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Caderno de Direito Constitucional – 2006

Francisco Fernandez Segado

Ficha Técnica

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Assessoria
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

Apresentação

O Currículo Permanente criado pela Escola da Magistratura do


Tribunal Regional Federal da 4ª Região - EMAGIS - é um curso realizado em
encontros mensais, voltado ao aperfeiçoamento dos juízes federais e juízes
federais substitutos da 4ª Região, que atende ao disposto na Emenda
Constitucional nº 45/2004. Tem por objetivo, entre outros, propiciar aos
magistrados, além de uma atualização nas matérias enfocadas, melhor
instrumentalidade para condução e solução das questões referentes aos casos
concretos de sua jurisdição.

O Caderno do Currículo Permanente é fruto de um trabalho conjunto


desta Escola e dos ministrantes do curso, a fim de subsidiar as aulas e atender
às necessidades dos participantes.

O material conta com o registro de notáveis contribuições, tais como


artigos, jurisprudência selecionada e estudos de ilustres doutrinadores
brasileiros e estrangeiros compilados pela EMAGIS e destina-se aos
magistrados da 4ª Região, bem como a pesquisadores e público interessado
em geral.

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Francisco Fernandez Segado

Índice:

A Dignidade da Pessoa Humana como Valor Supremo dos Ordenamentos


Jurídicos Modernos
Ministrante: Francisco Fernandez Segado

Ficha Técnica......................................................................................................................................... 01
Apresentação......................................................................................................................................... 02

Texto: “Constitución y Valores -


La dignidad de la Persona como valor supremo del Ordenamiento Jurídico”
Autor: Francisco Fernandez Segado

I. La dignidad de la persona como valor jurídico fundamental del constitucionalismo de la segunda


posguerra............................................................................................................................................... 04
II. La proclamación constitucional de la dignidad de la persona en el artículo 10.1 de la
Constitución española de 1978
1. Génesis del precepto................................................................................................................. 09
2. Dignidad de la persona y orden valorativo................................................................................ 11
3. Caracterización de la dignidad de la persona........................................................................... 16
III. Naturaleza y virtualidad del mandato acogido en el artículo 10.1.................................................. 19
IV. La dignidad de la persona y los derechos fundamentales
1. La dignidad como fuente de todos los derechos....................................................................... 24
2. Igualdad en dignidad y titularidad de derechos......................................................................... 27
3. Derechos inherentes a la dignidad............................................................................................ 31
4. La dignidad de la persona como freno frente al ejercicio abusivo de los derechos................... 37

Jurisprudência selecionada:

Primeira Sentença do Tribunal Constitucional - Número de Referência: 53/1985 (Sentencia)............ 40


Segunda Sentença do Tribunal Constitucional - Número de Referência: 120/1990 (Sentencia).......... 76
Terceira Sentença do Tribunal Constitucional - Número de Referência: 107/1984 (Sentencia).......... 96
Quarta Sentença do Tribunal Constitucional - Número de Referência: 158/1993 (Sentencia).......... 104

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CONSTITUCIÓN Y VALORES

LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR


SUPREMO DEL ORDENAMIENTO JURÍDICO

I. LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR JURÍDICO


FUNDAMENTAL DEL CONSTITUCIONALISMO
DE LA SEGUNDA POSGUERRA

Uno de las rasgos sobresalientes del constitucionalismo de la segunda


posguerra es la elevación de la dignidad de la persona a la categoría de
núcleo axiológico constitucional, y por lo mismo, a valor jurídico su-
premo del conjunto ordinamental, y ello con carácter prácticamente ge-
neralizado y en ámbitos socio-culturales bien dispares, como muestran
los ejemplos que más adelante ofrecemos. Esta circunstancia tiene una
explicación fácilmente comprensible. Los horrores de la Segunda Guerra
Mundial impactarían de tal forma sobre el conjunto de la humanidad,
que por doquier se iba a generalizar un sentimiento de rechazo, primero,
y de radical rectificación después, que había de conducir en una direc-
ción que entendemos sintetiza con meridiana claridad el párrafo 1 del
Preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos del 10
de diciem-bre de 1948, en que puede leerse lo que sigue:
“ Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen
por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos
iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana” .
A partir de esta reflexión, el artículo 1o. de la misma Declaración
proclamará que todos los seres humanos nacen libres e iguales en digni-
dad y derechos, determinación que, como es bien conocido, recuerda
muy de cerca el primer inciso del artículo 1o. de la Declaración de De-
rechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789 (Les
hommes naissent et demeurent libres et égaux en droits) y, si seguimos a

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

Jellinek,1 su modelo de los Bills of Rights de los Estados de la Unión


Norteamericana.2
El rasgo precedentemente enunciado, como acabamos de decir, lo ha-
llamos en Constituciones de ámbitos bien diferentes. Y así, la Constitu-
ción del Japón de 1946, en su artículo 13, proclama que: “ Toda persona
tendrá el respeto que merece como tal” , para añadir de inmediato que:
“ El derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad serán,
en la medida en que no se opongan al bienestar general, la considera-
ción suprema de la legislación y demás asuntos de gobierno” . A su vez,
los derechos fundamentales son conferidos a los miembros de la socie-
dad y de futuras generaciones en calidad de derechos eternos e inviola-
bles. Y aunque se ha afirmado3 que el Preámbulo y la declaración de
derechos de la Constitución japonesa reflejan mejor las tradiciones y los
ideales de la República norteamericana que los del Japón, con base en el
dirigismo que sobre los constituyentes japoneses ejercieron los Estados
Unidos, ello no obsta en lo más mínimo para dejar de apreciar esta sen-
sibilidad humanista.
En un contexto social, cultural y aun religioso tan distinto como es el
caso de la República Islámica del Irán, también se aprecia esa sensibili-
dad. Su Constitución de 1979, tras proclamar en su artículo 2o. que la
República Islámica es un sistema establecido sobre la base del respe-
to a los valores supremos del hombre, determina que: “ ...la persona, la
vida, los bienes, los derechos, la dignidad, el hogar y el trabajo de las
personas son inviolables” .
También en América Latina podemos constatar ese sentido humanis-
ta. Recordemos cómo en la Constitución de Perú de 1979, derogada por
la hoy vigente de 1993, los constituyentes proclamaban su creencia en la
primacía de la persona humana y en que todos los hombres, iguales en
dignidad, tienen derechos de validez universal, anteriores y superiores al
Estado. Y la actual Constitución de Guatemala de 1985 proclama en su

1 Jellinek, Georg, “ La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudada-


no” , en Jellinek, G., Orígenes de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciuda-
dano, edición de Jesús G. Amuchastegui, Madrid, Editora Nacional, 1984, pp. 57 y ss.;
en especial, pp. 72-76.
2 Recordemos, por ejemplo, que a tenor del punto I de la Declaración de Dere-
chos acogida en la Constitución de Massachusetts, del 2 de marzo de 1780: “ All men
are born free and equal, and have certain natural, essential and alienable rights” .
3 Duchacek, Ivo D., Derechos y libertades en el mundo actual, Instituto de Estu-
dios Políticos, Madrid, 1976, p. 39.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

artículo 4o. que todos los seres humanos son libres e iguales en dignidad
y derechos, para añadir poco después que ninguna persona puede ser so-
metida a servidumbre ni a otra condición que menoscabe su dignidad.
Esa sensibilidad por el ser humano ha teñido hondamente el constitu-
cionalismo occidental europeo, que ha venido a consagrar la dignidad de
todo ser humano como valor material central de la norma fundamental,
derivando del mismo un amplísimo reconocimiento de los derechos de
la persona y una multiplicidad de mecanismos de garantía.
Este es el caso de la Constitución italiana, cuyo artículo 2o. proclama
que: “ La Repubblica riconosce e garantisce i diritti inviolabili dell’
uomo, sia come singolo, sia nelle formazioni sociali ove si svolge la sua
personalità, e richiede l’adempimento dei doveri inderogabili di solida-
rietà politica, economica e sociale” , con lo que el constituyente, de
modo inequívoco, enuncia, como significara Mortati,4 dos presupuestos
irrenunciables de la forma democrática de Estado: el principio persona-
lista y el igualitario. De esta forma, los derechos inviolables del hombre
no pueden ser concebidos como la resultante de una autolimitación del
Estado republicano, sino que, como sostiene Paladin,5 representan “ un
dato congenito dell’ordinamento statale vigente” ; se trata precisamente
de aquella decisión que separa al nuevo Estado de la posguerra del Es-
tado totalitario creado por el fascismo. Por lo demás, no es inadecuado
recordar que la vigencia efectiva de los derechos del hombre, bien indi-
vidualmente considerado, bien como integrante de unas formaciones so-
ciales en las que desarrolla su personalidad, requiere del cumplimiento
de unos deberes de solidaridad; entre la vigencia de los derechos y el
cumplimiento de los deberes se establece una estrecha correlación, por
lo que a la “ inviolabilità” de los derechos corresponde la “ inderogabili-
tà” de los deberes. Y aunque la Constitución no se refiere explícitamen-
te a la dignidad de la persona, debe darse por reconocida en cuanto que
los derechos inviolables del hombre son inherentes a esa dignidad y, por
lo tanto, se fundan en ella.
La Constitución italiana va incluso más allá en su finalidad última de
alcanzar el pleno desarrollo de la personalidad humana, meta con la que

4 Mortati, Costantino, en su “ Comentario al artículo 1o. de la Constitución italia-


na” , en Branca, Giuseppe, Commentario della Costituzione, t. I: Principi fondamentali,
Bologna-Roma, Nicola Zanichelli Editore-Soc. y Ed. del Foro Italiano, 1975, pp. 1 y ss.;
en concreto, pp. 6 y 7.
5 Paladin, Livio, Diritto costituzionale, Padova, CEDAM, 1991, pp. 562 y 563.

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se trata de dar una cierta concreción individualizada al reconocimiento


de aquellos derechos inviolabes. Y en esa dirección ha de situarse la co-
nocida como cláusula Lelio Basso del párrafo 2 del artículo 3o., a cuyo
tenor: “ E compito della Repubblica rimuovere gli ostacoli di ordine eco-
nomico e sociale, che, limitando di fatto la libertà e l’eguaglianza dei
cittadini impediscono il pieno sviluppo della persona umana...” . Una
cláusula como la transcrita viene a desmentir, como ya sostuviera el
propio diputado italiano a quien se atribuye su paternidad, Lelio Basso,
todas aquellas afirmaciones constitucionales que dan por realizado lo
que aún está pendiente por realizar (la democracia, la igualdad... etcéte-
ra). Por ello, el precepto asume una virtualidad jurídica que desborda la
propia de un mero mandato al legislador, convirtiéndose en una norma
llamada a superar esa flagrante contradicción constitucional en un senti-
do material.6 Los potenciales efectos transformadores de la cláusula en
cuestión quedan perfectamente compendiados en un conocido comenta-
rio de Calamandrei, para quien: “ per compensare le forze di sinistra de-
lla rivoluzione mancata, le forze di destra non si opposero ad accogliere
nella costituzione una rivoluzione promessa” .7
La ley fundamental de Bonn de 1949 va a dar pasos muy importantes
en análoga dirección. Su misma norma de apertura (artículo 1.1) procla-
ma solemnemente: “ La dignidad del hombre es intangible y constituye
deber de todas las autoridades del Estado su respecto y protección” ,
para, en el siguiente apartado, el propio artículo (artículo 1.2) añadir:
“ Conforme a ello, el pueblo alemán reconoce los inviolables e inaliena-
bles derechos del hombre como fundamento de toda comunidad huma-
na, de la paz y de la justicia en el mundo” . Como ha reconocido el Tri-
bunal Constitucional Federal, este artículo figura entre los principios
básicos de la Constitución que dominan todos los preceptos de la ley
fundamental.8 Y en otro momento,9 ha admitido el mismo Tribunal que
la dignidad es el valor jurídico supremo dentro del orden constitucional.

6 Romagnoli, Umberto, “ Il principio d’uguaglianza sostanziale” , en el colectivo


editado por Branca, Giuseppe, Commentario della Costituzione, cit., nota 4, vol. I, pp.
162 y ss.; en concreto, p. 166.
7 Calamandrei, Piero, “ Introduzione storica sulla Costituente” , en Piero Calaman-
drei y Levi, A. (dirs.), Commentario sistematico alla Costituzione italiana, Firenze,
1960, vol. I, p. CXXXV.
8 BVerfGE, 6, 32 y ss.; en concreto, 36.
9 BVerfGE, 45, 187 y ss.; en concreto p. 227.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

La mayor problemática que había de suscitar esta elevación de la dig-


nidad del ser humano a la categoría de núcleo axiológico central del or-
den constitucional consistía precisamente en definir qué había de enten-
derse por “ dignidad del hombre” . Quizá una de las definiciones más
citadas sea la de von Wintrich,10 para quien la dignidad del hombre con-
siste en que “ el hombre, como ente ético-espiritual, puede por su propia
naturaleza, consciente y libremente, autodeterminarse, formarse y actuar
sobre el mundo que le rodea” . Las dificultades de una definición del
concepto de dignidad se documentan en el extremo de que la doctrina
jurídico-constitucional no ha llegado todavía a una definición satisfacto-
ria, permaneciendo atrapados los intentos de definición en formulacio-
nes de carácter general (“ contenido de la personalidad” , “ núcleo de la
personalidad humana” ...).11
No obstante las dificultades precedentemente advertidas, Stein,12 aten-
diendo al significado etimológico del término, ha intentado una aproxi-
mación al concepto que creemos de utilidad. “ Dignidad” (würde) es un
abstracto del adjetivo “ valor” (wert) y significa, originariamente, la ma-
terialización de un valor. Según esto, la referencia del artículo 1o.1 ha-
bría de entenderse en el sentido de que la cualidad del hombre, como
valor, es intangible. Pero como este valor podría ser desplazado por
otros valores, Stein considera que para evitar esta posibilidad, la signifi-
cación del artículo 1.1 ha de ser la de que el hombre es el valor supre-
mo, tesis concordante con la apuntada, como vimos antes, por el Tribu-
nal Constitucional.
Por lo demás, la interpretación precedente casa a la perfección con la
formulación constitucional del artículo 1.2 de la Bonner Grundgesetz.
En efecto, en cuanto el hombre es el valor supremo, el referente axioló-
gico central de todo el orden constitucional, el pueblo alemán reconoce
los derechos inviolables e inalienables del hombre, elevándolos a la ca-
tegoría de fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la
justicia en el mundo. Y de ello, a su vez, se hace derivar (artículo 1.3)

10 Wintrich, von, “ Zur Problematik der Grundrechte” , 1957, p. 15. Citado por Ek-
kehart Stein, Lehrbuch des Staatsrechts, Tübingen, 1968. Traducción española de F.
Sainz Moreno, bajo el título Derecho político, Madrid, Aguilar, 1973, p. 236.
11 Münch, Ingo von, “ La dignidad del hombre en el derecho constitucional” , Re-
vista Española de Derecho Constitucional, núm. 5, mayo-agosto, 1982, pp. 9 y ss.; en
concreto, p. 19.
12 Stein, Ekkehart, Derecho político, cit., nota 10, p. 237.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

el principio de vinculatoriedad inmediata de los derechos fundamentales:


“ los derechos fundamentales que se enuncian a continuación vinculan al
Poder Legislativo, al Poder Ejecutivo y a los Tribunales a título de de-
recho directamente aplicable” .
Los derechos fundamentales son inherentes a la dignidad del ser hu-
mano y, por lo mismo, se fundan en ella y, a la par, operan como el
fundamento último de toda comunidad humana, pues sin su reconoci-
miento quedaría conculcado ese valor supremo de la dignidad de la per-
sona en el que ha de encontrar su sustento toda comunidad humana ci-
vilizada.
A la par, como ya indicamos, la dignidad de la persona bien puede
entenderse que consiste o, por lo menos, que entraña ineludiblemente
la libre autodeterminación de toda persona para actuar en el mundo
que la rodea. Y en perfecta sintonía con esta exigencia, el artículo 2.1
de la ley fundamental de Bonn reconoce el derecho de cada persona al
libre desenvolvimiento de su personalidad, en tanto no vulnere los dere-
chos de otro y no atente al orden constitucional o a la ley moral.
Y si nos referimos por último a la Constitución de la República por-
tuguesa de 1976, su artículo 1o. comienza afirmando que “ Portugal é
uma República soberana, baseada na dignidade da pessoa humana...” , lo
que ha conducido a Miranda13 a considerar que la Constitución confiere
una unidad de sentido, de valor y de concordancia práctica al sistema de
los derechos fundamentales, que a su vez descansa en la dignidad de la
persona humana, o sea, en una concepción que hace de la persona fun-
damento y fin de la sociedad y del Estado.

II. LA PROCLAMACIÓN CONSTITUCIONAL DE LA DIGNIDAD


DE LA PERSONA EN EL ARTÍCULO 10.1 DE LA CONSTITUCIÓN
ESPAÑOLA DE 1978

1. Génesis del precepto

El artículo 10, norma de apertura del título primero, proclama en su


apartado uno que: “ La dignidad de la persona, los derechos inviolables
que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a

13 Miranda, Jorge, Manual de direito constitucional, t. IV: Direitos fundamentais,


2a. ed., Coimbra, Coimbra Editora, Limitada, 1993, p. 166.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

la ley y a los derechos de los demás son fundamento del orden político
y de la paz social” .
Frente a la omisión de todo orden material de valores que inspirase el
ordenamiento jurídico en el régimen franquista, la Ley para la Reforma
Política, del 4 de enero de 1977, acogía un cambio radical de perspectiva
en este punto al determinar en el inciso segundo de su artículo 1.1: “ Los
derechos fundamentales de la persona son inviolables y vinculan a todos
los órganos del Estado” , previsión que puede considerarse como el ante-
cedente más inmediato del artículo 10.1 de nuestra norma suprema.
De la necesidad, carácter no redundante y trascendencia política del
precepto en cuestión se haría eco la doctrina,14 que también pondría de
relieve que una norma de esta naturaleza supone, ante todo, un correcti-
vo al voluntarismo jurídico y a la omnímoda hegemonía de la ley, así
como un reconocimiento de que el poder, en sus orígenes y en su ejer-
cicio, es inseparable de la idea de límite, y el límite, en su base esencial,
descansa en los derechos fundamentales que designan como centro de
protección a la persona.15
En definitiva, el precepto mencionado de la Ley para la Reforma Po-
lítica venía a entrañar un freno radical frente a todo voluntarismo jurídi-
co, una quiebra de las bases mismas del positivismo jurídico, un rechazo
de cualquier cobertura formalmente democrática frente a la arbitrarie-
dad de una mayoría contraria a los más elementales valores inherentes a
la persona humana, y una reafirmación de que la persona no es un mero
reflejo de la ordenación jurídica, sino que, bien al contrario, tiene una
existencia previa, y aunque es evidente que el ordenamiento jurídico ha-
brá de dotarla de significación, no lo es menos que en ningún caso po-
drá ignorar esa preexistencia que se manifiesta en el hecho de que de la
persona dimanan unos derechos inviolables que han de ser considerados
como inherentes a ella.
A partir del precedente anterior, la Ponencia constitucional incorpora-
ba al Anteproyecto de Constitución un artículo, el 13, del siguiente te-
nor: “ La dignidad, los derechos inviolables de la persona humana y el
libre desarrollo de la personalidad, son fundamento del orden político y

14 González Navarro, Francisco, La nueva ley fundamental para la reforma políti-


ca, Madrid, Secretaría General Técnica, Presidencia del Gobierno, Colección Informe,
núm. 14, 1977, p. 110.
15 Hernández Gil, Antonio, El cambio político español y la Constitución, Madrid,
Planeta, 1982, p. 148.

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de la paz social, dentro del respeto a la ley y a los derechos de los de-
más” .16
Un total de ocho enmiendas se presentarían al texto anterior. De ellas,
sólo una, la número 63, del señor Fernández de la Mora, postularía su
supresión sobre la base de considerar que el precepto en cuestión no es-
tablecía ningún derecho y abarcaba una definición sobre materia no
constitucional. Bien es verdad que otra enmienda, la número 2, del se-
ñor Carro Martínez, propugnaba la eliminación de algunos de los conte-
nidos de mayor trascendencia del precepto.17 Ninguna de ellas sería
aceptada por la Ponencia, al entender que los principios reconocidos
“ son la base para el desarrollo de las libertades públicas en los artículos
siguientes” .18 Tampoco aceptaría la Ponencia, por mayoría, la supresión
de la expresión “ paz social” , solicitada por algunas de las restantes en-
miendas. No obstante, la Ponencia, por mayoría, procedía a dar una nue-
va redacción al artículo, ordenando de una manera más precisa y técnica
los conceptos en él contenidos, situando además al precepto como intro-
ductorio del título primero de la Constitución, relativo a los derechos y
deberes fundamentales. Esa nueva redacción será a la postre la definiti-
va, puesto que el precepto en cuestión ya no sufriría modificación algu-
na a lo largo del iter constituyente.

2. Dignidad de la persona y orden valorativo

I. Una lectura detenida del texto del artículo 10.1 nos revela que la
dignidad de la persona es el primer principio en que están contenidas,
como en su simiente, las demás afirmaciones. Como recuerda Sánchez
Agesta,19 los derechos inviolables de la persona, en cuanto inherentes a
su dignidad, se fundan en ella. A su vez, el libre desarrollo de la perso-
nalidad da un carácter concreto, individualizado, a esa floración de de-
rechos dimanantes de la dignidad personal. Por último, el respeto a los
derechos de los demás no es sino la resultante obligada de la afirmación

16 Boletín Oficial de las Cortes, núm. 44, 5 de enero de 1978, pp. 669 y ss.; en
concreto, p. 671.
17 El texto que proponía la enmienda núm. 2, del señor Carro Martínez, era el que
sigue: “ Las libertades públicas, dentro del respeto a la Ley y a los derechos de los de-
más, son fundamento del orden político y de la paz social” .
18 Boletín Oficial de las Cortes, núm. 82, 17 de abril de 1978, p. 1530.
19 Sánchez Agesta, Luis, El sistema político de la Constitución española de 1978,
Madrid, Editora Nacional, 1980, p. 73.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

primigenia, esto es, de que la dignidad es patrimonio común de todos y


cada uno de los seres humanos, sin excepción alguna. Y en cuanto al
respeto a la ley, debe entenderse en el sentido de que la ley es la norma
que regula la convivencia pacífica —sin la que carecería de sentido ha-
blar de paz social— de esos seres humanos que, ejercitando los dere-
chos inviolables que le son inherentes, desarrollan libremente su perso-
nalidad.
El precepto supone la consagración de la persona y de su dignidad no
sólo como el fundamento de la totalidad del orden político, sino, y pre-
cisamente por ello mismo, también como el principio rector supremo del
ordenamiento jurídico. Se condensa aquí, en clave principal, dirá Pare-
jo,20 la filosofía, los criterios axiológicos a que responde por entero y
que sustentan el orden dogmático constitucional.
El valor último, el principio nuclear, es, como ya ha quedado dicho,
la dignidad humana, sin connotación o conexión alguna con un determi-
nado orden económico o social, pero valorada evidentemente como va-
lor propio del individuo en sociedad. Como dijera Goldschmidt,21 cada
persona humana individual es una realidad en sí misma, mientras que el
Estado no es más que una realidad accidental, ordenada como fin al bien
de las personas individuales; consecuentemente, es del todo oportuno
afirmar que el derecho fundamental para el hombre, base y condición de
todos los demás, es el derecho a ser reconocido siempre como persona
humana.22
En cuanto la democracia, como bien afirmara Maritain,23 es una orga-
nización racional de libertades fundada en la ley, y en cuanto la libertad
es indivisible y se asienta en la libertad fundamental del individuo, en
un derecho radical, entre los fundamentales, del que, como recuerda Pe-
ces Barba,24 traen su causa los demás, esto es, en el derecho a ser con-

20 Parejo Alfonso, Luciano, Estado social y administración pública, Madrid, Civi-


tas, 1983, p. 71.
21 Goldschmidt, Werner, Introducción filosófica al derecho, 6a. ed., Buenos Aires,
Depalma, 1983, p. 543.
22 Legaz Lacambra, Luis, “ La noción jurídica de persona humana y los derechos
del hombre” , Revista de Estudios Políticos, núm. 55, enero-febrero 1951, pp. 15 y ss.;
en concreto, p. 44.
23 Maritain, Jacques, El hombre y el Estado, Madrid, Fundación Humanismo y De-
mocracia-Encuentro Ediciones, 1983, p. 75.
24 Peces Barba, Gregorio, Derechos fundamentales, 3a. ed., Madrid, Latina Uni-
versitaria, 1980, p. 91.

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siderado como ser humano, como persona, es decir, como ser de emi-
nente dignidad, titular de derechos y obligaciones, el derecho, el ordena-
miento jurídico en su conjunto no quedará iluminado —en términos de
Lucas Verdú—,25 legitimado, sino mediante el reconocimiento de la dig-
nidad de la persona humana y de los derechos que le son inherentes, lo
que nos permite hablar de la existencia de un sustrato filosófico iusper-
sonalista que, a nuestro modo de ver, se alimenta ideológicamente de
las aportaciones del liberalismo, del socialismo democrático y del huma-
nismo social-cristiano.
Este iuspersonalismo se manifiesta socialmente en lo que se ha deno-
minado26 el “ personalismo comunitario” , esto es, en una comunidad so-
cial plural. Es desde esta perspectiva como cobran su pleno sentido to-
dos y cada uno de los valores que enuncia el artículo 1o.1 de nuestra
carta magna: la libertad, la igualdad, la justicia y el pluralismo político.
Es cierto que desde diferentes sectores de pensamiento se ha tratado de
relativizar alguno de esos valores;27 sin embargo, a nuestro juicio, no
sólo no debe excluirse ninguno, sino que todos y cada uno de ellos se
complementan de algún modo entre sí.
De la dignidad de la persona humana fluye el principio de la libertad,
valor que, como ya significara Recaséns Siches,28 asegura un contenido
valorativo al derecho. Pero es que, además, la libertad y, sobre todo, la
igualdad forman parte del contenido y del fin de la justicia;29 incluso se
ha tendido a considerar identificados los valores justicia e igualdad; sin

25 Lucas Verdú, Pablo, Curso de derecho político, Madrid, Tecnos, 1984, vol. IV,
p. 320.
26 Idem.
27 Es el caso de Gregorio Peces Barba (“ Reflexiones sobre la Constitución espa-
ñola desde la filosofía del derecho” , Revista de la Facultad de Derecho de la Universi-
dad Complutense, núm. 61, invierno de 1981, pp. 95 y ss.; en concreto, pp. 123 y 124),
quien, tras relativizar la necesidad de la presencia del valor “ pluralismo político” , ha
entendido que “ la justicia es también un término innecesario y reiterativo con los térmi-
nos libertad e igualdad, que constituyen hoy el contenido material de la idea de justicia” ,
reflexión que contrasta con la que, obviamente al margen de la Constitución, sostuviera
Castán Tobeñas (Los derechos del hombre, 3a. ed., Madrid, Reus, 1985, p. 61), para
quien las nociones de libertad e igualdad son dependientes de la idea de justicia, pues al
proyectarse el ideal de justicia sobre aquéllas —admite Castán, siguiendo en ello a Ruiz
del Castillo (Manual de derecho político, Madrid, Reus, 1939, p. 344)—, llena de signi-
ficación esas ideas que, de otro modo, serían inexplicables.
28 Recaséns Siches, Luis, Introducción al estudio del derecho, México, Porrúa,
1981, p. 334.
29 Hernández Gil, Antonio, op. cit., nota 15, p. 382.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

embargo, la justicia, en cuanto valor social por excelencia, es un criterio


de valoración destinado a conformar el comportamiento social. En defi-
nitiva, la justicia tiene un sentido de totalidad que le lleva a ser no sólo
valor, en sí, sino también medida de los demás valores sociales y jurídi-
cos. Por lo demás, el valor absoluto de la justicia, dar a cada uno “ lo
suyo” ,30 se encuentra indestructiblemente vinculado con la dignidad de
la persona, en cuanto que cada individuo tiene un fin propio que cum-
plir, fin intransferible y privativo al que parece apuntar el texto consti-
tucional cuando alude al “ libre desarrollo de la personalidad” , esto es, a
lo que bien puede entenderse con Ruiz-Giménez31 como el despliegue
de las diferentes potencialidades (psíquicas, morales, culturales, econó-
micas y sociales) de cada ser humano, la conquista de los valores que le
satisfagan y de los ideales que le atraigan; el alcance, en suma, de su
modelo de ser humano y de miembro activo protagonista en una socie-
dad determinada.
Y es aquí donde entra en juego el valor “ pluralismo político” , que
aunque con una proyección básicamente estructural, desborda con creces
tal perspectiva para incidir de modo muy positivo en que cada ser hu-
mano pueda desarrollar en libertad su personalidad. El pluralismo ínsito
a cualquier colectivo social no sólo debe ser respetado por el ordena-
miento jurídico, sino que éste debe venir informado por aquél.
En resumen, el artículo 10.1, desde el punto de vista axiológico, eleva
la dignidad de la persona a la categoría de Grundnorm en sentido lógi-
co, ontológico y deontológico;32 justamente por ello, los restantes valo-
res que proclama la norma suprema han de tener como referente necesa-
rio la dignidad de la persona, encontrando en ella su razón de ser última.
II. Las reflexiones precedentes parecen situarnos ante una evidencia:
nos hallamos en presencia de un precepto en el que la filosofía política
30 Creemos que este valor absoluto es perfectamente compaginable con esa dimen-
sión dinámica a que aludiera Carl J. Friedrich (La filosofía del derecho, 1a. ed., 3a.
reimpr., México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 286) que se referiría a cómo
podía comprenderse la justicia como una realidad cambiante, cuyos cambios ocurren en
respuesta al proceso dinámico de la política.
31 Ruiz-Giménez Cortés, Joaquín, “ Derechos fundamentales de la persona (Co-
mentario al artículo 10 de la Constitución)” , en Alzaga, Óscar (dir.), Comentario a las
leyes políticas, Madrid, Editorial Revista de Derecho Privado, 1984, t. I, pp. 45 y ss.; en
concreto, p. 123.
32 Lucas Verdú, Pablo, Estimativa y política constitucionales (Los valores y los
principios rectores del ordenamiento constitucional español), Madrid, Universidad de
Madrid, Facultad de Derecho, 1984, p. 117.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

hace acto de presencia de un modo harto elocuente; una filosofía políti-


ca, que por lo demás no es patrimonio exclusivo de ninguna ideología,
penetra de esta forma en el ordenamiento jurídico, y ello, de inmediato,
nos plantea la cuestión de si el precepto debe ser entendido en clave ius-
naturalista o en clave positivista. Dicho de otra forma, los postulados
del artículo 10.1, y muy específicamente los tres primeros, ¿tienen ca-
rácter suprapositivo, habiendo de considerarse, por su proximidad al
pensamiento filosófico iusnaturalista, según criterios iusnaturalistas?, o
por el contrario, en cuanto que los textos normativos que tienen su ori-
gen en las primeras declaraciones de derechos de fines del siglo XVIII
han venido recogiendo esos valores, positivándolos, y así han llegado
hasta nuestros días, en los que es común la constitucionalización de esos
grandes valores, plenamente enraizados en los ordenamientos jurídicos,
¿tales principios han de ser entendidos en clave meramente positivista?
Desde luego, es indiscutible que la proclamación que el artículo 10.1
hace de la dignidad de la persona, elevándola a la categoría de funda-
mento del orden político y de la paz social, no tiene otro sustento que la
propia voluntad de la nación española de la que se hace eco el Preám-
bulo de la Constitución. Pero como dice González Pérez,33 es indudable
que las mismas expresiones “ dignidad de la persona” , “ derechos invio-
lables” y “ libre desarrollo de la personalidad” suponen la vinculación a
una concepción iusnaturalista. Y en análoga dirección se manifiesta la
mayoría de la doctrina. Y así, por poner un ejemplo concreto, Pérez
Luño,34 de modo rotundo, considera que nuestra Constitución se inserta
abiertamente en una orientación iusnaturalista, en particular de la tradi-
ción objetivista cristiana, que considera los derechos de la persona como
exigencias previas a su determinación jurídico-positiva y legitimadoras
del orden jurídico y político en su conjunto. Dicha inspiración iusnatu-
ralista constituye la innegable fuente del artículo 10.1.
Por nuestro lado, creemos con Bachof35 que el orden material de va-
lores de nuestra Constitución, como el de la Bonner Grundgesetz a que
se refiriera dicho autor, ha sido considerado por la Constitución como
anterior a ella misma por cuanto no ha sido creado por la Constitución,

33 González Pérez, Jesús, La dignidad de la persona, Madrid, Editorial Civitas,


1986, p. 81.
34 Pérez Luño, Antonio E., Los derechos fundamentales, Madrid, Editorial Tecnos,
1984, p. 115.
35 Bachof, Otto, Jueces y Constitución, Madrid, Civitas, 1985, pp. 39 y 40.

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sino que ésta se ha limitado a reconocerlo y garantizarlo, pues su último


fundamento de validez se encuentra en los valores determinantes de la
cultura occidental, en una idea del hombre que descansa en esos valores.
Y en conexión con esta idea, entendemos que bien podría hablarse de la
existencia de unos límites inmanentes a la reforma constitucional, cuyo
punto focal sería sin ningún género de dudas el artículo 10.1, que bien
podríamos considerar como revestido de una suerte de inmunidad frente
a su supresión o frente a cualquier reforma que lo desnaturalizara. Bien
es verdad que, como reconociera Loewenstein,36 el problema que ahora
planteamos no es tanto un problema jurídico cuanto una cuestión de
creencias donde no se puede argumentar racionalmente, aun cuando por
necesidades prácticas de la convivencia en la comunidad humana está
revestida de formas jurídicas. Y es que la cuestión de fondo es la de si
estos valores y los derechos fundamentales que de ellos dimanan son
traídos consigo por el hombre con su nacimiento a la sociedad estatal, o
por el contrario son otorgados por la sociedad estatal en virtud del orden
de la comunidad.

3. Caracterización de la dignidad de la persona

Ya en un momento anterior hemos puesto de manifiesto las dificul-


tades existentes para llegar a un concepto de lo que ha de entenderse
por dignidad de la persona, dificultades que explican el hecho de que, por
ejemplo, todavía en Alemania, como recuerda von Münch,37 los intentos
de definición permanezcan atrapados en formulaciones de carácter gene-
ral, de las que constituyen buenos ejemplos su caracterización como
“ núcleo de la personalidad humana” o como “ contenido de la persona-
lidad” .
No han faltado quienes entienden (entro otros, Nipperdey, Neumann
y Scheuner) que la dignidad de la persona no es un concepto jurídico y
significa una apelación a la esencia de la naturaleza humana.
En cualquier caso, en una primera aproximación al concepto, pode-
mos diferenciar dos sentidos en el mismo: una determinada forma de
comportamiento de la persona, presidida por su gravedad y decoro, a te-

36 Loewenstein, Karl, Teoría de la Constitución, 2a. ed., Barcelona, Ediciones


Ariel, 1970, p. 193.
37 Münch, Ingo von, op. cit., nota 11, p. 19.

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nor del Diccionario de la Real Academia,38 y una calidad que se predica


de toda persona, con independencia ya de cual sea su específica forma de
comportamiento, pues ni tan siquiera una actuación indigna priva a la
persona de su dignidad. Como dice González Pérez,39 la dignidad es el
rango o la categoría que corresponde al hombre como ser dotado de in-
teligencia y libertad, distinto y superior a todo lo creado, que comporta
un tratamiento concorde en todo momento con la naturaleza humana.
La dignidad exige, pues, dar a todo ser humano lo que es adecuado
a su naturaleza misma de hombre como ser personal distinto y superior a
todo ser animal, en cuanto dotado de razón, de libertad y de responsa-
bilidad. Justamente por ello, la dignidad debe traducirse en la libre ca-
pacidad de autodeterminación de toda persona, que, como dijera el Tri-
bunal Constitucional Federal alemán en una conocida Sentencia del 15
de diciembre de 1983,40 presupone que se conceda al individuo la liber-
tad de decisión sobre las acciones que vaya a realizar o, en su caso, a
omitir, incluyendo la posibilidad de obrar de hecho en forma consecuen-
te con la decisión adoptada.
En una posición más casuística y minuciosa, Ruiz-Giménez41 ha dis-
tinguido cuatro niveles o dimensiones en la dignidad personal: a) la di-
mensión religiosa o teológica, para quienes creemos en la religación del
ser humano con Dios, que entraña un vínculo de filiación y de apertura
a Él, como “ hechos a su imagen y semejanza” ; b) la dimensión ontoló-
gica, como ser dotado de inteligencia, de racionalidad, de libertad y
consciencia de sí mismo; c) la dimensión ética, en el sentido de autono-
mía moral, no absoluta, pero sí como esencial función de la conciencia
valorativa ante cualquier norma y cualquier modelo de conducta, y de es-
fuerzo de liberación frente a interferencias o presiones alienantes y de
manipulaciones cosificadoras, y d) la dimensión social, como estima y
fama dimanante de un comportamiento positivamente valioso, privado o
público, en la vida de relación. A partir de estos niveles, Ruiz-Giménez
entiende con buen criterio que las dimensiones primordialmente asumi-
bles por quienes hayan de aplicar la pauta normativa del artículo 10.1 de

38 Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, 20a. ed., Madrid,


1984, t. I, p. 499.
39 González Pérez, Jesús, op. cit., nota 33, p. 112.
40 Puede verse esta Sentencia en el Boletín de Jurisprudencia Constitucional, núm.
33, enero de 1984, pp. 126-170.
41 Ruiz-Giménez Cortés, Joaquín, op. cit., nota 31, pp. 113 y 114.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

la Constitución son la de carácter ontológico (racionalidad y libertad del


ser humano) y de la de carácter ético profundo (autonomía y fin de sí
mismo, no medio o instrumento de nadie).
En resumen, de lo hasta aquí expuesto se desprende que la dignidad,
en cuanto calidad ínsita a todo ser humano y exclusiva del mismo, se
traduce primordialmente en la capacidad de decidir libre y racionalmen-
te cualquier modelo de conducta, con la consecuente exigencia de respe-
to por parte de los demás. No muy diferente ha sido la doctrina sentada
por el Tribunal Constitucional, que tras considerar a la dignidad sus-
tancialmente relacionada con la dimensión moral de la vida humana,
entiende que la dignidad es un valor espiritual y moral inherente a la
persona, que se manifiesta singularmente en la autodeterminación
consciente y responsable de la propia vida y que lleva consigo la pre-
tensión al respeto por parte de los demás.42
Si como acabamos de exponer, no deja de resultar notablemente difi-
cultoso determinar de modo plenamente satisfactorio qué es la dignidad
de la persona humana, no faltan autores que entienden, por el contrario,
que manifiestamente sí es posible fijar cuándo se vulnera la dignidad. Y
así, von Münch,43 a la vista de la doctrina y de la jurisprudencia alema-
nas entiende que la dignidad entraña la prohibición de hacer del hombre
un objeto de la acción estatal. El Tribunal Constitucional Federal, a la
vista de que la persona individual es frecuentemente objeto de medidas
por parte del Estado, sin que por ello se viole siempre su dignidad, ha
matizado la anterior reflexión en el sentido de que sólo se produce una
conculcación de la dignidad de la persona cuando al tratamiento como
objeto se suma una finalidad subjetiva: sólo cuando el tratamiento cons-
tituye “ expresión del desprecio” de la persona, o hacia la persona, apre-
cia el citado Tribunal una vulneración de la dignidad personal.
Entre nosotros, González Pérez44 ha enumerado un conjunto de crite-
rios a los que habrá que atender para apreciar cuándo se atenta contra la
dignidad de una persona. Creemos que vale la pena recordarlos: a) en
primer término, son indiferentes las circunstancias personales del sujeto,
pues la dignidad se reconoce a todas las personas por igual y con carác-
ter general, reflexión plenamente compatible con la matización realizada

42 Sentencia del Tribunal Constitucional (en adelante STC) 53/1985, del 11 de


abril, fundamento jurídico 8o.
43 Münch, Ingo von, op. cit., nota 11, pp. 19-21.
44 González Pérez, Jesús, op. cit., nota 33, pp. 112-114.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

por el Tribunal Constitucional, para que cuando el intérprete constitucio-


nal trata de concretar el principio de dignidad no puede ignorar el he-
cho obvio de la especificidad de la condición femenina;45 b) en segundo
lugar, no se requiere intención o finalidad para que pueda apreciarse la
conculcación de este valor fundamental. Si objetivamente se menoscaba
el respeto debido a la condición humana, es irrelevante la intencionali-
dad del agente; c) en tercer término, resulta igualmente irrelevante la
voluntad de la persona afectada, y d) por último, es preciso valorar las
diferentes circunstancias concurrentes llegado el momento de calificar
una determinada conducta.

III. NATURALEZA Y VIRTUALIDAD DEL MANDATO


ACOGIDO EN EL ARTÍCULO 10.1

Aunque, como ha dicho Hernández Gil,46 si hubiéramos de buscar en


la Constitución el precepto menos parecido a una norma de conducta u
organizativa, sería preciso citar el artículo 10.1, lo cierto es que no esta-
mos en modo alguno ante una mera definición doctrinal o ideológica, ni
mucho menos ante una cláusula de limitada o nula eficacia práctica, sal-
vedad hecha de su valor didáctico.47 Ciertamente que, como ha puesto
de relieve Basile,48 su ubicación al inicio del título I constituye lo que
en términos platónicos se llamaría el “ preludio” , o sea, la explicación
racional que precede a las leyes para que sus destinatarios se persuadan
de la bondad de los imperativos que contienen. Y de aquí precisamente
vendría su tono didáctico. Pero como el propio Basile recuerda, la expe-
riencia alemana e italiana aconseja, sin embargo, una mayor cautela,
porque demuestra que los jueces constitucionales no se detienen ante
ninguna declaración constitucional, por genérica que sea o por privada
de carácter imperativo que parezca.

45 STC 53/1985 de 11 de abril, fund. jur. 8o.


46 Hernández Gil, Antonio, op. cit., nota 15, p. 419.
47 Alzaga, Óscar, Comentario sistemático a la Constitución española de 1978, Ma-
drid, Ediciones del Foro, 1978, p. 156.
48 Basile, Silvio, “ Los ‘valores superiores’, los principios fundamentales y los de-
rechos y libertades públicas” , en Predieri, Alberto y García de Enterría, E. (dirs.), La
Constitución española de 1978. Estudio sistemático, 2a. ed., Madrid, Civitas, 1981, pp.
263 y ss.; en concreto, p. 273.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

El precepto, de entrada, nos pone de relieve que la persona es un


prius respecto de toda ordenación jurídico-positiva, existe un cuanto
tal;49 por lo mismo, los derechos le son inherentes y constituyen el fun-
damento de toda comunidad humana. De este principio ha de partir el
poder del Estado. Y es a todas luces una evidencia, bien que muchas
veces ignorada, olvidada o transmutada, que el hombre no existe para el
Estado, sino que es el Estado el que existe para el hombre. Y en perfec-
ta coherencia con lo anterior, el derecho existe menos por el hombre que
para el hombre. Y como dice Stein,50 si el hombre es el valor supremo,
los presupuestos de lo humano se hallan bajo la protección estatal más
enérgica. Tales presupuestos consisten, sobre todo, en la personalidad
del hombre, en el sentido de su autodeterminación, y su conexión social
en el sentido de su tendencia a la comunicación con los demás hom-
bres.51
Retornando al artículo 10.1, en él, como se ha puesto de relieve,52 aún
en defecto de que se quisiere entender otra cosa, debe advertirse por lo
menos el rechazo de toda visión totalizadora de la vida social; en espe-
cial, el rechazo de la idea de organismos colectivos que tengan fines o
vida superiores a los de los individuos que los componen. Pero es que,
por otra parte, decir que la dignidad de la persona es el fundamento del
orden político y de la paz social, no es sólo, como razona Hernández
Gil,53 formular un precepto con fuerza obligatoria para los ciudadanos y
los poderes públicos, sino mostrar al exterior, en términos reflexivos ex-
plicativos y esclarecedores, cómo entiende el legislador constituyente el
fundamento del orden político y de la paz social. Cuando la Constitu-
ción establece que la dignidad de la persona es fundamento de la paz
social, pone de manifiesto que ésta no es conseguible sin la dignidad de
la persona, o lo que es lo mismo: no hay paz social sin dignidad de la
persona y no hay dignidad de la persona si falta la paz social.

49 Hernández Gil, Antonio, op. cit., nota 15, p. 422.


50 Stein, Ekkehart, Derecho político, cit., nota 10, pp. 237 y 238.
51 Como señala Eusebio Fernández (“ El problema del fundamento de los derechos
humanos” , Anuario de Derechos Humanos, 1981, Madrid, Universidad Complutense,
enero de 1982, pp. 73 y ss.; en concreto, p. 98), los derechos humanos aparecen como
derechos morales, es decir, como exigencias éticas y derechos que los seres humanos
tienen por el hecho de ser hombres y, por tanto, con un derecho igual a su reconoci-
miento, protección y garantía por parte del poder político y del derecho.
52 Basile, Silvio, op. cit., nota 48, pp. 273 y 274.
53 Hernández Gil, Antonio, op. cit., nota 15, p. 421.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

El Tribunal Constitucional, bien que con excesivas cautelas, ha tenido


oportunidad de pronunciarse en algunas ocasiones en torno al artículo
10.1. A su juicio,54 el tenor del mismo no significa ni que todo derecho
sea inherente a la persona —y por ello inviolable— ni que los que se
califican de fundamentales sean in toto condiciones imprescindibles para
su efectiva incolumidad de modo que de cualquier restricción que a su
ejercicio se imponga devenga un estado de indignidad. Proyectada sobre
los derechos individuales, la regla del artículo 10.1 implica que en cuan-
to “ valor espiritual y moral inherente a la persona” (SCT 53/1985), la
dignidad ha de permanecer inalterada cualquiera que sea la situación en
que la persona se encuentra (también, qué duda cabe, durante el cumpli-
miento de una pena privativa de libertad), constituyendo, en consecuen-
cia, un minimum invulnerable que todo estatuto jurídico debe asegurar,
de modo que, sean unas u otras las limitaciones que se impongan en el
disfrute de derechos individuales, no conlleven menosprecio para la es-
tima que, en cuanto ser humano, merece la persona.
Por lo demás, el “ intérprete supremo de la Constitución” ha dejado
inequívocamente claro que las normas constitucionales relativas a la
dignidad de la persona y al libre desarrollo de la personalidad consagra-
das en el artículo 10.1 (de la misma forma que los valores superiores
recogidos en el artículo 1.1) integran mandatos jurídicos objetivos y tie-
nen un valor relevante en la normativa constitucional, tras lo que el alto
tribunal ha precisado que tales normas no pretenden la consagración
constitucional de ninguna construcción dogmática, sea jurídico-penal o
de cualquier otro tipo, y por lo mismo, no cabe fundar la inconstitucio-
nalidad de un precepto en su incompatibilidad con doctrinas o construc-
ciones presuntamente consagradas por la Constitución; tal inconstitucio-
nalidad derivará, en su caso, de que el precepto en cuestión se oponga a
mandatos o principios contenidos en el código constitucional explícita o
implícitamente.55
En definitiva, es claro que el artículo 10.1 aun cuando, si se quiere,
dentro de un estilo lingüístico más propio de una proposición descriptiva
que de otra prescriptiva, presenta un valor que desborda el de una mera
declaración rectora de la conducta social de los titulares de los poderes
públicos, teñida de una alta carga didáctica, para integrar una auténtica

54 STC 120/1990, del 27 de junio, fund. jur. 4o.


55 STC 150/1991, del 4 de julio, fundamento jurídico 4o.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

norma jurídica vinculante, un mandato jurídico objetivo que a todos,


ciudadanos y poderes públicos, vincula y que reviste una notable rele-
vancia política y, desde luego, jurídica, como se desprende de las diver-
sas funciones que un precepto de esta naturaleza está llamado a cumplir.
Ruiz-Giménez56 ha puesto de relieve la triple función que a su juicio
cumple el artículo 10.1 de nuestra lex superior.
a) En primer término, una función legitimadora del orden político, en
sí mismo, y del ejercicio de todos los poderes públicos, por cuanto úni-
camente será legítimo nuestro orden político cuando respete y tutele la
dignidad de cada una y de todas las personas humanas radicadas en su
órbita, sus derechos inviolables y el libre desarrollo de su personalidad.
El artículo 10.1 convierte, pues, a la persona y a su dignidad en el
elemento de legitimación del orden político en su conjunto y, justamente
por ello, en el principio rector supremo del ordenamiento jurídico, como
ya tuvimos oportunidad de señalar. Estamos en presencia de uno de esos
principios que De Castro57 considerara como la expresión de la voluntad
rectora del Estado, que al ser constitucionalizado adquiere la eficacia
propia de una norma directa e inmediatamente aplicable, con lo que ello
entraña de eficacia invalidatoria, esto es, de considerar que toda norma
que contravenga o ignore la dignidad de la persona habrá de ser consi-
derada nula. Pero con ser ello importante, la eficacia del principio des-
borda este efecto para venir a operar como “ fuerza ordenadora de las
disposiciones jurídicas” ,58 esto es, como norma directriz que ha de guiar
la actuación del legislador en particular y, más ampliamente aún, de to-
dos los poderes públicos en general.
b) En segundo lugar, una función promocional, en cuanto que ni la
dignidad de la persona, ni los derechos inviolables a ella inherentes son
elementos estáticos, fijados de una vez para siempre, sino dinámicos,
abiertos a un constante enriquecimiento, de lo que bien ilustra la explí-
cita referencia del artículo 10.1 al “ libre desarrollo de la personalidad” ,
a la que hay que añadir la cláusula interpretativa de las normas relati-
vas a los derechos fundamentales y a las libertades que la Constitución
reconoce, del artículo 10.2 de la norma suprema, en la que hay que ver,
como muestra a las claras su origen y génesis en el iter constituyente,

56 Ruiz-Giménez Cortés, Joaquín, op. cit., nota 31, pp. 101-105.


57 Castro, Federico de, Derecho civil de España, Madrid, Civitas, 1984, t. I, p.
424.
58 Ibidem, p. 427.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

una cláusula de tutela y garantía de los derechos, enderezada a salvar las


dificultades de interpretación de los derechos constitucionalmente reco-
nocidos, recurriendo al efecto a las normas de los tratados internacio-
nales en materia de derechos humanos.59 En el ámbito de esta función
bien puede entenderse con Ríos Álvarez60 que la dignidad de la persona
puede tener un contenido integrador del vacío que pueda ocasionar la
omisión o la falta de reconocimiento de un derecho indispensable para
la preservación del ser humano.
c) Por último, una función hermenéutica, de acuerdo con la cual el
artículo 10.1 opera como pauta interpretativa de todas las normas ordi-
namentales, correspondiendo a todos los poderes públicos la evaluación
del significado objetivo de las diversas disposiciones normativas, sea
cual sea su índole, y, consecuentemente, aplicándolas y ejecutándolas
con estricta fidelidad a los valores y principios definidos en este artículo
10.1. Esta función interpretativa no es, en último término, sino una deri-
vación más del carácter que con anterioridad atribuimos a la dignidad de
la persona humana, de principio rector supremo del ordenamiento jurídi-
co. En esta misma dirección, el Tribunal Constitucional, en un recurso
de amparo, aun cuando descartando a limine la contrastación aislada de
las resoluciones impugnadas con, entre otros, el artículo 10.1, por enten-
der que está excluido del ámbito material del amparo constitucional, ha
admitido de modo explícito e inequívoco la virtualidad interpretativa del
artículo 10.1 de nuestra norma suprema.61

59 La trascendencia de la cláusula del artículo 10.2 de la Constitución se acentúa si


se advierte que, en cuanto “ marco de coincidencias lo suficientemente amplio como para
que dentro de él quepan opciones políticas de muy diferente signo” (STC 11/1981, del 8
de abril, fund. jur. 7o.), la Constitución se limita a consagrar los derechos, otorgarles
rango constitucional y atribuirles las necesarias garantías, correspondiendo por ello al
legislador ordinario, que es el representante en cada momento histórico de la soberanía
popular, confeccionar una regulación de las condiciones de ejercicio de cada derecho,
que serán más restrictivas o más abiertas, de acuerdo con las directrices políticas que le
impulsen, siempre, claro está, que no exceda de los límites impuestos por las propias
normas constitucionales. Quiere ello decir que ante una ordenación normativa de un de-
recho de carácter restrictivo, bien que respetuosa con las exigencias constitucionales, la
cláusula del artículo 10.2 salva en todo caso el que el contenido del derecho se acomode
a la regulación dada al mismo por el derecho convencional, lo que entraña una garantía
que, en ocasiones, se ha revelado como de gran utilidad.
60 Ríos Álvarez, Lautaro, “ La dignidad de la persona en el ordenamiento jurídico
español” , en el colectivo XV Jornadas Chilenas de Derecho Público, Valparaíso, Uni-
versidad de Valparaíso, 1985, pp. 173 y ss.; en concreto, p. 205.
61 STC 137/1990, del 19 de julio, fund. jur. 3o.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

IV. LA DIGNIDAD DE LA PERSONA


Y LOS DERECHOS FUNDAMENTALES

1. La dignidad como fuente de todos los derechos

En la República Federal Alemana se viene discutiendo desde antaño


acerca de si la dignidad de la persona, que, como vimos, proclama el
artículo 1.1 de la Grundgesetz, es o no un derecho fundamental. Y así,
para Stein,62 mientras el artículo 2.1 (a cuyo tenor: “ Todos tienen dere-
cho al libre desenvolvimiento de su personalidad siempre que no vulne-
re los derechos de otro ni atente al orden constitucional o a la ley mo-
ral” ), norma que a su juicio dice fundamentalmente lo mismo que el
artículo 1.1, incorpora un verdadero derecho fundamental, el artículo 1.1
consiste sólo en una norma constitucional objetiva que no concede a los
particulares ningún derecho subjetivo. Bien es verdad que incluso desde
esta perspectiva, a través del artículo 2.1, que contiene una garantía de
la libertad general de actuar, es decir, del derecho a hacer y a no hacer
lo que se quiera,63 encontraría en alguna medida recepción constitucio-
nal entre los derechos fundamentales el derecho a la dignidad personal.
Con todo, no se puede ignorar que el artículo 1.1 es la norma de
apertura del capítulo primero de la ley fundamental de Bonn, cuyo ró-
tulo es “ Die Grundrechte” , esto es, “ De los derechos fundamentales” ,
por lo que, por pura lógica, bien debiera entenderse que todos y cada
uno de los diecinueve artículos que acoge este capítulo enuncian verda-
deros derechos fundamentales, susceptibles todos ellos, caso de una su-
puesta violación, de dar lugar a un recurso de queja constitucional (Ver-
fassungsbeschwerde). No debe extrañar por lo mismo que Dürig64
entienda que en la idea de los padres de la Constitución el derecho fun-
damental de la dignidad de la persona humana no debería ser “ calderi-
lla” . Y von Münch,65 con cierta claridad, habla de un derecho funda-
mental de la dignidad de la persona humana, que se protege como
derecho del hombre, esto es, de todo ser humano.

