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UCRONÍA

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UNIVERSIDADE FEDERAL
DO RIO GRANDE – FURG

Reitor
JOÃO CARLOS BRAHM COUSIN
Vice-Reitor
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Pró-Reitor de Gestão e Desenvolvimento de Pessoas
CLÁUDIO PAZ DE LIMA
Pró-Reitora de Graduação
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Pró-Reitora de Extensão e Cultura
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Pró-Reitor de Infraestrutura
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Pró-Reitor de Planejamento e Administração
MOZART TAVARES MARTINS FILHO
Pró-Reitor de Pesquisa e Pós-Graduação
LUIS EDUARDO MAIA NERY
Pró-Reitor de Assuntos Estudantis
LUIZ BESSOUAT LAURINO

EDITORA DA FURG

Coordenador
JOÃO RAIMUNDO BALANSIN
Divisão de Editoração
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CONSELHO EDITORIAL

Presidente
CARLOS ALEXANDRE BAUMGARTEN

Vice-Presidente
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Titulares
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IVALINA PORTO
JOÃO MORENO POMAR
JOÃO RAIMUNDO BALANSIN
LUIZ ANTÔNIO DE ALMEIDA PINTO
MARIA DO CARMO GALIAZZI

Editora da FURG
Luiz Lorea, 261
CEP 96201-900 – Rio Grande – RS – Brasil
editfurg@mikrus.com.br
www.vetorialnet.com.br/~editfurg/

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SIRIO LOPEZ VELASCO

UCRONÍA

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Rio Grande
2009
 Sirio Lopez Velasco

2009

Figura da capa: S. Dali, “La persistencia de la memoria”


Formatação eletrônica da capa: João Balansin e Irai Mirapalhete
Formatação e diagramação:
João Balansin
Gilmar Torchelsen
Revisão: o autor

V433e Velasco, Sirio Lopez


Ucronía / Sirio Lopez Velasco.- Rio
Grande : Edgraf, 2009.
124p.; 21 cm

ISBN 978-85-7566-136-9

1.Filosofia 2.Ética 2.Ecomunitarismo I.


Título

CDU 17

Responsável pela catalogação: Jandira Cardoso Reguffe CRB 10/1354

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SUMARIO

INTRODUCCIÓN GENERAL………………………………… 7
INTRODUCCIÓN……………………………………………… 9
UNA JORNADA DE ALMOTÁSIM EN TLÖN……………... 15
VIVIENDO, PRODUCIENDO, DISTRIBUYENDO Y
CONSUMIENDO ………………………………………………. 25
LA ESCUELA ECOMUNITARISTA ……………………….. 33
EL AMOR LIBERTARIO …………………………………….. 39
LA COMUNICACIÓN SIMÉTRICA ………………………... 43
LA POLÍTICA DE TODOS……………………………………. 47
MÁS ALLÁ DE LA TIERRA………………………………….. 53
BUSCANDO AL PROFETA …………………………………... 55
LA PROFECÍA …………………………………………….….. 57
EL PRIMER AMOR…………………………………………… 73
LOS DESEOS…………………………………………………… 95
LA VIDA………………………………………………………… 107
LIBROS DEL AUTOR………………………………………… 129

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INTRODUCCIÓN GENERAL

Acicateado por algunos pedidos, y sabedor de que era preciso


entregar al gran público una exposición amena de nuestra
propuesta ecomunitarista, damos a luz estos dos relatos filosóficos.
En ellos saludamos con una guiñada a Thomas More, a Voltaire, a
Marx, a Borges y a Paulo Coelho. El lector interesado descubrirá
en la bibliografía final los libros donde podrá encontrar la
exposición técnica de las ideas que aquí divulgamos.

Sirio López Velasco


(en una tarde nublada en Brasil)
lopesirio@hotmail.com

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INTRODUCCIÓN

Nuestra vida cotidiana está tan impregnada de capitalismo


que constituye una necesidad vital, para que tengamos una
respiración saludable, el imaginarnos la rutina de otro mundo
posible (como proclama el Foro Social Mundial); postulamos ese
mundo en nuestra concepción ecomunitarista (y en la educación
ambiental que la integra, y que desarrollamos en el Programa de
Doctorado y Maestría en Educación Ambiental de nuestra
Universidad, la FURG, en Brasil). De ahí la breve jornada de
Almotásim en su ciudad-planeta de Tlön y los relatos siguientes
que la completan; y también la parábola de la búsqueda del
Profeta. Para fundamentar estos relatos, recordemos algunos
conceptos fundamentales.

La tierra de hoy y la Educación Ambiental (EA)

Hoy sabemos que, como decía Marx (en El Capital), el


capitalismo arruina las dos fuentes de la riqueza: el ser humano y
la tierra. En la lógica del lucro se sacrifica la salud humana en la
angustia del desempleo y de la pobreza, o en la jornada estresante,
la violencia mata todos los días (por el petróleo, el color de la piel
o por los zapatos del vecino, o por la droga, la pelea doméstica o el
tránsito), el aire es irrespirable en las grandes ciudades, y las
florestas sufren las consecuencias de la sed de ganancia y de la

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lluvia ácida, el efecto invernadero y el agujero en la capa de ozono
modifican peligrosamente el clima y aumentan la incidencia del
cáncer de piel, los ríos y mares son diariamente envenenados con
ingentes cargas de productos tóxicos (en especial los agrotóxicos),
que antes de llegar hasta ellos contaminan a las tierras y a las
personas. Por todo eso el capitalismo se transformó en algo más
que una amenaza a las riquezas: pasó a amenazar la vida en ell el
planeta entero. Mas el capitalismo tiene defensores poderosos que
protegen al poder económico, militar y cultural. Todo el día la TV
invade la casa de cada familia para decretar que otro mundo no es
posible porque “el mercado” determina esto o aquello, al tiempo
que en las escuelas y Universidades, incluso profesores bien
intencionados insisten para que sus alumnos comprendan que
deben prepararse para “competir en el mercado”. Pero ¿qué es el
“mercado” sino el conjunto de las relaciones productivo-
distributivo-de-consumo entre las personas que escaparon a su
control y gestión? O sea, aquél discurso de la TV y de los
‘educadores” significa que es normal y conveniente que la
humanidad sea esclava de sus inventos interactivos y no la gestora
de los mismos. Cabe a la educación ambiental discutir ese estado
de cosas y ese presupuesto. No en vano, incluso el organizador de
la “Rio 92” manifestó en aquella conferencia de 1992 que la
discusión ambiental necesitaba cuestionar el actual modo de
practicar la economía. Es bueno recordar que esa palabra deriva
del griego “oiko-nomia”, que en la era clásica designaba la gestión
de las necesidades de la casa (oikos), para que nada necesario le
faltase. El capitalismo realizó el “milagro” de invertir a tal punto
las relaciones, que quiere hacernos creer que el ser humano debe
amoldarse a la Economía, y no lo contrario. Ese es otro absurdo
que debe ser cuestionado. Para dar cuenta de esa inmensa tarea la
EA necesita (y resumo a mi modo la pretensión de la conferencia
de Tbilisi) abarcar conjuntamente la ética y las áreas del
conocimiento y de las habilidades; todas ellas apuntan hacia un
nuevo comportamiento. Creo que la ética capaz de pedir-obtener
adhesión universal (independientemente de todo credo religioso o

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a priori ideológico) es la de las tres normas ecomunitaristas (luchar
para garantizar nuestra libertad individual de decisión, ejercer esa
libertad en dinámica consensual, y preservar-regenerar una
naturaleza humana y no humana sana). Esa ética resume en un solo
haz la fundamentación de la liberación humana y de la
preservación-regeneración de la naturaleza no humana, y apunta
hacia el ecomunitarismo, horizonte utópico en el que los seres
humanos se reconcilian solidariamente entre sí y ecológicamente
con el resto de la naturaleza. Si alguien dice que la realización del
ecomunitarismo es imposible yo podría concordar de buen grado,
pero subrayando que el ecomunitarismo es una estrella-guía
indispensable para la acción, y que como toda utopía, “sirve para
caminar”, y sin la cual nos quedamos sin rumbo en la acción
cotidiana, incluso cuando estamos animados de muy buenas
intenciones. Sospecho que buena parte del malestar de la juventud
de hoy, masacrada por un sistema capitalista que la obliga a
estudiar y después le niega la oportunidad de ejercitar aquello que
aprendiera, viene, también, de una falta de horizontes más allá del
día-a-día frustrante y sin amanecer. El ecomunitarismo es la
bandera que combatiendo esa realidad, presenta a la EA el desafío
de asumirlo como guía; o sea, retomando el lema del movimiento
estudiantil de mayo de 1968, de ser realista, pidiendo lo imposible,
y, para tanto, llevar cada día la imaginación al poder. Esa EA debe
ocupar los espacios de la educación formal y extenderse a la
comunidad, a través de las familias, las ONG’s, las asociaciones de
barrio, los movimientos sociales, los sindicatos, los partidos, los
comunicadores ganados para la causa y de los líderes religiosos
cuando descubran que la “religión” consiste etimológicamente en
re-ligar los seres humanos entre sí y con el resto de la naturaleza.
Tal EA problematizadora tiene en Paulo Freire a su principal
precursor y mentor, y se asume como actividad “política”, o sea,
viviendo y apuntando a la transformación de la “polis” (la ciudad-
país-planeta), en la búsqueda de la aproximación asintótica al
ecomunitarismo. Su radio de acción va desde el ámbito local hasta
el planeta entero, creando los espacios de reflexión y actividad

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conjunta (de los cuales el Foro Social Mundial ya es un buen
ejemplo que debe ser mejorado en su capacidad de intervenir con
eficacia en la concretización de soluciones para los problemas
socioambientales claramente diagnosticados desde hace tiempo).
Enemiga de la violencia porque basada en la ética ecomunitarista,
esa EA no teme no obstante reconocer que, así como se amarra a
una persona víctima de un ataque de locura para que no lastime ni
se lastime, así también es posible que haya que ejercer coacción
sobre los ciegos capitalistas que con su acción prepotente nos
llevan (y van ellos mismos y sus familias o descendientes) rumbo
al abismo del holocausto de la especie (y de muchas otras
especies). Para hacer posible un mundo de personas pacíficas esa
EA no puede huirle al combate, pues eso significaría dejarle el
terreno libre a los vampiros del dinero sin función ecológica, que
son los dueños del mundo de hoy. Para realizar lo que de ella se
espera, la EA ecomunitarista debe aprender a combinar la
enseñanza-aprendizaje de la sala de aula con la acción comunitaria
(a través de todas las instancias antes mencionadas, que incluyen,
entre otras, la acción política y la erótica liberadora). 

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UNA JORNADA DE ALMOTÁSIM EN TLÖN

Almotásim se despertó aquel día, como casi siempre, de


buen humor. Se duchó con agua calentada por las placas solares
instaladas en el techo y sintiendo como el agua retornaba por los
caños hacia el depósito en el que (mediante el uso de la misma
energía) el líquido elemento era limpiado una y otra vez para
habilitarlo a cumplir la misma función (hasta que, por
recomendación médica, era destinado a usos menores, como lavar
ropas y pisos). En la cocina, en el aparato alimentado por las
baterías del edificio cargadas con energía eólica (y sometidas de
tiempos en tiempos a las necesarias reparaciones en las que los
componentes, incluso la solución química, eran cambiadas y
recicladas), el café de la mañana se anunciaba humeante, junto con
los croissants que sus hijas tanto apreciaban. Como nadie es de
hierro, Almotásim degustó un poco de su mermelada favorita, al
tiempo que oía en la radio-solar el informativo. Una inundación
había causado serios daños en Uqbar y los afectados habían sido
llevados hacia las tierras altas, en las que los aguardaban los
barrios ya preparados de antemano para recibirlos en caso de
necesidad, donde cada edificio tenía un stock de alimentos no-
perecibles esenciales; un equipo de investigadores de Orbis
anunciaba en breve la puesta en servicio de otra generación de

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naves interoceánicas con energía limpia y renovable, volumen
reducido de ruido y velocidad y capacidad de transporte
aumentados; antes de la música vino la raridad del día: alguien vio
en la casa de un muchacho una computadora portátil que le
pertenecía; habló con la joven que durante aquel mes asumía la
coordinación de la acción comunitaria en el barrio y fueron a
visitar al muchacho; rápidamente se vio que por una extraña
timidez mezclada de orgullo no quiso contar a nadie que durante
una excursión marítima había dejado caer su notebook, por lo que
decidió tomar el del amigo de un amigo, durante una inesperada
visita a su domicilio; el muchacho fue invitado a reunirse al día
siguiente con la comisión que aquel mes cuidaba de la acción
social y la misma resolvió que cabían dos medidas: aconsejar al
muchacho que cuidase de su timidez orgullosa (si fuera preciso
con la ayuda de alguien que tuviese especialización en el área), e
invitarlo a pasar por el depósito comunitario del barrio para retirar
de allí (con el debido registro computadorizado) otro portátil,
devolviendo el que tenía a su dueño. Almotásim pasó la mano ante
el micro-receptor y la radio se apagó. Antes de salir, visitó el WC
con sistema biodigestor seco (cuya tierra era vaciada
periódicamente para el debido proceso de reciclaje-reutilización),
se lavó las manos (con la misma agua usada por la ducha), se
cepilló los dientes con la mínima cantidad de agua separada para
ese uso, y para beber, preparar las comidas y lavar la vajilla (que
después de usada se juntaba a la de la ducha). Llegó despacio al
dormitorio donde Rafaela todavía dormía y le dio un silencioso
beso de despedida; lo mismo hizo con su hija e hijo en su
respectivo dormitorio. Pensó: las niñas crecen (hacía mucho
tiempo que, como una medida más para combatir el machismo que
había reinado por muchos milenios, los plurales mixtos llevaban la
marca del femenino), y pronto tendremos que solicitar al depósito
comunitario una mudanza para una casa con otro dormitorio, para
que alguna pareja sin hijos venga a se instalarse en esta. Abrió la
puerta (que, como todas las de Tlön carecía de cerradura) y salió al
patio interior del edificio; un bello jardín lo acogió con el perfume

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de diversas flores; (la semana que viene hacemos parte del equipo
de vecinos que debe ocuparse del jardín); pasó al lado del
playground con arena y juguetes infantiles y juveniles, miró
distraídamente la piscina colectiva cubierta que a aquella hora
estaba vacía, y salió a la calle por el vano que ningún portón
cerraba. Su reloj solar no lo engañó y en aquel preciso instante el
micro-ómnibus anaranjado dobló la esquina. Al subir descubrió en
el lugar del chofer al médico que lo había atendido el año pasado
cuando se torció la rodilla jugando al fútbol.
– Hola, ¿como estás...?
– Almutamid, agregó el otro, sintiendo el embarazo de
Almotásim al constatar que no recordaba su nombre. Estoy muy
bien. Necesitaba salir un semestre de aquella clínica pues, como
sabes, la responsabilidad del médico es muy estresante; aquí
solamente estamos para cuidar alguna urgencia cuando falla la
dirección automática del vehículo orientado por satélite, para
ayudar a los ancianos y niños a subir o bajar, y para charlar de lo
que venga con conocidos y desconocidos; y todo eso solamente
por la mañana, pues me reservo la tarde para el deporte, la lectura
(siempre es necesario acompañar las últimas nuevas de la
medicina, además de que, como sabes, tengo una debilidad
especial por los antiguos como Borges y García Márquez), y el
ocio puro y simple. El semestre que viene no sé aún si volveré a la
clínica o si, como otras veces, me embarcaré para pescar en el mar
(sabes que esa actividad casi folklórica, a causa de los enormes
rendimientos de los criaderos de agua salada y dulce, siempre me
apasionó, y que también adoro a los barcos, aunque a veces la
tontura me acompañe).
– Qué bien que te sientas muy feliz; pero ¿qué dice tu familia
cuando resuelves ser marinero-pescador?
– Todavía no me he calmado; prefiero las relaciones cortas
pero intensas...
– ¡Aún no sabes lo que es de veras bueno!

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Ambos rieron a boca llena y de inmediato ayudaron a subir a
una señora con un sombrero verde, copiado, sin duda, del de Miss
Marple.
Almotásim se sentó y dudó si accionaba el sistema de
pantalla y auriculares que le permitía seguir en el respaldo del
asiento de adelante musicales, noticias, programas científicos o de
arte; optó por saborear el sol y mirar tranquilamente cómo pasaba
el mundo en la ventana.
Poco tiempo después Almotásim apretó el botón rojo y el
micro-ómnibus se detuvo, suave, fluctuando silenciosamente sobre
los rieles metálicos que lo hacían circular por impulsos
magnéticos. Saludó con una mano a Almutamid que lo espiaba por
el retrovisor y se bajó.
Tomó una de las bicicletas comunitarias que aguardaban en
el puesto próximo y pedaleó algunas centenas de metros hasta
llegar a su local de actividad durante aquel semestre. (Nótese que
no decimos “local de trabajo”, porque, como todos saben, el
“trabajo” era aquella penosa labor de la prehistoria de la
humanidad en la que las personas eran obligadas, para sobrevivir,
a obedecer órdenes, desgastando su cuerpo y su mente en tareas
que odiaban, y todo ello para beneficiar una minoría de vivillos
que poseían en régimen de monopolio los medios de producción).
Pasó por el pórtico y buscó la sala. En la puerta lo aguardaba un
grupo de jóvenes de ambos sexos y algunos del tercero (y no lo
ocultaban en absoluto). Abrió la puerta sin llave y entró a la sala,
cuyo centro estaba ocupado por un patio florido bañado por el
rumor suave del agua que caía de una fuente que imitaba el
antiquísimo modelo de la Alhambra. Redes y camas romanas
estaban dispuestas en el patio y debajo de las partes cubiertas y
limitadas por una columnata; a ellas hacían compañía sillas-mesas
anatómicas con ángulos calculados y tejido amortiguador; en una
de las paredes brillaba la pantalla acoplada al ordenador y al
aparato de vídeo-audio (del que Almotásim decidió usar aquella
mañana solamente el dispositivo que, a partir del minúsculo
micrófono que cada quien abotonaba en su camisa, elevaba el tono

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de voz hasta la altura necesaria). Las alumnas se distribuyeron,
según su deseo; algunas accionaron su grabador de sonido e
imágenes; casi todas orientaron sus rostros hacia la silla-mesa en la
que Almotásim prefería acomodarse para ordenar mejor las ideas
(casi nunca hablaba andando, aunque no dispensase ese recurso,
cuando las piernas así lo pedían); contrariamente a la mayoría de
sus colegas, raramente usaba el dispositivo de vídeo-audio capaz
de aportar a cualquier momento la contribución de video-
conferencias en vivo o grabadas, que el satélite traía desde
cualquier parte del planeta, con traducción simultánea, o las
informaciones de la Red, acopladas a las innúmeras bibliotecas
digitalizadas que había en Tlön, donde estaban accesibles
instantáneamente desde los clásicos hasta los últimos
lanzamientos.
– Como habíamos dicho en el último encuentro... (sintió que
el volumen estaba bajo y lo corrigió profiriendo las palabras
“aumentar un poco el volumen”)...como habíamos dicho en el
último encuentro, nuestro tema de hoy es el amor; claro que
seríamos imbéciles si pensásemos que se trata de un tema para una
sola aula, porque como alguien ya dijo, el amor no termina nunca
de ser hecho; pero se trata de dar hoy y en los próximos encuentros
algunos pasos en esa selva...
Como otras veces Emma habló la primera.
– Leí, como lo indicaste, “El Banquete” de Platón y estoy
intrigada por el hecho de que aquel genial griego opusiese de
forma tan aguda la atracción sexual y la cooperación espiritual,
para reservar solamente a esa última el nombre de amor verdadero.
René, del tercer sexo, fue rápida/o en la respuesta.
– No le faltaba hipocresía al genial Platón, pues supo ser
sucesivamente amante-amado cuando adolescente y amante-
amador de adolescentes cuando adulto; todos sabemos que para los
griegos de aquellos tiempos esa era la regla y no la excepción...Y
Platón no deja de contradecir en su práctica la teoría que defiende
en palabras, pues en una y otra posición Platón, como los otros,
juntaba el placer del cuerpo al del espíritu.

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Varias/os alumnas/os comenzaron a hablar al mismo tiempo
y Almotásim pidió que cada quien se expresara por turno, para que
todos pudiesen oír y ser oídos. Algunas resolvieron caminar
silenciosamente por el patio, para oír, ajustando sus pensamientos.
Las intervenciones se sucedieron las unas a las otras. El educador
oyó las varias opiniones, pidiendo a veces que el expositor aclarase
uno u otro punto de su argumento, y después decidió que había
llegado el momento de intervenir.
– Propongo que hagamos un intervalo y que al volver
enfoquemos la siguiente cuestión: ¿tanto en la relación sexual
como en el trato intelectual, cada uno de nosotras no quiere ser
respetado como persona? ¿Ese respeto no es por lo menos buena
parte de lo que podríamos llamar “amor”? ¿En cuál ética
podríamos fundamentar ese respeto?
Las jóvenes aprovecharon la sugerencia para rumbear hacia
la puerta, intercambiando ruidosamente ideas en pequeños grupos.
Algunas de ellas fueron a integrarse a los equipos que aquella
semana debían cuidar de los patios y de la limpieza de las salas o
para ocuparse del comedor, o, también (después del debido
entrenamiento) para componer los equipos de masaje, a uno de los
que recurrió Almotásim. Se sentó en la silla inclinada, hundiendo
la cabeza en la almohada que para ese fin servía y, por encima de
su ropa, hábiles manos relajaron sus brazos, espalda y nuca.
Después fue hasta el comedor, donde eligió gratuitamente, como
todo el mundo, las porciones balanceadas por los dietéticos de
guardia, algunos saladitos, dulces y jugos (de frutas u hortalizas
orgánicas) apetitosos y nutritivos (y variados, para satisfacer los
diversos paladares); haciendo equilibrio con la bandeja prefirió
quedarse solo en una mesa desierta al pie de una fuente en la que
nadaban peces de color. Degustó sus menús en los platos y vaso de
madera (hacía mucho tiempo que el uso del vidrio había sido
reducido al mínimo necesario y que el plástico biodegradable era
una excepción destinada a usos indispensables; en las industrias
todas las tareas repetitivas o pesadas eran desempeñadas por robots
y a los humanos solamente les cabía la función, que ejercían

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rotativamente, de vigilarlos). El canto del agua de la fuente llevó
sus pensamientos hacia lejos. Cuando se dio cuenta ya era la hora
de volver a la clase. Allí ya lo esperaban todas. No bien ocuparon
sus lugares, tres manos se levantaron para opinar sobre las tres
cuestiones planteadas antes del intervalo.
Almotásim comprobó que todas estaban de acuerdo en
relación a la primera y la segunda. En relación a la última alguien
citó a Kant largamente.
El educador se pasó la mano por la barbilla y habló:
– Kant es sin duda uno de los grandes. Pero me gustaría
rescatar aquí la contribución de un oscuro pensador que sustentó
que cuestionando la gramática profunda de la pregunta que
instaura la ética (sin la cual ella no existe), a saber, “¿qué debo
hacer?”, y suponiendo solamente que, como dijo Austin,
pretendemos realizar actos felices de habla, podemos deducir tres
normas éticas de validad intersubjetiva universal que determinan,
respectivamente, que debo luchar para realizar mi libertad
individual de decisión, que debo realizarla de forma consensual
con las otras personas (para que mi libertad no se oponga a la de
ellas, sino que se realice junto con la de ellas), y que ambas cosas
deben acontecer en el contexto de una vida que preserve-regenere
en su forma saludable la naturaleza humana y no humana. Ahora
bien, vean que cuando pedimos respeto lo hacemos en la condición
de personas que queremos ser libres, como lo determina la primera
norma de la ética, aquí referida; y lo mismo sucede cuando
reivindicamos decisiones consensuales (según la segunda norma),
que incluyen, como su nombre lo indica, el respeto por nuestra
opinión; la tercera norma, exige a su vez, que toda relación
(incluyendo la amorosa) se establezca en pro de la salud de la
naturaleza humana y no humana, incluyendo la mía y la de la(s)
otra(s) persona(s). Por eso, vean, en mi modo de ver, la ética
propuesta por el referido pensador proporciona el fundamento
último a partir del cual podemos pedir respeto y reivindicarlo
como una de las formas del amor. Noten que la tercera norma fue
deducida en los tiempos prehistóricos del capitalismo, cuando, por

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increíble que pueda parecerles, la humanidad, controlada por una
minoría capitalista, se dedicaba en nombre del lucro a destruir
alegremente nuestro planeta y a condenar a la infelicidad a causa
del trabajo alienado, a la mayoría de sus miembros (incluyendo a
los propios capitalistas que, aparentemente, se beneficiaban de
toda aquella locura).
Hubo un intenso intercambio de opiniones sobre esos dichos
y varias alumnas pidieron las referencias bibliográficas del autor
citado por el educador. Al fin, una de las alumnas recordó que, no
sólo el tiempo estaba cumplido, sino que también el cansancio de
las cabezas merecía el fin del encuentro.
Se despidieron con un gesto de mano y Almotásim decidió
volver a casa caminando. Como acontecía con todos, la casa
familiar del (en aquel semestre) educador estaba en las
proximidades del local de su actividad; y, sin cualquier costo, la
familia iba usando alternada y sucesivamente cuántas casas fuese
preciso para guardar esa proximidad. En su trayecto y poco antes
de llegar se deparó con la Escuela de sus niñas, perdida en un
denso bosque (rico en pájaros y otros animales que circulaban sin
temor por los senderos), que tenía una huerta mantenida por las
alumnas y educadoras (con fines pedagógicos y también para
alimentar la cocina de la institución), gimnasio e instalaciones
deportivas variadas. Cuando llegó, las niñas estaban saliendo y
coincidieron con Rafaela, que acababa de dejar su tarea semestral
(limpiadora de las calles del barrio, con la ayuda de las máquinas
movidas por energía solar), que era la misma que aguardaba a
Almotásim (también tentado por la agricultura) el semestre
venidero (en el que Rafaela, con seguridad, optaría por volver a
ejercer como ingeniera de construcción). Lo cuatro juntos se
dirigieron a pie hacia el Centro Comunitario (el mismo que
albergaba el depósito antes citado) para almorzar. En un estilo
igual al del comedor de la Universidad donde trabajaba Almotásim
ese semestre, disfrutaron en familia de la deliciosa comida.
Después, mientras sus hijas se quedaban para ayudar en la
limpieza de la vajilla, pues era su turno, Almotásim y Rafaela

20
decidieron dormir una siesta y hacer aquel amor vespertino digno
de Al-Andalus. Después, ella se fue a su aula de danza árabe,
mientras él prefería el básquetbol; ambos eran practicados
gratuitamente en otras tantas instalaciones comunitarias del barrio.
(Como no es la primera vez que en estas líneas se menciona la
gratuidad, es hora de recordar a nuestro lector que en Tlön hace
mucho tiempo el dinero desapareció, pues a escala planetaria,
gracias a la solidaridad recíproca entre los pueblos y las gentes,
institucionalizada en la Organización de los Pueblos Unidos, OPU,
se hizo realidad el lema: “de cada uno según sus capacidades y a
cada uno según sus necesidades”; cada uno ejerce alternadamente
funciones de utilidad social que corresponden a su vocación y/o a
las necesidades comunitarias, y, a cambio, recibe todo lo que
necesita para realizarse como individuo; sólo no vale pedir algo
que hiera a cualquiera de las tres normas éticas antes citadas; y eso
es resuelto por la asamblea comunal). Tras el baño, la pareja
decidió que era hora de ver aquella película que los vecinos no se
cansaban de elogiar y que sería retirada de la cartelera en breve.
Cine gratis y vuelta a casa. Como la noche se anunciaba caliente,
decidieron compartir el comedor colectivo del edificio con algunas
vecinas que allí estaban; las hijas, que habían disfrutado,
respectivamente, de una aula de pintura y del club voluntario de
ciencias, prefirieron quedarse un rato con la TV interactiva, para
salir más tarde con una pandilla bulliciosa. En el comedor cada
uno llevaba de su casa algunas golosinas y bebidas, que compartía
en la mesa común. Alguien dijo que leyó un viejo libro en el que el
personaje principal vivía angustiado por el miedo de perder el
empleo y trancado en una casa protegida por rejas sin fin. Varias
voces caritativas se compadecieron de los tiempos muy distantes
en los que la humanidad sacrificó al dios de la locura y se sometió
al absurdo poder de los patrones. Una de las parejas comentó que
recibiría dentro de dos días a amigos que habitaban del otro lado
de Tlön y que decidieron pasar con ellos esas vacaciones (para
luego ceder su casa a sus anfitriones en sus respectivas
vacaciones). Alguien dijo que pensaba tomarse ese semestre su

21
derecho bianual de visitar personalmente (tiene mucho más sabor
que en la Red) una localidad y un museo clásico distante; cogitaba
ir a Atenas o a la Amazonía, y al Louvre. Antes de medianoche
Almotásim y Rafaela decidieron que había que acostarse. Ella
amagó jugar con el cuerpo de él, y él se defendió:
– Rafaela, no soy de hierro...
Entonces ella le dio la noticia:
– Amor, este semestre decidí intercambiar el alojamiento de
vacaciones con mis madres; ellas llegarán la semana que viene
pues dicen que se aburren al ver el mar todo los días; ¡imagínate!...
Almotásim tragó saliva y respondió con un monosilábico
“ajá...”, mientras pensaba “menos mal que no adherí a la
experiencia de los casamientos colectivos, ¡pues eso significa
multiplicar el número de suegras!”.
Apagaron la luz y se dispusieron a dormir.

