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CAPITULO XV Delainviolabilidad delas propiedades, He dicho en el primer capitulo de esta obra, que los ciudadanos poseen derechos individua- Jes, independiantes, de toda autoridad social, y que estos derechos son Ja libertad personal, la libertad religiosa, la libertad de pensamion- to y opinién, la garantia contra la arbitrarie- dad y el uso y disfrute de Ja propiedad. Distingo, no obstante, log derechos de la propiedad de los demas derechos de los indi- viduos. Muchos de aquellos que han defendido ta propiedad por razonamientos abstractos, han caido, sino me engafio, en un grave error, han representado Ja propiedad como algo mis. terioso, anterior 4 la sociedad, independiente de ella, Ninguna de estas afirmaciones es ver= 76 dadera. La propiedad no es anterior 4 la so- ciedad, porque sin Ja asociacién, que le da una garantia, uo seria sino el derecho del primer ocupante; en otras palabras, el derecho de la fuerza; es decir, un derecho que no lo es. La propiedad no es independiente de la sociedad, porque un estado social, 4 la verdad muy mi- serable, puede ser concebido sin propiedad, mientras que no se puede imaginar propiedad sin estado social. La propiedad existe para la sociedad, la so- ciedad ha encontrado que el medio mejor de hacer disfrutar 4 sus miembros los bienes co- munes 4 todos, 6 disputados por todos antes de su institucién, era conceder una parte de ellos 4 cada uno, 6 mds bien sostener 4 cada uno en la parte que se ballaba ocupando, ga- rantizindole su disfrute, con los cambios que este disfrute pudiera experimentar, ya por los multiplicados cambios del azar, ya por los desiguales grados de industria. No es otra cosa la propiedad que una con- vencidn social; pero de que la reconozeamos por tal no se sigue que la miremos como. menos sagrada, menos inviolable, menos necesaria que los escritores que adoptan otro sistema. Han considerado algunos fiidsofos su estable— cimiento como un mal, su abolicién como po~ sible; pero han recurrido, para apoyar sus 77 teorfas, 4 una porcién de suposiciones, alguna de jas cuales no pueden calilicarse jamas, y que son relegadas, las menos quiméricas, 4 una época que ni aun no es licito prever; 20 sélamente han tomado por base un aumento de ilustracién, al cual el hombre llegara quiza, pero sobre el cual seria absurdo fundar nues- tras instituciones presentes, sino que hanesta- blecido, como demostrada, una disminucién de trabajo requerido actualmente para Ja sub- sistencia de la especie humana, tal, que esta disminucién excede hasta las mas hipotéticas invenciones. Ciertamente, cada uno de nuestros descubrimientos en mecénica, que reemplazan por instrumentos y maquinas !a fuerza fisica del hombre, es una conguista para el pensa- mieuto, y en virtud de las leyes de la natura- leza, haciéndose estas conquistas mas faciles, 4 medida que se multiplican, deben sucederse con una rapidéz acelerada; pero hay mucha distancia au de lo que hemos hecho y aua de lo que podemos imoaginar en este género 4 una exencién total del trabajo manual; no obstante, esta exencién seria indispensable para hacer posible la abolicién de ta propie- dad, 4 menos que no se quisiese, como piden algunos de estos escritores, repartir este tra— bajo igualmente entre todos los miembros de Ja asociacién. Pero este reparto, si no fuese 78 un ensueiio, resultaria contraproducente, qui- taria al pensamiento el ocio que debe hacerle fuerte y profundo; 4 la industria la perseve- rancia que la leva 4 la reflexién; 4 todas las clases las ventajas del hdbito, de la unidad de fin y de la centralizacién de las fuerzas. Sin propiedad, la especie humana existiria es- tacionaria, y en el grado més imbécil y sal- vaje de su existencia. Encargado cada cual de proveer s6lo 4 todas sus necesidades, divi- dirja sus fuerzas para subvenir 4 ellas, y ago- biado