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60 | abril/junho - 2015
Belo Horizonte | p. 1-308 | ISSN 1516-3210
A&C – R. de Dir. Administrativo & Constitucional
Revista de Direito
ADMINISTRATIVO
& CONSTITUCIONAL
A&C
A&C – REVISTA DE DIREITO ADMINISTRATIVO & CONSTITUCIONAL
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de Direito Administrativo
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Jorge Luís Salomoni (in memoriam)
Julio Rodolfo Comadira (in memoriam)
Lúcia Valle Figueiredo (in memoriam)
Manoel de Oliveira Franco Sobrinho (in memoriam)
Paulo Neves de Carvalho (in memoriam)
El Derecho Administrativo ante la crisis (El
Derecho Administrativo Social)*
Resumen: El artículo tiene el objetivo de presentar una nueva forma de entender el Derecho Administrativo,
liberada de prejuicios y clichés del pasado, que tiene su eje central en un concepto más humano y racional
del interés general, identificado en la realidad y en permanente exigencia de argumentación. Se trata de una
aproximación denominada Derecho Administrativo Social, preocupada en subrayar la dimensión social del
Derecho Administrativo, dirigiéndolo a la defensa, protección y promoción de los derechos fundamentales de la
persona, especialmente de los ciudadanos más indefensos y desfavorecidos.
Palabras-clave: Derecho Administrativo Social; derechos fundamentales; dignidad de la persona; dimensión
social; interés general.
1 Introducción
El Derecho Administrativo, bien lo saben los que se dedican cotidianamente e su
estudio e investigación, está en constante transformación. Por un lado, porque hunde
sus raíces en la realidad, cambiante y dinámica por definición, y por otro, porque nuestra
disciplina académica ha de estar en una continua tarea de adecuación de sus categorías
e instituciones a la mejor ordenación racional del interés general con arreglo a la justicia.
En este sentido, el Derecho Administrativo es una rama del Derecho Público en
* Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto de Investigación fundamental no orientada “Buena
Administración y nuevos retos de la contratación pública: una perspectiva internacional y comparada”, financiado
por el Ministerio de Ciencia e Innovación, 2014 (ref.: DER2013-42210P).
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continua evolución que, sin embargo, presenta un común denominador que siempre lo
caracteriza, que siempre lo singulariza, y al que siempre debe estar ordenado: el servicio
objetivo al interés general.
Hoy, en una época de grave crisis general, política, económica, social y cultural, el
Derecho Administrativo también se encuentra ante una encrucijada. Hay quienes quieren
convertirlo en el expediente que justifique las tropelías de los poderes financieros y hay
quienes quisieran doblegarlo para hacer buenas sus aspiraciones de perpetuación en el
poder. Sin embargo, el camino de este magnífico instrumento de civilidad como lo deno-
minó Giannini es bien otro. A través de sus técnicas y categorías está llamado a articular
y diseñar un espacio de servicio objetivo al interés general a través del cual se mejoren
sustancialmente las condiciones de vida de los ciudadanos, especialmente de los desfa-
vorecidos, de los excluidos, de los que no tienen voz, de los más pobres de este mundo.
Precisamente en estos momentos, 2015, el Derecho Administrativo vuelve a estar de
palpitante y rabiosa actualidad porque, aunque no sea consciente de ello, forma parte del
destino de los hombres porque es un producto cultural, porque es una rama del Derecho
y, como tal, aspira a construir espacios de racionalidad profundamente humana. Nos guste
más o menos, la intervención pública, siempre de actualidad también, puede ordenarse a
la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos o a satisfacer las ansias de poder y
privilegios de determinados grupos que aspiran al control social, hoy como antes porque
tal proceso de captura del poder es un fenómeno tan antiguo como el hombre mismo.
Hoy, en tiempo de crisis, de zozobra, de perplejidad, es momento de llamar la aten-
ción acerca del peligroso proceso de privatización del interés general que amenaza la
calidad de la democracia, y, por ello, la supremacía de la dignidad del ser humano. Ante
tal constatación, el Derecho Administrativo no puede guardar silencio asumiendo con na-
turalidad la realidad. Una realidad, en lo que respecta a nuestro objeto de estudio, que nos
presenta una inquietante tendencia a sustituir el interés general por diferentes intereses
particulares, a cual más nocivo y disolvente.
Las páginas que siguen constituyen un intento de explicación de la actualidad
de nuestra disciplina y, sobre todo, una aproximación a una nueva forma de entender
el Derecho Administrativo, liberada de prejuicios y clichés del pasado, que tiene su eje
central en un concepto más humano y racional del interés general, inscrito en la reali-
dad y en permanente exigencia de argumentación. Una aproximación a lo que denomi-
no Derecho Administrativo Social que parte de subrayar la dimensión social del derecho
Administrativo, un enfoque tan necesario como perentoria es la tarea de afirmar categó-
ricamente el destino del Derecho Administrativo a la defensa, protección y promoción
de los derechos fundamentales de la persona, especialmente de los más indefensos y
desfavorecidos.
El Derecho Administrativo, en la medida que es el Derecho del Poder público para
la libertad solidaria o, mejor, el Derecho para el interés general, se nos presenta en este
convulso tiempo como un Ordenamiento desde el que comprender mejor el alcance de
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Eran tiempos en los que la legalidad administrativa procedente del Estado liberal
de Derecho era la guía y el norte de la actuación administrativa. O la Administración solo
podía hacer única y exclusivamente aquello que establecía la ley –vinculación positiva– o,
vinculación negativa, o sólo podía hacer aquello no prohibido por la ley. En este contexto,
los derechos fundamentales de la persona eran los de libertad, los tradicionales civiles y
políticos, ante los cuales el Estado no tenía más remedio que la abstención y la no interfe-
rencia. Por cierto, los derechos civiles y políticos nacieron, es fuerza reconocerlo, anclados
a una determinada manera de comprender el derecho de propiedad y, sobre todo, a una
determinada clase social, la burguesía, que precisaba de instrumentos de conservación
y mantenimiento del poder para afirmar su posición en la vida social de aquel tiempo
como gráficamente se deducía de la conformación sociológica de las primeras Asambleas
parlamentarias de la República francesa.
El paso del tiempo contribuyó, especialmente a raíz de la industrialización y el éxo-
do masivo de la población del campo a la ciudad, con las consiguientes peripecias de
limitaciones y dificultades laborales de esa etapa histórica, a que creciera la conciencia
social del Estado y a que esté considerara que debía no solo defender y proteger los dere-
chos fundamentales puramente individuales, sino que también, y de modo central, debía
promover las condiciones que hicieran posible el libre y solidario desarrollo de la persona.
Aparece el Estado social de Derecho en el que la solidaridad es también una función del
Estado. Más tarde, la participación social se presenta como una condición inexcusable
para el diseño, implementación y evaluación de las políticas públicas y a la caracterización
social del Estado se agrega su condición democrática. En este contexto, la Constitución
sustituye a la legalidad administrativa como la principal fuente del Derecho y comienza
tímidamente un proceso en el que la Administración pública, más allá de esa legalidad
administrativa, positiva o negativa, se compromete con la realización de los valores y ob-
jetivos constitucionales, especialmente de los postulados del Estado social y democrático
de Derecho en la cotidianeidad a través, sobre todo, de la acción del complejo Gobierno-
Administración pública.
La primacía de los valores y principios constitucionales reclama que la legalidad
administrativa se integre y se aplique a partir de estos valores y principios. Tal tarea, la-
mentablemente todavía “in fieri”, se pone de manifiesto precisamente cuándo se estudia
la funcionalidad de los derechos sociales fundamentales en el Derecho Administrativo.
Entonces, como intentamos demostrar a lo largo de estas páginas, nos topamos con algu-
nos valladares casi inexpugnables que impiden que, efectivamente, la luz de esos valores
y principios constitucionales, impregne también el quehacer de las Administraciones pú-
blicas después de más de dos centurias de la célebre Revolución Francesa.
En este sentido, la evolución histórica de la Administración pública y del Derecho
Administrativo en España, a muy grandes trazos, muestran también, sobre todo desde
1978, este planteamiento. Es más, el denominado Derecho Administrativo Constitucional,
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del que se puede hablar con propiedad a partir de 1978, exige nuevos estudios e inves-
tigaciones más conectados con los valores y principios constitucionales entre los que se
encuentran, entre otros, el servicio objetivo al interés general, la centralidad de la digni-
dad del ser humano, la función promocional de los Poderes públicos, y, por supuesto, una
concepción más abierta de los derechos fundamentales de la persona, entre los que se
encuentran también los denominados derechos fundamentales sociales.
La cláusula del Estado social ha significado una profunda transformación en el tradi-
cional entendimiento del Derecho Administrativo. En efecto, el Estado debe promover las
condiciones para que la libertad y la igualdad de las personas y de los grupos en que se
integran sean reales y efectivas, removiendo los obstáculos que impiden su efectividad y
fomentando la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, social
y cultural. Por tanto, esta impronta constitucional, en España reconocida en el artículo 9.2
de la Carta Magna del Reino de España, debe presidir el sentido y funcionalidad de todas
las categorías e instituciones del derecho Administrativo. Un Derecho Administrativo que
habrá de tener una nueva textura y sensibilidad, para lo que precisará de instituciones y
técnicas adecuadas a las nuevas finalidades que la Constitución le impone.
Especialmente relevante en la construcción del Derecho Administrativo
Constitucional es la participación ciudadana pues, como ya señaló el Tribunal
Constitucional Español en una sentencia de 7 de febrero de 1984 de la que nos ocupa-
remos al tratar más adelante, el interés general debe definirse con participación social.
Atrás quedaron las versiones cerradas y unilaterales del interés general, abriéndose las
puertas a nuevas perspectivas que han de contar con la presencia y participación de los
ciudadanos. Es decir, el interés general ya no se define unilateral y monopolísticamente
por la Administración pública, como antaño. Ahora es preciso convocar y recibir la vitali-
dad real que emerge de la vida social, lo que reclama una cada vez más intensa y honda
participación social.
En este sentido, el concepto de interés general, ahora abierto a la participación por
exigencias de un Estado que se presenta como social y democrático de Derecho, presenta
un irreductible núcleo básico conformado precisamente por la efectividad de los derechos
fundamentales de la persona, los individuales y los sociales. Es más, no se comprendería
que las realizaciones y operaciones administrativas promovidas desde el interés general
no estuvieran acompañadas en todo momento de su compromiso radical con la defensa,
protección y promoción de los derechos fundamentales de la persona.
Los derechos fundamentales de la persona, concebidos en su origen como derechos
de libertad, derechos ante los que el Estado debía declinar toda actuación, por mor de la
cláusula del Estado social y democrático de Derecho se amplían hacia nuevos espacios,
imprescindibles para una vida digna. Es el caso de los derechos sociales fundamentales,
objeto en buena medida de este estudio, entre los que se encuentran, por ejemplo, el
derecho a la alimentación, al vestido, a una vivienda digna, a la protección social, a la
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por prejuicios y preconceptos heredados del lastre que todavía conserva la legalidad
administrativa del Estado liberal de Derecho. Sin embargo, en el tiempo en que estamos,
aprovechando inteligentemente la crisis general e integral que se ha desatado en estos
años, deberíamos poner negro sobre blanco esta cuestión y reconocer, es el primer paso,
que nuestro Derecho Administrativo aún sigue prisionero de determinados enfoques y
aproximaciones que le impiden volar hacia su condición de Ordenamiento de defensa,
protección y promoción de derechos fundamentales a través de los diferentes quehaceres
y políticas públicas que conforman la actuación constitucional del complejo Gobierno-
Administración pública.
En la medida que los derechos sociales fundamentales o derechos fundamentales
sociales implican ordinariamente, en virtud del superior criterio de la subsidiariedad, que
es comúnmente el Estado quien debe asumir esas obligaciones de hacer que permiten el
despliegue de estos derechos, el derecho fundamental a la buena administración brilla
con luz propia como derecho básico para que estas prestaciones se realicen adecuada-
mente. Las características de la buena administración: equidad, objetividad, racionalidad
y plazo razonable aseguran que la realización de estas prestaciones públicas, en defecto
de la actuación social, puedan efectivamente hacer posible en tiempo y forma el ejercicio
de unos derechos que son realmente fundamentales para la existencia digna y adecuada
de los ciudadanos.
En efecto, el derecho a la buena administración, un derecho que se enmarca en
las modernas tendencias de un Derecho Administrativo menos apegado al privilegio y
más conectado a la tarea de contribuir a la mejora de las condiciones de vida de los ciu-
dadanos, es crucial para el normal despliegue de los derechos sociales fundamentales.
Especialmente, en el caso de los derechos sociales fundamentales de mínimos, el plazo
razonable en la prestación de las obligaciones que compete a la Administración, en defec-
to de actuación social, es de tal calibre que es determinante para que la dignidad del ser
humano sea respetada o gravemente violada. Ejemplos hay y tan obvios, algunos de ex-
presión gráfica en este tiempo, que huelgan demasiadas glosas o comentarios al respecto.
El Derecho Administrativo se ha dedicado por largo tiempo a garantizar y asegurar
el ejercicio de los derechos individuales de los ciudadanos. Ahora, sin embargo, los pos-
tulados del Estado social y democrático de Derecho y las exigencias del interés general,
nos invitan a pensar en un nuevo Derecho Administrativo también comprometido con los
derechos sociales fundamentales pues la dignidad del ser humana se refiere a la persona
también en su dimensión social.
Es decir, el interés general, por mucho tiempo vinculado a la protección, defensa
y protección de los derechos civiles y políticos, debe abrirse a la defensa, protección y
promoción también, ahora sobre todo, de los derechos sociales fundamentales. Por una
razón bien obvia, porque los derechos fundamentales de la persona, lo han confirmado
y ratificado hasta la saciedad las principales Cartas y Declaraciones Internacionales en la
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materia, son universales e inescindibles, porque son y pertenecen al ser humano y, por
ello, forman parte indeleble de la misma condición de miembro de la especie humana al
estar inscritos en la misma dignidad que caracteriza y reconoce a las personas. La catego-
ría de los derechos fundamentales es única y su régimen jurídico, también en lo que res-
pecta a la protección jurisdiccional no admite despliegues o proyecciones diversas según
circunstancias de oportunidad o conveniencia política.
En realidad, el título de este estudio es tautológico. La dimensión social del Derecho
Administrativo forma parte de la misma definición de esta rama del Derecho Público. Pienso
que así ha sido desde el principio porque la vinculación del Derecho Administrativo preci-
samente al interés general, en diferentes tiempos y espacios, demuestra que estamos en
presencia de un Ordenamiento convocado a defender, proteger y promover la dignidad
del ser humano en todas sus dimensiones, especialmente desde la actuación de ordenaci-
ón del interés general. Es verdad que tal vocación o misión del Derecho Administrativo ha
estado más presente en unos momentos que otros. Así es, pero lo que parece evidente es
que la regulación de los intereses generales de manera objetiva y al servicio de la justicia
entraña una profunda y honda dimensión social. No de otra manera, nos parece, ha de
entenderse el interés general en un Estado social y democrático de Derecho.
Si a pesar de ello hemos decidido mantener el título de la intervención es porque
en este tiempo en que nos toca estudiar y observar críticamente la realidad, tal aserto tan
obvio no está, ni mucho menos, claro. Más bien, asistimos desde distintos frentes, algunos
prácticamente imbatibles, al desalojo, pacífico por supuesto, de esa dimensión social que
acompaña a la suprema dignidad del ser humano con el fin, más o menos explícito, de
someter a la ciudadanía, de una u otra manera, a una serie de dictados que, lo compro-
bamos a diario, intentan convertirnos en meros consumidores, en meros seguidores de
las distintas modas que las diferentes terminales imponen. En este sentido, el Derecho
Administrativo podría ser el dique de contención que evitaría que el poder político o el
poder financiero, cuándo se conciben desde la unilateralidad y desde una perspectiva ho-
besiana, la dignidad del ser humano, tantas veces el único valladar ante las pretensiones
de dominio absoluto de sus terminales y tecnoestructuras.
Si convenimos en que la dignidad del ser humano es la piedra de toque del
Ordenamiento del Estado social y democrático de Derecho, tendremos que empezar a
actualizar y replantear todas las categorías e instituciones jurídicas en esta dirección. Una
dirección, quien podría imaginarlo, que en este tiempo va contra corriente a causa de
la intensa mercantilización de la vida social, política y cultural, también de la actividad
pública.
Por eso, merece la penar recordar en el inicio que la dignidad humana es de tal ca-
libre y condición jurídica que se yergue, omnipotente y todopoderosa, frente a cualquier
embate del poder político o financiero por derribarla, por lesionarla o por laminarla. Por
eso, cuando por alguna causa, esa dignidad es lesionada, en el grado que sea, por acción
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u omisión de Entes públicos, el Derecho Público se nos presenta como la fuente para res-
taurar de inmediato la dignidad violada para que el ser humano en todo momento pueda
estar en las mejores condiciones posibles para desarrollarse libre y solidariamente.
El Derecho Administrativo, como bien sabemos, ha sido a lo largo de la historia ob-
jeto de muchas definiciones y de variadas aproximaciones, tantas casi como autores han
escrito sobre el particular. Desde la idea del poder, pasando por el servicio público o por
la noción de equilibrio entre prerrogativa y garantía, se han sucedido muchas formas de
entender esta rama tan importante del Derecho Público. Entre nosotros, por largo tiempo
prevaleció una perspectiva subjetiva que focalizaba la cuestión en la Administración pú-
blica como punto central de nuestra disciplina. Eran los tiempos del primado del Estado
liberal de Derecho, los tiempos en los que la potencia de la luz revolucionaria imponía
sus dictados y más o menos, con mayor o menor intensidad, se pensaba que el Derecho
Administrativo cumplía su tarea ofreciendo una panoplia de instituciones y categorías ca-
paces de restaurar los nocivos efectos de una Administración acostumbrada al privilegio
y a la prerrogativa.
Pues bien, a pesar del tiempo transcurrido desde la formulación del Estado social
y democrático de Derecho no son muchos los estudiosos del Derecho Administrativo
que han caído en la cuenta de que el Derecho Administrativo es algo más que un
Ordenamiento dispuesto para reaccionar jurídicamente contra el exceso del poder, contra
la desviación del poder. Meilán Gil es, solo hay que leer su monografía de 1967 “El proceso
de la definición del Derecho Administrativo” para constatar esta consideración, el pionero
de la definición del Derecho Administrativo desde el primado de los intereses colectivos.1
En efecto, me parece que es el profesor Meilán Gil el primero que subraya la centra-
lidad de los intereses colectivos como “punctum dolens” para la definición del Derecho
Administrativo, ayudándonos a comprender el alcance, para mi casi definitivo, del con-
cepto de interés general en el Estado social y democrático de Derecho como piedra toque
del moderno Derecho Administrativo.2
El interés general en el Estado social y democrático de Derecho, además de ser
un concepto que se incardina necesariamente en la realidad cotidiana y que ha de ser
expresado en forma racional, dispone de un núcleo indisponible que responde precisa-
mente a la defensa, protección y promoción de los derechos fundamentales de la perso-
na, los denominados de libertad y por supuesto los sociales. En este sentido, el Derecho
Administrativo aparece comprometido con la cláusula del Estado social y democrático
de Derecho, con la promoción de las condiciones para que la libertad y la igualdad de la
persona y de los grupos en que se integran sea real y efectiva, removiendo los obstáculos
1
MEILÁN GIL, José Luis. El proceso de la definición del Derecho Administrativo. Madrid: Escuela Nacional de
Administración Pública, 1967.