22
VIVIENDO, PRODUCIENDO, DISTRIBUYENDO Y
CONSUMIENDO

Roberto levantó la cabeza del surco y vio la pequeña selva


de plantas de tomates que se extendían por una hectárea. Y más
allá las lechugas, los morrones, los rabanitos, el maíz, y tantas
otras cosas; y entre unos y otros diversas plantas silvestres y
árboles frutales que daban de comer a los insectos y pájaros
variados del lugar. Los límites de una hectárea a la otra eran
detectables por las piscinas donde se criaban peces; cada una tenía
encima el pequeño recipiente con feromonas que atraía a los
machos de los insectos indeseables con la fuerza de un imán; allí
quedaban presos, para caer luego en las aguas tranquilas, y servir
como uno de los alimentos de los peces. Juan verificó que los
periódicos puestos bajo tierra ya estaban casi desintegrados, y
aunque su tinta no contenía plomo ni otro material fuertemente
contaminante, decidió que en aquella parcela había que prescindir
de ellos en el próximo plantío. Con movimiento lento cargó la
carretilla que lo acompañaba como un perro. Esta es la última por
esa mañana, pensó. Dijo “vámonos”, y la carretilla parecida a un
pequeño camioncito, lo siguió a una distancia de dos pasos.

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Cuando entró al galpón de distribución, cuatro compañeras
terminaban de preparar las canastas; cada una tenía las verduras y
frutas de la estación, más los productos lácteos y de panadería en
la cantidad adecuada según cada caso. Susana hizo el recuento:
escuela local, seis, club de pintura, una, centro deportivo, seis, cine
y teatro, cuatro, biblioteca-ciberteca, cuatro, bomberos, dos,
industrias de computadores, de calzados, de ropas, de casas
prefabricadas, veinte cada una, plaza pública, seis, paradas de
transporte, cuatro;…creo que están todos, remató. Dio la orden y el
robot de apresuró a cargar las canastas para ponerlas en el camión
que esperaba.
– Humberto, no te olvides de recoger las tres computadoras
que no vinieron ayer, y de traer del depósito comunitario los
zapatos para Ángela y sus hijas, y también la ropa del equipo de
panadería.
Humberto habló y el sistema eléctrico puso al camión en
movimiento, casi sin hacer ruido. No muy lejos se podían divisar
algunos de los lugares adonde llevaría su carga, pues la granja se
situaba, como muchas otras, en una ciudad-verde, salpicada por
unidades productivas rurales y muchas áreas cubiertas de
arboledas y jardines, que acompañaban a los edificios dispersos y
achatados contra el piso.
Viéndolo partir, Roberto se dirigió al establo donde las vacas
se alimentaban antes de volver al corral al aire libre en el que
pasaban todo el día, salvo en los horarios de los dos ordeñes
diarios. Al lado del establo Roberto cargó otra carretilla de abono
orgánico (cuya base era generosamente producido todos los días
por las vacas, y por los restos orgánicos de plantas y alimentos que
se compostaban en la cooperativa ecomunitarista); volvió despacio
a desparramar el abono en la parcela que cuidaba aquel día. Al
salir se cruzó con Ana, que venía a buscar algo más de leche para
llevarla a la factoría edificada en el propio predio de la
cooperativa, donde esa semana ella y otros cooperativistas se
encargaban de producir quesos, manteca y yogures (algunos
mezclados con los dulces hechos de las frutas que, sin ningún

24
agrotóxico, se turnaban en las estaciones para colgar de los
arbolitos del gran huerto adyacente).
– Hola, Ana, ¿alguna novedad?
– Ninguna. Ramona como siempre acompaña buena parte de
las labores con sus chistes, y opaca la lectura de libros que esta
semana le toca a Pedro, para provecho de los que tenemos en la
factoría las manos ocupadas.
– ¿Y qué libro están escuchando hoy?
– Estamos oyendo una antología de cuentos de Jorge Luis
Borges. A mi me encantó uno que se llama “A la espera de
Almotásim”, o algo así.
– Si tienes tiempo, siéntate un minuto que quiero preguntarte
algo.
– Pareces uno de esos hombres prehistóricos del capitalismo.
Sabes que siempre tenemos tiempo, pues laboramos para vivir, y
hace tiempo que nadie vive para trabajar.
Cuando Ana se sentó, Roberto titubeó y carraspeó
ligeramente. Después tomó aliento y con la cara algo sonrojada
dijo de un tirón: – Verás, este semestre he venido a trabajar a esta
cooperativa, porque los conozco a ti y a Carlos desde la escuela, y
quería preguntarles si creen que ya es tiempo de que con Váruna
tengamos un hijo.
– No te asustes, porque casualmente ella me preguntó lo
mismo hace un par de días. Creo que ya están maduros…
Y acto seguido se marchó. Roberto volvió silbando mientras
empujaba la carretilla que, como casi siempre, había cargado en
demasía. A la tercera parada para beber jugo natural de naranja con
hielo (que extraía de una heladerita situada debajo de unos de los
numerosos árboles que se intercalaban en la plantación), lo
sorprendió el sonido de la campana que llamaba para el almuerzo.
Se puso la heladerita al hombro (no sabía si quien viniera de tarde
sería amante del jugo de naranja) y se dirigió al edificio del
comedor. Decidió ducharse y ponerse la ropa de repuesto que
había dejado en el armario del baño. Fresco y limpio se sentó a la
mesa colectiva, donde ya se agitaban unas treinta de las cuarenta

25
comensales habituales. (“Váruna decidió no venir a almorzar justo
hoy, como para darme tiempo a madurar la pregunta”). Eligió un
lugar al lado de Ramón, pues le gustaba oír sus relatos espaciales,
especialmente los referentes a sus caminatas para reparar la
estación “Simón Bolivar”, donde de tiempos en tiempos prestaba
servicios. Pero ese día la voz cantante no la llevaba aquél gigante
de barba roja, sino la menuda Valentina.
– Hay que ver lo que es el Acrópolis. Yo le dije a Mohamed,
uno de mis maridos, que llegaríamos arriba sudando. Y así fue.
Pero uno de los guías que nos esperaba a la entrada de los
Propileos tenía consigo dos helados. Después que retomamos el
aliento, nos mostró el olivo que ocupa el mismo lugar del que
habría hecho brotar Atenea, muy cerca del Erecteion y sus
cariátides, que me asustan un poco desde niña, cuando fui allí por
primera vez con la escuela. La explanada no es tan inmensa como
la recordaba, pero es lo suficientemente grande como para albergar
el gentío multicolor que la atraviesa en todos los sentidos, aunque
siempre vuelve atraído por la mole del Partenón, que, como saben,
al igual que todos los templos griegos, tenía frisos y capiteles
pintados con vivos colores.
Valentina siguió detallando su admiración por el arte y la
costumbres de la Grecia clásica (algunas discutibles, y las
discutían Ramón y dos vecinas de la mesa), mientras Roberto se
hundía en sus pensamientos, saboreando la comida humeante (“…
¿cómo se lo pregunto?”). Cuando quiso acordar estaba casi solo en
la vasta mesa elíptica. Todavía ensimismado llegó a su casa, a
pocos metros de allí. Entró y la luz se encendió. Se cepilló los
dientes y entró a la habitación. Desnudo se acostó, y una música
suave e instrumental llenó el ambiente. Como no quería oírla
palmeó discretamente y la música cesó de inmediato; dijo en alta
voz “15 horas”. (“Hoy, como casi siempre, voy a disfrutar de una
siesta…uno de los grandes inventos de la humanidad como dijo
aquel oscuro filósofo… ¿cómo se llamaba?...bueno, no importa
como se llamaba…”). Con la cara roja se despertó al son de otra
música relajante, interrumpida cada dos minutos por la voz dulce

26
que anunciaba las 15 horas. Palmeó y la voz desapareció. Disfrutó
la música mientras se vestía. Tras una última mirada al espejo,
pasó la puerta (y allí cesó también la música). En el portón de la
cooperativa y en punto llegó el microómnibus naranja. Se detuvo y
arrancó silencioso impulsado por la batería eléctrica que duraba
dos días y se recargaba en la central solar. Cuando estacionó cerca
de la fábrica donde trabajaba Váruna, el estómago le empezó a
molestar. Al aproximarse del edificio alargado ella lo llamó.
– Estoy volviendo. Después del almuerzo fui a ver una
película estupenda con Lucía.
– Ah sí; ¿y de qué trataba? – preguntó –, ganando tiempo.
Ella le contó largamente la historia de amores
desencontrados y tele-transportes moleculares hacia uno y otro
lado del planeta lejano donde las personajes evolucionaban. De
pronto se interrumpió y lo invitó a jugar al boliche. A cada bola
que Váruna tiraba él la miraba de atrás, juntando fuerza. Ella se
concentraba en el juego y se reía con sus errores. Decidieron
volver caminando cuando la noche empezaba a caer. En la
cooperativa Raimundo y Soraya los invitaron a jugar a los tele-
naipes. Se miraron contrariados pero no podían negarse. Un par de
horas más tarde volvieron a casa.
– Hogar, dulce hogar – suspiró Váruna – Estoy tan cansada
que me voy derecho a la cama.
Él se tomó un jugo mirando la pantalla silenciosa de la TV,
donde unos animales desconocidos se perseguían mutuamente.
Cuando volvió dispuesto a hacerle la pregunta ella roncaba
suavemente.
Cuando se despertó, Váruna ya se había ido, dejando en su
lugar una mariposa de seda. Él la acarició y sin desayunar se
dirigió al edificio de la panadería. Casi junto con él llegaron las
otras cinco que componían esa semana el equipo de tres hombres y
tres mujeres. Como de costumbre las otras le pidieron que él se
encargara de los croissants y Roberto no se hizo rogar. Todos
pusieron a andar los aparatos movidos a energía solar y/o eólica, e
hicieron las primeras manipulaciones con la harina “blanca como

27
una garza blanca”; (Roberto se sonrió por esa ocurrencia poética).
Julia se presentó, ofreciéndose para leerles un libro, pues esa era su
tarea en las mañanas de ese decario; se miraron interrogativamente
y respondieron que no; Julia se fue con su voz a otra parte;
eligieron una secuencia musical y el ambiente se llenó de sonidos
envolventes. Después se ayudaron mutuamente, intercalando las
labores individuales de las respectivas preferencias. La mañana
estaba muy avanzada cuando todos los panes, tortas y bizcochos
quedaron dispuestos, hinchándose lentamente, hasta que en la hora
fijada el robot los hiciera cocer en el horno, para retirar cada tipo a
su debido tiempo. Las seis abandonaron en plena charla la
panadería. Roberto volvió a la casa y al ver la luz encendida se dio
cuenta de que Váruna ya había vuelto.
– Váruna, quiero bañarme contigo…
Ella salió envuelta en una toalla azul.
– Lo siento, pero acabo de bañarme.
(“Es una pena, porque en el baño quizá la pregunta me
hubiera salido más fácil”). Roberto se duchó rápidamente y cuando
terminó de vestirse Váruna lo esperaba en la puerta, respirando el
perfume de los naranjos en flor. Juntos se dirigieron al comedor.
Se sirvieron en la bandeja las delicias variadas que se ofrecían en
larga serie. Ella quiso sentarse cerca de Julia en la gran mesa, pero
él prefirió una pequeña, situada en un rincón de penumbras.
– Sabes, hoy en la industria pasó algo raro…
Roberto la miraba, juntando coraje. – ¿Cómo, raro?
– Sí, uno de los robots se trancó y sólo atinaba a decir:
“Robot número 32, montador de computadoras”. Y lo más
increíble es que Adela, que esta semana me acompaña durante las
mañanas en la vigilancia de los robots, en vez de reírse, se puso a
gritarle. De inmediato pensé que Adela tendría algún problema
personal, pues hace siglos que nadie se irrita ni se estresa en lo que
en la prehistoria llamaban trabajo. Mientras yo le decía al robot
que necesitaba acompañarme hasta el taller de reparación, Adela
empezó a desembuchar…

28
Roberto la miraba tragando saliva y pensando que a Adela la
podía pisar un tren (cosa que sabía que era imposible, pues hacía
mucho tiempo que todo vehiculo detectaba a prudente distancia a
cualquier obstáculo, con el fin de frenar a tiempo, o desviarse,
según fuera lo más indicado).
– … Resulta que Cristina, la encargada de turno este mes, le
hizo una observación sobre la forma en la que Adela distribuía las
tareas de los robots y Adela se sintió ofendida. Imagínate, me
decía, que Cristina es la segunda vez que hace un turno trimestral
en la fábrica, y yo ya hace cuatro veces que allí presto servicios.
Roberto pensaba: ¡Qué me importan Adela y sus robots y la
pesada de Cristina!
– … Entonces yo le sugerí que en la próxima reunión de todo
el equipo, este Chedía, ella haga saber su disconformidad y
exponga los por qué de su manera de programar la tarea de los
robots. Y, como vi que se calmaba, le recordé que Cristina partiría
dentro de poco para dar clases en un escuela, o para ser azafata, y
ella se vería libre de esas críticas, que, además, le agregué, quizá
tuvieran algo de sensato.
La comida transcurría placentera, pero la historia de Adela
continuaba, mientras Roberto esperaba una pausa en vano.
– … Finalmente Adela estuvo de acuerdo conmigo, y
además se consoló con la posibilidad de pedir transferencia
inmediata…sabes como le gusta cuidar niños en la guardería…
Niños, pensó Roberto; ahora o nunca. Pero Váruna ya se
levantaba para dejar la bandeja donde un equipo de los comensales
haría su labor semanal de vigilar las máquinas de limpieza.
Volvieron a casa caminando abrazados. Váruna filosofaba,
mirando la luna muy visible en plena tarde – No sé cómo podía
vivir aquella gente que pagaba por todo lo que está hoy a nuestra
disposición: casa, comedor, transporte, ropas, viajes, deportes,
cine, libros…
Distraídamente Roberto se sacaba la ropa y casi sin
resolverlo decidió que mañana era otro día y que la pregunta podía
esperar algunas horas más. Al fin de cuentas dentro de dos días, en

29
el Gandhía de aquel decario, se haría la fiesta quincenal de la
cooperativa; durante la mañana, asamblea para hacer el balance y
afinar los proyectos (según la norma de las “tres R”: revisión,
rectificación y reimpulso); luego gran almuerzo colectivo; siesta, y
por la tarde baile o cine o teatro en el salón cultural de la
cooperativa; de noche a vagar por la ciudad vecina, recogiendo en
los árboles que bordeaban las calles, algún melocotón, o ciruela, o
naranja tempranera, hasta llegar a la casa de algún amigo o hasta el
centro de diversión elegido. Ya estaba metido en la cama cuando
Váruna apareció cubierta sólo por un brevísimo camisón celeste y
transparente. La penumbra realzaba su perfume. Se metió debajo
de la sábana y susurró:
– Roberto, como elegimos tener marido-mujer única, ¿no te
parece que ya es hora de que tengamos un hijo?
Acto seguido le dio un beso, mientras le preguntaba por qué
había suspirado de aquella forma.
– Muy serio Roberto empezó a sacarle el camisón, mientras
le decía: “para no perder tiempo pongámonos ya en camino; hoy
mis preservativos dormirán el sueño de los justos en la mesa de
luz”.

30
LA ESCUELA ECOMUNITARISTA

Yazmín y Romeo, que así se llamaban las hijas de


Almotásim y su esposa, partieron entusiasmadas, como de
costumbre, hacia la Escuela. Frecuentaban lo que en otros tiempos
se llamó el Ciclo inicial de la enseñanza de segundo grado (o, en
algunos países, para homenajear a Aristóteles, el Liceo). Mientras
caminaban repasaban las directrices pedagógicas fundamentales
que las educadoras les habían resumido a una y otro, juntando
grupos de años diferentes, aquel decario: 1) vincular los
contenidos de clase a cuestiones de la realidad socioambiental
vigente, de tal forma que los mismos sirvan para instrumentalizar
una comprensión profunda y reflexiva de la misma, y hacer posible
una toma de posición crítico-transformadora a su respecto; 2)
reservar espacios para la discusión de esas cuestiones, sin tener
miedo a que ello signifique apartarse del tratamiento “técnico
específico” de los contenidos, pues sin eso, éstos caen en el vacío
(para, entonces, perderse irremediablemente tras un corto período
de tiempo); 3) fundamentar el trato “técnico” de los contenidos y
la discusión de las cuestiones socioambientales a ellos vinculadas,
en la investigación experimental, de campo y/o bibliográfica,

31
llevadas a cabo por las alumnas con la orientación de las
educadoras; 4) incentivar el trabajo colectivo y no la competencia
individualista entre los alumnos, y el diálogo profesor-alumnos
como instrumento de la “re-construcción” de los conocimientos y
posturas; 5) incentivar las acciones de reivindicación y de
propuesta de los alumnos en el ámbito de la Escuela, del barrio de
la Escuela, el barrio de residencia del alumno, la ciudad, el país y
el planeta en su totalidad (en materia de producción-distribución-
consumo, urbanismo-higiene, alimentación, vivienda, transporte,
salud, sexualidad, y demás temas de ecología y/o de relevancia
personal y/o socioambiental), ejercitando el pedido de cuentas a
los administradores de los diversos niveles; 6) promover el diálogo
y la discusión en el aula y fuera de ella con personas dotadas de
experiencia vital o especialización particularmente relevante
(como, por ejemplo, agricultoras, pescadoras, servidoras de la
salud, operadoras de robot y medios de transporte, ancianas, etc.)
directamente comprometidas en las cuestiones estudiadas-
discutidas, y, 7) realizar acciones colectivas para resolver, por lo
menos parcialmente, las cuestiones socioambientales estudiadas .
Yazmín y Romeo destacaron, respectivamente su entusiasmo por
las directrices “4” y “7”. Yazmín recordó a su hermano que
estaban muy avanzados en ese itinerario (que conocían desde la
etapa anterior de escolarización y que ella había revisado el
decario pasado con el tutor que la acompañaba personalmente para
guiarla en sus áreas de mayor interés que eran la pintura y la
computación), y que ese día discutirían el relevamiento
socioambiental realizado en el barrio de la escuela. Habían
enfocado situaciones que abarcaban todas las dimensiones
detalladas en la directriz “5” y ahora, con la ayuda de dos
educadoras, la una más versada en matemática y estadística, y el
otro en estudios sociocomunitarios, comenzarían la tarea de
interpretar los datos, profundizarlos con conocedoras, y delinear
las acciones correctivas exigidas por la directriz “7”. Como
principales problemas habían detectado la existencia en el barrio
de un grupo de jóvenes que fumaban una extraña hierba que las

32
dejaba aturdidas por un tiempo, la falta de cuidados para con los
árboles y jardines en uno de los complejos habitacionales, y el
atraso de algunas servidoras temporales de aquel semestre en el
puesto de salud. Ahora se trata de cuantificar los hallazgos y de
discutir sus causas y significación; es en esas actividades que la
Matemática, que antes me resultaba tan aburrida y abstracta, me
cautiva y me entra para quedarse – agregó Yazmín.
Cuando su hermana lo permitió, deteniéndose un instante
para respirar, Romeo le espetó con la cara radiante: – “Hoy nos
toca realizar un Juicio Simulado, y yo seré uno de los personajes
centrales. El tema es el de una pareja en la que una de sus
integrantes, (yo), sólo quiere su propio placer, sin interesarle el de
su compañer@. Nuestra educadora nos recordó que en la
prehistoria y venciendo incomprensibles tabúes, un oscuro
pensador pidió a la escuela una educación sexual que, en base a las
tres normas fundamentales de la ética, respetase el autoerotismo de
la masturbación, aunque promoviendo la evolución hacia el hetero-
erotismo, igualmente válido tanto en su variante heterosexual
como en la homosexual, siempre que se base en aquéllas normas, a
la luz de las cuales la pareja debe proporcionarse recíprocamente
un placer compartido, sin vergüenzas ni cortapisas”.
Impaciente Yazmín lo cortó: – “Debe ser el mismo que
recomendó las siguientes medidas de educación sexual básica, que
comentamos el año pasado: a) Las madres no tienen por qué
ocultar a sus hijas sus partes genitales ni hacer misterio sobre su
uso; explicaciones adecuadas a cada edad deben incluir con
naturalidad los órganos genitales en la dinámica del cuerpo como
un todo, y aún en la aclaración del proceso de gestación y
nacimiento de las niñas; esta conducta significa responder con
naturalidad a la curiosidad explícita o implícita manifestada por las
niñas, sin caer en las exageraciones que llevan a que algunas niñas
(no raramente hijas de personas con estudios en psicología)
realicen una verdadera “fijación”, refiriéndose obsesivamente a las
cuestiones sexuales; b) desde la más tierna infancia contextualizar
el vínculo sexual dentro del universo de lo predicado por las dos

33
primeras normas de la ética, a saber, el respeto por la libertad de
decisión individual y la vía del consenso libre como forma de
resolver cualquier cuestión, incluidas las de carácter sexual,
atinente a nuestra relación con Otro; c) aplicar también esas ideas
en la actividad escolar (por eso, entre otras cosas, en verano
solemos tener clases desnudos); también recomendó que para los
púberes y adolescentes, a las prácticas anteriores debía sumarse el
uso de sesiones de video donde a partir de películas eróticas pueda
explicarse y discutirse la vivencia concreta del heteroerotismo (el
decario pasado vimos una buenísima, y otra de la época de la
pornografía de la prehistoria que era al mismo tiempo cruel y
ridícula)”. La joven hizo un esfuerzo de memoria, titubeó y luego
agregó: – “Creo que para los adultos recomendaba aquel hombre el
uso de esas mismas películas y la implementación de otras
actividades grupales de (re)educación sexual en los centros
laborales, instituciones educativas, clubes deportivos, sociales y
artísticos, y demás instancias de la vida individual-comunitaria”.
– Déjame terminar, exclamó Romeo. Yo precisamente
interpreto un personaje que se parece a uno de esos ridículos seres
de la pornografía prehistórica; pido y exijo de mañana, de tarde y
de noche, sexo oral; pero cuando me siento satisfecho me doy
vuelta en la cama y me dispongo a dormir como una piedra…¡Si
vieras lo bien que lo hago!..Ya algunas de las compañeras que
anteayer espiaban el ensayo, no pudieron contener las carcajadas…
Y ya querían comenzar a opinar, como cabe en estos Juicios
Simulados, para que se llegue a las conclusiones pertinentes.
Ambos se internaron en la frondosa arboleda, salpicada por
las huertas escolares que ellos y las docentes y funcionarias de
turno atendían, para alimento de la olla de la escuela y como
escenario de muchas prácticas de enseñaza-aprendizaje sobre los
más diversos tópicos de matemáticas, lengua, geografía, biología,
física, química y algunas otras áreas; en el pasto y en los árboles
circulaban, despreocupados, animales variados, que la convivencia
pacífica a lo largo de siglos había hecho otra vez plenamente

34
confiantes en los seres humanos, que en la prehistoria les habían
hecho tanto daño.
En ese momento los alcanzaron Atahualpa y Eric; al
primero, que ya terminaba el Segundo Ciclo, lo acompañaba su
robot porta-equipajes, porque ese día, excepcionalmente, se dirigía
cargado a la escuela. Mirándolo interrogativos, obligaron a
Atahualpa a explicarse:
– Llevo el prototipo del nuevo robot que he montado para
ayudar a las poquísimas personas que la medicina no puede curar
de la ceguera. Como ven, es un robot pequeño, y les agrego que
tiene rueditas, que acompaña a la persona por donde quiera que
vaya, en su casa o afuera, y cuando ésta se lo pide, le describe todo
lo que ve a su alrededor, o le lee un libro, o le cuenta una película
en exhibición…Ahora, les confieso que tanto o más que ese robot,
me atrae la actividad que este semestre me ocupa por las tardes en
las que no practico deportes o no hago música, que es ayudar a
cuidar a los animales huérfanos o enfermos que se encuentran en la
ciudad y sus alrededores.
Como entendiendo la charla, dos conejos vinieron a olerle
los zapatos, y un pavo real tornasolado empezó a caminar a su
lado. La floresta y las huertas dieron paso a una explanada repleta
de jardines floridos y fuentes cantaroleantes que imitaban a las de
Versalles; cerca del centro de la gran explanada aparecieron las
canchas deportivas cubiertas y descubiertas, y alrededor de la
explanada y recortándose contra el umbral de la floresta, se
distribuían los diversos edificios escolares. Al llegar a la fuente
central, donde un dios azuzaba una carreta tirada por cuatro
poderosos caballos que parecía que saldrían del agua a cualquier
momento con sus lomos chorreantes, cada una de las jóvenes
siguió su camino hacia el edificio que la esperaba. Lo mismo
hacían una centena de túnicas que salpicaban de blanco aquel
escenario multicolor.

