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CUENTO PABLITO

DE ALCIRA N VILLATA
La Directora del Instituto General de Protección y Guarda del Menor hizo pasar al matrimonio
Brehm. Descendientes directos de alemanes, cuya estirpe conservaban, eran altos y elegantes. De
buena posición económica, tenían ambos más de treinta años y, luego de intentos infructuosos de
engendrar el hijo propio, resignados, habían decidido recurrir a la adopción.
- Deseamos que sea rubio... por los rasgos de la familia, entiende?
La directora Frexas observo la piel pálida, los ojos claros, el cabello luminoso y entendió. Pero
dudo.
- Voy a ver -expresó hojeando el voluminoso registro que almacenaba muchas caras morenitas y
cabellos oscuritos.
- ¿Que edad prefieren?
- Bueno, si tuviese un par de añitos... ya crecidito -hablo el esposo por primera vez.
- Mejor un bebé -contradijo su mujer.
- Está bien, no hay problemas por la edad -acordaron.
Se percibía el desgaste emocional y los largos años de pronósticos médicos desafortunados. La
Directora Frexas continuaba pasando las hojas, luego las retrocedía y revisaba el archivo.
- ¿Prefieren varón o mujer?
- Varón -respondió el esposo.
- También puede ser una nena -contradijo su mujer.
- Está bien, no hay problemas por el sexo -acordaron.
La ansiedad, prisionera del tiempo de espera, se volvía angustiante.
Los dedos regordetes de la funcionaria acariciaban las hojas desde su vértice inferior, con
indecisión.
- AGUSTIN -aclaro ante una fotografía de 4 x 4 y de reducida calidad, que exhibía un pequeño
rostro de ojillos rasgados y nariz breve - Tiene cuatro meses.
- Continúe por favor.
- MARIANELA -prosiguió ante una niña que posaba triste -, la semana que viene cumple un año.
- Siga, por favor.
- CLAUDIA, seis meses -aclaro frente a un nuevo perfil; pero de pronto observo sobre sus anteojos
la mirada expresiva del matrimonio y descubrió la dimensión del amor que tenían presto para
ofrecer.
Entonces decidió:
- Este es PABLITO -señalo la imagen de un niño hermoso, de ojos claros y cabello rubio.
- Es grandecito -dudaron al observar las facciones maduras.
- Cumplió cinco años en julio -reafirmo la Directora.
La madre adoptiva prefería un niño de menor edad para beber la experiencia maternal desde su
inicio, pero ese rostro angelical contradijo a sus anhelos.
Su imaginación soñaba veloz con la fotografía familiar en un portarretratos de plata, sobre la mesa
del recibidor. Y el niño parecía encajar perfectamente en el entorno de los Brehn.
- ¿Podemos verlo? -se apuraron.
Pablito estaba jugando en el arenero del parque, soleado y bullicioso a esa hora de la tarde. Su
suave manito deslizaba en gordos puñados los granos de arena a un gracioso balde azul con rostro
de sapo. Luego distribuía el contenido en sendos moldes plásticos con figuras de estrella de mar,
cangrejo o pez. Entonces, uno a uno, los vaciaba en el paletón y acababa por integrar otra vez la
granulosa mezcla.
- Hola, Pablito. -lo saludaron.
El niño les devolvió una luminosa sonrisa.
- Parece que estas necesitando una palita -observo el hombre, con voz susceptible.
Pablito levantó su mano derecha colmada hasta su mayor altura; allí la abrió con suavidad,
entonces la arena se convirtió en una cortina vidriosa y granulada que se volvía tornasol en la
caída.
- ¿Trajiste caramelos? -le preguntó con inocencia.
Ellos se miraron ante la torpeza de tamaño olvido y se los prometieron para la siguiente vez.
La mujer, embriagada de ternura, lo beso repetidamente.No habían transcurrido más de unos
minutos, cuando apareció la pregunta obvia, por lo que la Directora Frexas no se sorprendió.
- ¿Cómo es posible que este niño tan... tan especial aún no haya encontrado unos padres?
La respuesta fue indirecta y apenas audible, porque la Directora bajó la voz al emitirla:
- HIV.
La comprometida crudeza de su significado fue inevitable.
Cuarenta minutos más tarde, Pablito se dejaba acariciar los cachetes por el viento tibio que giraba
redondo junto a la calesita.
Cuando la voltereta lo dejaba frente a la puerta de ingreso del Instituto de Protección y Guarda del
Menor, pudo ver cómo el matrimonio descendiente de alemanes atravesaba la verja. El hombre
portaba una carpeta con documentos, la mujer llevaba en brazos a Agustín.
Pablito no se sorprendió. Ocurría cada día que una joven pareja, le prometía caramelos para una
próxima vez y, momentos más tarde, se marchaba con uno de sus pequeños y provisorios
compañeros de albergue.

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