2
Vid. RODRÍGUEZ-ARANA MUÑOZ, Jaime. Interés general, Derecho Administrativo y Estado de bienestar. Madrid:
Iustel, 2013.
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3
BALBÍN, Carlos F. Un Derecho Administrativo para la inclusión social. A&C – Revista de Direito Administrativo &
Constitucional, Belo Horizonte, ano 14, n. 58, p. 33-59, out./dez. 2014.
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Una causa de que el Estado no haya sido capaz de evitar la generación, a veces
el crecimiento, de las necesidades sociales, obedece en buena medida a que no se ha
comprendido suficientemente el alcance del denominado Estado social y democrático
de Derecho y, por ello, que los derechos sociales fundamentales, no todos los llamados
DESC, siguen siendo en muchos Ordenamientos metas y aspiraciones políticas, principios
rectores sin exigibilidad jurídica, que únicamente pueden facilitarse de acuerdo con el
dogma de la reserva de lo posible, un criterio de se ha interpretado desde el economicis-
mo y desde la perspectiva de anteponer la estabilidad financiera a la dignidad humana.
Por cierto, una estabilidad y equilibrio financiero que siendo como es un principio, quien
lo podrá dudar de buena administración, rinde pleitesía a esa perversa forma de prestar
servicios y bienes a los ciudadanos a base de un endeudamiento constante y creciente
que impide los avances sociales porque siempre, mientras sigamos este juego, habrá que
hacer frente a miles de millones de deuda mientras se resiente, y se quiebra en muchos
casos, la dignidad humana.
En estos casos, los ministerios sociales deben reservar en sus presupuestos, tras es-
tudios empíricos solventes, recursos que permitan atender los derechos sociales mínimos,
la base y el fundamento, de los derechos sociales fundamentales ordinarios. A partir de
ahí, el principio de promoción de los derechos sociales fundamentales y el de prohibición
de la regresividad en esta materia, al margen de bandería partidarias, permitirán que el
libre y solidarios desarrollo de la personalidad de los ciudadanos deje de ser esa quimera
en que se ha convertido en los últimos años.
Ciertamente, ni el postulado de la solidaridad social ni el de la participación están
asentados convenientemente al interior del sistema político e institucional. El hecho de
los recortes sociales hayan hecho aparición con esta crisis demuestra que los derechos
sociales fundamentales, a pesar de ser exigencias de una vida social digna, siguen siendo
una asignatura pendiente para millones y millones de seres humanos. Y, la escasa partici-
pación real que caracteriza la vida pública en nuestros países muestra efectivamente que
en las políticas públicas, en todas las fases de su realización, todavía no existe el grado de
participación de la ciudadanía que sería menester después de los años en que la democra-
cia y el Estado de Derecho, afortunadamente, acampan entre nosotros.
La tesis que se maneja en mis trabajos acerca de la libertad solidaria permite com-
prender mejor la esencia del Estado social y democrático de Derecho como promoción
de derechos fundamentales y remoción de los obstáculos que impidan su efectividad. En
este sentido adquieren su lógica los planteamientos abiertos que se siguen en estas líneas
así como las posibilidades de reconocimiento de derechos sociales fundamentales, donde
la Constitución no lo haga, a través de las bases esenciales del Estado de Derecho tenien-
do en cuenta la centralidad de la dignidad humana y la capitalidad del libre y solidario
desarrollo de la personalidad de los individuos en sociedad.
Por tanto, es necesaria una relectura del entero Derecho Administrativo desde la
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dignidad del ser humano, de todo el desarrollo y proyección que se ha realizado de este
modelo de Estado en el conjunto de Derecho Público. Me temo que el problema radica en
que se ha intentado entender sobre mimbres viejos y el resultado es que contemplamos.
La tarea, pues, de proyectar el supremo principio de la dignidad humana sobre el entero
sistema de fuentes, categorías e instituciones de Derecho Público, todavía debe ser reali-
zada, lo que demanda las nuevas perspectivas que ofrece el pensamiento abierto, plural,
dinámico y complementario.
Es verdad que los derechos sociales fundamentales son derechos subjetivos de sin-
gular relevancia y que en su naturaleza llevan inscrita las prestaciones del Estado que los
hacen posibles. Son derechos subjetivos fundamentales porque la Norma fundamental,
de forma más o menos directa señala obligaciones jurídicas fundamentales, normalmente
a los Poderes públicos, para que se realicen en la cotidianeidad.
En realidad, la comprensión de esta forma de entender el Derecho Público en el
Estado social y democrático de Derecho parte de consideraciones éticas, pues en sí mis-
mo este modelo de Estado no es ajeno a la supremacía de la dignidad humana y a la ne-
cesidad de que los Poderes públicos promuevan derechos fundamentales de la persona y
remuevan los obstáculos que lo impidan. Ambas, por supuesto, referencias éticas que no
pueden pasarse por alto pues de lo contrario nos pasaríamos al dominio del funcionalis-
mo y la técnica y al final los derechos humanos acaban siendo, así acontece, monedas de
cambio que se intercambian los fuertes y poderosos en función de unos intereses ordina-
riamente inconfesables.
La dimensión ética del Derecho Público es un rasgo inseparable e indisolublemente
unido a su raíz y a sus principales expresiones. No podría ser de otra forma porque atiende
de manera especial al servicio objetivo a los intereses generales que, en el Estado social y
democrático de Derecho, están inescindiblemente vinculados a los derechos fundamen-
tales, individuales y sociales, de las personas. La forma en que los principios éticos y sus
principales manifestaciones sean asumidos por el Derecho representa el compromiso real
de los Poderes del Estado en relación con la dignidad del ser humano y el libre y solidario
ejercicio de todos sus derechos fundamentales.
Probablemente nunca a lo largo de toda la historia tantos y tanto se ha hablado, dis-
cutido y escrito tanto de ética. En el interés actual por la ética hay razones circunstanciales,
como pueden ser los escándalos que nos sirve con mayor o menor intensidad y frecuencia
la prensa diaria en todo el mundo. Hay razones políticas en este uso tan particular, porque
la ética se ha convertido en un valor de primer orden, o cuando menos como un cierto va-
lor para el mercadeo político. Además, hay también situaciones de desconcierto, ante las
nuevas posibilidades que ofrece la técnica, que exigen una respuesta clarificadora. Pero
hay una razón de fondo que pienso que justifica plenamente el interés por las cuestiones
éticas.
En efecto, son incontestables los síntomas de que se están produciendo profun-
dísimos y vertiginosos cambios en los modos de vida del planeta, hecho que se pone
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Otro punto de apoyo esencial para abordar esta tarea civilizadora se encuentra en
la apertura a la realidad, por cierto una condición de trabajo elemental para el Derecho
Público sin cuyo concurso es imposible el despliegue de su eficacia. La realidad es terca,
la realidad es como es, y un auténtico explorador no debe dibujar edenes imaginarios
en su cuaderno de campo, sino cartografiar del modo más fiel la orografía de los nuevos
territorios.
La apertura a la realidad significa también apertura a la experiencia. Apertura a la
experiencia quiere decir aprender de la propia experiencia, y de la ajena. Quizás haya sido
esta una de las lecciones más importantes que nos ha brindado la experiencia de la mo-
dernidad: descubrir la locura de creer en los sueños de la razón, que cuando se erige en
soberana absoluta engendra monstruos devastadores. No hay ya sitio para los dogmas de
la racionalidad, incluida la racionalidad crítica.
La aceptación de la complejidad de lo real, y muy particularmente del ser humano, y
la aceptación de nuestra limitación, nos conducirá a afirmar la caducidad y relatividad de
todo lo humano salvo, precisamente, el ser mismo personal del hombre, y a sustentar por
lo tanto, junto a nuestra limitación, la necesidad permanente del esfuerzo y del progreso.
En este contexto, pues, se enmarca la necesidad de los cambios y transformaciones que
venimos planteando. Cambios y transformaciones que implican nuevos mimbres, nuevos
instrumentos, nuevos medios para que la luz del Estado social y democrático de Derecho
brille con luz propia de manera que los derechos fundamentales, los individuales y los so-
ciales, dispongan de esa vinculación directa y preferente que condiciona todo el proceso
de creación y generación de normas jurídicas.
Pues bien, para superar los límites que encorsetan la virtualidad y la potencia del
Estado social y democrático de Derecho, debemos acostumbrarnos a trabajar desde la
metodología del pensamiento compatible. Es decir, debemos desarrollar formas de pen-
samiento y de estructuración jurídica que nos permitan orillar las dificultades originadas
por un pensamiento sometido a las disyuntivas permanentes a que nos condujo el racio-
nalismo técnico y también, para el tema que nos ocupa, el dominio de los medios sobre
los fines, el dominio de los procedimientos sobre los fines del Estado social y democrático
de Derecho
El pensamiento compatible nos permite superar esas diferencias y apreciar que en
la realidad se puede dar conjuntamente, y de hecho se da, lo que una mentalidad racional
“matemática” nos exigía ver como opuestos. Es un imperativo ético hacer ese esfuerzo
de comprensión. Posiblemente nos permitirá descubrir que realmente lo público no es
opuesto y contradictorio con lo privado, sino compatible y mutuamente complementa-
rio, o que incluso vienen recíprocamente exigidos; que el desarrollo individual, personal,
no es posible si no va acompañado por una acción eficaz a favor de los demás; que la
actividad económica no será auténticamente rentable – en todo caso lo será sólo aparen-
temente – si al tiempo, y simultáneamente, no representa una acción efectiva de mejora
social; que el corto plazo carece de significado auténtico si no se interpreta en el largo
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JAIME RODRÍGUEZ-ARANA MUÑOZ
plazo; etc., etc. Que la norma no se opone a la libertad, sino que si es auténtica, justa,
la potencia. En fin, que si la sociedad es capaz, por disponer de vitalidad y medios para
ello, de asegurar condiciones para la realización de los derechos sociales fundamentales,
entonces la subsidiariedad facilita su efectiva su efectiva realización.
Otro rasgo que debemos potenciar en nuestro acercamiento al Derecho
Administrativo Social, es el pensamiento dinámico. Una modalidad de pensamiento
que nos conduce a comprender que la realidad, más que ninguna la social, la humana,
es dinámica, cambiante, abierta, y no sólo evolutiva, también preñada de libertad. Por
eso debemos superar la tendencia a definir estáticamente, o con un equilibrio puramente
mecánico, lo real, que no resistiría tal encorsetamiento sin sufrir una grave tergiversación.
A esto venimos refiriéndonos precisamente. Sobre la afirmación de su ser radical, de su
dignidad radical, el ser humano ha de desarrollar las virtualidades que allí se encierran,
tanto en lo que se refiere a su autodesarrollo personal como en lo relativo a la realización
de su ser social. Y si no lo puede hacer por sí mismo, en un contexto de autonomía, o no
se dan las condiciones sociales, entonces el Estado ha de garantizar al menos un mínimo,
derecho al mínimo vital, que haga posible una vida digna de tal nombre.
La participación, lo hemos señalado con reiteración, es otra condición de acción de
futuro, congruente con todo lo expuesto. El ser humano, decía Kant, no debe ser tomado
nunca como medio, sino como fin. Y si lo que buscamos es un crecimiento en libertad, en
humanidad, en definitiva, solo podrá hacerse realidad ese objetivo, si cada uno se hace
protagonista de sus acciones y de su desarrollo, y posibilita con su actuación que los de-
más también lo sean.
Los derechos fundamentales de la persona son derechos que conceden a sus titula-
res un conjunto variado de posiciones jurídicas dotadas de tutela reforzada y que impo-
nen al Poder pública una gana diversificada de obligaciones correlativas a las diferentes
funciones derivadas de cada una de dichas posiciones jurídicas.4 Desde esta perspectiva
debemos afirmar que la aplicabilidad inmediata es la misma en el caso de los derechos
fundamentales individuales que en los sociales, por más que las técnicas a emplear pue-
dan varias. Dichas variaciones, dice Daniel Wunder Hachem, se derivan de la diversidad
de funciones incardinadas en cada derecho. No es que en un caso estemos en presencia
de derechos de defensa y en otro de derechos prestacionales, el problema, como muy
bien apunta este autor, es que los derechos fundamentales son una categoría única que
admite una expresión multifuncional.5 En otras palabras, es necesario comprender los de-
rechos fundamentales, todos, desde la perspectiva de un todo, de manera que cada dere-
cho fundamental presenta un conjunto de posiciones jurídicas fundamentales de dónde
4
HACHEM, Daniel Wunder. Tutela administrativa efetiva dos direitos fundamentais sociais: por uma implementação
espontânea, integral e igualitária. Curitiba, 2014. 614 f. Tese (Doutorado) – Programa de Pós-Graduação em Direito,
Universidade Federal do Paraná, p. 132.
5
HACHEM, Daniel Wunder. Op. cit., p. 133.
28 A&C – R. de Dir. Administrativo & Constitucional | Belo Horizonte, ano 15, n. 60, p. 13-37, abr./jun. 2015
EL DERECHO ADMINISTRATIVO ANTE LA CRISIS (EL DERECHO ADMINISTRATIVO SOCIAL)
6
HACHEM, Daniel Wunder. Ibidem.
7
HACHEM, Daniel Wunder. Op. cit., p. 134.
8
HACHEM, Daniel Wunder. Ibidem.
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EL DERECHO ADMINISTRATIVO ANTE LA CRISIS (EL DERECHO ADMINISTRATIVO SOCIAL)
límites que el poder judicial no puede traspasar. Por eso, estamos de acuerdo con Hachem
cuándo concluye que en la función de defensa (prohibición de intervención estatal) de los
derechos fundamentales sociales la aplicabilidad inmediata es máxima.9
Ahora bien, en el marco de los deberes de protección contra la actuación de otros
particulares y de promoción de prestaciones fácticas positivas, debe afirmarse que el con-
tenido de prestaciones que integran el mínimo existencial son siempre y en todo caso
exigibles ante cualquier Juez o Tribunal a través de cualquier instrumento procesal con
independencia de la existencia de disponibilidades presupuestarias o de estructura or-
ganizativa pública, pues afectan al contenido de la mínima dignidad posible, aquella que
diferencia al ser humano de los animales irracionales o de los simples objetos o cosas.
Siendo como es el mínimo vital el standard mínimo, no el techo máximo de los de-
rechos fundamentales, parece razonable admitir, como lo hace Hachem, la reivindicación
de pretensiones jurídicas derivadas de derechos fundamentales sociales no incluidas en
el mínimo existencial.10 Por tanto, las prestaciones estatales fácticas y positivas en materia
de derechos sociales fundamentales ordinarios, aquellos que van más allá del mínimo
existencial, pueden ser invocadas ante los Jueces y Tribunales pues estos derechos funda-
mentales gozan de la protección de su contenido esencial bien sea por reconocimiento
expreso en la Constitución, por norma legal que lo desarrolle o por mor de la argumenta-
ción racional realizada por un Tribunal Constitucional a partir de los elementos cruciales
de la misma Constitución.
En el caso de que los derechos sociales fundamentales previstos expresamente en
la Constitución hayan sido desarrollados por el legislativo, cómo tales normas legales
contienen memorias financieras y presupuestarias para su puesta en aplicación, las pres-
taciones que integran estos derechos son plenamente exigibles judicialmente, sin que se
pueda oponer como regla, dice Hachem, la excepción de reserva de lo posible o el mismo
principio de separación de los poderes.11
Si no hay previsión normativa ni existen en la Constitución parámetros mínimos que
permitan deducir el alcance concreto de las prestaciones de derechos sociales fundamen-
tales, entonces la aplicabilidad inmediata de los mismos puede ser implementada a través
de requerimiento judicial al poder ejecutivo para que satisfaga el contenido del derecho
social fundamental en cuestión.12
Los derechos sociales fundamentales pueden estar previstos en la Constitución
como tales, no es lo más frecuente, o pueden derivarse de una argumentación racional
a partir de las bases mismas de la Constitución en relación con los postulados del Estado
social y democrático de Derecho y de la centralidad de la dignidad del ser humano. Por
9
HACHEM, Daniel Wunder. Op. cit., p. 151.
10
HACHEM, Daniel Wunder. Op. cit., p. 152
11
HACHEM, Daniel Wunder. Op. cit., p. 155
12
HACHEM, Daniel Wunder. Ibidem.
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EL DERECHO ADMINISTRATIVO ANTE LA CRISIS (EL DERECHO ADMINISTRATIVO SOCIAL)
mayorías relevantes de personas, a los servicios más elementales para una vida digna. La
falta de transparencia en la formulación de políticas en materia de derechos sociales fun-
damentales es tantas veces una dolorosa realidad, como la ausencia de difusión y de in-
formación a la ciudadanía sobre el papel protagónico que tiene en esta materia. También
afecta negativamente la corrupción de los funcionarios públicos en la implementación de
presupuestos y planes y programas sociales, así como la falta de sensibilidad que apea de
la agenda de los Tratados internacionales de integración, del pago de la deuda externa y
de los programas de ajuste, la misma efectividad de los derechos sociales fundamentales.
El derecho fundamental de la persona a un nivel de vida adecuado (artículo 25.1 de
la Declaración Universal de los Derechos Humanos), a una digna calidad de vida, como
reza el preámbulo de la Constitución española de 1978, es, siguiendo a la Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del hombre, artículo XI, la que permitan los recur-
sos públicos y los de la comunidad, o, dice el artículo 26 de la Convención Americana de
Derechos Humanos, en la medida de los recursos disponibles, por vía legislativa u otros
medios apropiados. Tales previsiones sitúan en el centro del orden social, político y eco-
nómico a la dignidad del ser humano, lo que implica, lisa y llanamente, que las disponibi-
lidades presupuestarias del Estado y de la sociedad, de la comunidad, han de orientarse
y gestionarse para que, en efecto, se garantice a todos los hombres y mujeres una digna
calidad de vida.
