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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
Apresentação
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Índice:
Ficha Técnica......................................................................................................................................... 01
Apresentação......................................................................................................................................... 02
Jurisprudência selecionada:
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CONSTITUCIÓN Y VALORES
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artículo 4o. que todos los seres humanos son libres e iguales en dignidad
y derechos, para añadir poco después que ninguna persona puede ser so-
metida a servidumbre ni a otra condición que menoscabe su dignidad.
Esa sensibilidad por el ser humano ha teñido hondamente el constitu-
cionalismo occidental europeo, que ha venido a consagrar la dignidad de
todo ser humano como valor material central de la norma fundamental,
derivando del mismo un amplísimo reconocimiento de los derechos de
la persona y una multiplicidad de mecanismos de garantía.
Este es el caso de la Constitución italiana, cuyo artículo 2o. proclama
que: “ La Repubblica riconosce e garantisce i diritti inviolabili dell’
uomo, sia come singolo, sia nelle formazioni sociali ove si svolge la sua
personalità, e richiede l’adempimento dei doveri inderogabili di solida-
rietà politica, economica e sociale” , con lo que el constituyente, de
modo inequívoco, enuncia, como significara Mortati,4 dos presupuestos
irrenunciables de la forma democrática de Estado: el principio persona-
lista y el igualitario. De esta forma, los derechos inviolables del hombre
no pueden ser concebidos como la resultante de una autolimitación del
Estado republicano, sino que, como sostiene Paladin,5 representan “ un
dato congenito dell’ordinamento statale vigente” ; se trata precisamente
de aquella decisión que separa al nuevo Estado de la posguerra del Es-
tado totalitario creado por el fascismo. Por lo demás, no es inadecuado
recordar que la vigencia efectiva de los derechos del hombre, bien indi-
vidualmente considerado, bien como integrante de unas formaciones so-
ciales en las que desarrolla su personalidad, requiere del cumplimiento
de unos deberes de solidaridad; entre la vigencia de los derechos y el
cumplimiento de los deberes se establece una estrecha correlación, por
lo que a la “ inviolabilità” de los derechos corresponde la “ inderogabili-
tà” de los deberes. Y aunque la Constitución no se refiere explícitamen-
te a la dignidad de la persona, debe darse por reconocida en cuanto que
los derechos inviolables del hombre son inherentes a esa dignidad y, por
lo tanto, se fundan en ella.
La Constitución italiana va incluso más allá en su finalidad última de
alcanzar el pleno desarrollo de la personalidad humana, meta con la que
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10 Wintrich, von, “ Zur Problematik der Grundrechte” , 1957, p. 15. Citado por Ek-
kehart Stein, Lehrbuch des Staatsrechts, Tübingen, 1968. Traducción española de F.
Sainz Moreno, bajo el título Derecho político, Madrid, Aguilar, 1973, p. 236.
11 Münch, Ingo von, “ La dignidad del hombre en el derecho constitucional” , Re-
vista Española de Derecho Constitucional, núm. 5, mayo-agosto, 1982, pp. 9 y ss.; en
concreto, p. 19.
12 Stein, Ekkehart, Derecho político, cit., nota 10, p. 237.
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la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político
y de la paz social” .
Frente a la omisión de todo orden material de valores que inspirase el
ordenamiento jurídico en el régimen franquista, la Ley para la Reforma
Política, del 4 de enero de 1977, acogía un cambio radical de perspectiva
en este punto al determinar en el inciso segundo de su artículo 1.1: “ Los
derechos fundamentales de la persona son inviolables y vinculan a todos
los órganos del Estado” , previsión que puede considerarse como el ante-
cedente más inmediato del artículo 10.1 de nuestra norma suprema.
De la necesidad, carácter no redundante y trascendencia política del
precepto en cuestión se haría eco la doctrina,14 que también pondría de
relieve que una norma de esta naturaleza supone, ante todo, un correcti-
vo al voluntarismo jurídico y a la omnímoda hegemonía de la ley, así
como un reconocimiento de que el poder, en sus orígenes y en su ejer-
cicio, es inseparable de la idea de límite, y el límite, en su base esencial,
descansa en los derechos fundamentales que designan como centro de
protección a la persona.15
En definitiva, el precepto mencionado de la Ley para la Reforma Po-
lítica venía a entrañar un freno radical frente a todo voluntarismo jurídi-
co, una quiebra de las bases mismas del positivismo jurídico, un rechazo
de cualquier cobertura formalmente democrática frente a la arbitrarie-
dad de una mayoría contraria a los más elementales valores inherentes a
la persona humana, y una reafirmación de que la persona no es un mero
reflejo de la ordenación jurídica, sino que, bien al contrario, tiene una
existencia previa, y aunque es evidente que el ordenamiento jurídico ha-
brá de dotarla de significación, no lo es menos que en ningún caso po-
drá ignorar esa preexistencia que se manifiesta en el hecho de que de la
persona dimanan unos derechos inviolables que han de ser considerados
como inherentes a ella.
A partir del precedente anterior, la Ponencia constitucional incorpora-
ba al Anteproyecto de Constitución un artículo, el 13, del siguiente te-
nor: “ La dignidad, los derechos inviolables de la persona humana y el
libre desarrollo de la personalidad, son fundamento del orden político y
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de la paz social, dentro del respeto a la ley y a los derechos de los de-
más” .16
Un total de ocho enmiendas se presentarían al texto anterior. De ellas,
sólo una, la número 63, del señor Fernández de la Mora, postularía su
supresión sobre la base de considerar que el precepto en cuestión no es-
tablecía ningún derecho y abarcaba una definición sobre materia no
constitucional. Bien es verdad que otra enmienda, la número 2, del se-
ñor Carro Martínez, propugnaba la eliminación de algunos de los conte-
nidos de mayor trascendencia del precepto.17 Ninguna de ellas sería
aceptada por la Ponencia, al entender que los principios reconocidos
“ son la base para el desarrollo de las libertades públicas en los artículos
siguientes” .18 Tampoco aceptaría la Ponencia, por mayoría, la supresión
de la expresión “ paz social” , solicitada por algunas de las restantes en-
miendas. No obstante, la Ponencia, por mayoría, procedía a dar una nue-
va redacción al artículo, ordenando de una manera más precisa y técnica
los conceptos en él contenidos, situando además al precepto como intro-
ductorio del título primero de la Constitución, relativo a los derechos y
deberes fundamentales. Esa nueva redacción será a la postre la definiti-
va, puesto que el precepto en cuestión ya no sufriría modificación algu-
na a lo largo del iter constituyente.
I. Una lectura detenida del texto del artículo 10.1 nos revela que la
dignidad de la persona es el primer principio en que están contenidas,
como en su simiente, las demás afirmaciones. Como recuerda Sánchez
Agesta,19 los derechos inviolables de la persona, en cuanto inherentes a
su dignidad, se fundan en ella. A su vez, el libre desarrollo de la perso-
nalidad da un carácter concreto, individualizado, a esa floración de de-
rechos dimanantes de la dignidad personal. Por último, el respeto a los
derechos de los demás no es sino la resultante obligada de la afirmación
16 Boletín Oficial de las Cortes, núm. 44, 5 de enero de 1978, pp. 669 y ss.; en
concreto, p. 671.
17 El texto que proponía la enmienda núm. 2, del señor Carro Martínez, era el que
sigue: “ Las libertades públicas, dentro del respeto a la Ley y a los derechos de los de-
más, son fundamento del orden político y de la paz social” .
18 Boletín Oficial de las Cortes, núm. 82, 17 de abril de 1978, p. 1530.
19 Sánchez Agesta, Luis, El sistema político de la Constitución española de 1978,
Madrid, Editora Nacional, 1980, p. 73.
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siderado como ser humano, como persona, es decir, como ser de emi-
nente dignidad, titular de derechos y obligaciones, el derecho, el ordena-
miento jurídico en su conjunto no quedará iluminado —en términos de
Lucas Verdú—,25 legitimado, sino mediante el reconocimiento de la dig-
nidad de la persona humana y de los derechos que le son inherentes, lo
que nos permite hablar de la existencia de un sustrato filosófico iusper-
sonalista que, a nuestro modo de ver, se alimenta ideológicamente de
las aportaciones del liberalismo, del socialismo democrático y del huma-
nismo social-cristiano.
Este iuspersonalismo se manifiesta socialmente en lo que se ha deno-
minado26 el “ personalismo comunitario” , esto es, en una comunidad so-
cial plural. Es desde esta perspectiva como cobran su pleno sentido to-
dos y cada uno de los valores que enuncia el artículo 1o.1 de nuestra
carta magna: la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político.
Es cierto que desde diferentes sectores de pensamiento se ha tratado de
relativizar alguno de esos valores;27 sin embargo, a nuestro juicio, no
sólo no debe excluirse ninguno, sino que todos y cada uno de ellos se
complementan de algún modo entre sí.
De la dignidad de la persona humana fluye el principio de la libertad,
valor que, como ya significara Recaséns Siches,28 asegura un contenido
valorativo al derecho. Pero es que, además, la libertad y, sobre todo, la
igualdad forman parte del contenido y del fin de la justicia;29 incluso se
ha tendido a considerar identificados los valores justicia e igualdad; sin
25 Lucas Verdú, Pablo, Curso de derecho político, Madrid, Tecnos, 1984, vol. IV,
p. 320.
26 Idem.
27 Es el caso de Gregorio Peces Barba (“ Reflexiones sobre la Constitución espa-
ñola desde la filosofía del derecho” , Revista de la Facultad de Derecho de la Universi-
dad Complutense, núm. 61, invierno de 1981, pp. 95 y ss.; en concreto, pp. 123 y 124),
quien, tras relativizar la necesidad de la presencia del valor “ pluralismo político” , ha
entendido que “ la justicia es también un término innecesario y reiterativo con los térmi-
nos libertad e igualdad, que constituyen hoy el contenido material de la idea de justicia” ,
reflexión que contrasta con la que, obviamente al margen de la Constitución, sostuviera
Castán Tobeñas (Los derechos del hombre, 3a. ed., Madrid, Reus, 1985, p. 61), para
quien las nociones de libertad e igualdad son dependientes de la idea de justicia, pues al
proyectarse el ideal de justicia sobre aquéllas —admite Castán, siguiendo en ello a Ruiz
del Castillo (Manual de derecho político, Madrid, Reus, 1939, p. 344)—, llena de signi-
ficación esas ideas que, de otro modo, serían inexplicables.
28 Recaséns Siches, Luis, Introducción al estudio del derecho, México, Porrúa,
1981, p. 334.
29 Hernández Gil, Antonio, op. cit., nota 15, p. 382.
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66 STC 120/1990, del 27 de junio, fund. jur. 4o. En su Sentencia 184/1990, del 15
de noviembre, el alto Tribunal considerará evidente que el artículo 10.1 no puede en
modo alguno servir de fundamento, por sí sólo y aisladamente considerado, del derecho
a percibir pensión de viudedad en favor de uno de los que convivían extramatrimonial-
mente cuando el otro fallece (fund. jur. 2o.).
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74 STC 107/1984, del 23 de noviembre, fund. jur. 3o. Esta doctrina será reiterada
en la STC 99/1985, del 30 de septiembre, fund. jur. 2o.
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los intereses y valores que forman el sustrato último del derecho funda-
mental.
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“ reducto de inmunidad” , sólo puede ceder, cuando del derecho a la información se trata,
si lo difundido afecta, por su objeto y por su valor, al ámbito de lo público, no coinci-
dente, claro es, con aquello que pueda suscitar o despertar, meramente, la curiosidad
ajena. Y en otro momento (STC 197/1991, del 17 de octubre, fund. jur. 3o.) cree el
Tribunal que desde la perspectiva de la dignidad de la persona, no cabe duda que la
filiación, y muy en particular la identificación del origen de un adoptado, ha de enten-
derse que forma parte de ese ámbito propio y reservado de lo íntimo.
91 STC 142/1993, del 22 de abril, fund. jur. 7o.
92 STC 94/1993, del 22 de marzo, fund. jur. 3o.
93 STC 47/1993, del 8 de febrero, fund. jur. 3o.
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Jurisprudência
sistema legal para la defensa de la vida que suponga una protección efectiva de la misma y que, dado el
carácter fundamental de la vida, incluya también, como última garantía, las normas penales. Ello no
significa que dicha protección haya de revestir carácter absoluto; pues, como sucede en relación con todos
los bienes y derechos constitucionalmente reconocidos, en determinados supuestos puede y aun debe estar
sujeta a limitaciones.
9. La dignidad de la persona se halla íntimamente vinculada con el libre desarrollo de la personalidad (art.
10) y los derechos a la integridad física y moral (art. 15), a la libertad de ideas y creencias (art. 16), al
honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen (art. 18.1). Es un valor espiritual y moral
inherente a la persona, que se manifiesta singularmente en la autodeterminación consciente y responsable
de la propia vida y que lleva consigo la pretensión al respeto por parte de los demás. Cuando el intérprete
constitucional trata de concretar este principio no puede ignorar el hecho obvio de la especificidad de la
condición femenina y la concreción de los mencionados derechos en el ámbito de la maternidad.
10. Las causas de exención de la responsabilidad establecidas en el art. 8 del Código Penal también
pueden regir -en principio y con los límites que les son inherentes- respecto del delito de aborto (arts. 411
y ss. del Código Penal).
11. La respuesta a la cuestión de si le está constitucionalmente permitido al legislador utilizar una técnica
mediante la cual excluya la punibilidad en forma específica para ciertos delitos ha de ser afirmativa. El
legislador puede tomar en consideración situaciones características de conflicto que afectan de una
manera específica a un ámbito determinado de prohibiciones penales. Tal es el caso de los supuestos en
los cuales la vida del «nasciturus» como bien constitucionalmente protegido, entra en colisión con
derechos relativos a valores constitucionales de muy relevante significación, como la vida y la dignidad
de la mujer.
12. Se trata de graves conflictos de características singulares, que no pueden contemplarse tan sólo desde
la perspectiva de los derechos de la mujer o desde la protección de la vida del «nasciturus». Ni ésta puede
prevalecer incondicionalmente frente a aquellos, ni los derechos de la mujer pueden tener primacía
absoluta sobre la vida del «nasciturus».
13. El intérprete constitucional se ve obligado a ponderar los bienes y derechos en función del supuesto
planteado, tratando de armonizarlos si ello es posible o, en caso contrario, precisando las condiciones y
requisitos en que podría admitirse la prevalencia de uno de ellos.
14. El legislador, que ha de tener siempre presente la razonable exigibilidad de una conducta y la
proporcionalidad de la pena en caso de incumplimiento, puede también renunciar a la sanción penal de
una conducta que objetivamente pudiera representar una carga insoportable, sin perjuicio de que, en su
caso, siga subsistiendo el deber de protección del Estado respecto del bien jurídico en otros ámbitos.
15. El término «necesario» -que se utiliza en el núm. 1 del art. 417 bis del Código Penal en la redacción
del Proyecto- sólo puede interpretarse en el sentido de que se produce una colisión entre la vida del
«nasciturus» y la vida o salud de la embarazada que no puede solucionarse de ninguna otra forma. En
relación con el supuesto de grave peligro para la salud, el término «grave» expresa con claridad la idea de
que ha de tratarse de un peligro de disminución importante de la salud y con permanencia en el tiempo. El
término salud se refiere a la salud física o psíquica.
16. En cuanto al núm. 3 del artículo, el término «probable», expresa la idea de razonable presunción de
verdad, y responde a la presumible prudencia de los dictámenes médicos. El término «grave» expresa, de
un lado, la importancia y profundidad de la tara y, de otro, su permanencia en el tiempo.
17. En cuanto a la indicación de «grave peligro» para la vida de la embarazada, si la vida del «nasciturus»
se protegiera incondicionalmente, se protegería más a la vida del no nacido que a la vida del nacido, y se
penalizaría a la mujer por defender su derecho a la vida; por consiguiente, resulta constitucional la
prevalencia de la vida de la madre.
18. En cuanto al supuesto de «grave peligro» para la salud de la embarazada, la prevalencia de la salud de
la madre tampoco resulta inconstitucional, teniendo en cuenta que la exigencia del sacrificio importante y
duradero de su salud bajo la conminación de una sanción penal puede estimarse inadecuada.
19. En cuanto a la indicación de que el embarazo sea consecuencia de un delito de violación y siempre
que el aborto se practique dentro de las doce primeras semanas, basta considerar que la gestación ha
tenido su origen en la comisión de un acto no sólo contrario a la voluntad de la mujer, sino realizado
venciendo su resistencia por la violencia, lesionando en grado máximo su dignidad personal y el libre
desarrollo de su personalidad, y vulnerando gravemente el derecho de la mujer a su integridad física y
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moral, al honor, a la propia imagen y a la intimidad personal. Obligarla a soportar las consecuencias de un
acto de tal naturaleza es manifiestamente inexigible, por lo que la mencionada indicación no puede
estimarse contraria a la Constitución.
20. El núm. 3 del artículo contiene la indicación relativa a la probable existencia de graves taras físicas o
psíquicas en el feto. El fundamento de este supuesto se encuentra en la consideración de que el recurso a
la sanción penal entrañaría la imposición de una conducta que excede de la que normalmente es exigible a
la madre y a la familia. La afirmación anterior tiene en cuenta la situación excepcional en que se
encuentran los padres, y especialmente la madre, agravada en muchos casos por la insuficiencia de
prestaciones estatales y sociales. Sobre esta base, este supuesto no es inconstitucional. En relación con él
y desde la perspectiva constitucional ha de ponerse de manifiesto la conexión que existe entre el
desarrollo del art. 49 de la Constitución -incluido en el capítulo III, «De los principios rectores de la
política social y económica», del Título I, «De los derechos y deberes fundamentales»- y la protección de
la vida del «nasciturus» comprendida en el art. 15 de la Constitución.
21. Una vez establecida la constitucionalidad de tales supuestos, es necesario examinar si la regulación
contenida en el art. 417 bis del Código Penal, en la redacción dada por el Proyecto, garantiza
suficientemente el resultado de la ponderación de los bienes y derechos en conflicto realizada por el
legislador, de forma tal que la desprotección del «nasciturus» no se produzca fuera de las situaciones
previstas ni se desprotejan los derechos a la vida y a la integridad física de la mujer, evitando que el
sacrificio del «nasciturus», en su caso, comporte innecesariamente el de otros derechos
constitucionalmente protegidos. Y ello porque el Estado tiene la obligación de garantizar la vida, incluida
la del «nasciturus», mediante un sistema legal que suponga una protección efectiva de la misma, lo que
exige, en la medida de lo posible, que se establezcan las garantías necesarias para que la eficacia de dicho
sistema no disminuya más allá de lo que exige la finalidad del nuevo precepto.
22. Por lo que se refiere al aborto terapéutico, este Tribunal estima que la requerida intervención de un
Médico para practicar la interrupción del embarazo, sin que se prevea dictamen médico alguno, resulta
insuficiente. La protección del «nasciturus» exige que, de forma análoga a lo previsto en el caso del
aborto eugenésico, la comprobación de la existencia del supuesto de hecho se realice con carácter general
por un Médico de la especialidad correspondiente.
23. En el caso del aborto terapéutico y eugenésico, la comprobación del supuesto de hecho ha de
producirse necesariamente con anterioridad a la realización del aborto y, dado que de llevarse a cabo se
ocasionaría un resultado irreversible, el Estado no puede desinteresarse ni de dicha comprobación ni de la
realización del aborto.
24. El legislador debería prever que la comprobación del supuesto de hecho en los casos de aborto
terapéutico y eugenésico, así como la realización del aborto, se lleve a cabo en centros sanitarios públicos
o privados, autorizados al efecto, o adoptar cualquier otra solución que estime oportuna dentro del marco
constitucional
25. Las exigencias constitucionales no quedarían incumplidas si el legislador decidiera excluir a la
embarazada de entre los sujetos penalmente responsables en caso de incumplimiento de los requisitos
mencionados en el párrafo anterior.
26. En el caso del aborto ético, la denuncia previa es suficiente para dar por cumplida la exigencia
constitucional respecto a la comprobación del supuesto del hecho (delito de violación del artículo 429 del
Código Penal).
27. El legislador puede adoptar cualquier solución dentro del marco constitucional, pues no es misión de
este Tribunal sustituir la acción del legislador, pero sí lo es, de acuerdo con el art. 79.4 b) de la LOTC,
indicar las modificaciones que a su juicio -y sin excluir otras posibles- permitieran la prosecución de la
tramitación del Proyecto por el órgano competente.
28. El Tribunal entiende que la solución del legislador relativa al consentimiento en los supuestos
previstos en los núms. 1 y 3 del art. 417 bis del Código Penal, en la redacción dada por el Proyecto, no es
inconstitucional, dado que la peculiar relación entre la embarazada y el «nasciturus» hace que la decisión
afecte primordialmente a aquélla.
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Preámbulo:
El Pleno del Tribunal Constitucional, compuesto por don Manuel García-Pelayo y Alonso, Presidente,
don Jerónimo Arozamena Sierra, don Angel Latorre Segura, don Manuel Díez de Velasco Vallejo, don
Francisco Rubio Llorente, doña Gloria Begué Cantón, don Luis Díez-Picazo y Ponce de León, don
Francisco Tomás y Valiente, don Rafael Gómez-Ferrer Morant, don Angel Escudero del Corral, don
Antonio Truyol Serra y don Francisco Pera Verdaguer, Magistrados, ha pronunciado EN NOMBRE DEL
REY la siguiente SENTENCIA
En el recurso previo de inconstitucionalidad núm. 800/1983, interpuesto por don José María Ruiz
Gallardón, comisionado por 54 Diputados de las Cortes Generales, contra el texto definitivo del Proyecto
de Ley Orgánica de reforma del art. 417 bis del Código Penal. Ha comparecido el Abogado del Estado, en
representación del Gobierno de la Nación, y han sido Ponentes para este acto los Magistrados doña Gloria
Begué Cantón y don Rafael Gómez-Ferrer Morant. quienes expresan el parecer del Tribunal.
I. Antecedentes
1. Con fecha 2 de diciembre de 1983, don José María Ruiz Gallardón, Abogado, comisionado a los fines
de interposición del presente recurso por 54 Diputados que se indican en el escrito, interpone ante este
Tribunal Constitucional recurso previo de inconstitucionalidad contra el «Proyecto de Ley Orgánica de
Reforma del art. 417 bis del Código Penal», según el texto definitivo aprobado por el Senado en la sesión
plenaria celebrada el día 30 de noviembre de 1983, por infracción de los arts. 1.1, 9.3, 10.2, 15, 39.2 y 4,
49 y 53.1 y 3 de la Constitución. Los recurrentes solicitan se declare la inconstitucionalidad del referido
proyecto en su totalidad y, con carácter subsidiario, la inconstitucionalidad parcial de las circunstancias b)
y c) del artículo en cuestión y, en todo caso, se dicte una sentencia interpretativa y aclaratoria de las
ambigüedades constitucionales denunciadas.
A) El primer motivo se centra en la interpretación del art. 15 de la Constitución, el cual declara que
«todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral».
El Proyecto impugnado -declaran los recurrentes- viene a eliminar normas penales que sirven de
protección al derecho a la vida, lo que plantea el problema de si son o no necesarias normas penales para
proteger dicho derecho. Es ésta una cuestión que entienden debe resolverse afirmativamente: el respeto a
la vida humana precisa de normas penales, debiendo tipificarse las conductas que atenten contra ella.
A juicio de los recurrentes, el reconocimiento del derecho de «todos» a la vida se extiende también a los
concebidos y no nacidos, conclusión a la que llegan a través de una interpretación literal y sistemática del
mencionado precepto.
En tal sentido, invocan la Sentencia del Tribunal Constitucional alemán de 25 de febrero de 1975, la cual,
en su opinión, dejó bien claro que, según los conocimientos biológicos y fisiológicos actuales, existe vida
humana, en el sentido de existencia histórica de un individuo humano, desde los catorce días después de
la concepción; por ello, la protección no puede limitarse al hombre ya nacido, ni al nasciturus susceptible
de vida independiente. El derecho a la vida está garantizado a todo el que vive; entre las diferentes etapas
de la vida previa al nacimiento, y entre nacidos y no nacidos, no puede establecerse diferencia alguna en
este contexto. «Todos» significa «toda vida», o bien «todo individuo humano que posea vida»; por
consiguiente, comprende también al ser humano que todavía no ha nacido.
Por otra parte, a juicio de los recurrentes, el hecho de que el término «todos» aparezca como sujeto de
otros derechos en la Constitución que sólo son predicables de la persona ya nacida, no puede aducirse
para negar por ello que dicho término en el contexto del art. 15 deba entenderse en idéntico sentido. Que
el concebido no tenga los derechos que se proclaman en otros preceptos, pensados para el nacido, no
implica que no tenga derecho a vivir, y, por supuesto, si se le priva de la vida nunca podrá tener tales
derechos; pero, además, el argumento no resulta válido si se considera que tampoco todos, absolutamente
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todos los nacidos, tienen la totalidad de los derechos mencionados. En definitiva, concluyen que de la
interpretación sistemática del art. 15 de la Constitución en relación con otros preceptos de la misma, «se
deduce un espíritu que pone en la dignidad humana el acento fundamental, y viola dicho espíritu el
considerar que todo el sistema de protección y reconocimiento al articulado no alcanza al ser vivo aún no
nacido».
Una vez analizado el art. 15 de la Constitución, partiendo «del sentido propio de las palabras» y de una
interpretación sistemática, pasan los recurrentes a considerar los antecedentes históricos, de los que, en su
opinión, se desprende que la protección a la vida abarca desde el momento mismo de la concepción.
Sostienen, en efecto, que la tradición legislativa española, con la única excepción de la Ley Catalana de
Aborto en la Segunda República, ha estimado que todos tienen derecho a la vida desde el momento de la
concepción, penalizándose el aborto en todos los Códigos Penales. Y ello -añaden- se manifiesta
especialmente en el campo del Derecho Civil, en el que la tradición jurídica ha articulado un sistema de
protección al nasciturus.
Finalmente, los recurrentes apelan, para la interpretación del art. 15 en cuestión, a la realidad social del
momento en que ha de ser aplicado dicho precepto, realidad que, a su parecer, resulta de una serie de
documentos que aportan o dicen aportarán en un momento ulterior al recurso.
B) El segundo motivo del recurso se apoya en la presunta vulneración del art. 1 de la Constitución.
Después de examinar los variados aspectos que según la doctrina integran el concepto de Estado Social,
consagrado en el mencionado articulo, manifiestan los recurrentes que tal Estado no se compagina con
actuaciones negadoras y supresoras de la vida de los no nacidos, pues, frente a la preocupación que
demuestra por la defensa de los demás derechos fundamentales, niega la protección al más primario y
fundamental de todos, que es el derecho a la vida de los todavía no nacidos.
C) Como tercer motivo de inconstitucionalidad, alegan los recurrentes la violación del art. 10.2 de la
Constitución, el cual, en relación con el 96.1, prescribe que las normas relativas a los derechos
fundamentales han de interpretarse de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y
los acuerdos y tratados internacionales sobre esas materias ratificados por España. A tal respecto citan, en
primer lugar, el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 10 de diciembre de
1948, el art. 2 del Convenio Europeo para la protección de los Derechos Humanos Libertades
Fundamentales de 4 de noviembre de 1950, y el art. 6.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos de 19 de diciembre de 1966.
Manifiestan los recurrentes que estos tres textos reconocen el derecho de «todos» a la vida en términos
muy similares al texto constitucional español, pero que, si se tiene en cuenta que cuando se aprobaron los
dos primeros el aborto no se hallaba legalizado «en ninguno de los bloques políticos», puede suponerse
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que el derecho a la vida se entendió aplicable al ser humano desde el momento de la concepción. Bien es
cierto -reconocen- que ha habido Tribunales constitucionales europeos que han interpretado el art. 2 del
Convenio Europeo en sentido negativo a la protección de la vida del nasciturus, como el Tribunal
Constitucional austríaco en su Sentencia de 11 de octubre de 1974. Pero en sentido contrario puede citarse
la Sentencia del Tribunal Constitucional Federal Alemán de 25 de febrero de 1975, en el cual se admite
que el derecho a la vida proclamado en el art. 2 de la Ley Fundamental de Bonn se extiende a la vida del
embrión, en tanto que «interés jurídico independiente», añadiéndose que, según los conocimientos
biológicos y fisiológicos establecidos, la vida humana existe al menos desde el decimocuarto día siguiente
a la concepción, y que el desarrollo que se opera después es continuo, sin que se pueda establecer ni
división precisa, ni distinción exacta. Por lo que se refiere al Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos de 1966, estiman los recurrentes que permite llegar por otras vías a la conclusión de que el feto
debe ser considerado como bien jurídico protegible, como se infiere de su artículo 6.5 en el que, a
propósito de la pena de muerte, se prohíbe su ejecución sobre la mujer embarazada.
Citan además los recurrentes el Acta Final de Helsinki de 1 de agosto de 1975, que prescribe el respeto de
los derechos humanos y las libertades fundamentales «de todos»; la Carta de San José de Costa Rica
(aunque no ha sido ratificada por España), en cuyo artículo 4 se declara que el derecho a la vida existe a
partir de la concepción; y la Declaración Internacional de Derechos del Niño de 20 de noviembre de
1959, en cuyo preámbulo se reconoce la protección jurídica del niño antes y después de su nacimiento.
De todo ello concluyen que hay que interpretar el derecho a la vida reconocido en la Constitución
Española como abarcando a los concebidos y no nacidos, con lo que el Proyecto impugnado vulneraría el
art. 10.2 de la Constitución.
D) El cuarto motivo del recurso se basa en que, a juicio de los recurrentes, el Proyecto impugnado viola el
art. 39 de la Constitución en sus apartados 2 y 4. El apartado 2, que impone a los poderes públicos el
deber de asegurar «la protección integral de los hijos iguales ante la Ley, con independencia de su
filiación», quedaría vulnerado al impedirse en el Proyecto la intervención del padre para otorgar el
consentimiento del aborto. Y ello por tres razones: Porque la falta del consentimiento del padre impide al
hijo no nacido ser integralmente protegido, frente a la protección paterna acordada por el Código Civil a
los ya nacidos; porque ello supone la creación de una desigualdad entre hijos nacidos y no nacidos; y
porque la ausencia de exigencia de consentimiento rompe inconstitucionalmente todo el sistema de
derecho civil basado en la igualdad de los cónyuges. También consideran los recurrentes vulnerado por el
Proyecto el número 4 del art. 39, en cuanto dispone que «los niños gozarán de la protección prevista en
los acuerdos internacionales que velan por sus derechos». No se trata -precisan- de que tales Acuerdos
sirvan para interpretar las normas reguladoras de los derechos fundamentales, como el art. 10.2 de la
Constitución prescribe, sino de que la protección en ellos articulada sobre los derechos del niño sea
establecida y articulada en el ordenamiento español.
E) Los recurrentes señalan como quinto motivo de inconstitucionalidad la vulneración del art. 53 de la
Constitución.
Por ser -dicen- el derecho de «todos» a la vida, que abarca también a los no nacidos, un derecho
fundamental, su régimen de protección y garantías se desenvuelve en tres sentidos:
a) En primer lugar, el derecho a la vida vincula a todos los poderes públicos, vinculación que se traduce
en una obligación para éstos de proteger la vida misma y que no puede ser enervada por la voluntad de la
madre, del mismo modo que el derecho no puede quedar al arbitrio del legislador ordinario.
b) Una segunda modalidad de garantía del derecho fundamental a la vida lo constituye la reserva expresa
de Ley Orgánica. En virtud de dicha reserva el derecho fundamental a la vida sólo puede regularse por
Ley Orgánica, regulación que no puede alterar o vulnerar el contenido esencial del derecho en cuestión.
Acudiendo a la interpretación que el Tribunal Constitucional ha hecho sobre el contenido esencial de los
derechos fundamentales, entienden los recurrentes que el Proyecto de Ley Orgánica que se impugna no
regula un derecho fundamental respetando se contenido esencial, sino que suprime un derecho
fundamental -el derecho a la vida del nasciturus- ignorando su contenido esencial, pues en este derecho
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no existe contenido accidental. Invocan también la Sentencia del Tribunal Constitucional de la República
Federal Alemana de 25 de febrero de 1975, en la que se manifiesta que las normas relativas a los derechos
fundamentales, además de contener derechos subjetivos de defensa frente al Estado, encarnan un «orden
objetivo de valores» que orienta e impulsa a la legislación, a la Administración y a la Jurisprudencia. En
cuanto al tema concreto de si el Estado está obligado por la Constitución a proteger la vida del nasciturus,
el Tribunal Constitucional alemán declara que tal obligación puede derivarse del «contenido objetivo
jurídico de las normas de los derechos fundamentales». Los recurrentes estiman que esta doctrina del
orden objetivo de valores es aplicable al ordenamiento constitucional español por diversas razones: 1.ª
porque, habiendo sido admitida sin apenas discusión en todo lo que se refiere a los derechos
fundamentales de naturaleza social o de participación, no tiene por qué quedar limitada a tales derechos,
ya que supondría un contrasentido su admisión para derechos fundamentales que pudieran denominarse
colectivos y su negación para derechos fundamentales personales; 2.ª porque dentro de los aspectos que
concurren en el derecho fundamental a la vida se encuentran dos que están directamente relacionados con
un orden objetivo de valores: La existencia de vida en el nasciturus, y el carácter de valor absoluto de esa
vida; 3.ª porque con carácter general se admite que el no nacido es titular de derechos patrimoniales,
sucesorios o hereditarios que, aunque ciertamente condicionados, no dejan de ser derechos cuya
posibilidad de ejercicio se suprimiría radicalmente suprimiendo la vida de su titular en ciernes.
Todo este sistema de garantías -concluyen los recurrentes- se ve infringido por el Proyecto impugnado,
vulnerándose, pues, lo dispuesto en el art. 53 de la Constitución.