62 Stein, Ekkehart, Derecho político, cit., nota 10, p. 236.


63 Ibidem, p. 215.
64 Dürig G., Archiv des Öffentlichen Rechts, 1956, vol. 81, pp. 117 y ss.; en con-
creto, p. 124. Citado por Münch, Ingo von, op. cit., nota 11, p. 12.
65 Münch, Ingo von, op. cit., nota 11, pp. 13 y 15.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

En España, la polémica surgida en Alemania carece de cualquier sus-


tento. Es cierto que el artículo 10.1 se sitúa en el frontispicio del título
primero, relativo a los derechos y deberes fundamentales, y por tanto
dentro del mismo, y desde este punto de vista podría aducirse que esta-
mos ante un derecho fundamental cuando nos referimos a la dignidad de
la persona. Pero hay dos aspectos relevantes que han de ser tenidos en
cuenta: de un lado, la sistemática del título, dividido en cinco capítulos
cuyos rótulos reflejan que no en todos ellos se acoge la enunciación de
derechos, por lo que de la mera inserción en el título no debe despren-
derse que estemos ante la proclamación de un derecho fundamental, y
de otro, que el artículo 53, al enumerar las garantías de los derechos, se
limita a contemplar los derechos del capítulo 2 y los derechos (mal lla-
mados principios) del capítulo 3o. Más aún, el hecho de que el artículo
10 se ubique al margen de los cinco capítulos en que se estructura el
título nos revela la intención del constituyente de enunciar más que unos
derechos, unos principios rectores no ya del conjunto de los derechos y
libertades que se enuncian en los artículos subsiguientes, sino, más am-
pliamente, del ordenamiento jurídico en su conjunto.
El Tribunal Constitucional ha corroborado esta tesis, rechazando que
la dignidad de la persona, per se, pueda ser considerada como un dere-
cho fundamental. Y así, en el recurso de amparo núm. 443/1990, frente
a la argumentación del demandante en relación con la supuesta infrac-
ción, por violación de la dignidad de la persona, del artículo 10.1 de la
Constitución, el alto tribunal razonará que sólo en la medida en que los
derechos individuales sean tutelables en amparo y únicamente con el fin
de comprobar si se han respetado las exigencias que, no en abstracto,
sino en el concreto ámbito de cada uno de aquéllos, deriven de la digni-
dad de la persona, habrá de ser ésta tomada en consideración por el Tri-
bunal como referente. No, en cambio, de modo autónomo para estimar
o desestimar las pretensiones de amparo que ante él se deduzcan.66
Esta doctrina jurisprudencial lo que nos quiere decir es que de la dig-
nidad de la persona dimanan unas exigencias mínimas en el ámbito de
cada derecho en particular, o como afirma el Tribunal, y ya tuvimos

66 STC 120/1990, del 27 de junio, fund. jur. 4o. En su Sentencia 184/1990, del 15
de noviembre, el alto Tribunal considerará evidente que el artículo 10.1 no puede en
modo alguno servir de fundamento, por sí sólo y aisladamente considerado, del derecho
a percibir pensión de viudedad en favor de uno de los que convivían extramatrimonial-
mente cuando el otro fallece (fund. jur. 2o.).

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

oportunidad de recordar en un momento precedente, un minimun invul-


nerable que todo estatuto jurídico debe asegurar.
Pero si es claro que en nuestro ordenamiento constitucional la digni-
dad de la persona no puede ser entendida como derecho fundamental, no
lo es menos que la dignidad puede ser considerada como la fuente de
todos los derechos.
Esta idea ha sido acogida por la doctrina de otros países. Y así para
von Münch,67 es interesante desde el punto de vista dogmático la idea de
que en todos y cada uno de los derechos fundamentales se manifiesta un
“ núcleo de existencia humana” derivado de la dignidad de la persona. Y
Miranda68 entiende de modo directo y evidente que los derechos, liber-
tades y garantías personales, al igual que los derechos económicos, so-
ciales y culturales encuentran su fuente ética en la dignidad de la perso-
na, de todas las personas.
Y ya en relación con nuestro ordenamiento, Ríos Álvarez69 ha podido
afirmar que la dignidad de la persona es la fuente directa y la medida
trascendental del contenido de los derechos fundamentales reconocidos,
en especial, de los llamados “ derechos de la personalidad” . Pero no
agota allí su inmanencia: es fuente residual del contenido de cualquier
derecho imperfectamente perfilado o insuficientemente definido, en
cuanto ese contenido sea necesario para el libre y cabal desarrollo de la
personalidad.
Por lo demás, la idea creemos que está latente con cierta nitidez en el
mismo texto del artículo 10.1, que deja claro que de la dignidad de la
persona dimanan unos derechos inviolables que son inherentes a aquélla.
Como razona Hernández Gil,70 es muy significativo y coherente con la
imagen que la Constitución ofrece de la persona el hecho de que la ca-
tegoría antropológico-ética de la dignidad aparezca antepuesta, afirmada
per se y no como una derivación de los derechos. De ello entresaca el
citado autor que la persona no es el resultado de los derechos que le
corresponden; luego, aun sin derechos, la persona existe en cuanto tal;
por lo mismo, los derechos le son inherentes, traen de ella su causa; son
exigibles por la dignidad de la persona.

67 Münch, Ingo von, op. cit., nota 11, p. 15


68 Miranda, Jorge, op. cit., nota 13, p. 167.
69 Ríos Álvarez, Lautaro, op. cit., nota 60, p. 205.
70 Hernández Gil, Antonio, op. cit., nota 15, p. 422.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

En definitiva, dignidad y derechos no se hallan en el mismo plano.71


La dignidad se proclama como valor absoluto, con lo que ello entraña
de que incluso a una persona que se comporte indignamente deba reco-
nocérsele igual dignidad que a cualquier otra, como ya advertimos en
otro momento. Y por lo mismo, la dignidad se convierte en la fuente de
los derechos, de todos los derechos independientemente de su naturale-
za, de la persona, que dimanan de esa dignidad inherente a todo ser hu-
mano.

2. Igualdad en dignidad y titularidad de derechos

La dignidad, como acabamos de señalar, se proclama en el artículo


10.1 en términos absolutos, esto es, no depende ni de la nacionalidad ni
de ninguna otra circunstancia personal. Bien podríamos traer a colación
aquí el artículo 1.2 de la Convención Americana sobre Derechos Huma-
nos, suscrita en San José de Costa Rica el 22 de noviembre de 1969, a
cuyo tenor: “ Para los efectos de esta Convención, persona es todo ser
humano” . Pues bien, para los efectos que aquí nos ocupan, la dignidad
es predicable de todo ser humano sin matiz diferencial alguno.
La doctrina social de la Iglesia es un buen ejemplo de constancia e
insistencia acerca de este punto fundamental. Y así, por recordar algu-
nos mensajes de esta doctrina, podemos hacernos eco de cómo en la En-
cíclica del Papa Juan XXIII Pacem in Terris puede leerse: “ Hoy se ha
extendido y consolidado por doquier la convicción de que todos los
hombres son, por dignidad natural, iguales entre sí” . Y en la Constitu-
ción Pastoral del Concilio Vaticano II “ Gaudium et Spes” se dedica un
capítulo (capítulo primero de la parte primera) a la dignidad de la perso-
na humana. Más allá del mismo, en el parágrafo 29, se afirma:

Como todos los hombres, dotados de alma racional y creados a imagen de


Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen, y como, redimidos

71 El contraste podríamos encontrarlo en el Pacto Internacional de Derechos Civi-


les y Políticos, suscrito en Nueva York el 16 de diciembre de 1966, en cuyo Preámbulo
(párrafo primero) puede leerse: “ Considerando que, conforme a los principios enuncia-
dos en la Carta de las Naciones Unidas, la libertad, la justicia y la paz en el mundo
tienen por base el reconocimiento de la dignidad inherente a todos los miembros de la
familia humana y de sus derechos iguales e inalienables” . Es evidente que aquí dignidad
y derechos se colocan en idéntico plano.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

por Cristo, gozan de una misma vocación y de un mismo destino divino,


se debe reconocer más y más la fundamental igualdad entre todos.
Cierto que no todos los hombres se equiparan por su variada capacidad
física y por la diversidad de las fuerzas intelectuales y morales. No obs-
tante, toda forma de discriminación, ya sea social o cultural, en los dere-
chos fundamentales de la persona, por el sexo, raza, color, condición so-
cial, lengua o religión, ha se ser superada y rechazada como contraria a
los designios de Dios...
Además, aunque hay justas diferencias entre los hombres, la igual dig-
nidad de las personas exige que se llegue a una más humana y justa con-
dición de vida. Pues demasiado grandes desigualdades económicas y so-
ciales entre los miembros o los pueblos de una misma familia humana
llevan al escándalo y se oponen a la justicia social, a la equidad, a la dig-
nidad de la persona humana, así como a la paz social e internacional.72

En definitiva, para la doctrina social de la Iglesia, hay una dignidad


natural predicable respecto de todo hombre, de todo ser humano, que se
traduce en la igualdad esencial entre todos ellos y de la que dimanan
unas exigencias insoslayables en el plano de los derechos fundamenta-
les, entendiendo esta expresión no en un sentido técnico-jurídico, y por
lo mismo incluyendo dentro de ellos los derechos de naturaleza social y
económica.
Si recordamos ahora los cuatro niveles o dimensiones de la dignidad
personal a que aludiera Ruiz-Giménez, podríamos con el propio autor73
entresacar algunas importantes consecuencias de esas dimensiones plu-
rales que nos ofrece la dignidad del ser humano:
a) En primer término, que la “ dignidad básica o radical de la perso-
na” no admite discriminación alguna dada la igualdad esencial de todos
los seres humanos.
b) En segundo lugar, que la dignidad ontológica, esto es, la que co-
rresponde al hombre como ser dotado de inteligencia, racionalidad y li-
bertad, no está ligada ni a la edad ni a la salud mental de la persona, que
tienen, sin duda, incidencia en ciertos aspectos jurídicos de la capacidad
de obrar, pero no en la personalidad profunda.

72 Los textos citados pueden verse en “ El Mensaje Social de la Iglesia” , Docu-


mentos MC, 2a. ed. Madrid, Ediciones Palabra, 1987.
73 Ruiz-Giménez Cortés, Joaquín, op. cit., nota 31, pp. 115 y 116.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

c) Tampoco el ser humano que decae en su vida moral o, incluso,


comete hechos tipificados como delitos en el ordenamiento jurídico-pe-
nal, pierde por eso su dignidad ontológica.
d) Por último, por convergentes razones, la “ dignidad básica” de la
persona trasciende las fronteras territoriales y ha de ser respetada no
sólo a los ciudadanos de un Estado, sino también a los extranjeros.
De esta última consecuencia ha tenido oportunidad de hacerse eco en-
tre nosotros el “ intérprete supremo de la Constitución” . En su Sentencia
107/1984, el alto tribunal abordó la problemática de la titularidad o ca-
pacidad de los derechos fundamentales, ciñéndose a la cuestión de la ti-
tularidad de tales derechos por los extranjeros. Tras admitir que aunque
los derechos y libertades reconocidos a los extranjeros son derechos
constitucionales y, por lo mismo, dotados de la protección constitucio-
nal, el Tribunal precisaría que todos ellos sin excepción son en cuanto a
su contenido “ derechos de configuración legal” , para razonar de inme-
diato como sigue:

Esta configuración puede prescindir de tomar en consideración, como


dato relevante para modular el ejercicio del derecho, la nacionalidad o
ciudadanía del titular, produciéndose así una completa igualdad entre es-
pañoles y extranjeros, como la que efectivamente se da respecto de aque-
llos derechos que pertenecen a la persona en cuanto tal y no como ciuda-
dano, o, si se rehuye esta terminología, ciertamente equívoca, de aquellos
que son imprescindibles para la garantía de la dignidad humana que, con-
forme al artículo 10.1 de nuestra Constitución, constituye fundamento del
orden político. Derechos tales como el derecho a la vida, a la integridad
física y moral, a la intimidad, la libertad ideológica, etc., corresponden a
los extranjeros por propio mandato constitucional, y no resulta posible un
tratamiento desigual respecto a ellos en relación a los españoles.74

La doctrina jurisprudencial es, pues, inequívoca: todos aquellos dere-


chos que son imprescindibles para garantizar la dignidad humana han de
corresponder por igual a españoles y extranjeros, debiendo ser su orde-
nación normativa idéntica para unos y otros. En definitiva, en estos de-
rechos la “ dignidad básica” del ser humano exige la plena titularidad de
los mismos sin distingo alguno.

74 STC 107/1984, del 23 de noviembre, fund. jur. 3o. Esta doctrina será reiterada
en la STC 99/1985, del 30 de septiembre, fund. jur. 2o.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

Otra cuestión que se ha suscitado ante nuestro “ intérprete supremo de


la Constitución” es la relativa a la titularidad de derechos por parte de per-
sonas jurídicas.
Aunque, como bien advierte von Münch en relación con la República
Federal de Alemania, ni los órganos del Estado ni tampoco las personas
jurídicas de derecho privado pueden ser titulares del derecho fundamen-
tal de la dignidad de la persona humana, pues este derecho sólo tiene
vigencia para las personas en cuanto individuos a causa de su vincula-
ción a la existencia única e irrepetible del individuo,75 no es menos cier-
to que se podría admitir alguna extensión analógica del concepto de
“ dignidad” a las personas colectivas (morales o jurídicas), en la medida
en que, como recuerda Ruiz-Giménez,76 esas “ personas colectivas” inte-
gran a personas humanas individuales, persiguen fines humanos y logran
una suficiente cohesión interna, mediante la cooperación estable de to-
dos sus miembros. Y a partir de esta reflexión, cabría admitir la titulari-
dad de ciertos derechos por parte de aquellas personas colectivas.
Pues bien, como antes advertimos, el Tribunal Constitucional tuvo
oportunidad de pronunciarse sobre esta materia en su Sentencia 64/1988,
en la que razonará como sigue:77

Es indiscutible que, en línea de principio, los derechos fundamentales y


las libertades públicas son derechos individuales que tienen al individuo
por sujeto activo y al Estado por sujeto pasivo en la medida en que tien-
den a reconocer y proteger ámbitos de libertades o prestaciones que los
poderes públicos deben otorgar o facilitar a aquéllos. Se deduce así, sin
especial dificultad, del artículo 10 de la Constitución que, en su apartado
primero, vincula los derechos inviolables con la dignidad de la persona y
con el desarrollo de la personalidad y, en su apartado segundo, los conec-
ta con los llamados derechos humanos, objeto de la Declaración Universal
y diferentes Tratados y Acuerdos internacionales ratificados por España.
Es cierto, no obstante, que la plena efectividad de los derechos funda-
mentales exige reconocer que la titularidad de los mismos no corresponde
sólo a los individuos aisladamente considerados, sino también en cuanto
se encuentran insertos en grupos y organizaciones, cuya finalidad sea es-
pecíficamente la de defender determinados ámbitos de libertad o realizar

75 Münch, Ingo von, op. cit., nota 11, p. 17.


76 Ruiz-Giménez Cortés, Joaquín, op. cit., nota 31, p. 116.
77 STC 64/1988 del 12 de abril, fund. jur. 1o.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

los intereses y valores que forman el sustrato último del derecho funda-
mental.

El alto tribunal ha venido de esta forma a admitir la titularidad de


derechos de estas personas colectivas, con una argumentación que bien
puede considerarse, al unísono, que, de un lado, admite un cierto tras-
fondo de “ dignidad ontológica” de las personas colectivas, mientras
que, de otro, parece sustentarse en la idea de que el reconocimiento de
la titularidad de derechos a los grupos en que se insertan los individuos
supone una profundización en la efectividad de los derechos fundamen-
tales de los propios individuos y, por lo mismo, se vincula, en último
término, con la propia dignidad de todo ser humano. Este último argu-
mento creemos que subyace con cierta nitidez en la amplia concepción
con que el alto tribunal reconoció la legitimación activa para recurrir en
vía de amparo constitucional en relación a un derecho tan personalísimo
como es el derecho al honor. En efecto, en su Sentencia 214/1991, el
Tribunal razonaba de la siguiente forma:78

Tratándose de un derecho personalísimo, como es el honor, la legitima-


ción activa corresponderá, en principio, al titular de dicho derecho funda-
mental. Esta legitimación originaria no excluye, ni la existencia de otras
legitimaciones, ni que haya de considerarse también como legitimación
originaria la de un miembro de un grupo étnico o social determinado,
cuando la ofensa se dirigiera contra todo ese colectivo, de tal suerte que,
menospreciando a dicho grupo socialmente diferenciado, se tienda a pro-
vocar en el resto de la comunidad social sentimientos hostiles o, cuando
menos, contrarios a la dignidad, estima personal o respeto al que tienen
derecho todos los ciudadanos con independencia de su nacimiento, raza o
circunstancia personal o social.79

3. Derechos inherentes a la dignidad

La dignidad, como ya expusimos, es la fuente de todos los derechos;


de ahí que de ella haga dimanar el artículo 10.1 unos derechos inviola-

78 STC 214/1991, del 11 de noviembre, fund. jur. 3o.


79 En la misma Sentencia 214/1991, el Tribunal afirma en otro momento (funda-
mento jurídico 8o.) que “ el odio y el desprecio a todo un pueblo o a una etnia (a cual-
quier pueblo o a cualquier etnia) son incompatibles con el respeto a la dignidad humana,
que sólo se cumple si se atribuye por igual a todo hombre, a toda etnia, a todos los
pueblos” .

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

bles “ que le son inherentes” . Como ha dicho el Tribunal Constitucio-


nal,80 “ el valor jurídico fundamental de la dignidad de la persona” , in-
disolublemente relacionado con el derecho a la vida en su dimensión hu-
mana, es reconocido en el artículo 10.1 como germen o núcleo de unos
derechos que le son inherentes. La relevancia y significación superior de
uno y otro valor y de los derechos que los encarnan se manifiesta en su
colocación misma en el texto constitucional, ya que el artículo 10 es si-
tuado a la cabeza del título destinado a tratar de los derechos y deberes
fundamentales.
A partir de la precedente reflexión, se suscita la cuestión de cuáles
son los derechos inherentes a la dignidad del ser humano. Garrido Fa-
lla,81 a partir de un argumento tan formalista como el de la diferente
protección jurídica de los derechos que proporciona el artículo 53 de la
lex superior, responde a nuestro anterior interrogante afirmando que los
derechos inviolables que son inherentes a la persona son sólo los com-
prendidos en los artículos 15 a 29 de la Constitución (y en el 30 por lo
que se refiere al derecho de la objeción de conciencia). No podemos
desde ningún punto de vista suscribir esta interpretación, que carece de
toda sustancia material, mientras que, a nuestro juicio, este contenido
material, esto es, el núcleo axiológico de la norma suprema ha de im-
pregnar todos y cada uno de los preceptos constitucionales.
Como afirmara Maritain,82 el hecho crucial de nuestro tiempo es que
la razón humana ha tomado ahora conciencia, no sólo de los derechos
del hombre en cuanto persona humana y persona cívica, sino también de
sus derechos en cuanto persona social implicada en el proceso económi-
co y cultural, y, especialmente, de sus derechos como persona obrera.
En definitiva, añadiríamos nosotros, hoy existe una conciencia social
respecto a la ineludibilidad de contribuir al desarrollo integral de todo
ser humano. Y es evidente que ese desarrollo integral o, como dice el
artículo 10.1, el libre desarrollo de la personalidad, exige atender a to-
dos y cada uno de los derechos de que es titular el hombre en las distin-
tas dimensiones que su vida presenta. Por lo mismo, aun cuando poda-
mos establecer una serie de graduaciones, creemos que todos y cada uno

80 STC 53/1985, del 11 de abril, fund. jur. 3o.


81 Garrido Falla, Fernando, “ Comentario al artículo 10 de la Constitución” , en el
colectivo dirigido por él mismo, Comentarios a la Constitución, 2a. ed., Madrid, Civitas,
1985, pp. 185 y ss.; en concreto, p. 187.
82 Maritain, Jacques, op. cit., nota 23, p. 121.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

de los derechos que la Constitución enuncia en el título I son, en mayor


o menor grado, inherentes a la persona y a su dignidad radical. Por lo
mismo, a nuestro entender, también los derechos que acoge el capítulo
3o. del título I (bajo el no muy afortunado rótulo de “ principios rectores
de la política social y económica” ) han de vincularse con la dignidad
personal. ¿No exige la dignidad de toda persona ubicada generacional-
mente dentro de lo que se ha dado en llamar tercera edad de unas deter-
minadas prestaciones de los poderes públicos, a las que alude el artículo
50? La respuesta es tan obvia y la generalización de ejemplos que po-
drían aducirse tan patente, que nos exime de cualquier reflexión adicio-
nal.
Pero incluso desde una óptica más formal, la ubicación del artículo
10, en el frontispicio del título I, y como artículo aislado de los capítu-
los en que se sistematiza el título en cuestión, ofrece una apoyatura bas-
tante sólida en la que sustentar la proyección general de la dignidad ha-
cia todos los derechos del título, con independencia de cual sea la
eficacia jurídica de las normas en que aquéllos se recogen. En definitiva,
en mayor o menor medida, todos los derechos del título I dimanan de la
dignidad de la persona y, por lo mismo, son inherentes a ella. Y ello
debe tener su trascendencia jurídica, sin ir más lejos, por ejemplo, a
efectos hermenéuticos.
Un ejemplo jurisprudencial de una interpretación amplia de este valor
jurídico supremo que es la dignidad de la persona, lo encontramos en las
Sentencias 113/1989 y 158/1993, en las que el alto tribunal legitima la
existencia de ciertos límites que pesan sobre los derechos patrimoniales
en el respeto a la dignidad de la persona humana.
En la primera de esas Sentencias, el juez de la Constitución entiende
que los valores constitucionales que conceden legitimidad al límite que
la inembargabilidad impone al derecho del acreedor a que se cumpla la
sentencia firme que le reconoce el crédito se encuentran en el respeto a
la dignidad humana, configurado como el primero de los fundamentos
del orden político y de la paz social en el artículo 10.1, a cuyo fin resul-
ta razonable y congruente crear una esfera patrimonial intangible a la
acción ejecutiva de los acreedores que coadyuve a que el deudor pueda
mantener la posibilidad de una existencia digna.83

83 STC 113/1989, del 22 de junio, fund. jur. 3o.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

Insistiendo en similar dirección, en la Sentencia 158/1993,84 el alto


Tribunal considera que las normas de inembargabilidad de salarios y
pensiones —que, en muchas ocasiones, son la única fuente de ingresos
económicos de gran número de personas— constituyen límites legislati-
vos a la embargabilidad que tienen, en principio y con carácter general,
una justificación constitucional inequívoca en el respeto a la dignidad de
la persona humana, “ principio al cual repugna que la efectividad de los
derechos patrimoniales se lleve al extremo de sacrificar el mínimo eco-
nómico vital del deudor” . Este respeto a la dignidad de la persona justi-
fica, así, la creación legislativa de una esfera patrimonial inmune a la
acción ejecutiva de los acreedores.
Esta jurisprudencia debiera marcar un ejemplo a seguir. La dignidad
de la persona, como valor supremo del ordenamiento jurídico, exige una
mayor sensibilización hacia los llamados derechos sociales. Como ha di-
cho con evidente razón Frosini,85 el progreso de la civilización humana
se mide sobre todo en la ayuda dada por el más fuerte al más débil, en
la limitación de los poderes naturales de aquél como reconocimiento de
las exigencias morales de éste, en el aumento del sentido de una frater-
nidad humana sin la cual los derechos a la libertad se convierten en pri-
vilegios egoístas y el principio de igualdad jurídica, en una nivelación
basada en el sometimiento al poder del más fuerte. Es preciso, pues, que
esos derechos que Bidart Campos86 ha denominado “ imposibles” , esto
es, aquellos que un hombre no alcanza a ejercer y gozar, encuentren un
remedio efectivo. Así lo exige la dignidad radical de todo ser humano.
Y por lo demás, aunque del tenor del inciso final del artículo 53.3 de
la Constitución resulta claro que los mal denominados “ principios recto-
res de la política social y económica no constituyen derecho inmediata-
mente aplicable” , no es menos evidente que de ello no debe inferirse
que los principios del capítulo 3o. no generen ningún tipo de obligacio-
nes para los poderes públicos. El inciso primero del propio precepto cer-
tifica lo contrario (“ El reconocimiento, el respeto y la protección de los
principios reconocidos en el capítulo 3o. informarán la legislación posi-

84 STC 158/1993, del 6 de mayo, fund. jur. 3o.


85 Frosini, Vittorio, “ Los derechos humanos en la sociedad tecnológica” , Anuario
de Derechos Humanos, Madrid, Universidad Complutense, núm. 2, 1983, pp. 101 y ss.;
en concreto, p. 107.
86 Bidart Campos, Germán J., Tratado elemental de derecho constitucional argen-
tino, t. I: El derecho constitucional de la libertad, Buenos Aires, Ediar, 1986, p. 210.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

tiva, la práctica judicial y la actuación de los poderes públicos” ). Y en


la interpretación de estos derechos, de estos principios, que, llegado el
caso, deban realizar los órganos jurisdiccionales, se habrá de tener muy
presente que también sobre ellos se ha de proyectar el valor jurídico su-
premo de la dignidad, que exige, como ya vimos, de un minimum invul-
nerable que todo estatuto jurídico debe asegurar.
En otro orden de consideraciones, un análisis de la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional pone de relieve una constante vinculación de un
grupo más o menos amplio de derechos a la dignidad de la persona, sin
que, a nuestro entender, de ello deba inferirse que sólo esos y tan sólo esos
derechos han de considerarse inherentes a la dignidad del ser humano.
En su Sentencia 53/1985, el alto Tribunal entendía que la dignidad de
la persona se halla íntimamente vinculada con el libre desarrollo de la
personalidad (artículo 10) y los derechos a la integridad física y moral
(artículo 15), a la libertad de ideas y creencias (artículo 16), al honor, a
la intimidad personal y familiar y a la propia imagen (artículo 18.1).87
Especialmente insistente ha sido la consideración jurisprudencial de
que el derecho al honor y los derechos a la imagen y a la intimidad per-
sonal y familiar reconocidos en el artículo 18.1 aparecen como derechos
fundamentales estrictamente vinculados a la propia personalidad y deri-
vados sin duda de la dignidad de la persona.88 “ La intimidad personal y
familiar —razona en otro momento el juez de la Constitución—89 es un
bien que tiene la condición de derecho fundamental y sin el cual no es
realizable, ni concebible siquiera, la existencia en dignidad que a todos
quiere asegurar la norma fundamental” . Estos derechos a la imagen y a
la intimidad personal y familiar, en cuanto derivados sin duda de la dig-
nidad de la persona, “ implican la existencia de un ámbito propio y re-
servado frente a la acción y conocimiento de los demás, necesario —se-
gún las pautas de nuestra cultura— para mantener una calidad mínima
de la vida humana. Se muestran así esos derechos como personalísimos
y ligados a la misma existencia del individuo” .90 Ahora bien, si el atri-

87 STC 53/1985, del 11 de abril, fund. jur. 8o.


88 Entre otras muchas, SSTC 231/1988, del 2 de diciembre, fund. jur. 3o.; 197/1991,
del 17 de octubre, fund. jur. 3o., y 214/1991, del 11 de noviembre, fund, jur. 1o.
89 STC 20/1992, del 14 de febrero, fund. jur. 3o.
90 STC 231/1988, del 2 de diciembre, fund. jur. 3o.
Desarrollando su doctrina, entiende el Tribunal (STC 20/1992, del 14 de febrero,
fund. jur. 3o.) que aunque no todo alegato en defensa de lo que se diga vida privada será
merecedor de tal aprecio y protección, sí es preciso reiterar que la preservación de ese

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

buto más importante de la intimidad, como núcleo central de la per-


sonalidad, es la facultad de exclusión de los demás, de abstención de
injerencias por parte de otro, tanto en lo que se refiere a la toma de co-
nocimientos intrusiva, como a la divulgación ilegítima de esos datos,
entiende el Tribunal91 que:
...la conexión de la intimidad con la libertad y dignidad de la persona im-
plica que la esfera de inviolabilidad de la persona frente a injerencias ex-
ternas, el ámbito personal y familiar, sólo en ocasiones tenga proyección
hacia el exterior, por lo que no comprende en principio los hechos referi-
dos a las relaciones sociales y profesionales en que se desarrolla la activi-
dad laboral.

Por el contrario, alguno de los derechos acogidos por la sección pri-


mera del capítulo 2o. del título I no ha sido considerado imprescindible
para la garantía de la dignidad humana. Tal es el caso de la libertad de
circulación a través de las fronteras del Estado y el concomitante dere-
cho a residir dentro de ellas, derechos que, al no ser imprescindibles
para la garantía de la dignidad humana, no pertenecen a todas las perso-
nas en cuanto tales al margen de su condición de ciudadanos.92
Y en la otra cara de la moneda hemos de situar la reflexión jurispru-
dencial que amplía el marco jurídico del artículo 39.1, norma de apertu-
ra del capítulo 3o. del título I, a cuyo tenor, “ los poderes públicos ase-
guran la protección social, económica y jurídica de la familia” . Pues
bien, según el alto tribunal,93 en correspondencia con el pluralismo de
opiciones personales existente en la sociedad española y con la preemi-
nencia que posee el libre desarrollo de la personalidad —que, como ya
apuntamos en un momento anterior, da un carácter concreto, individua-
lizado, al conjunto de derechos que dimanan de la dignidad del ser hu-

“ reducto de inmunidad” , sólo puede ceder, cuando del derecho a la información se trata,
si lo difundido afecta, por su objeto y por su valor, al ámbito de lo público, no coinci-
dente, claro es, con aquello que pueda suscitar o despertar, meramente, la curiosidad
ajena. Y en otro momento (STC 197/1991, del 17 de octubre, fund. jur. 3o.) cree el
Tribunal que desde la perspectiva de la dignidad de la persona, no cabe duda que la
filiación, y muy en particular la identificación del origen de un adoptado, ha de enten-
derse que forma parte de ese ámbito propio y reservado de lo íntimo.
91 STC 142/1993, del 22 de abril, fund. jur. 7o.
92 STC 94/1993, del 22 de marzo, fund. jur. 3o.
93 STC 47/1993, del 8 de febrero, fund. jur. 3o.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

mano—, la Constitución no sólo protege a la familia que se constituye


mediante el matrimonio, sino también a la familia como realidad social,
entendida por tal la que se constituye voluntariamente mediante la unión
de hecho, efectiva y estable, de una pareja.
Creemos que la jurisprudencia comentada pone de relieve, por lo me-
nos de modo incipiente, que, con mayores o menores matices o inflexio-
nes, la dignidad del ser humano se manifiesta, se proyecta, de una u otra
forma, con distintos niveles de intensidad, en todos y cada uno de los
derechos que el título I de la Constitución enuncia, bien se presenten
bajo el rótulo de auténticos derechos, bien bajo el de principios rectores.
Este es, creemos, el camino a seguir, que debe tener como norte, a nues-
tro entender, la sensibilidad ante el hecho indiscutible de que las viola-
ciones más brutales de la dignidad esencial, radical, de todos los seres
humanos, cada vez se presentan de forma más ostentosa y clamorosa en
los llamados derechos sociales o socio-económicos, cuya conculcación
sistemática, más por los particulares que por los poderes públicos, revela
altísimos niveles de insolidaridad social ante los que los poderes públi-
cos no pueden permanecer impasibles, siquiera sea por el inequívoco y
fundamental mandato constitucional del artículo 9.2 de nuestra norma
suprema.

4. La dignidad de la persona como freno frente


al ejercicio abusivo de los derechos

La elevación de la dignidad de la persona y de los derechos que le


son inherentes a la categoría de fundamento del orden político y de la
paz social no significa, como ya tuvimos oportunidad de señalar, que to-
dos los derechos, ni siquiera los fundamentales, sean in toto condiciones
imprescindibles para la efectiva incolumidad de la dignidad personal, de
modo que de cualquier restricción que a su ejercicio se imponga deven-
ga un estado de indignidad. En definitiva, no hay derechos ilimitados y
menos aún pueden ejercerse los derechos abusivamente. Y en este orden
de consideraciones, la dignidad ha venido a operar como un límite fren-
te al ejercicio abusivo de los derechos. Así se ha decantado en diferentes
supuestos en la jurisprudencia constitucional.
Ya en una de sus primeras Sentencias, el Tribunal consideraba94 que
ni la libertad de pensamiento ni el derecho de reunión y manifestación
94 STC 2/1982, del 29 de enero, fund. jur. 5o.

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LA DIGNIDAD DE LA PERSONA COMO VALOR SUPREMO

comprenden la posibilidad de ejercer sobre terceros una violencia moral


de alcance intimidatorio, porque ello es contrario a bienes constitucio-
nalmente protegidos como la dignidad de la persona y su derecho a la
integridad moral, que han de respetar no sólo los poderes públicos, sino
también los ciudadanos.
Han sido, sin embargo, las libertades informativas las que en mayor
medida se han visto delimitadas en su ejercicio abusivo por el valor ju-
rídico supremo del ordenamiento, por la dignidad de la persona. La doc-
trina del Tribunal puede ser compendiada del siguiente modo:
a) Rechazo de la emisión de apelativos formalmente injuriosos en
cualquier contexto, en cuanto que no sólo son innecesarios para la labor
informativa o de formación de la opinión, sino que, además y principal-
mente, suponen un daño injustificado a la dignidad de las personas o al
prestigio de las instituciones, habiendo de tenerse en cuenta asimismo
que la Constitución no reconoce un pretendido derecho al insulto, que
sería por lo demás incompatible con la dignidad de la persona.95
b) Rechazo de la emisión de imágenes que conviertan en instrumento
de diversión y entretenimiento algo tan personal como los padecimien-
tos y la misma muerte de un individuo, al entender que ello se encuentra
en clara contradicción con el principio de la dignidad de la persona.96
c) Rechazo a la tesis de que la libertad ideológica del artículo 16 de
la Constitución, o la libertad de expresión del artículo 20.1, comprenden
el derecho a efectuar manifestaciones, expresiones o campañas de carác-
ter racista o xenófobo, puesto que ello es contrario no sólo al derecho al
honor de la persona o personas directamente afectadas, sino a otros bie-
nes constitucionales como el de la dignidad humana, que han de respetar
tanto los poderes públicos, como los propios ciudadanos. La dignidad
como rango o categoría de la persona como tal, del que deriva y en el
que se proyecta el derecho al honor, no admite discriminación alguna
por razón de nacimiento, raza o sexo, opiniones o creencias.97
En resumen, y ya para finalizar, es evidente que los derechos funda-
mentales vinculan también a los particulares, y no sólo a los poderes pú-
blicos, y es claro asimismo que si el respeto a la ley es uno de los fun-
damentos del orden político y de la paz social, nunca podrá ejercerse un
derecho con violación del derecho de otra persona, y menos aún, con-
95 STC 105/1990, del 6 de junio, fund. jur. 8o.
96 STC 231/1988, del 2 de diciembre, fund. jur. 8o.
97 STC 214/1991, del 11 de noviembre, fund. jur. 8o.

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ESTUDIOS JURÍDICO-CONSTITUCIONALES

culcando la dignidad esencial de otro ser humano, con lo que cualquier


violación de la dignidad personal producida a raíz del ejercicio de un
derecho convierte dicho ejercicio en abusivo, privando a quien así actúa
de toda cobertura constitucional o legal.
La dignidad se convierte de esta forma en un límite insalvable frente
al ejercicio abusivo de derechos, muy especialmente por parte de otros
ciudadanos

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Jurisprudência

PRIMEIRA SENTENÇA DO TRIBUNAL CONSTITUCIONAL

Número de referência: 53/1985 ( SENTENCIA )


Referência número: 53/1985
Tipo: SENTENCIA
Fecha de Aprobación: 11/4/1985
Publicación BOE: 19850518 [«BOE» núm. 119]
Sala: Pleno: Excmos. Sres. García-Pelayo, Arozamena, Latorre, Díez de Velasco, Rubio, Begué, Díez-
Picazo, Tomás, Gómez-Ferrer, Escudero, Truyol y Pera.
Ponente: doña Gloria Begué Cantón y don Rafael Gómez-Ferrer Morant
Número registro: 800/1983
Recurso tipo: Recurso previo de inconstitucionalidad.

TEXTO DEL DICTAMEN


Extracto:
1. El derecho a la vida, reconocido y garantizado en su doble significación física y moral por el art. 15 de
la C.E. es la proyección de un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional -la vida humana- y
constituye el derecho fundamental esencial y troncal en cuanto es el supuesto ontológico sin el que los
restantes derechos no tendrían existencia posible.
2. Indisolublemente relacionado con el derecho a la vida en su dimensión humana se encuentra el valor
jurídico fundamental de la dignidad de la persona, reconocido en el art. 10 como germen o núcleo de unos
derechos «que le son inherentes».
3. Los derechos fundamentales no incluyen solamente derechos subjetivos de defensa de los individuos
frente al Estado y garantías institucionales, sino también deberes positivos por parte de éste (véanse al
respecto arts. 9.2, 17.4, 18.1 y 4;20.3 y 27 de la Constitución).
4. Los derechos fundamentales son los componentes estructurales básicos, tanto del conjunto del orden
jurídico objetivo como de cada una de las ramas que lo
integran, en razón de que son la expresión jurídica de un sistema de valores que, por decisión del
constituyente, ha de informar el conjunto de la organización jurídica y política; son, como dice el art. 10
de la C.E., el «fundamento del orden jurídico y de la paz social».
5. De la obligación del sometimiento de todos los poderes a la Constitución no solamente se deduce la
obligación negativa del Estado de no lesionar la esfera individual o institucional protegida por los
derechos fundamentales, sino también la obligación positiva de contribuir a la efectividad de tales
derechos, y de los valores que representan, aun cuando no exista una pretensión subjetiva por parte del
ciudadano. Ello obliga especialmente al legislador, quien recibe de los derechos fundamentales «los
impulsos y líneas directivas», obligación que adquiere especial relevancia allí donde un derecho o valor
fundamental quedaría vacío de no establecerse los supuestos para su defensa.
6. La vida es un concepto indeterminado. Desde el punto de vista de la cuestión planteada se precisa:
a) Que la vida humana es un devenir, un proceso que comienza con la gestación, en el curso de la cual
una realidad biológica va tomando corpórea y sensitivamente configuración humana.
b) Que la gestación ha generado un «tertium» existencialmente distinto de la madre.
c) Que, dentro de los cambios cualitativos en el desarrollo del proceso vital, tiene particular relevancia el
nacimiento. Y previamente al nacimiento tiene especial trascendencia el momento a partir del cual al
«nasciturus» es ya susceptible de vida independiente de la madre.
7. Los argumentos aducidos no pueden estimarse para fundamentar la tesis de que al «nasciturus»
corresponda también la titularidad del derecho a la vida, pero en todo caso, y ello es lo decisivo para la
cuestión objeto del presente recurso, la vida del «nasciturus» es un bien jurídico constitucionalmente
protegido por el art. 15 de nuestra Norma fundamental.
8. La protección que la Constitución dispensa al «nasciturus» implica para el Estado dos obligaciones: La
de abstenerse de interrumpir o de obstaculizar el proceso natural de gestación, y la de establecer un
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sistema legal para la defensa de la vida que suponga una protección efectiva de la misma y que, dado el
carácter fundamental de la vida, incluya también, como última garantía, las normas penales. Ello no
significa que dicha protección haya de revestir carácter absoluto; pues, como sucede en relación con todos
los bienes y derechos constitucionalmente reconocidos, en determinados supuestos puede y aun debe estar
sujeta a limitaciones.
9. La dignidad de la persona se halla íntimamente vinculada con el libre desarrollo de la personalidad (art.
10) y los derechos a la integridad física y moral (art. 15), a la libertad de ideas y creencias (art. 16), al
honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen (art. 18.1). Es un valor espiritual y moral
inherente a la persona, que se manifiesta singularmente en la autodeterminación consciente y responsable
de la propia vida y que lleva consigo la pretensión al respeto por parte de los demás. Cuando el intérprete
constitucional trata de concretar este principio no puede ignorar el hecho obvio de la especificidad de la
condición femenina y la concreción de los mencionados derechos en el ámbito de la maternidad.
10. Las causas de exención de la responsabilidad establecidas en el art. 8 del Código Penal también
pueden regir -en principio y con los límites que les son inherentes- respecto del delito de aborto (arts. 411
y ss. del Código Penal).
11. La respuesta a la cuestión de si le está constitucionalmente permitido al legislador utilizar una técnica
mediante la cual excluya la punibilidad en forma específica para ciertos delitos ha de ser afirmativa. El
legislador puede tomar en consideración situaciones características de conflicto que afectan de una
manera específica a un ámbito determinado de prohibiciones penales. Tal es el caso de los supuestos en
los cuales la vida del «nasciturus» como bien constitucionalmente protegido, entra en colisión con
derechos relativos a valores constitucionales de muy relevante significación, como la vida y la dignidad
de la mujer.
12. Se trata de graves conflictos de características singulares, que no pueden contemplarse tan sólo desde
la perspectiva de los derechos de la mujer o desde la protección de la vida del «nasciturus». Ni ésta puede
prevalecer incondicionalmente frente a aquellos, ni los derechos de la mujer pueden tener primacía
absoluta sobre la vida del «nasciturus».
13. El intérprete constitucional se ve obligado a ponderar los bienes y derechos en función del supuesto
planteado, tratando de armonizarlos si ello es posible o, en caso contrario, precisando las condiciones y
requisitos en que podría admitirse la prevalencia de uno de ellos.
14. El legislador, que ha de tener siempre presente la razonable exigibilidad de una conducta y la
proporcionalidad de la pena en caso de incumplimiento, puede también renunciar a la sanción penal de
una conducta que objetivamente pudiera representar una carga insoportable, sin perjuicio de que, en su
caso, siga subsistiendo el deber de protección del Estado respecto del bien jurídico en otros ámbitos.
15. El término «necesario» -que se utiliza en el núm. 1 del art. 417 bis del Código Penal en la redacción
del Proyecto- sólo puede interpretarse en el sentido de que se produce una colisión entre la vida del
«nasciturus» y la vida o salud de la embarazada que no puede solucionarse de ninguna otra forma. En
relación con el supuesto de grave peligro para la salud, el término «grave» expresa con claridad la idea de
que ha de tratarse de un peligro de disminución importante de la salud y con permanencia en el tiempo. El
término salud se refiere a la salud física o psíquica.
16. En cuanto al núm. 3 del artículo, el término «probable», expresa la idea de razonable presunción de
verdad, y responde a la presumible prudencia de los dictámenes médicos. El término «grave» expresa, de
un lado, la importancia y profundidad de la tara y, de otro, su permanencia en el tiempo.
17. En cuanto a la indicación de «grave peligro» para la vida de la embarazada, si la vida del «nasciturus»
se protegiera incondicionalmente, se protegería más a la vida del no nacido que a la vida del nacido, y se
penalizaría a la mujer por defender su derecho a la vida; por consiguiente, resulta constitucional la
prevalencia de la vida de la madre.
18. En cuanto al supuesto de «grave peligro» para la salud de la embarazada, la prevalencia de la salud de
la madre tampoco resulta inconstitucional, teniendo en cuenta que la exigencia del sacrificio importante y
duradero de su salud bajo la conminación de una sanción penal puede estimarse inadecuada.
19. En cuanto a la indicación de que el embarazo sea consecuencia de un delito de violación y siempre
que el aborto se practique dentro de las doce primeras semanas, basta considerar que la gestación ha
tenido su origen en la comisión de un acto no sólo contrario a la voluntad de la mujer, sino realizado
venciendo su resistencia por la violencia, lesionando en grado máximo su dignidad personal y el libre
desarrollo de su personalidad, y vulnerando gravemente el derecho de la mujer a su integridad física y

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moral, al honor, a la propia imagen y a la intimidad personal. Obligarla a soportar las consecuencias de un
acto de tal naturaleza es manifiestamente inexigible, por lo que la mencionada indicación no puede
estimarse contraria a la Constitución.
20. El núm. 3 del artículo contiene la indicación relativa a la probable existencia de graves taras físicas o
psíquicas en el feto. El fundamento de este supuesto se encuentra en la consideración de que el recurso a
la sanción penal entrañaría la imposición de una conducta que excede de la que normalmente es exigible a
la madre y a la familia. La afirmación anterior tiene en cuenta la situación excepcional en que se
encuentran los padres, y especialmente la madre, agravada en muchos casos por la insuficiencia de
prestaciones estatales y sociales. Sobre esta base, este supuesto no es inconstitucional. En relación con él
y desde la perspectiva constitucional ha de ponerse de manifiesto la conexión que existe entre el
desarrollo del art. 49 de la Constitución -incluido en el capítulo III, «De los principios rectores de la
política social y económica», del Título I, «De los derechos y deberes fundamentales»- y la protección de
la vida del «nasciturus» comprendida en el art. 15 de la Constitución.
21. Una vez establecida la constitucionalidad de tales supuestos, es necesario examinar si la regulación
contenida en el art. 417 bis del Código Penal, en la redacción dada por el Proyecto, garantiza
suficientemente el resultado de la ponderación de los bienes y derechos en conflicto realizada por el
legislador, de forma tal que la desprotección del «nasciturus» no se produzca fuera de las situaciones
previstas ni se desprotejan los derechos a la vida y a la integridad física de la mujer, evitando que el
sacrificio del «nasciturus», en su caso, comporte innecesariamente el de otros derechos
constitucionalmente protegidos. Y ello porque el Estado tiene la obligación de garantizar la vida, incluida
la del «nasciturus», mediante un sistema legal que suponga una protección efectiva de la misma, lo que
exige, en la medida de lo posible, que se establezcan las garantías necesarias para que la eficacia de dicho
sistema no disminuya más allá de lo que exige la finalidad del nuevo precepto.
22. Por lo que se refiere al aborto terapéutico, este Tribunal estima que la requerida intervención de un
Médico para practicar la interrupción del embarazo, sin que se prevea dictamen médico alguno, resulta
insuficiente. La protección del «nasciturus» exige que, de forma análoga a lo previsto en el caso del
aborto eugenésico, la comprobación de la existencia del supuesto de hecho se realice con carácter general
por un Médico de la especialidad correspondiente.
23. En el caso del aborto terapéutico y eugenésico, la comprobación del supuesto de hecho ha de
producirse necesariamente con anterioridad a la realización del aborto y, dado que de llevarse a cabo se
ocasionaría un resultado irreversible, el Estado no puede desinteresarse ni de dicha comprobación ni de la
realización del aborto.
24. El legislador debería prever que la comprobación del supuesto de hecho en los casos de aborto
terapéutico y eugenésico, así como la realización del aborto, se lleve a cabo en centros sanitarios públicos
o privados, autorizados al efecto, o adoptar cualquier otra solución que estime oportuna dentro del marco
constitucional
25. Las exigencias constitucionales no quedarían incumplidas si el legislador decidiera excluir a la
embarazada de entre los sujetos penalmente responsables en caso de incumplimiento de los requisitos
mencionados en el párrafo anterior.
26. En el caso del aborto ético, la denuncia previa es suficiente para dar por cumplida la exigencia
constitucional respecto a la comprobación del supuesto del hecho (delito de violación del artículo 429 del
Código Penal).
27. El legislador puede adoptar cualquier solución dentro del marco constitucional, pues no es misión de
este Tribunal sustituir la acción del legislador, pero sí lo es, de acuerdo con el art. 79.4 b) de la LOTC,
indicar las modificaciones que a su juicio -y sin excluir otras posibles- permitieran la prosecución de la
tramitación del Proyecto por el órgano competente.
28. El Tribunal entiende que la solución del legislador relativa al consentimiento en los supuestos
previstos en los núms. 1 y 3 del art. 417 bis del Código Penal, en la redacción dada por el Proyecto, no es
inconstitucional, dado que la peculiar relación entre la embarazada y el «nasciturus» hace que la decisión
afecte primordialmente a aquélla.