El artículo 130.1 de la Constitución española reclama a los Poderes públicos que
equiparen el nivel de vida de los españoles a partir de una política económica adecuada
a este fin. Tal nivel de vida, como sostiene Pérez Hualde, es el que implica y exige, para ser
tal, la satisfacción de determinadas necesidades de naturaleza económica que, a su vez,
garantizan el acceso a otros derechos también humanos y fundamentales, también de
gran importancia.13 Este profesor argentino parece situar el epicentro de los derechos so-
ciales fundamentales en las necesidades colectivas de los ciudadanos, unas necesidades,
como el agua potable, el servicio sanitario, el servicio eléctrico, el suministro del gas, de
transporte público, de corredores viales, del correo, actividades todas ellas que ordinaria-
mente se garantizan, al menos muchas de ellas, a través de la técnica de la intervención
pública.
Tanta intervención como sea imprescindible y tanta libertad solidaria como sea
posible es una famosa máxima que se hizo célebre entre los profesores de la Escuela de
Friburgo a mediado del siglo pasado. En realidad, como hemos advertido en este trabajo,
el fin del Estado reside en el libre y solidario desarrollo de las personas. Y para ello el
Estado ha de asumir este compromiso cuándo las instituciones e iniciativas sociales no
sean capaces de ayudar a los individuos a su libre y solidaria realización.
13
PEREZ HUALDE, Alejandro. El sistema de derechos humanos y el servicio universal como técnica para una
respuesta global. In: EMBID IRUJO, A. (Director). Derechos Económicos y sociales. Madrid: Iustel, 2009, p. 93-94.
A&C – R. de Dir. Administrativo & Constitucional | Belo Horizonte, ano 15, n. 60, p. 13-37, abr./jun. 2015 33
JAIME RODRÍGUEZ-ARANA MUÑOZ
El problema de la técnica del servicio público para estos menesteres reside, como ya
advirtiera certeramente Devolvé no hace mucho tiempo en que las actividades objeto del
servicio público son de titularidad pública, algo que no se puede predicar, por ejemplo,
de la educación o de la sanidad, que son derechos fundamentales de la persona y, por
ende no deben ser calificadas como de ámbitos de titularidad pública. En cambio, bajo la
técnica de la “ordenatio”, de las autorizaciones, licencia so permisos, las cosas caminan por
otros derroteros puesto que en estos supuestos se trata de regular actividades privadas,
de los ciudadanos, que son de interés general.
En efecto, el Estado, en virtud de la subsidiariedad, tiene, por su propia estructura y
esencia, la superior tarea de garantizar el pleno, libre y solidario ejercicio de los derechos,
cometido supremo de la instancia estatal que como señalara Bidart Campos, no se agota
con la existencia de un orden normativo dirigido a hacer posible el cumplimiento de esta
obligación, sino que comporta la necesidad de una conducta gubernamental que asegu-
re la existencia, en la realidad, de una eficaz garantía del libre y pleno ejercicio, me permito
apostillar solidario, de los derechos humanos.14
Sin embargo, como apunta Pérez Hualde, desde la concepción del servicio univer-
sal, que no es una característica privativa del servicio público en sentido estricto, sino más
bien de las actividades privadas de interés general, es posible paliar de alguna manera, a
causa de la intervención pública –servicio de interés general- dirigida a este fin, la situa-
ción de injusticia objetiva, por desigualdad material, en la que se encuentran las personas
necesitadas de esos bienes económicos imprescindibles para un nivel de vida adecuado,
acorde a la comunidad en la que se desarrolla.15
Poco a poco, en este tiempo de convulsiones y de transformaciones, esperemos que
la efectividad y exigibilidad de los derechos sociales fundamentales ocupe un lugar por
derecho propio en la mente y en la agenda de las principales decisiones que tomen las
autoridades políticas, económicas, sociales y culturales. Nos jugamos mucho en ello, tan-
to como que la dignidad del ser humano y sus derechos inalienables funden, de nuevo,
ahora con más fuerza, un remozado orden jurídico, económico y social que ya no puede
esperar más tiempo.
14
BIDART CAMPOS, Germán. La responsabilidad en los Tratados de jerarquía constitucional. In: BUERES, J.A.;
KEMELMAJER DE CARLUCCI, A. (Dirs.). Responsabilidad por daños en el tercer milenio: Homenaje al Profesor Doctor
Atilio Anibal Alterini. Buenos Aires: Abeledo-Perrot, 1997, p. 427.
15
PEREZ HUALDE, Alejandro. El sistema de derechos humanos y el servicio universal como técnica para una
respuesta global. In: EMBID IRUJO, A. (Director). Derechos Económicos y sociales. Madrid: Iustel, 2009,
p. 105.
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EL DERECHO ADMINISTRATIVO ANTE LA CRISIS (EL DERECHO ADMINISTRATIVO SOCIAL)
democrático de Derecho, entonces es llegado el tiempo en el que de una vez por todas las
técnicas del Derecho Administrativo se diseñen de otra forma. De una forma que permita
que los valores y parámetros constitucionales sean una realidad en la cotidianeidad. Si
el Derecho Administrativo es el Derecho Constitucional concretado, no hay otro camino.
The Administrative Law facing the crisis (The Social Administrative Law)
Abstract: The article aims to present a new way of understanding Administrative Law, freed from prejudices and
clichés of the past, which has its central axis in a concept more humane and rational of general interest, identified
in reality and in permanent demand for argumentation. It is an approach called Social Administrative Law,
concerned to underline the social dimension of the Administrative Law, directing it to the defense, protection
and promotion of the fundamental rights of the person, especially the most vulnerable and disadvantaged
citizen.
Keywords: Social Administrative Law; fundamental rights; human dignity; social dimension; general interest.
4 Referencias
BALBÍN, Carlos F. Un Derecho Administrativo para la inclusión social. A&C – Revista de Direito Administrativo
& Constitucional, Belo Horizonte, ano 14, n. 58, p. 33-59, out./dez. 2014.
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KEMELMAJER DE CARLUCCI, A. (Dirs.). Responsabilidad por daños en el tercer milenio: Homenaje al Profesor
Doctor Atilio Anibal Alterini. Buenos Aires: Abeledo-Perrot, 1997.
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al Profesor Doctor Atilio Anibal Alterini. Buenos Aires: Abeledo-Perrot, 1997.
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implementação espontânea, integral e igualitária. Curitiba, 2014. 614 f. Tese (Doutorado) – Programa de
Pós-Graduação em Direito, Universidade Federal do Paraná. p. 132
MEILÁN GIL, José Luis. El proceso de la definición del Derecho Administrativo. Madrid: Escuela Nacional
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PEREZ HUALDE, Alejandro. El sistema de derechos humanos y el servicio universal como técnica para una
respuesta global. In: EMBID IRUJO, A. (Director). Derechos Económicos y sociales. Madrid: Iustel, 2009.
RODRÍGUEZ-ARANA MUÑOZ, Jaime. Interés general, Derecho Administrativo y Estado de bienestar. Madrid:
Iustel, 2013.
A&C – R. de Dir. Administrativo & Constitucional | Belo Horizonte, ano 15, n. 60, p. 13-37, abr./jun. 2015 35
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A RESPONSABILIDADE CIVIL EXTRACONTRATUAL DO ESTADO E DEMAIS ENTIDADES EM PORTUGAL
A&C – R. de Dir. Administrativo & Constitucional | Belo Horizonte, ano 15, n. 60, p. 13-37, abr./jun. 2015 37
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139
RESUMEN
ABSTRACT
I. INTRODUCCIÓN
1
Hoffmann-Riem, Wolfgang, “Jurisdicción. El procesamiento judicial de la incertidumbre sobre los
desarrollos futuros”, en Alguacil González-Aurioles, J.; Gutiérrez, I. (eds.), Constitución: norma y
realidad. Teoría constitucional para Antonio López Pina, Marcial Pons, Madrid, 2014, p. 193.
2
Estas ideas se toman de (siguiendo a) Calvo García, Manuel, “Transformaciones jurídicas y teoría
del derecho”, Anuario de Filosofía de Derecho, 2012, núm. 28, pp. 35 y ss.
3
“La teoría del derecho ha tomado un rumbo que solo puede terminar en una creciente divergencia
entre el fenómeno que analiza y la experiencia de los ciudadanos ordinarios.” Soper, Philip, Una teoría
del Derecho (traducción por Caracciolo, Ricardo), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid,
1993, p. 13.
4
Vid. Twining, William, “Teoría General del Derecho”, Anales de la Cátedra Francisco Suárez, 2005,
Vol. 39, pp. 612 y ss.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 141
a las realidades jurídicas “hacia las que abocan las transformaciones del
derecho o que han encontrado un reconocimiento social como derecho”.5
En este orden de ideas, baste recordar que la asunción de que los
postulados tradicionales a partir de los cuales se erigió el edificio del
Estado liberal de Derecho están en crisis y, por lo mismo, en permanente
cuestionamiento, es una aseveración que no requiere mayor explicación.
Pues, más allá de sus causas, desde las ciencias sociales se viene apuntando
que las sociedades industriales del siglo XIX se han transformado
profundamente, lo cual explica que los paradigmas tradicionales del Estado
liberal de Derecho –construidos en torno aquéllas– no logren explicar y
fundamentar las realidades creadas por las sociedades modernas.
Justamente, entre las consecuencias que de ello derivan se aprecia
el progresivo cuestionamiento de la capacidad del Derecho para ejercer su
función de dirección y control.6 De aquí resulta, entonces, la imposibilidad
de seguir operando únicamente –o cuando menos, no en forma central– con
las clásicas construcciones teórico-dogmáticas, en razón de su insuficiencia
por sí solas para explicar y orientar los nuevos paradigmas.
Lo anterior, sin embargo, no significa que deban abandonarse sin más,
ni reemplazarse por entero las clásicas construcciones jurídicas, pues como
anota Zagrebelsky, el “rasgo más notorio del Derecho Público actual no es
la sustitución radical de las categorías tradicionales, sino su ‘pérdida de la
posición central’”.7
En el contexto apuntado, el objetivo del presente trabajo es, con ocasión
de la descripción del planteamiento que afirma que la ciencia administrativa
debe operar como ciencia directiva,8 puntualizar diversas modificaciones en
5
Calvo García, cit. (n. 2), pp. 36 y 42.
6
Sobre este extremo, vid., Parejo Alfonso, Luciano, Transformación y ¿reforma? del Derecho
Administrativo en España, Instituto Nacional de Administración Pública - Global Law Press, Sevilla,
2012, pp. 28 y ss.; y Parejo Alfonso, Luciano, “Transformación y ¿reforma? del Derecho Administrativo
en España”, en Barnes, J. (ed.), Innovación y Reforma en el Derecho Administrativo, 2ª ed., Instituto
Nacional de Administración Pública - Global Law Press, Sevilla, 2012, pp. 393 y ss., con análisis de
las consecuencias para el Estado y, señaladamente, para el Derecho administrativo.
7
Zagrebelsky, Gustavo, El derecho dúctil. Ley, derechos, justicia (traducción por Gascón, Marina),
Trotta, Madrid, 2012, 11ª ed., p. 12.
8
Al respecto, vid. Schmidt-Assmann, Eberhard, La teoría general del derecho administrativo como
sistema (traducción por Bacigalupo, Mariano et al), Instituto Nacional de Administración Pública
y Marcial Pons, Madrid, 2003; y, del mismo autor, Schmidt-Assmann, Eberhard, “Cuestiones
fundamentales sobre la reforma de la Teoría General del Derecho Administrativo. Necesidad de la
innovación y presupuestos metodológicos”, en Barnes, J. (ed.), Innovación y Reforma en el Derecho
Administrativo, Global Law Press, Sevilla, 2012, 2ª ed.
142 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
9
Al respecto, véanse los ya citados trabajos de Schmidt-Assmann, cit. (n. 8)
10
En general, se sigue aquí a Schmidt-Assmann, “Cuestiones fundamentales…”, cit. (n. 8) p. 35.
11
Pues, se exaltaba el modelo de “dominación legal” basado en el principio de legalidad y, por lo
mismo, se perseguía el sometimiento de la Administración al “imperio de la ley”, como garantía de que
el Estado no interviniese en los ámbitos de autonomía y libertad individuales. Calvo García, Manuel,
Transformaciones del Estado y del Derecho, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2005, pp.
58-59.
12
En la concepción del Estado Liberal, se otorgaba al acto administrativo un papel central, al ser éste
el correlato de la sentencia dictada por los tribunales de justicia. Mayer, Otto, Derecho Administrativo
Alemán. Parte General. Tomo I (traducción de la versión francesa de 1904 por Heredia, Horacio y
Krotoschin, Ernesto), Ediciones Depalma, Buenos Aires, 1982, 2ª ed., pp.147-148.
13
De Otto y Pardo, Ignacio, “Recensión al libro de Bocanegra, Raúl, ‘El valor de las sentencias del
Tribunal Constitucional’”, Revista Española de Derecho Constitucional, 1982, n° 6, año 2, p. 327.
14
Malaret García, Elisenda, “Los Principios del procedimiento administrativo y el responsable del
procedimiento”, en Tornos Mas, J. (coord.), Administración Pública y Procedimiento Administrativo,
Bosch, Barcelona, 1994, p. 302.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 143
15
Montero Cartes, Cristian, “Participación ciudadana, procedimiento administrativo y el deber de
buena administración”, Revista Española de Relaciones Internacionales, 2017, n° 9, pp. 102 (disponible
en línea: http://reri.difusionjuridica.es/index.php/RERI/article/view/122/99).
16
En general, se siguen aquí algunas ideas de Parejo Alfonso, Luciano, Crisis y Renovación en el
Derecho Público, Palestra, Lima, 2008, reimpr., pp. 13-14 y 57 y ss.
17
Pues, como ha señalado Häberle, en el poder legislativo de lo que se trata es, principalmente,
“de cuestiones de ponderación y de problemas de equilibrio entre intereses (…) a la hora de hablar
del actual pluralismo de intereses”. Häberle, Peter, Pluralismo y Constitución. Estudios de Teoría
Constitucional de la sociedad abierta (traducción y estudio preliminar de Mikunda-Franco), Tecnos,
Madrid, 2002, p. 144.
18
V. Parejo Alfonso, cit. (n. 16), pp. 13-14.
144 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
19
Como explica García-Pelayo, en los sistemas de “tipo monocéntrico”, una sola organización central
domina a las restantes, puesto que constituye la última y decisiva entidad que atiende las demandas y
resuelve por sí misma el grado de intervención necesario y, por ello, el poder aparece condensado en esa
organización central; a este sistema se opone el “tipo pluricéntrico”, definido por que cada organización
se sustenta por sí misma y opera en un ámbito protegido por el Derecho, pero, en todo caso, existe una red
de recíproca de relaciones, con lo cual cada organización, actuando autónomamente, contribuye positiva o
negativamente a la consecución de los objetivos comunes. García-Pelayo, Manuel, Las transformaciones
del Estado contemporáneo, Alianza Editorial, Madrid, 2005, 2ª ed. (11ª reim.), pp. 114-116.
20
Se pone de relieve que la ideología que afirma que el Estado tiene el monopolio en materia de
fuentes jurídicas es “ajena” al actual Estado Constitucional (calificado como “Estado Constitucional
Cooperativo”), pues éste se abre, en forma progresiva, a procedimientos jurídicos e interpretaciones
elaboradas a nivel internacional o supraestatal. Häberle, cit. (n. 17), p. 288.
21
Brohm, Winfried, “Administración y Jurisdicción Contencioso-Administrativa como mecanismos
de regulación en un sistema policéntrico de producción del Derecho”, Documentación Administrativa,
1993, n° 234, p. 124. Pues en “las comunidades altamente complejas, como es el caso de la sociedad
industrializada, sólo son regulables -de modo análogo al modelo cibernético de los conjuntos de reglas-
mediante el juego de una pluralidad de centros de decisión”.
22
Como anticipara Häberle, en el nuevo Estado Constitucional se produce una “apertura” a las
vinculaciones internaciones, lo que incluso producirá “efectos ejecutivos inmediatos” en el ámbito
interno del Estado (permeabilidad), especialmente, en lo relativo a los Derechos humanos. Häberle,
cit. (n. 17), p. 295.
23
Idea expresa por el autor en Montero, cit. (n. 15), p. 102.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 145
24
Schmidt-Assmann, “Cuestiones fundamentales...”, cit. (n. 8), p. 66.
25
Stewart, Richard, “The reformation of American Administrative Law”, Harvard Law Review, 1975,
Vol. 88, Nº 8, p. 1675.
26
En este punto, resulta de obligada lectura el texto de Parejo Alfonso, cit. (n. 16), el cual aborda
provocativamente tales cuestiones.
27
Schmidt-Assmann, “Cuestiones fundamentales...”, cit. (n. 8), p. 44.
28
Montero Cartes, cit. (n. 15), p. 103.
29
En esos términos lo expone Vosskuhle, Andreas, “Sobre el método del Derecho administrativo”,
en Barnes, J. (ed.), Innovación y Reforma en el Derecho Administrativo, Global Law Press, Sevilla,
2012, 2ª ed., pp. 150-151.
30
Montero, cit. (n. 15), p. 103; Parejo Alfonso, Transformación y ¿reforma?... cit. (n. 6), p. 55, y
Parejo Alfonso, “Transformación y ¿reforma?...”, cit. (n. 6), p. 408.
31
Doménech Pascual, Gabriel, “Principios jurídicos, proporcionalidad y análisis económico”, en
Ortega, L.; De La Sierra, S. (coords.), Ponderación y Derecho Administrativo, Marcial Pons, Madrid,
2009, p. 168.
146 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
deseado”,32 por lo no que no resulta extraño que se plantee por C. Offe que
para la Administración “se sitúan en primer lugar los resultados proyectados
de la actividad administrativa (tareas o su realización) como criterios de
evaluación de las actividades y decisiones internas administrativas (...) La
eficacia no se define aquí ya por el seguimiento de reglas, sino por el logro
de resultados o la realización de funciones (…) las premisas de la actividad
administrativa ya no son reglas a cumplir a rajatabla, sino recursos a utilizar
desde el punto de vista de su adecuación para ciertas tareas”.33
Se entiende, así, que se predique por el profesor Schmidt-Assmann,
que “no puede quedarse en la construcción dogmática de cada una de
las instituciones y reglas. En consecuencia, al Derecho administrativo
le interesan también las condiciones o presupuestos que hacen que una
institución resulte eficaz o efectiva, que resulte operativa. Ello implica la
inserción de cada una de esas instituciones en un contexto más amplio, a
fin de analizar las relaciones e interacciones recíprocas, (...) la ciencia del
Derecho administrativo ha de ser concebida como una ciencia de dirección,
esto es, como una ciencia que aspira a dirigir con eficacia los procesos
sociales”.34
El Derecho, acorde con estos planteamientos, si bien no es el único
medio de dirección (pues también lo son, el mercado, el personal y la
organización), tiene atribuido un lugar de privilegio en la dirección de
los procesos sociales, debiendo sus efectos, en todo caso, considerarse
en relación con el resto de los medios, de forma de mejorar la eficacia de
la acción.35 Para cumplir sus cometidos, debe recurrir a los más diversos
instrumentos de dirección (autorizaciones, incentivos, fomento, programas
legales de carácter material y de cumplimiento; cuestiones de organización
y procedimientos, sanciones, etc.), todos los cuales apuntan, en definitiva, a
la construcción de una estructura regulatoria.36
32
Forsthoff, Ernst, Tratado de Derecho Administrativo (traducción de la 5ª edición alemana por Legaz
Lacambra et al.), Instituto de Estudios Públicos, Madrid, 1985, p. 391.