1. Supuesto del llamado «aborto terapéutico». En el caso de conflicto entre la vida de la madre y la del
nasciturus, que en ello radica el aborto terapéutico en sentido estricto, estiman los recurrentes que no es
necesaria esa indicación, pues cabe dentro de la eximente general de estado de necesidad. Por otra parte,
recuerdan que, según los técnicos en la materia, los casos de este tipo son cada vez menos frecuentes,
prácticamente casi inexistentes. A continuación consideran la inclusión, en este primer supuesto de aborto
terapéutico, del conflicto entre la vida del nasciturus y la salud de la madre. A su juicio, la
despenalización del aborto en tal caso es inconstitucional al dar prevalencia al bien jurídico de menor
entidad, además de serlo por no exigir que no haya otro medio para preservar la salud de la madre, por no
fijar el requisito de un examen pericial judicializado y por no tener en cuenta el consentimiento del padre.
Por otra parte, dado el amplio significado que la Organización Mundial de la Salud atribuye al término
«salud», que define como el estado perfecto de bienestar físico, mental y social, y no sólo como ausencia
de enfermedad, advierten los recurrentes la ambigüedad de esta indicación en el Proyecto, que ha sido
denunciada en el informe del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, así como en el de la
Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. También manifiestan que no puede aceptarse la idea de
que, una vez que el legislador ha ponderado y jerarquizado los bienes jurídicos en conflicto, debe
pronunciarse en favor de la vida, la salud, la libertad y la intimidad de la madre, porque se trata de bienes
que constituyen el contenido objetivo de derechos fundamentales, mientras que la vida del nasciturus es
meramente un bien jurídico derivado de la dignidad humana, por lo que no es objeto de una protección
directa. Estiman los recurrentes que la vida, existente desde el momento de la concepción, es algo más
que un bien jurídico; es un valor absoluto que no puede ser objeto de limitación, pues ello supone la
eliminación y negación, también absoluta del valor mismo. En su opinión, de la Constitución no se
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deduce que la vida sea un bien jurídico, sino un derecho fundamental atribuible a todos, y al calificarlo de
mero bien jurídico se degrada y rebaja de rango el derecho a la vida, sin que esta degradación encuentre
apoyo constitucional alguno. A lo anterior añaden que el art. 39.2 de la Constitución podrían servir
también para justificar la protección de la vida del nasciturus interpretando la expresión «protección
integra» como comprensiva del derecho a la vida de la madre y el derecho a la vida del concebido y no
nacido. Pero no debe entenderse por ello que la protección del derecho a la vida de éste pueda venir
solamente de la protección de otros derecho fundamentales de la madre -a la integridad corporal, a la
salud, a la libertad o a la intimidad-, pues se trata de derechos de distinta naturaleza.
Resumiendo: En caso de conflicto entre dos vidas, supuesto hoy día casi inexistente, la práctica y la
doctrina judicial han venido resolviendo el problema mediante la aplicación de las causas de justificación;
y en caso de conflicto con la salud, la libertad o la intimidad, debe ceder aquel de los derechos que sea
limitable, pues la alternativa es la supresión absoluta de uno de los derechos en conflicto. Aún precisan,
finalmente, los recurrentes que, en el supuesto de que la protección del derecho a la vida del no nacido
sólo pudiera fundamentarse en los derechos de la madre, es cierto que con esta protección se excluirían
los ataques del Estado o de terceros, vedándose así la constitucionalidad del aborto no voluntario o
impuesto, pero no ocurriría lo mismo con los provenientes de la madre, cuando lo cierto, a juicio de los
recurrentes, es que no puede encontrarse fundamento constitucional que permita a la madre atentar
voluntariamente contra la vida del nasciturus, pues, por una parte, sus derechos fundamentales, en cuanto
limitables y regulables, deben ceder frente al derecho absoluto a la vida del ser en gestación, y, por otra
parte, si el único mecanismo constitucional de proteger la vida al no nacido fuere por mediación de la
madre, ésta se constituiría en depositaria de unos derechos de naturaleza constitucional de los que no
podría disponer.
2. Supuesto del llamado «aborto ético», esto es, despenalización del aborto cuando el embarazo sea
consecuencia de un hecho constitutivo de delito de violación del art. 419 del Código Penal, siempre que el
aborto se practique dentro de las doce primeras semanas de gestación y que el mencionado hecho hubiera
sido denunciado. A propósito de este supuesto, citan los recurrentes un informe de la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas, así como algunas opiniones referentes al tema, para terminar afirmando que
la denominada indicación ética viola el art. 15 de la Constitución al hacer prevalecer el derecho al honor
sobre el derecho a la vida, y viola también el art. 39.2 de la misma al desproteger a uno de los hijos con
independencia de su filiación.
3. Supuesto del llamado «aborto eugenésico», o sea, despenalización del aborto cuando sea probable que
el feto habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas, siempre que se cumplan determinadas
circunstancias de tiempo y de diagnóstico pericial. También en este aspecto citan los recurrentes los
informes a que han hecho anteriormente referencia, así como una de las conclusiones del Consejo General
del Colegio de Médicos y el informe de la Real Academia de Medicina, para concluir que la indicación en
cuestión vulnera el art. 15 de la Constitución, y también el 49 de la misma, que ordena a los poderes
públicos llevar a cabo una política de previsión y tratamiento de los disminuidos físicos, sensoriales y
psíquicos.
G) Como motivo séptimo de inconstitucionalidad, alegan los recurrentes que las ambigüedades
constitucionales que el proyectado art. 417 bis del Código Penal contiene y su redacción, según la técnica
de los tipos penales abiertos, suponen la violación del principio de seguridad jurídica reconocido en el art.
9.3 de la Constitución. También señalan que el proyecto se ha limitado a despenalizar el aborto, pero sin
incluir previsión alguna sobre las consecuencias que la modificación por él introducida origina en otros
campos jurídicos, como el civil, el laboral, el administrativo, el procesal o el de la seguridad social.
1.ª No se explicita en él cómo debe entenderse la «gravedad» del peligro para la vida o la salud de la
madre.
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3.ª No se precisa qué ha de entenderse por «probabilidad» y otros aspectos relativos al aborto eugenésico.
4.ª No se prevé un procedimiento administrativo que garantice que se han cumplido los requisitos
señalados por la Ley, vulnerándose con ello posiblemente el artículo 103 de la Constitución y el 40 de la
Ley de Procedimiento Administrativo.
5.ª Se atribuye al Médico el ejercicio de tareas o funciones publicas o cuasijudiciales, pero no se prevé la
abstención u objeción de conciencia del mismo.
6.ª No se prevé el procedimiento para la prestación del consentimiento por parte de la menor de edad o
sometida a tutela.
7.ª No se prevé el consentimiento del padre, con lo que se le impide ejercitar la defensa del nasciturus en
el caso de que fuere contrario al aborto, y, en general, cumplir su deber de prestar asistencia a su hijo, de
acuerdo con lo establecido en el art. 39.3 de la Constitución; tampoco se tienen en cuenta las
consecuencias del reformado artículo 154 del Código Civil, que atribuye conjuntamente la patria potestad
a ambos padres.
8.ª No se prevé la presencia del Ministerio Fiscal, cuya misión es promover la acción de la justicia en
defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público.
9.ª No se determina la posibilidad y grado de cobertura del aborto por la Seguridad Social.
10.ª No se siguen los criterios ni se guardan las cautelas previstas en la Ley 30/1979, de 27 de octubre,
sobre extracción y trasplante de órganos.
Todo lo expuesto justifica, a juicio de los recurrentes, la impugnación del Proyecto por vulneración del
principio de seguridad jurídica contenido en el art. 9.3 de la Constitución, y les lleva a interesar una
sentencia interpretativa para la hipótesis de que se estimare constitucional el Proyecto impugnado.
A) Como «ampliación del motivo primero de inconstitucionalidad en relación con el motivo sexto,
recuerdan, en primer término, que en su escrito de interposición del recurso previo de
inconstitucionalidad sostenían, como motivo primero de impugnación, que el proyectado art. 417 bis del
Código Penal viola el art. 15 de la Constitución, haciendo luego, en el motivo sexto del recurso,
aplicación concreta de la inconstitucionalidad a las tres indicaciones contenidas en el Proyecto, es decir,
al conflicto entre la vida del no nacido y la vida o la salud de la madre, a la indicación ética y a la
eugenésica. Estas dos últimas indicaciones contrarían específicamente, a su juicio, los arts. 39 y 49 de la
Constitución, respectivamente, pero, además, estiman que la totalidad del Proyecto y cada una de las
indicaciones son contrarias al art. 15 de la misma, ya que la expresión «todos tienen derecho a la vida»,
contenida en este precepto constitucional, protege por igual a los no nacidos y a los nacidos, por cuanto la
vida comienza desde el momento mismo de la concepción.
Para fundamentar esta afirmación, y a efectos de completar los razonamientos expuestos en el escrito de
interposición del recurso, proceden los recurrentes, como entonces anunciaron, a interpretar el art. 15
«conforme a la realidad social del tiempo en que ha de ser aplicada la norma», criterio hermenéutico que,
aunque polémico, consideran de especial importancia en el presente caso por cuanto la exposición de
motivos que en su día acompañaba el Proyecto de Reforma urgente y parcial del Código Penal, en que se
inserta el art. 417 bis impugnado, aludía precisamente en relación a este articulo a la «necesidad de
adecuar la legislación penal en materia de aborto a la actual realidad sociológica del país». La realidad
social del tiempo en que ha de ser aplicada la norma constituye, a juicio de los recurrentes, uno de los más
importantes argumentos en contra del Proyecto.
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Con el fin de probar el aserto anterior, señalan, en primer lugar, que los avances científicos y técnicos,
puestos de manifiesto en los documentos que aportan -una declaración de la Real Academia Nacional de
Medicina en Defensa de la Vida Humana, una declaración del Consejo General de Colegios Oficiales de
Médicos de España, una declaración de la Asociación Ginecológica de España y otra del Consejo General
de Colegios Oficiales de Farmacéuticos-, permiten llegar a la conclusión de que la vida de un ser humano
se inicia en el primer instante de la concepción. Luego pasan a considerar los valores éticos subyacentes a
las normas jurídicas, y a este respecto invocan la declaración de la Real Academia de Ciencias Morales y
Políticas, que se acompaña también a través de un documento, y las manifestaciones hechas en torno al
tema por la Conferencia Episcopal Española, la Asociación Musulmana en España, la Iglesia Anglicana
en España, y la Iglesia Ortodoxa Griega en España, al adherirse expresamente al manifiesto de la Unión
de Movimientos en Favor del Prenacido. En tercer lugar, consideran la posible incidencia del Proyecto en
la problemática sociológica y de política criminal relativa al aborto, y expresan su opinión de que el
Proyecto en cuestión na va a acabar en absoluto con el aborto clandestino y que la despenalización no
viene a resolver un problema grave de política criminal, porque la estadística judicial sobre delitos de
aborto en España es insignificante, mientras que el establecimiento de normas despenalizadoras del
aborto en los términos propiciados por el Proyecto puede originar un incremento considerable de ellos.
Igualmente señalan los problemas prácticos que podrían derivarse de la aprobación del Proyecto, que
podría suponer legalizar en la práctica cualquier tipo de aborto, así como la extensión del fenómeno que
la legislación del aborto genera. Finalmente, añaden que no puede soslayarse la realidad internacional,
que muestra una tendencia a reconsiderar el problema en los países que en su día legalizaron el aborto,
advirtiéndose una fuerte corriente contraria a los propósitos despenalizadores del mismo. En este sentido
aportan una lista de Asociaciones Pro Vita europeas y norteamericanas, así como algunas de otros
continentes.
De todo lo anteriormente expuesto -manifiestan los recurrentes- se deduce, de una parte, que es
científicamente indiscutible que la vida humana comienza en el instante de la fecundación, y de otra, que
la realidad social española, como la tendencia progresiva en el ámbito comparado, fuerza a interpretar el
art. 15 de la Constitución en el sentido de que el término «todos» incluye y protege al concebido y no
nacido, y, consecuentemente, a concluir que el art. 417 bis del Proyecto, al permitir la destrucción del ser
concebido mediante la legalización del aborto en determinados supuestos, que por su ambigüedad incluso
dejan relativizado el tipo penal, es probadamente inconstitucional.
Por lo que al primer punto respecta, estiman que el legislador ordinario ha interpretado el art. 15 de la
Constitución de forma distinta de la que se deduce de su proceso de elaboración constitucional, y ha
realizado, por otra parte, una mera interpretación, asumiendo así competencias hermenéuticas que la Ley
Orgánica del Tribunal Constitucional atribuye a éste, e infringiendo la doctrina constitucional emanada de
la Sentencia de este Tribunal de 5 de agosto de 1983. En segundo lugar, entiende que el legislador
ordinario ha venido a asumir las competencias que desempeñaba la jurisdicción penal ordinaria,
especialmente en lo que se refiere a la circunstancia primera del art. 417 bis, y recuerdan que el Tribunal
Supremo ha enjuiciado en diversas ocasiones los supuestos de delito de aborto, dando lugar a una
jurisprudencia contenida en las Sentencias que se mencionan a continuación. Con la regulación del primer
supuesto de despenalización del aborto contenido en el Proyecto -precisan- el legislador sustrae el
ejercicio de la potestad jurisdiccional a los Juzgados y Tribunales, a quienes corresponde exclusivamente
en todo tipo de procesos, conforme al párrafo tercero del art. 117 de la Constitución, cuando lo adecuado
seria fijar con alcance general las eximentes y dejar, en buena técnica, que su concurrencia sobre cada
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tipo fuera un enjuiciamiento propio del caso concreto. Pero una anomalía más grave constitucionalmente -
señalan- se produce al transferir al Médico la responsabilidad de apreciar la concurrencia de dicha causa
de exención de responsabilidad, siendo así que dicha apreciación es inexcusable competencia
jurisdiccional.
En definitiva, concluyen que tanto al ejercitar el legislador competencias interpretativas que sólo
corresponden al Tribunal Constitucional, y además en sentido contrario al querido por el constituyente,
como por haber sustraído al orden judicial penal sus competencias de calificación y enjuiciamiento
jurídico, resulta infringido el principio de separación de poderes, elemento esencial del Estado de
Derecho, y, en consecuencia, violado el art. 1 de la Constitución por conexión con el art. 1 de la LOTC; y
asimismo resultan vulnerados los principios de legalidad y seguridad jurídica (art. 9.3 de la Constitución)
en relación con los de necesidad e intangibilidad de las competencias de los Juzgados y Tribunales,
consagrados en el art. 117.3 de la Constitución.
C) Como «ampliación del motivo sexto de inconstitucionalidad en relación con el motivo primero»,
proceden los recursos, en primer término, a analizar la cuestión de si resulta aplicable, como pretende el
Proyecto en su exposición de motivos, la doctrina o el principio de no exigibilidad de otra conducta, al
modo en que se utilizó en la Sentencia del Tribunal Constitucional alemán de 25 de febrero de 1975. Tras
analizar esta Sentencia llegan a la conclusión de que los supuestos que pudieran estar allí comprendidos
quedan cubiertos en nuestro Derecho a través de la eximente de estado de necesidad, ya que ésta se perfila
aquí con una extensión desconocida en el Derecho comparado. En nuestro país -precisan- el hecho de que
exista el delito de aborto tipificado en el Código Penal no significa que toda mujer abortista sea castigada,
pues la no exigibilidad actúa a través de la eximente de estado de necesidad, y así ni un solo caso de
condena se ha dado en la jurisprudencia española por las causas que pretende recoger la indicación
primera. Es cierto, añaden, que la doctrina penal más moderna ha venido a incorporar la no exigibilidad
de otra conducta como elemento negativo de la culpabilidad, pero entienden que la misma despliega su
eficacia en el ámbito subjetivo, es decir, respecto de una persona concreta en una situación concreta: La
concurrencia o la ausencia de culpabilidad no se determina en virtud de una ley, caracterizada por la
generalidad abstracta, sino en virtud de una Sentencia que enjuicia el caso concreto. Finalmente, tras
efectuar este examen desde el punto de vista de la culpabilidad, pasan a contemplar la cuestión desde la
perspectiva de la antijuridicidad, para concluir que, si se parte de que el derecho a la vida existe desde el
momento mismo de la concepción, resulta, como corolario jurídico, el deber de todos de abstenerse de
acciones contrarias a tal derecho, deber que es exigible por el Estado, a través de la pena, frente a
cualquiera y por encima de cualquier otro bien jurídico que no está subordinado.
D) Por último, bajo el epígrafe de «ampliación del motivo séptimo de la inconstitucionalidad», los
recurrentes manifiestan que a las ambigüedades denunciadas en el escrito inicial, que entrañan una
violación del principio de la seguridad jurídica reconocido en el art. 9.3 de la Constitución, debe añadirse
una nueva ambigüedad, el peligro que el aborto implica para la vida y la salud de la madre, lo que, a su
juicio, entraña una vulneración del art. 43 de la Constitución. En efecto -señalan- en el supuesto de que
una peligrosa situación clínica de la madre, previa al embarazo, pudiera verse potenciada a causa de la
gestación concomitante hasta el punto de poner en peligro su vida, confirmándose así la excepcional
circunstancia clínica a que alude la Ley, no puede olvidarse que el acto abortivo, en sí mismo, incorpora a
la salud ya precaria de la madre un innegable nuevo riesgo que puede acabar con su vida.
3. Por escrito de 10 de febrero de 1984, el Abogado del Estado, en nombre del Gobierno, se opone al
recurso previo de inconstitucionalidad haciendo las siguientes alegaciones:
A) Por lo que se refiere al «primer motivo de inconstitucionalidad» alegado por los recurrentes, considera
que, con independencia de posibles discusiones de tipo valorativo, es necesario analizar el alcance del
precepto impugnado, que se limita a despenalizar ciertos supuestos de aborto con carácter excepcional,
manteniendo la penalización en los demás casos, lo que supone que la vida en gestación sigue
considerándose un bien jurídico protegible.
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Los recurrentes sostienen que tales supuestos deberían hallarse penados, entendiendo que la falta de
previsión penal entraña la infracción de una serie de preceptos de la Constitución. En el fondo de su
postura late la tesis de la necesidad incondicionada y absoluta de utilizar normas penales para proteger
esos derechos, lo que les fuerza a una interpretación del art. 15 de la Constitución. Esto es: tal necesidad
no se presenta en la demanda como una consecuencia exegética deducida del análisis de la Constitución,
sino más bien como un prius condicionante de la interpretación misma. Pero, a juicio del Abogado del
Estado, la exigencia incondicional de una ratio penal, sin matizaciones ni distingos, no puede ser
compartida ni contradicha en un escrito procesal que debe discurrir por el cauce de la reflexión jurídica;
se trata, en definitiva, de materia de política criminal y no es jurídicamente debatible.
Ahora bien, si la necesidad de penar el aborto, como única y no última ratio, representa una cuestión
metajurídica, la pregunta de si la Constitución impone precisamente este deber constituye una cuestión
jurídica. Lo que hay que plantearse no es si es necesaria una norma penal, sino si la Constitución, en este
caso, la impone. La respuesta es negativa: No existe en el Derecho español, ni en ordenamiento jurídico
alguno, una absoluta y fatal correspondencia entre infracción jurídica y sanción penal, y sobre todo, no
hay en el texto constitucional el más leve indicio de que así haya de ser. Por otra parte, de acuerdo con la
concepción constitucional clásica, los derechos se afirman frente al Estado, son límites a la acción del
poder político; tal es el sentido -señala el Abogado del Estado- del art. 53 de la Constitución, según el
cual «los derechos y libertades reconocidos en el capítulo segundo del presente título vinculan a todos los
poderes públicos». Bien es cierto que con ello -añade- no quiere negarse la concepción de la Constitución
como un todo y la influencia indirecta que los preceptos reguladores de los derechos fundamentales pueda
tener en la interpretación de los restantes preceptos legales; pero lo que se pretende es afirmar la
imposibilidad de inferir la necesidad de una norma penal como única solución o alternativa legítima para
la tutela de un bien jurídico. La solución de concebir los derechos fundamentales como derechos
ejercitables frente al Estado ha llevado a casi todas las legislaciones de nuestro entorno cultural a rechazar
que del derecho a la vida pueda inferirse una obligación positiva del Estado para implantar mecanismos
coercitivos de signo penal en todo caso; así lo ha entendido -precisa el Abogado del Estado- el Tribunal
Constitucional austriaco y, en forma implícita, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos y la Corte
Constitucional italiana. Unica excepción es la Sentencia del Tribunal Constitucional de la República
Federal Alemana de 25 de febrero de 1975, que -admitiendo la legalidad constitucional de la llamada
solución de indicaciones indicaciones- ha seguido el camino de juzgar la cuestión planteada en función de
unos juicios de valor, pero sus planteamientos han sido muy controvertidos por la doctrina. Por lo demás,
recuerda el Abogado del Estado que los propios recurrentes, aun dentro de la línea de los juicios de valor,
se ven forzados a criticar la Sentencia alemana, por declarar ésta inexigible la continuidad del embarazo
en las cuatro indicaciones cuya constitucionalidad deja a salvo, precediendo a dicha consideración la
declaración de que la fijación de las penas compete al legislador, que la pena nunca puede ser un fin en sí
misma, y que el legislador debe hacer un uso prudente y cuidadoso de las sanciones penales al no ser
éstas sino el último extremo recurso posible para el cumplimiento de los fines de la política legislativa.
Pasa después el Abogado del Estado a considerar la interpretación de la palabra «todos» dentro del art. 15
de la Constitución, para concluir que desde el sentido de las palabras, al reconocerse a «todos» la
titularidad de un derecho, sólo podrán incluirse en el término aquellos a quienes el Derecho reconoce
como sujetos aptos para ostentar titularidades jurídicas. El problema, pues, se remite al sector del
ordenamiento, que precisa quiénes pueden ser titulares de derechos. Por otra parte -añade-, el resto del art.
15 sólo es aplicable a las «personas».
En cuanto a la interpretación sistemática aducida también por los recurrentes, que quieren poner de
relieve, por ejemplo, la contradicción existente entre las medidas de protección propias del estado social
(art. 1 de la Constitución) y el contenido del precepto impugnado, el Abogado del Estado se remite a sus
alegaciones posteriores sobre otros motivos de inconstitucionalidad, aunque pone de manifiesto que la
razón sistemática se divide con cierta arbitrariedad, haciendo servir a unos preceptos para unos efectos y
no para otros. Por otra parte, indica que en la Constitución las prohibiciones, cuando existen, aparecen en
forma precisa y concreta: así la prohibición de la pena de muerte (art. 15), la de los Tribunales de Honor
(art. 26), la de imponerse por la Administración Civil sanciones privativas de libertad (art. 25.3) y,
particularmente, la expresa mención de sanciones penales y administrativas para proteger un derecho, que
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
realiza el art. 45.3 en relación con el medio ambiente. Por lo tanto, la omisión de protección penal será
constitucionalmente ilegítima cuando así viniere expresamente contemplado en la Constitución. Y así, en
la jurisprudencia del Tribunal Supremo norteamericano, la posibilidad de prohibir el aborto se ha
examinado siempre como una posibilidad de los estados miembros de perseguir penalmente, o no
perseguir, tal conducta, pero nunca como la obligación de castigar con sanción penal, inexistente incluso
en el ámbito en que se entiende que existe vida humana protegible como bien superior de la libertad de la
madre (veintiocho semanas de gestación). En definitiva, no se prevé la obligatoriedad de una persecución
penal en el caso que nos ocupa; sólo su posibilidad, ejercible o no.
Los recurrentes hacían referencia también a los antecedentes históricos bajo la invocación del art. 3 del
Código Civil, que menciona a los mismos como elemento auxiliar de la interpretación jurídica. El
Abogado del Estado los divide en dos grupos: de un lado, las normas sancionadoras del aborto contenidas
en los diversos Códigos Penales; de otro, el conjunto de preceptos que implican una protección al
nasciturus. A su juicio, ambos son irrelevantes. La tradición legislativa relativa al primer grupo no puede
constituirse en medio interpretativo cuando precisamente lo que persigue el proyecto impugnado es una
innovación legislativa que rompe con el pasado. Y las normas civiles protectoras de los derechos del
nasciturus suponen simplemente la atribución de derechos in fieri, pendientes en cuanto a su eficacia del
hecho posterior e incierto del nacimiento, de tal modo que sólo a partir del instante en que se produce tal
condición se perfecciona el derecho.
Una especial consideración merecen al Abogado del Estado los antecedentes legislativos en la
elaboración de la Constitución, de los que hace una detallada referencia para concluir que con la fórmula
adoptada finalmente en el art. 15 no se decidió ni a favor ni en contra del aborto. La fórmula «todos»
constaba antes del debate parlamentario en el anteproyecto, y tal redacción no suscitó la oposición ni
enmienda alguna de ningún grupo parlamentario, incluidos los defensores del aborto. Luego la ponencia
introdujo el término «persona», como consecuencia de una enmienda justificada en una «mayor
corrección técnica», y, por otra parte, se presentó una enmienda -la 776- que incluía explícitamente al
nasciturus, enmienda que no fue discutida ni incluso aludida en el debate en la Comisión, pero que
demuestra que había parlamentarios que no estimaban que el término «todos» supusiera la interdicción
constitucional del aborto. Por último, es en el Pleno del Congreso cuando un Diputado propone la vuelta a
la vieja fórmula «todos tienen derecho a la vida» con una intención muy concreta: la de hacer posible que
la protección jurídica se extendiera al nasciturus y con ello asegurar, a su entender, que cualquier forma
de aborto no fuera posible en el futuro. Sin embargo, concluye el Abogado del Estado que, aunque la
enmienda se aprobó por mayoría, se reconoció por los diversos grupos que con ello no quedaba zanjada la
cuestión del aborto. En ningún momento -constata- hubo realmente un debate sobre el aborto; el propio
Diputado de UCD, que explicó el voto de su grupo, decisivo para que se aprobara la enmienda del grupo
de Alianza Popular, explicó que «ninguna de las dos fórmulas que aquí están en cuestión es una forma
abortista», con lo que evidenció la desconexión entre la cuestión del aborto y la alternativa terminológica
que se sometía a votación.
Por último, el Abogado del Estado, tras considerar la tesis de los recurrentes según la cual «la realidad
social del momento en que ha de ser aplicado el art. 15 de la Constitución» exige interpretar éste como
referido al no nacido, concluye que tal afirmación se apoya en una serie de escritos de algunas
Corporaciones, Colegios e instituciones privadas, esto es, se trata de un reflejo de la existencia de muchas
opiniones sobre el tema, por lo que dicho criterio hermenéutico no resulta decisivo.
B) En el motivo segundo del recurso previo de inconstitucionalidad los recurrentes estiman conculcado
por el Proyecto en cuestión el art. 1 de la Constitución, según el cual España se constituye en un Estado
social, y ello por entender que existe una contradicción entre la preocupación por la defensa de los
derechos fundamentales propia del Estado social y la falta de protección al más primario y fundamental
de todos, que entraña el art. 417 bis del Proyecto.
Señala el Abogado del Estado que el significado, función y alcance de la cláusula del Estado social es
difícil de reconducir a una definición sintética. Su significado originario suele vincularse, de un lado, al
reconocimiento de ciertos derechos típicos, diferenciados de los clásicos derechos de libertad (de los que
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Examina luego el Abogado del Estado la tesis de los demandantes de que el Proyecto impugnado viola
también el principio del estado de derecho, proclamado asimismo en el art. 1 de la Constitución y, en
concreto, la teoría de la división de poderes al invadir las funciones jurisdiccionales, tanto del Tribunal
Constitucional como del orden judicial penal ordinario.
En cuanto al primer extremo, se basa la demanda no tanto en que el legislador ordinario haya interpretado
mal el art. 15 de la Constitución como en el hecho de que lo haya interpretado, entendiendo que la mera
interpretación corresponde al Tribunal Constitucional, de modo que el legislador ha asumido
competencias que la Ley orgánica del mismo (LOTC) atribuye a este Tribunal. Para el Abogado del
Estado este planteamiento no es aceptable, pues la norma cuestionada -dice- no pretende interpretar el art.
15 de la Constitución, sino establecer unos supuestos de exención de responsabilidad penal. Y en
cualquier caso, la objeción de la demanda, en los términos en que está formulada, impediría la
promulgación de cualquier norma jurídica, por cuanto siempre y ante cualquier mandato cabría inferir
idéntica objeción.
En segundo lugar manifiesta el Abogado del Estado que no encuentra la menor justificación al reproche
de que el legislador ha invadido las competencias del orden judicial penal. Es difícil, a su juicio, admitir
la hipótesis abstracta de que el legislador invada competencias judiciales, si no es por la vía de privar a
los órganos del poder judicial de las funciones constitucionalmente reservadas a ellos, atribuyéndoselas a
otros con distinta incardinación constitucional. Tal cosa no sucede en el proyecto impugnado, que no
realiza ninguna operación de sustracción, sino que se limita a introducir una nueva regulación sustantiva
en la legislación penal, lo que entra dentro de sus atribuciones, ya que el llamado a definir las infracciones
punibles es el legislador, según resulta de los arts. 62.2 y 25 de la Constitución. La función de los Jueces
consiste en aplicar la Ley, «juzgando y haciendo ejecutar lo juzgado», por lo que no puede decirse que se
viole el art. 117 de la norma fundamental por el hecho de sustraer determinados supuestos de la lista de
hechos tipificados como punibles. Y ello es así, por cuanto la competencia del juzgador desde el punto de
vista de sus poderes procesales no se reduce por efecto de una destipificación penal: En todo caso, el
juicio sobre si un hecho debe o no conceptuarse como infracción punible queda reservado al juzgador,
que no está sujeto a otro límite que el del imperio de la Ley. Añade finalmente el Abogado del Estado que
tampoco aparece justificada la afirmación de que la exigencia de un dictamen facultativo previo implique
sustraer poderes al Juez. Tal intervención -precisa- se preceptúa como un elemento más de la norma que
excluye la sanción en ciertos casos de aborto, como medida de garantía y de certeza del presupuesto de
hecho del precepto, lo que sucede en la regulación positiva de la mayor parte de los países de nuestro
entorno.
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D) Examina luego el Abogado del Estado el motivo de inconstitucionalidad denunciado por los
recurrentes en el apartado cuarto de su escrito, en el que sostienen que el Proyecto impugnado vulnera el
art. 39.2 y 4 de la Constitución.
Señala el Abogado del Estado que la argumentación de este motivo discurre por un doble cauce: En
cuanto el Proyecto impide al padre su intervención para otorgar el consentimiento del aborto, y en cuanto
genera desigualdades respecto de los hijos nacidos. En su opinión, toda esta argumentación parte de
considerar las expresiones «hijos» o «niños» como comprensivas del concebido y no nacido, añade que la
protección de los hijos (o niños, puesto que el precepto en el conjunto de sus apartados está obviamente
contemplando a los hijos menores) a que se refiere el art. 39 de la Constitución se encuentra
indiscutiblemente ligada a la noción de persona. Por otra parte, la demanda apunta a la igualdad de
derechos y deberes del marido y de la mujer según el Código Civil, aunque de ello no infiere ninguna
lesión del art. 14 de la Constitución. Estima el Abogado del Estado que, pese a no haberse argumentado
nada en tal sentido, debe destacarse el total olvido que en la demanda se hace de la distinta posición de la
mujer embarazada y del varón progenitor. La simple consideración de los supuestos de despenalización
del aborto contemplados en la norma impugnada evidencia -dice- la improcedencia de cualquier forma de
consentimiento del varón. En el caso de aborto por indicación terapéutica, el conflicto de derechos se
sitúa exclusivamente entre el futuro de la concepción y la madre; en el caso de indicación ética, no se
comprende que hayan de prolongarse las consecuencias del delito, agravando la situación de la
embarazada al requerir el consentimiento del propio violador; finalmente, en el tercer supuesto de
despenalización, el compromiso del padre, de soportar los cuidados y gastos del nasciturus, no eliminaría
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la aflicción o penosidad del hecho para la madre. En definitiva -concluye el Abogado del Estado-, si la
posibilidad del aborto en determinados casos se basa en la no exigibilidad de otra conducta por parte de la
madre, pese al sacrificio que ello supone del bien jurídico que es la vida en formación, con mayor razón
prevalecerá aquella no exigibilidad frente a los eventuales derechos del padre, que sólo asumirían, en su
caso, un significado instrumental y supeditado a dicho bien jurídico.
E) y F) Como quinto motivo de inconstitucionalidad señalaban los recurrentes la vulneración del art. 53
de la Constitución, en cuanto a las garantías del derecho fundamental a la vida. Luego, bajo la rúbrica de
«motivo sexto», procedían a analizar las «indicaciones» contempladas en el proyectado art. 417 bis del
Código Civil. El Abogado del Estado contesta en forma global a ambos apartados.
Señala, en primer lugar, que la demanda, en el tratamiento impugnatorio del precepto en cuestión, parte
de unas premisas generales que merecen unas consideraciones previas:
1.ª Equiparación absoluta del feto con la persona nacida, que no tiene fundamento alguno en la
Constitución y, a mayor abundamiento, tampoco en el texto penal vigente ni en la larga serie de los que le
han precedido, pues la misma diferenciación del tipo penal respecto del homicidio y el infanticidio hacen
innecesarias meyores demostraciones.
2.ª Desatención absoluta de los derechos de la madre ante la situación del embarazo, cuando esta
situación viene caracterizada precisamente por una confluencia de derechos tan intensa que no encuentra
parangón en ningún otro supuesto contemplado en el ordenamiento. El derecho a la vida de la madre, al
desarrollo de su personalidad, a la salud, al honor, a su intimidad, etc., son aspectos que no pueden
dejarse de lado so pena de asumir una visión parcial y, por ende, inexacta del problema. De todos ellos,
merece una especial consideración el derecho a la intimidad. También la demanda parece rechazar la
existencia de conflicto entre bienes jurídicos, afirmando que la vida constituye un valor absoluto, no
susceptible de limitación y ante el que deben ceder todos los demás derechos por presuponer todos y cada
uno de ellos el derecho a la vida. Esta argumentación -señala el Abogado del Estado-, que sólo se sostiene
sobre la base de una total equiparación entre el feto y la persona nacida, olvida además que no existen
derechos ilimitados -el propio derecho a la vida cede legítimamente ante la propia defensa de la persona y
de los bienes-, que todo derecho puede entrar en conflicto con otros derechos e intereses, y que la
valoración de estos intereses y el señalamiento de los correspondientes límites es tarea primordial del
legislador.