35
EL AMOR LIBERTARIO

La reunión estaba animada; la sala era un cuadrado de unos


10 metros de lado y en una de las paredes una cascada descargaba
su suave rumor de agua. Algunas personas estaban acomodadas en
sofás, otras en literas que hacían recordar a las romanas, y otros
preferían las redes que colgaban entre los helechos gigantes
iluminados por el ventanal no menos grande. Akira hablaba con
voz de terciopelo:
– … nuestro grupo amoroso no ha tendido novedades este
semestre; nadie ha querido salir y nadie ha sido invitado a entrar;
como ustedes saben, por acaso somos cuatro mujeres y cuatro
hombres; tenemos a nuestro cuidado cinco niñas, de los que aquí
ven a los mayorcitos, que son Atahualpa y Eric; continuamos
viviendo en un edificio de dos plantas en el que las adultas tienen
sus habitaciones en el primer piso y las niñas en el segundo; como
todas nos amamos, las noches reciben en cada habitación de las
adultas a cualquiera de las habitantes del primer piso; no hemos
constatado casos de relación homosexual, pero tampoco nos
oponemos a esa vivencia; las niñas están muy contentas de tener
cuatro madres y cuatro padres, porque siempre hay un adulto que

36
tiene tiempo de cuidarlas, acompañarlas en lo que necesiten, y
orientarlas en lo que haga falta; cada una sabe de qué madre ha
nacido, pero no quién es su padre, cosa que sólo el test de ADN
podría determinar, en caso de necesidad para evitar futuras
relaciones consanguíneas que podrían tener efectos nocivos; y les
parece muy bien así, porque si cada madre es cariñosa y dedicada
con cada una de las cuatro niñas, más aún lo son los padres,
ignorantes de la paternidad biológica que a cada uno corresponde;
el otro día, desde la curiosidad de sus seis años, Nguyen preguntó
por qué su amiguita Carina tenía sólo un padre y una madre, y le
respondimos que sus madres eran libres para escoger el número de
formadores del matrimonio, pero que Carina debía darle pena
porque tenía sólo dos madres para cuidarla, mientras que él tiene
ocho.
Las risas fueron unánimes.
– Pues nosotros seguimos tan conservadores como lo eran
buena parte de los humanos de la prehistoria – interrumpió
Almotásim –; por ahora Rafaela y yo nos bastamos.
Y como estaban sentados uno al lado del otro en un sofá, se
tomaron las manos. En sendas hamacas sus hijas no contuvieron
una sonrisa, y Yazmín dijo casi sin pensarlo “si a veces una madre
ya es difícil de soportar, me imagino lo que será tener que aguantar
a cuatro al mismo tiempo”.
Almotásim pensó en silencio que hacía poco le había dicho
algo muy parecido a su mujer sobre las suegras (“sin duda que
algo del carácter se ha trasmitido por la herencia”).
Entonces uno de los integrantes del grupo matrimonial de
Akira lanzó el desafío: – ¡No me vayan a decir que nunca se han
sentido atraídos por otra persona en estos años!
Rafaela reaccionó rápida: – Claro que sí, e incluso hemos
hecho el amor con otras personas, tanto Almotásim como yo; las
niñas lo saben; pero cada vez que eso ha ocurrido, concluimos que
el sexo que hacemos los dos juntos es el mejor, y que la vida es
mucho más que sexo, porque hasta ahora no hemos encontrado en
nadie esa complicidad de opiniones y sentimientos que una mirada

37
basta para comunicar.
Entonces irrumpió la voz alegre de Ingmar: – Lo mismo digo
del amor que nos une con Miguel, con la diferencia de que todavía
no sentimos la necesidad de encargar o adoptar un hijo. Los dos
hombres se abrazaron y besaron suavemente en la boca.
– Pues no saben lo que se pierden – saltó Martina – Erika y
yo, dos mujeres bonitas y completamente apasionadas la una por la
otra (los aplausos de los presentes fueron atronadores) hace más de
diez años adoptamos a esa preciosura que tienen ahí.
Lumumba se sintió algo incómodo, pero sus enormes ojos
negros lanzaron un destello de alegría. Yazmín le tomó la cara y
mirándolo al fondo de los ojos le espetó: – Suerte la tuya,
Lumumba, pues eres fruto de una elección deliberada y no de una
distracción en algún contraceptivo.
Lumumba fue el primero en reírse, y se puso de pie y
agradeció con amplio gesto, imitando a uno de aquellos que había
visto hacer en el teatro a los tres mosqueteros en presencia de la
reina.
– ¡Pausa para el té o los jugos! gritó Andrea, precedida por
una mesita-robot que traía lo anunciado, desplazándose sin ruido.
Entonces los sofás, redes y literas se vaciaron y manos golosas se
acercaron a la mesa robot, que decía con voz entrecortada y
metálica “no ensucien las alfombras, porque si lo hacen soy yo
quien tendré que pasarme horas fregándolas después!”

38
LA COMUNICACIÓN SIMÉTRICA

Aquél semestre Carolina decidió prestar sus servicios en la


TV; como todas las de su género era comunitaria y podía ser
sintonizada en cualquier parte del planeta; no obstante hacía un
siglo que tras una larga discusión y plebiscito planetario a través
de Internet, las comunidades decidieron que habría un horario de
ciento veinte minutos diarios en la que todas las TV estarían
interligadas para transmitir el mismo programa que informaba lo
acontecido en el planeta en el tiempo transcurrido durante su
última vuelta; claro, que para evitar predominios indeseables, ese
programa quedaba a cargo, de forma rotativa, de emisoras
distribuidas en todas las zonas de la Tierra (y aún de aquéllas fuera
de ella donde había conciudadanas); aquella semana la TV adonde
se dirigía Carolina hacía parte del equipo de su región que
preparaba el informativo mundial diario; la próxima semana le
tocaría el turno a un grupo de emisoras localizado al sur de lo que

39
había sido la India. Carolina apuró el paso y entró al salón
comunitario. Allí se agolpaban en un auditorio bullicioso unas 100
personas, cuyas edades iban de los 7 a los 100 años (como
mínimo, pues a esa edad se paraba de contar y a cada año
subsiguiente se volvía a festejar el centenario del bienaventurado).
Carolina pensó que la asistencia no estaba mal para una actividad
que era libre y que rotaba obligatoriamente a cada día, de tal
manera que cada uno de los presentes no había estado allí en la
víspera ni volvería a estar mañana. Carolina invitó a todas a
contemplar la pared-pantalla que estaba atrás del estrado y dijo: –
Veamos primero lo que los miembros de nuestra propia comunidad
nos han hecho llegar; después veremos lo que nuestro equipo
coordinador rotativo ha juzgado más interesante de lo que ha
llegado de todo el mundo.
La pantalla se iluminó y apareció la lista de temas de la
comunidad: el robot concebido por Atahualpa (muchas manos
aplaudieron), el Juicio Simulado sobre el amante egoísta (hubo
tantos aplausos como antes), la reunión sobre las distintas formas
del amor matrimonial (viejos y jóvenes aplaudieron por igual), la
distribución de los productos de una granja agroindustrial (se
oyeron voces que protestaban: “¡eso ya es más que conocido!”), el
relato de Franz sobre su última estadía en la estación espacial
“Simón Bolivar” (mucha gente apoyó ruidosamente), las
propuestas de la última asamblea comunal para mejorar nuestra
opción por el “embalaje cero” (fue lo más aplaudido)…y…el caso
del muchacho que se apropió de un laptop ajeno (hubo escasos
aplausos ). Carolina siguió diciendo: – como cada una de ustedes
ya vio en la pared-pantalla de su casa esas filmaciones, propongo
que se abra el turno de las propuestas argumentadas, para que
podamos indicar, como saben, a la coordinación regional, los tres
asuntos nuestros que necesariamente harán parte del próximo
informativo; no hace falta repetirlo, pero saben que cada una de las
10 emisoras que participa esta semana de la elaboración de la
programación mundial, incluirá tres temas relativos a su
comunidad; luego votaremos aquí un tema mundial, que se unirá a

40
por lo menos otros 9 indicados por nuestras conciudadanas de las
otras 9 comunidades de turno.
La discusión fue siempre argumentada, pero a veces
acalorada. Finalmente hubo unanimidad. El robot de Atahualpa
podría ayudar a millones de personas; el “embalaje cero” era una
búsqueda constante desde hacía siglos, pero no estaba demás
informar las novedades sobre la eliminación de embalajes que la
comunidad había instrumentado en el último año, y esas
experiencias podrían interesar a todas las terráqueas; por último, y
tras reñida votación, pues aquí no hubo consenso, el juicio
Simulado le ganó por pocas manos a Franz.
Muy bien, dijo Carolina, – ahora pasemos a las noticias
mundiales. Establecimiento de una base en el más lejano astro
hasta ahora poblado de seres humanos, Karnak; inundaciones en
África y el funcionamiento de las medidas solidarias previstas para
el caso; Uruguay campeón del mundo de fútbol después de 354…
no… 357 años; y…furor de la nueva danza que viene de lo que fue
Japón.
Esta vez la discusión fue ardua y compleja. Los argumentos
se sucedían, ora destacando los méritos humanos de la noticia, ora
su contribución a la crítica y autocrítica indispensables para la
renovación-conservación del ecomunitarismo, ora el carácter
inusitado de un hecho. Al fin, y entre sonrisas, ganó la exótica
noticia de la hazaña uruguaya; no era todos los cuatrienios que una
región habitada por poco más de 10 millones de personas paría un
equipo capaz de consagrarse campeón del mundo; allí estaban
visibles las cualidades eternamente necesarias para el desarrollo
humano: la garra, la dedicación solidaria y la vergüenza.
– Muy bien, dijo Carolina. Si nadie quiere agregar nada, la
asamblea está terminada por hoy. De inmediato me comunicaré
con mi laptop-TV con las colegas coordinadoras de las otras
emisoras y comenzaremos a montar el informativo.
El Centro se fue vaciando de a poco, mientras Carolina se
acomodaba en la mesa del estrado para hacer lo prometido,
acompañada por siete niñas curiosas.

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LA POLÍTICA DE TODOS

Thaleb recorrió uno a uno los argumentos que había


ordenado en su laptop en base a la noticias de la TV, a sus
investigaciones en Internet, a las dos discusiones anteriores en la
asamblea comunitaria, y a los resúmenes de la lista de discusión.
Imprimió en dos páginas el producto de su trabajo de dos meses y
se dirigió al Centro Comunitario Mayor. Unas cinco mil personas
abarrotaban aquel espacio multiuso, con tabiques corredizos muy
livianos y fabricados del nuevo material que se había inventado
hacía poco, que permitían dividir el gran Centro en otros tantos
espacios menores, para adecuarlo al público de cada actividad
cultural, deportiva o política. Al entrar había recibido, como cada
uno de los presentes, el micrófono-cámara miniaturizado que se
había abrochado en el pecho; la participación era voluntaria y la
edad mínima para sesionar allí era de 12 años. Buscó algún
conocido en la multitud y vio a muchos; al fin se sentó al lado de
Almotásim y su mujer. No habían pasado ni dos minutos de su
llegada cuando se escuchó un carraspeo. Se iluminaron las

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pantallas gigantes distribuidas alrededor de las paredes y las que
colgaban del techo móvil del enorme óvalo digno de Niemeyer.
– Hola, como saben soy Noemí, una de las designadas por la
asamblea anterior para coordinar esta última reunión de la que
saldremos cada uno hacia su casa para votar…
Cada pantalla mostraba dos imágenes, una más lejana que
captaba la tarima giratoria que en el centro del óvalo recibía a seis
personas acomodadas en cómodos sillones, y la otra, en
primerísimo plano pues salía del pecho del orador o la oradora.
– … cada uno ha recibido a través de la lista de discusión los
principales argumentos pro y contra emanados de la asamblea
anterior. Pero no está demás repetir una vez más lo que habremos
de decidir a escala planetaria (y con los votos de las conciudadanas
que están viviendo definitiva o provisoriamente en otros astros), y
cuáles son los principales argumentos a favor del “sí” y del “no”.
La pregunta es la siguiente: “¿Cree usted que de las actuales cuatro
horas diarias que cada uno tiene que dedicar por día a la actividad
productiva regulada comunitariamente, hay que pasar a tres?”; en
resumen, debemos decir si creemos que debemos producir una
hora menos por día. Los principales argumentos a favor del “no”
son los siguientes: a) según los cálculos realizados, esa reducción
de una hora, en las actuales circunstancias llevaría a no poder
garantizar la renovación bianual de los robots caseros, ni la visita
bianual a un Museo y una región distantes, ni la atención en tres
horarios de funcionamiento diarios en los Centros multiusos
suficientes para satisfacer a todos los interesados; b) también se
argumenta que esa disminución puede ser prejudicial a la
formación del carácter de los jóvenes, que creerán que todo se
recibe sin esfuerzo. A eso responden los partidarios del “sí”: a) que
podemos vivir perfectamente con robots que se cambien cada
cuatro años, que si hiciera falta el derecho de visitar un Museo y
una región distante podría alargarse a un lapso de tres años, y que
si los Centros no dan cabida a todos, habrá que turnarse, y nadie se
morirá por no poder usar el Centro las 24 horas del día; y en
relación a “b”, que argumentos parecidos se usaban en la

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prehistoria, cuando nuestros antepasados fueron obligados a
trabajar hasta 16 horas diarias y tuvieron que batallar siglos para ir
reduciendo poco a poco la jornada laboral, y, en segundo lugar,
que lo que forma el carácter de las jóvenes es la buena educación
casera y comunitaria, y no una hora más o menos de actividad
diaria. Acto seguido abriremos espacio para que hablaran en
números iguales, y de manera alternada, partidarios del “si” y
del “no”.
Rápidamente, varias manos se alzaron. Gopar, que se
identificó como del tercer sexo, insistió que lo importante no son
los robots sino el vivir, y que una hora más de libertad para hacer
algo, o incluso quedarse tendido en la red mirando el cielo, era una
hora más ganada para la vida. Le respondió Leonor, feliz de ser
mujer – dijo –, recordando que producir para los otros y para sí
mismo es una actividad vital, en todos los sentidos de la palabra-
subrayó. Vino entonces Carmelo – hombre, afirmó, para la risa
general – y destacó que la apertura de los Centros durante los tres
turnos era un espacio más ofrecido a la libertad de elección, y que
había en todo el planeta (y mas allá) gente con las más diversas
preferencias por la mañana, la tarde y la noche, tanto para producir
comunitariamente, como para hacer arte, deportes, divertirse, o
simplemente, dormir. Augusta subrayó que le hacía gracia la
objeción moralista prehistórica que sospechaba de haraganería a
las jóvenes, como si las que enuncian esa tesis no supieran que
hace siglos que los humanos no vivimos más sometidos a normas
externas, pues todas las obligaciones las asumimos
consensualmente (y cuando es preciso en casos excepcionales con
el voto de mayorías absolutas) a partir del ejercicio de nuestra
libertad de concebir y evaluar argumentos; si mal no recuerdo –
completó –, esa propuesta data de la obra de un oscuro pensador
que vivió entre los siglos XX y XXI de la antigua era cristiana.
Thaleb pidió la palabra para agregar otro argumento a favor del
“sí” que se conectaba a uno de los centrales pero tenía su
especificidad: hay gente – dijo – que se hace tan dependiente de
los robots, que se niega a cargar pesos, y si se olvida de practicar

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deportes, esa falta de ejercicios resultará sin duda nociva a su
salud; por eso – concluyó – hay que incentivar una disminución de
nuestra dependencia en relación a los robots, e incentivar un mayor
uso de nuestro cuerpo, sin caer, claro – remató – en las
exageraciones criminales de la prehistoria capitalista. Uno de los
robots que servía refrescos en el centro atinaba en aquél preciso
instante a pasar a su lado y su comentario fue breve y metálico:
“¡reaccionario!”; su exclamación se coló por el micrófono de
Thaleb, y el Centro estalló en una gran carcajada. Thaleb volvió a
sentarse sonriendo, mientras el robot se alejaba rapidito,
haciéndose el distraído. Y así se sucedieron las oradoras por casi
dos horas. Entonces Kimal, otra de las coordinadoras de aquella
sesión preguntó si todas las presentes se sentían suficientemente
esclarecidas.
– Que cada uno se pronuncie en su micrófono por “sí” o por
“no”; aclaro que se trata de decir si se considera o no
suficientemente ilustrado, y no hablamos de su voto acerca de lo
que tenemos que decidir, pues eso cada uno lo hará desde su casa.
Un murmullo recorrió el óvalo y de inmediato grandes números
aparecieron en todas las pantallas. Casi cinco mil por el “sí”, unos
pocos por el “no”. Bueno, dijo Kimal, creo que el resultado es
claro; buen regreso a todos y buena votación.
Thaleb se despidió de Almotásim y Rafaela, cambiando
todavía algunas impresiones sobre el tema en discusión, e
inquiriendo nuevas de las hijas del matrimonio. Cuando llegó a su
casa accionó su laptop, entró al sitio de votación, marcó su código
de usuario y seña, y acto seguido, sin vacilar, optó por el “sí” y
confirmó su voto. Durmió unas dos horas y se despertó junto a
tiempo de acompañar en la TV-ordenador-interactiva el anuncio
indirecto del plebiscito planetario. La participación había sido del
96¨% de los habilitados para votar; más del 85% de los votantes
habían optado por el “sí”, poco menos de 10% por el “no” y el
resto se había abstenido. “Nunca entenderé a esta altura de los
siglos a los que no votan o se abstienen en temas como este”,
pensó Thaleb. Y como tenía a su robot desactivado varios días por

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semana, se levantó para recoger en el refrigerador una malta para
celebrar el triunfo compartido con ocho de cada diez humanos
repartidos en el planeta entero y algunos astros más allá. Por el
ventanal abierto de su living entraba el inconfundible y delicioso
aroma de los jazmines y el eco de músicas más o menos cercanas
que celebraban el triunfo. Mientras se duchaba rápidamente para
salir a festejar con amigas y desconocidas, Thaleb pensó que dos
decarios más adelante tocaba decidir si se cambiarían o no los
viejos plátanos de las aceras del barrio por naranjos; con la
diferencia de que en ese caso los únicos que votarían por Internet
serían los enfermos y los ausentes temporariamente, pues el grueso
de los votos se recogerían directamente al fin de la asamblea
realizada en el gran Centro Comunitario.

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MÁS ALLÁ DE LA TIERRA

El grupo se apiñaba en un gran anfiteatro al aire libre,


cavado en la roca para servir de Centro Comunitario sin paredes ni
techo, porque en Karnak no llovía sino dos decarios por año
(siempre rigurosamente en las mismas fechas), y nunca soplaban
grandes vientos. Arriba de sus cabezas tres grandes Lunas,
bautizadas en homenaje a la Tierra como Atlántica, Pacífica e
Índica, flotaban con un color violeta claro. Igual o parecido
espectáculo se vivía en muchos miles de Centros de una docena de
astros repartidos en los confines de la Vía Láctea y aún fuera de
ella, porque, como sabemos, al estar la Tierra en uno de los
extremos de la galaxia, a los humanos les resultó más cercano
llegar a algunos astros exteriores a ella, que viajar hasta zonas
distantes de la misma. Un poderoso telescopio coronaba la
montaña rojiza más próxima al anfiteatro. Entonces una voz dijo:
– Atención que la imagen está llegando.
Una pantalla gigante se desplegó ante el anfiteatro y
aparecieron varios astros flotando silenciosamente en un fondo

47
negro. El sistema de indicación visual-sonora señaló y nombró los
siguientes: Sol, Mercurio, Venus, Tierra, Marte. Entonces el sol se
convirtió en una llamarada que engulló a los nombrados y se
prolongó más allá de Marte; una mancha amarillenta parecida a
una nube ocupaba el lugar de lo que habían sido astros separados.
En el anfiteatro muchas personas lloraron; las ancianas atrajeron
hacia sí las cabezas de las niñas para que no siguieran viendo
aquéllo.
La misma voz de antes resonó: – Les recordamos que lo que
ahora ven ocurrió hace cientos de años, y que miles de años antes
de que eso ocurriera, todas las conciudadanas de la Tierra fueron
evacuadas, y hoy sus descendientes viven, como nosotras, en otros
astros de dentro y fuera de la Vía Láctea, a distancia prudente del
Sol. Y no se olviden que, estemos donde estemos, heredamos de la
Tierra el ecomunitarismo como forma de vivir y de morir; ese ha
sido su mejor legado.

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BUSCANDO
AL PROFETA

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LA PROFECÍA

A lo lejos se ven las flechas de lo que imaginó eran dos


templos. Una suave hondonada condujo el camino hacia un arroyo.
El caballo no se hizo rogar y se dispuso a beber.
De la curva sale sin aviso una gitana muy arrugada acompañada de
una niña. Se ofrece para leerle la suerte. Dice que no,
argumentando que no tiene dinero. La gitana responde que sí lo
tiene en el bolsillo derecho del pantalón; y sin esperar respuesta
allí mete la mano hasta tocar las monedas. Avergonzado saca dos
monedas y extiende la otra mano. La gitana observa la palma
mientras la niña acaricia el caballo que aún bebe a sorbos
pequeños. La vieja levanta los ojos y lo mira con respeto.
– ¿Qué ve?

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La vieja se seca las manos en un delantal de color indefinido
y bajando los ojos vuelve a mirar la mano que sigue abierta.
– Buscas al Profeta y lo has de encontrar en la ciudad
grande.
– ¿Cuál, cuándo?
La gitana no dice nada más; se niega a recibir las dos
monedas que le tiende; tira del brazo a la niña y haciendo
reverencias se pierde en la curva siguiente del camino.
El caballo, ya satisfecho, se endereza, dispuesto a proseguir.
En la cima de la hondonada monta pensativo.
La ciudad se acerca, anunciada por pequeñas granjas
salpicadas de árboles frutales.
A ambos lados de la puerta, abierta de par en par, dos
guardias velan. Las murallas están desiertas.
La calle empedrada sube lentamente y luego se hace plana.
Las casas son casi todas iguales, con tres plantas estrechas
rematadas por un aguzado techo de dos aguas. Las ventanas hacen
brillar sus vidrios pequeños unidos en cuadrículas. Un movimiento
que juzgó demasiado ruidoso agita a los transeúntes que se
aprietan en las veredas estrechas para evitar a los vehículos. En
una esquina y mirando hacia la izquierda creyó ver el muro rojo.
Preguntó a una mujer ocupada en la extraña tarea de limpiar el
trecho de vereda que corresponde a su casa. La confirmación lo
tranquilizó al bajar la larga pendiente. La parte que había visto era
de hecho la última. El muro de ladrillo era enorme en su extensión,
ondulante por el paso de los años; su altura, la de dos hombres.
Bordeándolo despacio encontró la gran puerta de madera. Golpeó
tímidamente con los nudillos. Un ventanuco se entreabrió y vio el
rostro de una mujer ajada. Explicó quién era y a qué venía. La
mujer cerró la ventanita y se hizo el silencio. Se distrajo mirando
la calle larga en la que la acera que hacía frente al muro estaba
ocupada por casas iguales a todas las que recién había visto.
La mujer volvió y ahora se abrió una puertecita pequeña,
situada en un ángulo del gran portón. Tiró al caballo por las
riendas y la mujer lo dejó en manos de un niño de pelo ensortijado

52
que lo miró curioso. A pie siguió a un paso de distancia y con la
mochila en la mano, a la religiosa enteramente vestida y tocada de
gris. Calles empedradas se abrían hacia todos lados y en un
espacio mucho mayor del que hubiera imaginado desde afuera,
altas casas de ladrillo rojo alternaban con pequeños jardines donde
ni siquiera la vid faltaba. Dejaron atrás un inmenso templo
grisáceo y atravesaron un puentecito por sobre un arroyo que
corría con alegre ruido. A los pocos metros la religiosa se detuvo y
después de llamar a la puerta lo dejó sin decir palabra. Otra
religiosa lo hizo pasar a un corredor oscuro. En el patiecito soleado
vio una especie de globo de metal y recordó la descripción que el
sacerdote del pueblo le había hecho del astrolabio. Una puerta del
corredor dejó paso al sacerdote vestido de negro que se presentó
como el Director. Movido por un resorte se curvó para besarle la
mano y pedir su bendición. El Director sonrió e hizo la señal
sagrada por sobre aquellos cabellos trigueños que juzgó más largos
de lo que convenía a un buen siervo de Dios. Ya instalado detrás
de su macizo escritorio de roble dejó que el muchacho se
acomodase en la silla capaz de recibir a dos como él. De sus
manos tomó el billete escrito con letra menuda y extremadamente
cuidada.
– ¡Ajá!; era lo que ya sabía. Como esta sección de la orden
de las religiosas que has visto, está en extinción, estamos
recibiendo estudiantes universitarios en nuestras dependencias. Te
asignaré un alojamiento que compartirás con otro colega. En pago
del mismo tendrás que cortar leña y hacer cualquier otro servicio
que se te pida; si lo haces bien también recibirás algunas monedas
que ayudarán a solventar tus gastos fuera de aquí.
– Señor...no tengo palabras...
– Pues no hables... ¡Hermana Matilde!
La puerta se abrió de inmediato, denunciando a la hermana
indiscreta.
– Este es Marcos. Llévelo al número 62.
No dijo más y extendió la mano que Marcos se apuró a
besar. La religiosa ordenó con un gesto. El joven la siguió y a poco

53
de andar se asombró de que con un arroyo tan cerca e intramuros,
se dieran el lujo de tener uno, y después otro pozo de agua
accionados por manivela.
Casi al llegar al muro lateral la religiosa se introdujo por un
portal que daba a un pequeño jardín estirado a lo largo del arroyo.
Al fondo, después de otro pozo, la casona de ladrillo ostentaba el
número indicado. La religiosa introdujo la mano en un amplio
bolsillo de su hábito y extrajo un manojo de llaves del que eligió
cuatro. Dos se las entregó al muchacho y con las otras abrió la
puerta de entrada y otra del mismo color azul que había
inmediatamente a la izquierda, antes de la escalera.
– Tu colega vive arriba, en un alojamiento igual al tuyo. Se
llama Luis.
El aposento era amplio y sólo tenía una mesa, cuatro sillas,
una lámpara y un hogar. Luego, un pequeño corredor donde arriba
de un mueble lucían algunos utensilios de cocina. Por fin el
dormitorio dejaba ver una cama cubierta por una frazada, un baúl,
una silla y una mesa de luz, y... una pequeña ventana que daba al
arroyo. Atraído por un imán Marcos la abrió para ver y oír el
espectáculo del agua corriendo mansamente. A vuelta de ventana
se veía un puente atravesado por una calle que corría paralela al
muro del recinto. Una muchacha cargando una cesta con panes lo
cruzaba en aquel momento.
– Para el baño te traeré después una tina, y para lo otro la
habitación está debajo de la escalera. Desayuno, almuerzo y cena
en el comedor situado al lado de la casa del Director. A las 7, al
mediodía y a las 6. A las 8 se cierra el portón de entrada hasta la
oración de la mañana siguiente.
Y lo dejó solo.
El cansancio le cayó arriba hecho una piedra.
Desvistiéndose a medias se metió en la cama. La gitana que
le leyó la mano lo atrajo hacia la oscuridad...