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Preámbulo:

El Pleno del Tribunal Constitucional, compuesto por don Manuel García-Pelayo y Alonso, Presidente,
don Jerónimo Arozamena Sierra, don Angel Latorre Segura, don Manuel Díez de Velasco Vallejo, don
Francisco Rubio Llorente, doña Gloria Begué Cantón, don Luis Díez-Picazo y Ponce de León, don
Francisco Tomás y Valiente, don Rafael Gómez-Ferrer Morant, don Angel Escudero del Corral, don
Antonio Truyol Serra y don Francisco Pera Verdaguer, Magistrados, ha pronunciado EN NOMBRE DEL
REY la siguiente SENTENCIA

En el recurso previo de inconstitucionalidad núm. 800/1983, interpuesto por don José María Ruiz
Gallardón, comisionado por 54 Diputados de las Cortes Generales, contra el texto definitivo del Proyecto
de Ley Orgánica de reforma del art. 417 bis del Código Penal. Ha comparecido el Abogado del Estado, en
representación del Gobierno de la Nación, y han sido Ponentes para este acto los Magistrados doña Gloria
Begué Cantón y don Rafael Gómez-Ferrer Morant. quienes expresan el parecer del Tribunal.

I. Antecedentes

1. Con fecha 2 de diciembre de 1983, don José María Ruiz Gallardón, Abogado, comisionado a los fines
de interposición del presente recurso por 54 Diputados que se indican en el escrito, interpone ante este
Tribunal Constitucional recurso previo de inconstitucionalidad contra el «Proyecto de Ley Orgánica de
Reforma del art. 417 bis del Código Penal», según el texto definitivo aprobado por el Senado en la sesión
plenaria celebrada el día 30 de noviembre de 1983, por infracción de los arts. 1.1, 9.3, 10.2, 15, 39.2 y 4,
49 y 53.1 y 3 de la Constitución. Los recurrentes solicitan se declare la inconstitucionalidad del referido
proyecto en su totalidad y, con carácter subsidiario, la inconstitucionalidad parcial de las circunstancias b)
y c) del artículo en cuestión y, en todo caso, se dicte una sentencia interpretativa y aclaratoria de las
ambigüedades constitucionales denunciadas.

El recurso se basa en los siguientes motivos:

A) El primer motivo se centra en la interpretación del art. 15 de la Constitución, el cual declara que
«todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral».

El Proyecto impugnado -declaran los recurrentes- viene a eliminar normas penales que sirven de
protección al derecho a la vida, lo que plantea el problema de si son o no necesarias normas penales para
proteger dicho derecho. Es ésta una cuestión que entienden debe resolverse afirmativamente: el respeto a
la vida humana precisa de normas penales, debiendo tipificarse las conductas que atenten contra ella.

A juicio de los recurrentes, el reconocimiento del derecho de «todos» a la vida se extiende también a los
concebidos y no nacidos, conclusión a la que llegan a través de una interpretación literal y sistemática del
mencionado precepto.

En tal sentido, invocan la Sentencia del Tribunal Constitucional alemán de 25 de febrero de 1975, la cual,
en su opinión, dejó bien claro que, según los conocimientos biológicos y fisiológicos actuales, existe vida
humana, en el sentido de existencia histórica de un individuo humano, desde los catorce días después de
la concepción; por ello, la protección no puede limitarse al hombre ya nacido, ni al nasciturus susceptible
de vida independiente. El derecho a la vida está garantizado a todo el que vive; entre las diferentes etapas
de la vida previa al nacimiento, y entre nacidos y no nacidos, no puede establecerse diferencia alguna en
este contexto. «Todos» significa «toda vida», o bien «todo individuo humano que posea vida»; por
consiguiente, comprende también al ser humano que todavía no ha nacido.

Por otra parte, a juicio de los recurrentes, el hecho de que el término «todos» aparezca como sujeto de
otros derechos en la Constitución que sólo son predicables de la persona ya nacida, no puede aducirse
para negar por ello que dicho término en el contexto del art. 15 deba entenderse en idéntico sentido. Que
el concebido no tenga los derechos que se proclaman en otros preceptos, pensados para el nacido, no
implica que no tenga derecho a vivir, y, por supuesto, si se le priva de la vida nunca podrá tener tales
derechos; pero, además, el argumento no resulta válido si se considera que tampoco todos, absolutamente
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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todos los nacidos, tienen la totalidad de los derechos mencionados. En definitiva, concluyen que de la
interpretación sistemática del art. 15 de la Constitución en relación con otros preceptos de la misma, «se
deduce un espíritu que pone en la dignidad humana el acento fundamental, y viola dicho espíritu el
considerar que todo el sistema de protección y reconocimiento al articulado no alcanza al ser vivo aún no
nacido».

Una vez analizado el art. 15 de la Constitución, partiendo «del sentido propio de las palabras» y de una
interpretación sistemática, pasan los recurrentes a considerar los antecedentes históricos, de los que, en su
opinión, se desprende que la protección a la vida abarca desde el momento mismo de la concepción.
Sostienen, en efecto, que la tradición legislativa española, con la única excepción de la Ley Catalana de
Aborto en la Segunda República, ha estimado que todos tienen derecho a la vida desde el momento de la
concepción, penalizándose el aborto en todos los Códigos Penales. Y ello -añaden- se manifiesta
especialmente en el campo del Derecho Civil, en el que la tradición jurídica ha articulado un sistema de
protección al nasciturus.

A continuación examinan los recurrentes el proceso de elaboración del art. 15 en el Parlamento. A su


entender, de las enmiendas presentadas en su día, del informe de la Ponencia y de la discusión
parlamentaria se deduce claramente lo siguiente: 1. Que la finalidad perseguida por la enmienda
consistente en sustituir el término «personas» por el de «todos» era evitar la interpretación de que, con el
primero, se pudiera considerar por el legislador que sólo son personas quienes reúnan los requisitos del
art. 30 del Código Civil y, en consecuencia, entender que los no nacidos no son personas, por lo que el
aborto voluntario no quedaría impedido por la Constitución. 2. Que el objetivo específico que proponía la
enmienda solicitando la introducción del término «todos» era que con él se entendieran incluidos los no
nacidos, quedando así protegidos por el derecho fundamental a la vida y quedando vedada al legislador
ordinario la posibilidad de despenalizar el aborto voluntario. 3. Que los Grupos Parlamentarios que
apoyaron la enmienda y votaron a su favor lo hicieron conscientes de la finalidad y objetivo que se
pretendía, y ratificaron que el apoyo por ellos prestado a la misma se debía a que entendían que con la
redacción propuesta quedaba más claro que el derecho a la vida se refería también a los no nacidos. 4.
Que la enmienda fue sometida a votación y aprobada por mayoría, lo que supone que el significado
incorporado al precepto fue el pretendido por el enmendante, sin que el hecho de que no hubiera existido
consenso en todas las fuerzas políticas reste valor alguno a aquel significado.

Finalmente, los recurrentes apelan, para la interpretación del art. 15 en cuestión, a la realidad social del
momento en que ha de ser aplicado dicho precepto, realidad que, a su parecer, resulta de una serie de
documentos que aportan o dicen aportarán en un momento ulterior al recurso.

B) El segundo motivo del recurso se apoya en la presunta vulneración del art. 1 de la Constitución.
Después de examinar los variados aspectos que según la doctrina integran el concepto de Estado Social,
consagrado en el mencionado articulo, manifiestan los recurrentes que tal Estado no se compagina con
actuaciones negadoras y supresoras de la vida de los no nacidos, pues, frente a la preocupación que
demuestra por la defensa de los demás derechos fundamentales, niega la protección al más primario y
fundamental de todos, que es el derecho a la vida de los todavía no nacidos.

C) Como tercer motivo de inconstitucionalidad, alegan los recurrentes la violación del art. 10.2 de la
Constitución, el cual, en relación con el 96.1, prescribe que las normas relativas a los derechos
fundamentales han de interpretarse de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y
los acuerdos y tratados internacionales sobre esas materias ratificados por España. A tal respecto citan, en
primer lugar, el artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 10 de diciembre de
1948, el art. 2 del Convenio Europeo para la protección de los Derechos Humanos Libertades
Fundamentales de 4 de noviembre de 1950, y el art. 6.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos de 19 de diciembre de 1966.

Manifiestan los recurrentes que estos tres textos reconocen el derecho de «todos» a la vida en términos
muy similares al texto constitucional español, pero que, si se tiene en cuenta que cuando se aprobaron los
dos primeros el aborto no se hallaba legalizado «en ninguno de los bloques políticos», puede suponerse

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que el derecho a la vida se entendió aplicable al ser humano desde el momento de la concepción. Bien es
cierto -reconocen- que ha habido Tribunales constitucionales europeos que han interpretado el art. 2 del
Convenio Europeo en sentido negativo a la protección de la vida del nasciturus, como el Tribunal
Constitucional austríaco en su Sentencia de 11 de octubre de 1974. Pero en sentido contrario puede citarse
la Sentencia del Tribunal Constitucional Federal Alemán de 25 de febrero de 1975, en el cual se admite
que el derecho a la vida proclamado en el art. 2 de la Ley Fundamental de Bonn se extiende a la vida del
embrión, en tanto que «interés jurídico independiente», añadiéndose que, según los conocimientos
biológicos y fisiológicos establecidos, la vida humana existe al menos desde el decimocuarto día siguiente
a la concepción, y que el desarrollo que se opera después es continuo, sin que se pueda establecer ni
división precisa, ni distinción exacta. Por lo que se refiere al Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos de 1966, estiman los recurrentes que permite llegar por otras vías a la conclusión de que el feto
debe ser considerado como bien jurídico protegible, como se infiere de su artículo 6.5 en el que, a
propósito de la pena de muerte, se prohíbe su ejecución sobre la mujer embarazada.

Citan además los recurrentes el Acta Final de Helsinki de 1 de agosto de 1975, que prescribe el respeto de
los derechos humanos y las libertades fundamentales «de todos»; la Carta de San José de Costa Rica
(aunque no ha sido ratificada por España), en cuyo artículo 4 se declara que el derecho a la vida existe a
partir de la concepción; y la Declaración Internacional de Derechos del Niño de 20 de noviembre de
1959, en cuyo preámbulo se reconoce la protección jurídica del niño antes y después de su nacimiento.

De todo ello concluyen que hay que interpretar el derecho a la vida reconocido en la Constitución
Española como abarcando a los concebidos y no nacidos, con lo que el Proyecto impugnado vulneraría el
art. 10.2 de la Constitución.

D) El cuarto motivo del recurso se basa en que, a juicio de los recurrentes, el Proyecto impugnado viola el
art. 39 de la Constitución en sus apartados 2 y 4. El apartado 2, que impone a los poderes públicos el
deber de asegurar «la protección integral de los hijos iguales ante la Ley, con independencia de su
filiación», quedaría vulnerado al impedirse en el Proyecto la intervención del padre para otorgar el
consentimiento del aborto. Y ello por tres razones: Porque la falta del consentimiento del padre impide al
hijo no nacido ser integralmente protegido, frente a la protección paterna acordada por el Código Civil a
los ya nacidos; porque ello supone la creación de una desigualdad entre hijos nacidos y no nacidos; y
porque la ausencia de exigencia de consentimiento rompe inconstitucionalmente todo el sistema de
derecho civil basado en la igualdad de los cónyuges. También consideran los recurrentes vulnerado por el
Proyecto el número 4 del art. 39, en cuanto dispone que «los niños gozarán de la protección prevista en
los acuerdos internacionales que velan por sus derechos». No se trata -precisan- de que tales Acuerdos
sirvan para interpretar las normas reguladoras de los derechos fundamentales, como el art. 10.2 de la
Constitución prescribe, sino de que la protección en ellos articulada sobre los derechos del niño sea
establecida y articulada en el ordenamiento español.

E) Los recurrentes señalan como quinto motivo de inconstitucionalidad la vulneración del art. 53 de la
Constitución.

Por ser -dicen- el derecho de «todos» a la vida, que abarca también a los no nacidos, un derecho
fundamental, su régimen de protección y garantías se desenvuelve en tres sentidos:

a) En primer lugar, el derecho a la vida vincula a todos los poderes públicos, vinculación que se traduce
en una obligación para éstos de proteger la vida misma y que no puede ser enervada por la voluntad de la
madre, del mismo modo que el derecho no puede quedar al arbitrio del legislador ordinario.

b) Una segunda modalidad de garantía del derecho fundamental a la vida lo constituye la reserva expresa
de Ley Orgánica. En virtud de dicha reserva el derecho fundamental a la vida sólo puede regularse por
Ley Orgánica, regulación que no puede alterar o vulnerar el contenido esencial del derecho en cuestión.
Acudiendo a la interpretación que el Tribunal Constitucional ha hecho sobre el contenido esencial de los
derechos fundamentales, entienden los recurrentes que el Proyecto de Ley Orgánica que se impugna no
regula un derecho fundamental respetando se contenido esencial, sino que suprime un derecho
fundamental -el derecho a la vida del nasciturus- ignorando su contenido esencial, pues en este derecho
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

no existe contenido accidental. Invocan también la Sentencia del Tribunal Constitucional de la República
Federal Alemana de 25 de febrero de 1975, en la que se manifiesta que las normas relativas a los derechos
fundamentales, además de contener derechos subjetivos de defensa frente al Estado, encarnan un «orden
objetivo de valores» que orienta e impulsa a la legislación, a la Administración y a la Jurisprudencia. En
cuanto al tema concreto de si el Estado está obligado por la Constitución a proteger la vida del nasciturus,
el Tribunal Constitucional alemán declara que tal obligación puede derivarse del «contenido objetivo
jurídico de las normas de los derechos fundamentales». Los recurrentes estiman que esta doctrina del
orden objetivo de valores es aplicable al ordenamiento constitucional español por diversas razones: 1.ª
porque, habiendo sido admitida sin apenas discusión en todo lo que se refiere a los derechos
fundamentales de naturaleza social o de participación, no tiene por qué quedar limitada a tales derechos,
ya que supondría un contrasentido su admisión para derechos fundamentales que pudieran denominarse
colectivos y su negación para derechos fundamentales personales; 2.ª porque dentro de los aspectos que
concurren en el derecho fundamental a la vida se encuentran dos que están directamente relacionados con
un orden objetivo de valores: La existencia de vida en el nasciturus, y el carácter de valor absoluto de esa
vida; 3.ª porque con carácter general se admite que el no nacido es titular de derechos patrimoniales,
sucesorios o hereditarios que, aunque ciertamente condicionados, no dejan de ser derechos cuya
posibilidad de ejercicio se suprimiría radicalmente suprimiendo la vida de su titular en ciernes.

c) La tercera modalidad de tutela constitucional del derecho fundamental a la vida la constituye la


garantía jurisdiccional, a través de diversas vías: Recurso de inconstitucionalidad, procedimiento especial
de protección, recurso de amparo. La diferencia del derecho en cuestión respecto de otros derechos
fundamentales estriba en dos peculiaridades: La imposibilidad de restitución del bien de la vida, una vez
suprimida ésta, y la imposibilidad de que el sujeto del derecho pueda ejercer por sí mismo los medios de
tutela jurisdiccional que la Constitución le otorga.

Todo este sistema de garantías -concluyen los recurrentes- se ve infringido por el Proyecto impugnado,
vulnerándose, pues, lo dispuesto en el art. 53 de la Constitución.

F) Bajo la rúbrica de motivo sexto de inconstitucionalidad, proceden los recurrentes a analizar


concretamente las «indicaciones» contempladas en el proyectado art. 417 bis del Código Penal,
declarando que si hasta el momento han sometido al proyecto de Ley Orgánica impugnado a un juicio
global de inconstitucionalidad, en la posterior argumentación examinarán cada una de tales indicaciones
con el fin de determinar hasta qué punto se acentúa, directa o indirectamente, esa inconstitucionalidad.

1. Supuesto del llamado «aborto terapéutico». En el caso de conflicto entre la vida de la madre y la del
nasciturus, que en ello radica el aborto terapéutico en sentido estricto, estiman los recurrentes que no es
necesaria esa indicación, pues cabe dentro de la eximente general de estado de necesidad. Por otra parte,
recuerdan que, según los técnicos en la materia, los casos de este tipo son cada vez menos frecuentes,
prácticamente casi inexistentes. A continuación consideran la inclusión, en este primer supuesto de aborto
terapéutico, del conflicto entre la vida del nasciturus y la salud de la madre. A su juicio, la
despenalización del aborto en tal caso es inconstitucional al dar prevalencia al bien jurídico de menor
entidad, además de serlo por no exigir que no haya otro medio para preservar la salud de la madre, por no
fijar el requisito de un examen pericial judicializado y por no tener en cuenta el consentimiento del padre.
Por otra parte, dado el amplio significado que la Organización Mundial de la Salud atribuye al término
«salud», que define como el estado perfecto de bienestar físico, mental y social, y no sólo como ausencia
de enfermedad, advierten los recurrentes la ambigüedad de esta indicación en el Proyecto, que ha sido
denunciada en el informe del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, así como en el de la
Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. También manifiestan que no puede aceptarse la idea de
que, una vez que el legislador ha ponderado y jerarquizado los bienes jurídicos en conflicto, debe
pronunciarse en favor de la vida, la salud, la libertad y la intimidad de la madre, porque se trata de bienes
que constituyen el contenido objetivo de derechos fundamentales, mientras que la vida del nasciturus es
meramente un bien jurídico derivado de la dignidad humana, por lo que no es objeto de una protección
directa. Estiman los recurrentes que la vida, existente desde el momento de la concepción, es algo más
que un bien jurídico; es un valor absoluto que no puede ser objeto de limitación, pues ello supone la
eliminación y negación, también absoluta del valor mismo. En su opinión, de la Constitución no se
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Francisco Fernandez Segado

deduce que la vida sea un bien jurídico, sino un derecho fundamental atribuible a todos, y al calificarlo de
mero bien jurídico se degrada y rebaja de rango el derecho a la vida, sin que esta degradación encuentre
apoyo constitucional alguno. A lo anterior añaden que el art. 39.2 de la Constitución podrían servir
también para justificar la protección de la vida del nasciturus interpretando la expresión «protección
integra» como comprensiva del derecho a la vida de la madre y el derecho a la vida del concebido y no
nacido. Pero no debe entenderse por ello que la protección del derecho a la vida de éste pueda venir
solamente de la protección de otros derecho fundamentales de la madre -a la integridad corporal, a la
salud, a la libertad o a la intimidad-, pues se trata de derechos de distinta naturaleza.

Resumiendo: En caso de conflicto entre dos vidas, supuesto hoy día casi inexistente, la práctica y la
doctrina judicial han venido resolviendo el problema mediante la aplicación de las causas de justificación;
y en caso de conflicto con la salud, la libertad o la intimidad, debe ceder aquel de los derechos que sea
limitable, pues la alternativa es la supresión absoluta de uno de los derechos en conflicto. Aún precisan,
finalmente, los recurrentes que, en el supuesto de que la protección del derecho a la vida del no nacido
sólo pudiera fundamentarse en los derechos de la madre, es cierto que con esta protección se excluirían
los ataques del Estado o de terceros, vedándose así la constitucionalidad del aborto no voluntario o
impuesto, pero no ocurriría lo mismo con los provenientes de la madre, cuando lo cierto, a juicio de los
recurrentes, es que no puede encontrarse fundamento constitucional que permita a la madre atentar
voluntariamente contra la vida del nasciturus, pues, por una parte, sus derechos fundamentales, en cuanto
limitables y regulables, deben ceder frente al derecho absoluto a la vida del ser en gestación, y, por otra
parte, si el único mecanismo constitucional de proteger la vida al no nacido fuere por mediación de la
madre, ésta se constituiría en depositaria de unos derechos de naturaleza constitucional de los que no
podría disponer.

2. Supuesto del llamado «aborto ético», esto es, despenalización del aborto cuando el embarazo sea
consecuencia de un hecho constitutivo de delito de violación del art. 419 del Código Penal, siempre que el
aborto se practique dentro de las doce primeras semanas de gestación y que el mencionado hecho hubiera
sido denunciado. A propósito de este supuesto, citan los recurrentes un informe de la Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas, así como algunas opiniones referentes al tema, para terminar afirmando que
la denominada indicación ética viola el art. 15 de la Constitución al hacer prevalecer el derecho al honor
sobre el derecho a la vida, y viola también el art. 39.2 de la misma al desproteger a uno de los hijos con
independencia de su filiación.

3. Supuesto del llamado «aborto eugenésico», o sea, despenalización del aborto cuando sea probable que
el feto habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas, siempre que se cumplan determinadas
circunstancias de tiempo y de diagnóstico pericial. También en este aspecto citan los recurrentes los
informes a que han hecho anteriormente referencia, así como una de las conclusiones del Consejo General
del Colegio de Médicos y el informe de la Real Academia de Medicina, para concluir que la indicación en
cuestión vulnera el art. 15 de la Constitución, y también el 49 de la misma, que ordena a los poderes
públicos llevar a cabo una política de previsión y tratamiento de los disminuidos físicos, sensoriales y
psíquicos.

G) Como motivo séptimo de inconstitucionalidad, alegan los recurrentes que las ambigüedades
constitucionales que el proyectado art. 417 bis del Código Penal contiene y su redacción, según la técnica
de los tipos penales abiertos, suponen la violación del principio de seguridad jurídica reconocido en el art.
9.3 de la Constitución. También señalan que el proyecto se ha limitado a despenalizar el aborto, pero sin
incluir previsión alguna sobre las consecuencias que la modificación por él introducida origina en otros
campos jurídicos, como el civil, el laboral, el administrativo, el procesal o el de la seguridad social.

Los recurrentes puntualizan las siguientes «circunstancias» o deficiencias del Proyecto:

1.ª No se explicita en él cómo debe entenderse la «gravedad» del peligro para la vida o la salud de la
madre.

2.ª No se concretan cuestiones fundamentales relativas al supuesto de «violación».

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3.ª No se precisa qué ha de entenderse por «probabilidad» y otros aspectos relativos al aborto eugenésico.

4.ª No se prevé un procedimiento administrativo que garantice que se han cumplido los requisitos
señalados por la Ley, vulnerándose con ello posiblemente el artículo 103 de la Constitución y el 40 de la
Ley de Procedimiento Administrativo.

5.ª Se atribuye al Médico el ejercicio de tareas o funciones publicas o cuasijudiciales, pero no se prevé la
abstención u objeción de conciencia del mismo.

6.ª No se prevé el procedimiento para la prestación del consentimiento por parte de la menor de edad o
sometida a tutela.

7.ª No se prevé el consentimiento del padre, con lo que se le impide ejercitar la defensa del nasciturus en
el caso de que fuere contrario al aborto, y, en general, cumplir su deber de prestar asistencia a su hijo, de
acuerdo con lo establecido en el art. 39.3 de la Constitución; tampoco se tienen en cuenta las
consecuencias del reformado artículo 154 del Código Civil, que atribuye conjuntamente la patria potestad
a ambos padres.

8.ª No se prevé la presencia del Ministerio Fiscal, cuya misión es promover la acción de la justicia en
defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público.

9.ª No se determina la posibilidad y grado de cobertura del aborto por la Seguridad Social.

10.ª No se siguen los criterios ni se guardan las cautelas previstas en la Ley 30/1979, de 27 de octubre,
sobre extracción y trasplante de órganos.

Todo lo expuesto justifica, a juicio de los recurrentes, la impugnación del Proyecto por vulneración del
principio de seguridad jurídica contenido en el art. 9.3 de la Constitución, y les lleva a interesar una
sentencia interpretativa para la hipótesis de que se estimare constitucional el Proyecto impugnado.

2. En virtud de lo dispuesto por providencia de 14 de diciembre de 1983, dictada según lo establecido en


las normas complementarias aprobadas por el Pleno de este Tribunal Constitucional el 14 de julio de
1982, los recurrentes, a través de su Comisionado, señor Ruiz Gallardón, completan la impugnación,
haciendo las siguientes consideraciones:

A) Como «ampliación del motivo primero de inconstitucionalidad en relación con el motivo sexto,
recuerdan, en primer término, que en su escrito de interposición del recurso previo de
inconstitucionalidad sostenían, como motivo primero de impugnación, que el proyectado art. 417 bis del
Código Penal viola el art. 15 de la Constitución, haciendo luego, en el motivo sexto del recurso,
aplicación concreta de la inconstitucionalidad a las tres indicaciones contenidas en el Proyecto, es decir,
al conflicto entre la vida del no nacido y la vida o la salud de la madre, a la indicación ética y a la
eugenésica. Estas dos últimas indicaciones contrarían específicamente, a su juicio, los arts. 39 y 49 de la
Constitución, respectivamente, pero, además, estiman que la totalidad del Proyecto y cada una de las
indicaciones son contrarias al art. 15 de la misma, ya que la expresión «todos tienen derecho a la vida»,
contenida en este precepto constitucional, protege por igual a los no nacidos y a los nacidos, por cuanto la
vida comienza desde el momento mismo de la concepción.

Para fundamentar esta afirmación, y a efectos de completar los razonamientos expuestos en el escrito de
interposición del recurso, proceden los recurrentes, como entonces anunciaron, a interpretar el art. 15
«conforme a la realidad social del tiempo en que ha de ser aplicada la norma», criterio hermenéutico que,
aunque polémico, consideran de especial importancia en el presente caso por cuanto la exposición de
motivos que en su día acompañaba el Proyecto de Reforma urgente y parcial del Código Penal, en que se
inserta el art. 417 bis impugnado, aludía precisamente en relación a este articulo a la «necesidad de
adecuar la legislación penal en materia de aborto a la actual realidad sociológica del país». La realidad
social del tiempo en que ha de ser aplicada la norma constituye, a juicio de los recurrentes, uno de los más
importantes argumentos en contra del Proyecto.

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Con el fin de probar el aserto anterior, señalan, en primer lugar, que los avances científicos y técnicos,
puestos de manifiesto en los documentos que aportan -una declaración de la Real Academia Nacional de
Medicina en Defensa de la Vida Humana, una declaración del Consejo General de Colegios Oficiales de
Médicos de España, una declaración de la Asociación Ginecológica de España y otra del Consejo General
de Colegios Oficiales de Farmacéuticos-, permiten llegar a la conclusión de que la vida de un ser humano
se inicia en el primer instante de la concepción. Luego pasan a considerar los valores éticos subyacentes a
las normas jurídicas, y a este respecto invocan la declaración de la Real Academia de Ciencias Morales y
Políticas, que se acompaña también a través de un documento, y las manifestaciones hechas en torno al
tema por la Conferencia Episcopal Española, la Asociación Musulmana en España, la Iglesia Anglicana
en España, y la Iglesia Ortodoxa Griega en España, al adherirse expresamente al manifiesto de la Unión
de Movimientos en Favor del Prenacido. En tercer lugar, consideran la posible incidencia del Proyecto en
la problemática sociológica y de política criminal relativa al aborto, y expresan su opinión de que el
Proyecto en cuestión na va a acabar en absoluto con el aborto clandestino y que la despenalización no
viene a resolver un problema grave de política criminal, porque la estadística judicial sobre delitos de
aborto en España es insignificante, mientras que el establecimiento de normas despenalizadoras del
aborto en los términos propiciados por el Proyecto puede originar un incremento considerable de ellos.
Igualmente señalan los problemas prácticos que podrían derivarse de la aprobación del Proyecto, que
podría suponer legalizar en la práctica cualquier tipo de aborto, así como la extensión del fenómeno que
la legislación del aborto genera. Finalmente, añaden que no puede soslayarse la realidad internacional,
que muestra una tendencia a reconsiderar el problema en los países que en su día legalizaron el aborto,
advirtiéndose una fuerte corriente contraria a los propósitos despenalizadores del mismo. En este sentido
aportan una lista de Asociaciones Pro Vita europeas y norteamericanas, así como algunas de otros
continentes.

De todo lo anteriormente expuesto -manifiestan los recurrentes- se deduce, de una parte, que es
científicamente indiscutible que la vida humana comienza en el instante de la fecundación, y de otra, que
la realidad social española, como la tendencia progresiva en el ámbito comparado, fuerza a interpretar el
art. 15 de la Constitución en el sentido de que el término «todos» incluye y protege al concebido y no
nacido, y, consecuentemente, a concluir que el art. 417 bis del Proyecto, al permitir la destrucción del ser
concebido mediante la legalización del aborto en determinados supuestos, que por su ambigüedad incluso
dejan relativizado el tipo penal, es probadamente inconstitucional.

B) A continuación llevan a cabo los recurrentes la «ampliación del motivo segundo de


inconstitucionalidad en relación con el motivo primero y el motivo sexto, apartado primero». El motivo
segundo -recuerdan- denunciaba la violación del art. 1 de la Constitución, por entender que el Proyecto es
contrario a los principios y criterios que informan el estado social. Pues bien, ahora, como ampliación de
dicho motivo, quieren hacer resaltar que, a su juicio, con dicho Proyecto se infringen también los
principios y criterios que informan el Estado de Derecho reconocido en el propio artículo 1 de la
Constitución, pues entienden que vulneran el principio esencial de la separación de poderes, por cuanto
implica una invasión de las funciones y competencias del órgano de la justicia constitucional y una
invasión de las competencias del orden judicial penal ordinario.

Por lo que al primer punto respecta, estiman que el legislador ordinario ha interpretado el art. 15 de la
Constitución de forma distinta de la que se deduce de su proceso de elaboración constitucional, y ha
realizado, por otra parte, una mera interpretación, asumiendo así competencias hermenéuticas que la Ley
Orgánica del Tribunal Constitucional atribuye a éste, e infringiendo la doctrina constitucional emanada de
la Sentencia de este Tribunal de 5 de agosto de 1983. En segundo lugar, entiende que el legislador
ordinario ha venido a asumir las competencias que desempeñaba la jurisdicción penal ordinaria,
especialmente en lo que se refiere a la circunstancia primera del art. 417 bis, y recuerdan que el Tribunal
Supremo ha enjuiciado en diversas ocasiones los supuestos de delito de aborto, dando lugar a una
jurisprudencia contenida en las Sentencias que se mencionan a continuación. Con la regulación del primer
supuesto de despenalización del aborto contenido en el Proyecto -precisan- el legislador sustrae el
ejercicio de la potestad jurisdiccional a los Juzgados y Tribunales, a quienes corresponde exclusivamente
en todo tipo de procesos, conforme al párrafo tercero del art. 117 de la Constitución, cuando lo adecuado
seria fijar con alcance general las eximentes y dejar, en buena técnica, que su concurrencia sobre cada
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tipo fuera un enjuiciamiento propio del caso concreto. Pero una anomalía más grave constitucionalmente -
señalan- se produce al transferir al Médico la responsabilidad de apreciar la concurrencia de dicha causa
de exención de responsabilidad, siendo así que dicha apreciación es inexcusable competencia
jurisdiccional.

En definitiva, concluyen que tanto al ejercitar el legislador competencias interpretativas que sólo
corresponden al Tribunal Constitucional, y además en sentido contrario al querido por el constituyente,
como por haber sustraído al orden judicial penal sus competencias de calificación y enjuiciamiento
jurídico, resulta infringido el principio de separación de poderes, elemento esencial del Estado de
Derecho, y, en consecuencia, violado el art. 1 de la Constitución por conexión con el art. 1 de la LOTC; y
asimismo resultan vulnerados los principios de legalidad y seguridad jurídica (art. 9.3 de la Constitución)
en relación con los de necesidad e intangibilidad de las competencias de los Juzgados y Tribunales,
consagrados en el art. 117.3 de la Constitución.

C) Como «ampliación del motivo sexto de inconstitucionalidad en relación con el motivo primero»,
proceden los recursos, en primer término, a analizar la cuestión de si resulta aplicable, como pretende el
Proyecto en su exposición de motivos, la doctrina o el principio de no exigibilidad de otra conducta, al
modo en que se utilizó en la Sentencia del Tribunal Constitucional alemán de 25 de febrero de 1975. Tras
analizar esta Sentencia llegan a la conclusión de que los supuestos que pudieran estar allí comprendidos
quedan cubiertos en nuestro Derecho a través de la eximente de estado de necesidad, ya que ésta se perfila
aquí con una extensión desconocida en el Derecho comparado. En nuestro país -precisan- el hecho de que
exista el delito de aborto tipificado en el Código Penal no significa que toda mujer abortista sea castigada,
pues la no exigibilidad actúa a través de la eximente de estado de necesidad, y así ni un solo caso de
condena se ha dado en la jurisprudencia española por las causas que pretende recoger la indicación
primera. Es cierto, añaden, que la doctrina penal más moderna ha venido a incorporar la no exigibilidad
de otra conducta como elemento negativo de la culpabilidad, pero entienden que la misma despliega su
eficacia en el ámbito subjetivo, es decir, respecto de una persona concreta en una situación concreta: La
concurrencia o la ausencia de culpabilidad no se determina en virtud de una ley, caracterizada por la
generalidad abstracta, sino en virtud de una Sentencia que enjuicia el caso concreto. Finalmente, tras
efectuar este examen desde el punto de vista de la culpabilidad, pasan a contemplar la cuestión desde la
perspectiva de la antijuridicidad, para concluir que, si se parte de que el derecho a la vida existe desde el
momento mismo de la concepción, resulta, como corolario jurídico, el deber de todos de abstenerse de
acciones contrarias a tal derecho, deber que es exigible por el Estado, a través de la pena, frente a
cualquiera y por encima de cualquier otro bien jurídico que no está subordinado.

D) Por último, bajo el epígrafe de «ampliación del motivo séptimo de la inconstitucionalidad», los
recurrentes manifiestan que a las ambigüedades denunciadas en el escrito inicial, que entrañan una
violación del principio de la seguridad jurídica reconocido en el art. 9.3 de la Constitución, debe añadirse
una nueva ambigüedad, el peligro que el aborto implica para la vida y la salud de la madre, lo que, a su
juicio, entraña una vulneración del art. 43 de la Constitución. En efecto -señalan- en el supuesto de que
una peligrosa situación clínica de la madre, previa al embarazo, pudiera verse potenciada a causa de la
gestación concomitante hasta el punto de poner en peligro su vida, confirmándose así la excepcional
circunstancia clínica a que alude la Ley, no puede olvidarse que el acto abortivo, en sí mismo, incorpora a
la salud ya precaria de la madre un innegable nuevo riesgo que puede acabar con su vida.

3. Por escrito de 10 de febrero de 1984, el Abogado del Estado, en nombre del Gobierno, se opone al
recurso previo de inconstitucionalidad haciendo las siguientes alegaciones:

A) Por lo que se refiere al «primer motivo de inconstitucionalidad» alegado por los recurrentes, considera
que, con independencia de posibles discusiones de tipo valorativo, es necesario analizar el alcance del
precepto impugnado, que se limita a despenalizar ciertos supuestos de aborto con carácter excepcional,
manteniendo la penalización en los demás casos, lo que supone que la vida en gestación sigue
considerándose un bien jurídico protegible.

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Los recurrentes sostienen que tales supuestos deberían hallarse penados, entendiendo que la falta de
previsión penal entraña la infracción de una serie de preceptos de la Constitución. En el fondo de su
postura late la tesis de la necesidad incondicionada y absoluta de utilizar normas penales para proteger
esos derechos, lo que les fuerza a una interpretación del art. 15 de la Constitución. Esto es: tal necesidad
no se presenta en la demanda como una consecuencia exegética deducida del análisis de la Constitución,
sino más bien como un prius condicionante de la interpretación misma. Pero, a juicio del Abogado del
Estado, la exigencia incondicional de una ratio penal, sin matizaciones ni distingos, no puede ser
compartida ni contradicha en un escrito procesal que debe discurrir por el cauce de la reflexión jurídica;
se trata, en definitiva, de materia de política criminal y no es jurídicamente debatible.

Ahora bien, si la necesidad de penar el aborto, como única y no última ratio, representa una cuestión
metajurídica, la pregunta de si la Constitución impone precisamente este deber constituye una cuestión
jurídica. Lo que hay que plantearse no es si es necesaria una norma penal, sino si la Constitución, en este
caso, la impone. La respuesta es negativa: No existe en el Derecho español, ni en ordenamiento jurídico
alguno, una absoluta y fatal correspondencia entre infracción jurídica y sanción penal, y sobre todo, no
hay en el texto constitucional el más leve indicio de que así haya de ser. Por otra parte, de acuerdo con la
concepción constitucional clásica, los derechos se afirman frente al Estado, son límites a la acción del
poder político; tal es el sentido -señala el Abogado del Estado- del art. 53 de la Constitución, según el
cual «los derechos y libertades reconocidos en el capítulo segundo del presente título vinculan a todos los
poderes públicos». Bien es cierto que con ello -añade- no quiere negarse la concepción de la Constitución
como un todo y la influencia indirecta que los preceptos reguladores de los derechos fundamentales pueda
tener en la interpretación de los restantes preceptos legales; pero lo que se pretende es afirmar la
imposibilidad de inferir la necesidad de una norma penal como única solución o alternativa legítima para
la tutela de un bien jurídico. La solución de concebir los derechos fundamentales como derechos
ejercitables frente al Estado ha llevado a casi todas las legislaciones de nuestro entorno cultural a rechazar
que del derecho a la vida pueda inferirse una obligación positiva del Estado para implantar mecanismos
coercitivos de signo penal en todo caso; así lo ha entendido -precisa el Abogado del Estado- el Tribunal
Constitucional austriaco y, en forma implícita, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos y la Corte
Constitucional italiana. Unica excepción es la Sentencia del Tribunal Constitucional de la República
Federal Alemana de 25 de febrero de 1975, que -admitiendo la legalidad constitucional de la llamada
solución de indicaciones indicaciones- ha seguido el camino de juzgar la cuestión planteada en función de
unos juicios de valor, pero sus planteamientos han sido muy controvertidos por la doctrina. Por lo demás,
recuerda el Abogado del Estado que los propios recurrentes, aun dentro de la línea de los juicios de valor,
se ven forzados a criticar la Sentencia alemana, por declarar ésta inexigible la continuidad del embarazo
en las cuatro indicaciones cuya constitucionalidad deja a salvo, precediendo a dicha consideración la
declaración de que la fijación de las penas compete al legislador, que la pena nunca puede ser un fin en sí
misma, y que el legislador debe hacer un uso prudente y cuidadoso de las sanciones penales al no ser
éstas sino el último extremo recurso posible para el cumplimiento de los fines de la política legislativa.

Pasa después el Abogado del Estado a considerar la interpretación de la palabra «todos» dentro del art. 15
de la Constitución, para concluir que desde el sentido de las palabras, al reconocerse a «todos» la
titularidad de un derecho, sólo podrán incluirse en el término aquellos a quienes el Derecho reconoce
como sujetos aptos para ostentar titularidades jurídicas. El problema, pues, se remite al sector del
ordenamiento, que precisa quiénes pueden ser titulares de derechos. Por otra parte -añade-, el resto del art.
15 sólo es aplicable a las «personas».

En cuanto a la interpretación sistemática aducida también por los recurrentes, que quieren poner de
relieve, por ejemplo, la contradicción existente entre las medidas de protección propias del estado social
(art. 1 de la Constitución) y el contenido del precepto impugnado, el Abogado del Estado se remite a sus
alegaciones posteriores sobre otros motivos de inconstitucionalidad, aunque pone de manifiesto que la
razón sistemática se divide con cierta arbitrariedad, haciendo servir a unos preceptos para unos efectos y
no para otros. Por otra parte, indica que en la Constitución las prohibiciones, cuando existen, aparecen en
forma precisa y concreta: así la prohibición de la pena de muerte (art. 15), la de los Tribunales de Honor
(art. 26), la de imponerse por la Administración Civil sanciones privativas de libertad (art. 25.3) y,
particularmente, la expresa mención de sanciones penales y administrativas para proteger un derecho, que
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realiza el art. 45.3 en relación con el medio ambiente. Por lo tanto, la omisión de protección penal será
constitucionalmente ilegítima cuando así viniere expresamente contemplado en la Constitución. Y así, en
la jurisprudencia del Tribunal Supremo norteamericano, la posibilidad de prohibir el aborto se ha
examinado siempre como una posibilidad de los estados miembros de perseguir penalmente, o no
perseguir, tal conducta, pero nunca como la obligación de castigar con sanción penal, inexistente incluso
en el ámbito en que se entiende que existe vida humana protegible como bien superior de la libertad de la
madre (veintiocho semanas de gestación). En definitiva, no se prevé la obligatoriedad de una persecución
penal en el caso que nos ocupa; sólo su posibilidad, ejercible o no.

Los recurrentes hacían referencia también a los antecedentes históricos bajo la invocación del art. 3 del
Código Civil, que menciona a los mismos como elemento auxiliar de la interpretación jurídica. El
Abogado del Estado los divide en dos grupos: de un lado, las normas sancionadoras del aborto contenidas
en los diversos Códigos Penales; de otro, el conjunto de preceptos que implican una protección al
nasciturus. A su juicio, ambos son irrelevantes. La tradición legislativa relativa al primer grupo no puede
constituirse en medio interpretativo cuando precisamente lo que persigue el proyecto impugnado es una
innovación legislativa que rompe con el pasado. Y las normas civiles protectoras de los derechos del
nasciturus suponen simplemente la atribución de derechos in fieri, pendientes en cuanto a su eficacia del
hecho posterior e incierto del nacimiento, de tal modo que sólo a partir del instante en que se produce tal
condición se perfecciona el derecho.

Una especial consideración merecen al Abogado del Estado los antecedentes legislativos en la
elaboración de la Constitución, de los que hace una detallada referencia para concluir que con la fórmula
adoptada finalmente en el art. 15 no se decidió ni a favor ni en contra del aborto. La fórmula «todos»
constaba antes del debate parlamentario en el anteproyecto, y tal redacción no suscitó la oposición ni
enmienda alguna de ningún grupo parlamentario, incluidos los defensores del aborto. Luego la ponencia
introdujo el término «persona», como consecuencia de una enmienda justificada en una «mayor
corrección técnica», y, por otra parte, se presentó una enmienda -la 776- que incluía explícitamente al
nasciturus, enmienda que no fue discutida ni incluso aludida en el debate en la Comisión, pero que
demuestra que había parlamentarios que no estimaban que el término «todos» supusiera la interdicción
constitucional del aborto. Por último, es en el Pleno del Congreso cuando un Diputado propone la vuelta a
la vieja fórmula «todos tienen derecho a la vida» con una intención muy concreta: la de hacer posible que
la protección jurídica se extendiera al nasciturus y con ello asegurar, a su entender, que cualquier forma
de aborto no fuera posible en el futuro. Sin embargo, concluye el Abogado del Estado que, aunque la
enmienda se aprobó por mayoría, se reconoció por los diversos grupos que con ello no quedaba zanjada la
cuestión del aborto. En ningún momento -constata- hubo realmente un debate sobre el aborto; el propio
Diputado de UCD, que explicó el voto de su grupo, decisivo para que se aprobara la enmienda del grupo
de Alianza Popular, explicó que «ninguna de las dos fórmulas que aquí están en cuestión es una forma
abortista», con lo que evidenció la desconexión entre la cuestión del aborto y la alternativa terminológica
que se sometía a votación.

Por último, el Abogado del Estado, tras considerar la tesis de los recurrentes según la cual «la realidad
social del momento en que ha de ser aplicado el art. 15 de la Constitución» exige interpretar éste como
referido al no nacido, concluye que tal afirmación se apoya en una serie de escritos de algunas
Corporaciones, Colegios e instituciones privadas, esto es, se trata de un reflejo de la existencia de muchas
opiniones sobre el tema, por lo que dicho criterio hermenéutico no resulta decisivo.

B) En el motivo segundo del recurso previo de inconstitucionalidad los recurrentes estiman conculcado
por el Proyecto en cuestión el art. 1 de la Constitución, según el cual España se constituye en un Estado
social, y ello por entender que existe una contradicción entre la preocupación por la defensa de los
derechos fundamentales propia del Estado social y la falta de protección al más primario y fundamental
de todos, que entraña el art. 417 bis del Proyecto.

Señala el Abogado del Estado que el significado, función y alcance de la cláusula del Estado social es
difícil de reconducir a una definición sintética. Su significado originario suele vincularse, de un lado, al
reconocimiento de ciertos derechos típicos, diferenciados de los clásicos derechos de libertad (de los que

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

en nuestra Constitución hay amplio testimonio en la lista de derechos fundamentales), y de otro, a la


enunciación de ciertos principios con significación principalmente programática (que en nuestra
Constitución aparecen fundamentalmente relacionados en el capítulo tercero bajo la rúbrica de principios
rectores de la política social y económica). No cabe ocultar -añade- que en la jurisprudencia
constitucional alemana la cláusula del estado social ha pasado de ser una cláusula puramente habilitante a
ser una cláusula vinculante, pero tal conceptuación se ha efectuado con enormes cautelas y consignando
fuertes límites, que impiden entender existente un deber del Estado ante cualquier necesidad o ante
cualquier medida que pueda entenderse que favorece a algún derecho o principio directivo, aun
constitucionalmente proclamado, porque se llegaría a destruir el propio estado de derecho, y el
ordenamiento jurídico quedaría anulado si cada ciudadano pudiera exigir del Estado una determinada
prestación invocando un principio rector de la política social que hubiera de favorecer sus intereses. Por
otra parte -señala- en la demanda no se tiene en cuenta para nada la posición de la madre embarazada, ni
se valoran en ninguna medida los derechos de la misma. En cualquier caso -añade-, lo cierto es que la
cláusula del estado social deja inevitablemente abiertas todas las soluciones al legislador, de tal forma que
sólo prohíbe una política unívoca y tendencialmente antisocial. En definitiva: no se duda de que la vida en
gestación es un objetivo protegible, pero la determinación de los medios y de los límites en su aplicación
debe ser dominio del legislador. Recuerda finalmente el Abogado del Estado que este Tribunal
Constitucional ha interpretado la cláusula del estado social como un instrumento de aseguramiento real de
los derechos existentes y reconocidos, sin hacer surgir para el Estado deberes que no tengan una expresa
configuración positiva.

Examina luego el Abogado del Estado la tesis de los demandantes de que el Proyecto impugnado viola
también el principio del estado de derecho, proclamado asimismo en el art. 1 de la Constitución y, en
concreto, la teoría de la división de poderes al invadir las funciones jurisdiccionales, tanto del Tribunal
Constitucional como del orden judicial penal ordinario.

En cuanto al primer extremo, se basa la demanda no tanto en que el legislador ordinario haya interpretado
mal el art. 15 de la Constitución como en el hecho de que lo haya interpretado, entendiendo que la mera
interpretación corresponde al Tribunal Constitucional, de modo que el legislador ha asumido
competencias que la Ley orgánica del mismo (LOTC) atribuye a este Tribunal. Para el Abogado del
Estado este planteamiento no es aceptable, pues la norma cuestionada -dice- no pretende interpretar el art.
15 de la Constitución, sino establecer unos supuestos de exención de responsabilidad penal. Y en
cualquier caso, la objeción de la demanda, en los términos en que está formulada, impediría la
promulgación de cualquier norma jurídica, por cuanto siempre y ante cualquier mandato cabría inferir
idéntica objeción.

En segundo lugar manifiesta el Abogado del Estado que no encuentra la menor justificación al reproche
de que el legislador ha invadido las competencias del orden judicial penal. Es difícil, a su juicio, admitir
la hipótesis abstracta de que el legislador invada competencias judiciales, si no es por la vía de privar a
los órganos del poder judicial de las funciones constitucionalmente reservadas a ellos, atribuyéndoselas a
otros con distinta incardinación constitucional. Tal cosa no sucede en el proyecto impugnado, que no
realiza ninguna operación de sustracción, sino que se limita a introducir una nueva regulación sustantiva
en la legislación penal, lo que entra dentro de sus atribuciones, ya que el llamado a definir las infracciones
punibles es el legislador, según resulta de los arts. 62.2 y 25 de la Constitución. La función de los Jueces
consiste en aplicar la Ley, «juzgando y haciendo ejecutar lo juzgado», por lo que no puede decirse que se
viole el art. 117 de la norma fundamental por el hecho de sustraer determinados supuestos de la lista de
hechos tipificados como punibles. Y ello es así, por cuanto la competencia del juzgador desde el punto de
vista de sus poderes procesales no se reduce por efecto de una destipificación penal: En todo caso, el
juicio sobre si un hecho debe o no conceptuarse como infracción punible queda reservado al juzgador,
que no está sujeto a otro límite que el del imperio de la Ley. Añade finalmente el Abogado del Estado que
tampoco aparece justificada la afirmación de que la exigencia de un dictamen facultativo previo implique
sustraer poderes al Juez. Tal intervención -precisa- se preceptúa como un elemento más de la norma que
excluye la sanción en ciertos casos de aborto, como medida de garantía y de certeza del presupuesto de
hecho del precepto, lo que sucede en la regulación positiva de la mayor parte de los países de nuestro
entorno.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

C) Entra a continuación el Abogado del Estado a analizar el motivo tercero de inconstitucionalidad


alegado por los recurrentes, en el que se denuncia la violación del art. 10.2 de la Constitución, en relación
con el 96.1 de la misma. Para el Abogado del Estado, ateniéndonos a los Convenios ratificados por
España, si se tiene en cuenta su letra y la práctica interpretativa por los países signatarios, se llega a una
conclusión contraria a la que pretenden los demandantes, pues en todos se da una inequívoca
identificación entre el derecho a la vida y su titularidad por la persona humana. Del análisis de esos textos
internacionales -«Declaración de Derechos humanos» de 1948, «Convenio Europeo para la Protección de
los Derechos Humanos y Libertades Fundamentales» de 1950 y «Pacto Internacional de Derechos Civiles
y Políticos» de 1966 (omitido, por cierto -dice-, en la relación contenida en la demanda)- se desprende
que la interpretación de los recurrentes carece de justificación. Pero existe, además, un hecho capital y es
que ninguno de los Tratados referidos en la demanda ha sido interpretado por ningún país signatario, ni
por ningún Organismo supranacional, en el sentido de estimar atentatorio al texto de aquéllos la
despenalización del aborto. Y si en algunas decisiones de Tribunales extranjeros se hace referencia a los
Acuerdos y Tratados internacionales como posible obstáculo a la Ley de despenalización del aborto, tal
hipótesis ha sido expresamente desestimada. Al respecto cita el Abogado del Estado la Sentencia del
Tribunal Constitucional austriaco de 11 de octubre de 1974, en la que se razona que «si la regulación del
art. 2 de la Convención de Derechos Humanos no se refiere al embrión, la no punibilidad de la
interrupción del embarazo no puede ser contraria a dicho precepto», y la decisión del Consejo
Constitucional francés, ante el que se invocó el art. 2 del Tratado de Roma y que rechazó el argumento,
destacando sobre todo la compatibilidad de la Ley impugnada con el art. 2 de la Declaración de los
Derechos del Hombre y del Ciudadano. También cita al Tribunal de Estrasburgo, el cual ha declarado en
uno de sus informes que «nada prueba que las partes signatarias de la Convención hubieran querido
comprometerse por tal o cual solución debatida... que no hubiera sido objeto de debates públicos al
tiempo de la elaboración de la Convención», y añade que más significativo es aún el que, en un caso en
que se postulaba frente al Gobierno alemán la no punibilidad del aborto, la defensa procesal de dicho
Gobierno alegara que «no parecía que el art. 2 de la Convención fuera aplicable a la vida en formación».
En definitiva, concluye el Abogado del Estado que ni de los textos internacionales, ni de su proyección
aplicativa, cabe inferir un criterio interpretativo de los tratados internacionales como excluyente de la
posibilidad de despenalizar el aborto. Más aún: En la época en que España suscribió estos tratados, las
soluciones legislativas de la mayor parte de los Estados signatarios excluían la penalidad del aborto en
términos incluso menos restrictivos que los que recoge hoy el proyecto impugnado, con lo que
difícilmente podría verse en el acto de suscripción y ratificación un entendimiento de su significado,
diverso del aceptado y aplicado en la mayoría de los países signatarios.