3.ª Remisión de las funciones de tipificación penal a los Tribunales. En esencia parece sostenerse en la
demanda que los supuestos de despenalización del aborto podían muy bien incluirse en los casos de
exención de responsabilidad criminal por estado de necesidad. Pero la Ley -manifiesta el Abogado del
Estado- no puede renunciar a regular la vida social con sus características de generalidad y abstracción, y
menos aún en una disciplina para la que el principio de legalidad constituye un instrumento de su propio
ser. La culpabilidad como elemento conceptual de la propia noción de delito no puede ser extraña al
legislador, ni puede dejar de ser por tanto una categoría jurídica, porque una definición jurídica del acto
violatorio tiene que basarse exclusivamente en la noción de norma jurídica, y ésta, y sólo ésta, es la
llamada a definir la culpabilidad a los efectos de integrar el tipo, y si el Juez declara la culpabilidad, estará
inevitablemente aplicando la norma. Que la norma penal defina la culpabilidad de una u otra forma, o
incluya el mandato en la parte general de un texto o en la regulación concreta de una figura penal, es algo
que compete exclusivamente al legislador. Por ello, bajo la apariencia de una actitud «judicialista» se
esconde en la demanda un puro y simple rechazo de la norma.
4.ª Rechazo de la norma por los riesgos potenciales de su propio incumplimiento. En algunos pasajes de
la demanda -recuerda el Abogado del Estado- se expresa el temor de que la despenalización de los casos
de aborto contenidos en el art. 417 bis del Código Penal constituyan un portillo abierto al aborto libre.
Esta argumentación discurre, a su juicio, por cauces ajenos al objeto del presente proceso, que no tiene
por misión -dice- asumir la responsabilidad de los resultados de la Ley, sino enjuiciar los enunciados de
ésta bajo la perspectiva del texto constitucional.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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Hechas estas consideraciones previas, pasa el Abogado del Estado a examinar la impugnación concreta
del precepto en cuestión, y a este respecto recuerda que el proyectado art. 417 bis del Código Penal exime
de penalidad al aborto si se practica por un Médico con el consentimiento de la mujer cuando concurra
alguna de las circunstancias que se expresan a continuación.
Para el caso de conflicto entre la vida de la madre y la del nasciturus, dentro de la «indicación
terapéutica», los recurrentes señalan, en primer término, que cabe la eximente de estado de necesidad,
razonamiento -dice el Abogado del Estado- que, de ser congruente consigo mismo, debiera haber hecho
prescindir de la impugnación; a continuación alegan que la exención comprende «casos excepcionales
cada vez menos frecuentes» y que hoy existen medios para lograr salvar la vida de la madre y la del hijo,
razonamiento que, a juicio del Abogado del Estado, no excluye la razón de ser del precepto, y menos aún
demuestra su inconstitucionalidad, puesto que el que la norma haya de tener una aplicación más o menos
frecuente no elimina el problema en los casos en que aparezca. En cuanto al caso de conflicto con la
salud, el Abogado del Estado se remite a las consideraciones que hizo anteriormente. Por otra parte,
señala la conveniencia de traer a colación, dentro de un marco valorativo, la doctrina de la «conducta no
exigible» que, como los propios demandantes reconocen, es sostenida por la doctrina más moderna como
causa de exención de responsabilidad. El legislador -dice- tiene derecho a valorar qué conductas merecen
castigo y cuáles no, en su función ordenadora de la convivencia. Además -añade-, ni siquiera la demanda
contiene una afirmación contraria al espíritu de la Ley, esto es, que aun en caso de grave peligro para la
salud de la madre la interrupción del embarazo deba dar lugar a sanciones para ésta. En definitiva -
concluye- las divergencias de los recurrentes con la Ley en este punto vienen a quedar reducidas a una
modesta diferenciación de matiz técnico, que no se justifica en un recurso de inconstitucionalidad.
Por lo que se refiere a la «indicación ética», recuerda el Abogado del Estado que la demanda se limita
también a formular reservas de tipo técnico, si se prescinde del juicio moral y de las medidas que podrían
coadyuvar a evitar el aborto en tales casos. El argumento -dice- va más dirigido contra el potencial abuso
de la Ley que contra la Ley misma, argumento que no resulta atendible si se tiene en cuenta que en el
caso de que la denuncia de violación se revelare falsa, o a través de cualquier confabulación se hiciere
abuso de la norma, existiría un delito independiente, además de cesar el supuesto de no punibilidad
previsto en el proyecto. Finalmente, el Abogado del Estado pone de manifiesto que para los demandantes
la indicación ética entraña una violación del art. 15 de la Constitución al hacer prevalecer -dicen- el
derecho al honor sobre el derecho a la vida; a lo que contraargumenta que no es la consideración del
derecho al honor de la madre la única motivación que está en la raíz de la indicación. Es sobre todo la
inexigibilidad de otra conducta, pues forzar a la mujer embarazada por consecuencia de un delito, a vivir
perpetuamente vinculada a un hecho indeseado e indeseable es exigir más de lo que es esperable de la
conducta humana normal.
Una vez concluido el examen de los supuestos de no punibilidad del aborto, señala el Abogado del Estado
que, por otra parte, estos planteamientos no constituyen ninguna originalidad novedosa de doctrina
penalista, sino que tienen su plasmación positiva en la vigente legislación penal. En efecto, una
consideración del art. 414 del Código Penal vigente muestra que el aborto llamado honoris causa ha
merecido un tratamiento singular en todas las Leyes penales, sujetándose a la más leve de las penas
privativas de libertad. Por consiguiente, si para la protección del derecho al honor se minimiza la pena
hasta ese grado, mal se puede reprochar la destipificación del delito cuando entran en consideración otros
derechos confluentes que revelan un conflicto más grave.
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G) Por último, considera el Abogado del Estado el motivo séptimo del recurso, en el que se alude a
supuestas «ambigüedades constitucionales» del proyectado art. 417 bis del Código Penal, que se estima
violan el principio de seguridad jurídica reconocido en el art. 9.3 de la Constitución, sobre todo porque el
proyecto no contiene previsión alguna sobre las consecuencias que la modificación por él introducida
supone en otros campos jurídicos.
Señala al respecto, en primer lugar, que, en su opinión, las observaciones formuladas atienden a
problemas más o menos teóricos de integración o interpretación jurídica, bien de la propia norma, bien de
ésta en su relación con otros preceptos del ordenamiento jurídico, pero no tienen que ver con el principio
de seguridad jurídica, al no discutirse su legalidad formal o su certeza material. Por otra parte -añade-, la
demanda se resuelve en un enunciado casuístico de «circunstancias», pero no funda en ellas ninguna
objeción directa de inconstitucionalidad, sino que recaba del Tribunal Constitucional una sentencia
interpretativa, petición que, como ha recordado ya este Tribunal, resulta de improcedente planteamiento
por las partes. No obstante, el Abogado del Estado pasa a comentar así las mencionadas «circunstancias»:
1.ª Por lo que se refiere a la «expresión peligro grave para la salud», el concepto de salud es un término
empleado en la Constitución, como el objeto de un derecho protegible, y la aplicación o interpretación del
concepto está confiada a los órganos encargados de juzgar sobre el derecho, en su caso.
2.ª En cuanto a la violación, el delito habrá de ser denunciado, y al Juez le compete perseguirlo si llega a
demostrarse su existencia, o, en caso contrario, proceder por simulación de delito contra la persona que
hubiere fingido su comisión.
5.ª No se desprende del proyecto obligación específica para los facultativos, por lo que resulta ocioso
preguntarse sobre la objeción de conciencia.
6.ª Se trata de una cuestión de derecho civil, que no es misión del Código Penal resolver.
7.ª Ya fue objeto de consideración esta objeción, como motivo sustancioso de impugnación.
8.ª No se señala por qué la intervención del Ministerio Fiscal ha de ser preceptiva.
10.ª La Ley 30/1979, de 27 de octubre, sobre extracción y trasplante de órganos, no puede erigirse en
parámetro de validez del proyecto impugnado.
11.ª Finalmente, en cuanto a la circunstancia invocada en el motivo cuarto del escrito de ampliación, esto
es, «el peligro que implica el aborto para la vida y la salud de la madre», no puede negarse que este riesgo
es el que la norma trata de conjurar en la primera de las indicaciones, y en otro caso no seria distinto del
de cualquier persona ante una intervención quirúrgica.
4. Habiéndose recibido del Congreso de los Diputados los Diarios de Sesiones del Pleno del mismo
correspondientes a la segunda legislatura, así como el diario de «Sesiones de la Comisión de Justicia
Interior», todo ello referido al proyecto impugnado, y del Ministerio de Justicia el expediente de
elaboración del anteproyecto de la Ley orgánica de reforma urgente y parcial del Código Penal, en el que
se incluía el art. 417 bis, este Tribunal Constitucional, por providencia de 22 de febrero de 1984, dispone
la habilitación de un plazo común de diez días para que toda esta documentación pueda ser conocida por
las partes y puedan alegar con relación a ella y dentro del indicado plazo lo que estimaren conveniente a
su derecho.
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C) La documentación es, en su opinión, presuntamente parcial. Al mismo tiempo hace una proposición de
prueba que califica de documental, pública y privada, así como una proposición de prueba pericial.
Por su parte, el Abogado del Estado, en el plazo de alegaciones, manifiesta que a la vista de la
documentación recibida del Congreso de los Diputados y del Ministerio de Justicia poco se podría añadir
a las alegaciones formuladas en su momento: Los debates parlamentarios revelan una evidente
discrepancia política sobre el contenido del proyecto de reforma; un análisis de las criticas al mismo
evidencian no tanto el propósito o la convicción sobre la necesidad de someter a penas aflictivas a quienes
incidan en los tipos que se despenalizan, cuanto el derecho de operar con diferentes técnicas de exención
de responsabilidad para estos mismos supuestos. A juicio del Abogado del Estado, si desde el punto de
vista político técnico la cuestión presenta gran interés, desde el punto de vista de la constitucionalidad del
proyecto ofrece escasa utilidad. Por otra parte, añade que los estudios tenidos en cuenta para la valoración
del anteproyecto muestran una cuidadosa consideración de los distintos aspectos que inciden en las
cuestiones contempladas, y que estos estudios y trabajos no tienen otra significación que la de elementos
de reflexión y análisis previos a una decisión legislativa, cuya conformidad a la Constitución ya ha
razonado en su momento.
5. En relación con las peticiones formuladas por la parte recurrente sobre recibimiento y proposición de
prueba, este Tribunal, después de dar traslado al Abogado del Estado del escrito y documentos aportados
por plazo de cinco días, resuelve, por Auto de 9 de abril de 1984, admitir como prueba documental la
constituida por los documentos aportados con el escrito de interposición del recurso, el de ampliación y el
presentado el 7 de marzo último a que acaba de hacerse referencia en el anterior antecedente, y acuerda
denegar el resto de las peticiones que sobre prueba y el contenido del expediente se hacían en el escrito
presentado por el señor Ruiz Gallardón como comisionado de los recurrentes.
6. Por providencia de 21 de marzo de 1985, el Pleno del Tribunal señaló para deliberación y votación de
la presente sentencia el día 26 del mismo mes, plazo que se amplió por providencia del día 28 hasta el
máximo permitido por el art. 34.2 de la LOTC.
7. En la sesión del Pleno de 11 de abril de 1985 se sometió a votación conjunta la ponencia formulada por
el Ponente inicialmente nombrado, don Jerónimo Arozamena Sierra, y el texto alternativo redactado por
los Magistrados doña Gloria Begué Cantón y don Rafael Gómez-Ferrer Morant. En dicha votación obtuvo
mayoría el texto alternativo mencionado, en atención a lo cual el Ponente señor Arozamena solicitó del
Presidente que le dispensara de la redacción de la sentencia. Por Decreto de la misma fecha, el Presidente
accedió a lo solicitado y nombró Ponentes para dicho acto a los Magistrados señora Begué y señor
Gómez-Ferrer.
1. El objeto del recurso que debe ser decidido por la presente sentencia es determinar la
constitucionalidad o inconstitucionalidad del proyecto de Ley orgánica que introduce el art. 417 bis en el
Código Penal, por el que se declara no punible el aborto en determinados supuestos. Se trata de un caso
límite en el ámbito del Derecho; en primer lugar, porque el vínculo natural del nasciturus con la madre
fundamenta una relación de especial naturaleza de la que no hay paralelo en ningún otro comportamiento
social, y en segundo término, por tratarse de un tema en cuya consideración inciden con más profundidad
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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que en ningún otro ideas, creencias y convicciones morales, culturales y sociales. El Tribunal no puede
menos de tener en cuenta, como una de las ideas subyacentes a su razonamiento, la peculiaridad de la
relación entre la madre y el nasciturus a la que antes hemos hecho mención; pero ha de hacer abstracción
de todo elemento o patrón de enjuiciamiento que no sea el estrictamente jurídico, ya que otra cosa seria
contradictoria con la imparcialidad y objetividad de juicio inherente a la función jurisdiccional, que no
puede atenerse a criterios y pautas, incluidas las propias convicciones, ajenos a los del análisis jurídico.
2. El proyecto de reforma del Código Penal al que hacemos referencia en el fundamento anterior dice así:
«Artículo único.-El art. 417 bis del Código Penal queda redactado de la siguiente manera:
El aborto no será punible si se practica por un Médico, con el consentimiento de la mujer, cuando
concurran alguna de las circunstancias siguientes:
1. Que sea necesario para evitar un grave peligro para la vida o la salud de la embarazada.
2. Que el embarazo sea consecuencia de un hecho constitutivo del delito de violación del art. 429,
siempre que el aborto se practique dentro de las doce primeras semanas de gestación y que el mencionado
hecho hubiere sido denunciado.
3. Que sea probable que el feto habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas, siempre que el aborto
se practique dentro de las veintidós primeras semanas de gestación y que el pronóstico desfavorable
conste en un dictamen emitido por dos Médicos especialistas distintos del que intervenga a la
embarazada.»
Los recurrentes consideran este proyecto inconstitucional por estimar que vulnera los arts. 1.1, 9.3, 10.2,
15, 39.2 y 4, 49 y 51.1 y 3 de la Constitución. El Abogado del Estado, por su parte, considera que el
Proyecto no es inconstitucional. Los razonamientos de ambas partes han quedado resumidos en los
antecedentes primero, segundo y tercero de esta Sentencia, por lo que sería redundante hacerlo aquí.
3. El problema nuclear en torno al cual giran las cuestiones planteadas en el presente recurso es el alcance
de la protección constitucional del nasciturus, por lo que procede comenzar por hacer unas
consideraciones generales sobre la trascendencia del reconocimiento del derecho a la vida dentro del
ordenamiento constitucional, consideraciones que iremos precisando a medida que lo requiera el
desarrollo de nuestra argumentación. Dicho derecho a la vida, reconocido y garantizado en su doble
significación física y moral por el art. 15 de la Constitución, es la proyección de un valor superior del
ordenamiento jurídico constitucional -la vida humana- y constituye el derecho fundamental esencial y
troncal en cuanto es el supuesto ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia
posible. Indisolublemente relacionado con el derecho a la vida en su dimensión humana se encuentra el
valor jurídico fundamental de la dignidad de la persona, reconocido en el art. 10 como germen o núcleo
de unos derechos «que le son inherentes». La relevancia y la significación superior de uno y otro valor y
de los derechos que los encarnan se manifiesta en su colocación misma en el texto constitucional, ya que
el art. 10 es situado a la cabeza del titulo destinado a tratar de los derechos y deberes fundamentales, y el
art. 15 a la cabeza del capitulo donde se concretan estos derechos, lo que muestra que dentro del sistema
constitucional son considerados como el punto de arranque, como el prius lógico y ontológico para la
existencia y especificación de los demás derechos.
4. Es también pertinente hacer, con carácter previo, algunas referencias al ámbito, significación y función
de los derechos fundamentales en el constitucionalismo de nuestro tiempo inspirado en el Estado social de
Derecho. En este sentido, la doctrina ha puesto de manifiesto -en coherencia con los contenidos y
estructuras de los ordenamientos positivos- que los derechos fundamentales no incluyen solamente
derechos subjetivos de defensa de los individuos frente al Estado, y garantías institucionales, sino también
deberes positivos por parte de éste (vide al respecto arts. 9.2; 17.4; 18.1 y 4; 20.3; 27 de la Constitución).
Pero, además, los derechos fundamentales son los componentes estructurales básicos, tanto del conjunto
del orden jurídico objetivo como de cada una de las ramas que lo integran, en razón de que son la
expresión jurídica de un sistema de valores que, por decisión del constituyente, ha de informar el conjunto
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de la organización jurídica y política; son, en fin, como dice el art. 10 de la Constitución, el «fundamento
del orden jurídico y de la paz social». De la significación y finalidades de estos derechos dentro del orden
constitucional se desprende que la garantía de su vigencia no puede limitarse a la posibilidad del ejercicio
de pretensiones por parte de los individuos, sino que ha de ser asumida también por el Estado. Por
consiguiente, de la obligación del sometimiento de todos los poderes a la Constitución no solamente se
deduce la obligación negativa del Estado de no lesionar la esfera individual o institucional protegida por
los derechos fundamentales, sino también la obligación positiva de contribuir a la efectividad de tales
derechos, y de los valores que representan, aun cuando no exista una pretensión subjetiva por parte del
ciudadano. Ello obliga especialmente al legislador, quien recibe de los derechos fundamentales «los
impulsos y líneas directivas», obligación que adquiere especial relevancia allí donde un derecho o valor
fundamental quedaría vacío de no establecerse los supuestos para su defensa.
5. El art. 15 de la Constitución establece que «todos tienen derecho a la vida». La vida es un concepto
indeterminado sobre el que se han dado respuestas plurívocas no sólo en razón de las distintas
perspectivas (genética, médica, teológica, etc.), sino también en virtud de los diversos criterios
mantenidos por los especialistas dentro de cada uno de los puntos de vista considerados, y en cuya
evaluación y discusión no podemos ni tenemos que entrar aquí. Sin embargo, no es posible resolver
constitucionalmente el presente recurso sin partir de una noción de la vida que sirva de base para
determinar el alcance del mencionado precepto. Desde el punto de vista de la cuestión planteada basta con
precisar:
a) Que la vida humana es un devenir, un proceso que comienza con la gestación, en el curso de la cual
una realidad biológica va tomando corpórea y sensitivamente configuración humana, y que termina en la
muerte; es un continuo sometido por efectos del tiempo a cambios cualitativos de naturaleza somática y
psíquica que tienen un reflejo en el status jurídico público y privado del sujeto vital.
c) Que dentro de los cambios cualitativos en el desarrollo del proceso vital y partiendo del supuesto de
que la vida es una realidad desde el inicio de la gestación, tiene particular relevancia el nacimiento, ya
que significa el paso de la vida albergada en el seno materno a la vida albergada en la sociedad, bien que
con distintas especificaciones y modalidades a lo largo del curso vital. Y previamente al nacimiento tiene
especial trascendencia el momento a partir del cual el nasciturus es ya susceptible de vida independiente
de la madre, esto es, de adquirir plena individualidad humana.
De las consideraciones anteriores se deduce que si la Constitución protege la vida con la relevancia a que
antes se ha hecho mención, no puede desprotegerla en aquella etapa de su proceso que no sólo es
condición para la vida independiente del claustro materno, sino que es también un momento del
desarrollo de la vida misma; por lo que ha de concluirse que la vida del nasciturus, en cuanto éste encarna
un valor fundamental -la vida humana- garantizado en el art. 15 de la Constitución, constituye un bien
jurídico cuya protección encuentra en dicho precepto fundamento constitucional.
Esta conclusión resulta también de los debates parlamentarios en torno a la elaboración del mencionado
artículo del texto constitucional, cuya cercanía en el tiempo justifica su utilización como elemento
interpretativo. En el Pleno del Congreso fue defendida una enmienda -aprobada por mayoría- que
proponía utilizar el término «todos» en sustitución de la expresión «todas las personas» -introducida en el
seno de la Comisión para modificar la primitiva redacción del precepto en el Anteproyecto por estimar
que era «técnicamente más correcta»- con la finalidad de incluir al nasciturus y de evitar, por otra parte,
que con la palabra «persona» se entendiera incorporado el concepto de la misma elaborado en otras
disciplinas jurídicas específicas, como la civil y la penal, que, de otra forma, podría entenderse asumido
por la Constitución. La ambigüedad del término «todos» en la expresión «todos tienen derecho a la vida»
no fue despejada, sin embargo, durante los debates por lo que se refiere a la extensión de la titularidad del
derecho, pero en cualquier caso, como señaló el defensor de la enmienda, constituía una fórmula abierta
que se estimaba suficiente para basar en ella la defensa del nasciturus. El precepto fue aprobado
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Francisco Fernandez Segado
posteriormente en el Senado por 162 votos a favor, ninguno en contra y dos abstenciones. En definitiva,
el sentido objetivo del debate parlamentario corrobora que el nasciturus está protegido por el art. 15 de la
Constitución aun cuando no permite afirmar que sea titular del derecho fundamental.
6. Los recurrentes pretenden deducir tal titularidad, no sólo de los mencionados debates parlamentarios
acerca de la inclusión del nasciturus en el término «todos» del art. 15, sino también de la interpretación
sistemática de la Constitución, así como de los tratados y acuerdos internacionales ratificados por España,
a que remite el art. 10.2 de la Constitución para la interpretación de las normas relativas a los derechos
fundamentales y libertades en ella reconocidos. No existe, sin embargo, fundamento suficiente en apoyo
de su tesis.
Por lo que se refiere a la primera, los mismos recurrentes reconocen que la palabra «todos» utilizada en
otros preceptos constitucionales (arts. 27, 28, 29, 35 y 47) hace referencia a los nacidos, como se deduce
del contexto y del alcance del derecho que regulan, pero estiman que de ello no puede concluirse que ese
mismo significado haya de atribuirse a dicho término en el art. 15. La interpretación sistemática de éste ha
de hacerse, a su juicio, en relación con otros preceptos constitucionales (arts. 1.1, 10, 14, 39 y 49). Pero
los mismos términos generales en que esta argumentación se desarrolla y la misma vaguedad de la
conclusión a que llegan los recurrentes la convierten en irrelevante, por lo que se refiere a la cuestión
concreta planteada de la titularidad del derecho a la vida que pueda corresponder al nasciturus.
En cuanto a la interpretación del art. 15, de conformidad con la Declaración Universal de Derechos
Humanos y los tratados y acuerdos internacionales ratificados por España, lo cierto es que la versión
auténtica francesa utiliza expresamente el término «persona» en el art. 6 del Pacto Internacional de
Derechos civiles y políticos -al igual que lo hace la versión auténtica española- y en el art. 2 del Convenio
Europeo para la protección de los derechos humanos y libertades fundamentales. Y si bien el Tribunal de
Derechos Humanos no ha tenido ocasión de pronunciarse sobre este extremo, la Comisión Europea de
Derechos Humanos, en su función relativa a la admisión de demandadas, si lo ha hecho en relación con el
art. 2 del Convenio en el asunto 8416/1979, en su decisión de 13 de mayo de 1980, poniendo de
manifiesto por lo que se refiere a la expresión everyone o toute personne de los textos auténticos que, aun
cuando no aparece definida en el Convenio, la utilización que de dicha expresión se hace en el mismo y el
contexto dentro del cual se emplea en el mencionado art. 2 lleva a sostener que se refiere a las personas ya
nacidas y no es aplicable al nasciturus (Ftos. jcos. 9 y 17); asimismo, al examinar el término «vida», la
Comisión se planteó en qué sentido puede interpretarse el art. 2 en cuestión en relación con el feto,
aunque no llegó a pronunciarse en términos precisos sobre tal extremo por estimar que no era necesario
para decidir sobre el supuesto planteado (indicación médica para proteger la vida y la salud de la madre),
limitándose a excluir, de las posibles interpretaciones, la de que el feto pudiera tener un «derecho a la
vida» de carácter absoluto (Ftos. jcos. 17 a 23).
7. En definitiva, los argumentos aducidos por los recurrentes no pueden estimarse para fundamentar la
tesis de que al nasciturus le corresponda también la titularidad del derecho a la vida, pero, en todo caso, y
ello es lo decisivo para la cuestión objeto del presente recurso, debemos afirmar que la vida del
nasciturus, de acuerdo con lo argumentado en los fundamentos jurídicos anteriores de esta sentencia, es
un bien jurídico constitucionalmente protegido por el art. 15 de nuestra norma fundamental.
8. Junto al valor de la vida humana y sustancialmente relacionado con la dimensión moral de ésta, nuestra
Constitución ha elevado también a valor jurídico fundamental la dignidad de la persona, que, sin perjuicio
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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de los derechos que le son inherentes, se halla íntimamente vinculada con el libre desarrollo de la
personalidad (art. 10) y los derechos a la integridad física y moral (art. 15), a la libertad de ideas y
creencias (art. 16), al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen (art. 18.1). Del sentido
de estos preceptos puede deducirse que la dignidad es un valor espiritual y moral inherente a la persona,
que se manifiesta singularmente en la autodeterminación consciente y responsable de la propia vida y que
lleva consigo la pretensión al respeto por parte de los demás.
La dignidad está reconocida a todas las personas con carácter general, pero cuando el intérprete
constitucional trata de concretar este principio no puede ignorar el hecho obvio de la especificidad de la
condición femenina y la concreción de los mencionados derechos en el ámbito de la maternidad, derechos
que el Estado debe respetar y a cuya efectividad debe contribuir, dentro de los límites impuestos por la
existencia de otros derechos y bienes asimismo reconocidos por la Constitución.
9. Las consideraciones anteriores nos permiten entrar a examinar el Proyecto objeto del presente recurso
para enjuiciar la presunta inconstitucionalidad de los supuestos de declaración de no punibilidad del
aborto en él contenidos, aducida por los recurrentes.
El legislador parte de una normativa preconstitucional que utiliza la técnica penal como forma de
protección de la vida del nasciturus (arts. 411 a 417 del Código Penal), normativa que no revisa con
carácter general, limitándose a declarar no punible el aborto en determinados supuestos, que responden a
las denominadas indicaciones terapéutica, ética y eugenésica (Fto. jco. 2). La cuestión que se suscita es,
pues, la de examinar si el legislador puede excluir en supuestos determinados la vida del nasciturus de la
protección penal.
En primer lugar, las causas de exención de la responsabilidad establecidas en el art. 8 del Código Penal
tienen una aplicación general respecto de los delitos sancionados en este Código, que no ha sido puesta en
duda en el presente recurso, y de la que es posible deducir que -en principio y con los límites que les son
inherentes- también pueden regir, en su caso, respecto del delito de aborto (arts. 411 y ss. del Código
Penal). Pero, ciñéndonos estrictamente a la cuestión planteada por los recurrentes, hemos de considerar si
le está constitucionalmente permitido al legislador utilizar una técnica diferente, mediante la cual excluya
la punibilidad en forma específica para ciertos delitos.
La respuesta a esta cuestión ha de ser afirmativa. Por una parte, el legislador puede tomar en
consideración situaciones características de conflicto que afectan de una manera específica a un ámbito
determinado de prohibiciones penales. Tal es el caso de los supuestos en los cuales la vida del nasciturus,
como bien constitucionalmente protegido, entra en colisión con derechos relativos a valores
constitucionales de muy relevante significación, como la vida y la dignidad de la mujer, en una situación
que no tiene parangón con otra alguna, dada la especial relación del feto respecto de la madre, así como la
confluencia de bienes y derechos constitucionales en juego.
Se trata de graves conflictos de características singulares, que no pueden contemplarse tan sólo desde la
perspectiva de los derechos de la mujer o desde la protección de la vida del nasciturus. Ni ésta puede
prevalecer incondicionalmente frente a aquéllos, ni los derechos de la mujer pueden tener primacía
absoluta sobre la vida del nasciturus, dado que dicha prevalencia supone la desaparición, en todo caso, de
un bien no sólo constitucionalmente protegido, sino que encarna un valor central del ordenamiento
constitucional. Por ello, en la medida en que no puede afirmarse de ninguno de ellos su carácter absoluto,
el intérprete constitucional se ve obligado a ponderar los bienes y derechos en función del supuesto
planteado, tratando de armonizarlos si ello es posible o, en caso contrario, precisando las condiciones y
requisitos en que podría admitirse la prevalencia de uno de ellos.
Por otra parte, el legislador, que ha de tener siempre presente la razonable exigibilidad de una conducta y
la proporcionalidad de la pena en caso de incumplimiento, puede también renunciar a la sanción penal de
una conducta que objetivamente pudiera representar una carga insoportable, sin perjuicio de que, en su
caso, siga subsistiendo el deber de protección del Estado respecto del bien jurídico en otros ámbitos. Las
leyes humanas contienen patrones de conducta en los que, en general, encajan los casos normales, pero
existen situaciones singulares o excepcionales en las que castigar penalmente el incumplimiento de la Ley
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resultaría totalmente inadecuado; el legislador no puede emplear la máxima constricción -la sanción
penal- para imponer en estos casos la conducta que normalmente sería exigible, pero que no lo es en
ciertos supuestos concretos.
10. Los recurrentes alegan que no puede conocerse el alcance de los supuestos previstos por el legislador,
dada la imprecisión de alguno de los términos que éste utiliza, lo que, a su juicio, vulnera el principio de
seguridad jurídica consagrado en el art. 9.3 de la Constitución.
El Tribunal no puede compartir esta alegación de los recurrentes, pues aun cuando tales términos puedan
contener un margen de apreciación, ello no los transforma en conceptos incompatibles con la seguridad
jurídica, ya que son susceptibles de definiciones acordes con el sentido idiomático general que eliminan el
temor de una absoluta indeterminación en cuanto a su interpretación.
En efecto, el término «necesario» -que se utiliza en el núm. 1 del art. 417 bis del Código Penal en la
redacción del Proyecto- sólo puede interpretarse en el sentido de que se produce una colisión entre la vida
del nasciturus y la vida o salud de la embarazada que no puede solucionarse de ninguna otra forma.
En especial, y en relación con el supuesto de grave peligro para la salud, el término «grave» expresa con
claridad la idea de que ha de tratarse de un peligro de disminución importante de la salud y con
permanencia en el tiempo, todo ello según los conocimientos de la ciencia médica en cada momento. Por
otra parte, el término «salud» se refiere a la salud física o psíquica, como se deduce con toda evidencia de
los debates parlamentarios.
Finalmente, en cuanto al número 3 del mencionado artículo, el término «probable» expresa la idea de
razonable presunción de verdad, y responde, como apunta el Abogado del Estado, a la presumible
prudencia de los dictámenes médicos en los que los términos absolutos de seguridad o certeza suelen
quedar excluidos, sin que en este caso la sustitución de un concepto jurídico indeterminado por otro
pudiera contribuir, a juicio de este Tribunal, a una mayor precisión en el supuesto de hecho. Por otra
parte, el término «grave» expresa, de un lado, la importancia y profundidad de la tara y, de otro, su
permanencia en el tiempo.
11. Una vez analizada la objeción de indeterminación de los supuestos alegada por los recurrentes, basada
en la imprecisión de los términos, es preciso examinar la constitucionalidad de cada una de las
indicaciones o supuestos de hecho en que el proyecto declara no punible la interrupción del estado de
embarazo:
a) El núm. 1 contiene en realidad dos indicaciones que es necesario distinguir: El grave peligro para la
vida de la embarazada y el grave peligro para su salud.
En cuanto a la segunda, es preciso señalar que el supuesto de grave peligro» para la salud de la
embarazada afecta seriamente a su derecho a la vida y a la integridad física. Por ello, la prevalencia de la
salud de la madre tampoco resulta inconstitucional, máxime teniendo en cuenta que la exigencia del
sacrificio importante y duradero de su salud bajo la conminación de una sanción penal puede estimarse
inadecuada, de acuerdo con las consideraciones contenidas en el fundamento jurídico 9.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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c) El núm. 3 del artículo en cuestión contiene la indicación relativa a la probable existencia de graves
taras físicas o psíquicas en el feto. El fundamento de este supuesto, que incluye verdaderos casos limite,
se encuentra en la consideración de que el recurso a la sanción penal entrañaría la imposición de una
conducta que excede de la que normalmente es exigible a la madre y a la familia. La afirmación anterior
tiene en cuenta la situación excepcional en que se encuentran los padres, y especialmente la madre,
agravada en muchos casos por la insuficiencia de prestaciones estatales y sociales que contribuyan de
modo significativo a paliar en el aspecto asistencial la situación, y a eliminar la inseguridad que
inevitablemente ha de angustiar a los padres acerca de la suerte del afectado por la grave tara en el caso
de que les sobreviva.
Sobre esta base y las consideraciones que antes hemos efectuado en relación a la exigibilidad de la
conducta, entendemos que este supuesto no es inconstitucional.
En relación con él y desde la perspectiva constitucional, hemos de poner de manifiesto la conexión que
existe entre el desarrollo del art. 49 de la Constitución -incluido en el capitulo III, «De los principios
rectores de la política social y económica», del título I, «De los derechos y deberes fundamentales»- y la
protección de la vida del nasciturus comprendida en el art. 15 de la Constitución. En efecto, en la medida
en que se avance en la ejecución de la política preventiva y en la generalización e intensidad de las
prestaciones asistenciales que son inherentes al Estado social (en la línea iniciada por la Ley de 7 de abril
de 1982 relativa a los minusválidos, que incluye a los disminuidos profundos, y disposiciones
complementarias) se contribuirá de modo decisivo a evitar la situación que está en la base de la
despenalización.