por el peso de esos cuidados multiples, jaméas avanzaria un solo paso. La abolicién de Ja propiedad seria destructora de la divisién del trabajo, base del perfeccionamiento de to- das las artes y de todas las ciencias. La fa~ cultad progresiva, esperanza favorita de los escritores 4 quienes combato, perecerfa falta de tiempo y de independencia, y Ja igualdad grosera y forzada que nos recomiendan, pon— dria un obstaculo invencible al establecimicn~ to gradual de la verdadera igualdad, la del bienestar y de la cultura. La propiedad, en su cualidad de convencidn social, es de la competencia y esté bajo la ju- risdiccién de la sociedad. La sociedad posee sobre ella derechos que no tiene sobre la li- bertad, la vida y las opiniones de sus miem- bros. 719 Pero la propiedad se enlaza intimamente 4 otras partes de la existencia humana, de las cuales unas no estan del todo sometidas 4 ia Jarisdiccién colectiva, y otras no estén some- tidus 4 esta jurisdiccién, sino de una manera limitada. La sociedad debe, en consecuencias restringir su accién sobre la propiedad, porque no podria ejercerla en toda su extencién, sia atentar 4 objetos que no le son subordinados. La arbitrariedad sobre la propiedad, pronto es seguida por la arbitrariedad sobre las per= sonas; en primer lugar, porque Ja arbitrarie~ dad es contagiosa; en segundo. porque la vio- lacién de la propiedad provoca necesariamente la resistencia. La autoridad abusa entonces del oprimido que resiste, y como ha querido arrebatarle su bien, es llevada 4 atentar 4 su libertad. No trataré en este capitulo de las confisca~ ciones ilegales y de otros atentados politicos contra la propiedad. No se puede considerar estas violencias como practicas usadas por los gobi-rnos regulares, son de la misma natura- leza que todas las medidas arbitrarias; no son sino una parte inseparable de ellas; el menos- precio 4 la fortuna de los hombres, sigue de cerca al menosprecio de su seguridad y de su vida. Observaré solamente, que por medidas ané- 80 logas, pierden los Gobiernos més que ganan, aLos reyes, dice Luis XIV en sus Memorias, yson sefores absolutos y tienen naturalmente »la disposicién plena y libre de todos los bie- ones de sus sibditos.» Pero cuando los reyes se consideran reyes absolutos de todo Jo que poseen sus siibditos, éstos ocultan lo que po- seen 6 lo disipan; si lo ocultan, se pierde para la agricultura, el comercio, la industria, para todos los géneros de prosperidad; si lo prodi- gan con goces frivolos, groseros é improduc= tivos, es desviarlo aun de los empleos utiles y de las especulaciones reproductivas. Sin Ja seguridad, la economia se hace avaricia y la moderacién imprudencia. Cuando todo puede ser quitado, hay que conquistar lo mds posi- ble, porque se tiene mds probabilidades de sustraer algo 4 la expoliacién. Cuando todo puede ser quitado, hay que gastar lo mds po- sible, porque tcdo lo que se gasta se quita 4 la arbitrariedad. Creia Luis XIV decir una cosa muy favorable a la riqueza de los reyes; decia algo que debia arruinar 4 los reyes, arruinan- do 4 los pueblos. Hay otras especies de expoliaciones menos directas de que creo Util hablar con algu- na mayor extensidn (4). Los Gobiernos se las (1) Debo prevenir al lector que en este capitulo se 81 permiten para disminuir sus deudas 6 au- mentar sus recursus, ora bajo el pretexto de la necesidad, algunas veces bajo el deja jus— ticia, siempre alegando el interés del Esta- do; porque asi como los apdéstoles celosos de la soberania del pueblo, piensan que la li- bertad publica gana con las travas puestas 4 la libertad individual, muchos hacendistas de nuestros dias parecen creer que el Estado se enriquece con la ruina de los individuos. jHonor 4 nuestro Gobierno que ha rechazado estos sofismas, y ha impedido estos errores con un articulo de nuestra acta constitucio- nal! (2). Los atentados indirectos 