33
El autor plantea que se trata del modelo propio del Estado Social en oposición al modelo burocrático
racional de Administración de M. Weber, en que lo relevante era el cumplimiento de las normas. Offe,
Claus, Partidos políticos y nuevos movimientos sociales (traducción de Gutiérrez, Juan), Editorial
Sistema, Madrid, 1988, p. 12.
34
Schmidt-Assmann, “Cuestiones fundamentales...”, cit. (n. 8), pp. 43 y ss.; y Schmidt-Assmann,
“La teoría general…”, cit. (n. 8), pp. 28 y ss.
35
Schmidt-Assmann, “Cuestiones fundamentales...”, cit. (n. 8), p. 46.
36
Ídem, pp. 48-51.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 147
37
Schmidt-Assmann, “Cuestiones fundamentales...”, cit. (n. 8), pp. 87 y ss.
38
Rodríguez De Santiago, José María, Metodología del Derecho administrativo. Reglas de racionalidad
para la adopción y el control de la decisión administrativa, Marcial Pons, Madrid, 2016, p. 20. Tal
predicamento se encuentra en Schmidt-Assmann, “La teoría general…”, cit. (n. 8), pp. 212 y ss.
39
Zagrebelsky, cit. (n. 7), p. 35.
40
Como bien anota Zagrebelsky, el “rasgo más notorio del Derecho Público actual no es la sustitución
radical de las categorías tradicionales, sino su ‘pérdida de la posición central’”. Zagrebelsky, cit. (n.
7), p. 12.
148 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
41
Rodríguez De Santiago, cit. (n. 38), p. 13.
42
En general, se siguen aquí algunas ideas de Parejo Alfonso, cit. (n. 16), pp. 16-19; Parejo Alfonso,
Transformación y ¿reforma?... cit. (n. 6), pp. 28-32, y Parejo Alfonso, “Transformación y ¿reforma?...”,
cit. (n. 6), pp. 393-396.
43
V. supra.
44
Denninger, Erhard, “Derecho en “desorden” global. Sobre los efectos de la globalización”, Anuario
Iberoamericano de Justicia Constitucional, 2004, n° 8, pp. 117 y ss.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 149
45
En este acápite, se siguen algunas ideas ya expresadas por el autor de este trabajo de investigación
en Montero, cit. (n. 15), pp. 103 y ss.
46
Schmidt-Assmann, “Cuestiones fundamentales...”, cit. (n. 8), pp. 43 y ss.
47
Barnes, Javier, “Algunas respuestas del Derecho Administrativo Contemporáneo ante las
nuevas formas de regulación: Fuentes, alianzas con el Derecho Privado, Procedimientos de Tercera
Generación”, en Barnes, J. (ed.), Innovación y Reforma en el Derecho Administrativo, Global Law
Press, Sevilla, 2012, 2ª ed., p. 341.
48
Ibídem, p. 342.
49
Así, este nuevo entendimiento destaca la “doble naturaleza de la relación jurídico-administrativa”
entre el ciudadano y la Administración: por un lado, por “la dimensión jurídico-material determinada
por los derechos fundamentales, es decir, la posición subjetiva del ciudadano” y, por otro, “la
dimensión procesal o de garantía de participación y defensa del ciudadano que se concreta en la forma
de procedimiento administrativo y proceso judicial”. V. Parejo Alfonso, Luciano, La vigilancia y la
supervisión administrativas. Un ensayo de su construcción como relación jurídica, Tirant Lo Blanch,
Valencia, 2016, p. 137.
50
Schmidt-Assmann, “Cuestiones fundamentales...”, cit. (n. 8), p. 72.
51
Cierco Seira, César, La participación de los interesados en el procedimiento administrativo,
Publicaciones del Real Colegio de España, Bolonia, 2002, p. 31. No obstante, actualmente se matiza
en cuanto a que tal idea es aceptable (ambos son especies dentro de una misma categoría), en tanto
que, reconociendo que en el procedimiento administrativo también se crean normas (al ejercer la
discrecionalidad -puesto que la Administración en el Estado social de Derecho está configurada para
que, dentro de los márgenes que le atribuye la ley, elija y proteja los interés públicos relevantes y,
por lo mismo, su diseño institucional persigue que aquélla pueda acceder a la mayor cantidad posible
de información-), en los dos “la ley, si exige la aplicación de normas, está obligando (sic) a que el
150 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
procedimiento (administrativo o judicial) se apoye en la razón para buscar la verdad del hecho concreto
correspondiente al hecho abstracto.” Medina Alcoz, Luis, “Los hechos en el Derecho administrativo.
Una aproximación”, Revista Española de Derecho Administrativo, 2016, n° 177, pp. 141-143.
52
Schmidt-Assmann, “La teoría general…”, cit. (n. 8), p. 26.
53
En un sentido similar, en el ámbito de la Unión Europea, v. Nieto Garrido, Eva; Martín Delgado,
Isaac, Derecho administrativo europeo en el tratado de Lisboa, Marcial Pons, Madrid, 2010, pp. 194-
195.
54
“El Derecho de la UE en materia de procedimientos administrativos también se caracteriza por (…)
(la) pluralidad de los actores implicados”. Mir, O.; Hofmann, H.; Schneider, J.P.; Ziller, J. (dirs.),
Código ReNEUAL de procedimiento administrativo de la Unión Europea, Instituto Nacional de
Administración Pública, Madrid, 2015, p. 68.
55
Giannini, Massimo Severo, Istituzioni di Diritto Amministrativo (segunda edición corregida por
Mirabelli Centurione), Giuffrè Editore, Milan, 2000, pp. 271-273.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 151
56
“El carácter plural y abierto del sistema de valores europeo, obliga a descartar cualquier tipo de
hegemonía o, en el peor de los casos, de una ‘tiranía de valores’ por parte de cualquier cultura nacional
de Europa”. Pérez Luño, Antonio, Nuevos retos del Estado Constitucional: Valores, derechos y
garantías, Cuadernos de la Cátedra de Democracia y Derechos Humanos N° 2, Universidad de Alcalá
de Henares, Madrid, 2010, p. 51.
57
Se empleará aquí el concepto de interés general dado que, si bien en el pasado se empleaba la
expresión interés público, en el marco de un Estado democrático de Derecho el interés al que debe
someterse la Administración es al de la comunidad, el de la sociedad en su conjunto, y no el de la propia
institución o sus agentes, sino el de los ciudadanos. “El principio de participación y el principio de
centralidad del ser humano -afirma Rodríguez-Arana- me parece que reclama un entendimiento más
amplio y abierto que el estricto y riguroso del interés público, hasta ahora en sentido más extendido”.
Rodríguez-Arana, Jaime, Derecho Administrativo y Derechos Fundamentales, Global Law Press,
Editorial Derecho Global, Instituto Nacional de Administración Pública, Sevilla, 2015, p. 209.
58
Medina Alcoz, cit. (n. 51), p. 140.
59
El 17 de febrero de 2005 se aprobó el Convenio de la Comisión Económica de las Naciones Unidas
para Europa sobre “El acceso a la información, la participación del público en la toma de decisiones y el
acceso a la justicia en asuntos ambientales”, adoptado en la Conferencia Ministerial “Medio Ambiente
para Europa”, celebrada en Aarhus (Dinamarca), el 25 de junio de 1998 (más conocido como convenio
Aarhus), cuyo artículo 1° señala, entre sus objetivos, el de “la participación del público en la toma de
decisiones”.
60
Montero, cit. (n. 15), p. 107.
61
Schmidt-Assmann, La teoría general… cit. (n. 8), p. 373.
152 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
Ahora bien, tal como hemos señalado,62 constatado, así, que la función
del procedimiento administrativo no se agota en la defensa de los derechos de
las partes del procedimiento,63 sino que a través de este se pretende satisfacer
y asegurar de mejor manera el interés general,64 deviene en imprescindible la
ampliación por la ley de los márgenes de discrecionalidad65 que le atribuye
a la Administración, de modo de habilitarla para efectuar una ponderación
caso a caso de los diversos intereses involucrados en la específica actuación
administrativa.66
Ello, toda vez que, siguiendo a Ponce Solé,67 en el mundo real el
interés general no existe en forma aislada, sino que se inserta compuesto de
diversos intereses, públicos y privados. Así, cuanto más amplia la elección,
como el caso de la discrecionalidad de planeamiento, más crece el número de
involucrados. Por ello, la elección final en qué consiste la decisión discrecional
es el resultado de ponderación comparativa de diversos intereses en orden a
perseguir la satisfacción del interés general establecido en el ordenamiento
jurídico. De esta forma, “(e)l procedimiento administrativo constituye, por
tanto, la sede en la que el interés público abstracto previsto en la ley pasará a
especificarse, por medio una composición de todos los intereses involucrados,
en el interés público concreto que habrá de informar la decisión finalmente
adoptada”,68 con lo cual, desde luego –y a diferencia de la concepción
tradicional–, el procedimiento administrativo aparece cumpliendo un rol
central en la construcción actual del Derecho administrativo.
Como puede advertirse, la virtualidad del procedimiento administrativo
para operar como un mecanismo o técnica jurídica que permite a los
62
Montero, cit. (n. 15), p. 107.
63
García De Enterría, Eduardo; Fernández, Tomás Ramón, Curso de Derecho Administrativo,
Civitas-Thomson-Aranza, Cizur Menor, 2013, 13ª ed., Tomo II, p. 459.
64
Como anota Medina Alcoz, “lo relevante en el procedimiento administrativo puede ser, no dirimir una
controversia, sino asegurar la protección de los intereses generales que ha identificado y seleccionado
el legislador”. Medina Alcoz, cit. (n. 51), p. 145.
65
De allí que también sea necesario distinguir diversos tipos de discrecionalidad -como técnica, de
planificación, de gestión, entre otras- según se trate de potestades normativas, como reglamentaria o
planificadora, o simplemente de ejecución. Santamaría Pastor, Juan A.; Parejo Alfonso, Luciano,
Derecho Administrativo. La jurisprudencia del Tribunal Supremo, Centro de Estudios Ramón de Arce,
Madrid, 1992, reimpresión, pp. 130-131.
66
Cierco Seira, cit. (n. 51), p. 77.
67
Ponce Solé, Juli, Deber de Buena Administración y Derecho al Procedimiento Administrativo debido.
Las bases Constitucionales del Procedimiento Administrativo y el ejercicio de la discrecionalidad,
Lex Nova, Valladolid, 2001, p. 83.
68
Cierco Seira, cit. (n. 51), p. 78.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 153
69
Pues, como ha destacado Shapiro, la igualdad en la participación se convierte en una de las igualdades
positivas más importantes en la vida moderna, ante la dificultad de saber en cada caso cuáles son los
intereses generales a servir. Shapiro, Martín, “Equality and Diversity”, European Review of Public
Law, 1999, Vol. 11, n° 2, p. 400.
70
Así lo afirma, a propósito de las relaciones jurídicos-administrativas plurilaterales, Schmidt-Assmann,
“La teoría general…”, cit. (n. 8), p. 185.
71
Cierco Seira, cit. (n. 51), p. 79.
72
Montero, cit. (n. 15), p. 110.
73
“(L)os derechos procesales son extremadamente importantes, porque constituyen un medio a través
del cual los particulares pueden obtener acceso al concreto sistema legal. En cualquier sistema de
Derecho Administrativo, uno tiene puntos de acceso o puentes (…) Cualquier régimen de Derecho
Administrativo ofrece normalmente dos puntos de acceso cruciales: las reglas procedimentales que
determinan quién está legitimado para ser oído o para intervenir antes de que la decisión esté adoptada
y quién debe ser consulado antes de la adopción un acto normativo (…) y existirán reglas que concreten
quién puede plantear ante un Tribunal que el órgano decisor ha sobrepasado sus poderes”. Craig, Paul,
“Process Rigths in Adjudication and Rulemanking: Legal and Political Perfectives”, en Ziller, J. (ed.),
What´s New European Administrative Law? EUI Working Paper, Florencia, 2005, p. 25 (documento
disponible en línea: http://cadmus.eui.eu/bitstream/handle/1814/3330/law05-10.pdf).
74
Fernández González, Paula, “La Participación en la Administración Pública como expresión de
interés supraindividuales (colectivos y difusos): a propósito de la ley de Transparencia, acceso a la
información y buen gobierno”, Tesis Doctoral, Universidad Carlos III de Madrid, Madrid, 2015, p.
122 (documento disponible en línea: https://e-archivo.uc3m.es/handle/10016/21490).
75
García De Enterría, Eduardo, “Principios y modalidades de participación ciudadana en la vida
154 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
administrativa”, en Gómez-Ferrer Morant, Rafael (coord.), Libro homenaje al profesor José Luis
Villar Palasí, Civitas, Madrid, 1989, pp. 441-442.
76
Montero, cit. (n. 15), pp. 110-111.
77
En este contexto, cierta doctrina afirma que el interés general es inmanente no trascendente a los
intereses de los ciudadanos. Ponce Solé, Juli, “Ciencias sociales, Derecho Administrativo y buena
gestión pública. De la lucha contra las inmunidades del poder a la batalla por un buen gobierno y una
buena administración mediante un diálogo fructífero”, Revista Gestión y Análisis de Políticas, Nueva
Época, 2014, N° 11 (ene-jun), pp. 23-42.
78
Montero, cit. (n. 15), p. 111. Pues “(l)a trascendencia de esta dimensión “procesual” de la participación
ciudadana en los asuntos públicos no deja de afectar al ejercicio de la dirección política del conjunto
de Administraciones Públicas, en especial cuando se trata de canalizar las demandas de los llamados
“intereses difusos”. La capacidad de presión de estos colectivos sociales, de composición indeterminada
y grado diferentes de organización, hacia las instituciones políticas y entidades administrativas
convierte a veces un trámite procesal como es el de la audiencias de los ciudadanos afectados por
un acto o decisión administrativa, en herramienta clave de participación ciudadana, que puede llegar
a condicionar la toma de decisiones efectiva en torno a cuestiones de considerable repercusión en
el conjunto de la sociedad”. Ruiz-Rico Ruiz, Gerardo, “El Derecho a una Buena Administración.
Dimensiones Constitucional y Estatutaria”, en Ávila Rodríguez, C.; Gutiérrez Rodríguez, F. (coords.),
El Derecho a una buena administración y la ética pública, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2011, p. 57.
79
Schmidt-Assmann, “Cuestiones fundamentales...”, cit. (n. 8), p. 27.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 155
80
García-Pelayo, cit. (n. 19), pp. 70-71.
81
Cfr. Parejo Alfonso, Luciano, Estado y Derecho en proceso de cambio. Las nuevas funciones de
regulación y garantía del Estado social de soberanía limitada, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2016, p.
167.
82
De La Quadra-Salcedo, Tomás, “El nuevo marco legal de las Telecomunicaciones: significado
y perspectivas”, en De La Quadra-Salcedo, T. (dir.); Vida Fernández, J. (coord.), Derecho de las
Telecomunicaciones, Thomsom Reuters-Civitas, Cizur Menor, 2015, pp. 96-97.
156 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
83
Callol García, Pedro, “La garantía de acceso a las redes de telecomunicaciones como requisito
esencial para la liberación del sector”, Revista de Administración Pública, 1999, n° 149, p. 400.
84
Según el profesor F. Moderne, en una determinada acepción de regulación se trata, en primer
lugar, de abrir el mercado a la competencia, que antes estaba restringido a los monopolios públicos
(o semipúblicos) y, después, de asegurar su fluidez (lucha contra la reconstitución de monopolios o
contra los abusos de una posición dominante). Moderne, Franck, “Los usos de la Noción ‘regulación’
en el derecho positivo y en la doctrina jurídica de los Estados de la Unión Europea”, en Marcou, G.;
Moderne, F. (dirs.), Derecho de la Regulación. Los Servicios Públicos y la Integración Regional. Tomo
I. Comparaciones y comentarios, Editorial Universidad del Rosario, Bogotá, 2009, p. 101.
85
Betancor, Andrés, Regulación: Mito y Derecho. Desmontando el mito para controlar la actividad
de los reguladores económicos, Thomsom Reuters-Civitas, Cizur Menor, 2010, p. 63.
86
Bien se sabe que uno de los rasgos más acusados del sector de las telecomunicaciones lo constituye,
sin duda alguna, su estructura de red, lo cual comporta, a los efectos que interesan, que para poder
prestar el servicio respectivo resulta indispensable la utilización de instalaciones e infraestructura de
la red, cuya titularidad tradicionalmente pertenecía al Estado, a través de alguna empresa pública que
monopolizaba el mercado. Con la introducción de la libre competencia y el término del monopolio
estatal (producto de la liberación y la privatización), la cuestión del acceso a las redes se tornó una
absoluta necesidad para lograr una competencia efectiva. V. Muñoz Machado, Santiago, “Fundamentos
e instrumentos jurídicos de la regulación”, en Muñoz, S.; Esteve, J. (dirs.), Derecho de la regulación
económica, Vol. I, Fundamentos e Instituciones de la Regulación, Iustel, Madrid, 2009, pp. 223 y ss.
87
V., sobre cuestiones vinculadas, la interesante sentencia del TJUE, 3 de diciembre 2009, Comisión
Europea c. República Federal de Alemania, asunto C-424/07.
88
Baño León, José María, “Reserva de Administración y Derecho Comunitario”, en Esplugues Mota,
C.; Palao Moreno, G. (eds.); Panadés Fons, M. (coord.), Nuevas fronteras del Derecho de la Unión
Europea. Liber amicorum. José Luis Iglesias Buhigues, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2012, pp. 845-846.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 157
89
Como ha expuesto el Abogado General M. Poiares, las intervenciones en instalaciones de titularidad
privada, a través de la imposición por las ANR de la obligación de conceder acceso o de entablar las
negociaciones entre empresas, deben ser proporcionales y han de venir realmente impuesta por la
situación competitiva, puesto que la regulación conlleva la disminución de los incentivos para invertir en
infraestructura e innovación. Poiares Maduro, Miguel, Conclusiones del Abogado General del TJUE,
en el asunto en el que recayó la interesante sentencia de 3 de diciembre 2009, Comisión Europea c.