D) Examina luego el Abogado del Estado el motivo de inconstitucionalidad denunciado por los
recurrentes en el apartado cuarto de su escrito, en el que sostienen que el Proyecto impugnado vulnera el
art. 39.2 y 4 de la Constitución.

Señala el Abogado del Estado que la argumentación de este motivo discurre por un doble cauce: En
cuanto el Proyecto impide al padre su intervención para otorgar el consentimiento del aborto, y en cuanto
genera desigualdades respecto de los hijos nacidos. En su opinión, toda esta argumentación parte de
considerar las expresiones «hijos» o «niños» como comprensivas del concebido y no nacido, añade que la
protección de los hijos (o niños, puesto que el precepto en el conjunto de sus apartados está obviamente
contemplando a los hijos menores) a que se refiere el art. 39 de la Constitución se encuentra
indiscutiblemente ligada a la noción de persona. Por otra parte, la demanda apunta a la igualdad de
derechos y deberes del marido y de la mujer según el Código Civil, aunque de ello no infiere ninguna
lesión del art. 14 de la Constitución. Estima el Abogado del Estado que, pese a no haberse argumentado
nada en tal sentido, debe destacarse el total olvido que en la demanda se hace de la distinta posición de la
mujer embarazada y del varón progenitor. La simple consideración de los supuestos de despenalización
del aborto contemplados en la norma impugnada evidencia -dice- la improcedencia de cualquier forma de
consentimiento del varón. En el caso de aborto por indicación terapéutica, el conflicto de derechos se
sitúa exclusivamente entre el futuro de la concepción y la madre; en el caso de indicación ética, no se
comprende que hayan de prolongarse las consecuencias del delito, agravando la situación de la
embarazada al requerir el consentimiento del propio violador; finalmente, en el tercer supuesto de
despenalización, el compromiso del padre, de soportar los cuidados y gastos del nasciturus, no eliminaría
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

la aflicción o penosidad del hecho para la madre. En definitiva -concluye el Abogado del Estado-, si la
posibilidad del aborto en determinados casos se basa en la no exigibilidad de otra conducta por parte de la
madre, pese al sacrificio que ello supone del bien jurídico que es la vida en formación, con mayor razón
prevalecerá aquella no exigibilidad frente a los eventuales derechos del padre, que sólo asumirían, en su
caso, un significado instrumental y supeditado a dicho bien jurídico.

E) y F) Como quinto motivo de inconstitucionalidad señalaban los recurrentes la vulneración del art. 53
de la Constitución, en cuanto a las garantías del derecho fundamental a la vida. Luego, bajo la rúbrica de
«motivo sexto», procedían a analizar las «indicaciones» contempladas en el proyectado art. 417 bis del
Código Civil. El Abogado del Estado contesta en forma global a ambos apartados.

Señala, en primer lugar, que la demanda, en el tratamiento impugnatorio del precepto en cuestión, parte
de unas premisas generales que merecen unas consideraciones previas:

1.ª Equiparación absoluta del feto con la persona nacida, que no tiene fundamento alguno en la
Constitución y, a mayor abundamiento, tampoco en el texto penal vigente ni en la larga serie de los que le
han precedido, pues la misma diferenciación del tipo penal respecto del homicidio y el infanticidio hacen
innecesarias meyores demostraciones.

2.ª Desatención absoluta de los derechos de la madre ante la situación del embarazo, cuando esta
situación viene caracterizada precisamente por una confluencia de derechos tan intensa que no encuentra
parangón en ningún otro supuesto contemplado en el ordenamiento. El derecho a la vida de la madre, al
desarrollo de su personalidad, a la salud, al honor, a su intimidad, etc., son aspectos que no pueden
dejarse de lado so pena de asumir una visión parcial y, por ende, inexacta del problema. De todos ellos,
merece una especial consideración el derecho a la intimidad. También la demanda parece rechazar la
existencia de conflicto entre bienes jurídicos, afirmando que la vida constituye un valor absoluto, no
susceptible de limitación y ante el que deben ceder todos los demás derechos por presuponer todos y cada
uno de ellos el derecho a la vida. Esta argumentación -señala el Abogado del Estado-, que sólo se sostiene
sobre la base de una total equiparación entre el feto y la persona nacida, olvida además que no existen
derechos ilimitados -el propio derecho a la vida cede legítimamente ante la propia defensa de la persona y
de los bienes-, que todo derecho puede entrar en conflicto con otros derechos e intereses, y que la
valoración de estos intereses y el señalamiento de los correspondientes límites es tarea primordial del
legislador.

3.ª Remisión de las funciones de tipificación penal a los Tribunales. En esencia parece sostenerse en la
demanda que los supuestos de despenalización del aborto podían muy bien incluirse en los casos de
exención de responsabilidad criminal por estado de necesidad. Pero la Ley -manifiesta el Abogado del
Estado- no puede renunciar a regular la vida social con sus características de generalidad y abstracción, y
menos aún en una disciplina para la que el principio de legalidad constituye un instrumento de su propio
ser. La culpabilidad como elemento conceptual de la propia noción de delito no puede ser extraña al
legislador, ni puede dejar de ser por tanto una categoría jurídica, porque una definición jurídica del acto
violatorio tiene que basarse exclusivamente en la noción de norma jurídica, y ésta, y sólo ésta, es la
llamada a definir la culpabilidad a los efectos de integrar el tipo, y si el Juez declara la culpabilidad, estará
inevitablemente aplicando la norma. Que la norma penal defina la culpabilidad de una u otra forma, o
incluya el mandato en la parte general de un texto o en la regulación concreta de una figura penal, es algo
que compete exclusivamente al legislador. Por ello, bajo la apariencia de una actitud «judicialista» se
esconde en la demanda un puro y simple rechazo de la norma.

4.ª Rechazo de la norma por los riesgos potenciales de su propio incumplimiento. En algunos pasajes de
la demanda -recuerda el Abogado del Estado- se expresa el temor de que la despenalización de los casos
de aborto contenidos en el art. 417 bis del Código Penal constituyan un portillo abierto al aborto libre.
Esta argumentación discurre, a su juicio, por cauces ajenos al objeto del presente proceso, que no tiene
por misión -dice- asumir la responsabilidad de los resultados de la Ley, sino enjuiciar los enunciados de
ésta bajo la perspectiva del texto constitucional.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

Hechas estas consideraciones previas, pasa el Abogado del Estado a examinar la impugnación concreta
del precepto en cuestión, y a este respecto recuerda que el proyectado art. 417 bis del Código Penal exime
de penalidad al aborto si se practica por un Médico con el consentimiento de la mujer cuando concurra
alguna de las circunstancias que se expresan a continuación.

Para el caso de conflicto entre la vida de la madre y la del nasciturus, dentro de la «indicación
terapéutica», los recurrentes señalan, en primer término, que cabe la eximente de estado de necesidad,
razonamiento -dice el Abogado del Estado- que, de ser congruente consigo mismo, debiera haber hecho
prescindir de la impugnación; a continuación alegan que la exención comprende «casos excepcionales
cada vez menos frecuentes» y que hoy existen medios para lograr salvar la vida de la madre y la del hijo,
razonamiento que, a juicio del Abogado del Estado, no excluye la razón de ser del precepto, y menos aún
demuestra su inconstitucionalidad, puesto que el que la norma haya de tener una aplicación más o menos
frecuente no elimina el problema en los casos en que aparezca. En cuanto al caso de conflicto con la
salud, el Abogado del Estado se remite a las consideraciones que hizo anteriormente. Por otra parte,
señala la conveniencia de traer a colación, dentro de un marco valorativo, la doctrina de la «conducta no
exigible» que, como los propios demandantes reconocen, es sostenida por la doctrina más moderna como
causa de exención de responsabilidad. El legislador -dice- tiene derecho a valorar qué conductas merecen
castigo y cuáles no, en su función ordenadora de la convivencia. Además -añade-, ni siquiera la demanda
contiene una afirmación contraria al espíritu de la Ley, esto es, que aun en caso de grave peligro para la
salud de la madre la interrupción del embarazo deba dar lugar a sanciones para ésta. En definitiva -
concluye- las divergencias de los recurrentes con la Ley en este punto vienen a quedar reducidas a una
modesta diferenciación de matiz técnico, que no se justifica en un recurso de inconstitucionalidad.

Por lo que se refiere a la «indicación ética», recuerda el Abogado del Estado que la demanda se limita
también a formular reservas de tipo técnico, si se prescinde del juicio moral y de las medidas que podrían
coadyuvar a evitar el aborto en tales casos. El argumento -dice- va más dirigido contra el potencial abuso
de la Ley que contra la Ley misma, argumento que no resulta atendible si se tiene en cuenta que en el
caso de que la denuncia de violación se revelare falsa, o a través de cualquier confabulación se hiciere
abuso de la norma, existiría un delito independiente, además de cesar el supuesto de no punibilidad
previsto en el proyecto. Finalmente, el Abogado del Estado pone de manifiesto que para los demandantes
la indicación ética entraña una violación del art. 15 de la Constitución al hacer prevalecer -dicen- el
derecho al honor sobre el derecho a la vida; a lo que contraargumenta que no es la consideración del
derecho al honor de la madre la única motivación que está en la raíz de la indicación. Es sobre todo la
inexigibilidad de otra conducta, pues forzar a la mujer embarazada por consecuencia de un delito, a vivir
perpetuamente vinculada a un hecho indeseado e indeseable es exigir más de lo que es esperable de la
conducta humana normal.

En cuanto a la «indicación eugenésica», los recurrentes denuncian como vulnerado el art. 49 de la


Constitución, precepto -señala el Abogado del Estado- que se refiere en todo caso a la acción asistencial
del Estado y que no está pensando en los concebidos y sobre todo no contempla los graves conflictos de
derechos que surgen en los casos comprendidos en el proyectado art. 417 bis del Código Penal. La
indicación eugenésica -añade- tiene una evidente conexión con el supuesto del art. 417 bis primero; se
trata de no exigir a quien psicológicamente no pueda soportarlo, un embarazo cuyo fruto -con la certeza
que ofrecen las modernas técnicas- haya de presentar graves taras físicas o psíquicas.

Una vez concluido el examen de los supuestos de no punibilidad del aborto, señala el Abogado del Estado
que, por otra parte, estos planteamientos no constituyen ninguna originalidad novedosa de doctrina
penalista, sino que tienen su plasmación positiva en la vigente legislación penal. En efecto, una
consideración del art. 414 del Código Penal vigente muestra que el aborto llamado honoris causa ha
merecido un tratamiento singular en todas las Leyes penales, sujetándose a la más leve de las penas
privativas de libertad. Por consiguiente, si para la protección del derecho al honor se minimiza la pena
hasta ese grado, mal se puede reprochar la destipificación del delito cuando entran en consideración otros
derechos confluentes que revelan un conflicto más grave.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

G) Por último, considera el Abogado del Estado el motivo séptimo del recurso, en el que se alude a
supuestas «ambigüedades constitucionales» del proyectado art. 417 bis del Código Penal, que se estima
violan el principio de seguridad jurídica reconocido en el art. 9.3 de la Constitución, sobre todo porque el
proyecto no contiene previsión alguna sobre las consecuencias que la modificación por él introducida
supone en otros campos jurídicos.

Señala al respecto, en primer lugar, que, en su opinión, las observaciones formuladas atienden a
problemas más o menos teóricos de integración o interpretación jurídica, bien de la propia norma, bien de
ésta en su relación con otros preceptos del ordenamiento jurídico, pero no tienen que ver con el principio
de seguridad jurídica, al no discutirse su legalidad formal o su certeza material. Por otra parte -añade-, la
demanda se resuelve en un enunciado casuístico de «circunstancias», pero no funda en ellas ninguna
objeción directa de inconstitucionalidad, sino que recaba del Tribunal Constitucional una sentencia
interpretativa, petición que, como ha recordado ya este Tribunal, resulta de improcedente planteamiento
por las partes. No obstante, el Abogado del Estado pasa a comentar así las mencionadas «circunstancias»:

1.ª Por lo que se refiere a la «expresión peligro grave para la salud», el concepto de salud es un término
empleado en la Constitución, como el objeto de un derecho protegible, y la aplicación o interpretación del
concepto está confiada a los órganos encargados de juzgar sobre el derecho, en su caso.

2.ª En cuanto a la violación, el delito habrá de ser denunciado, y al Juez le compete perseguirlo si llega a
demostrarse su existencia, o, en caso contrario, proceder por simulación de delito contra la persona que
hubiere fingido su comisión.

3.ª No es objetable la norma porque su presupuesto de hecho constituya un juicio de probabilidad.

4.ª La práctica médica no exige la secuencia de ningún proceso administrativo.

5.ª No se desprende del proyecto obligación específica para los facultativos, por lo que resulta ocioso
preguntarse sobre la objeción de conciencia.

6.ª Se trata de una cuestión de derecho civil, que no es misión del Código Penal resolver.

7.ª Ya fue objeto de consideración esta objeción, como motivo sustancioso de impugnación.

8.ª No se señala por qué la intervención del Ministerio Fiscal ha de ser preceptiva.

9.ª El régimen de la Seguridad Social respecto al aborto es cuestión ajena al recurso.

10.ª La Ley 30/1979, de 27 de octubre, sobre extracción y trasplante de órganos, no puede erigirse en
parámetro de validez del proyecto impugnado.

11.ª Finalmente, en cuanto a la circunstancia invocada en el motivo cuarto del escrito de ampliación, esto
es, «el peligro que implica el aborto para la vida y la salud de la madre», no puede negarse que este riesgo
es el que la norma trata de conjurar en la primera de las indicaciones, y en otro caso no seria distinto del
de cualquier persona ante una intervención quirúrgica.

4. Habiéndose recibido del Congreso de los Diputados los Diarios de Sesiones del Pleno del mismo
correspondientes a la segunda legislatura, así como el diario de «Sesiones de la Comisión de Justicia
Interior», todo ello referido al proyecto impugnado, y del Ministerio de Justicia el expediente de
elaboración del anteproyecto de la Ley orgánica de reforma urgente y parcial del Código Penal, en el que
se incluía el art. 417 bis, este Tribunal Constitucional, por providencia de 22 de febrero de 1984, dispone
la habilitación de un plazo común de diez días para que toda esta documentación pueda ser conocida por
las partes y puedan alegar con relación a ella y dentro del indicado plazo lo que estimaren conveniente a
su derecho.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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El señor Ruiz Gallardón, en la representación que le corresponde en el presente proceso, formula en el


indicado plazo sus alegaciones, en escrito de 7 de marzo de 1984, dirigidas a los siguientes puntos:

A) El expediente remitido es, a su juicio, incompleto.

B) El Ministerio de Justicia ha remitido una inabarcable documentación que considera improcedente,


integrada por cuatro gruesos volúmenes conteniendo información sobre el ordenamiento jurídico español
en la materia, sobre la doctrina, la jurisprudencia y el derecho comparado, así como los datos sociológicos
e información de prensa; documentación toda ella posterior a febrero de 1983, por lo que no pudo ser
tenida en cuenta por el Ministerio para la elaboración del anteproyecto.

C) La documentación es, en su opinión, presuntamente parcial. Al mismo tiempo hace una proposición de
prueba que califica de documental, pública y privada, así como una proposición de prueba pericial.

Por su parte, el Abogado del Estado, en el plazo de alegaciones, manifiesta que a la vista de la
documentación recibida del Congreso de los Diputados y del Ministerio de Justicia poco se podría añadir
a las alegaciones formuladas en su momento: Los debates parlamentarios revelan una evidente
discrepancia política sobre el contenido del proyecto de reforma; un análisis de las criticas al mismo
evidencian no tanto el propósito o la convicción sobre la necesidad de someter a penas aflictivas a quienes
incidan en los tipos que se despenalizan, cuanto el derecho de operar con diferentes técnicas de exención
de responsabilidad para estos mismos supuestos. A juicio del Abogado del Estado, si desde el punto de
vista político técnico la cuestión presenta gran interés, desde el punto de vista de la constitucionalidad del
proyecto ofrece escasa utilidad. Por otra parte, añade que los estudios tenidos en cuenta para la valoración
del anteproyecto muestran una cuidadosa consideración de los distintos aspectos que inciden en las
cuestiones contempladas, y que estos estudios y trabajos no tienen otra significación que la de elementos
de reflexión y análisis previos a una decisión legislativa, cuya conformidad a la Constitución ya ha
razonado en su momento.

5. En relación con las peticiones formuladas por la parte recurrente sobre recibimiento y proposición de
prueba, este Tribunal, después de dar traslado al Abogado del Estado del escrito y documentos aportados
por plazo de cinco días, resuelve, por Auto de 9 de abril de 1984, admitir como prueba documental la
constituida por los documentos aportados con el escrito de interposición del recurso, el de ampliación y el
presentado el 7 de marzo último a que acaba de hacerse referencia en el anterior antecedente, y acuerda
denegar el resto de las peticiones que sobre prueba y el contenido del expediente se hacían en el escrito
presentado por el señor Ruiz Gallardón como comisionado de los recurrentes.

6. Por providencia de 21 de marzo de 1985, el Pleno del Tribunal señaló para deliberación y votación de
la presente sentencia el día 26 del mismo mes, plazo que se amplió por providencia del día 28 hasta el
máximo permitido por el art. 34.2 de la LOTC.

7. En la sesión del Pleno de 11 de abril de 1985 se sometió a votación conjunta la ponencia formulada por
el Ponente inicialmente nombrado, don Jerónimo Arozamena Sierra, y el texto alternativo redactado por
los Magistrados doña Gloria Begué Cantón y don Rafael Gómez-Ferrer Morant. En dicha votación obtuvo
mayoría el texto alternativo mencionado, en atención a lo cual el Ponente señor Arozamena solicitó del
Presidente que le dispensara de la redacción de la sentencia. Por Decreto de la misma fecha, el Presidente
accedió a lo solicitado y nombró Ponentes para dicho acto a los Magistrados señora Begué y señor
Gómez-Ferrer.

II. Fundamentos jurídicos

1. El objeto del recurso que debe ser decidido por la presente sentencia es determinar la
constitucionalidad o inconstitucionalidad del proyecto de Ley orgánica que introduce el art. 417 bis en el
Código Penal, por el que se declara no punible el aborto en determinados supuestos. Se trata de un caso
límite en el ámbito del Derecho; en primer lugar, porque el vínculo natural del nasciturus con la madre
fundamenta una relación de especial naturaleza de la que no hay paralelo en ningún otro comportamiento
social, y en segundo término, por tratarse de un tema en cuya consideración inciden con más profundidad
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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que en ningún otro ideas, creencias y convicciones morales, culturales y sociales. El Tribunal no puede
menos de tener en cuenta, como una de las ideas subyacentes a su razonamiento, la peculiaridad de la
relación entre la madre y el nasciturus a la que antes hemos hecho mención; pero ha de hacer abstracción
de todo elemento o patrón de enjuiciamiento que no sea el estrictamente jurídico, ya que otra cosa seria
contradictoria con la imparcialidad y objetividad de juicio inherente a la función jurisdiccional, que no
puede atenerse a criterios y pautas, incluidas las propias convicciones, ajenos a los del análisis jurídico.

2. El proyecto de reforma del Código Penal al que hacemos referencia en el fundamento anterior dice así:

«Artículo único.-El art. 417 bis del Código Penal queda redactado de la siguiente manera:

El aborto no será punible si se practica por un Médico, con el consentimiento de la mujer, cuando
concurran alguna de las circunstancias siguientes:

1. Que sea necesario para evitar un grave peligro para la vida o la salud de la embarazada.

2. Que el embarazo sea consecuencia de un hecho constitutivo del delito de violación del art. 429,
siempre que el aborto se practique dentro de las doce primeras semanas de gestación y que el mencionado
hecho hubiere sido denunciado.

3. Que sea probable que el feto habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas, siempre que el aborto
se practique dentro de las veintidós primeras semanas de gestación y que el pronóstico desfavorable
conste en un dictamen emitido por dos Médicos especialistas distintos del que intervenga a la
embarazada.»

Los recurrentes consideran este proyecto inconstitucional por estimar que vulnera los arts. 1.1, 9.3, 10.2,
15, 39.2 y 4, 49 y 51.1 y 3 de la Constitución. El Abogado del Estado, por su parte, considera que el
Proyecto no es inconstitucional. Los razonamientos de ambas partes han quedado resumidos en los
antecedentes primero, segundo y tercero de esta Sentencia, por lo que sería redundante hacerlo aquí.

3. El problema nuclear en torno al cual giran las cuestiones planteadas en el presente recurso es el alcance
de la protección constitucional del nasciturus, por lo que procede comenzar por hacer unas
consideraciones generales sobre la trascendencia del reconocimiento del derecho a la vida dentro del
ordenamiento constitucional, consideraciones que iremos precisando a medida que lo requiera el
desarrollo de nuestra argumentación. Dicho derecho a la vida, reconocido y garantizado en su doble
significación física y moral por el art. 15 de la Constitución, es la proyección de un valor superior del
ordenamiento jurídico constitucional -la vida humana- y constituye el derecho fundamental esencial y
troncal en cuanto es el supuesto ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia
posible. Indisolublemente relacionado con el derecho a la vida en su dimensión humana se encuentra el
valor jurídico fundamental de la dignidad de la persona, reconocido en el art. 10 como germen o núcleo
de unos derechos «que le son inherentes». La relevancia y la significación superior de uno y otro valor y
de los derechos que los encarnan se manifiesta en su colocación misma en el texto constitucional, ya que
el art. 10 es situado a la cabeza del titulo destinado a tratar de los derechos y deberes fundamentales, y el
art. 15 a la cabeza del capitulo donde se concretan estos derechos, lo que muestra que dentro del sistema
constitucional son considerados como el punto de arranque, como el prius lógico y ontológico para la
existencia y especificación de los demás derechos.

4. Es también pertinente hacer, con carácter previo, algunas referencias al ámbito, significación y función
de los derechos fundamentales en el constitucionalismo de nuestro tiempo inspirado en el Estado social de
Derecho. En este sentido, la doctrina ha puesto de manifiesto -en coherencia con los contenidos y
estructuras de los ordenamientos positivos- que los derechos fundamentales no incluyen solamente
derechos subjetivos de defensa de los individuos frente al Estado, y garantías institucionales, sino también
deberes positivos por parte de éste (vide al respecto arts. 9.2; 17.4; 18.1 y 4; 20.3; 27 de la Constitución).
Pero, además, los derechos fundamentales son los componentes estructurales básicos, tanto del conjunto
del orden jurídico objetivo como de cada una de las ramas que lo integran, en razón de que son la
expresión jurídica de un sistema de valores que, por decisión del constituyente, ha de informar el conjunto
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

de la organización jurídica y política; son, en fin, como dice el art. 10 de la Constitución, el «fundamento
del orden jurídico y de la paz social». De la significación y finalidades de estos derechos dentro del orden
constitucional se desprende que la garantía de su vigencia no puede limitarse a la posibilidad del ejercicio
de pretensiones por parte de los individuos, sino que ha de ser asumida también por el Estado. Por
consiguiente, de la obligación del sometimiento de todos los poderes a la Constitución no solamente se
deduce la obligación negativa del Estado de no lesionar la esfera individual o institucional protegida por
los derechos fundamentales, sino también la obligación positiva de contribuir a la efectividad de tales
derechos, y de los valores que representan, aun cuando no exista una pretensión subjetiva por parte del
ciudadano. Ello obliga especialmente al legislador, quien recibe de los derechos fundamentales «los
impulsos y líneas directivas», obligación que adquiere especial relevancia allí donde un derecho o valor
fundamental quedaría vacío de no establecerse los supuestos para su defensa.

5. El art. 15 de la Constitución establece que «todos tienen derecho a la vida». La vida es un concepto
indeterminado sobre el que se han dado respuestas plurívocas no sólo en razón de las distintas
perspectivas (genética, médica, teológica, etc.), sino también en virtud de los diversos criterios
mantenidos por los especialistas dentro de cada uno de los puntos de vista considerados, y en cuya
evaluación y discusión no podemos ni tenemos que entrar aquí. Sin embargo, no es posible resolver
constitucionalmente el presente recurso sin partir de una noción de la vida que sirva de base para
determinar el alcance del mencionado precepto. Desde el punto de vista de la cuestión planteada basta con
precisar:

a) Que la vida humana es un devenir, un proceso que comienza con la gestación, en el curso de la cual
una realidad biológica va tomando corpórea y sensitivamente configuración humana, y que termina en la
muerte; es un continuo sometido por efectos del tiempo a cambios cualitativos de naturaleza somática y
psíquica que tienen un reflejo en el status jurídico público y privado del sujeto vital.

b) Que la gestación ha generado un tertium existencialmente distinto de la madre, aunque alojado en el


seno de ésta.

c) Que dentro de los cambios cualitativos en el desarrollo del proceso vital y partiendo del supuesto de
que la vida es una realidad desde el inicio de la gestación, tiene particular relevancia el nacimiento, ya
que significa el paso de la vida albergada en el seno materno a la vida albergada en la sociedad, bien que
con distintas especificaciones y modalidades a lo largo del curso vital. Y previamente al nacimiento tiene
especial trascendencia el momento a partir del cual el nasciturus es ya susceptible de vida independiente
de la madre, esto es, de adquirir plena individualidad humana.

De las consideraciones anteriores se deduce que si la Constitución protege la vida con la relevancia a que
antes se ha hecho mención, no puede desprotegerla en aquella etapa de su proceso que no sólo es
condición para la vida independiente del claustro materno, sino que es también un momento del
desarrollo de la vida misma; por lo que ha de concluirse que la vida del nasciturus, en cuanto éste encarna
un valor fundamental -la vida humana- garantizado en el art. 15 de la Constitución, constituye un bien
jurídico cuya protección encuentra en dicho precepto fundamento constitucional.

Esta conclusión resulta también de los debates parlamentarios en torno a la elaboración del mencionado
artículo del texto constitucional, cuya cercanía en el tiempo justifica su utilización como elemento
interpretativo. En el Pleno del Congreso fue defendida una enmienda -aprobada por mayoría- que
proponía utilizar el término «todos» en sustitución de la expresión «todas las personas» -introducida en el
seno de la Comisión para modificar la primitiva redacción del precepto en el Anteproyecto por estimar
que era «técnicamente más correcta»- con la finalidad de incluir al nasciturus y de evitar, por otra parte,
que con la palabra «persona» se entendiera incorporado el concepto de la misma elaborado en otras
disciplinas jurídicas específicas, como la civil y la penal, que, de otra forma, podría entenderse asumido
por la Constitución. La ambigüedad del término «todos» en la expresión «todos tienen derecho a la vida»
no fue despejada, sin embargo, durante los debates por lo que se refiere a la extensión de la titularidad del
derecho, pero en cualquier caso, como señaló el defensor de la enmienda, constituía una fórmula abierta
que se estimaba suficiente para basar en ella la defensa del nasciturus. El precepto fue aprobado

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

posteriormente en el Senado por 162 votos a favor, ninguno en contra y dos abstenciones. En definitiva,
el sentido objetivo del debate parlamentario corrobora que el nasciturus está protegido por el art. 15 de la
Constitución aun cuando no permite afirmar que sea titular del derecho fundamental.

6. Los recurrentes pretenden deducir tal titularidad, no sólo de los mencionados debates parlamentarios
acerca de la inclusión del nasciturus en el término «todos» del art. 15, sino también de la interpretación
sistemática de la Constitución, así como de los tratados y acuerdos internacionales ratificados por España,
a que remite el art. 10.2 de la Constitución para la interpretación de las normas relativas a los derechos
fundamentales y libertades en ella reconocidos. No existe, sin embargo, fundamento suficiente en apoyo
de su tesis.

Por lo que se refiere a la primera, los mismos recurrentes reconocen que la palabra «todos» utilizada en
otros preceptos constitucionales (arts. 27, 28, 29, 35 y 47) hace referencia a los nacidos, como se deduce
del contexto y del alcance del derecho que regulan, pero estiman que de ello no puede concluirse que ese
mismo significado haya de atribuirse a dicho término en el art. 15. La interpretación sistemática de éste ha
de hacerse, a su juicio, en relación con otros preceptos constitucionales (arts. 1.1, 10, 14, 39 y 49). Pero
los mismos términos generales en que esta argumentación se desarrolla y la misma vaguedad de la
conclusión a que llegan los recurrentes la convierten en irrelevante, por lo que se refiere a la cuestión
concreta planteada de la titularidad del derecho a la vida que pueda corresponder al nasciturus.

En cuanto a la interpretación del art. 15, de conformidad con la Declaración Universal de Derechos
Humanos y los tratados y acuerdos internacionales ratificados por España, lo cierto es que la versión
auténtica francesa utiliza expresamente el término «persona» en el art. 6 del Pacto Internacional de
Derechos civiles y políticos -al igual que lo hace la versión auténtica española- y en el art. 2 del Convenio
Europeo para la protección de los derechos humanos y libertades fundamentales. Y si bien el Tribunal de
Derechos Humanos no ha tenido ocasión de pronunciarse sobre este extremo, la Comisión Europea de
Derechos Humanos, en su función relativa a la admisión de demandadas, si lo ha hecho en relación con el
art. 2 del Convenio en el asunto 8416/1979, en su decisión de 13 de mayo de 1980, poniendo de
manifiesto por lo que se refiere a la expresión everyone o toute personne de los textos auténticos que, aun
cuando no aparece definida en el Convenio, la utilización que de dicha expresión se hace en el mismo y el
contexto dentro del cual se emplea en el mencionado art. 2 lleva a sostener que se refiere a las personas ya
nacidas y no es aplicable al nasciturus (Ftos. jcos. 9 y 17); asimismo, al examinar el término «vida», la
Comisión se planteó en qué sentido puede interpretarse el art. 2 en cuestión en relación con el feto,
aunque no llegó a pronunciarse en términos precisos sobre tal extremo por estimar que no era necesario
para decidir sobre el supuesto planteado (indicación médica para proteger la vida y la salud de la madre),
limitándose a excluir, de las posibles interpretaciones, la de que el feto pudiera tener un «derecho a la
vida» de carácter absoluto (Ftos. jcos. 17 a 23).

7. En definitiva, los argumentos aducidos por los recurrentes no pueden estimarse para fundamentar la
tesis de que al nasciturus le corresponda también la titularidad del derecho a la vida, pero, en todo caso, y
ello es lo decisivo para la cuestión objeto del presente recurso, debemos afirmar que la vida del
nasciturus, de acuerdo con lo argumentado en los fundamentos jurídicos anteriores de esta sentencia, es
un bien jurídico constitucionalmente protegido por el art. 15 de nuestra norma fundamental.

Partiendo de las consideraciones efectuadas en el fundamento jurídico 4, esta protección que la


Constitución dispensa al nasciturus implica para el Estado con carácter general dos obligaciones: La de
abstenerse de interrumpir o de obstaculizar el proceso natural de gestación, y la de establecer un sistema
legal para la defensa de la vida que suponga una protección efectiva de la misma y que, dado el carácter
fundamental de la vida, incluya también, como última garantía, las normas penales. Ello no significa que
dicha protección haya de revestir carácter absoluto; pues, como sucede en relación con todos los bienes y
derechos constitucionalmente reconocidos, en determinados supuestos puede y aun debe estar sujeta a
limitaciones, como veremos posteriormente.

8. Junto al valor de la vida humana y sustancialmente relacionado con la dimensión moral de ésta, nuestra
Constitución ha elevado también a valor jurídico fundamental la dignidad de la persona, que, sin perjuicio

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

de los derechos que le son inherentes, se halla íntimamente vinculada con el libre desarrollo de la
personalidad (art. 10) y los derechos a la integridad física y moral (art. 15), a la libertad de ideas y
creencias (art. 16), al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen (art. 18.1). Del sentido
de estos preceptos puede deducirse que la dignidad es un valor espiritual y moral inherente a la persona,
que se manifiesta singularmente en la autodeterminación consciente y responsable de la propia vida y que
lleva consigo la pretensión al respeto por parte de los demás.

La dignidad está reconocida a todas las personas con carácter general, pero cuando el intérprete
constitucional trata de concretar este principio no puede ignorar el hecho obvio de la especificidad de la
condición femenina y la concreción de los mencionados derechos en el ámbito de la maternidad, derechos
que el Estado debe respetar y a cuya efectividad debe contribuir, dentro de los límites impuestos por la
existencia de otros derechos y bienes asimismo reconocidos por la Constitución.

9. Las consideraciones anteriores nos permiten entrar a examinar el Proyecto objeto del presente recurso
para enjuiciar la presunta inconstitucionalidad de los supuestos de declaración de no punibilidad del
aborto en él contenidos, aducida por los recurrentes.

El legislador parte de una normativa preconstitucional que utiliza la técnica penal como forma de
protección de la vida del nasciturus (arts. 411 a 417 del Código Penal), normativa que no revisa con
carácter general, limitándose a declarar no punible el aborto en determinados supuestos, que responden a
las denominadas indicaciones terapéutica, ética y eugenésica (Fto. jco. 2). La cuestión que se suscita es,
pues, la de examinar si el legislador puede excluir en supuestos determinados la vida del nasciturus de la
protección penal.

En primer lugar, las causas de exención de la responsabilidad establecidas en el art. 8 del Código Penal
tienen una aplicación general respecto de los delitos sancionados en este Código, que no ha sido puesta en
duda en el presente recurso, y de la que es posible deducir que -en principio y con los límites que les son
inherentes- también pueden regir, en su caso, respecto del delito de aborto (arts. 411 y ss. del Código
Penal). Pero, ciñéndonos estrictamente a la cuestión planteada por los recurrentes, hemos de considerar si
le está constitucionalmente permitido al legislador utilizar una técnica diferente, mediante la cual excluya
la punibilidad en forma específica para ciertos delitos.

La respuesta a esta cuestión ha de ser afirmativa. Por una parte, el legislador puede tomar en
consideración situaciones características de conflicto que afectan de una manera específica a un ámbito
determinado de prohibiciones penales. Tal es el caso de los supuestos en los cuales la vida del nasciturus,
como bien constitucionalmente protegido, entra en colisión con derechos relativos a valores
constitucionales de muy relevante significación, como la vida y la dignidad de la mujer, en una situación
que no tiene parangón con otra alguna, dada la especial relación del feto respecto de la madre, así como la
confluencia de bienes y derechos constitucionales en juego.

Se trata de graves conflictos de características singulares, que no pueden contemplarse tan sólo desde la
perspectiva de los derechos de la mujer o desde la protección de la vida del nasciturus. Ni ésta puede
prevalecer incondicionalmente frente a aquéllos, ni los derechos de la mujer pueden tener primacía
absoluta sobre la vida del nasciturus, dado que dicha prevalencia supone la desaparición, en todo caso, de
un bien no sólo constitucionalmente protegido, sino que encarna un valor central del ordenamiento
constitucional. Por ello, en la medida en que no puede afirmarse de ninguno de ellos su carácter absoluto,
el intérprete constitucional se ve obligado a ponderar los bienes y derechos en función del supuesto
planteado, tratando de armonizarlos si ello es posible o, en caso contrario, precisando las condiciones y
requisitos en que podría admitirse la prevalencia de uno de ellos.

Por otra parte, el legislador, que ha de tener siempre presente la razonable exigibilidad de una conducta y
la proporcionalidad de la pena en caso de incumplimiento, puede también renunciar a la sanción penal de
una conducta que objetivamente pudiera representar una carga insoportable, sin perjuicio de que, en su
caso, siga subsistiendo el deber de protección del Estado respecto del bien jurídico en otros ámbitos. Las
leyes humanas contienen patrones de conducta en los que, en general, encajan los casos normales, pero
existen situaciones singulares o excepcionales en las que castigar penalmente el incumplimiento de la Ley
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

resultaría totalmente inadecuado; el legislador no puede emplear la máxima constricción -la sanción
penal- para imponer en estos casos la conducta que normalmente sería exigible, pero que no lo es en
ciertos supuestos concretos.

10. Los recurrentes alegan que no puede conocerse el alcance de los supuestos previstos por el legislador,
dada la imprecisión de alguno de los términos que éste utiliza, lo que, a su juicio, vulnera el principio de
seguridad jurídica consagrado en el art. 9.3 de la Constitución.

El Tribunal no puede compartir esta alegación de los recurrentes, pues aun cuando tales términos puedan
contener un margen de apreciación, ello no los transforma en conceptos incompatibles con la seguridad
jurídica, ya que son susceptibles de definiciones acordes con el sentido idiomático general que eliminan el
temor de una absoluta indeterminación en cuanto a su interpretación.

En efecto, el término «necesario» -que se utiliza en el núm. 1 del art. 417 bis del Código Penal en la
redacción del Proyecto- sólo puede interpretarse en el sentido de que se produce una colisión entre la vida
del nasciturus y la vida o salud de la embarazada que no puede solucionarse de ninguna otra forma.

En especial, y en relación con el supuesto de grave peligro para la salud, el término «grave» expresa con
claridad la idea de que ha de tratarse de un peligro de disminución importante de la salud y con
permanencia en el tiempo, todo ello según los conocimientos de la ciencia médica en cada momento. Por
otra parte, el término «salud» se refiere a la salud física o psíquica, como se deduce con toda evidencia de
los debates parlamentarios.

Finalmente, en cuanto al número 3 del mencionado artículo, el término «probable» expresa la idea de
razonable presunción de verdad, y responde, como apunta el Abogado del Estado, a la presumible
prudencia de los dictámenes médicos en los que los términos absolutos de seguridad o certeza suelen
quedar excluidos, sin que en este caso la sustitución de un concepto jurídico indeterminado por otro
pudiera contribuir, a juicio de este Tribunal, a una mayor precisión en el supuesto de hecho. Por otra
parte, el término «grave» expresa, de un lado, la importancia y profundidad de la tara y, de otro, su
permanencia en el tiempo.

11. Una vez analizada la objeción de indeterminación de los supuestos alegada por los recurrentes, basada
en la imprecisión de los términos, es preciso examinar la constitucionalidad de cada una de las
indicaciones o supuestos de hecho en que el proyecto declara no punible la interrupción del estado de
embarazo:

a) El núm. 1 contiene en realidad dos indicaciones que es necesario distinguir: El grave peligro para la
vida de la embarazada y el grave peligro para su salud.

En cuanto a la primera, se plantea el conflicto entre el derecho a la vida de la madre y la protección de la


vida del nasciturus. En este supuesto es de observar que si la vida del nasciturus se protegiera
incondicionalmente, se protegería más a la vida del no nacido que a la vida del nacido, y se penalizaría a
la mujer por defender su derecho a la vida, lo que descartan también los recurrentes, aunque lo
fundamenten de otra manera; por consiguiente, resulta constitucional la prevalencia de la vida de la
madre.

En cuanto a la segunda, es preciso señalar que el supuesto de grave peligro» para la salud de la
embarazada afecta seriamente a su derecho a la vida y a la integridad física. Por ello, la prevalencia de la
salud de la madre tampoco resulta inconstitucional, máxime teniendo en cuenta que la exigencia del
sacrificio importante y duradero de su salud bajo la conminación de una sanción penal puede estimarse
inadecuada, de acuerdo con las consideraciones contenidas en el fundamento jurídico 9.

b) En cuanto a la indicación prevista en el núm. 2 -que el embarazo sea consecuencia de un delito de


violación y siempre que el aborto se practique dentro de las doce primeras semanas- basta considerar que
la gestación ha tenido su origen en la comisión de un acto no sólo contrario a la voluntad de la mujer, sino
realizado venciendo su resistencia por la violencia, lesionando en grado máximo su dignidad personal y el

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libre desarrollo de su personalidad, y vulnerando gravemente el derecho de la mujer a su integridad física


y moral, al honor, a la propia imagen y a la intimidad personal. Obligarla a soportar las consecuencias de
un acto de tal naturaleza es manifiestamente inexigible; la dignidad de la mujer excluye que pueda
considerársele como mero instrumento, y el consentimiento necesario para asumir cualquier compromiso
u obligación cobra especial relieve en este caso ante un hecho de tanta trascendencia como el de dar vida
a un nuevo ser, vida que afectará profundamente a la suya en todos los sentidos.

Por ello la mencionada indicación no puede estimarse contraria a la Constitución.

c) El núm. 3 del artículo en cuestión contiene la indicación relativa a la probable existencia de graves
taras físicas o psíquicas en el feto. El fundamento de este supuesto, que incluye verdaderos casos limite,
se encuentra en la consideración de que el recurso a la sanción penal entrañaría la imposición de una
conducta que excede de la que normalmente es exigible a la madre y a la familia. La afirmación anterior
tiene en cuenta la situación excepcional en que se encuentran los padres, y especialmente la madre,
agravada en muchos casos por la insuficiencia de prestaciones estatales y sociales que contribuyan de
modo significativo a paliar en el aspecto asistencial la situación, y a eliminar la inseguridad que
inevitablemente ha de angustiar a los padres acerca de la suerte del afectado por la grave tara en el caso
de que les sobreviva.

Sobre esta base y las consideraciones que antes hemos efectuado en relación a la exigibilidad de la
conducta, entendemos que este supuesto no es inconstitucional.

En relación con él y desde la perspectiva constitucional, hemos de poner de manifiesto la conexión que
existe entre el desarrollo del art. 49 de la Constitución -incluido en el capitulo III, «De los principios
rectores de la política social y económica», del título I, «De los derechos y deberes fundamentales»- y la
protección de la vida del nasciturus comprendida en el art. 15 de la Constitución. En efecto, en la medida
en que se avance en la ejecución de la política preventiva y en la generalización e intensidad de las
prestaciones asistenciales que son inherentes al Estado social (en la línea iniciada por la Ley de 7 de abril
de 1982 relativa a los minusválidos, que incluye a los disminuidos profundos, y disposiciones
complementarias) se contribuirá de modo decisivo a evitar la situación que está en la base de la
despenalización.

12. Desde el punto de vista constitucional, el proyecto, al declarar no punible el aborto en determinados
supuestos, viene a delimitar el ámbito de la protección penal del nasciturus, que queda excluido en tales
casos en razón de la protección de derechos constitucionales de la mujer y de las circunstancias
concurrentes en determinadas situaciones. Por ello, una vez establecida la constitucionalidad de tales
supuestos, es necesario examinar si la regulación contenida en el art. 417 bis del Código Penal, en la
redacción dada por el Proyecto, garantiza suficientemente el resultado de la ponderación de los bienes y
derechos en conflicto realizada por el legislador, de forma tal que la desprotección del nasciturus no se
produzca fuera de las situaciones previstas ni se desprotejan los derechos a la vida y a la integridad física
de la mujer, evitando que el sacrificio del nasciturus, en su caso, comporte innecesariamente el de otros
derechos constitucionalmente protegidos. Y ello porque, como hemos puesto de manifiesto en los
fundamentos jurídicos 4 y 7 de la presente Sentencia, el Estado tiene la obligación de garantizar la vida,
incluida la del nasciturus (art. 15 de la Constitución), mediante un sistema legal que suponga una
protección efectiva de la misma, lo que exige, en la medida de lo posible, que se establezcan las garantías
necesarias para que la eficacia de dicho sistema no disminuya más allá de lo que exige la finalidad del
nuevo precepto.

El legislador no ha sido ajeno a esta preocupación, pues indica en el proyecto, con carácter general, que el
aborto debe ser practicado por un Médico con el consentimiento de la mujer, así como que el hecho debe
ser denunciado en el caso de violación, y que en el tercer supuesto el pronóstico desfavorable ha de
constar en un dictamen emitido por dos Médicos especialistas distintos del que intervenga a la
embarazada. El propio legislador ha previsto, pues, determinadas medidas encaminadas a conseguir que
se verifique la comprobación de los supuestos que están en la base de la despenalización parcial del

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Francisco Fernandez Segado

aborto; se trata, como afirma el Abogado del Estado, de medidas de garantía y de certeza del presupuesto
de hecho del precepto, en la línea de lo que sucede en la regulación positiva de países de nuestro entorno.

Se impone, pues, examinar si dichas medidas de garantía son suficientes para considerar que la regulación
contenida en el Proyecto cumple las antedichas exigencias constitucionales derivadas del art. 15 de la
Constitución.

Por lo que se refiere al primer supuesto, esto es, al aborto terapéutico, este Tribunal estima que la
requerida intervención de un Médico para practicar la interrupción del embarazo, sin que se prevea
dictamen médico alguno, resulta insuficiente. La protección del nasciturus exige, en primer lugar, que, de
forma análoga a lo previsto en el caso del aborto eugenésico, la comprobación de la existencia del
supuesto de hecho se realice con carácter general por un Médico de la especialidad correspondiente, que
dictamine sobre las circunstancias que concurren en dicho supuesto.

Por otra parte, en el caso del aborto terapéutico y eugenésico la comprobación del supuesto de hecho, por
su naturaleza, ha de producirse necesariamente con anterioridad a la realización del aborto y, dado que de
llevarse éste a cabo se ocasionaría un resultado irreversible, el Estado no puede desinteresarse de dicha
comprobación.

Del mismo modo tampoco puede desinteresarse de la realización del aborto, teniendo en cuenta el
conjunto de bienes y derechos implicados -la protección de la vida del nasciturus y el derecho a la vida y
a la salud de la madre que, por otra parte, está en la base de la despenalización en el primer supuesto-, con
el fin de que la intervención se realice en las debidas condiciones médicas disminuyendo en consecuencia
el riesgo para la mujer.

Por ello el legislador debería prever que la comprobación del supuesto de hecho en los casos del aborto
terapéutico y eugenésico, así como la realización del aborto, se lleve a cabo en centros sanitarios públicos
o privados, autorizados al efecto, o adoptar cualquier otra solución que estime oportuna dentro del marco
constitucional.

Las exigencias constitucionales no quedarían incumplidas si el legislador decidiera excluir a la


embarazada de entre los sujetos penalmente responsables en caso de incumplimiento de los requisitos
mencionados en el párrafo anterior, dado que su fundamento último es el de hacer efectivo el deber del
Estado de garantizar que la realización del aborto se llevará a cabo dentro de los límites previstos por el
legislador y en las condiciones médicas adecuadas para salvaguardar el derecho a la vida y a la salud de la
mujer.

Por lo que se refiere a la comprobación del supuesto de hecho en el caso del aborto ético, la
comprobación judicial del delito de violación con anterioridad a la interrupción del embarazo presenta
graves dificultades objetivas, pues dado el tiempo que pueden requerir las actuaciones judiciales entraría
en colisión con el plazo máximo dentro del cual puede practicarse aquélla. Por ello entiende este Tribunal
que la denuncia previa, requerida por el proyecto en el mencionado supuesto, es suficiente para dar por
cumplida la exigencia constitucional respecto a la comprobación del supuesto de hecho.

Finalmente, como es obvio, el legislador puede adoptar cualquier solución dentro del marco
constitucional, pues no es misión de este Tribunal sustituir la acción del legislador, pero sí lo es, de
acuerdo con el art. 79.4 b) de la LOTC, indicar las modificaciones que a su juicio -y sin excluir otras
posibles- permitieran la prosecución de la tramitación del proyecto por el órgano competente.

13. Consideran los recurrentes que el consentimiento en los supuestos previstos en los núms. 1 y 3 del art.
417 bis del Código Penal, en la redacción dada por el proyecto, no debería corresponder únicamente a la
madre y hacen especial referencia a la participación del padre, estimando que la exclusión de ésta vulnera
el art. 39.3 de la Constitución.

El Tribunal entiende que la solución del legislador no es inconstitucional, dado que la peculiar relación
entre la embarazada y el nasciturus hace que la decisión afecte primordialmente a aquélla.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

14. Finalmente, los recurrentes alegan que el proyecto no contiene previsión alguna sobre las
consecuencias que la norma penal origina en otros ámbitos jurídicos, aludiendo en concreto a la objeción
de conciencia, al procedimiento a través del cual pueda prestar el consentimiento la mujer menor de edad
o sometida a tutela y a la inclusión del aborto dentro del régimen de la Seguridad Social.

Al Tribunal no se le oculta la especial relevancia de estas cuestiones, como también la de todas aquellas
derivadas del derecho de la mujer a disponer de la necesaria información, no sólo de carácter médico -lo
que constituye un requisito del consentimiento válido-, sino también de índole social, en relación con la
decisión que ha de adoptar.

Pero tales cuestiones, aunque su regulación pueda revestir singular interés, son ajenas al enjuiciamiento
de la constitucionalidad del proyecto, que debe circunscribirse a la norma penal impugnada, de
conformidad con lo dispuesto en el art. 79 de la LOTC.

No obstante, cabe señalar, por lo que se refiere al derecho a la objeción de conciencia, que existe y puede
ser ejercido con independencia de que se haya dictado o no tal regulación. La objeción de conciencia
forma parte del contenido del derecho fundamental a la libertad ideológica y religiosa reconocido en el
art. 16.1 de la Constitución y, como ha indicado este Tribunal en diversas ocasiones, la Constitución es
directamente aplicable, especialmente en materia de derechos fundamentales.

Y en cuanto a la forma de prestar consentimiento la menor o incapacitada, podrá aplicarse la regulación


establecida por el derecho positivo, sin perjuicio de que el legislador pueda valorar si la normativa
existente es la adecuada desde la perspectiva de la norma penal cuestionada.

FALLO

En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE LE CONFIERE


LA CONSTITUCION DE LA NACION ESPAÑOLA,

Ha decidido:

Declarar que el proyecto de Ley Orgánica por el que se introduce el art. 417 bis del Código Penal es
disconforme con la Constitución, no en razón de los supuestos en que declara no punible el aborto, sino
por incumplir en su regulación exigencias constitucionales derivadas del art. 15 de la Constitución, que
resulta por ello vulnerado, en los términos y con el alcance que se expresan en el fundamento jurídico 12
de la presente Sentencia.

Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».

Dada en Madrid, a once de abril de mil novecientos ochenta y cinco.

Voto particular que formula el Magistrado don Jerónimo Arozamena Sierra en el recurso previo de
inconstitucionalidad núm. 800/1983

1. Disiento de la fundamentación y del fallo que han formulado mis colegas. A mi juicio debió declararse
la inexistencia de la inconstitucionalidad alegada por el grupo recurrente y, en consecuencia, debió el
proceso legislativo seguir su curso. Contra lo por mi propuesto, y que alcanzó el voto conforme de seis
Magistrados, incluido el que suscribe este voto particular, la Sentencia de que discrepo ha concluido a mi
entender, con un pronunciamiento que traspasa los límites jurídico funcionales de la potestad
jurisdiccional que incumbe al Tribunal Constitucional.

Nuestro cometido, cuando se declara en el recurso previo la inconstitucionalidad del texto impugnado, o
de una parte de ese texto, es concretar ésta y el precepto o preceptos constitucionales infringidos [art. 79.4
b) de la LOTC]. Lo que está vedado al Tribunal es establecer modificaciones o adiciones del texto
impugnado o establecer o adicionar otros preceptos. Esto es lo que hace la Sentencia cuando dice al
legislador lo que debería hacer para adecuar los preceptos a la Constitución. Se equivoca la Sentencia,
opino con todos los respetos, cuando recoge (fundamento 12, in fine), que corresponde al Tribunal
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Francisco Fernandez Segado

«indicar las modificaciones que a su juicio -y sin excluir otras posibles- permitieran la prosecución de la
tramitación del proyecto por el órgano competente». Ni dice esto el art. 79.4 b de la LOTC ni se
concuerda con los principios que rigen la relación entre jurisdicción constitucional y legislación.