4 la propiedad, que van 4 ser asunto de las observaciones siguien- tes, se dividen en dos clases. Coloco en la primera Jas bancarrotas par~ ciales 6 totales, la reduccién de las deudas nacionales, ya en capitales, ya en intereses, el hallan sembradas aqui y alla frases sacadas de los me~ jores autores de economia politica y del crédito publico. He transcrito 4 veces sus propias palabras, no creyendo deber cambiarlas para decir mucho menos de lo que ellos habian dicho. Pero no he podido siempre citarles, porque he escrito este capitulo de memoria, sin tener mis notas 4 la vista. (2) Todos los eréditos contra el Estado, son invio~ Jables. Art, 65. Tous Ll 6 82 pago de estas deudas en efectos de valor infe- rior al nominal, la alteracién de las monedas, las retenciones, etc. Comprendo en la segun- da los actos de autoridad contra los hombres que han tratado con los Gobiernos, para sumi- nistrarle objetos necesarios 4 sus empresas militares 6 civiles,las leyes 6 inedidas retroac- tivas contra los enriquecidos, las Cémaras ar- dientes, la anulacién de los contratos, de las concesiones, de las ventas hechas por el Es- tado 4 particulares, Algunos escritores han considerado el esta- blecimiento de las deudas ptiblicas como una causa de prosperidad; soy muy de otra opi- nion. Las deudas ptklicas han creado una pro- piedad de especie nueva que no une su posce- dor al suelo, como la propiedad inmueble, que no exige ni trabajo asiduo, ni especulaciones dificiles, como la propiedad industrial, en fin que no supone talentos distinguidos como la propiedad que hemos llamado intelectual. El acreedor del Estado no esta interesado en la ‘prosperidad de su pais, como todu acreedor lo estd en la riqueza de su deudor, Con tal que este ultimo le pague esta satisfecho; y las ne~ gociaciones que han tenido por objeto asegu~ rar Su pago, le parecen siempre suliciente- mente buenas, por dispendiosas que hayan po- dido ser. La facultad que tiene de enagenar 83 su crédito, le hace indiferente 4 la probabili- dad, aunque lejana, de la ruina nacional. No tiene un rincén de tierra, ni una fabrieca, ni una fuente de producciones cuyo empobreci- miento contemple con desasosiego, en tanto que hay otros recursos que subvienen 4 la ad- quisicién de sus rentas (1). La propiedad en los fondos p&blicos es de una naturaleza esencialmente egoista y solita- ria y que se hace facilmente hostil, porque no existe sino 4 expensas de las demas. Por un efecto notable de la orgavizacién complicada de las sociedades modernas, mientras que el interés natural de toda nacién estd en que los impuestos sean reducidos 4 la suma menos elevada que sea posible, la creacién de una deuda piiblica hace que el interés de una parte de cada nacién esté en el aumento de Jos im- puestos. (2) Pero, sean cualesquiera los efectos perni- cioses de las deudas pablicas, es un mal he~ cho inevitable para los grandes Estados. Aque- Hos que subvienen habitualmente 4 los gastos naturales por los impuestos son, casi siempre, obligados 4 anticipar, y sus anticipos forman una deuda; estdn ademds, 4 la primera cir- (1) Smith, (Rig. de las naciones», v. 3. (2) Administr. des Fin. Il, 378-379. 84 cunstancia extraordinaria, obligados 4 lo mismo. En cuanto 4 aquellos que han prefe= ridv el sistema de los empréstitos al de los impuestos, y que no establecen contribucio- nes sino para hacer frente 4 los interes de sus empréstitos (tal es préximamente en nuestros dias el sistema de Inglaterra), una deuda pi- blica es inseparable de su existencia. Asi, re~ comendar 4 los Estados modernos renunciar 4 los recursos que el crédito les ofrece, seria una vana tentativa. Pero, desde el momento en que una deuda nacional existe, no hay sino un medio de ate- nuar los efectos dafosos y es respetarla escru- pulosamente. Se le da de esta suerte una es- tabilidad que la asimila, en cuanto lo permite