas
    de  planta
     se musácea,
  elevan
     por
         encima
     de   la cabeza
     
de un jinete
     y su
  profusa
      y bella
     florescencia
           roja,
     luce
   maravillosamente
              
entre
    el verde
     suave
     de sus    hojas
    gigantes.
        
Sin embargo debemos tener presente ante todo, los tipos de plantas
que a primera vista sorprenden más porque dan a la selva tropical un
carácter sumamente exótico para nosotros y éstos son en primer lugar,
los bejucos y el matapalo. El clima cálido los desarrolla al máximo
esplendor, aunque también encontramos muchas de sus especies, parti-
cularmente de los primeros, representadas en regiones más elevadas.

El “matapalo” como llaman los nativos al Ficus dentroica,
merece tenerse en cuenta, porque causa la ruina y destrucción incluso
de regiones y lugares cultivados. Entre todas las plantas del género
Ficus, el matapalo es la más interesante. Cuando su semilla por cual-
quier incidencia, — pueden ser el viento o los pájaros — es transportada
 a  una   palmera
       u otro     árbol,
     arraiga
      fácilmente
          y no  tardan       mucho
    en
brotar
     ramitas
      delgadas
        que    se   cubren
      con    hojas
      de abundante
         savia,
     
que
   recuerdan
         a
 nuestra
       flor
      de porcelana
         (Saxifraga
          umbrosa
       L.).
   
Las   palmeras
        tanto
     las    de
  hojas
     perminervias
            como    las   de
  hojas
     palmeadas,
         
ofrecen
       terreno
       propicio,
         porque
      el   parásito
        se   asienta
       de   manera
      fácil    
entre sus lacíneas y en su primer desarrollo forma
                                                           un adorno muy bello.
Tan
   pronto      como     las    ramas     alcanzan         cierta        longitud,
        supongamos
         
un pie,    tienen      tendencia          a inclinarse          hacia      su   apoyo,
      podríamos         hasta     
decir
        que zalameramente
              y no
  importa
       en
  qué
   dirección.
              Cada vez
 
 más,     se van   retorciendo
          estrechamente
             alrededor
         del    inocente
        árbol.
     
Cuando
      dos    brotes       de   matapalo
        se   encuentran
          al   otro
    lado     del    tronco,
     
se   dan    por    decirlo        así    las
   manos      y entonces
        comienzan          a propagarse          
sin
                                                    de
medida. Ganando en intensidad van juntándose los retoños   esta    
guisa
     llegando
        a aprisionar           fuerte       y traidoramente
             al   gallardo
        árbol,     
que    habiendo
        desafiado          por    tanto      tiempo       toda     clase      de   embestidas,
           va  
ahora     de   esta
    forma
     a su
   perdición
         segura.
      

Una como red de mallas maravillosamente entretejidas, se desa-


rrolla casi invisiblemente, y debido a su progresiva fuerza estrangu-
ladora, va interrumpiendo la circulación de la savia del tronco que le
sirve de soporte. Pero el matapalo no se sacia con su primera víctima ;
pronto dirige, por decir así, sus tentáculos hacia donde puede e invade
otros ámbitos en busca de más árboles donde cebarse.
Sin haberlo visto jamás, es imposible imaginar una armazón tal,
compuesta por mallas, columnas y pilares maravillosamente formados,
cruzados y enlazados miles de veces entre sí, Así no es raro encontrar
laberintos de matapalo de más de 30 pies de diámetro.

 42

f q

t
e
E

an
or Po

          
Conuco a orillas del río Escalante.
El  matapalo
       muestra        otra    fase     interesante,
            cuando
     sus    traicioneros
          
abrazos
          han acabado
                                    éste,
con su apoyo y los últimos restos de     caen   
podridos
       a pedazos.         Cual    esqueleto
         gigantesco
          queda     en  pie, hasta
           que
 un  huracán
       cualquiera
          le  hace     perder
      su  porte
     y acaba      con
   toda     su
 poderosa
        estructura
         en el  suelo.       En  Valencia
        vi  un  ejemplo       de  la  enorme     
fuerza que caracteriza a esta
                                          planta parásita. Uno  de estos
     ejemplares
        
 había      montado       sus
   pilares
       sobre      un  muro
    y  lo  había
     hecho
     saltar
     a
 trizas.
       (véase       viñeta       ).
También el matapalo se convierte en un suicida. Cuando sus
vástagos no encuentran objeto firme alguno en donde poder asirse, se
enlazan en su propio tronco y ocasionan su muerte.
Es muy abundante en los Llanos, donde acaba con todo lo exis-
tente, debido a que la palmera moriche, constituye casi la única especie
arbórea de bosques enteros, que una vez invadidos por el matapalo
devienen completamente impenetrables. En bosques con mezcla de arbo-
lado, hay también otras plantas parásitas, que a su vez utilizan al mata-
palo como soporte y a veces lo cubren por completo. Tales las orquídeas,
bromelias, etc. que se asientan en los nudos que forman las raíces y
trabazones, y las esbeltas lianas que envuelven el conjunto. Estas últimas
pueblan efectivamente las selvas y tienen otra misión más inocente,
cuya descripción detallada nos reservamos para más adelante, ya que
volveremos a hallarlas numerosas veces.
Como en estas cerradas aguas navegables, apenas tiene lugar el
crepúsculo, la noche se nos vino encima súbitamente y tuvimos que
interrumpir nuestro viaje. Casi en el mismo centro de la corriente
echamos el ancla y nos acomodamos en la cubierta lo mejor que pudimos
para pasar la noche. Se sacaron las hamacas, se buscaron los mosquiteros
y no tardó en flamear un alegre fuego, a punto para disponer la cena.
Un silencio inquietante se apoderó de todo, interrumpido sola-
mente por algunas voces animales, entre las cuales, junto al grito del
mono aullador, sobresalía el de la palamedácea, Palamedea Cornuta.
En este concierto animal interviene también el pájaro vaco, hermosa
garza de color castaño ( Tigrisoma Brasiliensis )'? con su voz de tonos
parecidos al mugido de una res. Los criollos designan acertadamente con
vocablos onomatopéyicos a los animales más curiosos, así por ejemplo,

“* pájaro vaco ” por su grito especie de mugido de toro, y a la palamedea
la llaman “aruco” por el sonido sordo que emite de “aruc-aruc
          ”.

 (2)
   (Tigrisoma
          lineatum).
          -  Roehl,
      E.:  “Fauna
      descriptiva
           venezolana”.
          

 
 Los
   mosquitos
         nos
  molestaron
          enormemente,
           tanto     que
   no se
podía      pensar
      en  dormir,        aunque       a  decir
     verdad,        no  intentaba
         hacerlo,       
 puesto       que    mi  único      interés
       era    el  cazar     unos     cuantos
      insectos.          Diversidad         

 tan    grande
     de ellos,       no  la había      encontrado
          en ninguna       parte;      no    paraba     
                                                      ejem-
de abrir cajas y frascos de alcohol, en el afán de capturar nuevos    
 plares,
       que    por
   otra     parte      atrapaba         fácil      sin    más    trabajo
       que    el  de
 extender        un  pañuelo
       blanco.
       Los    cocuyos,
        luciérnagas           de  unos     tres
  
 centímetros
           de  largo,       que    en  número      de  a  miles     vuelan      en  derredor,
       
 ofrecen       un  espectáculo            delicioso.           También        más
   tarde
     hallaremos
         estos
   
 insectos
        en  los
   valles
      de  la  Cordillera,
           porque
      en  los
   lugares
       de  vege-
   
 tación
      ubérrima,
        suelen
      encontrarse
           por
  todo
    el país.
   
Al reanudar nuestro rumbo de madrugada, fuimos gratamente
sorprendidos al doblar un recodo del bosque, con la aparición, inusitada
en ese desierto, de un conuco'* que asomaba a la ribera. ( v. acuarela ).
Arrimamos nuestra embarcación allí, a fin de comprar frutas, huevos y
gallinas, que los propietarios nos cedieron gustosos. Con gran contento
de mi parte, el patrón del barco, me manifestó en medio de muchas
excusas, que íbamos a permanecer allí algún tiempo, debido a unos
negocios imprevistos que obligaban a detenernos. Esta inesperada hol-
ganza me proporcionó el tiempo necesario, para estudiar y coleccionar
algunas riquezas naturales y sobre todo para tomar apuntes de los
paisajes adyacentes.
Creo no equivocarme si fiel a mi propósito inicial, voy descri-
biendo directamente las particularidades y propiedades de la flora y
fauna de este país en su lugar exacto y a medida que se van presentando
en el curso de mi viaje, especialmente en donde su desarrollo se muestra
con riqueza y en número más crecido ; porque aun cuando no pretendo
escribir una obra científica, deseo que el lector se forme una idea, a ser
posible clara, de la vida y el movimiento de este mundo maravilloso
y en cierta manera que, en espíritu sea mi compañero de viaje.
Aprovechando esta interrupción, ruego me sea permitido exponer
algunos detalles, sobre el equipo especial que debe llevar un coleccionista
y un pintor.
Todo debe estar dispuesto de manera práctica y a ser posible
sencilla, a fin de que se encuentre todo a mano y en cualquier momento
esté el material a punto. El morral debe ser listo, sin red alguna e
ideado de manera que tanto las municiones de caza como la botella de
alcohol, tengan un espacio adecuado junto a la infinidad de cajitas y

 
 (3)      
 Pequeña      
 parcela     
 de  tierra         
 cultivada.

 45

latas
    destinadas
          a la conservación            de   insectos,
         nidos,      huevos
      y otros
    
objetos. Además
              este saco,
             debe contener
          un recipiente hermético
                   de
 
hojalata,
         para     jabón
     arsenical
         destinado
         a la preparación           de   las   aves,    
así   como
    algodón
       y papel      para     el   rellenado
         de   las    pieles
      de  animales
        deso-    
llados.
       Los    fondos
      de   corcho
      que    llevan
      las
   cajitas
       destinadas
          a contener
       
los
   insectos
        y en   donde
     son    provisionalmente
                traspasados
           por    una   aguja,
     
deben
     ser
  bañados
      asiduamente
           con
    ácido
    fénico,
       particularmente
               si
  se
trata
    de
  hormigas,
        ya que
   es
  el
  mejor
    medio
     para
    conservarlos
            intactos.
        
Pertrechado
           en   esta     forma,
      el   naturalista
           viajero
       obtendrá
        resul-     
 tados      óptimos,
       pues    es   indispensable
             que    los    animales
        recogidos        durante
      
el  día,    en
  particular
          las    aves,     se   preparen
        inmediatamente
             en   el  próximo
      
descanso,
        para    evitar
     que    el  calor
     los    corrompa
        e inutilice.
          Después
      
de
                                                      el
una jornada dura, no es tarea fácil ponerse todavía a preparar  
material
        recogido       ;  pero    si   se   tiene    suerte
      y se consiguen         ejemplares
         
bellos
      y raros,      queda
     largamente
          recompensado            este      trabajo
      y se   hace
   
 entonces
        con    gusto
     y cariño.      
En el clima grandemente húmedo de las florestas, hay que cuidar
especialmente los utensilios de pintura. Si el costoso y buen papel inglés
para acuarelas no se envolviera adecuadamente y guardara en cañutos de
hojalata, se estropearía en seguida. Además es recomendable usar sola-
mente pinturas inglesas de la mejor calidad, porque la mayoría de las
otras suelen descomponerse con el calor.
Si comparamos un conuco como el que ahora nos sirve de estacio-
namiento, con las haciendas de grandes plantaciones de las zonas culti-
vadas de Venezuela, resulta pequeño, pero no obstante se encuentran
juntas y en la mayor prosperidad toda clase importante de plantas
tropicales de cultivo, y como en nuestra lámina agrupadas estrecha-
mente alrededor de un modesto rancho.
El fruto dorado de los naranjos, deslumbra en tamaño y belleza
poco común ; junto a él, las hojas gigantes de las musáceas, se inclinan
cual alas poderosas. Entre éstas llama principalmente la atención el
plátano ( Musa sapientum ); un sólo racimo del fruto de esta mata
extraordinariamente útil, es tan pesado, que sólo puede cargarlo un
hombre fuerte, y sus frutas de forma semejante a un pepino, tienen a
menudo un pie de largo. Mientras los frutos de las especies más pequeñas,
tienen en completa sazón un sabor excelente, los plátanos sólo sirven
de alimento cuando se fríen o bien se asan al horno.
No puede faltar en ninguna hacienda por pequeña que sea, si bien
casi siempre como único ejemplar, el Crescentia cujete, que ofrece
un aspecto encantador, principalmente cuando sus frutos globosos de


 46
 color
     verde
    olivo
     que
   suelen
      alcanzar
       
un  tamaño      de unos    25 cms.    de diá-   
metro, han llegado a
                                su pleno desarro-
llo.    Los
   naturales
         del    país     le   llaman     
“totumo”,
          y por
   decirlo
       así,
    este    
árbol     es   el proveedor
         de   toda    la   vaji-
    
lla
   y cacharrería
           posible       e imaginable.           
Amarrando
         estos      frutos      de   cáscara      
delgada
       y leñosa,        con fuertes atadu-
              
ras   al comienzo
        de
  su
  desarrollo,
          
adquieren
         formas       caprichosas,            y se  
obtienen
        de   tamaños       determinados,
            
con    sólo    separarlas
          del    árbol      en   dis-    
tintas
      fases      de   su   crecimiento.
            Una   
vez
   partidos
        por
   la
  mitad,
      se
  vacía
    
su
  contenido,
          que   carece
      de
  valor
    
alguno
      y asemeja
       heno
    macerado
        en  
agua
    jabonosa;
         las
   cáscaras
        pequeñas
       
hacen
     las
   veces
     de
  cucharas,
         las
   me-
  
dianas
      sirven
      como
    vasos,
      y las
   gran-
    
des
   de
  fuentes,
        jofainas
        y otros
    
recipientes.
            Tan
   pronto
      se   cortan
      las   
totumas
       del    árbol,
      pierden
       su   her-   
Tronco
      bipartido
         de  Bucare.
          color
moso       para
     verde,     reem-
   éste
    ser     
   el
       por
plazado   pardo
     a medida
      que
  
se van
   secando.
       

Es admirable la destreza de los indígenas en grabar estas cás-


caras que algunas veces tallan artísticamente con motivos florales,
animales o simplemente con algunos epígrafes. Otras veces estos objetos
van pintados y dorados, siendo testimonio muchas veces del alto sentido
artístico de su autor.

 Las
   totumas
       dan
   lugar
     además
      a  la  industria
         de  las
  “maracas
       ”, 
 apreciado
         instrumento
           musical,
        que
  ocupa
    el lugar
     de las
  castañuelas
          
 y  cuya
   manufactura
          consiste
       en traspasar
        con
  un
  mango     de madera,
      el 
fruto
     una
  vez
  hueco,
     en el
  que    se han
   introducido
           previamente
          unos
  
 granos
      de  maíz
    o  algunas
       chinas.
     
En solemnidades y fiestas emplean también las totumas como
ornamentación y en particular como linternas, para lo cual utilizan las
más grandes practicando en ellas agujeros de medio centímetro. Sirve
de materia luminosa, un producto barato y maravilloso ; introducen

47

 cocuyos
      en  las
   totumas,
       o sean
    las
   luciérnagas
          grandes
      de  que
   hablé
   
 anteriormente,
             insectos
       emparentados
            con
   nuestro
      escarabajo
          elátero.
       
Asistí
      a  varias       fiestas
      en el  interior
       cerca
      de Carúpano,
         donde     más
 
 de  treinta
      farolillos
         de éstos     con     su fuego    viviente,
        habían
     sido    suspen-
      
 didos
     de  los
  árboles
       y  lucían
     bellísimos
         en
  medio
     de
   las
  oscuridad.
         

El
  lechoso,
       Carica
      Papaya,       presenta        un   aspecto
      aun   más
   agra-
    
dable que el totumo, pero posee escaso valor ; aunque
                                                             su fruto es sabroso,
no
  es   tan   apreciado
         como     la naranja,         piña,      caña    de   azúcar
      y otros.      Esta    
última tampoco falta nunca, incluso en el conuco
                                                            más pequeño, e imparte
una
   nota     de   variedad
        en   el  cultivo
       general.
        Para     los    moradores
         del    rancho
     
la caña de azúcar
                  es de suma
    importancia,
              ya que triturada produce
                  
un   jugo    muy    refrescante,
            que    se   guarda
     en   vasijas
       de   barro
     en   las    que  
no
  tarda
     en
  fermentar
         convirtiéndose
              en
  el estimado
          guarapo.
            Esta
bebida,
       es   lo   primero
      que    piden
     los   viajeros
       cansados
         y sedientos         al
llegar a una hacienda después de
                                             una larga jornada. Las hojas
         de la
caña
    de
  azúcar,
       como
    también
       las
   del
   eternamente
           cultivado
         maíz,
     son
  
alimento
        de   alto     valor
     nutritivo
         para     los    animales
        domésticos.
           Los    valles
     
de Aragua,
       que    se   extienden
         alrededor
         del    lago    de   Valencia,
         son    los  
campos de caña de azúcar más ricos y fértiles
                                                         y su explotación se lleva
a cabo    en  toda    forma,      como     corresponde
           a la región       que    ostenta
       hasta    
el
  máximo       exponente,
          la representación
             de
   la actividad
        de este
     país.
   
Entre la fértil vegetación
                         de cultivo, sobresalen
                     por             las
todas partes  
humeantes
        chimeneas
         de las
   destilerías
          de   los  ingenios
        adyacentes
         a
 las
  plantaciones.
            

No debo pasar por alto en nuestro conuco al árbol del pan, ya


que se encuentra en todo huerto, e imprime un sello característico a la
fisonomía pictórica del conjunto. Sus hojas grandes y brillantes pro-
fundamente recortadas casi en forma de mano y sus frutos esféricos,
dan a este árbol un aspecto peculiar. Su semilla semejante a las cas-
tañas, parece ser menos apreciada en Venezuela que en la India, pues
la comen solamente tostada y raras veces.
Junto al árbol del pan está el aguacate, Persea Gratissima,
muy interesante por su notable fruto, aun cuando su fronda llame
poco la atención. Tiene la forma de una pera de seis a nueve centímetros
de largo. Una capa de unos dos centímetros de espesor de pulpa mante-
cosa y blanda, rodea al hueso de este fruto, que va cubierto de una
corteza o piel, verde y delgada. El aguacate tomado con sal y pan, sabe
remotamente a mantequilla, razón por la cual es también llamado man-
tequilla vegetal.

 
e
e IRA,

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TI
A.

              

                
LAMINA IV - CIENAGA EN EL ZULIA.
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Detrás
      del
  rancho,
      como
     seaprecia
       en   nuestra
       lámina,
       se   yergue
    
a manera      de cúpula      frondosa,
         el   mango,
      Mangífera
         Indica;
       sus
   frutas
     
ovoides
       de color
     anaranjado,
           también
       de   hueso
     muy    grande,
       tienen
      la  
pulpa
     desproporcionadamente
                    delgada,
        y aunque
      dulce,
      domina
      un   marcado
      
sabor
     a trementina.
          

Por encima de todos estos géneros de plantas que constituyen el


prototipo de las regiones cultivadas, el bucare, Erythrina, con su ga-
llardo tronco y sus ramas delgadas y multipartitas, corona toda esta inte-
resante pintura vegetal. Su espesa y perenne fronda, desaparece bajo su
floración rojo fuego, cuando ésta está en su apogeo. Arbol de crecimiento
rápido, en las plantaciones de café y cacao hace las veces de umbráculo.
Una impresión maravillosa, peculiar e indescriptible embarga al espec-
tador que desde una altura, contempla una vasta extensión de plantaciones,
como en el incomparable valle de San Esteban, junto a Puerto Cabello.
En marzo los bucares están en plena floración y cuando el sol brilla
en sus copas, parece que inmensas llanuras se hubieren cubierto con un
manto rojo fuego. Debajo de éste, se desenvuelve la mayor bendición
del país : el café y el cacao; expuestos ambos cultivos a los rayos
del sol tropical esto es, sin la sombra benéfica de estos árboles, no
progresarían.
La forma del tronco del bucare es variada y frecuentemente doble,
como puede verse en nuestro apunte del natural. El tronco propiamente
dicho, especialmente en su parte inferior, está provisto de nudos y púas.
Estas protuberancias de la corteza, que suelen tener de 6-8 cm. de
largo y a menudo hasta 3 cm. de espesor, son de una masa corchosa
entre amarilla y parda, muy apta para ejecutar tallas finas. Con ello
pude llevar a cabo con facilidad y ejecutar hasta el más mínimo detalle,
cabezas de animales y otros objetos.
La época de los bucares en flor, proporciona otro gran deleite
al amigo de la naturaleza. Aunque en las plantaciones, suele ser la
fauna bastante abundante, atraídos algunos animales por la diversidad
de flores y frutos, ésta se vuelve mucho más interesante cuando la flora-
ción de este árbol umbroso, alcanza su esplendor. En esta época, proce-
dentes de los bosques vecinos, acuden huéspedes del reino de las aves
y el de los insectos, invaden el ámbito pletórico de aire y sol que rodea
las copas de los bucares. ¡Quién contar pudiera los múltiples pájaros
de plumaje pintado y los rutilantes insectos, que golosos de néctar, van
saboreando el alimento que extraen de las flores! Con frecuencia la
actividad de estos animales revoloteantes y zumbadores, al parecer tran-
quila, es interrumpida por enemigos varios ; las aves de rapiña y las

 49

insectívoras,
            parecen
       conocer
       a perfección
         que    ha  llegado
       el   momento
       de
 hacerse
      con
   un   rico
    botín.
      Lo  que
  más   atrae
    en   esta
    época,
     es   la   invasión
      
 de  innumerables
           colibríes
         de  tamaño
     mediano
      y color     verde
    llamativo
        
 y  blanco,
      que    pertenecen
         a  la especie        Florisuga
         Mellivora.
          Durante
      la
florescencia
            del
   bucare,
       ninguna
       otra
    familia
       de
  colibríes,
          se
  muestra
      
en
  tan
   gran
   número
      ; a millares
        pululan
       entre
     las
   flores
      y no
  se cansa
    
uno nunca de observar el juego encantador de estos simpáticos animalitos.
                                                              

Toda una serie de pájaros vistosos se reúnen también allí, teniendo


que mencionar entre ellos, a los de la especie Coereba que se distin-
guen de los demás por sus rápidos movimientos. Son del tamaño de
nuestros colirrojos, poseen un pico largo y arqueado y la mayoría ostenta
un color azul oscuro'* estos animalitos representan aquí a los melívoros
de Africa y Asia. Acuden también otros colibríes más pequeños, como el
Lophornis Reginae y otros muchos. En los troncos, martillean el
pájaro carpintero y los papagayos ; entretanto el Cassicus Persicus'"
procura suspender sus nidos en forma de bolsa, de los extremos de las
ramas del bucare, mientras a la manera de nuestro estornino, va sil-
bando en todos lo tonos. Este pájaro coloreado de amarillo vivo y negro,
se destaca de todo lo que le rodea en forma encantadora.
 Entre
    las
  plantas
      secundarias
          de
  cultivo,
       de momento
      sólo
    citaré
     
 la  yuca,
     imprescindible
             en   la economía
        doméstica
        del
  venezolano,
          porque
    

 con
  sus
  rizomas
      se  prepara
       el “cazabe
       ”, llamado
      “pan    de  los   indios
      ”.

 La  yuca
    se  reproduce
         por    estaca,
       o  sea,    procediendo
           a  plantar       en  hilera,
     
                                                       en
grandes pedazos de su tronco, en surcos de un pie de profundidad,
 los    cuales      germinan
        las    nuevas
      matas.       Los    tubérculos
          tiernos
       de  yuca   
 son    venenosos,
          por    lo  cual
    se  machacan
        hasta      convertirlos
            en  fina     papilla
     
 y  se  exprimen         hasta
     extraerles
          por    completo
        el  jugo     nocivo.
       Después
       de
 efectuar
        cuidadosamente
              esta     operación,
         se  forma      una    torta
     de  un  centí-    
 metro
     de  grueso       y  se  coloca       sobre     una    plancha
       de  madera      o  metálica
      
 a  secar
     al  sol,
    efectuado
         lo  cual,
     el  pan
   de  los
   indios
      se  da  por
   terminado.
        
 El  cazabe
      agrada
      poco
   a  nosotros
        los
   extranjeros
          y  podemos
       afirmar
     
 que
   tomado,
       sin
   aderezo
       alguno,
       tiene
     un  marcado
       sabor
     a  aserrín
       hor-
  
 ncado
    ;  en  cambio
      son
   muy
   sabrosas
        las
   apreciadas
          “tortillas
          ”,  especie
     
 de  pastel
      confeccionado
             con
   dos
   delgadas
        tortas
      de  cazabe
      sobrepuestas
          
 y  untadas
       en  su  parte
     interior
        con
   dulce
     de  cambur
      o  de  otra
    fruta.
    

 (4)
   Probablemente
            se   refiere
      al Tucuso
      azul     (Cyanerpes
          cyaneus)
         de la familia
       Cerébidos
         o
           - Roehl,
azucareros,       E.:  “Fauna
      descriptiva
           venezolana”.
          
 
 (5)  Arrendajo         cela).
        (Casicus      -  Roehl,           
           venezolana”.
      descriptiva
      E.:   “Fauna

50

El
  conuco
      donde
    nos
    hemos
    estacionado,
            ofrece
     un aspecto
       tan
 
plácido,
         que
  apenas
      se  presumen
        los
   múltiples
        ataques
      enemistosos
           y
 destructores
           de  la  fauna
     de  las    florestas
         vecinas.
       Los    ladrones
        nocturnos
       
más
   asiduos
      y que    suelen
     cebarse
       en  los    animales
        domésticos,
          son:    el
 jaguar,
       puma    y  otros
    felinos
       menores,
        así   como     también
       zorros,
      martas,
     
 etc.;
     en  particular
          el  puma,
     león
    de  los
   criollos,
        se aproxima
       mucho
    a
 los
   ranchos
       y  de  vez
   en  cuando
      deja
    oír
   su  breve
     “U,
   U”. 
Grandes bandadas de papagayos caen sobre los maizales y acaban
con las mazorcas a su antojo ; pero el peor enemigo de los cultivos es
la hormiga, en todas sus variedades, siendo entre éstas la más temida
y peligrosa la “Bachaco” de casi dos centímetros de largo, porque
irrumpe repentinamente y en masas descomunales incluso en las comar-
cas más cultivadas, asolando jardines y plantaciones enteras. En el
valle de San Esteban tuve ocasión de admirar un hermoso jardín magní-
ficamente situado y cuyo propietario tenía especial interés en el cultivo
de rosas, Una noche tropical de ensueño, a la que el plenilunio daba
claridad de día, gozábamos juntos del aroma que exhalaba su vergel
florido ; el jardín al día siguiente era un yermo, los bachacos habían
pasado aquella misma noche por allí, sin dejar siquiera una hoja
como muestra.
Culebras de todas especies y tamaños, tortugas, ranas y lagartos
están representados en abundancia, entre estos últimos sobresalen las
grandes iguanas que trepan por los árboles. Tuve ocasión de disparar
sobre un ejemplar de metro y pico de largo. Los criollos cuecen los huevos
de estos animales y se los comen con gran apetito.
Finalmente lo que abunda en los cultivos y es en gran manera
molesto, son las garrapatas, minúsculos parásitos que anidan en las
ramas y en las hojas ; se prenden de las ropas y se extienden por todo
el cuerpo sin que nadie las advierta. La comezón se hace pronto insopor-
table y se manifiesta con fiebre de larga duración. Esta plaga solamente
puede aliviarse algo, frotando el cuerpo con aguardiente y a ser posible
tomando un baño bien caliente.
Durante mi permanencia en el conuco, tuve la oportunidad de
atrapar aves e insectos en abundancia, a cual más bello en forma y
colorido, y por la noche me dedicaba a prepararlos, siguiendo fielmente
la observación que hice con anterioridad, de que no debe demorarse
este trabajo si se desea conservar los animales recogidos. Nos habíamos
agrupado alrededor de un fuego vivo que debía protegernos medianamente
de los incontables mosquitos. Los moradores del rancho, seguían mi tra-
bajo asombrados y me acosaban a preguntas pesadas y sin sentido.
Esta última apreciación no sea quizás del todo exacta, pues ¿cómo

 s1

 esta
    gente,
     acostumbrada
           a vivir      bajo    el   sol    tropical,
        en   medio     de tanta     
magnificencia,
                                                     noso-
puede ser capaz de comprender el valor que para    
 tros    representan          todos      estos     tesoros       naturales         ?...     La
  cosa     les   pareció
      
pronto
     aburrida,         tanto      es   así    que    algunos       echaron        mano     de   la   guitarra
       
y las                                                   al
maracas y comenzaron a entonar una canción melancólica   compás
     
de   sus
   monótonos
         sonidos.
            Esta música
      nativa
      no
  puede
     calificarse
          
propiamente
           de   bella,
      pero    posee     el   don    de   emocionar
         a cualquiera            que  
deba    oírla      en   medio     de   la   inmensa
       y angustiosa           soledad        de   estas
     selvas.       
Como    refresco         se   sirvió
      guarapo
       en   el   cuenco       de   una   totuma       y cuando      
el  patrón       de   nuestro
       barco      ofreció       una    botella        de   ron,
    que    especialmente
            
los    hombres        aceptaron          ávidos,        se   enardeció
         la   sangre
      de   estos      habitantes
         
de
  las    bajas      tierras
       cálidas,        ya   de   por   sí   inclinados
          a tertulias         animadas;        
apoderóse
                                                      calificar
de ellos un alegre desenfreno y un baile que no se podía         
precisamente
            ni   de   gracioso
        ni   recatado,
         se   prolongó
        hasta      bien     entrada       
la noche.     
Como en general sucede con todos los habitantes del Zulia, la
sangre de nuestros hospitalarios moradores del conuco procedía a la
vez de varias razas, pero la mayoría era mestiza (mezcla de blanco e
indio ). Entre las mujeres había algunas relativamente bellas, cosa bas-
tante normal, sobre todo si no fluye por sus venas sangre negra.
En avanzadas horas de la noche, subimos a bordo de nuestro
barquito y al romper el alba emprendimos de nuevo nuestro viaje, para
alcanzar, a ser posible temprano, San Carlos. Durante este trecho de
la travesía, se repiten los paisajes fluviales ya descritos, sólo que debido
a las sinuosidades de la corriente, se presentan ahora en continuas
cambiantes, formando ante nosotros nuevas y encantadoras perspectivas.
Hay que señalar ahora la frecuente presencia de caimanes, que
levantan curiosos sus desproporcionadas cabezas por encima del agua ;
en la ribera vimos a unos hombres ocupados en la extracción de un
manatí recién capturado y aproveché la oportunidad de un pequeño
descanso, para sacar un apunte de este animal ya bastante raro aquí.
Pronto aclaró el día y a primeras horas de la tarde llegamos a
San Carlos, meta del presente viaje y punto de partida para mi nueva
salida a través de la selva. En frente de San Carlos y también junto
al río, está Santa Bárbara. Ambos lugares son pequeños y principalmente
se componen de miserables chozas ; pero su significación para el comer-
cio no puede desestimarse, porque aquí tiene lugar el cambio de los
diversos productos y artículos de consumo de la región. Los productos
de la Cordillera, en especial el café, llegan transportados en largas re-
cuas, para ser cargados en los barcos, que ya esperan para conducirlos
a Maracaibo y recíprocamente por el mismo procedimiento, las mercan-

52

 cías
    que
   llegan
      de  esta
    ciudad,
       son   expedidas
         hacia
    el  interior.
         Por   esto
  
reina aquí en medio de las grandes florestas, una animación
                                                            y un tráfico
 parecidos
        a  los   de  Moporo
      y  La  Ceiba,       puertos
      en  el lago
    de  Maracaibo
       
y  de  los                                                de  la
cuales arranca un camino que conduce a la parte norte
 Cordillera
          ;  en  los   últimos
       tiempos
       se  ha construído
          un  ferrocarril
          que 
                                                      de
partiendo de Moporo llega a Sabana de Mendoza, casi a las faldas
 la  montaña.
      
En San Carlos conseguí por corto tiempo un tolerable alojamiento
y así pude hacer con tranquilidad los preparativos para el difícil itine-
rario proyectado. Una de las caravanas recién llegadas, ofrecía en
cuanto a cabalgadura y animales de carga, material suficiente para
escoger y no tardé en ponerme de acuerdo con un guía experto y algunos
arrieros. Estos aprovechan gozosos cualquier oportunidad para salir
cuanto antes de “la peste ”, como denominan los habitantes de la Cor-

ATAN
A

  

 Manatí.
     

dillera
      a la  región
     forestal
       zuliana,
        y alcanzar
        ligero
      las  alturas
      salu-
    
dables. Ocurre
                   muchas veces
        que algunos
         de                     la
ellos contraen fiebre
cual
    llevan
     en   estado      latente
      hasta      las   altas
     regiones
       montañosas
         en
donde
    se les   manifiesta.
          Por    lo  mismo,      el   temor
    de los    habitantes
         de    la

Cordillera
         por   las   bajas
     tierras      cenagosas
         es   extraordinario
             y al propio      
                                                         las
tiempo fundado, porque el cambio de clima es demasiado brusco ; allí  

53

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cumbres
      aireadas
       y frescas,
       aquí
   el
  eterno
      y húmedo
     calor
      de invernadero.
          
 Los
                                                Maracaibo,
comerciantes europeos que han vivido largo tiempo en         
 no  necesitan
         temer
     tanto
    este
     clima
     pantanoso
        de  los
  bosques
      zulianos,
       
pero    no  obstante
        deben
    abandonar
         tan   pronto
     como
    puedan
     esta
    comarca
      
peligrosa.
         Todo    lo   dicho
     no reza     para
    el   viajero
       investigador,
             que   pese   
a ello, arrostrará cualquier peligro, estimulado
                                           y atraído por la inago-
                 
table
    fuente
     de  riqueza
      y belleza
       naturales.
         Personalmente
             he   tenido
      mucha
   
 suerte,
       ya que
  crucé
     las
  selvas
     del
   Zulia
     cuatro
      veces
    en direcciones
          
 opuestas
        y solamente
         me enfermé
       en    la última,
       porque
      contrariando
            los  
consejos
        de
  mis
   acompañantes
            permanecí
         en
  ella
    demasiado
         tiempo.
      
En esta    oportunidad
           y en  atención        a mi   estado
      de salud,      tuve   que
   em-  
                                                          a
prender una vertiginosa y dura carrera a caballo, para llegar pronto
Moporo
       ; afortunadamente
               encontré
        asilo    en   un   barco
     que    no   tardó
    en  
hacer
     rumbo    lago     adentro
       donde
     mi fiebre     empezó
      a ceder.      En  Maracaibo
       
 me  repuse
      por    completo
        en  poco     tiempo.
     

 54

SDIRICRHICRACOICRICRICR CRIAR
YA
at

 CAPITULO
       lll
  
NA
Y

A  TRAVES DE LA  SELVA ZULIANA


RÍA

                 
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SY

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5
A
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N
IDA AND
y
Y


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Ci
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A
Ay gk

AS noticias
que
   traía
           la gente       del   interior
       eran
    poco    conso-
    
 ladoras.
       Las
   lluvias
       persistentes
           habían
     hecho
     intransitables,
             
 aun  los   mejores
       puntos     de los   mal   llamados
       caminos
       y más  
de
   una  bestia
      de carga     se había     tenido
      que    abandonar a su
           
suerte,
       por
    todo
   lo cual     mi guía     aconsejó
        llevarnos
         algunos
       animales
        más   
de
  reserva,
        de
  lo
  que
   en
  verdad
     no
  hube
    de
  arrepentirme.
             En
  estas
    
circunstancias
              es   poco     halagador
         internarse
          en   la   selva      y luchar       con    los   
numerosos inconvenientes previstos,
                                       pero el afán
    de
  investigación
             puede
    
más
   que    las
   reflexiones
           sensatas         ; así    es   que    después        de   haber      tomado      
todas las
        providencias
            y medidas
       del
   caso
    posibles
        e
 imaginables,
            em-
  
prendí
      mi  viaje     lleno      de   optimismo
         en   su   feliz      desenlace.
         

El trecho de impenetrable bosque que debíamos atravesar ahora,


tenía solamente de 40-50 kms., cuando la extensión más grande y ancha
del mismo, duplicaba esta cifra ; no obstante dadas las circunstancias
presentes, significaba para nosotros un largo camino.
La floresta con toda su imponente majestad, se ciñe hasta las
proximidades de la aldea, de modo que la recortada silueta de esa
muralla vegetal, se distingue plenamente desde aquélla. Ante esta vege-
tación al parecer impenetrable, nos oprime un sentimiento extraño y ni
el viajero más experto, se libra al comienzo de cierta pusilanimidad que
le invade el ánimo. Los árboles que sobresalen de la masa vegetal, están

y
 en  parte
     revestidos
          de frondosas
          y tupidas      enredaderas
          que     le  dan
   un
                                                      una
remoto aspecto a antiguas fortalezas ; acá y allá yergue su copa  
 que
  otra    palmera,
        o alguna       despojada
        rama    solitaria,
          marca
     su
  línea
    
en el cielo
    mientras
       las   tillandsias
          ( Barba
    de palo     ) que   penden
       de ella  
 se  mecen
     ligeramente
           en  el  aire.    
Penetramos en la floresta avanzando en fila, porque el sendero
era angosto, si bien cerca de la aldea no puede decirse que fuera del todo
malo. La “ tropilla ” caminaba silenciosa, solamente de vez en cuando
el hombre que encabezaba la hilera, emitía una voz de alerta para que
nos detuviéramos en algún sitio ancho, con el fin de dar paso a alguna
recua que nos venía al encuentro, o a la recíproca, donde pudiera ésta
arrimar sus animales al matorral, para dejarnos el camino expedito.
Apenas nos alcanzaba un rayo de luz, pues nos cubría una tupida
bóveda vegetal y tampoco tardamos en empaparnos de agua, debido al cons-
tante roce con ramajes, que por todas partes la regaban sobre nosotros.
Son las primeras horas de la tarde y reina una absoluta tranqui-
lidad, el bosque por decir así, está dormido... ¿Dónde están sus incon-
tables moradores ; dónde están las voces de las innumerables aves,
dónde la legión de insectos, que pueblan estas comarcas ?... Pronto se
va a solucionar este enigma. A medida que la tarde avanza, empieza
a notarse movimiento en nuestro derredor y en los amplios claros por
donde penetra la luz, más de un morador plumado del bosque comienza
a mostrarse.
Entre tanto nos vamos acercando más a las dos grandes lagunas
ubicadas en el sur, la Ciénaga del Chama y la Ciénaga de Onia. El ca-
mino se torna mojado y pantanoso, casi se ha hecho impracticable,
porque el constante tránsito de acémilas ha ido formando terraplenes,
entre los que se estanca el agua arrastrando residuos de matas y for-
mando barro. Los pobres animales metidos en el fango, tienen que ser
a menudo aligerados de su carga. Algunos parecen conocer el peligro
y tratan de arrimarse todo lo que pueden a la espesura, pero a veces
con poca fortuna, porque quedan enredados en la maleza sin poder pasar
hacia adelante ni hacia atrás, siendo forzoso el desensillarlos.