República Federal de Alemania, asunto C-424/07, 2009, aps. 50-53.
90
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), pp. 167-168.
91
Ibídem, p. 168.
158 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
92
Dicho autor analiza este fenómeno como un ejemplo de las potencialidades de la innovación del
Derecho actual. Parejo Alfonso, Transformación y ¿reforma?... cit. (n. 6), pp. 37-38, y Parejo Alfonso,
“Tranformación y ¿reforma?...”, cit. (n. 6), p. 399.
93
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 199.
94
Esto se entronca con la creación de un mercado, que naturalmente tiende al monopolio -en este caso,
de las telecomunicaciones- allí donde no existe.
95
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 172.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 159
96
Ibídem.
97
A nuestro juicio, un ejemplo contrario a la innovación responsable es el caso de aquellas normativas
que establecen como eximentes de responsabilidad el desconocimiento de los potenciales efectos
dañinos de nuevos productos o tecnologías, puesto que ellas permiten que quienes lo generen se amparen
en el desconocimiento, sin incentivar medidas de cautela, ni el conocimiento científico riguroso que,
justamente, podría detectar anticipadamente los peligros. Esteve Pardo, José, Nueva Relación entre
Estado y Sociedad. Aproximación al trasfondo de la crisis, Marcial Pons, Madrid, 2013, pp.158-159.
98
Wahl, Rainer, Los últimos cincuenta años del Derecho administrativo alemán (traducción de la
versión alemana de 2006 por Mardomingo, José C.), Marcial Pons, Madrid, 2013, pp. 115-116.
99
Grimm, Dieter, Constitucionalismo y Derechos fundamentales, Trotta, Madrid, 2006, p. 191.
100
Ibídem, p. 190.
160 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
101
Hoffmann-Riem, cit. (n. 1), p. 194.
102
Rojas Calderón, Christian, Riesgos y Derecho administrativo. Desde el control a la regulación,
Der Ediciones, Santiago, 2019, pp. 81-83.
103
Rodríguez De Santiago, cit. (n. 38), pp. 20 y 53, notas 27 y 64, que cita a Apeel, Ivo, “Methodik
des Umgangs mit Ungewissheit”, en Schmidt-Aßmann, E.; Hoffmann-Riem, W. (dirs.), Methoden
der Verwaltungsrechtswissenschaft (Schriften zur Reform des Verwaltungsrechts Band 10), Nomos
Verlagsgesellschaft, Baden-Baden, 2004, pp. 337 y 354.
104
Medina Alcoz, cit. (n. 51), pp. 155-156.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 161
105
Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios.
106
Así, acorde a la letra a) del artículo 20 de la misma Ley, la autorización será denegada cuando “la
relación beneficio-riesgo no sea favorable”.
107
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 171.
108
Hoffmann-Riem, Wolfgang, “Innovaciones en la jurisprudencia del Tribunal Constitucional alemán,
a propósito de la garantía de los derechos fundamentales en respuesta a los cambios que conducen a
la sociedad de la información”, Revista de Derecho Constitucional Europeo, 2014, n° 22, p. 124.
162 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
109
García-Pelayo, cit. (n. 19), pp. 21 y ss. Añade el autor que en el Derecho constitucional liberal
la sociedad y el Estado se relacionaban fundamentalmente a través de la legislación (de ahí que se
aludiera al “Estado Legislativo”), pero la Ley era concebida como constitutio y no actio, esto es, como
creador de orden de las acciones de los individuos, pero no como una acción en sí misma, como una
intervención en los sucesos (p. 123). Asimismo, v., Brohm, cit. (n. 21), p. 116.
110
Sobre la introducción progresiva de la competencia fomentada por la revolución tecnológica, a
partir del denominado Libro Verde de 1987, v. Pedraza Córdova, Juanita, Competencia efectiva y
servicios de interés económico. El caso de las telecomunicaciones, Tirant Lo Blanch, Valencia, 2014,
pp. 161-162.
111
Pues, como apunta García-Pelayo, el Estado Social, en esencia, se trata de un “Estado programador,
planificador y prestador de amplios servicios sociales”, el cual operaba en un contexto muy complejo,
pero se consideraba que se podría superar las dificultades si se actuaba con eficacia, a través de los
adecuados “elementos detectores y reguladores”. García-Pelayo, cit. (n. 19), p. 49.
112
Muñoz Machado, cit. (n 86), pp. 17-18, y Darnaculleta I Gardella, María M., “La recepción y
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 163
punto de vista del bien común), lo que hace imposible que el proceso se
entregue sin más a la dinámica de la autorregulación e impone, por ello,
el acompañamiento de la descarga de la realización material de tareas y
cometidos con un adecuado régimen de regulación y supervisión”.118
Por ello, y tal como puntualiza Parejo Alfonso, en el contexto de
cambios y consiguiente necesidad de adaptación, el Estado garante comporta
la reafirmación de su responsabilidad última en la mantención y ordenación
de las condiciones de la vida social, esto es, el bien común: lo que no impide
ni excluye la posibilidad de que sea la propia sociedad la que, manifestada
a través del mercado o las organizaciones sociales o, en fin, los ciudadanos
en general, puedan ejecutar materialmente dichas tareas, sobre la base de
la confianza en su “capacidad de autorregulación”. La idea subyacente
es, pues, que toda tarea materialmente estatal (administrativa) puede, en
principio, ser entregada -y, por tanto, ejecutada- por la sociedad misma,
mediante la descarga material de las tareas en sujetos privados, siempre que
se creen al efecto las adecuadas estructuras de garantía de efectiva prestación
(resultado), pues tal descarga “activa de suyo la dimensión imperativa del
poder estatal público (dirección, regulación, control y supervisión)”.119
De aquí, entonces, la exigencia para el Estado de construir las
estructuras regulatorias, vale decir, el marco jurídico, las instituciones y los
procedimientos apropiados para que los privados satisfagan la prestación
de que se trate, cuyo resultado debe ser garantizado por la Administración.
En ese orden, Schmidt-Assmann120 afirma que, junto con las tradicionales
funciones de la “Administración prestacional” y la “Administración
ordenadora”, ha surgido la “Administración garantizadora de la
prestación”, cuyas principales notas radicarían, a su juicio, en i) que “la
Administración y el sector privado actúan de consuno” para la satisfacción
del interés general; ii) “la preservación de la racionalidad propia de ambos
subsistemas” (lo que significa: salvaguardia de la neutralidad del Estado y
118
Franzius, Claudio, Der Gewährleistungsstaat, 2007, 39 pp. (artículo basado en una conferencia que
ofreció, en Speyer, el día el 1.2.2007, en la Universidad Alemana de Ciencias Administrativas), citado
por Parejo Alfonso, cit. (n. 81), pp. 75-76 (documento disponible en línea: http://userpage.fu-berlin.
de/~europe/team/FranziusC/texts/gew%E4hrleistungsstaat.pdf).
119
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 65. En tal sentido, se señala que, para la consecución de los fines del
Estado garante, los poderes públicos deben adoptar “medidas jurídicas que cubren la responsabilidad
de la garantía y que se activan cuando el cumplimiento de las tareas por parte de los sujetos privados
encargados de ellas resulta insatisfactorio”. Hoffmann-Riem, cit. (n. 108), pp. 139-140, nota 51.
120
Schmidt-Assmann, Innovación y Reforma… cit. (n. 8), pp. 106-108.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 165
121
Lo que resulta relevante, pues como antes mencionamos, la espontaneidad es una de las características
de la sociedad.
122
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 69.
123
Pues, en todo caso, no desaparecen “sus elementos públicos objetivos, definiendo el servicio
universal como nueva técnica de servicio público.” García Álvarez, Gerardo, “La Unión Europea
como ‘Estado Regulador’ y las Administraciones independientes”, Revista de Administración Pública,
2014, n° 194, p. 83. Asimismo, se ha afirmado que el retroceso del Estado no comporta la “renuncia
a la prestación de las garantías de seguridad de los ciudadanos ni de los niveles de prestación de los
servicios sociales.” Darnaculleta i Gardella, cit. (n. 112), pp. 384-385.
124
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 65. Según Muñoz Machado, el Estado Regulador no ha desplazado
al Estado gestor, pues si bien los poderes públicos han dejado de actuar como empresarios en diversos
sectores de la vida económica, ha conservado posiciones como i) propietario, ii) gestor de empresas
industriales, y iii) responsable de servicios sociales. Muñoz Machado, cit. (n. 86), pp. 110-111.
125
En tal sentido, Parejo Alfonso, cit. (n. 81), pp. 60 y ss.
126
Puesto que, en el Estado Social, el Estado “se responsabiliza de garantizar aquellas condiciones de
la existencia individual que ni el individuo, ni la sociedad se pueden asegurar por sí mismos” -García-
Pelayo, cit. (n. 19), p. 127- y, por lo mismo, lo que determina a dicho tipo de Estado es el derecho
prestacional, según apunta Häberle, cit. (n. 17), p. 164.
127
Como ya lo advertía García-Pelayo, en el supuesto de crisis, debe operar una transformación del
sistema estatal, pues el Estado social apunta no tanto a distribuir cada vez más, sino a distribuir mejor,
asegurando con ello la vigencia del sistema económico, el que, ante problemas de escasez, tenga la
capacidad de administrar con eficacia y justicia. García-Pelayo, cit. (n. 19), pp. 81-82.
128
Schmidt-Assmann, “La teoría general…”, cit. (n. 8), p. 37.
166 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
129
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), pp. 71-72.
130
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), pp. 72-73.
131
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 70.
132
Parejo Alfonso, cit. (n. 16), p. 64.
133
Medina Alcoz, cit. (n. 51), p. 133.
134
En tal sentido, Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 69.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 167
135
García Álvarez, cit. (n. 123), p. 83.
136
Así, lo pone de relieve Montero Pascual, Juan José, “La actividad administrativa de regulación:
definición y régimen jurídico”, Revista Digital de Derecho Administrativo, 2014, n° 12, p. 25.
(documento disponible en línea: http://revistas.uexternado.edu.co/index.php/Deradm/article/
view/3993/4294).
137
Agrega el autor que, dicho control es ejercitado por una agencia pública sobre actividades que
son valoradas por la comunidad o, en otros términos, que son de relevancia social. Selznick, Philip,
“Focusing Organizational Research on Regulation”, en Noll, R. (ed.), Regulatory Policy and the Social
Sciences, University of California Press, Berkeley, 1985, p. 363.
138
Cfr. Muñoz Machado, cit. (n. 86), p. 111.
139
Ogus, Anthony, “Regulatory Institutions and Structures”, Annals of Public and Cooperative
Economics, 2002, n° 73/4, pp. 628 y 638.
168 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
140
Montero Pascual, cit. (n. 136), p. 27.
141
Diccionario de la Lengua Española, Real Academia Española, 2001, 22ª ed., p. 1311, en su
significado tercero.
142
Moliner, María, Diccionario de uso del español. J-Z, Gredos, 2007, 3ª ed., p. 2532, en su significado
primero.
143
Cfr. Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 142.
144
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), pp. 142-143.
145
Berringer, Christian, Regulierung als Erscheinungsform der Wirtschaftsaufsicht, C.H. Beck,
München, 2004, p. 115, citado por Darnaculleta I Gardella, cit. (n. 112), p. 365.
146
Berringer, cit. (n. 145), citado por Parejo Alfonso, cit. (n. 81), pp. 147-155.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 169
147
Solanes Mullor, Juan, Administraciones independientes y Estado Regulador. El impacto de la
Unión Europea en el Derecho Público Español, Congreso de Diputados, Madrid, 2016, pp. 91-92.
148
García Álvarez, cit. (n. 123) p. 10. Y añade que la orientación a la competencia es difícil de articular
mediante normas abstractas y decisiones administrativas de carácter reglado, de mera aplicación del
Derecho. Por el contrario, el Derecho de la competencia se caracteriza por reglas finalistas, cuya
aplicación descansa en un análisis técnico y económico de cada mercado.
149
Montero Pascual, cit. (n. 136), pp. 28 y ss. (En particular, p. 41).
170 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
150
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 145.
151
Darnaculleta i Gardella, cit. (n. 112), p. 353.
152
Parejo Alfonso, cit. (n. 81), p. 142.
153
“(E)n definitiva, de lo que se trata es de que el jurista, en cuanto técnico del Derecho, formule y
ponga a disposición de la sociedad técnicas concretas que hagan viable la realización de los intereses
colectivos y generales, de la misma manera que ahora existen ya para la defensa de los derechos
individuales”. Nieto García, Alejandro, “La vocación del Derecho Administrativo de nuestro tiempo”,
Revista de Administración Pública, 1975, n° 76, p. 27.
154
Bilbao Ubillos, Juan María, La eficacia de los derechos fundamentales frente a particulares.
Análisis de la jurisprudencia del Tribunal Constitucional, Boletín Oficial del Estado, Centro de Estudios
Políticos y Constitucionales, Madrid, 1997, p. 243.
El Derecho administrativo en tiempos de transformaciones 171
155
Schmidt-Assmann, La teoría general… cit. (n. 8), p. 24-25. Agrega el autor que, por lo mismo, resulta
insuficiente la visión defensiva o judicial del poder administrativo, dado que la actividad administrativa
va más allá de dispensar la “mejor garantía a favor de las situaciones jurídicas consolidadas ante la
injerencia de los poderes públicos.” De otro modo, “si se pretendiera que toda acción administrativa
estuviera presidida por el postulado de la presunción general de libertad” (a favor de una concreta
libertad, agregamos nosotros), no se entendería que i) el individuo se vincula con la comunidad y, por
lo tanto, compete al Estado el deber de proteger a todos los ciudadanos y ii) al existir una diversidad
de intereses -muchos de los cuales son contrapuestos- que se formulan ante la Administración, el
Derecho administrativo debe procesar y ponderar a todos y encontrar una adecuada respuesta, sin
que “la Constitución se halla decantado de una vez por todas en favor de unos intereses o libertades
en cuestión en perjuicio de otros, es decir, sin que haya establecido en favor de quién ha de jugar la
presunción o principio pro libertate” (p. 25).
156
En ese sentido, se ha planteado que la Administración pública (public administration) no debe
concebirse como algo “maligno”, sino como una entidad positiva que debe ser bienvenida, toda vez
que el Derecho administrativo no persigue únicamente detener las malas prácticas administrativas, sino
que fomentar y facilitar las buenas -a través de su canalización y guía-; de donde i) no es el control
judicial el mejor mecanismo para cumplir tal cometido (en tanto que los tribunales operan resolviendo
asuntos concretos sobre la base de reglas específicas) y ii) su fin debe ser aumentar la libertad personal
y colectiva, en cuyo despliegue no debe verse al Estado como una amenaza, sino como un medio, a
lo menos, para facilitarla. Tomkins, Adam, “In Defence of the Political Constitution”, Oxford Journal
of Legal Studies, 2002, Vol. 22, Nº 1, pp. 158-159.
157
Parejo Alfonso, cit. (n. 16), p. 82.
172 REVISTA DE DERECHO 246 (julio - diciembre) 2019
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b) Normativa
c) Jurisprudencia
Revista de Derecho
de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
XXXII (Valparaíso, Chile, 1er Semestre de 2009)
[pp. 409 - 440]
Resumen Abstract
En este trabajo el autor analiza la In this document the author analyses
evolución y el sentido actual del ámbito the development and the current sense
de la ley y la potestad reglamentaria of the scope of the law and the regula-
conforme a lo establecido por la Consti- tory authority according to the Chilean
tución chilena. En tal sentido, pretende Constitution. In this sense, this document
demostrar que el sistema de reparto de intends to demonstrate that the distribu-
competencias normativas no ha alterado tion of regulatory jurisdictions has not
la primacía de la ley en el sistema de changed the primacy of the law in the
fuentes, dando el carácter de reglamento system of sources of law, and grants to
de ejecución a toda norma que emana de any regulation that comes from the Pre-
la potestad reglamentaria del Presidente sident of the Republic’s legal authority,
de la República. the nature of regulatory.
Palabras Clave: Dominio legal – Keywords: Legal scope – Regulatory
Potestad reglamentaria – Fuentes del authority – Sources of law.
derecho.
1
El uso de la expresión aparece por primera vez en el libro de Mayer, Otto,
Deutsches Verwaltungsrechts (1ª edición, Leipzi, Duncker & Humbolt, 1895), el cual
fue publicada dentro de la obra general Systematisches Handbuch der deutschen Re-
chtswissenschaft editada por Karl Binding.
2
García de Enterría, Eduardo - Fernández, Tomás Ramón, Curso de Derecho
administrativo (10º edición, Madrid, Civitas, 1999), I, pp. 179 ss.
412 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
3
Cabe señalar que el nombre se debe a razones históricas, pues se desarrolla
en los orígenes de la República francesa. Sin embargo, luego de la Constitución de
la V República de 1958, el modelo cambió a un sistema de reparto horizontal de
competencias entre ley y reglamento. En efecto, debido a una proliferación de leyes
singulares que impedían la tecnificación y racionalización de la legislación, la Cons-
titución francesa de 1958 introdujo una original inversión de la norma de clausura.
Al efecto, este texto en el artículo 34 dispuso que la ley fijaría las reglas referentes a:
i) las materias que dicha norma indica; y ii) los principios fundamentales respecto
de otras materias señaladas en el mismo artículo. Además, el artículo 36 expresó:
“Todas las materias distintas de las pertenecientes al dominio de la Ley, tendrán carácter
reglamentario”. De ahí pasaría a nuestra Constitución, en sus artículos 32 Nº 8 y 60, la
consagración de un dominio máximo legal y una potestad reglamentaria que vendría
a ser “la regla general”.
4
Para una visión general del mismo se puede consultar: Santamaría Pastor,
Juan Alfonso, Fundamentos de Derecho administrativo (Madrid, Ramón Areces,
1991), pp. 696-700. También se puede ver con abundante bibliografía: Rasenack,
Christián, Gesetz und Verordnung in Frankreich seit 1789 (Münster, Univ., Diss.,
1966).
414 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
5
La descripción del sistema fue descrito y sistematizado por los autores alemanes
de la Escuela prusiana entre 1860-1919 (H. Zoepfl, L. v. Stein, R. v. Gneist, A. Arn-
dt, O. v. Sarwfy, G. Meyer G. Anschutz). Sobre la materia las obras son numerosas,
pero se puede consultar como referencia el trabajo de Jesch, Dietrich, Gesetz und
Verwaltung: eine Problemstudie zum Wandel des Gesetzmäßigkeitsprinzipes (Tübin-
gen, Univ., Habil.-Schr.), 1961. Hay traducción al español: Ley y Administración.