12. Desde el punto de vista constitucional, el proyecto, al declarar no punible el aborto en determinados
supuestos, viene a delimitar el ámbito de la protección penal del nasciturus, que queda excluido en tales
casos en razón de la protección de derechos constitucionales de la mujer y de las circunstancias
concurrentes en determinadas situaciones. Por ello, una vez establecida la constitucionalidad de tales
supuestos, es necesario examinar si la regulación contenida en el art. 417 bis del Código Penal, en la
redacción dada por el Proyecto, garantiza suficientemente el resultado de la ponderación de los bienes y
derechos en conflicto realizada por el legislador, de forma tal que la desprotección del nasciturus no se
produzca fuera de las situaciones previstas ni se desprotejan los derechos a la vida y a la integridad física
de la mujer, evitando que el sacrificio del nasciturus, en su caso, comporte innecesariamente el de otros
derechos constitucionalmente protegidos. Y ello porque, como hemos puesto de manifiesto en los
fundamentos jurídicos 4 y 7 de la presente Sentencia, el Estado tiene la obligación de garantizar la vida,
incluida la del nasciturus (art. 15 de la Constitución), mediante un sistema legal que suponga una
protección efectiva de la misma, lo que exige, en la medida de lo posible, que se establezcan las garantías
necesarias para que la eficacia de dicho sistema no disminuya más allá de lo que exige la finalidad del
nuevo precepto.
El legislador no ha sido ajeno a esta preocupación, pues indica en el proyecto, con carácter general, que el
aborto debe ser practicado por un Médico con el consentimiento de la mujer, así como que el hecho debe
ser denunciado en el caso de violación, y que en el tercer supuesto el pronóstico desfavorable ha de
constar en un dictamen emitido por dos Médicos especialistas distintos del que intervenga a la
embarazada. El propio legislador ha previsto, pues, determinadas medidas encaminadas a conseguir que
se verifique la comprobación de los supuestos que están en la base de la despenalización parcial del
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aborto; se trata, como afirma el Abogado del Estado, de medidas de garantía y de certeza del presupuesto
de hecho del precepto, en la línea de lo que sucede en la regulación positiva de países de nuestro entorno.
Se impone, pues, examinar si dichas medidas de garantía son suficientes para considerar que la regulación
contenida en el Proyecto cumple las antedichas exigencias constitucionales derivadas del art. 15 de la
Constitución.
Por lo que se refiere al primer supuesto, esto es, al aborto terapéutico, este Tribunal estima que la
requerida intervención de un Médico para practicar la interrupción del embarazo, sin que se prevea
dictamen médico alguno, resulta insuficiente. La protección del nasciturus exige, en primer lugar, que, de
forma análoga a lo previsto en el caso del aborto eugenésico, la comprobación de la existencia del
supuesto de hecho se realice con carácter general por un Médico de la especialidad correspondiente, que
dictamine sobre las circunstancias que concurren en dicho supuesto.
Por otra parte, en el caso del aborto terapéutico y eugenésico la comprobación del supuesto de hecho, por
su naturaleza, ha de producirse necesariamente con anterioridad a la realización del aborto y, dado que de
llevarse éste a cabo se ocasionaría un resultado irreversible, el Estado no puede desinteresarse de dicha
comprobación.
Del mismo modo tampoco puede desinteresarse de la realización del aborto, teniendo en cuenta el
conjunto de bienes y derechos implicados -la protección de la vida del nasciturus y el derecho a la vida y
a la salud de la madre que, por otra parte, está en la base de la despenalización en el primer supuesto-, con
el fin de que la intervención se realice en las debidas condiciones médicas disminuyendo en consecuencia
el riesgo para la mujer.
Por ello el legislador debería prever que la comprobación del supuesto de hecho en los casos del aborto
terapéutico y eugenésico, así como la realización del aborto, se lleve a cabo en centros sanitarios públicos
o privados, autorizados al efecto, o adoptar cualquier otra solución que estime oportuna dentro del marco
constitucional.
Por lo que se refiere a la comprobación del supuesto de hecho en el caso del aborto ético, la
comprobación judicial del delito de violación con anterioridad a la interrupción del embarazo presenta
graves dificultades objetivas, pues dado el tiempo que pueden requerir las actuaciones judiciales entraría
en colisión con el plazo máximo dentro del cual puede practicarse aquélla. Por ello entiende este Tribunal
que la denuncia previa, requerida por el proyecto en el mencionado supuesto, es suficiente para dar por
cumplida la exigencia constitucional respecto a la comprobación del supuesto de hecho.
Finalmente, como es obvio, el legislador puede adoptar cualquier solución dentro del marco
constitucional, pues no es misión de este Tribunal sustituir la acción del legislador, pero sí lo es, de
acuerdo con el art. 79.4 b) de la LOTC, indicar las modificaciones que a su juicio -y sin excluir otras
posibles- permitieran la prosecución de la tramitación del proyecto por el órgano competente.
13. Consideran los recurrentes que el consentimiento en los supuestos previstos en los núms. 1 y 3 del art.
417 bis del Código Penal, en la redacción dada por el proyecto, no debería corresponder únicamente a la
madre y hacen especial referencia a la participación del padre, estimando que la exclusión de ésta vulnera
el art. 39.3 de la Constitución.
El Tribunal entiende que la solución del legislador no es inconstitucional, dado que la peculiar relación
entre la embarazada y el nasciturus hace que la decisión afecte primordialmente a aquélla.
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14. Finalmente, los recurrentes alegan que el proyecto no contiene previsión alguna sobre las
consecuencias que la norma penal origina en otros ámbitos jurídicos, aludiendo en concreto a la objeción
de conciencia, al procedimiento a través del cual pueda prestar el consentimiento la mujer menor de edad
o sometida a tutela y a la inclusión del aborto dentro del régimen de la Seguridad Social.
Al Tribunal no se le oculta la especial relevancia de estas cuestiones, como también la de todas aquellas
derivadas del derecho de la mujer a disponer de la necesaria información, no sólo de carácter médico -lo
que constituye un requisito del consentimiento válido-, sino también de índole social, en relación con la
decisión que ha de adoptar.
Pero tales cuestiones, aunque su regulación pueda revestir singular interés, son ajenas al enjuiciamiento
de la constitucionalidad del proyecto, que debe circunscribirse a la norma penal impugnada, de
conformidad con lo dispuesto en el art. 79 de la LOTC.
No obstante, cabe señalar, por lo que se refiere al derecho a la objeción de conciencia, que existe y puede
ser ejercido con independencia de que se haya dictado o no tal regulación. La objeción de conciencia
forma parte del contenido del derecho fundamental a la libertad ideológica y religiosa reconocido en el
art. 16.1 de la Constitución y, como ha indicado este Tribunal en diversas ocasiones, la Constitución es
directamente aplicable, especialmente en materia de derechos fundamentales.
FALLO
Ha decidido:
Declarar que el proyecto de Ley Orgánica por el que se introduce el art. 417 bis del Código Penal es
disconforme con la Constitución, no en razón de los supuestos en que declara no punible el aborto, sino
por incumplir en su regulación exigencias constitucionales derivadas del art. 15 de la Constitución, que
resulta por ello vulnerado, en los términos y con el alcance que se expresan en el fundamento jurídico 12
de la presente Sentencia.
Voto particular que formula el Magistrado don Jerónimo Arozamena Sierra en el recurso previo de
inconstitucionalidad núm. 800/1983
1. Disiento de la fundamentación y del fallo que han formulado mis colegas. A mi juicio debió declararse
la inexistencia de la inconstitucionalidad alegada por el grupo recurrente y, en consecuencia, debió el
proceso legislativo seguir su curso. Contra lo por mi propuesto, y que alcanzó el voto conforme de seis
Magistrados, incluido el que suscribe este voto particular, la Sentencia de que discrepo ha concluido a mi
entender, con un pronunciamiento que traspasa los límites jurídico funcionales de la potestad
jurisdiccional que incumbe al Tribunal Constitucional.
Nuestro cometido, cuando se declara en el recurso previo la inconstitucionalidad del texto impugnado, o
de una parte de ese texto, es concretar ésta y el precepto o preceptos constitucionales infringidos [art. 79.4
b) de la LOTC]. Lo que está vedado al Tribunal es establecer modificaciones o adiciones del texto
impugnado o establecer o adicionar otros preceptos. Esto es lo que hace la Sentencia cuando dice al
legislador lo que debería hacer para adecuar los preceptos a la Constitución. Se equivoca la Sentencia,
opino con todos los respetos, cuando recoge (fundamento 12, in fine), que corresponde al Tribunal
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«indicar las modificaciones que a su juicio -y sin excluir otras posibles- permitieran la prosecución de la
tramitación del proyecto por el órgano competente». Ni dice esto el art. 79.4 b de la LOTC ni se
concuerda con los principios que rigen la relación entre jurisdicción constitucional y legislación.
2. El constituyente no resolvió -no tomó postura en el art. 15- el problema jurídico-penal del aborto. Es un
tema abierto a la disponibilidad del legislador democrático -se ha hecho con el quórum reforzado de las
leyes orgánicas-, sin que la fórmula por la que se ha decidido (la de indicaciones, referida a tres
supuestos) se encuentre en oposición con el art. 15 (y los otros a los que se acogen los recurrentes para
sostener la inconstitucionalidad: arts. 1.1, 39.2, 39.4, 43, 53.1 y 59.3). Para el juicio de confrontación
constitucional debe partirse de que es al legislador (que goza de una presunción de constitucionalidad) al
que incumbe la conformación jurídica de las relaciones sociales. Inferir del art. 15, como hace la
Sentencia, que el precepto es inconstitucional por omisión de determinadas precisiones en el texto no
resulta convincente. Se está, en realidad, a mi entender, conformando la modalidad excluyente de la
responsabilidad penal, según un juicio que no es de constitucionalidad.
El art. 15 comienza con expresión de función adjetival (todos) no seguida de un sustantivo. De la fórmula
gramatical utilizada (y la supresión en el texto de la palabra «persona») no puede inferirse, a mi juicio,
que la Constitución dejara decidida una determinada toma de posición impeditiva de una actuación
legislativa penal. El análisis del texto del art. 15, de su proceso de creación y de sus conexiones
sistemáticas, conducen a la idea de que el tema del aborto (y su tratamiento penal) quedó abierto al
legislador. Junto a estos caminos interpretativos es obligado, por mandato del art. 10.2 de la Constitución,
acudir a los textos internacionales que dice este precepto, y que tienen el valor de factor interpretativo,
según el art. 10.2 de las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades. No vamos a
hacer largas consideraciones para algo que, a mi juicio, aparece claro: El art. 3 de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, el art. 6.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el
art. 2 del Convenio europeo son argumentos irrebatibles para sostener que el art. 15 de nuestra
Constitución, interpretado desde textos internacionales, no es impeditivo de un sistema de tratamiento del
aborto que excluya su punición, y, desde luego, no lo es del configurado en el art. 417 bis del Código
Penal (según el proyecto impugnado), como revela, además, la existencia de sistemas variados de
tratamiento del aborto en los países signatarios de los indicados textos internacionales.
3. El legislador organiza su sistema penal según los principios del Estado de derecho, el principio de
culpabilidad y el principio de humanidad. Cuando configura como punible una determinada conducta (en
el caso, el aborto consentido), puede excepcionar conductas, o configurar causas (genéricas o específicas)
de justificación, o de inculpabilidad por inexigibilidad de la conducta. Actúa el legislador según el
principio de merecimiento de la pena no atrayendo al campo represivo punitivo conductas que no son
merecedoras de sanción penal. Cierto que el nasciturus es un bien que merece protección penal. La lesión
de ese bien se protege penalmente, pero no toda realización del tipo penal fundamenta la antijuridicidad
de la conducta. Junto a las causes de antijuridicidad existen otras causas de inexigibilidad. El que el
legislador configure, con mayor o menor rigor técnico, los supuestos excluidos de punición no es
atentatorio a principio constitucional alguno. La apreciación de si una conducta es o no generalmente
exigible y, en consecuencia, si su realización ha de ser o no castigada con una pena depende de una serie
de factores que aprecia el legislador. Los poderes del legislador hechos efectivos en el art. 417 bis para
excluir las responsabilidades penales en el caso del aborto consentido, no puede decirse que han
traspasado límites constitucionales y, desde luego, no han incidido en violación del art. 15 de la
Constitución.
4. La insuficiencia del proyecto (la acusación de que es ambiguo o fragmentario) se alegó por los
recurrentes desde la perspectiva de la seguridad jurídica (art. 9.3 de la Constitución). La Sentencia lo trata
partiendo del art. 15. Sobre la inconsistencia de inferir partiendo del art. 15 que el proyecto de ley incurre
en omisión que provoca su inconstitucionalidad ya he expuesto antes cuál es mi opinión. El texto del que
discrepo no analiza, propiamente, lo que es el verdadero motivo del recurso basado en el art. 9.3. Creo
que debió estudiarse este motivo (como otros sobre los que pasa por alto la Sentencia: arts. 1.1, 39.2 y
39.4) para concluir desestimándolos.
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Opino que hubiera sido procedente declarar que el Proyecto de Ley Orgánica de reforma del art. 417 bis
del Código Penal es conforme con la Constitución.
Voto particular que formula el Magistrado don Luis Díez-Picazo a la Sentencia dictada en el
recurso previo de inconstitucionalidad número 800/1983
Quiero exponer con la mayor brevedad posible, las razones por la que disiento de esta Sentencia, que
guardan, en buena medida, relación con mi modo de entender la función de la Constitución y la
inconstitucionalidad de las leyes.
b) En la recordada Sentencia de 8 de abril de 1981 dijimos también algo que yo continúo profesando. Era
esto: «La Constitución es un marco de coincidencias suficientemente amplio como para que dentro de él
quepan opciones políticas de muy diferente signo. La labor de interpretación de la Constitución no
consiste necesariamente en cerrar el paso a las opciones o variantes, imponiendo autoritariamente una de
ellas. A esta conclusión habrá que llegar únicamente cuando el carácter unívoco de la interpretación se
imponga por el juego de los criterios hermenéuticos. Queremos decir que las opciones políticas y de
gobierno no están previamente dadas de una vez por todas.»
c) Recuerdo ahora también alguna otra opinión del Tribunal: Cuando dijimos que el objeto de un juicio de
inconstitucionalidad son los textos legales estrictamente considerados y no el bloque normativo del que
forman parte. Es claro, en mi opinión, que el juicio de inconstitucionalidad afecta a los textos legales y no
a bloques del ordenamiento o a eventuales resultados de los mismos.
También mantengo como firme que no hay inconstitucionalidad por las omisiones en que pueda
considerarse que el legislador ha incidido.
d) Según mi modesto criterio, la inconstitucionalidad como contradicción de una ley con un mandato de
la Constitución debe resultar inmediatamente de un contraste entre lo dos textos. Puede admitirse que
subsiga a una regla constructiva intermedia que el intérprete establezca. Me parece, en cambio, muy
difícil una extensión ilimitada o demasiado remota de las reglas constructivas derivadas de la
Constitución para afirmar la inconstitucionalidad por la contradicción de la ley enjuiciada con la última de
las deducciones constructivas.
La cosa es todavía más arriesgada cuando en lo que llamo «deducciones constructivas» hay larvados o
manifiestos juicios de valor, porque se puede tener la impresión de que se segrega una segunda línea
constitucional, que es muy difícil que opere como un límite del poder legislativo, en quien encarna la
representación de la soberanía popular.
e) Tampoco creo que sea función del Tribunal colaborar en la función legislativa, orientarla o
perfeccionarla. No creo que el art. 79.4 de la Ley Orgánica del Tribunal autorice esa tesis.
f) En lo que concierne en concreto a la Ley aquí discutida, coincido con la Sentencia en la legitimidad
constitucional del llamado sistema de indicaciones y de las indicaciones contenidas en el proyecto de ley,
aunque no comparto todas las razones en que tal conclusión se funda. Creo, simplemente, que el
legislador es dueño de exceptuar supuestos concretos de la punibilidad general en atención a su
justificación a la concurrencia en ellos de circunstancias que inciden sobre el reproche de culpabilidad o a
lo que se ha llamado el juicio sobre el merecimiento de la pena.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
g) Si se llega a esta conclusión, me parece que ni se puede, ni se debe ir más allá. Cuando se señalan
condiciones de seguridad del aborto, se está pasando insensiblemente del terreno del Código Penal a una
hipotética ley de legalización o liberalización que aquí no se ha producido. Me resulta muy difícil
entender, constitucionalmente, que una conducta sea punible o deje de serlo por el número de médicos
intervinientes o por el lugar en que se realice, porque una cosa es el Código Penal y otra la hipotética
reglamentación administrativa de los abortos justificados o inculpables.
Voto particular del Magistrado don Francisco Tomás y Valiente en el recurso previo de
inconstitucionalidad núm. 800/1983
2. Mi acuerdo es total con la declaración de constitucionalidad de los supuestos en que el proyecto del art.
417 bis del Código Penal declara no punible el aborto; declaración contenida en el fallo y razonada en los
fundamentos 9, 10 y 11. Muestro mi sustancial conformidad con los términos y razonamientos en ellos
expuestos, e incluso ex silentio con lo que allí no se dice, pues no hay en ellos ni en ningún otro pasaje de
la Sentencia afirmación alguna que permita suponer que esos y sólo esos tres supuestos o indicaciones
son los únicos que el legislador podría declarar no punibles. En este aspecto el Tribunal se ha limitado a
enjuiciar el texto impugnado y nada más.
3. Manifiesto también mi acuerdo sin reservas con la idea de que el nasciturus no es titular de un derecho
fundamental a la vida, tesis por mi ya defendida en mi voto particular concurrente en la Sentencia
75/1984 de la Sala Segunda, y que se plasma ahora en la presente Sentencia como resultado de
razonamientos no idénticos al mío, pero coincidentes en su conclusión. Véanse al respecto el inciso final
del fundamento jurídico 5, todo el 6 y el primer párrafo del 7 con cuya afirmación de que el nasciturus,
aun no siendo titular del derecho a la vida, constituye un bien jurídico constitucionalmente protegido,
también estoy de acuerdo. Cualquier jurista conoce la compatibilidad y la enorme diferencia entre ambos
conceptos, pues sólo es titular de derechos quien es persona y el nasciturus no es persona.
Así pues, según la Sentencia, no hay un conflicto entre los derechos de la mujer y un inexistente derecho
fundamental del nasciturus a la vida, sino un conflicto entre los derechos fundamentales de la mujer
embarazada y un bien jurídicamente protegido que es la vida humana en formación (fundamento jurídico
9). En esto mi conformidad con la Sentencia es completa.
4. Nunca he sido un entusiasta de la filosofía de los valores. Tal vez por ello no comparto (y aquí
comienzan mis discrepancias) las abundantes consideraciones axiológicas incluidas en los fundamentos 3,
4 y 5. Al margen de las imprecisiones o titubeos terminológicos que contienen y que seria prolijo e inútil
referir aquí, no encuentro fundamento jurídico-constitucional, único pertinente, para afirmar como se
hace, que la vida humana «es un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional» (fundamento
jurídico 3) o «un valor fundamental» (fundamento jurídico 5) o «un valor central» (fundamento jurídico
9). Que el concepto de persona es el soporte y el prius lógico de todo derecho me parece evidente y yo así
lo sostengo. Pero esta afirmación no autoriza peligrosas jerarquizaciones axiológicas, ajenas por lo demás
al texto de la Constitución, donde, por cierto, en su art. 1.1 se dice que son valores superiores del
ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político: Esos y sólo esos. Frente
a tan abstractas consideraciones sobre la vida como valor, llama la atención que en la Sentencia no se
formule ninguna sobre el primero de los que la Constitución denomina valores superiores: La libertad. De
ahí, de esa omisión, que no olvido, deriva quizá la escasa atención que se presta a los derechos de libertad
de la mujer embarazada.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
5. Comprendo, aun sin compartirla, la oposición a la no punición del aborto en defensa de un supuesto
derecho fundamental del nasciturus a la vida. Es esa una línea clásica de razonamiento desde la que se
podría llegar, con innegable coherencia interna, a un fallo de inconstitucionalidad en determinadas
regulaciones de despenalización o de legalización del aborto. Abandonado, sin embargo, en la Sentencia
ese posible punto de partida, se entra en su fundamento 12 en un planteamiento insólito en países con
Constituciones y Códigos Penales como los nuestros. Conviene tener presente que el proyecto del art. 417
bis no contiene ni una legalización ni tampoco una despenalización del aborto (fundamento jurídico 12),
sino la simple declaración de no punibilidad de determinadas conductas, manteniendo intacto el tipo
delictivo del 411 del Código, a mi juicio de muy dudosa constitucionalidad. Que en ese contexto la
ponderación del legislador penal sea tachada de inconstitucionalidad por falta de dos llamadas garantías
provoca mi radical discrepancia por las siguientes razones:
a) Constituye un salto lógica (o ilógico), porque entre la invocación al art. 15 y la conclusión de que
hacen falta dos garantías más ( por qué ésas y sólo ésas?) no existe un juicio de inferencia lógica.
b) Una de las garantías exigidas, la del dictamen de «un Médico de la especialidad correspondiente» para
comprobar la existencia del supuesto de hecho del aborto terapéutico, es imprecisa en su formulación (
qué especialidad?) y de imposible cumplimiento en casos de urgencia.
c) No se comprende por qué la exigencia de que «la realización del aborto» haya de tener lugar en
establecimiento sanitario se refiera sólo al aborto terapéutico y al eugenésico, pero no al llamado aborto
ético.
d) Lo que se denomina en la Sentencia comprobación de los supuestos de hecho es algo que corresponde
al Juez penal, dado que las conductas reguladas en el art. 417 del Código Penal continúan siendo
delictivas. La intervención preventiva y a esos efectos de un Médico es trasladar a éste deberes y
responsabilidades ajenas.
Nada impide, por lo demás, añadir a estas exigencias otras innovaciones a iniciativa del legislador, como
podría ser la asistencia a las mujeres que interrumpan el embarazo en Centros y a cargo de la Seguridad
Social. El mismo texto da cabida a estos y otros perfeccionamientos deseables. Lo cual pone de
manifiesto que estamos ante un juicio de perfectibilidad sobre cuya pertinencia conviene detener nuestra
atención.
6. En efecto; más allá de la discrepancia intrínseca respecto a la formulación de las garantías exigidas, mi
oposición más rotunda se dirige al hecho mismo de la exigencia. Veamos por qué:
b) La jurisdicción constitucional es negativa, puede formular exclusiones o vetos sobre los textos a ella
sometidos. Lo que no puede hacer es decirle al legislador lo que debe añadir a las Leyes para que sean
constitucionales. Si actúa así, y así ha actuado en este caso este Tribunal, se convierte en un legislador
positivo.
c) Cada Institución debe actuar como lo que es, no «como si» fuera lo que no es. Pocas lógicas hay tan
funestas como la lógica del «como si» (als ob). El Tribunal Constitucional, frecuentemente instado a
actuar «como si» fuese eso que en un lenguaje ni técnico ni inocente se ha dado en llamar «la tercera
Cámara», ha caído por esta vez en la tentación.
d) Por esta sola vez, puesto que al resolver los anteriores recursos previos (léase por todas la Sentencia
76/1983 sobre el proyecto de la LOAPA) nunca entendió este Tribunal que sus competencias llegaran tan
lejos, aunque ya entonces, por supuesto, estaba vigente el art. 79.4 b) de la LOTC, ahora citado como
apoyo para señalar al legislador, lo que debe hacer a fin de que su Ley sea conforme con la Constitución.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
f) La técnica usada en este fundamento no tiene nada que ver con la de las denominadas sentencias
interpretativas, en las que, de entre las posibles interpretaciones de un texto legal impugnado, el Tribunal
declara conforme con la Constitución una de ellas, precisamente en defensa de la presunción de
constitucionalidad de las normas emanadas del legislador democrático.
g) Cuando sobre tan exigua, confusa y discutible base, interpretada de forma innovadora ad casum, el
Tribunal se atreve a tanto, transgrede los límites de sus competencias y roza una frontera sumamente
peligrosa: la del arbitrismo o decisionismo judicial. Por eso, y contra eso, expreso mi profunda y
preocupada discrepancia.
Con estos argumentos y coincidiendo en lo sustancial con los de otros cinco Magistrados sostuve, como
ellos, con mi voto, la ponencia presentada y defendida por el Ponente inicial del presente caso, que
concluía con un fallo declaratorio de la constitucionalidad del proyecto de Ley impugnado.
Voto particular de los Magistrados don Angel Latorre Segura y don Manuel Díez de Velasco
Vallejo en el recurso previo de inconstitucionalidad número 800/1983
1. Haciendo uso de las facultades que nos otorga el art. 164 de la Constitución Española (C.E.) y el art.
90.2, de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional (LOTC), reflejamos por medio del presente voto
particular nuestra opinión discrepante, tanto en lo que se refiere a la decisión o fallo como a su
correspondiente fundamentación. Las opiniones aquí sostenidas fueron defendidas en el curso de las
deliberaciones apoyando la Ponencia presentada por el Ponente inicialmente nombrado, don Jerónimo
Arozamena Sierra, y coincidiendo en lo esencial la posición sostenida por los Magistrados firmantes con
las de otros cuatro colegas de este Tribunal en dichas deliberaciones.
2. Nuestra primera y fundamental discrepancia recae sobre las atribuciones que al dictar esta Sentencia ha
asumido el Tribunal Constitucional (TC). En efecto, el TC no se limita a pronunciarse en el fallo sobre la
constitucionalidad de los diversos extremos del proyecto de Ley impugnado, sino que, por remisión en el
mismo fallo al fundamento jurídico 12 de la Sentencia, indica al legislador lo que debe de hacer. En el
caso del llamado aborto «terapéutico», el legislador debe exigir el dictamen de un especialista. Tanto en
este supuesto como en el del llamado aborto «eugenésico», el legislador debe prever una intervención del
Estado mediante la obligación de que el aborto se realice en centros sanitarios públicos o privados
autorizados al efecto o mediante cualquier solución que el mismo legislador estime oportuna.
Estas previsiones suponen, a nuestro juicio, que el TC asume la función de introducir enmiendas en los
proyectos de Ley que se someten a su enjuiciamiento mediante el recurso previo de inconstitucionalidad.
Tal función excede de las ya muy amplias competencias que no sólo la Constitución sino también la
LOTC asignan a este Tribunal Constitucional, cuya actuación no puede aproximarse a la de una «tercera
Cámara» sin provocar un peligroso desequilibrio en nuestro sistema jurídico-político, invadiendo
facultades que corresponden al poder legislativo.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
3. Por lo que acabamos de exponer no podemos compartir la opinión expresada en la Sentencia de que el
art. 79.4 b) de la LOTC autoriza a este TC a indicar las modificaciones que, a su juicio, permitan la
prosecución de la tramitación del proyecto de Ley por el órgano competente que, sin duda, son las Cortes
Generales. Tal interpretación debe ser rechazada, ya que conduce a la inaceptable conclusión de que este
Tribunal Constitucional puede actuar como legislador positivo, en contra de la naturaleza propia de su
función. La interpretación adecuada de este precepto es que las Cortes Generales pueden, libre y
soberanamente, a la vista de lo resuelto en una Sentencia que sustancia un recurso previo, o bien suprimir
los preceptos del proyecto de Ley declarados inconstitucionales o bien modificarlos con la finalidad de
ajustarlos a la Constitución. Tal es así que el número 5 del mismo art. 79 de la LOTC dispone, con
carácter general, que «el pronunciamiento en el recurso previo no prejuzga la decisión del Tribunal en los
recursos que pudieran interponerse tras la entrada en vigor con fuerza de Ley del texto impugnado en la
vía previa».
5. Nuestro disentimiento en este aspecto recae sobre la argumentación en que se basa la declaración de
inconstitucionalidad en los supuesto del aborto «terapéutico» y «eugenésico», ya que ningún reproche de
inconstitucionalidad se formula al supuesto del aborto «ético». En efecto, tras declarar que los tres
supuestos de despenalización son en sí conformes a la Constitución se afirma que en los citados supuesto
«terapéutico» y «eugenésico» faltan garantías suficientes para la verificación de los supuesto de hecho,
así como para la debida protección de la vida y de la salud de la embarazada, y que la previsión legal de
esas garantías es una exigencia constitucional derivada del art. 15 de la Constitución. Entendemos que del
«derecho a la vida y a la integridad física y moral» reconocido en el citado artículo constitucional, sea
cual sea el alcance que se dé a estos derechos, no cabe inferir que debe imponerse por el Estado una
sanción penal para los casos en que este TC no considere suficientes las garantías previstas. Las normas
despenalizadoras no contienen habitualmente, ni se ve por qué razón sea constitucionalmente exigible,
que contengan garantías de la verificación de los supuestos de hecho. En caso de que éstos se invoquen
fraudulentamente, o en su verificación el encargado de hacerlo (en este caso el Médico) incurra en
negligencia punible, actuarán los Tribunales de Justicia, que son los órganos competentes para ellos. Y en
cuanto a las medidas necesarias para la mejor protección de la vida y salud de la embarazada tampoco
vemos cómo esa protección requiere constitucionalmente, en virtud del art. 15, más garantías que las que
el mismo Código Penal establece para otros casos, incluso algunos tan delicados y que tanto afectan a la
intimidad de la persona como los previstos en el art. 428 del citado Código.
6. Prescindiendo por razones de brevedad de detallar otros puntos de discrepancia o de asentimiento con
la Sentencia, debemos, sin embargo, poner de manifiesto la escasa precisión utilizada en ella respecto a la
conocidad como «cláusula de conciencia», cuya derivación directa del art. 16.1 de la C.E. compartimos, y
que puede ser utilizada como es lógico por el Médico del que se solicite la práctica abortiva para negarse
a realizarla. Dicha cláusula, basada en razones ideológicas o religiosas, es un derecho constitucional
solamente del Médico y demás personal sanitario al que se pretenda que actúe de una manera directa en la
realización del acto abortivo.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
Voto particular que formula el Magistrado don Francisco Rubio Llorente a la Sentencia de fecha
11 de los corrientes, dictada en el recurso previo de inconstitucionalidad número 800/1983
He votado en contra de la presente Sentencia y sostuve con mi voto, junto con otros cinco Magistrados, la
ponencia que fue objeto de deliberación en primer término. En ella se declaraba conforme con la
Constitución el Proyecto de Ley objeto del recurso, y ésta es, en mi opinión, la conclusión necesaria del
razonamiento jurídico en el caso sometido a nuestra consideración.
Las razones de mi disentimiento pueden resumirse en el simple juicio de que con esta decisión la mayoría
traspasa los límites propios de la jurisdicción constitucional e invade el ámbito que la Constitución
reserva al legislador; vulnera así el principio de separación de poderes, inherente a la idea de Estado de
Derecho y opera como si el Tribunal Constitucional fuese una especie de tercera Cámara, con facultades
para resolver sobre el contenido ético o la oportunidad política de las normas aprobadas por las Cortes
Generales. Es cierto que esta errónea concepción de la jurisdicción constitucional parece muy extendida
en nuestra sociedad; que precisamente con motivo de este recurso se han expresado en la prensa multitud
de opiniones que implícita o explícitamente partían del supuesto de que el fundamento de nuestra
Sentencia había de ser el juicio sobre la licitud o ilicitud ética del aborto, o la conveniencia de su
despenalización, y que (y ello es aún más penoso) destacadas figuras políticas, e incluso miembros del
Gobierno, han efectuado declaraciones que manifiestamente arrancaban del mismo convencimiento. Es
evidente, sin embargo, que por difundida que esté, tal idea es errónea e incompatible con nuestra
Constitución y con los principios que le sirven de base. El Tribunal Constitucional, que no ostenta la
representación popular, pero que sí tiene el tremendo poder de invalidar las leyes que los representantes
del pueblo han aprobado, no ha recibido este poder en atención a la calidad personal de quienes lo
integran, sino sólo porque es un Tribunal. Su fuerza es la del Derecho y su decisión no puede fundarse
nunca por tanto, en cuanto ello es humanamente posible, en nuestras propias preferencias éticas o
políticas, sino sólo en un razonamiento que respete rigurosamente los requisitos propios de la
interpretación jurídica. En la fundamentación de la presente Sentencia falta ese razonamiento riguroso y
es esa falta de rigor la que conduce a la, a mi juicio, errada decisión.
Aunque no resulta fácil ni grato hacer la crítica pública de un razonamiento suscrito por colegas que
merecen todo mi respeto, es indispensable, para que esta disidencia no quede reducida a un juicio
apodíctico, señalar en concreto algunos al menos de los errores conceptuales y de las quiebras lógicas
perceptibles en el texto de la Sentencia. Para ello analizaré separadamente cada una de las dos partes bien
diferenciadas que cabe distinguir en ésta.
La primera de ellas, la más extensa puesto que abarca los once primeros Fundamentos, sirve de apoyo
exclusivamente a aquel inciso del fallo en el que se dice que la inconstitucionalidad del Proyecto de Ley
no resulta de los supuestos de no punibilidad del aborto que en él se contemplan o, lo que es lo mismo,
fundamenta el juicio de que no es en principio contraria a la Constitución una Ley que declare no punible
el aborto practicado, con el consentimiento de la madre, por serias razones terapéuticas, éticas o
eugenésicas. No discrepo, como queda dicho, de esta conclusión; sí discrepo, y muy enérgicamente, del
razonamiento que a ella conduce, cuya línea central sitúa ya al Tribunal fuera del ámbito que le es propio
y puede conducir por tanto, en otros casos, a decisiones absolutamente inadecuadas.
No opera este razonamiento, en efecto, con las categorías propias del Derecho (en primer lugar, y
naturalmente, con el concepto mismo del derecho subjetivo), sino con las de la ética. Pese a las
consideraciones difícilmente inteligibles (y, en la medida en que lo son, para mí resueltamente
inaceptables) que en el fundamento 4 se hacen sobre «el ámbito, significación y función de los derechos
fundamentales en el constitucionalismo de nuestro tiempo», los Magistrados que han formado en esta
ocasión la mayoría no razonan a partir del reconocimiento de un derecho fundamental del nasciturus a la
vida, que expresamente niegan en los fundamentos 5, 6 y 7, sino apoyados sobre la idea de que, siendo la
vida humana «un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional» (fundamento 3), el Estado está
obligado a «establecer un sistema legal para la defensa de la vida que suponga una protección efectiva de
la misma y que, dado el carácter fundamental de la vida (sic), incluya también como última garantía las
normas penales» (fundamento 7). Los derechos fundamentales que efectivamente están implicados en este
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
difícil tema de la sanción penal del aborto consentido (al libre desarrollo de la personalidad -art. 10-, a la
integridad física y moral -art. 15-, a la libertad de ideas y creencias -art. 16-, a la intimidad personal y
familiar -art. 18-) apenas son invocados de manera retórica en el fundamento 8 o como justificación de la
no punición del aborto en los dos siguientes.