Con frecuencia se atraviesan en el camino troncos o resistentes


bejucos, obligando al jinete a apearse en medio del barro, para guiar
su cabalgadura a través de los impedimentos, a menos que ésta se
empeñe, al menor descuido, en quedar prendida entre las lianas, como
me ha sucedido más de una vez. Accidentes como éstos se repiten a cada
rato ; termina uno de descargar con sumo cuidado a los animales, a fin
de trasladarlos a terreno mejor en donde se pueda, después de grandes

 
58
molestias,
          volver
     a colocar
        la carga
    en sus
  lomos,
       y a poco
    la situación
        
 es  la misma.       Después        de tantas      fatigas,        saluda       el viajero       con    franca       ale-   
 gría    los   trechos
      de   caminos      espaciosos           y secos      y de buen     grado      se   dispone
      
a  disfrutar         de   su   bien    ganado      descanso.         Esta    es   la razón      por    la que   
 también       nosotros
        hicimos
      un breve
    alto,
    en    un  paraje
     notoriamente
           
favorable.
          Ahora      los    rayos      suaves       del    sol    de   la   tarde     han    logrado        fil-   
trarse      por    la espesura         y puede     apreciarse
          el   género      de   vida     que    impera     
 aquí.      El  naturalista           se siente       de veras      en  medio      de  la  fauna      y  flora
   
más    grandiosas.
           En los  bordes       de  los   charcos        y  especialmente              en  los  
 sitios      secos      donde      se  han    acumulado        excrementos            de  animales        de carga,      
 incontables
           masas      de  mariposas,          preponderantemente
                  rojas,      ora   se apo-   
 sentan,        ora    aletean
      por    el  aire.     Entre     éstas
    llama      poderosamente
            la
atención       mientras
       va describiendo
           en su
  vuelo
     grandes
      arcos,
       cierto     
macrolepidóptero
                azul.
           Aunque al
  cruzar
      estos
     puntos
      espantábamos
           
 a  muchas       de  estas
     mariposas,           otras      veces
     nos
   veíamos
      envueltos
         en
 espesas        nubes      de  ellas.     

En las ramas imperaba grande animación ; las voces de los mora-


dores alados del bosque, eran dominadas por el griterío de los papagayos.
Es notable entre estos últimos el Aras rojo”? que en pequeños grupos
se mece en las ramas más altas, en tanto que de paso, bandadas enteras
de verdes Amazonas? se posan en las copas frondosas y soleadas.
De un tiro derribé dos ejemplares magníficos de guacamayos rojos, pero
lamentablemente no pudimos conseguirlos porque fueron a dar en una
maleza impenetrable.
Los obstáculos nos habían robado mucho tiempo, pero no obs-
tante estábamos satisfechos de haber logrado felizmente conducir nues-
tras acémilas a través de tantos peligros. Como ahora se había iniciado
el buen tiempo y todo parecía garantizar su duración, abrigamos la
esperanza de contar con mejores dias de viaje, porque los brillantes
rayos del sol tropical poseen el don de convertir en maravilla los lugares
en donde penetran. La circunstancia de que tanto nuestros animales
como nosotros estuviéramos muy cansados, nos hizo temer que no
llegaríamos antes de oscurecer al próximo caserío, de modo que después
de maduras reflexiones determinamos permanecer en este lugar que
juzgamos precisamente favorable para pernoctar. Es muy importante
que uno mismo efectúe los preparativos indispensables para pasar la
noche en la selva, porque así se inspira respeto a estas gentes de por
sí miedosas y acrecienta su confianza en el patrón. Me vinieron muy

(1)   Guacamayo
         rojo
   (Ara
    chloroptera).
             - Roehl,
     E.:  “Fauna
      descriptiva
           venezolana”.
          
 (2)
       - N. del
 Loros,     
T.

 59

 bien
    ahora
    las
  experiencias
            adquiridas
          anteriormente,
              durante
       las   noches
     
que
   pasé
    en   los
  bosques
       montañosos
          de
  Caripe
      y mucho
     antes
     en
  la
provincia argentina de San
                            Luis.
Comenzamos
         primero
       a  limpiar
      el
  sitio
     con
   ahinco.
       Bajo
    la
  furia
    
de los
  machetes 
       —  cuchillos
         de
  montaña,
        a manera
      de   sables
       — fueron
    

cayendo
      árboles
       delgados
        y arbustos,         a fin    de    lograr
     en    lo posible
        un
 espacio
       suficientemente
              ancho     donde     acampar.
       Luego     desensillamos
             las  
cabalgaduras
             y el equipaje
          fue
   reunido
        y cubierto. Para
             su
  propia
     
 seguridad
         amarramos
        bien    nuestros
        animales,
        de    forma    que    no  pudiesen
      
 llegar
      a  los    charcos
      cenagosos,
         porque
      el beber      estas
     aguas
     les   perjudica
        
 grandemente.
           Por   esta
    razón
     debían
     contentarse
          con    el jugo
    de las   hojas
      de
caña de azúcar y el maíz, que por precaución habíamos
                                                              traido con nosotros.
No nos pusimos a descansar, sin antes haber abastecido largamente
a nuestros animales. También recogimos suficiente madera lo más seca
posible, para la hoguera que debíamos encender en breve y preparamos
todo lo necesario para pasar la noche. Reparamos nuestras fuerzas con
provisiones que llevábamos y una botella de vino que compartí since-
ramente con mi gente, pues tengo como norma en esta clase de viajes,
repartir todo lo que llevo con mis acompañantes ; esto conforta y en
esta gente en general de carácter bondadoso, despierta apego y cariño.
Nuestro modestísimo ágape hubo de ser enriquecido con un plato de
entrada, como no puede darse mejor en la mesa más suntuosa de nuestra
patria. Una bandada de crácidas se posó casualmente cerca de nosotros,
pensando seguramente pasar la noche en las copas de los árboles, Conseguí
derribar una de estas aves de un certero tiro; era un paují ( Pauxi
galeata ), una de las más bellas y mayores especies de hocos extendidas
por toda la América tropical. La carne de estas gallináceas es tierna
y extraordinariamente sabrosa, de modo que la caza de las mismas se
lleva a cabo con asiduidad, si bien con mucha cautela y paciencia, porque
estas aves son muy precavidas y recelosas.
Por prudencia encendimos dos hogueras más, a causa de la fre-
cuente presencia de jaguares. —“* Hay muchos tigres aquí "— exclamaban
mis acompañantes, tal como llaman en el país al jaguar. Los criollos
temen mucho al “tigre cebado ” porque especialmente aguijoneado por
el hambre o bien en propia defensa también ataca al hombre consiguiendo
muchas veces su muerte.
Al iniciarse el rápido y repentino crepúsculo tropical, que todavía
nos ofrecía efectos magníficos tiñendo de rojo la cima de las copas
arbóreas que el sol en ocaso iluminaba con sus últimos rayos, tendimos
nuestras hamacas y tomamos todas las providencias necesarias para la

 60

vela
    nocturna,
        a cuyo
   efecto     esta-    
blecimos
       unos
    turnos.
       Si   durante     
el
   día   el  panorama
        circundante
         
ofrece un
               aspecto pintoresco
          y ex-  
traño,      por   la noche     al resplandor          
de
  las    llamas      de   las    hogueras,
         ad-   
quiere
      proporciones
            fabulosas.           Las   
plantas
        próximas
       resaltan
       de la
negra
     profundidad
           del    bosque       por   
su   brillo
      rojo     vivo    ; las    palmeras,         
los
   bejucos       y las    grandes       hojas
    
de
  las
   heliconias,
           adquieren
         formas
    
quiméricas
          que   ayudan
      a la   fan-
   
tasía         hasta
    exaltada      el       
  máximo,
a imaginar
        toda
    clase
     de  figuras
      
caprichosas
           al
  menor
     movimiento
         
de
  los
   árboles,
        motivado
        por
   el 
aire
    o el
  paso
    de  cualquier
         animal
     
trepador
        noctámbulo.
           El   más   mí-   
nimo
    ruido
     excita
      nuestra
       atención
       
y aun   cuando
      nos   vence
     el  cansan-
      
cio,
    dormimos
        por
   así
   decir,
      en
 
estado
      consciente,
           con
   el   ojo
   y
el  oído
    alerta
      a
 cualquier
         fenó-
    
 meno    nuevo.
    

En  primer
      lugar      el  centinela
       
nocturno
        debe
    extremar
         la  vigi-    
 lancia
      de   caballerías,
 las             porque     
 éstas     se  ven    atacadas
        por    los   mur-   
 ciélagos         y  sufren       mucho      cuando
    
 estos      animales         hincan       los    dientes      
 en  su  piel     para     chuparles
         la sangre.      
 La  familia        de  los    vampiros
       filósto-       
         
Candelero.  mos    (Phyllostoma)
             son
   los    más  
 temidos        entre      los    hematófagos
          y
 están      extendidos
          por    casi     toda     la
 América
       del
   Sur.
    Hoy
   prevalece
         la  opinión
       de  no  ser
   las
   heridas
       que
 
 causan,
       tan
   peligrosas
          como
    se  creía
     en  un  principio,
          por
   lo  menos
   
 no  sé  de  caso
    ninguno,
        en  que
   haya
    muerto
      un  mulo
   o  caballo
       por
 
 este
    motivo;
       pero
    sí  acontece
        que
  estos
     animales,
         si  han
   sido
    desan-
    

 61

 grados
      más
   de  una
  vez
  por
   los
   vampiros,
        a causa      de la
   pérdida
      de
 
sangre se debilitan mucho, hasta el punto a veces
                                                 de quedar inútiles,
        
como
   ocurrió
       a uno    de mis   animales.
         A  pesar
    de
   muchas
     aseveraciones
           
contradictorias,
                los
  filóstomos
           no  se arriesgan
         con
   el
   hombre,
      mas
  como
  
se  dan
   igualmente
         en
  aldeas       que   en ciudades,          penetran
       en    las   habita-
     
ciones
     llegando
       a veces     a rozar
    con
   sus  alas
    a los   durmientes.
           Sin   
 embargo       durante
        mis
   largos
     años
    de  residencia
         en  Venezuela,
         ni un  
solo
    caso     se  presentó
        en que    efectivamente
             un  hombre
     fuera
     atacado
     
por    los   vampiros.
        En América        del   Sur   existen      gran    variedad        de géneros     
y  especies                                                          hasta-
de murciélagos autóctonos, entre los cuales Phyllostoma     
 tum”      es el más   grande;      encontré         un ejemplar         de éstos     particularmente
              
 hermoso,
       en   mi   habitación
         de   San    Esteban
       y  cuyas     alas     tenían
      60  centí-
    
 metros       de  envergadura.
          

 Entre
    los
  muchos
     sonidos
       animales,         llama      poderosamente
            la aten-    
 ción    la voz    llorona
       del   cercoleptes,
            muy   abundante
        aquí.     Acostumbran
          
a  deslizarse          quedamente          por   las   copas     de los   árboles       en  busca     de  pajarillos         
dormidos
         y al parecer       cuando      se
   disputan        el   botín,      dejan      oir    su  voz  
 lastimera.          El cercoleptes            ( Cercoleptes           caudivolvulus               )'*     tiene     el    tamaño     
 de un gato     grande,       su   cuerpo       es   de   una    longitud         de   40 cm.,     pero     parece      
mayor     a causa      de   la   larga      cola,      que    por    sí   sola      tiene     unos     45 cms,     Su
cuerpo      es   alargado
        y de   constitución
            algo     pesada,        su   piel     suave      es   de   color     
gris
    amarillento            y en   ejemplares
          viejos       casi     amarillo         ocre      ; como     plan-     
tígrado       legítimo,
         en   sus    movimientos
           y aspecto        se   asemeja
       mucho      a los  
verdaderos
          osos.      Los    criollos        en   general        le   llaman      '“* cuchi-cuchi            ”  y  es
muy   estimado         por    su   viveza       y evidente         gracia;        como     es   muy    manso      y fácil     
de   domesticar,
           se   le   encuentra
         en   muchas       casas      de   familia.
        Por    mi   parte     
llevé      en   mi   último
      viaje      un   cuchicuchi
          hasta      Maracaibo          y desde      allí     me  
acompañó
        también        hasta      Alemania         y quizás       todavía        se   aloja      en   el   Acua-
    
rium     de   Berlín.
       El   animalito
         se   había     acostumbrado
            tanto      a mí,    que    com-    
prendía        todas      mis    palabras         y constantemente               quería       estar      a mi   lado.
    
Durante
       la
  larga
     travesía
        del
   océano,
       nos
   entretuvo
         mucho
     con
   sus
   gracias
      
y habilidades,
            en
  tal
   forma
     que
   no
  tardó
     en
  ganarse
       la
  simpatía
        de
  todo
   
A eso    de   la   media
     noche     estuvimos
         un   gran
    rato
    envueltos
         en  
un
  silencio
        sepulcral
         y también
       yo   fuí    pronto
      dominado
        por
   el   sueño.
     
Pero
    la   tranquilidad
            no   debía
     durar
     mucho,
      porque
      súbitamente
           hirió     
el  pasaje.
      

(3)
    El  falso     vampiro
       de  lanza    (Phyllostomus
             hastatus).
          El vampiro
      espectro
        (Vampyrus
       
 spectrum)
        es el  más    grande
      de los     filostómidos.
            - Roehl,
      E.:  “Fauna
     descriptiva
          venezolana”.
          
 (4)
   (Potos
      flavus)
      llamado
       también
      oso       -  Idem.
    melero.    

 62

mi oído    un ruido     peculiar        y simultáneamente
               nuestro       centinela         irrumpió       
hacia      mí en un  grito     ahogado:       “El    tigre”!...
         Como     electrizados
           nos  
incorporamos
           y tomando       nuestros        fusiles       nos    pusimos
      en guardia       para    
 la embestida.           Al   principio
        no lográbamos          verle     y sólo     un breve     gruñido      
nos   indicaba        el camino      que   furtivo
      tomaba      el   felino
      hacia     nuestro       campa-     
mento. Sólo
                  podíamos verle
     parcialmente,
                   cuando pasaba
      por
   trechos
      
que   el resplandor
         del    fuego     iluminaba.
          En   un   punto,       sus    ojos     centellearon
           
 con   la  rapidez       del     rayo,     lamentablemente
              de manera       tan   fugaz,      que    no  
me   atreví       a disparar        por    no   estar      seguro
      en   herirle       de   muerte,       circuns-       
tancia      que   debe    tenerse       siempre       presente,         porque       el jaguar      herido      sólo    
 levemente,           favorecido          por    la oscuridad         se escabulle           fácil      y un segundo       
ataque      por    parte
     de  éste     es casi    seguro.
       Después      de  rondar      varias      veces    
el
            lugar donde estábamos acampados,
                              desapareció de la
         misma forma
    
 que    había      venido.
     

Pronto nos recuperamos del agitado incidente, pues aunque por


lo que a mí respecta no entraba en consideración el miedo, el pánico
de los animales de carga y la emoción de estar a punto de capturar uno
de los ladrones de la selva más temidos, era motivo de evidente nervio-
sismo. En mis numerosos viajes, tan sólo recibí otra vez, la visita
nocturna de un jaguar y fue al sur del lago de Valencia cuando nos
extraviamos en el bosque del Cerro Azul, pero en esa ocasión sí pude
disparar con éxito. El jaguar y el puma, los felinos más grandes de
América del Sur, están distribuídos por todo el continente y alcanzan
incluso las más altas regiones montañosas.
Nuestro descanso nocturno no se vió interrumpido más, hasta
que después de un sueño corto pero profundo me despertó de madrugada
la animación y el trajín incipiente de los animales diurnos, que a esas
horas es mucho más vivo que durante el crepúsculo. —“*Los pájaros
cantan todos” decían mis acompañantes, “todos los pájaros cantan
y se alegran del nuevo día ”, pues el proverbio aquí reza : “Cuanto más
animados cantan los pájaros, más seguro es el buen tiempo ”. Aun cuan-
do no nos saludaba un canto tan melodioso como el que tiene lugar en
los encinares de nuestra tierra, este concierto del mundo alado era tan
grandioso y peculiar, que excitó por completo nuestra atención.
La voz del gran tucán, sobresale entre las demás con su “ Dios
te de” que según la gente del país, cuando se deja oír de madrugada
es buen augurio para el nuevo día. Una paloma grande cuyo silbido
tiene tonos parecidos al del hombre, silba en las profundidades. Esto

(5)
  En
  español
       el  original.
        

63



 significa
         que
  alcanzaremos
            rápida
     y
 felizmente
          nuestra
       próxima
      meta
   y
 en  efecto
     no está
     muy
   lejos
    el peque-
    
 ño  caserío
      que
   debe   albergarnos
          en  
 nuestro
       primer
     día
  de
  descanso,
        el
 
cual
   pienso
     aprovechar
          para
   inves-
    
tigar
     los
   alrededores
          y coleccionar
          
 los
   animales
       que
   se  me  presenten.
        

El  alba,
    comparada
        a  la noche
    
 bochornosa,
          es  también
      aquí
   fresca
     
 y agradable,
         por    lo   tanto     nos    equi-    
pamos
     temprano        para    la partida,       a
 fin  de poder       dejar     tras     de nosotros      
 Segmentos
         de  bejucos
       diversos.
        el  mayor      trecho
     posible,
        antes      de
que  el sol    enviara
      sus    ardientes
        rayos.     
El  camino
      continúa
       siendo
      difícil
     

 y  trabajoso,
         pero
   ahora
    es
   más
   ancho,       algo    más    firme
     y se    puede    
 avanzar
       más.  

 Durante
      esta    jornada
       fuí   de  nuevo
      víctima
       de una   plaga
    de  mos-   
quitos, los cuales haciendo caso
                                 omiso del pañuelo
             con que
   pretendía
        
 cubrir
      mi  cabeza
      y  mi  rostro,      se  introdujeron
           por    todas
    partes
      inclusive
       
 dentro
      de los
  orificios
         de   mi nariz
     y de mis    orejas.
      Para
    colmo
     de   desdi-
     
 chas
    tropecé
      por
  descuido
       con
  un
  bejuco
      poblado
      de
   orquídeas
        y bromelias,
         
 residencia
         favorita
       de
  cierta
      clase
      de hormigas
       y  la  sacudida
       precipitó
       
 una
  solemne
       ducha
    de estos
    insectos
       sobre
     mí,
   que
   no tuve
    otro
   remedio
     

que
  desmontarme
           y ayudado
      por
   mi
  gente
    ahuyentar
         con
   paciencia
         esta
   
nueva
    plaga.
     Mis
  aspavientos
           produjeron
         gran
   hilaridad
        entre
    mis
   acom-
   
pañantes
         y en
  efecto
     pueden
      reírse
     con
   ganas
    ya que
  a ellos
     no
  les
   afectan
     

 


         

               
LAMINA V - FLORA SELVATICA.



tanto
    los
  ataques
       de
  estas
     plagas
      tropicales,
          porque
      el
  tiempo
       les
  curte
    
la piel y la hace menos sensible a las picaduras, mordeduras,
                                                      etc.
Algo muy interesante es observar a las hormigas viajeras, cuando
en columnas interminables van avanzando en busca de nuevo campo
para sus actividades devastadoras. En una gira por las montañas de la
Costa de Carúpano, tropecé inopinadamente con una de éstas. Iba yo
tras la voz de un ave extraña, cuando vi de pronto una nube de pajarillos
que volaban diligentes, remontándose y descendiendo con rapidez ; tuve
la suerte de cazar uno de ellos. Cobrando la pieza me hallé de impro-
viso en medio de una procesión de hormigas y dí con toda mi alma
gracias a Dios, al salir ileso de ella. Es imposible dar una idea exacta
de la enorme masa de estos insectos que forma uno de estos intermi-
nables desfiles, En algunos sitios si la disposición del suelo lo permitía
tenían de 3 a 4 pies de ancho; si se presentaba algún obstáculo, la
columna se dividía para reunirse otra vez y formar de nuevo la vía
principal. Junto a ésta, se puede observar sin peligro el paso de estos
insectos. Casi cada hormiga carga una hojita, quizás la provisión de
viaje; a muchas de ellas se las ve retroceder para recoger la carga
perdida, mientras que otras tratan de hurtar el botín a alguna propietaria
feliz. Aunque la enorme caravana circulaba relativamente de prisa, no
pude ver el final a pesar de una larga espera.

Entre los árboles gigantescos que a menudo obstaculizan la feliz


prosecución de nuestra marcha, hay que mencionar principalmente la
Ceiba ( Bombax Ceiba) y el Candelero. El tronco del primero engrosa
notablemente en el centro y sus ramas extendidas casi horizontalmente
forman una espesa copa de fronda, la cual pierde la totalidad de sus
hojas durante la época de sequía, circunstancia bastante rara en el
trópico. Las raíces se levantan de la tierra en forma de pala y sobresalen
por los caminos que encuentran libres. Ningún otro árbol empero, tiene
la forma de las raíces tan notable como el Candelero, del cual adjunto
un dibujo tomado del natural, que da una idea clara de su forma y tamaño,
así como de las protuberancias de sus raíces, que se desarrollan a
manera de muros en forma sagital. Dada la grandiosa espesura de la
selva, me hubiera sido imposible efectuar este dibujo, si no hubiera
encontrado casualmente este solitario y hermoso ejemplar en una región
forestal sometida a la tala y roza, para implantar un nuevo cultivo.
El espacio existente, entre esta especie de muros sagitales de unos metros
de alto, que forman las raíces al pie del árbol es tan grande, que más
de una vez me serví de ellos para instalar mi albergue nocturno, pues

65

es
  fácil
     construir
         una
   verdadera
        cabaña
      con
   sólo
    formar
     un
   techo
    con
 
lianas
     y palmas.
      

Forzosamente debo mencionar ante todo, las múltiples especies


de enredaderas, llamadas en el país bejucos, puesto que imparten a la
selva tropical su verdadera fisonomía. La configuración de éstos es
extraordinariamente variada y en consonancia con la grandiosidad de
las demás formas de vegetación. Además del carácter pintoresco que
imprimen al paisaje forestal por sus maravillosos entrelazados y tupidas
urdimbres, despiertan también interés por la forma original de cada uno
de ellos, muy difícil de observar dentro del enorme conjunto vegetal ;
por eso doy en la adjunta viñeta una imagen de los principales tipos
de bejuco, copiada del natural.
Uno de los más interesantes es el bejuco en cadena ( Bauhinia
splendens, Fig. 1) ; posee un color gris blancuzco que destaca vivamente
entre el verde oscuro de los árboles, que cubre la mayoría de las veces
formando una red. Existe en abundancia en todas las regiones calientes
y Cuando no ha alcanzado aún el máximo de su fuerza tejedora, debido
a su resistencia, los indígenas lo usan preferentemente como ligaduras,
ya que en el interior, en la construcción de ranchitos o chozas, reemplaza
a los clavos, de por sí propensos a la herrumbre.
El bejuco señalado con el número 2 en la viñeta tiene forma de
cable, adquiere un espesor de 3-5 cms, y su corte transversal parece
un mosaico. Forma nudos a trechos de un pie de largo y cuando enve-
jece, éstos se aflojan perdiendo entonces los palos que aprisionaba, así
que permite mirar a través de ellos.
La figura 3 muestra un bejuco de 2-3 cms. de grueso, que suele
crecer muy derecho y es interesante porque a semejanza de un cilindro
de caja de música, está provisto de innumerables espinas o púas.
El n* 4 es una de las lianas más vigorosas y alcanza de 12-15 cms.
de diámetro y a pesar de su grosor es el tipo que forma los entrelazados
más estrechos, como puede constatarse en la figura 6.
En el n? 5 el corte transversal es liso, las torsiones son como las
de una soga y la corteza es gris amarillento con estrías de través. El n?
7 se distingue por su forma característica de estrella y el n* 8 de confi-
guración parecida a un sarmiento, se emplea muchas veces como bastón.
Con los bejucos se manufacturan toda clase de objetos como
jardineras, sillas, bancos, etc., también se hacen encantadoras baldosas
de mosaico, empleando pedazos cortados de través y ensamblados. Tam-
bién representan un papel importante en la medicina; así parece ser
que el bejuco en cadena, es un remedio recomendable para el reumatismo.

 66

A la  par    que   hacen
     al  hombre      casi    inaccesible
           la selva,       sirven
     de  vehículo       
 a  monos      y  demás     animales         trepadores,
          facilitándoles
             el  paso    de árbol      en
 árbol,     e  incluso       les    transporta
          por
  encima      de  las    corrientes
          de  agua.
   
 Como     la  mayoría       de    las    trepadoras,
          se   elevan
      mucho     en
  busca      de luz  
y  por lo tanto sus hojas y flores se desarrollan
                                                       sobre las copas de los
 árboles,
        siendo      difícil
        admirar
      su  belleza.        Las    flores      más    hermosas
        de
 estas      especies,
        se encuentran
                                            y  aris-
entre las bignoniáceas, pasifloráceas    
 toloquiáceas,
            las    cuales      no  remontándose
            tan    alto,      se  esconden        menos    
 a  nuestras         miradas       y  nos    fascinan
        por    la  magnificencia
             de  su  forma    
 y  su  colorido.        

A medida
     que
  nos
   vamos      acercando          a “ Caño     del   Padre
     ”,   lugarejo
       
poblado
        por   unas
    pocas
    y  miserables
         chozas,
      el   camino
       se ensancha
      
permitiendo
           acelerar
       el   paso,     circunstancia
             que
   aprovechamos,
             tanto    
más
   cuanto      la ansiedad         por    alcanzar
        el   claro
     próximo
       era    muy   grande       ;
desde
     allí     debían
      divisarse
         las    cumbres
       de   la   ya   cercana
       Cordillera,
           en  
toda su hermosura. Sentí no poder saciar
                                                         mi anhelo de contemplar ese
panorama
        atractivo          y estupendo,           porque       caía     una    densa     e impenetrable
          
niebla
                                                  de
sobre la selva que se extendía ante nosotros y detrás   la   cual   
debía
     hallarse
        la   Cordillera.
           La   minúscula
         población
          se hallaba
       muy  
animada
       con
   motivo
      de
  la reciente
          llegada
         de varias
      “'tropillas
           ” de
acémilas        cargadas       de café,
    procedentes
            de  la Cordillera.            Los   cultivos
       
son
  idénticos
        a los
  que
   vimos
     junto
    al
  río
  Escalante,
         sólo
    los
   campos
    
 difieren
        en extensión
        ; pese
   a  la selva
     virgen
      que
  los
  ciñe
   cada
    vez
 
más
  son
   aquí
    notablemente
            más
   grandes.
      

Este lugar se considera como muy malsano, quizás debido a la


proximidad de dos grandes ciénagas ; sin embargo, no creo que en este
aspecto sea peor que otro punto cualquiera de la gran región Zuliana,
en donde las mismas condiciones básicas para un clima perjudicial exis-
ten por doquier. De todos modos el calor no se deja sentir tanto cuando
se cruzan estas florestas en las cuales no falta nunca ni el aire húmedo
ni la sombra. y el viajero no está tan expuesto a los rayos del sol, como
en los parajes altos y pelados ; por lo menos cuando nosotros atravesa-
mos la floresta, nunca marcó el termómetro más de 32? R. La tempe-
ratura es bastante más elevada en la ciudad de Maracaibo, esto es, en
la ¡parte norte del lago de su nombre y no obstante el clima no es tan
malsano como en toda la región del Zulia.
Esta es el centro principal de la temida malaria. La fiebre amarilla,
llamada también por el vulgo vómito negro y que antiguamente se
circunscribía sólo a la parte del litoral, en la actualidad se ha extendido
profundamente hacia el interior del país y ha alcanzado incluso puntos

 67

elevados
       como
    Caracas,
        Valencia
        y Betijoque
         en
   la Cordilera,
          lugares
      
que
   hasta
     el  presente
        siempre
       se habían
     considerado
           inmunes.
       Un azote
   
más
    temido
     que
    las
  distintas
         fiebres
      es
  la disentería,
           que    aparece
      
con
                                                    mortal.
mucha frecuencia y aunque a veces con lentitud, llega a ser       
El mejor
     medio
     para
    preservarse
           de las
  enfermedades
            tropicales,
           es  
el llevar una vida prudente y metódica.
                                

Debemos volver de nuevo a la descripción de mi viaje... A la


mañana siguiente fortalecidos por el descanso y el alimento, penetramos
en el bosque con el propósito de hallar una laguna que se encuentra
por allí cerca. Antes de romper el alba, ví en lo alto, describiendo
círculos en el aire, una Harpya destructor, el águila más poderosa
de América del Sur. Esta ave majestuosa que en tamaño sobrepasa a
nuestra águila real, me pareció al principio que estaba oteando una
presa ; mas luego se dejó caer, posando en la rama desnuda de un árbol
gigante ; aproveché el momento propicio, para observar a mis anchas
con mis anteojos de larga vista y como si la tuviera ante mí, su posición
y sus movimientos. Al cabo del rato se elevó de nuevo y desapareció
en la espesura. Entre las aves de rapiña, puede considerarse el harpía
como la cazadora más audaz y arrojada. Se ceba preferentemente en
mamíferos como monos y perezas, los cuales temblando rompen a aullar
en cuanto advierten su proximidad. Tal como me han referido gentes
del país, esta águila prefiere a la pereza por encima de otro botín,
porque esta indolente criatura es mucho más fácil de atrapar, que cual-
quier miembro de la ágil familia de los simios.
Entre éstos parece ser el mono aullador ( Mycetes ursinus ) (*
de color castaño rojizo, el más extendido. Se encuentra en toda la zona
selvática, hasta una altura de mil metros sobre el nivel del mar y también
en los Llanos. Más adelante tuvimos oportunidad de observar a este
camarada grande y barbudo que los naturales del país llaman *“ araguato”
y seguir sus graciosos movimientos; resulta verdaderamente cómico,
cuando se columpia en los cimbreantes bejucos. Acostumbran a vivir
en grupos de 6 a 12 individuos y desde las copas de los árboles en
estrecha compañía, irrumpen en un concierto de aullidos, que uno de
ellos, con seguridad el jefe de la misma, hasta cierto punto dirige y entona.
Este emite unos breves sonidos de U, U, U, los cuales se pierden entre
el prolongado y tumultuoso clamoreo de los restantes. No resulta fácil
observar con exactitud estos animales. La mejor manera de hacerlo,
es esperar pacientemente quieto en un lugar y dejar que ellos se vayan

(6)
   (Alovatta
              -  Roehl,
ursúa).      E.:
  “Fauna
      descriptiva
           venezolana”.
          

 68

acercando.
         Hasta
     la fecha
     se conocen
       en
  Venezuela
         como
    veinte
      especies
       
distintas
         de
  simios,
       entre
     las       son
  cuales    más
           
frecuentes  
la de los      
   monos,

variedad
       más
   pequeña
       que
   la
  citada
      anteriormente,
              y la
  de
  los
   monitos
      
capuchinos
          ( Cebus capucinus
                ).t"
   

Mucho más raro es el Ateles Beelzebuth, o sea el marimonda de


los criollos. Este es un simio bastante grande y con brazos extremada-
mente largos, por lo que los ingleses significativamente le denominan
“* Spider-monkey ”, esto es, mono araña. En efecto, por sus movimientos
lentos en sobremanera extraños, tiene gran parecido a una araña gigan-
tesca. En cautividad estos animales son muy tranquilos y se portan
muy bien, como pude constatar con un ejemplar que conservé vivo
mucho tiempo. Esta criatura ofrecía un espectáculo sumamente raro,
cuando sentada y en postura erguida, levantaba por encima de su
cabeza los brazos en alto como pretendiendo calentar sus manos, carentes
de dedo pulgar, al sol. Cuando estaba sentado a la sombra, se levantaba
de inmediato en busca de un rinconcito soleado.
Entre otros mamíferos hay que mencionar al pécari ( Dicotyles
torquatus )'* que en Venezuela denominan “báquira”, Vive en manadas
y llama principalmente la atención la atropellada huída que emprende
cuando nota la proximidad del hombre. Un ejemplar crecido de esta
especie me han asegurado llega a tener un metro de largo; a menudo
es muy peligroso para el cazador, particularmente cuando se ve acorra-
lado. Por otra parte se deja domesticar con facilidad y he visto báquiras
que siguen a sus amos como canes.
A medida que nos vamos adentrando en la selva y cuanto más
conocemos su exuberante y magnífica naturaleza, va siendo más tensa
nuestra atención ; podríamos decir que aprendemos a mirar con cuatro
ojos. A este estado se llega, no sólo influídos por el amor a la naturaleza
y por el celo de coleccionista, sino en gran parte por la precaución que
hay que tener, debido a la presencia de diferentes clases de ofidios
peligrosos. Ha ocurrido más de una vez, que al intentar a duras penas
abrir un camino entre la maraña de lianas, — intento que a veces resulta
desesperado, debido a que el suelo húmedo y elástico, está cubierto de
una capa de mantillo de un metro de espesor, formado por la descom-
posición de residuos vegetales, palmas, ramas caídas y demás — hemos
ahuyentado de su guarida a muchos de estos reptiles y otras sabandijas,
tales como enormes ciempiés y escorpiones.

 (7)
  Mono
   capuelino
        o machango
        (Cabus
     apella).
        - Idem.
     Idem.
    
(8) (Tagassu pecari). - Roehl, E.: “Fauna descriptiva venezolana”.

69

También
      puede
     acontecer
         otras     veces,
      que   uno
   tropiece
        con
   algún
    
 avispero
       oculto
      y en un santiamén se desparrame un enjambre
                                            compuesto
 por   miles
     de sus   habitantes.
          Estos    animales
         importunos
         de unos
    tres   
 centímetros
          de  largo,       se  denominan
         en el  país “ pegones ”, vocablo
                       que
 deriva
     del    verbo
     pegar.
     En  verdad,
      se adhieren
        al cabello
       y la  barba    
 y  se  deslizan por debajo de las ropas hasta llegar
                                               a la piel. No suelen
     
 picar
     como
    acostumbran
           nuestra
       avispas,
        más
   bien
    rascan
      o  cosquillean
         
 como
    las
   hormigas.
       
Entre las innumerables especies de serpientes que hay aquí, son
relativamente pocas las venenosas y puede decirse que, con algo más de
atención, fácilmente podríamos protegernos de ellas mejor de lo que
suele hacerse. Entre las más peligrosas se cuentan la cascabel ( Crotalus
durissus )'* y la mapanare ( Lachesis mutus ),” mayor que la anterior.
La primera, animal indolente, me sorprendió alguna vez en el bosque,
mientras me hallaba interesado en algún pájaro raro o algo parecido,
y me asustó con su cascabeleo. Si el espesor de la maleza lo permitía
o no presentaba un obstáculo insuperable, se le daba naturalmente el
golpe de gracia con rapidez. La cascabel, no se encuentra sólo en las
tierras bajas ; en las montañas de la costa de Caracas, la he visto
más de una vez en alturas de 1000 a 1500 metros.
Una culebra muy linda aunque pequeña, es la coral ( Elaps cora-
linus ),0* que ostenta en el rayado de su piel, los colores nacionales
— negro, blanco y rojo— de Alemania y que con frecuencia se desliza
hasta las viviendas. Es también venenosa, pero no debería ser tan
temida como es, porque se puede reconocer fácilmente por su colorido
vistoso y llamativo.
Como indeseable huésped, suele presentarse también a veces, la
muy venenosa Typhlops lumbricalis, o sea la culebra terciopelo,”
nombre
      vernáculo.
        

Con
  frecuencia
        ofidios  los
       más 
   grandes,
       aunque
     no venenosos,
         
suelen
      dar
  más   trabajo
      y asustan
      más,
    por    ejemplo
       la Boa   constrictor,
           
llamada
       popularmente
           “traga-venado
            ”,*
      y que    no pocas
     veces
     cruza
    

(9)
   (Crotalus
         terrificus).
           -  Roehl,
      E.:   “Fauna
     descriptiva
          venezolana”.
          
(10) (Lachesis muta). - Idem. idem.
(11)
    (Micrurus
         corallinus).
           - Idem.
    idem.   
(12)
                                   atrox).
Macagua o tigra terciopelo (Bothrops       - Idem.      idem.
      El  original
        reza:
     “die   
 nicht      giftige
      Sammetschlange”,
                creemos
       se  trata
     de  una   errata.
       Y en  lugar
     de  “nicht”
     
 debía      decir
     “sehr”,
       N  del   T.. 
(13) Tragavenado o macaurel (Constrictor constrictor).  - Roehl,       E.:   “Fauna
     descriptiva
         
 venezolana.
         

 70

el sendero
      del
  cazador
       en   las     florestas,
         particularmente
               en   los    parajes
      
secos.
      Durante        una    excursión
         por    los    oquedales
         de   Carúpano,
         uno    de
 
mis    acompañantes
            trataba
       de
  dar
   caza
    a
 una
   boa,
       que súbitamente
          
había     comparecido            ante     él.    La   espesura
        selvática,           debilitaba          los    golpes,       
pero
      no obstante
        pudo
    atraparla
         por
   la nuca.
           Acto seguido
       el
  gran    
ofidio,
      mientras       con    la cola     se   asía    a un   tronco,        con    su   grueso     y repug-      
nante
     cuerpo       había     comenzado          a enroscarse           en el   del   hombre.
       Como    afor-     
tunadamente           estábamos          a poca    distancia,
         pudimos        percibir         los    gritos      del   
pobre      hombre,
      aunque      no sospechábamos
            la causa.       Corrimos       hacia
    el  
 lugar     donde      el  infeliz
       se   debatía
       con   su
  atadura,
        llegando         afortuna-
        
damente
       a tiempo      de   salvarle,
         cortando         la   cola     del   reptil      de   un   machetazo.
        