su naturaleza, dlos otros géneros de propiedad. Jamas puede ser Ja mala fé remedio 4 cosa alguna. No pagando las deudas pablicas, se afiadiria, 4 las consecuencias inmorales de una propiedad que dé a sus poseedores intere~ ses diferentes 4 los de la nacién de que for- man parte, las consecuencias, mds funestas atia de la incertidumbre y de la arbitrariedad. La arbitrariedad y la incertidumbre son las primeras causas de lo que se llama el agio. Jamas se desarrolla con mas fuerza y activi- dad que cuando el Estado viola sus compro- misos; todos los ciudadanos entonces se ven 85 reducidos 4 buscar en el azar de las especu- laciones algo que les indemnice de las pérdi- das que lu autoridad les hace experimentar. Toda distincién entre los acreedores, toda inquisicién en las transaciones de los indivi-~ duos, toda fiscalizacién del camino que los efectos publicos han seguido y de las manos porque han pasado hasta su realizacion, es una bancarrota. Un Estado contrae deudas y da en pago sus efectos 4 los hombres 4 quie- nes debe dinero, Estos hombres se ven cbli- gados a vender los efectos que se les ha dado. {Con qué pretexto se partird de esta venta para discutir ei valor de esos efectos? Cuanto mas se ponga en duda su valor, mas perderan. Habré medio de apoyarse en esta depreciacién nueva para no recibirlos sino 4 un precio ain mas bajo. Recobrando esta doble progresién sobre si misma, redacird pronto el crédito 4 la nada y 4 los particulares 4 ta ruina, El acreedor originario ha podido hacer de su titulo lo que ha querido. Si ha vendido su crédito la culpa no es suya si la necesidad le ~ ha obligado a ello, sino del Estado que no le pagé. sino en efectos que se ha visto obligado a vender. Si ha vendido su crédito en precio {nfimo, la culpa no es del comprador que le ha adquirido con probabilidades desfavorables, sino, aun otra vez, del Estado que ha creado 86 estas probabilidades deslavorables; porque el crédito vendido no hubiera hajado 4 infimo precio si cl Estado no hubiese iuspirado des- confianza. Estableciendo que un efecto baje de valor pasando & segunda mano en condiciones cua- lesquiera que el Gobierno debe ignorar, pues- to que son estipulaciones libres é indepen~ dientes, se hace de la circulacién, que se ha mirado siempre como un medio de riqueza, una causa de empobrecimiento. 4Cémo justi- ficar esta politica que rehusa 4 sus acreedores lo que les debe y desacredita lo que ‘es da? gCon qué prestigio condenardn los Tribunales al deudor, acreedor 4 su vez de una autoridad que hace bancarrota? ;Cémo! jCastigado en un calabozo, despojado de lo que me pertenccia, porque no he podido satisfacer las deudas que he contraido sobre la fé ptiblica, pasaré ante Ja tribuna de que las leyes expoliadoras han salido! A un lado estard el poder que me des- poja, 4 otro los jueces que me castigan por haber sido despojado. Todo pago nominal es una bancarrota, Toda emisién de un papel que no puede 4 voluntad ser convertido en numerario, es, dice un au- tor recomendable, una expoliacién (4). Nada (1) Say. Economia Politica. If, 8. Aplicad 87 altera la naturaleza del acto, que los que la cometen estén armados del poder ptblico. La autoridad que paga 4 un ciudadano en valores supuestos, le obliga 4 pagos semejantes. Para no alterar sus operaciones y hacerlas imposi- bles, esta obligada a legitimar todas las ope- raciones andlogas, Creando la necesidad para algunos, preocupa 4 todos la excusa. El egois- mo, mucho mas sutil, mas diestro, mas pron~- to, mds diversificado que la autoridad, se lan- za a la sefial dada. Desconcierta todas las pre- cauciones por la rapidéz, la complicaciéa, la variedad de sus fraudes. Guando la corrufcién puede justificarse por la necesidad, no tiene limites. Si el Estado quiere marcar una dife- rencia entre sus transaciones y las transacio- nes de los individuos, la injusticia se hace