Estudio de la evolución del principio de legalidad (traducción de Manuel Heredero,
Madrid, España, Instituto de Estudios Administrativos, 1978).
6
Vid. las ponencias presentadas en las Décimas Jornadas de Derecho Público en
el año 1979: Daniel Argandoña, Manuel, Reflexiones sobre la potestad reglamentaria
y su control jurídico en el Anteproyecto de Constitución Política del Estado; Soto Kloss,
Eduardo, Algunas consideraciones sobre la potestad normativa presidencial en el Ante-
proyecto de Nueva Constitución; Schiessler Quezada, Guillermo, Algunas cuestiones
técnico-jurídicas relativas a la potestad reglamentaria presidencial en el marco de una
nueva institucionalidad, todos en Décimas Jornadas de Derecho público (Valparaíso,
Edeval, 1980). También se puede consultar los trabajos de Bulnes Aldunate, Luz,
Leyes de bases y potestad reglamentaria en la Constitución de 1980, en Revista de Dere-
cho de la Universidad Católica de Valparaíso 6 (1982), pp. 133 ss.; Cea Egaña, José
Luis, Dominio legal y reglamentario en la Constitución de 1980, en Revista Chilena de
Derecho 11 (1984) 2, pp. 417 ss.
El sentido actual del dominio legal y la potestad reglamentaria 415
7
Ver: Bulnes Aldunate, cit. (n. 6), p. 137.
416 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
1. Antecedentes generales.
La potestad reglamentaria es un concepto genérico que alude al poder
de dictar normas por parte de las autoridades administrativas investidas
por el ordenamiento jurídico, particularmente por la C.Pol., facultad que
ha de ser ejercida en sus ámbitos de competencia.
En un sentido estricto, la potestad reglamentaria alude a la atribución
especial del Presidente de la República para dictar normas jurídicas gene-
rales o especiales, destinadas al gobierno y administración del Estado o a
la ejecución de las leyes.
La C.Pol., atribuye al Presidente de la República la atribución especial
de “Ejercer la potestad reglamentaria, en todas aquellas materias que no sean
propias del dominio legal, sin perjuicio de la facultad de dictar los demás
reglamentos, decretos e instrucciones que crea convenientes para la ejecución
de las leyes” (artículo 32 Nº 6 C.Pol.).
Así, el ordenamiento fundamental otorga al Presidente de la República
un poder que le permite contar con una autosuficiencia normativa, pudien-
do ejecutar las leyes y administrar al Estado. En nuestro sistema jurídico
dicha potestad se materializa en decisiones escritas de obligado acatamiento
que, si son generales y permanentes, se denominan reglamentos.
Por su parte, el decreto supremo es aquella disposición de gobierno
o administración del Estado que, fundada en la Constitución o en la ley,
dicta el Presidente de la República con carácter general o particular. Vale
decir, es la forma que adoptan los actos jurídicos generales o particulares
del Presidente de la República. En el caso de los reglamentos, el decreto
supremo es el ropaje que utiliza en el mundo del derecho, es decir, es el
continente, mientras que el reglamento es su contenido8.
De acuerdo a los términos utilizados por la Constitución debemos en-
tender que la potestad reglamentaria es, en principio, discrecional, aunque
ha de tener como marco de referencia a la Constitución y particularmente
a la ley, la cual puede establecer una serie de elementos, límites, medios o
fines que se han de tener presente en su ejercicio.
8
Para el Tribunal Constitucional, el artículo 35 C.Pol. exige como formalidad
adicional que los reglamentos del Presidente de la República necesariamente deben
ser expedidos o firmados por él, no pudiendo haber delegación de firma o dictarse
por orden del Presidente. Vid. su sentencia rol Nº 153/1992.
El sentido actual del dominio legal y la potestad reglamentaria 417
9
García de Enterría y Ramón Fernández, cit. (n. 2), p. 178.
10
Ibíd., p. 247.
418 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
Ibíd., p. 75.
11
15
Actas CENC, pp. 337, 352 y 374.
16
Informe del Consejo de Estado sobre el Anteproyecto de Nueva Constitución, repro-
ducido en Revista Chilena de Derecho 1-6 (1981), pp. 263 ss.
420 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
19
Pierry Arrau, Pedro, El ámbito de la ley, en el AA. VV, Proceso Legislativo en
Chile (Valparaíso, CEAL-UCV, 1991), p. 82.
422 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
Vid. Pierry Arrau, cit. (n. 18) p. 85; Bertelsen Repetto, Raúl, Recurso de
20
22
Rol Nº 370/2003, considerando decimoséptimo.
23
Idem, considerando decimonoveno.
24
Idem, considerando vigesimotercero.
424 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
25
Idem, considerando trigesimocuarto.
26
Schiessler Quezada, cit. (n. 6), p. 174. ss.
El sentido actual del dominio legal y la potestad reglamentaria 425
ninguna ley previa, ejercitable sin autorización legal sobre todas aquellas
materias que la ley no hubiera entrado a regular.
Tal potestad surge como una ruptura y contradicción a los principios
básicos del régimen político. Sus primeros antecedentes lo podemos en-
contrar en los denominados reglamentos de prerrogativa; que eran dictados
sobre materias respecto de las cuales se entendía, por razones tradicionales,
que no operaba el principio de la potestad reglamentaria ejecutiva, sino en
las que la potestad normativa regía (o del Presidente de la República) opera
libremente. Tanto en España como en Francia tal potestad se aplicaba a
materia de organización y régimen jurídico de las colonias; en Italia se
extendió además a materias vinculadas a beneficios eclesiásticos, títulos
nobiliarios, órdenes de caballería, organización administrativa y disciplina
de las fuerzas armadas.
Es en Francia donde el reglamento independiente o autónomo alcanza
una interesante evolución. Su desarrollo correspondió más a la fuerza de los
hechos que a una actitud consiente en cuanto establecer un poder normativo
independiente a la ley. En las épocas del Directorio y del Imperio comienza
a emerger abarcando dos áreas específicas: i) la creación y funcionamiento
de organismos y servicios; y ii) la actividad de policía general.
En el primer grupo de materias mencionadas, los reglamentos autó-
nomos encuentran un espacio bastante pródigo, haciéndose constantes
durante todo el siglo XIX, a pesar de los intentos del parlamento por
someter a la disciplina presupuestaria la creación de nuevos servicios. El
desarrollo de esta potestad tiene lugar sin amparo legal alguno, hasta ser
reconocida y consagrada por el Consejo de Estado a comienzos del siglo
XX27. Respecto a los reglamentos de policía, estos fueron justificados me-
diante una interpretación de las facultades de los alcaldes en la materia,
quienes se entendían habilitados para adoptar las medidas limitativas que
fueran precisas para asegurar la tranquilidad, la seguridad y la salubridad
de los habitantes, atribuciones que fueron extendidas por ley a los prefectos
a nivel del departamento. El siguiente pasado fue el de reconocer al Go-
bierno esta facultad, lo cual se vio acelerado ante la necesidad de regular la
construcción y la circulación de automóviles. El Gobierno, que no deseaba
presentar un proyecto de ley al Parlamento, se apoya en dicho argumento:
si el alcalde posee el poder reglamentario de policía en el municipio y el
prefecto en el departamento, es lógico que el Gobierno debe ostentarlo
para todo el país. Es de esta manera como se dictan los decretos de 10 de
marzo de 1899 y 10 de septiembre de 1901, que son las primeras normas
27
Véase: “Chambre syndicale des constructeurs de materiel de chemin de fer et
tramways”, de 19 de febrero de 1904, y “Babin”, de 4 de mayo de 1906.
426 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
1. Nuestra tesis.
De acuerdo a la Constitución, las materias de ley están contenidas en
el artículo 63. Por su parte, aquellas materias que no son de ley han de
ser reguladas a través de un reglamento presidencial (artículo 32 Nº 6
428 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
30
Así, entre otros, José Luis Cea Egaña, cit. (n. 6), p. 425, señalaba que: “el
artículo 60 de la Constitución franquea al legislador una capacidad normativa varia-
ble en función de la mayor o menor precisión con que ha descrito el dominio legal
máximo en sus veinte números”.
El sentido actual del dominio legal y la potestad reglamentaria 429
31
Silva Bascuñán, Alejandro, La jerarquía normativa en la Constitución de 1980,
en Revista de Derecho Universidad Católica de Valparaíso 6 (1982), pp. 115 ss. Se han
hecho otras clasificaciones de las materias de ley, pero que utilizan más de algún
criterio al efecto. Vid. Pierry Arrau, cit. (n. 18), p. 78.
32
Véase: Cordero Quinzacara, Eduardo, Las garantías normativas y sus alcances
en el ordenamiento jurídico nacional, en XXX Jornadas Chilenas de Derecho Público
(Valparaíso, Edeval, 2000), III pp. 100-120; Carmona Santander, Carlos, Tres
problemas de la potestad reglamentaria: legitimidad, intensidad y control, en Revista
de Derecho Consejo de Defensa del Estado 3 (2001). Quien también se ha ocupado
de la materia con particular interés ha sido Cazor Aliste, Kamel, en los siguientes
trabajos: La potestad reglamentaria autónoma en la Constitución chilena, en Revista de
Derecho de la Universidad Austral de Chile 10 (1999), pp. 75-79; La reserva legal y el
problema de la relación ley-reglamento en la Constitución chilena, en Revista de Derecho
Universidad Católica de Temuco 2 (2001), pp. 25-61; Comentario crítico a la reforma
constitucional del artículo 82 número 12, en Revista de Derecho de la Universidad de
Concepción 212 (2002) 1, pp. 105-114; La esfera de la función legislativa del Congreso
Nacional a la luz de la relación ley-reglamento en la Constitución chilena, en Revista
de Derecho Público 65 (2003), pp. 14-27; y Comentario sentencia sobre inconstitucio-
nalidad de decreto supremo en caso “Plan de Impacto Vial” (Tribunal Constitucional,
Rol N° 370), en Revista de Derecho de la Universidad Austral de Chile 16 (2004), pp.
2003-228. Al respecto, sobre el particular Pedro Pierry, cit. (n. 18), p. 79, señalaba
que: “[…] sin perjuicio de resaltar la enorme amplitud de las materias que se refieren
a las leyes de iniciativa exclusiva del Presidente de la República, merecen un comen-
tario especial las leyes que se refieren a codificación y bases generales contenidas en
los números 3, 4 y 20 del artículo 60, en que realmente es difícil de apreciar, por
su amplitud, el ámbito de la facultad otorgada al legislador. El número 3 señala que
son materias de ley “las que son objeto de codificación, sea civil, comercial, procesal,
penal u otra”. En Chile existen varios códigos, pero nada impide que pueda haber
otros. Hay países donde existe un código administrativo; podría también dictarse
uno sobre protección del medio ambiente, etc. Surge por lo tanto la duda si el legis-
lador puede o no dictar una ley sobre cualquier materia que estime conveniente, en la
medida que lo haga por medio de un código. Si así fuera, significaría que el dominio
de la ley es total y absoluto como lo era en la Constitución de 1925. El número 4 del
artículo 60 señala que son materias de ley “las materias básicas relativas al régimen
jurídico laboral, sindical, previsional y de seguridad social”. Por su parte el número
20 dice que lo son: “toda otra norma de carácter general y obligatoria que estatuya
las bases esenciales de un ordenamiento jurídico”. Aquí existe una redundancia ya
que lo señalado en el número 4 está también contemplado en el 20, que también se
refiere a normas básicas. Esto también plantea la misma duda que en relación con
el código, significa entonces que toda base esencial de un ordenamiento jurídico es
materia de ley. Si ello fuera así, no habría entonces tampoco ninguna limitación
para el legislador, excepto la limitación de que tiene que ser legislado en una forma
orgánica, ya sea codificando o estableciendo las normas básicas de un ordenamiento
430 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
jurídico. Esto entonces, es un aspecto que suscita dudas y que hace en definitiva que
la norma del reglamento como regla general no tenga realmente mayor trascendencia
en nuestro ordenamiento jurídico, además que, como ya he dicho, las materias son
tan amplias en general, sobre todo con la remisión al artículo 19 y al artículo 62, que
en la práctica se podría legislar sobre cualquier materia”.
El sentido actual del dominio legal y la potestad reglamentaria 431
Entendido en dicho sentido, la ley sólo podría regular las diversas conductas
y aspectos de la vida social estableciendo normas.
Ahora bien, estas normas han de ser generales y obligatorias. Tradicio-
nalmente se ha entendido que toda norma para ser tal debe responder a las
características de generalidad, abstracción y permanencia, lo que la distin-
gue de los actos que hacen aplicación de la misma. No obstante, también se
ha de reconocer que en el ámbito de la teoría general del derecho siempre
se ha distinguido entre normas generales y normas individualizadas (actos
jurídicos, contratos, sentencias, etc.). Así, hay dos posibles interpretacio-
nes del alcance de la disposición, pero que llevan a la misma conclusión.
Primero, el constituyente habría sido redundante al momento de señalar
las características de generalidad y obligatoriedad, pues una norma para ser
tal debe responder a dichas características. Segundo, el constituyente quiso
precisar que sólo pueden ser objeto de regulación legal aquellas normas
que reúnan las características de generalidad y obligatoriedad, mas no las
normas individualizadas.
En definitiva, si se examina con detenimiento la disposición debemos
llegar la conclusión que antes que establecer o determinar una materia de
ley, lo que prescribe esta norma es el deber que sus preceptos han de ser
generales y abstractos. En caso contrario, la ley puede adolecer de un serio
cuestionamiento de constitucionalidad33.
Más aún, los antecedentes con los cuales podemos contar actualmen-
te respecto de la discusión habida al interior de la Junta de Gobierno
permiten abonar esta opinión. En efecto, la Junta no pretendía con las
modificaciones que introdujo volver al sistema propuesto por la CENC
y que se corresponde al modelo francés de distribución de competencias
normativas34. El objetivo fundamental era superar el sistema vigente
durante la Constitución de 1925, el cual no fijaba límites materiales a la
regulación legal, lo cual la convertía en una norma contingente, coyuntural
y en muchos casos abocada a la regulación de situaciones singulares. Al
introducir el numeral 20 establece respecto de la ley un elemento sustancial,
el cual más que constituir una materia de ley es una condición que debe
cumplir una norma para tener el carácter de ley35. En definitiva, tal como
33
Esta materia está vinculada con las denominadas leyes singulares, las cuales
planean aspectos interesantes respecto de la naturaleza que han de tener las leyes,
la función que deben cumplir y el respeto de los principios de seguridad jurídica e
igualdad. Sobre esta materia se puede ver el trabajo de Ariño Ortiza, Gaspar, Leyes
singulares, Leyes de caso único, en Revista de Administración Pública 118 (1989), pp.
57-101.
34
Vid. Ribera Neumann, cit. (n. 17), pp. 474 ss.
35
En sentido similar se pronuncia Varas, Paulino, El nuevo concepto de Ley en la
432 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
37
Esto puede llamar la atención, pero se debe tener presente que las diversas
normas que dominan los comportamientos sociales (morales, sociales, religiosos, ju-
rídicos), pertenecen al mundo de la cultura. A su vez, las normas jurídicas serían
aquellas normas de cultura que prevén los medios de compulsión externa para su
cumplimiento. Bien señala Max Ernst Mayer que en la infancia de los pueblos la
religión, la moral y el derecho no se diferencian, pero en la medida que la sociedad
de fragmenta se produce una segregación de las normas jurídicas que comienzan a
diferenciarse de las demás, en un perfeccionamiento técnico constante, siendo vacia-
das en una nueva forma: la forma de las leyes. Véase: Ernst Mayer, Max, Normas
jurídicas y normas de cultura (Buenos Aires, Hammurabi, 2000), pp. 57-61. Así se
entiende que el límite de lo jurídicamente relevante sea producto de una decisión
normativa consciente: la ley.
38
A pesar de lo anterior, algunos autores todavía insisten en la idea del dominio
máximo legal. Vid. Garcia, Gonzalo, La reserva legal de derechos constitucionales:
434 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
39
Cabe señalar que esta tesis coincide en parte con la teoría de las leyes de base o
normativas, que en nuestro derecho fueron objeto de análisis por parte de Luz Bulnes
Aldunate. Sin embargo, la elaboración de esa tesis no llega a sostener la identidad que
se produce entre reglamentos autónomos y de ejecución. Véase: Bulnes Aldunate,
cit. (n. 6), p. 138. En el mismo sentido, Reyes Riveros, cit. (n. 19), p. 85; y Pierry
Arrau, cit. (n. 18), p. 83.
40
Sobre la materia se puede consultar el interesante trabajo de Parejo Alfonso,
cit. (n. 29).
436 Revista de Derecho XXXII (1er Semestre de 2009) Eduardo Cordero Quinza-
41
Véase la sentencia del Tribunal Constitucional rol No 747/2007, considerando
25º ss.; y rol Nº 781/2007, especialmente el voto de minoría de los Ministros Mari-
sol Peña Torres y Francisco Fernández Fredes.
42
Muñoz Machado, Santiago, Sobre el concepto de reglamento ejecutivo en el
Derecho español, en Revista de Administración Pública 77 (1975), p. 165.
El sentido actual del dominio legal y la potestad reglamentaria 437
Por nuestra parte pensamos que detrás de esta afirmación existe una falsa
concepción. En definitiva, los reglamentos autónomos no tienen espacio
de actuación porque en sentido estricto no existen, pues todo reglamento
ha de someterse las determinaciones y directrices que establece la ley.
iv. conclusiones
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Revista
2007] de Derecho Vol. XX - Nº 2 - Diciembre
juan carlos ferrada bórquez: 2007 Páginas
las potestades y privilegios… 69-94
69
'2,609502007000200004
Resumen
El Derecho Administrativo, desde la perspectiva del Derecho europeo continental, es visto como un
conjunto de principios y normas jurídicas que regulan la organización, los medios y las formas de
actuación de ésta, con un contenido distinto del que poseen las normas que regulan las relaciones
entre los sujetos privados. Lo anterior se afirma, esencialmente, sobre la singularidad de los in-
tereses o bienes jurídicos que tutela –los intereses generales–, lo que le permite gozar de potestades
públicas y privilegios. Estas notas características también están presentes en el Derecho chileno,
pero su contenido y extensión son muy discutidos, llegándose incluso a cuestionar por algunos su
constitucionalidad. Determinar sus fundamentos, manifestaciones, contenido y relación con el
Estado constitucional de Derecho son las temáticas que aborda el presente trabajo.
Powers and prerogatives of the public agencies in the Chilean administrative system
Abstract
From the point of view of the systems of civil law, Administrative Law is considered to be a
body of principles and rules regulating the organization of the public agencies, its means and
ways of proceeding, with a different content of those rules that regulate relations between private
subjects. This has been stated essentially on the basis of the particularity of the legally protected
interest – the general interest – which allows for the public agencies to utilise public powers
and prerogatives. These characteristic qualities are also present in the Chilean Administrative
System, although their content and extension have been subject of much debate, and even their
constitutionality has been questioned by some scholars. The present work aims to determine which
these characteristics are, their fundaments, manifestations, content and their relation with the
Rule of Law in a constitutional State.