2. El constituyente no resolvió -no tomó postura en el art. 15- el problema jurídico-penal del aborto. Es un
tema abierto a la disponibilidad del legislador democrático -se ha hecho con el quórum reforzado de las
leyes orgánicas-, sin que la fórmula por la que se ha decidido (la de indicaciones, referida a tres
supuestos) se encuentre en oposición con el art. 15 (y los otros a los que se acogen los recurrentes para
sostener la inconstitucionalidad: arts. 1.1, 39.2, 39.4, 43, 53.1 y 59.3). Para el juicio de confrontación
constitucional debe partirse de que es al legislador (que goza de una presunción de constitucionalidad) al
que incumbe la conformación jurídica de las relaciones sociales. Inferir del art. 15, como hace la
Sentencia, que el precepto es inconstitucional por omisión de determinadas precisiones en el texto no
resulta convincente. Se está, en realidad, a mi entender, conformando la modalidad excluyente de la
responsabilidad penal, según un juicio que no es de constitucionalidad.

El art. 15 comienza con expresión de función adjetival (todos) no seguida de un sustantivo. De la fórmula
gramatical utilizada (y la supresión en el texto de la palabra «persona») no puede inferirse, a mi juicio,
que la Constitución dejara decidida una determinada toma de posición impeditiva de una actuación
legislativa penal. El análisis del texto del art. 15, de su proceso de creación y de sus conexiones
sistemáticas, conducen a la idea de que el tema del aborto (y su tratamiento penal) quedó abierto al
legislador. Junto a estos caminos interpretativos es obligado, por mandato del art. 10.2 de la Constitución,
acudir a los textos internacionales que dice este precepto, y que tienen el valor de factor interpretativo,
según el art. 10.2 de las normas relativas a los derechos fundamentales y a las libertades. No vamos a
hacer largas consideraciones para algo que, a mi juicio, aparece claro: El art. 3 de la Declaración
Universal de Derechos Humanos, el art. 6.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y el
art. 2 del Convenio europeo son argumentos irrebatibles para sostener que el art. 15 de nuestra
Constitución, interpretado desde textos internacionales, no es impeditivo de un sistema de tratamiento del
aborto que excluya su punición, y, desde luego, no lo es del configurado en el art. 417 bis del Código
Penal (según el proyecto impugnado), como revela, además, la existencia de sistemas variados de
tratamiento del aborto en los países signatarios de los indicados textos internacionales.

3. El legislador organiza su sistema penal según los principios del Estado de derecho, el principio de
culpabilidad y el principio de humanidad. Cuando configura como punible una determinada conducta (en
el caso, el aborto consentido), puede excepcionar conductas, o configurar causas (genéricas o específicas)
de justificación, o de inculpabilidad por inexigibilidad de la conducta. Actúa el legislador según el
principio de merecimiento de la pena no atrayendo al campo represivo punitivo conductas que no son
merecedoras de sanción penal. Cierto que el nasciturus es un bien que merece protección penal. La lesión
de ese bien se protege penalmente, pero no toda realización del tipo penal fundamenta la antijuridicidad
de la conducta. Junto a las causes de antijuridicidad existen otras causas de inexigibilidad. El que el
legislador configure, con mayor o menor rigor técnico, los supuestos excluidos de punición no es
atentatorio a principio constitucional alguno. La apreciación de si una conducta es o no generalmente
exigible y, en consecuencia, si su realización ha de ser o no castigada con una pena depende de una serie
de factores que aprecia el legislador. Los poderes del legislador hechos efectivos en el art. 417 bis para
excluir las responsabilidades penales en el caso del aborto consentido, no puede decirse que han
traspasado límites constitucionales y, desde luego, no han incidido en violación del art. 15 de la
Constitución.

4. La insuficiencia del proyecto (la acusación de que es ambiguo o fragmentario) se alegó por los
recurrentes desde la perspectiva de la seguridad jurídica (art. 9.3 de la Constitución). La Sentencia lo trata
partiendo del art. 15. Sobre la inconsistencia de inferir partiendo del art. 15 que el proyecto de ley incurre
en omisión que provoca su inconstitucionalidad ya he expuesto antes cuál es mi opinión. El texto del que
discrepo no analiza, propiamente, lo que es el verdadero motivo del recurso basado en el art. 9.3. Creo
que debió estudiarse este motivo (como otros sobre los que pasa por alto la Sentencia: arts. 1.1, 39.2 y
39.4) para concluir desestimándolos.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

Opino que hubiera sido procedente declarar que el Proyecto de Ley Orgánica de reforma del art. 417 bis
del Código Penal es conforme con la Constitución.

Madrid, a quince de abril de mil novecientos ochenta y cinco.

Voto particular que formula el Magistrado don Luis Díez-Picazo a la Sentencia dictada en el
recurso previo de inconstitucionalidad número 800/1983

Quiero exponer con la mayor brevedad posible, las razones por la que disiento de esta Sentencia, que
guardan, en buena medida, relación con mi modo de entender la función de la Constitución y la
inconstitucionalidad de las leyes.

a) En la Sentencia de 8 de abril de 1981 (recurso de inconstitucionalidad número 192/1980, «Boletín


Oficial del Estado» de 25 de abril de 1981) decíamos que en «un plano hay que situar las decisiones
políticas y el enjuiciamiento político que tales decisiones merezcan y en otro plano distinto la calificación
de inconstitucionalidad, que ha de hacerse con arreglo a criterios estrictamente jurídicos». Yo sigo
profesando la misma idea: Considerar que una ley no es inconstitucional es la conclusión de un juicio
jurídico, que no supone -entiéndase bien- hacerse partidario de la ley o solidarizarse con ella.

b) En la recordada Sentencia de 8 de abril de 1981 dijimos también algo que yo continúo profesando. Era
esto: «La Constitución es un marco de coincidencias suficientemente amplio como para que dentro de él
quepan opciones políticas de muy diferente signo. La labor de interpretación de la Constitución no
consiste necesariamente en cerrar el paso a las opciones o variantes, imponiendo autoritariamente una de
ellas. A esta conclusión habrá que llegar únicamente cuando el carácter unívoco de la interpretación se
imponga por el juego de los criterios hermenéuticos. Queremos decir que las opciones políticas y de
gobierno no están previamente dadas de una vez por todas.»

c) Recuerdo ahora también alguna otra opinión del Tribunal: Cuando dijimos que el objeto de un juicio de
inconstitucionalidad son los textos legales estrictamente considerados y no el bloque normativo del que
forman parte. Es claro, en mi opinión, que el juicio de inconstitucionalidad afecta a los textos legales y no
a bloques del ordenamiento o a eventuales resultados de los mismos.

También mantengo como firme que no hay inconstitucionalidad por las omisiones en que pueda
considerarse que el legislador ha incidido.

d) Según mi modesto criterio, la inconstitucionalidad como contradicción de una ley con un mandato de
la Constitución debe resultar inmediatamente de un contraste entre lo dos textos. Puede admitirse que
subsiga a una regla constructiva intermedia que el intérprete establezca. Me parece, en cambio, muy
difícil una extensión ilimitada o demasiado remota de las reglas constructivas derivadas de la
Constitución para afirmar la inconstitucionalidad por la contradicción de la ley enjuiciada con la última de
las deducciones constructivas.

La cosa es todavía más arriesgada cuando en lo que llamo «deducciones constructivas» hay larvados o
manifiestos juicios de valor, porque se puede tener la impresión de que se segrega una segunda línea
constitucional, que es muy difícil que opere como un límite del poder legislativo, en quien encarna la
representación de la soberanía popular.

e) Tampoco creo que sea función del Tribunal colaborar en la función legislativa, orientarla o
perfeccionarla. No creo que el art. 79.4 de la Ley Orgánica del Tribunal autorice esa tesis.

f) En lo que concierne en concreto a la Ley aquí discutida, coincido con la Sentencia en la legitimidad
constitucional del llamado sistema de indicaciones y de las indicaciones contenidas en el proyecto de ley,
aunque no comparto todas las razones en que tal conclusión se funda. Creo, simplemente, que el
legislador es dueño de exceptuar supuestos concretos de la punibilidad general en atención a su
justificación a la concurrencia en ellos de circunstancias que inciden sobre el reproche de culpabilidad o a
lo que se ha llamado el juicio sobre el merecimiento de la pena.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

g) Si se llega a esta conclusión, me parece que ni se puede, ni se debe ir más allá. Cuando se señalan
condiciones de seguridad del aborto, se está pasando insensiblemente del terreno del Código Penal a una
hipotética ley de legalización o liberalización que aquí no se ha producido. Me resulta muy difícil
entender, constitucionalmente, que una conducta sea punible o deje de serlo por el número de médicos
intervinientes o por el lugar en que se realice, porque una cosa es el Código Penal y otra la hipotética
reglamentación administrativa de los abortos justificados o inculpables.

Madrid a, quince de abril de mil novecientos ochenta y cinco.

Voto particular del Magistrado don Francisco Tomás y Valiente en el recurso previo de
inconstitucionalidad núm. 800/1983

1. Mi opinión defendida a lo largo de la deliberación es que el Proyecto de Ley Orgánica impugnado es


en todo conforme con la Constitución. De ahí mi discrepancia con el fallo y con el fundamento jurídico
12 en el que principalmente se basa su declaración de disconformidad con la Constitución. No obstante,
dado el carácter explicativo del propio fallo y las salvedades que en él se contienen, debo indicar, antes de
razonar mi discrepancia, los puntos del fallo y de los fundamentos con los que estoy de acuerdo.

2. Mi acuerdo es total con la declaración de constitucionalidad de los supuestos en que el proyecto del art.
417 bis del Código Penal declara no punible el aborto; declaración contenida en el fallo y razonada en los
fundamentos 9, 10 y 11. Muestro mi sustancial conformidad con los términos y razonamientos en ellos
expuestos, e incluso ex silentio con lo que allí no se dice, pues no hay en ellos ni en ningún otro pasaje de
la Sentencia afirmación alguna que permita suponer que esos y sólo esos tres supuestos o indicaciones
son los únicos que el legislador podría declarar no punibles. En este aspecto el Tribunal se ha limitado a
enjuiciar el texto impugnado y nada más.

3. Manifiesto también mi acuerdo sin reservas con la idea de que el nasciturus no es titular de un derecho
fundamental a la vida, tesis por mi ya defendida en mi voto particular concurrente en la Sentencia
75/1984 de la Sala Segunda, y que se plasma ahora en la presente Sentencia como resultado de
razonamientos no idénticos al mío, pero coincidentes en su conclusión. Véanse al respecto el inciso final
del fundamento jurídico 5, todo el 6 y el primer párrafo del 7 con cuya afirmación de que el nasciturus,
aun no siendo titular del derecho a la vida, constituye un bien jurídico constitucionalmente protegido,
también estoy de acuerdo. Cualquier jurista conoce la compatibilidad y la enorme diferencia entre ambos
conceptos, pues sólo es titular de derechos quien es persona y el nasciturus no es persona.

Así pues, según la Sentencia, no hay un conflicto entre los derechos de la mujer y un inexistente derecho
fundamental del nasciturus a la vida, sino un conflicto entre los derechos fundamentales de la mujer
embarazada y un bien jurídicamente protegido que es la vida humana en formación (fundamento jurídico
9). En esto mi conformidad con la Sentencia es completa.

4. Nunca he sido un entusiasta de la filosofía de los valores. Tal vez por ello no comparto (y aquí
comienzan mis discrepancias) las abundantes consideraciones axiológicas incluidas en los fundamentos 3,
4 y 5. Al margen de las imprecisiones o titubeos terminológicos que contienen y que seria prolijo e inútil
referir aquí, no encuentro fundamento jurídico-constitucional, único pertinente, para afirmar como se
hace, que la vida humana «es un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional» (fundamento
jurídico 3) o «un valor fundamental» (fundamento jurídico 5) o «un valor central» (fundamento jurídico
9). Que el concepto de persona es el soporte y el prius lógico de todo derecho me parece evidente y yo así
lo sostengo. Pero esta afirmación no autoriza peligrosas jerarquizaciones axiológicas, ajenas por lo demás
al texto de la Constitución, donde, por cierto, en su art. 1.1 se dice que son valores superiores del
ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político: Esos y sólo esos. Frente
a tan abstractas consideraciones sobre la vida como valor, llama la atención que en la Sentencia no se
formule ninguna sobre el primero de los que la Constitución denomina valores superiores: La libertad. De
ahí, de esa omisión, que no olvido, deriva quizá la escasa atención que se presta a los derechos de libertad
de la mujer embarazada.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

5. Comprendo, aun sin compartirla, la oposición a la no punición del aborto en defensa de un supuesto
derecho fundamental del nasciturus a la vida. Es esa una línea clásica de razonamiento desde la que se
podría llegar, con innegable coherencia interna, a un fallo de inconstitucionalidad en determinadas
regulaciones de despenalización o de legalización del aborto. Abandonado, sin embargo, en la Sentencia
ese posible punto de partida, se entra en su fundamento 12 en un planteamiento insólito en países con
Constituciones y Códigos Penales como los nuestros. Conviene tener presente que el proyecto del art. 417
bis no contiene ni una legalización ni tampoco una despenalización del aborto (fundamento jurídico 12),
sino la simple declaración de no punibilidad de determinadas conductas, manteniendo intacto el tipo
delictivo del 411 del Código, a mi juicio de muy dudosa constitucionalidad. Que en ese contexto la
ponderación del legislador penal sea tachada de inconstitucionalidad por falta de dos llamadas garantías
provoca mi radical discrepancia por las siguientes razones:

a) Constituye un salto lógica (o ilógico), porque entre la invocación al art. 15 y la conclusión de que
hacen falta dos garantías más ( por qué ésas y sólo ésas?) no existe un juicio de inferencia lógica.

b) Una de las garantías exigidas, la del dictamen de «un Médico de la especialidad correspondiente» para
comprobar la existencia del supuesto de hecho del aborto terapéutico, es imprecisa en su formulación (
qué especialidad?) y de imposible cumplimiento en casos de urgencia.

c) No se comprende por qué la exigencia de que «la realización del aborto» haya de tener lugar en
establecimiento sanitario se refiera sólo al aborto terapéutico y al eugenésico, pero no al llamado aborto
ético.

d) Lo que se denomina en la Sentencia comprobación de los supuestos de hecho es algo que corresponde
al Juez penal, dado que las conductas reguladas en el art. 417 del Código Penal continúan siendo
delictivas. La intervención preventiva y a esos efectos de un Médico es trasladar a éste deberes y
responsabilidades ajenas.

Nada impide, por lo demás, añadir a estas exigencias otras innovaciones a iniciativa del legislador, como
podría ser la asistencia a las mujeres que interrumpan el embarazo en Centros y a cargo de la Seguridad
Social. El mismo texto da cabida a estos y otros perfeccionamientos deseables. Lo cual pone de
manifiesto que estamos ante un juicio de perfectibilidad sobre cuya pertinencia conviene detener nuestra
atención.

6. En efecto; más allá de la discrepancia intrínseca respecto a la formulación de las garantías exigidas, mi
oposición más rotunda se dirige al hecho mismo de la exigencia. Veamos por qué:

a) El juicio de constitucionalidad no es un juicio de calidad o de perfectibilidad. El Tribunal


Constitucional puede y debe decir en qué se opone a la Constitución un determinado texto normativo, y,
en consecuencia, por qué es inconstitucional. Lo que no puede es formular juicios de calidad.

b) La jurisdicción constitucional es negativa, puede formular exclusiones o vetos sobre los textos a ella
sometidos. Lo que no puede hacer es decirle al legislador lo que debe añadir a las Leyes para que sean
constitucionales. Si actúa así, y así ha actuado en este caso este Tribunal, se convierte en un legislador
positivo.

c) Cada Institución debe actuar como lo que es, no «como si» fuera lo que no es. Pocas lógicas hay tan
funestas como la lógica del «como si» (als ob). El Tribunal Constitucional, frecuentemente instado a
actuar «como si» fuese eso que en un lenguaje ni técnico ni inocente se ha dado en llamar «la tercera
Cámara», ha caído por esta vez en la tentación.

d) Por esta sola vez, puesto que al resolver los anteriores recursos previos (léase por todas la Sentencia
76/1983 sobre el proyecto de la LOAPA) nunca entendió este Tribunal que sus competencias llegaran tan
lejos, aunque ya entonces, por supuesto, estaba vigente el art. 79.4 b) de la LOTC, ahora citado como
apoyo para señalar al legislador, lo que debe hacer a fin de que su Ley sea conforme con la Constitución.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

e) El art. 79 de la LOTC, el mismo que creó fuera de la Constitución, el recurso previo de


inconstitucionalidad, en su párrafo 4 b) (modelo de pésima redacción), impone dos deberes dirigidos a
dos sujetos distintos. Al Tribunal le exige que, en su caso, concrete la inconstitucionalidad de la norma
impugnada y el precepto o preceptos constitucionales infringidos. Al otro sujeto -«el órgano
competente»- le exige que para seguir la tramitación del proyecto suprima o modifique los preceptos, se
entiende, declarados inconstitucionales. No puede interpretarse nunca, a mi juicio, que sea el Tribunal
quien le indique al legislador qué modificaciones deben ser ésas. De otro modo, es decir, si el Tribunal
indicase las modificaciones a introducir, carecería de sentido el párrafo 5 del mismo art. 79 de la LOTC,
puesto que si, según éste, «el pronunciamiento en el recurso previo no prejuzga la decisión del Tribunal»
en los recursos que pudieran interponerse contra la Ley ya corregida o modificada, es evidentemente
porque tales modificaciones no han sido dictadas de modo vinculante por el Tribunal Constitucional.

f) La técnica usada en este fundamento no tiene nada que ver con la de las denominadas sentencias
interpretativas, en las que, de entre las posibles interpretaciones de un texto legal impugnado, el Tribunal
declara conforme con la Constitución una de ellas, precisamente en defensa de la presunción de
constitucionalidad de las normas emanadas del legislador democrático.

g) Cuando sobre tan exigua, confusa y discutible base, interpretada de forma innovadora ad casum, el
Tribunal se atreve a tanto, transgrede los límites de sus competencias y roza una frontera sumamente
peligrosa: la del arbitrismo o decisionismo judicial. Por eso, y contra eso, expreso mi profunda y
preocupada discrepancia.

Con estos argumentos y coincidiendo en lo sustancial con los de otros cinco Magistrados sostuve, como
ellos, con mi voto, la ponencia presentada y defendida por el Ponente inicial del presente caso, que
concluía con un fallo declaratorio de la constitucionalidad del proyecto de Ley impugnado.

Madrid, a quince de abril de mil novecientos ochenta y cinco.

Voto particular de los Magistrados don Angel Latorre Segura y don Manuel Díez de Velasco
Vallejo en el recurso previo de inconstitucionalidad número 800/1983

1. Haciendo uso de las facultades que nos otorga el art. 164 de la Constitución Española (C.E.) y el art.
90.2, de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional (LOTC), reflejamos por medio del presente voto
particular nuestra opinión discrepante, tanto en lo que se refiere a la decisión o fallo como a su
correspondiente fundamentación. Las opiniones aquí sostenidas fueron defendidas en el curso de las
deliberaciones apoyando la Ponencia presentada por el Ponente inicialmente nombrado, don Jerónimo
Arozamena Sierra, y coincidiendo en lo esencial la posición sostenida por los Magistrados firmantes con
las de otros cuatro colegas de este Tribunal en dichas deliberaciones.

2. Nuestra primera y fundamental discrepancia recae sobre las atribuciones que al dictar esta Sentencia ha
asumido el Tribunal Constitucional (TC). En efecto, el TC no se limita a pronunciarse en el fallo sobre la
constitucionalidad de los diversos extremos del proyecto de Ley impugnado, sino que, por remisión en el
mismo fallo al fundamento jurídico 12 de la Sentencia, indica al legislador lo que debe de hacer. En el
caso del llamado aborto «terapéutico», el legislador debe exigir el dictamen de un especialista. Tanto en
este supuesto como en el del llamado aborto «eugenésico», el legislador debe prever una intervención del
Estado mediante la obligación de que el aborto se realice en centros sanitarios públicos o privados
autorizados al efecto o mediante cualquier solución que el mismo legislador estime oportuna.

Estas previsiones suponen, a nuestro juicio, que el TC asume la función de introducir enmiendas en los
proyectos de Ley que se someten a su enjuiciamiento mediante el recurso previo de inconstitucionalidad.
Tal función excede de las ya muy amplias competencias que no sólo la Constitución sino también la
LOTC asignan a este Tribunal Constitucional, cuya actuación no puede aproximarse a la de una «tercera
Cámara» sin provocar un peligroso desequilibrio en nuestro sistema jurídico-político, invadiendo
facultades que corresponden al poder legislativo.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

3. Por lo que acabamos de exponer no podemos compartir la opinión expresada en la Sentencia de que el
art. 79.4 b) de la LOTC autoriza a este TC a indicar las modificaciones que, a su juicio, permitan la
prosecución de la tramitación del proyecto de Ley por el órgano competente que, sin duda, son las Cortes
Generales. Tal interpretación debe ser rechazada, ya que conduce a la inaceptable conclusión de que este
Tribunal Constitucional puede actuar como legislador positivo, en contra de la naturaleza propia de su
función. La interpretación adecuada de este precepto es que las Cortes Generales pueden, libre y
soberanamente, a la vista de lo resuelto en una Sentencia que sustancia un recurso previo, o bien suprimir
los preceptos del proyecto de Ley declarados inconstitucionales o bien modificarlos con la finalidad de
ajustarlos a la Constitución. Tal es así que el número 5 del mismo art. 79 de la LOTC dispone, con
carácter general, que «el pronunciamiento en el recurso previo no prejuzga la decisión del Tribunal en los
recursos que pudieran interponerse tras la entrada en vigor con fuerza de Ley del texto impugnado en la
vía previa».

4. Refiriéndonos a determinados aspectos concretos de la Sentencia hemos de mostrar nuestra


conformidad con algunas de sus afirmaciones. Entre ellas que el feto no es titular del derecho
fundamental a la vida, lo que no excluye que exista un deber del Estado de proteger la vida humana en las
diversa fases de su evolución, incluida la intrauterina. No creemos, en cambio, que esta protección tenga
que revestir forma penal en todos los casos porque no impone tal tipo de protección ningún precepto
constitucional. Estimamos, en todo caso, y de acuerdo con la Sentencia, que no es inconstitucional la
despenalización de los supuesto previstos en el proyecto de Ley impugnado.

5. Nuestro disentimiento en este aspecto recae sobre la argumentación en que se basa la declaración de
inconstitucionalidad en los supuesto del aborto «terapéutico» y «eugenésico», ya que ningún reproche de
inconstitucionalidad se formula al supuesto del aborto «ético». En efecto, tras declarar que los tres
supuestos de despenalización son en sí conformes a la Constitución se afirma que en los citados supuesto
«terapéutico» y «eugenésico» faltan garantías suficientes para la verificación de los supuesto de hecho,
así como para la debida protección de la vida y de la salud de la embarazada, y que la previsión legal de
esas garantías es una exigencia constitucional derivada del art. 15 de la Constitución. Entendemos que del
«derecho a la vida y a la integridad física y moral» reconocido en el citado artículo constitucional, sea
cual sea el alcance que se dé a estos derechos, no cabe inferir que debe imponerse por el Estado una
sanción penal para los casos en que este TC no considere suficientes las garantías previstas. Las normas
despenalizadoras no contienen habitualmente, ni se ve por qué razón sea constitucionalmente exigible,
que contengan garantías de la verificación de los supuestos de hecho. En caso de que éstos se invoquen
fraudulentamente, o en su verificación el encargado de hacerlo (en este caso el Médico) incurra en
negligencia punible, actuarán los Tribunales de Justicia, que son los órganos competentes para ellos. Y en
cuanto a las medidas necesarias para la mejor protección de la vida y salud de la embarazada tampoco
vemos cómo esa protección requiere constitucionalmente, en virtud del art. 15, más garantías que las que
el mismo Código Penal establece para otros casos, incluso algunos tan delicados y que tanto afectan a la
intimidad de la persona como los previstos en el art. 428 del citado Código.

6. Prescindiendo por razones de brevedad de detallar otros puntos de discrepancia o de asentimiento con
la Sentencia, debemos, sin embargo, poner de manifiesto la escasa precisión utilizada en ella respecto a la
conocidad como «cláusula de conciencia», cuya derivación directa del art. 16.1 de la C.E. compartimos, y
que puede ser utilizada como es lógico por el Médico del que se solicite la práctica abortiva para negarse
a realizarla. Dicha cláusula, basada en razones ideológicas o religiosas, es un derecho constitucional
solamente del Médico y demás personal sanitario al que se pretenda que actúe de una manera directa en la
realización del acto abortivo.

7. Resumiendo lo expuesto concluimos reiterando nuestra disconformidad con la Sentencia,


fundamentalmente por dos razones: Porque invade competencias del Poder Legislativo y porque
opinamos que el TC debió declarar la inexistencia de la inconstitucionalidad alegada por los recurrentes
respecto al proyecto de Ley impugnado.

Madrid, a dieciséis de abril de mil novecientos ochenta y cinco.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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Voto particular que formula el Magistrado don Francisco Rubio Llorente a la Sentencia de fecha
11 de los corrientes, dictada en el recurso previo de inconstitucionalidad número 800/1983

He votado en contra de la presente Sentencia y sostuve con mi voto, junto con otros cinco Magistrados, la
ponencia que fue objeto de deliberación en primer término. En ella se declaraba conforme con la
Constitución el Proyecto de Ley objeto del recurso, y ésta es, en mi opinión, la conclusión necesaria del
razonamiento jurídico en el caso sometido a nuestra consideración.

Las razones de mi disentimiento pueden resumirse en el simple juicio de que con esta decisión la mayoría
traspasa los límites propios de la jurisdicción constitucional e invade el ámbito que la Constitución
reserva al legislador; vulnera así el principio de separación de poderes, inherente a la idea de Estado de
Derecho y opera como si el Tribunal Constitucional fuese una especie de tercera Cámara, con facultades
para resolver sobre el contenido ético o la oportunidad política de las normas aprobadas por las Cortes
Generales. Es cierto que esta errónea concepción de la jurisdicción constitucional parece muy extendida
en nuestra sociedad; que precisamente con motivo de este recurso se han expresado en la prensa multitud
de opiniones que implícita o explícitamente partían del supuesto de que el fundamento de nuestra
Sentencia había de ser el juicio sobre la licitud o ilicitud ética del aborto, o la conveniencia de su
despenalización, y que (y ello es aún más penoso) destacadas figuras políticas, e incluso miembros del
Gobierno, han efectuado declaraciones que manifiestamente arrancaban del mismo convencimiento. Es
evidente, sin embargo, que por difundida que esté, tal idea es errónea e incompatible con nuestra
Constitución y con los principios que le sirven de base. El Tribunal Constitucional, que no ostenta la
representación popular, pero que sí tiene el tremendo poder de invalidar las leyes que los representantes
del pueblo han aprobado, no ha recibido este poder en atención a la calidad personal de quienes lo
integran, sino sólo porque es un Tribunal. Su fuerza es la del Derecho y su decisión no puede fundarse
nunca por tanto, en cuanto ello es humanamente posible, en nuestras propias preferencias éticas o
políticas, sino sólo en un razonamiento que respete rigurosamente los requisitos propios de la
interpretación jurídica. En la fundamentación de la presente Sentencia falta ese razonamiento riguroso y
es esa falta de rigor la que conduce a la, a mi juicio, errada decisión.

Aunque no resulta fácil ni grato hacer la crítica pública de un razonamiento suscrito por colegas que
merecen todo mi respeto, es indispensable, para que esta disidencia no quede reducida a un juicio
apodíctico, señalar en concreto algunos al menos de los errores conceptuales y de las quiebras lógicas
perceptibles en el texto de la Sentencia. Para ello analizaré separadamente cada una de las dos partes bien
diferenciadas que cabe distinguir en ésta.

La primera de ellas, la más extensa puesto que abarca los once primeros Fundamentos, sirve de apoyo
exclusivamente a aquel inciso del fallo en el que se dice que la inconstitucionalidad del Proyecto de Ley
no resulta de los supuestos de no punibilidad del aborto que en él se contemplan o, lo que es lo mismo,
fundamenta el juicio de que no es en principio contraria a la Constitución una Ley que declare no punible
el aborto practicado, con el consentimiento de la madre, por serias razones terapéuticas, éticas o
eugenésicas. No discrepo, como queda dicho, de esta conclusión; sí discrepo, y muy enérgicamente, del
razonamiento que a ella conduce, cuya línea central sitúa ya al Tribunal fuera del ámbito que le es propio
y puede conducir por tanto, en otros casos, a decisiones absolutamente inadecuadas.

No opera este razonamiento, en efecto, con las categorías propias del Derecho (en primer lugar, y
naturalmente, con el concepto mismo del derecho subjetivo), sino con las de la ética. Pese a las
consideraciones difícilmente inteligibles (y, en la medida en que lo son, para mí resueltamente
inaceptables) que en el fundamento 4 se hacen sobre «el ámbito, significación y función de los derechos
fundamentales en el constitucionalismo de nuestro tiempo», los Magistrados que han formado en esta
ocasión la mayoría no razonan a partir del reconocimiento de un derecho fundamental del nasciturus a la
vida, que expresamente niegan en los fundamentos 5, 6 y 7, sino apoyados sobre la idea de que, siendo la
vida humana «un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional» (fundamento 3), el Estado está
obligado a «establecer un sistema legal para la defensa de la vida que suponga una protección efectiva de
la misma y que, dado el carácter fundamental de la vida (sic), incluya también como última garantía las
normas penales» (fundamento 7). Los derechos fundamentales que efectivamente están implicados en este

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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difícil tema de la sanción penal del aborto consentido (al libre desarrollo de la personalidad -art. 10-, a la
integridad física y moral -art. 15-, a la libertad de ideas y creencias -art. 16-, a la intimidad personal y
familiar -art. 18-) apenas son invocados de manera retórica en el fundamento 8 o como justificación de la
no punición del aborto en los dos siguientes.

Paso por alto en este momento, en aras de la brevedad, el análisis de los defectos lógicos y conceptuales
que creo apreciar en las consideraciones hechas sobre el «concepto indeterminado» de la vida y otros
extremos, así como sobre el error de no haber entrado a fondo en el problema que la tipificación penal del
aborto consentido plantea desde el punto de vista del derecho de la mujer a su intimidad y a su integridad
física y moral. Lo que ahora me importa, por el motivo ya antes indicado, es subrayar que este modo de
razonar no es el propio de un órgano jurisdiccional porque es ajeno, pese al empleo de fraseología
jurídica, a todos los métodos conocidos de interpretación. El intérprete de la Constitución no puede
abstraer de los preceptos de la Constitución el valor o los valores que, a su juicio, tales preceptos
«encarnan», para deducir después de ellos, considerados ya como puras abstracciones, obligaciones del
legislador que no tienen apoyo en ningún texto constitucional concreto. Esto no es ni siquiera hacer
jurisprudencia de valores, sino lisa y llanamente suplantar al legislador o, quizá más aún, al propio poder
constituyente. Los valores que inspiran un precepto concreto pueden servir, en el mejor de los casos, para
la interpretación de ese precepto, no para deducir a partir de ellos obligaciones (¡nada menos que del
poder legislativo, representación del pueblo!) que el precepto en modo alguno impone. Por esta vía, es
claro que podía el Tribunal Constitucional, contrastando las Leyes con los valores abstractos que la
Constitución efectivamente proclama (entre los cuales no está, evidentemente, el de la vida, pues la vida
es algo más que «un valor jurídico») invalidar cualquier Ley por considerarla incompatible con su propio
sentimiento de la libertad, la igualdad, la justicia o el pluralismo político. La proyección normativa de los
valores constitucionalmente consagrados corresponde al legislador, no al Juez.

Pese a lo dicho, lo cierto es que todas las consideraciones que anteceden sobre los once primeros
fundamentos de la Sentencia podrían excusarse, pues todos esos fundamentos, en cuanto que no conducen
al fallo (es claro que los fallos del Tribunal Constitucional han de declarar si las Leyes son o no contrarias
a la Constitución, no el porqué de lo uno o de lo otro, cuestión ésta sobre la que volveremos después) son
una simple, aunque desmesurada, suma de obiter dicta que para nada obligan hacia el futuro. La
fundamentación real de la decisión real, es decir, de la declaración de inconstitucionalidad, se concentra
en un único fundamento, el 12, en el que es examinado el art. 417 bis, para determinar si «en la redacción
dada por el Proyecto, garantiza suficientemente el resultado de la ponderación de bienes y derechos en
conflicto realizada por el legislador, de tal forma que la desprotección del nasciturus no se produzca fuera
de las situaciones previstas, ni se desprotejan los derechos a la vida y la integridad física de la mujer».
Dicho en otros términos, lo que el Tribunal hace aquí es examinar si los supuestos de no punición
aparecen descritos en términos tales que sólo puedan escapar al castigo aquellos que efectivamente se
encuentren en ellos; entiende que no es así y, por tanto, declara la inconstitucionalidad.

Dejando de lado el hecho de que, en primer lugar, se pasa así del control de constitucionalidad al control
de la perfección técnica de la Ley y de que, en segundo término, se opera con ello una irónica inversión
del principio de legalidad penal, que de ser garantía de la libertad del ciudadano se transforma en
mecanismo dirigido a asegurar la efectividad del castigo, que no es poco dejar, limitaré mi atención al
análisis de la idea del Estado de Derecho, a mi entender gravemente errónea, que subyace a este modo de
razonar.

Del valor «vida» (vida humana, hay que suponer) se ha deducido la obligación del legislador de sancionar
penalmente todo atentado contra seres vivos aunque no sean personas; como esta obligación no es, sin
embargo, absoluta, el Tribunal acepta la posibilidad de que el legislador, en supuestos determinados por
la colisión entre derechos fundamentales y el bien protegido, exima de sanción a los responsables del
aborto. Este razonamiento, que no comparto, no conduce a declarar la licitud constitucional del Proyecto,
pues dando un nuevo paso, el Tribunal proclama ahora, en este fundamento, sin justificación alguna, la
necesidad de que el legislador establezca condiciones y requisitos previos que garanticen a priori la
existencia del supuesto en el que el aborto no es punible. El examen de los hechos y la determinación de
las consecuencias jurídicas que a los mismos corresponden quedan así sustraídos al Juez y confiados al
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Francisco Fernandez Segado

Médico, y los supuestos excepcionales de no punición del aborto se transforman en situaciones que
permiten la obtención de una autorización para abortar.

Como es evidente, la idea que subyace a los razonamientos de este género es, comúnmente, la de que,
dada la perversidad natural de los hombres y su tendencia a hacer mal uso de la libertad que se les
otorgue, es más prudente partir del principio de la prohibición general, de manera que sólo sean lícitas las
conductas autorizadas, que de su opuesto, el principio general de libertad, según el cual es lícito todo lo
no expresamente prohibido. Probablemente mis colegas de la mayoría no aceptarán conscientemente ese
principio antiliberal, pero es lógicamente imposible, partiendo del principio de libertad, declarar
inconstitucional una Ley porque no instituye, junto al control represivo de las conductas (en rigor, en
lugar de este control) un control preventivo. Esas medidas a las que en la Sentencia se condiciona la
constitucionalidad de la Ley (dictamen de un segundo Médico en el caso del aborto terapéutico; necesidad
de que el aborto se practique en centros públicos o privados debidamente autorizados) son seguramente
plausibles, como lo son muchas otras de las que ofrece el Derecho comparado (necesidad de dejar
transcurrir un lapso mínimo de tiempo desde que se formaliza la decisión de abortar hasta el momento en
el que el aborto se realiza, necesidad de que la embarazada reciba previamente información sobre las
ayudas que puede recibir si opta por la continuación del embarazo, etc.). Si no se acepta la necesidad
constitucional del control preventivo, y ciertamente no puede aceptarse, no hay razón alguna, sin
embargo, para subordinar a ellas el ejercicio de la libertad y, en consecuencia, tampoco para que este
Tribunal las imponga al legislador, pues sólo a éste corresponde decidir, con entera libertad, sobre el
contenido de las Leyes, dentro de los límites que la Constitución establece, como garantía de la libertad
de los individuos. Al fundamentar la declaración de inconstitucionalidad en la omisión en el proyecto de
estos requisitos o condiciones (o cualesquiera otros equivalentes) que no son constitucionalmente
necesarios, el Tribunal impone a las Cortes sus propias preferencias de política legislativa y esta
imposición, que no encuentra naturalmente base alguna en la Constitución o en la Ley, es arbitraria.

La Sentencia no es interpretativa, puesto que la Sentencia interpretativa ni es posible en el recurso previo,


ni puede ser utilizada para invalidar la norma, sino al contrario, para preservar la validez; no respeta lo
preceptuado en el art. 79.4 de la LOTC, que ordena al Tribunal indicar la infracción constitucional y deja
a las Cortes el cuidado de efectuar las supresiones o modificaciones necesarias para evitarla y, por último,
pese a las proclamaciones retóricas en contrario, ignora absolutamente los derechos fundamentales a la
integridad física y moral y a la intimidad que la Constitución consagra y de los cuales sí son titulares las
mujeres embarazadas, cuya dignidad, tantas veces citada y aún definida en la Sentencia, al parecer ha de
seguir siendo protegida por el tradicional procedimiento de considerar delictivo todo aborto, sean cuales
fueren sus circunstancias.

Madrid, a dieciséis de abril de mil novecientos ochenta y cinco.

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Francisco Fernandez Segado

SEGUNDA SENTENÇA DO TRIBUNAL CONSTITUCIONAL

Número de referência: 120/1990 ( SENTENCIA )


Referência número: 120/1990
Tipo: SENTENCIA
Fecha de Aprobación: 27/6/1990
Publicación BOE: 19900730 [«BOE» núm. 181]
Sala: Pleno: Excmos. Sres. Tomás, Rubio, Truyol, García-Mon, de la Vega, Díaz, Rodríguez-Piñero,
Leguina, López, de los Mozos, Rodríguez y Gimeno.
Ponente: don Fernando García-Mon y González-Regueral, don Eugenio Díaz Eimil y don José Vicente
Gimeno Sendra
Número registro: 443/1990
Recurso tipo: Recurso de amparo.

TEXTO DEL DICTAMEN


Extracto:
1. No le corresponde a este Tribunal, al conocer en recurso de amparo, examinar la observancia o
inobservancia, «per se», de textos internacionales que obliguen a España, sino comprobar el respeto o la
infracción de los preceptos constitucionales que reconocen derechos fundamentales y libertades públicas
susceptibles de amparo (arts. 53.2 C.E. y 49.1 LOTC), sin perjuicio de que, por mandato del art. 10.2
C.E., deban tales preceptos ser interpretados «de conformidad con la Declaración Universal de Derechos
Humanos y los tratados y acuerdos internacionales sobre las mismas materias ratificados por España».
2. El art. 9.2 C.E. refleja la dimensión social del Estado de Derecho, e impone determinados cometidos a
sus poderes, pero no reconoce derecho subjetivo alguno que sea susceptible de protección de amparo.
3. Proyectada sobre los derechos individuales, la regla del art. 10.1 C.E. implica que, en cuanto «valor
espiritual y moral inherente a la persona», la dignidad ha de permanecer inalterada cualquiera que sea la
situación en que la persona se encuentre -también, qué duda cabe, durante el cumplimiento de una pena
privativa de libertad, como repetidamente se cuida de señalar la legislación penitenciaria-, constituyendo,
en consecuencia, un «minimum» invulnerable que todo estatuto jurídico debe asegurar, de modo que sean
unas u otras las limitaciones que se impongan en el disfrute de derechos individuales, no conlleven
menosprecio para la estima que, en cuanto ser humano, merece la persona.
4. No puede ponerse en duda que la reclusión en un centro penitenciario origina una relación jurídica de
sujeción. Esta relación de especial sujeción, que debe ser siempre entendida en un sentido reductivo
compatible con el valor preferente que corresponde a los derechos fundamentales, origina un entramado
de derechos y deberes recíprocos de la Administración y el recluido, entre los que destaca el esencial
deber de la primera de velar por la vida, integridad y salud del segundo, valores que vienen
constitucionalmente consagrados y permiten, en determinadas situaciones, imponer limitaciones a los
derechos fundamentales de internos que se colocan en peligro de muerte a consecuencia de una huelga de
hambre reivindicativa, que podrían resultar contrarias a esos derechos si se tratara de ciudadanos libres o
incluso de internos que se encuentren en situaciones distintas.
5. El derecho fundamental a la vida, en cuanto derecho subjetivo, da a sus titulares la posibilidad de
recabar el amparo judicial y, en último término, el de este Tribunal frente a toda actuación de los poderes
públicos que amenace su vida o su integridad.
6. No es posible admitir que la Constitución garantice en su art. 15 el derecho a la propia muerte y, por
consiguiente, carece de apoyo constitucional la pretensión de que la asistencia médica coactiva es
contraria a ese derecho constitucionalmente inexistente.
7. Como ya ha reiterado en diversas ocasiones este Tribunal, conviene tener presente, de una parte, que
sólo ante los límites que la propia Constitución expresamente imponga al definir cada derecho o ante los
que de manera mediata o indirecta de la misma se infieran al resultar justificados por la necesidad de
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Francisco Fernandez Segado

preservar otros derechos constitucionalmente protegidos, pueden ceder los derechos fundamentales, y, de
otra, que, en todo caso, las limitaciones que se establezcan no pueden obstruir el derecho «más allá de lo
razonable», de modo que todo acto o resolución que limite derechos fundamentales ha de asegurar que las
medidas limitadoras sean «necesarias para conseguir el fin perseguido» y ha de atender a la
«proporcionalidad entre el sacrificio del derecho y la situación en que se halle aquel a quien se le
impone».
8. En modo alguno puede calificarse de «tortura» o «tratos inhumanos o degradantes», con el sentido que
esos términos revisten en el art. 15 C.E., la autorización de una intervención médica, que, en si misma, no
está ordenada a infligir padecimientos físicos o psíquicos ni a provocar daños en la integridad de quien
sea sometido a ella, sino a evitar, mientras médicamente sea posible, los efectos irreversibles de la
inanición voluntaria, sirviendo, en su caso, de paliativo o lenitivo de su nocividad para el organismo.
9. La libertad ideológica no se agota en una dimensión interna del derecho a adoptar una determinada
posición intelectual ante la vida y cuanto le concierne y a representar o enjuiciar la realidad según
personales convicciones. Comprende, además, una dimensión externa de «agere licere», con arreglo a las
propias ideas sin sufrir por ello sanción o demérito ni padecer la compulsión o la injerencia de los poderes
públicos.
10. Para que los actos de los poderes públicos puedan ser anulados por violaciones de la libertad
ideológica renococida en el art. 16.1 C.E. es cuando menos preciso, de una parte, que aquéllos perturben o
impidan de algún modo la adopción o el mantenimiento en libertad de una determinada ideología o
pensamiento y, de otra, se exige que entre el contenido o sostenimiento de éstos o lo dispuesto en los
actos que se combatan quepa apreciar una relación de causalidad suficiente para articular la imputación
del ilícito constitucional.
11. La libertad de rechazar tratamientos terapéuticos, como manifestación de la libre autodeterminación
de la persona, no puede entenderse incluida en la esfera del art. 17.1 C.E. Es claro sin embargo que la
aplicación de tratamiento médico y alimentario forzoso implica el uso de medidas coercitivas que
inevitablemente han de comportar concretas restricciones a la libertad de movimiento o a la libertad física
en alguna de sus manifestaciones. Pero tales restricciones no constituyen lesión de aquellos mismos
derechos a la integridad física, sin olvidar que el art. 45.1 b) de la LOGP permite esas medidas y es en
estesentido la Ley a la que se remite genéricamente el art. 17.2 de la Constitución.

Preámbulo:

El Pleno del Tribunal Constitucional, compuesto por don Francisco Tomás y Valiente, Presidente, don
Francisco Rubio Llorente, don Antonio Truyol Serra, don Fernando García-Mon y González-Regueral,
don Carlos de la Vega Benayas, don Eugenio Díaz Eimil, don Miguel Rodríguez-Piñero y Bravo-Ferrer,
don Jesús Leguina Villa, don Luis López Guerra, don José Luis de los Mozos y de los Mozos, don Alvaro
Rodríguez Bercijo y don Vicente Gimeno Sendra, Magistrados, ha pronunciado

EN NOMBRE DEL REY

la siguiente

SENTENCIA

En el recurso de amparo núm. 443/90, interpuesto por el Procurador de los Tribunales del turno de oficio
don Juan Francisco Alonso Adalid, en nombre y representación de don Sebastián Rodríguez Veloso, don
Leoncio Calcerrada Fornielles y don Luis Cabeza Mato, bajo la dirección letrada de doña Francisca
Villalba Merino, contra el Auto de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid de 15 de
febrero de 1990, que resuelve el recurso de apelación subsidiario al de reforma formulado por el
Ministerio Fiscal contra la providencia dictada por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de esta
capital, de 15 de enero de 1990, en el expediente núm. 40/1990. Han comparecido el Ministerio Fiscal y
el Abogado del Estado y Magistrados Ponentes don Fernando García-Mon y González-Regueral, don
Eugenio Díaz Eimil y don José Vicente Gimeno Sendra. quienes expresan el parecer del Tribunal.

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Francisco Fernandez Segado

I. Antecedentes

1. Por escrito registrado en este Tribunal el 20 de febrero de 1990, doña Francisca Villalba Merino
comparece como Letrada de don Sebastián Rodríguez Veloso, don Leoncio Calcerrada Fornielles y don
Luis Cabeza Mato, reclusos del Centro Penitenciario Preventivos Madrid-2, ingresados en el Hospital de
la Princesa, de Madrid, y manifestando «que es mi intención de mis defendidos (sic) interponer recurso de
amparo» contra el Auto de la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid de 15 de febrero de
1990 por el que en el rollo núm. 3/90 se estima el recurso de apelación subsidiario al de reforma deducido
frente a la providencia dictada el 5 de enero de 1990 por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de
Madrid en el expediente núm. 40/90, solicita la designación de Procurador del turno de oficio para
formalizar la demanda.

2. Libradas las oportunas comunicaciones, se acuerda, en providencia de 12 de febrero de 1990, tener


como Procurador nombrado por el turno de oficio a don Juan Francisco Alonso Adalid y como Letrada a
la designada por los solicitantes de amparo, dona Francisca Villalba Merino, a quienes se concede un
plazo de veinte días para que formalicen la demanda de amparo e insten, en igual plazo, pero en escrito
separado, la concesión de los beneficios de justicia gratuita. Asimismo, se requiere a dicha Letrada para
que, dado que los términos del escrito de 20 de febrero no son absolutamente inequívocos, exprese en el
plazo de cinco días si la decisión de recurrir ha sido adoptada o ratificada por sus patrocinados o están
éstos en condiciones de ratificarla, y, en caso contrario, cuáles son las razones que a su juicio autorizan a
imputarles razonablemente tal voluntad.

3. Por escrito registrado el 26 de febrero de 1990, los actores se ratifican en la decisión de interponer
recurso de amparo, y por sendos escritos, registrados el 3 de marzo siguiente, su representación formaliza
la demanda de amparo e insta los beneficios de justicia gratuita.

4. Los hechos de los que trae origen la demanda de amparo son, sucintamente expuestos, los que a
continuación se relacionan:

a) Con fecha de 4 de enero de 1990, la Dirección del Centro Penitenciario de Preventivos Madrid-2
remitió al Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de los de Madrid un telefax, adjuntando copia de la
providencia del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria de Soria, de 20 de diciembre de 1989, por la que se
dispone: «Mándese oficio al Centro Penitenciario de Soria, y con respecto a la huelga de hambre
mantenida por parte del colectivo "Grapo" para que en el momento, y a criterio médico, de que corra
algún peligro de muerte cualquiera de los participantes de dicha huelga, se les dé tratamiento médico
necesario aún en contra de su voluntad».

En el telefax, la Dirección del Centro Penitenciario de Preventivos Madrid-2 comunicó al Juzgado de


Vigilancia Penitenciaria que «esta misma mañana han ingresado en este Centro dos de estos internos con
treinta y seis días de huelga de hambre y está previsto que en las próximas horas de la tarde ingresen otros
seis internos, por lo que ruego a V.l. que se pronuncie sobre el ya mencionado Auto (es decir, la
providencia del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria de Soria) a efectos de tratamiento médico».

b) Incoado con el núm. 40/90 el oportuno expediente, el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de
Madrid dictó, con fecha 5 de enero de 1990, providencia del siguiente tenor:

«Dada cuenta; en virtud de la providencia de que se me ha dado traslado por el fax recibido de ese Centro
Penitenciario, le manifiesto lo siguiente:

1.º Ruego se me envíe relación detallada de los internos que hayan sido remitidos a ese Centro.

2.º Respecto al pronunciamiento que se me pide en relación al ya resuelto por el titular del Juzgado de
Vigilancia Penitenciaria de Soria, entiendo que, efectivamente, tal y como establece el art. 3 de la Ley
General Penitenciaria, la Administración penitenciaria ha de velar por la vida, integridad y salud de los
internos, pero también, y tal como dice el art. 3 en su párrafo 1.º, ésta se ha de ejercer siempre respetando
en todo caso la personalidad humana de los propios recluidos en prisión; así. pues, se les puede dar

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tratamiento médico siempre que no sea preciso emplear la fuerza física para administrárselo. Por esta
razón, se les deberá informar de la situación clínica en la que se encuentra e intentar el dicho tratamiento,
pero si su voluntad lo rechaza no se podrá utilizar fuerza física, dado que, en mi criterio, ésta atenta contra
la dignidad de la persona. Si perdieran la conciencia se deberá en ese momento hacer todo lo posible por
salvar la vida de los efectados.

Si por los Médicos que atienden a esos pacientes se considera necesario efectuar una analítica de
extracción de sangre, se podrá afectuar.»

c) Contra esta resolución interpuso el Ministerio Fiscal recurso de reforma y subsidiario de apelación,
interesando su revocación y la autorización por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria «dado el estado de
gravedad de los internos en huelga de hambre, a la adopción por los facultativos de las medidas técnicas
necesarias para salvar sus vidas».

d) Por Auto de 25 de enero de 1990, el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de Madrid resolvió no
haber lugar al recurso de reforma y admitió a trámite el de apelación.

e) Formado el rollo correspondiente, la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid, previo


traslado de las actuaciones al Ministerio Fiscal, que se ratificó en las alegaciones del recurso, señaló el 14
de febrero de 1990 para la celebración de la vista, a la que, según consta en la diligencia del Secretario,
compareció «la Letrada Francisca Villalba Merino, quien solicita se la tenga por parte por afectar la
resolución a sus defendidos», siendo admitida su personación.

Por Auto de 15 de febrero de 1990, la Sección Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid, con un
voto discrepante, estimó el recurso de apelación y acordó revocar la providencia y el Auto de 5 y 25 de
enero del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2, declarando:

«(...) el derecho-deber de la Administración penitenciaria de suministrar asistencia médica, conforme a


criterios de la ciencia médica, a aquellos reclusos en huelga de hambre una vez que la vida de éstos corra
peligro, lo que se determinará previo los oportunos informes médicos, en la forma que el Juez de
Vigilancia Penitenciaria correspondiente determine, y sin que en ningún caso pueda suministrarse la
alimentación por vía bucal en tanto persista su estado de determinarse libre y conscientemente.»