Paso por alto en este momento, en aras de la brevedad, el análisis de los defectos lógicos y conceptuales
que creo apreciar en las consideraciones hechas sobre el «concepto indeterminado» de la vida y otros
extremos, así como sobre el error de no haber entrado a fondo en el problema que la tipificación penal del
aborto consentido plantea desde el punto de vista del derecho de la mujer a su intimidad y a su integridad
física y moral. Lo que ahora me importa, por el motivo ya antes indicado, es subrayar que este modo de
razonar no es el propio de un órgano jurisdiccional porque es ajeno, pese al empleo de fraseología
jurídica, a todos los métodos conocidos de interpretación. El intérprete de la Constitución no puede
abstraer de los preceptos de la Constitución el valor o los valores que, a su juicio, tales preceptos
«encarnan», para deducir después de ellos, considerados ya como puras abstracciones, obligaciones del
legislador que no tienen apoyo en ningún texto constitucional concreto. Esto no es ni siquiera hacer
jurisprudencia de valores, sino lisa y llanamente suplantar al legislador o, quizá más aún, al propio poder
constituyente. Los valores que inspiran un precepto concreto pueden servir, en el mejor de los casos, para
la interpretación de ese precepto, no para deducir a partir de ellos obligaciones (¡nada menos que del
poder legislativo, representación del pueblo!) que el precepto en modo alguno impone. Por esta vía, es
claro que podía el Tribunal Constitucional, contrastando las Leyes con los valores abstractos que la
Constitución efectivamente proclama (entre los cuales no está, evidentemente, el de la vida, pues la vida
es algo más que «un valor jurídico») invalidar cualquier Ley por considerarla incompatible con su propio
sentimiento de la libertad, la igualdad, la justicia o el pluralismo político. La proyección normativa de los
valores constitucionalmente consagrados corresponde al legislador, no al Juez.
Pese a lo dicho, lo cierto es que todas las consideraciones que anteceden sobre los once primeros
fundamentos de la Sentencia podrían excusarse, pues todos esos fundamentos, en cuanto que no conducen
al fallo (es claro que los fallos del Tribunal Constitucional han de declarar si las Leyes son o no contrarias
a la Constitución, no el porqué de lo uno o de lo otro, cuestión ésta sobre la que volveremos después) son
una simple, aunque desmesurada, suma de obiter dicta que para nada obligan hacia el futuro. La
fundamentación real de la decisión real, es decir, de la declaración de inconstitucionalidad, se concentra
en un único fundamento, el 12, en el que es examinado el art. 417 bis, para determinar si «en la redacción
dada por el Proyecto, garantiza suficientemente el resultado de la ponderación de bienes y derechos en
conflicto realizada por el legislador, de tal forma que la desprotección del nasciturus no se produzca fuera
de las situaciones previstas, ni se desprotejan los derechos a la vida y la integridad física de la mujer».
Dicho en otros términos, lo que el Tribunal hace aquí es examinar si los supuestos de no punición
aparecen descritos en términos tales que sólo puedan escapar al castigo aquellos que efectivamente se
encuentren en ellos; entiende que no es así y, por tanto, declara la inconstitucionalidad.
Dejando de lado el hecho de que, en primer lugar, se pasa así del control de constitucionalidad al control
de la perfección técnica de la Ley y de que, en segundo término, se opera con ello una irónica inversión
del principio de legalidad penal, que de ser garantía de la libertad del ciudadano se transforma en
mecanismo dirigido a asegurar la efectividad del castigo, que no es poco dejar, limitaré mi atención al
análisis de la idea del Estado de Derecho, a mi entender gravemente errónea, que subyace a este modo de
razonar.
Del valor «vida» (vida humana, hay que suponer) se ha deducido la obligación del legislador de sancionar
penalmente todo atentado contra seres vivos aunque no sean personas; como esta obligación no es, sin
embargo, absoluta, el Tribunal acepta la posibilidad de que el legislador, en supuestos determinados por
la colisión entre derechos fundamentales y el bien protegido, exima de sanción a los responsables del
aborto. Este razonamiento, que no comparto, no conduce a declarar la licitud constitucional del Proyecto,
pues dando un nuevo paso, el Tribunal proclama ahora, en este fundamento, sin justificación alguna, la
necesidad de que el legislador establezca condiciones y requisitos previos que garanticen a priori la
existencia del supuesto en el que el aborto no es punible. El examen de los hechos y la determinación de
las consecuencias jurídicas que a los mismos corresponden quedan así sustraídos al Juez y confiados al
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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Médico, y los supuestos excepcionales de no punición del aborto se transforman en situaciones que
permiten la obtención de una autorización para abortar.
Como es evidente, la idea que subyace a los razonamientos de este género es, comúnmente, la de que,
dada la perversidad natural de los hombres y su tendencia a hacer mal uso de la libertad que se les
otorgue, es más prudente partir del principio de la prohibición general, de manera que sólo sean lícitas las
conductas autorizadas, que de su opuesto, el principio general de libertad, según el cual es lícito todo lo
no expresamente prohibido. Probablemente mis colegas de la mayoría no aceptarán conscientemente ese
principio antiliberal, pero es lógicamente imposible, partiendo del principio de libertad, declarar
inconstitucional una Ley porque no instituye, junto al control represivo de las conductas (en rigor, en
lugar de este control) un control preventivo. Esas medidas a las que en la Sentencia se condiciona la
constitucionalidad de la Ley (dictamen de un segundo Médico en el caso del aborto terapéutico; necesidad
de que el aborto se practique en centros públicos o privados debidamente autorizados) son seguramente
plausibles, como lo son muchas otras de las que ofrece el Derecho comparado (necesidad de dejar
transcurrir un lapso mínimo de tiempo desde que se formaliza la decisión de abortar hasta el momento en
el que el aborto se realiza, necesidad de que la embarazada reciba previamente información sobre las
ayudas que puede recibir si opta por la continuación del embarazo, etc.). Si no se acepta la necesidad
constitucional del control preventivo, y ciertamente no puede aceptarse, no hay razón alguna, sin
embargo, para subordinar a ellas el ejercicio de la libertad y, en consecuencia, tampoco para que este
Tribunal las imponga al legislador, pues sólo a éste corresponde decidir, con entera libertad, sobre el
contenido de las Leyes, dentro de los límites que la Constitución establece, como garantía de la libertad
de los individuos. Al fundamentar la declaración de inconstitucionalidad en la omisión en el proyecto de
estos requisitos o condiciones (o cualesquiera otros equivalentes) que no son constitucionalmente
necesarios, el Tribunal impone a las Cortes sus propias preferencias de política legislativa y esta
imposición, que no encuentra naturalmente base alguna en la Constitución o en la Ley, es arbitraria.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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preservar otros derechos constitucionalmente protegidos, pueden ceder los derechos fundamentales, y, de
otra, que, en todo caso, las limitaciones que se establezcan no pueden obstruir el derecho «más allá de lo
razonable», de modo que todo acto o resolución que limite derechos fundamentales ha de asegurar que las
medidas limitadoras sean «necesarias para conseguir el fin perseguido» y ha de atender a la
«proporcionalidad entre el sacrificio del derecho y la situación en que se halle aquel a quien se le
impone».
8. En modo alguno puede calificarse de «tortura» o «tratos inhumanos o degradantes», con el sentido que
esos términos revisten en el art. 15 C.E., la autorización de una intervención médica, que, en si misma, no
está ordenada a infligir padecimientos físicos o psíquicos ni a provocar daños en la integridad de quien
sea sometido a ella, sino a evitar, mientras médicamente sea posible, los efectos irreversibles de la
inanición voluntaria, sirviendo, en su caso, de paliativo o lenitivo de su nocividad para el organismo.
9. La libertad ideológica no se agota en una dimensión interna del derecho a adoptar una determinada
posición intelectual ante la vida y cuanto le concierne y a representar o enjuiciar la realidad según
personales convicciones. Comprende, además, una dimensión externa de «agere licere», con arreglo a las
propias ideas sin sufrir por ello sanción o demérito ni padecer la compulsión o la injerencia de los poderes
públicos.
10. Para que los actos de los poderes públicos puedan ser anulados por violaciones de la libertad
ideológica renococida en el art. 16.1 C.E. es cuando menos preciso, de una parte, que aquéllos perturben o
impidan de algún modo la adopción o el mantenimiento en libertad de una determinada ideología o
pensamiento y, de otra, se exige que entre el contenido o sostenimiento de éstos o lo dispuesto en los
actos que se combatan quepa apreciar una relación de causalidad suficiente para articular la imputación
del ilícito constitucional.
11. La libertad de rechazar tratamientos terapéuticos, como manifestación de la libre autodeterminación
de la persona, no puede entenderse incluida en la esfera del art. 17.1 C.E. Es claro sin embargo que la
aplicación de tratamiento médico y alimentario forzoso implica el uso de medidas coercitivas que
inevitablemente han de comportar concretas restricciones a la libertad de movimiento o a la libertad física
en alguna de sus manifestaciones. Pero tales restricciones no constituyen lesión de aquellos mismos
derechos a la integridad física, sin olvidar que el art. 45.1 b) de la LOGP permite esas medidas y es en
estesentido la Ley a la que se remite genéricamente el art. 17.2 de la Constitución.
Preámbulo:
El Pleno del Tribunal Constitucional, compuesto por don Francisco Tomás y Valiente, Presidente, don
Francisco Rubio Llorente, don Antonio Truyol Serra, don Fernando García-Mon y González-Regueral,
don Carlos de la Vega Benayas, don Eugenio Díaz Eimil, don Miguel Rodríguez-Piñero y Bravo-Ferrer,
don Jesús Leguina Villa, don Luis López Guerra, don José Luis de los Mozos y de los Mozos, don Alvaro
Rodríguez Bercijo y don Vicente Gimeno Sendra, Magistrados, ha pronunciado
la siguiente
SENTENCIA
En el recurso de amparo núm. 443/90, interpuesto por el Procurador de los Tribunales del turno de oficio
don Juan Francisco Alonso Adalid, en nombre y representación de don Sebastián Rodríguez Veloso, don
Leoncio Calcerrada Fornielles y don Luis Cabeza Mato, bajo la dirección letrada de doña Francisca
Villalba Merino, contra el Auto de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid de 15 de
febrero de 1990, que resuelve el recurso de apelación subsidiario al de reforma formulado por el
Ministerio Fiscal contra la providencia dictada por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de esta
capital, de 15 de enero de 1990, en el expediente núm. 40/1990. Han comparecido el Ministerio Fiscal y
el Abogado del Estado y Magistrados Ponentes don Fernando García-Mon y González-Regueral, don
Eugenio Díaz Eimil y don José Vicente Gimeno Sendra. quienes expresan el parecer del Tribunal.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
I. Antecedentes
1. Por escrito registrado en este Tribunal el 20 de febrero de 1990, doña Francisca Villalba Merino
comparece como Letrada de don Sebastián Rodríguez Veloso, don Leoncio Calcerrada Fornielles y don
Luis Cabeza Mato, reclusos del Centro Penitenciario Preventivos Madrid-2, ingresados en el Hospital de
la Princesa, de Madrid, y manifestando «que es mi intención de mis defendidos (sic) interponer recurso de
amparo» contra el Auto de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid de 15 de febrero de
1990 por el que en el rollo núm. 3/90 se estima el recurso de apelación subsidiario al de reforma deducido
frente a la providencia dictada el 5 de enero de 1990 por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de
Madrid en el expediente núm. 40/90, solicita la designación de Procurador del turno de oficio para
formalizar la demanda.
3. Por escrito registrado el 26 de febrero de 1990, los actores se ratifican en la decisión de interponer
recurso de amparo, y por sendos escritos, registrados el 3 de marzo siguiente, su representación formaliza
la demanda de amparo e insta los beneficios de justicia gratuita.
4. Los hechos de los que trae origen la demanda de amparo son, sucintamente expuestos, los que a
continuación se relacionan:
a) Con fecha de 4 de enero de 1990, la Dirección del Centro Penitenciario de Preventivos Madrid-2
remitió al Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de los de Madrid un telefax, adjuntando copia de la
providencia del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria de Soria, de 20 de diciembre de 1989, por la que se
dispone: «Mándese oficio al Centro Penitenciario de Soria, y con respecto a la huelga de hambre
mantenida por parte del colectivo "Grapo" para que en el momento, y a criterio médico, de que corra
algún peligro de muerte cualquiera de los participantes de dicha huelga, se les dé tratamiento médico
necesario aún en contra de su voluntad».
b) Incoado con el núm. 40/90 el oportuno expediente, el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de
Madrid dictó, con fecha 5 de enero de 1990, providencia del siguiente tenor:
«Dada cuenta; en virtud de la providencia de que se me ha dado traslado por el fax recibido de ese Centro
Penitenciario, le manifiesto lo siguiente:
1.º Ruego se me envíe relación detallada de los internos que hayan sido remitidos a ese Centro.
2.º Respecto al pronunciamiento que se me pide en relación al ya resuelto por el titular del Juzgado de
Vigilancia Penitenciaria de Soria, entiendo que, efectivamente, tal y como establece el art. 3 de la Ley
General Penitenciaria, la Administración penitenciaria ha de velar por la vida, integridad y salud de los
internos, pero también, y tal como dice el art. 3 en su párrafo 1.º, ésta se ha de ejercer siempre respetando
en todo caso la personalidad humana de los propios recluidos en prisión; así. pues, se les puede dar
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tratamiento médico siempre que no sea preciso emplear la fuerza física para administrárselo. Por esta
razón, se les deberá informar de la situación clínica en la que se encuentra e intentar el dicho tratamiento,
pero si su voluntad lo rechaza no se podrá utilizar fuerza física, dado que, en mi criterio, ésta atenta contra
la dignidad de la persona. Si perdieran la conciencia se deberá en ese momento hacer todo lo posible por
salvar la vida de los efectados.
Si por los Médicos que atienden a esos pacientes se considera necesario efectuar una analítica de
extracción de sangre, se podrá afectuar.»
c) Contra esta resolución interpuso el Ministerio Fiscal recurso de reforma y subsidiario de apelación,
interesando su revocación y la autorización por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria «dado el estado de
gravedad de los internos en huelga de hambre, a la adopción por los facultativos de las medidas técnicas
necesarias para salvar sus vidas».
d) Por Auto de 25 de enero de 1990, el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de Madrid resolvió no
haber lugar al recurso de reforma y admitió a trámite el de apelación.
Por Auto de 15 de febrero de 1990, la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid, con un
voto discrepante, estimó el recurso de apelación y acordó revocar la providencia y el Auto de 5 y 25 de
enero del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2, declarando:
5. La demanda de amparo se funda en que el Estado debe garantizar el valor superior de la libertad (art.
1.1 C.E.), en cuanto «autonomía del individuo para elegir entre las diversas opciones vitales que se le
presenten, de acuerdo con sus propios intereses y preferencias» (STC 132/1989), a la que los recurrentes
en ningún momento han renunciado.
En el marco de un Estado social y democrático de Derecho, la interpretación armónica de los arts. 16.1 y
17.1 C.E. permite deducir, se añade, que ha de respetarse a todo ciudadano su personal código de
opiniones, creencias, valores y objetivos vitales de que se trate. De este modo, la actuación estatal o de
terceros en la esfera más íntima del sujeto, interfiriendo coactivamente en su actitud frente a su propia
vida, como ocurriría si se obligase a prestar asistencia sanitaria a los pacientes que, libre y
conscientemente, deciden rehusarla, implicaría negar al hombre todo poder configurador de su vida y su
muerte.
El interés publico de garantizar la vida de los internos no es, como se sigue de la STC 37/1989,
circunstancia legitimadora de la limitación del derecho de aquéllos sobre su propia vida. Los poderes
públicos están obligados a hacer real y efectiva la libertad y la igualdad de los individuos y grupos en que
se integran (art. 9.2 C.E.). Quienes, por su parte, tienen derecho a obtener una tutela judicial efectiva (art.
24.1 C.E.).
«La voluntad del Gobierno es, prosigue la demanda, la de "eliminar a los disidentes políticos". De forma
física, ya que independientemente de que intenten alargarles la vida con la alimentación forzosa, les están
ocasionando una lesiones irreversibles, y de forma moral y psicológica, como reflejan las propias
manifestaciones del Ministerio de Justicia y del Director General de Instituciones Penitenciarias, están
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Francisco Fernandez Segado
El derecho a la vida del art. 15 de la C.E. no es un derecho absoluto. Se trata de defender una vida digna,
no vegetal, por lo que la alimentación forzosa por medios mecánicos supone un trato degradante, como
así lo ha entendido la Asociación Médica Mundial en la 29.a Asamblea celebrada en Tokio en octubre de
1975, y es contraria a los arts. 3 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y
Libertades Fundamentales de 4 de noviembre de 1950 -en adelante CEDH-, 10.1 del Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos de 19 de diciembre de 1966 -en adelante PIDCP- y 2.2 de la Convención
de Nueva York contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de 10 de
diciembre de 1984.
Por todo ello, se pide de este Tribunal que, estimando el recurso interpuesto contra el Auto de la Sección
Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid de 15 de febrero de 1990, «declare las infracciones de los
arts. 1.1, 16.1, 17.1, 18.1, 9.2, 24.1, 25.2, 10.1, 15 de la Constitución y art. 2.2 de la Convención contra la
Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de la ONU, art. 3 del Convenio para la
Protección de los Derechos Fundamentales de Roma y art. 10.1 del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, cometidos en el mencionado Auto, determinando la nulidad del mismo y ordene a la
Administración penitenciaria a que cesen de alimentar a los presos del PCE(r) y GRAPO de forma
forzosa, y que les restablezcan los derechos violados reunificándoles junto con sus compañeros en una
misma prisión en las mismas condiciones de vida digna que tenían antes de estar dispersados».
6. Por providencia de 12 de marzo de 1990 se acuerda admitir a trámite la demanda de amparo y, a tenor
de lo dispuesto en el art. 51 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional (LOTC), recabar de la
Dirección de la Prisión Provincial de Madrid el envío de testimonio de las actuaciones que dieron lugar a
las resoluciones recurridas y posteriores que se hayan practicado; del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria
núm. 2 de Madrid, testimonio de las actuaciones del expediente núm. 40/90, y de la Audiencia Provincial
de esta capital, testimonio de las actuaciones relativas al rollo de apelación núm. 3/90, emplazando a
cuantos hayan sido parte en el procedimiento, excepto los recurrentes en amparo, para que en el plazo de
diez días puedan comparecer en el proceso constitucional.
7. Con fecha 14 de marzo de 1990 el Pleno del Tribunal Constitucional acuerda recabar para sí, conforme
dispone el art. 10 k) LOTC, el conocimiento del presente recurso de amparo.
8. Por providencia de 23 de abril de 1990 se acuerda, una vez recibidas las actuaciones, dar vista de las
mismas a la representación procesal de los demandantes de amparo y al Ministerio Fiscal, así como al
Abogado del Estado, a quien, personado en representación de la Administración penitenciaria, se le tiene
por parte, al objeto de que en el plazo común de veinte días puedan examinarlas y presentar las
alegaciones procedentes.
9. En escrito registrado con fecha 18 de mayo de 1990, el Abogado del Estado alega, con carácter
preliminar, la falta de legitimación, ex art. 46.1 b) de la LOTC, del interno don Leoncio Calcerrada
Fornielles para promover el recurso de amparo, ya que sólo consta que se negó a ingerir alimentos desde
el 5 de diciembre de 1989 mientras se encontraba aún en el Centro Penitenciario de Soria, sin que exista
principio de prueba alguna en las actuaciones remitidas al Tribunal Constitucional para poder referir a él
la resolución impugnada, a diferencia de lo que sucede con los otros dos recurrentes, cuyo nombre, no
obstante, el «peculiar tono abstracto» de las resoluciones judiciales, aparece mecanografiado en sendas
copias de la providencia del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de Madrid de 5 de enero de 1990,
incluidas en la documentación remitida por la Dirección del Hospital General Penitenciario de Madrid.
Asimismo, y con carácter previo, el Abogado del Estado, tras identificar el alcance del fallo recurrido en
la autorización de empleo de medidas coercitivas terapéuticas (alimentación forzosa), señala que,
atendido el suplico de la demanda, son claramente inadmisibles la petición de interrupción de la
alimentación forzosa de todos «los presos del PCE(r) y GRAPO», pues, de proceder, ello sería
únicamente en relación con los recurrentes, así como la petición de que el Tribunal Constitucional ordene
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De los preceptos que se citan como infringidos en la demanda, la violación de los jurídico-
internacionales, aduce el Abogado del Estado, no es reparable por este Tribunal, la de los arts. 1.1, 9.2 y
10.1 C.E., no es propia del recurso de amparo; la del art. 24 de la C.E., carecería, de darse, de entidad
propia, pues se habría producido por no haber evitado el órgano judicial la conculcación de otros
preceptos constitucionales; y, en fin, la del art. 25.2 de la C.E., dado su carácter de norma per relationem,
que enuncia límites para los derechos fundamentales del recluso, no aglutina la violación sustantiva de
estos últimos, que necesariamente habrá de reconducirse a otros preceptos constitucionales, de modo que,
concluye el Abogado del Estado, es la supuesta vulneración de los arts. 15, 16.1, 17.1 y 18.1 C.E. la que
debe examinarse, para lo que e preciso determinar en qué haya podido estribar la eventual infracción.
En este sentido, apunta el Abogado del Estado, el verdadero problema no es aquí el de la licitud de la
huelga de hambre, que, aparte lo inadecuado de su denominación, dado el significado constitucional de la
voz «huelga», podría en cuanto conducta expresiva o comunicativa entrar el ámbito del art. 20.1 a) C.E. -
no invocado en la demanda-, sino el de qué puede o debe hacer la Administración penitenciaria o la
Administración sanitaria que colabora con aquélla cuando los internos en huelga de hambre llegan a una
situación de extremo peligro para su vida y salud.
Descarta el Abogado del Estado que se haya infringido el art. 16.1 C.E., pues argumenta no se trata en
este caso de que por seguir una determinada ideología y por razón de ella se rechace un tratamiento
médico. La resistencia que los actores oponen a ser alimentados deriva de la decisión de mantener su
negativa a ingerir alimentos, la cual, a su vez, tiene la finalidad de protestar contra una medida
administrativa de traslado de reclusos, finalidad absolutamente neutral desde un punto de vista ideológico.
Tampoco considera pertinente el Abogado del Estado encuadrar el problema en el art. 17.1 C.E., en cuyo
ámbito, dada su definición de la jurisprudencia constitucional, que lo ha reconducido a la libertad física,
no parece que tenga cabida la libre autodeterminación acerca del propio cuerpo o la propia salud, que
igualmente queda fuera de la esfera del art. 18.1 C.E., ya que, al garantizar este precepto la «intimidad
corporal», protege intereses muy distintos de los que pueden entenderse comprometidos por la aplicación
coercitiva de médicos terapéuticos, como se sigue de las SSTC 231/1988 y 37/1989.
Señala seguidamente el Abogado del Estado que el tratamiento médico coercitivo de los recurrentes no
puede ser calificado, ex art. 15.1 C.E., de tortura o trato inhumano, dada la connotación de inflicción de
daño o padecimientos y de humillación y envilecimiento que una y otro tienen de acuerdo con el art. 1 de
la Convención de Nueva York de 10 de diciembre de 1984, la doctrina del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos -en adelante TEDH- [SSTEDH de 18 de enero de 1978, Irlanda C. Reino Unido; 25 de abril de
1978, Tyrer; 25 de febrero de 1982, Campbell y Cosans, y de la Comisión Europea de Derechos Humanos
(op. com. 5 de noviembre de 1969, 25 de enero de 1976 y 14 de diciembre de 1976; dec. adm. com. ap.
4.220/69, 3 de febrero de 1971 y 6.555/74, 9 de mayo de 1977), y del Tribunal Constitucional (SSTC
65/1986 y 89/ 1987)].
Centra, en cambio, la cuestión el Abogado del Estado en la compatibilidad del tratamiento médico
coercitivo con el derecho a no ser sometido a tratos degradantes (art. 15 C.E.), pues estima un tratamiento
de ese carácter que no pueda ser justificado jurídicamente merecería ser calificado de humillante y acaso
envilecedor, por incompatible con la dignidad de la persona, ya que el paciente se reduciría a ser una cosa
dotada de vida en manos de quien aplica el tratamiento (así, por ejemplo, dec. adm. com. ap. 9.974/82, 2
de marzo de 1983, y 9.516/84, 4 de julio de 1983), resultando con ello ocioso examinar si la C.E.
consagra o no como derecho fundamental el de libre autodeterminación sobre el propio cuerpo; ello
entrañaría una libertad jurídicamente protegida de disponer de la propia salud y de la propia vida, con
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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independencia de que sea claro que, por no tratarse de un derecho de libertad, dotado de una esfera
positiva y otra negativa, el art. 15 de la C.E. no proteja el derecho a disponer libremente de la propia vida
o la propia salud, sea con «dolo o intención directa, sea con mera aceptación eventual de las
consecuencias probables sobre la vida o salud de una conducta que prima facie aparente tener otra
finalidad».
Los arts. 3.4 y 45.1 b) de la Ley Orgánica General Penitenciaria -en adelante, LOGP- tienen base
suficiente, dice el Abogado del Estado, para entender posible el uso de la fuerza para alimentar a unos
reclusos cuyo estado de salud, por consecuencia de su negativa prolongada a ingerir comida, es tal que
puede causar daños a su propia salud sólo evitables mediante la alimentación forzosa. La pregunta es si
esa interpretación de la legalidad penitenciaria es compatible con el art. 15 C.E.
Es en este contexto en el que debe ser examinada la justificación que el art. 10.6 c de la Ley General de la
Sanidad proporciona para una intervención médica coercitiva en caso de urgencia por periculum in mora,
pues en el medio penitenciario, no sólo ha de entrar en consideración el deber general de proteger la vida
y la salud que incumbe a las Administraciones públicas sanitarias. sino un deber especialmente modulado
por tratarse de personas sujetas coactivamente a custodia y aseguramiento en establecimientos estatales, a
lo que ha de añadirse que la situación crítica para su salud en que varios internos se ha colocado
deliberadamente con el fin de hacer presión en pro de la revocación de una medida que goza de
presunción de legitimidad y que no se ha combatido por las oportunas vías de derecho, trasciende de la
estricta esfera personal de cada interno y adquiere incidencia directa sobre el orden penitenciario y el
adecuado funcionamiento de las instituciones penitenciarias.
Así, en primer lugar, arguye el Abogado del Estado, el comportamiento de los recurrentes obliga a la
Administración penitenciaria a asignar recursos humanos y materiales a la vigilancia de su salud,
desviándolos de otras atenciones. En segundo lugar cabe sospechar razonablemente que el concierto para
iniciar y mantener tal actitud dentro del «orbc cerrado» de la prisión se haya producido en condiciones
que no garantizan la libre formación de la voluntad. En tercer término, es patente en los activistas el
propósito de menoscabo o enervamiento del orden penitenciario general. Y, en fin, la C.E. no ofrece
términos hábiles para que, en el marco de la relación penitenciaria, la Administración haya de quedar
constreñida a elegir entre opciones inaceptables de una alternativa creada arbitrariamente. Por todo ello,
concluye el Abogado del Estado, no cabe reprochar la violación de la prohibición de tratos degradantes a
la resolución impugnada que, por lo demás, respeta exquisitamente el principio de proporcionalidad, al
deferir la decisión sobre la aplicación del tratamiento médico a la deontología médica, constreñir a lo
estrictamente indispensable los posibles medios coercitivos, con prohibición de la alimentación por vía
bucal en tanto los reclusos permanezcan conscientes, y limitar temporalmente el empleo de las medidas
coercitivas.
En consecuencia, el Abogado del Estado finaliza sus alegaciones interesando la desestimación del recurso
de amparo.
10. En escrito registrado el 22 de mayo de 1990, el Ministerio Fiscal señala, en primer término, que los
arts. 1.1, 9.2 y 10 de la C.E. que se citan como vulnerados en la demanda, deben excluirse del
conocimiento del recurso de amparo al no estar comprendidos en su ámbito material de aplicación.
Asimismo, añade que la resolución impugnada no atenta contra el derecho a la vida del art. 15 C.E., antes
bien, lo que se trata es de afirmarlo, oponiéndose a una pasividad que sí podría conducir a una
vulneración cuando exista peligro cierto de muerte y obligación legal de asistencia médica por la
situación de sujeción en que se encuentran los recurrentes. Por lo mismo, prosigue el Ministerio Fiscal,
tampoco se ha violado el derecho a no recibir tratos inhumanos ni degradantes (art. 15 C.E.), pues ni de la
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resolución impugnada cabe inferir la existencia de tales tratos ni la asistencia médica puede atentar contra
la dignidad de la persona, principio del que deriva la prohibición del art. 15 C.E. Respecto de la libertad
ideológica (art. 16.1 C.E.) que se aduce en la demanda, hay que poner de relieve, señala el Ministerio
Fiscal, que, como ya lo hiciera en relación con la libertad religiosa el ATC 369/1984, dicho derecho tiene
como límite la salud de las personas. Los arts. 17.1, 18.1, 24.1 y 25.2 C.E. se citan también como
infringidos, pero no se razona en la demanda, advierte el Ministerio Fiscal, en qué medida han podido ser
vulnerados, debiendo apuntarse, en fin, que el petitum de la demanda se extienda a declaraciones que
rebasan los límites de una pretensión de amparo, que, en este caso, ha de circunscribirse a la declaración
de nulidad de las resoluciones impugnadas, pero no a la declaración sobre la adopción de medidas
concretas relacionadas con la situación de cierto colectivo de presos, que es competencia de la
Administración penitenciaria.
Tras estas consideraciones iniciales, Ministerio Fiscal centra la cuestión en el conflicto entre los derechos
que corresponden al interno que voluntariamente se niega a ingerir alimentos y el deber de la
Administración penitenciaria, impuesto en norma de rango legal. En cuanto a este deber, la
Administración asume, a consecuencia de la relación de sujeción especial del recluso (STC 2/1987) la
potestad sancionadora disciplinante y los deberes asistenciales que le impone el art. 3.4 LOGP, de velar
por la vida, integridad y salud de los internos. Por lo que se refiere a los derechos de estos últimos, el
condenado a prisión es titular de derechos fundamentales, a excepción de los que sean limitados por el
fallo, el sentido de la pena y la Ley penitenciaria (art. 25.2 C.E.). De este modo queda sujeta a la tutela
estatal de la salud, pero si bien, en situación de libertad, el consentimiento del paciente debe prevalecer
sobre la imposición coactiva de un tratamiento médico, como se sigue de la Ley General de Sanidad (arts.
10.1, 6 y 9), no puede llegarse a la misma conclusión en el caso de que el paciente sea un recluso, dada su
sujeción especial a la Administración penitenciaria, que tiene el deber legal de velar por la salud de los
internos y de impedir que estos se causen daños a sí mismos, pudiendo utilizar a ese fin medios
coercitivos [arts. 3.4 y 45.1 b) LOGP y 123 del Reglamento Penitenciario -en adelante, RP].
El derecho a la vida, apunta en este sentido el Ministerio Fiscal, es un prius lógico y ontológico para la
existencia y especificación de los demás derechos (STC 53/1985), que merece, por ello, especial
protección del ordenamiento jurídico, y frente al que existe una obligación negativa general de no
lesionarlo y una obligación positiva del Estado de contribuir a su mantenimiento. El ciudadano tiene
libertad para decidir voluntariamente su propia muerte por un acto propio, pero no existe un derecho a la
muerte que supondría la disponibilidad condicionada del derecho a la vida. Reconocer el derecho a la
muerte significaría la licitud de la renuncia de los recurrentes a los derechos fundamentales y
concretamente al derecho fundamental que es presupuesto de los demás (de existir un derecho al suicidio,
no estaría penado el auxilio o la inducción al mismo, art. 409 del Código Penal), sin que tampoco esté
legitimada la disponibilidad parcial de derecho como lo prueba la sanción penal de determinadas
autolesiones. De ahí que no sea lícito, ni indirectamente siquiera, contribuir a la muerte de quienes, como
los internos en ayuno voluntario implícitamente renuncian a vivir. La Administración penitenciaria no
puede por ello cooperar con su omisión a que se produzca ese resultado, porque entonces podría darse la
estructura de los delitos de comisión por omisión.
Por lo demás, finaliza el Ministerio Fiscal, la resolución impugnada pondera con una cuidada
argumentación la proporcionalidad del sacrificio al limitar los derechos de los internos, tratando de que se
cumpla el deber de asistencia impuesto en la LOGP para evitar un resultado irreversible como es la
muerte, sin que pueda olvidarse que la limitación de la libertad personal de autodecisión es materia que
afecta a la salud de los internos y de la que se hacen derivar todos los derechos fundamentales que se
suponen vulnerados por la resolución impugnada viene impuesta por la Ley penitenciaria, de acuerdo con
el art. 25.2 de la C.E.
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12. Por providencia de 25 de junio de 1990 se señaló el día 27 del mismo mes para deliberación y
votación, concluyéndose el día de la fecha.
1. Con carácter previo al estudio del fondo del presente recurso de amparo, ha de darse respuesta a la
excepción de legitimación activa formulada por el Abogado del Estado respecto de uno de los recurrentes,
en concreto el señor Calcerrada. A la vista de la certificación remitida por la Sección Segunda de la
Audiencia Provincial de Madrid, resulta patente que el citado recurrente sí estuvo personado en el recurso
de apelación que puso fin a la vía ordinaria previa a esta demanda de garantías constitucionales; por tanto,
a los efectos del art. 46.1 b) LOTC, sí goza de legitimación procesal suficiente para impetrar el amparo
que solicita.