* Este trabajo forma parte del proyecto de investigación FONDECYT Nº 1050395 (2005-2007),
titulado “Hacia una construcción de una teoría general del Derecho Administrativo chileno: sus nuevos
principios en el actual Estado constitucional de derecho”, del que el autor es el investigador principal.
** Abogado, Doctor en Derecho, profesor de Derecho Administrativo Universidad Austral de Chile,
casilla 567, Valdivia, Chile. Correo electrónico: jferrada@uach.cl Artículo recibido el 14 de mayo de 2007
y aceptado para su publicación por el Comité Editorial el 22 de octubre de 2007.
70 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XX- Nº 2
Introducción
1 García de Enterría, E. y Fernández, T.R., Curso de Derecho Administrativo, tomo I, Cívitas, Madrid,
7ª edición, 1996, p. 25.
2 Ver, en este sentido, Santamaría Pastor, J. A., Principios de Derecho Administrativo General, Iustel,
Madrid, 1ª edición, reimpresión, 2005, pp. 59-60, y Parada, R., Derecho Administrativo, Marcial Pons,
Madrid, 9ª edición, 1997, pp. 12-13.
3 Por todos, Dicey, A., Introduction to the study of the Law of the Constitution, Liberty Fund, Indianapolis,
como paso previo a la autotutela del mismo, han sido severamente cuestionados por
un sector de la doctrina nacional,4 planteando incluso su inconstitucionalidad sobre la
base de principios y derechos constitucionales genéricos –aplicados en forma estricta– y
privilegiando claramente los derechos e intereses individuales frente a las potestades
públicas.
En este contexto, este trabajo pretende analizar cómo están configuradas en nues-
tro Derecho Administrativo las potestades públicas y los privilegios de que gozan los
órganos de la Administración del Estado y cómo deben ser entendidos ellos en nuestro
actual Estado constitucional de Derecho. Al efecto, el trabajo se estructurará en cuatro
apartados, correspondiéndole el primero de ellos a los principios estructurales del
Derecho Administrativo chileno, especialmente en el ámbito de las potestades públicas;
el segundo a las potestades administrativas en general y algunas de especial relevancia
para nuestro derecho; el tercero se dedicará al estudio de algunos de los privilegios de
que goza la Administración para ejercer sus potestades públicas; y el cuarto y último
hará una breve relectura de estas potestades y privilegios en el marco de nuestro Estado
constitucional de Derecho.
4 Por todos, Soto, E., “La Ley 19.880 sobre procedimientos administrativos, ¿‘Aleluya’ o ‘Miserere’?”,
en Ley 19.880, sobre procedimientos administrativos. Conferencias Santo Tomás de Aquino, Academia de Derecho
Santo Tomás de Aquino. Universidad Santo Tomás, Santiago, 2003, pp. 92-103.
5 Villar Palasí, J.L., Técnicas remotas del Derecho Administrativo, Instituto Nacional de Administración
importancia de los primeros en la formulación de las doctrinas más relevantes del derecho público alemán
del diecinueve. Así el autor citado señala que “la Jurisprudencia constructiva de conceptos, sin embargo,
no se ha reducido en el Derecho público a la utilización consciente o inconsciente de consideraciones de
finalidad política en el tratamiento de modestos problemas concretos”. Y añade: “No es ninguna exageración
72 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XX- Nº 2
como un subproducto del nuevo modelo de Estado alumbrado tras la revolución fran-
cesa, y en la que las reglas de organización y funcionamiento del poder público sufren
una mutación conceptual y de contenido radical.7 Esto explica que la amplia mayoría
de la doctrina sitúe el origen del Derecho Administrativo inmediatamente producida
la gloriosa revolución liberal, identificando el periodo previo como la prehistoria del
Derecho Administrativo,8 aunque sin desconocer la existencia en ese período de algunas
instituciones relevantes para la formulación posterior.9
En este sentido, las notas y características actuales del Derecho Administrativo
encuentran su antecedente más directo en el Derecho público francés de principios
del XIX, donde bajo la influencia notable del Consejo de Estado se dio vida a unas
instituciones y conceptos jurídicos desconocidos hasta ese momento.10 Así la formu-
lación contemporánea de un régimen de Derecho común de la potestad pública sobre
la base de los principios de separación de poderes, legalidad y responsabilidad, unido
al establecimiento de un régimen particular de los actos administrativos11, serán plan-
teamientos que influirán en forma decisiva en la configuración de los ordenamientos
jurídicos administrativos.
El impacto que tuvo lo anterior en el resto de Europa continental parece insosla-
yable, apreciándose nítidamente la recepción de esta concepción renovada del Derecho
Público en el Derecho italiano12 y español13, y en menor medida, producto de su propio
si digo que la mayoría de las teorías sobre el Estado que han llegado a ser determinantes para el Derecho
público, y que en gran parte han sido construcciones jurídicas, fueron enunciadas atendiendo a metas polí-
ticas y empleadas para justificación de actos de esta misma índole. Las teorías del pacto social o estatal, de
la soberanía, de la división de poderes, no han sido únicamente resultado de la especulación teórica, sino
que desde un principio han constituido puntos de apoyo de finalidades políticas del Estado o de la Iglesia”.
Y luego prosigue: “La misma teoría de Laband sobre la contraposición entre ley en sentido material y ley
en sentido formal –en apariencia absolutamente neutral desde el punto de vista político– nació con la idea
puesta en el conflicto presupuestario prusiano de los años sesenta; tenía, sin duda alguna, una tendencia
política, y la pasión con la que fue combatida por Hänel poseía un trasfondo político”. Triepel, H. Derecho
Público y política, Cuadernos Civitas, Madrid, 1ª reimpresión, 1986, pp. 71-72.
7 García de Enterría, E., La lengua de los derechos. La formación del Derecho Público europeo tras la Revolución
pp. 25 y ss.
9 En este sentido, pueden verse especialmente el trabajo de Villar Palasí ya citado Técnicas remotas del
Derecho Administrativo, en el que se contiene una interesante conexión entre los conceptos e instituciones
modernas y actuales del Derecho Administrativo con algunas instituciones similares en el Derecho medieval
y canónico.
10 Ver, Weil, P., Derecho Administrativo, Civitas, Madrid, 1986, pp. 41-42.
11 Vedel, G., Derecho Administrativo, Biblioteca Jurídica Aguilar, Madrid, 1980, p. 53.
12 Por todos, Giannini, M.S., El poder público. Estado y Administraciones Públicas, Civitas, Madrid,
1991.
13 Ver, en este sentido, el ya clásico trabajo de Santamaría Pastor, J. A., Sobre la génesis del Derecho
Como ya se señaló, el Derecho Público chileno presenta desde sus orígenes unos
principios y reglas que dejan en evidencia la influencia del Derecho francés en nuestro
medio. Ello se hace especialmente patente en nuestra legislación y doctrina más clásica,
en que las construcciones jurídicas guardan una similitud que hace evidentes sus fuentes
y antecedentes directos.
En este sentido, el propio texto constitucional clave en la formación de nuestra
república, la Carta de 1833, contendrá una serie de instituciones y normas cuya cercanía
con las Constituciones francesas de fines del XIX son evidentes y no parecen admitir
discusión. Ténganse como ejemplo las normas sobre la administración de justicia o el
órgano peculiar denominado Consejo de Estado, cuya regulación emana sin lugar a dudas
de la legislación francesa de la época.16 Lo mismo ocurrirá con la legislación de desarrollo,
donde la influencia gala se hará sentir casi sin contrapeso, salvo algunas adaptaciones o
modulaciones propias del sistema chileno.
Esto probablemente va a condicionar a la escasa doctrina jurídica de la época, en
la que la influencia de las categorías y conceptos del derecho francés va a influir sin
contrapeso en la explicación y sistematización del derecho chileno.17 Así autores como
Lastarria18 y Prado19 van a postular la configuración de un Derecho Administrativo chi-
leno siguiendo los postulados teóricos del Derecho francés clásico, en el que la separación
estricta de las autoridades administrativas y judiciales, la división entre ordenamientos
14 Una síntesis de esta evolución, con las influencias políticas y sociales en el desarrollo de la doctrina
germana en el siglo XIX, puede ver en Sosa, F., Maestros alemanes del derecho público, Vol. I., Marcial Pons,
Madrid, 2002.
15 Ver, en este sentido, Lastarria, J.V., Estudios Políticos i Constitucionales, Imprenta, Litografía i
Encuadernación Barcelona, Santiago, 1906, pero cuya primera edición corresponde a 1846.
16 Sobre esta materia, puede verse la memoria de grado de Cárdenas, D., El Consejo de Estado como
1859.
74 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XX- Nº 2
20 Ver Huneeus, J., La Constitución ante el Congreso, Vol. II, Imprenta de Los Tiempos, Santiago,
1879, pp. 214 y ss., y Amunátegui, J.D., Tratado general de Derecho Administrativo, Imprenta, Litografía y
Encuadernación Barcelona, Santiago, 1907.
21 Es indudable la influencia de autores ingleses como Dicey en estos autores, lo que se refleja en la
similitud de las críticas liberales al sistema francés de Derecho Administrativo. Dicey, A. Introduction to the
study of the Law of the Constitution, ob. cit., pp. 213-267.
22 Pantoja, R., El Derecho Administrativo, ob. cit., pp. 152-153.
23 Varas, G., Derecho Administrativo, Editorial Nascimento, Santiago, 1940.
24 Aylwin, A. y Azócar, E., Derecho Administrativo, Universidad Nacional Andrés Bello, Santiago, 1996,
texto que constituye una reedición corregida y actualizada del texto clásico de don Patricio Aylwin, Derecho
Administrativo, tomos I y II, Editorial Universitaria, Santiago, 1959.
25 Silva Cimma, E., Derecho Administrativo chileno y comparado. Tomo I, Introducción y fuentes, Editorial
El Ladrillo. Bases de la política económica del Gobierno militar chileno, Centro de Estudios Públicos, Santiago,
1992.
27 Por todos, Soto, E., Derecho Administrativo, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1992, tomo I,
análisis jurisprudencial”, en La constitucionalización del derecho chileno, Editorial Jurídica de Chile / Universidad
Austral de Chile, Santiago, 2003, pp. 80 y ss.
76 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XX- Nº 2
Cuétara, “se trata de una parcela del poder público general, totalmente juridificada,
funcionarizada al servicio de fines concretos y fraccionada en dosis medibles”.33 En este
sentido, la potestad administrativa es un poder jurídico que comparte las características
propias de todo el poder público estatal, del que la Administración del Estado forma
parte, particularmente su sometimiento estricto al Derecho, su servicio a los intereses
generales y su carácter unilateral y coactivo.
Así esta potestad administrativa está entregada a los órganos de la Administración
del Estado para satisfacer los intereses públicos puestos bajo su órbita competencial,
lo que justifica, precisamente, la exorbitancia de su contenido y su fuerza coactiva con
los ciudadanos. Ello permite identificar a éstas como potestad-función34 constitutivas
al mismo tiempo de un privilegio y de una carga, lo que determina en último término
los poderes especiales que se entregan a la Administración estatal.35
Lo anterior da lugar, sobre todo en los países herederos del sistema jurídico europeo
continental como el nuestro, a un régimen jurídico diferenciado de las potestades pú-
blicas, en el que no tienen aplicación, por regla general, las normas civiles que regulan
las relaciones entre privados, ya que los bienes jurídicos en juego son diametralmente
distintos de los presentes en las relaciones entre particulares. Esto es lo que hace afirmar
a Fiamma, en nuestro derecho, que nuestro “régimen jurídico-administrativo” funciona
sobre la base de un ordenamiento operado por un conjunto de personas jurídicas admi-
nistrativas, dotadas de potestades excepcionales cubiertas por un estatuto especial, al
margen del derecho privado común.36
33 De la Cuétara, J. M., Las potestades administrativas, Tecnos (Temas clave de la Constitución Española),
juridificación del poder”, en Revista Española de Derecho Administrativo, Cívitas, Nº 38, septiembre-diciembre
1983, versión CD Rom Nº 1-100, 1998, p. 15.
35 Como señala Laubadére, “no debe suponerse que esta autonomía del derecho administrativo sea
siempre en interés de la administración: las reglas especiales de derecho administrativo son a veces menos
favorables para ella que las reglas del derecho civil. La teoría del riesgo en materia de responsabilidad, la de
la imprevisión en materia de contratos, son ejemplos de teorías especiales de derecho administrativo favorables
a los administrados. Sin embargo, el carácter exorbitante del derecho administrativo se traduce en ventajas
para la administración, en particular por la existencia de prerrogativas de derecho público que no presentan
analogía en el derecho privado. Estas prerrogativas son a base de coerción y se manifiestan por el empleo del
acto unilateral. Ellas permiten a la administración obligar al administrado a alguna cosa y, por consiguiente,
contrastan abruptamente con las técnicas del derecho privado dominadas por el principio de la igualdad de
las voluntades”. Laubadére, A. Manuel de Droit Administratif , Librairie Générale de Droit et Jurisprudence,
4ª edición, Paris, 1955, p. 15, citado por Vélez, J., Los dos sistemas del Derecho Administrativo, Institución
Universitaria Sergio Arboleda, Santa Fe de Bogotá, 2ª edición, 1996, p. 23.
36 Ver Fiamma, G., “El régimen administrativo tutelado”, ob. cit., pp. 7-8.
2007] juan carlos ferrada bórquez: las potestades y privilegios… 77
Esto, como ya se dijo, contrario a lo que pudiera pensarse, no constituye una no-
vedad en nuestro sistema administrativo, sino que constituye una característica de éste
desde su formación. Así, tomando prestada de las concepciones europeas continentales
en boga, la doctrina nacional afirmó desde sus orígenes la existencia en nuestro derecho
de prerrogativas o poderes jurídicos especiales de las autoridades públicas.37 Ello lleva-
rá a la doctrina administrativa nacional más clásica a reconocer en términos generales
esa potestad pública de la Administración, enumerando e identificando las específicas
potestades administrativas de que están dotados los órganos que la integran –ejecutiva,
de mando, disciplinaria, reglamentaria, discrecional y jurisdiccional, pudiendo existir
otras que coadyuven al cumplimiento de su función institucional–,38 y poniéndolas en
conexión con los fines de “servicio público” que deberían ejecutar aquellos para la tutela
efectiva de los intereses generales de la población.39
Es claro que con la irrupción de las doctrinas neoliberales de mediados de la década
de 1970, como ya se dijo, se provocó un quiebre en esta concepción potestativa del
Derecho Administrativo chileno, llegando al extremo de la negación de las potestades
administrativas, sobre la base de afirmar en términos amplios los derechos asegurados
en la Constitución de 1980, pero ello constituyó más un argumento ideológico que
una reconstrucción real de nuestro sistema administrativo. Así, especialmente a partir
de la construcción de derechos fundamentales de contenido económico de carácter am-
plísimo, algunos autores llevan a redefinir los principios del Derecho Administrativo
chileno, cercenando a la Administración de las prerrogativas más típicas reconocidas
en el derecho comparado.40
No obstante, esta tendencia no es uniforme, ya que, como se señaló, algunos autores
que adhieren parcialmente a esta nueva concepción ideológica del rol del Estado y la
Administración Pública no llegan a negar la existencia de potestades exorbitantes de
esta última, aunque sí establecen limitaciones para su ejercicio. Así, Fiamma, por ejem-
plo, identificará al Derecho Administrativo chileno como un “régimen administrativo
tutelado”, en el que las prerrogativas del poder público derivan directamente del texto
constitucional (Constitución de 1980) y que son consecuencia obvia del carácter estatu-
tario del Derecho Administrativo chileno.41 Así su cercanía con los principios clásicos
del Derecho Administrativo francés será evidente, no obstante su distancia en cuanto al
establecimiento de un sistema de revisión judicial de los actos administrativos radicado
en los tribunales ordinarios de justicia y no en un órgano de la propia Administración
(Consejo de Estado).42
43 En este sentido, puede verse, a título ejemplar, Sentencias de la Excma. Corte Suprema, “Salinas
Lolic con I. Municipalidad de Viña del Mar” y “Lavín Mosquera con Subsecretario de Investigaciones”, Gaceta
Jurídica, Nº 235, 2000, pp. 247-251 y Nº 274, 2003, pp. 43-48, respectivamente.
44 Ver, en este sentido, Parejo, L., Derecho Administrativo, Ariel Derecho, Barcelona, 2003,
pp. 296-297.
45 Santamaría, J. A., Principios de Derecho Administrativo General, tomo I, ob. cit., p. 50.
46 Ver, en este sentido, Silva Bascuñán, A., Tratado de Derecho Constitucional, tomo V La Constitución de
47 García de Enterría, E. y Fernández, T.R., Curso de Derecho Administrativo, tomo I, ob. cit.,
pp. 491-493.
48 Fiamma, G., “El régimen administrativo tutelado”, ob. cit., p. 8.
49 Ver, en este sentido, Cordero Q., E., “La eficacia, extinción y ejecución de los actos administrativos
54 Nieto, A., Derecho Administrativo Sancionador, Tecnos, Madrid, 2ª edición, 1994, pp. 21-22.
55 Así, a manera ejemplar, el Art. 19 del DFL Nº 3/1997, Ley General de Bancos, “las instituciones
sometidas a la fiscalización de la Superintendencia que incurrieren en alguna infracción a la ley que las rige,
a sus leyes orgánicas, a sus estatutos o a las órdenes legalmente impartidas por el Superintendente, que no
tenga señalada una sanción especial, podrán ser amonestadas, censuradas o penadas con multa hasta por una
cantidad equivalente a cinco mil unidades de fomento”. En el mismo sentido, en materia de telecomunica-
ciones, el Art. 36 de la Ley 18.168, Ley General de Telecomunicaciones, dispone que “las infracciones a las
normas de la presente ley, a sus reglamentos, planes técnicos fundamentales y normas técnicas, serán sancio-
nadas por el Ministro en conformidad a las disposiciones de esta ley. Las sanciones sólo se materializarán una
vez ejecutoriada la resolución que las imponga”. Por último, en materia eléctrica también encontramos esta
potestad sancionadora de la Administración del Estado, disponiendo el Art. 3 Nº 12 y 23, respectivamente, la
facultad de la Superintendencia de Electricidad y Combustibles para “amonestar, multar e incluso administrar
provisionalmente el servicio a expensas del concesionario, si la calidad de un servicio público de distribución
de recursos energéticos es reiteradamente deficiente” y “sancionar el incumplimiento de las normas técnicas
y reglamentarias vigentes o que se establezcan en virtud de la legislación eléctrica, de gas y de combustibles
líquidos relativas a las instalaciones correspondientes, con desconexión de éstas, multas o ambas medidas”.