Solamente
         unos     minutos       más    tarde      hubiéramos
          encontrado           a este     hombre      
tan   fuerte,
       con    las    costillas
         completamente
             trituradas.
         

Entre las especies pequeñas hay que mencionar la culebra be-


juca"* una de las más ágiles, cuya presencia es muy difícil de notar.
Su nombre se origina en el gran parecido que tiene con las ramas
delgadas de las lianas entre las cuales se esconde con sorprendente
ligereza. Se puede contemplar un buen rato una maraña de estas plantas
trepadoras y no acertar a ver que de ellas cuelga una culebra ; cuando
uno se acerca, desaparece repentinamente y da la sensación de un
pedazo de bejuco que se hubiera fundido. En una ocasión en que me
hallaba dibujando un árbol, que una red de lianas había tumbado, dos
colibríes que ora en una dirección ora en otra, volaban sin moverse
del mismo sitio, llamaron poderosamente mi atención. Al principio no com-
prendí la causa y llegué a sospechar que entre las ramas se ocultaba
algún pájaro con el que ambos pajarillos estarían jugando. Al cabo de
largo rato que estuve mirando atentamente, dí con la cabeza erguida
de una culebra bejuca, en la que los atacantes habían puesto sus miras.
Cuando cautelosamente moví mi fusil, desapareció la serpiente con la
velocidad del rayo y con ellos los rutilantes y bellos colibríes. Este fue
realmente un valeroso episodio animal y he podido constatar con la
repetición sucesiva de escenas semejantes, que el colibrí, pese a su
pequeño tamaño, es una criatura llena de astucia y muy audaz. Estábamos
bastante internados en la selva, pero todavía en plena oscuridad y nin-
gún indicio luminoso señalaba el calvero donde debía encontrarse la
laguna. Comenzaba a sospechar que había errado el camino, o bien que
la región pantanosa de la selva virgen que me habían descrito aumen-
taba sin cesar. A pesar de ello azuzamos nuestra marcha todo lo

(14)
   (Oxibelis
        acuminatus).
            - Idem.
     idem.
   

 71

que
   nos
  fue
   posible
      y  nuestros
        esfuerzos
        no  tardaron
        mucho
     en  verse
   

 recompensados.
            
Hacia oeste esclarecía paulatinamente y por algunos claros se
podía ver el cielo. —“* Ahí esta el caño ”— , exclamaron mis acompañantes.
Pronto percibimos algunas voces de aves, que nos llegaban desde allí.
Era una escena nueva la que se ofrecía ante nosotros, el contraste de
dos paisajes contiguos. Todavía las esbeltas hojas de las heliconias
ocultaban en parte el panorama, pero no tardó la laguna en aparecer
ante nosotros, aunque parcialmente debido a que la circundan fron-
dosas y espesas florestas, detrás de las cuales emerge a lo lejos y hacia
el suroeste, el potente muro de la Cordillera (véase acuarela ).

Asombrado
         y lleno       de admiración,
           paseé      la   vista    tranquilamente
            
por los alrededores,
                     con  la  emoción
        profunda
       de
  este
    panorama
        mara-    

villoso
      y resplandeciente
               de   sol,    de   la  hermosura
         de   sus    plantas       tropi-
     
cales,
      de
  los
   picos
     nevados
       en   último       término,
       todo    lo cual    se   apreciaba
        
más
   después
       de
   la marcha
      fatigosa
        a través
     de  la oscura
      y húmeda
     

región
     forestal.
         Mas     ¡ah!   qué
   efímera        toda     esta     pintoresca          magnifi-        
cencia
      es!...      Cuando
      la
  sequía
      es persistente y el agua se agota,
                           

reemplaza
         a ésta     una    gruesa       alfombra         vegetal        que    cubre      el   reluciente
         
espejo
      que    tenemos       ahora      ante     nosotros         ; en   el   suelo      pantanoso          de   la  
laguna
      nace     como     por    encanto        un   nuevo      bosque       que    se   une    a la   selva,
     
entonces
        desaparece
          el
  horizonte
         y
 se
  convierte
         en
  uno
   de
  tantos
      lugares
      
semioscuros
           y llenos       de   fango,       como     los    que    acabamos         de   dejar.      

Si nos acercamos quedamente a las riberas de la laguna, podemos


comprobar asombrados, lo animada que es la vida de la fauna que
puebla estas soledades. Las aves en particular son variadísimas y gran
cantidad de ellas habitan este paraje. Sus continuas idas y venidas
cambian el cuadro caleidoscópicamente ; casi parece que se citaran
aquí. Son demasiadas y se presentan todas de golpe ante la vista del
observador y éste no halla cómo darse cuenta exacta de todas ellas;
si nos ceñimos únicamente al paso de aves acuáticas y zancudas;
debemos sin duda citar primeramente las formas mayores, En primer
lugar mencionaremos a las cucharetas ( Platalea ajaja )“** color rosado
o rojo carmín, que cruzan el cielo en bandadas y con su largo pico en
forma de espátula inspeccionan con gran habilidad las aguas cenago-
sas; es un espectáculo en manera hermoso verlas dentro del agua,
para más luego elevarse en el éter azul.

(151
     Garza
     paleta
     (Ajaia
           -  Roehl,
 ajaja).       E.:   “Fauna
      descriptiva
           venezolana”.
          

72

          
              

 LAMINA
      VI -  SENDERO
       EN  LA  CORDILLERA.
         
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Acostumbra
         a encontrarse
          aquí
    siempre
      solitaria
          y abúlica        la
 gigantesca
          cigiieña
      (  Mycteria
        americana
         )  “9%    y  la cigiieña
      (Ciconia
        ma-  
 quari      ),  algo
    parecida
        a  las    nuestras,
         forma
    en   algunos
      sitios
      verdaderas
        
 hileras.
        Muy   pocas
    veces
      falta
    en  esta    sociedad
        de zancudas        el  gabán
   
 (  Tantalus
        loculator
         ).07  

Sería prolijo enumerar aquí todas las especies de garzas e ibis.


La que llama más la atención entre ellas es la esbelta garceta de plu-
maje sedoso, que no solamente se entretiene en las ciénagas, sino que
suele aposentarse también sobre troncos viejos y ramas caídas. Entre
las muchas aves que se muestran con rareza y que acostumbran a
ocultarse entre los juncales y otras plantas acuáticas y que solamente
se hacen notar por su constante silbar y graznar, llama la atención por
su natural vivaracho la Parra Jacana de color pardo amarillento, llamada
popularmente “gallito”, Sus garras largas y rectas le permiten
correr como una centella por sobre las hojas enormes de los nenúfares.
En un constante y agitado vaivén, estas aves ora se posan en un grupo
de plantas, ora se dejan caer con rapidez y cada vez que los rayos del
sol las alcanzan, despiden destellos amarillo de oro, que transportan al
paisaje maravilloso de un cuento de hadas, el cual no nos cansamos
nunca de contemplar.
Siempre me ha extrañado no hallar en estas ciénagas y lagunas
de la selva, al flamenco y la ibis escarlata. Al parecer en Venezuela
ésta última habita la región costanera, mientras que el flamenco,“”
como ocurre en las pampas argentinas, se ha extendido principalmente
en los Llanos venezolanos y agrupado en grandes bandadas, busca allí
preferentemente las lagunas abiertas. Cuando cruzan los pantanos por
lo regular poco profundos, asemejan una gran columna de soldados en
perfecta formación, especialmente los días en que una ligera bruma
cubre la sabana, la cual dada la magnitud de la interesante escena,
contribuye no poco al engaño.
Como símbolo vivo de melancolía se muestra acá y allá la Ardea
cocoi(?% parecida a nuestra garza gris, aunque bastante más grande.

 (16)
   Garzón
      (Mycteria         americana).
          - Codazzi,         A.:    “Geografía
          de Venezuela”.
          Coincide        con  
el   autor      en  que   esta     ave    vive    solitaria,
         - Roehl,       E.:   En su “Fauna       descriptiva
            venezo-
     
 zolana,
       le  llama     Garzón      soldado        (Jabiru        mycteria)
        y no   dice
    que     viva
   sola,      sino
    más   
 bien     lo contrario
         en   grupos       de a cientos.       
 (17)
    Codazzi,         A.:   Geografía
         de  Venezuela.           -  Roehl,       E.:  en  su  “Fauna       descriptiva
           venezo-     
 lana,      da el  nombre      científico         de    Mycteria
       americana
        al   Gabán.
     
(18) Gallito de laguna (Jacana spinosa). - Roehl, E.: “Fauna descriptiva venezolana”.
(19) Llamado también “pájaro soldado” (Phoenicopterus ruber). - Roehl, E.: Idem.
  
(20) Garza       -  Idem.
     morena.      idem.   

 73

  
También
       lleva
     vida
   solitaria
         como
     he podido
     observar,
         el notable
       pájaro
    
 cuchara
       (  Cancroma
       cochlearia
)'?”,
      aunque
               de ningún      modo    se cuenta
    
entre
     los
   pájaros
      raros.
      De vez
  en
cuando
      aparecen
       diversidad
          de   fúlicas,
      
patos
    y otras
    aves,
     especies
        de chochas        y sisones,
        las  últimas
      de  las
 
cuales
     en   grupos
     de
   treinta
      o cuarenta
       individuos.
           Su agudo
    silbido
     
sobresale por encima de otras muchas voces
                                              de pájaros.
No está representado en menor escala el mundo de los insectos.
Magníficas mariposas e incontables libélulas columpian sobre el agua,
sus variados colores.
Esta región pantanosa perennemente húmeda, es también lugar
de residencia del tapir?”. Quiso el azar que pudiéramos también con-
templar uno junto a la laguna. De vez en cuando se deja oír un chapo-
teo en el agua. Son los llamados cerdos de agua o chigiiiros. ( Hydro-
choeros capybara )'?% que al parecer huyen despavoridos del jaguar
que los acosa; pero ignoran que corren hacia otro peligro nuevo,
en el agua les acechan los voraces caimanes y su alternativa, como
la gente del país observa fatalmente, es ser devorados en todas partes.
Este animal es el mayor roedor que existe y está distribuido por toda
la América del Sur, así como también el colpú, llamado “perro de agua”
( Myopotamus coypus )'** algo más pequeño que aquél.
Resulta aquí muy difícil, poco menos que imposible, cobrar las
piezas de aves cazadas, tanto más, cuanto no disponemos de embar-
cación ninguna y de otra forma nos hundimos en la ciénaga a cada rato.
Tenemos por lo tanto que ceñirnos a cazar en las riberas de la laguna,
lo que es muy fatigoso. El efecto que causa un disparo entre la fauna
que puebla estas soledades es muy distinto al de otras comarcas donde
la escopeta del cazador se deja oír más a menudo. Muchas aves no se
mueven de sitio, otras emprenden el vuelo, permanecen un rato dando
vueltas como si indagaran las causas extrañas del estampido y luego
regresan a su punto de partida. Observé muchas veces, cómo algunos
pájaros que habían pasado de largo, regresaban cuando en el bosque
que parecía desierto, sonaba un disparo.

  
 (21)  (Cochlearius
           cochlearius)
           - Roehl,
      E. Idem.
    
(22)
    (Tapirus
        terrestris)
   llamada
      también
      Danta
     o  Anta.
    -  Roehl,
      E.:   “Fauna
     descriptiva
         
venezolana,
         
  
 (23)  El  autor
     se  refiere
      al  “chigúiro”
         (Hydrochoerus
             hydrochaeris)
            (Roehl),
       Conocido         tam-
  
 bién    con   nombres
   los        de “Capibara”
          y  “Carpincho”
          en otros      países,
     
(24) A. Codazzi. “Geografía de Venezuela.” -  “En    la  Fauna      descriptiva
           venezolana”
          de 
 Eduardo
       Roehl,
     aparece
      con
   el  nombre
      de  “nutria”
        (Pteronura
         brasiliensis).
             

74

 Nuestra
       permanencia
          aquí,
    brindaba
       a cada
    rato
    un  espectáculo
         
 nuevo
    e  interesante
          y  de buen    grado
     la  hubiéramos
          prolongado,
          si el
tiempo
      prescrito
         para
    nuestro
        regreso
      no  hubiera
      sido   apremiante.
          

 ¡ Una
   última
      mirada
     sobre
      la laguna,
      sobre
     la  Cordillera
          de  picachos
      
 nevados
       al  fondo
     y  otra     vez
   la  oscuridad
         de  la  selva      '!  Enriquecidos
            con  
un
  bagaje
      de
  impresiones
           nuevas,
        y renovados
         algunos
       recuerdos
          de
 experiencias
            pasadas,
        buscamos
        alojamiento
           donde
     pernoctar.
        
En el pequeño nido reinaba una actividad inusitada. En una
choza contigua a la nuestra, se celebraba un “ velorio ”, al cual fuimos
invitados amablemente, particularmente yo. Aunque muy fatigados, no
podíamos de manera alguna excusarnos, porque lo toman a mal y lo
consideran una injuriosa falta de interés. Priva la costumbre, de celebrar
la muerte de un niño, con festejos y baile —, «se trata sólo de un “ange-
lito”»!... Al llegar nosotros, la alegría se había desbordado ya. La
choza techada con palmas y hojas de plátano, estaba formada en su
mitad anterior, por un espacio abierto a todos lados, el fondo del cual
se hallaba claramente iluminado. En esta parte se mecían hombres y
mujeres a los compases de una danza lenta, que acompañaba una monó-
tona melodía de guitarras y maracas, mientras algunos cantores impro-
visaban canciones dedicadas al “angelito ”.
La pared del fondo estaba adornada en su totalidad con plantas
y en el centro sobre un pedestal a guisa de altar, yacía el pequeño
cadáver cubierto de flores y alumbrado por un semicírculo de velas.
El conjunto estaba aderezado con mucho gusto, cosa no muy difícil
aquí por la abundancia de elementos vegetales decorativos. Las enormes
hojas flabeliformes de la “* palma de vino” cubrían la pared del fondo.
En la parte inferior, algo apartadas de la misma, se inclinaban otras
palmas en forma de abanico, entre satinadas hojas de heliconias que
lucían su maravillosa floración roja; guirnaldas tejidas con bellísimas
orquídeas, cruzaban la parte superior de la estancia en todas direcciones
y a su vez, pendían de éstas, otras formadas con plantas de hojas deli-
cadas cuyos extremos inferiores estaban dispuestos a modo de lámparas.
Completaban la belleza del conjunto, grupitos de palmas enanas (Bactris)
atadas con bejucos a las guirnaldas.
Por seguir la costumbre encargué unas velas y una botella de
“ anisado ” (aguardiente de caña ); gesto que agradecieron inmedia-
tamente con una canción en la que me deseaban toda clase de augurios
para mi futuro. Estos eran expresados concretamente, como suelen en
todo el país, y adecuados al concepto, no muy comprensible para ellos,

del objeto de mi profesión. Así decían : —«Que el blanco “curioso ”

 
at
-=]
 tenga
     mucha
    salud
    que;
   halle
    muchos
      pájaros
      bellos;
      que
   pinte
     lo  que
 
 le  venga
    en gana
   ; que
   encuentre
         su  novia,
     si   es que
   no   la tiene
    ; etc».
    
 Cuanto
     más  se  iba
  escanciando,
            más    se  cantaba.
      

El término “ Velorio ” se deriva del verbo velar, o bien de la


palabra velas. Por otra parte parece ser que en los velorios se cometen
muchos abusos. Por lo menos me han contado, que el pequeño cadáver
es llevado de choza en choza y de esta manera tienen ocasion de celebrar
cada noche un holgorio. Aunque procuramos retirarnos temprano a des-
cansar en las hamacas, la música continuó por mucho más tiempo.
Por el contrario, las manifestaciones de duelo para los adultos, son
muy desagradables. Cada uno quiere superar al otro, en cuanto a lloros
y lamentos se refiere. En Carúpano tuvimos que abandonar una casa,
porque eran insoportables las voces de las plañideras, que ordenadamente
se turnaban en la casa mortuoria vecina.
Pese a la belleza natural de la tierra baja y pantanosa, no cabía
en mí de gozo, al pensar que el próximo día dejaríamos a nuestra espalda,
el último tramo del camino penoso que debía conducirnos a alturas
aireadas. A medida que nos acercábamos a la falda de la Cordillera
y a poco de haber abandonado la región de las dos grandes lagunas,
fuimos notando que el terreno paulatinamente se elevaba y al rato de
cabalgar, vimos macizos cubiertos por completo de vegetación tupida
y que conforme íbamos avanzando aportaban variaciones al relieve
del suelo.
Durante esta etapa cruzamos lugares en que el carácter de la
selva nos pareció muy distinto, en especial en los lugares que aparece
la palmera en masa. Toda la región del Zulia es pródiga en extensos
palmares que se encuentran dentro de florestas mezcladas. Es indescrip-
tible el panorama que ofrecen estas innumerables y gigantescas columnas
vegetales, cuyas copas, penachos de grandes palmas, crecidas al parecer
unas dentro de otras, forman una como bóveda catedralicia, por la que
apenas se filtra un rayo de luz. Sin embargo un bosque de palmeras así,
resultaría monótono si en medio de estos esbeltos y altos troncos,
no existiera variación de arbustos y viejos árboles envueltos en enreda-
deras, o bien palmeras moribundas por los abrazos sádicos del matapalo.
Las hojas inferiores marchitas, amortiguan con su color amarillento
o rojo parduzco, el verde brillante de las copas y en algunos casos
forman debajo de ellas, una especie de funda o abrigo de los troncos.
Entre las muchas clases de palmeras, tres son las que mayormente
llaman la atención del viajero. Primero la anteriormente citada palmera
vinífera ( Attalea speciosa ) que causa una impresión majestuosa. Su

 76

 tronco
     alto
    y esbelto,
        es   gris   blancuzco
          y sus    palmas
      flabeliformes,
             alcan-
    
zan
  una   longitud
       de   10  mts.    o más.    Sus   lacíneas
       notablemente
           largas
    
 se mantienen
         erguidas        sobre     los   pecíiolos
       que   apuntan
      hacia      lo alto,
    y
 están
     irregularmente
              doblegados
          en sus   extremos,
         detalle
      que   contribuye
        
a  realizar
        la elegancia
        pintoresca
           del   copete.
      

Junto a ésta hallamos la no menos bella “Palma mapora”?”


muy parecida a la palmera real y tan pintoresca como aquélla, si bien
su copa es de menor tamaño. Las plantas jóvenes de palma mapora,
tienen el tronco más grueso en la base, casi en forma de botella ; pero
cuando está desarrollado por completo, es relativamente esbelto y liso,
de un grueso bastante regular y forma hasta la copa una columna de
20 a 25 mts. de altura. Está dotado de anillos claros, causados por la
sucesiva caída de sus palmas. Sus hojas penninervias, son sumamente
delicadas y al menor soplo de viento se mueven y juguetean unas con
otras sin parar. El pecíolo tiene también la base en forma de botella
y es verde, color que contrasta admirablemente con el gris blancuzco
del tronco guarnecido de anillos.
El tercer tipo de palmera de nuestro interés, es más pequeña
y no se encuentra tan a menudo como las dos anteriores ; ésta es la
hermosa palmera de hojas en forma de abanico Trubinax mauritiiformes.
No solamente en las tierras bajas, sino también en alturas considerables
encontramos palmares, Así en Cerro Azul junto al lago de Valencia y a
una altura de 600 metros, existen unos formados principalmente por
la “ palma de caucho ”.

(25)
    Chaguarama.
         
  

 77


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 CAPITULO
        IV

 COMIENZA
        LA  SUBIDA
    

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+ JAVORECIDOS por
  el  tiempo,
                íbamos
     adelantando
           bastante
      
] bien,     La vegetación         del    bosque
      se   mostraba
        de    nuevo      muy  
 mezclada.
        Por    la   mañana
      percibimos           un grito      lastimero
         y
peculiar
        en   el   que    reconocimos
           inmediatamente
              la   voz
   de
 “la   pereza”,
         Según      afirmaban
         mis    acompañantes,
             probablemente
             este    
animal
      había      terminado
        por    completo
        de   despojar
        un   yagrumo
      devorando         
sus    hojas
     y  se sentía       perezoso
        para     encaramarse
           a un   segundo
       árbol.      
Después
       de   breve
     búsqueda,
         dimos      por    fin    con   este     torpe
    ser.     El   delgado
      
tronco      del   yagrumo
      (Cecropia
         peltata)       fue   derribado
        y sin    dificultad
          al--    
guna,
     pudimos
       apoderarnos
           del    animal      que    nos    miraba
      indiferente.
            Para    
cargar
      con
   él,
   lo
  instalamos
          sobre
     un
  mulo
    entre
     dos
   bultos,
       mas
   pronto
     
debí
    arrepentirme
            de   ello,
     por    las    malas
     consecuencias
             que    trajo.
      No   ha-   
bíamos
      tenido       aún    tiempo
      de    regocijarnos
           de   su   captura
       y de   su   fácil
     aco-
   
modo     cuando      al   reanudar
        el   camino
      la   acémila
       que    transportaba
            la   pereza
     
se encabritó
        de   repente
       y arrancó        en   un   galope       desenfrenado,
             quedando       
enredada
        en   un   bejuco      que    afortunadamente
               detuvo
      su   carrera
       y allí
   
le dimos      alcance
      mientras
        trataba
      de  desembarazarse
             tirando
      hacia
   
todos
     lados.       La   pereza       había      hincado        sus    largas       y puntiagudas
           garras      
en
  el   cuello
      de   la   pobre     “mula      ” y esto     le   causaba
       tremendos
         dolores.        

 (1)
   Bradypus
       tridactylus.
            - Roehl,
      E.:  “Fauna
     descriptiva
           venezolana.
         

81

 Procuramos
         ayudar
     al espantado
        animal
     y solamente
        después
       de mucho    

 trabajo
       y  cuidado
      pudimos
      liberarlo
        de sus    lazos,
      así
  como     también       de  
las agudas garras de su verdugo. Con la
                                         consabida  pérdida
      de
   tiempo,
     
pusimos
      nuevamente
         el  equipaje
        en   orden
     y a fin    de que
   el   contratiempo
           
no
  se
  repitiera,
          dí
  libertad
        a la
  pereza,
       deseando
        se
  instalara
         en
  el
  primer
     
árbol
     que  encontrara
          a su   gusto.
      En   la
  región
      cálida
       las
  perezas
       no son  
raras
    y siempre
      las    encontré
        sobre
     yagrumos,
        cuyas
    hojas
    al   parecer
     
son
   su   único
     alimento
        en   la selva.
     

Por la tarde llegamos a “Caño Negro”, cabaña solitaria que nos


ofreció, así como a otros viajeros, un agradable lugar de descanso,
a pesar de que su aspecto era muy miserable. Si disponía de tiempo,
exploraba como de costumbre los alrededores, acompañado de alguno
de mi gente y pertrechado de mi escopeta, los pinceles y una red.
La ingeniosidad de mi zambo y el interés que tomó por mis trabajos,
me indujeron a confiarle mi servicio personal, cuyo desempeño, no obs-
tante su alto rango militar de “ teniente coronel ”, acogió con beneplácito.
En Venezuela, así como en la mayoría de países sudamericanos, reinan
circunstancias muy curiosas a este respecto. Carreteros y troperos, gen-
tes que apenas han sido iniciados en los secretos del alfabeto y la escri-
tura, no por eso dejan de ser “generales”. También el concepto del
“honor militar” se concibe en términos muy extraños. En época de
continuas revoluciones, conocí personas que hoy eran azules y mañana
amarillas, para ser nuevamente azules al día siguiente, esto es, cambiaban
de partido y de color conforme el éxito obtenido... Al efecto llevaban
cintas de los colores respectivos en el bolsillo, para en caso de victoria
de los contrarios, colocar el distintivo de inmediato en el sombrero y con-
vertirse de manera tan fácil y rápida en militantes del otro bando.
En estas florestas se empiezan a ver riachuelos de agua cristalina
jugueteando entre las peñas. Después de tanto saciar la sed en aguas
cenagosas y estancadas como era mi caso por largo tiempo, ¡con qué
fruición esta bebida limpia y refrescante se va sorbiendo !... En parajes
como éstos, la visión también se ensancha y hay suficiente luz en los
alrededores para iluminar clara y exactamente todo, hasta el más mínimo
detalle. Existen lugares verdaderamente apropiados para acampar y opor-
tunidades de sobra para acrecentar las colecciones, ya que las aves,
insectos y demás animales buscan las corrientes de agua, y flores mara-
villosas crecen a sus orillas.
Mientras yo iba tomando unos apuntes en mi cuaderno de notas,
mi acompañante se adentró por los matorrales siguiendo el curso del
riachuelo, cuando a poca distancia no tardó en dar unas voces de:

 82

 “*  tengo
    cachicamos
         ”*”     (tengo
      armadillos
          ),   palabras
        que    me   infundieron
         
una
   agradable
         esperanza, pensando
                  ya
  en
  un
  sabroso
       asado
      para
    la
cena.
     Efectivamente,
              su   mirada
      experta,
        había      dado    con    la boca   de una   
madriguera,
                donde suelen
      refugiarse
          durante
       el día estos animales
                  y
había      logrado
      apoderarse
         de un  par   de ejemplares
           grandes        y  hermosos.
       
                                                        monta-
En otras ocasiones, especialmente cuando permanecí en las selvas     
 ñosas      de  Caripe,       junto      a  los
   indios
     chaimas,        con   el
   fin    de  descubrir
       
 otras
     cuevas      de  guácharos,
         me  había
    mantenido
        semanas
      enteras
       de
 armadillos
          y puedo      afirmar        que    su  carne      es  de sabor      parecida
        a  la  del  
cerdo. Hay en Venezuela algunas especies de
                                                           estos animales y la mayoría
 de  ellas
     puebla
      las
   altas
     montañas.
         Además
      del
   armadillo,
          el  cazador
     
 puede      hallar      también       otros      animales
        de  carne      sabrosa
       y  suculenta,           tales    
 como     diversas
        clases       de  “'agutíes
        ”!%     y  la  paca     (  Coelogenis
          paca     )'"  
 mucho      mayor      que    los    anteriores
          e  igualmente           roedor,        aunque       de  com-   
 plexión       rechoncha
         y  naturaleza           más
   indolente
         que
   los
   acures,
       Suele    
 permanecer
          ésta     durante       el  día    en  su  madriguera,            que    se  halla      gene-
   
 ralmente
        entre      las    raíces
      de  los    árboles
       y  en  donde      es  fácil      capturarla.
         
 En  Venezuela          se  la  llama      “lapa”       y  su  carne      es  apreciada          como     bocado    
 exquisito.
          Entre      las
   diversas
        especies
        de  gallináceas
           y  palominas          que
 
pueden encontrarse
                           aquí, la más notable es la del género
                                Crypturus,”
 de  carne      delicada
        y  sabrosísima.
          
Procuro en lo posible no servir de estorbo a log múltiples indi-
viduos de esta rica fauna, que inocentemente van mostrándose, ora el
uno, ora el otro sin cesar. Aunque el afán primordial del coleccionista,
es tratar de adquirir todo lo que todavía no tiene, en la mayoría de los
casos sin embargo, completar sus experiencias con la tranquila obser-
vación de la vida animal y ordenar sus recuerdos, le es mucho más
útil que el incesante atravesar los bosques. De este modo va conociendo
al propio tiempo la clase de flores que sirven de alimento básico a ciertos
animales. Este rincón de selva junto 'al riachuelo (véase acuarela ) me
recordaba vivamente, más de un escenario natural del bello valle de
San Esteban y del interior en Carúpano. Las formaciones vegetales que
allí dominan, están representadas también aquí en hermosos grupos.
De ninguna manera hemos querido indicar con la denominación de
“ Flora selvática ”, que hayamos logrado representar integramente la
magnífica flora de las selvas tropicales ; más bien hemos querido ofrecer

 
 (2)            -  Roehl,
      novemcintus.
 Dasypus       E.:   “Fauna           
           venezolana”.
     descriptiva
 
 (3)  Acure      (Dasyprocta
     de  monte      idem.
       -  Idem.
           rubrata)    
(4) Lapa (Cuniculis paca) - Idem. idem. También es llamada guanta o guatusa en otros
países. N, del T.
(5) La Poncha (Cryturellus soui). - Roehl, E.: Idem.

83
  
aquellas
        formas
      que,
    creciendo
        en
  todas
    partes
     bajo
   las
  mismas
     condi-
     
ciones, llegan a llamar la atención incluso del profano.
                                               
La hermosísima “rosa de montaña” ( Brownia grandíssima) en
profusión, regala a nuestra vista con sus flores alargadas y rojas, aglo-
meradas en ramilletes del tamaño de una cabeza infantil que asemejan
fresas gigantescas. Aunque en las regiones montañosas crece sólo en
las partes cálidas y bajas, la rosa de montaña está extendida por toda
Venezuela y se da en diversas formas : en tallos solitarios y esbeltos como
representamos en nuestra lámina, o bien, multilobuladas formando matas
grandes y espesas. Tales ejemplares están frecuentemente cubiertos
con centenares de rosas de todos los tamaños, que al natural son de
un efecto imponente; en la lámina resulta demasiado chillón. En su
primer desarrollo las ramas son muy endebles y las hojas tiernas y deli-
cadas, cuelgan apretujadas como hasta medio metro, para después sepa-
rarse abajo contribuyendo a hacer el árbol mucho más pintoresco.
Cuando están en su completo desarrollo las hojas se enderezan y adquie-
ren un color amarillo rojizo que se convierte luego en un verde brillante.
Al pie de la rosa de montaña arranca una planta ribereña, que
crece entre los guijarros del riachuelo y debajo del grupo superior de
hojas se ha asentado firmemente una enredadera. Vemos en nuestra
lámina dos ejemplares de la esbelta Cecropia, uno en primer término
junto a la heliconia bihai de grandes hojas, y otro detrás de la rosa
de montaña. Aparece aquí como un árbol en completo desarrollo y con-
trasta con el grupo de palmeras Bactris que puede verse sobre la pequeña
loma y cuyas hojas jóvenes cerradas todavía, cubren los delgados troncos
casi en su totalidad, mientras arriba cada una de sus hojas penninervias
se van distribuyendo de manera, para una vez bien desarrolladas, ir
formando la copa.
Entre las numerosas clases de orquídeas que se dan en Venezuela,
la conocida “flor de mayo” ( Cattleya Mossiae) es la que más se
destaca y sus flores rosa pálido y en parte también blancas, suelen
estar tan tupidas que apenas dejan ver las hojas. A veces cubren gran
parte de los troncos y del ramaje de los árboles. En el valle de Caripe
los umbrosos árboles de los cafetales, tenían sus ramas inferiores com-
pletamente cubiertas con flores de mayo. Con preferencia en los ángulos
que forma el ramaje, habían arraigado firmemente en grupos de más
de un metro de diámetro y formaban junto a la floración rojo fuego de
los bucares un cuadro de belleza sorprendente. En el curso de excursiones
sucesivas, múltiple variedad de orquídeas llamó poderosamente nuestra
atención, bien sea por sus formas, muchas magníficas, otras grotescas

 84.

 Estoraque
         o  árbol
     del
   bálsamo
        de  Tolú.
   

y  a  veces
    parecidas
        a  animales,
        o bien
   por
  su  perfume
       exquisito,
         pero
  
 no  vimos
     ninguna
       de  ellas      en  volumen        tan    considerable
            como     la  flor     de
mayo.
        Las flores blancas
              y amarillas
           de                         que
las esbeltas estrelitzias  
 crecen       junto      al agua     debajo
     de los
   matorrales,
           ofrecen        un  contraste
       
 sorprendente
            con   los    troncos
      cubiertos          por    las    orquídeas
        citadas.
        Como   
 las   heliconias,
          se  hallan
     en  terreno
       pantanoso
         y  frecuentemente
              en
grandes cantidades. Entre diversos tejidos vegetales
                                                                la popular vainilla
 se  encarama        en  maravillosos
           espirales          por   los        —.en
   troncos    el  conjunto
      
 general       de  la  lámina       pasa     inadvertida
          —.   También        aquí     crecen
      los    beju-
   

 85

 cos
  con
  orquídeas,
         bromelias
         y tillandsias.
            ¡Qué   derroche
        de
  musgos,
     
                                                            her-
hongos, licopodios, pequeños helechos, etc. podrían llenar nuestro   
bario,
     si nos
   sobrara
       el  tiempo
     para
    poder
     coleccionar
           con
   tranquilidad
           !...

Con ligeras excepciones, toda la selva baja de la América tropi-
cal ofrece, desde el punto de vista pictórico, la misma imagen de
conjunto ; no obstante, el botánico puede discriminar la flora por lati-
tudes. Las selvas situadas al sur del ecuador, como por ejemplo las de
Río de Janeiro, producen la misma impresión sobre poco más o menos,
que las que se encuentran en las regiones septentrionales del continente,
como las del delta del Orinoco, las de la orilla meridional del Lago de
Maracaibo, o bien las de la parte oriental del istmo de Panamá. Las
cecropias están representadas por doquier; contrariamente no ví en
Brasil ni la magnífica musácea gigante, la heliconia bihai, ni la enorme
filodendra, notable entre las plantas aéreas de hojas muy extendidas
y profusamente perforadas, plantas ambas, que en el norte de América
del Sur se desarrollan perfectamente. En algunos lugares de esta comarca
hay a veces gran existencia de gramíneas arborescentes, grupos de dis-
tintas especies de bambúes, entre los cuales se destaca la enorme guadua,
en representación del gran bambú de la India. La hallamos junto al
Lago de Valencia así como también en la isla de Trinidad. En el jardín
botánico de Trinidad, famoso por su importante colección de plantas
tropicales, numerosos grupos de guaduas bordean ambos lados de un
camino y sus tallos altos, espigados y flexibles, forman al inclinarse
con el rico oropel verde de sus hojas, un maravilloso arco triunfal.
También el samán es digno de mención, sin duda la más bella y mayor
de las mimosas, que con su abundante y dividido ramaje forma una fron-
dosa cúpula; a veces podríamos pensar que nos hallamos ante una
enorme seta. El samán de Giiere a corta distancia del Lago de Valencia
y que fué ya descrito por Alejandro de Humboldt como el árbol más
grande de Venezuela, posee una enorme copa a cuya sombra pueden
cobijarse hasta mil hombres. Ultimamente empero, muchas de sus ra-
mas se desgajan con demasiada frecuencia, debido al exceso de plantas
parasitarias que las pueblan, de modo que las generaciones venideras,
apenas podrán admirar más que los restos de lo que fue este árbol formi-
dable. A su sombra han descansado muchos viajeros y más de una tropa
guerrera de partidos facciosos tan frecuentes aquí, ha instalado debajo
su campamento.
Entre los numerosos y grandes árboles de fronda como el resinoso
tacamahaca, el sereipo myrospernum frutescens, el roble, distintas espe-
cies de caobos, etc., sobresale preferentemente una de las leguminosas

Oñ
 00
más
   bellas,       el   árbol
    del   bálsamo
        de tolú    (Myroxylon
           toluiferum)
          llamado
      
en las montañas de la costa estoraque. Este árbol
                                                          notable y aromático,
parece
      ser   que    en   las  montañas
        no   se   extiende
        a zonas      muy   altas,
      pues
   
habitualmente
             sólo     se   le   encuentra
         en   altitudes
         moderadas.
          Su    forma,
    
hojas,
      flores
     y frutos,
       pueden
      reconocerse
           claramente
          en   la  figura
      adjunta.
       
A una
   altura
      de
  unos
    20
  mts.,
     el
  tronco
      recto,
      liso
    y de
  color
     gris
    claro,
     
se
  divide       en   múltiples
         ramas      que    forman      una    copa    clara      y ligera,        cuyas     
hojas delicadas se estremecen
                                 al menor soplo
                     de
de viento, como las  
nuestros
        tilos      y álamos.       Todos      los    estoraques
          que    tuve     ocasión
       de   con-    
templar,
        noté     que    estaban
       exentos        de   bejucos
       y otras      parásitas.
          Su   resina
     
aromática
         que    suministra
          un   bálsamo
       curativo,          ya   era    recogida
        en   tiem-    
pos
   inmemoriales            junto      al   río    Magdalena,
          particularmente
               en   Mompox.
      
Se extraía de
                 manera sencilla, por
                   el mismo procedimiento
                en que   los   
árboles gutíferos. Se practican en el tronco incisiones
                                                                  bastante profundas,
a las 
   que   se   aplican
       unas     totumas.
        Lentamente,            —en  el   Myroxylonm
         muy   
poco a poco  — mana la resina y va goteando en los cuencos. Un amigo
                                                   
inglés,
       me   había     rogado       le   informara
         sobre      la   existencia
          del    Myroxylon,
         
con    el   encargo
       de   recoger
       para     él,    flores
      y frutos,
       cosa     que    ya   me   fue    dado    
cumplir
       en  el   valle
     de   San    Esteban.
        Para    obtener
       esto    es   necesario
        
tumbarlos.
          No   podré
     olvidar
       nunca     la   impresión
        que    experimenté,
            al  
caer
    el   primero
       de   estos
     árboles
       después
       de   un   trabajo
       duro    de   hacha
     ;
crujiendo
         fue    inclinándose
            majestuosamente,
                para     venirse
       abajo     con    un  
estruendo
         terrible.
           Un ámbito
      extenso
       del
   bosque
      quedó
     totalmente
         
perfumado
         por
   el   bálsamo.
        Nuestros         afanes       se   vieron
      premiados
         con   
largueza,
         ya   que    el   árbol
     cargaba
       por    igual
     flores
      abundantes
          y frutos      
bien    desarrollados,
                 con lo
  que
   pude
    cosechar
        muchos
      ejemplares
          de
 
herbario.
         Como     consecuencia
            de   la   poderosa
        sacudida,
         se   habían
      despren-
       
dido     con    profusión
         las    semillas
        que    recogimos
         activamente.
            Una    vez    en  
casa
      me sirvieron para perfumar el ambiente, e
                                                    incluso mis cartas que
en   aquel
     entonces
        mandaba        a Inglaterra,            llamaron
        la   atención
        por    su  
agradable olor.
             

Aunque más abundante en las laderas montañosas de la costa,


pertenece también a esta región el llamado “indio desnudo ”, que se
caracteriza por su color castaño rojizo y su copa casi exenta de hojas.
Lo mismo puede decirse del jabillo, de tronco a menudo multipartido y
cubierto de púas ; su presencia es frecuente junto a las corrientes de
agua. Contrariamente al árbol balsámico al que se le atribuyen propie-
dades curativas, del jabillo se asegura que sus hojas y semillas contaminan
las aguas donde caen, produciendo fiebres en el hombre que las bebe.