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La Universidad abría su portal sobre la misma calle por la
cual había entrado a la ciudad. La sombra vacía de su patio central
estaba rodeada por un cuadrilátero de columnas dobles sobre las
que se apoyaba el corredor externo del segundo piso. Los muros
tenían escritos en tinta roja y letra pequeña decenas de nombres
acompañados de fechas. A la izquierda del portón una pequeña
puerta flanqueada por la campana de llamadas daba entrada a la
secretaría. Un sacerdote de cachetes de bulldog lo recibió
amablemente. Recogió de sus manos sudorosas el papel del
Director y después de leerlo rápidamente pronunció la palabra
mágica: – Filosofía.
Marcos asintió y el otro le explicó las reglas de la casa: dos
períodos anuales de exámenes, las notas mínimas necesarias para
alcanzar la promoción, el tiempo para habilitarse al doctorado.
Poniéndose a las órdenes para despejar en el futuro cualquier duda,
echó una mirada al reloj de pared y lo invitó a seguirlo.
Subiendo por la escalera que surgía de uno de los ángulos
del patio llegaron al segundo piso. Dieron media vuelta a la
balconada interna y se internaron en un pequeño y corto corredor
al que daban dos puertas. En ese momento un hombre bajito y gris
salió por una de ellas y después de saludar al Secretario con una
gran sonrisa continuó su camino apretando un portafolios debajo
del brazo.
El Secretario hizo un ademán indicando la puerta abierta e
hizo saber al muchacho que aquella era su clase. Dijo “buena
suerte” y desapareció por donde había venido. Adentro el bullicio
iba en aumento. Marcos sintió la tibieza del cuaderno y la lapicera
sin estrenar aprisionados en su mano derecha. Juntando coraje
cruzó el umbral y una cuarentena de ojos se clavaron en él, al
tiempo que el ruido desaparecía. Como pudo saludó con la cabeza
y buscó un lugar vacío en la tercera fila de los asientos
semicirculares y colectivos del anfiteatro. Puso el cuaderno en la
superficie que hacía las veces de mesa y mirándolo fijamente se
dispuso a inaugurarlo escribiendo su nombre con todo esmero.
(Todos aún me miran).

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Cuando su vecino de la izquierda se le acercaba, la puerta se
cerró tras un hombre de cara jovial, pelo canoso revuelto, nariz
torcida y bondadosos ojos azules. El vecino volvió a su lugar. El
profesor carraspeó y comenzó a escribir en el pizarrón.
(Sí, es verdad, estoy en la Universidad).

El comedor se estiraba por una veintena de metros. Después


de agradecer por la comida recibida, el silencio era interrumpido
solamente por el concierto de los cubiertos. Y por la sinfonía que
hacía Luis a su lado al tomar la sopa...Éste le había caído bien en
el exacto momento que se conocieron al pie de la escalera de sus
aposentos. Sus ojos eran tan grandes como los blancos dientes con
los que sonreía o exageraba una anécdota (y se las había referido
ya en el primer encuentro). Su manera de ser no era precisamente
la que se esperaba en Medicina, su opción de estudios y vida. Su
franqueza tampoco; a la segunda charla le había confesado que
tenía un amorío secreto pero de intenciones serias con una joven
cocinera de una casa poderosa en la ciudad a la que se refería por
el apodo de “Negrita”. La cena transcurrió sin novedad. Al salir,
una inmensa luna llena instalada sobre fondo negro los invitó a
permanecer sentados al borde del arroyo por un buen rato, no sin
antes vestir un abrigo leve. Marcos escuchaba de forma apagada
las noticias y detalles de la Universidad que su compañero contaba
casi sin respirar. Se enteró de que los nombres que había visto
pintados en los muros homenajeaban a algunos de los que allí se
habían doctorado; aquellos que habían pagado por ese honor. En
cierto momento Luis le anunció que se iba a la cama pues al otro
día muy temprano le tocaba picar leña. Y unió el acto a la palabra.
Marcos decidió que tenía frío y que lo mejor era irse a dormir.
Afuera el arroyo murmuraba secretos que referían a un Profeta sin
nombre.

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Recorrió una de las calles principales mirando de arriba a
abajo cada una de las casas. Se impresionó con la cantidad y
variedad de comercios. Después, con las piernas pidiendo tregua,
decidió sentarse en uno de los bancos ofrecidos por una inesperada
alameda bordeada de altos árboles de hojas rojizas. (Esta gente
vive en otro mundo. ¿Cómo pueden cruzarse sin intercambiar
palabra, qué digo, sin saludarse siquiera? Todo indica que no se
conocen y me pregunto hasta qué punto se conocen a sí mismos.
Lo que nosotros juzgaríamos falta de educación aquí pasa por
buenas costumbres. ¿Qué es eso de no saludar? ¿Por qué no hablar
con el prójimo y compartir sus alegrías o preocupaciones? ¿Acaso
eso nos haría menos “civilizados”? Pero, ¿la civilización no es
exactamente el fruto de la convivencia con los otros?
Decididamente es difícil comprenderlos. Y ¿cómo entender que
beban leche y coman verduras sin saber ordeñar ni plantar? ¿Acaso
nunca imaginaron que la salud de la vaca que nos alimenta es
responsable por parte de nuestra salud? Mas ¿cómo conocer una
vaca sin ordeñarla...y, claro, llevarla al pasto y a la ración cada
día...y acompañarla en sus preñeces y partos? Y ¿qué decir de la
ignorancia con respecto a las verduras...que más que eso es
ignorancia con respecto a la tierra? ¿Cómo puede sentirse uno con
la tierra alguien que no sintió nunca el olor único de su
fertilidad?...alguien que no ha sabido acariciarla con gesto de
amante...ni calmar su sed en los momentos adecuados...alguien
que no acompaña la gestación de cada uno de sus milagros
creativos, siempre iguales y siempre diferentes. Y pensar que aquí
tener las manos sucias de tierra es señal de rudeza y falta de aliño.
¡Pobres!: hace mucho se olvidaron que “cultura” viene de
“cultivar”. Ni hablar de su complicidad con el ruido. Golpes,
chirridos, silbidos, frotamientos, escándalo de ruedas y engranajes
luchando con la piedra u otros engranajes; y para sobreponerse a
todo eso, como si fuese lo más normal del mundo, tener que hablar
a los gritos. Con razón no saben distinguir el canto de los pájaros y
muchos tampoco saben nombrarlos. Pero, ¿puede apreciar la

57
música quien no oye las aves? ¿Y qué decir de su apresuramiento
permanente? Parece que siempre quisieran llegar al destino antes
mismo de la partida, bajando el hocico como cerdos frenéticos. Y
lo cómico es que pasa por maleducado alguien que no haya tenido
la agilidad necesaria para apartarse del camino, y no el atropellado
que lo embiste. Con esa falta de tiempo para todo, ¿cómo van a
disfrutar la vida, si la vida es precisamente eso, una parcela de
tiempo que nos es concedida? En fin, en curioso zoológico he
venido a meterme...).
Las piernas recuperadas avisaron que era hora de continuar
el periplo.

*
Todavía era temprano para la clase. En vez de entrar por el
portal abierto de par en par sus pasos lo llevaron hacia el ajetreo de
la plaza del mercado. En un rectángulo empedrado de una cuadra
de lado y totalmente rodeado por casas, decenas de puestos de
alimentación y otros productos para la casa recibían al visitante
con la dedicada acogida de sus propietarios y los familiares de
éstos, todos campesinos o artesanos de la región. Los gritos
destinados a atraer a los clientes se mezclaban con el graznido de
los gansos, el cacareo de las gallinas y el trino de algunos pájaros
enjaulados. Marcos trató de obviar los malos olores y se concentró
en la fragancia de la leche fresca, de las especias y de las frutas
recién arrancadas. Se dejó atraer por los productos que no conocía,
cuyos nombres preguntaba al respectivo feriante. Evitando aquí y
allá los encontronazos con los que circulaban cargando o
comprando mercancías, vio en un rincón de la plaza un grupo que
se arremolinaba ante algo que no lograba distinguir. Acercándose
más oyó una voz clara y potente que vencía todos los ruidos.
– Y en verdad os digo que cada uno de nosotros tiene una
leyenda personal que cumplir y que la felicidad consiste en
realizarla. ¡Ay de aquél que por cobardía o comodidad renuncia a
su leyenda personal!

58
El hombre era más bien pequeño y de físico delgado, aunque
no frágil. Su cabeza mitad calva ostentaba una coleta que le caía
hasta la espalda. Su barba corta, apenas canosa, hacía contrapunto
a unas cejas que cuidaban de unos ojos castaños tan vivaces como
el habla. Su voz se acompañaba de gestos, al mismo tiempo
elegantes y firmes, de dos manos muy blancas que dejaba escapar
una capa azul que hasta sus pies llegaba.
– La leyenda personal está escrita en la mente de cada uno y
cada uno la conoce. Y nadie debe temer pues cuando queremos de
verdad algo, todo el Universo conspira a nuestro favor para que lo
consigamos. Pero nadie puede suplantarnos en esa búsqueda.
Conocí un muchacho que llegó a ser el hombre más rico de su
comarca porque creyó en el sueño que le anunciaba que su fortuna
debía ser buscada muy lejos. Al llegar allí tras muchas peripecias
tuvo de un hombre del lugar la confirmación de que la mencionada
fortuna estaba donde había iniciado su peregrinación; y eso lo supo
cuando ese mismo hombre dijo que es una estupidez creer en tales
quimeras. Al volver a su lugar de partida descubrió, en el lugar
indicado por el que no creyó en ella, la fortuna soñada. Entonces
ved hermanos la moraleja de esa historia real: al que cree y se
esfuerza por su leyenda personal todo ayuda, y al que no cree,
nada ayudará.
Un reloj cercano hizo sonar sus melódicas campanadas.
Marcos dio un respingo y casi corriendo volvió hasta el portal de
la Universidad. Cuchicheando con su vecino de escaño supo que el
hombre al que había oído en el mercado se hacía llamar el
Alquimista. La clase se le iba entre nubes de rostros desdibujados.
(¿Cuál es mi leyenda personal? No puede ser otra sino encontrar al
Profeta del que me habló la gitana y de quien el arroyo me trae
recuerdos todas las noches. Y hasta ahora ¿qué he hecho yo por
ella? Pues, nada. Pero eso no puede continuar a partir de hoy).
El tiempo corrió como una tortuga. Las manos le sudaban
más que de costumbre. Al fin terminaron las clases y Marcos pudo
correr hasta la plaza. Del mercado no quedaban sino los restos de
verdura, paja y barro, que algunas mujeres rollizas trataban de

59
barrer. Del gentío ni sombra. Y en el rincón que sus ojos buscaron
desde la llegada sólo vio una mancha húmeda dejada
probablemente por alguien que allí había orinado.
Respirando agitado llegó hasta la posada cercana. Desde
atrás de un mostrador salpicado por manchas de cera y bebidas un
hombre fuerte y de bigotes espesos curvados hacia abajo le dijo
que el Alquimista había aparecido por la plaza un par de veces
antes, pero que no tenía idea de donde podría andar a aquellas
horas. Viendo la decepción pintada en su rostro, el hombre dijo
con voz más afable: – Tal vez vuelva con la próxima feria
semanal, o sea el primer día de la semana.
(Una semana entera es demasiado tiempo).
Gruñó a modo de agradecimiento y se dispuso a recorrer el
centro antes de volver a casa.
Frente a la Casa Comunal no pudo contener la admiración
que por unos momentos lo apartó del Alquimista. El edificio
culminaba en cuatro altas torrecillas graciosas adornadas por
volutas y escudos de armas diseñados en la misma piedra. En toda
la fachada decenas de pequeños nichos abrigaban las figuras de
varones de la fe y de la guerra. Banderas de varios colores
ondeaban en muchos mástiles a medio inclinar. Una doble
escalinata en curva daba acceso a la puerta principal y a sus pies
abrigaba jarrones con claveles de un rojo brillante y puro. Enfrente
y del otro lado de una pequeña plazoleta, contrastaba la sobria
mole del Templo central. Escurriéndose por entre la belleza y la fe
Marcos bordeó un minúsculo jardín en cuyo centro un contrahecho
estudiante vaciaba eternamente agua en su cabeza hueca mientras
leía el libro que sostenía con la otra mano.
(No deja de ser muy apropiado. Al fin, nuestras cabezas
huecas nunca acabarán de llenarse por más que estudiemos...Pero
cada uno tendrá que decidir si el estudio hace o no parte de su
leyenda personal. Desde hoy de mañana me lo pregunto).
Torciendo por una de las calles que daban al Templo llegó
hasta el mercado del pescado, ese día desierto, y luego describió

60
un círculo en torno a la Casa Comunal. Con el sol ya
desmayándose decidió volver a casa.
(Nada, es como si se hubiera esfumado).

Afuera la llovizna cae mansa. La frente caliente invita a abrir


los ojos. La penumbra del cuarto sólo permite entrever una
claridad que anuncia la ventana. Una tras otra desfilan tres
mujeres. Una muy morena sonríe cuando es sorprendida fregando
el piso de la posada. Con el dorso de la muñeca se aparta el
mechón que se escapa por debajo del pañuelo; y recogiendo las
curvas del cuerpo se pone de pie para dejar pasar. La rubia tiene
dos trenzas prendidas con un lazo blanco. Conduce las ovejas
agitando levemente el bastón que cambia de una mano a la otra. Al
cruzarse con él mira fugazmente de reojo y se ruboriza. Quiso
decirle algo pero no atinó a decidirse; cuando carraspeó para
vencer la parálisis ya doblaba un recodo del camino. La tercera
tiene el pelo de fuego y corto como un varón; nunca supo si se
trataba de un castigo familiar o de una preferencia inusitada. Está
arreglando las macetas de un balcón y su cara se mueve detrás de
las flores. Parece no haberlo visto pues no recuerda el color de sus
ojos. Ahora el árbol tapa su figura. Marcos suspira; las manos se
pasean por su cuerpo y descubren que transpira; abre la ventana
para que entre la brisa del arroyo. (El Alquimista nada dijo de las
mujeres; me pregunto si hacen parte de la leyenda y de la
conspiración del Universo). La llovizna pide que los ojos se
cierren. El calor cede lugar a la modorra. Y el sueño llega.

En la pieza que ocupa un rincón del patio interno, el humo


disputa espacio con el aire. Pero es prudente mantener la puerta
cerrada porque la vieja de mirada torva que vive en la habitación
contigua se asomó dos veces cuando las voces y las risas se

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escapaban sin freno. La fiesta de estudiantes se acerca al clímax
aunque la tarde no ha caído. Andrés hace trizas la imagen sobria
del estudiante ejemplar que anuncia al futuro sacerdote; entre
vasos de vino ríe el primero del relato jocoso de la renuncia a la
sexualidad que le impuso el debut de sus estudios religiosos.
Antonio, el dueño de casa, anuncia fideos más picantes que de
costumbre. La media docena de comensales aplaude de antemano
recordando que aquello exige más vino. Con el vaso de leche en la
mano, Marcos se deja ganar por la alegría contagiosa. Desfilan los
chistes sobre los profesores, siempre bajo la batuta de Andrés. Los
fideos llegan y hacen picar la lengua. Más brindis y la olla se vacía
en un santiamén. De repente, en medio de una frase, Andrés cierra
los ojos y deja caer la cabeza sobre la mesa. Todos lo rodean. Uno
decide aflojarle el cuello. Por suerte respira tranquilamente. La
fiesta se acabó. Antonio vuelve diciendo que su vecino le presta el
carro que aún no ha guardado. Como pueden, cargan entre todos a
Andrés; dos lo acompañan de pie y Antonio empuña las riendas.
Ronald decide que no hay por que irse a casa sin descabezar la
última botella, prisionera en su mano. Saúl asiente y comienzan a
caminar hacia el centro. Los dos entonan fragmentos de canciones
que Marcos mal o bien trata de afinar. Frente a la Casa Comunal
una adivina ofrece sus servicios. Encima de una mesita iluminada
por las últimas luces del atardecer dos montones de cartas se hacen
frente. Ronald dice que revisará sus ropas para ver si aún le queda
alguna moneda. Toma el último trago y le pide a Marcos que se
ocupe de la botella vacía. La mujer lo mira solícita y lleva una
mano hacia uno de los mazos. Antes de que pueda asirlo, Ronald
da vuelta la mesa de una patada.
– Si no adivinó lo que le iba a pasar a ella misma dentro de
un instante, ¿ co...co...cómo nos iba a adivinar el futuro?
Ronald termina la frase como puede y con el otro ya se
alejan a las carcajadas. La mujer masculla insultos y se agacha
para deshacer el estrago. Marcos, primero sorprendido, se apura a
empujar por el brazo a sus dos compañeros, temeroso de que

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intervenga algún vigilante. La próxima callejuela se los traga,
silenciosa y cómplice.

El día libre tenía destino marcado desde que por acaso Luis
oyó decir que el Alquimista se encontraba en la ciudad más
cercana. Haciendo las paces con el caballo que extrañaba su
ausencia y los servicios de carga que le imponían casi a diario, el
camino se hace liviano. El puente anuncia la llegada de la puerta
entre las murallas. Su arco ojival central está ocupado por los
guardias. A uno y otro de sus lados, sendos pasajes rectangulares
se abren ante los que entran y los que salen. Dos torres con techo
verde y blanco proclaman la importancia y la riqueza de la urbe.
Pero antes está el rumor del río y las tres caídas de agua. La del
medio hace girar sin cesar la rueda del molino, cuyo torreón rompe
las aguas. Más adelante, la que imaginó ser la casa del jefe de la
guardia, enclavada en una isla semiartificial y dejando pasar
milagrosamente el río por debajo de su piso. Un patio exterior
sombreado por altos árboles deja ver sus bordes roídos por las
crecientes. El pequeño jardín anterior muestra el esmero femenino.
Por fin, al pie de las murallas, el estrecho muelle de las lavanderas;
una docena de ellas se afanan en su labor, facilitada por la fuerte
corriente que se lleva la suciedad con celeridad de corcel. Marcos
trató de horadar la cortina de pañuelos multicolores. Torsos y
curvas jóvenes alternaban con cuerpos cansados por la edad pero
que pesadas polleras oscuras escondían con pudor. Uno de estos
últimos salía cargando un cesto de ropa húmeda por un estrecho
pasadizo que perforaba la muralla casi debajo de las puertas. El
caballo de Marcos paró sin necesidad de una orden. Uno de los
guardias se acercó y de una ojeada confirmó que no se trataba de
un mercader. Con un gesto del brazo franqueó la entrada. A poca
distancia una taberna esperaba a los sedientos. Uno de los
frecuentadores tempraneros indicó el emplazamiento del establo,
atrás del templo principal, a la izquierda. El caballo sacudió el

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lomo aliviado de toda carga y se dejó guiar mansamente por el
niño hacia el heno, conseguido a cambio de una moneda. Vagando
por las callejas semidesiertas Marcos dejaba prender su mirada en
una reja, un balcón o una flor. Al pasar por una casa, más que ver,
adivinó un rostro de mujer escondido tras los visillos. Cuando
volteó la cabeza, la ventana estaba vacía. En una esquina, un
afilador ejercía ruidosamente su oficio haciendo girar una rueda
que no había sido aceitada en el último siglo. “¿Cuchillo?”,
preguntó, casi sin mirarlo. Marcos palpó la daga que llevaba
escondida en la cintura y dijo que no. Inesperadamente a la vuelta
de un caserón alto se abrió el tramo final de la calle principal al
cabo del cual una puerta gemela a la que había usado para entrar
anunciaba el fin de la ciudad. Allí se alineaban diversos
establecimientos comerciales que ponían parte de su mercancía en
la ancha vía pública que bordeaba el lado interior de la muralla. El
muchacho acompañó por un momento el perímetro del muro y
después eligió volverse por una calleja cualquiera. A la segunda
esquina una fuente pública ocupaba el centro de una plazoleta
cercada por ropa que colgaba de los balcones. Varias mujeres con
recipientes vacíos o llenos a sus pies formaban diversos corrillos.
Otras estaban atrás de un grupo de hombres que oían al Alquimista
encaramado sobre un barril. A Marcos el pecho le dio un brinco
mientras las palabras llegaban cada vez más claras.
– ... Y en verdad os digo que cada uno puede realizar su
leyenda personal en cualquier situación que le toque vivir; puede
realizarla como señor, pero también como paje, campesino o
mendigo; rico o en la prisión. Lo que importa es la fidelidad del
corazón...; y también la capacidad de gozar, porque no olvidéis
que se peca por lo que se deja escapar de la boca, y no por lo que
entra en ella.
Dicho esto el orador se bajó del barril y el público comenzó
a dispersarse. Algunos pocos, antes de hacerlo, se acercaron para
regalar al predicador una moneda, un pan o una fruta. El regalado
agradecía con humildad cada ofrenda agachando la cabeza.
Cuando al fin se quedó solo, alisó rápidamente la capa y se dirigió

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hacia la muralla, con Marcos siguiéndolo a prudencial distancia.
Ya se veía el muro cuando Marcos chocó de frente con una
muchacha que doblaba la esquina mirando hacia atrás. Muchos
panes rodaron por el piso. La muchacha dejó escapar una
exclamación de sorpresa y angustia.
– Pe...pe...perdón, sólo atinó a decir Marcos
Sus ojos se toparon de frente cuando agachados recogían y
soplaban los panes caídos antes de devolverlos a la cesta.
(Me pregunto si no vi ese rostro antes. Estoy seguro que sí...Pero
ese pecho generoso que se agita tras el escote es una novedad).
La muchacha recogió el último pan perdido y siguió su
camino agradeciendo cuando ya estaba en marcha.
Marcos se enderezó para contemplar por un instante aquel
cuerpo ágil que zigzagueaba entre los transeúntes.
(El Alquimista...¿el Profeta?). Dándose un golpe con la
mano en la cabeza corrió hacia la muralla y mirando hacia todos
lados la recorrió hasta la puerta cercana. Ni rastro...Cruzó la puerta
y salió al camino. Dos caballeros y dos carros se alejaban de la
ciudad. Ninguno era el buscado. Un grupo venía llegando.
Preguntó y le dijeron que no habían visto a nadie que respondiera a
aquella descripción; pero no podían ofrecer garantías pues venían
entretenidos en su propia plática. Marcos se dio vuelta y vio como
el sol alcanzaba la cima de la torre que marcaba el emplazamiento
de la puerta. (El día se está yendo rápido y tengo que estar en casa
antes de las ocho si quiero evitarme problemas). Con el gusto de la
amargura rondándole la boca hizo marcha atrás.
(¡Si no fuera por aquella muchacha! Aunque aquel busto no
estaba nada mal. Pero, ¡qué digo!; compararla con el Alquimista...
¿el Profeta?...es pura herejía).
De pronto se vio al frente del establo; ensilló el caballo y ya
en camino sacó de la alforja un buen pedazo de pan y queso que
esperaba su hora.
(Sólo ahora me doy cuenta del hambre que tenía...).

