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Apuntes someros: Metafísica

De antemano, cabe enfatizar que el pensamiento occidental es per se metafísico, es


contra lo que han enfrentado los grandes pensadores por más de dos mil años. La
metafísica no corresponde en lo absoluto a algún saber, rama, especialización o disciplina
especial de la filosofía; tampoco es de ninguna manera una forma de accesibilidad al
conocimiento. Ya Kant –a pesar de que la metafísica permee su filosofía-, sentenciaba que
la metafísica es una disposición natural del hombre, una enfermedad -que es en su
totalidad- incurable. Igualmente, se ha entendido alrededor de la metafísica una colección
de escritos aristotélicos que planteaban problemas trans-físicos y post-físicos; en suma, un
confusionismo semántico acerca del significado de “metafísica” en el orden las disciplinas
filosóficas. Basta, pues, de decir qué no es la metafísica. Así, la metafísica se entiende, por
estos tiempos, como una modalidad de pensamiento, algo así como una performance
discursiva y que ha dejado de ser posible íntegramente. De hecho, se convierte –a la
manera de Pardo- en problemas y preguntas sin solución alguna. En este sentido, la
metafísica se convierte en un flagelo: indeseable, innecesaria e imposible a la hora de
ejercer el pensamiento. Ya no es útil bajo ninguna perspectiva pensar o hablar
metafísicamente. Lo que sí es útil, es pensar y orientarnos a nuestros tiempos con la
ayuda de ella, pensándola y hablándola.

Ahora bien, decir que Aristóteles es el que acuña la palabra “metafísica” es en sumo rigor
erróneo. Ésta aparece mucho después (siglo I) por una cuestión de edición, y es desde
este momento, cuando emerge la polisemia que bordea dicha palabra.

Fundamental aclarar que la metafísica no surge en paralelo a la Razón. En lo absoluto. La


metafísica surge con la escritura (logos) y con la ciudad, donde es posible que las
diferencias presentes en el mito sean reconocibles y, de esta manera, erigir un discurso
del Ente, de lo re-petido, del Ser.

Encontramos entonces las primeras denuncias contra la metafísica en el Leviatán de


Hobbes. Algo que van a llevar a cabo posteriormente los empiristas británicos, a saber,
Locke, Berkeley y Hume. Ellos, coinciden entonces, en el malestar que emerge el pensar
metafísicamente, un no-sé-qué irracional, carente de sentido y significado: la nulidad del
pensamiento -que se malversa de igual manera con ontología o con teología-. No
hablemos de muerte, pero sí hablemos pues de un asesinato contra la metafísica, llevada
a cabo, por una parte, por el positivismo cientifista y por el marxismo.

Son cuatro los rasgos distintivos de la metafísica: el primero procede de Nietzsche, y


consiste en señalar como comienzo de la Metafísica una ruptura del ser en dos mitades
de lo Sensible y lo Inteligible, es decir, cualquier forma que presuponga o alimente un
dualismo ontológico es metafísico; en segundo lugar, y acá es Heidegger, hay metafísica
en todo discurso que sea incapaz de comprender la diferencia entre el ser y el ente; en
tercer lugar, y gracias a los estructuralistas, es metafísico todo lo que viole las reglas
formales o naturales del lenguaje; y, por último, con los pos-estructuralistas –acá es
Deleuze-, define la metafísica como la imposibilidad que en ella se registra para inscribir la
diferencia en el concepto. Interesante por supuesto hacer pausa en cada uno de los
rasgos antes mencionados, pero detengámonos y hagamos hincapié en el primer rasgo: la
ruptura del ser.

Este dictamen nitzscheano será contundente para explicitar de manera palmaria todo
pensamiento metafísico presente de Platón hasta Hegel. Miremos, pues, las diferentes
escisiones o rupturas bipartitas características de algunos pensadores que protagonizan la
historia de la filosofía: Platón: Sensible/Inteligible; Aristóteles: Esencia/Accidentes; (de
mencionar que ya en la Edad Media ya no es la palabra Ser que articula el pensamiento
metafísico, es, pues, la Sustancia) Spinoza: Esencia/Existencia; en Leibniz no es preciso
una escisión, pero, en efecto, es contundente que su Gran Mónada quiere justificar la
Sustancia, es decir, tanto la existencia como la esencia; Descartes: res cogitans/res
extensa; Kant: Fenómeno/Cosa-en-sí –de donde Kant va ser tajante con respecto a
Descartes y va desmontar la maquinaria de éste con una nueva concepción del tiempo: ya
no existe un tiempo cíclico, sino más bien, un tiempo lineal, ya no es el tiempo como
artificio para medir el movimiento, sino es el movimiento que mide el tiempo, es decir, una
concepción lineal del tiempo-; y Hegel sutura la escisión: nada=ser. Claro, allí donde no
hay territorio para negar la Nada, para ponerla en el mismo plano que el Ser, es en donde
el pensamiento recobra un nuevo hálito, en donde el Ser es intuitivamente coextensivo
con la Nada, o mejor, si la Nada no se niega y está en equivalencia con el Ser, ¿en dónde
la metafísica tiene cabida si ya no hay objeto al cual referirse (Ser) o refutar (Nada)?

En suma, somos metafísicos en cuanto escindimos el ser en dos mitades y, es con Hegel,
que se logra abolir lo anterior. Es válido decir entonces que hay una muerte ostensible de
la historia de la filosofía, no digamos un recomienzo, pero sí, dicha muerte, grita a más no
poder una necesidad perentoria de pensar de otro modo; esta muerte nos aclara –
implícitamente- que también hay una muerte de la Idea de un mundo verdadero y,
también, que la representación –que trataba de significar el Ser- fue y será siempre un
fracaso para asir lo inasible.

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