 87



Colibríes
         (a mitad
     del
   tamaño
     natural).
       
                  
VNIWV1 NA - A VOIVIW VI8d3iS "VOVAIN

 En  las
   tempranas
        horas     del   día
   abandonamos
           Caño
   Negro,
      y a
poco
    empezamos
          a despedirnos
           de la tierra baja,
                     porque después
       de
 unas    horas    de   camino
     lleno     de    asperezas,
         se   inicia
      el   ascenso.
        Emprendi-
       
                                                     de  ánimo
mos la pedregosa cuesta monte arriba, en muy buena disposición    
 y  a  cada     paso     que    nos
   alejaba
       del    llano
     selvático
         y  húmedo,
       tomábamos
       
 aliento
       con    alegría.
        Pese   al  camino
     empinado
        y  pavorosamente
            malo
  
 que
  serpentea
         hacia
     lo  alto,
     aceleraron
          los
   animales
        su  marcha,
       como
  
 si  presintieran
            la  proximidad
          de  nuestra
       meta.     A  corta     distancia
         se  podía   
 percibir
        el  murmullo
       del     río   Chama,
     el  cual    a  nuestra
       izquierda
        se
  apre-    
 suraba
     a  alcanzar
       el llano.
     Nace    en   el   Páramo
      de Mucuchíes         y corre
    a
través
      de Mérida,
       punto
    final
     de  nuestro
       viaje
     y de  donde
     parecía
     
 traernos
        saludos.
      

Monte arriba, monte abajo, de cresta en cresta y trepando por una


senda cada vez peor y más pedregosa, alcanzamos finalmente la Mesa
de las Culebras, donde hicimos un alto. A nuestros pies yacía el llano con
sus enormes florestas, envueltas en la bruma que emana de ciénagas,
ríos y lagos. En último término de la lejanía brillaba el Lago de Mara-
caibo y ante nosotros emergía imponente la masa montañosa de la
cordillera con sus negros bosques, abismos y valles, y sus altas cumbres
rozando las nubes.
Después de infinitas penalidades debidas a la escabrosidad del
camino, llegamos a la pequeña aldea de las Palmitas, sita en la Mesa
de las Culebras, meseta de 800 a 850 mts. de altura. El clima caliente
empieza a mezclarse bastante con el templado. —“ Tierra templada con
tierra caliente ”. Habituados al calor por la larga permanencia en llanuras
bajas sentimos como fría, la temperatura considerablemente fresca de
aquí. Con sólo unos 16-18? R. teníamos que hechar mano por la noche
de nuestras mantas. Mientras descansábamos placenteramente, fui pa-
sando revista a los acontecimientos habidos en el camino recorrido.
Me he referido en otro lugar a la disminución que experimentan la rica
flora y fauna de las regiones cálidas a medida que se va ascendiendo
y cómo van siendo sustituídas por otras, sus numerosísimas especies.
Esto se nota de manera muy marcada entre los colibríes, aves netamente
americanas. Apenas existe otro pájaro cuya vida y movimientos sean
en extremo tan interesantes. La región que nos ocupa es residencia de
numerosísimas clases de colibríes, razón por la cual he creído oportuno,
hacer en este lugar una descripción detallada de su vida.
Hasta el presente se conocen más de 400 especies desde Canadá
hasta Tierra de Fuego, de las cuales sólo un pequeño número pertenece
a las regiones tropicales de América del Norte y del Sur. Su difu-

 89

sión
    por
   el  trópico,
        lo  mismo     es en  dirección
         vertical
        que    horizontal.
         
Sólo pocas clases viven lindantes
                                       a las nieves perpetuas
         en
   los    picos
   
 de  la Cordillera
         y su número      corresponde
            más o menos a las que
                      habitan
en el  límite      de extensión
         norte
     y sur.    La  mayor      riqueza
      pertenece
         a  las  
 tierras
       bajas      del   trópico.
        Los  colibríes
        sobrepasan
          en  gracia       y colorido,       
 a  todos
     los   demás
      pájaros
      y  la disposición
          de   su  ornado
     plumaje
      es
 
 extraordinariamente
                  varia,
     como
    puede
     verse
    en  la  ilustración
          adjunta.
      
Sin
   tener
     en  cuenta
      su  diminuto
        tamaño
     — existen
        colibríes
         tan    sólo   
 de  4  cm.    de  longitud
       —  la  mayoría
       de sus
    especies
       por
   su  colorido
      
                                                         que
vistoso, son más fáciles de reconocer en medio de una tupida selva,  
 muchas
     otras
     aves    mayores.
        El  movimiento
          y  la  luz    cuando
      hiere
     el
 brillante
        plumaje
       de estos     pájaros
       enanos,
      los    hacen
    aparecer
        en  un  cons-    
 tante     y  renovado
        cambio     de colores.
      
Los signos externos que más caracterizan a estos excelentes
maestros en vuelo, son : el batir de las alas, sus pies, cola y pico.
I:ste último presenta formas muy variadas ; unas veces como un punzón,
ora muy corto, ora larguísimo, ora recto o encorvado, pero siempre
apropiado para extraer del cáliz de las flores su alimento, insectos, para
lo cual, su larguísima lengua filiforme les es indispensable. La estruc-
tura de ésta tiene una propiedad especial. Como en el pájaro carpintero,
las dos astas del hueso hioides se extienden desde atrás y por la parte
superior de la cabeza hasta la raíz del pico en la región frontal. Dichas
astas, junto con un par de músculos en forma de cinta, constituyen todo
el aparato de movimiento lingual y les permite disparar la lengua más
allá del pico. Complementa este maravilloso dispositivo, una sustancia
córnea que reviste la punta de aquélla, y sobre la cual se encuentran
diminutas púas “apenas visibles para el ojo humano, que hacen posible
la captura de minúsculos insectos.
La configuración de las alas es por regla general muy resistente
y su forma parecida a la de nuestros vencejos. Por lo regular en propor-
ción al cuerpo son largas y muy abiertas durante el vuelo, muy estrechas,
algo arqueadas y sus rémiges tienen por lo general el cañón muy duro;
la sustancia córnea de éste en algunas especies, presenta un abultamiento
pronunciado en su parte media externa, dando al conjunto del ala una
apariencia mucho más arqueada de la que tiene en realidad.
En contradicción con la contextura de las alas y el cuerpo, las
patas son notablemente pequeñas, cortas y delicadas. Por eso al colibrí
no le es dado trepar por las ramas. Más bien se posa tranquilo, para lo
cual apoya sobre la rama la parte inferior de su quilla, posición en la
que parece el pájaro estar acurrucado. Las patas están cubiertas casi
en su totalidad por las plumas del bajo vientre y de los muslos.

 90

Cual
   galán
    trasnochador,
            este
    brillante
animado,
        va
           susurrando
         
 de  flor
   en  flor,
    hundiendo
        a intervalos
         su pico
   en
  los
   cálices,
       Sorprendida
          
y como
   encantada
        se fija
   nuestra
       vista
    en estos
     laboriosos
         animalitos.          
 De  pronto      desaparecen
          con   la   rapidez
       del     rayo     ; estupefactos
             nos   queda-     
mos
   contemplando
            un
  lugar abandonado
               inesperada
           y velozmente.
           No
obstante,         por    medio      de una    experiencia
           agudizada         a costa      de observa-       
ciones más largas, con gran atención
                                            se puede ver muy       colibrí,
bien al       
 aparentemente             invisible
        en  su vuelo;
     del
   mismo     modo
   se
  aprende
      a
distinguir su zumbar y chirriar tan iguales
                                                          y se llega a conocer que la
 diferencia
         estriba       en el  tamaño       del   pájaro.        Frecuentemente
              vuela      sólo   
 a  pequeños         tramos,golosineando
                 de  flor     en  flor.     Otras      veces      se  eleva    
algunos
             metros en línea vertical
                y permanece
         como
    suspendido
          en
  el
 
aire    agitándose
          y sacudiéndose           de  modo     que   su    vistoso
       plumaje       parece     
 brillar       como     las    gemas     y centellear
         como     chispas.        A   menudo,
      hechizado        
por este atrevido juego, no tarda en
                                                   asociarse otro colibrí y entonces
      
 tiene     lugar      una   corta
    lucha     o más   bien    un   pequeño
       sainete.
         Durante      
estas
     escenas,
        nos
  manteníamos
          lo   más
  quietos
       que
  era  posible,
        en
  espera
    
de
                                                           la
otras nuevas. En continuo acecho, paseábamos la mirada ávida sobre
 masa
   olorosa
       en floración.
         He aquí
   que  sobre
     una
   rama
    delgada
       y desnuda,
       
posa
    nuestro
      favorito
        resplandeciendo
               a pleno
     sol
   y entretenido
           en
  su
 
tocado , mientras sus ojitos de mirada
                                clara
     y perspicaz otean hacia
                  

todas
    partes.
       Un  compañero
         le echa
    del
   lugar
     y a su
  vez
   comienza
        a
acicalar
        su   traje
    de
  plumas.
      

Más atrayente es quizás el espectáculo de una pareja, posados


uno al lado del otro y prodigándose caricias sin fin jugando con el pico.
¡ Qué movimientos de cabeza y de alas más gráciles ejecutan ! ¡ Y ese
gorgeo continuo y suave, como si interminables cosas se contaran!...
Pero, ya han desaparecido de nuestra vista. Estos idilios se ven a veces
interrumpidos por rivales envidiosos o bien por compañeros bromistas,
que sin previo aviso irrumpen sobre la feliz pareja. Finalmente, estos
pollitos, tan intrépidos como pequeños, osan aventurarse hasta las te-
rrazas o galerías, incluso hasta los salones de las viviendas, seducidos
por los ramilletes de flores que ostentan. Es posible que allí, representen
escenas semejantes a las que hemos observado en el bosque y en los
jardines. Nadie piensa jamás en molestar a estos queridos y diminutos
visitantes, y aun los criollos que por regla general tan poco sentido
tienen por la bella naturaleza que les rodea, miran complacidos al “chu-
pador” nombre que comunmente se da al colibrí en la América de
habla hispana.

 91

         
'oz3uedue”)
Vergonzosa,
           empero,
      es  la  explotación
           que
   de estos
     animalitos
        

llevan
     a cabo
    los    extranjeros.
            Junto     a otras      aves    de vistoso        plumaje,        
se sacrifican a miles de
                                 ellos para servir   de
  adorno
      en
  los
   sombreros
         de  
nuestras
        damas.
      Más    de
  una    vez    me    he tropezado         en   las    cercanías          de  
la costa con gente de color,
                               asalariada,        con el  encargo
       de
  disparar
        sobre
    
todo    aquello
       que   posea      bello      colorido.
         Con    frecuencia          he  intentado en         
vano
    de
  impedir
       esta     carnicería
          valiéndome           de  imperiosas
          amenazas.
        
Nuestras
        damas      ayudarían
         con    más    eficacia         a esta     buena      causa,       si   por   
su parte renunciaran
                  a   lucir    sobre
     sus
   sombreros,
          lindas
      avecillas
         que
  
una    infame
      taxidermia
          convierte          en
  lamentables
           caricaturas.
           

 Como
   sucede
      en
  casi
    todas
     las
  especies
        ornitológicas,
             también
      
entre los colibríes, luce
                      el macho
       colores
          más vivos
     que
   la hembra,
      
 y muchos     poseen
      además,
      adornos
      especiales
          en el  plumaje,
        tal
  como   
                                                 atento,
muestra nuestra ilustración. No escapará al observador       lo ufanos
       
que
   están
    los
  machos
      de sus
  ornatos
        y  lo advertirá
        mucho
    más,
   si
  tiene
   
 oportunidad
          de seguirlos           en sus     galanteos.
          Darwin       en  su  obra    “El    origen     
de   las   Especies”
         los
   describe
       con
    las   siguientes
                  : “Con
palabras 
   el
mayor
     esmero despliega
                 un macho
     ante otro su maravilloso
                     plumaje.
       
Ambos     se
  exhiben
       dramáticamente
             ante     la   hembra,
       a fin   de que    ésta    
escoja al pretendiente más atractivo ”. Sus alas
                                                              entre tanto se mantienen
en
   vibración,          despliegan
           las   plumas      relativamente
            anchas
      de
   la cola   
en  forma     de   abanico
       y el    plumaje
      ornamental
         restante,          como     el   copete     
 y plumas      laterales         del     cuello
     suben       y bajan     al   son   de  las   constantes
        
sacudidas
        de   la   cabeza
      y demás      movimientos
           del    cuerpo;
       sus    chirridos
        
no
   tienen       fin,    como    si
  no   hallaran        tonos      bastantes
         para    expresar
       sus   
sentimientos.
           

Conservar un colibrí en cautividad, presenta dificultades serias.


Hay viajeros que han hecho lo imposible por llevar vivos a Europa
estos maravillosos animalitos y muchos criollos han intentado la cría
de pichones o bien han tratado de amansar los ya crecidos ; pero tanto
unos como otros rara vez han podido contar con el éxito. El amansa-
miento tropieza con las dificultades más grandes, aun cuando estos
pajarillos no son en manera alguna tímidos y tal como he observado
anteriormente, se arriesgan como huéspedes alados en terrazas y habi-
taciones adornadas con flores. A la menor alteración buscan persisten-
temente la huída y sucede con ello a veces, que dan con sus cabecitas
en la pared y al golpe caen sin sentido. Es conveniente cambiarles con
frecuencia las plantas dejándolas en el mismo lugar, con el objeto de
poder ofrecer a estos pajarillos una constante y renovada provisión de
insectos ; se debe tener siempre presente que ellos son seres del aire

 93

en toda
    la extensión
        de la palabra,
       y por
  lo  tanto
espacios
    en
         angostos
      
no hallan
     la libertad
       de movimientos
          necesaria
        para
   su
  sistema
       de vuelo.
    
 Si se logra criar
              un pollo de nidada, con toda seguridad puede
                                        tener
el asunto
      mayores
      probalidades
             de  éxito.
    

Recuerdo ahora un episodio delicioso, que tuvo lugar en Caracas.


Una joven y bonita criolla, halló todavía en el nido aunque plumados ya,
a dos ejemplares de una especie azul-verde. Con paciencia poco común
crió a los pajarillos hasta el completo desarrollo de sus cuerpecitos
y su plumaje. Comenzó a alimentar los polluelos con miel y papelón
( azúcar de caña en bruto ) sustancias que les introducía en la boca
valiéndose de una pluma finísima. Más tarde modificó la disposición
del nido, colocando a su vera plantas variadas, cuyas flores se incli-
naran hacia ellos. Con no poca alegría pudo comprobar la joven dama,
cómo las flores llamaban la atención de sus pupilos ; éstos alargaban
el cuello y pretendían alcanzar con sus picos los cálices de las flores.
Esto era ya un éxito palpable. Cuando los polluelos debían aprender a
volar, se apartaron las matas que fueron reemplazadas por flores frescas
repartidas por los rincones de la estancia ; las ventanas exentas de
cristales, fueron cubiertas con gasa muy fina. No tardaron los pollos
en volar por el cuarto y golosinear por las flores ; sin embargo regre-
saban siempre a su nido. Se amansaron de tal manera, que no extrañaban
en absoluto cuando alguien se acercaba a ellos. Dicho sea de paso,
también yo logré criar polluelos de nidada hasta su plumaje completo,
sólo que mis ocupaciones impidieron les dedicara más atención. Opino
que se podrían llevar vivos los colibríes a Europa, siempre que se proce-
diera con la pericia y cuidados necesarios al caso.
Para cazar estos vistosos pajarillos, el sistema que da mejor
resultado es el llamado de acecho, esto es, el cazador espera ante unas
matas floridas a que el colibrí se presente revoloteando entre las flores
o se aposente un ratito sobre una de las ramas; entonces se debe
disparar instantáneamente.
Sumamente interesante también es el estudio de sus nidos, que
son verdaderamente dignos de la gracia de sus constructores. Son a
veces tan diminutos, apenas más grandes que una cáscara común de
nuez, que admira ciertamente el pensar cómo pueden cumplir su cometido.
Acostumbran a presentar la forma de una minúscula escudilla, pero
las condiciones de emplazamiento y el material empleado, suelen influir
en modificaciones. Forman sus nidos por doquier, tanto en la selva
virgen como en los cultivos e incluso en galerías y habitaciones humanas,
donde alguna vez se ha dado el caso de hallarlos adheridos a los ganchos

 91

     

 que
  sujetan
      los
  chinchorros.
           Pero
    ordinariamente
              los
   construyen
         sobre
   
 ramas
     delgadas
        y ahorquilladas,
              sobre
     bejucos,
        en el extremo
       de diferentes
        
 hojas
     y  a  veces
     cerca
     del
  suelo
     sobre
      tallos
      enhiestos
         de  hierba.
       Hay
 
 veces
     que
   están
     formados
        integramente
            con
   algodón
       y  solamente
         los
 
bordes superiores por la parte externa ostentan adornos con
                                                            pedacitos
 de  líquenes
        o  musgo.
     Además
      de estas      materias,
        emplean
        también
      otra
  
 clase
     de  vegetales
         delicados,
          tales
    como
    exfoliaciones
             de  helechos,
         tallos
    
 finos
     de  hierba
      y  fibras
      leñosas
      tenues
     como
   cabellos.
         Los  colibríes
       
gustan de tejer sus nidos artísticamente y se
                                                            diría que la parte externa
 del   nido,
    está     como     trabajada
        con
   relieves
        regulares
         y  filigrana.
         Al-  
 gunas     especies        que    construyen
          sus    nidos     en  la  extremidad           de  las    hojas,
    
 los   revisten
        de  musgo      de  modo
    que
   no  sobresalen
          de  lo  que    les    cir-
  
 cunda      y  por    consiguiente
            no  son
   fáciles
       de  descubrir.
          El  interior
        de

 95

 los
  nidos
     acostumbra
         a  ser   orbicular
         y en  algunos       el   círculo
       está     des-   
crito
    con   exactitud
         geométrica.
          En  las
  bajas
     tierras
      del
  trópico,
        la
 época     de cría    comprende
         de octubre       a enero.       La hembra       pone    dos    huevos
    
 blancos
      y esféricos,          poco    más    o  menos
    de un centímetro
         de   diámetro
      
—  algo     más    en  las    especies
        mayores,
        algo     menos      en  las    más    pequeñas
       —.
 Después        de unos      quince
      días,     los   polluelos
         ciegos      y  desnudos,         rompen     
                                                       cual
su cáscara. No tardan en abrir los ojos y en cubrirse de plumón, el   
 por    regla      general
       y  hasta      la  época      de  la  primera        volada,        acusa      el  colorido
      
 del    plumaje        materno.       

Existen otros muchos animales que en sumo grado despiertan


nuestro interés, pero muchos de ellos por supuesto, sólo se pueden obser-
var durante permanencias más prolongadas, ya que su presencia depende
de la suerte que tengamos en verlos pasar en bandadas. Ante todo hay
que citar el papagayo, que aparece en todas partes. De las 150 especies
americanas conocidas hasta la fecha pertenecientes casi todas a la
zona tórrida, la mayoría existe en Venezuela. Así podemos admitir
como seguro, que más de 50 habitan en el tramo comprendido entre
las bajas tierras cálidas y el límite forestal superior de la Cordillera;
otras especies desconocidas es posible se encuentren en la comarca
todavía poco explorada del sureste de Venezuela, cuya fauna es más
parecida a la del Brasil. Cuando los papagayos, constantemente en comu-
nidad, buscan su alimento en las copas de los árboles, da la impresión
que están en amena tertulia ; el vocerío que sus refunfuños y arrullos
origina, mezclado a los fuertes chillidos de los que pelean, no termina
nunca. Cuando súbitamente emprenden el vuelo, invade el aire su estri-
dente griterío. Viven en severa monogamia y forman habitualmente en
los huecos de los árboles, sus nidos en manera alguna artísticos. Las
hembras ponen dos huevos blancos. Es notable que en Argentina, país
lejano en el extrarradio de la zona tropical, y particularmente al sur
de Mendoza donde la vegetación arbórea brilla por su ausencia, tenga
su morada un auténtico troglodita. En los escarpados taludes margi-
nales del río Tunuyán, existen millares de conuros (Conuros patagonicos)
que en sociedad instalan su vivienda en las cavernas. La carne de papagayo
es algo correosa, pero no obstante, suministra un caldo excelente que
he tenido oportunidad de gustar repetidas veces.
Además de los felinos citados en esta obra, —el jaguar y el
puma — existen otras muchas especies menores : Felis mitis, F. tigrina,"

 
(6)  El Cunaguaro
        (Margay
      tigrina).
         - Roehl,
     E.:  “Fauna
     descriptiva
           venezolana”.
          

96

 LAMINA
      VIII
                           
a)

—]
nm

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Ú
a

O
>

O
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X
>
>
m

O
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A a
 F.  yaguarundi,'”?
             F.  Macrura        y  otros     que     sacian      su   rapacidad
         en   las   
oscuridades
                       de la selva. El zorro indígena
             (Canis
      azarae)'*
               es como
nuestro
       “* Meister        Reineke”,         un   descarado
         tunante.         En   las    regiones
       culti-      
                                                         se le
vadas, escoge los corrales de las plantaciones para sus fechorías y  
puede
     ver   también       con     frecuencia
         en    los   caminos       mirando
       de hito    en
hito
    a  los   jinetes
       que    pasan.      De   todos      estos      animales         carniceros,            el   que   
al parecer        está     pertrechado
           con    el   arma    más    peligrosa,
         es   la   mofeta       o
“*  mapurito
        ” (Mephitis          suffocans),'”
              el   cual     prefiere         parajes        más    abier-     
 tos    y secos.      Sus   glándulas
        segregan
         un  líquido
      mefítico,
        que    expele
     
 cuando      se   halla     irritado,
         haciendo        la atmósfera         intolerable             y  todo     aquél    
 que    tiene
     nariz
     emprende
        velozmente
          la  huída.
      Repetidas         veces
     he
observado cómo los perros que están
                                                         amarrados en los corrales de las
 plantaciones,
             yerguen       nerviosos         sus    cabezas
       y  prorrumpen          en lastimeros         
 aullidos,
         cuando
      en  su  vecindad
       algún
     mapurite
        da  rienda
      suelta
     a  su
 fetidez.
        Semejante
        a  nuestra
       ardilla,
       la “ardita”
       (Sciurus
        aestwans)“”
          
 salta     graciosamente
            de  árbol      en  árbol,
      mientras
       acá    y acullá       el “perrito
       
 de  agua”     (Chironectes
           variegatus),''”
                uno    de los
  pocos     didelfos
        que  
existen
         en América, emerge
              prudentemente
             de las
     aguas
     del
   arroyo,
      
 para    desaparecer
           pronto       de  nuevo.       Deslizándose
            furtivamente
            sale     a  la
 caída
     de  la  tarde
     el  Procyon
       cancrivorus““*
               en busca
    de  botín
    ;
aunque
      parecido
        al zorro,      pertenece
         sin   embargo
       a  la  familia
      de    los
 
osos.
     Si no  consigue
       alimento
         animal
     alguno,
       también
      sacia
    su
   hambre
     con
 
 los
   de  procedencia
          vegetal.
       De cuando  vez
      podemos en
      también
        observar
      
al  “coati”
       (Nasua
     socialis)“*
             en  pequeños
        grupos
      trepando
        por
   los
 
árboles. En este ejercicio muestra gran habilidad y como
                                                             el cuchicuchi,
 utiliza
      su  cola
    casi
    tan
  larga    como
     todo
   su   cuerpo.
     
Aunque me resistía a abandonar un lugar tan fecundo para mis
trabajos, no hubo más remedio que hacerlo!... Salí de Las Palmitas
satisfecho y pese al espantoso camino que debíamos seguir, alegremente
continuamos hacia adelante. El suelo fangoso dificultaba mucho la
marcha. Los animales resbalan a cada momento y para colmo de
desdichas se desencadenó una fuerte tormenta ; pero eso no fue todo,
porque cuando con atroces fatigas, habíamos emprendido una cuesta

 (7)    Gato    montés         (Herpailurus


      o cervantes           -  Idem.
            yaguarundi)      idem.
   
(8) Zorro común (Cerdocyon thous) - Idem. idem,
(9) Mapurite (Conepatus mapurito) - Idem. idem.
(10) Ardita común (Guerlinguetus aestuans). - Idem. idem.
 (11)
    (Chironectes
            minimus)
        - 1dem.      idem.   
(12) Zorro lava manos o cangrejero - Idem. idem.
(13)
    Zorro
    guache     (Nasua
     solitaria).
          - Roehl,      E.:  “Fauna
      descriptiva
           venezolana”.
           

 97

estrecha
       y pedregosa,
         para    acabar
     de aumentar
        nuestro
       terror,
      nos  
vino al encuentro un buey
                               de carga. En el fragor de la lluvia
                   y del
  
 trueno,
      la  voz  de alerta
      de  nuestro
       guía    se  había
     perdido.
        Con    muchas
    
molestias
        y cuidado
       aliviamos
         a nuestras
       mulas     de su  carga     y después      
de
   poner     éstas
    a salvo      entre    los     troncos
      de  los    árboles,
        tuvimos
      que  
llevar
     a cabo
    una
   tarea
    más
  difícil
      todavía,
       o sea,
   la de arrastrar
         las
 
acémilas
        por    la empinada
       cuesta      a  la derecha       del   despeñadero,
           con    lo
que a cada instante estábamos expuestos a un
                                                          tropiezo que ocasionara
su  precipitación
            al abismo      de la izquierda,
         accidente
        que    ya una
   vez 
en la provincia
               de Cumaná
      tuve que
       lamentar.
            Como conscientes
           del
  
peligro,
       nuestros
       esforzados
          animales       lo soportaban
          todo    con   paciencia.
         
Después
      de un trabajo       en verdad       muy   duro.      íntegramente
           empapados
         de  
 agua,      conseguimos
          dejar     libre
     el  camino,
      por   lo que    el  buey   pudo    seguir     
de nuevo     su   lento
      trote
    hacia
    Las    Palmitas
        y  nosotros
       volver
      a cargar     
 nuestras
        mulas.    

Post nubila Phoebus! Este pequeño proverbio venía al caso.


Pronto brilló la claridad del sol; aunque el agua se había precipitado
como un torrente por nuestra senda pedregosa, el fango y la humedad
aún proporcionaron a nuestra marcha bastantes contratiempos, sin
contar nuestras vestiduras caladas de agua y salpicadas una y otra vez
de barro. Cuando los primeros rayos de sol rasgaron los cargados nuba-
rrones, surgió el oquedal grandioso en toda su magnificencia; las
copas multiformes de los árboles se movían animadamente al golpe
fuerte del viento y entre ellos las cecropias ponían una nota de claridad
sobre el verde oscuro y triste que las circundaba, con el brillo plateado del
envés de sus grandes hojas que levantaba por momentos. No tardaron
las aves en saludar la tranquilidad restablecida y los resplandores del
sol que las extrajo de sus recónditos refugios. Cual claro son emitido
por un yunque, la voz del “herrero” (Chasmorhynchus veriegatus)**  

— como acertadamente le llaman los nativos— clamaba por el bosque,


mientras el eco surgiendo de los lejanos abismos y valles devolvía de
nuevo los tonos de su voz. Es más fuerte la impresión que nos causa con
su grito sonoro el “campanero” (Chasmorhynchus niveus)'!* ave tam-
bién venezolana. El tono de su voz es igualmente parecido al golpe del

martillo en el yunque, pero va seguido de un sostenido “ baum ” que se
extingue lentamente y se asemeja mucho al sonido de una campana,
que en la oscuridad del bosque puede bien hacernos creer, que una capilla

 (14)
    (Procnias
        carnobarba).
           -  Roehl,
      E.:  “Fauna
     descriptiva
           venezolana”.
          
(15)
     (Procnias
        alba).
     -  Idem.     idem.
   

 98

 Puente
      natural
      sobre
     el río
  Capaz.
    
 recóndita
        invita
     a los    creyentes
        a un oficio       divino.      Ambos      pájaros
      son   
similares.
            Su  tamaño
     es
  el
   de
  un
  grajo,
      pero
   como
     puede
     apreciarse
          en
nuestra
       viñeta,
      el  plumaje       del
   campanero
        es completamente
             blanco,
     

mientras
        que    el  herrero
      posee      alas     negras,
      cabeza       de color      pardo       y su  
 desnudo
      cuello
     está      provisto         de  pequeños         lóbulos.        Las    dos
   especies        se

 encuentran
          en  las    selvas      de   Catauro
       y Caripe,         pero     no  he  encontrado
        
 al  campanero,
          más
   allá
    hacia
     el  oeste.
     Entre
    el  concierto
        sonoro
      de
 infinitas
         voces
     de  aves,
     también
       se  deja   sentir
     el  laborioso
         martilleo
        y
 repiqueteo
         de las
      diferentes
          clases
      de  picos
     o  picamaderos
          — pájaros
      
 carpinteros,
            como
    gráficamente
           les
  llaman
      en el   país
   —,  además
      del
 
silbido
       de la numerosa
       familia
       de  cicádeas
        que
  a veces
     recuerdan
         el
 
estridente
         silbo
     de  una
   locomotora.
          

Nuestro optimismo sobre la salida del sol, no debía durar mucho.


El cielo volvió a encapotarse y una lluvia silenciosa y persistente,
comenzó a caer de nuevo limitando nuestra vista. En algunos trechos
largos y empinados de nuestro camino, el suelo consistía sólo de barro
y carecía de piedra alguna sobre la que nuestras acémilas pudieran pisar
con firmeza, Por consiguiente resbalaban con frecuencia y el buen sen-
tido nos aconsejaba llevarlas lo más distantes unas de otras. Un resbalón
del animal de guía puede traer, cuando éste cae al abismo, consecuencias
insospechadas para toda la recua. A pesar de las providencias adoptadas,
no fue posible ahorrarnos un verdadero susto ; de repente repercutió la

voz del guía: ——“Se va la mula”. El pobre animal cargado en exceso
no pudo dominar la pendiente fangosa y resbaló, deslizándose por el
barranco a siniestra, aunque por suerte sin tropezar con el animal si-
guiente. Cuando corrí al lugar del suceso, ví la pobre criatura pendiendo
entre dos troncos, a unos quince metros de profundidad. 'Vaya trabajo
difícil, otra vez!... Afortunadamente el precipicio en ese lugar no era
muy vertical, la tarea de salvamento tuvo éxito, y el animal sufrió
sólo ligeras escoriaciones.
Con
   la pérdida
      de tiempo
     que
  habían     originado
        estos       trabajos,
       
 nos
  había
    asaltado
        el    temor
     de pasar     otra    noche     a la serena,        temor     que  
resultó
      infundado
        porque       logramos       alcanzar        el   poblado
      de   La   Tala,
    en  
donde
     pudimos
      descansar         de todas     nuestras
        fatigas.
        La Tala    se   encuentra
       
 a unos    900   mts.    sobre
     el nivel      del   mar    y todo    el   paso   de    la Cordillera
        
 no  es por    aquí    mucho
     más
   elevado.
       En cambio
      esta    vía   se usa    menos    
que    la que   cruza      los    altos
     desfiladeros
            de  los   “  Páramos
      ” y que tendre-
mos oportunidad de conocer más tarde, porque forma parte de las peores.
A partir de aquí el camino se vuelve completamente vertical,
circunstancia que se nota en seguida por la temperatura. Pero en

 100
 
Mucutíes,
         cerrado
      entre
     montañas,
        a unos
   500
   mts.
   de
  alto,
    vuelve
      a
sentirse
        calor.
     En
   una   grande
     plantación
          de este     lugar,
      tropezamos
          con 
el “camino
      real     ” la carretera
         principal
         de  Venezuela
         a Colombia.
         También
      
aquí
    la  vegetación
          es   grandiosa
         ; se   extiende
        casi    hasta
     Los   Estanques,
         
gran
    plantación
          de   cacao,
       junto
    al   río
   Chama.
    

Estanques yace algo más bajo que Mucutíes, la temperatura es


muy cálida y húmeda, de modo que reúne todas las condiciones nece-
sarias para ese cultivo, En esta hacienda pude admirar de nuevo el
exuberante crecimiento del cacao, que ya había tenido oportunidad de
observar en el interior junto a Carúpano y Puerto Cabello. Como puede
verse en la ilustración, las flores y el fruto no nacen solamente de las
ramas, sino también directamente del tronco, del ramaje e incluso de
las raíces externas. Quizás no haya otra planta que pueda igualar al
cacao en cuanto a fertilidad. El cacao de Los Estanques es muy apre-
ciado y se envía al extranjero vía Maracaibo. De buen grado tomamos
aquí un día de descanso, tanto más cuanto una cordial hospitalidad y
ciertas comodidades invitaban a ello. Sobre la mesa del almuerzo humeaba
un “sancocho ” de gallina, plato en Venezuela estimado por todos, algo
parecido al “Allerlei” de Leipzig, solamente que la verdura empleada
consiste en cambures, mazorcas tiernas de maíz, calabaza y diferen-
tes tubérculos.

Hasta Mucutíes habíamos seguido la ruta del sur, pero en el


camino real, doblamos hacia el sudoeste, esto es directamente hacia
Mérida. A poco de haber abandonado a la mañana siguiente Los Estanques,
cambió la escenografía del camino, que nos conducía a lo largo y a
contracorriente del río Chama. Causa una gran sorpresa hallar en el
corazón mismo del país, en los valles de la Cordillera, una flora seme-
jante a la que crece en la costa detrás de los manglares. En lugar de
la vegetación montañosa que habíamos atravesado hasta aquí, vemos
de nuevo zarzales de mimosas y cactus. También los alrededores media-
tos se vuelven monótonos. Junto a las riberas del Chama, se encuentran
acá y allá algunos pequeños cultivos, pero la parte montañosa es de
empinadura cada vez más acentuada y en su mayor parte muy desnuda.
Hasta ahora el camino era relativamente bueno, pero mi gente comen-
zaba a hablar medrosa, de las famosas “ Laderas de San Pablo ”, que
debíamos cruzar todavía en esta jornada. Ya en Los Estanques nos
habían manifestado que Las Laderas estaban “muy malas”, porque
el angosto sendero había sufrido con las lluvias deslizamientos y en
algunos parajes estaba cubierto con derrumbes. Un arriero que nos salió

 101
 
al encuentro,
          también
      las
  describió
         con
   horror
      ; acababa
       de
  perder
      allí
  
un asno de carga, despeñado por el precipicio.
                                      
A unos cinco kilómetros de Los Estanques, cambia el paisaje otra
vez, ahora su carácter es totalmente yermo y está realzado por las
escarpadas masas montañosas que se elevan al sur del ancho río Chama.
Confluye aquí el río San Pablo, que surge de una angosta cañada y en
el vértice que forman ambos ríos, arranca la empinada cuesta hacia
las temidas laderas, Contemplando el adjunto dibujo tomado del natural,
huelgan todas las descripciones. El puente sobre el río San Pablo era
impracticable y tuvimos que vadear las aguas bastante crecidas de la
quebrada. Era una empresa de mucho riesgo, sin embargo cubrimos
nuestro objetivo y nos fue dado alcanzar la orilla opuesta, sin tener que
lamentar ningún accidente. Observado desde abajo, el sendero pedregoso
parece elevarse verticalmente. A una altura respetable hay que pasar
una angosta cresta, por la que a duras penas tiene espacio suficiente
una cabalgadura. A ambos lados de la misma, los despeñaderos desnudos
por la erosión, se hunden bruscamente en la profundidad, dando la
impresión al pasar, de estar haciéndolo por un puente colgante. A la
derecha brama en el abismo el río San Pablo y a la izquierda el Chama
espumante e impetuoso rompe sus ondas en las peñas, todo lo cual ayuda
a completar el cuadro despeluznante del camino.
También conseguimos atravesar a pie este lugar peligroso. Desde
aquí el camino conduce serpenteando hacia las alturas ; luego alterna
depresiones y elevaciones de unos seis kilómetros de duración a lo largo
del escarpado despeñadero, en lugares tan angostos que las bestias con
dificultad podían tomar pie. Los cantos rodados que arrastran las
quebradas, son también graves obstáculos, amén de que en estas alturas
vertiginosas, se está expuesto al ardor del sol cuya fuerza duplica la
reverberación de la desnuda pared montañosa. En mis viajes por distintos
países de la América del Sur, he conocido infinidad de caminos detes-
tables pero ninguno tan espantoso como el de las Laderas de San Pablo.
Tengo entendido que modernamente se han llevado a cabo voladuras,
que lo han mejorado mucho. Al comenzar la escalada, mis acompañantes se
habían encomendado a los santos de su devoción, por lo que una vez
pasado el peligro exclamaban sonrientes: “Las Laderas pasado, el
Santo olvidado”.
Al final de las Laderas se encuentra un caserío y en su vecindad,
en un lugar donde el Chama fluye por una angosta cañada, el “ Puente
Nacional ”, un verdadero puente colgante, cuya resistencia tuvimos que
probar primero, haciendo pasar por él a una de nuestras acémilas. Parece

 102
 
 ser
   que
   hoy
   ha sido
    reemplazado
          por
   uno
  de  hierro.
       En  la otra
     orilla,
      una
  
senda
    ondosa
      se
  eleva
     por    una   altura
     desde
     la cual
   se    disfruta
        un  panorama
      
 maravilloso
           sobre el  valle
        del
   Chama.     Al  fondo
     ví  por    primera
       vez
 
 indistintamente
               el pico   principal
        de  la Sierra      Nevada.
        En derredor
       todo   
era yermo, inquietante y silencioso. Incluso la fauna era escasa;
                                                                 solamente
 vimos
     de vez   en   cuando
     algún     pajarillo
        gris   saltando
        entre     la  ramas    de
las
  mimosas
       o algún
     lagarto
       coloreado,
          a veces
    bastante
        grande
     cru-
  
zando
    nuestro
      camino.
       A  pesar
    del   calor
    oprimente
         arreamos
        nuestros
      
          con
animales,   el objeto
        de
  alcanzar
        pronto
      la próxima
         población
          de
Lagunillas.
         