2. Resuelta esta cuestión, procede, a continuación, centrar el objeto de la presente demanda. De lo alegado
en la demanda y de lo que consta en las actuaciones remitidas se desprende que los recurrentes que
cumplen condena en el Centro Penitenciario de Preventivos Madrid-2, se encuentran actualmente
ingresados en Centros Hospitalarios de esta capital, a resultas de su negativa a ingerir alimentos adoptada
con el fin de obtener de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias que disponga la
concentración en un único establecimiento de los reclusos que, como los demandantes, pertenezcan a los
autodenominados «Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre» («GRAPO»).
En la demanda de amparo se pide al Tribunal Constitucional que «declare las infracciones de los arts. 1,
16.1, 17.1, 18.1, 9.2, 24.1, 25.2, 10.1 y 15 de la Constitución, y art. 2.2 de la Convención contra la
Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de la ONU, art. 3 del Convenio para la
Protección de los Derechos Fundamentales de Roma, y art. 10.1 del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, cometidos en el mencionado Auto, determinando la nulidad del mismo, y ordene a la
Administración penitenciaria a que cese de alimentar a los presos del PCE(r) y GRAPO de forma forzosa,
y que les restablezcan los derechos violados, reunificándolos junto con sus compañeros en una misma
prisión y en las mismas condiciones de vida digna que tenían antes de ser dispersados».
3. A la vista de estos datos y para fijar con precisión lo que aquí se ha de resolver, se imponen con
carácter previo algunas precisiones iniciales sobre el objeto de este proceso.
Conviene así advertir, en primer término, que, aun cuando en la demanda se interese que de forma
autónoma se declare la violación de los arts. 10.1 PIDCP, 2.2 de la Convención contra la Tortura y otros
Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, y 3 CEDH, no le corresponde a este Tribunal, al
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conocer en recurso de amparo, examinar la observancia o inobservancia, per se, de textos internacionales
que obliguen a España, sino comprobar el respeto o la infracción de los preceptos constitucionales que
reconocen derechos fundamentales y libertades públicas susceptibles de amparo (arts. 53.2 C.E. y 49.1
LOTC), sin perjuicio de que, por mandato del art. 10.2 C.E. deban tales preceptos ser interpretados «de
conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos
internacionales sobre las mismas materias ratificados por España».
Igualmente, debe señalarse que, ante la súplica de que este Tribunal, declarando la nulidad del Auto
impugnado, ordene a la Administración penitenciaria que restablezca a los recurrentes en los derechos
violados reunificándoles junto con sus compañeros en una misma prisión en las mismas condiciones de
vida digna que tenían antes de ser dispersados, ha de delimitarse y, por consiguiente, ceñirse de nuevo el
objeto del recurso de amparo. Desde la perspectiva del debate procesal previo, sustrato lógico de toda
demanda de garantías constitucionales, el Auto recurrido tan sólo decide sobre el tratamiento médico
forzoso de los actores, cuando corra peligro la vida de éstos, pero nada resuelve sobre su eventual
concentración en un Centro penitenciario, de modo que, ni aun de anularse conforme a lo solicitado, la
resolución judicial atacada habría razón alguna para que, per saltum, este Tribunal se pronunciase en una
cuestión que no se ha ventilado previamente en la vía judicial de la que el recurso de amparo trae causa.
Por último, ha de repararse en que si bien se pide de este Tribunal que «ordene a la Administración
penitenciaria a que cese de alimentar a los presos del PCE(r) y GRAPO de forma forzosa», ello se deduce
frente a una resolución judicial que no se ciñe a autorizar a la Dirección del Centro penitenciario en el que
los recurrentes cumplen condena a disponer el recurso de alimentación forzosa como única medida a
aplicar en la situación creada por la huelga de hambre, sino que, antes al contrario, tiene un contenido más
amplio, pues establece el «derecho-deber» de prestar asistencia médica a los internos, y, para el caso de
que dicha asistencia conlleve la alimentación por vía bucal, el respeto a la voluntad mientras permanezcan
en «estado de determinarse libre y conscientemente».
En suma, el objeto del presente recurso de amparo queda circunscrito a la compatibilidad con los arts. 1.1,
9,2, 10.1, 15, 16.1, 17.1, 18.1, 24.1 y 25.2 C.E. de la resolución judicial que, ante la negativa a ingerir
alimentos, manifiestada por los internos recurrentes en reivindicación de la concentración en un mismo
establecimiento penitenciario de los reclusos pertenecientes a los GRAPO, autoriza y obliga a la
Administración penitenciaria a prestar asistencia médica, en cuanto ello implique la alimentación de los
internos en contra de su voluntad.
4. De acuerdo con los arts. 53.2 C.E. y 41.1 LOTC, el recurso de amparo se ha configurado para la
protección de los derechos y libertades reconocidos en los arts. 14 a 29 C.E., además de la objeción de
conciencia a que se refiere el art. 30, pero no para «la preservación de principios o normas
constitucionales» (ATC 651/1985, fundamento jurídico 6.º). Esta limitación objetiva del proceso de
amparo permite a limine segregar, por ser ajenas al mismo, al menos tres de las nueve supuestas
infracciones constitucionales que se denuncian en la demanda.
Es el caso, en primer lugar, de la presunta vulneración del art. 1.1 C.E., en cuanto consagra la libertad
como valor superior del ordenamiento jurídico. Es indudable que muchos de los derechos fundamentales
y libertades públicas tutelables en amparo son proyecciones del valor libertad, pero sólo estas
proyecciones concretas crean derechos amparables en esta vía procesal.
Tampoco procede examinar, por parecidas razones, si la resolución judicial recurrida -como se asegura en
la demanda, aunque en nada se argumente- es contraria o se aviene a lo dispuesto en el art. 9.2 C.E. Este
precepto, al encomendar a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la
igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas, remover los obstáculos
que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política,
eco nómica, cultural y social, refleja la dimensión social del Estado de Derecho e impone determinados
cometidos a sus poderes, pero no reconoce derecho subjetivo alguno que sea susceptible de protección de
amparo.
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Y, finalmente, otro tanto cabe decir en relación con la supuesta infracción, por violación de la dignidad de
la persona, del art. 10.1 C.E. En efecto, que de acuerdo con este precepto, la dignidad de la persona y los
derechos inviolables que le son inherentes sean, junto con el libre desarrollo de la personalidad, el respeto
a la Ley y a los derechos de los demás, «fundamento del orden político y de la paz social», no significa ni
que todo derecho le sea inherente -y por ello inviolable- ni que los que se califican de fundamentales sean
in tolo condiciones imprescindibles para su efectiva incolumidad. de modo que de cualquier restricción
que a su ejercicio se imponga devenga un estado de indignidad. Piénsese, precisamente, en la restricción
de la libertad ambulatoria y conexas que padecen quienes son condenados a una pena privativa de
libertad.
Proyectada sobre los derechos individuales, la regla del art. 10.1 C.E. implica que, en cuanto «valor
espiritual y moral inherente a la persona» (STC 53/1985, fundamento jurídico 8.º), la dignidad ha de
permanecer inalterada cualquiera que sea la situación en que la persona se encuentre -también, qué duda
cabe, durante el cumplimiento de una pena privativa de libertad, como repetidamente se cuida de señalar
la legislación penitenciaria [arts. 3, 18, 20, 23, 26 b) LOGP; 3.1, 74.9, 80, 182 b), 230.1 RP]-,
constituyendo, en consecuencia, un minimun invulnerable que todo estatuto jurídico debe asegurar, de
modo que, sean unas u otras las limitaciones que se impongan en el disfrute de derechos individuales, no
conlleven menosprecio para la estima que, en cuanto ser humano, merece la persona. Pero sólo en la
medida en que tales derechos sean tutelares en amparo y únicamente con el fin de comprobar si se han
respetado las exigencias que, no en abstracto, sino en el concreto ámbito de cada uno de aquéllos, deriven
de la dignidad de la persona, habrá de ser ésta tomada en consideración por este Tribunal como referente.
No, en cambio, de modo autónomo para estimar o desestimar las pretensiones de amparo que ante él se
deduzcan.
5. Descartada, por las razones expuestas, la contrastación aislada de la resolución judicial que se impugna
con lo dispuesto en los arts. 1.1, 9.2 y 10.1 C.E., conviene señalar además, con el objetivo de centrar
nuestro enjuiciamiento, que el examen de las presuntas infracciones de los arts. 24.1 y 25.2 C.E. queda
condicionado a la previa apreciación de alguna, o todas, de las otras cuatro violaciones constitucionales
que se denuncian en la demanda, respecto de las que la de los arts. 24.1 y 25.2 serían, dados los términos -
apenas si esbozados- de la queja de los actores, claramente ancilares.
En efecto, de seguir a los demandantes, parece que el art. 24.1 C.E. habría sido vulnerado al no haberse
protegido en la resolución impugnada los derechos fundamentales a cuyo ejercicio anudan los recurrentes
la facultad de oponerse, en tanto mantengan su negativa a alimentarse o ser alimentados, a una
intervención médica practicada con el empleo de medios coercitivos y, asimismo, el art. 25.2 habría sido
transgredido al haberse limitado de modo exorbitante tales derechos. De este modo, sin esfuerzo se
comprende que sólo si alguno, o todos, de esos derechos se estima menoscabado, tendrá algún sentido
determinar si ello redunda en la vulneración de los arts. 24.1 y 25.2 C.E.
Procede, pues, verificar si la resolución judicial recurrida ha causado vulneración de alguno o algunos de
los derechos garantizados por los arts. 15, 16.1, 17.1 y 18.1 de la Constitución; verificación que debe
realizarse, pues nos hallamos frente a un recurso de amparo, de manera ceñida al concreto contenido de
dicha resolución judicial y a las peculiares circunstancias que singularizan la situación vital y jurídica en
la que ésta se ha producido, cuidando, por tanto, de limitar nuestras consideraciones de alcance genérico o
aquellas que se evidencien necesarias para la decisión del concreto problema que aquí se plantea con el
fin de evitar todo confusionismo con otros supuestos de asistencia médica obligatoria distintos del
presente, que quizás requieran diferente solución en atención a las diferentes condiciones en que aquéllos
se susciten.
Por otro lado, debemos destacar de manera expresa que la intervención médica forzosa, por los valores
humanos que en ella se implican, constituye un tema de excepcional importancia que irradia sus efectos a
distintos sectores del ordenamiento jurídico, especialmente al constitucional y al penal, y trasciende del
campo de lo jurídico para internarse en el mundo de la axiología, en el que afecta a creencias y
sentimientos profundamente arraigados en la conciencia del ser humano, suscitando polémica doctrinal,
muy variada y a veces irreconciliable, en la que están en juego concepciones distintas del sentido de la
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vida humana. En tan vasto campo del pensamiento, nuestro enjuiciamiento, teniendo siempre en cuenta
esa trascendencia axiológica del problema, no puede estar dirigido más que por aquellos criterios
jurídicos constitucionales que nos lleven a encontrar si la resolución judicial impugnada es conforme con
nuestra Constitución, ateniéndonos, según dejamos dicho, al caso concreto que se nos plantea, sin
extendernos a consideraciones que lo desborden y siendo plenamente conscientes de los límites
intrínsecos del Derecho.
Con esa huelga de hambre reivindicativa y su oposición a recibir asistencia médica, los miembros del
grupo en cuestión colocan a la Administración ante la alternativa de revocar la medida administrativa
contra la cual dirigen su protesta o presenciar pasivamente su muerte, planteando así un conflicto que
esencialmente se produce entre el supuesto derecho de los huelguistas al ejercicio de su derecho de
libertad hasta el extremo, incluso de ocasionar su propia muerte, sin injerencia ajena alguna, y el derecho-
deber de la Administración penitenciaria de velar por la vida y salud de los internos sometidos a su
custodia, que le impone el art. 3.4 de la Ley Orgánica 1/1979, de 26 de septiembre, General Penitenciaria
-en adelante, LOGP-, conflicto que se proyecta no sólo en relación con el derecho a la vida, sino también
sobre los otros derechos fundamentales más arriba acotados.
Esta influencia -plural sobre varios derechos fundamentales que los recurrentes atribuyen a su asistencia
médica obligatoria, nos obliga a una previa consideración global, que consiste en determinar cuál es la
naturaleza de las relaciones jurídicas que con ocasión del internamiento en un centro penitenciario se
establecen entre la Administración penitenciaria y las personas recluidas en el mismo.
Aunque el concepto de relación especial de sujeción es de por si impreciso (STC 61/1990), no puede
ponerse en duda que la reclusión en un centro penitenciario origina una relación jurídica de esa
naturaleza, según ha declarado la STC 2/1987, y así se desprende directamente de la propia Constitución,
cuyo art. 25.2, en atención al estado de reclusión en que se encuentran las personas que cumplen penas de
privación de libertad, admite que los derechos constitucionales de estas personas puedan ser objeto de
limitaciones que no son de aplicación a los ciudadanos comunes y, entre ellas, las que se establezcan en la
ley penitenciaria, que regula el estatuto especial de los recluidos en centros penitenciarios. Esta relación
de especial sujeción, que debe ser siempre entendida en un sentido reductivo compatible con el valor
preferente que corresponde a los derechos fundamentales, origina un entramado de derechos y deberes
recíprocos de la Administración y el recluido, entre los que destaca el esencial deber de la primera de
velar por la vida, integridad y salud del segundo, valores que vienen constitucionalmente consagrados y
permiten, en determinadas situaciones, imponer limitaciones a los derechos fundamentales de internos
que se colocan en peligro de muerte a consecuencia de una huelga de hambre reivindicativa, que podrían
resultar contrarias a esos derechos si se tratara de ciudadanos libres o incluso internos que se encuentren
en situaciones distintas.
Sentado lo que antecede, procede entrar en el examen de las vulneraciones denunciadas, comenzando por
la del derecho a la vida que reconoce el art. 15 de la Constitución.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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públicos que amenace su vida o su integridad. De otra parte y como fundamento objetivo del
ordenamiento impone a esos mismos poderes públicos y en especial al legislador, el deber de adoptar las
medidas necesarias para proteger esos bienes, vida e integridad física, frente a los ataques de terceros, sin
contar para ello con la voluntad de sus titulares e incluso cuando ni siquiera quepa hablar, en rigor, de
titulares de ese derecho (STC 53/1985).
Tiene, por consiguiente, el derecho a la vida un contenido de protección positiva que impide configurarlo
como un derecho de libertad que incluya el derecho a la propia muerte. Ello no impide, sin embargo,
reconocer que, siendo la vida un bien de la persona que se integra en el círculo de su libertad, pueda
aquélla fácticamente disponer sobre su propia muerte, pero esa disposición constituye una manifestación
del agere licere, en cuanto que la privación de la vida propia o la aceptación de la propia muerte es un
acto que la ley no prohíbe y no, en ningún modo, un derecho subjetivo que implique la posibilidad de
movilizar el apoyo del poder público para vencer la resistencia que se oponga a la voluntad de morir, ni,
mucho menos, un derecho subjetivo de carácter fundamental en el que esa posibilidad se extienda incluso
frente a la resistencia del legislador, que no puede reducir el contenido esencial del derecho.
En virtud de ello, no es posible admitir que la Constitución garantice en su art. 15 el derecho a la propia
muerte y, por consiguiente, carece de apoyo constitucional la pretensión de que la asistencia médica
coactiva es contraria a ese derecho constitucionalmente inexistente.
Además, aunque se admitiese la tesis de los recurrentes, tampoco podría apreciarse que, en el caso
contemplado, se produce vulneración de ese pretendido derecho a disponer de la propia vida, puesto que
el riesgo de perderla que han asumido no tiene por finalidad causarse la muerte, sino la modificación de
una decisión de política penitenciaria que tratan de obtener incluso a expensas de su vida.
Puede ser, por tanto, la muerte de los recurrentes consecuencia de su protesta reivindicativa, pero no un
resultado directamente deseado que permitiese hablar, en el caso de que existiese, de ejercicio del derecho
fundamental a la propia muerte, ni, por consiguiente, que este supuesto derecho puede haber sido
vulnerado por la coacción terapéutica.
Una vez establecido que la decisión de arrostrar la propia muerte no es un derecho, sino simplemente
manifestación de libertad genérica, es oportuno señalar la relevancia jurídica que tiene la finalidad que
persigue el acto de libertad de oponerse a la asistencia médica, puesto que no es lo mismo usar de la
libertad para conseguir fines lícitos que hacerlo con objetivos no amparados por la Ley, y, en tal sentido,
una cosa es la decisión de quien asume el riesgo de morir en un acto de voluntad que sólo a él afecta, en
cuyo caso podría sostenerse la ilicitud de la asistencia médica obligatoria o de cualquier otro impedimento
a la realización de esa voluntad, y cosa bien distinta es la decisión de quienes, hallándose en el seno de
una relación especial penitenciaria, arriesgan su vida con el fin de conseguir que la Administración deje
de ejercer o ejerza de distinta forma potestades que le confiere el ordenamiento jurídico; pues, en este
caso, la negativa a recibir asistencia médica sitúa al Estado, en forma arbitraria, ante el injusto de
modificar una decisión, que es legítima mientras no sea judicialmente anulada, o contemplar pasivamente
la muerte de personas que están bajo su custodia y cuya vida está legalmente obligado a preservar y
proteger.
Por consiguiente, todo lo que dejamos expuesto nos conduce a la conclusión de que, des(le la perspectiva
del derecho a la vida, la asistencia médica obligatoria autorizada por la resolución judicial recurrida no
vulnera dicho derecho fundamental, porque en éste no se incluye el derecho a prescindir de la propia vida,
ni es constitucionalmente exigible a la Administración penitenciaria que se abstenga de prestar una
asistencia médica que, precisamente, va dirigida a salvaguardar el bien de la vida que el artículo 15 de la
Constitución protege.
8. Este mismo precepto constitucional garantiza el derecho a la integridad física y moral, mediante el cual
se protege la inviolabilidad de la persona, no sólo contra ataques dirigidos a lesionar su cuerpo o espíritu,
sino también contra toda clase de intervención en esos bienes que carezca del consentimiento de su titular.
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Por ello, este derecho constitucional resultará afectado cuando se imponga a una persona asistencia
médica en contra de su voluntad, que puede venir determinada por los más varidados móviles y no sólo
por el de morir y, por consiguiente, esa asistencia médica coactiva constituirá limitación vulneradora del
derecho fundamental, a no ser que tenga justificación constitucional.
A tal fin, como ya ha reiterado en diversas ocasiones este Tribunal, conviene tener presente, de una parte,
que sólo ante los límites que la propia Constitución expresamente imponga al definir cada derecho o ante
los que de manera mediata o indirecta de la misma se infieran al resultar justificados por la necesidad de
preservar otros derechos constitucionalmente protegidos, puedan ceder los derechos fundamentales
(SSTC 11/1981, fundamento jurídico 7.º; 2/1982, fundamento jurídico 5.º, 110/1984, fundamento jurídico
5.º), y de otra que, en todo caso, las limitaciones que se establezcan no pueden obstruir el derecho «más
allá de lo razonable» (STC 53/1986, fundamento jurídico 3.º), de modo que todo acto o resolución que
limite derechos fundamentales ha de asegurar que las medidas limitadoras sean «necesarias para
conseguir el fin perseguido» (SSTC 62/1982, fundamento jurídico 5.º; 13/1985, fundamento jurídico 2.º)
y ha de atender a la «proporcionalidad entre el sacrificio del derecho y la situación en que se halla aquel a
quien se le impone» (STC 37/1989, fundamento jurídico 7.º) y, en todo caso, respetar su cometido
esencial (SSTC 11/1981, fundamento jurídico 10; 196/1987. fundamentos jurídicos 4.º, 5.º y 6.º;
197/1987, fundamento jurídico 11), si tal derecho aún puede ejercerse.
En aplicación de esta doctrina, procede examinar si la asistencia médica que autoriza la resolución
recurrida viene justificada en la protección de derechos o valores constitucionalmente reconocidos y si, en
su caso, cumple la condición de ser proporcionada en atención a la situación de aquellos a los que se
impone.
Y aquí debemos recordar que, según dejamos expuesto, la asistencia médica se impone en el marco de la
relación de sujeción especial que vincula a los solicitantes de amparo con la Administración penitenciaria
y que ésta, en virtud de tal situación especial. viene obligada a velar por la vida y la salud de los internos
sometidos a su custodia; deber que le viene impuesto por el art. 3.4 de la LOGP, que es la Ley a la que se
remite el art. 25.2 de la Constitución como la habilitada para establecer limitaciones a los derechos
fundamentales de los reclusos, y que tiene por finalidad, en el caso debatido, proteger bienes
constitucionalmente consagrados, como son la vida y la salud de las personas.
Siendo indudable que el ayuno voluntario llevado hasta sus últimas consecuencias genera necesariamente,
en un momento determinado, peligro de muerte, la asistencia médica obligatoria para evitar ese peligro se
manifiesta como un medio imprescindiblemente necesario para evitar la pérdida del bien de la vida de los
internos, que el Estado tiene obligación legal de proteger acudiendo, en último término, a dicho medio
coactivo, al menos si se trata de presos declarados en huelga de hambre reivindicativa cuya finalidad no
es la pérdida de la vida.
Con el cumplimiento de ese deber del Estado no se degrada el derecho a la integridad física y moral de
los reclusos, pues la restricción que al mismo constituye la asistencia médica obligatoria se conecta
causalmente con la preservación de bienes tutelados por la Constitución y, entre ellos, el de la vida que,
en su dimensión objetiva, es «un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional» y «supuesto
ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia posible» (STC 53/1985).
Por otro lado, la necesidad de cohonestar el derecho a la integridad física y moral de los internos en un
Centro penitenciario y la obligación de la Administración de defender su vida y salud, como bienes
también constitucionalmente protegidos, encuentra en la resolución judicial recurrida una realización
equilibrada y proporcionada que no merece el más mínimo reproche, puesto que se limita a autorizar la
intervención médica mínima indispensable para conseguir el fin constitucional que la justifica,
permitiéndola tan sólo en el momento en que, según la ciencia médica, corra «riesgo serio» la vida del
recluso y en la forma que el Juez de Vigilancia Penitenciaria determine, prohibiendo que se suministre
alimentación bucal en contra de la voluntad consciente del interno.
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9. El propio art. 15 de la Constitución prohíbe la tortura y los tratos inhumanos y degradantes; pero esta
prohibición no puede estimarse que haya sido quebrantada por la asistencia médica cuya autorización
judicial se recurre.
«Tortura» y «tratos inhumanos o degradantes» son, en su significado jurídico, nociones graduadas de una
misma escala que, en todos sus tramos, denotan la causación, sean cuales fueren los fines, de
padecimientos físicos o psíquicos ilícitos e infligidos de modo vejatorio para quien los sufre y con esa
propia intención de vejar y doblegar la voluntad del sujeto paciente.
En este sentido, la Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o
Degradantes, de Nueva York, de 10 de diciembre de 1984 (ratificada por España el 19 de octubre de 1987
y en vigor en general desde el 26 de junio de 1987, y para España desde el 20 de noviembre siguiente),
define la tortura como «todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o
sufrimientos graves, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de
castigarla por un acto que haya cometido o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a
esa persona o a otros, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos
dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario publico u otra persona en el ejercicio de
funciones públicas, a instigación suya o con su consentimiento o aquiescencia» (art. 1.1). Esta
Convención extiende, además, sus garantías a «otros actos que constituyan tratos o penas crueles,
inhumanos o degradantes y que no lleguen a ser tortura tal como se define en el art. 1».
Asimismo, en relación con el art. 3 CEDH, que establece una interdicción similar a la del art. 15 C.E., el
TEDH, partiendo de su propia doctrina acerca de las penas degradantes (SS de 18 de enero y 25 de abril
de 1978 -caso Irlanda contra el Reino o nido- y -caso Tyrer-, respectivamente) ha señalado que «para que
el trato sea "degradante" debe ocasionar también al interesado -ante los demás o ante sí mismo(...) una
humillación o un envilecimiento que alcance un mínimo de gravedad» (igualmente, STEDH de 25 de
febrero de 1982, -caso Campbell y Cosans- y de 7 de julio de 1989 -caso Soering).
No otra es, por lo demás, la acepción que, en el concreto ámbito penitenciario, cabe dar a los términos
«cruel, inhumano o degradante» que utiliza, para prohibir sanciones disciplinarias a los internos que
tengan ese carácter, el art. 31 de las Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos, adoptadas por
Resolución (73) 5, de 19 de enero de 1973. del Comité de Ministros del Consejo de Europa, e invocadas
por los recurrentes, ni otro es tampoco el alcance que, respecto de los tratos inhumanos o degradantes,
tiene la más genérica prohibición de «malos tratos» a los internos que el art. 6 de la LOGP establece.
Por ello, y también con referencia al medio carcelario, este Tribunal tiene dicho que para apreciar la
existencia de tratos inhumanos o degradantes es necesario que «éstos acarreen sufrimientos de una
especial intensidad o provoquen una humillación o sensación de envilecimiento que alcance un nivel
determinado, distinto y superior al que suele llevar aparejada la imposición de condena» (SSTC 65/1986,
fundamento jurídico 4.º;,89/1987, fundamento jurídico 2.º), daño implícito en la misma que está excluido
del concepto de tortura (art. 1.1, in fine, de la Convención contra la tortura cit., de 1984).
De acuerdo con estos criterios, en modo alguno puede calificarse de «tortura» o «tratos inhumanos o
degradantes», con el sentido que esos términos revisten en el art. 15 C.E., la autorización de una
intervención médica, como la impugnada por los recurrentes, que, en si misma, no está ordenada a infligir
padecimientos físicos o psíquicos ni a provocar daños en la integridad de quien sea sometido a ellos, sino
a evitar, mientras médicamente sea posible, los efectos irreversibles de la inanición voluntaria, sirviendo,
en su caso, de paliativo o lenitivo de su nocividad para el organismo. En esta actuación médica, ajustada a
la lex artis, no es objetivamente reconocible indicio alguno de vejación e indignidad. Que para efectuar
dicha intervención se permita el empleo de medios coercitivos no es aquí determinante, pues, según se ha
visto, no es la coercitividad de trato más allá de lo proporcionado, sino su desmedida severidad, su
innecesario rigor y su carácter vejatorio lo que a los efectos de la prohibición constitucional resulta
relevante.
El hecho de que la alimentación forzada, cuya finalidad es impedir la muerte de los recurrentes no pueda
considerarse constitutiva de trato inhumano o degradante en razón del objetivo que persigue, no impide
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sin embargo, por sí mismo, que se le pueda considerar como tal, sea en razón de los medios utilizados, sea
por constituir una prolongación del sufrimiento, sin lograr pese a ello, evitar la muerte. Ambos hipotéticos
reproches han de ser, sin embargo, también desechados, el primero de ellos, porque ya la resolución
impugnada excluye expresamente el recurso a la alimentación por vía oral, que es la única cuyo empleo
podría ser entendido como una humillación para quien hubiera de sufrirla y el segundo, porque el
propósito de la medida no es el de provocar el sufrimiento, sino el de prolongar la vida.
10. Tampoco puede apreciarse vulneración de la libertad ideológica que garantiza el art. 16.1 de la
Constitución.
Ciertamente, la libertad ideológica, como así viene a latir en el planteamiento de los recurrentes, no se
agota en una dimensión interna del derecho a adoptar una determinada posición intelectual ante la vida y
cuanto le concierne y a representar o enjuiciar la realidad según personales convicciones. Comprende,
además, una dimensión externa de agere licere, con arreglo a las propias ideas sin sufrir por ello sanción o
demérito ni padecer la compulsión o la injerencia de los poderes públicos.
El art. 16.1 C.E. garantiza la libertad ideológica sin más limitaciones en sus manifestaciones que las
necesarias para el mantenimiento del orden público protegido por la ley (STC 20/1990, fundamento
jurídico 3.º). En este sentido no hay inconveniente en reconocer, para dar respuesta a la cita que en la
demanda se hace de la libertad de expresión -ausente, sin embargo, de la relación de violaciones
constitucionales que se pretende declare este Tribunal-, que entre tales manifestaciones, y muy
principalmente, figura la de expresar libremente lo que se piense. A la libertad ideológica que consagra el
art. 16.1 C.E. le corresponde «el correlativo derecho a expresarla que garantiza el art. 20.1 a)» (STC
20/1990, fundamento jurídico 5.º), aun cuando ello no signifique que toda expresión de ideología quede
desvinculada del ámbito de protección del art. 16.1, pues el derecho que éste reconoce no puede
entenderse «simplemente absorbido» por las libertades del art. 20 (STC 20/1990, fundamento jurídico
3.º), o que toda expresión libremente emitida al amparo del art. 20 sea manifestación de la libertad
ideológica del art. 16.1.
Ahora bien, para que los actos de los poderes públicos puedan ser anulados por violaciones de la libertad
ideológica reconocida en el art. 16.1 C.E. es cuando menos preciso, de una parte, que aquéllos perturben o
impidan de algún modo la adopción o el mantenimiento en libertad de una determinada ideología o
pensamiento y no simplemente que se incida en la expresión de determinados criterios -por más que ello
pueda tener relevancia ex art. 20.1 C.E.-. De otra, se exige que entre el contenido y sostenimiento de éstos
y lo dispuesto en los actos que se combatan quepa apreciar una relación de causalidad suficiente para
articular la imputación del ilícito constitucional.
En el presente caso, los recurrentes aducen la libertad ideológica para dar cobertura constitucional a su
comportamiento como forma de protesta y reivindicación, y formalizan a su amparo la queja frente a la
interferencia coactiva de la Administración penitenciaria «en su actitud frente a su propia vida».
Tal alegación no es aceptable porque, aun reconociendo el trasfondo ideológico que late en la huelga de
hambre de los recurrentes, es innegable que la asistencia médica obligatoria a los presos en huelga que se
encuentren en peligro de perder la vida no tiene por objeto impedir o poner obstáculos a la realización y
mantenimiento de la huelga -sin que conste en los autos que no haya sido respetada en todo momento por
la Administración penitenciaria, ni que haya ésta adoptado oposición alguna a la misma con medidas
represoras o disciplinarias-, sino que va encaminada exclusivamente a defender la vida de los reclusos en
huelga, al margen de todo propósito de impedir que éstos continúen en su actitud reivindicativa.
11. No es tampoco pertinente encuadrar el problema en el ámbito del art. 17.1 de la Constitución, en los
términos que pretenden los recurrentes, dado que, según reiterada doctrina de este Tribunal (SSTC
126/1987, 22/1988, 112/1988 y 61/1990, por citar las más recientes) la libertad personal protegida por
este precepto es la «libertad física». La libertad frente a la detención, condena o internamientos
arbitrarios, sin que pueda cobijarse en el mismo una libertad general de actuación o una libertad general
de autodeterminación individual, pues esta clase de libertad, que es un valor superior del ordenamiento
jurídico -art. 1.1 de la Constitución-, sólo tiene la protección del recurso de amparo en aquellas concretas
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manifestaciones a las que la Constitución les concede la categoría de derechos fundamentales incluidos en
el capítulo segundo de su título I, como son las libertades a que se refieren el propio art. 17.1 y los arts.
16.1, 18.1, 19 y 20, entre otros y, en esta línea, la STC 89/1987 distingue entre las manifestaciones «de la
multitud de actividades y relaciones vitales que la libertad hace posibles» (o manifestaciones de la
«libertad a secas») y «los derechos fundamentales que garantizan la libertad» pero que «no tienen ni
pueden tener como contenido concreto cada una de esas manifestaciones en su práctica, por importantes
que sean éstas en la vida del individuo».
Conforme, pues, con dicha doctrina, la libertad de rechazar tratamientos terapéuticos, como manifestación
de la libre autodeterminación de la persona no puede entenderse incluida en la esfera del art. 17.1 de la
Constitución.
Es claro sin embargo que la aplicación de tratamiento médico y alimentario forzoso implica el uso de
medidas coercitivas que inevitablemente han de comportar concretas restricciones a la libertad de
movimiento o a la libertad física en alguna de sus manifestaciones. Pero tales restricciones, en cuanto
inherentes a la intervención médica que acabamos de considerar no violadora de derechos fundamentales,
no constituyen lesión de aquellos mismos derechos a la integridad física, ni a los ahora examinados, sin
olvidar que el art. 45.1 b) de la LOGP permite esas mismas medidas y es en este sentido la ley a la que se
remite genéricamente el art. 17.2 de la Constitución.
12. Igualmente inconsistente es la denuncia de la supuesta violación del derecho a la intimidad personal
(art. 18.1 C.E. y 5.2 RP).
Es cierto que este Tribunal ha reconocido que en la noción de «intimidad personal» se integra la
«intimidad corporal (STC 37/1989, fundamento jurídico 4.º). Pero la ha identificado únicamente como
«inmunidad frente a toda indagación o pesquisa que sobre el cuerpo quisiera imponerse contra la voluntad
de la persona» y, en virtud de ello, puede afirmarse que en modo alguno ha padecido el derecho a la
intimidad corporal de los recurrentes, pues, aparte de que la intervención médica autorizada por la
resolución impugnada no puede incluirse cabalmente entre las indagaciones o pesquisas a las que, de
acuerdo con la doctrina constitucional citada, puede oponerse el derecho a la intimidad, no produce la
actuación impugnada ni por las partes del cuerpo sobre las que actúa ni por los medios a emplear, ni por
su finalidad ajena a la adquisición de conocimientos sobre el cuerpo de los reclusos, menoscabo de
ningún género de su intimidad personal.
En síntesis de todo lo expuesto, debemos finalizar con la conclusión de que la asistencia médica
obligatoria autorizada por la resolución judicial objeto del recurso de amparo no vulnera ninguno de los
derechos fundamentales invocados por los demandantes, ni en sí misma, ni en la forma y alcance con que
ha sido autorizada, constituyendo tan sólo una limitación del derecho a la integridad física y moral
garantizada por el art. 15 de la Constitución, y unida ineludiblemente a ella una restricción a la libertad
física, que vienen justificadas en la necesidad de preservar el bien de la vida humana, constitucionalmente
protegido, y que se realiza mediante un ponderado juicio de proporcionalidad, en cuanto entraña el
mínimo sacrificio del derecho que exige la situación en que se hallan aquéllos respecto de los cuales se
autoriza.
