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A quien lo lea:

Perdí mi familia, perdí mi hogar, perdí la confianza del amor de mi vida, perdí
amistades, me sacaron a las patadas de mi hogar sin dejarme contar mi relato de los
hechos, siendo juzgado y señalado socialmente, por culpa de personas que cambiaron
los hechos a su conveniencia, acusándome de cosas incomprobables, confiando
ciegamente en supuestas víctimas que en más de una oportunidad reescribieron a su
antojo los testimonios, como si fuera un juego, buscando la credibilidad en los mismos
y dejarme en la peor posición posible, siendo que siempre brinde todo lo que estaba a
mi alcance a todos, poniendo en tela de juicio mi integridad moral, mi reputación y
dañando, durante todo este proceso mi integridad física y mental. No digo que no soy
culpable, soy culpable de no hablar cuando tuve la oportunidad, de no expresarle a mi
familia lo que estaba ocurriendo, de creer que solo era un juego entre hermanas y que
podía controlarlo sin dañar a nadie y termine dañándome a mi mismo.

A pesar de todo, no culpo a las nenas, de ser nenas. De no comprender la gravedad


de la situación, por qué como comento al principio de mi testimonio, esto no es obra de
2 niñas que bailan delante de un televisor o le tiran besos a un albañil, sino que
alguien obró por ellas.

Sé que en mi posición no tengo derecho de acusar a nadie, pero si tengo derecho a


una defensa justa e imparcial, a qué se obre de buena fe y a ser escuchado.

Hoy me encuentro privado de mi libertad, teniéndole que decir a mi hijo de 3 años que
“papa está trabajando lejos” y calmar los llantos de mi madre, quién teme por mi salud
todos los días, mediante llamadas de un teléfono prestado cada vez que puedo.
Mientras quien armo todo esto goza de los placeres de la libertad que a mí se me
arrebato injustamente.

Basan y justifican mi aprehensión con un testimonio calificado por mi propia defensa


como “contundente”, donde se observa a una menor risueña, gesticulando con
nerviosismo, riendo y sonriendo por 45 min, contando un abuso que luego de 8 meses
no logra colocar en tiempo y espacio. Donde luego se puede observar a la otra menor,
que en las primeras denuncias ni siquiera es nombrada y que en esta versión de la
falacia es la menos damnificada, llorando desconsoladamente en una entrevista que
dura 20 minutos a reloj.

Cualquier psicólogo puede argumentar que estos comportamientos son producto del
abuso, y que pueden variar según la mente de la víctima, descartando totalmente la
posibilidad de una mentira, carente de sentido y pruebas sólidas y comprobables de
una acusación de semejante magnitud.

Comprendo que el sistema judicial está en una etapa de deconstrucción moral, que los
tiempos son lentos y que en estos casos la justicia se sensibiliza, inclinándose siempre
para el lado más débil y vulnerable. Pero no todo es lo que parece, y en este caso no
fui yo quien corrompió la inocencia de estas criaturas y tampoco fui quién se
aprovechó de su vulnerabilidad. Sin más nada que agregar, firmo al pie.

Será justicia.

Ainsiburo, Marcelo Nicolás

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