Después
       de un  penoso
      cabalgar,
        llegamos
        por
  fin
  a  una
  sierra
    
elevada,
       desde
     la cual
   se divisa
       ya  el pueblo
      de  Lagunillas,
           unoasis
    
 fresco
      y  verde
    en   medio
    de esa   pobre
    vegetación
         montañosa.
         Delante
      de
 
 la aldea    existe
     una
   laguna
     —  fenómeno
        raro
    en  la  Cordillera
         —  la
 laguna      de Urao,     y en lontananza
          asoma     el pico mayor de la Sierra Nevada,
                         
 rematando
        la belleza       del   cuadro.
        La  laguna      — a   nuestra
      manera     de ver  
un estanque
       poco
    profundo
        —   encierra
       en su fondo
    un mineral
       raro
  
 llamado
       trona     o urao,      un carbonato
         sódico      que    antiguamente
           extraían      
 los    indios
     valiéndose
         de    totumas
      que sumergían en sus aguas. Ultimamente
                                
 los   adelantos
         modernos
        han   llegado
       hasta     aquí,     y este     trabajo
       lo hace   
 una    máquina
       hidráulica.
          Los nativos utilizan el urao en la
                                      fabricación
 de  cigarros,
         aplicándolo
          como    mordiente.
          Cubren
      éstos
     además,
      con   un
 ungiiento
        parduzco,
         que   luego
     al  fumarlos
        destiñe
       desagradablemente.
                  Este
  
 ungúento
        cuando
      tiene
     el  espesor
 de  un  jarabe
      se  llama
           “chimó”,
        y  las
 
 gentes
      del
   país
    lo  llevan
      siempre consigo
      en cajitas de asta o de hojalata
                                
 y  lo  usan
    como
    tabaco
      de  mascar.
     

Hacia el pueblo la laguna está rodeada de prados, campos de


caña de azúcar y maizales, sobre los cuales cimbrean sus copas las
bellísimas palmas de vino, que forman artísticos grupos, particularmente
cabe destacar la iglesia colonial cuyas torres se aprecian en nuestra
ilustración. Por el lado opuesto y más lejano, el suelo es fangoso y
cubierto de manchas brillantes y blanquecinas formadas por sal crista-
lizada que los animales domésticos buscan con avidez y lamen con gusto.
La laguna está poblada por diversas aves acuáticas y zancudas.
Periódicamente la visitan bandadas procedentes de la tierra baja del
Zulia que cruzando la Cordillera van a los Llanos, o que desde éstos
regresan simplemente al Lago de Maracaibo. Observé pequeñas y blancas
garcetas, sisones, también el característico “gallito” y disparé sobre
un género de chochas, que también se encuentra en el Brasil: Galli-
nogo frenata.

 103
 
En Lagunillas
         dejé
    reposar
       a los    animales,
         con    objeto
     de  empren-
      
der
   una    excursión
         a pie   hasta
     Jají,
     a unos    once     kilómetros
          al   norte
     y
mucho
     más
   alto que la laguna
                     de Urao (1.100 mts.).
             En su vecindad
         
el  río   Capaz
    riega
     tumultuosamente
              imponentes
          gargantas
        y cañadas,
       
pobladas
                                                       ante-
algunas por guácharos, aves nocturnas que he citado con     
rioridad.
        Logré
     localizarlas
            especialmente
             en   un   paraje
     donde
     un   puente
     
natural
       ayuda
     a cruzar
      el
  río,
   contribuyendo
             así
   a  señalar
      una
   nueva
   
morada
      de
  este
    notable
       pájaro.
      

Comenzamos trepando por el cerro alto y pelado a la izquierda


de Lagunillas y pronto alcanzamos en su cumbre una magnífica floresta.
La senda era bastante buena y así pude saciar mi celo de coleccionista,
ya que me cupo en suerte cazar un gallito de roca (Rupicola peruviana)
el ave más bella de estos parajes. Sus plumas son de un color rojo
chillón, entre las que se destaca el color negro de sus alas; en cambio
la hembra viste un modesto traje castaño.
En Jají, miserable nido enclavado sobre el lomo de un enorme
peñasco, la repentina aparición de un forastero causaba revuelo. No tardé
mucho en verme rodeado por todos los habitantes de la aldehuela.
Lo primero que interesó a las mujeres fué saber si yo cargaba carretes
de hilo, espejos y abalorios. Me tomaban por un buhonero. Como todo
habitante del interior, no podían concebir que un hombre cruzara el
país con otras intenciones. Cuando manifesté que únicamente llevaba
algunos objetos de regalo y que mi viaje sólo tenía por objeto cazar
aves, coleccionar insectos y pintar, empezaron a sospechar que debían
habérselas con un loco. No era la primera vez que me sucedía esto y por
otra parte no hice esfuerzo alguno con miras a mejorar la opinión que se
habían formado de mí. Ante todo me preocupé en hallar un guía que
me llevara al “puente natural” de Capaz. No es cosa sencilla, dada la
absoluta indiferencia y la flojedad innata de estas pequeñas gentes.
Después de muchos dimes y diretes un mozo moreno, que por otra parte
se hallaba completamente ebrio, dió su conformidad. Como mi intención
no era precisamente aguardar a que se le pasara la borrachera, no me
quedó otro remedio que emprender el camino prescindiendo del guía.
Siguiendo las indicaciones de un anciano indio, seguimos monte arriba y
monte abajo, en parte por senderos propios para descalabrarse, pero siem-
pre a la sombra de un maravilloso bosque. Llegamos al puente. Para tomar
el boceto que originó el dibujo adjunto, tuve que encararme a una cuesta
casi perpendicular, aunque afortunadamente cubierta de matas donde
poder asirme. Desde uno de los profusos guijarros que yacen en el lecho
del río, pude contemplar el panorama a través de la roca horadada.

 104
 
Caripe
      y  Cueva
     del
   Guácharo.
       

 Nuestra
       ilustración,
            representa
         con
  exactitud
        el  lugar,
     debiendo
        sólo
  
añadir,
       que
   por
  cualquier
        causa
    original,
         como
    erosión,
        terremoto
        y
demás, se desprendió de lo
                                  alto un enorme bloque de piedra,
                      el cual,
demasiado
         voluminoso
         para     precipitarse
            al  fondo,
      quedó     fijamente
         encla-      
vado arriba, de
                 modo que
                                    unos
los criollos sólo tuvieron que colocar    
cuantos
       palos
     encima
      y cubrirlos
         con    ramas
     y tierra,        para
    obtener        de  
esta
    forma
    sobre
     este     puente
      natural
       una
   vía    lisa.
     Debajo
      del    mismo     y
todavía
       más    lejos     en  donde
    la quebrada
        se angosta,
       mora    el guácharo,
        ave  
nocturna, que como tal no se muestra
                                         jamás de día.
En las cuevas de Caripe y Terezen ya había tenido la oportunidad
de observar a este curioso animal. Viven allí a miles y sólo al anochecer
salen de su escondrijo en busca de alimento, que contrariamente a lo
que suelen la mayoría de otros pájaros de su familia, consiste en frutas.

 105
 
 Entonan
      un concierto
        lúgubre       que   sobresale
         por    encima      de toda    otra   
voz
   animal. Humboldt
               fue
   el primero
         que
   dió
    a conocer
       estas
     aves
   
 y  la  cueva      de Caripe      se  tuvo     por    mucho      tiempo      como    su    única     morada.      
 Más    tarde      se  descubrieron
            también        en  una    quebrada         de  Colombia         y en
 las    costas      septentrionales
              de Trinidad.          En  compañía        de  los    indios
      chaimas      
                                                        de
de Caripe, en mis búsquedas por las montañas de Terezen al noreste
Venezuela,           también        descubrí         cavernas         grandes        habitadas          por   estos      ani-   
                                                       en
males. Más tarde me fue dado comprobar la existencia del guácharo
 el  “  consumidero            del    río   Guaire”,        junto      a  Caracas,         aunque       en  número     
     mucho menos
     crecido
          que en
  los lugares
                               Esta
citados anteriormente.   
 ave    del    tamaño     de una    urraca     tiene     el plumaje       castaño        con   pintas      blan-    
 cas    y negras.       La hembra      pone    dos   huevos       blancos        y formando         agrupacio-          
nes   numerosas
         efectúan         la  incubación          en  las    grietas      rocosas        de cuevas     
subterráneas y oscuras. Los nidos están
                                                            formados burdamente con mate-
 rias     vegetales         y  barro.      Puede     decirse       que   sus   polluelos        son    bolitas        de  
grasa
     y suministran            un   caldo
     excelente,           que    los    nativos        saborean        con   
fruición.
         Nuestra        viñeta       muestra        los   accesos
       a  las   principales
           cuevas      
y el  “cuarto        precioso         del    silencio”,
          llamado        así    por    su   belleza        y su   quietud,
       
debida                                                     a esta
ésta a la total ausencia de guácharos que no han llegado    
parte de la cueva, la mayor de Caripe,
                                                          por estar metida profundamente
en
  el   cerro.
      Cuando
      a la   luz
  de
  una
   antorcha
        se  penetra
       en
  el
  espacio
      
                                                      revo-
donde moran estas aves, éstas se rebelan y cual visión quimérica     
lotean de
          un lado para otro bajo la enorme
                        bóveda,
                un
en medio de  
griterío
        que     impide
     hablar.
      

No bien había terminado el boceto del puente natural, cuando mi


acompañante que desde arriba dominaba un extenso panorama irrumpió
en un grito de alerta exclamando: “El río viene !...”. Comprendí en
el acto el significado importantísimo de tan breves palabras y abandonando
pincel y lápiz, me encaramé en un santiamén por la escarpada orilla
poblada de matas. Unos minutos más tarde, imponentes masas de agua,
pasaban arrolladoras inundando los peñascos hasta alcanzar un nivel
de tres metros. Era evidente que una lluvia torrencial debía haberse
desencadenado en el Páramo de los Conejos, lugar donde nace el río
Capaz. Repetidas veces había observado, la rápida crecida de las aguas
en las regiones montañosas, pero hasta entonces no la había presenciado
en forma tan repentina. La fuerte avenida agolpándose debajo del puente,
las espumantes y rugientes olas arrastrando troncos y piedras que
con furia imponente se estrellaban en los escarpados y rocosos muros para
ir a perderse en la oscuridad profunda del abismo, ofrecía un conjunto
de belleza salvaje inolvidable. Cedió en breve el agua y un cuadro

 106
 
  

 Pictografías
            indígenas
         en  el  Valle
     de  San
   Esteban.
      

 completamente
             distinto
        se  ofrecía
       ante
    nuestros
        ojos,
    el cuadro
      de
 la  destrucción.
          

Junto al Capaz, hallamos un caserío, cuyos habitantes al divisarnos,


abandonaron precipitadamente sus chozas y huyeron despavoridos.
Solamente después de nuestras repetidas voces de: “Somos amigos”,
regresó un anciano indio, jefe de la familia y poco a poco fueron hacién-
dolo los demás. Eran indios de pura sangre, descendientes directos de
los aborígenes de esta comarca. El viejo explicó que en su aislamiento,
no habían visto jamás el rostro de un blanco y al aproximarnos presu-
mieron soldados enviados con la misión de reclutar mozos capaces de lle-
var armas. En efecto los hijos de familia varones, fueron los últimos que
se nos acercaron. Considerados en su raza, estos indios eran bastante
bellos y las muchachas incluso tenían cierto donaire. No tardamos en
hacernos amigos; fueron felices con unos pequeños obsequios que les
hice, siendo de su mayor agrado los espejos. Al igual que los chaimas,
eran también en su mayoría de corta estatura aunque bien proporcio-
nados y su color algo moreno, como los que pueblan el valle de Caripe

 107
 
 al nordeste
       de Venezuela.
          Se   parecen
      muchísimo
         entre
    sí
   y se llega
   
incluso a confundirlos. Particularmente me fue difícil de primer momento
                                                              
distinguir
         a  los
  jóvenes
      chaimas
      de   sus
   padres.
      

El trato con indios de habla española, es preferible al de otros


habitantes con mezcla de sangre negra ; durante mi viaje, siempre pro-
curé escoger mis peones entre los primeros. No obstante en el tórrido
litoral es difícil hallar personas con la sangre pura ; allí dominan los
negros como obreros, marineros, peones y mercaderes, pero es mucho
más raro hallarlos en calidad de artesanos. Empero, cuanto más se
penetra en el interior del país, van siendo más escasos y puede decirse
que en la Cordillera son contados. Los chaimas, con los que conviví
tres meses en el hermoso valle de Caripe, a pesar del largo tiempo que
llevan convertidos al cristianismo, se conservan bastante puros y entre
ellos hablan frecuentemente su lengua vernácula. Poco habituados a
relacionarse con extraños — Caripe está bastante retirado de la carretera
principal— se muestran algo retraídos.
En los años transcurridos desde mi permanencia allí, parece ser
que las circunstancias no han variado en este aspecto mucho, como he
podido constatar por las manifestaciones de mi amigo el profesor Sievers,
que hace poco estuvo en esa región. En el propio pueblo de Caripe, habitan
relativamente pocas familias, ya que la mayoría viven dispersadas por la
*“* montaña ”, donde en pequeños conucos, cultivan café, caraotas, yuca, etc.
Un redoble de tambor, advierte cada sábado a los hombres, que es tiempo
de dedicarse al aseo de los caminos, pero hacia mediodía acostumbran
a estar todos ebrios, pues el ron fluye de manera increíble. En la época
de Humboldt, Caripe era una misión Española. Las ruinas de la iglesia
y del convento —en  donde Humboldt y Bonpland se hospedaron —
recuerdan todavía cierto esplendor religioso que debía haber reinado
allí. Junto a los restos del antiguo poderío, hace hoy las veces de iglesia,
una simple choza, cabe la cual una armazón en forma de horca, es testi-
monio que en tiempos pasados los Padres españoles colgaron allí sus
campanas. Por todo el país todavía se encuentran dispersos, cubiertos
de vegetación y como hurtándose por completo a las miradas profanas,
muchos signos memorables del antiguo dominio español. En la iglesia
y en algunas chozas de Caripe, puede verse aún, una que otra imagen
deteriorada de santos.
Cuando
     los
  Caripenses
          se
   dieron
     cuenta
      de que    yo estaba
      pintando
      
 el  convento,
         vino
   el
  juez
   civil
     Felipe
     Caripe
     hacia
    mí y  me rogó
    restau-
     
rara las imágenes
               religiosas. Aprovechando
                       la oportunidad
             que
     me
se
 ofrecía
       de  captarme
        la  confianza
         de  la  gente,
      condescendí
           a  ello     y  al

 108
 
efecto
     en un
  borrico,
        fue
   despachado
          un hombre
      hacia     la
  costa
     a fin
  de 
que
  en  Carúpano
        procurara
        el   material
       necesario.
         Al
  cabo
   de ocho
   días
  

regresó
      trayendo
        de
  todo,
     inclusive
         el  indispensable
             alcohol
        ; éste,
    empero,
      
lo había     apurado
       por
   el   camino.
       Mis    gastos
      fueron
      cubiertos
         por   suscrip-
       
ción,
    o sea,
    cada
    familia
      se   comprometió
          a contribuir          según     sus   medios,
     
 aportación
         que   se efectuó
      en    productos
        naturales
         y cultivados,
          así   que   
no tardé en hacer acopio considerable
                                  de existencias que
                   vendí  a  un
 comerciante.
          

Por medio de pequeños favores como éste, la gente se vuelve


fácilmente servicial; ya en el interior de Argentina y de Uruguay,
conseguí de este modo algunas cosas y trabé con los habitantes lazos
de amistad.
En las enormes selvas de las montañas de Terezen al suroeste
de Caripe, pasé muchas semanas entre los chaymas y únicamente con
su valiosa cooperación, logré descubrir nuevas cavernas, la más bella
de las cuales, la “Cueva pequeña ”, muestro al lector en la figura. A pe-
sar de grandes molestias, acompañadas con frecuencia por chubascos,
estas gentes eran pacientes y no refunfuñaban, cuando después de una
jornada fatigosa, compartíamos en nuestra cabaña solitaria un plato
demasiado frugal. Una y otra vez, tuve que admirar la habilidad que
poseen estas gentes en echar a buena parte todas las asperezas de un
terreno tan escabroso. Parecía que nos encontrábamos exactamente en
los remotos tiempos del viejo cacique Morocoima.
Cuando finalmente tuve que abandonar Caripe, no me fue posible
conseguir cabalgadura alguna. Me ví pues obligado a emprender a pie,
el angosto camino hacia la costa. Acompañado por un mozo fuerte que
cargaba con lo más importante de mis colecciones (tuve que abandonar
plantas y demás), después de cuatro días llegué a Carúpano, lleno de
recuerdos de mi mansión entre las buenas y sencillas gentes de Caripe.
En general los habitantes primitivos de Venezuela, poseen un
grado de cultura ínfimo y nada atestigua que en la época anterior a la
conquista española, hubiera sido mejor. Las escasas antigiiedades que
se encuentran en el país, indican claramente que sus indios se encontraban
muy por debajo de los incas en Perú y Bolivia, Ecuador y Colombia,
aun cuando la naturaleza en esos territorios no era, en modo alguno,
progreso mayor. Las antigiiedades que yo descubrí, así como las gra-
baduras sobre bloques de piedra que he visto, denotan siempre el mismo
carácter primitivo, puede decirse infantil (v. viñeta). Respecto a su
habilidad en la cestería y la tejeduría no es lo mismo, muestra de lo

 109
 
dicho
     son
   los
  excelentes
          chinchorros
          del
  Orinoco
      y  de  la península
       

Guajira.
       Aún
   ahora
     en
   las
  cercanías
         de las
  zonas
     cultivadas,
           pueden
     

verse
    algunas
      tribus de
  vida
         completamente
             rudimentaria             como     sucede
     
en
  el   delta
     del   Orinoco,
        a pocas
     millas       de   Trinidad.        Con    una
   simple
     
ojeada a sus enterramientos
                        se
  deduce
      que
   los
    guaraúnos
         no
 han
   asimi-
     

 lado
   ni  un   ápice
     de  la  cercana
       cultura
       y sí  a lo   más    algunos
       de
  sus   
defectos.
         Este
    contraste
         brusco
     se  manifiesta        en
          también   el  trato          
     corriente.

Al
  principio
         no  sorprenderá
           poco
    al  forastero,
          ver
   en
  cualquier
         estableci-
         
miento
      comercial
         de
  Maracaibo
         o de
  Ciudad
      Bolívar,
        a una
   pareja
       
de
indios
      semidesnudos
            efectuar
        sus
   compras
       junto
     a una
   dama
    europea
      

elegantemente
             vestida.
       

Como todas las regiones tropicales de América, Venezuela ofrece


un abigarrado muestrario de distintos tipos y mezclas etnográficas, que
en general proviene de las tres vías de penetración principales, a saber :
europeos, indios y negros. Los mestizos, mezcla de blanco e indio, no
sólo causan en su aspecto externo mejor impresión que los zambos, des-
cendientes de negro e indio, sino que sus cualidades y carácter son
superiores. Los mulatos, descendientes de blanco y negro, tienden más
hacia este último, lo que no obsta para que entre ellos se encuentren
en gran número personas de buena índole. Entre las mulatitas las hay
con figura de formas opulentas, muy lindas. En el curso de nuestro relato,
más de una oportunidad se presentará, en que los trazos idiosincrásicos
más importantes de esta población heterogénea entrarán en consideración.
Después de la excursión al río Capaz —en donde hay que admitir
una divisoria hidrográfica, ya que contrariamente a la mayoría de las
quebradas de estos contornos, aquél no lleva su curso hacia valle alguno
de la Cordillera, sino hacia la llanura del Zulia —, regresamos a Jají para
salir cuanto antes para la ciudad de Mérida, lugar de promisión. En la
quebrada González, a poca distancia de la plantación “La Chorrera ”,
se encuentran algunos saltos de agua de unos cien pies de altura, que
vienen a precipitarse al pie del Páramo de Los Conejos, desde un escar-
pado muro granítico. En parte una vegetación ubérrima los oculta a la
vista. A sus lados, allí donde los muros de piedra son casi perpendiculares
a menudo integrados por peñas colgantes, se muestra desnuda la forma-
ción rocosa y brinda la oportunidad de hallar interesantes petrificaciones
en las distintas capas de hulla que han sido acumuladas en la pendiente
desde tiempos remotos y sobre todo de observar hermosas concreciones
dendríticas que atestiguan una rica fauna prehistórica. Esporádicamente
Venezuela es muy rica en fósiles vegetales y animales. Por otra parte,

110
 
no es
  mi  objeto
      el   describir
         detalladamente
              los    aspectos
        geológicos
          de  
este
    país.
    Recomiendo
          a quien
     esté
    interesado
         en ello,
    los   excelentes
        
 trabajos
        de un experto,
        el    profesor
       Sievers,
         que   ha  efectuado
         investiga-
        
ciones
     geológicas
         en esta    región.
      Sin
   embargo,
        el vivo
    interés
       que   siento    
 por
   todas
     las
  manifestaciones
               de la
  naturaleza,
           me llevó
    durante
      mis
  an-
  
 danzas
     a coleccionar
           tantos     fósiles
      como
    me  fue
   posible
      de la pasada    
 fauna
    y flora.
      De   este
    modo    pude
    en
  Cúcuta,
       Colombia,
         desenterrar
          
partes
      importantísimas
               de una
   pereza
      gigante
       (Megatherium);
              según     
el doctor
     A, Ernst     de    Caracas,
       también
       se   han   encontrado
         huesos
     de   este  
 animal
      junto
     a Carora.      

En inmumerables curvas serpenteaba el camino y desde ellas se


divisaban panoramas a cual más hermoso sobre las pendientes, hasta
que por último remontando por el punto más elevado “El Alto” (1.625
mts.) llegamos pronto a “El Moral”, pequeña aldea con una hermosa
vista sobre la simpática y pequeña ciudad de Ejido, situada a 1.215 mts.
y rodeada de florecientes plantaciones. Algo más lejos asoma parte de
la meseta merideña, en cuyo extremo inferior cerca de la confluencia
del río Albarregas y del Chama, se precipita una cascada, hilo blanco
de plata entre el exuberante verdor de las laderas. El fondo lo forma
la Sierra Nevada, por el momento oculta tras un ligero velo de nubes,
para mostrarse al cabo de pocas horas en todo su esplendor. Dejando
Ejido a nuestra espalda y después de cruzar el Albarregas, comenzamos
la ascensión de la meseta de Mérida. Una vez en lo alto de la mesa, atra-
vesamos rápidamente el pueblecito de La Punta, en tanto el sol caía
detrás del Páramo de los Conejos y con ello las nubes de la sierra se
rasgaban. Los picos aparecieron con todas las galas de su magnificencia.
A medida que iba poniéndose el sol, sus rayos abriéndose paso entre
jirones de nubes azul oscuro, iluminaban los páramos y cimas nevadas.
—“ El sol de los venados ”, exclamaron mis acompañantes, “señal de
buen agiiero para tu llegada a Mérida ”. Con esta expresión quieren dar
a entender que por esta claridad inusitada sobre la ciudad, podríamos ser
columbrados por un ciervo desde los páramos. En medio de todo este
derroche de color, emergía la Sierra majestuosa como si quisiera darnos
la bienvenida, vestida con sus mejores galas. He procurado retener en
mi mente estos efectos de luz, que tanto me han recordado el brillo de
nuestros Alpes y en lo posible, pretendo reproducirlos en la lámina adjunta.
Nuestra entrada en Mérida al parecer causó sensación, pues las
calles largas y hasta entonces desiertas, se llenaron de curiosos, que
inquirían de mis acompañantes, informes sobre mi persona y el objeto

 111
 
de mi  visita.(1*%
       Debido
a nuestra
    
       larga
     caminata,
         no
  presentábamos
            
un
  aspecto
      muy   aseado,
       pero
    al   parecer
        la gente
    no  llegó
     a percatarse
         
de
                                                   viva
ello, porque su atención se dirigió por completo a la carga     que
  
llevaban
       mis
   acémilas,
         formada
       por
   monos,
      cuchicuchis
           y otros
     animales,
        
que
   había
     ido    capturando
          en   el   curso
      de mi  viaje.
      Era
   bastante
        tarde     
cuando
      nuestra
       “tropilla
         ” se   detuvo
      ante
    la   única
     posada
      del
   lugar,
     
ubicada
       cerca
     de   la   plaza
     principal
         y en   donde
    fuímos
      acogidos
        amiga-     
blemente
        por   su   dueño
     el   coronel
       Rangel:
       —“*  Gracias
       a Dios     que   estamos
      
en  Mérida,
       
La Perla
    de  la  Cordillera
          !”.
 

(16)
    N.  del
   T. Literalmente
           del
  original:
         “quién
      era
    yo y que
   quería”.
       

LOs

 112
 
                
LAMINA IX - LA CONCHA, SIERRA NEVADA Y QUEBRADA DE SAN JACINTO.
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 CAPITULO
        V

 MERIDA
    
i

ARA DAS
:

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1
7
OSA
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Digitized by Google
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LA

7 MOR
  lo que
  atañe
    a  su situación,
         bien
   puede
    llamarse
        a Mérida
     
la “Perla
     de
  la Cordillera”.
            La
  ciudad
      posee
     ventajas
       que    son   

  casi
    imposibles
          de encontrar
                              en
reunidas una segunda vez  
espacio
       tan   reducido.        Situada       en   una    altura
      de 1.630      mts.    
sobre
     el   nivel
     del    mar   y dotada       de   un   clima     primaveral
          perpetuo,
         ni   por   
frío ni calor hay motivo
                                  de queja. Además este
                    el
lugar es realmente  
punto
     crucial      de   la   Cordillera,
           porque       desde     aquí
     y en corto     espacio
        de
tiempo
      igualmente
          se alcanzan        las   tierras
      bajas
    tropicales,
           que    hacia
    
lo
  alto,     el    límite
     de    las   nieves       perpetuas.
        

Un marco de cielo puro y diáfano encuadraba a Mérida por el


norte, este y sur, cuando en las tempranas horas de la mañana siguiente
descansando de las fatigas del viaje, salí a pasear y ávidamente pasé
revista a mi alrededor. En lo alto de los páramos había nevado recia-
mente durante la noche, pero bajo los rayos del sol cada vez más
ardientes se derritió pronto la nieve, conservando sólo los picos más
altos su manto blanco. Dada la magnificencia del paisaje me era difícil
decidir por qué dirección encaminaría primeramente mis pasos. De pronto
me encontré en el extremo oriental superior de la ciudad, cerca de la
Columna Bolívar, contemplando a mis anchas toda la orografía con
sus alturas, valles y abismos.

115
 
 Casi
    perpendicularmente a mis
                   pies   yacía
    el   valle
    del
  Chama    con   
sus
   plantíos
       de café
     y caña
    de   azúcar,
       por   entre
      los   que
    fluye
     impetuo-
      
 samente
       el río   de  donde
     toma    el nombre;
      éste    nace   en el   Páramo
      de
 Mucuchíes
         y engrosa
       su caudal
     con   las  aguas
    del   río   Mucujún,
        el cual   
poco
    antes
    de la confluencia
           se
  precipita
        por  una  angosta
      quebrada
      
entre
    la  mesa     y  las   montañas
       de Escorial.        Al    sur    se eleva      la  cadena     
 de  la  Sierra
     Nevada      en  cuyas
    suaves
     faldas
      y  pequeñas        mesetas
       se
extienden
         campos
      de
  cereales
         y patatas,
         y entre
     la
  fresca
      nota
    de
 
 verdor
      asoman
     esparcidas
          las
   chozas       de  sus
   habitantes.
          Más   arriba
     
espesas
       masas    selváticas
          cubren       las    enormes
       laderas        montañosas          y sobre     
ellas emergen
            los
   páramos
       con
   sus
   cimas
     eternamente
           cubiertas
          de
 nieve.
      Mirando
       hacia
     el  este,
     se  muestra
      la  meseta
     cercada
       por
   las
 
cadenas
       del
   Páramo
      de  los
  Conejos
       y  el  de  la  Culata,
       que
   se  extienden
       
 paralelas
         a  la Sierra
     Nevada.
       Hacia
     el Oeste,
      esto
    es,
  a  lo  largo
     de la
 Mesa,
     ambas
    se  van
   perdiendo
         en  la  profundidad.
            De  este
    lado
    se
 encuentra
         la  comarca
      que
   atravesamos
           para
   llegar
      hasta
     aquí.
   

Como una verdadera mesa — de ahí su nombre de Mesa de Mérida —


esta terraza guijarrosa declina suavemente hacia el oeste y es una de
las altiplanicies más pintorescas de toda la América del Sur. El norte
está regado por el río Albarregas que en la parte superior de su curso
absorbe al pequeño río Milla, de forma que la meseta aparece como una
península, aun cuando el lecho de este río no es tan profundo como el
del Chama. La figura adjunta tomada del natural, da una idea del
paisaje más clara que cualquier relato descriptivo. En ella puede verse
con detalle la situación y el estilo de las viviendas de Mérida. Como en
todas las ciudades de Venezuela, las calles están trazadas a cordel; las
casas asimismo ofrecen un aspecto monótono y a causa de los frecuentes
terremotos rara vez poseen más de una planta. Hay en la ciudad nueve
iglesias, entre las que sobresale la catedral, situada en la plaza más
importante (ver viñeta).

A pesar de la abundancia de recursos naturales, Mérida está


muy atrasada y parece ser una de las ciudades más tranquilas del
interior. Habitualmente muy pocas personas se ven circulando por la
ciudad y a las ocho de la noche todo parece estar sumido en el sueño.
El ganado pace libremente por las calles y plazas públicas cubiertas
abundantemente de yerba. Salvo los días feriados, solamente los lunes
reina algo de animación, motivada por el gran mercado que tiene lugar
en la plaza de la catedral. Es el más interesante de Venezuela ya que
se trafica con productos de los climas más diversos. Desde las altas
comarcas de cultivo, se transportan para la venta: cereales, patatas,

116
 
      
Mesa de Mérida.
mantequilla,
            queso,
       guisantes,
         coles
     diversas,
        siendo
      Mucuchíes,
         pequeña
      
     —la  más
ciudad   elevada
      de Venezuela
         —  a  unos     3.000
     mts.
    sobre
    el nivel
   

 del
  mar,
   el  principal
         proveedor.
         Todos
     “aquellos
        productos,
         en   fin,
   que  
el  clima
    puede       dar,
   se   dan
  cita
   allí,     junto
    a los    que  proceden
       de la tierra
     
cálida,
       entre     los   que    la caña
    de   azúcar
      no ocupa      precisamente
            el último
     
 lugar.
     Esta     se consume
       en grandes       cantidades,
          pues     sus    derivados
         son   
la base de dulces y pasteles afamados en todo el
                                                         país, y en cuya confec-
ción
     las  damas
     merideñas
         descuellan
         con
   primor.
     

Los días de mercado ofrecen asimismo la oportunidad de conocer


las gentes circunvecinas, que trajinan sobre mulas, bueyes o asnos, sus
mercancías desde montañas y valles hasta aquí. Las muchachas indias
procedentes de las altas regiones montañosas, son de tez más clara y
llevan trajes oscuros de lana, adecuados al rigor de su clima. Por el
contrario los indios de los valles próximos son más morenos y se visten
con trajes ligeros de colores claros que apenas cubren las formas del
cuerpo. Entre la gente asidua al mercado hallé algunos mestizos que me
recordaron vivamente a mi patria: hombres y mujeres de ojos garzos
y cabello rubio claro, tal como se encuentran en los territorios del
norte de Alemania. De hecho puede presumirse que por sus venas corre
sangre germana, Se remonta a siglos, a la época en que fueron enviados
soldados alemanes a Coro y desde allí no tardaron en extenderse por
la Cordillera.
Por entre el animado regateo y los tratos de compra y venta de
ciudadanos y aldeanos, las plegarias de los “Padres” en la catedral se
filtran a través de los portones de su fachada abiertos de par en par.
La mayor parte de los campesinos, particularmente mujeres, aprovechan
la oportunidad para asistir a la iglesia, En la esquina diagonalmente
opuesta, hay todo lo necesario para refresco; helados de fruta prepa-
rados con hielo natural traído de la Sierra Nevada se ofrecen a la venta.
Ya en horas de la mañana del mismo día de mercado, comienzan los
comercios de las calles principales a llenarse de campesinos, que vuelven
a dejar aquí la mayor parte del dinero que han conseguido. Por lo tanto
es también el lunes el día de mayor actividad y beneficios para los
comerciantes. En cuanto se cierran las puertas de la iglesia, comparecen
en la plaza numerosos “Padres” que entablan amistosas pláticas con
los transeúntes y también con las damas jóvenes de la ciudad, que tras
las rejas de las ventanas de sus casas observan el confuso trajín, puede
decirse la única distracción que tienen en la tediosa vida social de la
ciudad. Mérida es la sede de un obispo y cuenta con un numeroso clero
que se muestra muy amable con los forasteros, aun cuando éstos perte-

 118
 
nezcan
     a otra
    religión.
         Personalmente
            he   hecho
     dentro       de   este    círculo
      
amistades
         muy   agradables
         y también       entre
     ellos      hallé
    personas
       que     se
                                                     colec-
interesaron mucho y procuraron serme útiles en mis trabajos de     
cionista.
         Incluso
      llegué
      a  familiarizarme
              con
  los
   campesinos
          y  luego
   
me
  resultó beneficioso en mis excursiones. Repartí frascos
                                                           de alcohol,
 los
  que   siguiendo
        mis   instrucciones
             llenaban
       con    toda    suerte
      de  esca-    
 rabajos,
        para     el  lunes      siguiente
        entregármelos,
             mediante        módico
     esti-
   
pendio.
      Pronto
      corrió
     el asunto
     por
   toda
    la  Cordillera
          de  Mérida,
       en tal
 
 forma,
      que
   me  ví obligado
       a  rechazar
        la  desproporcionada
                afluencia
       
de  ayudantes
         de naturalista.
           Por   otro    lado,     igual     que    sus    compatriotas
           
de Caripe,
      ocurría
       a veces      que    colocaban          los   insectos
       en   agua     en vez  
 del    alcohol,
        porque
      éste     ejerce
      sobre      ellos      una    fuerte      seducción.
          Espero     
 por    lo  menos     no  lo  hayan      tomado       puro.     Entre     tanto     me fue  necesario
       
divulgar que, para mejor conservación
                                                            de los insectos, había agregado
al  alcohol       una    dosis
    pequeña       de veneno.
       Por    supuesto
       acudieron
         así
 
muchos
      menos      coleccionistas!
               Mi   baquiano
        fijo,      también
       de   los    alrede-
      
dores de la
                     ciudad, era un indio mestizo
             a quien llamaban
             Esteban;
       
el primer      día   se   presentó
        ante     mi   con    estas      palabras:          “¡Yo     también        soy   
naturalista!”
             En   efecto,
       con    anterioridad
            había      ya   servido
       de   guía    a
coleccionistas de botánica,
                               de modo que esta ocupación
                  no le
     del
era  
todo    ajena.
     Aprendió
        fácil      a desollar
        aves,      a recoger        insectos         y me   fue    de
suma
    utilidad
       durante        mi
  repetida
        y  larga
    permanencia
           en
  Mérida;
      
conmigo
       compartió          penas      y alegrías.        

Para insistir de nuevo en la animación que reina en los días festivos


en los distintos barrios de la ciudad, voy a describir brevemente algún
festejo de la época de Pentecostés. Estos tienen casi siempre carácter
religioso, pero ameno y alegre al propio tiempo. En las plazas ante las
iglesias parroquiales respectivas, desde tempranas horas de la mañana
tiene lugar inusitada agitación, especialmente el día de la procesión de
Corpus Christi. Procedente de todas partes, se reúnen allí plantas bellas,
frutos y todo lo que pueda servir de adorno. La plaza se convierte en
un oloroso jardín ornamental, En sus cuatro esquinas se improvisan
unos altares. De esto se encargan, a menudo con gusto artístico, las
damas jóvenes de las mejores familias, que así nos ofrecen la oportu-
nidad de conocerlas, De otro modo apenas se las ve por la calle y aún así
suele ser cuando van a la iglesia a donde acuden vestidas con mucho
recato y rebozadas. Entre ellas hay algunas muy bonitas y su tez rosada
revela que moran bajo el suave clima de las alturas, mientras que en
las bajas tierras cálidas sus compatriotas ostentan cierta palidez.

119
 
Sobre
    cada    altar
     instalan
        una   armazón
       en   forma
     de   arco   triunfal
       
el cual recubren con bejucos
                                      entretejidos de                 Luego
diversas maneras.    
 los    adornan
      con   toda   clase    de   plantas
      y objetos       como    muestra
      claramente
         
 la adjunta         ilustración.
           Me complació
        mucho     que
  las   amables
      merideñas
       
 de  uno    y otro    grupo    pidieran
       mi parecer,        así   por  mi parte     supe    por   ellas    
algunas cosas
                 que me                                        las
fueron útiles. Tuve oportunidad de observar  
 solemnidades
           en  la catedral.         Hacia      mediodía
        los    trabajos
       ornamentales
           
 estaban
       terminados.
          Las    campanas
         fueron      lanzadas
       al vuelo      y su    vibrante
      
son    fue
  escuchado
        por   la gente     allí    congregada.
           Se hizo    un gran    silencio.
       
                                                       por
Las puertas de la iglesia se abrieron, y una procesión presidida    el
 alto
    clero,
      salió
    solemnemente
            hacia
     el  primer
      altar
     donde
     se  hizo
    una
 
 estación
        a  fin
   de  bendecir        al  pueblo       que    reverentemente
             esperaba
         de
hinojos. Desde
             aquí el cortejo fue
                         siguiendo los demás
        altares
        hasta    
 regresar
        de  nuevo     a  la  iglesia,        exactamente
           igual      que    en  las    regiones
      
 católicas
         de  nuestra       patria.       Una    vez    terminada
         la  procesión         y  cerradas      
 las   puertas
      de  la  iglesia,
        tuvo    lugar
    en  la  plaza
    un alegre
      bullicio.
       
 Los    arcos
     de  triunfo       iban     a  ser    despojados
          de  sus
   adornos
       para
    ser  
éstos
     vendidos
       allí
    mismo.
     Pude
    conseguir
         así
   bellas
      orquídeas,
          otras
   
 muchas
      plantas
       y  algunos
      vistosos
        pájaros
       de las    montañas
       de Sierra
    
 Nevada.
       Empezó       la  música 
     — casi     producida
        sólo    por    guitarras
         y  mara-    
cas
   —                                                      fin.
y con ella cundió la alegría general. Pero también esto tuvo su   
 La  plaza     quedó
     desierta.
         Los
   resplandecientes
                picachos         de Sierra
     Nevada     
 fueron       desapareciendo
             en  la penumbra         que
   siguió
      al  breve     crepúsculo
        
 y  pronto       dominó      en  todo
   el  más    grande
      silencio.
        Mérida      yacía
     como
  
siempre sosegada y tranquila.
                         