FALLO
Ha decidido
Denegar el amparo solicitado por don Sebastián Rodríguez Veloso, don Leoncio Calcerrada Fornielles y
don Luis Cabeza Mato.
El fondo del asunto que plantea el presente recurso de amparo es un caso límite por tratarse de un tema
«en cuya consideración inciden con más profundidad que en ningún otro ideas, creencias y convicciones
morales, culturales y sociales» (STC 53/1985), y en el que la diversidad y la contraposición de posturas
en la doctrina se corresponden con la evolución vacilante y acelerada de la deontología médica en
relación con la voluntariedad de los tratamientos terapéuticos y los derechos fundamentales del enfermo.
El enjuiciamiento estrictamente jurídico del tema, que es el que a este Tribunal corresponde, resulta
además dificultado porque la Constitución no ha tomado postura de forma directa sobre el particular, ni
tampoco existe en nuestro ordenamiento una regulación legal del supuesto, lo que ha obligado a los
órganos judiciales a una importante labor creativa de ponderación de los valores y derechos
constitucionales en juego, que es la que también ha tenido que realizar el Tribunal llegando a una
solución razonada, que, sin embargo, no comparto.
2. La razón principal de mi discrepancia es la que, según la opinión mayoritaria del Pleno, la relación de
sujeción especial del penado y, más genéricamente del interno, frente a la Administración Penitenciaria
justificaría la imposición, que habría de calificar de «especial», de una limitación a derechos
fundamentales como la que supone la alimentación forzosa, limitación que se reconoce que no sería lícita
«si se tratara de ciudadanos libres o incluso de internos que se encuentren en situaciones distintas». A mi
juicio, la obligación de la Administración Penitenciaria de velar por la vida y la salud de los internos no
puede ser entendida como justificativa del establecimiento de un límite adicional a los derechos
fundamentales del penado, el cual, en relación a su vida y salud y como enfermo, goza de los mismos
derechos y libertades que cualquier otro ciudadano. y por ello ha de reconocérsele el mismo grado de
voluntariedad en relación con la asistencia médica y sanitaria.
El art. 25.2 C.E. se remite a la Ley Penitenciaria, habilitándola para establecer limitaciones a los derechos
fundamentales de los reclusos, pero esa remisión ni de por sí justifica una limitación de derechos, que ha
de ser razonable y proporcionada para ser constitucionalmente legítima, ni, en el caso concreto de la
huelga de hambre, ha dado lugar, a diferencia de lo que ocurre en otros sistemas comparados, a una
regulación específica. El silencio de la Ley sólo puede ser interpretado, también a la luz del art. 25.2 C.E.,
como el reconocimiento de que en esta materia la situación del penado o del interno no ha de sufrir
restricción alguna de sus derechos respecto a la situación de cualquier otro ciudadano en libertad.
3. Además, no me parece convincente el argumento adicional utilizado para negar la «libertad» de los
recurrentes de oponerse a la asistencia médica obligatoria durante el ejercicio de su huelga de hambre, y
consistente en contraponer la «libertad para conseguir fines lícitos» respecto del uso de esa libertad en
relación con «objetivos no amparados por la ley» que se daría en quienes se hallan en el seno de una
relación especial penitenciaria donde la negativa a recibir asistencia médica situaría al Estado ante el
injusto de modificar una decisión. legítima por no estar judicialmente anulada, o contemplar pasivamente
la muerte de personas bajo su custodia y obligación de protección. Esta afirmación puede ser entendida en
el sentido de que esa negativa a recibir asistencia médica sería legítima si el huelguista persiguiera
objetivos amparados por la ley, pero no en el caso contrario, y tal sería tratar de imponer la modificación
de una decisión no impugnada de la Administración Penitenciaria. Ello significaría condicionar la
decisión de imponer la alimentación forzosa a la propia legitimidad del fin perseguido por la huelga de
hambre. Por su propia lógica. La huelga de hambre persigue objetivos que no pueden obtenerse
normalmente a través de las vías judiciales. Por otro lado, aparte de la dificultad de la valoración de la
legitimidad del objetivo perseguido, el que esa legitimidad haya de ser tenida en cuenta en la decisión
judicial supone traspasar la cuestión del plano de la ponderación de la vida y la salud como bienes
constitucionales protegidos frente a otros derechos y bienes constitucionales, al plano de la reivindicación
misma perseguida por los recurrentes, e interferirse en el medio de presión utilizado.
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Francisco Fernandez Segado
Por todo ello, opino que aunque ninguna de las alternativas que se ofrecían era satisfactoria, partiendo de
sus propios razonamientos de libertad de tratamiento médico del ciudadano en régimen de libertad, la
Sentencia debería haber llegado a la conclusión de estimar el amparo, confirmando, en consecuencia, la
decisión del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria.
Voto particular que formula el Magistrado don Jesús Leguina Villa a la Sentencia dictada en el
recurso de amparo núm. 443/90
Coincido con muchas de las cosas que se dicen en esta Sentencia y, sobre todo, comparto la preocupación
y la sensibilidad que en la misma se manifiesta por defender la vida en un caso límite de conflicto entre
los poderes públicos y quienes nos piden amparo. Me veo, sin embargo, en la necesidad de expresar en
conciencia mi disentimiento con la decisión mayoritaria de denegar el amparo. Omitiendo toda referencia
a la discrepancia que me suscitan algunos aspectos o argumentos secundarios de la Sentencia y
refiriéndome sólo a las tesis centrales que conforman su ratio decidendi paso a exponer a continuación mi
propia opinión en términos breves y sucintos, dejando expresa constancia del respeto y acatamiento que
me merece el criterio mayoritario del Tribunal.
La Sentencia deniega el amparo por dos motivos principales: Uno, la relación especial de sujeción en que
se encuentran los reclusos, en virtud de la cual la Administración penitenciaria tiene el deber de
custodiarlos y de cuidar de su vida y de su salud; dos, la ilicitud de la huelga de hambre reivindicativa
frente a las legítimas decisiones adoptadas por la Administración penitenciaria en el uso de las potestades
que la Ley le otorga. Desde mi punto de vista, ninguno de estos dos motivos es suficiente para forzar la
voluntad de los recurrentes de negarse a ser alimentados y recibir asistencia médica. No estando en juego
derechos fundamentales de terceras personas, ni bienes o valores constitucionales que sea necesario
preservar a toda costa, ninguna relación de supremacía especial -tampoco la penitenciaria- puede
justificar una coacción como la que ahora se denuncia que, aun cuando dirigida a cuidar la salud o a
salvar la vida de quienes la soportan, afecta al núcleo esencial de la libertad personal y de la autonomía de
la voluntad del individuo, consistente en tomar por sí solo las decisiones que mejor convengan a uno
mismo, sin daño o menoscabo de los demás. Se afirma con razón en la Sentencia que el derecho a la vida
no puede ser confundido con un pretendido derecho a morir o a decidir sobre la propia muerte. Pero ello
no significa que no se tenga derecho -sea cual sea la circunstancia en la que uno se encuentre y estando en
el pleno uso de las facultades mentales- a que nadie que no sea uno mismo decida e imponga
coactivamente lo que haya de hacerse para conservar la salud seguir viviendo o escapar al peligro de
muerte; ni excluye el derecho a rechazar la ayuda o la asistencia sanitaria que ni se desea ni se ha
solicitado.
La Sentencia niega que la alimentación forzosa o la asistencia sanitaria coactiva límite la libertad personal
de los recurrentes. Mi opinión es contraria a esta tesis. El art. 17.1 de la Constitución reconoce a todos «el
derecho a la libertad», entendida ésta, según reiterada doctrina de este Tribunal, como «libertad física»
que protege a todos no sólo, según dice la Sentencia, frente a detenciones, condenas o internamientos
arbitrarios, sino también frente a cualesquiera medidas de coerción o uso de la fuerza que, oponiéndose a
lícitas decisiones personales que sólo conciernen a quien las toma, restrinjan o impidan injustificadamente
aquella libertad de movimientos. Este último aspecto de la libertad personal ampara también a los
reclusos y es el que, a mi juicio, ha sido desconocido por la resolución judicial impugnada. Frente a ello,
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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ningún valor justificativo tiene, según creo, ni el deber que la Administración penitenciaria tiene de velar
por la salud y la integridad física de los internos ni tampoco la supuesta ilicitud del ayuno voluntario
como medio reivindicativo o de presión frente a dicha Administración penitenciaria. Este último aspecto
es indiferente o irrelevante para resolver el conflicto, pues lo que importa no es saber si la llamada huelga
de hambre reivindicativa en que se encuentran los recurrentes es o no ilícita (o si lo son como se dice en
la Sentencia, los objetivos que con la misma se pretenden conseguir, cuestión ésta harto discutible); lo
esencial es saber si es lícito forzar la voluntad de unas personas, libremente expresada, y coartar su
libertad física para imponerles una alimentación o un tratamiento médico que rechazan. La Sentencia
entiende que sí es lícito hacerlo por el deber de cuidar la salud y la vida de los reclusos que la Ley
penitenciaria impone a la Administración. Creo, sin embargo, que en el caso que ahora contemplamos tal
deber cesa ante la voluntad contraria de los recurrentes. La Administración ha de cumplir ciertamente
dicho deber de cuidado y los internos tienen derecho a exigir aquel cumplimiento, pero ello no autoriza a
los poderes públicos a utilizar cualquier medio y, en concreto, en este caso no autoriza a utilizar la fuerza
para cumplir un deber cuyos beneficiarios rechazan exonerando del mismo a la Administración. En
definitiva, este deber de velar por la salud y la integridad física de los reclusos termina frente a la
renuncia del recluso enfermo a su derecho a recibir protección y cuidados médicos. Los reclusos que con
grave riesgo para su salud y su vida, pero sin riesgo alguno para la salud de los demás. se niegan a recibir
alimentos y asistencia sanitaria no son personas incapaces cuyas limitaciones hayan de ser subvenidas por
los poderes públicos. Son personas enfermas que conservan la plenitud de sus derechos para consentir o
para rechazar los tratamientos médicos que se les propongan. Creo que un enfoque del problema desde
esta última perspectiva -la del enfermo que es además recluso- en lugar de la adoptada por la Sentencia -
la del recluso que es además enfermo- hubiera permitido llegar a una solución favorable a la concesión
del amparo.
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Preámbulo:
La Sala Segunda del Tribunal Constitucional, compuesta por don JerónimoArozamena Sierra, Presidente,
y don Francisco Rubio Llorente, don Luis Díez-Picazo y Ponce de León, don Francisco Tomás y
Valiente, don Antonio Truyol Serra y don Francisco Pera Verdaguer, Magistrados, ha pronunciado
la siguiente
SENTENCIA
En el recurso de amparo núm. 576/1983, interpuesto por la Procuradora de los Tribunales, doña M.ª
Soledad San Mateo García, asistida del Letrado don Juan Enrique Piedrabuena Ruiz-Tagle, en nombre y
representación de don Leonardo Leyes Rosano, contra Sentencia de la Magistratura de Trabajo núm. 3 de
Barcelona, dictada en procedimiento 533/1982 resolutoria de relación laboral.
Han sido parte como codemandado el Procurador don Angel Deleito Villa, asistido del Letrado don José
Fernández Bustillo, en nombre y representación de don Vicente Bordo y Rubio, y el Fiscal General del
Estado; ha sido Ponente el Magistrado don Francisco Rubio Llorente, quien expresa el parecer de la Sala.
ANTECEDENTES:
I. Antecedentes
1. Don Leonardo Leyes Rosano, de nacionalidad uruguaya, comenzó el 28 de octubre de 1981 a prestar
sus servicios como conserje en el Hostal «Sant Pancras», de Barcelona, cuyo propietario era don Vicente
Bordo y Rubio. El día 18 de febrero de 1982, como el señor Leyes Rosano hubiese reclamado un horario
de trabajo y una remuneración adecuada, don Vicente Bordoy Rubio le requirió formalmente para que se
proveyese de permiso de trabajo y de autorización de residencia en España, documentos de los que
carecía. A partir de dicha fecha, don Leonardo Leyes Rosano no volvió a comparecer al trabajo,
presentando papeleta de conciliación en el Instituto de Mediación, Arbitraje y Conciliación y el 9 de
marzo de 1982 demanda ante la Jurisdicción Laboral en solicitud de que se declarase nulo, o
subsidiariamente improcedente, el despido y se condenase a la Empresa a su readmisión.
2. El día 3 de agosto de 1983, don Leonardo Leyes Rosano presenta escrito en el Tribunal Constitucional
anunciando su propósito de interponer recurso de amparo contra las resoluciones judiciales recaídas por
presunta vulneración de los arts. 13, 14 y 35 de la Constitución Española y solicitando el nombramiento
de Abogado y Procurador de oficio.
Tras la tramitación del oportuno procedimiento, la Sección Tercera acordó tener por nombrado por el
propio recurrente al Abogado don Juan Enrique Piedrabuena Ruiz Tagle y designada de oficio a la
Procuradora doña María Soledad San Mateo García, a quien se otorgó por providencia de 14 de diciembre
un plazo de veinte días para la formalización de la demanda.
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En su demanda de amparo, presentada el día 5 de enero, el actor después de exponer los hechos relatados,
alega que la normativa en vigor excluye la necesidad de permiso de trabajo y de residencia para los
ciudadanos hispanoamericanos y, en concreto, para los uruguayos. Así el Tratado de Reconocimiento de
Paz y Amistad celebrado entre España y el Uruguay el 19 de julio de 1870 dispone en su art. 8 que los
súbditos de una y otra nación pueden ejercer libremente sus oficios y profesiones en los mismos términos
y bajo iguales condiciones y adeudos que usan o usaren los de la nación más favorecida; el Convenio
Internacional de Cooperación Social celebrado entre España y Uruguay el 27 de abril de 1970 establece
en el art. 1 que los Estados contratantes acuerdan mantener el principio de igualdad y reciprocidad en
materia laboral, de manera que los uruguayos que trabajen en España y los españoles que trabajen en
Uruguay, gocen de los mismos derechos sociales y laborales que los nacionales respectivos. Por fin, la
Ley 118/1969, de 30 de diciembre, y su Orden de desarrollo de 15 de enero de 1970, expresamente
eximen a los súbditos hispanoamericanos que trabajan en territorio español o pretenden trabajar en él, por
cuenta propia o ajena, de la obligación de proveerse del permiso de trabajo que con carácter general y
para todos los extranjeros que realizan una actividad laboral en España preceptúa el art. 4 del Decreto
1870/1968, de 27 de julio. De esta forma, el Real Decreto 1874/1978, de 2 de junio, y el posterior Real
Decreto 1031/1980, de 3 de mayo, no resultan aplicables a los extranjeros hispanoamericanos que quedan
fuera de dicha regulación general por estar sometidos a su legislación especial.
La Sentencia del Tribunal Central de Trabajo señala que si los hispanoamericanos se encuentran exentos
de permiso de trabajo, ello no excluye que para trabajar en España soliciten y obtengan la pertinente
autorización de residencia. Esta interpretación es errónea y condena al actor a la imposibilidad de
regularizar su estancia legal en el país, por lo que se le discrimina a nivel social y laboral. Desde que don
Leonardo Leyes ingresó en el Hostal «Sant Pancras», la autoridad gubernativa y laboral ha aplicado a los
hispanoamericanos el Real Decreto 1031/1980, de 3 de mayo, en el que la autorización de residencia está
condicionada a la concesión del permiso de trabajo por la autoridad laboral, de forma que la decisión del
Tribunal Central supone imponer un requisito imposible de cumplimentar, pues la autoridad gubernativa
exige el previo permiso de trabajo para otorgar la autorización de residencia. La aplicación a los
hispanoamericanos de esta normativa puede comprobarse en la jurisprudencia del Tribunal Supremo y
debió conducir a una resolución conjunta de los Subsecretarios de Trabajo e Interior no publicada en el
«Boletín Oficial del Estado» que dispuso su exención del permiso de trabajo y residencia. El demandante
concluye solicitando que se declare la nulidad de las resoluciones judiciales impugnadas y se reconozca
expresamente su derecho a ser considerado en igualdad de condiciones laborales y sociales con los
trabajadores españoles y exento de permiso de trabajo y autorización gubernativa de residencia para
trabajar en España.
Mediante otrosí solicita la práctica de prueba documental concretada en la incorporación a los Autos de
recortes de Prensa sobre el tema objeto delrecurso, y en solicitud a la Jefatura Superior de Policía de
Barcelona y a la Dirección General de Policía para que certifiquen sobre la exigencia del permiso de
trabajo para poder conceder la autorización de residencia y su aplicación a los hispanoamericanos hasta la
resolución conjunta de los Subsecretarios de Trabajo e Interior. Igualmente se pide el requerimiento al
Ministerio de Trabajo para que remita dicha resolución.
3. La Sección acordó por providencia de 18 de enero de 1984 admitir a trámite el recurso, así como
solicitar de la Magistratura de Trabajo número 3 de Barcelona y del Tribunal Central de Trabajo la
remisión de las actuaciones y el emplazamiento de las partes. Una vez cumplido ello y personado el
Procurador don Angel Deleito Villa en nombre y representación de don Vicente Bordoy Rubio, titular del
Hostal «Sant Pancras», la Sección dictó providencia de 11 de abril dando vista de las actuaciones a las
partes y al Ministerio Fiscal para la formulación de sus alegaciones en el plazo de veinte días.
Exceptuando las alegaciones del actor que se limitó a ratificar íntegramente el contenido de su escrito de
recurso, las restantes se resumen a continuación.
las Libertades Fundamentales, hecho en Roma el 4 de noviembre de 1950, precisa en su art. 14 que «el
goce de los derechos y libertades reconocidas en el presente Convenio ha de ser asegurado sin distinción
alguna por razones de sexo, raza, color, lengua, religión, opiniones políticas u otras, origen nacional o
social, pertenencia a una minoría nacional, fortuna, nacimiento o cualquier otra situación». Ello es cierto,
pues ciertas facultades, como son el derecho a la vida, a no ser torturado, a la libertad, etc., son aplicables
a nacionales y extranjeros por estar basados en la común condición humana.
Pero en otros aspectos la situación no es igual. La distinción entre súbditos y no súbditos existe en mayor
o menor medida en todos los países que promulgan normas internas para reglamentar el régimen de los
extranjeros, y a las que se refiere el citado art. 13.1 de la Constitución. En virtud de ellas los extranjeros
suelen quedar excluidos del derecho a ocupar cargos públicos, del derecho a ejercer el voto, así como de
la facultad de desempeñar determinadas profesiones o de disfrutar de ciertas prestaciones sociales.
Las limitaciones que las Leyes internas imponen a los extranjeros suelen ser mayores cuando pretenden
establecerse en un país de forma permanente con intención de vivir y trabajar en él, como sucede con el
Real Decreto 1031/1980, de 3 de mayo, al exigir el permiso de residencia y trabajo. La posibilidad de
supeditar la legal actividad laboral de un extranjero en España a la obtención del permiso de residencia
está prevista en el Ordenamiento y no se opone a los tratados, por lo que se atiene al art. 13.1 de la
Constitución.
Las Sentencias impugnadas que declaran la nulidad del contrato de trabajo del recurrente por carecer del
oportuno permiso de residencia, no vulneran el art. 14 de la Constitución Española, pues si se compara
con la situación de los demás extranjeros no resulta acreditado que a ninguno de ellos, cualquiera que sea
su nacionalidad, se le admita la validez del contrato sin estar provisto de la autorización de residencia, y si
se compara con la situación de los españoles, al estar basada la diferencia de trato en Leyes internas
justificadas por razones de orden público, generalmente aceptadas en todos los países, que no limitan
derechos nacidos de la común condición humana, resulta justificada y razonable.
5. La parte demandada, tras señalar que ni el art. 13 ni el 35 de la Constitución Española son susceptibles
de amparo, expone en relación al artículo 14 que el principio de igualdad ante la Ley se refiere a «los
españoles» y ello se hace porque sólo respecto de los españoles es posible predicar la igualdad absoluta de
todos los preceptos de la Constitución, ya que sólo a ellos son de aplicación todas las normas de la
Constitución, entre otras el art. 35, que señala como titulares del derecho al trabajo exclusivamente a los
españoles.
Por ello no se trata aquí de un asunto de desigualdad o discriminación, sino puramente de aplicación de la
Ley, que es cuestión de la exclusiva competencia de los Tribunales sin que el demandante pueda acceder
a una tercera instancia por la vía extraordinaria del recurso de amparo.
Pero aunque no se entendiera así, habría de denegarse el amparo, pues el Tribunal Central examinó en
profundidad el tema planteado dando la solución correcta al caso. La equiparación de los
hispanoamericanos a efectos laborales se hace a aquéllos «que residen y se encuentran legalmente en
territorio español» y el actor, al no tener autorización de residencia se encontraba en situación ilegal por
lo que no podía disfrutar del principio de equiparación. Al no estar regularizada su situación le faltaba al
trabajador la capacidad legal necesaria para contratar regulada en el art. 7 del Estatuto de los
Trabajadores, que establece que la de los extranjeros estará «de acuerdo con lo dispuesto en la legislación
específica sobre la materia», siendo evidente que tal capacidad requiera la estancia legal en España a
través de la autorización de residencia y del permiso de trabajo.
6. Por providencia de 13 de junio, la Sección acordó unir a los Autos la prueba documental privada
aportada por el actor y recabar los documentos interesados por él, librando los oportunos despachos para
ello.
En el certificado remitido por la Dirección General de la Policía se hace constar que de acuerdo con el
Real Decreto 1031/1980, de 3 de mayo, los súbditos de otros países que quieran realizar en España alguna
actividad lucrativa necesitan obtener permiso de trabajo y autorización de residencia, que se materializa
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
En dicha resolución, remitida por el Ministerio del Interior, se da nueva redacción al párrafo 1 de la
Instrucción núm. 31, de las dictadas en desarrollo del Real Decreto de 3 de mayo de 1980, disponiendo
que «los trabajadores hispanoamericanos, portugueses, brasileños, andorranos y filipinos amparados por
la Ley 118/1969, de 30 de diciembre, y en virtud de lo establecido en su Orden de desarrollo de 15 de
enero de 1970, quedan exentos de la sujeción a las normas v requisitos que para la colocación de
trabajadores extranjeros en España establece el Decreto 1870/1968, de 27 de julio, y el Real Decreto
1031/1980, de 3 de mayo. En consecuencia y de conformidad con lo dispuesto en la indicada Orden de 15
de enero de 1970, las Empresas que empleen a trabajadores de las referidas nacionalidades vienen
obligadas, a efectos estadísticos y de control, y antes de que el trabajador inicie su actividad laboral, a
registrar tales contrataciones en la Dirección Provincial de Trabajo y Seguridad Social correspondiente,
que expedirá, a los trabajadores extranjeros de referencia, un justificante de su inscripción en el registro.
Dicho justificante, de acuerdo con lo previsto en el art. 24 del Decreto 522/1974, de 14 de febrero, deberá
ser presentado en las Jefaturas Superiores o Comisarías Provinciales de Policía para la obtención de la
correspondiente autorización de residencia o permiso de permanencia».
Puesta de manifiesto esta documentación a las partes a efectos de que alegasen lo que estimasen
pertinente, el actor expone que no existe norma alguna que condicione el principio de equiparación de los
hispanoamericanos con los españoles a efectos laborales, a la obtención previa de la autorización de
residencia. La certificación de la Dirección General de la Policía muestra, por el contrario, cómo se les
vino exigiendo en la práctica el permiso de trabajo y el de residencia, de manera que la Sentencia del
Tribunal Central de Trabajo impone un requisito legalmente no exigible y de imposible cumplimiento,
pues el permiso de residencia se condiciona a la expedición del de trabajo. Aun cuando teóricamente
hubiese podido el actor solicitar la autorización de residencia acompañando el justificante de inscripción
en el registro de trabajadores extranjeros exentos de permiso de trabajo, no hubiera podido obtener el
referido justificante, pues la inscripción debió ser efectuada por la Empresa.
El titular de la Empresa demandada afirma, por su parte, que la documentación remitida demuestra que el
problema no es de aplicación del art. 14 de la Constitución, sino de aplicación de la Ley ordinaria. Se
trata simplemente de determinar si un determinado extranjero reúne o no los requisitos para su
asentamiento y relación laboral en España. El Ministerio Fiscal, por fin, estima que dicha documentación
no modifica sus conclusiones, que mantiene íntegramente.
FUNDAMENTOS:
1. Las resoluciones judiciales que el actor considera vulneradoras del principio de igualdad consagrado en
el art. 14 de la Constitución Española, así como de los arts. 13 y 35, consisten en unas Sentencias dictadas
por la Magistratura de Trabajo núm. 3 de Barcelona y por el Tribunal Central de Trabajo, como
consecuencia de una acción de despido ejercida por el demandante, que declaran la nulidad del contrato
de trabajo que celebró con el titular del Hostal «Sant Pancras» por carecer del requisito de autorización de
residencia exigible para trabajar en España a todo extranjero, incluso cuando es ciudadano de un país
hispanoamericano que está exento de la necesidad de proveerse de permiso de trabajo.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
En opinión del demandante, subordinar la validez del contrato de trabajo a la previa obtención de la
autorización de residencia, supone una exigencia contraria a la legalidad y de imposible cumplimiento,
pues la autoridad gubernativa condiciona el otorgamiento de dicha autorización al previo permiso de
trabajo dispensado por la autoridad laboral, por más que dicho permiso no fuera exigible en su caso. Esta
fue, en efecto, según demuestran las certificaciones remitidas en virtud de la prueba practicada, la
situación real durante el período de tiempo en que el actor prestó sus servicios en el Hostal «Sant
Pancras», situación que, por vulnerar la legalidad, hubo de ser corregida por resolución conjunta de los
Ministerios de Interior y Trabajo de 27 de mayo de 1983 que declaró que los súbditos hispanoamericanos
estaban exentos de la sujeción a las normas que se les venían aplicando.
Ahora bien, cuál fuera la situación real en relación a la concesión de autorizaciones de residencia para los
súbditos hispanoamericanos que pretendían trabajar en España durante los años 1980 a 1983 es algo que
carece de toda incidencia en el presente recurso de amparo. En él no se ha suscitado el enjuiciamiento de
un determinado régimen jurídico o de hecho referido al tratamiento de la situación de los extranjeros o,
más en concreto, de los hispanoamericanos en España, sino de una específica vulneración constitucional
producida por unas determinadas resoluciones judiciales que se limitan a declarar la nulidad de un
contrato de trabajo por carecer el trabajador hispanoamericano de la correspondiente autorización de
residencia.
Quiere decirse con ello que la materia que puede ser objeto del pronunciamiento de este Tribunal en el
recurso de amparo se reduce a la constitucionalidad o inconstitucionalidad -desde la perspectiva del
derecho de igualdad, que es el derecho presuntamente vulnerado- de la exigencia del previo requisito de
la autorización de residencia para reconocer a un hispanoamericano la capacidad para formalizar
válidamente un contrato de trabajo, y no alcanza al modo y condiciones de obtención de dicha
autorización, pues no se enjuicia un acto administrativo de denegación de una autorización que ni siquiera
fue solicitada por el actor, aunque es claro que quien pretende ser amparado en el ejercicio de los
derechos que el Ordenamiento español le concede ha de satisfacer también las obligaciones que de él
dimanan. En la medida, pues, en que la actuación administrativa no ha sido instada por el demandante,
ninguna influencia posee el sentido que hipotéticamente hubiera tenido dicha actuación, o incluso el
sentido que efectivamente tuvo en casos similares; por ello, el resultado de la prueba practicada carece de
toda trascendencia para la resolución del recurso.
Aunque el demandante cuestiona tal interpretación, estimando que la legislación vigente no exige
autorización de residencia para reconocer la capacidad laboral de los hispanoamericanos en España, en
cuanto que sus razones se mueven en el plano de la pura legalidad no suscitan cuestión alguna sobre la
que este Tribunal haya de pronunciarse. Es al Juez ordinario al que compete la interpretación de la
legalidad ordinaria y su decisión debe ser asumida por este Tribunal y no puede ser sustituida por otra
diferente en un recurso de amparo cuando ello no viene reclamado por la necesidad de ajustarla a la
Constitución.
Siendo ello así, el objeto del recurso de amparo y del pronunciamiento de este Tribunal queda ya
correctamente delimitado: se trata de saber si la exigencia de un requisito administrativo como es la
obtención de la autorización de residencia a unos determinados sujetos -los ciudadanos de países
hispanoamericanos- para el reconocimiento de su capacidad de formalizar válidamente contratos de
trabajo vulnera o no el principio de igualdad. Estando, obviamente, constituido el término de comparación
por los ciudadanos españoles, lo que interesa es determinar si, desde el punto de vista constitucional, los
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado
ciudadanos extranjeros -y, en concreto, los hispanoamericanos- deben ser tratados igual que los españoles
en relación a la contratación laboral. Conectado con ello es como debe entenderse la invocación por el
demandante de los arts. 13 y 35 de la Constitución, que en sí mismos considerados no pueden,
obviamente, fundamentar un recurso de amparo.
A tenor del art. 13 de la Constitución, «los extranjeros gozarán en España de las libertades públicas que
garantiza el presente título en los términos que establezcan los tratados y la Ley». Ello supone que el
disfrute de los derechos y libertades -el término «libertades públicas» no tiene, obviamente, un
significado restrictivo- reconocidos en el Título I de la Constitución se efectuará en la medida en que lo
determinen los tratados internacionales y la Ley interna española, y de conformidad con las condiciones y
el contenido previsto en tales normas, de modo que la igualdad o desigualdad en la titularidad y ejercicio
de tales derechos y libertades dependerá, por propia previsión constitucional, de la libre voluntad del
tratado o la Ley.
No supone, sin embargo, tal previsión que se haya querido desconstitucionalizar la posición jurídica de
los extranjeros relativa a los derechos y libertades públicas, pues la Constitución no dice que los
extranjeros gozarán en España de las libertades que les atribuyan los tratados y la Ley, sino de las
libertades «que garantiza el presente título en los términos que establezcan los tratados y la Ley», de
modo que los derechos y libertades reconocidos a los extranjeros siguen siendo derechos constitucionales
y, por tanto, dotados -dentro de su específica regulación- de la protección constitucional, pero son todos
ellos sin excepción en cuanto a su contenido derechos de configuración legal. Esta configuración puede
prescindir de tomar en consideración, como dato relevante para modular el ejercicio del derecho, la
nacionalidad o ciudadanía del titular, produciéndose así una completa igualdad entre españoles y
extranjeros, como la que efectivamente se da respecto de aquellos derechos que pertenecen a la persona
en cuanto tal y no como ciudadano, o, si se rehuye esta terminología, ciertamente equívoca, de aquellos
que son imprescindibles para la garantía de la dignidad humana que, conforme al art. 10.1 de nuestra
Constitución, constituye fundamento del orden político español. Derechos tales como el derecho a la vida,
a la integridad física y moral, a la intimidad, la libertad ideológica, etc., corresponden a los extranjeros
por propio mandato constitucional, y no resulta posible un tratamiento desigual respecto a ellos en
relación a los españoles.
Puede también, sin embargo, introducir la nacionalidad como elemento para la definición del supuesto de
hecho al que ha de anudarse la consecuencia jurídica establecida, y en tal caso, como es obvio, queda
excluida a priori la aplicación del principio de igualdad como parámetro al que han de ajustarse en todo
caso las consecuencias jurídicas anudadas a situaciones que sólo difieren en cuanto al dato de la
nacionalidad, aunque tal principio haya de ser escrupulosamente respetado en la regulación referida a
todos aquellos situados en identidad de relación con el dato relevante.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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pertenecerán o no a los extranjeros según lo dispongan los tratados y las Leyes, siendo entonces admisible
la diferencia de trato con los españoles en cuanto a su ejercicio.
En el presente caso, la igualdad pretendida por el demandante lo es para la contratación laboral, es decir,
para el ejercicio del derecho al trabajo. Y tanto porque no existe tratado ni Ley que establezcan la
igualdad de trato entre nacionales y extranjeros para el acceso a un puesto de trabajo -lo hay para la
titularidad y ejercicio de los derechos laborales una vez producida la contratación, con excepciones-,
como porque la propia Constitución sólo reconoce el derecho al trabajo para los españoles, no resulta
posible la estimación del recurso.
Constitucionalmente no resulta exigible la igualdad de trato entre los extranjeros -incluidos los
hispanoamericanos, pues no hay diferencia ninguna en favor de ellos- y los españoles en materia de
acceso al trabajo y no existe tratado que así lo imponga, ya sea multilateral o bilateral, pues los convenios
entre España y Uruguay que invoca el demandante no tienen el significado de excluir el permiso de
residencia como se pretende. La existencia de una legislación que, según la interpretación de los
Tribunales, exige el requisito administrativo de la autorización de residencia para reconocer la capacidad
de celebrar válidamente un contrato de trabajo no se opone, pues, a la Constitución. La desigualdad
resultante en relación a los españoles no es, en consecuencia, inconstitucional, y no porque se encuentre
justificada en razones atendibles, sino, más sencillamente, porque en esta materia nada exige que deba
existir la igualdad de trato.
FALLO
FALLO
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acreedores «ex» art. 24.1 a hacer efectivos los créditos reconocidos en resolución judicial. El límite
cuantitativo a la embargabilidad de sueldos y pensiones es, pues, de fijación legislativa, pero debe, en
todo caso, existir, ya que sólo así se puede preservar el principio de proporcionalidad en el sacrificio
evidente que aquella limitación comporta para el derecho a la ejecución de las resoluciones judiciales
firmes [F.J. 3].
7. El legislador podría declarar inembargables las pensiones de mutilación si considerase que éstas son
necesarias para asegurar el mínimo económico vital de los mutilados de guerra; sin embargo, si las
calificara como compatibles con otras retribuciones y haberes públicos, debería precisar la cuantía
inembargable que asegura ese mínimo vital. A través de estos u otros expedientes, el legislador procuraría
alcanzar la concordancia, aquí exigible, entre los imperativos constitucionales, ya citados, que dan lugar a
la inembargabilidad y lo requerido, de otra parte, por el derecho a la tutela judicial efectiva. Lo que no
está en la potestad del legislador es declarar inembargable una determinada pensión, que explícitamente
se considera acumulable a «otros haberes del Estado y demás entes territoriales, de la Seguridad Social o
de otros entes públicos» (art. 11), en términos absolutos, al margen de toda determinación de cuantías.
