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MONICIÓN INICIAL
Señor Jesús aquí estamos para adorarte, para encontrarnos contigo, fortalecer nuestra fe y sentirnos
amados por ti. Tú estás aquí presente en la Eucaristía para ser Dios con nosotros y en nosotros, te
quedaste en este pedacito de pen, para ser alimento, para ser vida. Al celebrar la Pascua, queremos
anunciar al mundo que Cristo vive, y bien en la realidad de cada día. Guiados por el papa Francisco,
en la homilía de la Vigilia Pascual y del domingo de Pascua , reflexionando con él, queremos
prepararnos para anunciar a Cristo vivo y Resucitado, seguros de tu presencia real entre nosotros.
Lectura de Evangelio
LECTURA:
LECTURA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 28, 1-10
Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el
sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose
corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los
centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres:
-- Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho.
Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos y va por
delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis." Mirad, os lo he anunciado."
Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría corrieron a anunciarlo a los
discípulos. De pronto, Jesús, les salió al encuentro y les dijo:
-- No temáis.
Ellos se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo:
-- No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.
Palabra del Señor
Paso de Dios con poder levantado a su Hijo: Cristo Jesús, que por amarnos murió,
Él une ya para siempre la tierra y el cielo. resucitó de los muertos.
Grano de trigo, tu cuerpo, sembrado en la tierra,
ha dado fruto abundante, preciado alimento. Cristo, concede a tus fieles, que hoy te bendicen,
ser sepultados contigo y entrar en tu Reino.
Cristo Jesús, que por amarnos murió, Al que se sienta a la diestra del Padre en lo alto
resucitó de los muertos. sean la gloria, el poder, el honor y el imperio.
Este es el tiempo de gracia, que lava las culpas, Cristo Jesús, que por amarnos murió,
da la inocencia y ofrece al triste consuelo. resucitó de los muertos.
Es nuestra fiesta; los hijos nacidos del agua
LECTURA:
Lectura del Evangelio según san Juan 20, 1-9:
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa
quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo:
–«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que
Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le
habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.Pues hasta entonces
no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
PAPA FRANCISCO 1:
De la homilía del Papa Francisco el domingo de pascua
Hoy la Iglesia repite, canta, grita, Jesús ha resucitado, pero ¿cómo es esto? Pedro, Juan y
las mujeres fueron al sepulcro y estaba vacío, pero Él no estaba. Y fueron con el corazón
cerrado de la tristeza, la tristeza de una derrota, el Maestro, su Maestro, aquel que tanto
amaban ha sido ajusticiado y muerto y de la muerte no se regresa.
Esta es la derrota, este es el camino de la derrota, el camino hacia el sepulcro. Pero el ángel
les dice: no está aquí, ha resucitado. El primer anuncio, ¡ha resucitado!
Después la confusión, el corazón cerrado, las apariciones, ellos cerrados, toda la jornada en
el cenáculo porque tenían miedo que les sucediera a ellos lo que le sucedió a Jesús.
Y la Iglesia no deja de decir a nuestros fracasos, a nuestros corazones cerrados, temerosos…
¡detente!, el Señor ha resucitado. Pero si el señor ha resucitado como es que suceden estas
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cosas, como es que suceden tantas desgracias, enfermedades, tráfico de personas, trata de
personas, guerra, destrucción, mutilación, revancha, odio… ¿dónde está el Señor?
«En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la
Magdalena y la otra María a ver el sepulcro» (Mt 28,1). Podemos imaginar esos pasos…, el
típico paso de quien va al cementerio, paso cansado de confusión, paso debilitado de quien
no se convence de que todo haya terminado de esa forma… Podemos imaginar sus rostros
pálidos… bañados por las lágrimas y la pregunta, ¿cómo puede ser que el Amor esté muerto?
A diferencia de los discípulos, ellas están ahí —como también acompañaron el último respiro
de su Maestro en la cruz y luego a José de Arimatea a darle sepultura—; dos mujeres
capaces de no evadirse, capaces de aguantar, de asumir la vida como se presenta y de
resistir el sabor amargo de las injusticias. Y allí están, frente al sepulcro, entre el dolor y la
incapacidad de resignarse, de aceptar que todo siempre tenga que terminar igual.