Además
      de las
   festividades
           religiosas,
          rompe       también
      algo
     la
monotonía         de   la   vida     la fiesta      de   “toros”.
        Suelen      tener     lugar      en  los  
días
    nacionales
          y
  se efectúan
        en
   la plaza
     principal
         donde
     se
  congrega
       
todo
    Mérida.        Como     todo
    hispano,         los    moradores          de   esta     ciudad       y aún   
más sus moradoras, se parecen
                                                  por este cruento espectáculo,  que
   por
   otra
   
parte
     se   muestra        mucho      más    inofensivo           que    en   la   Madre      Patria.        Bajo     los   
estridentes
                                                          el
acordes de una música que hiere a los oídos, es conducido  
toro    al   ruedo;       un   animal       inocente         que    no   parece       tener      muchas       ganas      de  
lidiar.
       Se   le   hace
    correr       de   un   lado     para    otro     de   la   plaza,
      a lo   que    consiente         
con    bastante
        buena      voluntad.          Pero     si   al   animal
      se   le   ocurre       quedarse        
parado o hacer frente a la persecución,
                                                           para gozo de los espectadores,
los   esforzados
          campeones          emprenden          la   huída.       En   una
   ocasión        en   que   
estaba      presenciando             uno    de
  estos      espectáculos,
             una    valla      de   las    que   
cerraba el paso a las calles
                                               adyacentes, bajo la presión del
   gentío
      se
  vino
   
abajo      y originó        la   dispersión
          instantánea            de   los    espectadores.
             También       

120
 
A
rep

    

                 
LAMINA X  - PARAMO DE MUCUCHIES.
 

 Preparativos
            para
    la  fiesta
      del
  Corpus.
     

el  toro
    aprovechó
         la  oportunidad
           y  escapó
      a  toda
    carrera
       por
   la  brecha
    
 providencial.
             Huyó
    hacia
     el  campo
     libre
     y  todos
     los
   intentos
        para
    traerlo
     
 de  nuevo
     fueron
      en  vano,
     teniendo
        que
   dar
   ese
   día
   el  espectáculo
         
 por
   terminado.
        
Existe también mucha afición por las peleas de gallos; por lo
que a mí atañe, jamás me presté a servir de espectador en tamaño
martirio de animales.

 121
 

Digitized by Google
En
  Mérida
      hay
   también
       una   Universidad,
            si    bien
   para     la vida
  
de
  allí
    no   significa
          gran
   cosa.
     Suelen
      enviar
      sus
   jóvenes
      a estudiar
       
a Caracas,
       en
  donde
    un alemán,
       el
  Dr.
   A.
  Ernst,
     actual
      director
       del
 
Museo
     Nacional,
        tiene
     a su
  cargo
      la enseñanza
         íntegra
      de
  las
  ciencias
       
naturales.
          Es un extraordinario               conocedor          de   Venezuela
         y,  especialmente
           
para
    lo que    a  la flora    autóctona
         se refiere,         es   la máxima      autoridad.
         
Más
   de
  un   valioso
       consejo        debo     a sus    experiencias
            acumuladas
          en
  el  
transcurso
          de diez     años     y me sirvo
      de estas      páginas
      para     expresarle
         
mi
  agradecimiento.
                  Aun cuando
      la instrucción pública
                            en Mérida deja
   
mucho
     que    desear,
       se   pueden
      encontrar        personas        con    preparación
           cien-     
tífica.       Algunas
       incluso        han    permanecido
           largo      tiempo
     en   Europa
      para    
ampliar
       sus    conocimientos,
              tal    como
    el   Dr.   José     Gabaldón
        al   que    igual-
     
mente      desde     aquí     doy    mis    efusivas
        gracias
       por    sus
   útiles
      asesoramientos;
              
en
  muchas
      de
  mis
   excursiones
           al
  monte,
      fue
   también
       mi
  compañero.
         
Conjuntamente
            con
   Don   Salvador
        Briceño,
        aprendieron
           ambos
     de
  mí
 
la taxidermia y desde entonces han remitido a Europa colecciones
                                                            orni-
tológicas
         más
   de  una
   vez.
    Por
   todos
     los
   lugares
       que
   he pasado,
       ha
  sido
   
siempre
                                                       su
mi norma interesar a la gente en las bellezas naturales de  
propio
      país.
     En
  algunos
       sitios
      especialmente
             en
  Mérida,
       organicé
        expo-
    
siciones
        de   mis    bocetos,
        animales
        y plantas        colectados
          y siempre        pude    
constatar,
          lo   sorprendida
           que    quedaba
       la   gente
     al   ver   reunidos
        en   un
mismo
     sitio      tantas
      cosas     que    debían
      serles
      familiares
          y de   las   que    una  
parte
    considerable
             les   era
   totalmente
         desconocida.
             ¡Cuántas
       veces
     oí
 
exclamar:
         “¿Toda     esta      hermosura
        de aves    ocultan
        nuestras
       florestas
         ?”
 Extranjeros
          había     allí     muy   pocos
     y entre     ellos
    ningún     alemán,
      
 aunque
     sí
  se encontraban
           los
  inevitables
           italianos
        de costumbre,
         dedi-
   
cados
    al comercio
        y  únicamente
         interesados
          en  él.
  Sin
   embargo,
       un
corso, el señor Bourgoin, propietario de una botica,
                                                   era una excepción
        
 y  como
    activo
     conocedor
         de   las
   plantas,
         me fué    de  gran
   utilidad.
       
Mérida posee de 5.000 a 6.000 habitantes, de los cuales la mayo-
ría se ocupa en la agricultura y el comercio. Pero a pesar de su ven-
tajosa situación, la ciudad se desenvuelve con suma lentitud y a la
zaga respecto a San Cristóbal y Valera, poblaciones de las que hablaré
más tarde.

122
  
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SANOISHAMO
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IA OIALIdVO
SODA
AE
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6
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2».
AACA WA ID ASA ARA ANA A AA AA



ON el fin


  de proceder
       con
   método,        elegí     las   inmediaciones
           
 como    punto     de  mi  primera       excursión.           Para     mis    afanes
      de
 coleccionista,
             la misma    ciudad      ofrecía       oportunidades
            prove-      
 chosas.
      Los    múltiples
        barrios
       urbanos       constan        de un número     
 reducido
        de casas;      por   el contrario
        entre      ellas,       crece
    a  cada    paso     vege-    
 tación
      abundante
         que
   alberga
       una
   rica
    fauna
     no  molestada
         apenas
    
 por    el  hombre.
     

Ante todo tuve que pensar en mudarme de casa, con el fin de


poder trabajar con una iluminación mejor, pues Don Antonio Rangel
sólo disponía para mí de una pieza oscura sin ventana, que recibía su
única y mísera luz por la angosta puerta. En casa del general Balza,
una de las pocas viviendas provistas de dos plantas sita en la plaza frente
a la catedral, hallé un local apropiado; una pieza en el piso alto con
tres balcones. Sus postigos ostentaban múltiples agujeros, impactos de
revoluciones anteriores. Cuando de vez en cuando se dejaba sentir algún
temblor de tierra que por fortuna no solía ser muy fuerte, bailaba todo
el caserón. Sin embargo, alguna noche me pareció más prudente pasarla
en el patio y dormir en la galería. La ciudad todavía muestra vestigios
del gran terremoto que por el año 1812, asoló también a Caracas.
Con mi sirviente San Esteban, nombre que recibió por casualidad
en recuerdo de aquella población y ahora todo el mundo incluso los

125
 
 clérigos
       le llaman
     así,
    me   dirigí      primeramente
            a la “Otra      Banda”,       esto    es,   
al otro    lado    al norte      del    río   Albarregas,
           el   cual    precipita        en   el    Chama   
sus   excelentes
          y claras        aguas.      Al   terminar       de subir       la altura      opuesta,       
nos
   hallamos        entre      cultivos        que   como    los   caminos
       vecinales          están      rodea-     
dos   de setos
     vivos
    de floración
        variada.
         La mayoría
       se componen
       

de  zarzas       y  en  algunos        trechos       de   cactus       y pitas.      Todo     enlazado


       con  
 delicadas
        enredaderas,
            campanillas            y pasifloráceas             de   colores         brillantes.          
   Las zarzamoras
          se
     dan aquí
    en
  una
   abundancia
           y exuberancia
           como
   
 no  he  visto      jamás     en Europa.       Sólo     hay   que    alargar        la mano    para
    con-    
seguir
           bayas del tamaño
         de
  una
   ciruela.
             Junto a
 ellas
        las rosas
     y
fucsias
       compiten        en belleza.
        Detrás       de  estos
     setos
    que
  alternan
       con
  
palmeras,
        álamos        y  otros     árboles,        se   extienden
         campos       bien    cultivados
         
de maíz, caña
                   de azúcar —                                aquí
que dicho sea de paso no se desarrolla    
 tanto     como    en la    tierra     baja     —,   patatas,        coles      y alubias,         y entremez-        
 clados,
      cambures
       de clases
     diversas.
         A  nuestra
       derecha
      hacia
    la  Loma
  
 de los
  Angeles,
       vimos
    una
  plantación
         de café
   sombreada
        por
   bucares,
      
cuyas cosechas eran famosas (v. viñeta con frutos tropicales).
                                                     
Con calma, unas veces cazando mariposas, otras disparando sobre
un pájaro desconocido por nosotros, atravesamos en una hora corta,
la parte superior de la “Otra Banda”, quedándonos tiempo para subir
a la Loma de Los Angeles, prolongación del Páramo de Los Conejos,
con el fin de dar una ojeada a nuestro alrededor. Un panorama mara-
villoso!. .. tierra de labor excelente que reproduzco en la acuarela adjunta
para que el lector pueda formarse una idea. En el centro de la lámina
y al pie de la Sierra Nevada, se puede apreciar uno de los barrancos
más importantes, la Quebrada de San Jacinto, que escogí al pronto
como meta de mi próxima excursión.
Por lo tanto al día siguiente tomamos el camino en dirección
sur y al cuarto de hora llegábamos al margen de la meseta, desde donde
se nos ofrecía una nueva perspectiva; a nuestros pies en una escarpada
profundidad de vértigo, se extendía el valle del Chama. Por unas laderas
completamente desnudas, serpenteaba en infinitas curvas un escabroso
sendero cuesta abajo. Un puente oscilante de madera nos conducía al
otro lado sobre la profunda grieta rocosa en la cual el río Chama torren-
toso y rugiente empujaba sus ondas. Cuando el río va crecido, el bramar
de las espumantes olas apaga la voz en grito del hombre. Al otro lado
del río se extienden en fajas ondulantes los prados y los campos. A poco
rato la montaña se escarpa y después de una corta caminata se llega
a la citada quebrada, no sin haber cruzado antes una colina que nos
ofrece la visión integra de la meseta.

 126
 
La
  Mesa
    de Mérida
      se mostraba        en
   toda   su
   grandeza
       realzada       
por   sus    escarpados
         verticales           y sus    arroyadas.
          Al   pie   de esa    bella
     terraza     
guijarrosa de formación
                                    aluvial, el mismo río que la riega ara
                       profun-
dos   surcos...
          ¡Qué    poderosa        fuerza
      hidráulica
         tiene     que    haber
    entrado      
en                                                         oeste
juego aquí, para formar un relieve orográfico semejante!... Al     
de la   ciudad,
       estuvo       unido      en   otros      tiempos      El   Escorial
       a la   meseta,
     
precisamente
            en   el   punto
    donde    el   río   Mucujún
       corre      entre      ésta    y aquél,      
porque
      el   río   abrió
     brecha      en ese    paraje      mucho     más    tarde.     En  los    cantos
    
                                                           sólo
rodados de las laderas hallé petrificaciones de algunas especies que   
volví     a  ver   en   alturas
      de mil   metros.
      

La boca de la quebrada es bastante ancha y forma una superficie


que va declinando suavemente hacia el Chama. Matas verdes y jugosas,
mezcladas con las mismas plantas de cultivo que hallé en la “Otra Banda”,
caracterizan también aquí la vecindad de algunos conucos, y rosales
espesos y floridos embalsaman el aire con su aroma refrescante de mayo.
Procedente de la sierra, entre rocas cubiertas de musgo, algunas en parte
sombreadas por hermosos árboles de fronda, fluye en numerosas curvas
el arroyo de San Jacinto afluente del Chama.
Después de caminar un cuarto de hora, la quebrada se vuelve
más angosta y sobre nosotros se inicia la región de oquedal. Hasta la
profundidad misma del cauce del arroyo se agrupa esta opulenta flora,
cuya grandiosidad recuerda la de las selvas en la tierra baja cálida,
pero únicamente en su grandiosidad, ya que se compone de especies
muy distintas, si bien algunas de ellas se asemejan a las de la “tierra
caliente”. La angostura de la quebrada cada vez es más pronunciada.
Ambos lados se elevan verticalmente. Sólo con sus rayos cenitales puede
el sol penetrar en esta profundidad húmeda. Estimulados por el aire
fresco de la mañana seguimos avanzando con lozanía, sin que nos moles-
tara un mosquito y libres del temor constante de pisar alguna culebra.
Los ojos gozaban particularmente con la vista de arbóreos helechos,
desarrollados aquí en proporciones gigantes. Cuando el sol en el cenit
iluminaba uno que otro grupo de estos árboles, el claro-oscuro ayu-
dando a destacarlos del resto impartía al conjunto magnitud y belleza.
Como a una altura de doce metros se yerguen sus esbeltos troncos,
para entonces formar una copa con las hojas, la cual en belleza artís-
tica emula dignamente con la mayoría de las palmeras. Helechos tre-
padores, lianas revestidas de musgo y pobladas de bromelias, orquídeas
olorosas y otras plantas, enlazan el conjunto de la fronda, mientras
las fucsias de enredadera desarrollan los largos tallos de sus floraciones
rojas por encima de los cimbreantes copetes. Aquí y allá, enormes gra-

127
 
míneas
       forman
     espesas
       techumbres
         con
   sus
   herbáceas
         y finas
    hojas
    
 verde
    claro,
      mientras
        las   de su   parte
     superior,
         frágiles
        y movedizas,
         
se
  izan
   por
   encima
     muchas
     veces
    de  las  gigantes
         hojas
    de los   helechos.
       
A pesar
    de  que   el   bosque
     de   helechos
       carece
       totalmente
         de otra    
vegetación,
           ofrece
     no   obstante
        un    golpe
    de   vista
    muy
   agradable.
          Las  
plantas
       jóvenes
       son    por    lo regular
       bajas
     y muy    débiles
       en   su   parte
    
inferior,
        contrastando
            con
    la superior
        de tronco
     estriado
        y escamoso,
       
engrosado
         por
decir
     así
     en   la cabeza,
       a causa
    del
   crecimiento
           de   los 
pecíolos
       de cada
    una  de sus
   hojas.
      Estas
    cuando
      están
    marchitas,
          adquie-
      
 ren
   un color
     castaño
      rojizo
     o bien
   rojo,
    de
   tono
   mucho
    más
   subido
      aún
  
que
   el   de  las  palmas.
       También
       se   encuentran
          helechos
        arborescentes
            en  
regiones
       más   bajas,
      aunque
      no
  en
  la   abundancia
          de
  aquí.
     Los    había
    
admirado
        antes
     en   las
   montañas
        costaneras
          de   Caracas
       y de  Puerto
     
Cabello.
        El tronco
     tenido
      como
    incorruptible,
              se
  emplea
      en
  toda
    la
  Cordi-
     
llera,
      en
  la
  construcción
           de
  molinos
       de agua.
    

San Jacinto fue uno de los lugares preferidos por mí para excur-
siones cortas. Pasé a menudo el día entero allí y tuve de este modo
oportunidad para enriquecer mis colecciones con bastantes ejemplares.
Ante todo elegí el valle que riega el río Mucujún por la parte
izquierda de la montaña El Escorial, como excursión más importante
para efectuar desde Mérida. Pero para emprender ésta, hacen falta más
días. Su itinerario arranca en dirección norte de la ciudad, cuyos subur-
bios se tardan en cruzar una media hora, luego el camino pedregoso
y bastante duro desciende 'al valle en un zigzag de escalera, La compo-
sición panorámica de éste es completamente distinta a la de San Jacinto.
Vastos prados con arboledas se extienden ante la vista del espectador;
al fondo se ven diseminados algunos caseríos. Abundan también aquí
las zarzas con gran profusión. Causa un efecto muy simpático, el contem-
plar estos campos poblados por ganado vacuno, caballar y mular. La
visión de las reses paciendo, transporta el ánimo por unos momentos al
paisaje de nuestros Alpes. Los animales se mantienen siempre al aire
libre, siendo por tanto los establos del todo desconocidos; únicamente
cuando se trata de seleccionarlos se conducen a los potreros. Junto al
caserío de unos trigales a unos 2.000 mts. sobre el nivel del mar, esta-
blecimos nuestro campamento, para desde allí poder emprender excur-
siones hacia todas partes, porque el lugar se prestaba para ello.
En general el bosque posee el mismo carácter que el de San
Jacinto, pero a la primera mirada llamó poderosamente mi atención el
tupido musgo verde-amarillento, que cubría todas las plantas grandes,
como si éstas intentaran protegerse del fresco de la noche. También

 128
 
  

Frutos
       del
  país.
    

nosotros
         debíamos
        cubrirnos
         con
   nuestros
       abrigos
       de  lana
   para
    no
 enfriarnos
          durante       nuestra       nocturna
       búsqueda        de insectos.          A pesar
     del  
frío, obtuve rico botín en cuanto a especies
                                                   ignoradas por mí todavía,
       
consistente
          en   aves     maravillosas
            y lepidópteros              del   género     esfinge.        En  
particular
         las   primeras
        no   me sorprendieron
             poco.      Mientras       en   la   meseta
     
 de  Mérdia      hallé      todavía
      pájaros       conocidos
         de  la  fauna     propia
     de    las  
tierras bajas, ví ejemplares
                                       aquí, que no se me habían presentado
                   aún
en plena     naturaleza,
          por    lo  que  cada    mañana      salía       lleno
     de  ilusión       y  me
 situaba        paciente
       a  la expectativa.            

 129
 
Merece
     mencionarse,            que    el   gavilán
       americano          (Nauclerus
           furca-     
tus),    ave blanca y negra que está extendida por casi toda la zona
                                                    
 tórrida       americana,          también        mora    en   estas      alturas       y su   presencia
        enri-     
quece
      el panorama        del
   valle      del   Mucujún.         Es algo
   más  pequeño
      que
  
 nuestro       milano      color     herrumbre
         (Milvus
       regalis),          su   plumaje
       es   blanco,       
con    largas      alas     negras       y  cola     ahorquillada.            Se  posa    en    sociedad
       sobre    
 la cima     de los    árboles
       más    altos
     o bien     describe         círculos         en   el   aire,     
 y  según      aseguran
        los    criollos
        únicamente          caza
    insectos,
        es    decir
    no
vuela en manera alguna tras la captura
                                                              de pajarillos. Desde las tempranas
horas
     matutinas          resuena        por    el   valle      un   grito      sibilante          procedente           de   las   
próximas alturas pobladas de bosques.
                                                            En lengua vernácula suena como:
 “Seco     estoy”,        palabras         con    las    que    denominan          a la correspondiente
              
ave que emite el grito.
                                Manifestaba mi acompañante,
               cuando que       esta    
voz    es   dura     y persistente            presagia         lluvia;        en   efecto,       notoriamente
            pude    
constatarlo
           la   mayoría
       de   las    veces.       El   seco     estoy      ( Grallaria
         rufica-       
pilla)
      '    pertenece          a la familia        formicárida            (Eriodoridae)              y es   bastante
       
parecido
        en   forma      y color      a nuestro        tordo      de   agua,     aunque       sus    patas     
son   mucho      más    largas.        Como     todos
     los    pájaros       de   esta     familia,         tiene     
las    alas     y la   cola     cortas,
       las    plumas
      de   la   rabadilla
         alargadas          y de   natu-     
raleza
      característicamente
                   lanosas.
        A pesar
     de
  su
  volumen,
        no
  se
  presenta
       
fácilmente
          ante     la   vista     y mucho      menos      ante     el   cañón     de   una    escopeta,
        
ya
  que    suele      permanecer
          en   las    espesuras
         sobre      el   suelo      y es   de   una   
agilidad        y rapidez        de   movimientos
           extraordinarios.                 Me   cupo
    en   suerte      
descubrir
         una    especie       (Grallaria          griseonucha)             desconocida            hasta      enton-      
ces.     Entre      la   familia
       de   los    colibríes
         propios        de   las    altas      regiones
        fores-      
tales, sólo
                    citaré aquí a Heliangelus
            Spenci
       y Bourcieria
                  El
Conradi.  
primero        tiene      el  lomo,      cabeza       y cola,      color      verde      cardenillo           ; el  pecho     
ostenta        un   carmín       lúcido       y brillante          cruzado        por    bandas       blancas.         El   bour-     
cieria       es   mayor,      de   color      verde      metálico        y posee      una    mancha       comple-       
tamente        blanca       en   el   pecho.
      Construye          un   nido     relativamente
             grande      
con    musgo      verde      y con    preferencia
           en   los    agudos
      extremos         de   grandes
      
hojas      colgantes.           También        el   colibrí
       de   pico     largo      (Docimaster            ensifer)         (2  
suele      frecuentar
          casi     únicamente
          estas      alturas        ; con    predilección
            busca     
la  florescencia             de   las    fucsias       trepadoras.            Las    trogonidas,
           constituyen           
un ornato especial del paisaje,
                                                   como la “viuda de la montaña” (Pharo-
      
macrus
      antisianus           ),'*      nombre       que    dan    los    criollos        a un   pájaro
      color     

(1)
   Gavilán
       tijereta
       (Elanoides
           forficatus).
           - Roehl,
      E.:  “Fauna
      descriptiva
           venezolana”.
           
(2)
  El  compadre.
        - Idem.    idem.   
(3) (Ensifera ensifera). - Roehl, E.: “Fauna descriptiva venezolana”.
(4) O Airón (Pharomacrus auriceps). -  Idem.     idem
   

 130
 
 Oso
   hormiguero
          y gato
    montés
     o cerval.
     

 verde
     oro,
    con
  la parte
     baja
    del    abdomen       roja.      Es algo     mayor     que     una  
paloma       y  todavía       parece       más    grande      debido       a la prolongación            de su   cola.
    
 Como     todos     los    pájaros
       de   esta     familia       es   poco     asustadizo.
           casi     podría      
 decirse
       que
  es  bobo.
    Apático,
        permanece          tranquilamente
             aposentado
        
en su lugar,      de modo    que    es    muy    fácil     acercarse
        a  él.  Su piel    es  muy   deli-    
cada
    debido
       a su delgadez;
           un solo tiro de perdigones
                                levanta una
 nube    de plumas       y en su caída      vuelan       éstas      al más   mínimo
      roce
    con  
hojas
      o ramas.
         Muy distinto
        ocurre
      con
   una
   urraca
      azul
    ultramar
       
 (Cianocitta
           armillata)'*             que    en
  sociedad
         de cuatro      a  seis    ejemplares
         
cruzan      el monte      silbando         recio.      Vivaracha
         e incansable           vuela     de   árbol    
en  árbol.      Si el   cazador
      logra     derribar        a una,    tiene      grandes
      posibilidades
            
                                              sus
de que pasen a formar parte de su botín las demás, porque   compa-     
 ñeras
    de momento
      asustadas,
         no  tardan
     en regresar
       en busca
     de su
camarada.
        También
       han
   descrito
       por
  primera
       vez
  Sclater
      y Salvin
      una
 
especie rara de pinzón, que ha sido denominada Chlorospingus Goeringi.
                                                            

 (5)
   Urraca
     azul
   (Cyanolica
         viridi-cyanea).
             - Idem.
    idem.
   

 131
 
 Paujies
       atacados
       por
   cuchicuchis.
          
Casi
    siempre
       regresábamos
            al  caserío  cargados
              con
   rico
    botín   
 y  provistos
         de  numerosos
         bocetos.
        Una
  vez empero, nos vimos
                          forzados
 a  pasar
     la  noche     en  la selva      ;  nos    habíamos
        alejado        demasiado
         y  para   
 colmo     nos
   sorprendió
          una    tormenta.
         Llevados         de  la  afición        fuímos       sin  
 darnos
      cuenta
      penetrando
          cada
    vez
   más
   en  la  espesura
        del
   bosque,
     
 olvidando
         fácilmente
          que    el  camino      de regreso lleva
                     el mismo tiempo
     
 que    el  de  ida    y  que    la  visión
      limitada
        del    espacio
       no  permite        juzgar       el
 estado
      de  la  atmosfera,
          detalle
       verdaderamente
              importante
          en  la  montaña,
      
 donde
     los
   cambios
       de  temperatura  se  producen
                  con    tanta
     brusquedad.
         
 Al  atardecer,
          del
   lado
    del
   páramo
                         sentir
del
     Pan de Azúcar, se dejaron     
                              tardó
de pronto unos lejanos truenos y no      en  envolvernos
           la  penumbra.
       
—“  El  Páramo
      está
    bravo”,
       observó
       San    Esteban,
        y  explicó
       a  conti-
    
                                                 frío
nuación que el Pan de Azúcar nos mandaría inmediatamente     y  agua.
   
 Oscurecía
         cada
                                             su
vez más y la noche extendió pronto sobre nosotros
            siendo
negro manto,       imposible
         avanzar
       más.     Para
    no  extraviarnos
            unos   
 de  otros,
      íbamos
      en  estrecho
        grupo.
      La  temperatura
           bajó
    verticalmente
           
 y  nos
   hallamos
        tiritando
         en  medio
     del
   bosque
      azotado
       por
   la  tempestead.
         
 Una
   lluvia
      de  miedo
     comenzó
       a  caer
    de  manera
      torrencial,
           acompañada
        
 de  truenos
       que
   retumbaban
          en  las
   montañas.
         Las
   centellas
         rasgando
        el
 aire
    iluminaban
          a  intervalos
          la  mágica
      floresta.
         Los
   árboles
       crujían
      a
 nuestro
       derredor,
         heridos
       por
   el  temporal.
         Mi
  peón
    se  iba
   encomendando
          
 a  todos      los    santos,
       plenamente
          convencido           que    andábamos
         a  la   perdi-
    
 ción
    ;  en  efecto       era    un  tiempo
      de  perros, como jamás había
                              experimen-
 tado     todavía        en   mis   múltiples
         viajes       y  correrías.
          Al   fin   cedió
     la  tormenta       
 y  los    truenos
       paulatinamente
                                               en
se fueron perdiendo. Por el contrario, 
                    la
la profunda oscuridad   lluvia
      se  dejaba      sentir
      más,     porque
      los    árboles
     
 que    hasta
     entonces
        nos
   habían
      guarecido
         en  cierta
      manera,       movidos      
 ahora      por
   el  viento,
       escurrían
         sobre      nosotros        el  agua     que
   sus
   hojas
   
habían
      acopiado.
           No obstante
        nos
   tranquilizaba
             tener
         tras de
  noso-
    
 tros     relámpagos
          y  truenos.
        Integramente
            empapados
         de
       aban-
agua,    
 donados
       a  la
  ventura,
        ambulamos
         toda
    la
  noche,
      que
   se
  nos
   antojó
      una
 
 eternidad,
          confortando
           de
  vez
   en
  cuando
      nuestro
       cuerpo
      y  alma,
     con
   un

 trago
     de
  aguardiente.
            Por
   fin
   al
  romper
      el
  alba,
     sacando
       fuerzas
       de

 flaquezas,
          alcanzamos
          gozosos
       nuestro
       punto
     de
  partida.
        Los
   moradores
       
 del
   caserío
       nos
   saludaban
         llenos
      de
  júbilo;
       al
  parecer
       se
  habían
      preo-
   
 cupado
      mucho
     por
   nosotros e  incluso
              habían
       disparado
         tiros
     al
  aire
  
 para
    indicarnos
          el  camino,
       pero
    su  estampido
         lamentablemente
               se  había
   
 perdido
       entre
     el
  fragor
      de  la   tormenta.
       
Cuando reina buen tiempo, errar por los frescos bosques de la
montaña, no sólo resulta mucho menos penoso que el caminar por las

 133
 
tierras
       bajas
     cálidas,
        sino
   que
   los  mosquitos
         y demás     insectos
        no  moles-
    
tan   tanto,
     y  raramente
         se  tropieza
        con
  serpientes
           de  las
  que   hay  que
 
 precaverse
          mucho
    en  las
  zonas
Sólo
    bajas.
     una    culebra
           del   tamaño
      de
una
   víbora,
      aunque
      no   venenosa,
        se  me  presentó
        aquí    con
   frecuencia
         ;
otras especies
             no
  son
   conocidas
         tampoco
       por
   los naturales
            del
   país.
    
 Los    grandes
      carniceros
         son
   también
       escasos.
        El  jaguar,
       huellas
       del    cual
  
hallé
     a  una
   altura
     de  2.000
     mts.
    en  las
   montañas
        costaneras
          de Caracas,
      
 no  fue
   siquiera
       mentado       por    la  gente,
     aunque
     sí el puma    que
   una    que  
otra vez ataca pacíficos rebaños en pastoreo e incluso
                                                            se acerca caute-
 losamente
        hasta     las    viviendas
        para    robar
     alguna      pieza     de   gallinero,
          si  
bien
    no
  es
   tan   osado
     como
    el  jaguar.
       El   zorro
     (canis
      azarae
      ) es  
asimismo       aquí
   un
  elemento
        desvergonzado.
             Sin    embargo,
        todos      estos
    
ladrones,
        se dejan    ver    en   estas
     alturas
      con   más    rareza
     que   en   las   regiones
       
 calientes.
         En la   Cordillera
         no   encontré
        el tapir      y eso   que   en   el Cerro     Azul    
 junto
    al Lago
   de Valencia,
         pude
   observarle
         en una
  altura
      de 1.500
     mts.;
  
 esto
   me  hace
   dudar
    de su  presencia aquí,
     pese
           a que   algunos
      viajeros
      
han
   afirmado,
        aunque
      de oídas,
     que
  este
   animal
      llega
     a estas
     altitudes.
        
No
  es
   raro
    hallar
     el
   Cervus
      Rufus'*,
        venado
      de
  tamaño
      mediano,
       muy
  
delicado
        y con   astas
     cortas
      aunque
      relativamente
            recias,
       que
  nos
  sumi-
    
nistró
      un  excelente
        asado.
    

Procedente del Páramo del Pan de Azúcar, el río Mucujún riega


todo el valle, precipitándose por masas de peñas, ostentando sus orillas
los más grandiosos paisajes : ora bosques o grupos solitarios de vege-
tación, ora prados o trigales. Numerosos arroyos que nacen en el Páramo
de La Culata, riegan el valle en sentido transversal para desembocar
en el río, contribuyendo no poco al embellecimiento del panorama, y for-
man por decir así, un auténtico idilio rural en medio de la salvaje flo-
resta de la Cordillera. Hacia donde se mire, invita la naturaleza a
emprender excursiones y por todos lados se halla un sitio acogedor
propicio para echar una siesta. Como en nuestros patrios robledales,
con plena tranquilidad se puede tumbar cualquiera a descansar, sin
ser molestado por el calor o por los impertinentes mosquitos. ¡ Quién
pudiera en estos parajes abandonarse a una larga y perezosa holganza!...
Otra excursión en las cercanías de Mérida también recomendable
es la del Encanto ( quebrada encantada ), paraje en donde nace el río
Milla, el cual después de un breve curso, desemboca cerca de Mérida
en el río Albarregas. Esta quebrada está formada a ambos lados por
perpendiculares y desnudos muros de roca, los cuales a medida que se

 (6)
   Venado
     matacán
      (Mazama
      rufao).
      - Roehl,
      E.:  “Fauna
      descriptiva
           venezolana”.
          

 134
 
 van
   estrechando
          forman
      a manera      de terrazas        por   las   cuales
      se   preci-      
pita    el   arroyo.
      Debajo       de   cada     cascada         se  han    formado      grandes       charcos,        
cuyas     aguas      en   apariencia
          azul     oscuro,       casi    negras,
       imparten         al   paisaje       
una   nota
   sombría.
        Los   escarpado
           muros
    rocosos
      sólo
    permiten         pro-
   
gresar escasamente hasta poder
                                                         echar una mirada sobre la “Quebrada
Encantada”
           y aun    esto,      desde      un   lugar     muy    poco    seguro.       Luego      la   masa   
de granito forma
                           bruscamente un acantilado... en resumen
                              una vista
que   causa     vértigo        ! Un  lugar
    como    éste,     es   altamente
        apropiado          para    
excitar la fantasía popular y da pie
                                                              a innumerables leyendas que circulan
 de boca    en   boca.     El   mismo      San
   Esteban,        cuya     relación         con    forasteros
        
y criollos cultos
             le
                                      sustra-
hacía más despierto que los demás, no podía       
erse
    a la fascinación            de   los    prejuicios
          y supersticiones.                Con    insistencia
           me  
rogaba que desistiese de mi
                                             intento en avanzar más ; me suplicaba
            que
no
  disparara          sobre      ningún       ser    alado,
      porque       en   esa    quebrada
        toda     ave   
que   caía muerta, instantáneamente
                           se
  convertía
         en
  un
  demonio
       que
  
arrastraba
          al   infeliz
       hacia      el   fondo
     de   la   sima.     A pesar      de   sus    advertencias
           
y agorerías         disparé        sobre      una    golondrina          que    cruzaba        en   ese    momento
      
la
  quebrada
        y que
   fué    a dar    con    su   cuerpo       en   uno    de
  los    charcos.       
San    Esteban
       suspiró
       profundamente
             aliviado,
               cuando sanos
     y  salvos
     
abandonamos
          El   Encanto.
       

El río Albarregas, entre sotos ricamente floridos, fluye tranquilo


por la ciudad de Mérida, en su lecho amplio y guijarroso. Sin graves
molestias pudimos seguir su curso hasta bastante lejos; luego giramos
a la izquierda por las laderas un tanto empinadas de la Loma de Los
Angeles, y subimos al bosque que corona la cima, en donde hicimos
un alto cabe una laguna totalmente cubierta de plantas acuáticas, que le
daban el aspecto de una alfombra de vistoso colorido extraviada en el
bosque. En estos parajes reinan exactamente las mismas caracterís-
ticas forestales que en el valle y en San Jacinto; igualmente nos hallá-
bamos por completo envueltos de selva y carecíamos de toda perspectiva,
y aunque la sensación era de que ante nosotros se extendía una inmensa
llanura, nos separaban muy pocos pasos de la brusca pendiente que
asoma sobre la meseta de Mérida. Por lo menos después de una corta
hora en que nos deslizamos por los surcos que labran las aguas, alcan-
zamos el borde del bosque; a la salida de éste yacía ante nuestra vista la
ciudad, lugar de nuestra residencia y tras ella la hermosa Sierra Nevada.
Mi intención era ahora atravesar cuesta arriba el valle del Chama,
para empalmar desde allí otra excursión hacia Torondoy, cuya mag-
nífica situación me habían ponderado. Desde la Columna Bolívar en la
parte oriental más elevada de la meseta, se toma un ancho camino

 135
 
que
    lleva     por   una    fuerte       pendiente,           cuesta      abajo      hacia      el   valle,       prime-      
 ramente       a  la orilla       del   río    Mucujún,        sigue       por    un  largo     trecho      el   curso     
de este río, para penetrar
                                                           luego de lleno en el valle del Chama en direc-
ción    de   este     a norte.      Después        de   una   caminata
        de cinco     a seis     kilómetros          
alcanzamos
                                                    a 1.760
la aldea de Tabay, que según Sievers, se encuentra    
mts.    de “altura,        Hasta     aquí
    se   extiende
        el cultivo       del   café.      Cada    vez  
más
   se eleva     ahora      el   valle,      y el    Chama     cuya     corriente         nos   viene      ahora    
 al encuentro,          presenta         una   vertiente          muy    pronunciada.
            Después        de otro   
 trecho      de   doce     kilómetros,            llegamos        al   pequeño       lugar     Mucurubá,           ya a
2.500     mts.     altura.       El Valle      va tomando        ahora     un carácter        yermo     y lóbrego,        
 solamente         atenuado        por    una   que
   otra     nota     verde     que
   proporciona
          un
trigal.        En algunos
      parajes       apropiados           del   río,    pueden       verse     pequeños        
molinos,
           muy primitivos
           y destartalados,
                  cuyo monótono
        triquitraque
           
me
  resultaba         familiar.          Inmediatamente               dirigimos         nuestros        caballos         hacia     
el primero       a fin    de   implorar         un   refrigerio,
           pero     a nuestras         voces      y lla-    
madas
     no
  acudió
      ninguna
       bella
     molinera,          sino     una
   vieja
    india
     rebo-
    
sando      suciedad         y cuya     visión       nos    hizo     olvidar        repentinamente               nuestro       
deseo.      No    tardamos        en   alcanzar        la pequeña        ciudad       de   Mucuchíes,          distante       
unos    diez    kilómetros           de   Mucurubá         y a 3.030     mts.     sobre      el   nivel      del    mar,    
siendo
                    la población más alta
                                    un
de Venezuela. Sus alrededores son de
aspecto        desolador.
         Por    doquier
       nos
   «agobiaban
         el
  ánimo      desgregadas
         
masas
                                                 de
de granito y todo el valle estaba sembrado de bloques   piedra      
productos         de   erosión;        a ambos      lados      se   elevaban
        poderosos          muros     pétreos,        
cuyas      alturas
      estaban        coronadas
         por
   páramos
       y cimas      nevadas,
        que   
comunican         a este    panorama         de desolación
          un   rasgo
     de grandiosidad.
            