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EL PRIMER AMOR

Volvía a casa rumiando las advertencias sobre la importancia


de los primeros exámenes que se acercaban. En lo alto de una casa
señorial una muchacha tendía sábanas de rico, con bordes dorados.
Suspendiendo la preocupación se paró a mirarla y ella presintió la
observación. Apoyó el cesto, se sacó el pañuelo que escondía una
abundante cabellera pelirroja y... ¡le indicó con un gesto que no se
fuera!
(Debe haber alguien atrás de mi; no, no hay nadie). Aún con
el dedo apuntando a su pecho vio como ella desaparecía de la
terraza. Para hacer pasar el tiempo, mientras miraba de soslayo la
puerta y la terraza de la casa, se puso a ojear sin ver el cuaderno
que traía en manos. En pocos instantes un criado casi niño salió a
su encuentro y llamándolo discretamente con la cabeza le hizo
doblar la esquina; sin palabras dejó en su mano un papel plegado
en cuatro. Ya solo, decidió que no era aquél el lugar apropiado

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para leerlo y lo guardó en el bolsillo, sin retirar de él la mano para
evitar cualquier pérdida. Cuando llegó a su casa se tiró de espaldas
en la cama y abrió el papel que dejaba escapar un perfume suave.
En la letra menuda y pareja fue descubriendo con el corazón
acelerando a cada frase, un mundo desconocido. Ella lo llamaba
por su nombre y decía saber que era alumno de la Universidad;
que a través del hermano de una amiga sabía que no se le conocía
novia y que mucho le agradaría verlo el día sagrado, a la salida del
templo, después del culto. Por fin, la “a” final de “María”se
transformaba en un corazón. La sangre le hervía y contó con los
dedos los días que faltaban para el encuentro. Después puso el
papel muy cerca de sus labios y se durmió aspirando el perfume
que emanaba del mensaje.

(Hoy es la prueba de fuego...veremos cómo me va). El


profesor entró con el portafolios marrón de costumbre y una vez
sentado sacó de él un manojo de tarjetas amarillentas. Pidió que
cada uno se aproximase para retirar la suya. Anotó en cada caso el
nombre y el número de la tarjeta elegida al azar. (A primera vista
no creo que haya problemas con esta, esta, esta y esta. No está mal,
cuatro en cinco, y esa última creo que también sé por donde
asirla). En medio del silencio sepulcral sólo se oía el rasqueteo de
la escritura. El rostro de María apareció en la tarjeta y con toda
delicadeza él tuvo que ahuyentarlo soplando el cartón.
(Zapatero, a tus zapatos. Este es momento de filosofar...o por
lo menos de acordarse de lo que otros han filosofado). Sin prisa
pero sin pausa fue ordenando los puntos que cabía abordar en cada
una de las respuestas. Cuando estaba en la penúltima Andrés ya se
sentaba frente al profesor para desgranar su saber. Ambos
hablaban en voz baja y Marcos no pudo dejar de ver, aunque
trataba de concentrase en su resumen, que el profesor asentía
reiteradamente. Después pasaron cuatro o cinco, para recibir más o
menos asentimientos y algunas preguntas finalizadas por una

68
sonrisa irónica. Cuando hubo repasado por tercera vez su esquema
se dispuso a pasar el mal rato. Ya sentado ante el profesor estuvo a
punto de arrepentirse de su apuro. Pero ya era inquirido sobre la
primera pregunta de la tarjeta que el profesor tenía ahora en
manos. Oyendo su voz como si de la de otro se tratase, veía a
través de una niebla los ojitos mordaces que lo contemplaban. Sólo
una vez esos ojos brillaron con picardía al acompañar a una
pregunta insidiosa; pero volvieron a calmarse, decepcionados,
cuando la pregunta recibió una respuesta que no podía desecharse.
Después, algunos asentimientos y el “está bien” final. Aún esperó
unos segundos, sentado, la noticia del resultado, pero se acordó de
inmediato que aquélla sólo vendría por escrito tres días después en
el tablero de la secretaría. Así es que agradeció y ya muy aliviado
se dirigió hacia la salida. La fuente de la plazoleta lo recibió con su
habitual agua fresca, ideal para la temperatura de su cara. Eligió la
vereda apropiada pero aunque pasó lo más lentamente posible,
nada vio ni en la terraza ni en las ventanas de la casa más
importante de la ciudad. (Mañana es el día).

Luis extrañó el esmero con el que se vistió aquella mañana.


Trató de esconder la causa pero algo captó su amigo en su
turbación. Cambió de tema hablando de los exámenes, para oír la
larga explicación de Luis sobre sus experiencias en los dos
primeros, uno al pie del cadáver de un ilustre desconocido. Se
escapó como pudo abreviando los comentarios propios y ajenos. Y
la calle lo recibió con un va y viene de transeúntes, caballeros y
carros que le pareció más alegre que de costumbre. Llegó
temprano y se acomodó en un lugar estratégico del Templo. Poco
antes del principio de la ceremonia vio llegar a María del brazo de
una mujer que adivinó ser su madre por el parecido del rostro y el
color del cabello. Todo el culto se le fue en un murmullo informe
pues los ojos no se separaban de los de ella. El ritual llegó a su fin
y la gente se arremolinó ante la puerta de salida. Cuando apenas

69
había pasado su umbral, la voz de María, que escuchaba por la
primera vez, anunció a su madre su nombre, presentándolo como
un amigo de una amiga. La madre lo miró detenidamente y pareció
haber aprobado su apariencia porque se desprendió del brazo de la
hija, autorizándola así, de hecho, a platicar con el desconocido.
Sólo ahora Marcos pudo desinteresarse de la madre para
contemplar a María en todo su esplendor. Y no le salía palabra.
Ella tomó la iniciativa preguntando por la Facultad y para él esa
fue la escapatoria que permitía llenar el tiempo con la experiencia
de los primeros exámenes. Ella sonreía y contaba su lucha para
que su padre la dejara estudiar ahora que había aprendido a leer y
escribir con una preceptora contratada para ese fin. Su madre los
seguía a pocos pasos de distancia estirando el cuello para no
perderse palabra. Ya cerca de la casa, María la consultó para saber
si podría invitarlo al baile de casamiento de su prima; recibió un
escueto “sí”; María agradeció y musitó bajito antes de despedirse:
– temprano en la próxima feria...

Como la feria del pescado ocurría antes que la de hortalizas,


Marcos no quiso correr ningún riesgo. Cuando llegó, los
vendedores recién estaban terminando de instalar sus puestos. El
mercado tenía instalaciones fijas que miradas de lejos hacían
pensar en un templo en ruinas. Una sólida columnata sustentaba un
techo de madera por sobre un laberinto de mesas de piedra. Debajo
y al lado de cada mesa un espacio suficiente para tener el pescado
no expuesto y para recibir a los clientes que comenzaban a circular
tocando aquí y oliendo más allá. La ausencia de paredes facilitaba
la circulación del aire y los olores, pero aumentaba el frío y no
protegía de la lluvia en días de viento. Fuera del recinto, otros
puestos desarmables de madera, carecían de toda protección.
Cruzando la ancha calle estaba el río, que describía una suave
curva en uno de sus trechos más anchos dentro de la ciudad. Dos
escaleras de piedra permitían traer directamente de los pequeños

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barcos que allí acostaban el pescado, tan fresco que a veces llegaba
aún vivo a las mesas del mercado. Algunas casas cercanas ni
siquiera dependían de esa compra indirecta pues los botes las
servían a través de la puertezuela que daba a sus pequeños muelles
particulares, cuando una empleada no recibía la cesta en una de las
ventanas situadas a poca distancia del agua. Marcos contempló
detenidamente la fachada de la casa de la corporación de los
comerciantes de pescado, claramente identificada por el escudo
con dos peces cruzados debajo de una red coronada por la luna.
Más de una vez Marcos había tenido la convicción de ver llegar a
María; pero cuando la figura reconocida se aproximó, descubrió en
cada caso rostros muy diferentes, entre los cuales no faltaron ni
una religiosa ni una viejita desdentada. Sin nada más por mirar
después de la enésima vuelta al laberinto, Marcos había decidido
que la feria mencionada por María había sido la de hortalizas.
Aquello había sucedido hacía tres días y ahora Marcos montaba
guardia apostado al lado de la puerta de la taberna. Escaldado por
los engaños de la vez anterior se dijo que contendría su corazón
hasta tener la certeza absoluta. Por fin María apareció, radiante en
un vestido azul. Se saludaron y María ordenó a la empleada
adolescente que la acompañaba que hiciese las compras lo más
lentamente que pudiese, sin miedo de platicar con algún conocido
que por ventura encontrase, y que la esperase en aquel mismo
lugar antes de volver a casa. La muchacha hizo ademán de oponer
alguna resistencia y fue prontamente silenciada con una gruesa
moneda que María dejó caer en su mano. Ya afuera del mercado y
a solas con Marcos ella sacó de una cesta un sombrero del que
hacía parte un ancho pañuelo, con los que su cabellera de fuego y
buena parte de su rostro quedaron enteramente cubiertos; de
inmediato vistió la capa que traía cuidadosamente doblada en la
cesta.
– Estas son ropas de una amiga; así ni siquiera quien me vio
salir de casa hace unos momentos, podrá reconocerme...Y ahora
llévame a conocer tu casa.
Marcos acusó el golpe porque no esperaba aquel pedido.

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– Mucho me gustaría, pero está prohibido que llevemos
muchachas a nuestras habitaciones; y, a esta hora sería imposible
entrar sin que te vieran.
Viendo la decepción pintada en su cara, se apresuró a
agregar: – Pero puedo mostrártela por fuera.
El rostro de ella volvió a brillar.
– Está bien. Quiero saber todo de tu infancia, tu familia, tus
estudios, tus planes...
Marcos advirtió que no tenía mucho para contar y omitiendo
los peores detalles resumió, amontonándolos, los trabajos del
campo, las cacerías y su posterior arrepentimiento por la muerte de
los animales capturados, los baños en grupo de amigos en el
arroyo cristalino, las lecturas a la luz del farol y su sueño de ser
profesor. Sin decir una palabra María lo había tomado de la mano
y caminaban sin ver a nadie ni a nada.
– Ahora te toca a ti...pero, ¡ ya llegamos!
En la esquina del muro rojo doblaron a la derecha y la
pendiente empedrada los llevó hasta el puente.
– Esa es la ventana de mi dormitorio y esta es la pared del
corredor y del fondo de la sala; allí se ve nuestro jardín y al fondo
el portoncito que nos lleva al recinto interior del residencial.
Ella se dejó atraer por el enigma de la ventana y después
cerró los ojos para oír mejor el río y aspirar los aromas difusos de
perales y flores que la brisa traía.
– Esto es una maravilla...!y tan tranquilo! Puedo sentirme
dentro de tu casa...y ahora me estoy asomando a la ventana del río.
Marcos la miró y apenas pudo contener la voluntad de
besarla largamente allí mismo.
– Mejor seguimos, porque alguien puede verte.
Ella miró parsimoniosamente otra vez cada uno de los
rincones y esta vez se demoró en la ventana y en el árbol inclinado
cuyas ramas iban a mojar sus puntas en el agua rápida. Marcos la
tironeó suavemente por la mano y ella se dejó hacer. Siguieron el
muro externo hasta que en el otro brazo del río María se detuvo
ante la rueda del molino.

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– Nunca entré a un molino. ¿Preguntamos si nos dejan
hacerlo?
Marcos golpeó a la puerta cerrada cuyo escalón de entrada
estaba espolvoreado de harina. Un hombre grueso y de mala cara
atendió casi de inmediato.
– Buenos días... (su cara se endulzó al ver a la muchacha) ...
¿en qué puedo ayudarlos?
Marcos le explicó que era estudiante alojado en el
residencial vecino y que su prima había tenido la curiosidad de
conocer el molino.
– Pues, como no, – dijo enfáticamente el hombre y se apartó
para dejarlos pasar. Cerró la puerta contemplando de espaldas el
caminar de María.
– Por aquí se sale al pasillo donde verán la rueda trabajando
en el río...¿La ven? Ese es el eje que va hasta donde se muele el
trigo...Vengan por aquí.
Volviendo a entrar por una pequeña puerta vieron la inmensa
piedra chata girando con un leve cabeceo sobre otra un poco
mayor aún.
– Ahí se va depositando el trigo y cuando es molido se retira
y se pone nuevamente para otra moledura; al fin, cuando la harina
es suficientemente fina se retira en las bolsas que son almacenadas
al fondo del galpón; por la puerta que hay allí, se cargan en los
carros que vienen a buscarlas.
Sólo cuando sus ojos se habituaron a la escasa luz, los
visitantes vieron que los dos hombres y el niño que trabajaban en
el local estaban encadenados por la cintura. Desde allí un trecho
corto iba a unirse a través de una argolla móvil a la larga cadena
extendida como guía entre las ruedas de molienda y el depósito;
había una guía para cada uno. Su andar cansino mostraba que
mucho tiempo llevaban en aquel oficio y que hacían lo posible
para economizar sus energías para un tiempo futuro igualmente
prolongado. Por un instante los ojos del niño se cruzaron con los
de Marcos y él adivinó en aquella mirada que se escurría a través
de una máscara blanca, una pregunta de incomprensión mezclada

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con un pedido de ayuda.
Cuando los visitantes llegaron donde las bolsas se apilaban,
el Administrador aclaró en el mismo tono con que venía
presentando las instalaciones: – Los dos son campesinos que se
endeudaron con mi patrón y están pagando con trabajo su deuda; el
niño es hijo de uno de ellos y está encadenado más para evitar que
se distraiga que para impedir su huída; ya ocurrió que lo hemos
sorprendido jugando o simplemente mirando el agua, en vez de
trabajar.
Uno de los hombres se acercó para descargar una bolsa y el
Administrador se calló.
Blanco de los pies a la cabeza, el hombre, que se cubría el
rostro con un pañuelo, observó sin desparpajo a María y en sus
ojos pareció brillar una luz diferente, como si la reconociera de
algún sitio. Después giró sobre sus talones y tintineando volvió por
donde había venido.
– Bien, señorita y señorito...espero haber satisfecho vuestra
curiosidad y que lo que vieron les haya gustado.
Los visitantes cruzaron una mirada interrogativa y Marcos
pronunciando un seco “sí, gracias”, puso fin a la visita.
Afuera la brisa era agradable y la luz transparente. Tomados
de la mano bordearon silenciosos el tramo final del muro del
residencial. Poco después llegaron a una de las puertas de la
ciudad, aún callados. Marcos la miró y ella asintió, cubriéndose
aún más la cara con el pañuelo. Salieron bajo la atenta mirada de
los guardias. Tras la primera curva del camino María atrajo a su
acompañante hacia el bosque vecino. En el primer claro que
encontraron ella sacó el pañuelo del sombrero y después de
extenderlo se sentó sobre él, invitando a Marcos a hacer otro tanto.
Acto seguido dijo angustiada: – Vi en tus ojos que ambos no
aceptamos aquella humillación. ¿Cómo puede el dueño del molino
participar sin remordimientos todas las semanas en un culto que
declara a todos los hombres hermanos? ¿Qué hombre será aquel
niño, cuando ni siquiera niño lo dejan ser?
Él mordió el pastito que había cortado y miró hacia la copa

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de los árboles.
- Por esas y otras cosas que he visto donde nací es que quiero ser
profesor; para poder educar a los hombres en la solidaridad.
Y para no confesar ni confesarse que también él era
cómplice por omisión de la injusticia que habían presenciado,
mirándola risueño a los ojos, terminó: – Pero basta de cosas tristes
por ahora...no te olvides que aún no has hablado de ti.
María también sonrió y dijo que muy poco tenía para contar.
Mientras hablaba de las sesiones de bordado con su madre o
alguna criada, Marcos comenzó a acariciarle el pelo y el rostro lo
más delicadamente de que era capaz. Ella contó su lucha para
aprender a leer y Marcos interrumpió por un minuto sus gestos
para contemplarla con admiración, para reiniciarlos con más
dedicación de inmediato. Ella dijo cómo lo había observado una y
otra vez desde su casa y cómo acababa de confirmar que uno era la
mitad que faltaba al otro. Dicho esto se estrechó fuertemente
contra él y se dejó caer lentamente hasta quedar acostada de
espaldas. Empezaron a besarse sin prisa y recíprocamente en los
ojos, la frente, la boca, las mejillas y el cuello. Cada uno
improvisaba a su turno una secuencia diferente. Arriba las nubes
blancas desfilaban por entre el follaje. A lo lejos se oyó el apagado
repicar de un reloj.
María se sentó como impelida por un resorte: –
¿Ya?...Tenemos que volver...o en mi casa me matan...
Marcos hizo lo imposible por esconder su excitación y
cuando ya se levantaban vio que las mejillas de ella eran dos
manzanas. (No sólo yo pienso en eso...).
Volvieron a paso rápido pero muy abrazados, habiéndose
separado solamente al cruzar la puerta de la muralla y poco antes
de llegar a la feria. Marcos la dejó después de que hubieran
nuevamente marcado el próximo encuentro en el casamiento de la
prima de ella. Dobló la esquina con una sonrisa de oreja a oreja
que hizo que dos señoras que volvían de la feria cargando sendos
cestos se dieran vuelta para mirarlo como si hubieran visto un
loco. Él gritó un largo “!Sí!”, que confirmó la sospecha de las

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mujeres y las hizo apurar el paso. Él miraba el cielo y reía. (Sí, es
ella la que he estado esperando).

El resto de los exámenes se desparramó entre la exigencia


razonable y la comprensión paternal. En ninguno estuvo debajo de
lo decente, aunque en más de uno se arrepintió de no haber
ampliado su respuesta con este o aquel argumento. Los resultados
en el corredor frío y oscuro no desmintieron la expectativa y en
todos obtuvo tranquila aprobación. Con paso liviano llegó hasta la
tienda del mercader que, haciendo las veces de improvisado correo
a cambio de una módica retribución, llevaría la noticia al pueblo.
Volvió para dormir una siesta tardía que pensó merecer en medio a
tantas emociones. Fue entonces que el Alquimista apareció.
Estaban sentados en la sala de la casa de Marcos y ambos
saboreaban un té humeante cuyo sabor fue elogiado por la visita.
Perdiendo la timidez Marcos se decidió a hacer la primera
pregunta: – Sire, ¿cómo saber cuál es nuestra leyenda personal
cuando las coincidencias y los cruces de camino nos acechan cada
día?
El Alquimista pidió que Marcos se explicase mejor.
– Me refiero al hecho de que un hombre puede salir de este
residencial ahora mismo y a pocas cuadras de aquí, al pasar por
debajo de un muro derruido, recibir en la cabeza un ladrillo que
una rata que pasaba en el momento movió en su carrera; el hombre
se toma la cabeza que sangra y la hija de los dueños de casa, que
por acaso regaba las flores del balcón, al oírlo quejarse, se apresura
a venir en su socorro; a poco hablar el hombre cree ver en aquella
muchacha, y no en la novia que tiene, la mujer de su vida. La
pregunta Sire, es esta: ¿cómo puede saber ese hombre cuál de las
dos mujeres hace parte de su leyenda personal?; y suponiendo que
sea la segunda, ¿qué hubiera pasado si el hombre hubiera salido un
poco más tarde o más temprano?, ¿o si la rata se hubiera
adelantado o atrasado?, ¿o si la muchacha no hubiera regado las

76
plantas aquél día o aquella hora? Y si fuera su novia la mujer de su
leyenda, ¿por qué la herida del ladrillo y la presencia en su vida de
la muchacha que lo socorre?
El Alquimista lo miró con ojos alegres y compasivos: – En la
exposición de los hechos imaginarios has dicho “por acaso”, pero
has de notar que esas palabras ya ponen en cuestión la propia
existencia de la leyenda personal. De hecho nada nos sucede por
acaso. Ahora bien, somos nosotros los que debemos entender cuál
es el lugar y el papel de cada cosa y acontecimiento en nuestra
leyenda personal.
Marcos pensó un instante e insistió: – Pero Sire, en el caso
considerado, además de las personas, hay un muro y una rata entre
los protagonistas. Empecemos por el muro. Ese muro no fue
restaurado pero podía haberlo sido, y con ello, el ladrillo no
hubiera caído; además, lo que afloja los ladrillos es la combinación
del viento y las lluvias, y sólo una muy precisa combinación de su
acción podría haber dejado aquél ladrillo en disposición de ser
tirado por una rata del tamaño y del peso de la que lo tiró; ¿todos
los vientos y lluvias que a lo largo de los años golpearon aquel
muro estaban relacionados entonces a la leyenda personal de
nuestro hombre? Y ahora la rata. Sabemos que algunos de las crías
de cada nidada de ratas son muertas por gatos, perros o seres
humanos. Si nuestra rata hubiera sido una de esas crías muertas
con poca edad, ¿qué hubiera pasado con nuestro hombre? Pero
imaginando que se diga que aquella rata estaba protegida en su
infancia por el hecho de hacer parte de la leyenda de un hombre,
no olvidemos que ratas nacen de ratas; o sea que nuestro problema
se extiende a la generación anterior, pues es necesario que ninguno
de los progenitores de nuestra rata haya sido muerto, porque sin
ellos ella no existiría; y de los padres nos remontamos a los
abuelos...y así sucesivamente, hasta la primera en el “linaje” de
aquella rata, si puedo usar esa palabra, para que la leyenda de
nuestro hombre pueda existir.
El Alquimista quedó atónito con las preguntas y no supo
disimular su embarazo. Pero no tardó en reponerse para decir en

77
tono resignado: – Nuestro saber de los designios del Creador es
una brizna en un bosque. Aunque no lo sé, ¿qué nos permite dudar
de que en su infinito poder y saber, también el muro y la rata
hagan parte de una trama cuya totalidad se nos escapa y se nos
escapará siempre? La única manera de asimilar eso que se nos
escapa es practicar la fe en la conspiración del Universo que nos
apoya en nuestros deseos.
Marcos sintió que la respuesta simplemente evitaba el
problema en vez de resolverlo. Se rascó la cabeza y volvió a la
carga: – Y el lugar de las dos mujeres...¿tantos casamientos
infelices se explican por el hecho de que ambos se equivocaron en
sus respectivas leyendas?, ¿o su infelicidad hace parte de su
leyenda, y entonces hay leyendas personales infelices?
El Alquimista lo miró con molestia sin disimulo: – Sí,
muchos pueden engañarse sobre su leyenda y contraer
matrimonios infelices.
Marcos lo interrumpió: – Pero más me interesa la última
cuestión... ¿Hay leyendas infelices? ¿Cómo explicar el sufrimiento
de hombres y niños encadenados y maltratados? ¿Cómo explicar el
hambre de familias enteras? ¿Cómo explicar la muerte prematura,
sin haber siquiera vivido?
El Alquimista se puso en pie y elogió y agradeció el té. Ya
en la puerta dijo mirándolo a los ojos: – Aceptar que pueda haber
leyendas infelices significa liquidar la propia creencia en la
leyenda personal...
Marcos se dispuso a contestarle. Un ruido de carro invadió el
puente. En ese momento se despertó con la mano levantada y en la
exacta posición en la que se hace girar un picaporte.

La tarde caía rápidamente y el baile esperaba. Volvió con


apuro a cambiarse la camisa y a tomar el abrigo; pasó un paño a
sus zapatos y se negó a probar bocado. Bordeó la muralla unas
cinco cuadras y después tomó por un camino secundario

78
desprovisto de árboles. Cuando se dio cuenta de que, a pesar del
frío, comenzaba a sudar, hizo un alto. Masticando la agitación por
la confesión que necesitaba hacer nada más al llegar, miró hacia
atrás y más allá de las casas aisladas que había a la derecha vio la
muralla y algunas cumbres rojizas. Giró hacia su destino y se puso
en marcha nuevamente, ahora controlando el esfuerzo. Cuando a
su izquierda vio la casona, casi un castillo, que correspondía a la
descripción recibida, dos carros convergieron desde un camino
hasta allí invisible y se detuvieron ante la verja de entrada. Dos
criados hacían guardia y rogaron que esperara por la persona que
decía lo había invitado. Al fondo la casona irradiaba luz por todas
las ventanas y el ruido de muchas voces mezclada con música se
desparramaba por el enorme jardín salpicado de altos árboles.
Antes de lo que podía imaginar llegó hasta la verja María y
tomándolo de la mano confirmó a los guardias la invitación oral al
recién llegado. Nervioso por la cantidad de gente ricamente
ataviada se dejó guiar con mansedumbre, para saludar, ya en el
amplio salón rebosante de invitados, a la novia. Agradeció a la
fortuna porque ella fue llamada casi instantáneamente para atender
a otros invitados más prominentes.
– María, hay algo que necesito decirte: no me gusta... no sé
bailar, y no me gusta compartir con mucha gente.
Ella lo miró risueña y al parecer nada sorprendida; y sin
decir palabra lo tomó del brazo para guiarlo hacia el patio.
Más allá del último atisbo de las luces, el jardín continuaba.
Cuando la casona era una colmena distante María descubrió un
banco bajo un árbol macizo y de copa redondeada y en él se dejó
caer sin ruido. A Marcos el corazón se le iba de las manos,
ocupadas en descubrir las curvas del de María. Ella tomó la
iniciativa del primer beso y con los siguientes vinieron las
promesas de amor caliente y eterno. El tiempo se revelaba escaso
para que descubrieran lo mucho que tenían en común. Casi sin
creerlo él oyó como ella hablaba de casamiento. Y más se
sorprendió al constatar que a pesar de que recién se habían
conocido la idea no le parecía nada absurda.

79
– María, ¿qué estás haciendo?
La voz estridente salió de no sabían dónde hasta cobrar
forma en la figura de una mujer de cara fina y severa, acompañada
por un hombre fornido y de grandes bigotes.
De un salto María se separó de Marcos pera ya era tarde.
– ... tu madre tiene que saber esto de inmediato...
La cara de susto no necesitaba palabras y María aclaró la
duda: – es una amiga de mi madre...
Dando un rodeo a campo traviesa se acercaron a la casona
por una puerta lateral. Pero al llegar constataron que el mal ya
estaba hecho. María fue llamada por los suyos a través del criado
casi niño y desapareció de la fiesta. Marcos aún circuló de salón en
salón para tratar de encontrarla pero la busca fue en vano.
Tampoco encontró a nadie que conociera de la familia para asumir
la culpa que no existía junto con María, y, si se lo exigieran, para
disculparse y librarla de todo castigo.
Mucho tiempo después y convencido de que nada podía allí
esperar, tomó el camino de la ciudad. Con los pies cansados y el
sabor de María aún en los labios, la cabeza le daba vueltas. Saltó el
muro pasando de éste a un peral y luego se dejó caer hasta el pasto
mojado. Ya en su dormitorio no tuvo fuerzas para desvestirse.
Boca arriba esperó que el sueño le dijera que aquello no había sido
mentira y que el final podía ser diferente.

Temprano por la mañana se plantó lo más discretamente que


pudo en las cercanías de la casa de María en una posición que,
aunque de costado, le permitía divisar la terraza, la puerta de
entrada y una de las ventanas de la fachada. Esperó hasta que una
mujer que limpiaba el balcón de una casa vecina empezó a mirarlo
con mucha desconfianza. En la casa de María no vio ningún
movimiento.
(Quizá duermen todavía y nada grave le ha sucedido. El
Universo conspira con nosotros...).