Y si hacemos un esfuerzo con nuestra imaginación, en el rostro de estas mujeres podemos
encontrar los rostros de tantas madres y abuelas, el rostro de niños y jóvenes que resisten
el peso y el dolor de tanta injusticia inhumana. Vemos reflejados en ellas el rostro de todos
aquellos que caminando por la ciudad sienten el dolor de la miseria, el dolor por la
explotación y la trata. En ellas también vemos el rostro de aquellos que sufren el desprecio
por ser inmigrantes, huérfanos de tierra, de casa, de familia; el rostro de aquellos que su
mirada revela soledad y abandono por tener las manos demasiado arrugadas. Ellas son el
rostro de mujeres, madres que lloran por ver cómo la vida de sus hijos queda sepultada bajo
el peso de la corrupción, que quita derechos y rompe tantos anhelos, bajo el egoísmo
cotidiano que crucifica y sepulta la esperanza de muchos, bajo la burocracia paralizante y
estéril que no permite que las cosas cambien. Ellas, en su dolor, son el rostro de todos
aquellos que, caminando por la ciudad, ven crucificada la dignidad.
En el rostro de estas mujeres, están muchos rostros, quizás encontramos tu rostro y el mío.
Como ellas, podemos sentir el impulso a caminar, a no conformarnos con que las cosas
tengan que terminar así. Es verdad, llevamos dentro una promesa y la certeza de la fidelidad
de Dios. Pero también nuestros rostros hablan de heridas, hablan de tantas infidelidades,
personales y ajenas, hablan de nuestros intentos y luchas fallidas. Nuestro corazón sabe
que las cosas pueden ser diferentes pero, casi sin darnos cuenta, podemos acostumbrarnos
a convivir con el sepulcro, a convivir con la frustración. Más aún, podemos llegar a
convencernos de que esa es la ley de la vida, anestesiándonos con desahogos que lo único
que logran es apagar la esperanza que Dios puso en nuestras manos. Así son, tantas veces,
nuestros pasos, así es nuestro andar, como el de estas mujeres, un andar entre el anhelo
de Dios y una triste resignación. No sólo muere el Maestro, con él muere nuestra esperanza.
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Los gritos que se oigan, los escucharemos, Cuando esto lo vivamos, todo nuestro,
las faltas que otros tengan, nos dolerán, la tierra volverá a resucitar.
las culpas que nos carguen, las aceptaremos,
y en el alma la humildad siempre estará. Si porque estamos solos nos sentimos muertos,
buscamos, todos juntos, la comunidad,
Luz de Dios a las sombras le pondremos, entonces viviremos el Padrenuestro,
nos diluiremos juntos, como la sal. la tierra volverá a resucitar
Pienso en estas cosas de la vida que no entiendo, quizás yo también me pregunte dónde está el Señor
pienso también en ¿Cuáles son mis propias derrotas, mis fracasos? ¿Ante qué situaciones de mi día a
día me siento temeroso?
Señor Jesús, Hoy la Iglesia, repite, canta y grita que Tú has resucitado, haz que no nos
conformemos, que no nos acostumbremos a convivir con el sepulcro, que seamos capaces de
abrir las losas que encierran a la humanidad. Aviva en nosotros la esperanza de un mundo mejor,
la esperanza de la resurrección.
PAPA FRANCISCO 1:
Ayer llame por teléfono a un joven con una enfermedad grave, un joven culto, un ingeniero,
y hablando para darle un signo de fe le dije: "No hay explicaciones para lo que te sucede,
mira a Jesús en la cruz, Dios hizo eso con su hijo, no hay otra explicación".
Y él me ha contestado: "Sí. Pero se lo ha pedido al hijo y el hijo a dicho sí. Pero a mí no me
han preguntado si quería esto, y yo no he dicho que sí". Esto nos conmueve. A ninguno de
nosotros nos han preguntado si estamos contentos con lo que pasa en el mundo, si
estamos dispuestos a llevar a delante esta cruz… y la cruz va a delante y la fe en Jesús
se viene abajo, por eso la Iglesia continúa diciendo ¡Jesús ha resucitado!