Acto                                                    emprendí
seguido a mi llegada, ya en las últimas horas de la tarde,        
un   recorrido          por    las    inmediaciones
             a la   izquierda         de   la   población,           por   
donde
     el terreno
                 se empina bruscamente
           y
 de
  vez
   en
  cuando
      forma
    
pequeñas         mesetas.
        Fuí    sorprendido
           agradablemente
              por
   la
  presencia
        
insospechada
            de
  una
   laguna,
       a la
  que
   un
  verde
     césped
      fresco
      servía
      de
 
marco
     ; en
  ella
    se
  pavoneaban
          cuatro
      rosadas
       cucharetas
          ( Platalea
       
ajaja
     )'”
    que
   solícitas
         buscaban
        en
  el  cieno
     su
  alimento.
         Si
  ya
  estas
    
aves,
     en
  las
   ciénagas
        de
   la selva
     zuliana
       se
  destacaban
          entre
     las
  demás
    
por
   su   vistoso
       plumaje
       y resaltaban
          en   el  colorido
        de   la   exótica
       flora,
     
en  la   desnuda
       alta     montaña
       se   acentuaba
         esto     mucho
     más.     Por    otro
    lado
   
eran
    viajeras
        como
    nosotros
        ; esta     laguna
      les    servía
      a ellas
     como    lugar
    
de breve descanso
               en el vuelo
         que
   probablemente
             habían
      emprendido
         
en   los
   Llanos
      a través      de   la alta     cordillera,
           pensando
        hallar
      en   el  Zulia
    

 (7)
  Garza
     paleta
     (Ajaia
     ajaja).
       - Roehl,
       E.:  “Fauna
     descriptiva
           venezolana”.
          

136
 


e7     
"eo
una
  región
     con
  nuevas
      ciénagas         y agua.     Durante
      el período       de   sequía
      en  
que
   la  mayoría       de las   aguas     de los   Llanos
     se   agotan,
       ya  había     observado
       
que
   la fauna      aviar      en   el   Lago     de   Valencia
        era   mucho     más   rica
    que    en  
la
  época     de   lluvias,
         ya  que
  sus
   orillas
      eran     utilizadas
         como    estación.
       
No podía
     perder      la   oportunidad
           de   disparar
       sobre     una    cuchareta,
          cosa   
que
   obligó
      a las   demás    a emprender         el vuelo      ; desaparecieron
             en   direc-
     
ción
   del   Zulia,
      por   sobre
     el   Páramo       del   Pan   de Azúcar.      
Al anochecer ya se dejaba sentir en Mucuchíes el frío, y debíamos
abrigarnos bajo gruesas “cobijas”, aunque puertas y ventanas permane-
cían cerradas, a despecho de tal protección, apenas pudimos por la
noche conciliar el sueño debido al frío. En las tempranas horas del
día siguiente dejamos el lugar y envueltos en la niebla, cruzando una
red de lluvia finísima, íbamos contentos cabalgando en dirección norte
hacia el Páramo del Pan de Azúcar, junto al curso de un arroyuelo. Cabalgá-
bamos a duro trote y no tardamos en alcanzar la altura. Dejando tras de
nosotros algunas lagunas y rodeando la cima del páramo, por lo menos
4.000 mts. de alto, descendimos nuevamente hacia el lado del Zulia, a un
clima más benigno. A los 3.000 mts. de altura ya empezó a desgarrarse
a intervalos el espeso velo de niebla y pudimos contemplar la grandiosa
vista que abarcaba las estribaciones de la Cordillera, los abismos y
valles a nuestros pies, la llanura del Zulia y el Lago de Maracaibo.
En descensos sucesivos llegamos al límite superior del bosque, donde
comenzaron las dificultades más serias del camino, ya que no creo pueda
darse otra orografía más variada, que la de este trecho de cordillera.
En muchos puntos de esta senda escalofriante y poco recorrida, nuestras
cabalgaduras doblaban sus patas traseras, para salvar las dificultades
deslizándose. Ora nos encontrábamos en un agobiante desfiladero, ora
en una cañada, ora sobre un despeñadero vertical con un barranco
frecuentemente de 500 metros de profundidad a nuestros pies.
En la primera tarde tocamos la pequeña aldea de Mucumpate,
ubicada todavía a bastante altura. Columbramos desde aquí en todo
su esplendor y magnificencia, el juego maravilloso de luces citado ante-
riormente de los “ Fuegos del Catatumbo ”. Estábamos ya envueltos en
intensas penumbras y parecía allí abajo arder todo en llamas, el Lago de
Maracaibo brillaba como un inmenso espejo de fuego. Los relámpagos
serpenteaban en el espacio en todas direcciones, acompañados por el
retumbo sordo y continuo de los truenos que imponentes llegaban hasta
nosotros. El efecto grandioso de este cuadro de pirotecnia natural era
ampliado largamente por las múltiples formas a contraluz de nuestro
primero y segundo término; en especial, cuando nos hallábamos entre

 138
 
ae
ARE *

         
San Cristóbal.
 enormes
       troncos
      de formas
     distintas
        de
  árboles,
       no nos
   hubiéramos
        
 cansado
      nunca
     de admirar
       esa
    visión
     dantesca,
         siempre
       variada
       y sobre-
     
manera imponente.
               
Ya por la tarde a nuestra partida de Mucumpate, habíamos divi-
sado al fondo, enclavado entre montañas, el pueblo de Torondoy, creyendo
que era cosa de poco tiempo alcanzar nuestra meta. Pero tan pronto
aparecían a nuestra vista las chozas de la pequeña aldea, como desa-
parecían de nuevo y solamente llegamos al anochecer después de un
fatigoso cabalgar. El punto desde donde fué tomada nuestra acuarela,
poco más o menos en la última pendiente, muestra el paisaje tal como lo
ví en pleno ocaso. La vista abarca la parte noroeste de la llanura zuliana,
a cuya derecha — donde penetran dos lenguas de tierra en el Lago de
Maracaibo — están sitos los dos puertos de La Ceiba y de Moporo.
Aunque mi estada aquí duró pocos días tuve oportunidad de
observar algunos animales, que hasta entonces no me había sido dado
conocer, tal como el notable oso hormiguero ( Myrmecophaga jubata ).!*
En mis correrías hallé en un claro del bosque, un hormiguero de casi
dos metros (v, viñeta) y observé en un punto que los matorrales se
movían de manera particular. Cuando las sacudidas fueron más fuertes
me acerqué cautelosamente, cual gallo salvaje en celo, para ver al
fin la escena tan deseada, a la que no tardé en poner punto final con
un disparo. Además de la especie anteriormente citada, existe otra más
   Tengo entendido
pequeña de color blanco amarillento (M. tetradactyle) (">
que no son raros aquí el puerco espín ( Cercolabes prehensiles ),0"
y una tortuga terrestre de tamaño bastante grande, así como un ciempiés
negro gigante de unos 20 cms. de largo. También vi la gran araña
avicular, cuando se disponía a atacar el nido de una pequeña familia
de colibríes. Una vez más pude admirar el arrojo de los padres de ese
nido, que con denuedo proseguían defendiéndolo de la araña ; con todo
ésta hubiera salido vencedora en la lid, si yo no hubiera intervenido
capturándola y sumergiéndola en un frasco de alcohol.
También
      encontré
        en Torondoy
        un ejemplar de
      
  pe-
  interesante
         
queño
      felino
     (  Feli
    yaguarundi
         ),?      que
   se
  distingue
        de sus
   congéneres
        
por
   su
  forma
    parecida
       a los    mustélidos
         ( comadrejas
         )  y el   color
     uni-
  

 (8)
  Oso
   hormiguero
         o palmero
       (Miyrmecophaga
             tridactyla).
            - Roehl,
      E.:  “Fauna
      descriptiva
          
venezolana”.
          
(9) Oso melero (Tamandua tetradactyla). - Idem. idem.
 (10)
    (Conedu
      prehensilis).
             - ledem.
      idem.
   
(11)
    Gato   montés
     o  cervantes
         (Herpailurus            - Roehl,
            yaguarondi).      E.:  “Fauna
     descriptiva
         
 venezolana”.
           Tiene    otros      nombres
      como:      Eirá,
     león
    miquero,
       etc.
    N, del   T.

 140
 
VNIWV1 IX - 30 O9V1            
VIONIIVA

forme
    de su
  pelaje,
       por    lo cual    también
       le
  llaman
      ““Gato-comadreja”.
               
La  cabeza
      de
  este
    alargado
        y delicado
        animal
      tenía
    11
  centímetros
          
de
  longitud
        y el   color
      de su   cuerpo
      era   gris
   amarillento
           leonado.
        Repro-
     
duzco en la ilustración esta especie poco
                                           conocida.
Esta región reúne casi todas las clases de paujíes, especialmente
donde limita la tierra caliente con la tierra templada, ya que los habi-
tantes de la región me nombraron una serie. Personalmente, hallé
repetidas veces grupos pequeños de estas aves y también tuve la ocasión
de acechar un ataque nocturno de parte de su enemigo encarnizado
el cuchicuchi que en esta región es todavía más abundante (v. ilustración).
No es raro en las montañas de la sierra colindante a la región del Zulia,
dar con algunas fuentes de petróleo ; al noroeste de Torondoy a orillas de
un arroyo llamado río Caus, vi en medio del bosque entre troncos una
masa espesa petrolífera color castaño oscuro y en distintos puntos manaba
también a flor de tierra, tanto es así que pude en un momento llenar con
ello una botella.
Durante la misma excursión, tuve la suerte de topar con una mara-
villosa clase de papagayos del tamaño de un estornino, denominados por
Sclater y Salvin Urochroma dilectissima.
Me separé de Torondoy a desgana y solamente con el objeto de
emprender desde Mérida, y antes de mi ascensión a la Sierra Nevada, una
larga salida hacia San Cristóbal y Cúcuta. Así regresamos por el mismo
camino por donde habíamos venido, pero nos vimos precisados por el mal
tiempo a pernoctar en un rancho, sito a unos 3.500 mts. de alto. Unas gen-
tes que se dirigían a Torondoy, habían invadido la pequeña estancia a la
que daba acceso una puerta protegida por un cuero de vaca, de modo que
tuvimos que apretujarnos unos a otros con el fin de encender en el centro
una pequeña hoguera. A causa del frío y de la lluvia nos vimos obligados
a cerrar la puerta de entrada, por lo que la permanencia en esta habita-
ción se hizo pronto intolerable a causa del humo e innumerables saban-
dijas. Por lo que a mí atañe, era evidente que no podía pensar en
absoluto, en conciliar el sueño: así que me dediqué a observar las
figuras que echadas o agazapadas se arrebujaban en gruesas mantas
y entre las que se hallaban dos muchachas indias con los rostros enro-
jecidos por el frío.
De nuevo en Mérida me dediqué a hacer los preparativos para mi
gran excursión y me complació mucho poderla llevar a cabo en compañía
de dos hamburgueses que también se disponían a ello, los señores
Kirsten y Bock, los cuales por su natural alegre y su sentido artístico
me proporcionaron un viaje muy agradable. Quizás fue la primera vez

141
  
y  quien
    sabe
   si  la  última
      que
   aparecieron
           simultáneamente
               tres
    ale-
  
                                                      —  entre
manes cabalgando por la Cordillera. Junto con nuestros peones,     
 los
   cuales
      naturalmente
            no  podía
     faltar
      mi  incondicional
             San
   Esteban,
       —
 y  las
   acémilas
        para
    nuestro
       equipaje,
        formábamos
          una   pequeña
      caravana
      
 cuya
    inesperada
          aparición
         levantaba
         en  todas partes revuelo.
                 
Hasta Estanques debíamos efectuar la ruta que ya hemos citado
precedentemente. A partir de allá en la plantación de Mocotíes el camino
sigue en dirección sudoeste, remontando el curso del mismo nombre.
Primeramente se llega a Tovar, población ubicada entre dos montes
pelados y más tarde a Bailadores. Luego abandonamos la cuenca del
río, atravesamos el Portachuelo, a 3.200 mts. con una configuración
de cerrojo echado y descendimos cabalgando hacia la ciudad de La
Grita a unos 1.450 mts. de altura, que se caracteriza por su clima
benigno y su situación pintoresca sobre una meseta cruzada por una
corriente de agua. Desde allí se divisan en todas direcciones los pano-
ramas más maravillosos de la orografía: el Portachuelo al norte, el
Páramo del Batallón al este, casi a 4.000 mts. y en el suroeste el
erguido Zumbador a 2.763 mts. de altura.
La Grita, que reproducimos en nuestra ilustración (las montañas
del Portachuelo se aprecian al fondo ) contaba con unos 4.000 habi-
tantes de figura bella y ágil, cualidades que también observó el profe-
sor Sievers. La mejor oportunidad para conocer a la población femenina
de esta linda ciudad y sus contornos, es cuando el tañido de las cam-
panas que el eco de las montañas se encarga de multiplicar, invita al
creyente con su repique a una función religiosa. Lamentándolo pro-
fundamente, no pudimos detenernos allí mucho tiempo, salimos en
dirección sudoeste siguiendo a lo largo y corriente arriba del río Valle,
afluente del Grita, y después de un acompasado cabalgar por un yermo
desolador llegamos a la pequeña aldea El Cobre, situada en una de las
laderas del Zumbador, a 2.000 mts. de alto, la cual en todos los aspectos
discrepa de La Grita. Hallamos albergue en una miserable choza por
cierto entre gente muy poco amable y tuvimos que contentarnos con una
cena muy frugal. Con gusto abandonamos este lugar, cuyos habitantes
tienen fama de pendencieros, para cruzar El Zumbador, altura de 2.763
mts., hallándonos cada vez más cerca de San Cristóbal. Este páramo bajo
toma su nombre de los fuertes vientos que lo azotan, ya que zumbar
significa emitir un ruido constante, como el silbar del viento. En efecto
nuestro paso no fue una excepción, porque el viento sopló en forma
tan huracanada que casi no pudimos sostenernos sobre nuestra cabal-
gadura. En cuanto pisamos la comarca que en dirección suroeste riega

142
 
 Fulgórido
         y  Fasma.
    

 el  Torbes,
       río
  que nace
     en El  Zumbador,
         una   perspectiva
           bellísima
        sobre
   
 el valle se
  ofrecía
          de  nuevo
    ante
   nosotros
        ; al  fondo
    y en   el centro
       del
 
panorama montañoso, a la vez
                              vario y                          el
coordinado, asomaban entre
 verdor
     circundante,
           las
  blancas
      casas
    de la minúscula
        ciudad
      de Táriba,
     
 situada
       asimismo
       sobre
    una
  meseta.
      Siguiendo
         un camino
     relativamente
           
 bueno,
      abandonamos
           la  región
     de  los
   vientos
       fuertes,
       llegando
        al  río
 
Torbes
      el   cual
   tuvimos
      que   vadear
     repetidas
        veces
    a causa
     de su curso
   
sinuoso.
        Se   dejaba
      sentir
     a cada
    paso
    el   clima
     más   caliente
        y la
  vege-
   
tación
     más
   bella,
      especialmente
             a orillas
      del
   río,
   donde
     los
  magníficos
        
grupos
     de  plantas
       son    un nuevo
     regalo
      para     los   ojos.
     Nos    detuvimos
       
                                                       su
un rato en Rancho Cordero para proporcionar a nuestros animales
 bien    ganado
      descanso,
         después
       de  la  fatigosa        marcha
      por
   la montaña.
      
                                                   en  zona
Luego tratamos de llegar a Táriba a casi 900 mts., situada ya   
 caliente
        en  el  interior
        de  la  Cordillera.
           Nuestra
       llegada
       arrancó
       a  la
 población
         de  sus    moradas,
        pero    nosotros
        seguimos
        sin    detenernos
          para   
 alcanzar
        San
   Cristóbal
         por
   la  tarde,
      donde
     fuimos
      saludados
         efusiva-
      

143
 
mente
     por
   un compatriota
           nuestro,
       el
   señor
    Thies,
      radicado
       allí
   como
   
 comerciante
          y boticario.
         

La ciudad de San Cristóbal está situada del mismo modo sobre


una terraza guijarrosa integrada por rocalla y arenisca roja, según
Sievers a 845 mets. de altitud y cosa rara en el interior de la Cordi-
llera, disfruta de una situación despejada y al propio tiempo pinto-
resca. Nuestra ilustración muestra la población vista por el suroeste,
desde el camino que lleva a Rubio, ciudad pequeña y próspera a unos
kilómetros de distancia. Este paraje me pareció el más apropiado para mi
apunte, porque desde él se domina por completo el hermoso valle del
Torbes, casi hasta la aparición de este río por entre las montañas.
También desde este ángulo se aprecia la ciudad en su aspecto más
favorable ; inmediatamente detrás de ella sobre la meseta se pueden
observar las plantaciones de café mayores y más feraces de la comarca.
El fondo de la panorámica lo forman a la izquierda las alturas del
Páramo del Zumbador, a la derecha el Páramo de las Agrias que se
eleva sobre 3.000 mts. También nos deslumbran a la izquierda de la
ciudad en el mismo valle del Torbes, las albas casas de Táriba. La pri-
mera impresión que tenemos de San Cristóbal es la de una ciudad
de carácter mucho más tranquilo que Mérida y otras ciudades de
la Cordillera.
La fuerte capacidad productora de las vastas inmediaciones de
San Cristóbal, así como la fácil comunicación con Maracaibo por Cúcuta
en Colombia, favorecen la agricultura y el comercio y a cuyo fortaleci-
miento con toda seguridad han contribuido no poco algunas casas
comerciales alemanas allí establecidas, No tardamos a la salida de la
ciudad en hallar una exuberante floresta montañosa, cuya fauna y
flora casi sin excepción nos es ya conocida. Una de las excursiones más
recomendables, es la que partiendo de San Cristóbal por el pequeño
barrio de construcción irregular Madre Juana, nos lleva abajo hacia
el valle del Torbes. Se suceden sin interrupción un idilio bucólico tras
de otro. Es sorprendente cuando en determinadas épocas, las claras
aguas del río Torbes se dividen en islotes cubiertos de verdor y salpi-
cados de encantadoras floraciones. En algunos lugares por entre enormes
cantos rodados fluye silencioso y apacible el río por el valle; allí
donde falta la alta vegetación muestra jugosas y verdes praderas.
Para satisfacción mía, hallé aquí la notable Aristolochia rigens, que
había casi entrelazado una mata de mimosa de hoja fina. Un derroche
de floridas guirnaldas en blanco, azul y violeta aprisionaban la mayoría
de los arbustos. No olvidaré jamás el paseo que dí con mis amigos,

 111
 
a las
   haciendas
        de
  café,
     situadas
        sobre
     la
  meseta
      a unas
    dos
   horas
    
de la
  ciudad.
       Muchas       veces
     había      tenido      oportunidad
           de admirar
       las   
vivientes
        linternitas
           de   los    cocuyos,
        pero     en   ninguna
       se me   había      presen-      
 tado    en
   tamaña      profusión.
         A nuestro
       regreso
       en
  la
  oscuridad
         de
   la
noche bochornosa
                y húmeda
      y
 hasta
          donde alcanzaba la vista,
                       cente-
 lleaban
      millones        de   éstas
     y  otras     luciérnagas
           como     diminutos
        puntos
    
de
  luz, espectáculo
               que
   todavía
       hacía
     más
   grandioso,
            la quema
     de
 
sabanas
       en   las   faldas
       de  las   montañas.
         Estas     quemas       tienen      por    objeto     
 el  consumir         la  hierba
     seca,
    para    que
  en
  su  lugar
    brote
     la  nueva.
    
 Pudimos
       contar       hasta      cuarenta         de estos     fuegos      enlazados         múltiplemente
           
 y  que    como     corrientes
          de  lava     ígnea      parecían        rodar      por    las    montañas.
       

 Pero
    al  día
  siguiente
         toda
   esa
  belleza
      en
  llamas
      que
   nos
   había
   
 iluminado
         por
   la  noche,
      se  había
     convertido
         en  franjas
       y  manchas
     
 negras,
       en  contraste
         con   las
   zonas
     forestales
          limítrofes
         o  las   sabanas
     
 que
   privilegiadamente
                 habían
      quedado
       inmunes.
      

Aunque San Cristóbal yace a sólo 845 mts. de altitud, no nos


agobió el calor tanto como en otras poblaciones del interior de la Cor-
dillera situadas a la misma altura. Su posición geográfica despejada y
los vientos que soplan desde El Zumbador, parecen ser la causa de su
temperatura suave. Pero en particular el límite superior del clima
caliente nos recuerda con demasiada insistencia los inconvenientes de
la tierra cálida con sus enjambres de torturadores insectos y demás
parásitos molestos. Por encima de todo, las ya citadas garrapatas que
aquí adquieren proporciones de plaga, además de las niguas cuya hembra
se asienta con preferencia debajo de las uñas de los pies. Unicamente
con mucha paciencia y constante cuido se consigue ahuyentar a este
vejador que lamentablemente desde Sudamérica ha sido también tras-
ladado a nuestra colonia de Africa Occidental.
En las cercanías de la ciudad conseguí el notable fulgórido (Ful-
gora laternaria) así como el fasma ( Phasma gigas) cuyo dibujo ad-
junto. Resulta de todo punto imposible enumerar todas las clases de
chinches de bosques, que a menudo presentan formas notabilísimas en
los más vistosos colores y que alcanzan a veces hasta cinco centímetros.
Encontré una especie que con la alas desplegadas tenía una envergadura
de 20 cms. Lo confundí con un pajarillo cuando saliendo de un matorral
cruzó volando el espacio; únicamente salí de mi error cuando al po-
sarse el insecto en las ramas disparé sobre él. Irrumpe también de
vez en cuando, procedente de América Central y del Norte, la langosta
migratoria que asola plantaciones enteras. En el año 80 Venezuela
sufrió mucho de esta plaga, en especial su parte noroeste.

145
  
San  Cristóbal
        es   también
       una   región     propicia
        para    el   coleccionista
           
de escarabajos; sería aquí
                                demasiado prolija la enumeración
                    de  todas
   
 las   especies
        de coleópteros,
           aunque     sólo
    fueran
      los
   más   importantes.
          
 En  riqueza
       de colorido
        y  formas
     peculiares,
          no van   a  la zaga     respecto
      
 a  los
   innumerables
            lepidópteros.
           

En ninguna parte, como en los bosques montañosos de San Cris-


tóbal, hallé con tanta frecuencia un lagarto verde semejante al camaleón;
algunos ejemplares se dejaban caer y agarrar con facilidad al sacudir
nosotros los arbustos; así me ofrecían la oportunidad de estudiar dete-
nidamente sus lentos movimientos. También la iguana, gran lagarto
arbóreo que he citado con anterioridad, parece ser más frecuente aquí
que en otras comarcas de Venezuela.
Con el fin de echar una ojeada por Colombia, vecino país, acom-
pañé a mis camaradas hamburgueses hasta Cúcuta. Primeramente cabal-
gamos siguiendo el valle del río Torbes en dirección oeste, siempre
rodeados de abundante vegetación y cuya parte más bella es la repre-
sentada en la ilustración. Luego 'ascendimos unos (1.395) mts., pernoc-
tando en Capacho, lugar renombrado por su saludable clima. A través
de regiones montañosas muy variadas, desciende luego en breve tiempo
el camino hacia el valle caluroso del río Táchira. Al fondo allí donde el
río dobla de sur a norte, está la última ciudad fronteriza de San Antonio,
a unos 500 mts. sobre el nivel del mar, con un clima caluroso propicio
al cultivo del cacao. Cual banda argéntea serpentea el río entre verdores
ubérrimos, y su orilla izquierda traza la frontera de Colombia, Mis
ojos divisaron en la lejanía la cordillera colombiana de que arranca
como estribación la venezolana y me asaltó el deseo impetuoso de
conocer también esa orografía.
De San Antonio guía el camino hacia el norte; ya a la altura
de Rosario, primer y amigable lugar fronterizo colombiano, penetramos
de nuevo en una región poblada de cactus y mimosas. Continuamos a
caballo por una senda pedregosa, llegando a Cúcuta ya entrada la
noche, ciudad muy activa pese a su clima caluroso, en donde también
existen casas comerciales alemanas ; más tarde esta población hubo
de sufrir mucho bajo los efectos de un terremoto. Ahora está ligada
por un ferrocarril al río Zulia por medio del cual es posible un tráfico
bastante rápido con Maracaibo. Aun donde el aspecto externo del pai-
saje ofrecía cambios bastante pronunciados, no pude hallar nada que
no hubiera ya visto en Venezuela, pues las condiciones para la fauna
y flora son las mismas en ambos países.

 146
 
Solamente
        excitó
     mi  interés
      el  ya citado
     cerro
      junto
    a  Cúcuta
    
 que
   abriga
      restos
      fósiles
      de  megaterios.
          Con
  sentimiento
           tuve
esta   
    en
ciudad que separarme de mis compañeros
                                 de viaje. Celebramos
                       el des-
pido
   en  casa
    de  un
  alemán,
       el  señor
     Riedel,
       en  donde
     todos
     los
   presentes
        
éramos
                                                         ho-
compatriotas. Canciones alemanas sonaron hasta avanzadas  
ras  de  la noche
    en
  un
  Cúcuta
      sumido
      hacía
     horas
    en   el
  sueño.
      Repasando
        
el
  mismo
     camino
      que
   nos
   había
      traído,
      regresé
       con
   mi
  San
   Esteban
      
a Mérida,
      para    poder
    emprender
        allí
   cuanto
     antes
     la ascensión
         a  la
Sierra
      Nevada, con
          lo
  cual
    debía
     dar
   por
   terminada
         mi
  residencia
         
en
   esa  ciudad.
     

147
 
HA A

   

          
LAMINA XII VALLE DE CARACAS.
 CAPITULO
       Vil
  

 LA ASCENSION A LA SIERRA NEVADA


                        

|
e

DARIA DIA DIA RARA RARA DA ==


Arras ror rr toros      O
E TOA IAE DT ES IO OO TIO TI IA IADIRRA PARO OO

IEMPRE
      he
  tenido
      por   norma
     el   efectuar
        las   excursiones
          
cortas
      a pie,    porque
      ahorran
      los  constantes
         cuidados
         que  
requieren las cabalgaduras. Fiel a este principio,
                                                   me deter-
 miné
    a contratar
         sólo    un  peón
    más
   que    de  costumbre
          para   
esta
     dificultosa
          ascensión.
        

Mi empresa pareció a los criollos descabellada, porque apenas


salen nunca de la ciudad a pie.
Mi intención era permanecer en la sierra, tanto tiempo como
me fuera posible a fin de coleccionar y dibujar a mis anchas; para
esto debía llevar conmigo una cantidad bastante grande de víveres:
carne de res, pan blanco, maíz, café, azúcar, el doméstico licor de anís,
y otras cosas más. Efectué mi salida en junio con un tiempo favorable.
En las tempranas horas de la mañana, arrancó de Mérida mi pequeño
grupo de viaje compuesto de cuatro personas. Comenzamos descendiendo
al valle del Chama, atravesamos el río por un puente oscilante y nos
encaminamos a la Hacienda Dávila, que según Sievers está situada a
1.725 mts. de altura. En las primeras horas de la tarde habíamos llegado
ya a la hacienda y así tuvimos tiempo en esta casa hospitalaria de
hacer los preparativos para la ascensión que pensábamos comenzar al
día siguiente.

151
 
El
  camino
      en
  innumerables
           curvas
      nos
   llevaba
       por
   las
  escarpadas
         
laderas
       cubiertas
         de
  hierba
      y monte
    bajo,
     de
  modo
    que
   la vista
     hacia
    
todas
     direcciones
          era
   despejada
         y cuanto
     más   alto
    nos   encontrábamos
            
más
   grandiosa
           se  mostraba.
        Antes
     de
  penetrar
        en
  el
   bosque
     que
   co-
  
mienza
      a unos     500   metros
      sobre
     la hacienda,
        dirigí
      una   mirada      hacia
   
el
  valle
     del
   Chama
     con
    lag
  montañas
        del
   Escorial,
         detrás
      de
  las
  cuales
     
se
  eleva     la cadena
     de   los
  páramos
       de  la Culata       y del    Pan   de   Azúcar,
      
cuyas
     crestas
      y  picos
    más
  altos
     estaban
       cubiertos
         de  nieve.      Más    lejos
   
a la izquierda, se divisa Mérida cual
                               tablero
      de
  escaques
        sobre
     la
   verde
   
meseta;
       hacia
    el oeste
     lucen
     las
   claras
      casas
     de
  Ejido,
      mientras
        el
  Páramo
     
de
  los
  Conejos
       cierra
      el
  panorama.
        

Podíamos avanzar solamente yendo muy despacio, debido a que la


senda era sumamente resbaladiza. Los peones debían descansar a menudo;
al parecer se arrepentían de haber tomado, por decirlo así, el lugar
de las acémilas ; solamente mi promesa de recompensarles con un sala-
rio elevado, los retuvo y evitó que me abandonaran. Al entrar en la
floresta ví las mismas formas vegetales que en San Jacinto pero todavía
desarrolladas con más exuberancia pues la humedad es aquí mayor;
por doquier manaba agua. Todo el bosque brillaba de rocío y sus deste-
llos aumentaban aún más la belleza general. A una altura de 2.500 mts.
en un recodo del camino fuí sorprendido por la repentina presencia de
un oso andino (Ursus ornatus);'" este animal negro con pintas blan-
cas salió con gran estrépito de la espesura y cruzando rápidamente el
sendero se precipitó en un barranco oscuro. Yo no estaba preparado para
este encuentro largamente esperado y fuí negligente en disparar, cosa
que por otra parte no me hubiera servido de mucho, ya que mi escopeta
estaba cargada solamente con perdigones. El Ursus ornatus, es la única
especie de oso grande existente en América del Sur y tanto en Vene-
zuela como en Colombia sólo se encuentra en las grandes alturas de
la Cordillera hasta los páramos. Por la tarde llegamos al límite superior
del bosque ; los árboles se mostraban cada vez más achaparrados y
más cubiertos de musgo. De los troncos y ramaje colgaban como colas
de caballo hermosas licopodias verde claro ; algunos puntos de los ár-
boles estaban cubiertos de líquenes y musgo blanco y gris plateado,
que alternaban con orquídeas. Nos hallábamos en plena región del
quino. A unos 3.000 metros hicimos un alto cerca de las llamadas
*“*puertas”. Estas, construidas con troncos de árboles, se encuentran
diseminadas por todas las alturas de la Cordillera en donde las sendas

  
(1)     frontino
Oso        o salvaje
       (Tremarctos          - Roehl,
           ornatus),        E.:  “Fauna
     descriptiva
          venezolana”.
           

152
 
 Límite
     superior
       del
   bosque
     en  la  Cordillera
         de Mérida.
      

 del
   bosque
     llevan
     a páramos
      inferiores
          o a regiones
        de   sabanas
        y  tienen
    
por    objeto
      impedir
      que    el    ganado
      mientras
       pace,     penetre
       en el   bosque.
     
 En  este    lugar     había
    una   cabaña
       ruinosa      utilizada
        a veces      por   los   pas-   
 tores    o  los   buscadores
         de hielo.      También
       nosotros
        la  aprovechamos
           e
hicimos de ella nuestro refugio
                                     nocturno. No pasó mucho tiempo
                   para
que    chisporrotearan
              unas     encendidas
          brasas      sobre     las   cuales
      dispusimos
         
un
  suculento
         asado      de  cervato.
       

153
  
Desde
    muy    temprano
       por    el lado     de una    pequeña
      laguna      rodeada
      
                                                        y
de matorrales bastante crecidos, penetramos en la zona de sabanas
con    ello
   habíamos
        llegado       a los    páramos.
       Desde     aquí    gozamos
       de una   
 admirable
         vista     sobre
     el   pico    nevado
      de  La Concha
      de  4.700     mts    de
 altura,
       ahora
     bastante
       cerca      y  brillando
        bajo    los    rayos
     del   sol   matutino.
       
El repecho
         por el
        que subíamos
                                 nevadas
ocultaba ahora las cúspides      
a  la  derecha
       de  La  Concha.
       Nuestra
       lámina
      en  colores,
        reproducción
          
 de  un  estudio
       a  la  acuarela
        tomado
      del    natural,
        da  una    idea
    exacta
      de
 la  configuración
             de  esta    orografía.
          Puede
     verse
     como
   el  bosque
     achapa-     
                                                    que-
rrado y protegido a ambos lados por muros de roca arranca de la   
brada Quintero, para terminar en espeso monte bajo colindante
                                                             con salto
 de  agua
    que
   se  origina
      en  un  pequeño
       ventisquero.
            Por
  el  lado
    nor-   
 este
   se  encuentran
         los
   Páramos
       de  los
   Perros,
       de  los
   Locos,
      del
   Fraile
    
 y  otros,
      todos
     por
  sobre
     4.000
     mts.
   El camino
      ahora
     obligó
      a  rezagarnos;
         
el  sol
   había
    descendido
         bastante
        cuando
      nosotros
        giramos
       a  su  izquierda
       
 para
    descender
        al  angosto
      valle
    Quintero,
          donde
     ya señoreaban
           las
  penum-
    
 bras.
     Masas
     de  nubes
     blancas
      y  grises
      pasaban
       velozmente
         por
   debajo
    

 nuestro
       hacia
    las   alturas
       de  los
   páramos.
       “El    espanto
      de  la  Sierra
      ”,
exclamaron
          mis
   acompañantes. Nos
                encontrábamos
             exactamente
           entre
   
el so]
    y  la neblina       ascendente
          de  modo    que
  nuestras
       sombras        de pro-   
nunciada
       silueta       se   ampliaban
        en   figuras
      de unos     30  metros.        Todos      los  
movimientos se reproducían fielmente, lo que
                                                             causaba nuestro regocijo
 cuando      a  propósito          tomábamos         las
   posturas
       más    variadas.
        Cuando      el
sol se puso, desapareció el “espanto
                                                ”, el cual recuerda a su pariente
         
el espectro
       de Brocken.         Mi  gente     no  las    tenía
    todas    consigo        y  opinaba      
que no era cosa
                        de tomar a broma “'el espanto” porque
                            podía acaecer
 algún      contratiempo
            serio
     durante
      el  viaje
     o  simplemente
           un  cambio
    
desfavorable
             y brusco
      de tiempo.
            Por lo visto
       nuestra
       actitud
        poco
  
respetuosa motívó su enojo, porque
                                             en llegando a Casa Quintero
            cayó
 sobre      nosotros         una    persistente
           lluvia
      mezclada        con
   nieve.
      La  puerta
    
 de  la  casa     estaba
      cerrada
       con    un  candado
       por    lo  que    tuvimos
       que    resig-     
 narnos
      a  pasar
     la  noche
     junto
     a  la  choza
     completamente
             desabrigados.
           
 Bajo
    el  alero
     izquierdo
         de  la  fachada,
        por
   cierto
      profusamente
            perfo-
    
 rado,
     instalamos
          nuestro
       dormitorio,
           taller
     y  cocina,
       para
    lo  cual
    nos
 
 fueron
      de  mucha
     utilidad
        las
   hojas
     de  frailejón.
          La  ilustración
           muestra
     
 la  vegetación
          vecina
      a  la  casa     y  a  su  derecha
       en  primer
      término
       se
advierte un frailejón desarrollado con los tallos de su
                                                         floración.
La palabra páramo sirve para designar todos los desiertos mon-
tañosos de la Cordillera ; sin embargo marcan una diferencia entre
“en el” (páramo) y sobre la “cumbre” del mismo. También se ha

 154
 
 Pico
    Nevado
      de  La Concha
     y Chivito
      

 formado
       de este
    vocablo
      el  verbo
    “emparamarse”
            esto
   es,   perecer
      en el

páramo,
       y los     criollos
       suelen       despedir         a los   viajeros        de  alta     montaña      
con el buen deseo
                                de: “que no emparame ”                 decir
con lo que quieren    
 “no    vaya     a  fenecer       en   el   páramo       ”.   También       se   estila       decir     en  Mérida     
 cuando      la  temperatura           baja    considerablemente
                 a causa      de   las   nevadas      
 
en
   las   montañas:
         (el
   frío)      '““es    para emparamarse” -—como para
                     

morirse
       —.   Cuando      el   “páramo      está    malo”      como     dice     la  gente      de  allí   
nadie     osa   atravesarlo.
           Con    frecuencia          el cielo       despejado         de   las   mañanas      
con los picos nevados
                             brillando al sol,
    seduce
      a los
    viandantes
         para    la
partida,
        pero     a lo
  mejor
     se   ven    súbitamente            envueltos          en
  peligrosas
         
tempestades
           de nieve.       Los    desfiladeros
            o puestos        altos,      — como      en   los  
 “* Marterln
         ” de   los    Alpes
     tiroleses           — se ven    sembrados          de   reliquias          de  
viajeros
        malogrados,            piedras        hacinadas          sosteniendo            cruces       de   madera,       
así como esqueletos
                        de mulos despeñados,
           todo
    lo
  cual
    subraya
       todavía
      
más    el   carácter
        tétrico        del    yermo      paisaje.         Con    todo,      en   algunos        para-     
jes    de   3.000     a 4.000      mts.     defendidos
          por    prominencias             elevadas         y parti-      

 155
 
cularmente
          junto
    a corrientes
          de
   agua    tropezamos
         con    la flora     carac-      
 terística
        de  los
  páramos,
       que
  en
  estas     altitudes         del    trópico       desarrollan          
 una    belleza       sorprendente             gracias        a  la persistente            humedad.         Por    última     
 vez    se  deja     ver    la “palma       de  cera”,      palmera        que   medra     en    las   alturas      
en el
   límite      superior
        del   bosque       donde
    el
   último      “arbusto
        nudoso     se
extravía        entre      la  flora      del   páramo.       Entre     los    arbustos        existentes           tengo    
que mencionar
                          especialmente y desde
     el
       punto de
  vista
         como artista
      
pintor      por   su floración         rosada       y amarilla         a  la Befaria,         la rosa     alpina      
de  la  Cordillera          además      de Rhexias,         Bauhinias,           Melastomatáceas,                Vac-    
cinioideas,
            etc.    En   los
   lugares        húmedos       también        hallamos          frágiles        hele-    
 chos    entre
    líquenes         y  musgos       tan  estrechamente
             adheridos
        sobre
     las  
 piedras       que   éstas      parecen        como     pintadas.
        Pero      entre
     toda    esta
     flora    
 se destaca       marcadamente            el   género       Espeletia          y entre      ellas      la  Espeletia        
 argentea         el  “frailejón”           es  precisamente             la que    imparte        un  cuño    especial       
 a  los    páramos.         Sus   copas      se  desarrollan           sobre      unos     troncos        que    parecen      
 negros       a causa      de  las    hojas      marchitas          y secas      que    los    cubren,       “alcanzan        
                                                espesor.
por sobre la altura de un hombre y llegan casi a un metro de       
 Las    hojas      lanceoladas            y  de color     verde      argénteo,         parecen        de  felpa     sedosa     
 y  tienen      más   de   25 centímetros;             crecen      espesamente            unas     junto     a otras    
formando
        copetes
      que   a distancia
         asemejan        enormes
       bonetes
       blancos.
      