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Después de contornear una parte del barrio volvió a pasar
frente a la casa para constatar que nada había cambiado. Sin más
remedio que acatar la falta de novedades, se dirigió a la Facultad
para oír la más lamentable clase que hubiera podido imaginar
sobre las desgracias morales que aguardan a quien se aleja de la
verdadera religión. Su mente volaba lejos para llenarse de la
mirada, la calidez y el perfume de María. Cuando la señal dio
rienda suelta a su cuerpo, éste no necesitaba órdenes para saber
adónde dirigirse. Esta vez la suerte quiso que saliese de la casa el
criado niño con una cesta de mandados. Marcos esperó que aquél
doblase la esquina para alcanzarlo con paso de carrera. Sin
controlar su ansiedad lo asió por detrás, de un brazo. El niño
volvió su cara trémula hacia él y sin pedir que le repitiera la
pregunta le describió lo sucedido. Los padres de María, en especial
el padre, habían quedado fuera de sí y, aunque no la castigaron
físicamente, la habían enviado aquella misma mañana a la
propiedad rural de una familia amiga, con uno de cuyos vástagos,
eso dijo el padre, María estaba prometida en casamiento. El cielo
cayó sobre la cabeza de Marcos que con la cara contraída
preguntaba ahora por el nombre de la familia y del lugar. El niño
sólo sabía el primero. Aprovechando el desconcierto de Marcos el
niño se soltó y echó a correr, doblando a la izquierda en la primera
callejuela. Marcos lo vio irse entre nubes y, sin fuerzas, se vio
sentado en la saliente de una puerta. Pasándose las manos por el
rostro pensaba qué hacer con la única información disponible: el
nombre que acababa de oír.
– No es posible...esto es una pesadilla...
De repente la idea relampagueó en su cabeza. (Rufo o su
familia tienen que saber dónde queda la propiedad). Buscando
entre las varias casas céntricas el conocido blasón, se detuvo
jadeante ante una enorme puerta con llamador de bronce
reluciente. Al primer toque acudió un criado vestido como para
una fiesta. Explicó que el señorito Rufo aún dormía pero que, dada
su condición de condiscípulo, podría ayudar a despertarlo en su
habitación. Siguió al criado por dos pasillos en ángulo hasta

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desembocar en un patio interno que estaba rodeado de puertas.
Ante una de ellas el criado le deseó suerte. Golpeó primero
suavemente y después con más fuerza hasta escuchar la voz
somnolienta que con malhumor preguntaba qué deseaba. Se
identificó y la voz, ahora más amistosa, dijo que esperara un
momento. Casi al instante la puerta se abrió y Rufo, todavía
refregándose los ojos, lo hizo pasar para ocupar uno de los tres
confortables sillones que había en el dormitorio, cuyo centro
ocupaba una cama ocultada por un espeso cortinado verde.
Rápidamente contó al otro lo acontecido. Rufo se cercioró de
haber entendido bien el nombre de la familia y le dijo que iría
hasta el despacho de su padre, situado a la entrada del caserón, a
consultarlo sobre la información deseada. Volvió poco después
alisándose el amplio camisón de dormir que dejaba entrever su
corpulento físico.
– Ya está, la propiedad está en este lugar...
Extendió un papel que Marcos acogió con la prisa del
sediento.
– Gracias...muchas gracias...¡no sé cómo agradecerte!.
El otro desechó el agradecimiento, preguntó qué iría a hacer
y sentenció: – no es el momento de hacer locuras.
Saludándolo distraídamente y mirando otra vez el papel,
Marcos se dirigió hacia la puerta. En la Casa Comunal confirmó la
manera de llegar al lugar indicado en su anotación. Más corriendo
que caminando llegó hasta el establo para reencontrarse con su
caballo, y asegurarse de que al otro día estaría libre de cualquier
tarea.

Un pájaro tempranero lo despertó cuando el sol aún no se


había impuesto a la oscuridad. Casi a tientas ensilló el caballo;
entre ruegos y apropiaciones de hecho, fue llenando en la cocina
del residencial la bolsita de los víveres. La cocinera rolliza lo
dejaba hacer aunque rezongaba para mantener las apariencias.

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Toda protesta cesó cuando la besó en la frente antes de salir.
El camino se hacía más largo que nunca. Cuando llegó al
cruce que le habían indicado dobló a la derecha y se dispuso a
hacer casi media jornada por la nueva senda. Los campos
amanecían salpicados aquí y allí de pañuelos multicolores que se
afanaban en las tareas. En cada grupo por lo menos un hombre
llevaba la voz de mando. Cuando era mirado sin reservas, cosa que
raramente sucedía, Marcos levantaba la mano para demostrar su
deseo de paz. Un par de veces algún hombre del grupo
correspondió a su saludo. Después que hubo pasado el segundo
puente decidió que era hora de desayunar, dejando al caballo
pastar en libertad. Más temprano que tarde se puso nuevamente en
camino, haciendo que el bruto renunciase al placer recién
concedido. Después del tercer puente empezó a esperar a su
derecha un castillo alargado de techo rojo. De pronto, al fin de una
espesa arboleda, allí estaba. Metió el caballo entre los árboles y se
acostó a observar el parque que rodeaba el caserón de dos plantas e
innumerables ventanas. La verja cubría sólo la parte frontal.
Después de atar el caballo extrajo de su camisa un lápiz y un papel
y sólo en ese momento supo a qué iba. Escribió con letra desigual
y temblorosa que estaba aguardando en el bosquecillo cercano para
llevarla de allí en el acto. Dobló cuidadosamente el papel y,
agachado, se acercó lo más posible al caserón sin apartarse de la
protección de los árboles. Después vio que al fondo del mismo
había un pozo rodeado por rosales altos, a los que, a su vez,
protegía una cortina de arbustos. Haciendo la vuelta por el
perímetro del bosque abrió el papel y agregó al mensaje que estaría
esperando entre los árboles en la dirección del pozo. Lo dobló otra
vez y reptando se fue acercando entre los pastos altos a la cortina
de arbustos. Usándola como escudo se aproximó al pozo. En ese
momento una muchacha salió por la puerta entreabierta y se acercó
con un balde en la mano. Esperó que lo bajara hasta el agua y
cuando se esforzaba por subirlo se acercó sin que ella lo viese.
– No te asustes.
A pesar del aviso y de la sonrisa la muchacha casi tiró el

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balde del brocal donde recién lo había apoyado. Un salpicón de
agua alcanzó los pies de ambos.
– Esta moneda es para ti y este mensaje es para María. No se
lo des a nadie más porque si no lo vas a pasar muy mal. Estaré
esperando la respuesta en aquellos árboles.
Sin dejarle el tiempo de la respuesta puso la moneda y el mensaje
en la palma de su mano izquierda y volvió agachado hasta los
arbustos. Al darse media vuelta vio que la muchacha miraba la
palma de su mano y, de inmediato, con un resoluto levante de
hombros se guardó lo que en ella había en el bolsillo del vestido
mientras levantaba el balde con la otra mano.
Cuando la puerta se la hubo tragado Marcos se retiró hacia el
bosquecillo. Su garganta estaba seca y la saliva se negaba a
refrescarla. (Tenía que haber traído la bolsita de los víveres).
Mordisqueó una ramita del alto pasto que, aunque amargo, le trajo
el sabor del líquido que tanto deseaba y se dispuso a no perder de
vista la puerta entreabierta. La posición encorvada lo cansó al cabo
de un rato y prefirió acostarse en el pasto ya seco por el sol
perpendicular. De vez en cuando el trino de un pájaro rompía el
silencio. La puerta seguía entreabierta y vacía. (El estómago me
empieza a doler sin control). Marcos se obligó a mirar con
detenimiento los alrededores para ocupar el tiempo. Empezó por el
propio bosque, registrando los lugares de árboles más altos y el
perfil de su contorno; después trató de identificar las especies allí
existentes. Como no eran tan variadas trató de ver su caballo y
como no pudo hacerlo dejó su vista alcanzar el límite que daba al
camino. Nadie. Continuando el giro le tocaba el turno al castillo.
Nadie. Luego el patio posterior con el pozo y otra vez el bosque.
(¿Arriba?... sí, arriba claro... La puntada en el estómago no ha
hecho más que agudizarse... El cielo parece indicar tiempo
bueno...porque aquellas nubecillas más oscuras no llegan a ser una
amenaza de lluvia). Cuando bajó la vista la muchacha ya había
pasado el pozo y con una tijera en una mano y un jarrón en la otra
se acercaba al límite de los rosales. (El estómago se me agujerea).
Con hábiles cortes seleccionó una media docena de rosas. (¿Será

84
sólo eso? No: ¡ahí viene!). Mirando hacia todos lados la muchacha
dejó atrás los arbustos y se acercó al bosque. Marcos levantó una
mano para hacerse visible y ella, al verlo, sacó del bolsillo del
vestido un papel arrollado y lo dejó caer; acto seguido y sin decir
palabra dio media vuelta y levantando el jarrón hasta la altura del
vientre se dirigió hacia el castillo. Marcos reptó unos metros y en
un espacio libre de pastos no tardó en ver el pequeño cilindro
atado por una cinta celeste. La cinta exhalaba el perfume que tan
bien conocía. Sus manos sudorosas casi rompen el delicado papel
que de inmediato lo dejó triste y alegre. Triste porque su encierro
vigilado por un criado de guardia en la puerta de la habitación,
impedía a María venir a su encuentro; pero alegre porque ella
prometía encontrarlo en el bosque, la noche del próximo día
sagrado, cuando encontraría la forma de escapar a la vigilancia.
Terminaba renovando sus palabras de amor y el deseo de que
pudieran casarse en su pueblo, para luego obtener de los padres de
ella el reconocimiento debido al hecho consumado. Marcos besó
aquel final y guardó con todo cuidado el mensaje en el bolsillo de
la camisa. (Mi estómago está milagrosamente en paz. El Universo
habrá de conspirar con nosotros). Muy agachado se acercó a su
caballo. Lo tiró silenciosamente de las riendas por entre el bosque
hasta después de la curva para que nadie los viera retomando el
camino. Sólo entonces montó con agilidad redoblada y
cantaroleando una de aquellas canciones picantes de la fiesta de
estudiantes repetía cada vez más fuerte: – ¡María es mía y el
Universo conspira con nosotros!

Los días se negaban a pasar y las clases se sucedían grises e


iguales. Por fin aquí estaba otra vez en camino, prometiéndose
devolver los oficios perdidos en este día sagrado en otros infinitos
días del porvenir. Dejó atrás dos carros y un carruaje de lujo, y el
último puente llegó mucho antes de lo esperado; el bosque ya
oscuro abrió sus brazos amigos. En la penumbra no tuvo dificultad

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en llevar el caballo hasta el escondite que había usado antes. En el
castillo había una agitación que dejaba adivinar una fiesta. Un
carruaje ricamente ataviado llegaba en aquel momento y tras la
verja otros tres hacían relucir sus faroles. Marcos se dispuso a
esperar tendido en el pasto. Con el corazón palpitante decidió que
era necesario tener paciencia y que lo mejor era contar las estrellas
que guiñaban por entre las nubes en movimiento. Después de un
cierto tiempo el ruido de varios carruajes saliendo al unísono, agitó
a lo lejos las sombras del gran patio de entrada. Después el silencio
ganó rápidamente la partida y las últimas ventanas se cerraron. (La
fiesta terminó. María no va a tardar). Los crujidos del bosque
ritmaban el paso de las horas, lento como el giro de las
constelaciones. (Aquella es Orión, y aquella...¿ Podremos casarnos
en el pueblo? ¿Sus padres aceptarán ese casamiento? Cuando vean
cómo la quiero no podrán negarse. Y trabajaré en lo que sea hasta
terminar los estudios). El castillo es una mole inerte. Marcos
resistió el sueño que insiste en vencerlo. (De aquí no me muevo. Si
por algún motivo no ha podido venir, ya me lo hará saber con el
primer criado que salga al amanecer). El amanecer... ya se anuncia.
Los primeros pájaros surcan los aires. El castillo sigue mudo. De
repente la puerta del fondo se abre y una muchacha tocada con un
pañuelo negro sale cargando un balde. Marcos retiene el corazón y
casi sin esconderse se dirige recto hacia ella. Cuando la muchacha
lo ve venir, se paraliza y deja caer el balde.
– No te asustes (no es la misma muchacha del otro día)... no
te asustes. Sólo quiero tener noticias de la señorita María.
La muchacha se lleva las dos manos a la boca y lo mira con
ojos enormes.
– ¿Cómo, no lo sabe? La señorita... murió anteayer...
Nada existe fuera de su cabeza más pesada que el plomo.
– Pe… pero... no puede ser... me refiero a la señorita María.
La muchacha no sale de su parálisis.
– Sí, ella ...
Marcos se tira los pelos con las dos manos y todo el
cansancio se ha transformado en una rabia que ahora lo domina

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por entero.
– ... pero no puede ser, yo estaba aquí.
– Mire, señor, ni tendría por qué contarle esto pero las cosas
sucedieron así... El señor de la casa le comunicó oficialmente a
María hace dos días que habían arreglado con el padre de ella el
casamiento con el hijo mayor de esta casa... María entró en una
crisis de locura, rompiendo todo lo que había disponible en la
habitación donde estaba confinada... Y entonces, oí decir a una
amiga de la señora que el señorito despechado por ese desprecio la
había forzado en su habitación... la había forzado...usted me
entiende... Entonces María tomó un frasco entero de veneno de
ratas que sacó de no se sabe dónde, parece que lo tenía escondido,
y a las pocas horas estaba muerta sin que los médicos pudieran
hacer nada para salvarla... El señorito fue enviado ayer mismo para
el extranjero de donde su madre dice que no volverá en años... A
María la llevaron ayer temprano para el pequeño cementerio que
su familia tiene en su propiedad rural a medio día de viaje a pie de
aquí... Todo es increíblemente triste señor...
El mundo terminó de caer mientras Marcos retrocedía
bamboleándose hasta el bosque. Cuando sus ojos se abrieron, el
sol ya estaba fuerte y la cabeza le daba vueltas. A lo lejos el
castillo se mantenía silencioso y vacío. Después, sin que supiera
cómo, el caballo lo dejaba en la puerta del residencial. Al otro día
muy temprano salió al trote rápido. Pasó por el castillo que tanto
conocía tratando de no mirarlo. Siguiendo la vaga orientación de la
muchacha buscó la propiedad mencionada por ella. Preguntando
sonámbulo en tres granjas llegó sin demasiado esfuerzo. Desmontó
y rodeó la propiedad cobijándose en la sombra de los árboles y
arbustos y al cabo de poco tiempo vio el pequeño cementerio
familiar bastante alejado de la casona cerrada como un fuerte. Ató
el caballo a un arbusto dándole suficiente cabestro para que
pudiera pastar a voluntad. Agachándose lo más que podía se
dirigió hacia el pequeño rectángulo rodeado de una valla baja; la
franqueó sin problemas y vio de inmediato la sepultura fresca
donde una lápida de mármol registraba dentro de un delicado

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encaje en bajorrelieve el nombre y las fechas de nacimiento y
muerte de María. Cayó de rodillas y lloró como un niño. (Está
claro que el Alquimista no es el Profeta: el Universo no movió una
paja a favor de nuestro amor que a nadie dañaba).

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LOS DESEOS

– Marcos, no te castigues más; hace dos días que no ves el


sol.
Al dormitorio en penumbra, la voz de Luis llegaba
plenamente audible.
– Los designios de Dios son misteriosos; y si la llamó fue
por su bien.
(Dios no puede ser tan cruel. Pero Luis no se merece mi
silencio).
La puerta se abre y Luis abraza a su amigo.
- Vamos a caminar un poco, que ver gente te hará bien.
Abrígate que está fresco.
Como un autómata Marcos deja que Luis le ponga el abrigo.
El trajín de la gente en la calle es una sorpresa. (Pensé que el
mundo se había detenido. ¡Qué va! El Universo no conspira con la
tristeza de nadie).

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Luis lo empuja hacia una posada y pide dos tés.
El bullicio es contagiante y Marcos no puede sino reconocer
que la vida sigue.
– Mi novia tiene una amiga que conoció una persona que te
puede ayudar mucho en este momento.
– ¿Quién es?
– Es una especie de sacerdote.
– (Puede ser el profeta) Quiero verlo ahora mismo.
– ¿Ahora?
– Sí.
Caminando a paso largo llegaron a la casa donde trabajaba la
novia de Luis. No fue preciso ir a lo de su amiga porque ella sabía
el paradero del sacerdote. Ahora la marcha rápida los condujo
extra-muros. En una granja donde abundaban los perales, un gran
galpón ocupaba una pequeña colina. En la puerta entreabierta los
recibió un adolescente con la cabeza completamente rapada y que
vestía una túnica roja.
– Venimos a ver al Maestro.
El adolescente pidió silencio llevándose el índice a los labios
y los condujo hacia una tarima de madera situada al fondo de la
amplia estancia; varios hombres sentados en semicírculo en el piso
miraban al Maestro que en igual posición ocupaba el centro de la
tarima, callado y mirando fijamente con la cabeza erecta un punto
en el vacío. Marcos compartió por respeto el silencio ajeno. Al
cabo de un tiempo, cuando el Maestro abrió los ojos, todos los
presentes se pusieron de pie y sin darle la espalda, fueron saliendo
de la habitación. El Maestro hizo un gesto con la cabeza para que
Luis y Marcos se acercaran. Cuando estaban a su lado otro gesto
los invitó a tomar asiento. Una vez frente a frente el Maestro miró
serenamente a los ojos de Marcos y con voz dulce dijo: – La
venganza es absurda, más aún cuando es imposible.
Marcos sintió que un rayo de luz atravesaba la oscuridad y que un
enorme peso le era retirado de los hombros.
Con la misma calma y un simple gesto de la mano el Maestro les
ordenó retirarse.

90
El asombro de Marcos se le escapaba por los ojos; Luis
sonreía para sí. Al llegar a la puerta el adolescente les informó que
el Maestro estaría recibiendo a los iniciantes dentro de cinco días.
Casi sin hablar hicieron el camino de vuelta hasta su casa.

La frase mágica del Maestro llevó a Marcos de vuelta a la


Facultad y había operado el milagro no menos importante de hacer
con que se alimentase convenientemente. Pero el sueño era aún
escaso y los días pasaron lentamente hasta el quinto. A la hora
indicada se presentó ante la puerta del galpón. El mismo
adolescente lo condujo hasta la tarima donde el Maestro ya
aguardaba sentado. Una media docena de jóvenes y menos jóvenes
hacía un semicírculo a su alrededor. Cuando Marcos se sentó, el
Maestro dijo: – Llegó el que faltaba. Y acto seguido: – La causa de
todo sufrimiento es el deseo; si aprendemos a renunciar al deseo
eliminaremos el sufrimiento; el mundo tiene de sobra para cubrir
nuestras necesidades, pero no lo suficiente para atender a nuestra
codicia.
Dejó que su voz terminara de resonar en el fondo de la
amplia estancia y prosiguió: – Para renunciar al deseo
concentremos todo nuestro ser en la sílaba sagrada: “Um”. Y dicho
eso entonó un “Ummm...” que se prolongó infinitamente,
acompañado de todos los presentes, incluyendo a Marcos, quien se
sumó al coro con algunos segundos de retraso.
Cuando el último eco se apagó, el adolescente que a todos recibía,
trajo un narguile que acopló al pequeño recipiente semilleno de
agua que el cuerpo del Maestro ocultaba hasta entonces. Éste
aspiró profundamente y mientras sus ojos giraron en sus órbitas
antes que sus párpados se cerraran, expelió una bocanada de humo
denso y aromático que recorrió los discípulos uno a uno.
Con los ojos ya cerrados tendió la pipa de madera al primero.
Éste la empuñó con las dos manos e imitó el gesto del Maestro,
hacia quien apuntó la bocanada caudalosa. Marcos, en una de las

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puntas del semicírculo fue el último que recibió la pipa. Cuando la
aspiró, su garganta ardió hecha brasa y sus pulmones querían
estallar; usando toda su voluntad trató de no toser; con la cara
congestionada por el esfuerzo y el poder de la droga, logró
contenerse y expeler sin ruido el humo azulado. En ese momento
el Maestro comenzó otra serie de “Ummm...” que Marcos oyó
cada vez más distante, aunque de ella participaba con su voz. El
cuerpo se le fue aflojando y de pronto vio su propio rostro
entonando el “Ummm...” sagrado; poco después todo su cuerpo
era visible desde lo alto, haciendo parte del semicírculo animado
por el Maestro. (Esto no puede ser; no es posible que me vea así
sin un espejo).
Se hizo un breve silencio y el Maestro dijo: – Sí, puede ser;
somos nosotros distanciándonos del deseo; y dio inicio de
inmediato a otra serie de “Ummm...”.
La visión y el pensamiento de Marcos planearon aún un buen
rato por encima de los presentes y no perdieron siquiera el detalle
de que su propio rostro aparecía más demacrado y ojeroso. La
habitación no tenía más límites y una densa niebla lo ocupaba
todo, hasta el infinito. El tiempo desapareció. Después, visión y
pensamiento bajaron hasta su cabeza y se sintió nuevamente
sentado.
La voz del Maestro sonó nítida: – Es todo por hoy.
Combatan el deseo.
Los otros se fueron retirando en silencio. Cuando Marcos se
levantó, la habitación se transformó en una calesita. El adolescente
recepcionista lo aguantó por un brazo y delicadamente lo
acompañó hasta la puerta. Allí una bocanada de aire fresco y frío
disminuyó la velocidad de rotación de su cabeza. El adolescente
comentó que la primera vez era la que más mareaba y le pidió que
no olvidara su contribución para la obra. Marcos sacó la moneda
que tenía preparada para tal fin y la depositó en la palma abierta
del otro. A su espalda la inconfundible voz del Maestro dijo con
ternura: – La avaricia es nuestra perdición.

92
Marcos se dio vuelta y sólo alcanzó a distinguir al fondo de
la amplia estancia la silueta del Maestro, que continuaba sentado.
Registró el saquito que llevaba prendido por el lado interior del
pantalón y de él sacó otra moneda reluciente y mayor que la
primera que entregó al adolescente. Éste juntó las dos manos y
llevándolas hasta la frente se inclinó lentamente en gesto de
agradecimiento y despedida. Marcos respiró a todo pulmón el aire
cargado de humedad y se dispuso a encontrar el camino aún
bamboleante que lo llevaría a su casa.

Desde que María murió nunca más pasó por la calle de su


casa. Mal o bien esa estrategia de fuga ayudaba a apartar la carga
de la ausencia. Sólo Luis sabía los pormenores del drama. De la
Facultad volvía a casa y los libros eran compañeros discretos que
jamás preguntaban. Más de un profesor lo elogió por la exactitud
de las respuestas ofrecidas cuando su opinión era pedida. En una
de las aulas, y como excepción a la regla, encontró una verdad que
le hablaba al corazón. Todo lo que limita la libertad de elegir no
puede ser bueno para la realización de un ser humano, y toda
limitación de aquella libertad que pueda ser superada, debe serlo.
No por casualidad el aula en cuestión era la de Zenón, el único que
evitando el dulce cobijo de las voces de las autoridades, corría el
riesgo de opinar. (O sea ninguna droga que nos saque la lucidez de
la elección puede ser buena; porque a fuerza de habituarnos, en
vez de elegir nosotros, es la droga la que empieza a elegir por
nosotros y en nuestro lugar). En el acto decidió que no fumaría
más el narguile. (Pero, ¿cómo hacerlo sin desagradar al Maestro y
sin romper la sagrada complicidad con mis compañeros? Sí, lo
mejor es fumar con ellos pero no tragar el humo). Ese mismo día
encontró en el galpón más del doble de personas de las que allí
había visto la primera vez. El número de asistentes no cesaba de
incrementarse desde que el Maestro comenzó las sesiones de
materialización. Como lo supo por el adolescente recepcionista en

93
la única oportunidad en que hablaron a solas, el aumento de la
cuantía de las donaciones había acompañado con creces el de los
asistentes. El Maestro dijo que entre los presentes había un aura
que brillaba con particular intensidad. Y para asombro de Marcos,
su nombre fue el proferido. Pero de inmediato sintió que el
asombro era indebido pues desde que la gitana lo miró con aquella
expresión el día que venía hacia la ciudad, sabía que algo especial
había en su persona. Obedeciendo a la invitación del gesto, se
sentó al lado del Maestro. Todos los presentes no disimulaban la
admiración en miradas que ahora tenían por centro no al Maestro
sino al Elegido. (En la plaza del pueblo un juglar canta: La vanidad
es yuyo malo que envenena toda huerta; es preciso estar alerta,
manejando el azadón; pero no falta el varón que la siembre hasta
en su puerta). La vanidad perdió sentido ante la tranquila certeza
propia y ajena, que la voz del Maestro confirmó: – Este es un
Elegido, porque supo renunciar al deseo.
Una serie de “Ummm...” saludó la proclamación.
Después el recepcionista trajo una palangana de vidrio
transparente casi llena de agua humeante. El Maestro se remangó
la túnica amarilla, mostró las manos vacías y las hundió en el
líquido. Entonó un “Ummm...” que pidió que todos corearan sin
cerrar los ojos que debían permanecer fijos en sus gestos. Cuando
la sílaba sagrada alcanzaba suficiente duración estrujó ambas
manos una contra la otra, repetidas veces. La sílaba sagrada cesó.
El Maestro sacó las manos aún juntas desde dentro de la palangana
para separarlas lentamente después, manteniendo los puños
cerrados. Algunas gotas de agua cayeron en la alfombra roja. El
maestro abrió una mano que resultó vacía y de inmediato abrió la
otra; allí brillaba un hermoso anillo dorado que se hizo aún más
visible gracias a los destellos provocados por un farol acercado por
el recepcionista. Un “¡oh!” se extendió por la sala hasta rebotar en
la lejana pared de la entrada. El Maestro pidió con un gesto de la
mano vacía, la mano izquierda del Elegido. Marcos extendió la
mano pedida y el Maestro puso en su índice el anillo dorado.