Y esto no es una fantasía. La resurrección de Cristo no es una fiesta con flores; es algo
más. Es el Misterio de la piedra descartada que termina por ser el fundamento de nuestra
existencia, ¡Cristo ha resucitado!. Y esto significa en esta cultura del descarte, donde eso
que no sirve toma el camino del “usa y tira” y todo lo que no sirve viene descartado; esa
piedra que ha sido descartada es fuente de vida.
También nosotros pequeñas piedras, en esta tierra de dolor, de tragedia, con la fe en Cristo
resucitado, tenemos un sentido. En medio de tanta calamidad, sin mirar más allá, no hay
un muro sino un horizonte. Está la vida, está la gloria, es la cruz con esta ambivalencia.
Mira adelante, no te cierres, tú pequeña piedra tienes un sentido en la vida porque eres una
piedra tomada de aquella gran piedra que la maldad del pecado ha descartado.
¿Qué nos dice la Iglesia hoy ante tantas tragedias? Simplemente esto; la piedra descartada
no resulta realmente descartada. Las piedritas que creen y se aferran a esa piedra no son
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descartadas, tienen un sentido. Con este sentimiento la Iglesia repite desde dentro del
corazón, ¡Cristo ha resucitado!
Pensemos un poco cada uno de nosotros en los problemas cotidianos, en las enfermedades
que cada uno de nosotros hemos vivido o alguno de nuestros familiares; pensemos en las
guerras, en las tragedias humanas, y simplemente con voz humilde, sin flores, solo delante
de Dios, delante de nosotros mismos.
No sé cómo va esto pero estoy seguro que Cristo ha resucitado y yo apuesto por esto.
Hermanos y hermanas esto es lo que quería decirles. Vuelvan a casa hoy repitiendo en sus
corazones ¡Cristo ha resucitado!
CANTO
Cristo el Señor resucitó,
su amor fue más fuerte que la muerte... Jesús, el Señor crucificado vive glorioso para
La Iglesia canta de alegría Los pobres saltan de siempre Cristo Jesús, hermano nuestro
contentos; encuentran paz los perseguidos, está con nosotros para siempre
Consuelo y perdón los pecadores. Se alejan confusos los soberbios,
se enreda el saber de los doctores,
Cristo, el Señor, resucitó, su amor fue más entienden los pobres la palabra,
fuerte que la muerte (bis). La Iglesia sorprendida en adulterio
Se alegran por fin los olvidados se ponen de pie los recibe el perdón estremecida.
humillados; los pobres se sientan a la mesa, Cristo, el Señor, resucitó, su amor fue más fuerte
encuentran lugar los postergados. que la muerte (bis).
Así como ingresamos con las mujeres al sepulcro, los invito a que vayamos con ellas, que
volvamos a la ciudad, que volvamos sobre nuestros pasos, sobre nuestras miradas. Vayamos
con ellas a anunciar la noticia, vayamos… a todos esos lugares donde parece que el sepulcro
ha tenido la última palabra, y donde parece que la muerte ha sido la única solución. Vayamos
a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo
resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que
han sepultado la dignidad. Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por
este camino, entonces no somos cristianos.
Vayamos y dejémonos sorprender por este amanecer diferente, dejémonos sorprender por la
novedad que sólo Cristo puede dar. Dejemos que su ternura y amor nos muevan el suelo,
dejemos que su latir transforme nuestro débil palpitar.
Quiero gritarlo a los cuatro vientos Quiero gritarlo a los cuatro vientos
Quiero anunciarlo de norte a sur Quiero anunciarlo de norte a sur
Que se oiga un canto de este a oeste Que se oiga un canto de este a oeste
Que Jesucrito resucito (bis) Que Jesucrito resucito
Se oyen los redimidos
Señor Jesús, Hoy la Iglesia, repite, canta y grita que Tú has resucitado, haz que sepamos
reconocerte resucitado en nuestros problemas cotidianos y al hacerlo cambiemos nuestra mirada,
nuestra manera de vivir las dificultades y la forma de ver a los hermanos. Aviva nuestros corazones
para que proclamemos con nuestras vidas que “Cristo ha resucitado”.
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Lectura del santo evangelio según san Juan
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa,
con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y
les dijo: -«Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría
al ver al Señor. Jesús repitió:-«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también
os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:-«Recibid el Espíritu Santo; a quienes
les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan
retenidos.»