                                                        Si
La denominación de frailejón (monje anciano) está bien aplicada.   al  
oscurecer
         se   echa     una    mirada       sobre      un   páramo       cuya     superficie           esté     cu-   
bierta       con    millares         de   matas      de   frailejón         parece       como     si   un gran    número      de  
monjes      de diversos        tamaños       y posturas         estuviera          congregado           ante     noso-     
tros.     Algunos        ejemplares           viejos       y encorvados           perdieron          ya   su   albo     gorro;      
                                                       que
otros yacen o bien se inclinan hacia su vecino, como suele la gente   
toma    una   copa
    de más.     Nuestra        acuarela        muestra       en   primer       término      
 algunos       ejemplares           viejos      con    sus    floraciones           distribuídas            en  tallos      a
                                                       En la
veces de un metro provistos de pequeñas hojas y flores amarillas,  
época
     que    el   frailejón          florece,        invade       los    páramos        el   Oxwydon       Lindens,
       
el   colibrí       que    se
  aventura        a lugares       más    elevados
        y que    los    criollos        
llaman       “chivito”.
          Tan    pronto
      como
    la floración          desaparece,
           también       
este     pajarillo          pintado        discretamente              de   un   verde      metálico         mate,      abandona        
el           páramo, Ni pájaros
       ni
  insectos
             lucen allí
                   ; puede
colores vistosos     
decirse
       que
   la  fauna
     pretende
        entonar
       con   el
  paisaje.
        Entre
     las
   aves
   
voy
   a mencionar
         las   que
   fui   coleccionando
             como
    sigue:
      Anthus
      bogo-
   
 tensis, Phygillus
     
         unicolor,
         Sepophaga
         Cyanea,
       Ochtoeca
        superciliosa,
            
Tordus
      gigas
     — tordo
     grande
     casi
    completamente
             negro
     — querquedula
          
andium
      — pato
    de
  páramo
      que
   se
  extiende
        a mayor
     altura.
       A una
  
altura
      de
  3.500
     mts..
     hallé
     todavía
       una
   nueva
     especie
       de
  papagayo,
         el
 

 156
 
 Conurus
       rhodocephalus
             y con
  él  un tordo
    de  agua
    negro
     y blanco
     (Cin-
   
 clus
    leuconotus)
          que
   vive
   exactamente
           con    las   mismas
     costumbres
         que 
 el  nuestro.
      En monte bajo
              se  encuentra
        el
   Stegnolaema
           Montagnii,
        muy
   
 parecido
        al  guaco      y proporciona
           también
       un  asado
     excelente.
        

Después de una permanencia de ocho días en los páramos, ob-


servé que había escampado el tiempo y me decidí a escalar el picacho
de La Columna,'* el cual se yergue al oeste de La Concha. Salimos al
amanecer dispuestos a pernoctar en el pico. Al principio todo iba muy
bien, mas luego nos vimos forzados a abandonar el camino de herradura,
para encaramarnos por un pésimo cantizal. La subida se acentuaba
cada vez más para terminar en una cuesta empinada y escabrosa.
A las ocho nos encontrábamos sobre 4.000 mts. de altura y después
de cuatro horas de fatigosa ascensión alcanzamos el extremo de una
cresta lateral del pico, el cual se aprecia en la lámina que representa la
Sierra Nevada con los efectos de luz del “sol de los venados”. Nos encon-
trábamos ahora a unos cientos de metros sobre la línea de las nieves
perpetuas y contemplábamos a nuestros pies un campo de nieve en este
momento particularmente crecido, pues fuertes nevadas habían tenido
lugar en los últimos tiempos. La Concha acostumbra a tener más nieve
que este picacho porque en las enriscadas laderas de éste no queda
bien prendida. Ante nuestra vista se extendía todo un mundo y podíamos
pasear la mirada por todas las zonas de vegetación. Dominábamos la
mayor parte de la Cordillera de Mérida y la ciudad en lo profundo
sobre maravillosa meseta ; el panorama abarcaba por sobre las cálidas
regiones de Ejido, mucho más lejos aún. Sobre nosotros describía
círculos el cóndor, rey de los aires, cuyo límite septentrional de ex-
pansión parece ser la Cordillera de Mérida. Regocijados por el panorama,
reconfortados por la comida y la bebida, procedimos a instalar bajo
un enorme bloque de piedra que montado sobre otros formaba como una
caverna, un lecho donde pasar la noche; no accedieron a ello gustosos
mis peones, sino al cabo de haberles prometido un aumento en su salario.
Aunque ya me parecía imposible escalar el propio pico debido
a su escarpadura, abrigaba la esperanza de tentar la suerte al día
siguiente. Pronto salí de mis dudas, porque nos vimos envueltos en
nubes y sobre nuestras cabezas empezó a rugir una ventisca que apenas
si nos permitía mantenernos de pie. Mis acompañantes insistían en
el descenso, cosa a la que finalmente tuve que acceder en contra de mi

 (2)
   Hoy
   Pico
   Bolívar
      (5.007
            - N. del
mts.).   T.
 

157
 
 voluntad.
        Agitando
        mi
  sombrero
        saludé
      y me   despedí
        del
  Picacho
       de
  La
 
Columna
       en la Sierra
      Nevada
      de   Mérida.
      

Si bien no me fue dado escalar el pico de esta montaña, tuve


por lo menos la satisfacción de haber ascendido tanto como para ver
a mis pies el límite de las nieves eternas y gran parte de la distancia
recorrida por mí hasta la baja tierra caliente. Durante el regreso pude
todavía sacar un boceto del Picacho de La Concha con sus pequeñas
lagunas y el cual reproduzco aquí por lo característico, como viñeta.
También mis colecciones aumentaron con abundante material. La mayo-
ría de las aves recogidas por mí en Venezuela proceden de la Cordillera,
mientras que a formar el resto han contribuido todas las demás pro-
vincias desde la Costa de Paria hasta Maracaibo. De las colecciones
y observaciones se desprende, que la flora y fauna del sur de Venezuela,
es idéntica a la del norte del Brasil; la del noreste es la misma de
las Guayanas y la de las provincias de la Cordillera es exacta a la de
la república vecina de Colombia.

158
 
0)
| pp

 CAPITULO
       VII
    Y

 MI  SALIDA
      DE  MERIDA
     A

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LASA

STA
   vez
   me  había
    propuestoalcanzar
         de nuevo
             la costa
      no
 por
   Maracaibo
        sino
    por   el interior,
         de modo
    que    decidí
      mi
  partida
       lo  antes
     posible.
        Así
   en el  mes   de  septiembre
          aban-   
 doné
   de  mal
   grado
    a  Mérida,
      a  la  que
   había
     tomado
      cariño.
     
 Ante
    la  casa     del    general
       Balza,
      con    cuya    familia       me había      hallado
       como
  
 en  mi  propio
      hogar,
      se  formó
     una
   cabalgata
         para    acompañarme
           en
mi  despido       y  de  todas      las    calles
      se  dejaba
      oír    un  cordial        “adiós
      ”  o  un
 amistoso
        “*  buen     viaje      ”.  La  gente     estaba
      algo     preocupada
          por    mí,    porque
    
 ha  poco    un  feroz
     criminal
        se  había      fugado       de  su  reclusión,
          a  fin    de
 convertir
         de  nuevo
     el  Páramo
      de  Mucuchíes,
          teatro
      de  sus
   anteriores
        
 asesinatos,
           en  un  paraje
      inseguro.
         Por
   tal
   causa
     algunos
       viajeros
        crio-
   
 llos
    habían
      aplazado
        su  viaje
     para
    cruzar
      en  grupo
     conmigo
       el  páramo.
     
Seguimos el ya conocido camino que desde el valle del Chama,
sube a Mucuchíes. Más arriba de esta pequeña ciudad alcanzamos la
última población de Los Apartaderos, 3270 mts.; a la derecha de la
misma se encuentra la bifurcación del camino que conduce a Barinas,
límite superior de los cultivos de trigo. Aquí comienza la subida al
propio páramo ; a veces el suelo era rocoso, otras veces enlodado o
pantanoso, y Cada vez más empinado. El camino real para los jinetes
es bueno, de forma que sin grandes dificultades efectuamos el paso
del páramo cuya cumbre alcanza 4120 mts. sobre el mar. Cuando nos

 161
 
hallábamos
         en
  su    punto    máximo
      en medio      de un tiempo      claro
     y sosegado
       
brillaba
        agradablemente
             sobre      nosotros
        el   sol   de mediodía
       mientras
        las  
negruzcas
          y solitarias
           masas
    rocosas
        todavía
      cargaban
        bastante
        nieve.
     

En este lugar tomé un apunte que originó la adjunta acuarela.


Otra vez dirigí una mirada llena de nostalgia hacia el lado de Mérida ;
por sobre la presente altura del Páramo de Mucuchíes, asomaban al
fondo por la parte derecha los picos más prominentes de la Sierra
Nevada vestidos de blanco, mientras a la izquierda se veía la cadena
también nevada del Páramo de Santo Domingo.
No bien hubimos terminado de pasar dejando el páramo a nuestras
espaldas, el tiempo cambió bruscamente ; gruesas nubes encapotaban
el cielo y no tardó en caer una borrasca de lluvia y nieve, que no difi-
cultó poco nuestro descenso, el cual algunas veces se efectuaba por
senderos pendientes y tortuosos que conducen a la triste aldea de
Chachopo, sita a 2620 mts. Anochecía cuando llegamos completamente
empapados y nos costó mucho trabajo hallar hospedaje.
Repetidas veces había oído mentar a Chachopo como el lugar de
peor fama de la Cordillera. Al parecer tenía su residencia aquí el ladrón
de marras. Pero nuestra patrona nos refirió que había sido detenido
en Barinas y a golpes había sido reducido a trizas.  — El asesinato por
robo es en términos generales raro en Venezuela ; es mucho más común
cuando el móvil es la política, los celos, etc.  —

Por
  consiguiente
           se
  puede     cruzar      con    tranquilidad
            todo     el   país,    
 ya  que
   a  lo sumo
   alguna
      cosilla
       se puede      perder
      acá    y acullá      por   hurto,     
 y  éste    sólo
    tiene
    lugar
    cuando      es fácil     cometerlo
         y al delincuente
          le   viene    
                                                       pro-
bien el objeto en cuestión. Esta comodidad o despreocupación, es    
porcionada
         al sistema        penitenciario.
              Algunas        poblaciones
           carecen        total-     
mente     de locales      de reclusión
         y frecuentemente
             se   puede
     ver   al    delincuente
         
al
  aire    libre
    bajo    la   sombra
      de   un   árbol     aprisionado
           en   un   “cepo”,
       o
sean,
     los   bloques
       de
  madera
     conocidos
        también
      por
  nuestra
      justicia
      
 y  que   antiguamente
           fueron       usados      con   el mismo     fin.   

Las circunstancias son poco cómodas cuando estalla una de las


revoluciones no raras aquí. Carentes de escrúpulos tanto las tropas del
gobierno, como los facciosos requisan toda clase de caballerías desde
el noble bruto hasta el pacífico asno, bien se trate de propietarios amigos
o enemigos. También se ve forzada la población a tomar las armas;
pues un servicio militar obligatorio no está establecido. Tuve un inci-
dente desagradable a mi entrada en Chachopo con el jefe de la policía,
cuya vista quedó prendada de mi escopeta de doble cañón. Mi amenaza

162
  
con
   el arma,     que   disparé
       por    encima
      del   digno
     funcionario,
            protegió
        mi
                                                     conseguir
propiedad de su codicia. Despechado manifestó que sabría como        
mi escopeta
       al día   siguiente
         ; pero     se le   brindó
     muy   poca
   oportunidad
         
para
    ello,
     porque
      después
       de una    pésima
      noche     abandoné
       este    mísero    
 lugar,
     antes
    de romper      el   alba.
   
Rodeados todavía por altas montañas, seguimos río abajo el
curso del Motatán, notando en seguida que comenzábamos a hallarnos
en “tierra templada ”. Al borde de la Mesa de Esnujaque, pequeña y
linda meseta, dejamos el río para cabalgar sobre una alta cumbre hacia
el valle vecino hasta que alcanzamos la ciudad de Mendoza situada a
1300 metros de altura, donde pasamos la noche a fin de poder llegar
al siguiente día temprano a Valera.
El valle de Mendoza, está relativamente bien cultivado y posee
un clima excelente, el cual varía mucho cuando se desciende a Valera,
ubicada bastante más abajo junto al río Motatán. Esta ciudad está
rodeada casi por todos lados de montañas, algunas de ellas muy altas ;
sólo al norte existe una brecha amplia por donde el río corre a bañar
los Llanos de Monay. Como consecuencia de este encierro, la tempe-
ratura es muy elevada, por lo menos yo no recuerdo si en Cúcuta o en
otra parte, padecí más calor que aquí. A esto hube de añadir la canti-
dad de parásitos en que era rica nuestra posada en la plaza mayor.
Sin embargo tengo que confesar que la situación de la ciudad es her-
mosa y hallé de nuevo una pródiga flora interior. Hacia el norte, en
la cercanía inmediata a las casas se eleva una meseta, la “Sabana Larga”,
sobre la cual se encuentra la aldea de Carvajal, desde donde se goza
una panorámica bellísima sobre el valle del Motatán, la ciudad y las
altas montañas por donde vinimos. Tomando la dirección del este, alcan-
zamos por la tarde el río Jiménez, el cual nos fue imposible vadear,
porque las recientes y fuertes lluvias en las montañas, habían engro-
sado notablemente su caudal. Tuvimos que recogernos en una choza
cerca del río, De noche sufrimos el inútil intento de robo de una de
nuestras acémilas, que en previsión la había hecho descansar cabe
nuestro alojamiento nocturno.
A la mañana siguiente, el río, que en circunstancias normales
es fácil vadear, se hallaba todavía muy crecido. Tumultuosamente se pre-
cipitaban sus aguas turbias. Mis acompañantes no creían prudente el
atravesarlo, pero por medio de palos sondeamos su profundidad, y saca-
mos la conclusión que a caballo sí era posible cruzarlo.
Con grandes dificultades conseguimos que la recua que a costa
de golpes habíamos logrado introducir en el agua, alcanzara felizmente

 163
 
la otra
    orilla.
       Cuando
      llegó
     mi   turno,
      mi   caballo
       inesperadamente
               se
 
metió en
          una hoya, cosa que
              me llevó
      a las proximidades
               de perecer
        
ahogado;
        por     fortuna
      mi caballería
          se   hizo
    a un    lado,
     momento
      que
 
aproveché para hendirle con todas mis fuerzas las espuelas,
                                                               consiguiendo
de este   modo
    llegar      a la   otra    orilla
      con    felicidad.
         
A partir de aquí conducía el camino en dirección sureste hacia
Trujillo, la primera parte a través de una depresión malsana y cena-
gosa, la segunda por una vega bien labrada. A últimas horas de la
noche llegamos a la pequeña ciudad, situada entre laderas desnudas
y tristes. De Trujillo seguimos hacia el noreste, pasamos una sierra
y llegamos a Santa Ana, pequeña aldea situada en una altura desde la
que se disfruta un panorama grandioso sobre las montañas vecinas.
No es pequeño el número de picos que se alzan aquí a 3.000 mts.
Al oeste divisamos los Llanos de Monay y una parte de la llanura baja
del Zulia; en lontananza brillaba de nuevo el Lago de Maracaibo.
El camino descendente de Santa Ana al estrecho valle del río Carache,
es sobremanera escarpado y fangoso, de modo que nuestras acémilas,
debían repetidas veces dejarse caer sobre sus patas traseras, para
poder bajar la resbaladiza ladera, deslizándose.
El río Carache serpentea sus nítidas aguas en infinitas curvas,
lo que nos obligó a cruzarlo unas veinte veces, aunque a decir verdad
sin consecuencias molestosas. Tengo que citar un disparo feliz que en
este valle me valió el cobrar un águila (Spizaetus ornatus)'” que se
había posado en el saliente de una roca. Por la tarde llegamos a la
simpática aldea de Carache, desde donde me proponía estudiar una parte
muy interesante de la Cordillera, el Páramo de Agua de Obispo, que se
halla al norte a 2765 mts. y el cual parecía prometer mucho para mis
colecciones. Llevaba la idea de permanecer ahí por lo menos un mes,
antes de abandonar definitivamente la Cordillera y dirigirme a la cálida
llanura de Quíbor y Barquisimeto. En Trujillo ya corrían rumores
de una revolución que había estallado en El Tocuyo y que al parecer se
extendía hasta Carache. No bien puse pie a tierra en el patio de la
hostería, y el patrón se informaba de los motivos de mi viaje, me dí
rápidamente cuenta que mis deseos no iban a verse cumplidos, Opinaba
éste que debía abandonar la idea de mi gira, si no quería perder a mis
peones y animales. —“A Ud. como extranjero, — manifestaba, —  no le
pasará nada y podrá seguir tranquilamente su camino. Pero le serán

(1)
   Aguila
      negra
    (Oroaetus
         Isidori).
        -  Roehl,
      E.:  “Fauna
      descriptiva
           venezolana”.
          

164
  
a
E

                 
Lago de Valencia (Tacarigua) desde la serranía de la costa. En primer
       
término, el autor pintando.
retenidos
         con    toda     seguridad,
          sus    peones     y sus    mulos”.       Bajo     estas      cir-   
cunstancias
          tuve    que    pensar
      en   continuar
        mi viaje.      A la mañana       siguiente         
 la  aldea      ya amaneció        con   un sobresalto           ; por    el   Monte
     Calvario         habían     
 llegado
      corriendo         tres    hombres       armados.        Sólo      se trataba       de    unos    deser-     
 tores,       por    cuyas     noticias       pudimos       colegir,        que   el camino       de El    Tocuyo     
se    hallaba       seriamente
          interceptado.
             De mal    talante
      inicié
     el    regreso,       
teniendo
       que   tomar     el mismo     sendero,         por    el cual     había      venido,        y  lleno    
de despecho
            me                                          de
despedí con una mirada de las alturas del Páramo
 Agua     de Obispo
     del
   que    tantas
      cosas
     buenas
      me  había
     prometido.
        
  No me
  cupo
                                             el  Lago
otro remedio que efectuar el dilatado rodeo por   
 de  Maracaibo,          esto    es,    atravesar
         de  nuevo     la selva     Zuliana        y desde     el
puerto       de Moporo       en  un velero      llegarme         hasta      Maracaibo.
        

Esta vez el paso del río Jiménez no ofreció dificultad alguna ya


que sus aguas corrían ahora claras y tranquilas ; no tardamos en llegar
a Valera en donde mi inesperada aparición causó sorpresa, pues me
creían de viaje hacia la costa. No nos detuvimos, empero, en lugar tan
caluroso, sino que por el oeste seguimos hasta el pueblo de Ponemesa sito
a 1.000 mts. En las cercanías de la pequeña ciudad de Betijoque cabal-
gamos a repecho por las laderas hacia la Sabana de Mendoza, punto
en donde dí por terminada mi permanencia en la Cordillera.
Otra vez me encontraba en las selvas de tierra baja y me apre-
suré a llegar a Los Añilas, pueblo que sólo dista siete horas de la orilla
del Lago. Mi intención era pasar algún tiempo “aquí, pero como dejé
dicho en otro lugar fuí víctima de una fiebre violenta. Restablecido
hasta cierto punto, mi única preocupación era llegar a la costa cuanto
antes. En los últimos días había llovido mucho y los caminos eran casi
intransitables, no obstante, la resistencia de mi mulo dió buena cuenta
de ellos salvando por fortuna todos los obstáculos. Ya en Moporo me
separé de mis acompañantes y pisé el puente de desembarque que para
salvar la vasta playa cenagosa se adentra mucho en el Lago. Un bote
me llevó a bordo del barco que debía conducirme a Maracaibo, en donde
compatriotas míos me recibieron cordialmente.
Efectuaban el tráfico marítimo pequeñas embarcaciones de cabo-
taje de muy poco calado, que cuando soplaba el viento favorable pasa-
ban fácilmente la barra que forma la desembocadura del Lago, en el
golfo de Maracaibo. Pero a mi partida la suerte no me fué benévola.
Después de tres días de espera en el llamado “bajo seco” en la parte
sur de la barra, se levantó por la mañana una fuerte brisa la cual lamen-
tablemente cesó en el preciso momento en que íbamos a pasar el estrecho
banco de arena. La corriente nos lanzó sobre éste y nuestro barco

 166
 
encalló
       de  tal
  manera
      que
  ni echando
        parte
    de
   la carga
    al agua
     fué
 
 posible
       sacarla
       a  flote.
      Fué
   izada
     la  bandera
       de  socorro;
        no  tardó
     en
 acudir       un  cúter     piloto       procedente
         de  un  velero      alemán       anclado       en Bajo   
 Seco     y  el  cual     comandaba
         el  capitán        Becker.        Tengo      que   agradecer        a  éste   
 y  a  su  gente,      que    por   lo  menos      la  parte      valiosa
       de  mis    colecciones
         
 pudiera        salvarse;
         muchas
      cajas
     con    orquídeas
         y  animales
        vivos
     se
fueron a pique. Por suerte nuestro
                                                             barco estaba fuertemente construído
 y  resistió         los    vendavales,
           de  forma      que    todo     el  pasaje       y  la  tripulación          
pudieron
                   ser llevados sanos
      y salvos
       a  un banco
      de        El
arena.  cúter
   
 piloto       nos    regresó
       a  Maracaibo
         donde
     nuestra
       llegada
       a  medianoche
        
 causó      una   sorpresa
        mayúscula.
          Estábamos          completamente
             empapados
       
 pues     nos    habíamos         apretujado           todos      sobre      la  cubierta         donde      golpeaban        
                                                      más
incesantemente las olas. Al cabo de unos días partí en un velero  
 chico      y  cuando      atravesamos            la  barra     esta     vez    con    éxito,       ya  no  se  veía   
 traza      ninguna        del    barco
     embarrancado.
           

Después de una travesía de diez días contra viento y marea


divisé las bien conocidas montañas de Puerto Cabello, que emergiendo
del azul oleaje parecían darme la bienvenida. No tardé en hallarme
nuevamente en el Mirador de casa Blohm que fue llamado “la torre
del pintor zoólogo” y desde donde pude expedir mis colecciones a
Inglaterra. Como de costumbre el señor Blohm y su esposa me prodigaron
una buena acogida y me rodearon de atenciones ; el vivo interés que
ambos sienten por el arte y la naturaleza, tuvo repetidas veces su expre-
sión en el apoyo que depararon a mis trabajos, de modo que me fué
posible alargar mi permanencia allí dando lugar a que en excursiones
sucesivas completara algunos conocimientos y repitiera visitas a los
lugares que ya eran para mí queridos. Correspondo a tanta bondad con
el sentir de mi profundo reconocimiento. Pude una vez más sumirme
en el goce de las bellezas naturales del valle de San Esteban y disfrutar
del generoso apoyo y hospitalidad, así como de la contemplación de
la íntima vida familiar en casa del señor Roemer, a quien estoy muy
agradecido, así como al señor Leseur y Sr, Ermen. Asimismo recuerdo
a los señores Gruner, Schieremberg, Ruete, Becker, Baasch, Roehl, Valen-
tiner, Gathmann, Brauer, Ludert, Nagel y a otros compatriotas.
Tomando como punto de partida al pueblo de San Esteban, emprendí
otras excursiones a través de las selvas montañosas hacia el Lago de
Valencia y los Llanos, y pude esta vez favorecido por el tiempo dibujar
desde La Cumbre, puesto de 2.600 mts. en las montañas de la costa,
distintos puntos de vista del Lago de Valencia que se extendía a mis
pies y uno de los cuales inserto en una lámina característica.

 167
 

También
      hallé
    en esta
     gira
   el
  notable
      “palo
    de vaca”
   — des-
   
 crito
     por
   Humboldt 
       —  que
  contiene
       una
  resina
      lechosa,
       de
   la cual
   me-
  
diante
     una
  incisión
       en
  su   tronco
     recogí
      en  corto     tiempo
     el   contenido
         de
una
                                                sustituto
botella. Vertida en el café en efecto hace pensar en un          de  
la  leche.
     Muy   a menudo
     he instalado
         mi   taller
     en  plenos
     bosques
       de
Venezuela
         ; adjunto
      el   boceto
     de   uno    de éstos
     que    instalé
      en las    monta-
     
 ñas   costaneras
         en la mentada       cumbre      de   Valencia
        donde     pasé
   más    de
una noche en la completa soledad de la selva. Si se
                                                         pasa la cadena mon-
tañosa
     al sur
   del
   lago,
    se
  columbran
         los
  Llanos
      con
   sus
   bosques
       de
palmeras,
         sus    superficies
           de   hierba
      y sus    árboles        chaparros.
          Cual    hilos     
de  plata      serpentean           numerosos           ríos
   por     la llanura       al   parecer        infinita,         
mientras
        lagunas       de   todos
     tamaños
       brillan        esparcidos
          aquí     y allá.      En   sus   
aguas     habita       el   curioso
       temblador        cuya
   pesca     por    medio     de
  caballos
      
 dió   pie   a Humboldt        para
   su   conocido
        relato.        Al   parecer      en   Venezuela
        
nadie     sabe      dar   razón      de   esto,
     pues      las   muchas      veces     que     he requerido        
detalles sobre el particular sólo he
                                                            recibido en respuesta movimientos
de extrañeza.          Algo     parecido        le   ocurrió
       al   Dr.   Sachs,
      que   estuvo      en Los   
Llanos      exprofesamente              para    estudiar
        esta     anguila        eléctrica.         Un   animal
    
mucho
     más
   peligroso en estas
                     aguas es el pez
              llamado Caribe
        de  15
a 18   cms.    cuya     mordedura
         agudísima
         resulta
       de gran
    peligro
      para
   
hombres
        y animales.
           En cuanto
      el
     más mínimo
      rastro
      de
  sangre
      se
 
muestra
       en el agua,      acuden      estos      enemigos        en  masa    y el   hombre      que
  
no  se  halle
     lo suficientemente
               cerca
     del
   margen      para   salvarse,
         está    
definitivamente
               perdido.        
El habitante de Los Llanos es parecido en sus costumbres al
gaucho de la Pampa argentina. Jinete excelente parece respecto a su
caballo un centauro, por la forma en que a velocidades vertiginosas
cruza los Llanos carentes de senda alguna. Plenamente consciente de
su fuerza y audacia, canta:

 Con
  mi  lanza
    y mi  caballo
      
no
  me
  importa
       la fortuna,
         
 alumbre
       o no  alumbre
      el   sol  
 brille
      o  no  brille
      la  luna.
   

Pero
    mientras
       el   gaucho
      campea       por    estepas
       ya muy     lejanas       del   
trópico,
       en  extensiones
           vastísimas
          en   las   que    no   medra     un   árbol      ni   un  
arbusto
        y regadas por escasos ríos
                             pequeños,  teniendo
        que
   protegerse
         
 no pocas    veces
    del   intenso
       frío
   al   abrigo
     de un grueso      poncho,        el   llanero
      
vive magníficamente
                      en la  región
      tropical
       en
  llanuras
        bajas
      y  cálidas
     

 168
 
         
Vista de Norte a Sur sobre el Valle de Caracas.
que
   solamente
         en algunos
       parajes
      poseen
      el
  verdadero
         carácter
        de
  las
  
estepas. Porque como hemos dicho repetidas veces el agua es abundante
                                                          
y la  vegetación
         es  ubérrima.
       

Pero regresemos al bello lago. Después de despedirme en Valencia


de la hospitalaria familia Froehlke, encaminé mis pasos hacia Caracas
por la orilla norte del lago, por uno de los paisajes más bellos de
Venezuela. En Guacara los campos algodoneros estaban en plena flo-
ración y los ricos valles de Aragua, el vergel de Venezuela, incitaban
a una larga permanencia.
Todavía un breve alto bajo el samán de Giiere, gigante arbóreo
al parecer concebido para la eternidad ; luego marchando hacia Cara-
cas !... Una mirada más sobre el maravilloso valle que oculta en medio
de ricos cultivos la capital del país. Desde un altozano entre Antímano
y la ciudad, tomé el boceto que orginó la adjunta lámina en colores.
Al fondo se eleva la famosa Silla de Caracas, a 2700 mts. de altura,
mientras el pico de Naiguatá, algo más lejos, parece se eleva unos
180 mts, más. Escalé ambas cumbres y desde esas alturas me fué dado
contemplar el mar Caribe, cuyo horizonte bajo el engaño de un velo
de nubes parecía perderse en el infinito. Los barcos que surcaban las
azules aguas del mar parecían flotar en el aire.
Como se puede notar tanto en nuestra lámina en color, como en
la ilustración en negro, los alrededores de Caracas presentan una confi-
guración de terreno muy variada. La ilustración en negro está tomada
desde el llamado “' antiguo camino español ” en el punto en que viniendo
de La Guaira se ha pasado la cresta de la montaña costanera, esto es,
la vista es de norte a sur. Muestra el alto valle casi en toda su longitud,
a la derecha La Vega, a la izquierda Petare ante el cual en segundo
término se ve la falda de La Silla. Al fondo la lejana cadena de montañas,
forma la línea montañosa limítrofe de los Llanos, y en el interior de
ella se extiende el vasto valle, rico en plantaciones, que riega el río
Tuy. De ambas ilustraciones se desprende que la capital es un excelente
punto de partida para emprender giras provechosas hacia todos lados.
Desde todas las alturas adyacentes la impresión que causa el panorama
es paz y belleza; cualidades basadas en una agricultura muy desarro-
lada y una laboriosidad bendecida por una eterna primavera. Pero
lamentablemente, ¡cuántas veces la furia bélica ha desvastado este
maravilloso valle y cuántas revoluciones han actuado en él de manera
nefasta!... Está completamente fuera de duda que los venezolanos en
verdad patriotas, son pacíficos, pero hay que lamentar que su número sea
tan reducido y la mayoría de las veces su voz no es bastante fuerte para

 170
 
hacerse
      oír
   y poner
    coto
   a las
  tentativas
         revolucionarias.
               Con
   todo
   cora-
   

zón
  deseamos
        que
   pronto
       se despeje
       la situación,
          para
    bien
    de   este
   
hermoso país.
              En más
   de
  una
   ocasión
      he sido
    testigo
       de  luchas     largas
    
y enconadas,
         de   las   cuales       la que   ha   quedado
       de   manera
      más   viva
    en  
mi
    recuerdo,
        fue
  la
  que
    tuvo
   lugar
     en
  Caracas
      el   año
   1870.
    Después
      de
 tres
   largos
      días
   de
  combates
       horribles
          tomó
   la  ciudad
     el
   general
      Guzmán
    
 Blanco
    que
   más
   tarde
    como
    presidente
           de Venezuela,
          mantuvo
      una   serie
   
de
   años
    de paz.
    La
  plaza
    principal
        se   vió
  invadida
       por
   hordas
     abiga-
    
rradas,
      que
   al son
   de un griterío
       ensordecedor
            y  bajo
   un animado
       tiroteo,
       
acudían
       de todos    lados
    excitados
         por
   el  estruendo
         de  las  salvas
      que
 
 anunciaban
         el nuevo     jefe
   que    había    asumido
      el
  poder.
      Más     tarde
    un
silencio
       poco
     tranquilizador
             se   enseñoreó
         de    las
  calles
      de  Caracas.
       

Poco después de las terribles luchas, otro cuadro bélico tuvo


lugar en la costa, cuadro bélico, empero, de paz. Un gran acontecimiento
que a todos los alemanes residentes en Venezuela llenó de gozo y a los
venezolanos de admiración. Cinco unidades imponentes de la escuadra
alemana, bajo el mando del almirante Werner izaron la bandera de
Alemania en aguas venezolanas. No olvidaré nunca la impresión de
poderío que estos gallardos barcos produjeron a su entrada en la bahía
de Puerto Cabello. El estampido de ambas artillerías saludándose a la
recíproca, retumbaba mil veces en el eco profundo de los valles y hon-
donadas de la cordillera de la costa. Cuando los oficiales y la tripulación
circularon por las calles de la ciudad, los alemanes residentes desbor-
daron de júbilo, traducido en homenajes de bienvenida y estrechamiento
de manos. A esto se sucedieron los festejos entre los cuales dejaron
memoria, el baile que los comerciantes ofrecieron en la ciudad y el que
se dió a bordo del “* Friedrich Karl”. En éste la sala como la cubierta
del buque estaban adornadas con plantas tropicales, Casi toda la pobla-
ción culta estaba presente. Más de una ardiente mirada cayó de los
negros ojos de las graciosas criollas sobre las frescas y bizarras figuras
de nuestros marinos.
Una amistad duradera surgió entre el comandante Werner y yo;
su alto sentido para el arte y la naturaleza le atrajo más de una vez
hacia mí. Pero estos hermosos días transcurrieron demasiado de prisa ;
una mañana la bahía de Puerto Cabello amaneció silenciosa como antes
y las calles de la ciudad recobraron su fisonomía acostumbrada.
Venezuela en los últimos tiempos ha cobrado gran impulso. Puede
decirse sin ambages, que en cuanto a progreso anda a la cabeza de los
países sudamericanos, a pesar de que continúan nuevas revoluciones
entorpeciéndolo. La presente obra ceñida estrictamente a la descripción

171
 
pintoresca
          de su    naturaleza,
          no
  es
  el
  lugar
    apropiado
        para
    darse
     cuenta
    
de  este
    naciente
        progreso.
       

Venezuela para mí fue casi una segunda patria. Cuando llegó


el momento de mi separación después de ocho años de larga perma-
nencia y viajes en todas direcciones, al divisar desde la cubierta del
barco las montañas costaneras de Puerto Cabello y la majestuosa Silla
de Caracas , me embargó un sentimiento contradictorio de tristeza por-
que debía abandonar el país, de gozo porque finalmente volvía a ver
a los míos. Luego se dió la señal de partida ; la hélice comenzó a trabajar
y paulatinamente las principales alturas de la costa fueron desapare-
ciendo en la lejanía brumosa del horizonte.
Este cuadro encantador ha quedado de manera indeleble gra-
bado en mi mente, junto al ardiente deseo, de verlo otra vez convertido
en realidad. ¿Podré realizarlo alguna vez ?

172
 
 INDICE
    

 PROLOGO
       DEL
  TRADUCTOR
         .. 0... 0... 0. .. .. 0... .. .. «.  Págs.
    7  - 9

 INTRODUCCION
           +... 0... .o 0... 0... 0... 0. 0. 0. 0. 0. .. »”  - 16
 11  

 CAPITULO
       LL...
 ..o ooo... o... .. .. 0... e... 2. 0. 0. .. 2. ” 17.34
    

CAPITULO  11 -  EN  LA  REGION


     ZULIANA
      .. 0... .. .. 0... .. 0. ”  35-54


          

 CAPITULO
        !1I  -  Á  TRAVES
      DE  LA SELVA
    ZULIANA
       +... .. 0. 0... .. ”    
55-78

CAPITULO
        - COMIENZA
 1V         LA SUBIDA
     +... .. 0. 0... +... 2... ” 79-112
    

CAPITULO
        V +  MERIDA
      .. 0. .. .. .. .. .. .. +. .. .. .. .. .. >  113-122
     

          
 CAPITULO
        VI - EXCURSIONES .. +... .. .. +... 0... 0... .. +. »  123-148
     

 CAPITULO   - LA
        VII    ASCENSION
        A LA
  SIERRA
      NEVADA
     .+. +... +... .. »”      
 149.158

CAPITULO
          -  MI
 VIII SALIDA
      DE MERIDA
     .. .. .. +... 0... 0... >  159-172
     

=


 ORDEN
     DE  LAS
   ILUSTRACIONES
             EN  COLOR
   

 Rio
   ESCALANTE
        .. .. .. 0. .. 0. 0... .. .. 0. .. .. .. .. .« .. «.«  LAMINA
     1

CosTa
     DE  CARUPANO
       .. .. 0. .. 0. .. 0... 0... 0... .. .. .. . .. «.  LAMINA
      Il

 PUERTO
      CABELLO
      +... .. .. 0. .. 0... .. 0... 0. e. 0... . .. .«.  LAMINA
      Il 

CIENAGA
       EN  EL ZULIA
    .. .. +. .. +... 0. 0. 0. .. 0. .. 0. . .. «.  LAMINA
      IV

 FLORA
    SELVATICA
        +... .. 0... .. 0... 0... .. 0. 0. .. .. .. .« .. «.  LAMINA
     — V

 SENDERO
       EN  LA CORDILLERA
         .. +. .. 0... 0... 0. 0... .. .. + .. +.  LAMINA
     VI

 MERIDA
      Y  SIERRA
      NEVADA
      .. .. .. 0... 0... 0. 0. .. 0... . .«. +.  LAMINA
      VII
 

 ParisaJE
       CAMINO
      DE  TORONDOY
       +... .. 0... .. .. 0... 0. 0. 0... . «. .«.  LAMINA
      VIH
  

 La  Concua,
       SIERRA
      NEVADA
     Y QUEBRADA
         DE SAN
   JACINTO
      .. .. . .. +.  LAMINA
      IX

 PARAMO
      DE  MUCUCHIES
        .. .. +. .. .. 0. 0. 0... 0... .. 0. .«. . .«. «+.  LAMINA
     X

 Laco
    DE  VALENCIA
       +... 0. 0... 0. 0. .. 0. 2. 0. .. .. .. .« .«. .«.  LAMINA
      XI

  CARACAS
    DE
 VALLE        +... 0. .. 0. +... 0. .. 0. .. .. .. .. .« .«. «.  LAMINA
      XII
 

 “VENEZUELA,
           EL MAS   | M£*!24  BELLO    PAIS    TROPICAL”
        
A. Goering. - Traducción de  M. Luisa     G.    de  Blay.    
 Edición      especial,
          de 2.000     ejemplares,
           totalmente         elaborada
         en
 los    Talleres       Gráficos              -  Mérida,
       Universitarios        Venezuela,
         -  del   3
de  febrero        al  29  de  marzo      de  MCMLXII,        CLIT    aniversario
           de  la
 Fundación
         de  la  Universidad
           de  Los    Andes,      -  En  su  realización          
 intervinieron:
              R.A.     Pabón,
      texto;
      Nicolás
       Sánchez,
        compaginación;
            
 Evgueni        Krupij,        impresión
         de  texto      y  láminas.        -  Grabados,         a
 cargo      de  M.  César      Baena;
      Encuadernación
              a  cargo      de  R.  Omar   
 Calderón.
         Coordinación
            y delineación
           gráfica:
        Giuseppe
        Scattolin.
        
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