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– ¡Un oso! – exclamó el hada, revoloteándole alrededor, con curiosidad.

-Nunca había
visto ninguno. ¿Y sabes por qué? Porque los osos no tenéis ni idea de lo que es el
invierno, os lo pasáis entero durmiendo en una cueva. ¡Así que, a callar!

– ¡Ni las hadas del invierno tenéis ni idea de lo que es el otoño! – salió en defensa del
oso la pequeña ardilla. ¡Según parece eres la responsable de este desastre! ¡Queremos
que nos lo devuelvas!

Sin hacerle ningún caso, el hada del invierno se perdió, revoloteando, en la espesura
del bosque. ¡Como si no tuviera ya suficientes problemas! No entendía qué manía les
había entrado con el otoño a esos animales. ¡Claro que tenía idea de lo que era el
otoño! Una estación tonta que no servía para nada. ¿Para qué esperar semanas a que
se caigan las hojas de los árboles? Cuanto antes se acabara con eso, mucho mejor.
Más tiempo para disfrutar del fresquito del invierno, de la blanca nieve, del olor de las
hogueras y el humo saliendo las chimeneas… ¡Eso es lo que realmente entusiasmaba a
las hadas del invierno!

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