94
– El dedo que apunta el deseo es el que ahora recibe la
bienaventuranza de la renuncia.
Dicho esto levantó la mano de Marcos para que todos pudieran ver
la sortija reluciente bajo el haz del farol. Una luz verdosa rodeaba
todo el torso del Elegido. Un “Ummm...” aún más fervoroso que
los anteriores llenó todos los espacios. Cuando terminó, el Maestro
dispensó a todos con su habitual gesto de despedida. Marcos hizo
ademán de levantarse y fue retenido por una muñeca. Cuando el
silencio fue total el Maestro lo soltó para anunciar: – Estás pronto
para ayudarme divulgando la buena palabra en la región.
(No hay dudas; él es el Profeta).
– No sé si lo merezco.
El Maestro dejó pesar una pausa y concluyó: – Sí....dentro de
siete días hablaremos; entre tanto, córtate el pelo.
Acto seguido, dio por terminada la entrevista, irguiéndose.
Al salir y de reojo Marcos alcanzó a ver al recepcionista
contando una cantidad de monedas como nunca había visto en su
vida.

Todos los compañeros de clase lo hicieron blanco de bromas


cuando lo vieron llegar con el pelo cortado al rape, disimulado por
un gorro que intentaba ser una protección contra el frío. En el
primer intervalo alguien hizo desaparecer el gorro de su lugar.
Marcos todo lo soportaba con tranquilidad y buen humor,
repitiendo una y otra vez que él no tenía la culpa de que los piojos
proliferaran en el residencial y que para combatirlos el corte
radical del pelo fuera la única prevención eficiente. Al cabo de la
última clase Rufo le devolvió personalmente el gorro. Fue el
último a quien tuvo que explicar que el vendaje que cubría buena
parte de su mano izquierda era la respuesta al arañón sufrido
cuando levantaba un leño pesado. Esa misma tarde puso proa a la
ciudad donde había ido a buscar al Alquimista. Cuando ya se
divisaban sus murallas torció por un camino que serpenteaba hasta

95
llegar a una granja situada en una altura. Con un hombre que
esperaba a la entrada de la propiedad confirmó que estaba en el
lugar indicado porque el otro, no bien lo vio aproximarse, se
agachó en una reverencia. Primero lo condujo hasta su casa, donde
una mujer temerosa le mostró el dormitorio. Allí se cambió
rápidamente de ropa, vistiendo la túnica amarilla. Al salir, el dueño
de casa, semiencorvado, le mostró el camino hasta el galpón en
penumbras. Tomó asiento en la tarima que, al fondo, estaba
cubierta con un burdo tapiz rojo. Una decena de hombres sentados
en semicírculo le hacían frente. Marcos rompió el silencio: – El
deseo nos aprisiona y nos hace sufrir; si renunciamos al deseo
ganaremos la libertad y nunca más sufriremos.
Sin solución de continuidad entonó el “Ummm...”,
acompañado por todos. Tras varias series hizo el gesto convenido
para que el dueño de casa trajera el narguile. Cumpliendo todo el
ritual pero sin inhalar el humo lo pasó al fiel de la punta. (¿No será
mi omisión un pecado? No, nada que proteja la libertad puede
serlo. Entonces, ¿por qué el Maestro así no lo ha visto?). La
bocanada expulsada por el fiel que cerraba el semicírculo marcó el
inicio de otra serie dedicada a la sílaba sagrada. Cuando lo creyó
apropiado, el Elegido puso fin a la ceremonia haciendo el gesto de
la despedida.
Envuelto en la oscuridad prefirió cambiarse allí mismo. Al
salir recibió del dueño de casa el puñado de monedas que debía
entregar al Maestro, no sin separar de él tres que correspondían al
granjero por la cesión del local para la práctica del culto del cual
también era partícipe.
Con el sol ocultándose tras la elevación donde se situaba la
granja, Marcos tomó el camino de vuelta.

Zenón había puesto el dedo en la llaga cuando proclamó que


como seres humanos siempre podíamos decir “no” y que en eso
estribaba nuestra libertad.

96
Mientras la clase se enzarzaba en una discusión sobre cómo
conciliar el libre arbitrio humano con la omnisciencia divina,
Marcos dio a la cuestión un giro más concreto. Pensó si el narguile
no opacaba precisamente aquella posibilidad de optar que Zenón
había caracterizado como siendo lo que distingue a los humanos; y
se preguntó si aquella capacidad de opción sólo se aplicaba
negativamente. Ahora y con la cabeza en ascuas estaba entrando a
la granja donde lo esperaba el Maestro, ya sentado en su tarima.
– Quiero que me cuente cómo van sus prédicas.
– Bien, bien...pero tengo algunas dudas...Si la renuncia al
deseo es una opción que puedo hacer, ello supone que tengo la
libertad de optar.
– Así es...
– Pero esa libertad de optar ¿no necesita de una cabeza
lúcida para la opción?
– No sé adónde quiere llegar...
Marcos se retorció las manos y, contrariando la regla, miró al
Maestro a los ojos: – Es que...no sé como decirlo... ¿es que el
narguile no nos restringe esa lucidez?
Apenas hubo lanzado la frase sintió todo el peso de la
herejía; pero, para su sorpresa el Maestro no mostró contrariedad
alguna en el tono de la respuesta: – Usted es joven, pero debe
saber que no sólo de libertad vive el hombre. Muchos de nuestros
hermanos vienen al culto sobre todo en busca del narguile. Él es el
que les hace llevadero el peso de la carga de cada día. ¿Por qué
privarlos de ese consuelo?
Marcos bajó los ojos y muy bajo preguntó: – ¿Entonces el
deseo del narguile es un deseo que no debemos combatir?
Marcos adivinó la inusual irritación en el tono de la
respuesta: – Hay aparentes contradicciones que su Filosofía no
explicará jamás.
Pero el joven estaba dispuesto a ir hasta el fin y preguntó:
– Pero si por lo menos hay un deseo que no debemos combatir,
¿no habrá otros, tan legítimos como ese?

97
Ahora intrigado pero sin irritación el Maestro inquirió: – ¿A
qué se refiere?
– Pensaba por ejemplo en el deseo de verse libre de cadenas
y maltratos de la carga de cada día, porque ¿cómo puede la mente
estar libre para optar cuando el cuerpo permanece esclavo?...quiero
decir que parece haber condiciones mínimas para que cualquier
opción sea nuestra opción...
El Maestro lo interrumpió: – ¿Dónde quiere ir a parar?
El joven juntó el poco coraje que le quedaba: – Maestro,
pienso en los miserables que no pueden optar porque son esclavos
de la miseria provocada por amos o patrones tiranos; y pienso si
con lo que colectamos en el culto nada podemos hacer por ellos...
Ahora la voz del otro se hizo a la vez cortante y
condescendiente: – Joven, sepa que nos toca salvar almas y no
cuerpos. Lo poco que recaudamos está dedicado enteramente a esa
causa.
Marcos musitó: – Pero...
El Maestro lo atajó apoyando una mano encima de su
cabeza: – Nuestra charla ha terminado. Recuerde que mañana tiene
otra prédica.

En alternancia con las aulas varias prédicas se habían


sucedido y, meditando sobre si debía o no contar al Maestro su
violación del ritual del narguile, Marcos llegó con bastante
adelanto a la granja. Absorto en su duda se acercó en absoluto
silencio a la puerta de entrada que, como de costumbre, estaba
entreabierta. El recepcionista brillaba por su ausencia. Marcos
entró meditativo y oyó la voz alegre del Maestro: – ...y con esta
suma, Señor, queda definitivamente saldada la compra de su
propiedad, incluyendo el ganado y los sirvientes, claro...; recuerde
que, como la otra vez, el título debe estar a nombre de mi
hermana...

98
Instintivamente Marcos apretó el puñado de monedas que
traía en el bolsillo de la camisa.
– ... ¿y el castillo del que le hablé?
La voz del Maestro no se hizo esperar: – Calma, amigo, esa será la
próxima adquisición; porque, ¿sabe Usted?: la recaudación no cesa
de aumentar. A propósito: hoy habrá otro Elegido.
Marcos vio claramente, a través de la ranura existente entre
la puerta interna y la pared, cuando el Maestro, delicadamente
extrajo desde dentro de la túnica un anillo dorado. Marcos llevó
automáticamente la mano a la sortija muy parecida que portaba en
el dedo índice y salió sin hacer ruido; cuando estaba bastante
alejado del galpón vio venir desde la ciudad al recepcionista.
– El Maestro me pidió que trajera verduras frescas, pues
según dijo hace dos días que está ayunando. ¡Ah!, hoy venía un
Señor que recibe orientación espiritual individual de tiempos en
tiempos.
El recepcionista terminó sus palabras golpeando con las
manos antes de llegar a la puerta.
Esperaron un instante hasta que el Maestro se asomó para
recibir allí el saludo respetuoso del Señor ricamente vestido.
Apenas se despidieron cuando el Maestro, tomando del brazo a
Marcos, musitó, entrando a la estancia en penumbras: – Un caso
serio de avaricia enfermiza...
Marcos se desprendió del contacto amistoso al buscar en su
camisa las monedas que había colectado en otro de sus sermones.
El Maestro recibió el saquito sin mirarlo y se lo tendió al
recepcionista. Marcos respiró hondo y le dijo que una circunstancia
inesperada le impedía permanecer para el culto del día.
– Nada que tenga que ver con el deseo, espero...
– No, no, se trata de un compromiso que asumí en la
Facultad...
El Maestro lo miró largamente y dejó caer: – Cada uno tiene
su camino...Hasta la próxima semana.

99
Cuando se vio al aire libre Marcos respiró tan fuerte como
cuando trató de recuperarse del narguile. Pero esta vez gruesos
lagrimones caían de sus ojos.
*

100
LA VIDA

Luis preguntó si la nostalgia de María había vuelto. Marcos


le respondió que aquella ausencia era de por vida pero que estaba
adormecida. Cuando agregó que no salía de su cama hacía dos días
porque había descubierto una verdad que prefería no haber
descubierto nunca, Luis lo miró dudando de su sanidad mental.
– ¿Puede haber deseo más innoble que aquél que se alimenta
de la desesperación y la miseria ajenas?
Luis lo miraba callado.
– ¿Puede haber atentado más grave contra la capacidad y
necesidad de creer que tiene el ser humano que aquél que consiste
en usar en provecho propio ese don?
Luis respiró hondo: – No te entiendo.

101
– Tal vez sea mejor así.
Luis empujó por enésima vez el plato de sopa hacia Marcos.
Y esa vez Marcos cedió y la tomó a grandes tragos sin temerle al
ruido. Luis se animó y le puso en la mano la manzana roja que
estaba en la bandeja. Marcos empezó a comerla a grandes
mordidas.
– ¿Cómo va tu noviazgo?
– Así me gusta; hablando de cosas comprensibles...Bien,
muy bien. Ella se lo contó a los patrones y ellos le dijeron que le
darían todo el apoyo para casarse con un médico...Bueno, ella les
mintió un poco diciéndoles que no me falta mucho para terminar
mis estudios...
Marcos lo miró de frente y, ya sonriendo, le espetó: –
Prefiero esa mentira que a nadie ofende.
Luis sacudió la cabeza ante otra frase en clave y empezó a
vestirle el pantalón.
– Nos vamos de paseo. Un buen té, tal vez un café esté a
nuestra espera...
Marcos se dejó hacer. (¡Cuánto más no vale la amistad de
verdad, aunque no se vista de sabiduría!). Se pasó una mano por la
cabeza y constató que el pelo renacía con vigor.

Cuando llegó a la Facultad la sala zumbaba y la noticia le


subió a la cabeza con el calor de la indignación. El profesor Zenón,
el más comprometido con lo que decía en clase y que parecía duro
a fuerza de timidez, estaba siendo expulsado de la Universidad.
Preguntó los detalles. Un incondicional de la Dirección dijo que el
profesor había creado sin permiso el Seminario donde se debatían
cuestiones sociales. (¿Hace falta permiso para pensar?). Y en esa
actividad había utilizado hojas con la marca de la Institución.
(¡Varias debe haber usado el Director para limpiarse en el baño!).
El profesor brillaba por su ausencia.
– ¿No tendrá esto que ver con la defensa de los campesinos?

102
Su voz se le escapó casi sin querer.
Ahora era el centro de las miradas.
– Sí, porque es sabido que varios señores influyentes se han
quejado al Director de ese apoyo.
Una voz chillona pidió explicaciones.
(Tenía que ser el colorado Néstor; siempre el último en
enterarse...). – Los campesinos no admiten más la condena al
trabajo esclavo por deudas.
Alguien dijo que impedir el derecho de solicitar era decretar
la arbitrariedad absoluta.
Varias voces lo apoyaron.
– ¡Vamos al despacho del Rector!
Un tropel dejó la sala vacía. El Rector no estaba pero su
secretario vio invadido el despacho de poderosos muebles
marrones.
– Es una cuestión de uso de papel oficial sin autorización
para un Seminario creado también sin permiso...
Fue acallado por voces que le recordaban que el Seminario
había sido anunciado con carteles en la propia entrada de la
Universidad sin que nadie pusiera reparos, que papel oficial
aparecía incluso en los baños cuando se hacía necesario, y otras
que sencillamente lo llamaban mentiroso.
– Pe...pero... – aún trató de argumentar el otro, ya rojo.
– Pe...pero...nada, gritó Rufo, barriendo del escritorio con un
manotazo todos los documentos.
El secretario se agachó presuroso para recogerlos mientras
mascullaba que aquello no iba a quedar así.
– Vámonos, dijo Rufo – y todos estaban convencidos de que
el poder de su padre operaría el milagro de hacer con que aquello
sí quedara así.
– Vamos a la casa del profesor..
El coro asintió. Al salir al patio vieron que llegaba el
profesor.
– Vengo a recibir la carta de despido...
– Pero nosotros queremos saber...

103
– Está bien.
Y ya subido al banco de piedra que allí había, comenzó
explicando las causas de lo ocurrido. Su voz se fue haciendo cada
vez más afirmativa y acompañada de gestos enfáticos. Habló de
humillaciones que no tenían razón de ser y de su apoyo a los
campesinos. Insistió en el deber de adherir a la causa de los
humildes y de combatir la injusticia, al que no se podía renunciar
en una Institución donde supuestamente se pretendía educar
hombres íntegros.
(Sí, me confirma que es de los buenos; y ahora entiendo que
lo echen, porque es de los que no se doblan ante la amenaza o la
promesa de ascensos).
El aplauso fue atronador. El profesor se bajó trémulo del
improvisado estrado y entró al rectorado. Alguien propuso hacer
un gran cartel exigiendo su permanencia, para ser puesto en la
puerta de la Facultad.
Marcos se fue mezclado con media docena de entusiastas;
los otros, o se dispersaron, o volvieron a clase.
Canaleto los recibió con una sonrisa abierta. Asintió de
inmediato y les mostró un rollo de lienzo y los tarros y pinceles
disponibles. Después, como si nada hubiera ocurrido, volvió a
instalarse frente al caballete.
“Las ideas no se expulsan. Queremos a Zenón” fue el lema
elegido. Rufo diagramó con sorprendente seguridad y rapidez el
contorno de las letras en el lienzo blanco.
(Espero que no comprometa la obra; da pena profanar esta
pureza de cuerpo de monja). Pidió disculpas en pensamientos por
la ocurrencia impura y se dedicó a rellenar el trozo que le había
tocado.
Cuando la obra estuvo pronta Canaleto sugirió que la dejaran
secarse por unas horas para evitar irreparables borrones.
– De todas maneras sólo lo podrán poner de noche...
Se fueron agradeciendo una vez más y dándose cita para la
hora marcada.

104
En el silencio de la cena avisó a Luis que tendría que escalar
el muro después de cerrada la puerta. Cuando supo la causa, Luis
no opuso objeciones a aquel recurso capaz de desencadenar los
peores castigos, incluso la expulsión de la residencia. Se
despidieron en la puerta aún abierta. Las calles desiertas dejaban
pasar un viento frío que llegaba a silbar en las esquinas. La casa de
Canaleto era un oasis de luz y té más que caliente donde ya
esperaban Rufo y Ronald y brillaba por su ausencia el cuarto de
los conjurados. El dueño de casa arrolló con esmero el cartel y les
deseó buena suerte. Los tres aventureros se sorprendieron de lo
poco que tardaron en llegar y de la facilidad con que saltaron el
muro del recinto universitario, con la escalera prestada por el
pintor. Ya ante la fachada de la Facultad eligieron el mejor
emplazamiento. Él y Rufo subieron hasta el último peldaño de la
escalera y después siguieron ascendiendo aprovechando los
escalones que el diseño de la fachada había trazado
involuntariamente en la mole rojiza. Atadas a sus cinturas venían
las dos puntas del enorme cartel. A media distancia del fin de la
escalera y del techo decidieron que era hora de fijar el mensaje.
Los hierros que de tanto en tanto reforzaban la pared cumplieron la
función esperada, pues dejaron pasar la cuerda cuando el ladrillo
debajo de ellos fue convenientemente raspado. Desde abajo
Ronald hizo la señal de que el cartel estaba en posición correcta, lo
que los autorizaba a atarlo con varios nudos. Bajaron cuidando
para no resbalar. A la vista del mensaje no resistieron la tentación
de abrazarse. Después, el muro y la devolución de la escalera.
Luego el muro del residencial, sin escalera y con la respiración
soltando humo. Silencio y oscuridad. Del muro pasó al peral que
ya conocía y de éste al suelo. Con las manos temblando abrió la
puerta salvadora y tras fregarse rápidamente los pies en el felpudo,
buscó el rumbo de su cama.
(Hoy el día valió la pena).

105
Faltaba aún un buen rato para el inicio de las clases cuando
ya estaba plantado ante la Facultad. Un numeroso grupo de
alumnos se arremolinaba para leer y comentar el cartel. El
secretario del Rector gesticulaba con tres empleados atónitos ante
la altura del desafío. Llegó Rufo y se saludaron con calor extra.
Cuando sonó la señal de la clase los funcionarios recién llegaban
con una escalera que a todas luces era demasiado corta para el
menester. En todos los corredores Zenón era el tema. El profesor
de turno no pudo iniciar su aula, venciendo los corrillos, sino con
manifiesta contrariedad que confesaba culpa por omisión. El
tiempo pasó en un santiamén. Al primer intervalo se precipitaron
hacia el patio. Allí estaba, impávido y lozano el cartel del
escándalo. Un empleado viejo y barrigón, trepado en la cima de
una escalera mayor que la primera, explicaba resignado al
secretario en ascuas que era imposible llegar hasta el engendro. El
horario de clases terminó y el cartel hacía hablar a toda la
Universidad.
De la situación del profesor Zenón sólo se sabía por oí decir
que el Rector había hecho saber que la decisión de cualquiera de
sus Directores era irrevocable, so pena de socavar para siempre su
autoridad. En otras palabras: estaba echado y sanseacabó.
(Con ese argumento, estamos arreglados ante cualquier
arbitrariedad. Cuando la autoridad vale más que la justicia, la
Filosofía tiene su boca cerrada de un sopapo).
Volviendo a casa, entre la alegría del triunfo y la
pesadumbre de la derrota sufrida por Zenón, supo de Andrés que
en un almacén del mercado el profesor se reuniría con algunos de
los campesinos a quienes defendía.
(Esta es la oportunidad de mostrarle que lo que nos une a él
es más que un cartel). Cuando llegó a la plaza tuvo la certeza de
que el movimiento era más triste que de costumbre. Uno de los
feriantes lo miró de arriba a abajo y tras leer la decencia en su
rostro le informó lo que preguntaba. Llegado ante la puerta
ennegrecida por el tiempo y el uso respiró hondo y golpeó con los

106
nudillos. Una voz preguntó quién era y dijo que venía a verlo a
Zenón. La puerta se entreabrió con un chirrido y una hermosa cara
de muchacha lo examinó con cuidado.
– Soy su alumno en la Facultad.
Mostró los libros para apoyar la afirmación.
La muchacha recogió de un manotazo el mechón negro que
le caía en los ojos y se hizo a un lado para dejarlo pasar. Antes de
cerrar la puerta aún miró hacia ambos lados de la calle.
Tras un corto pasillo otra puerta grande, abierta de par en
par, comunicaba con el patio interior. Allí una treintena de rostros
duros oían a Zenón, vestido en la ocasión con su toga negra de
gala. Eran en su mayoría hombres, pero no faltaban mujeres;
varios adolescentes de ambos sexos se mantenían en segunda fila.
La muchacha que le abrió la puerta no le sacaba los ojos de arriba.
(¡Y qué ojos!). Zenón explicaba que el pedido tramitaba en la
Justicia y que no había motivos para desesperar. Pero cuando dijo
que debería buscarse el pan en otra ciudad, un murmullo de
desaliento recorrió el círculo de los oyentes.
– No se preocupen, porque alguien de aquí me tendrá
informado de cuándo se juzgará vuestra causa y estaré con ustedes
en esa ocasión.
Fue en ese momento que se fijó en él y sin vacilar proclamó:
– Este joven que es mi alumno los acompañará durante ese tiempo
para recoger sus dudas y consultarme sobre ellas.
Todas las miradas convergieron hacia él.
Hizo un gesto afirmativo con la cabeza y el círculo volvió a
tener a Zenón por centro.
– Rafaela será su contacto y a través de ella podrán marcar
las reuniones que juzguen necesarias.
Adivinó por la mirada que Rafaela era la muchacha que le
había abierto la puerta. Y no se equivocó.
Zenón los presentó y ella aclaró que estaba todos los días de
feria en el mercado. Después, ya saliendo, el profesor le puso en la
mano una copia del legajo de los campesinos y le dio el nombre de

107
la posada donde podría localizarlo en la nueva ciudad a la que se
mudaba, la misma donde él había ido a buscar al Alquimista.
(Esta gente desea algo básico y justo; o sea, no todo deseo es
condenable; lo que esta gente desea es dignidad; el deseo que no
cabe cultivar es aquél que ofende la dignidad de los seres humanos
o devasta la naturaleza no-humana; y para hacer esa diferencia
tanto da una sílaba cualquiera como otra; mas para conseguir el
deseo justo, ninguna sílaba sola ayuda; sólo la lucha sirve).

Se informó con un profesor de vasto saber jurídico. Su


respuesta dejó transparente su firme voluntad de no inmiscuirse en
ningún movimiento que pudiera comprometer la estabilidad de su
buen empleo; pero al mismo tiempo, al hacer gala de su erudición
y citando conflictos semejantes del pasado, había dejado entrever
el secreto de una línea de argumentación muy poderosa que no
hacía parte del legajo. La misma se resumía a lo siguiente: si el
texto sagrado dice con toda claridad que los hombres son
hermanos y que deben perdonarse las deudas, el Creador no pudo
querer la condena al trabajo esclavo por deudas.
Con los ecos de ese razonamiento cantando en su mente,
llegó al almacén. Adentro una pequeña multitud ya lo aguardaba.
Alguien trajo una silla y pidió que la ocupara. Los otros
permanecieron en pie o en cuclillas. Recorrió la asistencia y sólo
se calmó cuando se topó con los ojos de Rafaela.
– Estuve estudiando detenidamente la impetración del
profesor Zenón y tengo un nuevo argumento que quizá convenza a
los jueces; claro, desde que ustedes se dispongan a mostrar que
están dispuestos a pelear por él.
Y explicó el argumento, con las debidas explicaciones y
lecturas del texto sagrado para que nadie de los presentes,
analfabetos en su casi totalidad, dejara de entender.

108
Se detuvo para contemplar los rostros adustos que no se
perdían una palabra de lo que había dicho y leído.
Varias de aquellas bocas hasta entonces mudas, dejaron
escapar sordas exclamaciones que hacían las veces de aprobación.
– ¿Cuándo agregará ese argumento a la petición y cuándo y
cómo deberemos mostrar nuestra decisión de luchar por ella?
La pregunta venía de un hombre muy bronceado por el sol
del arado y la cosecha, que se recostaba en uno de los pilares de
madera del patio interior.
– Lo agregaré mañana mismo, si están de acuerdo, hablando
con el juez encargado del proceso. En función de lo que él me diga
decidiremos cómo y cuándo mostraremos la fuerza de nuestra
convicción. (Mida sus palabras, tonto, que está usted hablando con
campesinos y no en el aula magna de la Facultad). O sea, cuando y
cómo haremos una manifestación pública...
Uno tras otro los hombres presentes expresaron su acuerdo.
Las mujeres los siguieron. Una mujer se acercó y sin darle tiempo
a reaccionar se arrodilló para besarle la mano. Varias otras la
imitaron al tiempo que a coro repetían: – Usted es un santo,
señorito.
Para no causarles la impresión de que no aceptaba sus
atenciones las dejó hacer.
Una docena de hombres se acercaron, sombrero en mano, a
saludarlo antes de retirarse. En sus miradas brillaba la esperanza y
el cariño debido a un Mesías.
Marcos empezó a decir: – Yo no..., pero cuando varios de los
que salían se dieron vuelta para mirarlo, se calló y les hizo un
ademán para que siguieran su camino. En ese momento Rafaela lo
invitó a ir a la granja para que lo pudieran conocer mejor.

*
Sale con el sol todavía alto para tener seguridad de no
perderse. A la vuelta de un bosque poblado de grandes árboles se
cruza con dos niños de cara y brazos negros que se aprietan en un
petizo. Son carboneros. (Y trabajan por la comida para grandes

109
señores. ¿Nadie ve eso?). Lo saludan con una sonrisa amarga y
siguen de largo. Mucho después ve el lazo rojo en un árbol
solitario y se interna entre los campos plantados. Más allá de la
primera hondonada se levanta la granja cuadrangular cerrada por
todos lados. Cuando se acerca descendiendo la loma, cuatro niños
salen de la nada y lo rodean pidiéndole las riendas del caballo.
Hace pie a tierra y se las cede sin chistar. Por el gran portón
entreabierto sale Rafaela, vistiendo una ropa más limpia que
nunca. Sin decir palabra lo toma de la mano y lo hace entrar. El
interior revela un amplísimo patio rodeado por habitaciones cuyas
puertas y ventanas dan a una baranda cubierta que rodea tres de los
cuatro lados del edificio; falta solamente en aquél reservado a los
anchos galpones destinados al ganado, las herramientas y la
cosecha. Rafaela lo conduce hasta una de las habitaciones donde
mucha gente ya espera su llegada. Lo hacen sentar ante todos y las
mujeres una a una se acercan a besarle las manos. El hombre muy
bronceado, parado a su lado toma la palabra:
– Doctor Marcos, esta es nuestra hermandad “La
Esperanza”; aquí no hay dueño ni patrón; la tierra y los frutos que
de ella sacamos son de todos; cada familia recibe casa y comida de
la comunidad, así como una parte proporcional del dinero recogido
en las ferias, a cambio de su trabajo. Todas las decisiones
importantes las tomamos en conjunto y los responsables que
creamos necesarios son elegidos y cambiados por nosotros cada
seis meses; yo mismo estoy hablando ahora porque fui elegido
para ser portavoz de la hermandad durante ese plazo. Cuidamos
para que no se destruya el bosque que hay en la propiedad, y para
fertilizar la tierra usamos el abono que nos proporcionan nuestros
animales. Ahorramos para que cuando los que hoy son niños sean
adultos y se casen, puedan comprar su propiedad para vivir según
estas reglas, si lo desean. Rafaela le va a mostrar nuestra casa.
Otra vez sintió el calor de aquella mano. (Nunca olvidaré a
María; espero que ella me perdone por estar vivo y por aceptar la
vida que incluye a Rafaela).