5. La demanda de amparo se funda en que el Estado debe garantizar el valor superior de la libertad (art.
1.1 C.E.), en cuanto «autonomía del individuo para elegir entre las diversas opciones vitales que se le
presenten, de acuerdo con sus propios intereses y preferencias» (STC 132/1989), a la que los recurrentes
en ningún momento han renunciado.

En el marco de un Estado social y democrático de Derecho, la interpretación armónica de los arts. 16.1 y
17.1 C.E. permite deducir, se añade, que ha de respetarse a todo ciudadano su personal código de
opiniones, creencias, valores y objetivos vitales de que se trate. De este modo, la actuación estatal o de
terceros en la esfera más íntima del sujeto, interfiriendo coactivamente en su actitud frente a su propia
vida, como ocurriría si se obligase a prestar asistencia sanitaria a los pacientes que, libre y
conscientemente, deciden rehusarla, implicaría negar al hombre todo poder configurador de su vida y su
muerte.

El interés publico de garantizar la vida de los internos no es, como se sigue de la STC 37/1989,
circunstancia legitimadora de la limitación del derecho de aquéllos sobre su propia vida. Los poderes
públicos están obligados a hacer real y efectiva la libertad y la igualdad de los individuos y grupos en que
se integran (art. 9.2 C.E.). Quienes, por su parte, tienen derecho a obtener una tutela judicial efectiva (art.
24.1 C.E.).

«La voluntad del Gobierno es, prosigue la demanda, la de "eliminar a los disidentes políticos". De forma
física, ya que independientemente de que intenten alargarles la vida con la alimentación forzosa, les están
ocasionando una lesiones irreversibles, y de forma moral y psicológica, como reflejan las propias
manifestaciones del Ministerio de Justicia y del Director General de Instituciones Penitenciarias, están

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sirviendo de "rehenes" para no autoalimentar a su organización, con la política de dispersión, aislamiento,


supresión del derecho de igualdad, limitación de derechos como el de defensa, etc., violando el art. 25.2
de la Constitución.»

El derecho a la vida del art. 15 de la C.E. no es un derecho absoluto. Se trata de defender una vida digna,
no vegetal, por lo que la alimentación forzosa por medios mecánicos supone un trato degradante, como
así lo ha entendido la Asociación Médica Mundial en la 29.a Asamblea celebrada en Tokio en octubre de
1975, y es contraria a los arts. 3 del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y
Libertades Fundamentales de 4 de noviembre de 1950 -en adelante CEDH-, 10.1 del Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos de 19 de diciembre de 1966 -en adelante PIDCP- y 2.2 de la Convención
de Nueva York contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de 10 de
diciembre de 1984.

Por todo ello, se pide de este Tribunal que, estimando el recurso interpuesto contra el Auto de la Sección
Segunda de la Audiencia Provincial de Madrid de 15 de febrero de 1990, «declare las infracciones de los
arts. 1.1, 16.1, 17.1, 18.1, 9.2, 24.1, 25.2, 10.1, 15 de la Constitución y art. 2.2 de la Convención contra la
Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de la ONU, art. 3 del Convenio para la
Protección de los Derechos Fundamentales de Roma y art. 10.1 del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, cometidos en el mencionado Auto, determinando la nulidad del mismo y ordene a la
Administración penitenciaria a que cesen de alimentar a los presos del PCE(r) y GRAPO de forma
forzosa, y que les restablezcan los derechos violados reunificándoles junto con sus compañeros en una
misma prisión en las mismas condiciones de vida digna que tenían antes de estar dispersados».

6. Por providencia de 12 de marzo de 1990 se acuerda admitir a trámite la demanda de amparo y, a tenor
de lo dispuesto en el art. 51 de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional (LOTC), recabar de la
Dirección de la Prisión Provincial de Madrid el envío de testimonio de las actuaciones que dieron lugar a
las resoluciones recurridas y posteriores que se hayan practicado; del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria
núm. 2 de Madrid, testimonio de las actuaciones del expediente núm. 40/90, y de la Audiencia Provincial
de esta capital, testimonio de las actuaciones relativas al rollo de apelación núm. 3/90, emplazando a
cuantos hayan sido parte en el procedimiento, excepto los recurrentes en amparo, para que en el plazo de
diez días puedan comparecer en el proceso constitucional.

7. Con fecha 14 de marzo de 1990 el Pleno del Tribunal Constitucional acuerda recabar para sí, conforme
dispone el art. 10 k) LOTC, el conocimiento del presente recurso de amparo.

8. Por providencia de 23 de abril de 1990 se acuerda, una vez recibidas las actuaciones, dar vista de las
mismas a la representación procesal de los demandantes de amparo y al Ministerio Fiscal, así como al
Abogado del Estado, a quien, personado en representación de la Administración penitenciaria, se le tiene
por parte, al objeto de que en el plazo común de veinte días puedan examinarlas y presentar las
alegaciones procedentes.

9. En escrito registrado con fecha 18 de mayo de 1990, el Abogado del Estado alega, con carácter
preliminar, la falta de legitimación, ex art. 46.1 b) de la LOTC, del interno don Leoncio Calcerrada
Fornielles para promover el recurso de amparo, ya que sólo consta que se negó a ingerir alimentos desde
el 5 de diciembre de 1989 mientras se encontraba aún en el Centro Penitenciario de Soria, sin que exista
principio de prueba alguna en las actuaciones remitidas al Tribunal Constitucional para poder referir a él
la resolución impugnada, a diferencia de lo que sucede con los otros dos recurrentes, cuyo nombre, no
obstante, el «peculiar tono abstracto» de las resoluciones judiciales, aparece mecanografiado en sendas
copias de la providencia del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria núm. 2 de Madrid de 5 de enero de 1990,
incluidas en la documentación remitida por la Dirección del Hospital General Penitenciario de Madrid.

Asimismo, y con carácter previo, el Abogado del Estado, tras identificar el alcance del fallo recurrido en
la autorización de empleo de medidas coercitivas terapéuticas (alimentación forzosa), señala que,
atendido el suplico de la demanda, son claramente inadmisibles la petición de interrupción de la
alimentación forzosa de todos «los presos del PCE(r) y GRAPO», pues, de proceder, ello sería
únicamente en relación con los recurrentes, así como la petición de que el Tribunal Constitucional ordene
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a la Administración penitenciaria la «reunificación» de los «presos del PCE(r) y GRAPO» en un único


establecimiento, respecto de la que no se ha agotado la vía previa [arts. 43.1 y 44.1 a) de la LOTC], ya
que si los actores consideraban contrario a derecho su traslado debieron haber iniciado el correspondiente
proceso contencioso-administrativo, por la vía ordinaria o por la especial de protección de derechos
fundamentales, pudiendo presentar el escrito de interposición del recurrente al Director del Centro (STC
29/1981), pues es a la jurisdicción contencioso-administrativa a la que, según resulta de la STC 138/1986,
corresponde el control de los actos administrativos de traslado de reclusos.

De los preceptos que se citan como infringidos en la demanda, la violación de los jurídico-
internacionales, aduce el Abogado del Estado, no es reparable por este Tribunal, la de los arts. 1.1, 9.2 y
10.1 C.E., no es propia del recurso de amparo; la del art. 24 de la C.E., carecería, de darse, de entidad
propia, pues se habría producido por no haber evitado el órgano judicial la conculcación de otros
preceptos constitucionales; y, en fin, la del art. 25.2 de la C.E., dado su carácter de norma per relationem,
que enuncia límites para los derechos fundamentales del recluso, no aglutina la violación sustantiva de
estos últimos, que necesariamente habrá de reconducirse a otros preceptos constitucionales, de modo que,
concluye el Abogado del Estado, es la supuesta vulneración de los arts. 15, 16.1, 17.1 y 18.1 C.E. la que
debe examinarse, para lo que e preciso determinar en qué haya podido estribar la eventual infracción.

En este sentido, apunta el Abogado del Estado, el verdadero problema no es aquí el de la licitud de la
huelga de hambre, que, aparte lo inadecuado de su denominación, dado el significado constitucional de la
voz «huelga», podría en cuanto conducta expresiva o comunicativa entrar el ámbito del art. 20.1 a) C.E. -
no invocado en la demanda-, sino el de qué puede o debe hacer la Administración penitenciaria o la
Administración sanitaria que colabora con aquélla cuando los internos en huelga de hambre llegan a una
situación de extremo peligro para su vida y salud.

Descarta el Abogado del Estado que se haya infringido el art. 16.1 C.E., pues argumenta no se trata en
este caso de que por seguir una determinada ideología y por razón de ella se rechace un tratamiento
médico. La resistencia que los actores oponen a ser alimentados deriva de la decisión de mantener su
negativa a ingerir alimentos, la cual, a su vez, tiene la finalidad de protestar contra una medida
administrativa de traslado de reclusos, finalidad absolutamente neutral desde un punto de vista ideológico.
Tampoco considera pertinente el Abogado del Estado encuadrar el problema en el art. 17.1 C.E., en cuyo
ámbito, dada su definición de la jurisprudencia constitucional, que lo ha reconducido a la libertad física,
no parece que tenga cabida la libre autodeterminación acerca del propio cuerpo o la propia salud, que
igualmente queda fuera de la esfera del art. 18.1 C.E., ya que, al garantizar este precepto la «intimidad
corporal», protege intereses muy distintos de los que pueden entenderse comprometidos por la aplicación
coercitiva de médicos terapéuticos, como se sigue de las SSTC 231/1988 y 37/1989.

Señala seguidamente el Abogado del Estado que el tratamiento médico coercitivo de los recurrentes no
puede ser calificado, ex art. 15.1 C.E., de tortura o trato inhumano, dada la connotación de inflicción de
daño o padecimientos y de humillación y envilecimiento que una y otro tienen de acuerdo con el art. 1 de
la Convención de Nueva York de 10 de diciembre de 1984, la doctrina del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos -en adelante TEDH- [SSTEDH de 18 de enero de 1978, Irlanda C. Reino Unido; 25 de abril de
1978, Tyrer; 25 de febrero de 1982, Campbell y Cosans, y de la Comisión Europea de Derechos Humanos
(op. com. 5 de noviembre de 1969, 25 de enero de 1976 y 14 de diciembre de 1976; dec. adm. com. ap.
4.220/69, 3 de febrero de 1971 y 6.555/74, 9 de mayo de 1977), y del Tribunal Constitucional (SSTC
65/1986 y 89/ 1987)].

Centra, en cambio, la cuestión el Abogado del Estado en la compatibilidad del tratamiento médico
coercitivo con el derecho a no ser sometido a tratos degradantes (art. 15 C.E.), pues estima un tratamiento
de ese carácter que no pueda ser justificado jurídicamente merecería ser calificado de humillante y acaso
envilecedor, por incompatible con la dignidad de la persona, ya que el paciente se reduciría a ser una cosa
dotada de vida en manos de quien aplica el tratamiento (así, por ejemplo, dec. adm. com. ap. 9.974/82, 2
de marzo de 1983, y 9.516/84, 4 de julio de 1983), resultando con ello ocioso examinar si la C.E.
consagra o no como derecho fundamental el de libre autodeterminación sobre el propio cuerpo; ello
entrañaría una libertad jurídicamente protegida de disponer de la propia salud y de la propia vida, con

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

independencia de que sea claro que, por no tratarse de un derecho de libertad, dotado de una esfera
positiva y otra negativa, el art. 15 de la C.E. no proteja el derecho a disponer libremente de la propia vida
o la propia salud, sea con «dolo o intención directa, sea con mera aceptación eventual de las
consecuencias probables sobre la vida o salud de una conducta que prima facie aparente tener otra
finalidad».

Los arts. 3.4 y 45.1 b) de la Ley Orgánica General Penitenciaria -en adelante, LOGP- tienen base
suficiente, dice el Abogado del Estado, para entender posible el uso de la fuerza para alimentar a unos
reclusos cuyo estado de salud, por consecuencia de su negativa prolongada a ingerir comida, es tal que
puede causar daños a su propia salud sólo evitables mediante la alimentación forzosa. La pregunta es si
esa interpretación de la legalidad penitenciaria es compatible con el art. 15 C.E.

La relación penitenciaria, configurada en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, como relación de


sujeción especial (SSTC 74/1985, 2/1987, 190/1987, 61/1990), comporta, ex art. 25.2 de la C.E., un
régimen especial limitativo de los derechos fundamentales de los reclusos, de manera que lo que podría
representar una vulneración de los derechos fundamentales de un ciudadano en libertad no puede sin más
considerarse como tal tratándose de un recluso.

Es en este contexto en el que debe ser examinada la justificación que el art. 10.6 c de la Ley General de la
Sanidad proporciona para una intervención médica coercitiva en caso de urgencia por periculum in mora,
pues en el medio penitenciario, no sólo ha de entrar en consideración el deber general de proteger la vida
y la salud que incumbe a las Administraciones públicas sanitarias. sino un deber especialmente modulado
por tratarse de personas sujetas coactivamente a custodia y aseguramiento en establecimientos estatales, a
lo que ha de añadirse que la situación crítica para su salud en que varios internos se ha colocado
deliberadamente con el fin de hacer presión en pro de la revocación de una medida que goza de
presunción de legitimidad y que no se ha combatido por las oportunas vías de derecho, trasciende de la
estricta esfera personal de cada interno y adquiere incidencia directa sobre el orden penitenciario y el
adecuado funcionamiento de las instituciones penitenciarias.

Así, en primer lugar, arguye el Abogado del Estado, el comportamiento de los recurrentes obliga a la
Administración penitenciaria a asignar recursos humanos y materiales a la vigilancia de su salud,
desviándolos de otras atenciones. En segundo lugar cabe sospechar razonablemente que el concierto para
iniciar y mantener tal actitud dentro del «orbc cerrado» de la prisión se haya producido en condiciones
que no garantizan la libre formación de la voluntad. En tercer término, es patente en los activistas el
propósito de menoscabo o enervamiento del orden penitenciario general. Y, en fin, la C.E. no ofrece
términos hábiles para que, en el marco de la relación penitenciaria, la Administración haya de quedar
constreñida a elegir entre opciones inaceptables de una alternativa creada arbitrariamente. Por todo ello,
concluye el Abogado del Estado, no cabe reprochar la violación de la prohibición de tratos degradantes a
la resolución impugnada que, por lo demás, respeta exquisitamente el principio de proporcionalidad, al
deferir la decisión sobre la aplicación del tratamiento médico a la deontología médica, constreñir a lo
estrictamente indispensable los posibles medios coercitivos, con prohibición de la alimentación por vía
bucal en tanto los reclusos permanezcan conscientes, y limitar temporalmente el empleo de las medidas
coercitivas.

En consecuencia, el Abogado del Estado finaliza sus alegaciones interesando la desestimación del recurso
de amparo.

10. En escrito registrado el 22 de mayo de 1990, el Ministerio Fiscal señala, en primer término, que los
arts. 1.1, 9.2 y 10 de la C.E. que se citan como vulnerados en la demanda, deben excluirse del
conocimiento del recurso de amparo al no estar comprendidos en su ámbito material de aplicación.
Asimismo, añade que la resolución impugnada no atenta contra el derecho a la vida del art. 15 C.E., antes
bien, lo que se trata es de afirmarlo, oponiéndose a una pasividad que sí podría conducir a una
vulneración cuando exista peligro cierto de muerte y obligación legal de asistencia médica por la
situación de sujeción en que se encuentran los recurrentes. Por lo mismo, prosigue el Ministerio Fiscal,
tampoco se ha violado el derecho a no recibir tratos inhumanos ni degradantes (art. 15 C.E.), pues ni de la

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resolución impugnada cabe inferir la existencia de tales tratos ni la asistencia médica puede atentar contra
la dignidad de la persona, principio del que deriva la prohibición del art. 15 C.E. Respecto de la libertad
ideológica (art. 16.1 C.E.) que se aduce en la demanda, hay que poner de relieve, señala el Ministerio
Fiscal, que, como ya lo hiciera en relación con la libertad religiosa el ATC 369/1984, dicho derecho tiene
como límite la salud de las personas. Los arts. 17.1, 18.1, 24.1 y 25.2 C.E. se citan también como
infringidos, pero no se razona en la demanda, advierte el Ministerio Fiscal, en qué medida han podido ser
vulnerados, debiendo apuntarse, en fin, que el petitum de la demanda se extienda a declaraciones que
rebasan los límites de una pretensión de amparo, que, en este caso, ha de circunscribirse a la declaración
de nulidad de las resoluciones impugnadas, pero no a la declaración sobre la adopción de medidas
concretas relacionadas con la situación de cierto colectivo de presos, que es competencia de la
Administración penitenciaria.

Tras estas consideraciones iniciales, Ministerio Fiscal centra la cuestión en el conflicto entre los derechos
que corresponden al interno que voluntariamente se niega a ingerir alimentos y el deber de la
Administración penitenciaria, impuesto en norma de rango legal. En cuanto a este deber, la
Administración asume, a consecuencia de la relación de sujeción especial del recluso (STC 2/1987) la
potestad sancionadora disciplinante y los deberes asistenciales que le impone el art. 3.4 LOGP, de velar
por la vida, integridad y salud de los internos. Por lo que se refiere a los derechos de estos últimos, el
condenado a prisión es titular de derechos fundamentales, a excepción de los que sean limitados por el
fallo, el sentido de la pena y la Ley penitenciaria (art. 25.2 C.E.). De este modo queda sujeta a la tutela
estatal de la salud, pero si bien, en situación de libertad, el consentimiento del paciente debe prevalecer
sobre la imposición coactiva de un tratamiento médico, como se sigue de la Ley General de Sanidad (arts.
10.1, 6 y 9), no puede llegarse a la misma conclusión en el caso de que el paciente sea un recluso, dada su
sujeción especial a la Administración penitenciaria, que tiene el deber legal de velar por la salud de los
internos y de impedir que estos se causen daños a sí mismos, pudiendo utilizar a ese fin medios
coercitivos [arts. 3.4 y 45.1 b) LOGP y 123 del Reglamento Penitenciario -en adelante, RP].

En consecuencia, afirma el Ministerio Fiscal, el problema radica en la contradicción existente entre la


libertad de los recurrentes para llegar a la muerte no deseada, aunque tampoco excluida, como forma de
protesta contra una decisión de la Administración penitenciaria que consideren contraria a su ámbito
personal y la obligación legal de la Administración de mantener la vida e integridad física de los
recurrentes.

El derecho a la vida, apunta en este sentido el Ministerio Fiscal, es un prius lógico y ontológico para la
existencia y especificación de los demás derechos (STC 53/1985), que merece, por ello, especial
protección del ordenamiento jurídico, y frente al que existe una obligación negativa general de no
lesionarlo y una obligación positiva del Estado de contribuir a su mantenimiento. El ciudadano tiene
libertad para decidir voluntariamente su propia muerte por un acto propio, pero no existe un derecho a la
muerte que supondría la disponibilidad condicionada del derecho a la vida. Reconocer el derecho a la
muerte significaría la licitud de la renuncia de los recurrentes a los derechos fundamentales y
concretamente al derecho fundamental que es presupuesto de los demás (de existir un derecho al suicidio,
no estaría penado el auxilio o la inducción al mismo, art. 409 del Código Penal), sin que tampoco esté
legitimada la disponibilidad parcial de derecho como lo prueba la sanción penal de determinadas
autolesiones. De ahí que no sea lícito, ni indirectamente siquiera, contribuir a la muerte de quienes, como
los internos en ayuno voluntario implícitamente renuncian a vivir. La Administración penitenciaria no
puede por ello cooperar con su omisión a que se produzca ese resultado, porque entonces podría darse la
estructura de los delitos de comisión por omisión.

Por lo demás, finaliza el Ministerio Fiscal, la resolución impugnada pondera con una cuidada
argumentación la proporcionalidad del sacrificio al limitar los derechos de los internos, tratando de que se
cumpla el deber de asistencia impuesto en la LOGP para evitar un resultado irreversible como es la
muerte, sin que pueda olvidarse que la limitación de la libertad personal de autodecisión es materia que
afecta a la salud de los internos y de la que se hacen derivar todos los derechos fundamentales que se
suponen vulnerados por la resolución impugnada viene impuesta por la Ley penitenciaria, de acuerdo con
el art. 25.2 de la C.E.
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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En conclusión, considera el Ministerio Fiscal, debe desestimarse el presente recurso de amparo.

11. El 8 de junio de 1990 se recibe certificación de la Secretaría de la Sección Segunda de la Audiencia


Provincial de Madrid por la que se daba fe de que los recurrentcs autorizaban a la Letrada doña Francisca
Villalba Merino para que compareciera en su nombre en el recurso de apelación instado por el Ministerio
Fiscal ante dicha Sección de la Audiencia Provincial contra la resolución del Juzgado de Vigilancia
Penitenciaria núm. 2 de Madrid de 15 de enero anterior. Por proveído de este Tribunal de 11 de junio
siguiente se acuerda que dicha certificación quede unida a las actuaciones. entregándose copia de la
misma a las partes personadas en autos.

12. Por providencia de 25 de junio de 1990 se señaló el día 27 del mismo mes para deliberación y
votación, concluyéndose el día de la fecha.

II. Fundamentos jurídicos

1. Con carácter previo al estudio del fondo del presente recurso de amparo, ha de darse respuesta a la
excepción de legitimación activa formulada por el Abogado del Estado respecto de uno de los recurrentes,
en concreto el señor Calcerrada. A la vista de la certificación remitida por la Sección Segunda de la
Audiencia Provincial de Madrid, resulta patente que el citado recurrente sí estuvo personado en el recurso
de apelación que puso fin a la vía ordinaria previa a esta demanda de garantías constitucionales; por tanto,
a los efectos del art. 46.1 b) LOTC, sí goza de legitimación procesal suficiente para impetrar el amparo
que solicita.

2. Resuelta esta cuestión, procede, a continuación, centrar el objeto de la presente demanda. De lo alegado
en la demanda y de lo que consta en las actuaciones remitidas se desprende que los recurrentes que
cumplen condena en el Centro Penitenciario de Preventivos Madrid-2, se encuentran actualmente
ingresados en Centros Hospitalarios de esta capital, a resultas de su negativa a ingerir alimentos adoptada
con el fin de obtener de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias que disponga la
concentración en un único establecimiento de los reclusos que, como los demandantes, pertenezcan a los
autodenominados «Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre» («GRAPO»).

La resolución judicial frente a la que se impetra el amparo constitucional es el Auto de 15 de febrero de


1990, por el que la Audiencia Provincial de Madrid revoca lo acordado por el Juzgado de Vigilancia
Penitenciaria núm. 2 de la misma capital en el expediente 40/90, que no fue impugnado por los
recurrentes de amparo, declarando «el derecho-deber de la Administración penitenciaria de suministrar
asistencia médica, conforme a criterios de la ciencia médica, a aquellos reclusos en "huelga de hambre"
una vez que la vida de éstos corra peligro, lo que se determinará, previos los oportunos informes médicos,
en la forma que el Juez de Vigilancia Penitenciaria correspondiente determine, y sin que en ningún caso
pueda suministrarse la alimentación por vía bucal en tanto persiste su estado de determinarse libre y
conscientemente».

En la demanda de amparo se pide al Tribunal Constitucional que «declare las infracciones de los arts. 1,
16.1, 17.1, 18.1, 9.2, 24.1, 25.2, 10.1 y 15 de la Constitución, y art. 2.2 de la Convención contra la
Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de la ONU, art. 3 del Convenio para la
Protección de los Derechos Fundamentales de Roma, y art. 10.1 del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, cometidos en el mencionado Auto, determinando la nulidad del mismo, y ordene a la
Administración penitenciaria a que cese de alimentar a los presos del PCE(r) y GRAPO de forma forzosa,
y que les restablezcan los derechos violados, reunificándolos junto con sus compañeros en una misma
prisión y en las mismas condiciones de vida digna que tenían antes de ser dispersados».

3. A la vista de estos datos y para fijar con precisión lo que aquí se ha de resolver, se imponen con
carácter previo algunas precisiones iniciales sobre el objeto de este proceso.

Conviene así advertir, en primer término, que, aun cuando en la demanda se interese que de forma
autónoma se declare la violación de los arts. 10.1 PIDCP, 2.2 de la Convención contra la Tortura y otros
Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, y 3 CEDH, no le corresponde a este Tribunal, al
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
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conocer en recurso de amparo, examinar la observancia o inobservancia, per se, de textos internacionales
que obliguen a España, sino comprobar el respeto o la infracción de los preceptos constitucionales que
reconocen derechos fundamentales y libertades públicas susceptibles de amparo (arts. 53.2 C.E. y 49.1
LOTC), sin perjuicio de que, por mandato del art. 10.2 C.E. deban tales preceptos ser interpretados «de
conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos
internacionales sobre las mismas materias ratificados por España».

Igualmente, debe señalarse que, ante la súplica de que este Tribunal, declarando la nulidad del Auto
impugnado, ordene a la Administración penitenciaria que restablezca a los recurrentes en los derechos
violados reunificándoles junto con sus compañeros en una misma prisión en las mismas condiciones de
vida digna que tenían antes de ser dispersados, ha de delimitarse y, por consiguiente, ceñirse de nuevo el
objeto del recurso de amparo. Desde la perspectiva del debate procesal previo, sustrato lógico de toda
demanda de garantías constitucionales, el Auto recurrido tan sólo decide sobre el tratamiento médico
forzoso de los actores, cuando corra peligro la vida de éstos, pero nada resuelve sobre su eventual
concentración en un Centro penitenciario, de modo que, ni aun de anularse conforme a lo solicitado, la
resolución judicial atacada habría razón alguna para que, per saltum, este Tribunal se pronunciase en una
cuestión que no se ha ventilado previamente en la vía judicial de la que el recurso de amparo trae causa.

Por último, ha de repararse en que si bien se pide de este Tribunal que «ordene a la Administración
penitenciaria a que cese de alimentar a los presos del PCE(r) y GRAPO de forma forzosa», ello se deduce
frente a una resolución judicial que no se ciñe a autorizar a la Dirección del Centro penitenciario en el que
los recurrentes cumplen condena a disponer el recurso de alimentación forzosa como única medida a
aplicar en la situación creada por la huelga de hambre, sino que, antes al contrario, tiene un contenido más
amplio, pues establece el «derecho-deber» de prestar asistencia médica a los internos, y, para el caso de
que dicha asistencia conlleve la alimentación por vía bucal, el respeto a la voluntad mientras permanezcan
en «estado de determinarse libre y conscientemente».

En suma, el objeto del presente recurso de amparo queda circunscrito a la compatibilidad con los arts. 1.1,
9,2, 10.1, 15, 16.1, 17.1, 18.1, 24.1 y 25.2 C.E. de la resolución judicial que, ante la negativa a ingerir
alimentos, manifiestada por los internos recurrentes en reivindicación de la concentración en un mismo
establecimiento penitenciario de los reclusos pertenecientes a los GRAPO, autoriza y obliga a la
Administración penitenciaria a prestar asistencia médica, en cuanto ello implique la alimentación de los
internos en contra de su voluntad.

4. De acuerdo con los arts. 53.2 C.E. y 41.1 LOTC, el recurso de amparo se ha configurado para la
protección de los derechos y libertades reconocidos en los arts. 14 a 29 C.E., además de la objeción de
conciencia a que se refiere el art. 30, pero no para «la preservación de principios o normas
constitucionales» (ATC 651/1985, fundamento jurídico 6.º). Esta limitación objetiva del proceso de
amparo permite a limine segregar, por ser ajenas al mismo, al menos tres de las nueve supuestas
infracciones constitucionales que se denuncian en la demanda.

Es el caso, en primer lugar, de la presunta vulneración del art. 1.1 C.E., en cuanto consagra la libertad
como valor superior del ordenamiento jurídico. Es indudable que muchos de los derechos fundamentales
y libertades públicas tutelables en amparo son proyecciones del valor libertad, pero sólo estas
proyecciones concretas crean derechos amparables en esta vía procesal.

Tampoco procede examinar, por parecidas razones, si la resolución judicial recurrida -como se asegura en
la demanda, aunque en nada se argumente- es contraria o se aviene a lo dispuesto en el art. 9.2 C.E. Este
precepto, al encomendar a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la
igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas, remover los obstáculos
que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política,
eco nómica, cultural y social, refleja la dimensión social del Estado de Derecho e impone determinados
cometidos a sus poderes, pero no reconoce derecho subjetivo alguno que sea susceptible de protección de
amparo.

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Y, finalmente, otro tanto cabe decir en relación con la supuesta infracción, por violación de la dignidad de
la persona, del art. 10.1 C.E. En efecto, que de acuerdo con este precepto, la dignidad de la persona y los
derechos inviolables que le son inherentes sean, junto con el libre desarrollo de la personalidad, el respeto
a la Ley y a los derechos de los demás, «fundamento del orden político y de la paz social», no significa ni
que todo derecho le sea inherente -y por ello inviolable- ni que los que se califican de fundamentales sean
in tolo condiciones imprescindibles para su efectiva incolumidad. de modo que de cualquier restricción
que a su ejercicio se imponga devenga un estado de indignidad. Piénsese, precisamente, en la restricción
de la libertad ambulatoria y conexas que padecen quienes son condenados a una pena privativa de
libertad.

Proyectada sobre los derechos individuales, la regla del art. 10.1 C.E. implica que, en cuanto «valor
espiritual y moral inherente a la persona» (STC 53/1985, fundamento jurídico 8.º), la dignidad ha de
permanecer inalterada cualquiera que sea la situación en que la persona se encuentre -también, qué duda
cabe, durante el cumplimiento de una pena privativa de libertad, como repetidamente se cuida de señalar
la legislación penitenciaria [arts. 3, 18, 20, 23, 26 b) LOGP; 3.1, 74.9, 80, 182 b), 230.1 RP]-,
constituyendo, en consecuencia, un minimun invulnerable que todo estatuto jurídico debe asegurar, de
modo que, sean unas u otras las limitaciones que se impongan en el disfrute de derechos individuales, no
conlleven menosprecio para la estima que, en cuanto ser humano, merece la persona. Pero sólo en la
medida en que tales derechos sean tutelares en amparo y únicamente con el fin de comprobar si se han
respetado las exigencias que, no en abstracto, sino en el concreto ámbito de cada uno de aquéllos, deriven
de la dignidad de la persona, habrá de ser ésta tomada en consideración por este Tribunal como referente.
No, en cambio, de modo autónomo para estimar o desestimar las pretensiones de amparo que ante él se
deduzcan.

5. Descartada, por las razones expuestas, la contrastación aislada de la resolución judicial que se impugna
con lo dispuesto en los arts. 1.1, 9.2 y 10.1 C.E., conviene señalar además, con el objetivo de centrar
nuestro enjuiciamiento, que el examen de las presuntas infracciones de los arts. 24.1 y 25.2 C.E. queda
condicionado a la previa apreciación de alguna, o todas, de las otras cuatro violaciones constitucionales
que se denuncian en la demanda, respecto de las que la de los arts. 24.1 y 25.2 serían, dados los términos -
apenas si esbozados- de la queja de los actores, claramente ancilares.

En efecto, de seguir a los demandantes, parece que el art. 24.1 C.E. habría sido vulnerado al no haberse
protegido en la resolución impugnada los derechos fundamentales a cuyo ejercicio anudan los recurrentes
la facultad de oponerse, en tanto mantengan su negativa a alimentarse o ser alimentados, a una
intervención médica practicada con el empleo de medios coercitivos y, asimismo, el art. 25.2 habría sido
transgredido al haberse limitado de modo exorbitante tales derechos. De este modo, sin esfuerzo se
comprende que sólo si alguno, o todos, de esos derechos se estima menoscabado, tendrá algún sentido
determinar si ello redunda en la vulneración de los arts. 24.1 y 25.2 C.E.

Procede, pues, verificar si la resolución judicial recurrida ha causado vulneración de alguno o algunos de
los derechos garantizados por los arts. 15, 16.1, 17.1 y 18.1 de la Constitución; verificación que debe
realizarse, pues nos hallamos frente a un recurso de amparo, de manera ceñida al concreto contenido de
dicha resolución judicial y a las peculiares circunstancias que singularizan la situación vital y jurídica en
la que ésta se ha producido, cuidando, por tanto, de limitar nuestras consideraciones de alcance genérico o
aquellas que se evidencien necesarias para la decisión del concreto problema que aquí se plantea con el
fin de evitar todo confusionismo con otros supuestos de asistencia médica obligatoria distintos del
presente, que quizás requieran diferente solución en atención a las diferentes condiciones en que aquéllos
se susciten.

Por otro lado, debemos destacar de manera expresa que la intervención médica forzosa, por los valores
humanos que en ella se implican, constituye un tema de excepcional importancia que irradia sus efectos a
distintos sectores del ordenamiento jurídico, especialmente al constitucional y al penal, y trasciende del
campo de lo jurídico para internarse en el mundo de la axiología, en el que afecta a creencias y
sentimientos profundamente arraigados en la conciencia del ser humano, suscitando polémica doctrinal,
muy variada y a veces irreconciliable, en la que están en juego concepciones distintas del sentido de la

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vida humana. En tan vasto campo del pensamiento, nuestro enjuiciamiento, teniendo siempre en cuenta
esa trascendencia axiológica del problema, no puede estar dirigido más que por aquellos criterios
jurídicos constitucionales que nos lleven a encontrar si la resolución judicial impugnada es conforme con
nuestra Constitución, ateniéndonos, según dejamos dicho, al caso concreto que se nos plantea, sin
extendernos a consideraciones que lo desborden y siendo plenamente conscientes de los límites
intrínsecos del Derecho.

6. La cuestión consiste en determinar, desde la perspectiva de los referidos derechos fundamentales, la


licitud constitucional de una resolución judicial que ordena a la Administración penitenciaria dar
asistencia médica obligatoria y en especial alimentar incluso contra su voluntad a los recurrentes cuando,
como consecuencia de la huelga de hambre que siguen, se vea en peligro su vida, aunque excluyendo en
todo caso la alimentación por vía bucal mientras se mantengan conscientes. Como la providencia dictada
por el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria, que fue aceptada por los recurrentes, disponía la licitud de la
alimentación forzada a partir del momento en que los huelguistas perdieran la conciencia, el objeto del
recurso es, en concreto, el Auto de la Audiencia en cuanto que ordena la alimentación forzosa por vía
parenteral, cuando de acuerdo con los conocimientos médicos, esa alimentación sea necesaria para
impedir el riesgo de muerte. Es, por tanto, la licitud constitucional de esta decisión judicial la que hemos
de examinar.

Con esa huelga de hambre reivindicativa y su oposición a recibir asistencia médica, los miembros del
grupo en cuestión colocan a la Administración ante la alternativa de revocar la medida administrativa
contra la cual dirigen su protesta o presenciar pasivamente su muerte, planteando así un conflicto que
esencialmente se produce entre el supuesto derecho de los huelguistas al ejercicio de su derecho de
libertad hasta el extremo, incluso de ocasionar su propia muerte, sin injerencia ajena alguna, y el derecho-
deber de la Administración penitenciaria de velar por la vida y salud de los internos sometidos a su
custodia, que le impone el art. 3.4 de la Ley Orgánica 1/1979, de 26 de septiembre, General Penitenciaria
-en adelante, LOGP-, conflicto que se proyecta no sólo en relación con el derecho a la vida, sino también
sobre los otros derechos fundamentales más arriba acotados.

Esta influencia -plural sobre varios derechos fundamentales que los recurrentes atribuyen a su asistencia
médica obligatoria, nos obliga a una previa consideración global, que consiste en determinar cuál es la
naturaleza de las relaciones jurídicas que con ocasión del internamiento en un centro penitenciario se
establecen entre la Administración penitenciaria y las personas recluidas en el mismo.

Aunque el concepto de relación especial de sujeción es de por si impreciso (STC 61/1990), no puede
ponerse en duda que la reclusión en un centro penitenciario origina una relación jurídica de esa
naturaleza, según ha declarado la STC 2/1987, y así se desprende directamente de la propia Constitución,
cuyo art. 25.2, en atención al estado de reclusión en que se encuentran las personas que cumplen penas de
privación de libertad, admite que los derechos constitucionales de estas personas puedan ser objeto de
limitaciones que no son de aplicación a los ciudadanos comunes y, entre ellas, las que se establezcan en la
ley penitenciaria, que regula el estatuto especial de los recluidos en centros penitenciarios. Esta relación
de especial sujeción, que debe ser siempre entendida en un sentido reductivo compatible con el valor
preferente que corresponde a los derechos fundamentales, origina un entramado de derechos y deberes
recíprocos de la Administración y el recluido, entre los que destaca el esencial deber de la primera de
velar por la vida, integridad y salud del segundo, valores que vienen constitucionalmente consagrados y
permiten, en determinadas situaciones, imponer limitaciones a los derechos fundamentales de internos
que se colocan en peligro de muerte a consecuencia de una huelga de hambre reivindicativa, que podrían
resultar contrarias a esos derechos si se tratara de ciudadanos libres o incluso internos que se encuentren
en situaciones distintas.

Sentado lo que antecede, procede entrar en el examen de las vulneraciones denunciadas, comenzando por
la del derecho a la vida que reconoce el art. 15 de la Constitución.

7. El derecho fundamental a la vida, en cuanto derecho subjetivo, da a sus titulares la posibilidad de


recabar el amparo judicial y, en último término, el de este Tribunal frente a toda actuación de los poderes

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públicos que amenace su vida o su integridad. De otra parte y como fundamento objetivo del
ordenamiento impone a esos mismos poderes públicos y en especial al legislador, el deber de adoptar las
medidas necesarias para proteger esos bienes, vida e integridad física, frente a los ataques de terceros, sin
contar para ello con la voluntad de sus titulares e incluso cuando ni siquiera quepa hablar, en rigor, de
titulares de ese derecho (STC 53/1985).

Tiene, por consiguiente, el derecho a la vida un contenido de protección positiva que impide configurarlo
como un derecho de libertad que incluya el derecho a la propia muerte. Ello no impide, sin embargo,
reconocer que, siendo la vida un bien de la persona que se integra en el círculo de su libertad, pueda
aquélla fácticamente disponer sobre su propia muerte, pero esa disposición constituye una manifestación
del agere licere, en cuanto que la privación de la vida propia o la aceptación de la propia muerte es un
acto que la ley no prohíbe y no, en ningún modo, un derecho subjetivo que implique la posibilidad de
movilizar el apoyo del poder público para vencer la resistencia que se oponga a la voluntad de morir, ni,
mucho menos, un derecho subjetivo de carácter fundamental en el que esa posibilidad se extienda incluso
frente a la resistencia del legislador, que no puede reducir el contenido esencial del derecho.

En virtud de ello, no es posible admitir que la Constitución garantice en su art. 15 el derecho a la propia
muerte y, por consiguiente, carece de apoyo constitucional la pretensión de que la asistencia médica
coactiva es contraria a ese derecho constitucionalmente inexistente.

Además, aunque se admitiese la tesis de los recurrentes, tampoco podría apreciarse que, en el caso
contemplado, se produce vulneración de ese pretendido derecho a disponer de la propia vida, puesto que
el riesgo de perderla que han asumido no tiene por finalidad causarse la muerte, sino la modificación de
una decisión de política penitenciaria que tratan de obtener incluso a expensas de su vida.

Puede ser, por tanto, la muerte de los recurrentes consecuencia de su protesta reivindicativa, pero no un
resultado directamente deseado que permitiese hablar, en el caso de que existiese, de ejercicio del derecho
fundamental a la propia muerte, ni, por consiguiente, que este supuesto derecho puede haber sido
vulnerado por la coacción terapéutica.

Una vez establecido que la decisión de arrostrar la propia muerte no es un derecho, sino simplemente
manifestación de libertad genérica, es oportuno señalar la relevancia jurídica que tiene la finalidad que
persigue el acto de libertad de oponerse a la asistencia médica, puesto que no es lo mismo usar de la
libertad para conseguir fines lícitos que hacerlo con objetivos no amparados por la Ley, y, en tal sentido,
una cosa es la decisión de quien asume el riesgo de morir en un acto de voluntad que sólo a él afecta, en
cuyo caso podría sostenerse la ilicitud de la asistencia médica obligatoria o de cualquier otro impedimento
a la realización de esa voluntad, y cosa bien distinta es la decisión de quienes, hallándose en el seno de
una relación especial penitenciaria, arriesgan su vida con el fin de conseguir que la Administración deje
de ejercer o ejerza de distinta forma potestades que le confiere el ordenamiento jurídico; pues, en este
caso, la negativa a recibir asistencia médica sitúa al Estado, en forma arbitraria, ante el injusto de
modificar una decisión, que es legítima mientras no sea judicialmente anulada, o contemplar pasivamente
la muerte de personas que están bajo su custodia y cuya vida está legalmente obligado a preservar y
proteger.

Por consiguiente, todo lo que dejamos expuesto nos conduce a la conclusión de que, des(le la perspectiva
del derecho a la vida, la asistencia médica obligatoria autorizada por la resolución judicial recurrida no
vulnera dicho derecho fundamental, porque en éste no se incluye el derecho a prescindir de la propia vida,
ni es constitucionalmente exigible a la Administración penitenciaria que se abstenga de prestar una
asistencia médica que, precisamente, va dirigida a salvaguardar el bien de la vida que el artículo 15 de la
Constitución protege.

8. Este mismo precepto constitucional garantiza el derecho a la integridad física y moral, mediante el cual
se protege la inviolabilidad de la persona, no sólo contra ataques dirigidos a lesionar su cuerpo o espíritu,
sino también contra toda clase de intervención en esos bienes que carezca del consentimiento de su titular.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

Por ello, este derecho constitucional resultará afectado cuando se imponga a una persona asistencia
médica en contra de su voluntad, que puede venir determinada por los más varidados móviles y no sólo
por el de morir y, por consiguiente, esa asistencia médica coactiva constituirá limitación vulneradora del
derecho fundamental, a no ser que tenga justificación constitucional.

A tal fin, como ya ha reiterado en diversas ocasiones este Tribunal, conviene tener presente, de una parte,
que sólo ante los límites que la propia Constitución expresamente imponga al definir cada derecho o ante
los que de manera mediata o indirecta de la misma se infieran al resultar justificados por la necesidad de
preservar otros derechos constitucionalmente protegidos, puedan ceder los derechos fundamentales
(SSTC 11/1981, fundamento jurídico 7.º; 2/1982, fundamento jurídico 5.º, 110/1984, fundamento jurídico
5.º), y de otra que, en todo caso, las limitaciones que se establezcan no pueden obstruir el derecho «más
allá de lo razonable» (STC 53/1986, fundamento jurídico 3.º), de modo que todo acto o resolución que
limite derechos fundamentales ha de asegurar que las medidas limitadoras sean «necesarias para
conseguir el fin perseguido» (SSTC 62/1982, fundamento jurídico 5.º; 13/1985, fundamento jurídico 2.º)
y ha de atender a la «proporcionalidad entre el sacrificio del derecho y la situación en que se halla aquel a
quien se le impone» (STC 37/1989, fundamento jurídico 7.º) y, en todo caso, respetar su cometido
esencial (SSTC 11/1981, fundamento jurídico 10; 196/1987. fundamentos jurídicos 4.º, 5.º y 6.º;
197/1987, fundamento jurídico 11), si tal derecho aún puede ejercerse.

En aplicación de esta doctrina, procede examinar si la asistencia médica que autoriza la resolución
recurrida viene justificada en la protección de derechos o valores constitucionalmente reconocidos y si, en
su caso, cumple la condición de ser proporcionada en atención a la situación de aquellos a los que se
impone.

Y aquí debemos recordar que, según dejamos expuesto, la asistencia médica se impone en el marco de la
relación de sujeción especial que vincula a los solicitantes de amparo con la Administración penitenciaria
y que ésta, en virtud de tal situación especial. viene obligada a velar por la vida y la salud de los internos
sometidos a su custodia; deber que le viene impuesto por el art. 3.4 de la LOGP, que es la Ley a la que se
remite el art. 25.2 de la Constitución como la habilitada para establecer limitaciones a los derechos
fundamentales de los reclusos, y que tiene por finalidad, en el caso debatido, proteger bienes
constitucionalmente consagrados, como son la vida y la salud de las personas.

Siendo indudable que el ayuno voluntario llevado hasta sus últimas consecuencias genera necesariamente,
en un momento determinado, peligro de muerte, la asistencia médica obligatoria para evitar ese peligro se
manifiesta como un medio imprescindiblemente necesario para evitar la pérdida del bien de la vida de los
internos, que el Estado tiene obligación legal de proteger acudiendo, en último término, a dicho medio
coactivo, al menos si se trata de presos declarados en huelga de hambre reivindicativa cuya finalidad no
es la pérdida de la vida.

Con el cumplimiento de ese deber del Estado no se degrada el derecho a la integridad física y moral de
los reclusos, pues la restricción que al mismo constituye la asistencia médica obligatoria se conecta
causalmente con la preservación de bienes tutelados por la Constitución y, entre ellos, el de la vida que,
en su dimensión objetiva, es «un valor superior del ordenamiento jurídico constitucional» y «supuesto
ontológico sin el que los restantes derechos no tendrían existencia posible» (STC 53/1985).

Por otro lado, la necesidad de cohonestar el derecho a la integridad física y moral de los internos en un
Centro penitenciario y la obligación de la Administración de defender su vida y salud, como bienes
también constitucionalmente protegidos, encuentra en la resolución judicial recurrida una realización
equilibrada y proporcionada que no merece el más mínimo reproche, puesto que se limita a autorizar la
intervención médica mínima indispensable para conseguir el fin constitucional que la justifica,
permitiéndola tan sólo en el momento en que, según la ciencia médica, corra «riesgo serio» la vida del
recluso y en la forma que el Juez de Vigilancia Penitenciaria determine, prohibiendo que se suministre
alimentación bucal en contra de la voluntad consciente del interno.

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Francisco Fernandez Segado

9. El propio art. 15 de la Constitución prohíbe la tortura y los tratos inhumanos y degradantes; pero esta
prohibición no puede estimarse que haya sido quebrantada por la asistencia médica cuya autorización
judicial se recurre.

«Tortura» y «tratos inhumanos o degradantes» son, en su significado jurídico, nociones graduadas de una
misma escala que, en todos sus tramos, denotan la causación, sean cuales fueren los fines, de
padecimientos físicos o psíquicos ilícitos e infligidos de modo vejatorio para quien los sufre y con esa
propia intención de vejar y doblegar la voluntad del sujeto paciente.

En este sentido, la Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o
Degradantes, de Nueva York, de 10 de diciembre de 1984 (ratificada por España el 19 de octubre de 1987
y en vigor en general desde el 26 de junio de 1987, y para España desde el 20 de noviembre siguiente),
define la tortura como «todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o
sufrimientos graves, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de
castigarla por un acto que haya cometido o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a
esa persona o a otros, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos
dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario publico u otra persona en el ejercicio de
funciones públicas, a instigación suya o con su consentimiento o aquiescencia» (art. 1.1). Esta
Convención extiende, además, sus garantías a «otros actos que constituyan tratos o penas crueles,
inhumanos o degradantes y que no lleguen a ser tortura tal como se define en el art. 1».

Asimismo, en relación con el art. 3 CEDH, que establece una interdicción similar a la del art. 15 C.E., el
TEDH, partiendo de su propia doctrina acerca de las penas degradantes (SS de 18 de enero y 25 de abril
de 1978 -caso Irlanda contra el Reino o nido- y -caso Tyrer-, respectivamente) ha señalado que «para que
el trato sea "degradante" debe ocasionar también al interesado -ante los demás o ante sí mismo(...) una
humillación o un envilecimiento que alcance un mínimo de gravedad» (igualmente, STEDH de 25 de
febrero de 1982, -caso Campbell y Cosans- y de 7 de julio de 1989 -caso Soering).

No otra es, por lo demás, la acepción que, en el concreto ámbito penitenciario, cabe dar a los términos
«cruel, inhumano o degradante» que utiliza, para prohibir sanciones disciplinarias a los internos que
tengan ese carácter, el art. 31 de las Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos, adoptadas por
Resolución (73) 5, de 19 de enero de 1973. del Comité de Ministros del Consejo de Europa, e invocadas
por los recurrentes, ni otro es tampoco el alcance que, respecto de los tratos inhumanos o degradantes,
tiene la más genérica prohibición de «malos tratos» a los internos que el art. 6 de la LOGP establece.

Por ello, y también con referencia al medio carcelario, este Tribunal tiene dicho que para apreciar la
existencia de tratos inhumanos o degradantes es necesario que «éstos acarreen sufrimientos de una
especial intensidad o provoquen una humillación o sensación de envilecimiento que alcance un nivel
determinado, distinto y superior al que suele llevar aparejada la imposición de condena» (SSTC 65/1986,
fundamento jurídico 4.º;,89/1987, fundamento jurídico 2.º), daño implícito en la misma que está excluido
del concepto de tortura (art. 1.1, in fine, de la Convención contra la tortura cit., de 1984).

De acuerdo con estos criterios, en modo alguno puede calificarse de «tortura» o «tratos inhumanos o
degradantes», con el sentido que esos términos revisten en el art. 15 C.E., la autorización de una
intervención médica, como la impugnada por los recurrentes, que, en si misma, no está ordenada a infligir
padecimientos físicos o psíquicos ni a provocar daños en la integridad de quien sea sometido a ellos, sino
a evitar, mientras médicamente sea posible, los efectos irreversibles de la inanición voluntaria, sirviendo,
en su caso, de paliativo o lenitivo de su nocividad para el organismo. En esta actuación médica, ajustada a
la lex artis, no es objetivamente reconocible indicio alguno de vejación e indignidad. Que para efectuar
dicha intervención se permita el empleo de medios coercitivos no es aquí determinante, pues, según se ha
visto, no es la coercitividad de trato más allá de lo proporcionado, sino su desmedida severidad, su
innecesario rigor y su carácter vejatorio lo que a los efectos de la prohibición constitucional resulta
relevante.

El hecho de que la alimentación forzada, cuya finalidad es impedir la muerte de los recurrentes no pueda
considerarse constitutiva de trato inhumano o degradante en razón del objetivo que persigue, no impide
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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

sin embargo, por sí mismo, que se le pueda considerar como tal, sea en razón de los medios utilizados, sea
por constituir una prolongación del sufrimiento, sin lograr pese a ello, evitar la muerte. Ambos hipotéticos
reproches han de ser, sin embargo, también desechados, el primero de ellos, porque ya la resolución
impugnada excluye expresamente el recurso a la alimentación por vía oral, que es la única cuyo empleo
podría ser entendido como una humillación para quien hubiera de sufrirla y el segundo, porque el
propósito de la medida no es el de provocar el sufrimiento, sino el de prolongar la vida.

10. Tampoco puede apreciarse vulneración de la libertad ideológica que garantiza el art. 16.1 de la
Constitución.

Ciertamente, la libertad ideológica, como así viene a latir en el planteamiento de los recurrentes, no se
agota en una dimensión interna del derecho a adoptar una determinada posición intelectual ante la vida y
cuanto le concierne y a representar o enjuiciar la realidad según personales convicciones. Comprende,
además, una dimensión externa de agere licere, con arreglo a las propias ideas sin sufrir por ello sanción o
demérito ni padecer la compulsión o la injerencia de los poderes públicos.