Obrando de este modo se viene a imponer un límite desproporcionado y, en cuanto tal, inconstitucional al
derecho que atribuye el art. 24.1 de la Norma fundamental para obtener la ejecución de lo resuelto, con
firmeza, por Jueces y Tribunales [F.J. 5].
Preámbulo:
El Pleno del Tribunal Constitucional, compuesto por don Miguel Rodríguez-Piñero y Bravo-Ferrer,
Presidente, don Luis López Guerra, Vicepresidente, don Fernando García-Mon y González-Regueral, don
Carlos de la Vega Benayas, don Eugenio Díaz Eimil, don Alvaro Rodríguez Bereijo, don Vicente Gimeno
Sendra, don José Gabaldón López, don Julio Diego González Campos, don Pedro Cruz Villalón y don
Carles Viver Pi-Sunyer, Magistrados, ha pronunciado
EN NOMBRE DEL REY
la siguiente
SENTENCIA
En la cuestión de inconstitucionalidad 2.186/91, promovida por la Sala de lo Social del
Tribunal Superior de Justicia de Madrid sobre el art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio, relativa a
pensiones en favor de los mutilados excombatientes de la zona republicana. Han sido partes la Fiscalía
General y la Abogacía del Estado. Ha sido Ponente el Magistrado don Carles Viver Pi-Sunyer, quien
expresa el parecer del Tribunal.
Antecedentes:
I. Antecedentes
1. La Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Madrid promovió, por Auto dictado
el día 26 de septiembre de 1991, que tuvo entrada en el Tribunal el día 31 de octubre, cuestión sobre la
posible inconstitucionalidad del art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio, sobre pensiones a los mutilados
excombatientes de la zona republicana, por contradicción con los arts. 14 y 24.1 de la Constitución. Los
hechos que dan lugar a la cuestión son, en síntesis, los siguientes:
a) En trámite de ejecución de una Sentencia sobre despido incumplida por el demandado, la
Magistratura de Trabajo -hoy Juzgado de lo Social- núm. 4 de Madrid, por providencia de 7 de noviembre
de 1985, computó, a efectos de respetar el límite previsto en el art. 1.449.2 de la L.E.C., las tres pensiones
percibidas por aquél, una de las cuales era una pensión de mutilado de guerra de la Ley 35/1980, de 26 de
junio. En el recurso de reposición contra dicha providencia alegó la parte ejecutada la aplicación del art.
12 de dicha Ley, que declara inembargables las pensiones establecidas en la misma. La Magistratura de
Trabajo -hoy Juzgado de lo Social- desestimó la reposición por Auto de 9 de enero de 1986 y rechazó la
alegación del art. 12 de la Ley 35/1980, por entender que la reforma del art. 1.449 de la L.E.C. por la Ley
34/1986, de 6 de agosto,
había derogado las leyes incompatibles con él, y, por ello, dicho art. 12.
b) Interpuesto recurso de suplicación, el citado Auto fue confirmado por Sentencia del extinto
Tribunal Central de Trabajo de 11 de noviembre de 1986, si bien, frente a la argumentación recogida en el
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Auto impugnado, rechazó el efecto derogatorio de la Ley 34/1984 sobre el art. 12 de la Ley 35/1980, y
por ello la aplicación al caso del principio lex posterior, y defendió la vigencia posible de normas
anteriores a la reforma de la Ley 34/1984 que establecieran supuestos de inembargabilidad de créditos.
Sin embargo, no aplicó al caso planteado el art. 12 de la Ley 35/1980, por entender que el mismo era
contrario a los arts. 14 y
24.1 de la Constitución y que, por ello, carecía de validez y era inaplicable.
c) Contra la Sentencia del Tribunal Central de Trabajo interpuso la parte ejecutada recurso de
amparo, por entender que vulneraba, entre otros preceptos constitucionales, el derecho a la tutela judicial
efectiva (art. 24.1 C.E.), al haber inaplicado el Tribunal Central de Trabajo en su Sentencia, sin haber
suscitado cuestión de inconstitucionalidad, una disposición vigente de una Ley posterior a la entrada en
vigor de la Constitución -el art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio- y que debía haber sido
inexcusablemente aplicada en el pleito, salvo que el órgano judicial hubiera planteado la cuestión de
inconstitucionalidad. El Tribunal Constitucional, por STC 23/1988, otorgó el amparo solicitado y, en su
virtud, anuló la Sentencia del Tribunal Central de Trabajo, reconoció el derecho del solicitante de amparo
a la tutela judicial efectiva y ordenó retrotraer las actuaciones al momento de la conclusión del
procedimiento e inicio del plazo para dictar Sentencia.
d) Recibidos los autos, con certificación de la Sentencia de este Tribunal Constitucional, la Sala
de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, al entender que el art. 12 de la Ley 35/1980, de
26 de junio, era aplicable a la cuestión debatida y que podía infringir la Constitución, por contener «un
tratamiento de privilegio que pudiera ser lesivo del derecho a la igualdad ante la Ley que se reconoce en
el art. 14 de la Constitución, con el efecto de la desigualdad de trato y de una discriminación que
asimismo impediría al trabajador el acceso a la tutela judicial efectiva, a que se refiere el art. 24.1 de la
Constitución», por providencia de 2 de octubre de 1989, acordó oír a las partes y al Ministerio Fiscal para
que, en el término de diez días, alegasen lo que estimaren conveniente acerca del posible planteamiento
de la cuestión de inconstitucionalidad.
La representación procesal de la ejecutante consideró pertinente el planteamiento de la cuestión
de inconstitucionalidad, mientras que la del ejecutado interesó del órgano judicial la adopción, sin más
dilación, de la resolución que estimare procedente. Por su parte, el Ministerio Fiscal estimó que no era
necesario plantear la cuestión de inconstitucionalidad, pues la Sala de lo Social del Tribunal Superior de
Justicia, como así lo hiciera la Magistratura de Trabajo -hoy Juzgado de lo Social- núm. 4 de Madrid,
podría entender, y ello entraba dentro de sus facultades, que el art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio,
había sido derogado y sustituido por la nueva regulación que en materia de inembargabilidad de las
pensiones estableció la Ley 34/1984 en la nueva redacción que dio al art. 1.449 de la L.E.C.,
interpretando así de forma restrictiva la salvedad referente a disposiciones especiales del párrafo tercero
del citado precepto de la L.E.C. Interpretación que se vería, además, avalada por la doctrina contenida en
la STC 113/1989, en la que se declaró la inconstitucionalidad del art. 22.1 de la Ley de la Seguridad
Social, precepto que declaraba inembargables las prestaciones de la Seguridad Social.
e) Por Auto de 26 de septiembre de 1991, la Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia
de Madrid acordó elevar la presente cuestión de inconstitucionalidad.
Sostiene el órgano judicial que el art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio, podría ser contrario
a la Constitución por contravenir el principio de igualdad ante la ley establecida en el art. 14 y el derecho
a la tutela judicial efectiva recogido en el art. 24.1. En cuanto a los motivos de contradicción de la norma
cuestionada con los citados preceptos constitucionales, la Sala de lo Social del Tribunal Superior de
Justicia de Madrid transcribe en el Auto de planteamiento, haciéndolo suyo, el razonamiento que el
Tribunal Central de Trabajo expuso en su Sentencia de 11 de noviembre de 1986 con base al cual estimó
inaplicable y derogado por la Constitución el precepto ahora cuestionado, por ser contrario a los arts. 14 y
24.1 de la C.E. Así, de un lado, aquel precepto podría vulnerar el principio de igualdad ante la Ley por
reconocer a favor de los beneficiarios de tales pensiones, en razón a la condición o circunstancia personal
que les hizo acreedores de las mismas, un trato de favor del que no gozan los pensionistas de distinto
origen, que por ello quedarían discriminados, así como los que resulten acreedores de estos últimos
respecto a los que lo sean de los favorecidos por el beneficio de inembargabilidad que establece la norma
cuestionada y, de otro lado, podría vulnerar el derecho a la tutela judicial efectiva, al imposibilitar que los
acreedores de los beneficiarios de tales pensiones puedan hacer efectivos los derechos que les hayan sido
legalmente reconocidos, lo que supondría negarles la tutela judicial efectiva que preconiza
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dignidad y suficiente para las necesidades propias y familiares (arts. 10 y 35.1 C.E.) y b) por el carácter
parcial, y nunca por entero compensatorio, que tienen siempre estas prestaciones, lo que permite ampliar
más aún el aseguramiento de las mismas. Se cumplen así las condiciones de justificación razonable y
proporcionada, en atención a fines constitucionalmente legítimos.
En segundo lugar, es preciso tener en cuenta que se trata de compensar lesiones o mutilaciones
ocasionadas en tiempo de guerra, lo que incrementa más aún la excepcionalidad objetiva del caso y la
justificación de la norma, por la propia excepcionalidad y gravedad de la situación originada, es decir, la
guerra, y por el mayor mérito concurrente en tales casos en el beneficiario, que ha sufrido la lesión o
mutilación por causa, justamente, de prestar el máximo servicio personal al común. Por ello, es
tradicional la existencia de normas especiales de inembargabilidad precisamente para estos casos (art.
18.3 de la Ley 5/1976).
Y en tercero y último lugar, por tratarse de una medida excepcionalísima e irrepetible, como es
la de compensar un agravio histórico de larga duración, concerniente a los supervivientes y familiares de
los combatientes de la zona republicana, excluidos durante casi cuarenta años de este tipo de prestaciones,
siendo actualmente muy pocos los que, previsiblemente por muy poco tiempo, disfrutarán de estas
reducidas prestaciones. El carácter parcial, casi ínfimo, de la compensación del daño producido,
determina una justificación aún mayor de la norma, siempre conectada y orientada a asegurar una
retribución mínimamente digna y suficiente (arts. 10 y 35 C.E.).
Se concluyó con la súplica de que se dictara Sentencia en la que se declarase que el precepto
cuestionado no se opone a la Constitución.
5. Mediante escrito registrado el día 7 de enero de 1992 el Presidente del Senado rogó se
tuviera a dicha Cámara por personada en el procedimiento y por ofrecida su colaboración a los efectos del
art. 88.1 de la LOTC.
6. Con fecha 13 de enero de 1992 presentó sus alegaciones la Fiscalía General del Estado, en
los términos que a continuación se resumen:
a) Observa, en primer lugar, el Fiscal General del Estado que el Auto que plantea la cuestión no
formula de manera directa ningún argumento en apoyo de la inconstitucionalidad de la norma
cuestionada, limitándose a reproducir los expuestos por la Sentencia del Tribunal Central de Trabajo, de
tal modo que da la impresión de que el Auto reproduce tales argumentos en la parte no afectada por la
Sentencia del Tribunal Constitucional. Ello supone que se rechaza, en primer lugar, una posible salida
interpretativa al problema planteado, solución que hizo suya el Fiscal del Tribunal Superior de Justicia de
Madrid y que fue la acogida por el Juzgado de lo Social, y entender, asimismo, que el art. 12 de la Ley
35/1980 es contrario a los arts. 14 y 24.1 de la C.E.
b) Cita, a continuación, el Fiscal General del Estado la jurisprudencia constitucional relativa a
la inembargabilidad de pensiones (SSTC 54/1983, 151/1985, 169/1985, 23/1988, 113/1989 y 138/1989).
Tras examinar dicha doctrina constitucional, concluye en la carencia de constitucionalidad del precepto
cuestionado, tanto desde la perspectiva de la igualdad como, en consecuencia directa de su carácter
discriminatorio, respecto al derecho a la ejecución de las resoluciones judiciales (arts. 14 y 24.1 C.E.).
Nada en el contexto de la Ley 35/1980 o en su propio articulado permite descubrir una justificación
razonable de que las pensiones de los mutilados de guerra republicanos gocen de un trato de favor en
cuanto a su inembargabilidad frente al resto de las pensiones, máxime cuando se declara su
compatibilidad (art. 11), como ocurrió en el caso de autos. La tajante expresión del precepto cuestionado
revela, además, una radical discrepancia con los principios generales de embargabilidad (arts. 1.445 y
1.451 de la Ley de Enjuiciamiento Civil), con lo que no sólo existe un tratamiento desigual sin causa
objetiva y razonable (art. 14 C.E.), sino que se dificulta sin proporción de medios a fines la ejecución de
una resolución judicial (art. 24.1 C.E.), impidiendo trabar embargo sobre bienes concretos. La
consecuencia directa es que, sin justificación razonable, se crean a estos efectos dos grupos de españoles,
para uno de los cuales rigen las normas generales de los arts. 1.449 y siguientes de la Ley de
Enjuiciamiento Civil y para otros el precepto cuestionado. Se crea así una situación de injustificada
desigualdad para quienes, como acontece en el caso de autos, hubieran de contratar con quienes perciban
pensiones derivadas de la Ley 35/1980, lo que afecta, también, al derecho a la ejecución de las
resoluciones judiciales. Es cierto que el art. 1.449 de la Ley de Enjuiciamiento Civil habilita la posibilidad
de que leyes especiales quiebren la regla general de la embargabilidad, pero dicha habilitación, amén de
que la redacción del art. 1.449 es de fecha posterior a la de la Ley cuestionada, debe efectuarse conforme
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Fundamentos:
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declaradas por disposiciones especiales con rango de Ley»). Basta con reconocerlo así para considerar
aplicable en el juicio a quo el art. 12 de la Ley 35/1980.
c) La última cuestión preliminar que debe ser ahora considerada es la relativa al precepto o
preceptos de la Constitución a utilizar como medida de validez de la regla sometida a nuestro
enjuiciamiento. El Auto de planteamiento invoca, a estos efectos, los arts. 14 y 24.1 de la Norma
fundamental, cuya supuesta conculcación fundamenta con cita de lo en su día apreciado por el Tribunal
Central de Trabajo. Esta doble vulneración de la Constitución, que se afirma también en las alegaciones
del Ministerio Fiscal, ha sido negada -como en los antecedentes se expuso- por la Abogacía del Estado,
representación ésta que, en lo que ahora importa, sitúa el problema constitucional planteado en al ámbito
del principio constitucional de igualdad (art. 14), luego de descartar sumariamente que el precepto que se
cuestiona haya podido conculcar lo dispuesto en el art. 24.1 de la Constitución.
En resoluciones anteriores sobre normas limitativas de la embargabilidad este Tribunal ha
fundamentado su juicio tanto en el principio de igualdad (SSTC 53/1983 y 151/1985) como en lo exigido
por el art. 24.1 de la Constitución (SSTC 113, 138 y 140/1989). También en el presente caso debemos
examinar la validez del precepto cuestionado a la luz de los referidos artículos de la Constitución. En
efecto, toda regla especial de inembargabilidad introduce, como es evidente, un beneficio para los
perceptores de las rentas así protegidas y, al tiempo, un límite del derecho a la ejecución de las
resoluciones judiciales firmes que ostentan sus posibles acreedores, efectos, uno y otro, que pueden ser
contrastados, como se plantea en el Auto que ha dado inicio a esta cuestión con lo dispuesto en los arts.
14 y 24.1 de la Constitución. El examen del precepto legal a partir del principio de igualdad llevará a
apreciar si el beneficio en él introducido entraña un trato diferenciado irrazonable y desproporcionado en
favor del referido colectivo de mutilados de guerra. El control de la norma a la luz del art. 24.1 de la
Constitución permitirá advertir, de otra parte, si este límite legal a la ejecución forzosa ha deparado o no
una desproporcionada constricción del derecho a la tutela judicial efectiva y a la ejecución de las
resoluciones judiciales firmes, que puedan ostentar los acreedores del pensionista así beneficiado. La
exigible claridad en la exposición impone ahora una consideración por separado de las dos tachas de
inconstitucionalidad que se ha formulado frente al precepto cuestionado, aunque, como veremos, uno y
otro enjuiciamiento presentan, por así decir, puntos de contacto.
2. Examinaremos en este fundamento la legitimidad constitucional del art. 12 de la Ley
35/1980 a la luz del principio de igualdad proclamado en el art. 14 C.E. Este precepto legal establece una
excepción para las pensiones de referencia, del régimen general sobre la embargabilidad de las pensiones
públicas, régimen contenido tanto en los ya citados arts. 1.449 y 1.451 L.E.C., como en el art. 21.1 del
Real Decreto Legislativo 670/1987, por el que se aprobó el Texto Refundido de la Ley de Clases Pasivas
del Estado. Esta última disposición remite, con puntualizaciones ahora irrelevantes, a lo prevenido en «las
leyes civiles», reenvío que se ha de entender hecho a lo dispuesto, por lo que aquí importa, en aquellos
preceptos de la Ley de Enjuiciamiento Civil, con arreglo a los cuales sólo son embargables las cuantías
que excedan de la que corresponda al salario mínimo interprofesional (art. 1.449) y en los porcentajes
que, según la escala de ingresos, fija la propia Ley (art. 1.451).
La singularidad que así contiene el precepto cuestionado se integra, sin embargo, en un texto
legal que es, todo él, especial, orientado como está a paliar los efectos de una prolongada discriminación
previa, bajo el régimen anterior, de los mutilados excombatientes de la zona republicana y ligadas sus
determinaciones, por tanto, a un supuesto irrepetible, como es el hecho de haber padecido mutilación
durante la pasada contienda civil. Este rasgo evidente de la Ley 35/1980 no impide, ciertamente, que
alguna o algunas de sus previsiones puedan ser sometidas, como aquí se ha hecho, a un juicio
constitucional a la luz de la igualdad, pero sí impone una consideración previa a ese juicio y cierta
modulación, también, a la hora de llevarlo a cabo:
a) Importa advertir, en efecto, que la singularización que incorpora este art. 12 supuso también,
en el momento de su adopción, una equiparación o igualación, pues el precepto cuestionado vino a
transcribir entonces la previsión análoga que se contenía en el art. 18.3 de la Ley 5/1976, de 11 de marzo,
de Mutilados de Guerra por la Patria, precepto con arreglo al cual las pensiones de mutilación no podían
ser objeto de embargo ni de retención. Aquel régimen favorable así extendido a los mutilados
excombatientes de la zona republicana no existe ya en nuestro ordenamiento, pues el art. 18 de la Ley
5/1976 fue, primero, reducido a rango reglamentario por la Disposición derogatoria 2 de la Ley 17/1989,
del Régimen de Personal Militar Profesional, y, más tarde, derogado por el Real Decreto 210/1992,
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regulador de los derechos pasivos del personal de los Cuerpos de Mutilados de Guerra por la Patria y de
Inválidos Militares y de la Sección de Inútiles para el Servicio. Este Reglamento se remite, en lo que
ahora importa, a la legislación general de clases pasivas (Real Decreto Legislativo 670/1987, ya citado) y
no establece previsión específica alguna en orden a la embargabilidad o inembargabilidad de las
correspondientes pensiones.
No es ya posible establecer parangón alguno, por lo tanto, entre lo que aún dispone el art. 12 de
la Ley 35/1980 y lo en su día prescrito por la norma que inspiró, sin duda, tal precepto, pero de ello no
cabe derivar consecuencias sobre la inconstitucionalidad de la regla cuestionada. En lo que al principio de
igualdad se refiere, la presente cuestión se ha promovido por estimar que dicho art. 12 introduce una
singularización injustificada, en favor de determinados pensionistas, respecto al régimen común de
embargabilidad de pensiones, de tal forma que la comparación que aquí procede, a efectos, del juicio de
igualdad, no es la que pudiera realizarse entre este régimen especial y otro u otros de carácter análogo,
sino la que pone en relación la especialidad misma cuestionada con la situación de quienes se hallan
sujetos, en este punto, a las ya referidas normas generales sobre embargabilidad. Ni lo en su día
establecido por el art. 18.3 de la Ley 5/1976 acreditaba, sin más, la conformidad a la igualdad del
precepto que lo vino a reiterar ni la desaparición de aquella norma depara, sólo
por ello, la inconstitucionalidad de la que aquí enjuiciamos.
b) De conformidad con una reiterada doctrina de este Tribunal, el principio constitucional de
igualdad exige, en primer lugar, que las singularizaciones y diferenciaciones normativas respondan a un
fin constitucionalmente válido para la singularización misma; en segundo lugar, requiere que exista
coherencia entre las medidas adoptadas y el fin perseguido y, especialmente, que la delimitación concreta
del grupo o categoría así diferenciada se articule en términos adecuados a dicha finalidad y, por fin, que
las medidas concretas o, mejor, sus consecuencias jurídicas sean proporcionadas al referido fin.
Desde esta perspectiva, no cabe duda que el art. 12 de la Ley 35/1980 en nada contradice los
dos requisitos mencionados en primer lugar. Este precepto aspira a reparar una discriminación
preexistente y a dotar de una protección especial, frente a la ejecución forzosa, a pensiones cuyos
beneficiarios se presume están en una situación singular de necesidad, tanto por su avanzada edad como a
resultas de las heridas de guerra que aún padecen y esta finalidad no puede tacharse, en sí misma, de
irracional o de contraria a precepto alguno de la Constitución, cuyos arts. 49 y 50 comprometen a los
poderes públicos para la protección, respectivamente, de los «disminuidos físicos, sensoriales y
psíquicos» y de los «ciudadanos durante la tercera edad». Claro está que los excombatientes beneficiados
por esta previsión legal no son los únicos ciudadanos en semejante situación de necesidad, pero tampoco
desde esta perspectiva cabe tachar de discriminatoria la delimitación personal de la ventaja legal que se
cuestiona, integrada como está en una Ley especial que aspira, toda ella, a reparar una anterior
postergación normativa y cuyas previsiones, por tanto, no resultan, en sí mismas, generalizables. El que
otros grupos o colectivos pudieran recibir trato análogo no es cosa que quepa reprochar, por ello, al
legislador que dictó este art. 12. Más problemas plantea, en cambio, este precepto desde la
perspectiva del juicio de la proporcionalidad. En el presente caso, este juicio no debe limitarse a la
ponderación genérica acerca de si el tipo de diferenciación introducida resulta adecuada o razonable para
alcanzar el fin perseguido, si resulta o no arbitraria; sino que, al tratarse de una regla que, al tiempo que
protege a un determinado grupo afecta a otros derechos sustantivos dignos de tutela, la proporcionalidad
debe ponderarse con respecto al grado de constricción de esos derechos y teniendo como límite
infranqueable el respeto de su contenido constitucional. Concretamente en este caso una regla, como la
cuestionada, que excluye en términos absolutos la embargabilidad de determinada renta personal supone
siempre una limitación del correlativo derecho a la tutela judicial efectiva de quienes pretenden satisfacer
de este modo, en vía ejecutiva, los derechos que ostenten frente a deudores beneficiados por cláusulas de
este género. En consecuencia, lo que ahora hemos de enjuiciar es la posible contradicción entre la regla
cuestionada y lo dispuesto en el art. 24.1 de la Constitución.
3. El contraste entre el precepto legal que se cuestiona y la norma constitucional de referencia
requiere un previo recordatorio de la ya aludida doctrina de este Tribunal sobre los límites que el art. 24.1
impone a las declaraciones legislativas de inembargabilidad. Esta doctrina se encuentra expuesta, sobre
todo, en la STC 113/1989, que concluyó con la declaración de inconstitucionalidad del art. 22.1 del Texto
refundido de la Ley General de la Seguridad Social, en cuanto tal precepto prohibía, de manera
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mutilación» son de cuantía variable, pero en todo caso inferiores al salario mínimo interprofesional (art.
39.2 de la Ley 39/1992, de Presupuestos Generales del Estado de 1993), de modo que la primera de las
interpretaciones apuntadas -más restrictiva del alcance de la norma- vendría a suponder, en la práctica,
una interdicción de la acumulación de las repetidas «pensiones de mutilación» a los demás ingresos que
pudiera percibir el pensionista con vistas a la aplicación de lo dispuesto en los arts. 1.449 y 1.451 L.E.C.
Importa destacar, a estos efectos, lo que establece el párrafo primero del art. 11 de la Ley 35/1980: «Las
pensiones reconocidas al amparo de esta Ley serán compatibles con cualesquiera otros haberes del Estado
y demás entes territoriales, de la Seguridad Social o de otros entes públicos que tengan su fundamento en
causas distintas».
La interpretación más restrictiva que queda expuesta tendría a su favor el argumento, en
principio decisivo, de que con tal entendimiento del precepto disminuiría la limitación que el mismo
impone sobre el derecho a la ejecución de la resolución firme de condena, derecho inherente, según
venimos recordando, al declarado en el art. 24.1 de la Constitución y que exige, por lo mismo, una
interpretación de la legalidad en los términos más favorables a su plena efectividad (STC 23/1988,
fundamento jurídico 2.). Este Tribunal, con todo, sólo puede establecer una determinada interpretación de
la legalidad ordinaria cuando la misma sea no sólo consistente con el enunciado legal sino también capaz,
en lo que aquí importa, de acomodar al precepto legal a los imperativos constitucionales. Como se dirá en
el fundamento que sigue, ni siquiera la interpretación más restrictiva del art. 12 de la Ley 35/1980 puede
obviar la apreciación de inconstitucionalidad que el precepto merece.
5. Como queda dicho, corresponde a la libre apreciación del legislador la determinación de
cuáles hayan de ser los límites a la embargabilidad de pensiones y otras retribuciones, límites que, a partir
de unos criterios comunes o generales (arts. 1.449 y 1.451 L.E.C.), pueden modificarse -esto es, elevarse-
en atención a singulares situaciones de necesidad que se adviertan en grupos determinados de personas.
Tampoco es discutible, junto a ello, que la condición de mutilado ha de conllevar, en muchos casos, una
situación de necesidad más apremiante que la que cabe presumir, con carácter general, en cualquier otra
persona no afectada por tal disminución física, lo que justificaría, por ejemplo, la previsión específica de
límites frente a la embargabilidad superiores a los que figuran en los repetidos arts. 1.449 y 1.451 o bien,
mediante otra técnica, la declaración de que determinada pensión es, en concreto, inembargable si la
misma constituye el único recurso del sometido a ejecución forzosa y atendidas, hasta donde la
abstracción de las normas lo permita, sus demás circunstancias personales y familiares. Es decir, el
legislador podría declarar inembargables las pensiones de mutilación si considerase que éstas son
necesarias para asegurar el mínimo económico vital de los mutilados de guerra, sin embargo, si las
calificara como compatibles con otras retribuciones y haberes públicos, debería precisar la cuantía
inembargable que asegura ese mínimo vital. A través de estos u otros expedientes, el legislador procuraría
alcanzar la concordancia, aquí exigible, entre los imperativos constitucionales, ya citados, que dan lugar a
la inembargabilidad y lo requerido, de otra parte, por el derecho a la tutela judicial efectiva.
Lo que no está en la potestad del legislador es declarar inembargable una determinada pensión,
que explícitamente se considera acumulable a «otros haberes del Estado y demás entes territoriales, de la
Seguridad Social o de otros entes públicos» (art. 11), en términos absolutos, al margen de toda
determinación de cuantías. Obrando de este modo se viene a imponer un límite desproporcionado y, en
cuanto tal, inconstitucional al derecho que atribuye el art. 24.1 de la Norma fundamental para obtener la
ejecución de lo resuelto, con firmeza, por Jueces y Tribunales. Así se ha hecho en el precepto
cuestionado, que establece una interdicción de embargo no cifrada en cuantía determinada alguna y ajena
a cualquier referencia a las circunstancias personales y económicas del pensionista, quien -como en el
caso del que trae causa esta cuestión- podría llegar a compatibilizar la pensión de mutilado, sea cual sea
su cuantía, con cualesquiera otras retribuciones públicas, de importe asimismo indeterminado. Legislar de
este modo, detrayendo del conjunto de las rentas embargables una cierta retribución sin referencia alguna
a las cuantías de una y otras y sin atención, por tanto, a lo que deba considerarse mínimo exigible para la
digna subsistencia de la persona, supone, sin duda, constreñir sin ponderación el derecho ex art. 24.1 y
limitar en términos desproporcionados y contrarios, en suma, a su contenido constitucional el derecho a la
ejecución de la resolución firme de condena.
Conclusión de inconstitucionalidad tan clara no puede quedar empañada por lo argüido, en
favor de la Ley, en las alegaciones de la Abogacía del Estado. Descartada, por razones obvias, la errónea
invocación que tal representación hace del inconstitucional art. 22.1 de la Ley General de la Seguridad
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Social (STC 113/1989), los alegatos de la Abogacía del Estado se centran en consideraciones relativas a
la situación de necesidad de los beneficiarios, al origen del daño que aún padecen y al carácter reparador,
en su conjunto, de la Ley 35/1980, observaciones, todas ellas, que apuntan a la conveniencia -y a la
exigencia, incluso- de una protección singularizada de estos pensionistas. El Tribunal, desde luego,
comparte estas apreciaciones que podrían ser tenidas en cuenta por el legislador si decidiese modular el
alcance de la inembargabilidad de las referidas pensiones y por los intérpretes y aplicadores de dichos
preceptos, pero no puede admitir, por todo lo dicho, que las mismas fundamenten una restricción del
derecho de los posibles acreedores a la ejecución de las Sentencias firmes como la que ha llevado a cabo
el precepto cuestionado.
Procede declarar, en suma, la inconstitucionalidad del art. 12 de la Ley 35/1980.
Fallo:
FALLO
En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE
LE CONFIERE LA CONSTITUCION DE LA NACION ESPAÑOLA,
Ha decidido
Estimar la presente cuestión de inconstitucionalidad y, en consecuencia:
Declarar que el art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio, sobre pensiones a los mutilados
excombatientes de la zona republicana, es inconstitucional en cuanto prohíbe el embargo y la retención de
las pensiones de referencia de manera incondicionada y al margen de su cuantía.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».
Dada en Madrid, a seis de mayo de mil novecientos noventa y tres.
Voto:
Voto particular que formula el Magistrado don Luis López Guerra, y al que se adhieren los Magistrados
don Carlos de la Vega Benayas y don Julio Diego González Campos, a la Sentencia dictada en la cuestión
de inconstitucionalidad 2.186/91
Disiento del fallo aprobado por la mayoría del Pleno, por cuanto que, en mi opinión, de la
misma fundamentación de la Sentencia, llevada a sus forzosas consecuencias lógicas, se desprende la
falta de vulneración de los arts. 24.1 y 14 de la Constitución por la norma cuestionada. En efecto,
reconoce la Sentencia que el art. 12 de la Ley 35/1980 aspira a reparar una discriminación preexistente, y
a dotar de una protección especial, frente a la ejecución forzosa, a pensiones cuyos beneficiarios se
presume están en una singular situación de necesidad, tanto por su avanzada edad como a resultas de las
heridas de guerra que aún padecen. Comparto plenamente esta consideración, pero creo que debería haber
conducido a un fallo de desestimación.
El respeto a la dignidad de la persona, proclamado en el art. 10.1 C.E. como fundamento del
orden político y de la paz social implica la garantía y defensa de mínimos económicos vitales, en
concordancia con los mandatos de otros preceptos constitucionales (arts. 39.1, 43 y 47, entre otros,
citados por la Sentencia de que ahora disiento). Ello puede suponer la necesidad de que, en supuestos de
colisión o contraposición de derechos, deba el legislador ponderar entre los intereses en juego, de manera
que la satisfacción de ese mínimo económico vital pueda implicar la restricción o sacrificio de derechos
de otros.
La inembargabilidad de determinadas fuentes de ingresos es una de las técnicas para garantizar
ese mínimo vital, y en cuanto así sea, resultan constitucionalmente justificadas: será al legislador a quien
corresponda determinar el alcance de esa garantía, y las necesidades vitales que cubre.
Pues bien, en el presente caso, la Ley cuestionada concede tal garantía a un grupo
específicamente determinado, los excombatientes mutilados de la zona republicana. Con respecto a ellos
no resulta objetable, a mi entender, que el legislador estime que reúnen especiales condiciones de
necesidad que no están presentes en otros grupos de pensionistas, y que, por tanto, trate de garantizar, al
menos, y dentro de las disponibilidades existentes, unos ingresos libres de la amenaza de embargabilidad.
La ley que se impugna especifica así (al señalar la cuantía, sin duda reducida, de las pensiones
acordadas), cuál sea el mínimo garantizado para cubrir esas necesidades. No cabe, en mi opinión, y a la
vista de ello, formular un juicio de igualdad, salvo que se presente un término de comparación con
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idénticas características, lo que no es aquí el caso; ni de proporcionalidad, salvo que resulte evidente que
las pensiones acordadas exceden con mucho las necesidades mínimas, y no merecen, por tanto, una
protección legal.
Los arts. 1.449 y 1.451 de la Ley de Enjuiciamiento Civil establecen disposiciones, de alcance
general, que fijan unas cuantías inembargables respecto de salarios, jornales, sueldos, pensiones,
retribuciones, o su equivalente, y reglas adicionales para la determinación de los ingresos embargables.
Pero aquí nos encontramos con una disposición referente a un grupo que el legislador estima merecedor
de especial protección, y respecto del cual puede, por su situación de agravada necesidad, establecer un
régimen propio, que puede -quizás- representar alguna mejora con respecto al régimen general. En el
presente caso, las previsiones de la Ley permiten sin esfuerzo cuantificar el alcance de la protección que
se concede, a la luz, entre otras, de los arts. 5, 6 y 7; no se trata, pues, de una protección de ingresos
indeterminados, que, por tanto, podría resultar eventualmente desproporcionada. Se trata, en el artículo
cuestionado, de asegurar unas percepciones fijadas en la Ley, que según el legislador responden a unas
necesidades vitales mínimas; protección que, a mi entender, sólo podría calificarse de desproporcionada
mediante una revisión de la apreciación del legislador y de su contenido material, en el supuesto de que
tal apreciación resultase manifiestamente irrazonable. Pero tal revisión no se ha planteado en ningún
momento, por lo que la calificación de inconstitucional del art. 12 cuestionado, en virtud de la falta de
proporcionalidad de la protección que dispensa, no queda, a mi modo de ver, suficientemente
fundamentada.
Madrid, a seis de mayo de mil novecientos noventa y tres.
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