56 En este sentido, el Tribunal Constitucional chileno ha señalado que “los principios inspiradores del
orden penal contemplados en la Constitución Política de la República han de aplicarse, por regla general, al
derecho administrativo sancionador, puesto que ambos son manifestaciones del ius puniendi propio del Estado”
(STC 244/1996). Ello ha sido reiterado recientemente por el Excmo. Tribunal (STC 480/2006), expresando
que “el principio de legalidad es igualmente aplicable a la actividad sancionadora de la administración en
virtud de lo prescrito en los dos últimos incisos del numeral 3 del artículo 19 de la Carta Fundamental.
Aun cuando las sanciones administrativas y las penas difieren en algunos aspectos, ambas pertenecen a una
misma actividad sancionadora del Estado –el llamado ius puniendi– y están, con matices, sujetas al estatuto
constitucional establecido en el numeral del artículo 19”.
57 El Art. 25.1 de la Constitución Española señala que “nadie puede ser condenado o sancionado por ac-
ciones u omisiones que en el momento de producirse no constituyan delito, falta o infracción administrativa,
según la legislación vigente en aquel momento” (la cursiva es mía).
2007] juan carlos ferrada bórquez: las potestades y privilegios… 81
Administrativo, Santiago Muñoz Machado (Director), Iustel, Madrid, 2005, tomo I A–G, p. 297.
60 Villar Palasí, J.L., Técnicas remotas del Derecho Administrativo, ob. cit., pp. 27-28.
61 En este sentido, De Otto explica con magistral claridad los fundamentos de la presunción de
legitimidad constitucional de la ley, como expresión normativa de la voluntad popular, lo que impide la
desobediencia directa de esta expresión de un poder público. De Otto, I., Derecho Constitucional. Sistema de
fuentes, Ariel Derecho, Barcelona, 2ª edición, 5ª reimpresión, 1997, pp. 148-149.
82 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XX- Nº 2
62 Ver Parejo, L., “La tutela judicial cautelar en el orden contencioso-administrativo”, en Revista Española
de Derecho Administrativo, Cívitas, Nº 49, enero-marzo 1986, versión CD Rom Nº 1-100, 1998, p. 3.
63 En este sentido, Betancor señala que la eficacia de la acción administrativa no es homogénea en las
diversas materias reguladas en el ordenamiento, sino que ella dependerá de los intereses y derechos en conflicto.
Ver Betancor, A., El acto ejecutivo, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1992, pp. 442-443.
64 Por todos, Soto, E., “La Ley 19.880, sobre procedimientos administrativos, ¿‘Aleluya’ o ‘Miserere’?”,
ob. cit., pp. 92 y 99, y Riveros de Gatica “La presunción de legalidad del acto administrativo: el artículo 3º
de la Ley 19.880 de procedimientos administrativos a la luz de la Constitución de 1980”, en Ius Publicum,
N º16, 2006, pp. 120-123.
65 Ver Aróstica, I., “El trámite de toma de razón de los actos administrativos”, en Revista de Derecho
494 y 555-556.
2007] juan carlos ferrada bórquez: las potestades y privilegios… 83
permitía no sólo declarar el derecho, sino disponer de vías de apremios para su cumpli-
miento68. Más modernamente este privilegio lo explica la doctrina en la tendencia a la
plenitud de las competencias administrativas de los órganos públicos, lo que deriva en
último término de la fuerza ejecutiva de la ley, la que se concretaría dándole eficacia a
la acción administrativa69.
En nuestro derecho, este privilegio ha sido explicado dogmáticamente a partir
de la cláusula general de la protección del bien común establecida en la Constitución
Política de la República (Art. 1º), lo que le permitiría a la Administración desplegar sus
potestades exorbitantes como manifestación concreta de la soberanía del poder estatal.70
Sin embargo, pareciera más razonable, a mi juicio, fundar esta potestad de autotutela
en nuestro derecho a partir simplemente del reconocimiento de poder público a la
Administración del Estado, y como tal, atribuida de unas prerrogativas de ejecución de
la ley en los ámbitos entregados a su esfera de competencia. Así, la actividad adminis-
trativa dispone, prima facie, de una fuerza ejecutiva como los demás actos de los órganos
estatales, fuerza que deriva directamente del poder del Estado en un ordenamiento
jurídico determinado.
Esto es lo que pareciera reconocer expresamente la LBPA, al establecer en su Art. 3º
que “los actos administrativos gozan de una presunción de legalidad, de imperio y exigi-
bilidad frente a sus destinatarios, desde su entrada en vigencia, autorizando su ejecución de oficio
por la autoridad administrativa…” , para luego añadir en el Art. 51, relativo a la ejecuto-
riedad, que “los actos de la Administración Pública sujetos al Derecho Administrativo
causan inmediata ejecutoria…”. Así es evidente que la fuerza ejecutiva de la actividad
administrativa deriva del propio órgano emisor del acto, en la medida que cumpla con
los requisitos de existencia establecidos en el mismo Art. 3º LBPA.
Ahora bien, de estas normas se colige fácilmente que en el derecho chileno los actos
emanados de los órganos de la Administración del Estado gozan de los privilegios de
ejecutividad y ejecutoriedad, lo que les permite su ejecución inmediata sin intervención
de los tribunales de justicia.71
Cuestión distinta es la ejecución forzosa de los actos administrativos, ya que ésta
implica su ejecución directa y coactiva por la Administración, disponiendo de los medios
jurídicos y materiales para ello. En esto la LBPA chilena no estableció –a diferencia de
la española, que claramente le sirvió de referencia 72– instrumentos concretos para llevar
68 Villar Palasí, J. L., Técnicas remotas del Derecho Administrativo, ob. cit., pp. 29-30.
69 En este sentido, ver López, F., “Límites constitucionales de la autotutela administrativa, en Revista
de Administración Pública, Nº 115, enero-abril 1988, pp. 59-60.
70 Aguerrea, P., “Las prerrogativas del acto administrativo en la Ley 19.880”, en Ley 19.880, sobre
y del Procedimiento Administrativo Común, establece entre sus Arts. 95 a 100 la ejecución forzosa y los
medios de hacerla efectiva, mencionando el apremio sobre el patrimonio, la ejecución subsidiaria, la multa
coercitiva y la compulsión sobre las personas como medios idóneos para ello.
84 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XX- Nº 2
a ejecución directa sus actos, disponiendo sólo su ejecutoriedad. Esto lleva a pensar que
en nuestro derecho la ejecución forzosa de los actos administrativos es una potestad
o privilegio entregado, por regla general, a los tribunales de justicia, salvo que la ley
disponga en un caso particular esta habilitación para la Administración, señalando al
mismo tiempo los instrumentos específicos para hacerla efectiva.73
i. “Solve et repete”
Este privilegio procesal, que en términos literales significa “paga y repite”, implica
un condicionamiento de la admisibilidad de los reclamos administrativos o las acciones
contencioso-administrativas en contra de multas u otras obligaciones dinerarias decla-
radas a favor de la Administración, al pago previo de ésta, o una fracción, por parte del
particular afectado.74 En el fondo se trata de una limitación material a los particulares
del acceso a la jurisdicción, fundada en la rigurosidad en el uso de las vías procedimen-
tales de reclamo en contra de la Administración.
En el derecho comparado esta cláusula ha sido severamente cuestionada por la
doctrina y jurisprudencia más citada, considerándose un límite inaceptable al dere-
cho fundamental a la acción o tutela judicial. Así, en el derecho español, el Tribunal
Supremo ha declarado expresamente que “desde la vigencia de la Constitución, han de
estimarse derogados los preceptos que exigen el depósito previo, la consignación o aval
por el importe de la multa para poder formular tanto un recurso administrativo como
uno contencioso-administrativo, por causa del rechazo postconstitucional del principio
solve et repete como requisito previo sine que non, para el logro de la tutela judicial en el
ejercicio de derechos o intereses legítimos (Sentencias de 15 de marzo de 1985, de 19
de noviembre de 1987 y de 9 de octubre de 1991)”.75
73 En este punto puede consultarse la útil e interesante memoria de grado de Villar, H., La ejecución
forzosa de los actos de la Administración en el derecho chileno, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad
Austral de Chile, 2006.
74 García Macho, R. y Blanco, J.L., “Autotutela Administrativa”, en Diccionario de Derecho Administrativo,
En la doctrina nacional esta materia ha tenido aún escaso desarrollo, aunque algunos
autores ya han manifestado sus objeciones a este privilegio de la Administración,76 lo que
ha sido ratificado parcialmente por la reciente jurisprudencia del Tribunal Constitucional
(STC 536/2006). En este caso, siguiendo los criterios expuestos en el derecho comparado,
el criterio central ha sido cuestionar la constitucionalidad de este privilegio, atendidos
los derechos fundamentales a la igualdad ante la ley (Art. 19 Nº 2 CPR)77 y, especial-
mente, el derecho de acceso a la justicia (Art. 19 Nº 3 CPR)78 establecido en forma más
o menos imprecisa en nuestra Carta Política.
No obstante, es evidente que en nuestra normativa infraconstitucional existe una
serie de normas que establecen expresamente este mecanismo como requisito de acceso a
los procedimientos judiciales de reclamo, fijándose un porcentaje de la multa reclamada
como barrera de entrada.79 Ellas, en principio, podrían ser contrarias a la Constitución
y como tales excluida su aplicación del ordenamiento jurídico; sin embargo nuestro
Tribunal Constitucional ha limitado su inconstitucionalidad a los casos en que la con-
signación previa no se sujeta un límite máximo que garantice siempre a los particulares
el acceso a la justicia.80 Esta doctrina incluso ha sido matizada posteriormente por el
propio Tribunal (STC 546/2006), señalando –al menos la mitad de los ministros del
mismo, que constituyeron el voto decisivo para la resolución final, al no haber mayoría
para acoger el requerimiento– que no es posible establecer a priori en nuestro derecho
la constitucionalidad o no de este privilegio, sino que debe ponderarse en cada caso la
76 Por todos, Soto, E., “Solve et repete. Notas sobre un resabio absolutista en el Estado Constitucional
de Derecho”, en Ius Publicum, Nº 6, 2001, pp. 79 y ss., y Bocksang, G. El procedimiento administrativo chileno,
Lexis Nexis, Santiago, 2006, pp. 62-66.
77 Bocksang, G., El procedimiento administrativo chileno, ob. cit., p. 62.
78 Soto, E., “Solve et repete”, ob. cit., p. 86.
79 Así, puede tenerse como ejemplo el Art. 69 de la Ley 18.880 Orgánica Constitucional del Banco
Central de Chile que establece para la procedencia del reclamo de ilegalidad ante la Corte de Apelaciones de
Santiago en contra del Banco Central por acuerdos, resoluciones, órdenes o instrucciones “deberá acompañarse
boleta de consignación, a la orden del tribunal, por el equivalente al uno por ciento del monto total de la
operación o del perjuicio que se reclama. Para el cálculo de este porcentaje se empleará el valor que resulte
mayor. En todo caso, el monto máximo de la consignación no podrá ser superior a seiscientas unidades tri-
butarias mensuales”. En términos parecidos se contiene la exigencia de consignación previa para reclamar de
las sanciones impuestas a una empresa por la Comisión Regional o Nacional del Medio Ambiente en caso de
incumplimientos a la Declaración o Estudio de Impacto Ambiental, señalando que se podrá recurrir al juez
“previa consignación al 10% del valor de la multa aplicada, en su caso, sin que esto suspenda el cumplimiento
de la resolución revocatoria, y sin perjuicio del derecho del afectado a solicitar orden de no innovar ante el
mismo juez de la causa” (Art. 64 de la Ley 19.300 de Bases del Medio Ambiente).
80 Este criterio fue expuesto claramente por el Excmo. Tribunal en la STC 536/2006, disponiendo la
inconstitucionalidad de la consignación previa para reclamar de una multa, pero no por la exigencia de ésta,
sino por la falta de un límite máximo en la cantidad exigida, más allá del porcentaje asignado (1/3 de parte).
Así sostiene que “la aludida exigencia de una consignación previa resulta así de carácter indeterminado,
carente de un límite, pudiendo, en consecuencia, llegar a cantidades cuya cuantía, en la práctica, entraben
más allá de lo razonable el derecho de acceso a la justicia, al restringir tan severamente la posibilidad de
reclamar ante un tribunal de la multa impuesta por la autoridad administrativa. Ello resulta contrario a los
derechos que asegura el artículo 19 Nº 1 de la Carta Fundamental, en sus incisos primero y segundo, a la
igual protección de la ley en el ejercicio de sus derechos y a la defensa jurídica…”.
86 REVISTA DE DERECHO [VOLUMEN XX- Nº 2
de consignación porcentual de la multa sin límite, ya que no se daban los supuestos, en el caso concreto,
para establecer una infracción a los derechos constitucionales del requirente.
82 Villar Palasí. Técnicas remotas del Derecho Administrativo, ob. cit., p. 39.
83 En el mismo sentido, Fernández-Fontecha, M., “La inembargabilidad de los fondos públicos. Análisis
del alcance y limitaciones de los artículos 44 de la Ley General Presupuestaria y 18 de la Ley de Patrimonio
del Estado”, en Gobierno y Administración en la Constitución, Dirección General del Servicio Jurídico del Estado,
Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1988, vol. I, pp. 580 y ss. El Tribunal Constitucional Español (STC
166/1998) ha acogido esta tesis, configurando esta regla de inembargabilidad de ciertos bienes públicos –con
las condiciones y restricciones que allí señala– como una excepción calificada al derecho a la tutela judicial
efectiva establecido en el artículo 24 de la Constitución española.
2007] juan carlos ferrada bórquez: las potestades y privilegios… 87
84 Por todos, García de Enterría, E. y Fernández, T.R., Curso de Derecho Administrativo, tomo II, pp. 646-
647. Un estudio muy acucioso y actual de esta problemática en el Derecho español, con una buena síntesis
de la doctrina y jurisprudencia más relevante puede verse en Ballesteros, L.A., “La doctrina del Tribunal
Constitucional sobre el privilegio de inembargabilidad de los bienes y derechos públicos (comentario a la
STC 166/1998, de 15 de julio)”, en Revista de Administración Pública, Nº 148, enero-abril 1999, pp. 195
y ss.
85 Soto, E., “Comentario: Recurso de Protección ante resoluciones judiciales. Embargabilidad de bienes
86 Ver Parejo, L., “La tutela judicial cautelar en el orden contencioso-administrativo”, ob. cit.,
pp. 1-2.
2007] juan carlos ferrada bórquez: las potestades y privilegios… 89
exigen un sistema eficaz de justicia administrativa, sin la cual no está plenamente ase-
gurado el Estado de Derecho.87
En este contexto, es evidente que en nuestro Derecho esta premisa se encuentra
seriamente debilitada. Por un lado, al no existir un sistema estructurado de justicia
administrativa, sino sólo un conjunto de procedimientos generales y especiales de con-
trol de la actividad administrativa, de escasa profundidad y que confunde a menudo
instancias administrativas y judiciales, lo que aminora su poder e independencia para
actuar.88 Por otro, por la falta de un procedimiento general establecido para juzgar las
actuaciones administrativas, carencia que difícilmente podrá suplir, por su naturaleza,
la denominada “acción de nulidad de derecho público”. Por último, por una distorsión
absoluta en los mecanismos procesales de impugnación de los actos administrativos, en
cuya labor ha contribuido largamente la aplicación extensiva del Recurso de Protección
en estas materias.89
Dichos factores han impedido la configuración de una justicia administrativa eficaz
que haga frente a las prerrogativas de la Administración del Estado, lo que ha llevado a
un sector de la doctrina, equivocadamente a mi juicio, a poner un acento crítico en las
potestades, más que en su control. En efecto, los cuestionamientos más incisivos sobre
la juridicidad de las potestades de la Administración muestran una preocupación por
impedir la acción administrativa en vez de controlar su ejercicio, asumiendo que aquella
constituye una actividad irresistible para los particulares. Esto se aprecia claramente si se
analizan los argumentos expuestos en contra de la autotutela administrativa, asumiendo
que aquella constituye una manifestación ilegítima de la “potestad jurisdiccional” auto-
asignada por los órganos de la Administración.90
Lo anterior ha sido complementado con una confusión evidente en la configuración
de esas mismas potestades, las que ya etiquetadas como jurisdiccionales son sometidas
a unas exigencias constitucionales absurdas e improcedentes. Basta ver, en este sentido,
los pronunciamientos de nuestro Excmo. Tribunal Constitucional en el último año (STC
472/2006, 499/2006, 521/2006 y 536/2006) para corroborar lo afirmado, en que la
identificación de potestades administrativas resolutivas y sancionatorias de los órganos
87 Téngase en cuenta que para la doctrina administrativa más citada, el Estado de Derecho, desde la
perspectiva del Derecho Administrativo se compondría de tres principios o elementos principales: principio
de legalidad de la función ejecutiva; principio de integridad patrimonial o equivalente económico; y principio
de control judicial pleno de la actuación administrativa. Este último precisamente es el que equilibra las
potestades administrativas y hace posible el control de la legalidad administrativa y la tutela de los derechos
de los ciudadanos. Ver Parejo, L., Derecho Administrativo, pp. 94 y ss.
88 En este sentido, y sobre la confusión en nuestra doctrina entre tribunales y órganos administrativos
resolutivos y de los procedimientos que cada uno conoce, ver Bordalí, A. y Ferrada, J.C., “Las facultades
juzgadoras de la Administración: una involución en relación al principio clásico de la división de poderes”,
en Revista de Derecho, Universidad Austral de Chile, Vol. XIII, diciembre 2002, pp. 187 y ss.
89 Ver Ferrada, J.C., “El Recurso de Protección como mecanismo de control contencioso administrativo”,
en La Justicia Administrativa, J.C., Ferrada (Coor.), Lexis Nexis, Santiago, 2005, pp. 142 y ss.
90 Ferrada, J.C., “Tutela y configuración del derecho fundamental a un juez predeteminado por la ley
91 Ver, por todos, Chinchilla, Carmen, La tutela cautelar en la nueva Justicia Administrativa, Civitas,
pp. 92 y ss.
2007] juan carlos ferrada bórquez: las potestades y privilegios… 91
cautela en los procedimientos judiciales (Art. 298 del Código de Procedimiento Civil),
ya en la interpretación extensiva de las medidas establecidas en el Art. 290 del Código
de Procedimiento Civil. Sin embargo, este último camino pareciera ser un poco incon-
sistente, sobre todo considerando el contenido real de las medidas allí establecidas.
Conclusiones
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