110
– Este es el comedor colectivo donde un grupo siempre
renovado de mujeres se turna para preparar las comidas diarias.
Saliendo de allí sucesivamente fue viendo la casa de una
familia, parecida a todas las otras, el salón donde alguien letrado
enseña el secreto del alfabeto a los niños, y uno de los galpones
destinado a servir de establo y pañol de herramientas.
– Esperamos que los vecinos entiendan que nuestra
hermandad es el futuro.
Y ella no dijo nada más trayéndolo de vuelta al patio. Por
una ventana entreabierta Marcos vio un hombre fornido que daba
una bofetada a una mujer joven y asustada.
Como anochecía rápidamente, el gran fuego hecho en uno de
los rincones iluminaba más y más las caras de un círculo que ahora
crecía a cada momento. Cuando anunciaron que alguien tocaría
una música apropiada para el baile, Marcos decidió que era el
momento de hablar. A su gesto respondió el silencio de todos los
presentes, incluyendo a Zenón, recién llegado.
– No soy santo, no soy el Elegido. Me he engañado y más
me han engañado. Perdí a quien más quise. Sólo quiero ayudar...y
aprender con ustedes; como ustedes sólo pido ser feliz.
Los presentes aplaudieron a rabiar. La música invadió la
penumbra oscilante al ritmo de las llamas.
Marcos sintió la mano de Rafaela en su mano.
– ¿Vamos?
Con la cabeza inclinada y una sonrisa que todo lo prometía,
ella indicaba el espacio donde ya tres parejas hacían levantar el
polvo con sus giros.
Marcos se dejó llevar al tiempo que la prevenía de que él no
sabía bailar.
(No existe ninguna leyenda personal preestablecida;
aceptarlo sería tan monstruoso como afirmar que el sacrificio de
María no fue sino un eslabón para traerme hasta Rafaela. María
merecía ser feliz...Y no se puede ser feliz en cualquier situación,
por ejemplo en la de los desgraciados carboneros; quizá sí
intentarlo en hermandades como esta... La leyenda personal existe,

111
pero somos nosotros quienes la tejemos con nuestras decisiones;
porque como decía aquel pensador: la libertad es lo que hacemos
con lo que han hecho de nosotros).
*
El secretario del juez lo había recibido con cara de
incredulidad pero no se había resistido a incorporar el documento
al legajo. Confirmó la decisión para la fecha antes anunciada.
Estaba contándole los pormenores del encuentro a Luis cuando
salían de la Facultad, donde éste lo había ido a buscar para tomar
un café, cuando alguien lo toma fuertemente del brazo. Al darse
vuelta dos guardias dicen al unísono: – Estás detenido. Y sin pausa
lo hacen girar en redondo, cada uno sosteniéndole un brazo. Luis
se queda paralizado y al cabo de un momento atina a avisarle que
alertará a los amigos y que irá a verlo lo antes posible. Cuando
doblan la esquina alcanza a oír que Luis le pide para mantenerse
tranquilo. (¿Y esto?). Los guardias se mantienen mudos y caminan
rápido casi arrastrando a su presa. Entran por una puerta lateral del
Palacio de Justicia. Tras un largo corredor doblan a la izquierda y
de inmediato comienzan a bajar una escalera en caracol. La
humedad se hace respirable y la luz escasea. Desembocan en un
corredor que corre a partir de un rellano donde un gigante monta
guardia. La segunda puerta de hierro está abierta y hacia allí lo
empujan. Siente el cerrojo que corre con un chirrido. Está encima
de la paja húmeda. De a poco sus ojos se acostumbran a la
penumbra que dos pequeños ventanucos, situados contra el techo,
permiten pasar. La celda, demasiado amplia para una sola persona,
está vacía. Aquí y allí se ven hilillos de agua que bajan lentamente
de las paredes grises. El silencio y el miedo aumentan el frío.
(Menos mal que justo hoy salí bien abrigado; pero, ¿qué significa
esto?). Las paredes van desapareciendo y la oscuridad avanza
desde sus pies para llegar hasta sus manos. Al revolver la paja
descubre que si la que está en la superficie, y más aún la que se
apoya en el piso, están húmedas, por contra, la que está en medio
de ambas está casi totalmente seca. A tientas va haciendo un
montón que por contraste con su cuerpo le parece casi caliente.

112
Una vez que el montón ha crecido bastante hace como puede un
agujero a media altura de esa cama flotante. Con satisfacción
constata que ni siente el piso y usando las dos manos se cubre aún
más con paja seca. Hecho una gran crisálida se dispone a dormir.
Siente su respiración aquietándose. De repente un grito lo
despierta. (¿Dónde estoy?; ah, sí). Se frota la cara. Escucha voces
apagadas. Prestando atención descubre la dirección desde donde
llegan. Otro grito. Sale de su capullo y se acerca a la pared de la
derecha para apoyar allí el oído.
– ¿Quién es el cabecilla de esa rebelión?
Se oyó un ruido que parecía de cadena y un crujido. Un grito
desgarrador llenó todos los espacios.
– ¿Quién es?...hablá, miserable, o te vamos a matar como a
un animal.
Otra voz dijo suavemente: – ¿Y qué hacen en la granja?
Un chirrido y otro alarido como el anterior, seguido de
llantos descontrolados.
Marcos sintió que la mandíbula inferior le temblaba y que las
piernas se le aflojaban a la altura de las rodillas. Sin despegarse de
la pared se hincó en el piso.
Decinos quién es y te dejamos tranquilo...
Después del silencio vino otro chirrido y el peor de los
gritos. Marcos creyó sentir el olor a carne quemada.
– ¡Por favor, no !
(Es una voz de hombre que no conozco. ¡Por lo menos no es
Rafaela!).
– Si no querés el hierro no tenés más que decir un nombre...
Un entrechocar de hierros.
– Por favor....Es ....es Zenón.
La voz más dulce no se hizo esperar: – A ese ya lo
conocemos...queremos saber quién agita entre ustedes y qué hacen
en la granja.
(Es un campesino, seguramente de “La Esperanza”).
De repente se hizo el silencio.

113
La voz dulce sonó ahora más autoritaria: – Se ha desmayado,
me llaman cuando se reanime.
Marcos oyó unos pasos apagados que se alejaban.
( Entonces es eso...¿Me torturarán?; ¿resistiré? Sólo sé que el
bronceado es el actual portavoz; pero decir eso significaría traerlo
a la tortura...).
Los temblores lo habían abandonado y un cansancio de
siglos lo invadía lentamente. Buscó el vientre de la paja y cerró los
ojos.

*
(El cerrojo de la puerta se abre...). Un joven de su edad entra
con un pedazo de pan y un caldo que suelta humo.
– ¡Ajá, carne fresca!
Sus ojos debieron ser muy expresivos porque el otro
completó: – ...no digas que no lo sabés; aquí los mocosos de tu
edad son transformados rapidito en mujer por los presos que tienen
más tiempo de encierro...
Marcos sintió el miedo apretándole el estómago pero usó
todas las fuerzas de que disponía para que no se le notara.
– ¿Conoces a Zenón?
– ¿Quién es? ... ¿tu novio?...; no, no lo conozco.
(Por lo menos no está preso;...él sabrá qué hacer).
El otro había dejado el desayuno en el piso y se había ido.
Marcos se abalanzó y sintió el calor del pote de barro
invadiéndole todo el cuerpo. El primer sorbo lo quemó pero eso no
le impidió dar un gran mordisco al pan. Se controló para hacer que
el festín durase lo más posible. Cuando lamía el pote hasta el
fondo, ensuciándose la frente, la puerta de la celda contigua se
abrió y una voz socarrona proclamó: – ...acá los quiero ver usando
sus poderes...
Oyó lo que parecía ser un bulto cayendo en la paja. Y
después del ruido del cerrojo alguien preguntó: – ¿está bien?;
siéntese y se sentirá mejor...
(Esa voz no me es desconocida).

114
Tras un quejido otra persona dijo: – No entiendo por qué
hacen esto conmigo...
Marcos contenía la respiración y era todo oídos. (A ese
también lo conozco).
– ¿Usted es el Maestro?
– Sí..., ¿y usted?
– Me dicen el Alquimista.
(¡Lo sabía!).
– Si, oí hablar de usted; pe...pero, ¿por qué nos traen aquí?
– Oí decir que buscan a los cabecillas del movimiento
campesino.
– ¿Cuál movimiento?
– Ese que pide la abolición del trabajo esclavo por deudas.
– Ah, ¿sí? ¿Y nosotros qué tenemos que ver?
– Pues, yo, por lo menos, nada. Debe ser cosa de los
sacerdotes envidiosos que aprovecharon la oportunidad para tratar
de sacarnos de circulación.
– Yo tampoco tengo nada que ver con esa historia; que le
conste...; y lo de la envidia debe ser así no más, porque en mi
granja cada día recibo más gente decepcionada con los sacerdotes.
(Ya sé bien yo que esa afluencia engorda otro vientre que no
es el de la fe).
– Pero pronto alguien poderoso vendrá a liberarnos...no se
preocupe...porque al fin, ¿no somos inocentes?
– Yo diría más que inocentes,...somos muy útiles a la
sociedad. Porque fíjese – y creo que lo mismo puede decirse de
usted – que en mis sermones enseño a los hombres a no cuestionar
la propiedad ajena y a nunca afrontar el orden social vigente.
Porque resulta claro que si se puede ser feliz en cualquier situación
y condición social, no es justo que un campesino pobre anhele las
tierras de su señor; al contrario, asumiendo la leyenda personal que
lo hizo campesino tendrá que buscar la felicidad en su condición.
La riqueza y el poder de los otros no son asunto que deba
importarle, porque esas son cuestiones relativas a leyendas
personales ajenas. Es verdad que hablo de una conspiración del

115
Universo. Pera ella nada tiene que ver con conspiraciones
subversivas. Esa metáfora universal no quiere sino alimentar el
optimismo aún en la peor de las circunstancias; porque no hay
nada peor para el hombre que sentirse solo; ¿qué más puede
consolarlo en sus desgracias que la convicción de que el Universo
está de su parte? Pero ese Universo no tiene ni cabecillas ni
batallas. Es el mismo Universo que nos hace creer que el arroyo
que encontramos cuando tenemos sed fue puesto allí para colmar
nuestra necesidad; cuando en realidad desde siempre estuvo allí y
seguirá estando, pasemos o no pasemos nosotros por el lugar. En
resumen, la conspiración universal de la que hablo es sinónimo de
aquella esperanza de los que creen aún en el absurdo, o, como
alguien dijo, que creen precisamente por tratarse de algo absurdo.
Pero esa esperanza a nadie cuestiona en su fortuna o privilegio, y
así, protege por vía negativa toda fortuna y privilegio. También es
cierto que prometo como recompensa de la leyenda personal, la
fortuna. Pero esa es una fortuna inocente porque nunca es
construida a costa de las fortunas ya establecidas. El ejemplo que
siempre doy es el de un tesoro que espera al que cree, pero, fíjese
bien, que a nadie pertenece, por estar olvidado desde hace mucho
en un lugar escondido. ¿No es lo mismo que dicen las historias que
conocemos desde niños, atribuyendo tesoros perdidos a piratas o
soberanos de antaño? Pero si el tesoro está perdido, el que lo
encuentre será un nuevo rico, además y no contra ni en lugar de
ninguno de los existentes. Y por último: ¿cómo hacer soportar al
hombre, sin que éste se rebele, las cadenas del presente, sin
anunciarle el paraíso al fin de esta vida o en la otra? Porque eso es
lo que de alguna manera hacen todas las religiones...Mi prédica se
suma a ellas, y lo único que saco a cambio de mi ayuda es lo
necesario para mi sustento, que claro, no tiene por qué privarse de
algún lujito aquí o allá cuando la generosidad de mi público me lo
permite. Pero acaso los sacerdotes, en especial los de más
jerarquía, ¿no están rodeados de lujo por doquier? Y nada hay que
objetar, porque eso es también una señal de la preferencia divina...
¿no le parece? Por eso digo yo: hay que gozarlo todo, pero fíjese

116
bien, todo lo que nos pertenece, sin tocar un grano siquiera de lo
ajeno, ni en riqueza ni en poder.
El eco de “poder” demoró algo en apagarse. Entonces el
Maestro habló: – Trato de condensar mi pensamiento en sentencias
cortas, para que el vulgo las memorice sin pérdidas. Pero nada más
justo que su discurso, que me permito completar desde el otro
lado, podríamos decir, con algunas observaciones útiles para
cuando nos interroguen. Por mi parte también contribuyo a la paz
social pregonando la renuncia al deseo. Porque fíjese que de hecho
cuando dejo de desear, el primero que gana con ello no soy yo,
sino el prójimo que actualmente tiene algo de lo que yo carezca;
¿tiene él una linda mujer, una fortuna, un cargo importante? Pues
bien, mi renuncia garantiza que podrá continuar gozándolos. Y no
establezco un mínimo deseable legítimo; por eso enseño a aquel
mismo campesino pobre, citado por usted, a que no aspire a la
holgura ajena, sino por el contrario, a privarse aún más de lo poco
que tiene. Al mismo tiempo le muestro que esa capacidad de
desprendimiento sin límites es una marca de superioridad en
relación al que depende para vivir de todas aquellas prebendas que
él no tiene. ¿No es esta la mejor manera de hacer que cada cual se
consuele con su suerte y encuentre en ese consuelo una paz que lo
eleve ante sus propios ojos? Y obrando así, al dejar intocada la
suerte del poderoso, ¿no se asegura la perpetuidad de la paz social?
En resumen, no hago otra cosa que practicar el precepto que
manda dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios,
porque ¿qué ofrenda mayor puede dársele que la humildad de
nuestra renuncia permanente y pacífica ante el orden por él
creado? A cambio de esta contribución, como ocurre con Usted,
sólo me permito recibir los recursos que aseguran la continuidad
de mi obra y la tranquilidad de mi vejez.
El Maestro fue interrumpido por el ruido de la puerta
abriéndose y en una educada voz, sin duda de un oficial, que
prontamente anunció: – Señores, disculpen el
malentendido...Hemos estado haciendo averiguaciones, incluso
con señores importantes de la ciudad, y estamos seguros de que

117
fueron objeto de una vil calumnia...Saben que tenemos en manos
una inaceptable insubordinación campesina...y murmullos
malintencionados mezclaron vuestros nombres en oídos poco
instruidos.
El hombre carraspeó y continuó: – Para resolver este
lamentable equívoco hay dos vías, una más rápida que la otra. Una
es el interrogatorio de rutina con el suboficial encargado de vuestra
prisión; eso puede llevar un par de días hasta la orden final de
liberación; y, como el pobre a veces bebe demasiado, algunos
malos momentos no son de descartar ...La otra pide que depositen
en mí vuestra confianza, para que yo mismo hable con el
suboficial y podrán salir de aquí de inmediato.
Tras un breve silencio la voz remató: – Claro, que como toda
criatura de Dios tengo familia para mantener. Esta vía rápida les
costará algunas monedas que un soldado a mis órdenes recogerá de
vuestras manos mañana al mediodía en la Puerta del Sol.
Un grito venido de la otra dirección hizo que las orejas de
Marcos quedasen tiesas.
– ¿Cuánto? – oyó venir de la celda contigua.
La respuesta no tardó, después del segundo grito, más fuerte
que el primero: – Cien águilas de cada uno.
Dos voces exclamaron al unísono: – ¿Cien?
Mezclado con ruidos de cadenas un alarido rebotó en el
corredor.
De la celda contigua dos “está bien” se sucedieron casi sin
intervalo.
– Los felicito por la decisión; ...por aquí señores...
La puerta se cerró; la cabeza de Marcos daba vueltas. Los
gritos se hicieron regulares.
(Necesito pensar...no sólo por el contenido de los
pensamientos, sino también para no dejar espacios por donde
pueda colarse el miedo...Sé que los dos son lo mismo; a uno lo vi
con las manos en la masa; al otro acabo de escucharlo...No se trata
de despojar a nadie de lo que necesita para ser feliz; al contrario,
se trata de dar a cada uno precisamente eso; pero cuando la balanza

118
está tan torcida, uno de los brazos no tiene más remedio que bajar
cuando subimos el que está más caído...Cuando la balanza se ha
enderezado el equilibrio trae consigo la paz...Sí, en eso creo...).
Los gritos cesaron y decidió caminar de pared a pared,
haciendo girar los brazos, para desentumecerse los miembros.
(Tengo miedo, pero trataré de hacer con él lo mejor que
pueda...No hay Dios que pueda haber querido a unos con tanto y a
otros con nada...De mi parte estoy dispuesto a construir
renunciando a la recompensa por la obra...Pero con eso no
renunciamos a lo básico para tratar de ser felices, que es
precisamente lo que la obra quiere asegurar a todos...Obrar
renunciando a los frutos significa renunciar a los frutos superfluos.
Pero para dar a cada cual lo necesario habrá que retirar de algunos
lo superfluo...Esperando que después esos “algunos” y/o sus hijos
reconocerán por sí mismos la distancia que media entre lo uno y lo
otro).
La puerta se abrió y por la voz supo que estaba ante el
mismo hombre que había estado en la celda contigua.
– Tiene usted suerte...Primero porque ya sabemos cómo
funciona “La Esperanza” y quién manda allí...
(Tengo miedo pero la pregunta que importa es: ¿qué
hacemos con nuestro miedo? Mi respuesta: tomarlo como
compañero inseparable de marcha...digo bien: de marcha, no de
parálisis...).
– ...y en segundo lugar porque ha venido el hijo mayor de
una de las familias más influyentes de la ciudad a interesarse por
su caso; acompáñeme.
(Se acabó el miedo. ¿Quién será? Rufo...sólo puede ser él...).
Ascendiendo hacia la luz Marcos tuvo que cerrar los ojos y
eso lo llevó a tropezar en el tramo final de la escalera. El oficial lo
sostuvo gentilmente para que no cayese. Doblaron por un corredor
y luego por otro más amplio y con grandes ventanales. Por fin el
oficial abrió una puerta que dijo ser del despacho del Director. La
vasta pieza estaba iluminada por una luz amarillenta que se
desparramaba en rayos oblicuos perfectamente visibles, en los que

119
navegaban incontables partículas de polvo. Al fondo Marcos vio
un señor vistiendo un multicolor uniforme, sentado atrás de un
pesado escritorio, y parados a su lado las figuras risueñas de Rufo
y Luis.
– ¿Así que éste es su protegido, Rufo? – dijo el hombre, y se
atusó el bigote lentamente.
– En efecto, señor; este es mi condiscípulo, brillante futuro
profesional, Marcos...
No pudo seguir hablando, porque el hombre ya advertía: –
Que conste que pesa a su favor la fianza de la noble familia de
Rufo y su escasa edad...Pero sepa que no toleraremos desórdenes y
que espero no verlo nunca más aquí...
Dicho esto extendió a Rufo un papel indicándole el lugar
donde debería firmar. Éste así lo hizo y tras agradecer al Director
tomó a Marcos del brazo para sacarlo de allí.
(Yo no tengo nada que agradecer).
El sol lo encegueció y lo hizo detenerse. Con Rufo y Luis
tomándole los brazos descendió los escalones que a la calle
conducían.
Sólo en ese momento vio que frente a la prisión una multitud
de campesinos empuñando sus herramientas de trabajo montaba
silenciosa guardia. También vio que por una puerta lateral cuatro
guardias cargaban un hombre ensangrentado que era entregado a
cuatro campesinos fornidos.
En ese momento una enorme ovación hizo volar
despavoridas las palomas que se paseaban por la plaza.
Marcos vio que el hombre maltrecho le sonreía y aún
sostenido por los cuatro compañeros que lo tenían en vilo, levantó
los dos brazos a modo de saludo y agradecimiento. Marcos hizo
otro tanto y la muchedumbre entonó a una sola voz y repetidas
veces: – “Trabajo esclavo, ¡no!”.
El hombre fue subido a un carro y Marcos al carruaje de la
familia de Rufo. La multitud aplaudió por varios minutos para
asombro de las muchas gentes que observaban desde diversos

120
puntos del contorno de la plaza. Después, lentamente fue
dispersándose.
(Más que aplaudirnos, se aplauden a ellos mismos. Eso es
bueno, pues muestra que aún con miedo se puede luchar...).
Cuando el carruaje dejó la plaza, Luis anunció que había
dicho en el Residencial, que Marcos había pasado la noche en lo
de Rufo.

Estaban otra vez en la plaza principal, donde la Justicia tenía


su sede en imponente edificio contiguo a la Casa Comunal. La
plaza había desaparecido tomada por una muchedumbre que
oscilaba hecha un mar gris. Zenón y Marcos estaban en primera
fila, así como Rafaela y casi todos los hombres de las reuniones
del almacén. Cada uno de ellos tenía en manos una herramienta de
trabajo. Varios perros se paseaban admirados entre la multitud
nunca vista antes. Un bebé lloró y fue prontamente calmado por el
seno de una mujer de cachetes rojos que sostenía otra niña
delgadita por la mano. Ante el edificio y rodeando a los
campesinos, un nutrido grupo de guardias se paseaba lentamente a
pie o a caballo. La puerta maciza se abrió y salió el pregonero.
Miró desde lo alto de la escalera aquel gentío que se quedó
prendido a sus palabras. En ese momento, guardando el silencio y
casi al unísono todos los hombres levantaron las herramientas de
trabajo. El pregonero empezó la lectura tropezando con las
fórmulas rituales. Después de los “considerando” hizo una pausa
que se podía tocar con la mano. Anunció la sentencia: abolición en
la comarca de las condenas a trabajo esclavo por deudas. La
multitud prorrumpió en un griterío ensordecedor al tiempo que
hombres, mujeres y niños se abrazaban indistintamente. El
pregonero terminó la lectura sin que nadie quisiera ni pudiera
escucharlo. Lo mismo que el agua que se escapa por un embudo, la
multitud comenzó a girar en torno a Zenón y Marcos, que eran
amparados por brazos fuertes para no ser barridos por aquel

121
entusiasmo. Con la puerta cerrada nuevamente, Marcos vio como
el campesino muy bronceado había ocupado el lugar que hacía
poco era del pregonero y anunciaba a todos que esa noche habría
una fiesta en la granja donde trabajaba, en la cual todos podrían
felicitar a gusto a ambos doctores.
(Esta gente ya me hizo doctor).
Marcos levantó un brazo y comenzó a decir “Yo no ...”, pero
fue interrumpido por decenas de manos que lo tironeaban en los
más diversos sentidos antes de apartarse para ser reemplazadas por
otras. De a poco la gente se fue dispersando y Marcos pudo
abrazarse largamente con Zenón y Rafaela. Se dieron cita para la
noche.
(Otra vez habrá que saltar el muro... La vida comunitaria no
resuelve toda la angustia de cada uno, pero ayuda a hacer de cada
uno un ser menos solitario en la angustia. La pequeña comunidad
es una gota en el océano que no sigue sus reglas; pero por algo se
puede empezar, aunque la brutalidad no pueda ser extirpada de la
noche a la mañana).
En la esquina Marcos vio una cara arrugada y un vestido
colorido inconfundible. Cuando se acercó dos ojos pequeños,
brillando entro los pliegues de una piel tostada una y otra vez por
el sol, se clavaron en los suyos
Marcos le preguntó, sin preámbulos – ¿Quién es el Profeta?
Creo que lo he perdido.
La gitana lo miró detenidamente y entre una sonrisa,
mientras se alejaba, dejó caer: – Al contrario; lo acabas de
encontrar y el Profeta eres tú. Está escrito que cada uno debe ser el
Profeta de aquello por lo que cree que vale la pena vivir y morir

122
LIBROS DEL AUTOR

LOPEZ VELASCO, Sirio (1991). Reflexões sobre a Filosofia da


Libertação, CEFIL, Campo Grande.
––––– (1994). Ética de la Producción: Fundamentos, CEFIL,
Campo Grande.
––––– (1996). Ética de la Liberación.Oikonomia, CEFIL, Campo
Grande.
–––––. (1997).Ética de la Liberación, Vol. II (Erótica, Pedagogía,
Individuología), CEFIL, Campo Grande.
––––– (2000). Ética de la Liberación. Vol. III (Política socio-
ambiental ecomunitarista), EDGRAF, Rio Grande.
––––– (2003). Fundamentos lógico-linguísticos da ética
argumentativa, Ed. Nova Harmonia, S. Leopoldo.
––––– (2003). Ética para o século XXI: rumo ao ecomunitarismo,
Ed. Unisinos, S. Leopoldo.
––––– (2003). Ética para mis hijos y no iniciados, Ed. Anthropos,
Barcelona.
––––– (2007). Alias Roberto. Diario ideológico de una generación,
Ed. Baltgráfica, Montevideo.

123
––––– (2008). Introdução à educação ambiental ecomunitarista,
Ed. FURG, Rio Grande.
––––– (2009). Ecomunitarismo, socialismo del siglo XXI e
interculturalidad, Ed. FURG, Rio Grande.
––––– (2009). Ecomunitarismo, socialismo del siglo XXI e
interculturalidad, Ed. El Perro y la rana/MPP para la Cultura, S. J.
de los Morros, Venezuela.
––––– (2009). Ética ecomunitarista, Ed. UASLP, San Luis Potosí,
México.

124
EDITORA E GRÁFICA DA FURG
Rua Luis Lorea, 261
www.vetorialnet.com.br/~editfurg/
editfurg@mikrus.com.br

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