mds escandalosa. Los acreedores de una nacién no son sino una parte de esta nacién. Cuando se estable- cen impuestos para satisfacer los intereses de -la Deuda ptblica, se hacen pesar sobre la na-~ cién entera, porque los acreedoreg del Estado, como contribuyentes, pagan su parte de estos impuestos. Reduciendo la deuda, se la arroja Sobre los acreedores solos. Es, pues, concluir esto al valor actual de los hillotes de Banco on Ingla~ terra, y reflexionad, 88 de que un peso es demasiado fuerte para ser soportado por todo un pueblo, que sera sopor- tado mas facilmente por la cuarta parte 6 la octava de este mismo pueblo. Toda reduccién forzada es una bancarrota. Se ha contratado con individuos segin condi- ciones que se ha libremente estipulado; han lenado estas condiciones; han entregado sus capitales; les han retirado de los ramos de la industria que les prometian beneficios; se les debe todo lo que se les ha prometido; el cum- plimiento de estas promesas es la indemniza- cién legitima de los sacrificios que han hecho, de los riesgos que han corrido. Si un ministro lamenta haber propuesto condiciones onero- sas, la culpa eS suya, y en modo alguno de aquellos que no han hecho sino aceptarlas, La eulpa es suya doblemente, porque lo que ha hecho, sobre todo, estas condiciones onerosas son sus infidelidades anteriores; si hubiese inspirado una confianza completa, hubiera ob- tenido mejores condiciones. Si se reduce la deuda en un cuarto, qué impide reducirla en un tercio, en nueve déci- mas partes 6 en la totalidad? ,Qué garantia se puede dar a los acreedores 6 darse 4 si mis- mo? El primer puso en todo hace mas facii el segundo. Si principios severos hubiesen obli- gado a la autoridad al cumplimiento de sus 89 promesas, hubiera buseado recursos en el or- den y en la economia. Pero ha intentado los del fraude, les ha admitido como bueuos para su uso; ellos la dispensan de todo trabajo, de toda privacién, de todo esfuerzo. Volverd a ellos sin cesar, porque no tiene la conciencia de la integridad para contenerse. Tal es la ceguedad que sigue al abandono de la justicia, que se ha imaginado algunas veces que reduciendo las deudas por un acto de autoridad se reanimaria el crédito que pa- recia decaer. Se ha partido de un principio que se habia comprendido mal y que se ha aplicado peor. Se ha pensado que cuanto menos se de-~ biera mayor confianza se inspiraria, porque se estaria en estado mejor de ‘pagar las deu-~ das; pero se ha confundido el efecto de una liberacién legitima y el de una bancarrota. No basta que un deudor, pueda cumplir sus compromisos; es menester que quiera 6 que haya medio de obligarie a ello. Pero un Go- bierno que se aprovecha de su autoridad para anular una parte de su deuda prueba que no tiene voluntad de pagar. Sus acreedores no tienen la facultad de obligarle 4 hacerlo. Qué importan, pues, sus recursos? No ocurre en una deuda publica lo que con los articulos de primera necesidad; cuantos menos articulos hay tienen mas valor. Y es 90 porque tienen un valor intrinseco y ese valor relativo‘aumenta por su rareza. El valor de una deuda, por el contrario, no depende sino de la fidetidad del deudor. Conmoved la fide~ lidad y el valor sera destruido. Se puede muy bien reducir Ja deuda 4 Ja mitad, 4 la cuarta, ‘la octava parte; lo que queda de esta deuda esta ya desacreditado. Nadie quiere ni envidia una deuda que no se paga. Cuando se trata de particulares, la posibilidad de cumplir sus compromisos es la condicién principal, porque la ley es més fuerte que ellos. Pero cuando se trata de los Gobiernos, la condiciéa principal es la voluntad. Hay otro género de bancarrotas, de las cua- les muchos Gobiernos parecen tener menos escripulos. Empefados ya por ambicién, ya por imprudancia, ya también por la necesidad de empresas dispendiosas, contratan con co- merciantes logs objetos necesarios 4 estas