Vivir en la oscuridad, con las puertas cerradas, con miedo, a la defensiva es continuar en lo
antiguo, no haber experimentado a Jesús resucitado. Jesús abre las puertas que cierran el
miedo, el formalismo, la inercia, la cobardía... La vida, muerte y resurrección de Jesús inmuniza
contra todo sentimiento de amargura, tristeza, insolidaridad, prepotencia, resignación...
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría
al ver al Señor. Jesús repitió:«Paz a vosotros.
Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo»
Jesús es nuestra alegría y nuestra paz. La armonía con nosotr@s mism@s y con l@s demás,
con la naturaleza y con Dios. Tod@s somos enviad@s a hacer lo que hemos visto hacer a Jesús,
a continuar y actualizar su vida y su mensaje.
El encuentro con Jesús resucitado transforma a las personas, llena la vida de alegría, entusiasmo
y paz auténtica. Libera del miedo, abre nuevos horizontes e impulsa a dar testimonio creíble de la
Buena Noticia, a construir el Reino, a hacer visible su Presencia.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo;
El Espíritu es el gran don de la Pascua. Jesús nos envía su Espíritu, su Aliento, su Ánimo, su Vida
para que nos empapemos de Él, y lo contagiemos y comuniquemos a l@s demás. El Espíritu de
Jesús hace a las personas fuertes, libres, buscadoras, luchadoras, entrañables, compasivas,
sensibles..., constructoras de una vida mejor, más libre, justa, plena y feliz para tod@s.
“El Espíritu no quiere ser visto, sino ser en nuestros ojos la luz”. (Urs von Baltasar)
a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos.»
El perdón es fruto de la paz, es la virtud de la persona nueva y resucitada. Quien se siente y se
sabe gratuita e incondicionalmente perdonad@ se capacita para perdonar. El perdón despierta
esperanza y confianza en quien perdona y en quien es perdonad@. Perdonar es parte de la
misión encomendada por Jesús a tod@s sus seguidores y seguidoras: “Perdonaos unos a otros”.
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Tod@s estamos llamad@s a ser, de múltiples maneras, signos y fuente del perdón-compañía-
acogida... que es Dios.
SILENCIO
Señor Jesús, Hoy la Iglesia, repite, canta y grita que Tú has resucitado, haz que seamos verdaderos
comunicadores de paz, de confianza, de esperanza en un futuro siempre nuevo. Que sepamos
pedir perdón y perdonar y que vivamos unidos, sembrando tu amor, mirando al mundo con tus
ojos. Aviva en nosotros la paz que supone saberte siempre a nuestro lado.
Que en estos tiempos el Señor sostenga en modo particular los esfuerzos de cuantos trabajan
activamente para llevar alivio y consuelo a la población civil de Siria, víctima de una guerra que no
cesa de sembrar horror y muerte. Que conceda la paz a todo el Oriente Medio, especialmente a
Tierra Santa, como también a Irak y a Yemen.
Que los pueblos de Sudán del Sur, de Somalia y de la República Democrática del Congo, que
padecen conflictos sin fin, agravados por la terrible carestía que está castigando algunas regiones
de África, sientan siempre la cercanía del Buen Pastor.
Que Jesús Resucitado sostenga los esfuerzos de quienes, especialmente en América Latina, se
comprometen en favor del bien común de las sociedades, tantas veces marcadas por tensiones
políticas y sociales, que en algunos casos son sofocadas con la violencia. Que se construyan
puentes de diálogo, perseverando en la lucha contra la plaga de la corrupción y en la búsqueda
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de válidas soluciones pacíficas ante las controversias, para el progreso y la consolidación de las
instituciones democráticas, en el pleno respeto del estado de derecho.
Que el Buen Pastor ayude a ucraniana, todavía afligida por un sangriento conflicto, para que
vuelva a encontrar la concordia y acompañe las iniciativas promovidas para aliviar los dramas de
quienes sufren las consecuencias.
Queridos hermanos y hermanas, este año los cristianos de todas las confesiones celebramos juntos
la Pascua. Resuena así a una sola voz en toda la tierra el anuncio más hermoso: «Era verdad, ha
resucitado el Señor». Él, que ha vencido las tinieblas del pecado y de la muerte, dé paz a nuestros
días. Feliz Pascua.