El art. 16.1 C.E. garantiza la libertad ideológica sin más limitaciones en sus manifestaciones que las
necesarias para el mantenimiento del orden público protegido por la ley (STC 20/1990, fundamento
jurídico 3.º). En este sentido no hay inconveniente en reconocer, para dar respuesta a la cita que en la
demanda se hace de la libertad de expresión -ausente, sin embargo, de la relación de violaciones
constitucionales que se pretende declare este Tribunal-, que entre tales manifestaciones, y muy
principalmente, figura la de expresar libremente lo que se piense. A la libertad ideológica que consagra el
art. 16.1 C.E. le corresponde «el correlativo derecho a expresarla que garantiza el art. 20.1 a)» (STC
20/1990, fundamento jurídico 5.º), aun cuando ello no signifique que toda expresión de ideología quede
desvinculada del ámbito de protección del art. 16.1, pues el derecho que éste reconoce no puede
entenderse «simplemente absorbido» por las libertades del art. 20 (STC 20/1990, fundamento jurídico
3.º), o que toda expresión libremente emitida al amparo del art. 20 sea manifestación de la libertad
ideológica del art. 16.1.

Ahora bien, para que los actos de los poderes públicos puedan ser anulados por violaciones de la libertad
ideológica reconocida en el art. 16.1 C.E. es cuando menos preciso, de una parte, que aquéllos perturben o
impidan de algún modo la adopción o el mantenimiento en libertad de una determinada ideología o
pensamiento y no simplemente que se incida en la expresión de determinados criterios -por más que ello
pueda tener relevancia ex art. 20.1 C.E.-. De otra, se exige que entre el contenido y sostenimiento de éstos
y lo dispuesto en los actos que se combatan quepa apreciar una relación de causalidad suficiente para
articular la imputación del ilícito constitucional.

En el presente caso, los recurrentes aducen la libertad ideológica para dar cobertura constitucional a su
comportamiento como forma de protesta y reivindicación, y formalizan a su amparo la queja frente a la
interferencia coactiva de la Administración penitenciaria «en su actitud frente a su propia vida».

Tal alegación no es aceptable porque, aun reconociendo el trasfondo ideológico que late en la huelga de
hambre de los recurrentes, es innegable que la asistencia médica obligatoria a los presos en huelga que se
encuentren en peligro de perder la vida no tiene por objeto impedir o poner obstáculos a la realización y
mantenimiento de la huelga -sin que conste en los autos que no haya sido respetada en todo momento por
la Administración penitenciaria, ni que haya ésta adoptado oposición alguna a la misma con medidas
represoras o disciplinarias-, sino que va encaminada exclusivamente a defender la vida de los reclusos en
huelga, al margen de todo propósito de impedir que éstos continúen en su actitud reivindicativa.

11. No es tampoco pertinente encuadrar el problema en el ámbito del art. 17.1 de la Constitución, en los
términos que pretenden los recurrentes, dado que, según reiterada doctrina de este Tribunal (SSTC
126/1987, 22/1988, 112/1988 y 61/1990, por citar las más recientes) la libertad personal protegida por
este precepto es la «libertad física». La libertad frente a la detención, condena o internamientos
arbitrarios, sin que pueda cobijarse en el mismo una libertad general de actuación o una libertad general
de autodeterminación individual, pues esta clase de libertad, que es un valor superior del ordenamiento
jurídico -art. 1.1 de la Constitución-, sólo tiene la protección del recurso de amparo en aquellas concretas
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Francisco Fernandez Segado

manifestaciones a las que la Constitución les concede la categoría de derechos fundamentales incluidos en
el capítulo segundo de su título I, como son las libertades a que se refieren el propio art. 17.1 y los arts.
16.1, 18.1, 19 y 20, entre otros y, en esta línea, la STC 89/1987 distingue entre las manifestaciones «de la
multitud de actividades y relaciones vitales que la libertad hace posibles» (o manifestaciones de la
«libertad a secas») y «los derechos fundamentales que garantizan la libertad» pero que «no tienen ni
pueden tener como contenido concreto cada una de esas manifestaciones en su práctica, por importantes
que sean éstas en la vida del individuo».

Conforme, pues, con dicha doctrina, la libertad de rechazar tratamientos terapéuticos, como manifestación
de la libre autodeterminación de la persona no puede entenderse incluida en la esfera del art. 17.1 de la
Constitución.

Es claro sin embargo que la aplicación de tratamiento médico y alimentario forzoso implica el uso de
medidas coercitivas que inevitablemente han de comportar concretas restricciones a la libertad de
movimiento o a la libertad física en alguna de sus manifestaciones. Pero tales restricciones, en cuanto
inherentes a la intervención médica que acabamos de considerar no violadora de derechos fundamentales,
no constituyen lesión de aquellos mismos derechos a la integridad física, ni a los ahora examinados, sin
olvidar que el art. 45.1 b) de la LOGP permite esas mismas medidas y es en este sentido la ley a la que se
remite genéricamente el art. 17.2 de la Constitución.

12. Igualmente inconsistente es la denuncia de la supuesta violación del derecho a la intimidad personal
(art. 18.1 C.E. y 5.2 RP).

Es cierto que este Tribunal ha reconocido que en la noción de «intimidad personal» se integra la
«intimidad corporal (STC 37/1989, fundamento jurídico 4.º). Pero la ha identificado únicamente como
«inmunidad frente a toda indagación o pesquisa que sobre el cuerpo quisiera imponerse contra la voluntad
de la persona» y, en virtud de ello, puede afirmarse que en modo alguno ha padecido el derecho a la
intimidad corporal de los recurrentes, pues, aparte de que la intervención médica autorizada por la
resolución impugnada no puede incluirse cabalmente entre las indagaciones o pesquisas a las que, de
acuerdo con la doctrina constitucional citada, puede oponerse el derecho a la intimidad, no produce la
actuación impugnada ni por las partes del cuerpo sobre las que actúa ni por los medios a emplear, ni por
su finalidad ajena a la adquisición de conocimientos sobre el cuerpo de los reclusos, menoscabo de
ningún género de su intimidad personal.

En síntesis de todo lo expuesto, debemos finalizar con la conclusión de que la asistencia médica
obligatoria autorizada por la resolución judicial objeto del recurso de amparo no vulnera ninguno de los
derechos fundamentales invocados por los demandantes, ni en sí misma, ni en la forma y alcance con que
ha sido autorizada, constituyendo tan sólo una limitación del derecho a la integridad física y moral
garantizada por el art. 15 de la Constitución, y unida ineludiblemente a ella una restricción a la libertad
física, que vienen justificadas en la necesidad de preservar el bien de la vida humana, constitucionalmente
protegido, y que se realiza mediante un ponderado juicio de proporcionalidad, en cuanto entraña el
mínimo sacrificio del derecho que exige la situación en que se hallan aquéllos respecto de los cuales se
autoriza.

FALLO

En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE LE CONFIERE


LA CONSTITUCION DE LA NACION ESPAñOLA,

Ha decidido

Denegar el amparo solicitado por don Sebastián Rodríguez Veloso, don Leoncio Calcerrada Fornielles y
don Luis Cabeza Mato.

Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».

Dada en Madrid, a veintisiete de junio de mil novecientos noventa.


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Francisco Fernandez Segado

Voto particular que formula el Magistrado don Miguel Rodríguez-Piñero y Bravo-Ferrer en el


recurso de amparo, avocado al Pleno, núm. 443/1990

1. No participo de la opinión mayoritaria del Pleno y disiento de parte de la fundamentación, aunque


reconozco el notable esfuerzo realizado y la calidad y seriedad de la argumentación contenida en la
Sentencia.

El fondo del asunto que plantea el presente recurso de amparo es un caso límite por tratarse de un tema
«en cuya consideración inciden con más profundidad que en ningún otro ideas, creencias y convicciones
morales, culturales y sociales» (STC 53/1985), y en el que la diversidad y la contraposición de posturas
en la doctrina se corresponden con la evolución vacilante y acelerada de la deontología médica en
relación con la voluntariedad de los tratamientos terapéuticos y los derechos fundamentales del enfermo.
El enjuiciamiento estrictamente jurídico del tema, que es el que a este Tribunal corresponde, resulta
además dificultado porque la Constitución no ha tomado postura de forma directa sobre el particular, ni
tampoco existe en nuestro ordenamiento una regulación legal del supuesto, lo que ha obligado a los
órganos judiciales a una importante labor creativa de ponderación de los valores y derechos
constitucionales en juego, que es la que también ha tenido que realizar el Tribunal llegando a una
solución razonada, que, sin embargo, no comparto.

2. La razón principal de mi discrepancia es la que, según la opinión mayoritaria del Pleno, la relación de
sujeción especial del penado y, más genéricamente del interno, frente a la Administración Penitenciaria
justificaría la imposición, que habría de calificar de «especial», de una limitación a derechos
fundamentales como la que supone la alimentación forzosa, limitación que se reconoce que no sería lícita
«si se tratara de ciudadanos libres o incluso de internos que se encuentren en situaciones distintas». A mi
juicio, la obligación de la Administración Penitenciaria de velar por la vida y la salud de los internos no
puede ser entendida como justificativa del establecimiento de un límite adicional a los derechos
fundamentales del penado, el cual, en relación a su vida y salud y como enfermo, goza de los mismos
derechos y libertades que cualquier otro ciudadano. y por ello ha de reconocérsele el mismo grado de
voluntariedad en relación con la asistencia médica y sanitaria.

El art. 25.2 C.E. se remite a la Ley Penitenciaria, habilitándola para establecer limitaciones a los derechos
fundamentales de los reclusos, pero esa remisión ni de por sí justifica una limitación de derechos, que ha
de ser razonable y proporcionada para ser constitucionalmente legítima, ni, en el caso concreto de la
huelga de hambre, ha dado lugar, a diferencia de lo que ocurre en otros sistemas comparados, a una
regulación específica. El silencio de la Ley sólo puede ser interpretado, también a la luz del art. 25.2 C.E.,
como el reconocimiento de que en esta materia la situación del penado o del interno no ha de sufrir
restricción alguna de sus derechos respecto a la situación de cualquier otro ciudadano en libertad.

3. Además, no me parece convincente el argumento adicional utilizado para negar la «libertad» de los
recurrentes de oponerse a la asistencia médica obligatoria durante el ejercicio de su huelga de hambre, y
consistente en contraponer la «libertad para conseguir fines lícitos» respecto del uso de esa libertad en
relación con «objetivos no amparados por la ley» que se daría en quienes se hallan en el seno de una
relación especial penitenciaria donde la negativa a recibir asistencia médica situaría al Estado ante el
injusto de modificar una decisión. legítima por no estar judicialmente anulada, o contemplar pasivamente
la muerte de personas bajo su custodia y obligación de protección. Esta afirmación puede ser entendida en
el sentido de que esa negativa a recibir asistencia médica sería legítima si el huelguista persiguiera
objetivos amparados por la ley, pero no en el caso contrario, y tal sería tratar de imponer la modificación
de una decisión no impugnada de la Administración Penitenciaria. Ello significaría condicionar la
decisión de imponer la alimentación forzosa a la propia legitimidad del fin perseguido por la huelga de
hambre. Por su propia lógica. La huelga de hambre persigue objetivos que no pueden obtenerse
normalmente a través de las vías judiciales. Por otro lado, aparte de la dificultad de la valoración de la
legitimidad del objetivo perseguido, el que esa legitimidad haya de ser tenida en cuenta en la decisión
judicial supone traspasar la cuestión del plano de la ponderación de la vida y la salud como bienes
constitucionales protegidos frente a otros derechos y bienes constitucionales, al plano de la reivindicación
misma perseguida por los recurrentes, e interferirse en el medio de presión utilizado.

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Francisco Fernandez Segado

4. Finalmente, aunque la alimentación forzosa persiga evidentemente un objetivo humanitario, de


salvaguardia de la vida y la salud, tal objetivo sólo puede realizarse si se trata de una medida transitoria,
puesto que si se prorroga indefinidamente, en la medida en que permanezca la situación de huelga de
hambre, no garantiza la realización de ese objetivo y provoca un alargamiento innecesario de la
degradación física y psíquica de la persona implicada, mantenida artificialmente en vida en condiciones
tan precarias que pueden llegar a ser inhumanas. Por ello, la solución adoptada por la resolución judicial
impugnada, no puede mantenerse indefinidamente sin colocar a la persona en una situación degradante y
contraria a su dignidad humana.

Por todo ello, opino que aunque ninguna de las alternativas que se ofrecían era satisfactoria, partiendo de
sus propios razonamientos de libertad de tratamiento médico del ciudadano en régimen de libertad, la
Sentencia debería haber llegado a la conclusión de estimar el amparo, confirmando, en consecuencia, la
decisión del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria.

Madrid, a veintiocho de junio de mil novecientos noventa.

Voto particular que formula el Magistrado don Jesús Leguina Villa a la Sentencia dictada en el
recurso de amparo núm. 443/90

Coincido con muchas de las cosas que se dicen en esta Sentencia y, sobre todo, comparto la preocupación
y la sensibilidad que en la misma se manifiesta por defender la vida en un caso límite de conflicto entre
los poderes públicos y quienes nos piden amparo. Me veo, sin embargo, en la necesidad de expresar en
conciencia mi disentimiento con la decisión mayoritaria de denegar el amparo. Omitiendo toda referencia
a la discrepancia que me suscitan algunos aspectos o argumentos secundarios de la Sentencia y
refiriéndome sólo a las tesis centrales que conforman su ratio decidendi paso a exponer a continuación mi
propia opinión en términos breves y sucintos, dejando expresa constancia del respeto y acatamiento que
me merece el criterio mayoritario del Tribunal.

La Sentencia deniega el amparo por dos motivos principales: Uno, la relación especial de sujeción en que
se encuentran los reclusos, en virtud de la cual la Administración penitenciaria tiene el deber de
custodiarlos y de cuidar de su vida y de su salud; dos, la ilicitud de la huelga de hambre reivindicativa
frente a las legítimas decisiones adoptadas por la Administración penitenciaria en el uso de las potestades
que la Ley le otorga. Desde mi punto de vista, ninguno de estos dos motivos es suficiente para forzar la
voluntad de los recurrentes de negarse a ser alimentados y recibir asistencia médica. No estando en juego
derechos fundamentales de terceras personas, ni bienes o valores constitucionales que sea necesario
preservar a toda costa, ninguna relación de supremacía especial -tampoco la penitenciaria- puede
justificar una coacción como la que ahora se denuncia que, aun cuando dirigida a cuidar la salud o a
salvar la vida de quienes la soportan, afecta al núcleo esencial de la libertad personal y de la autonomía de
la voluntad del individuo, consistente en tomar por sí solo las decisiones que mejor convengan a uno
mismo, sin daño o menoscabo de los demás. Se afirma con razón en la Sentencia que el derecho a la vida
no puede ser confundido con un pretendido derecho a morir o a decidir sobre la propia muerte. Pero ello
no significa que no se tenga derecho -sea cual sea la circunstancia en la que uno se encuentre y estando en
el pleno uso de las facultades mentales- a que nadie que no sea uno mismo decida e imponga
coactivamente lo que haya de hacerse para conservar la salud seguir viviendo o escapar al peligro de
muerte; ni excluye el derecho a rechazar la ayuda o la asistencia sanitaria que ni se desea ni se ha
solicitado.

La Sentencia niega que la alimentación forzosa o la asistencia sanitaria coactiva límite la libertad personal
de los recurrentes. Mi opinión es contraria a esta tesis. El art. 17.1 de la Constitución reconoce a todos «el
derecho a la libertad», entendida ésta, según reiterada doctrina de este Tribunal, como «libertad física»
que protege a todos no sólo, según dice la Sentencia, frente a detenciones, condenas o internamientos
arbitrarios, sino también frente a cualesquiera medidas de coerción o uso de la fuerza que, oponiéndose a
lícitas decisiones personales que sólo conciernen a quien las toma, restrinjan o impidan injustificadamente
aquella libertad de movimientos. Este último aspecto de la libertad personal ampara también a los
reclusos y es el que, a mi juicio, ha sido desconocido por la resolución judicial impugnada. Frente a ello,

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Francisco Fernandez Segado

ningún valor justificativo tiene, según creo, ni el deber que la Administración penitenciaria tiene de velar
por la salud y la integridad física de los internos ni tampoco la supuesta ilicitud del ayuno voluntario
como medio reivindicativo o de presión frente a dicha Administración penitenciaria. Este último aspecto
es indiferente o irrelevante para resolver el conflicto, pues lo que importa no es saber si la llamada huelga
de hambre reivindicativa en que se encuentran los recurrentes es o no ilícita (o si lo son como se dice en
la Sentencia, los objetivos que con la misma se pretenden conseguir, cuestión ésta harto discutible); lo
esencial es saber si es lícito forzar la voluntad de unas personas, libremente expresada, y coartar su
libertad física para imponerles una alimentación o un tratamiento médico que rechazan. La Sentencia
entiende que sí es lícito hacerlo por el deber de cuidar la salud y la vida de los reclusos que la Ley
penitenciaria impone a la Administración. Creo, sin embargo, que en el caso que ahora contemplamos tal
deber cesa ante la voluntad contraria de los recurrentes. La Administración ha de cumplir ciertamente
dicho deber de cuidado y los internos tienen derecho a exigir aquel cumplimiento, pero ello no autoriza a
los poderes públicos a utilizar cualquier medio y, en concreto, en este caso no autoriza a utilizar la fuerza
para cumplir un deber cuyos beneficiarios rechazan exonerando del mismo a la Administración. En
definitiva, este deber de velar por la salud y la integridad física de los reclusos termina frente a la
renuncia del recluso enfermo a su derecho a recibir protección y cuidados médicos. Los reclusos que con
grave riesgo para su salud y su vida, pero sin riesgo alguno para la salud de los demás. se niegan a recibir
alimentos y asistencia sanitaria no son personas incapaces cuyas limitaciones hayan de ser subvenidas por
los poderes públicos. Son personas enfermas que conservan la plenitud de sus derechos para consentir o
para rechazar los tratamientos médicos que se les propongan. Creo que un enfoque del problema desde
esta última perspectiva -la del enfermo que es además recluso- en lugar de la adoptada por la Sentencia -
la del recluso que es además enfermo- hubiera permitido llegar a una solución favorable a la concesión
del amparo.

Madrid, a dos de julio de mil novecientos noventa.

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Caderno de Direito Constitucional – 2006
Francisco Fernandez Segado

TERCEIRA SENTENÇA DO TRIBUNAL CONSTITUCIONAL

Número de referência: 107/1984 ( SENTENCIA )


Referência número: 107/1984
Tipo: SENTENCIA
Fecha de Aprobación: 23/11/1984
Publicación BOE: 19841221 [«BOE» núm. 305]
Sala: Sala Segunda: Excmos. Sres. Arozamema, Rubio, Díez-Picazo, Tomás, Truyol y Pera.
Ponente: don Francisco Rubio Llorente
Número registro: 576/1983
Recurso tipo: Recurso de amparo.

TEXTO DEL DICTAMEN


Extracto:
1. Quien pretende ser amparado en el ejercicio de los derechos que el Ordenamiento español le concede
ha de satisfacer también las obligaciones que de él dimanan.
2. Es al Juez ordinario al que compete la interpretación de la legalidad ordinaria y su decisión debe ser
aceptada por este Tribunal Constitucional, sin que pueda ser sustituida por otra diferente en un recurso de
amparo cuando ello no viene reclamado por la necesidad de ajustarla a la Constitución.
3. La inexistencia de declaración que proclame la igualdad de los extranjeros y españoles no es argumento
bastante para considerar resuelto el problema, pues no es únicamente el art. 14 de la C.E. el que debe ser
contemplado, sino que, junto a él, es preciso tener en cuenta otros preceptos, sin los que no resulta posible
determinar la posición jurídica de los extranjeros en España.
4. La previsión del art. 13 de la C.E. de que «los extranjeros gozarán en España de las libertades públicas
que garantiza el presente Título en los términos que establezcan los Tratados y la Ley» no supone que se
haya querido desconstitucionalizar la posición jurídica de los extranjeros respecto de los derechos y
libertades públicas, pues la Constitución no dice que los extranjeros gozarán en España de las libertades
que les atribuyan los Tratados y la Ley, sino de las libertades «que garantiza el presente Título, en los
términos que establecen los Tratados y la Ley», de modo que los derechos y libertades reconocidos a los
extranjeros siguen siendo derechos constitucionales y, por tanto, dotados -dentro de su específica
regulación- de la protección constitucional, aunque, en cuanto a su contenido, todos ellos, sin excepción,
son derechos de configuración legal.
5. En la configuración legal de los derechos y libertades reconocidos a los extranjeros se puede introducir
la nacionalidad como elemento para la definición del supuesto de hecho al que ha de anudarse la
consecuencia jurídica establecida, quedando en tal caso, como es obvio, excluida «a priori» la aplicación
del principio de igualdad como parámetro al que han de ajustarse las consecuencias jurídicas anudadas a
situaciones que sólo difieren en cuanto al dato de la nacionalidad.
6. El problema de la titularidad y ejercicio de los derechos y, más en concreto, el problema de la igualdad
en el ejercicio de los derechos, depende del derecho afectado, existiendo derechos que corresponden por
igual a españoles y extranjeros y otros que pertenecerán o no a los extranjeros según lo dispongan los
Tratados y las Leyes, siendo entonces admisible la diferencia de trato con los españoles en cuanto a su
ejercicio.
7. La Constitución sólo reconoce el derecho al trabajo para los españoles. No existe Tratado ni Ley que
establezca la igualdad de trato entre nacionales y extranjeros para el acceso a un puesto de trabajo, como
sí lo hay, por el contrario, para la titularidad y ejercicio de los derechos laborales, una vez producida la
contratación.
8. La existencia de una legislación que, según la interpretación de los Tribunales, exige el requisito
administrativo de la autorización de residencia para reconocer la capacidad de celebrar válidamente un
contrato de trabajo no se opone a la Constitución.

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Francisco Fernandez Segado

Preámbulo:

La Sala Segunda del Tribunal Constitucional, compuesta por don JerónimoArozamena Sierra, Presidente,
y don Francisco Rubio Llorente, don Luis Díez-Picazo y Ponce de León, don Francisco Tomás y
Valiente, don Antonio Truyol Serra y don Francisco Pera Verdaguer, Magistrados, ha pronunciado

EN NOMBRE DEL REY

la siguiente

SENTENCIA

En el recurso de amparo núm. 576/1983, interpuesto por la Procuradora de los Tribunales, doña M.ª
Soledad San Mateo García, asistida del Letrado don Juan Enrique Piedrabuena Ruiz-Tagle, en nombre y
representación de don Leonardo Leyes Rosano, contra Sentencia de la Magistratura de Trabajo núm. 3 de
Barcelona, dictada en procedimiento 533/1982 resolutoria de relación laboral.

Han sido parte como codemandado el Procurador don Angel Deleito Villa, asistido del Letrado don José
Fernández Bustillo, en nombre y representación de don Vicente Bordo y Rubio, y el Fiscal General del
Estado; ha sido Ponente el Magistrado don Francisco Rubio Llorente, quien expresa el parecer de la Sala.

ANTECEDENTES:

I. Antecedentes

1. Don Leonardo Leyes Rosano, de nacionalidad uruguaya, comenzó el 28 de octubre de 1981 a prestar
sus servicios como conserje en el Hostal «Sant Pancras», de Barcelona, cuyo propietario era don Vicente
Bordo y Rubio. El día 18 de febrero de 1982, como el señor Leyes Rosano hubiese reclamado un horario
de trabajo y una remuneración adecuada, don Vicente Bordoy Rubio le requirió formalmente para que se
proveyese de permiso de trabajo y de autorización de residencia en España, documentos de los que
carecía. A partir de dicha fecha, don Leonardo Leyes Rosano no volvió a comparecer al trabajo,
presentando papeleta de conciliación en el Instituto de Mediación, Arbitraje y Conciliación y el 9 de
marzo de 1982 demanda ante la Jurisdicción Laboral en solicitud de que se declarase nulo, o
subsidiariamente improcedente, el despido y se condenase a la Empresa a su readmisión.

La Magistratura de Trabajo núm. 3 de Barcelona dictó Sentencia de 17 de mayo de 1982 desestimando la


demanda, declarando nulo el contrato de trabajo celebrado entre don Leonardo Leyes y don Vicente
Bordoy y reconociendo el derecho del actor al abono del salario devengado durante el tiempo de
prestación de servicios y de un mes de salario en concepto de preaviso. Interpuesto recurso de
suplicación, fue desestimado por Sentencia del Tribunal Central de Trabajo de 6 de julio de 1983. Este
Tribunal estimó que si bien la legislación dispensa a los hispanoamericanos del requisito de obtener
permiso de trabajo para trabajar en España, no les exime de solicitar y obtener la autorización de
residencia, para cuya obtención rigen criterios y se acomodan a normas de carácter gubernativo,
totalmente extraños a la legislación laboral. El actor carecía, pues, del requisito esencial y primero que
legalizase su estancia en nuestro país y le permitiese válidamente formalizar un contrato de trabajo.

2. El día 3 de agosto de 1983, don Leonardo Leyes Rosano presenta escrito en el Tribunal Constitucional
anunciando su propósito de interponer recurso de amparo contra las resoluciones judiciales recaídas por
presunta vulneración de los arts. 13, 14 y 35 de la Constitución Española y solicitando el nombramiento
de Abogado y Procurador de oficio.

Tras la tramitación del oportuno procedimiento, la Sección Tercera acordó tener por nombrado por el
propio recurrente al Abogado don Juan Enrique Piedrabuena Ruiz Tagle y designada de oficio a la
Procuradora doña María Soledad San Mateo García, a quien se otorgó por providencia de 14 de diciembre
un plazo de veinte días para la formalización de la demanda.

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Francisco Fernandez Segado

En su demanda de amparo, presentada el día 5 de enero, el actor después de exponer los hechos relatados,
alega que la normativa en vigor excluye la necesidad de permiso de trabajo y de residencia para los
ciudadanos hispanoamericanos y, en concreto, para los uruguayos. Así el Tratado de Reconocimiento de
Paz y Amistad celebrado entre España y el Uruguay el 19 de julio de 1870 dispone en su art. 8 que los
súbditos de una y otra nación pueden ejercer libremente sus oficios y profesiones en los mismos términos
y bajo iguales condiciones y adeudos que usan o usaren los de la nación más favorecida; el Convenio
Internacional de Cooperación Social celebrado entre España y Uruguay el 27 de abril de 1970 establece
en el art. 1 que los Estados contratantes acuerdan mantener el principio de igualdad y reciprocidad en
materia laboral, de manera que los uruguayos que trabajen en España y los españoles que trabajen en
Uruguay, gocen de los mismos derechos sociales y laborales que los nacionales respectivos. Por fin, la
Ley 118/1969, de 30 de diciembre, y su Orden de desarrollo de 15 de enero de 1970, expresamente
eximen a los súbditos hispanoamericanos que trabajan en territorio español o pretenden trabajar en él, por
cuenta propia o ajena, de la obligación de proveerse del permiso de trabajo que con carácter general y
para todos los extranjeros que realizan una actividad laboral en España preceptúa el art. 4 del Decreto
1870/1968, de 27 de julio. De esta forma, el Real Decreto 1874/1978, de 2 de junio, y el posterior Real
Decreto 1031/1980, de 3 de mayo, no resultan aplicables a los extranjeros hispanoamericanos que quedan
fuera de dicha regulación general por estar sometidos a su legislación especial.

La Sentencia del Tribunal Central de Trabajo señala que si los hispanoamericanos se encuentran exentos
de permiso de trabajo, ello no excluye que para trabajar en España soliciten y obtengan la pertinente
autorización de residencia. Esta interpretación es errónea y condena al actor a la imposibilidad de
regularizar su estancia legal en el país, por lo que se le discrimina a nivel social y laboral. Desde que don
Leonardo Leyes ingresó en el Hostal «Sant Pancras», la autoridad gubernativa y laboral ha aplicado a los
hispanoamericanos el Real Decreto 1031/1980, de 3 de mayo, en el que la autorización de residencia está
condicionada a la concesión del permiso de trabajo por la autoridad laboral, de forma que la decisión del
Tribunal Central supone imponer un requisito imposible de cumplimentar, pues la autoridad gubernativa
exige el previo permiso de trabajo para otorgar la autorización de residencia. La aplicación a los
hispanoamericanos de esta normativa puede comprobarse en la jurisprudencia del Tribunal Supremo y
debió conducir a una resolución conjunta de los Subsecretarios de Trabajo e Interior no publicada en el
«Boletín Oficial del Estado» que dispuso su exención del permiso de trabajo y residencia. El demandante
concluye solicitando que se declare la nulidad de las resoluciones judiciales impugnadas y se reconozca
expresamente su derecho a ser considerado en igualdad de condiciones laborales y sociales con los
trabajadores españoles y exento de permiso de trabajo y autorización gubernativa de residencia para
trabajar en España.

Mediante otrosí solicita la práctica de prueba documental concretada en la incorporación a los Autos de
recortes de Prensa sobre el tema objeto delrecurso, y en solicitud a la Jefatura Superior de Policía de
Barcelona y a la Dirección General de Policía para que certifiquen sobre la exigencia del permiso de
trabajo para poder conceder la autorización de residencia y su aplicación a los hispanoamericanos hasta la
resolución conjunta de los Subsecretarios de Trabajo e Interior. Igualmente se pide el requerimiento al
Ministerio de Trabajo para que remita dicha resolución.

3. La Sección acordó por providencia de 18 de enero de 1984 admitir a trámite el recurso, así como
solicitar de la Magistratura de Trabajo número 3 de Barcelona y del Tribunal Central de Trabajo la
remisión de las actuaciones y el emplazamiento de las partes. Una vez cumplido ello y personado el
Procurador don Angel Deleito Villa en nombre y representación de don Vicente Bordoy Rubio, titular del
Hostal «Sant Pancras», la Sección dictó providencia de 11 de abril dando vista de las actuaciones a las
partes y al Ministerio Fiscal para la formulación de sus alegaciones en el plazo de veinte días.
Exceptuando las alegaciones del actor que se limitó a ratificar íntegramente el contenido de su escrito de
recurso, las restantes se resumen a continuación.

4. El Ministerio Fiscal expone que el art. 14 de la Constitución, al consagrar el principio de igualdad, se


refiere de forma expresa a los españoles, precisándose en el art. 13.1 que «los extranjeros gozarán en
España de las libertades públicas que garantiza el presente título en los términos que establezcan los
tratados y la Ley». En el primer aspecto, el Convenio para la Protección de los Derechos Humanos y de
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Francisco Fernandez Segado

las Libertades Fundamentales, hecho en Roma el 4 de noviembre de 1950, precisa en su art. 14 que «el
goce de los derechos y libertades reconocidas en el presente Convenio ha de ser asegurado sin distinción
alguna por razones de sexo, raza, color, lengua, religión, opiniones políticas u otras, origen nacional o
social, pertenencia a una minoría nacional, fortuna, nacimiento o cualquier otra situación». Ello es cierto,
pues ciertas facultades, como son el derecho a la vida, a no ser torturado, a la libertad, etc., son aplicables
a nacionales y extranjeros por estar basados en la común condición humana.

Pero en otros aspectos la situación no es igual. La distinción entre súbditos y no súbditos existe en mayor
o menor medida en todos los países que promulgan normas internas para reglamentar el régimen de los
extranjeros, y a las que se refiere el citado art. 13.1 de la Constitución. En virtud de ellas los extranjeros
suelen quedar excluidos del derecho a ocupar cargos públicos, del derecho a ejercer el voto, así como de
la facultad de desempeñar determinadas profesiones o de disfrutar de ciertas prestaciones sociales.

Las limitaciones que las Leyes internas imponen a los extranjeros suelen ser mayores cuando pretenden
establecerse en un país de forma permanente con intención de vivir y trabajar en él, como sucede con el
Real Decreto 1031/1980, de 3 de mayo, al exigir el permiso de residencia y trabajo. La posibilidad de
supeditar la legal actividad laboral de un extranjero en España a la obtención del permiso de residencia
está prevista en el Ordenamiento y no se opone a los tratados, por lo que se atiene al art. 13.1 de la
Constitución.

Las Sentencias impugnadas que declaran la nulidad del contrato de trabajo del recurrente por carecer del
oportuno permiso de residencia, no vulneran el art. 14 de la Constitución Española, pues si se compara
con la situación de los demás extranjeros no resulta acreditado que a ninguno de ellos, cualquiera que sea
su nacionalidad, se le admita la validez del contrato sin estar provisto de la autorización de residencia, y si
se compara con la situación de los españoles, al estar basada la diferencia de trato en Leyes internas
justificadas por razones de orden público, generalmente aceptadas en todos los países, que no limitan
derechos nacidos de la común condición humana, resulta justificada y razonable.

5. La parte demandada, tras señalar que ni el art. 13 ni el 35 de la Constitución Española son susceptibles
de amparo, expone en relación al artículo 14 que el principio de igualdad ante la Ley se refiere a «los
españoles» y ello se hace porque sólo respecto de los españoles es posible predicar la igualdad absoluta de
todos los preceptos de la Constitución, ya que sólo a ellos son de aplicación todas las normas de la
Constitución, entre otras el art. 35, que señala como titulares del derecho al trabajo exclusivamente a los
españoles.

Por ello no se trata aquí de un asunto de desigualdad o discriminación, sino puramente de aplicación de la
Ley, que es cuestión de la exclusiva competencia de los Tribunales sin que el demandante pueda acceder
a una tercera instancia por la vía extraordinaria del recurso de amparo.

Pero aunque no se entendiera así, habría de denegarse el amparo, pues el Tribunal Central examinó en
profundidad el tema planteado dando la solución correcta al caso. La equiparación de los
hispanoamericanos a efectos laborales se hace a aquéllos «que residen y se encuentran legalmente en
territorio español» y el actor, al no tener autorización de residencia se encontraba en situación ilegal por
lo que no podía disfrutar del principio de equiparación. Al no estar regularizada su situación le faltaba al
trabajador la capacidad legal necesaria para contratar regulada en el art. 7 del Estatuto de los
Trabajadores, que establece que la de los extranjeros estará «de acuerdo con lo dispuesto en la legislación
específica sobre la materia», siendo evidente que tal capacidad requiera la estancia legal en España a
través de la autorización de residencia y del permiso de trabajo.

6. Por providencia de 13 de junio, la Sección acordó unir a los Autos la prueba documental privada
aportada por el actor y recabar los documentos interesados por él, librando los oportunos despachos para
ello.

En el certificado remitido por la Dirección General de la Policía se hace constar que de acuerdo con el
Real Decreto 1031/1980, de 3 de mayo, los súbditos de otros países que quieran realizar en España alguna
actividad lucrativa necesitan obtener permiso de trabajo y autorización de residencia, que se materializa
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en un documento unificado. Que a los súbditos hispanoamericanos, desde el Decreto de 2 de junio de


1978, hoy derogado, y el actual de 3 de mayo de 1980, también se les exigía dicho documento unificado
de permiso de trabajo y autorización de residencia hasta la resolución conjunta del Ministerio de Trabajo
e Interior de 27 de mayo de 1983.

En dicha resolución, remitida por el Ministerio del Interior, se da nueva redacción al párrafo 1 de la
Instrucción núm. 31, de las dictadas en desarrollo del Real Decreto de 3 de mayo de 1980, disponiendo
que «los trabajadores hispanoamericanos, portugueses, brasileños, andorranos y filipinos amparados por
la Ley 118/1969, de 30 de diciembre, y en virtud de lo establecido en su Orden de desarrollo de 15 de
enero de 1970, quedan exentos de la sujeción a las normas v requisitos que para la colocación de
trabajadores extranjeros en España establece el Decreto 1870/1968, de 27 de julio, y el Real Decreto
1031/1980, de 3 de mayo. En consecuencia y de conformidad con lo dispuesto en la indicada Orden de 15
de enero de 1970, las Empresas que empleen a trabajadores de las referidas nacionalidades vienen
obligadas, a efectos estadísticos y de control, y antes de que el trabajador inicie su actividad laboral, a
registrar tales contrataciones en la Dirección Provincial de Trabajo y Seguridad Social correspondiente,
que expedirá, a los trabajadores extranjeros de referencia, un justificante de su inscripción en el registro.
Dicho justificante, de acuerdo con lo previsto en el art. 24 del Decreto 522/1974, de 14 de febrero, deberá
ser presentado en las Jefaturas Superiores o Comisarías Provinciales de Policía para la obtención de la
correspondiente autorización de residencia o permiso de permanencia».

Puesta de manifiesto esta documentación a las partes a efectos de que alegasen lo que estimasen
pertinente, el actor expone que no existe norma alguna que condicione el principio de equiparación de los
hispanoamericanos con los españoles a efectos laborales, a la obtención previa de la autorización de
residencia. La certificación de la Dirección General de la Policía muestra, por el contrario, cómo se les
vino exigiendo en la práctica el permiso de trabajo y el de residencia, de manera que la Sentencia del
Tribunal Central de Trabajo impone un requisito legalmente no exigible y de imposible cumplimiento,
pues el permiso de residencia se condiciona a la expedición del de trabajo. Aun cuando teóricamente
hubiese podido el actor solicitar la autorización de residencia acompañando el justificante de inscripción
en el registro de trabajadores extranjeros exentos de permiso de trabajo, no hubiera podido obtener el
referido justificante, pues la inscripción debió ser efectuada por la Empresa.

El titular de la Empresa demandada afirma, por su parte, que la documentación remitida demuestra que el
problema no es de aplicación del art. 14 de la Constitución, sino de aplicación de la Ley ordinaria. Se
trata simplemente de determinar si un determinado extranjero reúne o no los requisitos para su
asentamiento y relación laboral en España. El Ministerio Fiscal, por fin, estima que dicha documentación
no modifica sus conclusiones, que mantiene íntegramente.

7. Paralelamente al desarrollo del procedimiento, el Tribunal tramitó pieza incidental de concesión de


beneficio de pobreza solicitado por el demandante conjuntamente con su escrito de demanda. Con las
alegaciones favorables a la concesión del Ministerio Fiscal y Abogado del Estado, el incidente concluyó
con Auto de 8 de febrero de 1984, por el que la Sección Tercera acordó habilitar de pobreza a don
Leonardo Leyes Rosano al considerarle incluido en el supuesto previsto en el núm. 1 del art. 15 de la Ley
de Enjuiciamiento Civil. 8. Por providencia de 19 de septiembre de 1984 se señaló para deliberación y
votación del recurso el día 7 de noviembre en curso, quedando concluida el día 21.

FUNDAMENTOS:

II. Fundamentos jurídicos

1. Las resoluciones judiciales que el actor considera vulneradoras del principio de igualdad consagrado en
el art. 14 de la Constitución Española, así como de los arts. 13 y 35, consisten en unas Sentencias dictadas
por la Magistratura de Trabajo núm. 3 de Barcelona y por el Tribunal Central de Trabajo, como
consecuencia de una acción de despido ejercida por el demandante, que declaran la nulidad del contrato
de trabajo que celebró con el titular del Hostal «Sant Pancras» por carecer del requisito de autorización de
residencia exigible para trabajar en España a todo extranjero, incluso cuando es ciudadano de un país
hispanoamericano que está exento de la necesidad de proveerse de permiso de trabajo.
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En opinión del demandante, subordinar la validez del contrato de trabajo a la previa obtención de la
autorización de residencia, supone una exigencia contraria a la legalidad y de imposible cumplimiento,
pues la autoridad gubernativa condiciona el otorgamiento de dicha autorización al previo permiso de
trabajo dispensado por la autoridad laboral, por más que dicho permiso no fuera exigible en su caso. Esta
fue, en efecto, según demuestran las certificaciones remitidas en virtud de la prueba practicada, la
situación real durante el período de tiempo en que el actor prestó sus servicios en el Hostal «Sant
Pancras», situación que, por vulnerar la legalidad, hubo de ser corregida por resolución conjunta de los
Ministerios de Interior y Trabajo de 27 de mayo de 1983 que declaró que los súbditos hispanoamericanos
estaban exentos de la sujeción a las normas que se les venían aplicando.

Ahora bien, cuál fuera la situación real en relación a la concesión de autorizaciones de residencia para los
súbditos hispanoamericanos que pretendían trabajar en España durante los años 1980 a 1983 es algo que
carece de toda incidencia en el presente recurso de amparo. En él no se ha suscitado el enjuiciamiento de
un determinado régimen jurídico o de hecho referido al tratamiento de la situación de los extranjeros o,
más en concreto, de los hispanoamericanos en España, sino de una específica vulneración constitucional
producida por unas determinadas resoluciones judiciales que se limitan a declarar la nulidad de un
contrato de trabajo por carecer el trabajador hispanoamericano de la correspondiente autorización de
residencia.

Quiere decirse con ello que la materia que puede ser objeto del pronunciamiento de este Tribunal en el
recurso de amparo se reduce a la constitucionalidad o inconstitucionalidad -desde la perspectiva del
derecho de igualdad, que es el derecho presuntamente vulnerado- de la exigencia del previo requisito de
la autorización de residencia para reconocer a un hispanoamericano la capacidad para formalizar
válidamente un contrato de trabajo, y no alcanza al modo y condiciones de obtención de dicha
autorización, pues no se enjuicia un acto administrativo de denegación de una autorización que ni siquiera
fue solicitada por el actor, aunque es claro que quien pretende ser amparado en el ejercicio de los
derechos que el Ordenamiento español le concede ha de satisfacer también las obligaciones que de él
dimanan. En la medida, pues, en que la actuación administrativa no ha sido instada por el demandante,
ninguna influencia posee el sentido que hipotéticamente hubiera tenido dicha actuación, o incluso el
sentido que efectivamente tuvo en casos similares; por ello, el resultado de la prueba practicada carece de
toda trascendencia para la resolución del recurso.

2. Partiendo de una interpretación de la legalidad, que manifiestamente no es arbitraria, las resoluciones


judiciales impugnadas han entendido que, si bien los súbditos de países hispanoamericanos, junto a otros
con los que España ha mantenido unas muy especiales relaciones, están exentos de la necesidad de
proveerse del permiso de trabajo exigido a los restantes extranjeros, no lo están, en cambio, de la
autorización de residencia, pues aquella exención recae sobre los hispanoamericanos «que residan y se
encuentren legalmente en territorio español», circunstancia que requiere la obtención de dicha
autorización. Es, pues, a tales sujetos y en tal circunstancia a quienes, según la interposición judicial, se
reconoce la equiparación con los ciudadanos españoles para el trabajo.

Aunque el demandante cuestiona tal interpretación, estimando que la legislación vigente no exige
autorización de residencia para reconocer la capacidad laboral de los hispanoamericanos en España, en
cuanto que sus razones se mueven en el plano de la pura legalidad no suscitan cuestión alguna sobre la
que este Tribunal haya de pronunciarse. Es al Juez ordinario al que compete la interpretación de la
legalidad ordinaria y su decisión debe ser asumida por este Tribunal y no puede ser sustituida por otra
diferente en un recurso de amparo cuando ello no viene reclamado por la necesidad de ajustarla a la
Constitución.

Siendo ello así, el objeto del recurso de amparo y del pronunciamiento de este Tribunal queda ya
correctamente delimitado: se trata de saber si la exigencia de un requisito administrativo como es la
obtención de la autorización de residencia a unos determinados sujetos -los ciudadanos de países
hispanoamericanos- para el reconocimiento de su capacidad de formalizar válidamente contratos de
trabajo vulnera o no el principio de igualdad. Estando, obviamente, constituido el término de comparación
por los ciudadanos españoles, lo que interesa es determinar si, desde el punto de vista constitucional, los

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ciudadanos extranjeros -y, en concreto, los hispanoamericanos- deben ser tratados igual que los españoles
en relación a la contratación laboral. Conectado con ello es como debe entenderse la invocación por el
demandante de los arts. 13 y 35 de la Constitución, que en sí mismos considerados no pueden,
obviamente, fundamentar un recurso de amparo.

3. Cuando el art. 14 de la Constitución proclama el principio de igualdad, lo hace refiriéndose con


exclusividad a «los españoles». Son éstos quienes, de conformidad con el texto constitucional, «son
iguales ante la Ley», y no existe prescripción ninguna que extienda tal igualdad a los extranjeros.

La inexistencia de declaración constitucional que proclame la igualdad de los extranjeros y españoles no


es, sin embargo, argumento bastante para considerar resuelto el problema, estimando que la desigualdad
de trato entre extranjeros y españoles resulta constitucionalmente admisible, o incluso que el propio
planteamiento de una cuestión de igualdad entre extranjeros y españoles está constitucionalmente
excluido. Y no es argumento bastante porque no es únicamente el art. 14 de la Constitución el que debe
ser contemplado, sino que, junto a él, es preciso tener en cuenta otros preceptos sin los que no resulta
posible determinar la posición jurídica de los extranjeros en España.

A tenor del art. 13 de la Constitución, «los extranjeros gozarán en España de las libertades públicas que
garantiza el presente título en los términos que establezcan los tratados y la Ley». Ello supone que el
disfrute de los derechos y libertades -el término «libertades públicas» no tiene, obviamente, un
significado restrictivo- reconocidos en el Título I de la Constitución se efectuará en la medida en que lo
determinen los tratados internacionales y la Ley interna española, y de conformidad con las condiciones y
el contenido previsto en tales normas, de modo que la igualdad o desigualdad en la titularidad y ejercicio
de tales derechos y libertades dependerá, por propia previsión constitucional, de la libre voluntad del
tratado o la Ley.

No supone, sin embargo, tal previsión que se haya querido desconstitucionalizar la posición jurídica de
los extranjeros relativa a los derechos y libertades públicas, pues la Constitución no dice que los
extranjeros gozarán en España de las libertades que les atribuyan los tratados y la Ley, sino de las
libertades «que garantiza el presente título en los términos que establezcan los tratados y la Ley», de
modo que los derechos y libertades reconocidos a los extranjeros siguen siendo derechos constitucionales
y, por tanto, dotados -dentro de su específica regulación- de la protección constitucional, pero son todos
ellos sin excepción en cuanto a su contenido derechos de configuración legal. Esta configuración puede
prescindir de tomar en consideración, como dato relevante para modular el ejercicio del derecho, la
nacionalidad o ciudadanía del titular, produciéndose así una completa igualdad entre españoles y
extranjeros, como la que efectivamente se da respecto de aquellos derechos que pertenecen a la persona
en cuanto tal y no como ciudadano, o, si se rehuye esta terminología, ciertamente equívoca, de aquellos
que son imprescindibles para la garantía de la dignidad humana que, conforme al art. 10.1 de nuestra
Constitución, constituye fundamento del orden político español. Derechos tales como el derecho a la vida,
a la integridad física y moral, a la intimidad, la libertad ideológica, etc., corresponden a los extranjeros
por propio mandato constitucional, y no resulta posible un tratamiento desigual respecto a ellos en
relación a los españoles.

Puede también, sin embargo, introducir la nacionalidad como elemento para la definición del supuesto de
hecho al que ha de anudarse la consecuencia jurídica establecida, y en tal caso, como es obvio, queda
excluida a priori la aplicación del principio de igualdad como parámetro al que han de ajustarse en todo
caso las consecuencias jurídicas anudadas a situaciones que sólo difieren en cuanto al dato de la
nacionalidad, aunque tal principio haya de ser escrupulosamente respetado en la regulación referida a
todos aquellos situados en identidad de relación con el dato relevante.

4. El problema de la titularidad y ejercicio de los derechos y, más en concreto, el problema de la igualdad


en el ejercicio de los derechos, que es el tema aquí planteado, depende, pues, del derecho afectado.
Existen derechos que corresponden por igual a españoles y extranjeros y cuya regulación ha de ser igual
para ambos; existen derechos que no pertenecen en modo alguno a los extranjeros (los reconocidos en el
art. 23 de la Constitución, según dispone el art. 13.2 y con la salvedad que contienen); existen otros que

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pertenecerán o no a los extranjeros según lo dispongan los tratados y las Leyes, siendo entonces admisible
la diferencia de trato con los españoles en cuanto a su ejercicio.

En el presente caso, la igualdad pretendida por el demandante lo es para la contratación laboral, es decir,
para el ejercicio del derecho al trabajo. Y tanto porque no existe tratado ni Ley que establezcan la
igualdad de trato entre nacionales y extranjeros para el acceso a un puesto de trabajo -lo hay para la
titularidad y ejercicio de los derechos laborales una vez producida la contratación, con excepciones-,
como porque la propia Constitución sólo reconoce el derecho al trabajo para los españoles, no resulta
posible la estimación del recurso.

Constitucionalmente no resulta exigible la igualdad de trato entre los extranjeros -incluidos los
hispanoamericanos, pues no hay diferencia ninguna en favor de ellos- y los españoles en materia de
acceso al trabajo y no existe tratado que así lo imponga, ya sea multilateral o bilateral, pues los convenios
entre España y Uruguay que invoca el demandante no tienen el significado de excluir el permiso de
residencia como se pretende. La existencia de una legislación que, según la interpretación de los
Tribunales, exige el requisito administrativo de la autorización de residencia para reconocer la capacidad
de celebrar válidamente un contrato de trabajo no se opone, pues, a la Constitución. La desigualdad
resultante en relación a los españoles no es, en consecuencia, inconstitucional, y no porque se encuentre
justificada en razones atendibles, sino, más sencillamente, porque en esta materia nada exige que deba
existir la igualdad de trato.

FALLO

FALLO

En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE LE CONFIERE


LA CONSTITUCION DE LA NACION ESPAÑOLA, Ha decidido

Desestimar el presente recurso de amparo.

Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».

Dada en Madrid, a veintitrés de noviembre de mil novecientos ochenta y cuatro.

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Francisco Fernandez Segado

QUARTA SENTENÇA DO TRIBUNAL CONSTITUCIONAL

Número de referência: 158/1993 ( SENTENCIA )


Referência número: 158/1993
Tipo: SENTENCIA
Fecha de Aprobación: 6/5/1993
Publicación BOE: 19930528 [«BOE» núm. 127]
Sala: Pleno: Excmos. Sres. Rodríguez-Piñero, López, García-Mon, de la Vega, Díaz, Rodríguez, Gimeno,
Gabaldón, González, Cruz y Viver.
Ponente: don Carles Viver Pi-Sunyer
Número registro: 2186/1991
Recurso tipo: Cuestión de inconstitucionalidad.