em- presas. Sus contratos son desventajosos, esto debe ser; los intereses de un Gobierno jamaés pueden ser defendidos con tanto celo como los intereses porticulares; ese es el destino comin a todas las transacciones, cn las cuales -no pueden velar Jas mismas partes; es ese tn destino inevitable; toma entonces Ja autoridad odio 4 los hombres que no han hecho sino aprovecharse del beneficio inherente a su si- 941 tuacién; alienta contra ellos Jas declamaciones y las calumnias, anula sus mercados; retarda 6 niega los pagos que ha prometido; adopta medidas generales que, para alcanzar 4 algu- nos sospechosos, comprenden sin examen 4 toda una clase. Para paliar este iniquidad, se tiene cuidado de presentar estas medidas co- mo adoptadas exclusivamente contra aquellos que estan & la cabeza de las empresas cuya re- tribucién se les quita; se excita contra algu- nos nombres odiados 6 calumniados la animad - versién del pueblo; pero los hombres que le han despojado no estan aislados, no lo han hecho todo por si mismos, han empleado ar- tesanos, fabricantes que les han procurado va- lores reales, y sobre estos wllimos recae la expoliacién que parece ejercerse sdlamente subre aquéllos, y esc mismo pueblo que, siem- pre crédulo, aplaude la destruccién de algunas fortunas, cuya pretendida enormidad le irrita, no calcula que descansando todas esas fortu- nas sobre trabajos cuyo instrumento ha sido, tendian 4 refluir hasta él, mientras que su destruciéa Je quita 4 61 mismo el premio de sus propios afanes. Tienen siempre los Gobiernos una necesi- dad mayor 6 menor de hombres que contraten con ellos. No puede un Gobierno comprar al contado, como un particular; es preciso 6 que 92 pague adelantado, lo cual es impracticable, 6 que se le procure @ crédito lus objetos que ne- Cesita; si maltrata y envilece a los que se los procuran, gqué sucede? Los hombres honra- dos se retiran, no queriendo desempefiar un oficio vergunzoso; se presentan solos los hom- ores degradados; evaliian el precio de su honra y previendo ademas que se les pagara mal, se pagan por sus propias manos. Un Gobierno es demasiado lento, demasiado dificultoso y em- barazado en sus movimientos para seguir ios caleulos y las répidas inaniobras del interés individual. Cuando quiere luchar en corrup- cién con los particulares, la de los tltimos es siempre la mas habil. La Unica politica de la fuerza es la lealtad. El primer efecto de un descrédito arrojado sobre un género de comercio es alejar de él 4 todos los comerciantes 4 quienes la avidéz no seduce. El primer efecto de un sistema arbi~ trarioes inspirar 4 todos los hombres inte- gros el deseo de no encontrar esta arbitrarie~ dad y de evitar las transaciones que pudieran ponerles en relacién con ese terrible poder (4}. Las economias fundadas sobre la violacién (t) V. acerca de Ics resultados de las revocacio= nes y anulaciones de contrato, la excelente obra sobre los ingresos publicos, por M. Ganilh, I. 93 de la fé p&blica han hallado en todos los paises su castigo infalible en las transaciones que les han seguido. El interés de la iniquidad, 4 pesar de sus reducciones arbitrarias, y sus leyes violentas, se ha pagado siempre al céntuplo de lo que hubiera costado la fidelidad. Quizd hubiera yo debido colocar en el na- mero de los atentados 4 la propiedad el esta- blecimiento de todo impuesto indtil 6 exce- sivo, Todo lo que excede 4 las necesidades realos, dice un escritor, cuya autoridad en estas materias no se discutira (1), deja de ser legitimo. No hay otra diferencia entre las usurpaciones particulares y la de la autoridad, sino que Ja injusticia de los unos estriba en ideas sencillas, que cada cual puede facil- mente concebir, mieatras que estando ligadas las otras 4 combinaciones complicadas, nadie puede juzgar de ellas de otro modo que por conjeturas. Todo impuesto inutil es un atentado con- tra la propiedad, tanto mas odioso, cuanto se ejecuta con toda la solemnidad de la ley, tanto més irritante cuanto es el rico el que le con suma contra el pobre, la autoridad en armas contra el individuo desarmado. Todo impuesto, de cualquiera especie que (1) Admin, des Finances. I, 2. 94 sea, tiene siempre una influencia mds 6 menos perniciosa (1); es un mal necesario, pero como todos los males necesarios, es preciso hacer que sea lo menor posible. Cuanto mas medios se deje 4 disposicién de la industria de los particulares, mas un Estado prospera. El impuesto, por el mero hecho de quitar una porcién cualquiera de esos medios 4 la indus- tria, es infaliblemente dafioso. Rousseau, que en Hacienda no tenia ilus- tracién alguna, ha repetido, con otros muchos escritores, que en los paises monarquicos ha- bia que consumir por el lujo del principe, el exceso de lo supérfluo de los sibditos, porque valia mas que este excedente fuese absorbido por el Gobierno que disipado por los particu- lares (2). Se reconoce en esta doctrina una mezcla absurda dé prejuicios monarquicos y de ideas republicanas. El lujo del principe, lejos de contener e] de Jos individuos, le sirve de estimulo y de ejemplo. No se debe creer que despojandoles les reforma. Puede precipi- tarles en la miseria, pero no puede mantener- les en la sencilléz. Sélamente la miseria de (1) V. Smith, lib. V, en lo que concierne 4 la aplicacién de esta verdad general 4 cada impuesto en particular. (2) Contrato social. m1, 8. 95 unos se combina con el lujo de otro y esta es, de todas las combinaciones, la més deplorable, Conduce el exceso de los impuestos 4 Ia subversién de la justicia, al deterioro de la moral, 4 la destruccién de la libertad indivi- dual. Ni la autoridad que quita 4 las clases laboriosas su subsistencia penosamente ad- quirida, ni esas clases oprimidas que ven esa subsistencia arrancada de sus manos y para enriquecer a duefios dvidos, pueden permanc- cer fieles 4 las leyes de la equidad, en esa lu- cha de la debilidad contra la violencia, de la pobreza contra la avaricia, de la desnudéz con- tra la expoliacién. Y nos engatiariamos suponiendo que el in- conveniente de los impuestos excesivos se li- mita 4 la miseria y 4 las privaciones del pue- blo. Resulta de él otro mal no menor que hasta ahora no parece haber sido suficientemente observado. La posesién de una fortuna muy cuantiosa inspira atin 4 los particulares deseos, capri- chos, fantasias desordenadas que no hubieran podido concebir en una situacién mds estre- cha: No ocurre lo mismo 4 los hombres en el poder. Lo que ha sugerido 4 los ministerios ingleses, desde hace cincuenta atios, preten— siones tan exageradas y tan insolentes ha sido la facilidad, demasiado grande, que han halla- 96 do para procurarse inmensos tesuros por con- tribuciones enormes. Lo supérfluo de la opu=- lencia embriaga, como lo supérfluo de la fuerza, porque la opulencia es una fuerza y la mas real de todas; de aqui planes, ambicio- nes, proyectos, que un ministerio que sdélo hubiera poseido lo necesario jams hubiera formado. Asi el pueblo no es solamente mise- rable, porque paga mds de lo que permiten sus medios, sino que lo es atin por el uso que se hace de lo que paga. Sus sacrificios redun- dan coutra él. No paga ya impuestos para te- ner la paz asegurada por un buen sistema de defensa. Paga para tener la guerra, porque la autoridad, orgullosa de sus tesoros, quiere gas- tailos gloriosamente. El pueblo paga, no para que el orden se conserve en el interior, sino para que favoritos enriquecidos con sus des— pojos perturben, por el contrario, el orden publico con impunes vejaciones. De esta suer- te compra una nacidn con sus privaciones las desdichas y los peligros; y, en tal estado de cosas, el Gobierno se corrompe por su riqueza y el pueblo por su miseria.

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