TEXTO DEL DICTAMEN


Extracto:
1. La apreciación de cuáles sean los efectos derogatorios de las Leyes corresponde a los órganos de la
jurisdicción ordinaria, y el juicio de aplicabilidad que así se forme el Juez o Tribunal que promueve la
cuestión no puede ser desvirtuado en esta sede sino cuando el mismo resulte manifiestamente desprovisto
de todo fundamento [F.J. 1].
2. Toda regla especial de inembargabilidad introduce, como es evidente, un beneficio para los perceptores
de las rentas así protegidas y, al tiempo, un límite del derecho a la ejecución de las resoluciones judiciales
firmes que ostentan sus posibles acreedores, efectos, uno y otro, que pueden ser contrastados con lo
dispuesto en los arts. 14 y 24.1 de la Constitución [F.J. 1].
3. De conformidad con una reiterada doctrina de este Tribunal, el principio constitucional de igualdad
exige, en primer lugar, que las singularizaciones y diferenciaciones normativas respondan a un fin
constitucionalmente válido para la singularización misma; en segundo lugar, requiere que exista
coherencia entre las medidas adoptadas y el fin perseguido y, especialmente, que la delimitación concreta
del grupo o categoría así diferenciada se articule en términos adecuados a dicha finalidad y, por fin, que
las medidas concretas o, mejor, sus consecuencias jurídicas sean proporcionadas al referido fin [F.J. 2].
4. El derecho a que se ejecuten las resoluciones judiciales firme se integra, sin duda, en el contenido del
derecho constitucional a la tutela judicial efectiva, sin indefensión, lo que no es óbice, ciertamente, para
que el legislador configure los términos en que deba realizarse, en cada tipo de proceso, aquel derecho.
Esta potestad legislativa de configuración no queda, sin embargo, libre de todo vínculo constitucional,
pues los límites impuestos a la ejecución de las resoluciones judiciales firmes sólo podrán decirse válidos
si se orientan, en primer lugar, a la protección de otros bienes o derechos constitucionales y si se articulan
por el legislador, después, en términos
proporcionados a la consecución de tales fines de relevancia constitucional [F.J. 3].
5. La Ley establece normas de inembargabilidad de salarios y pensiones que son, en muchas ocasiones, la
única fuente de ingresos económicos de gran número de personas. Tales límites legislativos a la
embargabilidad tienen, en principio y con carácter general, una justificación constitucional inequívoca en
el respeto a la dignidad de la persona (art. 10.1 C.E.), principio al cual repugna que la efectividad de los
derechos patrimoniales se lleve al extremo de sacrificar el mínimo económico vital del deudor. Este
respeto a la dignidad de la persona justifica, así, la creación legislativa de una esfera patrimonial inmune a
la acción ejecutiva de los acreedores, límite a la embargabilidad que se fundamenta también en lo
dispuesto en otros preceptos constitucionales: arts. 39.1 (protección de la familia), 43 (derecho a la
protección de la salud) y 47 (derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada) [F.J. 3].
6. Las declaraciones legislativas de inembargabilidad deben, sin embargo, evitar todo sacrificio
desproporcionado del derecho a la ejecución de las resoluciones judiciales firmes y han de desenvolverse,
a tal efecto, dentro de los límites cuantitativos que resulten imprescindibles para asegurar el mínimo
económico vital de sus beneficiarios. Si la ejecución se impidiera más allá de la cuantía que asegura ese
mínimo vital, se estaría sacrificando, sin proporción ni justificación constitucional, el derecho de los
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acreedores «ex» art. 24.1 a hacer efectivos los créditos reconocidos en resolución judicial. El límite
cuantitativo a la embargabilidad de sueldos y pensiones es, pues, de fijación legislativa, pero debe, en
todo caso, existir, ya que sólo así se puede preservar el principio de proporcionalidad en el sacrificio
evidente que aquella limitación comporta para el derecho a la ejecución de las resoluciones judiciales
firmes [F.J. 3].
7. El legislador podría declarar inembargables las pensiones de mutilación si considerase que éstas son
necesarias para asegurar el mínimo económico vital de los mutilados de guerra; sin embargo, si las
calificara como compatibles con otras retribuciones y haberes públicos, debería precisar la cuantía
inembargable que asegura ese mínimo vital. A través de estos u otros expedientes, el legislador procuraría
alcanzar la concordancia, aquí exigible, entre los imperativos constitucionales, ya citados, que dan lugar a
la inembargabilidad y lo requerido, de otra parte, por el derecho a la tutela judicial efectiva. Lo que no
está en la potestad del legislador es declarar inembargable una determinada pensión, que explícitamente
se considera acumulable a «otros haberes del Estado y demás entes territoriales, de la Seguridad Social o
de otros entes públicos» (art. 11), en términos absolutos, al margen de toda determinación de cuantías.
Obrando de este modo se viene a imponer un límite desproporcionado y, en cuanto tal, inconstitucional al
derecho que atribuye el art. 24.1 de la Norma fundamental para obtener la ejecución de lo resuelto, con
firmeza, por Jueces y Tribunales [F.J. 5].

Preámbulo:

El Pleno del Tribunal Constitucional, compuesto por don Miguel Rodríguez-Piñero y Bravo-Ferrer,
Presidente, don Luis López Guerra, Vicepresidente, don Fernando García-Mon y González-Regueral, don
Carlos de la Vega Benayas, don Eugenio Díaz Eimil, don Alvaro Rodríguez Bereijo, don Vicente Gimeno
Sendra, don José Gabaldón López, don Julio Diego González Campos, don Pedro Cruz Villalón y don
Carles Viver Pi-Sunyer, Magistrados, ha pronunciado
EN NOMBRE DEL REY
la siguiente
SENTENCIA
En la cuestión de inconstitucionalidad 2.186/91, promovida por la Sala de lo Social del
Tribunal Superior de Justicia de Madrid sobre el art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio, relativa a
pensiones en favor de los mutilados excombatientes de la zona republicana. Han sido partes la Fiscalía
General y la Abogacía del Estado. Ha sido Ponente el Magistrado don Carles Viver Pi-Sunyer, quien
expresa el parecer del Tribunal.

Antecedentes:

I. Antecedentes
1. La Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Madrid promovió, por Auto dictado
el día 26 de septiembre de 1991, que tuvo entrada en el Tribunal el día 31 de octubre, cuestión sobre la
posible inconstitucionalidad del art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio, sobre pensiones a los mutilados
excombatientes de la zona republicana, por contradicción con los arts. 14 y 24.1 de la Constitución. Los
hechos que dan lugar a la cuestión son, en síntesis, los siguientes:
a) En trámite de ejecución de una Sentencia sobre despido incumplida por el demandado, la
Magistratura de Trabajo -hoy Juzgado de lo Social- núm. 4 de Madrid, por providencia de 7 de noviembre
de 1985, computó, a efectos de respetar el límite previsto en el art. 1.449.2 de la L.E.C., las tres pensiones
percibidas por aquél, una de las cuales era una pensión de mutilado de guerra de la Ley 35/1980, de 26 de
junio. En el recurso de reposición contra dicha providencia alegó la parte ejecutada la aplicación del art.
12 de dicha Ley, que declara inembargables las pensiones establecidas en la misma. La Magistratura de
Trabajo -hoy Juzgado de lo Social- desestimó la reposición por Auto de 9 de enero de 1986 y rechazó la
alegación del art. 12 de la Ley 35/1980, por entender que la reforma del art. 1.449 de la L.E.C. por la Ley
34/1986, de 6 de agosto,
había derogado las leyes incompatibles con él, y, por ello, dicho art. 12.
b) Interpuesto recurso de suplicación, el citado Auto fue confirmado por Sentencia del extinto
Tribunal Central de Trabajo de 11 de noviembre de 1986, si bien, frente a la argumentación recogida en el

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Auto impugnado, rechazó el efecto derogatorio de la Ley 34/1984 sobre el art. 12 de la Ley 35/1980, y
por ello la aplicación al caso del principio lex posterior, y defendió la vigencia posible de normas
anteriores a la reforma de la Ley 34/1984 que establecieran supuestos de inembargabilidad de créditos.
Sin embargo, no aplicó al caso planteado el art. 12 de la Ley 35/1980, por entender que el mismo era
contrario a los arts. 14 y
24.1 de la Constitución y que, por ello, carecía de validez y era inaplicable.
c) Contra la Sentencia del Tribunal Central de Trabajo interpuso la parte ejecutada recurso de
amparo, por entender que vulneraba, entre otros preceptos constitucionales, el derecho a la tutela judicial
efectiva (art. 24.1 C.E.), al haber inaplicado el Tribunal Central de Trabajo en su Sentencia, sin haber
suscitado cuestión de inconstitucionalidad, una disposición vigente de una Ley posterior a la entrada en
vigor de la Constitución -el art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio- y que debía haber sido
inexcusablemente aplicada en el pleito, salvo que el órgano judicial hubiera planteado la cuestión de
inconstitucionalidad. El Tribunal Constitucional, por STC 23/1988, otorgó el amparo solicitado y, en su
virtud, anuló la Sentencia del Tribunal Central de Trabajo, reconoció el derecho del solicitante de amparo
a la tutela judicial efectiva y ordenó retrotraer las actuaciones al momento de la conclusión del
procedimiento e inicio del plazo para dictar Sentencia.
d) Recibidos los autos, con certificación de la Sentencia de este Tribunal Constitucional, la Sala
de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, al entender que el art. 12 de la Ley 35/1980, de
26 de junio, era aplicable a la cuestión debatida y que podía infringir la Constitución, por contener «un
tratamiento de privilegio que pudiera ser lesivo del derecho a la igualdad ante la Ley que se reconoce en
el art. 14 de la Constitución, con el efecto de la desigualdad de trato y de una discriminación que
asimismo impediría al trabajador el acceso a la tutela judicial efectiva, a que se refiere el art. 24.1 de la
Constitución», por providencia de 2 de octubre de 1989, acordó oír a las partes y al Ministerio Fiscal para
que, en el término de diez días, alegasen lo que estimaren conveniente acerca del posible planteamiento
de la cuestión de inconstitucionalidad.
La representación procesal de la ejecutante consideró pertinente el planteamiento de la cuestión
de inconstitucionalidad, mientras que la del ejecutado interesó del órgano judicial la adopción, sin más
dilación, de la resolución que estimare procedente. Por su parte, el Ministerio Fiscal estimó que no era
necesario plantear la cuestión de inconstitucionalidad, pues la Sala de lo Social del Tribunal Superior de
Justicia, como así lo hiciera la Magistratura de Trabajo -hoy Juzgado de lo Social- núm. 4 de Madrid,
podría entender, y ello entraba dentro de sus facultades, que el art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio,
había sido derogado y sustituido por la nueva regulación que en materia de inembargabilidad de las
pensiones estableció la Ley 34/1984 en la nueva redacción que dio al art. 1.449 de la L.E.C.,
interpretando así de forma restrictiva la salvedad referente a disposiciones especiales del párrafo tercero
del citado precepto de la L.E.C. Interpretación que se vería, además, avalada por la doctrina contenida en
la STC 113/1989, en la que se declaró la inconstitucionalidad del art. 22.1 de la Ley de la Seguridad
Social, precepto que declaraba inembargables las prestaciones de la Seguridad Social.
e) Por Auto de 26 de septiembre de 1991, la Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia
de Madrid acordó elevar la presente cuestión de inconstitucionalidad.
Sostiene el órgano judicial que el art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio, podría ser contrario
a la Constitución por contravenir el principio de igualdad ante la ley establecida en el art. 14 y el derecho
a la tutela judicial efectiva recogido en el art. 24.1. En cuanto a los motivos de contradicción de la norma
cuestionada con los citados preceptos constitucionales, la Sala de lo Social del Tribunal Superior de
Justicia de Madrid transcribe en el Auto de planteamiento, haciéndolo suyo, el razonamiento que el
Tribunal Central de Trabajo expuso en su Sentencia de 11 de noviembre de 1986 con base al cual estimó
inaplicable y derogado por la Constitución el precepto ahora cuestionado, por ser contrario a los arts. 14 y
24.1 de la C.E. Así, de un lado, aquel precepto podría vulnerar el principio de igualdad ante la Ley por
reconocer a favor de los beneficiarios de tales pensiones, en razón a la condición o circunstancia personal
que les hizo acreedores de las mismas, un trato de favor del que no gozan los pensionistas de distinto
origen, que por ello quedarían discriminados, así como los que resulten acreedores de estos últimos
respecto a los que lo sean de los favorecidos por el beneficio de inembargabilidad que establece la norma
cuestionada y, de otro lado, podría vulnerar el derecho a la tutela judicial efectiva, al imposibilitar que los
acreedores de los beneficiarios de tales pensiones puedan hacer efectivos los derechos que les hayan sido
legalmente reconocidos, lo que supondría negarles la tutela judicial efectiva que preconiza

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el art. 24.1 de la C.E.


2. Por providencia de 10 de diciembre de 1991 la Sección Tercera acordó admitir a trámite la
cuestión de inconstitucionalidad, dar traslado de las actuaciones recibidas al Congreso de los Diputados,
al Senado, al Gobierno y a la Fiscalía General del Estado, a efectos de las alegaciones pertinentes, y
publicar la incoación de la cuestión en el «Boletín Oficial del Estado».
3. Por escrito registrado el día 18 de diciembre de 1991, el Presidente del Congreso de los
Diputados comunicó al Tribunal el acuerdo de la Mesa de dicha Cámara según el cual la misma no se
personaría en el procedimiento ni formularía alegaciones, poniendo a disposición del Tribunal las
actuaciones que pudiera precisar.
4. Mediante escrito registrado el día 4 de enero de 1992 formuló sus alegaciones la Abogacía
del Estado en los términos que a continuación se resumen:
a) Observa, en primer lugar, el Abogado del Estado que el Auto mediante el que se promueve
la cuestión no contiene ninguna nueva argumentación en relación con la Sentencia del Tribunal Central de
Trabajo de 11 de noviembre de 1986, que estimó que el precepto hoy cuestionado estaba derogado por la
Constitución. En todo caso, para el Abogado del Estado la posible violación del art. 24.1 C.E. por la
norma cuestionada tendría una menor fundamentación que la del art. 14 C.E., pues, siendo el derecho a la
tutela judicial efectiva de configuración legal, el mismo no queda en modo alguno vulnerado por el
establecimiento de determinados bienes como inembargables en la Ley de Enjuiciamiento Civil (arts.
1.449, 1.451 y 1.452), lo que tiene una justificación razonable y proporcionada a la luz de determinados
valores fundamentales (dignidad de la persona, derecho al trabajo y a una remuneración suficiente para
satisfacer las propias necesidades y las familiares). El establecimiento de la inembargabilidad de una
determinada clase de bienes no vulnera, pues, el art. 24.1 si goza de una justificación razonable y
proporcionada, que precisa fines constitucionalmente legítimos. Tal examen viene a coincidir con el que
debe hacerse a la luz del art. 14 C.E., ya que la razón determinante de la posible conculcación de éste es,
justamente, la existencia o no de una justificación razonable y proporcionada que persiga fines
constitucionalmente legítimos (SSTC 54/1983 y 151/1985).
b) Es indudable que, aplicando sin distinción alguna los criterios de las SSTC 54/1983 y
151/1985 al presente caso, podríamos llegar casi inmediatamente a la inconstitucionalidad del art. 12 de la
Ley 35/1980 que, prima facie, sitúa a los beneficiarios de las pensiones allí reguladas en una situación de
privilegio para contratar y obligarse respecto del resto de los ciudadanos. Sin embargo, pueden realizarse
distinciones sustanciales entre el supuesto presente y el resuelto por aquellas Sentencias que llevan a la
conclusión de la constitucionalidad del art. 12 de la Ley 35/1980. Tales distinciones se refieren a las
características esenciales de los bienes y derechos que resultan del precepto citado, características que los
diferencian de cualquier otra clase de bienes y que permiten defender la existencia de una justificación
razonable y proporcionada, orientada a fines constitucionalmente legítimos. A diferencia de los casos
resueltos por las Sentencias citadas tal justificación no atiende a circunstancias subjetivas, sino
predominantemente objetivas.
La singularidad del derecho que otorga el art. 12 de la Ley 35/1980 es susceptible de
determinación en niveles o ámbitos sucesivos, de mayor o menor generalidad, en todos los cuales existe
una justificación razonable suficiente que, no obstante, va adquiriendo mayor peso a medida que se
desciende del nivel más general al más especial. Puede comprobarse, en primer término, que se trata de
una pensión producida por una contingencia negativa, como es la lesión o mutilación, consecuencia de
una prestación de servicios, lo que supone que el tertium comparationis es la regulación general de las
prestaciones de la Seguridad Social tal y como vienen establecidas en su Ley General (Decreto
2.065/1974), cuyo art. 22 establece, con carácter general, la inembargabilidad de las prestaciones de la
Seguridad Social, salvo los casos de cumplimiento de las obligaciones alimentarias a favor del cónyuge e
hijos o de obligaciones contraídas por el beneficiario dentro de la Seguridad Social. En el presente caso,
la comparación debe establecerse con las prestaciones causadas por accidente o incapacidad laboral.
La justificación de esta regulación, que introduce un privilegio, aunque de amplísima
aplicación, viene conectada con la existencia de un «privilegio en menos», consistente en una situación
personal sustancialmente negativa, limitativa o aflictiva, no imputable al sujeto, que trata de compensarse
mediante la prestación establecida. En tales casos, puede perfectamente sostenerse que el ámbito de
percepción asegurada que puede válidamente establecer el legislador es superior al general, y ello por dos
motivos: a) por el mayor coste que tiene en tales casos el sufragar una vida revestida del mínimo de

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dignidad y suficiente para las necesidades propias y familiares (arts. 10 y 35.1 C.E.) y b) por el carácter
parcial, y nunca por entero compensatorio, que tienen siempre estas prestaciones, lo que permite ampliar
más aún el aseguramiento de las mismas. Se cumplen así las condiciones de justificación razonable y
proporcionada, en atención a fines constitucionalmente legítimos.
En segundo lugar, es preciso tener en cuenta que se trata de compensar lesiones o mutilaciones
ocasionadas en tiempo de guerra, lo que incrementa más aún la excepcionalidad objetiva del caso y la
justificación de la norma, por la propia excepcionalidad y gravedad de la situación originada, es decir, la
guerra, y por el mayor mérito concurrente en tales casos en el beneficiario, que ha sufrido la lesión o
mutilación por causa, justamente, de prestar el máximo servicio personal al común. Por ello, es
tradicional la existencia de normas especiales de inembargabilidad precisamente para estos casos (art.
18.3 de la Ley 5/1976).
Y en tercero y último lugar, por tratarse de una medida excepcionalísima e irrepetible, como es
la de compensar un agravio histórico de larga duración, concerniente a los supervivientes y familiares de
los combatientes de la zona republicana, excluidos durante casi cuarenta años de este tipo de prestaciones,
siendo actualmente muy pocos los que, previsiblemente por muy poco tiempo, disfrutarán de estas
reducidas prestaciones. El carácter parcial, casi ínfimo, de la compensación del daño producido,
determina una justificación aún mayor de la norma, siempre conectada y orientada a asegurar una
retribución mínimamente digna y suficiente (arts. 10 y 35 C.E.).
Se concluyó con la súplica de que se dictara Sentencia en la que se declarase que el precepto
cuestionado no se opone a la Constitución.
5. Mediante escrito registrado el día 7 de enero de 1992 el Presidente del Senado rogó se
tuviera a dicha Cámara por personada en el procedimiento y por ofrecida su colaboración a los efectos del
art. 88.1 de la LOTC.
6. Con fecha 13 de enero de 1992 presentó sus alegaciones la Fiscalía General del Estado, en
los términos que a continuación se resumen:
a) Observa, en primer lugar, el Fiscal General del Estado que el Auto que plantea la cuestión no
formula de manera directa ningún argumento en apoyo de la inconstitucionalidad de la norma
cuestionada, limitándose a reproducir los expuestos por la Sentencia del Tribunal Central de Trabajo, de
tal modo que da la impresión de que el Auto reproduce tales argumentos en la parte no afectada por la
Sentencia del Tribunal Constitucional. Ello supone que se rechaza, en primer lugar, una posible salida
interpretativa al problema planteado, solución que hizo suya el Fiscal del Tribunal Superior de Justicia de
Madrid y que fue la acogida por el Juzgado de lo Social, y entender, asimismo, que el art. 12 de la Ley
35/1980 es contrario a los arts. 14 y 24.1 de la C.E.
b) Cita, a continuación, el Fiscal General del Estado la jurisprudencia constitucional relativa a
la inembargabilidad de pensiones (SSTC 54/1983, 151/1985, 169/1985, 23/1988, 113/1989 y 138/1989).
Tras examinar dicha doctrina constitucional, concluye en la carencia de constitucionalidad del precepto
cuestionado, tanto desde la perspectiva de la igualdad como, en consecuencia directa de su carácter
discriminatorio, respecto al derecho a la ejecución de las resoluciones judiciales (arts. 14 y 24.1 C.E.).
Nada en el contexto de la Ley 35/1980 o en su propio articulado permite descubrir una justificación
razonable de que las pensiones de los mutilados de guerra republicanos gocen de un trato de favor en
cuanto a su inembargabilidad frente al resto de las pensiones, máxime cuando se declara su
compatibilidad (art. 11), como ocurrió en el caso de autos. La tajante expresión del precepto cuestionado
revela, además, una radical discrepancia con los principios generales de embargabilidad (arts. 1.445 y
1.451 de la Ley de Enjuiciamiento Civil), con lo que no sólo existe un tratamiento desigual sin causa
objetiva y razonable (art. 14 C.E.), sino que se dificulta sin proporción de medios a fines la ejecución de
una resolución judicial (art. 24.1 C.E.), impidiendo trabar embargo sobre bienes concretos. La
consecuencia directa es que, sin justificación razonable, se crean a estos efectos dos grupos de españoles,
para uno de los cuales rigen las normas generales de los arts. 1.449 y siguientes de la Ley de
Enjuiciamiento Civil y para otros el precepto cuestionado. Se crea así una situación de injustificada
desigualdad para quienes, como acontece en el caso de autos, hubieran de contratar con quienes perciban
pensiones derivadas de la Ley 35/1980, lo que afecta, también, al derecho a la ejecución de las
resoluciones judiciales. Es cierto que el art. 1.449 de la Ley de Enjuiciamiento Civil habilita la posibilidad
de que leyes especiales quiebren la regla general de la embargabilidad, pero dicha habilitación, amén de
que la redacción del art. 1.449 es de fecha posterior a la de la Ley cuestionada, debe efectuarse conforme

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a los preceptos constitucionales. La fórmula que utiliza el precepto cuestionado carece de


proporcionalidad a los fines perseguidos y, en especial, respecto a lo dispuesto en el art. 1.451 de la Ley
de Enjuiciamiento Civil al no establecer el límite de inembargabilidad en la cuantía del salario mínimo
interprofesional, lo que fundamenta aún más la inconstitucionalidad de la Ley. El alcance de esta
inconstitucionalidad debería circunscribirse a los mismos términos ya expresados en la STC 113/1989, lo
que supondría declarar que el art. 12 de la Ley 35/1980 debió haber incluido una cláusula de precisión del
límite de inembargabilidad tal y como lo organiza el sistema normativo de la Ley de Enjuiciamiento Civil
en el art. 1.451.
Se concluyó interesando se dictara Sentencia que declarase que el art. 12 de la Ley 35/1980 es
contrario a los arts. 14 y 24.1 C.E., y por tanto nulo, en cuanto prohíbe el embargo de la pensión de
manera incondicionada y al margen de la
cuantía.
7. Por providencia de 4 de mayo de 1993 se señaló para deliberación y fallo de la cuestión de
inconstitucionalidad el siguiente día 6 del mismo mes y año.

Fundamentos:

II. Fundamentos jurídicos


1. Antes de iniciar el examen de fondo de la presente cuestión de inconstitucionalidad es
necesario, en primer lugar, precisar cuál sea el enunciado legal de cuya validez se duda, considerar,
después, su aplicabilidad en el proceso a quo e identificar, finalmente, los preceptos constitucionales que
han de ser premisa para nuestro juicio:
a) La Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Madrid cuestiona -sin más
precisiones- el art. 12 de la Ley 35/1980, sobre pensiones a los mutilados excombatientes de la zona
republicana. En él se previene que «las pensiones establecidas en la presente Ley tienen carácter vitalicio
y no podrán ser objeto de embargo, retención, compensación o descuento». Es claro, sin embargo, que no
todo el contenido dispositivo de este artículo debe ser ahora sometido a enjuiciamiento, sino tan sólo la
parte del mismo que resulta relevante para la resolución de la ejecución judicial hoy en suspenso, esto es,
la prescripción legal según la cual las pensiones de las que se trata «no podrán ser objeto de embargo» ni -
añade el precepto- de «retención». De la validez o invalidez de esas dos determinaciones depende, sólo de
ellas, la prosecución de aquella ejecución. El resto del contenido del art. 12 no puede ser aquí, por
tanto, objeto de consideración.
b) En el trámite previo al planteamiento de esta cuestión la Fiscalía alegó que el precepto de
cuya constitucionalidad se duda podía estimarse derogado por obra de lo dispuesto en el párrafo segundo
del art. 1.449 de la Ley de Enjuiciamiento Civil (L.E.C., en adelante), reformado por la Ley 34/1984. De
conformidad con este precepto «es inembargable el salario, jornal, sueldo, pensión, retribución o su
equivalente, que no exceda de la cuantía señalada para el salario mínimo interprofesional». En las
alegaciones del Ministerio Fiscal se ha hecho también referencia a la posibilidad de constatar tal
derogación, apreciación que fue, por lo demás, la que mantuvo la Magistratura de Trabajo al resolver, en
la instancia, el incidente de ejecución del que trae causa este proceso
constitucional.
En la STC 23/1988 ya indicamos que correspondía a los órganos judiciales llamados a resolver
el proceso a quo la apreciación de si la regla de inembargabilidad hoy cuestionada había resultado o no
derogada por el citado art. 1.449 L.E.C. (fundamento jurídico 2.). Esta misma observación hemos tenido
ocasión de reiterarla ante problema análogo, en la STC 113/1989 (fundamento jurídico 4.). Nada hemos
de añadir ahora sobre tal hipotético efecto derogatorio, implícitamente descartado por la Sala
cuestionante, como antes lo fue ya por el Tribunal Central de Trabajo al dictar, en el mismo proceso, la
resolución anulada por la STC 23/1988. La apreciación de cuáles sean los efectos derogatorios de las
leyes corresponde a los órganos de la jurisdicción ordinaria y el juicio de aplicabilidad que así se forme el
Juez o Tribunal que promueve la cuestión no puede ser desvirtuado en esta sede sino cuando el mismo
resulte manifiestamente desprovisto de todo fundamento (por todas, y con carácter general, STC 83/1984,
fundamento jurídico 1.). No ocurre así con la apreciación de vigencia que subyace a la cuestión aquí
planteada, ya que, aunque pueda ser controvertida, no cabe duda que puede fundarse en el enunciado del
párrafo tercero del citado art. 1.449 («Serán inembargables también aquellas otras cantidades así

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declaradas por disposiciones especiales con rango de Ley»). Basta con reconocerlo así para considerar
aplicable en el juicio a quo el art. 12 de la Ley 35/1980.
c) La última cuestión preliminar que debe ser ahora considerada es la relativa al precepto o
preceptos de la Constitución a utilizar como medida de validez de la regla sometida a nuestro
enjuiciamiento. El Auto de planteamiento invoca, a estos efectos, los arts. 14 y 24.1 de la Norma
fundamental, cuya supuesta conculcación fundamenta con cita de lo en su día apreciado por el Tribunal
Central de Trabajo. Esta doble vulneración de la Constitución, que se afirma también en las alegaciones
del Ministerio Fiscal, ha sido negada -como en los antecedentes se expuso- por la Abogacía del Estado,
representación ésta que, en lo que ahora importa, sitúa el problema constitucional planteado en al ámbito
del principio constitucional de igualdad (art. 14), luego de descartar sumariamente que el precepto que se
cuestiona haya podido conculcar lo dispuesto en el art. 24.1 de la Constitución.
En resoluciones anteriores sobre normas limitativas de la embargabilidad este Tribunal ha
fundamentado su juicio tanto en el principio de igualdad (SSTC 53/1983 y 151/1985) como en lo exigido
por el art. 24.1 de la Constitución (SSTC 113, 138 y 140/1989). También en el presente caso debemos
examinar la validez del precepto cuestionado a la luz de los referidos artículos de la Constitución. En
efecto, toda regla especial de inembargabilidad introduce, como es evidente, un beneficio para los
perceptores de las rentas así protegidas y, al tiempo, un límite del derecho a la ejecución de las
resoluciones judiciales firmes que ostentan sus posibles acreedores, efectos, uno y otro, que pueden ser
contrastados, como se plantea en el Auto que ha dado inicio a esta cuestión con lo dispuesto en los arts.
14 y 24.1 de la Constitución. El examen del precepto legal a partir del principio de igualdad llevará a
apreciar si el beneficio en él introducido entraña un trato diferenciado irrazonable y desproporcionado en
favor del referido colectivo de mutilados de guerra. El control de la norma a la luz del art. 24.1 de la
Constitución permitirá advertir, de otra parte, si este límite legal a la ejecución forzosa ha deparado o no
una desproporcionada constricción del derecho a la tutela judicial efectiva y a la ejecución de las
resoluciones judiciales firmes, que puedan ostentar los acreedores del pensionista así beneficiado. La
exigible claridad en la exposición impone ahora una consideración por separado de las dos tachas de
inconstitucionalidad que se ha formulado frente al precepto cuestionado, aunque, como veremos, uno y
otro enjuiciamiento presentan, por así decir, puntos de contacto.
2. Examinaremos en este fundamento la legitimidad constitucional del art. 12 de la Ley
35/1980 a la luz del principio de igualdad proclamado en el art. 14 C.E. Este precepto legal establece una
excepción para las pensiones de referencia, del régimen general sobre la embargabilidad de las pensiones
públicas, régimen contenido tanto en los ya citados arts. 1.449 y 1.451 L.E.C., como en el art. 21.1 del
Real Decreto Legislativo 670/1987, por el que se aprobó el Texto Refundido de la Ley de Clases Pasivas
del Estado. Esta última disposición remite, con puntualizaciones ahora irrelevantes, a lo prevenido en «las
leyes civiles», reenvío que se ha de entender hecho a lo dispuesto, por lo que aquí importa, en aquellos
preceptos de la Ley de Enjuiciamiento Civil, con arreglo a los cuales sólo son embargables las cuantías
que excedan de la que corresponda al salario mínimo interprofesional (art. 1.449) y en los porcentajes
que, según la escala de ingresos, fija la propia Ley (art. 1.451).
La singularidad que así contiene el precepto cuestionado se integra, sin embargo, en un texto
legal que es, todo él, especial, orientado como está a paliar los efectos de una prolongada discriminación
previa, bajo el régimen anterior, de los mutilados excombatientes de la zona republicana y ligadas sus
determinaciones, por tanto, a un supuesto irrepetible, como es el hecho de haber padecido mutilación
durante la pasada contienda civil. Este rasgo evidente de la Ley 35/1980 no impide, ciertamente, que
alguna o algunas de sus previsiones puedan ser sometidas, como aquí se ha hecho, a un juicio
constitucional a la luz de la igualdad, pero sí impone una consideración previa a ese juicio y cierta
modulación, también, a la hora de llevarlo a cabo:
a) Importa advertir, en efecto, que la singularización que incorpora este art. 12 supuso también,
en el momento de su adopción, una equiparación o igualación, pues el precepto cuestionado vino a
transcribir entonces la previsión análoga que se contenía en el art. 18.3 de la Ley 5/1976, de 11 de marzo,
de Mutilados de Guerra por la Patria, precepto con arreglo al cual las pensiones de mutilación no podían
ser objeto de embargo ni de retención. Aquel régimen favorable así extendido a los mutilados
excombatientes de la zona republicana no existe ya en nuestro ordenamiento, pues el art. 18 de la Ley
5/1976 fue, primero, reducido a rango reglamentario por la Disposición derogatoria 2 de la Ley 17/1989,
del Régimen de Personal Militar Profesional, y, más tarde, derogado por el Real Decreto 210/1992,

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regulador de los derechos pasivos del personal de los Cuerpos de Mutilados de Guerra por la Patria y de
Inválidos Militares y de la Sección de Inútiles para el Servicio. Este Reglamento se remite, en lo que
ahora importa, a la legislación general de clases pasivas (Real Decreto Legislativo 670/1987, ya citado) y
no establece previsión específica alguna en orden a la embargabilidad o inembargabilidad de las
correspondientes pensiones.
No es ya posible establecer parangón alguno, por lo tanto, entre lo que aún dispone el art. 12 de
la Ley 35/1980 y lo en su día prescrito por la norma que inspiró, sin duda, tal precepto, pero de ello no
cabe derivar consecuencias sobre la inconstitucionalidad de la regla cuestionada. En lo que al principio de
igualdad se refiere, la presente cuestión se ha promovido por estimar que dicho art. 12 introduce una
singularización injustificada, en favor de determinados pensionistas, respecto al régimen común de
embargabilidad de pensiones, de tal forma que la comparación que aquí procede, a efectos, del juicio de
igualdad, no es la que pudiera realizarse entre este régimen especial y otro u otros de carácter análogo,
sino la que pone en relación la especialidad misma cuestionada con la situación de quienes se hallan
sujetos, en este punto, a las ya referidas normas generales sobre embargabilidad. Ni lo en su día
establecido por el art. 18.3 de la Ley 5/1976 acreditaba, sin más, la conformidad a la igualdad del
precepto que lo vino a reiterar ni la desaparición de aquella norma depara, sólo
por ello, la inconstitucionalidad de la que aquí enjuiciamos.
b) De conformidad con una reiterada doctrina de este Tribunal, el principio constitucional de
igualdad exige, en primer lugar, que las singularizaciones y diferenciaciones normativas respondan a un
fin constitucionalmente válido para la singularización misma; en segundo lugar, requiere que exista
coherencia entre las medidas adoptadas y el fin perseguido y, especialmente, que la delimitación concreta
del grupo o categoría así diferenciada se articule en términos adecuados a dicha finalidad y, por fin, que
las medidas concretas o, mejor, sus consecuencias jurídicas sean proporcionadas al referido fin.
Desde esta perspectiva, no cabe duda que el art. 12 de la Ley 35/1980 en nada contradice los
dos requisitos mencionados en primer lugar. Este precepto aspira a reparar una discriminación
preexistente y a dotar de una protección especial, frente a la ejecución forzosa, a pensiones cuyos
beneficiarios se presume están en una situación singular de necesidad, tanto por su avanzada edad como a
resultas de las heridas de guerra que aún padecen y esta finalidad no puede tacharse, en sí misma, de
irracional o de contraria a precepto alguno de la Constitución, cuyos arts. 49 y 50 comprometen a los
poderes públicos para la protección, respectivamente, de los «disminuidos físicos, sensoriales y
psíquicos» y de los «ciudadanos durante la tercera edad». Claro está que los excombatientes beneficiados
por esta previsión legal no son los únicos ciudadanos en semejante situación de necesidad, pero tampoco
desde esta perspectiva cabe tachar de discriminatoria la delimitación personal de la ventaja legal que se
cuestiona, integrada como está en una Ley especial que aspira, toda ella, a reparar una anterior
postergación normativa y cuyas previsiones, por tanto, no resultan, en sí mismas, generalizables. El que
otros grupos o colectivos pudieran recibir trato análogo no es cosa que quepa reprochar, por ello, al
legislador que dictó este art. 12. Más problemas plantea, en cambio, este precepto desde la
perspectiva del juicio de la proporcionalidad. En el presente caso, este juicio no debe limitarse a la
ponderación genérica acerca de si el tipo de diferenciación introducida resulta adecuada o razonable para
alcanzar el fin perseguido, si resulta o no arbitraria; sino que, al tratarse de una regla que, al tiempo que
protege a un determinado grupo afecta a otros derechos sustantivos dignos de tutela, la proporcionalidad
debe ponderarse con respecto al grado de constricción de esos derechos y teniendo como límite
infranqueable el respeto de su contenido constitucional. Concretamente en este caso una regla, como la
cuestionada, que excluye en términos absolutos la embargabilidad de determinada renta personal supone
siempre una limitación del correlativo derecho a la tutela judicial efectiva de quienes pretenden satisfacer
de este modo, en vía ejecutiva, los derechos que ostenten frente a deudores beneficiados por cláusulas de
este género. En consecuencia, lo que ahora hemos de enjuiciar es la posible contradicción entre la regla
cuestionada y lo dispuesto en el art. 24.1 de la Constitución.
3. El contraste entre el precepto legal que se cuestiona y la norma constitucional de referencia
requiere un previo recordatorio de la ya aludida doctrina de este Tribunal sobre los límites que el art. 24.1
impone a las declaraciones legislativas de inembargabilidad. Esta doctrina se encuentra expuesta, sobre
todo, en la STC 113/1989, que concluyó con la declaración de inconstitucionalidad del art. 22.1 del Texto
refundido de la Ley General de la Seguridad Social, en cuanto tal precepto prohibía, de manera

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incondicionada y al margen de su cuantía, el embargo de las prestaciones de la Seguridad Social. Los


pronunciamientos de la citada Sentencia que ahora más importa recordar son, en síntesis, los siguientes:
a) El derecho a que se ejecuten las resoluciones judiciales firmes se integra, sin duda, en el
contenido del derecho constitucional a la tutela judicial efectiva, sin indefensión, lo que no es óbice,
ciertamente, para que el legislador configure los términos en que deba realizarse, en cada tipo de proceso,
aquel derecho. Esta potestad legislativa de configuración no queda, sin embargo, libre de todo vínculo
constitucional, pues los límites impuestos a la ejecución de las resoluciones judiciales firmes sólo podrán
decirse válidos si se orientan, en primer lugar, a la protección de otros bienes o derechos constitucionales
y si se articulan por el legislador, después, en términos proporcionados a la consecución de tales fines de
relevancia constitucional.
b) Es indiscutible, como consideración de principio, que la eficacia de las resoluciones
judiciales confiere a la persona que haya obtenido un pronunciamiento indemnizatorio firme el derecho a
hacer efectiva tal indemnización en toda su cuantía, en tanto el condenado tenga medios económicos con
los que responder a su obligación. Nuestra legislación, con todo, excluye determinados bienes y derechos
de la ejecución forzosa, declarándolos inembargables por las más variadas razones de interés público o
social, razones entre las que destaca la de impedir que la ejecución forzosa destruya por completo la vida
económica del ejecutado y ponga en peligro su subsistencia personal y la de su familia. La Ley establece,
a tal fin, normas de inembargabilidad de salarios y pensiones que son, en muchas ocasiones, la única
fuente de ingresos económicos de gran número de personas. Tales límites legislativos a la embargabilidad
tienen, en principio y con carácter general, una justificación constitucional inequívoca en el respeto a la
dignidad de la persona (art. 10.1 de la Norma fundamental), principio al cual repugna que la efectividad
de los derechos patrimoniales se lleve al extremo de sacrificar el mínimo económico vital del deudor. Este
respeto a la dignidad de la persona justifica, así, la creación legislativa de una esfera patrimonial inmune a
la acción ejecutiva de los acreedores, límite a la embargabilidad que se fundamenta, también, en lo
dispuesto en otros preceptos constitucionales: arts. 39.1 (protección de la familia), 43 (derecho a la
protección de la salud) y 47 (derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada).
c) Las declaraciones legislativas de inembargabilidad deben, sin embargo, evitar todo sacrificio
desproporcionado del derecho a la ejecución de las resoluciones judiciales firmes y han de desenvolverse,
a tal efecto, dentro de los límites cuantitativos que resulten imprescindibles para asegurar el mínimo
económico vital de sus beneficiarios. Si la ejecución se impidiera más allá de la cuantía que asegura ese
mínimo vital, se estaría sacrificando, sin proporción ni justificación constitucional, el derecho de los
acreedores ex art. 24.1 a hacer efectivos los créditos reconocidos en resolución judicial. Corresponde al
legislador, sin duda, determinar cuál sea, a estos efectos, el nivel económico de subsistencia de las
personas y así lo ha hecho, con carácter general, en los arts. 1.449 y 1.451 de la L.E.C. El primero de tales
preceptos dispone, en su párrafo segundo, que «es inembargable el salario, jornal, sueldo, pensión,
retribución o su equivalente, que no exceda de la cuantía señalada para el salario mínimo
interprofesional». El art. 1.451 establece, de otra parte, reglas para la determinación de las cuantías
embargables sobre los ingresos que superen el salario mínimo legal.
El límite cuantitativo a la embargabilidad de sueldos y pensiones es, pues, de fijación
legislativa, pero debe, en todo caso, existir, ya que sólo así se puede preservar el principio de
proporcionalidad en el sacrificio evidente que aquella limitación comporta para el derecho a la ejecución
de las resoluciones judiciales firmes. Se concluyó, por ello, en la STC 113/1989, que el art. 22.1 de la Ley
General de la Seguridad Social era inconciliable con aquel derecho -y con lo prescrito, por tanto, en el art.
24.1 de la Constitución- en la medida en que, al no señalar un límite cuantitativo a la inembargabilidad de
las pensiones, constituía un sacrificio desproporcionado del derecho a la ejecución de las sentencias
firmes.
A partir de esta doctrina constitucional -reiterada en las SSTC 138 y 140/1989- debemos
considerar ahora si el art. 12 de la Ley 35/1980 resulta conforme a las exigencias en este punto
dimanantes del art. 24.1 de la Norma fundamental.
4. El precepto cuestionado impide todo embargo y retención de las «pensiones establecidas en
la presente Ley». Este enunciado legal es, por lo pronto, equívoco, pues tanto podría entenderse referido,
exclusivamente, a las «pensiones de mutilación» (arts. 6 y 7 de la Ley) como, con amplitud mayor, a las
demás retribuciones y remuneraciones previstas en el art. 5, visto que la rúbrica general de la Ley es
«sobre pensiones a los mutilados excombatientes de la zona republicana». Aquellas «pensiones de

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mutilación» son de cuantía variable, pero en todo caso inferiores al salario mínimo interprofesional (art.
39.2 de la Ley 39/1992, de Presupuestos Generales del Estado de 1993), de modo que la primera de las
interpretaciones apuntadas -más restrictiva del alcance de la norma- vendría a suponder, en la práctica,
una interdicción de la acumulación de las repetidas «pensiones de mutilación» a los demás ingresos que
pudiera percibir el pensionista con vistas a la aplicación de lo dispuesto en los arts. 1.449 y 1.451 L.E.C.
Importa destacar, a estos efectos, lo que establece el párrafo primero del art. 11 de la Ley 35/1980: «Las
pensiones reconocidas al amparo de esta Ley serán compatibles con cualesquiera otros haberes del Estado
y demás entes territoriales, de la Seguridad Social o de otros entes públicos que tengan su fundamento en
causas distintas».
La interpretación más restrictiva que queda expuesta tendría a su favor el argumento, en
principio decisivo, de que con tal entendimiento del precepto disminuiría la limitación que el mismo
impone sobre el derecho a la ejecución de la resolución firme de condena, derecho inherente, según
venimos recordando, al declarado en el art. 24.1 de la Constitución y que exige, por lo mismo, una
interpretación de la legalidad en los términos más favorables a su plena efectividad (STC 23/1988,
fundamento jurídico 2.). Este Tribunal, con todo, sólo puede establecer una determinada interpretación de
la legalidad ordinaria cuando la misma sea no sólo consistente con el enunciado legal sino también capaz,
en lo que aquí importa, de acomodar al precepto legal a los imperativos constitucionales. Como se dirá en
el fundamento que sigue, ni siquiera la interpretación más restrictiva del art. 12 de la Ley 35/1980 puede
obviar la apreciación de inconstitucionalidad que el precepto merece.
5. Como queda dicho, corresponde a la libre apreciación del legislador la determinación de
cuáles hayan de ser los límites a la embargabilidad de pensiones y otras retribuciones, límites que, a partir
de unos criterios comunes o generales (arts. 1.449 y 1.451 L.E.C.), pueden modificarse -esto es, elevarse-
en atención a singulares situaciones de necesidad que se adviertan en grupos determinados de personas.
Tampoco es discutible, junto a ello, que la condición de mutilado ha de conllevar, en muchos casos, una
situación de necesidad más apremiante que la que cabe presumir, con carácter general, en cualquier otra
persona no afectada por tal disminución física, lo que justificaría, por ejemplo, la previsión específica de
límites frente a la embargabilidad superiores a los que figuran en los repetidos arts. 1.449 y 1.451 o bien,
mediante otra técnica, la declaración de que determinada pensión es, en concreto, inembargable si la
misma constituye el único recurso del sometido a ejecución forzosa y atendidas, hasta donde la
abstracción de las normas lo permita, sus demás circunstancias personales y familiares. Es decir, el
legislador podría declarar inembargables las pensiones de mutilación si considerase que éstas son
necesarias para asegurar el mínimo económico vital de los mutilados de guerra, sin embargo, si las
calificara como compatibles con otras retribuciones y haberes públicos, debería precisar la cuantía
inembargable que asegura ese mínimo vital. A través de estos u otros expedientes, el legislador procuraría
alcanzar la concordancia, aquí exigible, entre los imperativos constitucionales, ya citados, que dan lugar a
la inembargabilidad y lo requerido, de otra parte, por el derecho a la tutela judicial efectiva.
Lo que no está en la potestad del legislador es declarar inembargable una determinada pensión,
que explícitamente se considera acumulable a «otros haberes del Estado y demás entes territoriales, de la
Seguridad Social o de otros entes públicos» (art. 11), en términos absolutos, al margen de toda
determinación de cuantías. Obrando de este modo se viene a imponer un límite desproporcionado y, en
cuanto tal, inconstitucional al derecho que atribuye el art. 24.1 de la Norma fundamental para obtener la
ejecución de lo resuelto, con firmeza, por Jueces y Tribunales. Así se ha hecho en el precepto
cuestionado, que establece una interdicción de embargo no cifrada en cuantía determinada alguna y ajena
a cualquier referencia a las circunstancias personales y económicas del pensionista, quien -como en el
caso del que trae causa esta cuestión- podría llegar a compatibilizar la pensión de mutilado, sea cual sea
su cuantía, con cualesquiera otras retribuciones públicas, de importe asimismo indeterminado. Legislar de
este modo, detrayendo del conjunto de las rentas embargables una cierta retribución sin referencia alguna
a las cuantías de una y otras y sin atención, por tanto, a lo que deba considerarse mínimo exigible para la
digna subsistencia de la persona, supone, sin duda, constreñir sin ponderación el derecho ex art. 24.1 y
limitar en términos desproporcionados y contrarios, en suma, a su contenido constitucional el derecho a la
ejecución de la resolución firme de condena.
Conclusión de inconstitucionalidad tan clara no puede quedar empañada por lo argüido, en
favor de la Ley, en las alegaciones de la Abogacía del Estado. Descartada, por razones obvias, la errónea
invocación que tal representación hace del inconstitucional art. 22.1 de la Ley General de la Seguridad

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Social (STC 113/1989), los alegatos de la Abogacía del Estado se centran en consideraciones relativas a
la situación de necesidad de los beneficiarios, al origen del daño que aún padecen y al carácter reparador,
en su conjunto, de la Ley 35/1980, observaciones, todas ellas, que apuntan a la conveniencia -y a la
exigencia, incluso- de una protección singularizada de estos pensionistas. El Tribunal, desde luego,
comparte estas apreciaciones que podrían ser tenidas en cuenta por el legislador si decidiese modular el
alcance de la inembargabilidad de las referidas pensiones y por los intérpretes y aplicadores de dichos
preceptos, pero no puede admitir, por todo lo dicho, que las mismas fundamenten una restricción del
derecho de los posibles acreedores a la ejecución de las Sentencias firmes como la que ha llevado a cabo
el precepto cuestionado.
Procede declarar, en suma, la inconstitucionalidad del art. 12 de la Ley 35/1980.

Fallo:

FALLO
En atención a todo lo expuesto, el Tribunal Constitucional, POR LA AUTORIDAD QUE
LE CONFIERE LA CONSTITUCION DE LA NACION ESPAÑOLA,
Ha decidido
Estimar la presente cuestión de inconstitucionalidad y, en consecuencia:
Declarar que el art. 12 de la Ley 35/1980, de 26 de junio, sobre pensiones a los mutilados
excombatientes de la zona republicana, es inconstitucional en cuanto prohíbe el embargo y la retención de
las pensiones de referencia de manera incondicionada y al margen de su cuantía.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado».
Dada en Madrid, a seis de mayo de mil novecientos noventa y tres.
Voto:

Voto particular que formula el Magistrado don Luis López Guerra, y al que se adhieren los Magistrados
don Carlos de la Vega Benayas y don Julio Diego González Campos, a la Sentencia dictada en la cuestión
de inconstitucionalidad 2.186/91
Disiento del fallo aprobado por la mayoría del Pleno, por cuanto que, en mi opinión, de la
misma fundamentación de la Sentencia, llevada a sus forzosas consecuencias lógicas, se desprende la
falta de vulneración de los arts. 24.1 y 14 de la Constitución por la norma cuestionada. En efecto,
reconoce la Sentencia que el art. 12 de la Ley 35/1980 aspira a reparar una discriminación preexistente, y
a dotar de una protección especial, frente a la ejecución forzosa, a pensiones cuyos beneficiarios se
presume están en una singular situación de necesidad, tanto por su avanzada edad como a resultas de las
heridas de guerra que aún padecen. Comparto plenamente esta consideración, pero creo que debería haber
conducido a un fallo de desestimación.
El respeto a la dignidad de la persona, proclamado en el art. 10.1 C.E. como fundamento del
orden político y de la paz social implica la garantía y defensa de mínimos económicos vitales, en
concordancia con los mandatos de otros preceptos constitucionales (arts. 39.1, 43 y 47, entre otros,
citados por la Sentencia de que ahora disiento). Ello puede suponer la necesidad de que, en supuestos de
colisión o contraposición de derechos, deba el legislador ponderar entre los intereses en juego, de manera
que la satisfacción de ese mínimo económico vital pueda implicar la restricción o sacrificio de derechos
de otros.
La inembargabilidad de determinadas fuentes de ingresos es una de las técnicas para garantizar
ese mínimo vital, y en cuanto así sea, resultan constitucionalmente justificadas: será al legislador a quien
corresponda determinar el alcance de esa garantía, y las necesidades vitales que cubre.
Pues bien, en el presente caso, la Ley cuestionada concede tal garantía a un grupo
específicamente determinado, los excombatientes mutilados de la zona republicana. Con respecto a ellos
no resulta objetable, a mi entender, que el legislador estime que reúnen especiales condiciones de
necesidad que no están presentes en otros grupos de pensionistas, y que, por tanto, trate de garantizar, al
menos, y dentro de las disponibilidades existentes, unos ingresos libres de la amenaza de embargabilidad.
La ley que se impugna especifica así (al señalar la cuantía, sin duda reducida, de las pensiones
acordadas), cuál sea el mínimo garantizado para cubrir esas necesidades. No cabe, en mi opinión, y a la
vista de ello, formular un juicio de igualdad, salvo que se presente un término de comparación con

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idénticas características, lo que no es aquí el caso; ni de proporcionalidad, salvo que resulte evidente que
las pensiones acordadas exceden con mucho las necesidades mínimas, y no merecen, por tanto, una
protección legal.
Los arts. 1.449 y 1.451 de la Ley de Enjuiciamiento Civil establecen disposiciones, de alcance
general, que fijan unas cuantías inembargables respecto de salarios, jornales, sueldos, pensiones,
retribuciones, o su equivalente, y reglas adicionales para la determinación de los ingresos embargables.
Pero aquí nos encontramos con una disposición referente a un grupo que el legislador estima merecedor
de especial protección, y respecto del cual puede, por su situación de agravada necesidad, establecer un
régimen propio, que puede -quizás- representar alguna mejora con respecto al régimen general. En el
presente caso, las previsiones de la Ley permiten sin esfuerzo cuantificar el alcance de la protección que
se concede, a la luz, entre otras, de los arts. 5, 6 y 7; no se trata, pues, de una protección de ingresos
indeterminados, que, por tanto, podría resultar eventualmente desproporcionada. Se trata, en el artículo
cuestionado, de asegurar unas percepciones fijadas en la Ley, que según el legislador responden a unas
necesidades vitales mínimas; protección que, a mi entender, sólo podría calificarse de desproporcionada
mediante una revisión de la apreciación del legislador y de su contenido material, en el supuesto de que
tal apreciación resultase manifiestamente irrazonable. Pero tal revisión no se ha planteado en ningún
momento, por lo que la calificación de inconstitucional del art. 12 cuestionado, en virtud de la falta de
proporcionalidad de la protección que dispensa, no queda, a mi modo de ver, suficientemente
fundamentada.
Madrid, a seis de mayo de mil novecientos noventa y tres.

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